Está en la página 1de 12

Orígenes de la presencia jesuita en Quetzaltenango

En el 50° Aniversario de la Fundación del campus de la URL


2 Febrero 2013. Teatro Municipal. Quetzaltenango

Jesús M. Sariego SJ

Celebramos en este día los cincuenta años de la fundación del campus de


Quetzaltenango de la Universidad Rafael Landívar. Medio siglo de actividades
académicas de investigación y proyección social de los que son testigos la sociedad
quezalteca y la juventud de Los Altos.

Es un aniversario que nos ofrece la oportunidad de rendir un cálido homenaje a los


hombres y mujeres que hicieron posible este proyecto jesuita en el Occidente
guatemalteco. Y en este sentido, quisiera detenerme con Uds. en los orígenes de la
presencia jesuita en la región. Considero que una mirada serena y desapasionada sobre
este pasado, podrá ofrecernos luces para enfrentar el futuro de nuestra identidad desde la
sabiduría que ofrece el pasado.

Como en otras ocasiones he expuesto1, tres épocas definen la presencia de los jesuitas
en el suelo guatemalteco. En la primera, durante los siglos XVII y XVIII, la Compañía de
Jesús estableció un centro educativo (San Lucas) y un internado (S. Francisco de Borja)
en la capital, entonces Antigua Guatemala, y desde ellos irradió enseñanza secundaria y
universitaria filosófica, teológica y jurídica para jóvenes estudiantes provenientes de
Guatemala y Centroamérica. Baste citar entre sus ilustres alumnos al santo Hermano
Pedro de Betancourt, el venerable Bernardino de Ovando, el ilustre escritor Francisco de
Fuentes y Guzmán o el cronista franciscano Francisco de Vázquez.

En esta primera época, nos consta que durante 180 años, más de 350 jesuitas vivieron
y trabajaron en Guatemala y desde allí extendieron sus actividades misioneras a Costa
Rica, Honduras, El Salvador y hasta Nicaragua donde durante un breve tiempo llegaron a
tener dos Colegios.

Aunque no contamos con datos verificados, es muy probable que estos primeros
jesuitas en más de una ocasión tomaran contacto con Quetzaltenango en sus frecuentes
misiones itinerantes por las zonas indígenas, en las visitas en las que acompañaban a
veces al único Obispo de Guatemala, en los frecuentes viajes a la comunidad jesuita de
Oaxaca o al hermano Colegio de Chiapas, región donde, además, el Colegio San Lucas
poseía algunas propiedades rústicas.
1
Vid. SARIEGO, Jesús M. “Evangelizar y educar. Los jesuitas de la Centroamérica colonial”,
Diakonía, 111, Julio-Septiembre 2004, Managua, Págs. 49-69. IBID. Tradición jesuita en
Guatemala. Una aproximación histórica, Instituto de Investigaciones Jurídicas. URL. Guatemala,
2011.
2

Esta primera época concluyó el amanecer del 26 de junio de 1767 cuando el Fiscal
Romana y Herrera intimó a los jesuitas de la Antigua Guatemala la Pragmática Sanción
del rey Carlos III por la que todos los hijos de San Ignacio debían abandonar el territorio
del estado español2. Sorprendidos hasta el desconcierto, pero obedientes, los 14 jesuitas
que componían las dos comunidades de Guatemala, fueron conducidos al Golfo Dulce en
el Atlántico y ahí embarcados en la fragata Thetis hasta La Habana y después al Puerto
de Santa María en Cádiz, desde donde se dirigieron a los Estados Pontificios. En Bolonia
y Ferrara recibieron la triste noticia de la supresión de la Compañía de Jesús en julio de
1773. Ninguno de ellos alcanzó a regresar al suelo patrio, si no son las exequias del
ilustre latinista Rafael Landívar3, uno de los más grandes escritores y poetas que haya
tenido la Compañía de Jesús en América Latina y cuyos restos reposan en el Mausoleo
construido en su honor sobre la Alameda Santa Lucia en la Antigua Guatemala. Así
concluía el primer período de la presencia jesuita en Guatemala4.

La última época de la presencia de los jesuitas en Guatemala, la más conocida de todos


nosotros, la que podríamos llamar contemporánea, data de 1937 cuando el Sr. Nuncio
Mons. Alberto Levame y el Arzobispo Rossell y Arellano consiguieron el retorno de la
Compañía a Guatemala tras superar los obstáculos legales. Los jesuitas entonces
volvieron a hacerse cargo de la Iglesia de La Merced en la capital, abrieron el Liceo Javier
y en 1961 fundaron la Universidad Rafael Landívar. El año 1956, uno de los más valiosos
de este primer grupo de jesuitas guatemaltecos, Luis Manresa Formosa, fue elevado a la
dignidad episcopal y consagrado como Obispo de los Altos. Con él regresó la Compañía
al Occidente guatemalteco y particularmente al mundo de la educación y la juventud. Al
calor de las llamadas entonces Facultades de la Universidad Rafael Landívar en
Quetzaltenango, cuyo primer nombre fue el de Escuela de Estudios Superiores Hermano
Pedro, un primer grupo de jesuitas reinició la andadura apostólica de la Compañía de
Jesús en el sur-occidente de Guatemala. Fueron los PP. Cabané, Basols, Heredia y los
Hermanos Ross e Iñiguez de Heredia.

De entonces hasta hoy cerca de 8.000 alumnos y alumnas se han graduado en este
centro de estudios, muchos proyectos de desarrollo y educación elaborados en nuestros
2
“Expediente actuado por el señor Brigadier don Pedro Salazar, Gobernador y Capitán General del
Reyno de Guathemala y Presidente de su Real Audiencia, sobre la expulsión de los Religiosos de
la Compañía de Jesús y su remisión a España”, Boletín de Archivo General del Gobierno,
Guatemala, Tomo VIII, N° 3, (1943), Págs. 359-367 y N° 4, (1943) Págs. 371-395.

3
PÉREZ ALONSO, Manuel Ignacio. ”El Padre Rafael Landívar", Estudios Centroamericanos ECA,
V. 40, El Salvador, 1950, Págs. 24-32.
4

DÁVILA Y ARRIVILLAGA, José Mariano. Continuación de la historia de la Compañía de Jesús en


Nueva España del P. Francisco Javier Alegre, Tomo II, Imp. Del Colegio de Artes y Oficios, Puebla,
1888-1889.
3

departamentos han salido a la luz para ofrecer alternativas de desarrollo, participación e


inclusión a la región, y, en fin, esta casa de estudios ha logrado hacer presentes para la
juventud del Sur Occidente de Guatemala los grandes valores de la pedagogía ignaciana.
Esta tercera etapa que llega hasta nuestros días, es sin duda, más conocida por todos
nosotros. Por eso no me detendré en ella. Me voy a referir más bien a la segunda época,
la que tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX, de 1842 a 1871, época sin duda en la
que los jesuitas conocieron más a fondo el sur occidente de Guatemala.

Tras los días del exilio y la supresión, los jesuitas habían regresado a la Guatemala ya
independiente en 1842, unidos como capellanes a un nutrido grupo de emigrantes belgas
que, bajo el amparo de ambos gobiernos, deseaban instalarse en el Puerto de Santo
Tomás5. El proyecto de colonización belga fracasó en 1845, pero seis años después, un
nuevo grupo de jesuitas llegó a Guatemala a solicitud del Arzobispo Francisco de Paula
García Peláez para hacerse cargo del Seminario Tridentino de Guatemala donde
estudiaba buena parte del futuro clero de toda Centroamérica.

Estos jesuitas eran parte de los enviados en 1844 a Nueva Granada, hoy Colombia y
que el triunfo liberal del General José Hilario López había obligado al exilio 6. Por un
tiempo deambularon por el Caribe a la búsqueda de un suelo propicio y cuando estaban
en Jamaica fueron invitados a Guatemala por el Arzobispo. Esta pequeña misión de
desterrados, crecería en Guatemala en 1853, con la llegada de los nuevos expulsos de
Ecuador. Esta generación de jesuitas vivió en Guatemala de 1852 a 1871 y llegaron a ser
102, sin duda el grupo más numerosos de jesuitas que nunca haya vivido en nuestro país.
Organizaron tres comunidades en la ciudad capital: la residencia de Belén, en el antiguo
convento belemnita, la Iglesia y convento de la Merced y el Colegio Seminario, hoy
Instituto Nacional Central para Varones, en la 9ª. Avenida, entre la 9ª y 10ª calles, de la
zona 1. A estas tres comunidades se añadirían después las residencias misioneras de
Quetzaltenango y Livingston, ésta última origen de la que sería Misión jesuita de Belize.

El primer contacto de la Compañía con la ciudad de Quetzaltenango y el departamento


de Los Altos del que poseemos datos tuvo lugar en 1852. El P. Pedro García fue
designado para acompañar al Arzobispo García Peláez en su visita pastoral a la zona.
Como el Ilmo. Sr. Arzobispo de Guatemala quisiese hacer la visita pastoral y no se
contentara con administrar el sacramento de la Confirmación, sino que quería se
renovase el espíritu, pidió un misionero y fue señalado el P. Pedro García, sacerdote
español. La visita duró cuatro meses la excursión y puede decirse que fue una misión tan
solo interrumpida con el tránsito de un pueblo a otro. El Padre predicaba mañana y tarde y
5
FABRI, Joseph. Les belges au Guatemala (1840-1845), Academie Royale des Sciences
Coloniales. Clase des Sciences Morales et Politiques, Editions J. Duculot, Bruxelles, 1955.
6

PACHECO, Juan Manuel. “Regreso y nueva expulsión de la Compañía de Jesús”, Revista de la


Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, 9, (1974), Págs. 81-97.
4

empelaba su tiempo en oír confesiones lo restante del día y parte de la noche; le


ayudaban los capellanes y párrocos movidos por su ejemplo. El Prelado quedó muy
satisfecho de esta misión y de los trabajos del Padre quien al final de esta misión escribió
al P. General una carta7 en la que expresaba su sorpresa en este viaje.

En verdad este viaje del P. García constituyó una nueva era en la vida misionera de los
jesuitas en Guatemala: era el primer contacto denso de la Compañía con el mundo maya
y eso produjo en ellos una mezcla de sorpresa y admiración que debemos comprender
teniendo presente que para todos misioneros jesuitas en América Latina el siglo XIX la
experiencia de las reducciones y el trabajo con los guaraníes de sus antepasados era el
modelo pastoral a imitar. En esta ocasión la visita se realizó en Totonicapán,
Huehuetenango y Quetzaltenango y en otras comunidades cercanas en un recorrido que
duró cuatro meses.

Una nueva expedición misionera al Occidente fue organizada a finales de 1853, la que
llegó a Quetzaltenango, Huehuetenango y San Marcos. En esta ocasión participaron cinco
jesuitas provenientes de la ciudad de Guatemala: cuatro sacerdotes y un Hermano.
Habían comenzado su itinerario en San Raimundo; de ahí se dirigieron a San Juan
Sacatepequez, donde entraron en contacto con la cultura cakchiquel. Después se
encaminaron directamente a Quetzaltenango ya entonces la segunda ciudad del país con
más de 30.000 habitantes.

Los jesuitas quedaron doblemente impresionados de este viaje. Por una parte
conocieron la cultura maya quiché del Occidente, su historia de luchas por la autonomía e
independencia; por otra parte la honda religiosidad de la población. Un pueblo culto y con
ansias de libertad al que no era fácil controlar de parte del gobierno central. Como el
propio Presidente Carrera decía, “para conservar a este pueblo en la paz, valían más
cuatro jesuitas, que todos sus cañones y ejército”.

La misión tuvo lugar en toda la ciudad de Quetzaltenango y duró veinte días, El centro
de la misma fue la Iglesia del Espíritu Santo. Niños, jóvenes, y adultos, indígenas mayas y
ladinos se acercaron a los Padres Freire, Fernández Buján, Orbegozo y Posada para
reconciliarse con Dios y recibir los sacramentos.

Otra nueva misión itinerante tendría lugar dos años más tarde, durante cuatro meses del
año 1855. En esta ocasión dos jesuitas, los Padres Segura y Orbegozo acompañaron al
Arzobispo en una larga gira por la zona costera del Occidente. El curato de
Quetzaltenango había quedado vacante ya que el entonces Padre y después Obispo de
León, Nicaragua, Mons. Bernardo Piñol, había sido trasladado a la Iglesia catedral de
Guatemala. Tal vez movido por eso, el Arzobispo vino de este viaje ciertamente convenido

7
PÉREZ, Rafael. La Compañía de Jesús en Colombia y Centroamérica después de su
Restauración. Tomo II. "Desde el restablecimiento de la Compañía de Jesús en Guatemala en 1851
hasta su segunda supresión en Nueva Granada en 1861", Imprenta Castellana, Valladolid, 1897.
Págs. 116-124.
5

de que los jesuitas debían asumir la responsabilidad pastoral del Occidente de


Guatemala, creando para ello el Vicariato de Quetzaltenango y así le escribía al Superior:

…”Es muy urgente la necesidad de aquellos pueblos, los cuales carecen de la


enseñanza tanto en el púlpito, como en la instrucción del catecismo y su
explicación. Creo pues que es bastante el poner en conocimiento de V.R. esta gran
necesidad, para que sea por su parte, y en cuanto cabe en sus atribuciones,
socorrida, aceptando la sagrada Compañía la administración de Quetzaltenango y
logrando así el bien de todas aquellas poblaciones que concurren frecuentemente
a la cabecera buscando los auxilios espirituales8”…

Sin embargo, aunque muchos de los jesuitas sentían atracción por establecer una
Misión en esta región de Guatemala, ya de un modo estable y querían tener una mayor
presencia fuera de la capital en las zonas indígenas, el Superior de la Misión pospuso la
respuesta al Arzobispo mientras hacía las consultas del caso ante al Curia General de la
Compañía en Roma. En el ínterin fue nombrado encargado del curato, el Pbro. Francisco
Apolonio Espinosa, que aceptó con la única condición de que los jesuitas se establecieran
pronto en la ciudad. Pensaba ofrecerles como lugar de residencia el antiguo convento de
los Padres franciscanos entonces abandonado.

La Compañía por su legislación sentía resistencias para asumir un trabajo como el de


las Parroquias, por considerar que le restaría movilidad. Por eso el Superior de la Misión,
sugirió al fin una solución intermedia: abriría una residencia en la que vivirían varios
jesuitas que colaborarían con las tareas pastorales de la ciudad y pueblos cercanos, sin
ser ellos los responsables del Curato. El Arzobispo aceptó la propuesta y el P. Blas decidió
entonces poner en marcha dicha residencia pidiendo que los vecinos colaborasen antes
en tres asuntos: conseguir una casa de vivienda para los jesuitas, asignarles un templo
donde atender a la población y asegurar alguna ayuda para el sustento.

Las dos municipalidades de la ciudad, la de indígenas y la de ladinos, el Sr. Cura, el


Corregidor y Comandante General de Los Altos pusieron manos a la obra y ofrecieron a
los jesuitas el templo de San Nicolás de Tolentino, una casa de habitación contigua y una
asignación mensual.

Hay que subrayar también que en el desarrollo de estas gestiones tuvo su influjo el que
la Compañía contara ya entre sus filas con un joven jesuita quezalteco, Pantaleón
González, y el que su familia y especialmente su padre, Don Isidoro González colaborara
no poco con la venida de los jesuitas.

Ante la eficiencia y rapidez de los vecinos, el P. Superior de la Misión decidió emprender


el viaje a Quetzaltenango, junto con el P. San Román, entonces Rector del Colegio
Seminario de la capital, el 23 de Marzo de 1857, llevando consigo para quedarse en la

8
PÉREZ, Rafael. La Compañía de Jesús en Colombia y Centroamérica… Tomo II. Pág. 177.
6

ciudad a los Padres Eladio Orbegozo, Raimundo Posada y al Hermano Salazar, los tres
colombianos.

Aquel fue un viaje histórico que repiten las crónicas jesuitas. Guatemala, Zumpango, El
Tejar, Chimaltenango, Patzicía, Patzún, Panajachel, Santa Catarina y Quetzaltenango,
donde fueron recibidos por un grandioso séquito presidido por el gobernador indígena y el
P. Francisco Espinosa. Aunque se había hablado antes de la Iglesia de San Antonio,
finalmente se les concedió la Iglesia de San Nicolás. Los jesuitas se acomodaron en una
casa organizada con los terrenos adquiridos por D. Isidoro González y Don Manuel
Fuentes, vecinos cercanos a los jesuitas y que donaron dichos terrenos que abarcaban la
actual calle Rodolfo Robles y de la 12 a la 14 Avenidas de la zona 3, incluyendo el Estadio
Mario Camposeco y el Gimnasio quezalteco donde años más tarde se crearía el Instituto
San José de Calasanz. Con el apoyo del gobernador Pacheco y otros benefactores, los
jesuitas se acomodaron definitivamente en el lugar el 21 de junio de 1857 con toda
solemnidad.

Como era tiempo cercano a la Semana Santa, los Padres se ocuparon de la atención
religiosa de la ciudad: sermones, misiones, confesionario, procesiones y Vía Crucis.
También colaboraron con las parroquias cercanas de San Juan Ostuncalco y Zunil y
visitaron el cuartel y la cárcel de la ciudad.

Concluida la Semana Santa, se dedicaron al trabajo con los niños y jóvenes. Más de
200 niños indígenas asistían a las sesiones de catequesis todos los miércoles; los ladinos
que llegaban a 800 lo hacían los jueves. Para reunir a los adultos, los jesuitas fundaron la
Congregación del Sagrado Corazón de Jesús para los varones y la Asociación de las
Hijas de María para las Señoras, ambas muy concurridas. Aunque, tal vez, el mayor éxito
lo consiguieron las tandas de Ejercicios Espirituales de San Ignacio de ocho días dirigidas
a los varones y que se realizaban en la casa cural. Era una actividad apostólica y
misionera que crecía de día en día y que debió ser interrumpida únicamente con la
llegada a la zona de la epidemia del cólera contraído por las tropas guatemaltecas que
regresaban victoriosas de Nicaragua tras la guerra contra Walker y los filibusteros.

En 1858 los Padres de la residencia de San Nicolás organizaron una misión en los
pueblos cercanos a Quetzaltenango, llegando incluso a Almolonga, Santa María,
Retalhuleu y Cuyotenango. Para ello solicitaron la ayuda de algunos compañeros venidos
de la capital. Sin duda el P. Ramón Posada era el que más éxito tenía entre los misioneros
jesuitas, porque había logrado avanzar en el estudio del idioma y predicar con bastante
fluidez en la lengua quiché desde agosto de 1858. Dos años después, las misiones se
extendieron al Departamento de Totonicapán, donde los jesuitas acompañaban en su
visita canónica al Arzobispo García Peláez, muy cerca de donde actualmente trabajan sus
hermanos.

Ya al llegar los años 60 la Compañía de Jesús era ampliamente conocida en la región


de los Altos y en la costa. Un nutrido grupo de vecinos de la ciudad pidió por ello que se
abriera un Colegio jesuita para educar a sus hijos. Incluso en 1862, para poder atender a
7

tantos feligreses que acudían al culto en el templo de S. Nicolás, los jesuitas se vieron
obligados a ampliarlo, construyendo un amplio crucero, obra que fue inaugurada en
Octubre de 1863.

Además, los jóvenes quezaltecos demandaban una especial atención de parte de los
jesuitas. Ya en 1860 un grupo de profesores, encabezados por el Pbro. Francisco
Espinosa, había solicitado al P. Orbegozo, hacerse cargo de una cátedra de latinidad en
Quetzaltenango para poder formar así a la juventud en virtud y letras 9. Más tarde, en 1868
los jesuitas fundaron una nueva congregación en la Iglesia de San Nicolás, dedicada
específicamente a los jóvenes. Al fin en 1869 el P. San Román, nuevo superior de la
Misión, decidió llevar a cabo lo que tantas veces habían solicitado los vecinos de la ciudad
desde el tiempo de Carrera cuando se abrió una suscripción en favor de este proyecto:
crear un colegio jesuita en Quetzaltenango, ciudad donde apenas existían algunos
centros que impartían la segunda enseñanza.

El P. Alejandro Cáceres hizo el primer plano de un nuevo centro de estudios, de manera


que pudiese albergar las aulas suficientes para alumnos externos. Pero las obras se
retrasaban y por eso el mismo P. San Román viajó en persona desde Guatemala en
marzo de 1869. Ya en Quetzaltenango se encargó de difundir por la zona el plan de
estudios de este nuevo Colegio cuya construcción contó pronto con la colaboración de no
pocas familias del lugar. Pronto estuvieron listas las dos primeras aulas y las clases
fueron inauguradas el día de San José con un hermosos discurso inaugural pronunciado
por el P. Luis Javier España 10. El Colegio san José estaba ubicado en el lugar donde hoy
se halla el Instituto Nacional de Varones de Occidente (INVO), curiosamente no lejos de la
sede actual de la Universidad Landívar en la ciudad.

El P. San Román quedó impedido para continuar su viaje de regreso a Guatemala,


debido a una enfermedad no grave contraída en su vista. Esto permitió prolongar su
estadía en la ciudad más tiempo del previsto en 1869 y dirigir personalmente las obras
materiales, la planificación de las actividades académicas del Colegio 11 y la puesta en
marcha de la finca anexa de San José.

La Compañía miraba con especial interés la apertura de un Colegio en Quetzaltenango.


Desde los días del Superiorato del P. Hernáez12, consideraban que su presencia en la
única obra educativa que atendían en Guatemala, - el Colegio-Seminario de la capital, -
dependería siempre de la benevolencia de Arzobispos futuros y que además, el campo
9
AHPCast. Carta del P. Hernáez al P. Blas. 5 Nov. 1860. Estante 2, Caja 70. Correspondencia de
los Superiores.

10
ESPAÑA, Luis J. Discurso pronunciado en la inauguración del Colegio se San José de
Quetzaltenango dirigido por los PP. de la Compañía de Jesús por su Prefecto de Estudios,
Quetzaltenango Abril 18 de 1969. Imprenta de la Paz. Guatemala 1869.
11
8

educativo allá se concentraba casi únicamente en la atención a jóvenes candidatos al


sacerdocio de toda Centroamérica. Los jesuitas, queriendo tener una mayor incidencia en
el cambio social, se sentían más atraídos por formar a los jóvenes laicos y en ese sentido,
el colegio de Quetzaltenango ofrecía más posibilidades en un lugar donde había pocas
alternativas educativas y un gran interés por la pedagogía ignaciana de parte de los
padres de familia. El mismo Presidente Cerna había mostrado un gran interés por la
apertura de Colegios de la Compañía en Quetzaltenango y posteriormente en Chiquimula.
Como explicaba el P. Luis España durante su lección inaugural del curso, la población
cercana a la Compañía en Quetzaltenango era gente cuyos intereses científicos,
culturales y religiosos entroncaban con las inquietudes y contendido de la pedagogía
ignaciana.

Por todo esto, el P. San Román apostó por el Colegio San José de Quetzaltenango.
Conscientemente decidió adoptar el plan de estudios clásico de la Compañía formulado
en la Ratio Studiorum, comenzando el primer año con la clase de ínfima13. Destinó a esta
empresa apostólica a cuatro sacerdotes jesuitas de los mejor preparados (Cáceres,
España, Pavón y Torres), además de cuatro jóvenes estudiantes jesuitas, dos de ellos
guatemaltecos, y tres Hermanos coadjutores. Es más, el Colegio San José de
Quetzaltenango en su diseño pedagógico y en su organización administrativa fue el
primero y modelo de los otros tres que fundaría la Compañía de Jesús en Centroamérica
en el siglo XIX: el de León, Nicaragua (1873), Cartago en Costa Rica (1977) y Matagalpa
en Nicaragua (1880)14.

De estos prominentes jesuitas que trabajaron en el Colegio San José de


Quetzaltenango, valdrá la pena recordar a dos de ellos, ambos guatemaltecos y quienes,
sin duda, tuvieron un mayor influjo en la organización del Colegio.

El primero de ellos, el P. Alejandro Cáceres, era oriundo, como sus otros tres hermanos
también jesuitas, de Retalhuleu. Era un hombre polifacético, con capacidades tanto para
las ciencias exactas como para la literatura, la predicación y el trabajo pastoral. Su vida
nos recuerda la de aquellos insignes misioneros de las reducciones guaraníes. Después
de su trabajo en Guatemala, fue nombrado superior de la residencia de Matagalpa, en
12
GÓMEZ DÍEZ, Francisco Javier. “Guatemala en el proyecto misionero de la Compañía de Jesús
1845-1871” en Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, LXXV, (2000), Págs.
95-138, Guatemala. Pág. 116.

13
Instrucción para las personas que quieran poner algún niño en las clases del Colegio de San José
de Quetzaltenango dirigido por los PP. de la Compañía de Jesús. Quetzaltenango. 1969.

14
GÓMEZ DÍEZ, Francisco Javier. “Conflictos e intereses en torno a los Colegios jesuitas en la
América Hispánica Meridional durante el siglo XIX”, en ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE
AMERICANISTAS. Historia de la Educación en América. Simposio Internacional. Sigüenza, 2003,
Madrid 2007, Págs. 171-183.
9

Nicaragua. Allá hizo el diseño y dirigió la construcción de la Iglesia de San Pedro, hoy
catedral de Matagalpa15. Fue especialmente capaz para el trabajo pastoral con los
indígenas de las cañadas de Matagalpa en el conflicto provocado con la instalación del
telégrafo que enfrentó a la población con el gobierno y del que los jesuitas salieron
injustamente condenados a la expulsión de Nicaragua16. Trabajaba siempre con los
indígenas y se preocupó por enseñarles a fabricar tejas, levantar paredes y utilizar los
materiales de fábrica para la construcción. Tras la expulsión de Nicaragua, la segunda
para él, vivió en el Ecuador y murió en Riobamba en 1882.

El otro, el P, Luis Javier España, había nacido en Zacapa. Ingresó al Noviciado que
funcionaba en la Residencia de Belén en la ciudad de Guatemala. Fue destinado en 1865
como prefecto del Colegio San José de Quetzaltenango. Tras al expulsión fue nombrado
Vice Rector del Colegio de Cartago en Costa Rica, hasta que de nuevo expulsado de
Costa Rica, fue trasladado al Colegio y Residencia de Bogotá.

En fin, a finales de los años 60 el éxito parecía acompañar los trabajos de los jesuitas
en toda Guatemala, tanto en la capital como en Quetzaltenango y Livingston. El Arzobispo
hasta pretendió incluso que la Compañía de Jesús se hiciese cargo de la atención
pastoral de la región del Petén y especialmente de la población lacandona. Sin embargo
el ambiente político ya no era el mismo y la inestabilidad parecía crecer tanto a nivel
social como eclesial. En Abril de 1865 falleció el General Carrera, auxiliado en su lecho de
muerte, por cierto, por un jesuita, el P. Telésforo Paúl, el mismo que acompañó en los
últimos momentos al Arzobispo García Peláez dos años después. Ese mismo año tenía
lugar la revuelta encabezada por el General Serapio Cruz contra el Presidente Mariscal
Cerna, que, por cierto, acudió en Noviembre a la famosa hacienda de Las Nubes,
perteneciente al Colegio Seminario, para agradecer a los jesuitas su esfuerzo pacificador
en medio de la crisis.

Para enero de 1870 la situación era aún peor. Serapio Cruz se levantaba de nuevo, esta
vez asociado con el General Rufino Barrios, y desde San Marcos se dirigían a la capital
descontentos con los resultados de las elecciones de 1869 que frente al candidato de los
liberales, el General Miguel García Granados, había dado la victoria al Presidente Vicente
Cerna, que se disponía para un nuevo período de gobierno.

Para la comunidad jesuita de Quetzaltenango, a las calamidades externas se unieron


las internas. Una epidemia de fiebre escarlatina en el verano aconsejó a muchos padres
de familia a retirar a sus hijos del Colegio San José. Y las lluvias y derrumbes del Cerro
Quemado en el tiempo de invierno arrasaron con no pocos barrios de Quetzaltenango. Un

15
KÜHL, Eddy. Matagalpa histórica. Publicaciones & Ediciones Eddy Kühl Aráuz, Managua, 2002.

16
SALVATIERRA, Sofonías. “La expulsión de los jesuitas”, Revista de la Academia de Geografía e
Historia de Nicaragua, 8, (1946), Págs. 28-41.
10

año después, en junio, el ejército de los liberales al mando del General García Granados
tomaba la capital de Los Altos. Una vez en el poder, el General Brarrios exigió a la
Municipalidad sumarse al Acta de Patzicía y al gobierno revolucionario recientemente
instaurado.

En medio del desorden en que se hallaba todo, producido por la entrada de las tropas
liberales en la ciudad, un pelotón de soldados ingresó en la noche en el Colegio de los
jesuitas y después de insultar a los sacerdotes, allanó la casa para registrarla, golpeando
y exigiendo al P. España una fuerte suma de dinero. El P. España denunció el hecho al
General Barrios que mostró su aparente desacuerdo con los desmanes de su ejército
incontrolado.

Un mes más tarde, el 1 de Agosto de 1871, el ejército liberal tomaba posición plena de
la ciudad y región de Los Altos. Aparentemente todo parecía tranquilo para los jesuitas de
San Nicolás y del Colegio San José que preparaban precisamente esos días con sus
alumnos una Academia Literaria en honor de San Juan Berchmans, a la que curiosamente
estaba invitado el General Barrios. Pero el 12 de Agosto, Barrios dispuso reunir en una
evidente encerrona a todos los miembros de la Municipalidad y les presentó un Acta
decretando la expulsión de los jesuitas de Quetzaltenango. Aunque hubo bastantes
miembros de la Municipalidad que se oponían al decreto, a las nueve de la noche, fue
llamado al Ayuntamiento el Superior de la comunidad, el P. Ramón Posada, al que se le
comunicó la orden de abandonar con sus 13 compañeros antes de las tres de la
madrugada (sólo seis horas después), incluyendo el P. Rufino Castillo que en ese
momento se hallaba seriamente enfermo y el que al fin fue auxiliado en el camino por el
párroco de Salcajá.

A la hora indicada, en carruajes destinados para ellos, salieron los religiosos bien
escoltados, salvo el P. Cáceres que se hallaba en la finca El Patrocinio y salió de
Retalhuleu para unirse con sus hermanos. Era un sábado; el domingo en la mañana los
feligreses que acudían asiduos como siempre a la misa en San Nicolás, descubrieron la
triste noticia, lo que produjo protestas y resistencia en ellos que acudieron a expresar su
malestar a las puertas de la Municipalidad. Algo parecido de lo que ocurriría más tarde en
Mazatenango, Jutiapa, Santa Rosa y Guatemala, donde, según el P. Pérez, los amigos de
los jesuitas llegaron a recoger 25.000 firmas17 para evitar la expulsión.

Mientras, los expulsados seguían su camino hacia Guatemala siempre conducidos por
una escolta militar. El P. España y un joven seminarista jesuita, aprovechando el descuido
de los soldados, lograron separarse del grupo para poder llegar a Guatemala y avisar a
sus compañeros de la situación, pensando en el desconcierto que los jesuitas de
Quetzaltenango serían conducidos al Puerto de San José para su expulsión definitiva.
Uno de los Padres salió a caballo para encontrar al grupo desde La Merced y después de
hallarlos, al regresar a Guatemala para avisar al resto, encontró a una legua de la ciudad

17
“Carta de uno de los Padres desterrados de Guatemala. Cartas de Poyanne. Nº 1. 12 Julio de
1874, Págs. 60-62. Imprenta del Colegio 1878.
11

al Ilmo. Sr. Obispo Ortiz con otras muchas personas amigas de la Compañía esperando
en carruajes y a pié la entrada de los desterrados para acompañarlos18.

Pero los planes eran otros. Los expulsos de Occidente entraron en la ciudad de
Guatemala el 18 de Agosto de 1881, ya tarde, para evitar alborotos de los sectores
inconformes de la población que era afecta a los jesuitas. Eran las doce de la noche
cuando llegaron a La Merced. El Presidente provisional García Granados parecía
distanciarse de las decisiones de Barrios, al afirmar que eran arbitrariedades de Rufino
Barrios. De hecho el Superior, P. San Román presentó una protesta al “Ciudadano
Presiente”, la que, pese a las promesas, nunca tuvo respuesta19. Al contrario, ante el
levantamiento que se produjo porque la persecución se extendía a otros sectores de la
Iglesia, el Presidente García Granados y las Juntas Patrióticas buscaron cómo algunos
sectores de la ciudad apoyaran la medida. De hecho a la expulsión se sumaría más tarde
obligado el propio Arzobispo Mons. Bernardo Piñol y diez conventos de religiosas. En
realidad la decisión ya había sido tomada y el 2 de septiembre. El Presidente se la
comunicó oficialmente al P. San Román, superior de la Misión.

El día 4, un nutrido gruido de 76 jesuitas partió rumbo al Puerto San José, escoltado por
un pelotón militar comandado por el Coronel Aceituno y el Comandante Rendón. Tras una
noche en Escuintla, los desterrados llegaron a media tarde a San José y fueron alojados
bajo control en la Aduana y Hotel del puerto durante cinco días en espera de un
transporte, hasta que al fin el Capitán del vapor americano Salvador aceptó recibir a los
jesuitas a bordo, donde, por cierto, encontraron al exilado Presidente Cerna que venía a
recoger a su propia familia.

El P. Superior, Francisco San Román20 consideraba con cierta ingenuidad que la


expulsión sería temporal y por eso no era oportuno alejarse demasiado del litoral
guatemalteco. Por eso los expulsos intentaron desembarcar sin éxito en los puertos
salvadoreños de Acajutla y la Libertad, como también en la isla hondureña de Amapala en
el Golfo de Fonseca. Al fin, los proscritos, maltrechos y muchos de ellos enfermos,

18

ARSI. Centroamérica, 10001, XII, 1. CÁCERES, Alejandro SJ. Historia de la expulsión de los PP.
de la Compañía de Jesús de Guatemala en setiembre de 1871.

19
“República de Guatemala. Expulsión de Quetzaltenango y de la Capital”, Cartas de Poyanne. Nº
1. 12 Julio de 1874, Págs. 57-59.

20
ECHÁNIZ, Ignacio. “Expulsado de siete países: Francisco Javier de San Román (1811-1886)”, en
Pasión y Gloria. La historia de la Compañía de Jesús en sus protagonistas. Tomo II, Mensajero,
Bilbao, 200, Págs. 200-210.
12

llegaron al puerto nicaragüense de Corinto, cerca de León. Paradójicamente era el día 15


de septiembre de 1871, fiesta de la Independencia en toda Centroamérica21.

Así concluían treinta años de vida jesuita en Guatemala, trece de ellos en


Quetzaltenango. Años duros, llenos de dificultades para este grupo de intrépidos
misioneros a quienes no asustaban las persecuciones ni el rechazo de un modelo político,
- el liberal, - que en los inicios de su formulación en Centroamérica veía a la fe cristiana y
a la Iglesia como enemigos del progreso, el desarrollo y la cultura. Y a la Compañía de
Jesús como estandarte de una cultura anclada en el Antiguo régimen, por su felicidad y
obediencia a la autoridad de Roma. Una posición, sin duda cargada de la inmadurez, el
dogmatismo y la falta de inserción en la realidad centroamericana, elementos tan propios
del primer liberalismo en la región 22. Serían necesarios aún años para que de una parte el
pensamiento liberal madurara al contacto con la realidad de nuestros países y a la vez la
Iglesia decidiera romper con los privilegios del modelo de cristiandad que había heredado
del pensamiento de la restauración europea23.

Concluyo. Me parece que son muchas las lecciones que nos trasmite esta interesante
etapa de la historia de los jesuitas en el Occidente guatemalteco a quienes cincuenta
años después seguimos apostando, como ellos, apostamos por los principios ignacianos
en la vida apostólica y educativa. Pienso en el amor a esta tierra con su historia propia y
sus diferencias con el resto del país. Pienso en la pasión firme por anunciar la fe a todos
los hombres y mujeres de cualquier cultura; también en su interés y respeto hacia la
cultura maya, la apuesta por una educación que cree en la libertad humana y concede la
primacía a los valores, y en fin el conocimiento atento de las necesidades reales de las
comunidades del Occidente que con tanto afán recorrieron y misionaron aquellos
incansables jesuitas.

Al celebrar los cincuenta años de la fundación del campus landivariano en


Quetzaltenango, quede en nuestras mentes y corazones esta honrada memoria del
pasado mientras rendimos un justo homenaje a nuestros fundadores y antepasados.

21
MILLER, Hubert J. The expulsion of the Jesuits from Guatemala in 1871", Catholic Historical
Review, 59, N° 4, January 1969.

22
WILLIAMS, Mary Willhemine. ”The Eclesiastical Policy of Francisco Morazán and the Other
Central American liberals”, The Hispanic American Historical Review, Vol. III, N° 2, May 1920, Págs.
121-143.

23
MILLER, Hubert J. La Iglesia y el Estado en tiempo de Justo Rufino Barrios, Universidad San
Carlos de Guatemala, Editorial Universitaria, Guatemala, 1976.

También podría gustarte