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LOS DOCE PASOS DE CODA

PRIMER PASO
Admitimos que éramos impotentes ante la vida de los demás, y que
nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
¿A quién le agrada admitir la derrota definitiva? Prácticamente a nadie, por
supuesto. Todos nuestros instintos naturales se rebelan ante la idea de que
somos impotentes. Es algo verdaderamente espantoso admitir que yo, con
LA FANTASÍA DEL CONTROL en la mano, he torcido mi mente hacia una
obsesión tan destructivamente que solamente un acto de un Poder Superior
puede remover.
Ningún fracaso es tan doloroso como éste. La idea de que yo puedo
controlar a las personas, sus conductas, emociones, pensamientos y/o
circunstancias ha convertido en un salteador rapaz que me despoja de las
facultades de la voluntad para resistir a sus demandas. Cuando acepto este
simple hecho, mi derrota es completa.
Pero al ingresar a CODA, cambia muy pronto el punto de vista respecto a
esa humillación. Me doy cuenta que únicamente admitiendo mi impotencia
seré capaz de dar los primeros pasos hacia mi fortalecimiento y liberación.
Esta aceptación se convierte, finalmente, en el firme cimiento sobre el cual
puedo edificar una vida útil y feliz.
Es muy poco el provecho que puede obtener un codependiente que ingresa
a CODA, si no se da cuenta, desde luego, de su devastadora debilidad y
consecuencias. Hasta que no la reconozca humildemente, su Sano Juicio, si
acaso logra alguno, será muy precario y no encontrará una felicidad
verdadera. Una larga experiencia comprueba, sin lugar a duda, que ésta es
una de las verdades de CODA. Este es el principio de que no encontraré
firmeza duradera para vivir un Sano Juicio hasta que no admita la completa
derrota. Es uno de los fundamentos sobre los que ha crecido y florecido
CODA.
Muchos de nosotros nos rebelamos cuando nos desafiaron a admitir la
derrota. Nos acercamos a CODA, esperando que se nos enseñara a tener
confianza en nosotros mismos y nos dijeron que, en lo que a la
codependencia respecta, la confianza en mi mismo no sirve de nada; de
hecho es un verdadero riesgo.
Nuestros padrinos nos dijeron que éramos víctimas de una obsesión mental,
tan sutilmente intensa, que ningún humano podría destruirla. Nos dijeron
que con la sola voluntad y sin ninguna ayuda, era imposible vencer la
compulsión de controlar. Profundizando implacablemente sobre el problema,
me indicaron que nuestra creciente susceptibilidad al control es como un tipo
de compulsión. La codependencia, convertida en tirana, esgrimió una espada
de dos filos contra nosotros: Esta condición nos hizo víctimas de una
urgencia irracional que nos condenó a seguir conductas codependientes.
Pocos han sido sin duda, los que en tales asaltos han logrado el triunfo en
un combate mano a mano. Es un hecho demostrado que casi nunca un
codependiente puede salvarse por sus propios recursos. Y esto ha sido
cierto, sin duda, desde que el hombre empezó a querer controlar su
realidad.
En los primero tiempos de CODA, únicamente los casos más desesperados
pudieron aceptar esta amarga verdad. Aun esos desesperados tenían
frecuentemente dificultades para darse cuenta cabal de que estaban
desahuciados, pero los pocos que se percataron de esa verdad se agarraron
a los principios de CODA, con el mismo fervor que el náufrago asido al
salvavidas y así invariablemente obtuvieron una mejoría. Muchos
codependientes menos desesperados intentaron seguir nuestro programa,
pero sin éxito; porque no podían admitir su total incapacidad para
codependenciaar su realidad.
Es muy satisfactorio hacer constar que en los años siguientes la situación ha
cambiado. Codependientes que todavía conservan su salud, familia y
posición económica o relación de pareja, comienzan a darse cuenta de su
incapacidad para codependenciaar. Al crecer esta tendencia, se sumaron
otros más jóvenes y que no tuvieron que pasar por el infierno de estos
últimos diez o quince años que nosotros atravesamos. En virtud de que el
primer paso requiere de admisión de la ingobernabilidad de mi vida ¿Cómo
pudieron esta clase de personas dar ese paso?
Obviamente, a sido necesario “levantar” el fondo que muchos de nosotros
habíamos tocado, para que otros la vieran de cerca.
Repasando nuestros historiales de codependenciaadores, podríamos
demostrar que años antes de que nos diéramos cuenta, ya habíamos
perdido nuestra realidad.
A los que dudan, podremos decirles: “Quizá Ud. No es codependiente
después de todo. ¿Por qué no hace la prueba de codependenciaar y no
codependenciaar situaciones y personas y teniendo en cuenta lo que hemos
dicho acerca de la codependencia?” Esta actitud produce resultados
prácticos e inmediatos. Entonces se ha descubierto que cuando un
codependiente ha sembrado en la mente de otro la verdadera naturaleza de
la enfermedad, esa persona se dirá: “Puede ser que estos Codependientes
tengan razón…” Después de algunos experimentos de esta clase, algunas
veces, años antes de que se presenten dificultades extremosas, regresaban
convencidos. Habían tocado fondo, ciertamente, como cualquiera de
nosotros. Se había convertido en nuestro aliado.
¿Por qué tanta insistencia respecto a que cada codependiente necesita
primero tocar fondo? La respuesta es porque muy pocas personas tratan
sinceramente de llevar a la práctica el programa de CODA si no tocan fondo.
Porque la práctica de los once Pasos restantes significa la
aceptación de juicios y actitudes que casi ningún codependiente, si
está en una situación tóxica, puede siquiera soñar en aceptar.
¿Quién desea ser rigurosamente honrado y tolerante? ¿Quién quiere
confesar sus errores a otras personas y repara los daños que ha causado?
¿A quién le interesa saber a cerca de su Poder Superior, de la meditación y
la oración? ¿Quién es capaz de sacrificar su tiempo y sus energías llevando a
los que sufren el mensaje de CODA? Al codependiente típico, egocéntrico en
extremo, miedoso, desesperado, no se siente atraído por esas acciones, a
menos que para salvar su vida, tenga que practicarlas.
El látigo de la codependencia nos ha obligado a ir a CODA. Ahí descubrimos
la naturaleza de nuestra situación fatal y, solo entonces, se han abierto
nuestras mentes a la convicción, porque hemos sentido lo que es la
agonía. Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para liberarnos
de esa despiadada obsesión.

SEGUNDO PASO:
LLEGAMOS AL CONVENCIMIENTO DE QUE UN PODER SUPERIOR
PODRÍA DEVOLVERNOS EL SANO JUICIO.

Muchos de los recién llegados, al leer el Segundo Paso, se enfrentan con un


dilema, a veces muy complicado. Con frecuencia les oímos lamentarse en
esta forma: “Vean lo que han hecho con nosotros. Nos han convencido de
que somos Codependientes y de que no podemos gobernar nuestras vidas.
Después de reducirnos a un estado de impotencia absoluta, nos dicen ahora
que solo un Poder Superior puede quitarnos la obsesión de codependenciaar
nuestra realidad. Algunos de nosotros no queremos creer en Dios o un Poder
Superior, otros no podemos y aún lo que creemos en El no tenemos fé en
que haga este milagro. Sí, ustedes nos han sacado del atolladero; muy bien,
pero ahora, ¿de aquí a dónde vamos?”.

Veamos primero el caso del que dice no querer creer en Dios -el combativo o
beligerante-. Se encentra en un estado de ánimo que puede describirse
como salvaje. Toda su filosofía de vida, de la que está satisfecho, se
encuentra amenazada. Piensa que es bastante dura la admisión de que el
CODEPENDENCIA (MIEDO – Falta de Fé) lo da dominado; pero ahora,
todavía dolido por la admisión, se enfrenta con el hombre, surgido
majestuosamente de una simple célula del barro primordial; es la punta de
flecha de la evolución y, por consiguiente, ¡el único Dios del Universo! – el
único dios de “su universo”-. ¿Tendrá que renunciar a todo eso para
salvarse?

Lo más probable es el padrino se ria de su situación, y al recién llegado le


parezca el colmo. Esto es el principio del fin. Y así es: el principio del fin de
su vida pasada y el principio real de una nueva vida. Probablemente le diga
su padrino: ”Hay que tomar las cosas con calma. El paso que hay que dar es
más difícil de lo que uno cree. Cuando menos así lo fue para mi y lo mismo
le sucedió a un amigo mío, vicepresidente de la Sociedad Ateísta Americana
y que lo dio con amplio margen”. “Bueno, -dice el recién llegado-, sé que
ustedes me están diciendo la verdad. Es un hecho indiscutible que la
mayoría de las personas que están en CODA, antes pensaban como yo. Pero
ahora, en estas circunstancias ¿cómo puedo tomar las cosas con calma?.
Esto es lo que quisiera saber.

“Esta es indudablemente una pregunta muy oportuna. -le dice el padrino-.


Creo que puedo contestarla. No tienes que esforzarte demasiado. Ten en
cuenta tres cosas. Primera, CODA no te exige que creas en NADA. Sus Doce
Pasos son sugeridos. Segunda, para obtener y conservar el Sano Juicio no
hay la necesidad de abarcar los doce pasos de un golpe. Recuerdo que yo
los fui admitiendo gradualmente. Tercera, todo lo que realmente necesitas,
es mantener la mente abierta. Abstente de discusiones inútiles y no te sigas
preocupando de que si la gallina fue primero que el huevo. Te repito: todo lo
que necesitas hacer es mantener tu mente abierta”.

El padrino continúa: Pon mi propio caso como ejemplo; debido al tipo de


educación que recibí, no aceptaba nada sin comprobación científica.
Naturalmente, respetaba, veneraba y hasta adoraba la ciencia. Todavía sigo
respetándola, pero ya no adorándola. Se me inculcó el principio básico de
todo progreso científico: investigar y comprobar una y otra vez, siempre con
la mente abierta. Cuando vine aquí por primera vez, mi reacción fue como la
tuya. Pensé: “éste asunto de CODA no tiene nada de científico. No puedo
creer en el. Sencillamente, no lo tomaré en cuenta”.

“Entonces me avivé. Tuve que admitir que CODA había logrado resultados
prodigiosos. Noté que mi actitud al respecto no había sido nada científica.
No era CODA la intolerante, sino yo. Desde ese momento en que dejé de
discutir, pude empezar a ver y sentir. En ese momento el Segundo Paso se
infiltró suave y gradualmente en mi vida. No puedo precisar la ocasión o el
día en que empecé a creer en la existencia de Un Poder más grande que yo;
pero ahora estoy seguro de tener esa fe. Para ello fue necesario dejar de
oponer argumentos, y dedicarme a practicar el resto del programa de CODA.
Con todo el entusiasmo de que soy capaz.
Esta es solamente la opinión individual basada en mi propia experiencia, por
supuesto. Debo asegurarte que los Codependientes recorremos
innumerables caminos en busca de la fe. Si no te interesa el que yo te
sugiero, ten la seguridad de que encontrarás el tuyo si observas y escuchas.
Más de uno a comenzado a resolver su problema con el método de la
situación. También puede si quieres, hacer de CODA tu poder superior. Este
es un grupo muy grande de personas que han resuelto su problema
codependiente. En este sentido son, indiscutiblemente, un poder más
grande que Tu, que ni siquiera se ha aproximado a la solución del tuyo.
Seguramente puedes tener fe en ellos. Ese mínimo de fé puede bastar.
Encontrarás a muchos miembros que han cruzado el umbral de esta forma.
Todos te dirán que una vez que lo hicieron, su fe ha crecido y se ha
profundizado. Relevados de la obsesión del codependencia, sus vidas se han
transformado de una manera inexplicable, llegaron a creer en un Poder
Superior y la mayoría empezó a hablar de Dios”.

Consideraremos a continuación la situación de los que han caído en la


indiferencia, los llenos de auto-suficiecia, los que han adquirido prejuicios
contra la religión y los completamente desafiantes porque Dios no les
concedió sus exigencias. ¿Puede la experiencia de CODA deciles a todos
estos que todavía pueden encontrar una fe que obra?

Algunas veces le es más difícil a CODA ayudar a los que han perdido la fe o
que la han rechazado, que a los que nunca la tuvieron porque piensan que
han hecho la prueba y no les ha dado resultado. Han recorrido el camino de
la fe sin fe. Como en ambos casos se han decepcionado, llegaron a la
conclusión de que para ellos no hay a donde ir. La diferencia, las fantasías
de la auto-suficiecia, los prejuicios y la oposición de obstinada, son a veces
obstáculos más grandes que los que tiene los ateos militantes. La Religión
asegura que se puede comprobar la existencia de Dios; el agnóstico dice que
no puede comprobarse; y el ateo pretende que se puede comprobar que
Dios no existe. Evidentemente el que se aparta de la fe entre en una gran
confusión. Piensa que para él no hay consuelo en ninguna convicción de fe.
No puede lograr ni siquiera en mínimo grado, la seguridad del creyente, del
agnóstico o del ateo. Es un individuo desorientado.
Muchos codependientes pueden decirle al deosrientado: “También nosotros,
de niños, nos apartamos de nuestra fe. La presunción de la juventud nos
perjudicó. Desde luego nos alegramos de que el hogar y las enseñanzas
religiosas nos proporcionarán ciertos valores. Todavía teníamos la seguridad
de ser honrados, tolerantes y justos y hasta cierto punto ambiciosos y
trabajadores. Creíamos que nos bastarían esas simpoles normas de conducta
y decoro.

“A medida que el codependencia, éxito material, basado en estos atributos


comunes, comenzó a favorecernos, creíamos que ganábamos en el juego de
la vida. Esto nos estimulaba y nos sentíamos felices. ¿Para qué molestarnos
con abstracciones teológicas y deberes religiosos o preocuparnos por la
condición de nuestras almas aquí o en el más allá?. El aquí y el ahora nos
bastaban. El deseo de triunfar nos guiaría. Pero el codependencia empezó a
ganarnos la partida. Finalmente vino la caída y nos dimos cuenta que un
golpe más nos dejaría fuera de combate para siempre. Entonces tuvimos
que buscar nuestra fe perdida. La encontramos en CODA como otros
también lo pueden encontrar”.

Ahora llegamos a otra clase de problema: el hombre o la mujer


intelectualmente auto-suficientes. También a estos, muchos Codependientes
en recuperación pueden decirle: “Sí, nosotros éramos así, demasiado listos
para nuestro propio bien. Nos encantaba que nos llamaran precoces.
Nuestra educación intelectual nos sirvió para inflarnos de orgullo como
globos, aunque procuramos ocultarlo. Secretamente sentíamos que éramos
capaces de flotar por encima de los demás, con el poder de nuestros
cerebros. Los progresos científicos nos hacían creer que no hay nada
imposible para el hombre. La sabiduría era todo poderosa. El intelecto podía
conquistar a la naturaleza. Ya que éramos más brillantes que la mayoría –
así lo pensábamos- , con solo pensarlo ganaríamos la batalla, el dios del
intelecto desplazó al Dios de nuestros padres, pero el diablillo del
codependencia tenía otros planes.

Después de creer que éramos triunfadores, resultaba que estábamos


perdiendo en todo. Nos dimos cuenta de que teníamos que recapacitar o
moriríamos. En CODA encontramos a muchos que alguna vez pensaron
como nosotros. Estos nos ayudaron a darnos cuenta de nuestras realidades.
Con su ejemplo nos demostraron que la humildad y el intelecto pueden ser
compatibles, siempre que se ponga la humildad en primer lugar. Cuando
empezaos a trabajar en esto, recibimos el don de la fe; la fe que obra”.

Otro grupo de CODA dice: “Estábamos hartos de la religión y lo que se


relaciona con ella. Decíamos que la Biblia está llena de disparates. Podíamos
citar capítulo y versículo, pero tergiversábamos su significado. En unas
partes su moral nos parecía exageradamente buena y en otras
exageradamente mala. Pero lo que nos apabullaba era la hipocresía e
intolerancia inseparables de tantos que se tienen por muy creyentes. Nos
encantaba proclamar el hecho de que millones de personas que se
consideraban fieles a Dios se estuvieran matando en su nombre. Esto
significaba que habíamos sustituido una manera de pensar positiva por una
negativa. Después de ingresar a CODA reconocidos que esta manera de
pensar estaba propiciando nuestro egocentrismo. Nos sentíamos superiores
al observar los pecados de las personas religiosas. No podíamos ver nuestros
propios defectos. Habíamos juzgado con desdén a quellos que estaban muy
apagados de su rectitud, sin darnos cuenta de que lo que censurábamos en
nosotros. Nosotros mismos nos creamos una situación, falsa de la que
solamente empezamos a darnos cuenta desde que ingresamos a CODA.
Los psiquiatras han advertido a menudo que el desafío es una actitud
preponderantemente características de más de un codependiente. De tal
manera, nos es extraño que muchos de nosotros hubiéramos desafiado a
Dios mismo. Algunas veces porque no nos concedió los bienes materiales
que le pedimos, tal como lo hace el niño que envía una carta a santa Claus
una lista de regalos imposibles de satisfacer. Las más de las veces, cuando
no salimos bien de un trance difícil, pensamos que Dios nos había
abandonado. La muchacha o muchacho con la que queríamos casarnos tenía
otras ideas; le pedimos a Dios que la o lo hiciera cambiar de opinión, pero el
o ella no cambió. Pedimos hijos sanos y los tuvimos enfermos o no nos lo
concedió. Pedimos éxito en los negocios y no lo obtuvimos. Seres queridos,
de los que dependíamos, nos fueron arrebatados por “actos de Dios”.
Entonces nos volvimos codependenciaadores, y luego le pedimos a Dios que
nos hiciera cambiar. Pero, no nos lo concedió. Esta fue la más cruel
injusticia. Renegamos de la fe.

Cunado encontramos a Codependientes Anónimos se esclareció lo engañoso


de nuestra actitud desafiante. Nunca le habíamos pedido a Dios que se
hiciera su voluntad; por el contrario, siempre le dijimos lo que debía hacer.
Nos dimos cuenta de que no se puede creer en Dios y desafiarlo a la vez. La
fe es confianza y no desafío. En CODA hemos visto los resultados de esta
creencia: hombre y mujeres salvados de la catástrofe final del
codependencia. Los hemos visto enfrentarse en serenidad a situaciones
difíciles, sin eludirlas y sin recriminaciones. Esto no se logra simplemente con
la fe sola, sino con obras, en cualquier circunstancia. Pronto llegamos a la
conclusión de que estábamos dispuestos a pagar lo que fuera por conseguir
la humildad”.
Ahora veamos al individuo lleno de fe que todavía sigue codependenciaando.
Cree que es devoto. Observa escrupulosamente las fórmulas religiosas. Esta
seguro de que cree en Dios, pero sospecha que Dios no cree en el. Hace
promesas y mas promesas. Después de cada una de ellas no solo vuelve a
codependenciaar y manipular, sino que su situación empeora
progresivamente. Valientemente trata de luchar contra el codependencia y la
manipulación con la ayuda de Dios, pero esa ayuda no llega. ¿Qué es lo que
pasa entonces?

Para los eclesiásticos, doctores, y las familias, el codependiente con buenas


intenciones es un enigma desconcertante. Para CODA no lo es. Muchos de
nosotros hemos estado en las mismas circunstancias y hemos encontrado la
solución al enigma. La solución depende de la calidad, más que de la
cantidad de fe. Esto no lo veíamos. Creíamos ser humildes, cuando en
realidad no lo éramos. Creíamos que tomábamos con seriedad la práctica de
nuestra religión cuando en realidad sólo éramos superficiales. O, pansando
al otro extremo, nos estábamos revolcando en un sentimentalismo al que
confundíamos con el sentimiento religioso verdadero. En ambos casos
pedíamos algo a cambio de nada. El hecho es que no habíamos allanado el
camino para que la gracia de Dios llegara a nosotros y nos liberara de
nuestra obsesión. No profundizamos en la raíz de nuestros defectos, ni
reparamos los daños que les causamos a otros, ni habíamos dado, sin
esperar recompensa. Ni siquiera habíamos rezado como es debido. Siempre
dijimos: “Concédeme mis deseos”, en vez de “Hágase Tu Voluntad”. No
entendíamos lo que es el amor de Dios y el amor al prójimo. Por
consiguiente, nos engañábamos a nosotros mismos y no teníamos la
capacidad para recibir la gracia que nos devolviera nuestro sano juicio.

Son muy pocos los codependientes activos que tienen siquiera una idea de
lo irracionales que son, o que si se dan cuenta de ello, pueden enfrentarse al
hecho. Algunos aceptan que se les clasifique como codependenciaadores-
problema, pero no soportan la idea de que son enfermos mentales. Cordura
quiere decir Sano Juicio. Sin embargo, si un codependiente en recuperación,
analiza juiciosamente su conducta destructiva, ya sea que haya destrozado
su familia, trabajo, salud, economía, relaciones de amistad, relaciones de
pareja o sus propias fibras morales, tendrá que reconocer que no obró con
Sano Juicio o Buen Juicio.
En consecuencia, el Segundo Paso es el punto de reunión para todos
nosotros. Agnósticos, ateos o antes creyentes, todos podemos estar unidos
en este paso. La verdadera humildad y la mente libre de prejuicios pueden
conducirnos a la fe; y cada reunión de CODA es una seguridad de que Dios
nos devolverá el jucio, si confiamos en El. ( No es lo mismo creer en Dios
que creerle a Dios)

TERCER PASO:

DECIDIMOS PONER NUESTRAS VOLUNTADES Y NUESTRAS VIDAS


AL CUIDADO DE DIOS, COMO NOSOTROS LO CONCEBIMOS.

Practicar el Tercer Paso es como abrir una puerta cerrada con candado.
Todo lo que se necesita es una llave y la decisión de abrirla. Sólo hay una
llave, y ésta se llama BUENA VOLUNTAD. Cuando nuestra buena voluntad
ha quitado el candado, la puerta se abre casi por si sola; y mirando hacia
adentro, veremos un camino, junto al cual está una inscripción que dice:
“Este es el camino hacia la fe que obra”. En los dos primero Pasos nos
ocupamos en reflexionar. Vimos que éramos impotentes ante el
codependenciaar mi realidad, también percibimos que algunas clases de fe,
así sea solamente en CODA, es posible adquirirla. Estas conclusiones no
requirieron actividad, sino solamente ACEPTACIÓN.
Como todos los Pasos siguientes, el Tercer Paso requiere de acción firme;
porque solamente actuando, podremos liberarnos del egoísmo que siempre
ha impedido la entrada a Dios, - o, si se prefiere, a un Poder Superior-, en
nuestras vidas. Indudablemente que la fe es necesaria; pero con la fe por sí
sola no lograremos nada. Podemos tener fe y mantener a Dios fuera de
nuestras vidas. En consecuencia, nuestro problema es ahora el encontrar
cómo y por qué medios podemos lograr que ÉL entre. El Tercer Paso será
nuestro primer intento para lograrlo. De hecho, la eficacia del programa de
CODA dependerá de la sinceridad y formalidad que hayamos puesto para
llegar a la decisión de “poner nuestras vidas y nuestra voluntad al cuidado
de Dios tal como cada quien lo concibe”.
Para todo principiante mundano y realista, este Paso parece difícil, aún
imposible. A pesar de lo mucho que quiera uno tratar de practicarlo,
¿exactamente cómo se puede lograr poner nuestra vida y nuestra voluntad
al cuidado de Dios, tal como cada quien lo concibe? Afortunadamente, los
que lo hemos ensayado, y con los mismos recelos, podemos atestiguar que
cualquiera puede comenzar a practicarlo. Podemos añadir que un principio,
por más insignificante que sea, es todo lo que se necesita. Una vez que con
la llave de la buena voluntad hemos abierto el candado y entreabierto la
puerta que se cerraba, nos damos cuenta de que siempre podemos abrirla
un poco más. Aunque nuestra obstinación (EGO) nos cierra la puerta como
sucede a menudo, siempre podremos volver a abrirla con la llave de nuestra
buena voluntad.

Pueda ser que todo esto parezca misterioso y remoto, algo así como la
teoría de la relatividad de Einstein, o un problema de física nuclear. No lo es
en lo absoluto. Veamos lo práctico que realmente es. Cada hombre o mujer
que ha ingresado a CODA y que tiene la intención de seguir allí, sin darse
cuenta ha empezado a practicar el Tercer Paso. ¿No es verdad que, en lo
referente a la codependencia, cada una de esas personas ha decidido poner
su vida al cuidado, protección y guía de CODA? Se ha logrado poner buena
voluntad para desarraigar nuestra obstinación y nuestras ideas propias
acerca del problema de la codependencia para subestimarlas por las que
CODA sugiere. Cualquier recién llegado que tiene buena voluntad, siente la
certeza que CODA es el único puerto seguro para el barco – a punto de
hundirse- en que él se ha convertido. Si esto no es entregar nuestra vida y
nuestra voluntad a una Providencia nuevamente hallada, ¿qué es entonces?
Pero supongamos que el instinto del codependiente todavía se subleve y
reflexione: “Si, en lo que respecta al control de mi realidad tengo que
depender de CODA; pero en todo lo demás debo todavía de conservar mi
independencia. No dejaré que nada me convierta en una nulidad. Si sigo
encomendando mi vida y mi voluntad al cuidado de otro “Alguien” ¿qué va a
ser de mi? Voy a aparecerme al agujero de una rosca”. Este es, desde luego,
el razonamiento con el instinto y la lógica trata de reforzar el egocentrismo,
y así frustra el desarrollo espiritual. Lo malo es que con esta manera de
pensar no se toma en cuenta los hechos. Y los hechos parecen ser estos:
Mientras más dispuestos estamos a depender de un Poder Superior, más
independientes somos en realidad. Por consiguiente, la dependencia, como
la práctica de CODA es, realmente, una manera de lograr la verdadera
independencia Espiritual.
Examinaremos por un momento la idea de dependencia en el nivel de la vida
cotidiana. Es asombroso descubrir en este terreno, lo mucho que en realidad
dependnemos y lo inconscientes que de ello estamos. Toda casa moderna
tiene una instalación de alambres que conducen a su interior la electricidad.
Nos sentimos satisfechos de esa dependencia; deseamos, desde luego, que
nada interrumpa el suministro de corriente. Al aceptar así nuestra
dependencia en esa maravilla de la ciencia, nos sentimos en lo personal,
más independientes. No solo somos más independientes, sino que estamos
más cómodos y más seguros. La fuerza fluye por donde se le necesita.
Silenciosa, y con seguridad, la electricidad, esa extraña fuerza que tan pocos
comprenden, satisface nuestras más insignificantes necesidades cotidianas y
también otras más importantes. Allí está el enfermo de poleomelitis, que
vive dentro de un pulmón mecánico, que depende, con entera fuerza, de un
motor que le proporciona respiración y lo mantiene vivo.
Pero en el momento que se pone a discusión nuestra dependencia mental o
emocional, reaccionamos de una manera muy distinta. Reclamamos con
persistencia el derecho a decidir por sí solos, cómo pensar y cómo actuar.
Claro que consideramos los dos lados del problema. Escuchamos
atentamente a quienes nos aconsejan, pero todas las decisiones las
tomamos nosotros. Nadie se va a meter con nuestra independencia
personal. Además, pensamos que no debemos fiarnos de nadie. Estamos
seguros que nuestra inteligencia respaldada con nuestra fuerza de voluntad,
puede bien controlar nuestras vidas interiores y garantizamos el éxito en
este mundo en que vivimos. Esta soberbia filosofía, en la que cada hombre
hace el papel de Dios tiene buen aspecto; ¿qué tan buen resultado da? Una
mirada al espejo debe de ser toda la respuesta que necesite cualquier
codependiente.
Si su propia imagen en el espejo le resulta demasiado abrumadora de
contemplar (y a menudo lo es), puede observar en gentes normales, los
resultados de la confianza desmedida que en sí mismas tienen éstas. Por
todas partes las verá dominadas por la cólera y por el miedo, y a la sociedad
dividida en grupos que pugnen entre sí. Cada grupo dice a los demás:
“Nosotros tenemos la razón, y ustedes están equivocados”. Si uno de estos
grupos tienen la suficiente fuerza se impone a los otros, vanagloriándose de
su rectitud; y por todas partes sucede lo mismo en el terreno del
individualismo. La suma de todo este esfuerzo poderoso es, menos paz y
menos fraternidad que antes. La filosofía basada en la vanagloria de la
propia rectitud, no está dando resultados satisfactorios. Es evidente que
conduce a la ruina.
Por consiguiente, los que somos codependientes, podemos sentirnos
afortunados. Cada uno de nosotros ha librado su propio combate con el
conflicto de la vanagloria de la propia rectitud y ha sufrido bastante en el
encuentro para ya desear encontrar algo mejor.

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