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César Delgado-Guembes

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La responsabilidad política del

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Presidente de la República
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Indemnidad temporal, vacancia y
acusación constitucional
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Prólogo de Víctor García Toma


Presentación de Carlos Hakansson Nieto
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LIMA, 2022
La responsabilidad política del Presidente de la República
Indemnidad temporal, vacancia y acusación constitucional

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© César Delgado-Guembes

Le CIA
Yachay Legal - Primera edición impresa, junio de 2022
ISBN: ............
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú

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N.° 2022-04374
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©2022: Corporación Yachay SAC
Para su sello editorial YACHAY LEGAL
Calle Andalucía 119 - Of. 302, Pueblo Libre - Lima 15084 – Perú
Telf. (+51) 963 576 341 | info@yachaylegal.com
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Impreso en junio de 2022: Multigrafik SAC


Calle s/n Mz. 54 Lote 25 A.H. Huáscar (Grupo 06 Sector A)
San Juan de Lurigancho, Lima-Perú.
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Diseño de portada y diagramación


Kemberson Domínguez Herrera
Tiraje: 1000 ejemplares
Impreso en el Perú – Printed in Peru
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Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o


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parcial de esta obra, bajo ninguna forma o medio, electrónico o impreso,


incluyendo fotocopiado, grabado o almacenado en algún sistema
informático, sin el consentimiento por escrito de los titulares del Copyright.

www.YACHAYLEGAL.com
Las generaciones se suceden unas a otras.
En el proceso los que se fueron, y se van yendo,
transmiten a quienes llegan,

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observaciones y ricas experiencias.
La mía recibió las que conmigo compartieron

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Luis Chacón Saavedra y Delfín Sotelo Mejía,
quienes tomaron las que a su vez les dejaron
Ricardo R. Ríos, e Ismael Echegaray Correa.

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Quiero dedicar simbólicamente este ensayo
a amigos y colegas que empezamos a servir
en el parlamento peruano en la década de los 80s,
a Javier Ángeles Illmann, a Hugo Rovira Zagal, y a José Elice,
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y en su nombre a todos con quienes honesta y abnegadamente


servimos con nuestra dedicación, pasión y afecto casi 40 años al Perú.
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Toca ahora a quienes nos sucedan mejorar


lo que dejamos y entregamos desde nuestras respectivas
y personales maneras de ser y de sentir el parlamento nacional.
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Quedó pendiente el reconocimiento de una auténtica carrera profesional


y la verdadera institucionalización del Servicio Parlamentario Peruano.
¡Buena fortuna!
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Contenido

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Presentación
Cuando abrimos la caja de Pandora.......................................................................9

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Carlos Hakansson Nieto
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Prólogo ........ .........................................................................................................15
Víctor García Toma
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Introducción .......................................................................................................39

Capítulo I
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La relevancia contextual de la cuestión de la vacancia


por permanente incapacidad moral.....................................................................47

Capítulo II
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La responsabilidad política del Presidente de la República


y el control de la ética pública por el parlamento.............................................65
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Capítulo III
Naturaleza y alcances de la indemnidad presidencial.......................................71
1. La responsabilidad subrogatoria del gabinete...........................................74
2. La responsabilidad presidencial directa y excepcional............................76

Capítulo IV
Las excepciones material y temporal de indemnidad
por acusación constitucional................................................................................81
1. Suspensión o conclusión del mandato presidencial
por las causales de los Artículos 117, dentro de un proceso
de acusación constitucional.........................................................................84

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César Delgado-Guembes

2. Las responsabilidades exigibles por acusación constitucional


luego de la conclusión del mandato presidencial......................................92
2.1 El bien y los valores constitucionalmente protegidos
con el plazo..............................................................................................94
2.2 La naturaleza del plazo del antejuicio............................................... 123
2.3 La naturaleza del plazo del juicio político........................................ 132
2.4 Los efectos de la extinción del plazo en el antejuicio político...... 138
2.5 Efectos de la extinción del plazo respecto del juicio político........ 148

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Capítulo V

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La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial............... 151

Capítulo VI

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La destitución por incapacidad moral.............................................................. 171
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1 Entre el escepticismo y el dogmatismo................................................... 171
2. La competencia del Congreso como órgano de monitoreo
de la ética constitucional........................................................................... 177
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3. La finalidad política de la remoción por causal moral.......................... 182


4. La funcionalidad constitucional de los criterios para definir
la incapacidad moral.................................................................................. 189
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5. Los parámetros de ética constitucional para la decisión del


licenciamiento............................................................................................. 211
5.1 La excepcionalidad de su uso............................................................. 220
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5.2 La evidencia y certeza disponible..................................................... 220


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5.3 La magnitud, intensidad y gravedad de la incapacidad.................. 222


5.4 El carácter permanente....................................................................... 223
5.5 La idoneidad y eficiencia de la medida............................................ 225
5.6 La necesidad inaplazable.................................................................... 227
5.7. La adecuada proporción entre las faltas y la remoción................. 227
5.8 La importancia política y constitucional del desempeño
presidencial.......................................................................................... 229
6. El procedimiento para la vacancia........................................................... 232

Capítulo VII
La vacancia por incapacidad moral revisada (Temas de lege ferenda)........ 257

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Presentación
Cuando abrimos la caja de Pandora

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Carlos Hakansson
Doctor en Derecho (Universidad de Navarra),
Profesor Ordinario principal (Universidad de Piura),
Titular de la Cátedra Jean Monnet (Comisión Europea)

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ay EN
E l impeachment nace en el Reino Unido durante el siglo XIV, como un medio
de protección o blindaje al Rey ante las falsas acusaciones judiciales que
puedan producirse en la dinámica política. El clásico principio The King can
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do not wrong trajo, como una de sus consecuencias, la necesidad de un proce-


dimiento que permita filtrar políticamente cualquier intento de atentar contra
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la institucionalidad de la Corona. Con el tiempo, se convirtió en un beneficio


a los miembros del Parlamento y, gracias al derecho comparado, también fue
extendido a determinados altos funcionarios como observamos en el derecho
constitucional comparado.
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Con el paso del tiempo, bajo el reinado de Eduardo IV, el impeachment


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devino en desuso hasta el ascenso de la Dinastía Tudor cuando quedó supri-


mido. Muchos años más tarde, el Rey Jacobo I (Estuardo), conocido por su
firme decisión a instaurar el estatismo propio de las monarquías absolutas en
Europa continental, dio inició a la etapa denominada The King in Parliament,
que suscitó la defensa de los miembros de la oposición sobre lo riesgoso que
resultaría para las libertades que los reyes puedan juzgar a cualquier ministro
en calidad de juez y parte del proceso, dando lugar al progresivo tránsito hacia
una monarquía parlamentaria (1782) con la aparición del vote of no confidence,
más conocido entre nosotros como la moción de censura.
La monarquía parlamentaria desplazó el ejercicio del impeachment, pero
a fines del Siglo XVIII fue recogida por los representantes ante la Convención
Americana (Founding Fathers), ocupada de la redacción de la Constitución

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Carlos Hakansson Nieto

Federal de 1787. Una institución invocada cuatro veces en su historia republi-


cana. Los presidentes Andrew Johnson (siglo XIX), Richard Nixon, Bill Clinton
(siglo XX) y el mismo Donald Trump (siglo XXI) atravesaron por sendos pro-
cesos de impeachment, pero ninguno alcanzó su aprobación por el Senado. En
el Derecho peruano, el deseo constituyente para importar una institución de
responsabilidad política al presidente de la República no fue un simple “corte
y pega” del modelo estadounidense, pues el Tribunal Constitucional peruano
ha distinguido dos procedimientos de acusación con diferentes alcances: el
antejuicio y el juicio político.

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La Carta de 1993 dispone sobre la acusación constitucional que co-

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rresponde a la Comisión Permanente acusar ante el pleno del Congreso: al
Presidente de la República, los congresistas, ministros de Estado, magistrados
del Tribunal Constitucional, los miembros de la Junta Nacional de Justicia,
vocales de la Corte Suprema, fiscales supremos, defensor del pueblo y el Con-

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tralor General de la República por infracción de la Constitución y todo delito
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que cometan en el ejercicio de sus funciones y hasta cinco años después del
cese (artículo 99 CP). Se trata entonces de una garantía constitucional para
un selecto conjunto de altos funcionarios, que gozan del derecho a no ser
procesados penalmente por la justicia ordinaria, si antes no son sometidos a
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un procedimiento regulado ante el Congreso de la República y con la finalidad


de descubrir la veracidad de acusación y los tipos penales comprometidos.
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Comenzamos con el antejuicio, una prerrogativa o blindaje que gozan


determinados funcionarios que está regulada en el Reglamento del Congreso
(artículo 89 RC). Tiene la finalidad que no puedan ser procesados por presuntos
delitos en el ejercicio de sus funciones, sin antes transitar por un procedimiento
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de acusación constitucional. La labor o práctica parlamentaria se asemeja al


trabajo de investigación que realiza el fiscal, pero no a labor que cumple una
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judicatura, pues, la facultad de sancionar los delitos es una competencia judi-


cial con sentencia firme. Una vez culminada la investigación y descubrirse la
existencia de elementos que configuren la comisión de un delito, la Comisión
Permanente actúa como entidad acusadora y será la mayoría del pleno que
podrá dejar sin efecto el ejercicio funcional del cargo, suspenderlo, inhabili-
tarlo, destituirlo y ponerlo a disposición de la administración de justicia, sin
la participación de los miembros de la Comisión acusadora.
Con relación al juicio político, cabe decir que la función congresal no
se limita a los casos que exista una sentencia condenatoria del juez ordinario,
sino cuando se configuran responsabilidades de naturaleza política, incluso
cuando sea inexistente la comisión de un presunto delito (artículo 100 CP).

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Presentación

En ese sentido, si bien la función punitiva es privativa de los jueces, el Con-


greso conserva su función sancionadora. La razón se explica por la finalidad
que posee la separación de poderes, obrando como una garantía para que la
valoración política no corra a cargo de la judicatura. De esta manera, el jui-
cio político carece de naturaleza penal, no tiene la finalidad de castigar sino
separar al funcionario del ejercicio del cargo público, como tampoco juzga
sino previene que su continuidad resulta inconveniente por verse afectada la
confianza (Exp. N‫ﹾ‬. 0006-2003-AI/TC (FJ. 3-20).
El libro que presentamos, La responsabilidad política del Presidente de la

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República. Indemnidad temporal, vacancia y acusación constitucional, de César

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Delgado-Guembes aborda con rigurosidad la naturaleza, procedimiento y pro-
blemática que contiene un conjunto de instituciones constitucionales que sólo
se manifiestan en un estado terminal para las relaciones ejecutivo-legislativo,
sólo comparables con la decisión presidencial para decretar una disolución

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parlamentaria, cumplidas las condiciones previstas en la Constitución (ar-
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tículo 134 CP). Los temas sobre la naturaleza y alcances de la indemnidad
presidencial por acusación constitucional, sus excepciones tanto materiales
como temporales, el análisis sobre las causales de suspensión, la reciente y
polémica discusión sobre el contenido de la vacancia presidencial por inca-
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pacidad moral permanente, forman parte de un trabajo de actualidad para los


tiempos recios que corren.
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A la larga como productiva trayectoria académica del Profesor Del-


gado-Guembes, se suma su vasta experiencia en el Servicio Parlamentario
cumpliendo múltiples responsabilidades desempeñadas en continuidad hasta
hace poco tiempo; de todas ellas, destaco su nombramiento como Sub Oficial
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Mayor de la Cámara de Diputados y del Congreso hasta el 5 de abril de 1992,


fecha del cierre arbitrario del recinto parlamentario; hecho anterior al último
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golpe de Estado cometido el pasado 30 de septiembre de 2019. Por eso, la


redacción de la obra corre a cargo de uno de los pocos juristas peruanos que
dominan no sólo la teoría y la práctica constitucional sino también la tragedia.
El libro que presentamos se publica en momentos de palpable debilita-
miento del Congreso de la República. El primer signo de este diagnóstico es
la posibilidad de una constante mutación de las bancadas producto del trans-
fuguismo, pero camuflada de objeción de conciencia que desconoce la vital
relación inversa de toda Asamblea Nacional: “a mayor representatividad, menor
gobernabilidad” (Exp. N‫ﹾ‬0006-2017-TC/PI). La no reelección inmediata de
parlamentarios fue otro cambio, promoviendo la orfandad política, tras impedir
la profesionalización de sus cuadros y acentuar la mortalidad de los partidos

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Carlos Hakansson Nieto

(Ley N‫ ﹾ‬30906). Por otro lado, el debilitamiento de la inmunidad parlamen-


taria (Ley N‫ ﹾ‬31118), trajo como consecuencia desconocer el principio de
inviolabilidad, es decir, la garantía congresal de no hacerse responsables “ante
autoridad ni órgano jurisdiccional alguno por las opiniones y votos que emiten
en el ejercicio de sus funciones” (artículo 93 CP). Todo lo anterior sumado a
la resolución del máximo intérprete constitucional que avala al jefe de Estado
para interpretar una “denegación fáctica de la cuestión de confianza” (Exp.
N‫ ﹾ‬0006-2019-TC/PC), se convirtió en el arma nuclear para promover la di-
solución de un Congreso incómodo al gobierno. Recientemente, el consenso

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de la mayoría parlamentaria mediante una ley de desarrollo constitucional
brindó contenido a la cuestión de confianza, la cual sólo pueden plantearse

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para el ejercicio de las competencias del ejecutivo (Ley N‫ ﹾ‬31355), pues, lo
contrario resultará una intromisión a la autonomía funcional del Congreso. Una
opinión contraria a lo sostenido por el Tribunal Constitucional en polémica

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jurisprudencia (Exp. N‫ﹾ‬0006-2018-TC/AI).
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Por todo lo anterior, los últimos seis años han sido nefastos para una
forma de gobierno (neopresidencialista) que, con sus más y menos para la
gobernabilidad, ha venido operando durante cuatro mandatos democráticos
consecutivos en nuestra historia republicana. Una crisis que se resume en el
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sistemático menoscabo a la autonomía constitucional del Congreso, ahora


capitidisminuido, que tiene como irrenunciable tarea el deber de fiscalizar el
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ejercicio del poder gubernamental, pero sin las debidas garantías institucionales
para un efectivo balance de poderes.
En resumen, la crisis en las relaciones ejecutivo-legislativo surgida desde
julio de 2016, tiene su origen en una clara erosión del principio de separación
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de poderes. La desnaturalización de la cuestión de confianza para alcanzar la


disolución congresal, la validación de una denegatoria fáctica de la confianza
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por el Tribunal Constitucional, confundir la labor de la oposición política con


obstruccionismo, la aprobación de vacancia y sucesión presidencial con un
golpe de Estado. Todo ello ha dejado sentida nuestra forma de gobierno tras
cruzarse la línea con la disolución del Congreso primero (2019) y la vacancia
presidencial después (2020). En la actualidad, el gobierno y legislativo electo el
2021 también promueven el ejercicio de las mismas instituciones que parecen
haber llegado para quedarse y operar, pero a una mayor escala e intensidad
que la tradicional interpelación y moción de censura.
La erosión de la separación de poderes también guarda directa rela-
ción con la ausencia del fair play (juego limpio), la carencia más palpable en
el ejercicio de la vida política nacional. Se manifiesta cuando comienzan a

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Presentación

desnaturalizarse las instituciones ejecutivo-legislativo para emplearlas con


un propósito distinto y sin escrúpulos sobre sus consecuencias para la gober-
nabilidad y salud en su forma de gobierno.
No podemos aventurarnos a presagiar un final para el temerario ejercicio
de la vacancia presidencial y disolución parlamentaria, dos “armas nucleares”
que entraron al juego; por eso, antes de esperar la ansiada madurez de nuestro
sistema político, cuando superemos la crispación iniciada en julio de 2016 y las
tormentas producidas entre los años 2019-2020, así como sus consecuencias a
partir de julio de 2022, será necesario realizar unos “ajustes” a la Constitución

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de 1993 para devolver la vacancia y disolución en la “caja de Pandora”, con un

Le CIA
cerrojo y candado para su prudente y responsable ejercicio.
El libro La responsabilidad política del Presidente de la República. Indem-
nidad temporal, vacancia y acusación constitucional, contiene las claves para la

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comprensión de unas instituciones que corren el riesgo de ser interpretadas
con claros intereses individuales, distantes al bien común. Por eso, una opor-
ay EN
tuna mirada a su contenido, gracias a la pluma del Profesor Delgado-Guembes,
resulta oportuna para desde la academia ponernos a leer, pensar, escribir y
soñar en un mejor futuro constitucional.
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Piura, 18 de mayo de 2022


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Prólogo

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Víctor García Toma
Doctor

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C ésar Delgado-Guembes es un jurista que por el reconocimiento público
de su obra escrita y el ejercicio de la docencia universitaria no necesita
presentación. Mejor aún se presenta solo. En mi caso lo hago, en atención a la
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gratitud intelectual que su producción académica me ha generado a lo largo


del tiempo; manifestación que creo representa también la opinión de sus nu-
merosos ávidos lectores.
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En su vasta obra se expresan los alcances de un saber que, no solo se


desplaza con soltura en el seno del Derecho Constitucional y Parlamentario,
sino que incluye su formación académica en las ramas de la Filosofía, Sociología
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y Ciencia Política.
A ello se suma, su proficua carrera en la Administración Pública en donde
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ha dado ejemplo de eficiencia, eficacia y compromiso democrático.


César Delgado-Guembes ingresó a laborar en el Congreso de la República
en 1980, alcanzando la condición de Oficial Mayor, entre otras importantes
responsabilidades funcionales. Es conocida su determinación de apoyar al
Congreso disuelto a raíz del autogolpe del 5 de abril de 1992. Así, desde su
entonces condición de Sub Oficial Mayor participó activamente en la defensa
del fuero parlamentario en particular y del Estado Constitucional de Derecho
en general. Separado del servicio por la consolidación del régimen de facto,
fue reincorporado con el beneplácito de la institución en el año 2002.
Ha desempeñado apreciada cátedra en la Universidad de Lima, la Uni-
versidad Antonio Ruiz de Montoya, el Instituto de Gobierno de la Universidad

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Víctor García Toma

San Martín de Porres y la Escuela de Post Grado de la Universidad Norberto


Wiener. A la fecha mantiene una reputada actuación preceptora en la Pontificia
Universidad Católica del Perú.
En verdad, resulta complicado rastrear todas las publicaciones que con
periodicidad admirable ha entregado a sus fervientes lectores. Solo indicaré
que su primer trabajo “¿Qué Parlamento queremos?” fue publicado en 1992.
Actualmente, se encuentra en plena circulación su magna obra “Introducción al
estudio del parlamento peruano”, editado en el 2020 bajo el auspicio de la Uni-
versidad San Ignacio de Loyola. Con la lucidez acostumbrada, ahora acomete

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una nueva experiencia intelectual ocupándose del tema “La Responsabilidad

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Política del Presidente de la República. Indemnidad temporal, vacancia y acusación
Constitucional”.
En medio de su travesía por el Derecho Parlamentario y el Derecho

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Constitucional, se ha impuesto con éxito mayúsculo la tarea de fijar los concep-
tos centrales de la responsabilidad del Presidente de la República y el control
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de la ética pública por parte del Parlamento. Su apetencia insaciable por dar
a conocer información versada y opinión consistente sobre la materia, lo ha
llevado a ocuparse con gran agudeza sobre la inmunidad presidencial. Asi-
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mismo, muestra cabal empeño en abrir surcos acerca de los bienes y valores
constitucionalmente protegidos en el marco del control político y la exención
reglada en favor del primer funcionario del Estado.
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En el libro, se arremete con denuedo en el desarrollo de materia tan


actual como la vacancia y la suspensión presidencial, entre otros aspectos
vinculados al Poder Ejecutivo en vínculo contralor con el Parlamento. Como
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es comprensible el texto se centra en la institución de la Presidencia de la Re-


pública; la cual se presenta como el pilar sustancial del Poder Ejecutivo. Este
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órgano de poder se encuentra organizado monocráticamente, y de conformi-


dad con lo establecido en el artículo 110 de la Constitución –a diferencia del
gobierno parlamentario–, las labores de Jefe de Estado y de Jefe de Gobierno
se encuentran a cargo de una sola persona.
En puridad, como advierte Gabriel Bonzat [“Poder presidencial y crisis
política en Argentina”. En: Poder Ejecutivo. Buenos Aires: SELA, 2006] “la doble
jefatura conlleva el ejercicio de funciones distintas y a veces incompatibles.
El Presidente de la República como Jefe de Estado es el representante de
la Nación entera, lo que requiere que se sitúe por encima de los distintos
sectores políticos. Representa la unidad del cuerpo político, el cual cuenta
con integrantes de características disímiles (raza, religión, cultura, etc.). En
cambio, como Jefe de Gobierno, aparece como el representante de un sector

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Prólogo

político electoralmente mayoritario y debe defender su programa frente a los


otros sectores”.
El artículo 110 de la Constitución vigente establece que el Presidente de
la República personifica a la Nación. Ello implica que esta se “corporativiza” y
adquiere identidad metafórica en la figura del ciudadano que transitoriamente
ocupa dicho cargo.
Ahora bien, el Presidente de la República como responsable de la función
ejecutiva con el apoyo coordinante del Presidente del Consejo de Ministros
y con la colaboración de cada Ministro responsable de un sector de la Admi-

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nistración Pública, ejerce dos tipos de actividades entre las cuales existe una

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relación de implicación; a saber:
Ejerce una actividad política referida a la dirección de la organización
del cuerpo estadual. En ese contexto, el Presidente de la República tiene au-

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tonomía de iniciativa y libertad de acción, dentro de los lineamientos que le
señala la Constitución. A través de dicha actividad se propone ejercer parte
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del poder estatal, para hacer realizable un determinado orden convivencial
descrito en la Constitución como forma de gobierno. Esta actividad expresa un
proceso de resuelta conducción política, coordinación y cooperación en pro
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de la solución de los conflictos y necesidades que aparecen en una sociedad.


Bajo dicha consideración, ejerce una dirección y fiscalización política, desde
una estructura de poder organizado. Esta actividad no se encuentra sujeta a
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un contralor jurisdiccional, sino a una fiscalización política por parte del Par-
lamento. Ello, dentro del contexto previsto en la Constitución.
El Presidente de la República tiene en ese marco ciertas facultades de
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carácter discrecional. Ahora bien, la actividad política si bien se deriva di-


rectamente de la Constitución, se expresa formalmente a través de actos de
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carácter normativo.
En ese contexto, requiere y necesita del correspondiente refrendo mi-
nisterial.
La actividad administrativa refrenda a acciones subordinadas a la ac-
tividad política. Se trata de la adopción de medidas para poner en marcha las
políticas públicas de las distintas ramas de la Administración Pública, plantea-
das por el Presidente de la República y reconocidas en su validez legal por los
ministros a través del instituto jurídico del refrendo; las cuales están dirigidas
a concretar la satisfacción de necesidades de interés público y social.
De conformidad con lo establecido en el artículo 39 de la Constitución
el Presidente de la República es la más alta (suprema) autoridad en la Adminis-

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Víctor García Toma

tración Pública, lo cual permite asegurar como señala Fernando Brito Ruiz [El
régimen presidencial. Bogotá: Editorial Ibáñez, 2015] que se encuentra bajo su
responsabilidad disponer y garantizar aquellas directivas que se materializarán
en actividades requeridas para el logro del bienestar general; el cual deviene
en objeto teleológico del Estado.
La acción administrativa hace referencia a la organización, gestión y
supervisión de los servicios públicos. Se encuentra sometida al contralor
jurisdiccional; por ende, puede ser impugnada judicialmente. El ejercicio de
estas facultades se encuentra reglado por la ley ordinaria.

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La actividad administrativa que supone una dirección y lineamientos

Le CIA
de acción a cargo del Presidente de la República, implica la presencia de actos
complementarios a la decisión política. En ese contexto, requiere y necesita de
la actividad funcional de sus ministros. De allí, que la actividad administrativa

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strictu sensu recaiga sobre los ministros; empero, bajo el derrotero, orientación
y supervisión jerárquica del Presidente de la República.
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En ese contexto aparece el instituto objeto de estudio de César Delga-
do-Guembes:
“La Responsabilidad Política del Presidente de la República”. Cabe
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señalar que la institución de la Presidencia de la República tiene sus


raíces en la Constitución americana de 1787. Dicho origen guarda
relación con la aspiración americana de contar con un conductor
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dotado de muchas e importantes competencias; pero, que, a su


vez, emanase del designio popular y estuviese sujeto a la regla de
renovación periódica. De allí que se afirme que lo que se buscaba
era un “rey sin corona y sin privilegios regios”.
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Las repúblicas latinoamericanas reprodujeron dicha institución a partir


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del siglo XIX. Juan Bautista Alberdi [Bases y puntos de partida para la organi-
zación política de la República Argentina. Buenos Aires: Academia Nacional de
Ciencias Morales y Políticas, 2002] señala que el extendido presidencialismo
en América Latina encontró en Simón Bolívar a un esforzado promotor, en
razón a que “los nuevos estados de América, antes colonias españolas, nece-
sitaban reyes con nombre de presidentes”. Es indubitable que en nuestro país
se ha inoculado el síndrome de la “ciudadanía infante” que se origina en un
paternalismo político en donde el Presidente de la República se asemeja a un
gobernante simultáneamente severo y protector.
Al respecto, Manuel Vicente Villarán [Cuestiones constitucionales sobre
el Estado y el gobierno. Lima: Librería e Imprenta Gil, 1936] ha afirmado que la

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Prólogo

institución de la Presidencia de la República con facultades de gobierno priva-


tivas y extensas está sustentada en todo el continente por toda “una fortísima
tradición y por hábitos populares incoercibles. Responde a un estado social y
económico que impone sus leyes inflexibles a la evolución política. No podría-
mos imaginar la abolición del régimen presidencial, sino como resultado de un
cambio de cosas profundo, precedido, tal vez, de una revolución”.
El mandato presidencial es de cinco años. El cómputo se hace a partir
del acto de juramentación al cargo. Ahora bien, es dable distinguir entre la
duración del período presidencial y duración del mandato de un Presidente.

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Existen situaciones en donde no existe coincidencia entre ambos, a saber:

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• Existencia de un Presidente pro tempore, en donde por vacancia de
su primigenio titular, se embiste al primer o en su defecto al segundo
vicepresidente para completar el periodo presidencial.

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• Existencia de una triple acefalía en donde por distintas razones vacan
ay EN
la presidencia y las vicepresidencias. En ese contexto, el artículo
115 de la Constitución señala que en ese supuesto asume el cargo, en
calidad de encargado, el Presidente del Congreso de la República; el cual
convoca inmediatamente a elecciones. En la praxis se recorta el período
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presidencial. Tal el caso de lo sucedido en el 2001 con la presidencia del


doctor Valentín Paniagua Corazao. Cabe señalar, que en el caso de la
presidencia por triple acefalia de Francisco Sagasti Hochhausler este
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asumió cuando ya se había oficializado la convocatoria a elecciones.


Con extraño criterio jurídico se ha aprobado la Ley de Reforma Cons-
titucional (Ley N° 31280), mediante la cual se establece que “culminado el
O

mandato presidencial, el ex Presidente de la República, o quien hubiese ocupado


el cargo, permanece dentro del territorio nacional por el período mínimo de un
C

año, salvo autorización de salida aprobada por el Congreso de la República, con


más de la mitad del número legal de sus miembros, considerando las razones
objetivas que hubiesen motivado la solicitud”. Dicha determinación implica
una incondicionada restricción al derecho a la libertad personal.
Ello en razón a que sería aplicable a exmandatarios o encargados de dicha
función, sin que estuvieren sujetos a una Comisión Investigadora del Congreso
de la República (Acusación Constitucional) o una investigación preparatoria a
cargo del Ministerio Público, que exigiese su personal presencia a efectos de
no dificultar el normal conocimiento de los hechos imputados.
El trabajo de César Delgado-Guembes se sitúa en parte, en el terreno de
la suspensión y vacancia en el ejercicio de la Presidencia de la República. Así,

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Víctor García Toma

expone con honda reflexión sobre “la posibilidad de la conclusión prematura


del período presidencial, y en particular de la exigencia de responsabilidades
presidenciales durante el período del mandato por actos que afectan directa-
mente el desempeño del Presidente de la República”.
La suspensión consiste en la interrupción o privación de las competen-
cias y responsabilidades constitucionales señaladas en favor del Presidente
de la República, por el lapso que establece la ley de la materia o el cese de las
circunstancias que la originaron. De conformidad, con lo establecido en el
artículo 114 de la Constitución, la suspensión debe ser declarada formalmente

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por el Congreso de la República, vía la expedición de una resolución legislativa,

Le CIA
en razón de haberse verificado alguna de las causales siguientes:
La incapacidad temporal declarada por el Congreso. Esta causal hace
referencia a la atrofia e insuficiencia transitoria de la aptitud para ejercer el

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cargo, por razones de salud.
Ello implica que el Presidente de la República sufre de una contingencia
ay EN
superable en el tiempo, referida al normal funcionamiento de sus capacidades
biológicas y psicológicas.
La incapacidad debe ser entendida como la falta de aptitud legal por
ch ID

razones físicas o mentales, para ejercer durante un lapso las responsabilidades


propias del cargo.
Ya NF

En atención a que el artículo 114 inciso 1 de la Constitución señala ex-


presamente la suspensión del ejercicio de la Presidencia de la República por
incapacidad temporal; es evidente que esta solo puede generarse por razones
físicas o mentales, más en modo alguno, por inconductas morales.
O

Por ende, la suspensión solo procede por la pérdida transitoria de la fa-


cultad de entendimiento o padecimiento físico o psíquico que merma e impide
C

el desempeño de la actividad funcional.


La aplicación de la incapacidad temporal tiene un sustento determinativo
de naturaleza médica, en función de elementos de juicio que aporta el cuadro
clínico oficialmente declarado, del Presidente de la República.
Por ende, la suspensión solo procede por la pérdida de la facultad
de entendimiento o padecimiento físico o psíquico que merma e impida el
desempeño de la actividad funcional.
Dichas consideraciones fueron ampliamente debatidas a raíz del Infor-
me Final de la Comisión Investigadora sobre las Presuntas Firmas Falsas del
Partido Político País Posible, presidida por el congresista Edgard Villanueva en
el año 2005. Como se recordará entre la pluralidad de propuestas sometidas al

20 |
Prólogo

Pleno, se expuso equívocamente la posibilidad de suspender temporalmente


al amparo del artículo 114 inciso 1 de la Constitución al Presidente Alejandro
Toledo Manrique, por incurrir en incapacidad moral, por su supuesta partici-
pación en dicho ilícito.
En esa línea, Omar Kadafi Jesús Rojas Silva [“La incapacidad temporal del
Presidente de la República”. En: Gaceta Constitucional, N° 142. Lima, octubre
2019] señala que el fallido intento parlamentario de suspender temporalmente
al Presidente Martín Vizcarra Cornejo, mediante la Resolución N° 006-2019-
CR, por promover la disolución del Congreso de manera inconstitucional, era

ga L
contraria a la interpretación histórica y sistemática del referido artículo del

Le CIA
texto supra.
La historia registra el caso de Paul Louis Deschanel, Presidente de Fran-
cia en 1920.

l
Su comportamiento “excéntrico” en el cargo, se manifestó en situaciones
tales como abandonar una reunión oficial para introducirse desnudo en un
ay EN
lago o recibir al embajador de Inglaterra desprovisto de ropas, pero portando
la insignia presidencial.
Ello acarreó su suspensión temporal en el cargo, a efectos de ser ingre-
ch ID

sado a una institución médica para su observación, diagnóstico y tratamiento.


Ahora bien, la incapacidad física debe necesariamente impedir categó-
Ya NF

ricamente para ejercer el cargo; ello en razón a que las insuficiencias parciales
no han sido obstáculo para la conducción de una Nación; tales los casos del
Presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt (1933-1945) afectado por
poliomielitis; del Presidente ecuatoriano Lenin Moreno Garces (2017-2021)
O

afligido por una inmovilización en las dos piernas por disparos de bala tras un
asalto; y del Presidente dominicano Joaquín Balaguer (1986-1996) aquejado
C

por una ceguera.


La vacancia presidencial implica la cesación en dicho cargo, en razón
de haberse acreditado una causal expresamente prevista en la Constitución,
que determina su sustitución por otro alto funcionario público señalado bajo
condiciones establecidas en el mismo texto. Ella indica la perención anticipada
y definitiva del ejercicio de una función pública, en atención a una considera-
ción legal preexistente y acreditada fácticamente.
El artículo 113 de la Constitución señala que se produce la vacancia de la
Presidencia de la República —entendida esta como aquella situación en donde
la primera magistratura carece de titular— en ocasión de haberse incurrido en
alguna de las causales siguientes:

| 21
Víctor García Toma

La muerte es la cesación de los fenómenos adscritos a la vida existencial


y coexistencial (pensar, sentir, actuar, etc.) que ocasiona la extinción de la
personalidad jurídica.
Cabe señalar que la historia registra los casos de autoeliminación de
personalidades como Juan Manuel Balmaceda Fernández (Chile, 1891), Getulio
Vargas (Brasil, 1954) y Salvador Allende (Chile, 1973).
Asimismo, es citable el caso del asesinato de John F. Kennedy (Estados
Unidos, 1962), la muerte natural de Remigio Morales Bermúdez (Perú, 1894),
etc.

ga L
La Declaración del Poder Legislativo de haberse acreditado la perma-

Le CIA
nente incapacidad física, entendida como la incapacidad física es la falta de
aptitud aeróbica, elasticidad muscular y movilidad articular para continuar
ejerciendo el cargo, en razón de haberse acreditado objetiva y fehacientemente

l
un declarado e irreversible estado de defección de las facultades anatómicas,
funcionales, emocionales o intelectuales.
ay EN
Dicho estado de defección debe ser de tal magnitud que hace inviable
la conducción de la marcha del Estado.
La renuncia aceptada por el Congreso, la cual consiste en la dejación
ch ID

libre y voluntaria del cargo.


A diferencia de los congresistas, el Presidente de la República tiene expe-
Ya NF

dito el derecho de plantear su renuncia ante el Congreso. Este puede deliberar


sobre su conveniencia o inconveniencia de cara a la gobernabilidad, salvo que
esta tenga el carácter de irrevocable, en cuyo caso su aceptación es inmediata.
O

En Argentina, Raúl Alfonsín renunció a la primera magistratura el 8 de


julio de 1989, en medio de un proceso hiperinflacionario que hacía insoste-
nible el ejercicio del poder. Asimismo, Fernando de la Rúa renuncio el 10 de
C

diciembre de 1992, en medio de un irrespetado Estado de sitio y un creciente


caos político y económico.
En nuestro caso, el Presidente Pedro Pablo Kuczynski renunció al cargo
el 22 de marzo de 2018, tras la develación del contenido de los denominados
“Mamani Videos”, que exponía un apoyo de un sector del fujimorismo, a efec-
tos de obtener el indulto presidencial en favor de Alberto Fujimori Fujimori.
El sometimiento a un proceso judicial, conforme a lo dispuesto en el
artículo 117 de la Constitución, disposición que establece que el Presidente
de la República goza de inmunidad de procesamiento judicial, salvo en caso
de imputación penal de carácter excepcional.

22 |
Prólogo

Al respecto, el citado artículo señala claramente que este únicamente


puede ser acusado, durante su período, por la comisión de delito de traición
a la patria; por impedir las elecciones presidenciales, parlamentarias, regio-
nales o municipales; por disolver el Congreso fuera de los casos previstos en
el artículo 134 de la Constitución; o por impedir la reunión o funcionamiento
del Parlamento, del Jurado Nacional de Elecciones y demás organismos com-
ponentes del sistema electoral.
Es dable señalar que para el sometimiento a juicio se requiere, previa-
mente, llevar a cabo la denominada acusación constitucional en el seno del

ga L
Congreso de la República.

Le CIA
La expresión “suspensión” implica que se trata de una medida transitoria.
Así, puede desaparecer la incapacidad o ésta devenir en permanente.
En igual sentido, el proceso judicial instaurado en contra del Presidente

l
de la República puede concluir, sea en el sentido que fuere, antes del venci-
miento del período presidencial.
ay EN
En esta hipótesis, el Congreso de la República debe cumplir con for-
malizar la nueva situación jurídica del suspendido, disponiendo se proceda al
levantamiento de la suspensión en caso se dicte una sentencia absolutoria, o
ch ID

se formule la destitución del cargo si se impone sentencia condenatoria.


Establecida una de estas circunstancias (en ese orden) el Congreso de
Ya NF

la República procede a ordenar lo siguiente: reasunción del mando por parte


del Presidente de la República; asunción definitiva del ejercicio del mando,
por parte del Primer Vicepresidente, o, en su defecto, por parte del Segundo
Vicepresidente. En la situación más extrema, ante el impedimento de ambos le
O

corresponde la asunción en calidad de encargado, al Presidente del Congreso


de la República.
C

La salida del territorio nacional sin permiso del Congreso, o no regreso


a él dentro del plazo autorizado, cuya circunstancia debe ser analizada a la luz
de la fuerza mayor o del caso fortuito, en razón a consideraciones tales como:
viaje de emergencia al exterior, por razones de urgencia médica ineludible;
regreso al país fuera del plazo autorizado, por razones de súbita enfermedad,
huelgas o paralizaciones en el servicio aéreo, condiciones climatológicas, des-
perfectos en la aeronave, etc.
En dicha norma se establece que las autorizaciones de salida del país
que solicite el Poder Ejecutivo a favor del Presidente de la República, deben
indicar el destino, objetivos y plazo en que deberá ejecutarse.

| 23
Víctor García Toma

Las solicitudes de autorización de salida pueden referirse ya sea a eventos


determinados o por períodos no mayores a tres meses. En este último caso
el primer mandatario de la República deberá dar cuenta al Congreso de los
objetivos y destinos cubiertos, inmediatamente a su retorno al país.
Esta modalidad de autorizaciones genéricas indica claramente que el con-
trol congresal sobre los actos presidenciales a partir del gobierno de Alberto
Fujimori Fujimori, devino en débil y cuasi ritualista.
La destitución, cuya medida implica la separación del cargo previa acu-
sación constitucional y posterior proceso judicial, por haberse acreditado ante

ga L
el órgano jurisdiccional la comisión de las infracciones siguientes: traición a

Le CIA
la patria; impedir la celebración de elecciones presidenciales, parlamentarias,
regionales o municipales; disolver el Congreso de la República fuera del caso
previsto en el artículo 134 de la Constitución; e impedir la reunión o funcio-

l
namiento del Jurado Nacional de Elecciones y demás organismos del sistema
electoral.
ay EN
La declaración del Congreso de haberse acreditado incapacidad mo-
ral. Esta implica la falta de aptitud legal para continuar ejerciendo el cargo,
en razón de haberse acreditado objetivamente una conducta pública o social
ch ID

gravemente venal, corrupta, licenciosa u ofensiva a las convicciones éticas de


la ciudadanía. Dicha causal aparece prevista en la Constitución de 1839.
Domingo García Belaunde [“El juicio político en la encrucijada. Vacan-
Ya NF

cia y renuncia presidencial en el Perú”. En: Vacancia por incapacidad moral.


Arequipa: Fondo Editorial de la UCSM, 2018] señala que esta formó parte de
la institución del impeachment establecida en la Constitución de los Estados
O

Unidos de 1787.
La referida institución comprendía cuatro situaciones: “treason” (trai-
C

ción); “bribery” (cohecho o simplemente soborno); “highs crimes” (delitos


graves); “misdemeanors” (faltas o conductas indecorosas). De esta última el
legislador constituyente peruano habría establecido el marco de la referida
causal de vacancia.
César Delgado-Guembes define la vacancia por incapacidad moral como
“un proceso constitucional en e que el Congreso tiene la misión de participar
y decidir sobre la propiedad moral con la que el Presidente de la República
dirige el Estado, la Nación, la sociedad, el gobierno y el país”. En esa línea ad-
vierte que “las resoluciones parlamentarias sobre la materia pueden ser válidas
o reglamentarias sin que, a la vez, sean también razonables, buenas o justas”.
Finalmente, apunta que “ese es el terreno propiamente ético y político que es
inherente a la axiología constitucional”.

24 |
Prólogo

Dicha incapacidad implica una atrofia de las nociones de corrección e


integridad de ánimo. En suma, es el desprecio a lo debido, decoroso o decente
según las peticiones de conducta emanadas de la cultura, la educación y la
instrucción asumida por la población, en un espacio-tiempo determinado.
Los elementos de una conducta presidencial moralmente inadmisible
son los siguientes: la falta de un componente cognitivo, ya que la autoridad no
llega a establecer la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto; la falta de un
componente afectivo, ya que la autoridad no llega a establecer una valoración
moral personal, esto es, plantea la falta de autorrespeto e íntima satisfacción

ga L
derivada de un hacer o no hacer frente a una obligación moral; y la falta de

Le CIA
un componente conductual, ya que la autoridad no llega a sustentar el juicio
que afirme una conducta concordante con las convicciones éticas ciudadanas.
Por ende, aparecen actos observables y reprobables política y moral-

l
mente.
En ese contexto, la vacancia se produce cuando se acredita la existencia
ay EN
de un hecho axiológicamente reprensible a la luz de las convicciones de la
sociedad y de una magnitud que mancilla la majestad del cargo presidencial.
La conducta manifestada genera la destrucción de las bases sobre las
ch ID

cuales se erige la confianza de la ciudadanía e implica la pérdida del liderazgo


ético, el cual es constitutivo de la autoridad presidencial.
Ya NF

En puridad, la declaración de vacancia es expresión de un procedimiento


político, en donde copulativamente el Congreso de la República toma en consi-
deración lo siguiente: veracidad de cierta conducta calificable de moralmente
incorrecta; grave inconducta en función al rango y la jerarquía del cargo que
O

se ostenta; y determinación de dicha medida en atención a los criterios de


oportunidad, conveniencia, utilidad y razonabilidad política.
C

Su carácter político se determina por exponer interpretativamente una


forma de solucionar una crisis política derivada de una conducta presidencial
inaceptada por la ciudadanía; así como para formalizar la pérdida del ejercicio
del mando, como consecuencia de la desconexión entre la legitimidad para
ejercer la autoridad y el sentimiento popular.
La conceptualización de la vacancia moral tuvo primigeniamente relación
con la incapacidad psíquica o psicológica; la cual no ha quedado descartada en
su aplicación; empero, esta se ha extendido a la conducta calificable de indigna
y gravemente incorrecta a la luz de la moral social.
Esto último aparece claramente expuesto en la deliberación de los cons-
tituyentes de los textos de 1933 y 1979.

| 25
Víctor García Toma

Cabe señalar, a manera de anécdota, que, en el Ecuador, el Presidente


Abdala Bucaram Ortiz, fue destituido mediante un atípico procedimiento
parlamentario por incapacidad mental para gobernar. Dicha determinación
no tuvo ningún respaldo clínico como documento sustentatorio. La moral
social expone los principios rectores de vida sobre los que se sostiene la
convivencia de una sociedad específica. Estos atienden a los fundamentos
del obrar humano en los planos de la existencia y coexistencia social, acep-
tados en un tiempo y lugar determinado. Dichas pautas basilares presentan
un carácter absoluto, finalista e incondicionado, que distingue lo debido frente

ga L
a lo indebido.

Le CIA
Esta convicción ético-social surge de la convención adoptada por la
mayoría de los miembros de la sociedad; la cual es generada mediante la edu-
cación e instrucción.

l
En puridad, hace referencia a la institucionalización de una “moral
mínima” que hace posible la continuidad de la vida coexistencial; y que, por
ay EN
ende, es resguardada por el orden público. Dicho concepto apunta a preservar
un conjunto de condiciones en relación al comportamiento convivencial en
pro del interés general.
ch ID

Como hemos señalado precedentemente, la sanción que aplique el Con-


greso de la República debe sustentarse en lo siguiente: 
• Veracidad del hecho imputado; esto es, la realización de una conducta
Ya NF

crasamente reprensible por acción u omisión.


• Efecto negativo sobre la ciudadanía, en el sentido de su clara reproba-
ción y retiro del asentimiento de la legitimidad política que le venía
O

otorgando como máxima autoridad de la República.


• Aplicación de los principios políticos de oportunidad, conveniencia,
C

utilidad, y los jurídicos de razonabilidad y proporcionalidad en la


decisión parlamentaria.
En puridad, se trata de un concepto jurídico indeterminado cuyo con-
tenido preciso está sujeto a las circunstancias del caso particular; el cual es
interpretado desde una óptica política por el Congreso de la República en
representación de la ciudadanía.
Al respecto, el Tribunal Constitucional en el caso Municipalidad Pro-
vincial de Arequipa (Expediente N° 00013-2010-PI/TC), ha señalado que aun
cuando la Constitución dispone un orden fundamental, sin embargo, puede
dejar espacios abiertos, los cuales quedan a la cobertura discrecional de ciertos
órganos estaduales.

26 |
Prólogo

Más aún, en el caso Congreso de la República (Expediente N° 00006-


2019-CC/TC), expuso que es admisible la existencia de normas constitucionales
que recojan “un supuesto de hecho a través de fórmulas abstractas que sola-
mente pueden ser materializadas en su aplicación práctica”.
Los conceptos jurídicos indeterminados como es el caso de la denomi-
nada incapacidad moral, asumen la existencia de un precepto continente cuyo
contenido se va estableciendo en el tiempo en razón a la casuística, los valores
y costumbres cambiantes e imperantes en un espacio-tiempo determinado.
Dicha imputación no está sujeta a un dictamen comprobatorio desde

ga L
un punto de vista técnico, como necesariamente debe suceder en los casos de

Le CIA
incapacidad física o incapacidad mental.
A nuestro entender, la idea de incapacidad permanente se traduce al-
ternativamente en la hipótesis de una vacancia por razones psíquicas a una

l
pérdida total, absoluta e irreversible de la capacidad de comprensión de las
cosas que rodean al afectado y hasta la conciencia sobre sí mismo; y por inter-
ay EN
pretación mutativa, en el caso de la vacancia por incapacidad moral como una
huella indefectible que deja la conducta deleznable sobre el colectivo nacional;
la cual rompe indefectiblemente el grado de confianza y respeto; así como la
ch ID

pérdida del otorgamiento de plácet político para seguir gobernando hasta la


finalización del período, para el que fue inicialmente elegido.
En ese contexto, es cabalmente diferenciable entre lo que se percibe
Ya NF

de un lado, como una carencia de discernimiento moral y del otro como la


descalificación por inconducta moral.
Así, tanto en el ámbito de la moral propiamente dicha como en el caso de
O

la comisión de un delito común durante el ejercicio de la función (homicidio,


aborto, pedofilia, tráfico de drogas, etc.) que más allá del carácter penal que
C

plantea, se exige desde la representación del pueblo acreditado en el Congreso,


una respuesta moral de craso repudio en su nombre.
Así, dicha conducta interpretada a la luz de la moral social genera una
respuesta alternativa a la inmunidad presidencial; que como toda garantía tiene
límites interpretables jurídica y políticamente.
Las conductas penales descritas, por emanar de la máxima autoridad
política pueden ser examinadas bajo un canon moral, en la medida que im-
plican una grave afectación al decoro y dignidad del cargo y una pérdida de
legitimación cívica y política ante la ciudadanía.
En puridad, dicha declaración congresal implica un acto típicamente
político que en determinadas graves circunstancias pueden ser utilizadas para

| 27
Víctor García Toma

“romper” la inmunidad presidencial prevista en el artículo 117 de la Constitu-


ción; ello a efectos de resolver una crisis política desatada por una conducta
impropia, que no pude esperar una dilucidación a la terminación formal del
mandato.
En el aspecto moral strictu sensu, cabe señalar el caso suscitado en el
Ecuador, cuando el Presidente Carlos Julio Arosemena Monroy en 1963.
En 1963 fue separado del cargo incluso mediante el uso de la fuerza.
Así, durante la visita del Presidente chileno Jorge Alessandri aquel lo recibió
en total estado de ebriedad y, en ese contexto, acometió a un faltamiento de

ga L
obra, dándole unas palmadas en el trasero. Por dicha circunstancia tuvo que

Le CIA
ser reemplazado por su vicepresidente para la alocución de bienvenida.
Posteriormente, en una recepción a un ejecutivo de una empresa nor-
teamericana, en completo estado etílico le espeto que su país “explotaba a

l
América Latina y en particular al Ecuador”.
ay EN
En relación a la condición de permanente incapacidad en materia moral
esta no debe ser entendida con sujeción a actos recurrentes o reiterados, sino,
más bien a la calificación de indeleble por su grave daño al decoro y dignidad
del cargo, que se impregna en la conciencia del pueblo representado por el
ch ID

cuerpo parlamentario.
Es decir, cuya consecuencia en la conciencia ciudadana perdura o se
Ya NF

perpetúa negativamente de manera indefectible.


Dicha conceptualización se enmarca en aquello que el constitucionalis-
mo del siglo XIX calificaba como eterno o perpetuo (Constitución de 1926,
Constitución de 1839, etc.); es decir, aquello calificable de imperdonable,
O

imperecedero, indeleble, inextinguible, imborrable, etc. La aplicación de esta


figura jurídica que merece ser objeto de una determinación sujeta a la prudencia
C

y sentido de gobernabilidad.
De conformidad con lo establecido por el Tribunal Constitucional en el
caso Deyci Díaz Cieza (Expediente N° 01341-2014-PA/TC), el uso de dicho
concepto queda condicionado a lo siguiente: debida motivación al calificar la
conducta infractora; cumplimiento de competencias y procedimientos pre-
establecidos; apego al cumplimiento de los principios de proporcionalidad,
buena fe, igualdad e interdicción de arbitrariedad; y respeto a los derechos
fundamentales del incoado por supuesta incapacidad moral.
La inmunidad presidencial es una prerrogativa funcional destinada a
salvaguardar que en este caso el más alto funcionario del Estado, pueda desem-
peñar todas sus competencias sin el agobio de asuntos judiciales que pudieran

28 |
Prólogo

mermar la necesaria eficiencia y eficacia de su actuación; así como desguarecer


la gobernabilidad del país.
Añádase que dicha garantía procesal contra el enjuiciamiento procura
librar al primer mandatario de “encanallados” actos políticos, gestados por
grupos de oposición antidemocrática o con intereses económicos, que utilizan
el aparato judicial para detener su accionar gubernamental o superarlo del
ejercicio del poder.
Esta prerrogativa se sustenta en lo dispuesto en el artículo 39 de la Cons-
titución, que declara al Presidente de la República como la más alta autoridad

ga L
de la Nación.

Le CIA
César Delgado-Guembes sostiene con acierto que la prerrogativa a dife-
rencia del concepto privilegio (ley privada) “es el testamento que se dispuso
de modo excepcional, no a personas o sujetos sino, a posiciones dentro de una

l
estructura social y política, tratamiento que tiene reconocimiento normativo”.
Esto afirma “se adjudica y corresponde al cargo a la función ejecutada por una per-
ay EN
sona bajo ciertas condiciones de acceso, desempeño y gestión preestablecidas”.
La inmunidad presidencial protege única y exclusivamente contra el
procesamiento en materia penal; ergo, no se extiende al resto de las tipologías
ch ID

de procesos judiciales (civiles, laborales, administrativos, etc.), en razón a que


su interposición no impide la continuación del ejercicio del cargo.
Ya NF

En vía de excepción, el artículo 117 de la Constitución señala que el


Presidente de la República solo puede ser acusado, durante su período, por
traición a la patria; por impedir las elecciones presidenciales, parlamentarias,
regionales o municipales; por disolver el Congreso, salvo en el caso previsto en
O

el artículo 134 de la Constitución; y por impedir su reunión o funcionamiento, o


los del Jurado Nacional de Elecciones y demás organismos del sistema electoral.
C

El período de la inmunidad presidencial solo tiene efectos suspensivos


en el cómputo de la prescripción penal. Culminada la gestión, el cómputo
“detenido” se reinicia formalmente.
En ese contexto, el Presidente de la República está en la obligación de
atender la citación de una Comisión Investigadora sobre las materias que darían
lugar a un presupuesto judicial por dichas causales. Este puede contestar por
escrito las inquietudes y observaciones de los parlamentarios.
Asimismo, está en la obligación de atender las citaciones del Ministerio
Público en relación a las materias antes mencionadas; amén de poder ser objeto
de una investigación preparatoria en relación a ilícitos no mencionados en el
artículo 117 de la Constitución.

| 29
Víctor García Toma

La investigación preparatoria persigue reunir los elementos de convic-


ción de cargo y de descargo, a efectos de impedir que el material probatorio
no se deprede o desaparezca. Con lo recolectado, en su debida oportunidad
podrá decidir si formula o no formula acusación.
En puridad, tiene por finalidad conocer si la conducta incriminada es
delictuosa, las circunstancias o móviles de la perpetración, la identidad del autor
o partícipe y de la víctima, así como la existencia del daño causado. Cumplida
esa etapa y de ser el caso, la actividad fiscal en lo relativo al Presidente de la
República queda suspendida hasta la culminación de su mandato. Le corres-

ga L
ponde al Presidente de la República en todos los casos, el definir lugar, hora

Le CIA
y fecha de la diligencia correspondiente; ello en atención al reconocimiento
de su alta investidura.
En lo relativo a la función de control político el ente parlamentario,

l
entre otras funciones, tiene la responsabilidad de comprobar la idoneidad
jurídica y política de las acciones de la actividad pública –fundamentalmente
ay EN
la que ejercita el Poder Ejecutivo–, a efectos de velar por su adecuación a los
parámetros que expresamente fija la Constitución.
Juan Carlos Ruiz Molleda [“El control parlamentario de los decretos de
ch ID

urgencia en el Perú”. En: Revista Pensamiento Constitucional, N° VII. Lima:


Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999] expone
que el objeto materia del control parlamentario, es la actividad o actuación
Ya NF

político-administrativa de los órganos constitucionales en sentido lato. Ello


con el propósito de asegurar la limitación del poder y el resguardo del interés
público. Más aún, plantea que para plasmar el funcionamiento de un poder po-
O

lítico circunscrito por la Constitución “debe asegurarse que este se encuentre


fiscalizado”, ya que la limitación funcional sin control significa en los hechos
C

una limitación inefectiva o irrealizable.


Por ende, al Parlamento le cabe la potestad de comprobar, verificar,
revisar, examinar, autorizar, vigilar y hasta censurar las políticas, acciones y
conductas reñidas con la Constitución o el sentimiento ciudadano. Los pará-
metros de la función contralora del Poder Legislativo son el ordenamiento
constitucional y los intereses ciudadanos.
El control parlamentario puede ser clasificado de la manera siguiente:
• Control parlamentario de participación confirmativa o denegativa
Esta modalidad conlleva a convalidar o desautorizar determinadas
acciones gubernamentales. Tal el caso de las ratificaciones de nom-
bramientos de altos funcionarios públicos.

30 |
Prólogo

• Control parlamentario concurrente. Esta modalidad conlleva a exa-


minar las acciones gubernamentales de manera paralela al proceso
mismo de realización. Tal el caso de las instituciones de solicitud de
información y estación de preguntas.
En puridad, alude a una actividad de verificación confluyente al
desarrollo de la actividad político-administrativa.
• Control parlamentario posterior. Esta modalidad conlleva a examinar
las acciones gubernamentales de manera ulterior, consecutiva o sub-
secuente al proceso mismo de realización. Tal el caso de la institución

ga L
de la dación de cuenta.

Le CIA
En puridad, alude a una actividad de confirmación o veto abrogativo
de determinadas actividades político-administrativas.
• Control parlamentario punitivo. Esta modalidad conlleva a examinar

l
la responsabilidad política derivada del ejercicio de una alta función
ay EN
pública.
Tal el caso de las instituciones de interpelación y censura.
En puridad, la responsabilidad política aparece como una ineludible
contrapartida a la actividad de gobierno; ello al extremo de ser con-
ch ID

siderado como uno de los goznes del Estado de Derecho.


Abraham García Chavarri [Acusación constitucional y debido proceso.
Ya NF

Lima: Jurista Editores, 2008] expone que dicha acción de control apunta a
la remoción y cambio de los operadores gubernamentales. Al respecto, debe
señalarse que el origen de la responsabilidad política data del siglo XVII, a raíz
O

de la acusación parlamentaria y posterior aplicación de la condena de muerte


contra un servidor de la Corona inglesa llamado Thomas Wentworth, a quien
se le imputó una falta en realidad cometida por el rey Carlos I. A partir de
C

dicho caso se difundió la institución de la responsabilidad de los ministros,


consagrándose en el derecho consuetudinario de la época la noción que
“El rey no puede hacer nada malo […] pero sus servidores sí”. El referido
caso se presentó cuando Thomas Wentworth, primer conde de Strafford
(1593-1641), fue nombrado por el rey como lord lugarteniente de Irlanda.
En dicho país y por orden expresa de Carlos I, organizó un ejército para
combatir a la rebelde Escocia, durante el conflicto de la imposición de la
liturgia anglicana.
El Parlamento Largo presidido por John Pym consideró que la verda-
dera intención de dicha acción tenía la finalidad de reprimir al propio pueblo
inglés; por lo que se acusó a Thomas Wentworth y al arzobispo de Canterbury

| 31
Víctor García Toma

William Laud, por el delito de traición a la patria y se decretó la muerte del


primero de los citados.
Esta función cobró pleno vigor cuando la Cámara de los Comunes, ante
el fracaso de la conducción política del rey Jorge III (g. 1760-1811) y la pérdida
definitiva de las colonias inglesas en América del Norte, consiguió la dimisión
forzada del Primer Ministro Federico North en 1782.
Ello en razón a que, pese a la contundente derrota inglesa en Yorktown,
el citado se empecinaba en enviar más efectivos militares; ante lo cual la Cá-
mara de los Comunes aprobó una moción según la cual quienes se obstinasen

ga L
en promover la continuación de la guerra serían considerados “enemigos de

Le CIA
su majestad y del reino”. Ante ello la dimisión expugnada no se hizo esperar.
En nuestro país, aparece tímidamente a través de la responsabilidad de
velar por la observancia de la Constitución de 1823; los pedidos de memorias

l
e informes de gestión que aparecen en las constituciones de 1834 y 1839; y
en las interpelaciones instrumentalizadas en las prácticas parlamentarias de
ay EN
la Convención de 1855 y en la Constitución de 1860.
A manera de apostilla, cabe señalar que Juan Carlos Ruiz Molleda [ob. cit.]
señala que no cabe confundir el control político con el control jurídico; dado
ch ID

que este último plantea una actividad caracterizada por una precisa, exacta y
específica predeterminación del parámetro de control en donde se excluye toda
expresión de voluntad discrecional. Asimismo, por el sometimiento cabal a las
Ya NF

reglas de tecnicismo e imparcialidad. En lo relativo a la expresión contralora


del Parlamento se pondera si la competencia, el arbitrio o discrecionalidad
concedida a un miembro del Poder Ejecutivo a través de la Constitución o la
O

ley, ha sido utilizada con acierto o error. Así, aparecen los criterios de conve-
niencia, utilidad, necesidad, corrección política, etc.
C

Ahora bien, como expone César Delgado-Guembes el tema de la acu-


sación constitucional deviene en uno de los más complejos e importantes en
torno a las atribuciones del Congreso. La referencia histórica indica que, en
1376 se estableció por primera vez, un procedimiento de acusación formal
instaurado por la Cámara de los Comunes contra los altos funcionarios del
Estado ante el Magnum Concilium (dicho ente estaba integrado por prelados
y lores que actuaban como alto tribunal. Posteriormente, devino en la actual
Cámara de los Lores).
Con este procedimiento se intentaba promover la formulación de algún
tipo de responsabilidad y el establecimiento de un específico tipo de sanción
política: la dimisión o separación del cargo por indignidad. Es del caso que

32 |
Prólogo

Eduardo III interesado en obtener la aprobación de subsidios y tributos para


paliar una grave crisis económica, recibió como respuesta condicionada del
Parlamento, la previa determinación de responsabilidad de uno de sus conse-
jeros, por actos de enriquecimiento indebido en el cargo.
Así, se instituyó un impeachment contra el barón William Latimer, en
su condición de consejero privado y chambelán del rey, el cual fue acusado de
concertar una voluntad criminal con los comerciantes Richard Lyons y Alice
Perrers.
En efecto, se le imputó malversación y fraude financiero, por apropia-

ga L
ción de multas que correspondían a la corona; comprar a precio vil las deudas

Le CIA
reales a acreedores agobiados por el incumplimiento de los pagos pactados; y
obtener reembolsos de préstamos ficticios. Tras acreditarse la veracidad de
las imputaciones fue encarcelado y multado.

l
El impeachment llegó a convertirse en el tiempo, en un medio de fis-
calización absoluta sobre el Poder Ejecutivo. Las facultades de la Cámara de
ay EN
los Comunes se extienden, al extremo de tener competencia irrestricta para
la incriminación y la fijación de penas. A partir de 1782, a consecuencia del
famoso caso North, el impeachment inglés quedará en desuso.
ch ID

Jorge Basadre [Historia de la República del Perú. Lima, 1964] nos recuerda
que, en 1864, durante el gobierno del general Juan A. Pezet el Congreso de la
República llegó a declarar la formación de causa contra todos los miembros del
Ya NF

Gabinete conducido por Juan Antonio Ribeyro, por la supuesta falta de traición
a la confianza, en actuación al tratamiento de la reivindicación de las islas de
Chincha por parte de la armada española. Dicho asunto no llegó a ser resuelto.
O

Anteriormente, el congresista José Antonio de Lavalle había presentado


una acusación en 1862, contra el Ministro de Gobierno Manuel Morales por
C

dictar un decreto de expatriación en contra de Rufino Echenique y del Minis-


tro de Guerra Nicolás Freys, por otorgar ascensos y elevar remuneraciones a
la oficialidad de manera inconstitucional. Ambos pedidos fueron rechazados.
En el resto de América Latina, se constata los casos de Fernando Collor
de Mello (Brasil, 1992), Carlos Andrés Pérez (Venezuela, 1993), Jorge Serrano
Elías (Guatemala, 1993), Lucio Gutiérrez (Ecuador, 2005) Y Dilma Rousseff
(Brasil, 2016). Los citados fueron objeto de acusaciones constitucionales de
carácter penal, que conllevo a su destitución en el cargo. En tanto que en los
casos de José Manuel Zelaya (Honduras, 2009) y Fernando Lugo (Paraguay,
2012) se produjeron acusaciones por infracciones constitucionales de carácter
no penal, que conllevaron también a su destitución en el cargo. En el primer

| 33
Víctor García Toma

caso, por intentar la realización de un plebiscito para constituir una Asamblea


Constituyente; y en el segundo por la forma en que se sofocó una protesta
campesina que ocasionó la pérdida de diecisiete personas.
En ese contexto, aparece la acusación constitucional (juicio o antejui-
cio político) de acuerdo al concepto expresado y contenido en la parte inicial
del artículo 99 de la Constitución, la acusación constitucional se entiende
como un mecanismo procesal de control político destinado a promover de
un lado, la defensa y eficacia de las normas e instituciones previstas en la
Constitución, su desdeñoso incumplimiento y/o el abuso del poder en que

ga L
pudiesen incurrir los altos funcionarios públicos; y del otro, la interven-

Le CIA
ción del Poder Judicial —a través de la Corte Suprema— en la investigación,
juzgamiento y eventual penalización de determinadas altas autoridades o ex
autoridades estatales, cuando pesaren sobre ellas denuncias con razonabilidad
jurídica de perpetración de un ilícito penal cometido en el desempeño de la

l
función pública.
ay EN
La acusación constitucional en sentido lato, tomando en consideración
en parte, lo expuesto por Manuel Aragón [Constitución, Democracia y Control.
Serie Doctrina Jurídica, N° 88. México D.F.: UNAM, s.f.] implica que el control
ch ID

parlamentario a diferencia del control jurisdiccional se caracteriza por:


• El carácter subjetivo de la acción, ya que este no tiene un canon
fijo y predeterminado. Ergo, este se inicia y despliega por la libre
Ya NF

apreciación congresal.
• El juicio de valoración está orientado por los conceptos de conve-
niencia, oportunidad y utilidad política.
O

• El control se realiza por una decisión discrecional y no obligatoria.


César Delgado-Guembes con agudeza destaca que en el caso del juicio
C

político “es un proceso orgánicamente exclusivo del Congreso, en tanto que


el antejuicio es un proceso complejo y orgánicamente bilateral, de materia
irregular o imperfecta porque el Congreso carece de capacidad decisoria para
sancionar penalmente, aunque si la tenga para perseguir el delito”.
Concluye magistralmente consignando que “al Congreso le está reser-
vado y es dueño de todo el proceso de persecución y sanción constitucional;
mientras que los delitos solo pueden ser sancionados por una autoridad judi-
cial”. Es dable advertir que el autor de la obra in comento deja en claro que el
procesamiento presidencial es una potestad ejecutable de manera limitada,
restringida y excepcional. De manera enfática consigna que “solo se plantea
ante circunstancias especialmente graves, a partir de certezas y altos grados

34 |
Prólogo

de intensidad en el descontento por los actos o por las severas deficiencias de


juicio del Presidente de la República en materia de ética pública”.
En lo relativo a la acusación constitucional contra el Presidente de la
República, cabe señalar que la protección cuasi absoluta en favor de la insti-
tución presidencial se ha ido afirmando en nuestro país desde la Constitución
de 1860, en la misma medida en que fueron reduciéndose los mecanismos
y procedimientos destinados a hacer efectiva la responsabilidad del primer
mandatario de la República.
Al respecto, César Delgado-Guembes señala que “se trata de una norma

ga L
excepcional que distingue la figura del presidente de la República frente a no

Le CIA
solo cualquier otro servidor o funcionario estatal, sino, en general, respecto a
cualquier otro ciudadano. Es con toda claridad, una excepción al principio de
igualdad en la República”.

l
Esta regla excluye la posibilidad de intervención de cualquiera de los
órganos estatales responsables de conducir cualquier tipo de proceso acusa-
ay EN
torio en el Perú.
La Constitución actual fija las siguientes reglas sobre la materia:
De conformidad con lo dispuesto en el artículo 117 de la Constitución, en
ch ID

principio, el Presidente de la República es “intocable” durante su gestión. En ese


sentido, es inaccesible durante el ejercicio de su mandato, de supuestas in-
Ya NF

fracciones constitucionales o de la comisión de ilícitos penales en el ejercicio


de la función.
Puede interpretarse, en aplicación del principio del argumento a con-
trario, que el referido artículo permitiría llevar a cabo un procedimiento de
O

acusación constitucional con posterioridad a la conclusión del mandato pre-


sidencial, siempre que la denuncia fuese presentada en el plazo de cinco años
C

que exige el artículo 99 de la Constitución.


De conformidad con lo dispuesto en el artículo 117 de la Constitución, la
intocabilidad del Presidente se extiende a los casos de comisión de delitos comunes
o no funcionales (homicidios, abortos, lesiones, etc.). No obstante, lo expuesto,
nosotros consideramos que el Congreso de la República, enfrentado a la gra-
vedad de una supuesta conducta delictiva de ilícito común del Presidente de
la República (homicidio, violación, tráfico ilícito de drogas, etc.), podría optar
por la aplicación de la vacancia por incapacidad moral.
En ese aspecto, el artículo 113 inciso 2 de la Constitución, concordan-
temente, permite la declaratoria de vacancia de la Presidencia de la República
por “incapacidad moral”.

| 35
Víctor García Toma

De conformidad con lo dispuesto en el artículo 117 de la Constitución, el


Presidente de la República solo puede ser acusado, durante su período, por los
siguientes delitos: Traición a la patria; Impedir las elecciones presidenciales,
parlamentarias, regionales o municipales; Disolver el Congreso, salvo en el
caso previsto en el artículo 134 de la Constitución; Impedir la reunión o
funcionamiento del Congreso, el Jurado Nacional de Elecciones, la Oficina
Nacional de Procesos Electorales y el Registro Nacional de Identificación
y Estado Civil.
En esta hipótesis, efectuada la acusación constitucional y el proceso

ga L
judicial ante la Corte Suprema, en caso de que sobre el Presidente de la

Le CIA
República recayera una sentencia condenatoria sería pasible de destitución
del cargo —Wen puridad, vacancia—, siempre que los resultados del proceso
se produjesen dentro del período de su mandato. No está de más advertir que
durante el proceso judicial el Presidente de la República se encuentra suspen-

l
dido en el ejercicio de sus funciones.
ay EN
Ahora bien, la aplicación del artículo 117 no enerva la potestad del Mi-
nisterio Público de llevar a cabo sobre su persona diligencias preliminares de
investigación inmediata, a efectos de realizar los actos urgentes o inaplazables
ch ID

destinados a determinar si han tenido lugar los hechos objeto de conocimiento


y su consecuente posible carácter delictivo; asegurar elementos materiales;
individualizar a los personajes involucrados en su comisión (artículo 330 del
Ya NF

Código Procesal Penal).


Asimismo, el Presidente de la República podría ser citado como testigo
en una investigación o proceso penal. En atención a su investidura le corres-
O

ponde declarar a su elección en su domicilio o despacho. El juez podrá disponer


si recibe su testimonio por escrito (artículo 169 del Código Procesal Penal).
C

César Delgado-Guembes expone que “las excepciones y limitaciones a la


irresponsabilidad e indemnidad presidencial tiene tres modalidades. La prime-
ra es la modalidad subrogatoria, cuyo alcance importa la responsabilidad por
terceros. La segunda es la modalidad extraordinaria y excepcional que prevén
los incisos 2 del artículo 113, y del artículo 114 (…). Y la tercera modalidad
es la derivada del plazo o lapso de tiempo que protege al Presidente con esa
indemnidad, vencido el cual se restablece el orden igualitario y se hace exigible
la responsabilidad personal de quien ocupa la Presidencia de la República”.
En suma, el viaje intelectual que nos propone César Delgado-Guembes en
su reciente obra sobre la responsabilidad política del Presidente de la República
lleva a buen puerto. El autor denota conocimiento exacto, preciso y fructuoso.
Expone posiciones compartibles o discutibles, pero siempre inquietantes. Es

36 |
Prólogo

constatable el lenguaje claro pero intenso; ello dada la necesidad del autor de
convencernos y enseñarnos sobre algo que él sabe más que nadie en nuestro
país. Su lectura seguramente motivará que sus lectores se empeñen en pro-
fundizar más —si es que se puede después de lo expuesto por el autor— sobre
una temática académica importante y políticamente urgente.
Bienvenido este libro, a la pronta lectura e inmediata reflexión sobre sus
alcances y contenidos. Con esta nueva entrega erudita, César Delgado-Guem-
bes sella una vez más su nombre, entre los más importantes juristas del país.

ga L
Lima, 20 de mayo de 2022

Le CIA
l
ay EN
ch ID
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O
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| 37
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ch ID
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Le CIA
ga L
l
Introducción

ga L
Le CIA
¿Lleva algún camino desde el tiempo original
hasta el sentido del ser?
¿Se revela el tiempo también horizonte del ser?
Martin Heidegger, El Ser y el Tiempo

l
ay EN
E l tema que de modo principal desarrolla esta obra es el de la prerrogativa
de indemnidad e inviolabilidad que tiene el Presidente de la República
durante su mandato, y la excepción que la historia constitucional del Perú ha
ch ID

mantenido para destituirlo, vacarlo o removerlo cuando, desde una perspectiva


axiológica o valorativa, el mérito y las razones lo sustentan y aconsejan como
una opción comparativamente más prudente y ponderada que mantenerlo en
Ya NF

el cargo durante el período para el que el pueblo lo eligió.


Es objeto de desarrollo, igualmente, los alcances que tiene la acusación
constitucional como prerrogativa que igualmente permite la exigencia de res-
O

ponsabilidades del Presidente de la República, aunque sujeta a las restricciones


que el régimen de indemnidad que prevé la Constitución en relación con las
C

materias y el plazo que fijan por un lado el Artículo 117 y por otro lado el
Artículo 99 de la Constitución.
La vacancia del Presidente de la República es la válvula constitucional
que drena las atrofias éticas en el gobierno nacional. Las drena como parte de
la capacidad de direccionar los destinos del Estado y del pueblo, en ejercicio
de la función de control de moralidad política, y en el marco de la competencia
constitucional que le corresponde cuando los hechos, los datos, la evidencia y
las pruebas permiten verificar un cuadro, un esquema y un perfil impropio en
la conducción del gobierno nacional. La vacancia por permanente incapacidad
moral del Presidente de la República es una herramienta de homeostasis política
con orígenes y filiación anglosajona (antes que española o francesa) que reco-

| 39
César Delgado-Guembes

noce el ordenamiento jurídico del Perú para permitir y proveer oportunidades


correctivas en el ejercicio del poder político con el fin de garantizar la conduc-
ción del país según valores y una lógica justa, transversal y constitucionalmente
trascendente a las reglas de estricto desempeño de las tareas presidenciales.
Es en el marco de la triple finalidad, directiva, de control y decisoria
del instituto de la vacancia del Presidente de la República por permanente
incapacidad moral, a cargo del parlamento, que entregamos este aporte con
el objeto de ampliar o ensanchar la pluralidad de enfoques sobre el crucial
papel del parlamento peruano en el necesario equilibrio interorgánico entre el

ga L
gobierno y la representación del pueblo en el Congreso. Este es un examen de

Le CIA
aspectos naturalmente complementarios en la comprensión de la naturaleza y
de los alcances de la vacancia de la presidencia de la república por permanente
incapacidad moral.

l
Aunque ligado a la misma problemática de las graves faltas moralmente
reprochables al Presidente de la República, en el derecho constitucional tam-
ay EN
bién se incluye la posibilidad de su remoción a través de un proceso popular
de revocatoria del mandato. Sobre este particular la Constitución de 1993
reconoce el derecho a la revocatoria de autoridades por iniciativa popular, y
ch ID

la única excepción específica y clara que registra es la que niega la posibilidad


de la revocatoria o recorte prematuro del mandato a los miembros del parla-
mento nacional.
Ya NF

La Constitución no reconoce la opción de la revocatoria del mandato


presidencial, como tampoco prohíbe que dicha revocatoria pueda tramitarse
mediante un proceso de consulta popular. En este trabajo se hace la mención
O

precisamente para deslindar como objetivo de desarrollo la cuestión de la


eventual tentativa de revocatoria del mandato del Presidente de la República
C

por iniciativa popular. Esta materia no es parte de análisis ni desarrollo en esta


obra, la misma que debe tratarse en un estudio ajeno al que se presenta con
esta publicación.
En esta obra que sirve de ensayo sobre el delicado tema de la responsabi-
lidad política del Presidente de la República se presta especial atención a una de
las alternativas en razón de las cuales se proponen y tramitan en el parlamento
peruano los pedidos de vacancia. Ésa es la deliberación y la decisión sobre la
vacancia por la permanente incapacidad moral del Presidente de la República
como una potestad que la Constitución le confiere al Congreso de la República.
El enfoque de esta delicada cuestión trae consigo la revisión de dos
extremos notablemente diferenciables, que tienen que ver con el concepto
constitucionalmente aceptable de “incapacidad moral”, y con el margen de

40 |
Introducción: ¿Problemas globales y soluciones locales?

calificación de ese estado por el órgano constitucionalmente competente para


evaluar y decidir la aplicación de esa categoría a un caso concreto.
El enfoque de esta obra tiene como premisa central la comprensión de
que el titular natural de esa competencia en un régimen político basado en el
carácter representativo de la voluntad popular, según lo establece la Consti-
tución, es el Congreso de la República, integrado por la pluralidad de fuerzas
políticas a las que el pueblo decide conceder representatividad en el parlamen-
to nacional. Afirmar la naturaleza democrática de nuestro régimen político,
y de nuestra forma de Estado, lleva a deducir que quien ocupa los puestos

ga L
representativos debe contar con la autoridad que el pueblo le confía y delega

Le CIA
para evaluar y para definir cuándo es que la ética constitucional mantiene es-
tándares colectivos y cuándo esa ética se quiebra con conductas moralmente
inconducentes, inadecuadas, dañinas o perniciosas para la estabilidad y para
la gobernabilidad del país y del Estado.

l
La relevancia del enfoque sobre la titularidad del órgano competente se
ay EN
basa en el límite con el que, quien define la subrogación o permanencia del
Presidente de la República en el cargo, puede juzgar y sustentar la calificación
que realiza. La discrecionalidad del parlamento no es indeterminada, indefinida
ch ID

ni ilimitada. Está sujeta a pautas que se derivan de valores que incluye en su


texto la Constitución Política. Los valores constitucionales, en este sentido,
fijan un marco de ética pública a partir del cual debe evaluarse, controlarse
Ya NF

y monitorearse el desempeño moral del Presidente de la República por el


parlamento nacional.
La posición política y constitucional del Congreso de la República lo
O

habilita para decidir, por cuenta, en nombre y en interés de la voluntad popu-


lar, cuándo existe un caso en el que corresponde remover al Presidente de la
C

República. Esa es una competencia y una potestad privativa y excluyente del


Congreso. No de otro órgano en nuestro sistema político.
La inocente benevolencia con la que la mayoría de la comunidad califica
al Tribunal Constitucional peruano, con letras mayúsculas incluidas, como el
“supremo”, si no sólo el “máximo” intérprete de la Constitución, recuerda las
épocas áulicas en las que el emperador romano era venerado con culto solo
poco menor que el que merecía el cenáculo integrado por los miembros de la
divinidad. Los áulicos contemporáneos observan en el siglo XXI la misma y
piadosa beatitud política con la que el dogma del siglo XIX eleva al pontífice
romano como infalible. Y esas mismas áulicas beatitudes y benevolencias se
astillaron para tantos cófrades de ambas hermandades cuando, dijeron, se dejó
pasar la oportunidad de hacer uso del “rol pacificador” del Tribunal Constitu-

| 41
César Delgado-Guembes

cional para fijar el marco conceptual al que debe sujetarse el Congreso de la


República para perfilar los alcances constitucionales de la categoría “perma-
nente incapacidad moral” que adopta desde, para unos en 1812 y para otros
1839, el constitucionalismo peruano la causal de vacancia del Presidente de
la República.
Aparentemente el septeto del Tribunal Constitucional peruano se ha
posicionado hoy como parte indesligable del pensamiento monopólica y he-
gemónicamente correcto, y representa el ápice de la verdad constitucional.
En igual jerarquía, pero en el plano supranacional, está en el altar del poder el

ga L
septeto la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Los abogados al parecer

Le CIA
cuentan con saberes sobrenaturalmente superiores a los que la naturaleza dota
al pueblo y por eso a quienes ocupan un puesto en la judicatura se les asigna
el papel de tutores de la república, y la república somete sus democráticos
saberes a la voz de un puñado de ilustres intérpretes de una sabiduría a la vez

l
que divina popular.
ay EN
Herejes y profanos somos quienes optamos por dudar de la pertinencia
de los calificativos que lo sitúan entre las verdades irrefutables e inconcusas
del pensamiento jurídico1. Así como no se concibe en la mayoría de países del
ch ID

globo un árbitro menos idóneo en el proceso de control de la constitucionali-


dad y, además, de convencionalidad, que es lo mismo que decir del poder, no
deja de ser cierto que la devota afición de la comunidad jurídica por su selecta,
Ya NF

racional, ponderada, y especial y prudentemente sesuda capacidad de discerni-


miento echa el incienso de su fe política sobre un cuerpo de ciudadanos cuya
virtud más importante ha sido la de resultar seleccionados y elegidos por los
representantes al Congreso cuyo rol es decidir en el Estado sobre los contenidos
O

de la voluntad popular o, en su lugar, por representantes de la Organización


de Estados Americanos. Dicho sea al paso, los mismos representantes que
C


1
De manera que se ubique mis comentarios en el contexto de opiniones que previamente
he expresado sobre los excesos que advierto que comete el Tribunal Constitucional
en el curso de los últimos años en particular, refiero al lector a mis publicaciones
que pueden revisarse digitalmente en los enlaces siguientes: https://es.scribd.com/
document/445347997/CDG-El-constructo-hechizo-de-la-denegacion-factica-de-la-
cuestion-de-confianza-STC-6-2019-CC;
https://es.scribd.com/document/440366835/CDG-Condiciones-de-validez-de-
la-cuestion-de-confianza-en-el-Peru-Apuntes-para-la-comprension-de-su-perfil-
constitucional-a-partir-de-la-teoria-del-a; https://es.scribd.com/doc/154172489/
CDG-Sentido-y-actividad-del-TC-en-el-Peru-Valparaiso-18-de-Julio-del-2013; y,
https://es.scribd.com/document/8663645/CDG-Cometen-prevaricato-los-miem-
bros-del-tribunal-constitucional.

42 |
Introducción: ¿Problemas globales y soluciones locales?

reciben el denuesto por la incapacidad monumental con que su desempeño


lleva al desencanto a electores, al igual que a la mayoría de los encuestados en
la comunidad demoscópica de nuestra atribulada historia política.
Verdaderamente, no deja de despertar curiosidad la aparente incongruen-
cia entre la beata devoción de los áulicos, y la ingrata denigración con que se
corona a los mismos representantes que eligen a la cofradía de los supremos
gurús y máximos oráculos de la constitucionalidad. En especial cuando, por un
lado, no pudo menos que reprocharse, y por razones de diverso grado, la inca-
pacidad con la que desperdiciaron la ocasión para “pacificar” al país y “evitar

ga L
el caos social” cuando pudieron sentenciar mejor la cuestión competencial que

Le CIA
Martín Vizcarra puso en sus venerables manos para delimitar el contenido de
lo que la Constitución llama “permanente incapacidad moral” del Presidente
de la República. Y, por otro lado, cuando resulta un estándar invariable que no
haya concurso para la selección de los magistrados del Tribunal Constitucional

l
en el que la regla no sea el menosprecio, sino, también la burla, por el modo
ay EN
en el que los procesos se llevan a cabo.
En medio de la réproba circunspección con que mantenemos escep-
ticismo sobre la racionalización idealista de la judicatura constitucional,
ch ID

corresponde afirmar la dimensión política desde la que el Congreso peruano


tiene competencias suficientes para prescindir de quien, en el legítimo juicio
de la representación, constituye con su permanencia un grave riesgo para la
Ya NF

conducción del país.


El Congreso no está integrado por especialistas en la sintaxis consti-
tucional. El Congreso está compuesto por quienes el pueblo ha elegido para
O

que actúen en su nombre y por su cuenta. Son gente del pueblo que piensa,
delibera y vota como lo haría el pueblo del que son parte indesligable. En un
C

régimen democrático las razones del parlamento son las razones del pueblo
representado. La decisión del pueblo representado se condice y es congruente
con la axiología constitucional y por ello su decisión basta para la calificación
de actos como consistentes o contrarios a la ética pública que el parlamento
observa y cautela.
Es desde este enfoque en el que se resalta la primordialidad del Congreso
en un régimen democrático, contrario a la epistocracia nomológica de un gre-
mio supuestamente mejor entendido para tomar decisiones constitucionales,
que la pretensión de este trabajo es proponer una manera menos concurrida
y popular que por la que opta la mayoría de cierta opinión pública. Manera
que declaramos especialmente deferente con el modelo representativo de
democracia en general, y con el parlamento en particular.

| 43
César Delgado-Guembes

La acogida y deferencia, sin embargo, mantendrá prudente y serena


distancia con cualquier inclinación infundada y por lo tanto no querrá ser
ni obsecuente ni genuflexa. El propósito es subrayar y enfatizar en una
posición desde la cual el parlamento tramita sus funciones constitucio-
nales sin inmutarse por el espíritu bilioso de las actitudes irreflexivas o
desinformadas que prejuzgan de antemano cualquier iniciativa de base u
origen parlamentario.
Más allá de la digresión anterior, que se justifica en la corrección del
enfoque de nuestro régimen político, en el cual los excesos del Tribunal Cons-

ga L
titucional no sólo contradicen la razón original de su creación y de su adopción

Le CIA
en el sistema constitucional peruano, sino que además vienen generando la
distorsión del tipo de régimen democrático en el Perú, y para acercar la com-
prensión de una institución que ha recibido una atención especialmente intensa
desde inicios de este siglo, corresponde que declare que esta obra contiene

l
reflexiones especiales derivadas de las experiencias recientes en el Perú, pero
ay EN
incluye igualmente las que previamente han sido publicadas y difundidas cuya
condensación y extractos parciales forman parte de esta obra 2. Esta declara-
ción ahorra a quienes se interesen en la lectura de este texto la necesidad de
recurrir a otras obras mías en las que el tema de la responsabilidad y de la
ch ID

vacancia del Presidente de la República, así como la del proceso de acusación


constitucional, han sido compartidas en otros contextos que en este espacio
Ya NF

recojo, integro y actualizo.


Como puede deducirse del índice del contenido de esta obra, en este
trabajo se abordan dos instituciones relacionadas con la materia central de la
obra, que es la responsabilidad política del Presidente de la República ante el
O

Congreso. Una es la institución de la vacancia o remoción del Presidente de


la República que el Congreso puede declarar por diversidad de causales, en
C

especial la de su permanente incapacidad moral. La segunda es la institución


2
Además de la sección relevante del proceso de vacancia presidencial que expongo en mi li-
bro Introducción al estudio del parlamento peruano (Fondo Editorial USIL, 2020), los textos
que sobre la materia de la vacancia presidencial he publicado previamente, que en esta obra
utilizo y condenso con los ajustes, modificaciones o actualizaciones respectivas, se encuen-
tran en los siguientes enlaces digitales: https://es.scribd.com/document/421764845/
CDG-La-finalidad-de-la-incapacidad-moral-permanente-como-causal-de-vacan-
cia-presidencial-y-la-interdiccion-circunstancial-de-la-reeleccion-presidencia; y,
https://es.scribd.com/document/385202785/CDG-Lo-debido-y-lo-indebido-en-el-
juicio-politico-Entre-el-indulto-y-la-vacancia.

44 |
Introducción: ¿Problemas globales y soluciones locales?

de la acusación constitucional, respecto de la cual el desarrollo se centra,


fundamentalmente, en el factor del plazo durante el cual rige la prerrogativa3.
Este problema tiene singular relevancia en el caso del Presidente de la
República en razón al período durante el cual cuenta con inviolabilidad e in-
demnidad, sólo vencido el cual cabe acusarlo ante el parlamento, a excepción
de las razones previstas en el Artículo 117 de la Constitución en las que se
enuncia de manera taxativa los supuestos en los que cabe acusarlo durante el
período de su mandato presidencial.
El aporte que se intenta presentar en estas reflexiones quiere aprovechar

ga L
las sucesivas y no poco dolorosas, si no, además traumáticas y frustrantes ex-

Le CIA
periencias de nuestra vida pública reciente, para dar cuenta del testimonio y
comentarios del autor sobre algunos de los alcances que cabe presentar para
la comprensión crítica de un régimen político como el peruano, en el que el

l
Presidente de la República tiene un papel altamente visible, y por esa misma
razón esa excepcional visibilidad es razón para contar con estándares igual-
ay EN
mente exigentes en el ejercicio y desempeño del liderazgo que se espera de
quien ocupa ese puesto.
El propósito al exponer estas líneas de análisis no es la finalidad de que
ch ID

compartamos todos los mismos pensamientos, opinión ni comentarios, ni que


exista unanimidad sobre los alcances que contiene el desarrollo, sino más bien
dejar constancia de observaciones con que como ciudadano me permito con-
Ya NF

tribuir en el debate académico y público. Dejar estos comentarios inidividuales


a disposición general es parte de la misión que me impongo de cumplir con
O


3
Podrá notarse que, comparativamente, el desarrollo del tema de la naturaleza y de los
C

efectos del plazo en la acusación constitucional tiene un alcance cuantitativa y quizá


desproporcionadamente mayor que el que se dedica a los demás temas tratados.
La razón por la que dicha desproporción caracteriza la entrega de esta obra al público
interesado en la materia, es para aportar en la comprensión específica de las distintas
naturalezas del plazo en el antejuicio y en el juicio político, con los consiguientes efectos
que dichas naturalezas generan en la gestión del proceso parlamentario de la acusación
constitucional contra los más altos funcionarios del Estado a quienes se concede esta
prerrogativa, uno de los cuales obviamente es el jefe de Estado.
De modo similar al que anoto respecto de mis anteriores contribuciones sobre algunos
aspectos desarrollados en este trabajo, cumplo con referir el texto principal del que tomo
las líneas principales en el capítulo que dedico a ese asunto, y que puede encontrarse
en el espacio digital en que copio el libro que escribí previamente sobre la materia, que
publicó el Departamento Académico de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del
Perú el año 2009: https://es.scribd.com/document/380106883/Cesar-Delgado-Guem-
bes-Naturaleza-y-Efectos-Del-Plazo-en-La-Acusacion-Constitucional

| 45
César Delgado-Guembes

mis deberes y obligaciones en mi condición de miembro de nuestra república4.


Finalmente, estas opiniones y reflexiones no tienen por objetivo agudizar los
graves niveles de polarización que afectan nuestra vida política sino servir
de insumo para la mejor comprensión de nuestras instituciones y la propia
naturaleza de nuestra identidad como república.
Con el rechazo de la segunda moción de vacancia contra el presidente
Castillo Terrones el lunes 28 de marzo de 2022 se selló un episodio más en
la experiencia de un proceso secularmente caído en desuso que súbitamente
cobró relevancia, trascendencia e interés desde el inicio del siglo XXI, en el

ga L
segundo milenio de nuestra era. Al proceso de vacancia que se lleva a cabo

Le CIA
en sede parlamentaria es posible que suceda posteriormente en los próximos
años o décadas otro tipo de procedimientos propios, ya no de la democracia
representativa, sino de la opción por la revocatoria del mandato que es parte
del haz de derechos que la Constitución de 1993 reconoce al ciudadano en

l
el marco del derecho a la participación y a la consulta popular que desarrolla
ay EN
la ley 26300. El tiempo y la república hablarán a su momento con claridad y
con el prudente tono que cada circunstancia efectivamente merezca y exija.
ch ID
Ya NF
O


4
A propósito de la era electronal que se ha inaugurado recientemente en la historia,
C

luego del período de escribalidad, y como parte del desarrollo de la misión que me he
fijado, he desarrollado la difusión de mis reflexiones o estudios dentro de mi actividad
profesional en el espacio digital mediante la creación de mi canal en YouTube (https://
www.youtube.com/channel/UCRT3QCjVjMxkl8CTw9YM98A), así como en mi página
web Arrugas parlamentarias y pliegues subterráneos (https://cdelgadoguembes.com/),
y en mi página en FaceBook (https://www.facebook.com/CesarDelgadoGuembes).
Dentro de la propia perspectiva de esta misión es que acompaño a este texto el enlace
digital en el que puede complementarse mis apreciaciones con los comentarios que he
realizado públicamente en medios de comunicación sobre la materia específica de este
trabajo, y que forman parte del material que publico en mi canal en YouTube. Quienes se
interesaran en la versión visual de estas reflexiones, en consecuencia, pueden recurrir
al enlace en el que compilo la lista de reproducción de mis intervenciones periodísti-
cas cuando se me ha solicitado mi opinión. El enlace para dicha lista de reproducción
(playlist) se encuentra en: https://www.youtube.com/playlist?list=PLsW6W5uGK-g7O-
1GZJUB9luzN_PqBiXat9

46 |
Capítulo I
La relevancia contextual de la cuestión de la
vacancia por permanente incapacidad moral

ga L
Le CIA
l
ay EN
H a sido tan infrecuente el uso de la categoría de la vacancia por permanente
incapacidad moral, que parecía que esa sería una norma destinada a su
caducidad y perención por el desuso práctico en la vida política nacional. Com-
ch ID

parativamente poquísimos han sido los casos históricos en que se ha invocado


esta potestad para licenciar a un Presidente de la República. Por alguna razón,
sin embargo, el Perú ha sido recientemente terreno fértil para experimentar la
Ya NF

vigencia, la utilidad y las limitaciones que pueda tener esta cláusula centenaria
en nuestra vida constitucional.
El desuso relativo sólo justifica el necesario reconocimiento de esta
O

atribución, especialmente cuando existen hechos que demuestran que la per-


manencia del Presidente de la República más es un obstáculo y un peligro para
C

la gobernabilidad del país que su remoción o vacancia. La vacancia presidencial


por permanente incapacidad moral, en efecto, es una atribución que puede utili-
zarse para generar el recorte extraordinario del mandato regular de cinco años. Esa
es su razón de ser, y está en el marco competencial del Congreso proponer su uso
en un caso concreto si existe mérito bastante para limitar el término del período
para el que es elegido el Presidente de la República. Las propuestas de vacancia,
en este sentido, no son en sí mismas una treta ni una alternativa contraria ni a la
Constitución ni a la vigencia del régimen democrático.
Que no haya sido necesario, o que no se haya logrado remover regular-
mente al Presidente de la República durante el período de su mandato, confirma
que el Perú ha contado con quienes han merecido permanecer en el cargo
presidencial durante la integridad de su período. La historia republicana deja

| 47
César Delgado-Guembes

testimonios de que los presidentes han tenido méritos suficientes consistentes


con los valores éticos que nuestra Constitución prevé.
Contrariamente, el recurso reciente a propuestas de vacancia presiden-
cial, tanto contra los presidentes Kuczynski o Vizcarra, como recientemente
contra el presidente Castillo Terrones, han resultado de evidencia acumulada
con la que se presentaron casos de incompatibilidad con criterios de ética
pública basados en la axiología y los valores que nuestra Constitución recoge
en su cuerpo normativo5. Si bien es innegable que de por medio existía una
coyuntura en la que el Poder Ejecutivo carecía de mayoría suficiente para

ga L
contrarrestar definitivamente todo intento de vacancia por incapacidad moral

Le CIA
en el parlamento, en nombre de dicha insuficiencia es impropio exculpar al
presidente cuando hay elementos de convicción necesarios para articular una
propuesta que se ponga a consideración del parlamento6.

l
Desviar la responsabilidad por inconductas presidenciales fundadas en la
incongruencia con valores que la Constitución prevé en el contenido de su texto,
ay EN
desconociendo en ese supuesto el regular ejercicio de potestades propositivas,
deliberativas y decisorias del Congreso, importa un acto de confusión, distorsión
y desconocimiento de dichas facultades. Precisamente, a título de ejemplo de una
ch ID

casuística desleal a los valores que nuestra Constitución contiene, cabe utilizar las
declaraciones que realizó el señor Aníbal Torres en la conferencia de prensa que
durante treinta minutos ofreció, como Presidente del Consejo de Ministros, en
Ya NF

compañía de su gabinete en pleno, el día 14 de febrero de 2022.


En su comunicación el Presidente del Consejo de Ministros usó seg-
mentos discursivos con los que construyó la hipótesis de que en el Congreso
O

habría representantes cuyo ánimo era conspiratorio, golpista y contrario a la


democracia. Habló de que se había puesto al descubierto una reunión secreta
C

de parlamentarios y políticos de la oposición con una agenda que respondería a


definir la estrategia legal para finiquitar la forma de cómo puede sacar [sic] al


5
Los criterios para definir la falta moral varían, pero principalmente se ha recurrido a
las faltas contra la transparencia, el falseamiento de información, o la obstrucción a
la justicia, pero también por deficiencias serias en la escogencia y designación de tit-
ulares de diversos órganos constitucionales sobre quienes existían serias dudas sobre
la idoneidad de sus trayectorias laborales y falta de afinidad con perfiles personales
democráticos (apología al terrorismo; denuncias por sedición; denuncias por violencia
familiar o contra la administración pública).

6
La insuficiencia representativa del Presidente de la República en el Congreso parece
deberse, fundamentalmente, al uso parcial de la doble vuelta en el proceso electoral. Se
espera que si comprendiera la elección presidencial así como la parlamentaria, dicha
insuficiencia disminuiría el riesgo de su ocurrencia notablemente.

48 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

Presidente de la República. Para lograr el posicionamiento antidemocrático de


quienes propondrían la vacancia del señor Castillo Terrones por considerarlo
moralmente incapaz, el señor Torres Vásquez produjo dicha imagen tomando
como inicio las acusaciones de supuesto fraude electoral que se realizaron en
el proceso de las elecciones presidenciales del 2021.
En el imaginario que construye el Presidente del Consejo de Ministros el
esfuerzo consiste en construir un perfil golpista, autoritario, ilegítimo y anti-
democrático del Congreso. La herramienta de la que se vale es la fantasía que
elabora a propósito de una cronología a la que atribuye significados en los que

ga L
su imaginación advierte la malévola intencionalidad de derrocar al Presidente

Le CIA
de la República. En la lenguaraz y errática dimensión alucinatoria del jefe del
gabinete, el Congreso asume una conducta desestabilizadora del gobierno, con
la intención de urdir en secreto un plan para generar un golpe de estado que
se inicia con las acusaciones de fraude durante el proceso electoral, y que se

l
concatena con alternativas de remoción del jefe de Estado a través de su vacan-
ay EN
cia, su acusación constitucional o su renuncia al cargo. En el cuadro siguiente
se consignan los hechos de la cronología golpista que prepara la imaginación
del señor Torres Vásquez.
ch ID

Cuadro N° 1
Articulación cronológica de la narrativa del PCM Torres Vásquez
Ya NF

para construir un escenario contrario a la democracia


constitucional

Fecha Hecho Significado


O

7 Junio 2021 Keiko Fujimori convoca a Conferencia Las imputaciones queda-


de Prensa y denuncia fraude sistemá- ron judicialmente desa-
tico en la segunda vuelta electoral creditadas porque no se
C

14 Junio Lourdes Flores Nano denuncia la exis- pudo demostrar ni el frau-


2021 tencia de Actas de Votación con fir- de ni la existencia de Ac-
mas falsas. tas falsas.
Trece Estudios de Abogados parti-
ciparon en la impugnación de Actas
electorales para evitar que se declare
ganador a Pedro Castillo
1-27 Julio Manifestaciones públicas contrarias a
2021 la proclamación de Pedro Castillo li-
deradas por políticos aliados a Fuerza
Popular como Alejandro Cavero, Jorge
Montoya, Hernando Guerra García

| 49
César Delgado-Guembes

27 Julio 2021 Congresistas Hernando Guerra García Según la narrativa del


y Jorge Montoya viajan a Washington PCM, el objetivo del viaje
DC como parte de una delegación y de la denuncia ante la
que debía reunirse con la Secretaría OEA sería desacreditar in-
General de la OEA para denunciar el ternacionalmente al Perú
presunto fraude en las elecciones pre- ante la comunidad inter-
sidenciales nacional.
12 Agosto Creación de la Comisión Investigado-
2021 ra sobre los primeros 100 días del go-
bierno de Pedro Castillo

ga L
19 Agosto Creación de la Comisión Investigado-
2021 ra sobre el presunto fraude en las elec-

Le CIA
ciones presidenciales, bajo la presi-
dencia del congresista Jorge Montoya.
19 Octubre El Poder Ejecutivo presenta el proyec- Desde su presentación la

l
2021 to de ley 747, para evitar el uso irra- Comisión de Constitución
zonable de la vacancia presidencial y no ha dictaminado dicho
ay EN
la disolución del Congreso, y reducir proyecto.
al mínimo los usos de la cuestión de La finalidad de la inicia-
confianza y la vacancia presidencial tiva es cubrir situaciones
por incapacidad moral. que reproduzcan la expe-
ch ID

riencia de que en 5 años


se ha generado la sucesión
de 5 Presidentes de la Re-
pública, y a un cierre del
Ya NF

Congreso.
21 Octubre Publicación de la Ley 31355, con la
2021 que se regula el uso de la cuestión de
O

confianza limitando su uso respecto


de reformas constitucionales o pro-
yectos de ley
C

10 Noviem- Presentación de la Moción que propo- La Moción no fue admiti-


bre 2021 ne la vacancia de Pedro Castillo por da. Alcanzó 47 votos.
permanente incapacidad moral
7 Diciembre Presentación del proyecto de ley 918,
2021 que propone la reforma del Artículo
117 de la Constitución, ampliando los
supuestos para suspender o destituir
al Presidente de la República

50 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

13 Diciembre La Presidente del Congreso viaja a Según el planteamiento


2021 España y se reúne con Diputados y del PCM la acción de la
Senadores españoles. Los Diputados Presidente del Congreso
Noemí Villagracia y Antón Gómez desacredita al Perú ante la
Reyno afirmaron que Alva Prieto ha- comunidad internacional.
bría exigido a los Diputados que se
emita un pronunciamiento señalando
que el Perú ha sido capturado por el
comunismo y que Pedro Castillo care-
ce de legitimidad.

ga L
22 Enero Se aprueba por insistencia la ley so- El Poder Ejecutivo había
2022 bre el proceso para convocar a refe- observado la ley debido a

Le CIA
réndum reforzando los límites para la la afectación que genera
convocatoria a la participación política,
vulnerando el régimen de-
mocrático y produciendo

l
desequilibrio entre pode-
res, con el fin de concen-
ay EN
trar el poder en el Congre-
so de la República
4 Febrero La Primera Vicepresidente del Con-
2022 greso pide la renuncia del presidente
ch ID

Castillo Terrones
6 Febrero La Presidente del Congreso declaró
2022 que está dispuesta a asumir el reto del
Ya NF

encargo de la presidencia de la repú-


blica
8 Febrero El Defensor del Pueblo pide la renun- En la percepción del PCM
2022 cia del Presidente de la República el Defensor del Pueblo
O

deja de lado su función


constitucional para pro-
C

mover la democracia y el
cumplimiento de la Cons-
titución
9 Febrero Se produce una reunión en el hotel
2022 Casa Andina Premium, del distrito
de Miraflores, en las que participan
la Presidente del Congreso, los con-
gresistas Patricia Juárez, Hernando
Guerra García, Alejandro Muñante,
Norma Yarrow, José Williams, Car-
los Anderson, Leydi Camones, Luis
Arriola entre otros, y líderes políticos
como Jorge del Castillo, Luis Galarreta
y Úrsula Letona.

| 51
César Delgado-Guembes

La Comisión de Constitución aprueba En la visión del PCM el


el dictamen con el que se elimina la objetivo es restringir la
cuestión de confianza obligatoria. capacidad de control po-
11 Febrero
lítico del Congreso con la
2022
finalidad de impedir que
el Poder Ejecutivo plantee
la cuestión de confianza
obligatoria.
La Subcomisión de Acusaciones Cons- El argumento del PCM es
titucionales aprueba por mayoría la que la denuncia descono-

ga L
inclusión y priorización en su agenda ce que el Presidente de la
de la denuncia con la que se propone República no había mani-

Le CIA
la acusación del Presidente de la Re- festado deseo alguno de
pública por traición a la patria ceder soberanía a Bolivia.
12 Febrero Total de 13 Mociones de interpelación
2022 contra diversos ministros, de las cua-

l
les 4 fueron aprobadas, y una de ellas
ay EN
derivó en la aprobación de una Mo-
ción de Censura contra un ministro
14 Febrero El diario “La República” informa que
2022 la reunión del 9 de Febrero fue fi-
nanciada por la Fundación Friedrich
ch ID

Naumann y el Centro de Innovación


de Políticas Públicas (CIPP), bajo la
coordinación de Gustavo Nakamura
Ya NF

Elaboración: propia
O

El argumento que en nombre del gobierno construyó el ministro Torres


Vásquez, sin embargo, más allá de las hilaciones improbadamente conexas con
C

ánimos o intencionalidades que sólo existen en el plano de hipótesis de con-


frontación con el rival político, debe contrastarse con supuestos y con hechos
que motivan la opinión de sectores de la oposición contrarios al gobierno a
promover e intentar la remoción del presidente Castillo Terrones7. El hálito de


7
Por lo pronto, frente a la narrativa que ficcionó el ministro Torres Vásquez recibió
la respuesta de algunos congresistas, entre los que quizá sean algunos de los más
importantes, se encuentran los miembros de la Mesa Directiva del Congreso. En un
Comunicado público la Mesa Directiva expresó que La Mesa Directiva del Congreso de
la República rechaza las irresponsables declaraciones del premier Aníbal Torres, vocero
oficial del gobierno, quien se ha referido al Parlamento y a la presidenta Maricarmen Alva
en tono amenazante, acusándonos de golpistas y al mismo tiempo negándose a responder
preguntas sobre presuntos actos de corrupción en el Poder Ejecutivo, agudizando de esta

52 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

autosuficiencia en los ámbitos de la paranormalidad con que postuló el relato


del complot antidemocrático, sin embargo, fue complementado con comenta-
rios biliosos más bien mundanos y muy terrenales, con los que a propósito de
un supuesto llamado de atención al Congreso pretendía construir un puente
al diálogo, al consenso y a la concertación8.
Adicionalmente a la comunicación que hizo el ministro Torres Vásquez,
el 15 de marzo de 2022 el propio Presidente de la República opta por comple-
mentar el enfoque político del Presidente del Consejo de Ministros, enfocando

ga L
Le CIA
manera la crisis política y la ingobernabilidad en las que nos encontramos. Es evidente que
el gobierno está llevando adelante un plan de desprestigio sistemático de la institución par-
lamentaria. El premier Torres repite una serie de imprecisiones para confundir a la opinión
pública, como las supuestas declaraciones que la presidenta del Congreso habría tenido en

l
su viaje a España de hace algunas semanas, cuando el propio informe de la diplomacia
peruana -que responde al Poder Ejecutivo—, remitido el 11 de diciembre de 2021, por el
ay EN
Ministro Diplomático de la República, señor Eduardo Pérez del Solar Marcenaro, encargado
de Negocios de la Embajada del Perú en España, desmintió categóricamente esa narrativa
imaginaria. Estas imprecisiones, se suman al doble discurso utilizado por el premier, quien
en Lima habla de la necesidad de un entendimiento con el Congreso, pero que en provincias
ch ID

vuelve a la falsa narrativa de un Congreso golpista. Nuestro país requiere de madurez política.
Las declaraciones del premier, exacerban los ánimos de diversos sectores de la población que
se traducen en actos violentos y de acoso político de los cuales la presidenta Alva ha sido
Ya NF

víctima directa el último fin de semana con agravios en la puerta de su domicilio.



8
Los calificativos que consigno se refieren a las declaraciones que hizo el ministro To-
rres Vásquez en Huancavelica a los medios de comunicación, luego de presidir la III
Sesión Descentralizada del Consejo de Ministros, el día viernes 25 de marzo de 2022.
En esa ocasión dijo: si Pedro Castillo cae, caemos todos. Todo el pueblo. Todos los pueblos
O

del Perú. (…) ¿Y qué se dice del presidente Castillo? Se dice que es un corrupto. ¡Palabras!
¡simplemente palabras! ¡Y no hay absolutamente una prueba y no la pueden exhibir porque
C

no la tienen, sino solamente vociferan!.


Añadió luego su entendimiento de las causas del pedido de vacancia presidencial indi-
cando esos ladrones que nos robaron en los gobiernos anteriores por miles de millones ahora
están detrás de la vacancia de Castillo, porque perdieron la mamadera (…).
Y en alusión a las fuerzas políticas opositoras en el Congreso afirmó que a nadie se le
dice que no sea oposición. ¡Que siga siendo oposición!. Y eso es bueno en un Estado demo-
crático. Pero que no siga atentando contra la democracia. ¡Y eso es lo que se quiere destruir
con el golpe de estado llamado «vacancia»!.
Por el contenido de las afirmaciones del Presidente del Consejo de Ministros cabe
notar que en su percepción el pedido de vacancia adolecía de niveles medulares de
legitimidad y que, por el contrario, se trataría de un pretexto para derrocar al Presi-
dente de la República mediante el ardid de la vacancia que reconoce el inciso 2 del
Artículo 113 de la Constitución. Al respecto puede recurrirse como fuente al enlace
capturado el 25 de marzo de 2022 en https://www.facebook.com/noticias.tvperu/
videos/388799449417772

| 53
César Delgado-Guembes

los propósitos y propuestas relacionados con su vacancia, como maniobras de


sabojate y complot político.
En el Mensaje extraordinario al Congreso del 15 de marzo, en efecto,
además de tomar como base la exposición del gabinete Torres Vásquez en la
sesión de investidura9 y hacer referencias gruesas al documento de gestión en
el que participó el CEPLAN, presentó, a similitud de la exposición de Torres
Vásquez, diversos hechos que en su imaginario explicitarían cronológica-
mente el alegado y sistemático trabajo de deslegitimación del gobierno con el
propósito de lograr la remoción del Presidente de la República y de recortar

ga L
la duración de su mandato. Entre los hechos en los que advierte el enunciado

Le CIA
designio deslegitimador, con la intención de orquestar su vacancia, mencionó
los que se menciona en el siguiente cuadro y que tienen como fuente el Men-
saje presidencial.

l
Cuadro N° 2
ay EN
Articulación de hechos de los que el Presidente Castillo Terrones
deduce maquinación de opositores para deslegitimarlo y vacarlo

Fecha Hecho Significado


ch ID

12 Agosto Creación de la Comisión Investiga- Se asume que la creación de


2021 dora sobre los primeros 100 días de la comisión menoscaba la la-
gobierno bor que hubiera alcanzado a
Ya NF

realizar el gobierno
19 Agosto Creación de Comisión Investigado- Se resalta el suceso de la
2021 ra sobre el presunto fraude en las creación de esta comisión
elecciones presidenciales porque el Poder Judicial sen-
O

tenció que no hubo fraude


19 Octubre El gobierno presenta el proyecto
C

2021 747 para evitar el uso irrazonable


de la vacancia presidencial y la di-
solución del Congreso, pendiente
de dictamen al 15 de marzo de 2022
21 Octubre Publicación de la Ley 31355, que El contenido de la ley era
2021 restringe la facultad del Poder Eje- una tarea pendiente, debido
cutivo de plantear cuestiones de al inconstitucional uso que
confianza de esa facultad realizó el go-
bierno de Martín Vizcarra


9
La similitud no tiene en este caso referencia hiperbólica ni metafórica, sino literal.
Efectivamente, el señor Castillo Terrones leyó su mensaje al Congreso con el mismo
texto que antes había ya sido leído por el señor Torres Vásquez.

54 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

10 Noviembre Se presenta la primera moción de


2021 vacancia
7 Diciembre Presentación del proyecto 918, para El alcance del proyecto está
2021 reformar el Artículo 117 de la Cons- relacionado con la posibili-
titución, que amplía los supuestos dad de acusar al Presidente
para suspender o para destituir al de la República por un nú-
Presidente de la República mero de causales más am-
plio, de modo que así se re-
duzcan los casos en que haya
de recurrirse al proceso de

ga L
vacancia por incapacidad
moral permanente

Le CIA
10 Diciembre La Comisión Interamericana de
2021 Derechos Humanos se pronuncia
sobre la falta de definición objeti-
va de la vacancia presidencial en la

l
Constitución
ay EN
22 Enero El Congreso aprueba la insistencia La ley 31399 se publicó el 30
2022 de la ley que refuerza el proceso de de enero de 2022.
referéndum a través del Congreso,
limitando la participación democrá-
tica de la ciudadanía
ch ID

11 Febrero La Subcomisión de Acusaciones


2022 Constitucionales acuerda priorizar
Ya NF

la denuncia por traición a la patria


contra el Presidente de la República
28 Febrero La Subcomisión de Acusaciones
2022 Constitucionales aprueba por ma-
O

yoría declarar procedente la denun-


cia por traición a la patria contra el
Presidente de la República
C

8 Marzo 2022 Presentación de la segunda moción De los 118 congresistas pre-


de vacancia contra el Presidente de sentes el lunes 14 de marzo
la República de 2022, en la segunda mo-
ción de vacancia votaron a
favor de la admisión 76, 41
en contra y una abstención.
El número requerido de vo-
tos era 48 (40% de 118)
Elaboración: propia. Se toma como fuente el texto leído en el parlamento nacional por
el señor Castillo Terrones

| 55
César Delgado-Guembes

El planteamiento que llegó con el relato del Presidente Castillo Terrones


no daba crédito alguno a los hechos o datos en los que quienes criticaban su
papel en la conducción política fundaban la necesidad de eliminar las causas
de la inestabilidad política y económica que sus deficiencias ocasionaban, ge-
nerando, por consiguiente serios problemas no sólo de gobernabilidad, sino
igualmente de gobernanza.
Si bien el mensaje del Presidente Castillo Terrones enunció una suerte
de maquinación entre sus opositores para lograr su deslegitimación, contraria-
mente, la percepción de otro sector consideraba que su papel era recopilar los

ga L
actos en los que las insuficiencias en la gestión del gobierno mostraban su propia

Le CIA
deslegitimación, frente a la cual configuraba una exigencia realizar actos de
control que permitieran corregir las ineficiencias en la gobernabilidad del país.
Algunas señales puntuales que parecían marcar el especial interés y pre-

l
ocupación del parlamento en revisar la corrección con la que se desempeña el
Presidente de la República, en el curso de los primeros meses de su mandato,
ay EN
son aquellos sucesos de especial significación que pudieran afectar la legiti-
midad, estabilidad y gobernabilidad con que se ejerce la función presidencial,
prácticamente desde el inicio del mandato, cuyo impacto podría configurar
ch ID

y caracterizar un perfil deficiente o incompatible con el carácter moral que


debe caracterizar en el Perú el desempeño de la presidencia de la república.
Un aspecto grave y ostensible que parecía ser materia de concernimiento
Ya NF

general era la insuficiente falta de cuidado con la que el Presidente de la Re-


pública vela por valores críticos de nuestra soberanía. Es un rasgo en el que se
puede encontrar reproche moral en grado que podría descalificar la idoneidad
O

del Presidente Castillo Terrones la ligereza, la tolerancia o la flexibilidad con


la que asume que la integridad del territorio nacional puede ser disponible,
C

no obstante que el Artículo 32 de la Constitución precisa que los tratados


internacionales vigentes no pueden ser materia de consulta popular; que el
Artículo 54 prescribe que el territorio del Estado es inalienable e inviolable;
y que el Artículo 118 le asigna al Presidente de la República en su inciso 1)
la responsabilidad de hacer cumplir la Constitución y los tratados, y en su
inciso 15) adoptar las medidas necesarias para la integridad del territorio y la
soberanía del Estado.
La falta de identificación con el estricto cumplimiento de las obligacio-
nes funcionales que la Constitución impone de manera singular y especial al
Presidente de la República es una muestra del alejamiento de valores consti-
tucionales relacionados no solamente con el juramento que hace respecto de
su compromiso con el cumplimiento fiel de la Constitución, en general, sino

56 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

además con su obligación específica de velar por la integridad del territorio


nacional y la inviolabilidad de los tratados internacionales en los que se con-
sagran las fronteras.
La aparentemente insuficiente diligencia que se exhibe en relación con
valores nacionales puede configurar acaso una incongruencia con la identifica-
ción moral que se espera de manera ejemplar en el Presidente de la República,
y cabría quizá constituir un rasgo o una actitud deshonrosa e incompatible con
el estilo con el que debe conducirse la política estatal en materia de la sobe-
ranía nacional y de la integridad de nuestro territorio en grado singularmente

ga L
ofensivo contra la idiosincrasia del Perú, principalmente en cuanto quepa

Le CIA
calificar como moralmente negligente el tipo de conducción y de afirmación
del rol que le corresponde cumplir al Presidente de la República.
De modo análogo la oposición al Presidente Castillo Terrones consi-

l
deraba que riñe con la encarnación y adecuación de valores constitucionales
el desconocimiento de la importancia de las instituciones en la organización
ay EN
política del Perú del que da muestras cuando indica que su acción como Pre-
sidente de la República debe ser juzgada, no por el Poder Judicial, sino por los
Ronderos, a quienes reconoce potestades jurisdiccionales paralelas a aquellas
ch ID

a las que se somete la sociedad y el Estado. La crítica consiste en que si el


Presidente de la República pasa por alto las funciones que la Constitución le
asigna y otorga al Poder Judicial, cuya legitimidad y autoridad desdeña, la suya
Ya NF

es una conducta constitucionalmente desviada y disociativa que menoscaba


y riñe formal y materialmente con el espíritu y axiología que la Constitución
del Perú contiene.
O

Materia de preocupación y concernimiento también se puso en la agen-


da pública en relación con las observaciones relacionadas con insuficientes
C

esfuerzos y muestras de voluntad de generar consensos políticos en contexto


de sobrevivencia generalizada a nivel mundial, y de emergencia económica y
social, en las que se encontró algún grado de desidia. Desidia que se compro-
baría con la ligereza con manejó el Presidente Castillo Terrones las sucesivas
y erráticas designaciones en el gabinete y en el entorno del despacho presi-
dencial10. Los repetidos y reiterados errores que caracterizan la pauta y guión


10
Entre los casos más llamativos que circuló en los medios de comunicación cabe con-
signar los nombramientos de Guido Bellido Ugarte, en la Presidencia del Consejo de
Ministros, que registraba investigación policial por apología al terrorismo; Héctor Béjar
Rivera, ministro de Relaciones Exteriores, de quien se recordaba su pasado como mil-
itante y líder del Ejército de Liberación Nacional en los años 60s del siglo XX, y sobre
quien existió una denuncia por sedición; Iber Maraví Olarte, ministro de Trabajo y

| 57
César Delgado-Guembes

presidencial parecían haber causado cuatro crisis totales de gabinete en seis


meses de gobierno. Un hecho que bien podría ser muestra elocuente no sola-
mente de la impericia funcional del Presidente de la República sino del daño
que con su conducta y proceder ocasiona en la conducción del Estado y de la
sociedad, a partir de la inestabilidad que promueve con el desgaste institucional
y el descrédito general del gobierno y del Estado.
Los cargos contra el Presidente Castillo Terrones, quien lejos de procurar
la conformación de gabinetes capaces de auspiciar líneas de entendimiento, de
concordia y de colaboración, parecían ser que las designaciones que efectuaba

ga L
eran una muestra de la ofensa que, con el reiterado yerro en sus actos le causa

Le CIA
a la comunidad con la elección de personas de reputación deshonrosa, si no,
además, con un perfil personal que riñe con las luchas ganadas en contra del
terrorismo, y el afán indesmayable con el que debe intentarse la erradicación
de la corrupción en el manejo de los asuntos públicos y privados en el Perú.

l
Correlato del factor referido es el efecto que genera en el debilitamiento
ay EN
del régimen democrático el carácter confrontacional con el que se define
la integración de los gabinetes ministeriales, cuyo propósito habría parecido
consistir más en desarrollar el desgobierno que el encuentro entre la pluralidad
ch ID

de fuerzas políticas para consolidar planes de acción que integren la diversidad


de visiones y de enfoques. Este rasgo, a su vez que configura una deficiencia
aparente de liderazgo, trae como consecuencia niveles bajos de respuesta y
Ya NF

graves ineficiencias del gobierno a la demanda colectiva, marcan una señal de


obstaculiza la gobernabilidad del país y, a través de las carencias en materia de
gobernanza, precipita, además, el deterioro de nuestro régimen democrático.
O

Preocupantes como se presentan los datos y rasgos precedentes, y ello no


obstante la construcción que narra el ministro Torres Vásquez en su exposición
C

Promoción del Empleo, quien tenía una denuncia por el delito de terrorismo; Luis Bar-
ranzuela Vite, ministro del Interior, cuya hoja de vida contenía diversas amonestaciones
mientras sirvió en la Policía Nacional, además de una investigación por peculado doloso;
Héctor Valer Pinto, también Presidente del Consejo de Ministros, sobre quien existían
denuncias por violencia familiar en contra de su esposa e hija; Hernán Condori Mach-
ado, ministro de Salud, con denuncias por cobro indebido y negociación incompatible;
Carlos Palacios Pérez, ministro de Energía y Minas, en cuyos antecedentes existió una
investigación por el delito contra la administración pública; Ángel Ydelfonso Narro,
ministro de Justicia y Derechos Humanos, de quien se afirmó que existían setenta
denuncias por negligencia; José Gavidia Arrascue, ministro de Defensa, denunciado
por violencia psicológica; o Juan Silva Villegas ministro de Transportes y Comunica-
ciones, con denuncia por violencia familiar además de imputaciones de corrupción en
la administración de su sector.

58 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

del 14 de febrero de 2022, concernía igualmente la atención de la representación


en el parlamento las reiteradas señales de desinterés por la transparencia en el
desempeño de la función presidencial, y las graves e irremediables suspicacias
que ocasionadas por el secretismo, la reserva y la incomunicación con actos
que favorecen ineludiblemente el avance y expansión de la corrupción en el
manejo de los asuntos públicos.
Es elemental en el comportamiento del Presidente de la República el
deslinde tajante y claro que debe realizar con la corrupción. Dicho deslinde
debiera empezar, en efecto, con la vigencia de la transparencia como una polí-

ga L
tica de buen gobierno. La demanda contumeliosa y contumazmente inatendida

Le CIA
de información y comunicación con la población puede ser una señal con la
que se simula una honradez sospechosa e incomprobada. Este rasgo abunda
en el perfil de un carácter moral susceptible de calificar como incompatible
con el que corresponde a estándares de desempeño propios del más alto cargo

l
estatal en el gobierno del Perú.
ay EN
No era menor tampoco la preocupación que mantenía la oposición sobre
la relación que parecía existir en el proceso de copamiento de puestos estata-
les, a través de la remoción de funcionarios profesionalmente calificados y su
ch ID

reemplazo por personas sin méritos ni experiencia suficientes para atender


razonablemente la gestión de organismos estatales o el desempeño en puestos
públicamente críticos como pueden serlo, por ejemplo, INDECOPI, ESSALUD,
Ya NF

PERÚPETRO o las Procuradurías del Estado. Como evidencia de este tipo de


copamiento se mencionaba el reciente proceso de ascensos y de bajas en los
institutos armados y en la policía nacional, en los que se advertía la preferencia
sobre quienes guardan algún tipo de vínculo personal o particular a despecho
O

del mérito y de la evaluación y puntajes que la línea de carrera exige. Al res-


pecto se entendía que el papel cumplido por el Presidente de la República en
C

el proceso de ascensos y de bajas anuales no ha sido insignificante, sino todo lo


contrario, como lo demostraron las declaraciones de quienes fueron parte en el
proceso de promociones y de bajas durante el último trimestre del año 2021.
Los aspectos sobre los que el Congreso expresaba especial preocupación
afligían, además, a la opinión pública, tanto a través de los medios de comuni-
cación como a la ciudadanía en general. Muestra de este sentimiento general
lo constituía la desazón y la incertidumbre creciente con que se constataba
el cercano porvenir, en medio de acciones protagonizadas por la agrupación
política que postuló a Pedro Castillo Terrones como candidato a la presidencia
de la república, agrupación política que se empeñaba en aumentar los niveles
de zozobra e inestabilidad general con la pretensión de auspiciar un referén-

| 59
César Delgado-Guembes

dum para la reforma total de la Constitución, no obstante el orden normativo


vigente que supone la canalización de toda reforma constitucional no inde-
pendientemente sino con la participación expresa del Congreso nacional11.
El contexto del desempeño del señor Castillo Terrones como Presidente
de la República permitía advertir una aparentemente ausencia de rumbo en
la conducción del Estado, a la vez que una sinuosa e incierta línea de acción y
de conducta en su desempeño, con la que se genera serias afectaciones en el
gobierno del país12. A estas dos características se añade una situación indeseable

ga L

11
No carece de pertinencia citar la percepción de quienes, sin adhesión conocida ni mili-

Le CIA
tancia a partido político alguno, expresaban su preocupación por la gestión y conducción
incierta del país en un marco poco serio, contrario además a estándares mínimos en
nuestra ya bicentenaria historia política. La educadora e historiadora Carmen MacEvoy
escribía en un diario nacional que Los que lo conocen de cerca señalan que el presidente

l
del “gran cambio” multisecular no presta atención a sus interlocutores, evade citas de
ay EN
trabajo preestablecidas, ignora los consejos que buscan el bienestar del país, despide por el
WhatsApp a ministros y a todo aquel que atente contra su sobrevivencia política, se reúne
en la clandestinidad sin considerar la majestad de su cargo, gestiona —aparentemente— pre-
bendas para sus allegados y —en sus propias palabras— no ve la televisión ni mucho menos
lee periódicos, en un momento crucial para el Perú y el mundo. Todo lo anterior nos lleva
ch ID

a una pregunta fundamental: ¿Qué tipo de maestro, que predica una humildad y modestia
que no practica, se niega a rectificar el rumbo hacia la destrucción de la institucionalidad y
más bien se burla (victimizándose) de quienes votaron por él? Porque es una falta de respeto
Ya NF

al Perú, además de una hipocresía que raya con el cinismo, el hecho de minar las agendas
a favor del gran cambio educativo que proclama a viva voz por el cuoteo que lo mantiene
en el cargo. (…)Lo que vemos es una estafa producto de la crisis estructural de un Estado
perforado por delincuentes de cuello y corbata, de la pandemia y de un cúmulo de fantasías y
delirios que son parte de nuestra trágica historia política, en la que también entra el capital-
O

ismo salvaje (…).No me siento traicionada por este Gobierno que avergüenza al Perú y que
además incumplió la promesa de inaugurar una representación honesta capaz de liderar en
C

medio de la peste y la peor crisis institucional de nuestra historia. Para los que conocemos
la trayectoria de nuestra república, que tiene sombras, pero también luces y momentos de
heroísmo supremo, las declaraciones del entonces candidato Castillo, sonaban muy famili-
ares por ser calco de esa concepción salvadora de los caudillos de antaño que predicaban la
regeneración nacional en medio de prácticas depredadoras del Estado y de ese pueblo, que
una y otra vez pretendieron representar en su loca carrera por el poder. (cita tomada del
artículo publicado en el diario El Comercio, capturada en el enlace https://elcomercio.
pe/opinion/columnistas/la-historia-como-farsa-por-carmen-mcevoy-noticia/, del día
6 de marzo de 2022)
12
La valla con la que el gobierno de Pedro Castillo recibe la conducción del gobierno
representaba datos no poco fáciles de mantener, emular o mejorar.
Hasta el 2021, en los últimos 20 años el Perú no dejó de crecer económicamente de
modo continuo; el PBI aumentó cuatro veces; las exportaciones crecieron siete veces;
la inversión extranjera directa aumentó igualmente de modo notable y considerable;
de otra parte, la proporción de la población ubicada en la categoría de “clase media”

60 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

que el propio Presidente de la República admitió públicamente, como ocurrió


con su ausencia de capacidad personal y de competencias para ejercer la pre-
sidencia de la república según lo manifestó sin disimulo alguno en la entrevista
que le hizo el canal CNN difundida televisualmente el 24 de enero de 2022.
Al altísimo costo que se alegaba causarle al Perú el sinuoso e improduc-
tivo proceso de aprendizaje del señor Castillo Terrones en la presidencia de la
república, puede añadirse un componente políticamente más grave como puede
ser que en el ejercicio de su facultad de designar a los miembros del gabinete
ministerial parece existir una suerte de direccionamiento malintencionado

ga L
cuyo objetivo fuera, lejos de nombrar a los ministros más aptos para la tarea

Le CIA
de dirección de los servicios públicos a cargo de cada cartera ministerial, el
nombramiento de personajes cuestionables o ineptos a quienes elige con el
propósito de provocar el abierto rechazo, en general, de la opinión pública,
pero en particular del Congreso de la República, a fin de conseguir de este

l
modo su disolución primero y, eventualmente, después, la convocatoria a una
ay EN
Asamblea Constituyente para intentar la reforma total de la Constitución13.

(burguesía), cuando menos hasta el año 2019, se duplicó, llegando en el pico más alto
ch ID

al 40 por ciento. Adicionalmente, en el período comprendido entre el año 2006 y 2018


disminuyeron los índices de pobreza de más del 50 por ciento a cerca del 20 por ciento
de nuestros habitantes.
Ya NF

13
Uno de los argumentos de la campaña electoral del partido Perú Libre para el proceso
de abril del 2021 fue, en efecto, el propósito de emprender un proceso de reforma total
de la Constitución, a través de una Asamblea Constituyente, con el objeto de sustituir
la Constitución de 1993. Las razones más repetidas eran terminar con el carácter
simbólico de la Constitución de 1993 como emblema característico del período que
O

protagonizó Alberto Fujimori, en primer lugar y, en segundo término, reemplazar el


tipo de régimen económico de parentesco neoliberal por otro en el que se previera
C

mayor nivel de intervención del Estado en la economía, para así optimizar la situación
social y económica de los sectores populares más desposeídos del país.
Los argumentos propios de una campaña electoral, en efecto, no dejan de tener algún
carácter vinculante para quien gana el proceso electoral. Sin embargo, no puede dejar
de tenerse en consideración que los planes con los que se accede al poder deben ca-
nalizarse de conformidad con las restricciones normativas en vigor, por un lado, y por
otro lado, guardando especial consideración que las elecciones usualmente se ganan
con una proporción de votos y no por unanimidad, lo cual trae consigo la exigencia
de que los intentos de aplicación del plan de gobierno del partido que ganó la elección
sea necesario compatibilizarlo, adecuarlo, ajustarlo y consensuarlo con la pluralidad
de fuerzas con representación política en el parlamento.
Estas dos importantes restricciones operan como límites que acotan la capacidad de
decisión y la discrecionalidad con la que puede conducir el gobierno el partido ganador.
De ahí que cualquier estrategia para procurar la ejecución maximalista de los contenidos
críticos o radicales de cualquier plan de gobierno haya de procesarse con el tamiz de

| 61
César Delgado-Guembes

Debiera alejar de duda o sospecha, a este efecto, en primer lugar, la


declaración explícita del congresista Héctor Valer Pinto quien, durante su bre-
vísimo mandato como Presidente del Consejo de Ministros y sin ningún tipo
de embarazo, reserva ni prudencia, afirmó que su gabinete tendría el papel de
actuar como la “bala de plata” que permitiría ulteriormente al Presidente de la
República usar la “bala de oro” para disolver el Congreso. Y en segundo lugar,
el documento que tuvo cobertura pública consistente en una comunicación del
Ministro de Justicia, a su viceministro, disponiendo que prepare un proyecto
de ley de reforma constitucional sobre adelanto de elecciones generales14.

ga L
Le CIA
las normas vigentes y por la presencia de la pluralidad de sectores y fuerzas políticas
con presencia institucional en el régimen representativo.
En cualquier caso, más allá del posicionamiento ideológico de los partidos o de actitudes
más propiamente viscerales o hepáticas contra líderes de organizaciones políticas ad-

l
versarias, no puede dejar de reconocerse que la Constitución de 1993 no puede tomarse
ay EN
como una norma ni maldita, ni perversa ni fallida, ni como la fuente de los más grandes
males culturales o políticos del país. Si bien es incuestionable que su aplicación pudo
haber sido mejor llevada a cabo por los sucesivos gobiernos entre 1993 y el 2021 de
forma que el contenido social de la misma alcanzara de mejor manera a quienes mayo-
res niveles de desprotección padecen, cabe que los principales cambios se tramiten o
ch ID

como reformas parciales de su texto o, mejor aún, con mejores métodos y decisiones
en quienes dirigen de manera operativa y concreta la implementación de las principales
políticas públicas en los distintos sectores de nuestra sociedad y de nuestra economía.
Ya NF

14
La comunicación consta en el Memorando 17-2020-JUS/DM, fechado el 15 de marzo
de 2022 (el mismo día en que se llevaba a cabo el Consejo de Ministros en Palacio de
Gobierno, y el mismo día también en que el Presidente Castillo Terrones concurrió al
Congreso con el supuesto propósito de presentar su propuesta de elecciones genera-
les), y remitido a las 14:41 horas, por el Ministro de Justicia, Ángel Yldefonso Narro,
O

al Viceministro de Justicia, Juan Carrasco Millones (previamente Ministro de Interior,


y de Defensa, en el período de Castillo Terrones). En su texto le solicita que se sirva
C

evaluar y remitir una propuesta de Proyecto de Ley para reforma constitucional de adelanto
de elecciones.
De otro lado, y porque es de reciente ocurrencia, no es de difícil recordación que el
presidente Martín Vizcarra tuvo análoga iniciativa, la que se concretó con el proyecto
4637, que presentó el 31 de julio de 2019 (dieciséis meses después de la renuncia de
Pedro Pablo Kuczynski, y de su juramentación como Presidente), según el anuncio
que hizo en su Mensaje al Congreso del 28 de julio, en el que proponía el adelanto de
elecciones generales mediante una reforma constitucional, y mencionaba la alternativa
de la reforma constitucional a través de una asamblea constituyente. Esa iniciativa fue
recibida por la Comisión de Constitución el día 21 de agosto, y el dictamen se aprobó
el día 25 de septiembre, concluyendo en la recomendación de no aprobación de esa y
otras iniciativas similares y el consiguiente archivamiento del proyecto.
En principio, los fundamentos más importantes en contra de la aprobación de la inicia-
tiva del proyecto fueron que ese tipo de alternativas pretendía solucionar problemas
o conflictos coyunturales con medidas inadecuadas y desproporcionadas como lo

62 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

Es en esta coyuntura y panorama, cuando el mandato del presidente


Castillo Terrones no había cumplido ocho meses, que se examinaba en los
pasillos del Congreso la solución institucional que la Constitución Política le
asigna al Congreso de la República, para evaluar la vacancia del Presidente de
la República por incapacidad moral permanente. El Artículo 113 de la Cons-
titución prescribe en su inciso 2 que la Presidencia de la República vaca por su
permanente incapacidad moral o física declarada por el Congreso. Es desde este
caso reciente en la historia constitucional y política del Perú que se desarrolla
este ensayo de comprensión de esta crítica herramienta de dirección y control

ga L
del Estado y de la república.

Le CIA
El desenlace de las pretensiones que se concretaron en el segundo re-
chazo de la moción de vacancia trajo como consecuencia niveles relativos de
fortalecimiento del jefe de Estado cuya remoción no prosperó, no menos que la
mayor vulnerabilidad del Congreso a partir de la débil, nutrida y fragmentaria

l
presencia de partidos políticos que exhibieron una vez más sus incoherencias
ay EN
e indisciplina, así como la ausencia de visión y la incapacidad de conducción
de sus líderes. Paralelamente, el debilitamiento que el rechazo de la segunda
moción de vacancia generó en el Congreso, trajo consigo a la par e igualmente
escenarios menos institucionales en la búsqueda de solución de las demandas
ch ID

colectivas y de los conflictos sociales, porque ese mismo debilitamiento trasladó


la dinámica de solución de demandas y de conflictos a la calle. Vale decir, al
Ya NF

comparativamente menos organizado espacio público de los movimientos y


de las protestas públicas que no estaban en posibilidad de solucionarse en la
institucionalidad de nuestra vida política.
Precisamente por las insuficiencias en el manejo de la interacción y en
O

la gestión de la relación interorgánica entre los poderes del Estado es que la


experiencia de gobierno que este proceso ha generado en el Perú puede ser
C

un caso que lleve a comprender mejor qué significado tienen la presidencia de


la república y el Congreso de la República en el Perú, y qué es lo que nos falta
comprender para optimizar el funcionamiento efectivo de nuestro régimen
político.
Es con este alcance específico en mente que se ha desarrollado esta obra
que se entrega al consumo del criterio y del análisis de nuestra comunidad

sería una reforma constitucional para producir el recambio general de los titulares en
los poderes ejecutivo y legislativo. La Comisión de Constitución consideró que una
reforma de esa índole no era el remedio adecuado ni conveniente ante la dificultad del
gobierno de superar crisis políticas ni de verse impedido de alcanzar consensos con
las agrupaciones políticas no oficialistas.

| 63
César Delgado-Guembes

política en general, y académica en particular, a partir de la observación y de


la experiencia que como ciudadano he procurado consolidar en estas páginas.
La realidad del rechazo de las dos mociones de vacancia que se presentó con-
tra el presidente Castillo Terrones debe formar parte de los datos de nuestra
historia política que cuentan con una muestra de los procesos de formación
de la voluntad representativa por los operadores políticos de nuestro régimen
democrático.
No es escasamente elocuente el hecho de que en cuando menos tres de
las agrupaciones políticas con presencia en la asamblea de representantes, el

ga L
voto de sus integrantes se dividiera y no se expresara de manera disciplinada

Le CIA
en la consulta sobre la vacancia del presidente Castillo Terrones, señal ésta de
grados importantes de falta de cohesión grupal en un parlamento debilitado
por los agudos y dispersos niveles de fragmentación con que llegó al Congreso
una decena de grupos políticos15.

l
ay EN
ch ID
Ya NF
O
C


15
En la votación sobre la vacancia que tuvo lugar el día 28 de marzo, el resultado anunciado
fue de 55 votos a favor, 54 votos en contra, y 19 abstenciones. Los grupos parlamenta-
rios cuyos integrantes incurrieron en muestras de falta de cohesión o de indisciplina
fueron Acción Popular, Alianza para el Progreso y Somos Perú. No obstante el obligado
reconocimiento de que los congresistas están premunidos de la prerrogativa de la no
imperatividad del mandato, según la cual sus votos y decisiones deben tomarse bajo la
única regla de los mandatos de su consciencia personal, el ejercicio de la facultad de
votar no deja de regirse por la figura de la adhesión a los partidos políticos por los que
los congresistas postulan.
A su vez cada partido político encarna una visión distinta del país y de la axiología del
Estado cuyos miembros se espera o asume que compartan. La dispersión de visiones
de los miembros de un grupo parlamentario en temas tan poco banales como puede ser
la seria evaluación de la remoción del Presidente de la República termina constituyen-
do una lamentable carencia, falla y herida del sistema político peruano en las últimas
décadas, y no sólo de materialización reciente.

64 |
Capítulo II
La responsabilidad política del Presidente de
la República y el control de la ética pública

ga L
por el parlamento

Le CIA
l
ay EN
E n este capítulo se refiere el marco básico del desarrollo que se expande
en los siguientes capítulos, en relación tanto con la indemnidad que la
Constitución le reconoce al Presidente de la República durante su período,
ch ID

como con su responsabilización al amparo del inciso 2 del Artículo 113, o del
inciso 1 del Artículo 114 de la Constitución.
Las responsabilidades en el régimen jurídico pueden ser civiles y pena-
Ya NF

les, administrativas o constitucionales, políticas o morales. La aplicación a la


responsabilidad del Presidente de la República mantiene el mismo esquema.
Las suyas, cuando corresponde exigírsela, pueden ser también civiles, penales,
O

administrativas y constitucionales.
En el Perú el Presidente de la República, no obstante el oxímoron ni la
C

cacofonía, no tiene el estatus de los monarcas del absolutismo. Su jerarquía


va de la mano con la especial necesidad que la conducción del Estado, del
gobierno y del país exigen, pero el carácter conductor de su rol constitucio-
nal no lo inmuniza con la impunidad. El derecho positivo aspira a la escisión
conceptual y metodológica entre la ley y la moral. A su vez, las corrientes
iusnaturalistas proponen que no cabe espacio legal que no esté, antes,
fundado en una razón ética. Entre las rigideces del positivismo y la abierta
flexibilidad del derecho natural, en este trabajo asumimos las posiciones
de la contingencia y afirmamos que no todos los contenidos del derecho
están definidos por el orden moral, así como que no toda la razón. El texto
del inciso segundo del Artículo 113 parece, confirmar esta sospecha cuando

| 65
César Delgado-Guembes

franquea al Congreso la facultad de destituir al Presidente de la República


por permanente incapacidad moral.
La previsión citada es una alternativa distinta a la que, durante el
mandato del Presidente de la República, podría recurrir el Congreso en caso
dicho funcionario debiera responder por delitos cometidos en el ejercicio de
sus funciones o por la violación o infracción de la Constitución. Esta vía no
puede ser utilizada por el Congreso al amparo de los Artículos 99 y 100 de
la Constitución mientras ejerce la presidencia de la república. Sólo podría
exigírsele ese tipo de responsabilidades desde que el presidente cesa en el

ga L
cargo, no antes.

Le CIA
Como se podrá apreciar en el capítulo reservado a la naturaleza y efectos
del plazo en la acusación constitucional la comisión de un delito en el ejer-
cicio de la función presidencial, o de una infracción constitucional, durante

l
la vigencia de su período en el cargo, tendrá distintos efectos según que la
falta delictiva o infractoria sea objeto de prescripción o de caducidad. Ambos
ay EN
supuestos son desarrollados en dicho espacio. Lo central es que, de acuerdo a
la posición que dice que el plazo para las infracciones constitucionales es de
caducidad y no de prescripción, el plazo para inhabilitar al Presidente de la
ch ID

República (ya que no cabría ni suspender ni destituir a quien ya concluyó su


mandato) no admite interrupción ni suspensión y vence a los cinco años luego
de haber concluido el período presidencial.
Ya NF

En consecuencia con la premisa de la indemnidad temporal y material


que acompaña al Presidente de la República, cualquier tipo de acto funcional-
mente delictivo o infractorio de la Constitución con que pudiera reprochársele,
O

según la regla constitucional, debe asumirlos el gabinete ministerial. Si


esto es así, quien responde políticamente con carácter subrogatorio es el
C

gabinete.
Esa responsabilidad política es fundamental y eminentemente ante el
parlamento, porque las responsabilidades administrativas, civiles, y penales
tienen carácter personal, y por ello los miembros del gabinete sólo podrían ser
emplazados y responsabilizados por los actos personales en que se pruebe las
faltas de su actuación, y no por las que debiera reprochársele de modo personal
sólo al Presidente de la República.
Nos encontramos por consiguiente con distintos tipos de responsabilidad
material en el tiempo. El cuadro siguiente permite ubicar al responsable según
el punto en el tiempo en que ocurra o se exija la responsabilización.

66 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

Cuadro N° 3
Tipos de exigibilidad de responsabilidad
por actos del Presidente de la República
Responsabilidad Presidente de la República Gabinete ministerial
del Presidente de la
República
Infracción constitu- Durante su período sólo por las Además de su eventual
cional causales previstas en el Artículo censura, los ministros
117 de la Constitución. son pasibles de denuncia

ga L
Luego de concluido su mandato, constitucional.
hasta 5 años después (plazo de

Le CIA
caducidad)
Delito en ejercicio Durante su período sólo por las Además de su eventual
de la función causales previstas en el Artículo censura, los ministros
117 de la Constitución. son pasibles de denuncia

l
Luego de concluido su mandato, constitucional.
ay EN
hasta 5 años después (plazo de
prescripción).
El delito es perseguible en la vía
ordinaria una vez prescrita la
ch ID

acusación constitucional.
Delito común El PR no está protegido por la Los ministros no son res-
cláusula de indemnidad durante ponsables por los delitos
Ya NF

su período. comunes cometidos per-


Puede configurar una de las cau- sonalmente por el PR.
sales de suspensión, o de vacan-
cia, por incapacidad moral.
O

Falta administra- El PR sí está protegido por la Los ministros sí son pa-


tiva cláusula de indemnidad durante sibles de denuncia y san-
C

su período. ción por sus actos perso-


Es pasible de denuncia y sanción nales, pero no por los que
luego de concluido su período. se deriven de los actos del
PR.
Responsabilidad El PR sí está protegido por la Los ministros sí son pa-
civil cláusula de indemnidad durante sibles de denuncia y san-
su período si el acto es parte de ción por sus actos perso-
su función. Es pasible de deman- nales, pero no por los que
da luego de concluido su período. se deriven de los actos del
No está protegido si su responsa- PR.
bilidad corresponde por actos no
funcionales.

Elaboración: propia

| 67
César Delgado-Guembes

El esquema anterior permite clasificar la vía procesal adecuada, relevan-


te y pertinente para exigir la responsabilidad del Presidente de la República
durante su período y una vez concluido su mandato, sea por vencimiento del
término o por conclusión prematura del mismo por alguna de las causales que
la Constitución indica en los Artículos 113, 114, y 117.
Del mismo modo como se precisa los alcances de la responsabilidad
principal y subrogada del Presidente de la República en la forma de gobierno
del Perú, es complemento de la exigibilidad de esa misma responsabilidad la
identificación del órgano competente para procesarla y de los alcances de dicha

ga L
competencia. El órgano competente para revisar la corrección, regularidad e

Le CIA
idoneidad en el ejercicio de la presidencia de la república es el Congreso. El
Congreso es la instancia que, en nombre de la voluntad popular, tiene la misión
de vigilar el ejercicio del poder en armonía con los valores, estándares y prin-
cipios constitucionales. Es en este sentido que cabe reconocer en el Congreso

l
al órgano de control de la ética pública en el ejercicio del poder.
ay EN
En consecuencia con esa misión fundamental es que el Congreso tiene
capacidades inconfundibles en la dirección y definición del horizonte de los
rumbos que se prefiere para la república. Para hacerlo la Constitución prevé,
ch ID

además del proceso de vacancia del Presidente de la República, otros procesos


análogos en los que quienes representan a la voluntad popular también tienen
la potestad de designar o de remover a otros igualmente altos funcionarios de
Ya NF

órganos constitucionales.
El sistema de procesamiento de indirizzo político con alcances tanto
político como morales comprende, en el régimen constitucional peruano,
O

la participación y aceptación en la designación del gabinete, su remoción


mediante la censura o la negación de una cuestión de confianza (Artículos
C

130 y 132); la designación y remoción del Defensor del Pueblo (Artículo


161); la designación y remoción del Contralor (Artículo 82); la ratificación
del Presidente del Banco Central de Reserva y del Superintendente de Banca,
Seguros y Asociaciones de Fondos de Pensiones, la designación de tres de los
directores del Banco Central de Reserva, y la remoción de todos los directo-
res de esta misma institución, incluido su presidente (Artículos 86 y 87); el
nombramiento de los siete magistrados del Tribunal Constitucional, así como
su procesamiento por la comisión de delitos en el ejercicio de la función o por
infracción de la Constitución (Artículos 201, 99 y 100); así como la remoción
de los miembros de la Junta Nacional de Justicia —antes Consejo Nacional de
la Magistratura— (Artículo 157).

68 |
La responsabilidad política del Presidente de la República y el control de la ética pública ...

El alcance de los procesos de remoción de altas autoridades estatales en


el Perú, a cargo del Congreso de la República, supone, como puede advertirse,
una visión mucho más amplia que la que se tendría si únicamente se le reservara
la potestad de vacar al Presidente de la República por incapacidad moral como
parte del juicio y decisión que se adopte por las mayorías parlamentarias. Se
trata de una competencia sistemática respecto de la necesidad de adjudi-
carle y de reservarle al Congreso la capacidad de revisar, examinar, evaluar
y decidir respecto de la conveniencia de mantener a altos funcionarios de
la república de los que, ciertamente, depende la buena administración de

ga L
funciones estatales clave en el gobierno y del manejo del Estado.

Le CIA
Esta verificación permite caer en cuenta que el Congreso tiene reser-
vada la atribución de calificar la materialización sustantiva de ciertos valores
y principios en la axiología constitucional. Esta atribución se le reserva en
congruencia con la creencia de que el pueblo, a través de sus representantes,

l
cuenta con las garantías mínimas indispensables para ser el autor de su pro-
ay EN
pio destino. Estos son invariablemente los costos propios de todo régimen
democrático, no obstante que quienes lo cuestionan lo hacen en nombre del
descontento y dudas primordiales en nombre de las cuales instalan tutelajes
o báculos con los que se afecta la calidad del tipo democrático de gobierno
ch ID

en nombre, supuestamente, de mejores saberes que les son ajenos a quienes


la comunidad pone en puestos representativos para que ejerciten su voluntad
Ya NF

política por su cuenta, en su nombre y en su interés.


El Congreso actúa, en estos casos, en el papel de vigilante de los
estándares de ética pública, así como el ejercicio del poder y de las compe-
tencias constitucionales en un marco transparente desde el que se respete
O

efectivamente la verdad, la honestidad, la probidad en el manejo del Estado,


no menos que la verificación de toda forma de interdicción de la arbitrarie-
C

dad el conflicto de intereses, y la consolidación de los valores democráticos


contra toda forma de concentración del poder o de acceso a este por medios
contrarios a los que resultan de la voluntad popular.
El valor del papel que tiene el Congreso como instancia universalmen-
te preferida y reconocida globalmente, sólo inferior a la voluntad popular
directamente ejercitada en los procesos de decisión colectiva, es el signo de
una civilización que opta por incluir en su organización estatal una forma de
dirección de la sociedad que permite alternativas de intervención y de con-
ducción social que incluya al máximo posible variables cíclicas o intermitentes
de participación periódica de quienes actúen en representación del universo
territorial del Estado. Ese valor y ese estatus le han correspondido desde ini-

| 69
César Delgado-Guembes

cios de la modernidad al Congreso, con sus logros y deficiencias incluidas. La


civilización de la modernidad cree que es mejor y preferible la alternabilidad
representativa de la participación de la sociedad que su omisión o inexistencia.
El Congreso se convierte, de este modo, en un signo de identidad y de
pertenencia a un tipo de civilización. Que las sociedades políticas cuenten con
un Congreso mínimamente representativo de la población es una señal de la
voluntad y de la cultura moderna y democrática de los pueblos que lo reconocen
como indispensable en su organización política. Es parte del prestigio y de la
dignidad de los pueblos en su aspiración de formar parte de una civilización

ga L
democrática, en la que no debe haber espacio para formas verticales o auto-

Le CIA
ritarias de imposición de individuos o grupos injustificada o arbitrariamente
privilegiados en la esfera del poder.
Los modos democráticos de ejercicio y de control del poder tienen los

l
efectos que se les asigna a las marcas. No porque se los trate como un fetiche,
sino porque forman parte de valores culturalmente compartidos. La opción
ay EN
democrática como forma de organización social y política no consiste en un
maquillaje cosmético ni en un exceso simbólico, sino en una necesidad vital
de reconocimiento como parte de una estructura de valoración mundial, a la
ch ID

vez que, contrariamente, la opción por formas no democráticas o insuficien-


temente democráticas denota desprestigio y minusvaloración en la cultura
global de los Estados y de los pueblos. Los hábitos democráticos actúan como
Ya NF

signo de valores compartidos en la comunidad de naciones, y también actúan


como símbolo de identificación con modos de vida contrarios a la verticalidad
y a la limitación de la libertad personal o colectiva.
O

La vigilancia moral en materia de integridad y de ética pública en una


democracia representativa permite recuperar el escrutinio que el Congreso
C

de la República desarrolla, en nombre de la sociedad, respecto de valores sus-


tantivos que la Constitución consigna. Un Congreso vigilante, sin embargo, no
va de la mano con un Congreso arbitrario ni abusivo, menos aún si la capaci-
dad de vigilancia encubre el ataque al enemigo político en nombre o bajo el
pretexto de la alegada comisión de faltas a la moral pública, o de inconductas
insuficientemente probadas o documentadas, que importen responsabilización
por hechos no efectivamente cometidos, consentidos, u ordenados, por el
Presidente de la República.
Es sobre la base de estos planteamientos y convicciones que se desarro-
llan los acápites contenidos en los siguientes capítulos de este ensayo.

70 |
Capítulo III
Naturaleza y alcances de la indemnidad
presidencial

ga L
Le CIA
l
ay EN
S uele inducirse a error masivo la calificación de la forma de gobierno o
del régimen político peruano como un régimen presidencial o de presi-
dencialismo atenuado. Del gancho de esta calificación pende un sinnúmero
ch ID

de desarrollos con los que equívocamente se pretende enmascarar como un


régimen político democrático un conjunto de atributos elementalmente ajenos
a una república en la que el jefe de Estado no es una entelequia inimputable
Ya NF

ni infalible. Quienes así lo enuncian enfocan su análisis más en la impresión


personalmente protagónica que deja la figura presidencial antes que en el aná-
lisis de las relaciones interorgánicas y competenciales que se cumplen entre
O

las instituciones que interactúan en la conducción del país y el control sobre


la acción que cumplen unas respecto de otras.
C

Es una característica singular en el régimen político peruano que el Pre-


sidente de la República es jefe de Estado y además jefe de gobierno (Artículos
110; 118 inciso 3; 121, segundo párrafo). El primer mandatario del país perso-
nifica a la nación, tiene a su cargo la representación del Estado y las relaciones
exteriores con otros Estados, tiene la atribución de designar y de remover al
gabinete de ministros, y dirige la política general del gobierno (Artículos 110;
118 incisos 2, 3 y 11; y 122).
Si bien es cierto que es en los regímenes presidenciales en los que el
Presidente de la República tiene ambos roles, como jefe de Estado y como jefe
de gobierno, en el Perú este doble papel está afectado por modos específicos
de desempeño que apartan al presidente del típico estilo en las formas pre-
sidenciales o presidencialistas de gobierno. No es irrelevante que en el Perú

| 71
César Delgado-Guembes

existan funciones parlamentarias que involucran esferas de competencia que


en los regímenes con separación fuerte de los poderes del Estado son extrañas.
En el régimen político peruano por ejemplo el Congreso debe otorgar
su confianza al gabinete que designa el Presidente de la República, sin la cual
el nombramiento no perfecciona su validez, y de la misma manera, a diferen-
cia de lo que no ocurre en los regímenes presidenciales, el Congreso puede
censurar a los ministros por separado o al gabinete entero, y el gabinete, a su
vez, puede plantear cuestiones de confianza ante el parlamento, para contar
con su compromiso en actos especialmente críticos en el cumplimiento de sus

ga L
funciones de gobierno.

Le CIA
De modo similar, y también por oposición a lo que ocurre con los regíme-
nes presidenciales o presidencialistas, ante la crisis total del gabinete ocurrida
por la denegatoria de confianza o la censura de dos gabinetes, el Presidente

l
de la República puede disolver el Congreso. Es sabido que en los regímenes
presidenciales el Presidente de la República no interfiere en el recorte del
ay EN
mandato o período del Congreso. En el Perú esta opción se reconoce como
contrapartida por la capacidad de intervención con que cuenta el Congreso
en la designación y en la remoción del gabinete del que es jefe el Presidente
ch ID

de la República.
Como ocurre en competencias no legislativas, algo similar prevé la Cons-
titución con las competencias legislativas. En un típico régimen de separación
Ya NF

de poderes sólo el Congreso está facultado para dictar leyes, correspondiéndole


al gobierno la tarea de ejecutar las que el Congreso aprueba. Sin embargo, en el
Perú el Presidente de la República está premunido de atribuciones clásicamente
O

reservadas al Poder Legislativo en los regímenes de separación de poderes como


es el caso de los regímenes presidenciales, entre los que, nuevamente, el Perú
C

no se encuentra. El Presidente de la República cuenta con la facultad de dictar


decretos legislativos por delegación o habilitación de facultades legislativas por
el Congreso, así como puede igualmente dictar decretos de urgencia con fuer-
za de ley en materia económica y financiera por razones de interés nacional.
Así mismo los congresistas no tienen iniciativa de gasto presupuestario,
y el gobierno es el responsable de la presentación del presupuesto general de
la república, cuya aprobación, sin embargo, no puede observar el Presidente
de la República. De modo similar, se concede al Presidente de la República la
facultad de celebrar y ratificar tratados, sin el requisito de la aprobación previa
del Congreso, en materia cuyo contenido no está específicamente reservado
al Congreso.

72 |
Naturaleza y alcances de la indemnidad presidencial

Si bien es cierto todas estas competencias en materia legislativa fortalecen


el papel del Presidente de la República, restándoselo recíproca, asimétrica y
proporcionalmente al Congreso, debe indicarse que el Presidente de la Repú-
blica carece de la facultad de observar las leyes de reforma constitucional, lo
cual importa la capacidad extraordinaria del Congreso de definir, determinar
y decidir sobre los contenidos constitucionales en su condición de poder
constituyente derivado.
El poder político del Congreso es, por ello, selectivamente reservado
a aspectos críticos o neurálgicos en la dirección general del país. Entre esas

ga L
reservas también se encuentra la función de conducción y control de la ética

Le CIA
constitucional en manos del Congreso, como órgano en el que se expresa la
representación de la voluntad general que expresa el pueblo en comicios ge-
nerales. Esta capacidad es la que permite que sea el Congreso el que controle
la idoneidad en el desempeño del Presidente de la República en el marco de

l
la ética pública cuya regularidad controla el Congreso. La sola elección del
ay EN
Presidente de la República por libre mandato popular no es óbice para que el
Congreso vigile su permanencia y lo precluya en el mandato para el que es
elegido durante los cinco años de su mandato.
ch ID

El balance en el modelo o régimen político peruano debe anotarse en


relación con dos extremos. Uno de ellos es la protección que la Constitución
le otorga al Presidente de la República en la permanencia de su investidura.
Ya NF

Es en mérito al papel especial que el Presidente de la República tiene en la


conducción del país, que indica el Artículo 117 de la Constitución que el Pre-
sidente de la República sólo puede ser acusado, durante su período, por traición a
la patria; por impedir las elecciones presidenciales, parlamentarias, regionales o
O

municipales; por disolver el Congreso, salvo en los casos previstos en el Artículo


134 de la Constitución, y por impedir su reunión o funcionamiento o los del Ju-
C

rado Nacional de Elecciones y otros organismos del sistema electoral. Se trata de


una norma excepcional que distingue la figura del Presidente de la República
frente no sólo a cualquier otro servidor o funcionario estatal, sino, en general,
respecto a cualquier otro ciudadano. Es, con toda claridad, una excepción al
principio de igualdad en la república.
Esta regla excluye la posibilidad de intervención de cualquiera de los
órganos estatalmente responsables de conducir cualquier tipo de proceso
acusatorio en el Perú. Ni la Fiscalía, ni la Procuraduría, ni la Contraloría, ni el
Congreso pueden procesar al Presidente de la República durante el período de
su mandato. Es una cláusula de irresponsabilidad e indemnidad. El Presidente

| 73
César Delgado-Guembes

de la República únicamente puede ser denunciado ni acusado por los supuestos


específicamente consignados en el Artículo 117 de la Constitución.
Sin embargo, en el otro extremo está la restricción a la indeminidad pre-
sidencial. Es para equilibrar el estatus presidencial con modos democráticos de
conducción política, que la irresponsabilidad e indemnidad presidencial no es
absoluta. Las excepciones y limitaciones a la irresponsabilidad e indemnidad
presidencial tienen tres modalidades. La primera es la modalidad subrogatoria,
cuyo alcance importa la responsabilidad por terceros. La segunda es la moda-
lidad extraordinaria y excepcional que prevén los incisos 2 del Artículo 113,

ga L
y 1 del Artículo 114 (objeto de desarrollo especial en el capítulo siguiente).

Le CIA
Y la tercera es la modalidad derivada del plazo o del lapso de tiempo que pro-
tege al presidente con esa indemnidad, vencido el cual se restablece el orden
igualitario y se hace exigible la responsabilización personal de quien ocupa la
presidencia de la república (la cuestión del plazo es objeto del subsiguiente y

l
último capítulo).
ay EN
1. LA RESPONSABILIDAD SUBROGATORIA DEL GABINETE
ch ID

En primer término debe repararse que la Constitución prescribe que los


ministros son individualmente responsables por los actos presidenciales que
refrendan, y solidariamente responsables por los actos delictivos y violatorios
Ya NF

de la Constitución o de las leyes en que incurra el Presidente de la República


(Artículo 128).
Esta es la modalidad subrogatoria de la responsabilidad del Presidente de
O

la República. Quien integra el gabinete de ministros debe conocer y asumir que


parte de su tarea funcional supone la responsabilidad que tendrá que afrontar
C

por actos ajenos a los de su intención o voluntad personal. A los miembros del
gabinete les corresponde una responsabilidad objetiva por hechos o actos no
directa ni personalmente cometidos por ellos. Basta con integrar el gabinete
para responder por cualquier tipo de ilegalidad o lesión en valores o en el
cumplimiento de reglas que la Constitución recoge.
Lo cual importa y significa, en primer lugar, que, si los ministros hu-
bieran refrendado el acto infractor con su firma resultan individualmente
responsables por el aval que prestaron para validar el acto presidencial. Y en
segundo lugar que, salvo que los ministros renunciaran, todos y cada uno de
ellos son solidariamente responsables por cualquier tipo de acto delictivo, o por
cualquier infracción, violación o transgresión de la Constitución que realizara
personalmente el Presidente de la República.

74 |
Naturaleza y alcances de la indemnidad presidencial

La responsabilidad subrogada tiene como consecuencia que, sin perjuicio


de la acción que se tome respecto a la creación de una comisión investigadora
abocada a la indagación sobre los actos presidenciales, o la eventual interpe-
lación o censura que se realice en contra de los ministros involucrados, el
Congreso también puede procesar constitucionalmente a los ministros de Es-
tado por cualquier tipo de acto delictivo o lesivo de la Constitución, mientras
el Presidente de la República ejercita su mandato durante el período para el
que fue elegido por voluntad popular. Este procesamiento puede comprender
la denuncia por los eventuales delitos cometidos en el ejercicio de la función

ga L
presidencial, así como la relativa a las infracciones constitucionales por las
que resultara sindicado.

Le CIA
Los ministros denunciados en un proceso de antejuicio (por delitos co-
metidos en el ejercicio de la función), o en un juicio político (por infracción
de la Constitución) no pueden oponer la excepción relativa a su ausencia de

l
voluntad en las faltas que se les impute. El único modo de plantear válidamente
ay EN
esa excepción sería si al momento en que conocen de los hechos imputados
hubieran presentado su renuncia. El voto en contra, o la oposición o reserva,
durante la sesión del Consejo de Ministros, no es un acto que libera a ningún
ministro de su responsabilidad solidaria. Más grave es el caso del ministro que
ch ID

con su refrendo hubiera validado o avalado la decisión reprochada al Presidente


de la República.
Ya NF

Similares alcances no corresponden en materia civil, penal y admi-


nistrativa frente a órganos de control de la regularidad que la Constitución
y la ley designan. El alcance afecta exclusivamente a las responsabilidades
personales de cada uno de los ministros, pero no a aquéllas por las que sólo
O

debe responder con carácter personal el Presidente de la República una vez


concluido su mandato.
C

Es un caso en el que el principio de responsabilidad individual exonera


a los miembros del gabinete de la responsabilidad subrogatoria que la Cons-
titución les señala respecto de los actos presidenciales o que refrendan, o
que conocen. Su responsabilidad penal o administrativa ante fueros distintos
al parlamentario únicamente hace exigible su responsabilidad individual o
personal. Ante autoridades no parlamentarias la subrogación no comprende
ni afecta a sujeto distinto a aquél que, por sus propios actos, debiera quedar
responsabilizado.
En consecuencia la responsabilidad ministerial alcanza a todos los miem-
bros del gabinete y, además de justificar la eventual investigación, interpelación

| 75
César Delgado-Guembes

o censura a cualquiera de los integrantes del gabinete, también habilita al


Congreso a aprobar su antejuicio o su juicio político.
Si el antejuicio es aprobado en contra de un ministro por los actos pre-
sidenciales que refrendó, o de los que tuvo conocimiento en el ejercicio de su
actividad ministerial, el proceso judicial que se le inicie luego de la aprobación
del ha lugar a la formación de causa servirá para definir el compromiso indi-
vidual que le correspondió y los alcances de la responsabilidad subrogatoria
que lo afecta en mérito a la responsabilidad solidaria que la Constitución
le imputa.

ga L
Ni el Ministerio Público ni la Contraloría tendrían competencia para

Le CIA
procesar al ministro sobre las responsabilidades constitucionales que deben
imputársele sólo al Presidente de la República. El procesamiento queda ex-
cluido, tanto sobre los delitos cometidos en el ejercicio de la función como

l
sobre la infracción de la Constitución, mientras los ministros cuentan con la
prerrogativa de la acusación constitucional. Vale decir, salvo que el Congreso
ay EN
hubiera aprobado la responsabilización del ministro en un antejuicio o en un
juicio político. Si el Congreso no aprueba la formación de causa en sede judi-
cial, si no sanciona con destitución, suspensión o inhabilitación al ministro
ch ID

por infracción de la Constitución y, por lo tanto, si se mantiene la prerrogativa


dentro del plazo de cinco años posteriores a la conclusión del mandato del
ministro, es inadmisible y no cabe acción inculpatoria, acusatoria ni sancio-
Ya NF

natoria contra los ministros sobre los que se presume responsabilidad civil,
penal o administrativa.
De otro lado, la responsabilidad subrogatoria de los miembros del ga-
O

binete no alcanza ni compromete a los ministros por los delitos comunes que
cometa el Presidente de la República. Los delitos comunes, en principio, se
C

cometen en un contexto individual y sólo alcanza a los ministros que hayan


tenido cualquier forma de participación en el delito, sea como instigador,
cómplice o coautor del delito por el que se debe perseguir de modo personal
al Presidente de la República.

2. LA RESPONSABILIDAD PRESIDENCIAL DIRECTA Y EXCEPCIONAL


Quienes favorecen y prefieren la dimensión presidencial del régimen
político peruano y, a su vez, discrepan de las ventajas del parlamentarismo
como forma de gobierno para el Perú, tienden a ver en el Congreso un factor
contrario a la estabilidad política si no, además, a la obstaculización de la gestión
del gobierno. Más son los casos en los que tales tendencias o preferencias se

76 |
Naturaleza y alcances de la indemnidad presidencial

acentúan cuando el gobierno carece de mayorías suficientes en el parlamento.


La lógica del respaldo al gobierno viene con la urgencia e importancia de no
perder de vista la gobernabilidad, la estabilidad y la seguridad del desarrollo
económico y social del país. El equilibrio y estabilidad de la nación es el factor
más importante en los reproches a la función, a la conducta y a la habilidad
presidencial, así como en la protección y mantenimiento de su estatus cons-
titucional.
Sin embargo, no obstante la importancia y trascendencia de contar con
estabilidad en el manejo del gobierno y de la economía nacional, estos propósi-

ga L
tos y valores son una aspiración sujeta a límites. En el régimen político peruano

Le CIA
el Presidente de la República no es una figura infalible, inmune ni intocable.
Pretenderlo haría de la nuestra una forma de gobierno afín a los absolutismos
que conoció los inicios de la modernidad y de los cuales se tomó distancia con
revoluciones como la inglesa, la francesa o la de los Estados Unidos de América.

l
En las repúblicas los gobernantes deben ser reconocidos en su humanidad y
ay EN
en la desmitificación de su omnisciencia u omnipotencia. Como todo ser hu-
mano, la fragilidad de unos puede ocasionar daños más allá de lo permisible
y en ese supuesto es necesario contar con remedios apropiados para corregir
las carencias o los excesos.
ch ID

Para quienes prefieren modos y estilos presidenciales en el gobierno,


desconocer, minimizar o disimular los límites estatutarios del puesto presi-
Ya NF

dencial, así dicho desconocimiento, minimización o disimulo se fundara en


el noble propósito de asegurar la gobernabilidad o la estabilidad colectiva,
traería como consecuencia un sesgo incompatible con valores esenciales de
las democracias republicanas.
O

La autarquía es lógica y materialmente incompatible con hábitos demo-


C

cráticos. Si de por sí misma la democracia representativa es un artificio que


procura acercar el gobierno a la ciudadanía mediante fórmulas que disminu-
yen el riesgo de concentración del poder, cualquier descuido o ligereza con
la que la autoridad pueda ejercitarse sin sujeción a rendición de cuentas o a
su responsabilidad por actos contrarios a la Constitución es una grave distor-
sión de la visión, el objetivo y la finalidad democrática buscada en el modelo
democrático. Lo niega.
La forma o modelo de gobierno en el Perú reserva un espacio particu-
lar y especial al Congreso, y ello no obstante la referencia que invariable e
inevitablemente tiene el carácter representativo para que quienes hacen de
representantes del pueblo desempeñen los estándares de sus tareas y funciones
de manera cuando menos aceptable. Es por el necesario papel constitucional

| 77
César Delgado-Guembes

del Congreso que no es democráticamente coherente ni apropiado minimizar su


papel como instancia de legitimación en la dirección y conducción del país, en
el control del uso del poder público, y en el mantenimiento de la homeostasis
entre el Estado y la comunidad.
En esos tres ámbitos es que el Congreso asume la misión de asegurar
que el Presidente de la República deje el puesto en el que lo puso el pueblo en
elecciones generales para que opere la línea de sucesión que establece el Artí-
culo 115 de la Constitución. Los escasos niveles de aprobación popular que
muestren las encuestas de opinión en ningún caso operan como criterio de

ga L
invalidación del ejercicio de las potestades que la Constitución le reconoce.

Le CIA
El régimen político peruano le asigna al parlamento la responsabilidad de
evaluar la pertinencia e idoneidad del Presidente de la República según
estándares de ética, integridad y transparencia pública propios de quien no
sólo es portavoz titular del gobierno sino quien, además, personifica la

l
nación entera.
ay EN
Precisamente porque el nuestro no es un régimen autocrático ni plebisci-
tario es que existe una previsión institucional inconfundible que permite tanto
la remoción del Presidente de la República cuando el titular tiene actos que
ch ID

descalifican la pertinencia moral de su conducta y desempeño como máxima


autoridad política del Perú, como su procesamiento a través del proce-
so de acusación constitucional cuando el Presidente incurre en alguna
Ya NF

de las gravísimas causales que indica de modo taxativo el Artículo 117 de la


Constitución.
En cualquiera de uno u otro supuesto sólo el Congreso tiene la potestad
O

de procesar al Presidente de la República para evaluar y deliberar la pertinencia


e idoneidad de su vacancia o de su acusación constitucional. Esa potestad, natu-
C

ralmente, sólo la puede ejercitar de manera limitada, restringida y excepcional.


La destitución o acusación al Presidente de la República no es una decisión que
forme parte de la agenda cuotidiana ni ordinaria del Congreso y sólo se plantea
ante circunstancias especialmente graves, a partir de certezas y altos grados
de intensidad en el descontento por los actos o por las severas deficiencias de
juicio del Presidente de la República en materias de ética pública.
El cuadro que sigue permite definir los distintos tipos de procesos de
afectación del período por el que el Presidente de la República es elegido, en
función de la causal y del fundamento constitucional correspondiente.

78 |
Naturaleza y alcances de la indemnidad presidencial

Cuadro N° 4
Clasificación de procesos de afectación
del período presidencial
Tipo de proceso Causal Fundamento
constitucional
Proceso de vacancia
No deliberativo Muerte Artículo 113, inciso 1
Incapacidad física permanente Artículo 113, inciso 2

ga L
Incapacidad moral permanente Artículo 113, inciso 2
Aceptación de renuncia Artículo 113, inciso 3

Le CIA
Deliberativo Viaje no autorizado al exterior Artículo 113, inciso 4
Incumplimiento de términos Artículo 113, inciso 4
de la autorización por viaje al

l
exterior
ay EN
No retorno del exterior dentro Artículo 113, inciso 4
de los términos del permiso del
Congreso
Sanción por causales de acusa- Artículos 113, inciso 5; y
ch ID

ción constitucional durante su 117


mandato
Ya NF

Proceso de suspensión
Incapacidad temporal Artículo 114, inciso 1
Deliberativo Proceso judicial incoado por Artículos 114, inciso 2; y
O

acusación constitucional 117


C

Proceso de acusación constitucional


Acto de traición a la patria Artículos 117; 99; y 100
Deliberativo Impedir elecciones presiden- Artículos 117; 99; y 100
ciales
Impedir elecciones parlamen- Artículos 117; 99; y 100
tarias
Impedir elecciones regionales Artículos 117; 99; y 100
Impedir elecciones municipa- Artículos 117; 99; y 100
les provinciales
Impedir elecciones municipa- Artículos 117; 99; y 100
les distritales

| 79
César Delgado-Guembes

Disolución inconstitucional del Artículos 117; 99; y 100


Congreso
Impedir reunión del Congreso Artículos 117; 99; y 100
Impedir funcionamiento regu- Artículos 117; 99; y 100
lar del Congreso
Impedir reunión de órganos Artículos 117; 99; y 100
del sistema electoral
Limitar funcionamiento de ór- Artículos 117; 99; y 100
ganos del sistema electoral

ga L
Elaboración: propia

Le CIA
Conforme al esquema presentado, cabe el recorte del período del man-
dato presidencial, ya sea por un proceso de vacancia, suspensión, o por un

l
proceso de acusación constitucional. En el siguiente capítulo se examinan dos
ay EN
extremos, primero, la conclusión del mandato como consecuencia del proceso
que se inicie por una denuncia constitucional, y segundo las condiciones que
deben presentarse para la acusación constitucional del Presidente de la Repú-
blica una vez que concluyó su mandato.
ch ID

Esta última materia está relacionada específicamente con una cuestión de


aplicación de la ley en el tiempo, y con la distinta naturaleza que pueda tener
Ya NF

la extinción del plazo respecto de una denuncia por la comisión de delito en


el ejercicio de la función, o de una denuncia por infracción de la Constitución
o, lo que es lo mismo, los efectos del término final del plazo de cinco años
que señala el Artículo 99 de la Constitución, en un proceso de antejuicio o de
O

juicio político.
C

80 |
Capítulo IV
Las excepciones material y temporal de
indemnidad por acusación constitucional

ga L
Le CIA
l
L a responsabilidad política del Presidente de la República se demanda, se
ay EN
controla y se cumple, en el más extremo, grave y radical de los casos, a
través del proceso de vacancia, que tiene las limitaciones que precisa el Artí-
culo 113 de la Constitución.
ch ID

El único supuesto en que el Presidente puede ser removido sin que sea
exigible la deliberación o evaluación del parlamento es en el caso de su muerte.
Las causales de vacancia tienen carácter deliberativo cuando la exigencia de
Ya NF

remoción es objeto de deliberación y argumentación, como (1) en el caso de la


renuncia del Presidente, (2) su incapacidad física o moral para la permanencia
en el cargo, (3) en el caso de incurrir en desacato a los términos de la autori-
O

zación de salida y retorno al y del exterior otorgada por el Congreso, (4) si el


Presidente viajara al extranjero sin el permiso del parlamento.
C

Cuadro N° 5

Elaboración: propia

| 81
César Delgado-Guembes

Pero, además de las causales de remoción señaladas, en las que debe


recurrirse a un proceso deliberativo, el último de los supuestos que señala la
Constitución en el Artículo 113 es el de su destitución a partir de la constatación
de una cualquiera de las causales que prescribe el Artículo 117. Vale decir, en
caso (1) de traición a la patria; (2) por impedir las elecciones presidenciales,
parlamentarias, regionales o municipales; (3) por disolver el Congreso sin que
corresponda la invocación del Artículo 134 (censuras o rechazos de confianza
a dos gabinetes); y (4) por impedir ya sea la reunión o el funcionamiento, del
Congreso, o de cualquiera de los órganos que integran el sistema electoral.

ga L
Esta segunda excepción a la indemnidad e inviolabilidad del Presiden-

Le CIA
te de la República en el Perú es la que amerita la presentación del proceso de
acusación constitucional que puede iniciársele pero, en este supuesto, dentro
del período de su mandato, además del proceso de acusación constitucional que,
de manera menos restringida y acotada, también cabe incoar una vez concluido

l
dicho período y hasta por los siguientes cinco años posteriores a su conclusión.
ay EN
En este capítulo el objetivo es presentar las condiciones principal, pero
no exclusivamente temporales, que afectan el procesamiento al Presidente de
la República por cualquier delito cometido en el ejercicio de la función, o por
ch ID

cualquier infracción constitucional que se le impute, luego de concluido el


período por el que fue elegido.
Con el propósito de abordar el procesamiento que corresponde a la
Ya NF

conclusión del mandato presidencial se examina y se exponen los alcances


básicos y la naturaleza general de la prerrogativa de la acusación constitucional
en el régimen constitucional peruano. De este modo será factible, a la vez, la
O

comprensión, primero, de la alternativa de una acusación constitucional con-


tra el Presidente de la República por una cualquiera de las causales previstas
C

en el Artículo 117 de la Constitución, durante su período y hasta antes de la


conclusión del mismo como resultado de su eventual suspensión, destitución
o inhabilitación, si ese fuera el caso, y en segundo lugar, por las causales ge-
nerales que establece el Artículo 99 de la Constitución terminado el período
de su mandato.
Puede advertirse que el estatuto del Presidente de la República viene
afectado por el factor temporal de modo especialmente relevante, y que este
factor depende materialmente tanto de la prerrogativa indemnidad general,
como de las condiciones singulares que quiebran dicha indemnidad. Pero,
adicionalmente, el factor temporal también toma relevancia respecto del
reconocimiento de una segunda prerrogativa que acompaña al estatuto del
Presidente de la República, que es el proceso de acusación constitucional con-

82 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

forme al cual, de acuerdo al modelo de democracia representativa cuyo sustento


es la voluntad popular, el juez natural para calificar el correcto desempeño
de la presidencia, según los valores y reglas constitucionales, es, también, el
Congreso de la República16.
La razón principal de presentar el análisis que realizo respecto de la
incidencia del tiempo en el proceso de acusación constitucional, es parte de
la comprensión de este tipo singular de proceso parlamentario, de identidad
y perfil distinto al del proceso de vacancia presidencial, que, sin embargo, es
parte del espectro de la función de dirección y de control que realiza el Con-

ga L
greso como instancia a cargo del monitoreo de la ética pública en el Estado

Le CIA
peruano, en relación particular con el estatuto de la presidencia de la república.
El tiempo afecta la arquitectura y el diseño de los alcances de la indemnidad
que, como se indica repetidas en este ensayo, no tiene carácter absoluto, sino
que está sujeta a condiciones cuyo cumplimiento tiene la responsabilidad

l
de asegurar, de acuerdo al régimen representativo de nuestra democracia y
ay EN
según la ética y axiología de nuestra Constitución, de modo preeminente, el
Congreso de la República.
Es debido a lo singular que resulta la afectación del factor temporal en el
ch ID

estatuto del Presidente de la República que el tema de este capítulo demanda


una extensión comparativamente desproporcionada (comprende casi la mitad
de la obra) en relación con el resto de las reflexiones que contiene este trabajo.
Ya NF

Desde el punto de vista técnico es propiamente una cuestión más exigente que
los demás temas que integran este aporte y por ello requerirá mayor deteni-
miento en su abordaje y desarrollo.
O

Los aspectos básicos que tratarán de exponerse son la suspensión o


conclusión del mandato presidencial por las causales del Artículo 117, dentro
C

de un proceso de acusación constitucional, y las responsabilidades exigibles


por acusación constitucional luego de la conclusión del mandato presidencial.
Para ajustar este último tema el análisis prevé los alcances relativos al bien
y los valores constitucionalmente protegidos con el plazo; la naturaleza del
plazo del antejuicio; la naturaleza del plazo del juicio político; los efectos de la

Para integrar los alcances de este estudio específico relacionado con la acusación
16

constitucional al Presidente de la República, con la naturaleza de la prerrogativa de la


acusación constitucional en general, remito al lector a la presentación que contiene
sobre el proceso mi libro Introducción al estudio del parlamento peruano, en el que
también puede por cierto encontrarse la presentación general del proceso de vacancia
presidencial.

| 83
César Delgado-Guembes

extinción del plazo en el antejuicio político; y los efectos de la extinción del


plazo respecto del juicio político.

1. SUSPENSIÓN O CONCLUSIÓN DEL MANDATO PRESIDENCIAL POR


LAS CAUSALES DE LOS ARTÍCULOS 117, DENTRO DE UN PROCESO
DE ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL
Como se ha referido, la indemnidad del Presidente de la República no
es absoluta. Es limitada. El Artículo 117 de la Constitución precisa que él sí

ga L
puede ser acusado durante su período constitucional si ocurren los supuestos

Le CIA
precisos que ese mismo artículo menciona. Respecto de todo otro supuesto
de falta funcional o constitucional a los específicamente enunciados el Presi-
dente sólo puede ser acusado, en principio, una vez concluido su período. La

l
enunciación de esos supuestos no incluye, hay que precisarlo, los supuestos
de delitos comunes o no funcionales, los cuales no protegen al jefe de Estado
ay EN
en el marco del elenco de la indemnidad presidencial.
Sí puede ser acusado antes de terminar el plazo formal u oficial de su
mandato si ocurriera que el Congreso lo hubiera suspendido, o lo hubiera des-
ch ID

tituido o vacado, por cualquiera de los supuestos que señalan el Artículo 113
(a excepción, por supuesto del inciso 1 que prevé la muerte del Presidente)
y el Artículo 11417. Es por la relevancia que tiene el momento en el que cabe
Ya NF


17
El inciso 2 del artículo 114, sin embargo, supone una aclaración indispensable, debido
una redacción que es preciso deslindar. Si bien dicha norma contiene un supuesto
O

que parecería no guardar congruencia con el proceso de acusación constitucional que


regula el Artículo 89 del Reglamento del Congreso, la congruencia debe despejarse y
C

reafirmarse.
Si bien el inciso 2 del Artículo 114 refiere que, por el mérito de la acusación constitu-
cional ante la Corte Suprema que resulta de un antejuicio político (por delito cometido
en el ejercicio de la función), el Presidente es suspendido ex oficio, sin requerir resolución
expresa sobre este extremo por el Congreso, el inciso i) Artículo 89 del Reglamento del
Congreso indica que, luego de haberse aprobado la acusación de un congresista ante la Corte
Suprema, el Congreso debe acordar si por el mérito de dicha acusación, además, y facul-
tativamente, el congresista queda o no queda en suspenso en el ejercicio de sus funciones.
Debe por ello tomarse en consideración que el carácter facultativo de la suspensión se
aplica únicamente al caso de los congresistas acusados por la comisión de delitos en
ejercicio de sus funciones. Dicha dimensión facultativa no comprende a ningún otro
funcionario. Por lo tanto, el texto del inciso 2 del Artículo 114 de la Constitución debe
aplicarse de modo irrestricto, sin que sea necesario consultar al Pleno si se suspende
o no al Presidente de la República una vez que éste es sometido al proceso judicial
consecuencia de la acusación que resulta del antejuicio.

84 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

acusar constitucionalmente al Presidente de la República (el Congreso tanto


como la Fiscalía de la Nación) que es pertinente examinar la naturaleza, la
relevancia y los efectos que tiene el transcurso del tiempo en función de la
posibilidad de afectar la indemnidad presidencial, sobre la que se ha señalado
no es absoluta sino limitada y relativa.
El tema del plazo de la acusación constitucional es un asunto in-
confundiblemente técnico. Lo que ahora es conocido como la acusación
constitucional, y que en la tradición nacional se enseñó y vivió como jui-
cio político 18, tiene por objetivo el examen de la gestión y del desempeño

ga L
Le CIA
Según la tradición constitucional en el Perú la institución del impeachment se conoce
18

como juicio político. Sin embargo, el desarrollo reciente de doctrina que ha desarrol-
lado el Tribunal Constitucional y que seguimos dócilmente quienes comentamos las
instituciones constitucionales y parlamentarias, ahora se viene a distinguir un género

l
y dos especies.
ay EN
El género es la acusación constitucional como forma procesal para tramitar pretensiones
de sanción de los altos funcionarios señalados en el Artículo 99 de la Constitución, y las
especies son el antejuicio y el juicio políticos, como materias diferenciadas a propósito
del tipo de falta cometida, correspondiéndole al antejuicio las materias penales y de-
lictivas, y el de juicio únicamente las materias referidas a la infracción constitucional.
ch ID

El Perú siempre reconoció ambas posibilidades desde los orígenes políticos de su cons-
titucionalidad republicana. El Congreso siempre pudo realizar el escrutinio sobre la
gestión de los altos funcionarios tanto por delitos cometidos durante el ejercicio de la
Ya NF

función como por las infracciones constitucionales que ellos cometieran. La doctrina del
Tribunal Constitucional por ello no ayuda sino perjudica en la comprensión de nuestra
institucionalidad, y desfigura el sentido que el juicio político tuvo como atribución del
Congreso, en la medida que distingue como tipos diferenciados aquello que siempre
consistió en la misma facultad, no obstante no haberse instrumentalizado según una
O

forma procesal concreta.


Si de lo que se trata es de limitar el abuso y los riesgos del ejercicio arbitrario del poder
C

la doctrina del Tribunal Constitucional no es eficaz a tal objetivo, puesto que la arbi-
trariedad, el abuso, la tiranía se limitan no con la doctrina sino con el comportamiento
ético de la representación. Y dicho comportamiento no es posible garantizarlo con la
doctrina sino con el carácter (ethos) de las gentes que el pueblo elige para que lo rep-
resenten. Por el contrario, la posición naif desde la que se plantea la cuestión en sede
del Tribunal Constitucional tiene como efecto natural el velamiento del desempeño
político de los representantes que ahora pueden refugiarse tras la abstrusa y barroca
complicación de los razonamientos de sus sentencias para que se adviertan menos los
abusos que se camuflan en conceptos de dudosa utilidad constitucional.
Es por razones eminentemente operativas y técnicas que en este trabajo se sigue el
desarrollo conceptual que crea el Tribunal Constitucional, aunque se discrepa de la
idoneidad de la técnica y de la doctrina reconocida, que traiciona el sentido que el juicio
político ha tenido en la historia política y constitucional del Perú. Este es un desarrollo,
en ese sentido, dócil y pacífico, no obstante la necesidad de expresar por principios la
discordancia con la doctrina monopólicamente fijada desde el Tribunal Constitucional.

| 85
César Delgado-Guembes

de los más altos funcionarios estatales del Perú por la más alta autoridad
representativa de la república. El Congreso ha recibido la atribución y res-
ponsabilidad de evaluar la propiedad y regularidad política en la conducta
funcional de quienes ocupan un puesto estatal en los más altos niveles. Esa
es una misión trascendental que añade valor a la vida política del país o, al
contrario, detrae oportunidades de crecimiento degradando la calidad de
los procesos políticos. De eso trata el juicio político. De eso tratan lo que
ahora constituyen los dos procesos de acusación constitucional.
Un aspecto crucial en el juicio político es el adecuado uso del tiempo

ga L
disponible para la acción parlamentaria. Es en el proceso de comprensión

Le CIA
sobre cuáles son los bienes y los valores que debe atenderse en el tiempo
que la Constitución señala para el ejercicio del control moral y político sobre
la gestión de los más altos funcionarios del Estado, el jerárquicamente más
importante y destacado de los cuales es el Presidente de la República, lo que

l
definió la temática y los alcances que el lector ahora tiene a su disposición.
ay EN
Cuadro N° 6
ch ID
Ya NF
O
C

Elaboración: propia

Porque el tema central de esta obra es la cuestión de la vacancia pre-


sidencial por su permanente incapacidad moral, y por lo tanto una cuestión
básicamente de ética pública, debe revisarse la relevancia del plazo en relación
con la competencia del parlamento para abocarse a los diversos modos de res-
ponsabilización del Presidente de la República por los actos o conductas que
se le reprocha en el ejercicio de su gestión en la conducción del Estado, del
gobierno y del país. Es en este sentido que el Congreso es responsable de un
gran proyecto de existencia política para toda la comunidad. De ahí la pregunta

86 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

sobre cómo debe usarse mejor el tiempo para que el Congreso acerque a la
república a las metas superiores que la colectividad espera.
Es el marco y horizonte de una preocupación existencial sobre los
correctos usos del tiempo por la política lo que orienta el desarrollo de este
capítulo. Existe el propósito de transmitir, bajo pretexto de una preocupación
técnica, una forma de concebir el tiempo político para la mejor conducción
del ejercicio de la autoridad, y bajo una orientación ética que dignifique la ac-
tividad representativa mediante el correcto uso del recurso temporal durante
el proceso de la acusación constitucional.

ga L
La relevancia y significación jurídica del plazo que establece la Consti-

Le CIA
tución dentro del cual rige la prerrogativa del juicio político, con ocasión de los
procesos que conoce el Congreso de la República, es decisiva para determinar,
de modo singular y específico, el estatuto del Presidente de la República a

l
quienes se le inicia un proceso de acusación constitucional dentro del plazo
de cinco años que fija la Constitución. Y también es especialmente relevante y
ay EN
tiene notoria significación determinar el efecto que tiene la expiración del plazo
respecto tanto de eventuales delitos por cuya comisión cupiese denunciárselos,
o infracciones constitucionales de las cuales pudieran ser responsables.
ch ID

La Constitución da al Congreso el papel de órgano de control político


de la Constitución de manera singular cuando dispone en el inciso 2 del Artí-
culo 102 que es su facultad velar por el respeto de la Constitución y de las leyes,
Ya NF

y disponer lo conveniente para hacer efectiva la responsabilidad de los infractores.


Esta atribución es indesligable de los procesos en los que el control se aplica,
uno de los cuales es el proceso en el que se tramitan los pedidos de acusación
O

constitucional contra los infractores de la Constitución así como del ordena-


miento penal. Dentro de esta misma categoría cabe considerar e incluir esos
C

otros procedimientos parlamentarios en los que, con carácter sancionatorio, el


Congreso revisa la conducta funcional de los más altos funcionarios públicos,
el primero de los cuales es el procedimiento de vacancia presidencial, así como
los procesos de remoción por falta grave de los titulares de los principales
organismos constitucionales.
La sucesiva y reiterada aparición de algunas instituciones en el de-
recho constitucional crea la impresión de que éstas son parte indesprendible
de nuestra normalidad. Menos sensibilidad se tiene de la relación que existe
en nuestros hábitos de pensamiento y conducta, de nuestra interacción
con toda la institucionalidad vigente. Damos por descontado que las
instituciones estructuran, ordenan y orientan nuestras preferencias, y no
llegamos a caer en la cuenta que el poder estructurante y orientador de las

| 87
César Delgado-Guembes

instituciones obedece a contenidos propios y que no depende de que cada


sujeto, le atribuya o asigne poder. La naturaleza de la institución radica en
su carácter heterónomo, es decir en la fuerza externa que sujeta o somete a
todos quienes aceptan el pacto de obediencia al orden que las instituciones
sirven. Dicho orden se basa en el poder y en la voluntad hegemónica que
atribuye unidades de sentido a los modos en los que es aceptable la interacción
y el comportamiento general de los sujetos que comparten una comunidad.
La acusación constitucional es una institución mediante la cual se
regula las relaciones entre sujetos a los que se reconoce autoridad, fuerza

ga L
y poder de decidir líneas colectivas y generales de comportamiento para

Le CIA
toda una colectividad. Pero lo peculiar de esta institución es que aparece
en una comunidad histórica en la que la premisa o principio básico de orden
político es la organización democrática de la sociedad y el ejercicio demo-
crático del poder. Pero no cualquier organización ni cualquier ejercicio

l
democrático, sino los usos y conceptos democráticos aceptados según un
ay EN
modelo moderno de democracia, una de cuyas características es el reco-
nocimiento básico y fundamental de la igualdad de los sujetos ante la ley,
y la proscripción de la arbitrariedad y cualquier manifestación de privilegios
estamentales, corporativos, o de clase en el uso del poder.
ch ID

La cuestión que se desprende de la convivencia de una institución


como la acusación constitucional en comunidades como la moderna, que
Ya NF

se basa en la interdicción de la arbitrariedad, la proscripción de privilegios


y la afirmación de la igualdad ante la ley, es que ella misma es una forma
en que se manifiesta la selección de un grupo entre todos los ciudadanos
para quienes la adjudicación de justicia, la persecución de los crímenes y
O

la infracción de la ley se encomienda a un órgano diferente al que cumple esa


misma función para el resto de la sociedad. Ese órgano es el parlamento
C

y los sujetos excluidos de la jurisdicción común son los miembros de un


grupo selecto de autoridades que indica de modo expreso una norma como
el Artículo 99 de la Constitución del Perú.
¿Qué significado tiene la permanencia de una norma que instituciona-
liza el uso del poder según premisas distintas a las reglas que se afirman como
universales para el resto de la comunidad?
La acusación constitucional es un dato constitucional cuyo sentido no
puede encontrarse en la lógica de la mentalidad política moderna, salvo como
apéndice de otro y distinto tipo de premisa, que fue precisamente parte de
una mentalidad, como lo es la mentalidad tradicional, contra la que luchó
y a la que supuestamente venció el pensamiento y la organización moderna

88 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

de la vida política. La acusación constitucional es parte de la organización


tradicional de la sociedad y el poder políticos. Sin embargo, sobrevive al
orden tradicional y se afirma como parte integrante de la institucionali-
dad moderna. ¿Cómo explicar la concurrencia de elementos de un modelo
contradicho por las premisas de la organización democrática e igualitaria
de la sociedad y del poder, y qué efectos ocasiona su convivencia en una
organización cuyas premisas la contradicen?
Las prerrogativas, como lo es la acusación constitucional, son elemen-
tos propios de un tipo de organización política tradicional cuya convivencia

ga L
se mantiene fusionada dentro de instituciones diseñadas para alcanzar

Le CIA
objetivos contra los que insurge y se levanta el pensamiento moderno y
democrático. Las sociedades como la peruana, en las que subsiste la fusión
de mentalidades e instituciones tradicionales y modernas deben hacerse
conscientemente cargo de las consecuencias de la situación híbrida que

l
genera la fusión y convivencia de dos tipos de modelos de organización po-
ay EN
lítica. La negligencia sobre el efecto que tiene la ambivalencia de ambos tipos
de axiomas en el diseño de las instituciones, impide niveles adecuados de
eficiencia en el manejo de las situaciones políticas cuya salud tiene la mi-
sión de preservar el régimen político en general y parlamentario en particular.
ch ID

Reconocer los orígenes y, por ende, los límites al uso de prerrogativas


como el proceso de la acusación constitucional debe llevar por ello mismo
Ya NF

a la precisión sobre la propiedad del tratamiento y conceptuación de la pre-


rrogativa, de manera tal que quede aclarada su diferencia con los privilegios
o con los derechos, con los que no debe confundirse. El privilegio obedece a
la necesidad de reconocer un tratamiento excepcional a quien corresponden
O

ciertas características que lo singularizan respecto de una especie genérica.


Privilegio proviene etimológicamente de voces latinas que significan ley pri-
C

vada; esto es, privilegio significa ley o regla privada, exclusiva o ley reservada
para cierto grupo de personas, entes u objetos.
La prerrogativa, por el contrario, es el tratamiento que se dispensa de
modo excepcional, no a personas o sujetos, sino a posiciones dentro de una
estructura social y política, tratamiento que tiene reconocimiento normativo.
En tanto que el privilegio es inherente a una persona u objeto, la prerrogativa
se adjudica y corresponde al cargo o a la función ejercitadas por una persona
bajo ciertas condiciones de acceso, desempeño y gestión preestablecidas. Es
una norma relativa al conjunto de roles imputados o atribuidos a una posición,
posición que puede ocupar cualquier persona individual que reúna las carac-

| 89
César Delgado-Guembes

terísticas o requisitos necesarios para desempeñar tal posición, y que además


preste su disposición y voluntad para ocupar o desempeñarla.
La lógica de los derechos merece un distingo diverso. En la mentalidad
y sociedades tradicionales los derechos no se reconocen a la naturaleza hu-
mana en general, sino al ejercicio de una función dentro del órgano social.
No hay derecho fuera del rol y aquél no depende de una condición ajena
a la que la colectividad estime necesaria para su propio funcionamiento.
El sujeto lo es no porque exista un mandato universal que trascienda a
toda comunidad política concreta, sino porque su condición como sujeto

ga L
se define precisamente en razón de su pertenencia, de su función y de su

Le CIA
vínculo con una comunidad concreta, específica y determinada, la que lo
reconoce como miembro valioso y esencial de la misma. Son las comuni-
dades en las que se ejercitan los derechos y ellas también las que valoran y
definen sus contenidos. Por ello es que la administración de los derechos no

l
es cuestión que dependa de la valoración subjetiva ni individual del sujeto
ay EN
sino de la colectividad en la que ellos se desarrollan, en la que desempeñan
roles sociales y en la que sirven durante su existencia.
Las prerrogativas son una institución propia de sociedades orgánicas,
ch ID

jerárquicas, corporativas y estamentales. No de la sociedad moderna de ideales


y supuestos horizontales e igualitarios en las que los individuos son concebi-
dos como autónomos y trascendentales al orden comunitario. Por una y otra
Ya NF

razones la historia presente debe cuidar los usos que no perviertan el ideal
al que sirven cuando los actores las vuelven parte de una costumbre ajena a
la cultura en la que se originan. En especial en el momento histórico actual
caracterizado por altos niveles de personalización del Estado y de las ins-
O

tituciones políticas en general, uno de cuyos desarrollos más alarmantes es


la pérdida de límites entre lo público y lo privado en desmedro de lo primero,
C

en una ética que asume que el uso de las atribuciones y espacios públicos es
susceptible de gozo y apropiación con fines e intereses privados.
En la acusación constitucional, por lo tanto, no podrá dejar de adver-
tirse cómo las reglas de actuación deben diseñarse, interpretarse y aplicarse
de forma tal que los valores comunes de la colectividad que sostienen la
existencia del Estado Constitucional demandarán una ética de operación
que minimice el relativismo de sus intereses y optimice la universalidad cuya
meta les será tan ardua y difícilmente sustentar en su acción concreta.
Si bien es cierto cabe considerar ambas, al antejuicio y al juicio polí-
tico, como una prerrogativa, en función básicamente de su inclusión como
dos modalidades de un mismo proceso, y por lo tanto ambas también como

90 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

resabios del orden, mentalidad e instituciones tradicionales, es necesario


diferenciar los sentidos y medida en los que les son aplicables los alcances
rigurosos de la naturaleza de las prerrogativas.
La acusación constitucional es una forma de ejercicio de atribuciones de
alcance jurisdiccional que son ajenas a las aplicables a cualquier ciudadano.
La norma general es que el procesamiento de toda persona debe realizarse
ante la autoridad jurisdiccional. En eso consiste una de las dimensiones de
la regla de la igualdad ante la ley. Que la Constitución sustraiga a un grupo
de ciudadanos de la regla general y de la competencia inmediata de la autoridad

ga L
judicial riñe con esa premisa elemental de la igualdad en el modelo demo-

Le CIA
crático. Hasta ahí el antejuicio y el juicio político son similarmente formas
excepcionales en la conceptuación y aplicación del principio de igualdad en
los modelos democráticos propios de la mentalidad y sociedad moderna.

l
¿En qué se diferencian y de qué modo el carácter de prerrogativa adopta
rasgos relevantes al tratamiento diferenciado que acaso deba preverse y otor-
ay EN
garse al antejuicio y al juicio político? Probablemente la mayor y más grande
diferencia sea que el antejuicio retrasa la oportunidad en la que deba realizarse
el análisis sustantivo sobre los presuntos delitos cometidos por los altos funcio-
ch ID

narios a quienes alcanza la prerrogativa. El juicio político no supone un acto de


adjudicación de justicia por el Poder Judicial ni por instancia ulterior alguna.
No existen pasos consecutivos propios de la revisión de los mismos hechos. El
Ya NF

juicio político es un proceso orgánicamente exclusivo del Congreso, en tanto


que el antejuicio es un proceso complejo y orgánicamente bilateral, de sime-
tría irregular o imperfecta porque el Congreso carece de capacidad decisoria
para sancionar penalmente, aunque sí la tenga para perseguir el delito. En
O

otras palabras, al Congreso le está reservado y es dueño de todo el proceso de


persecución y sanción de la infracción constitucional; mientras que los delitos
C

sólo pueden ser sancionados por una autoridad judicial.


Que una modalidad sea exclusiva del Congreso y la otra requiera dos
niveles orgánicos de revisión tiene especial relevancia en el tratamiento de los
bienes constitucionales protegidos por la prerrogativa, y por esa misma razón
en la concepción del tipo de plazo que les sea aplicable. La exclusividad de
control del Congreso respecto de la infracción constitucional representa
una mayor onerosidad y carga en los funcionarios cuya gestión y desempeño
es revisado. De ahí que para la Constitución sea de singular interés estable-
cer tasas de gravedad para la persecución y sanción de conductas delictivas,
las que, además, exigen competencias de análisis técnico que no se prevén
ni necesitan en la evaluación correspondiente a los delitos o infracciones

| 91
César Delgado-Guembes

constitucionales. Por la mayor exigencia y gravedad propias de los delitos


los tipos de plazos correlativos deben diferir.
La prerrogativa de la acusación constitucional por estas consideraciones
tiene distinto alcance. En el juicio político se da un tratamiento en el que el
impacto de la acción parlamentaria es superior, es más, es exclusivo y además
es excluyente. El juicio político es un cargo dotado de mayor nivel de discrecio-
nalidad en su escrutinio y control parlamentario. Su condición de prerrogativa
no se pierde sino que se confirma precisamente por el carácter reservado
que se prevé sólo para quienes son altos funcionarios públicos. El antejuicio

ga L
político también es una prerrogativa por el mismo carácter reservado con

Le CIA
que se trata la gestión o conducta de quienes son altos funcionarios públicos,
aunque la modalidad de su procesamiento y valoración difiera según los
distintos bienes a que ella se refiere.

l
El antejuicio y el juicio político son formas o especies distintas del
mismo género. A estas dos modalidades de acusación constitucional co-
ay EN
rresponde la naturaleza inherente a las prerrogativas, pero porque cada una
de ellas tiene características y aspectos diversos en sus alcances, contenido
y efectos. Por las diversas características y aspectos de dichas modalidades,
ch ID

sujetas como lo están al proceso de acusación constitucional, requerirán una


diferente comprensión e interpretación de las reglas para su procesamiento
en el Congreso. De ahí que, según se propone, argumenta y sostiene en este
Ya NF

trabajo, aplicarles a ambas el mismo tratamiento respecto del tipo de plazo de


su vigencia, desnaturalizaría cada especie y generaría distorsiones y perjuicios
constitucionalmente mayores que los que ocasionaría el reconocimiento de las
diferencias que justifican su diverso tratamiento. Siendo las dos una excepción
O

en el régimen constitucional que rompe el principio de igualdad ante la ley, las


dos no tienen el mismo tipo de impacto, y por ello mismo los distintos niveles
C

de excepcionalidad constitucional exigen una distinta manera de realizar y


aplicar el cálculo del plazo de 5 años establecido en el Artículo 99.

2. LAS RESPONSABILIDADES EXIGIBLES POR ACUSACIÓN


CONSTITUCIONAL LUEGO DE LA CONCLUSIÓN DEL MANDATO
PRESIDENCIAL
En general, los altos funcionarios que hubieran cesado en sus funciones
y respecto de quienes además ya hubiera expirado el plazo de cinco años que
fija la frase final del Artículo 99 de la Constitución, son susceptibles o de ser
denunciados en la vía ordinaria, o de no poder ser denunciados más ya por

92 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

infracción de la Constitución. El supuesto detrás de esta posición es que con-


cluido el plazo perece a la vez la vigencia de la prerrogativa, y que extinguida
ésta mantienen su vigencia las normas ordinarias que rigen en el ordenamiento
nacional para quienes no cuentan con la protección funcional establecida en
los Artículos 99 y 100 de la Constitución.
En el caso singular del Presidente de la República la aplicación del plazo
para el levantamiento de su indemnidad o inviolabilidad, es relevante en función
de las denuncias que cabe procesar la Sub Comisión de Acusaciones Consti-
tucionales del Congreso, sobre cualquier delito en el ejercicio de la función o

ga L
infracción constitucional por la que se le impute responsabilidad, de naturaleza

Le CIA
y alcances distintos a los que menciona explícitamente el Artículo 117 de la
Constitución. Mientras el Presidente de la República tiene efectivamente vi-
gente su mandato en el cargo la Sub Comisión de Acusaciones Constitucionales
tendría que calificar la denuncia como inadmisible y suspender el trámite hasta

l
que venciera el plazo en el que el Presidente se mantiene en el cargo.
ay EN
La cuestión es qué tipo de plazos son los que establece la Constitución
en los Artículos 117 y 99, y para qué los señala. Esto último tiene tanta mayor
importancia habida cuenta que la Constitución de 1993 restringe el tiempo de
ch ID

vigencia de la prerrogativa de la acusación constitucional puesto que, hasta que


esta Ley Fundamental entra en vigencia, la Constitución de 1979 prescribía
que la misma prerrogativa regía aunque hubieran cesado en las funciones. Por lo
Ya NF

tanto, la naturaleza de la prerrogativa se transforma y sufre un cambio notable


y significativo, porque se abandona la opción de su carácter temporalmente
indefinido, y se fija en su reemplazo la alternativa de la limitación de su vi-
gencia. Según el Artículo 99 la limitación de la prerrogativa queda limitada en
O

el tiempo a un plazo de cinco años. De ahí la interrogante sobre la naturaleza


de ese plazo y si el mismo es igualmente exigible en relación con la comisión
C

de delitos en el ejercicio de la función, o de actos infractorios o vulneratorios


de la Constitución.
¿Qué significa pues que lo que antes tenía duración ilimitada ahora se
restrinja a un plazo de cinco años posteriores al desempeño del cargo? ¿Cam-
bia el tipo de efectos que genera el vencimiento del plazo bajo el imperio de
la Constitución de 1993? ¿En qué modo el plazo modifica la naturaleza de las
instituciones a las que se refiere su duración y vigencia, así como la conclusión
del término mientras se la reconoce? De manera similar, ¿es la naturaleza de
la vigencia del plazo la misma para las acusaciones por delito cometido du-
rante el ejercicio de la función, que para las acusaciones por infracción de la
Constitución, habida cuenta que debido a su carácter eminentemente político

| 93
César Delgado-Guembes

sobre las infracciones de la Constitución no hay modo de iniciar acción algu-


na luego que concluye el plazo, en tanto que en la práctica parlamentaria se
ha entendido y asumido como uso habitual que transcurrido el plazo cabe la
acción ordinaria en la vía judicial?
Todas las cuestiones formuladas requieren de la búsqueda de luces que
permitan comprender mejor a qué fin deben servir los plazos en relación con
los procesos ordinarios que no pueden incoarse a menos que aquéllos venzan,
y cómo dar curso a los procesos y pretensiones respecto de las cuales su domi-
nio represente algún nivel de relevancia. Debe examinarse si el plazo debe ser

ga L
igualmente comprendido y aplicado independientemente de si estamos ante

Le CIA
un caso de antejuicio que de juicio político, y en cualquiera que sea la solución
que se postule para esa cuestión, cómo atender a las preguntas que surgen y
que aparecen cuando se afirma que la regla debe ser la misma, o que existen
dos naturalezas que demandan también dos reglas según el tipo de acusación

l
constitucional.
ay EN
Con el propósito de abordar las interrogantes antes consignadas y de
aportar en el proceso de exploración y aclaración sobre la naturaleza, caracte-
rísticas y funcionalidad del plazo en el instituto de la acusación constitucional
ch ID

que afecta de modo específico al Presidente de la República, en seguida pro-


ponemos algunos aspectos críticos y decisivos que ayudan a comprender esta
materia. Entre dichos aspectos los más importantes son la definición del bien
Ya NF

constitucionalmente protegido con el reconocimiento del plazo, el sujeto bene-


ficiado con el mismo, y la aplicación de estos aspectos a las instituciones de la
caducidad y de la prescripción con el objeto de definir cuál de ambas es la más
afín al bien protegido y al beneficiario del plazo de la acusación constitucional.
O
C

2.1 El bien y los valores constitucionalmente protegidos con el plazo


¿Qué bien constitucional protege la ley fundamental al fijar el plazo de
5 años posterior al cese en el ejercicio de la función pública? Para identificar
dicho bien es preciso tener presente la necesidad de que tal plazo se reconozca
y considere, esto es, la cuestión de por qué y para qué se reconoce, o deja de
establecerse, un plazo para procesar ante sede parlamentaria los casos de deli-
tos cometidos en el ejercicio de la función, o las infracciones constitucionales,
cometidas por los altos funcionarios señalados en la Constitución.
A este efecto es importante discernir dos tipos de situaciones. Primero,
que sólo a partir de 1993 se asimila el control parlamentario sobre la infracción
de la Constitución, como una modalidad de juicio político, dentro del modelo

94 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

de acusación constitucional. Por lo tanto, será necesario plantear reflexiones


ad hoc que respeten y consideren el perfil o configuración específica de este
distinto tipo de escrutinio parlamentario sobre la conducta de altos funciona-
rios de la república, cuidando de no proyectar conclusiones sobre ambas, el
antejuicio y el juicio político, de manera indistinta o indiscriminada.
El segundo tipo de situación es que en el desarrollo de la acusación
constitucional tampoco ha existido uniformidad sobre la existencia ni
duración del plazo para el uso de la acusación constitucional. El antejuicio
político, como una de las modalidades de la acusación constitucional, no siem-

ga L
pre ha contado con tal plazo. La regla general hasta la Constitución de 1979

Le CIA
fue que la duración de esta prerrogativa no alcanzaba sino hasta la conclusión
del término durante el cual el funcionario servía en la función. En 1979 se fijó
un plazo de duración indefinida, y la Constitución de 1993 lo fija en 5 años.

l
Según la Constitución de 1993, concluido el cargo toda exigencia de
responsabilidad posterior al plazo de vigencia debe requerirse en el fuero
ay EN
ordinario. Debe responder por ellos, pero debe hacerlo sin intervención
del Congreso como órgano que valora y filtra los extremos del delito por el
que se lo denuncia. El bien que protege la Constitución en esta situación es la
ch ID

garantía que debe reconocerse y otorgarse a una autoridad estatal para desem-
peñar las funciones que asume sin quedar expuesta a las circunstancias que,
de otra manera, supondrían su procesamiento igualitario ante los tribunales
Ya NF

regulares de justicia. Se protege, en consecuencia, el ejercicio efectivo de la


autoridad estatal por quien cuenta con un cargo al que ha accedido de modo
regular y legítimo. La Constitución protege a quien ella misma selecciona por
su relevancia como autoridad estatal y lo premune del fuero especial en el que
O

la denuncia será examinada. Es importante reparar que el propósito no es la


protección de la persona que ocupa o desempeña el cargo, sino la autoridad
C

inherente al cargo en la estructura estatal.


Si esa es la situación en el caso de las Constituciones que limitan el
plazo de vigencia de la acusación constitucional al ejercicio efectivo del car-
go, ¿qué bien general recibe reconocimiento y protección constitucional, de
modo específico, al establecer un plazo posterior al del ejercicio del mandato?
Como se ha recordado, la Constitución de 1979 dispone que la acusación
constitucional sea plausible contra los altos funcionarios que ella indica aunque
hayan cesado en las funciones desempeñadas. Se trata de un plazo indefinido
del tipo al que el derecho romano conocía como dies certus an et incertus
quando, es decir un caso de certidumbre respecto a que tendrá que ocurrir
algún momento en el que la prerrogativa deje de afectar al alto funcionario,

| 95
César Delgado-Guembes

aunque también de incertidumbre sobre la fecha cierta en que ello vaya a


acontecer. Lo que marca la vigencia de la prerrogativa es la vida del alto
funcionario, toda vez que se trata de un plazo final abierto y que se inicia
con el desempeño efectivo de la alta función pública. Es un plazo vitalicio.
Es posible saber cuándo empieza a ejercitarse el cargo y cuándo se cesa (ex
die), pero no es posible conocer hasta cuándo, hasta qué fecha se extiende la
prerrogativa (ex diem)
La prerrogativa se prolonga durante la vida de quien fue alguna vez
alto funcionario y sólo quedaría limitada la posibilidad de causar efectos en el

ga L
terreno judicial iniciándose la acción correspondiente si es que no prescribe

Le CIA
el plazo para iniciar la acción penal. El plazo efectivo de la acusación consti-
tucional, para efectos prácticos, por lo tanto, sería el mismo dentro del cual el
delito sería accionable en sede judicial. Y si se iniciara un proceso de acusación
constitucional luego de prescrita la acción penal el resultado tendría que con-

l
cluir que la denuncia es inconducente por improcedente, puesto que la eventual
ay EN
declaración de haber lugar a la formación de causa tendría que abortar en sede
judicial en cuanto se determine que la acción penal ha prescrito.
En este contexto, el bien protegido en el modelo de la Constitución de
ch ID

1979 supone una variación respecto del modelo previo, fortaleciendo la protec-
ción de la autoridad estatal que se ejerce a través de los cargos especificados en
su texto. Se trata de una cobertura que flota y se concreta en la existencia del
Ya NF

sujeto que ocupa el cargo. Personaliza la protección del cargo extendiéndola


durante la existencia material del individuo que lo ocupa. El plazo dura lo que
dure la vida de quien ocupe el cargo, pero en el plano práctico se agota con la
prescripción de la acción penal ante la justicia ordinaria. El funcionario es un
O

justiciable tanto por el tiempo que dure su vida, como por el plazo establecido
en la legislación penal como prescriptorio de la acción penal.
C

Por último, ¿cuál es el bien que protege la Constitución de 1993 cuando


recorta la incertidumbre e indefinición que consignó la Constitución de 1979,
limitando el plazo para procesar las denuncias o acusaciones constitucionales
a los 5 años posteriores a la conclusión del cargo desempeñado? ¿Por qué se
prevé la existencia de un plazo de procesabilidad ulterior al de la conclu-
sión del mandato, en vez de limitarla al del ejercicio efectivo del cargo?
De igual manera, ¿Por qué se recorta el plazo a 5 años, en vez de sostener su
vigencia, como lo hacía la Constitución de 1979, de modo indefinido a partir
del desempeño efectivo del cargo?
En primer término es importante tener presente que el plazo fijado es
del tipo dies certus an et quando. Se trata de un término final determinable y

96 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

exacto en el futuro. Si se conoce cuándo cesa en el ejercicio de las funcio-


nes un alto funcionario (dies a quo) también es perfectamente determinable
cuándo termina de regir la prerrogativa respecto de la conducta del mismo
(dies ad quem). Porque es conocible el día desde el que se produce el cese
también es conocible el día hasta el cual alcanza la prerrogativa. Este aserto,
sin embargo, queda sujeto a ocurrencias que afecten en alguna forma el cálculo
del plazo cuando éste tenga carácter prescriptorio, situación que justifica la
suspensión o interrupción del plazo original. Esta contingencia es excluida
en los plazos de caducidad, en los que no cabe modificación ni alteración

ga L
toda vez que su carácter perentorio e improrrogable no admite suspensión
ni interrupción alguna.

Le CIA
En consideración a que la Constitución de 1993 prevé el desarrollo de la
acusación constitucional tanto como antejuicio, como en tanto juicio político,
es pertinente diferenciar ambas vías procesales puesto que cada una de ellas

l
se refiere a distinta naturaleza de irregularidad o falta, tienen efectos diversos,
ay EN
y también distinto nivel de exigibilidad y discrecionalidad en el cumplimiento
de requisitos probatorios según el tipo de falta cometida. Mientras que en el
antejuicio el plazo es complejo toda vez que sirve para denunciar constitu-
cionalmente ante el Congreso, como para que quepa denunciar penalmente
ch ID

dentro de plazo, en el caso del juicio político tal complejidad es menor puesto
que el no uso de la denuncia constitucional no condiciona la viabilidad de una
Ya NF

denuncia ulterior sino que el plazo agota toda posibilidad de acción contra
conductas infractoras en los altos funcionarios.
¿Qué bien se protege con el plazo de 5 años ulteriores a la conclusión
en el ejercicio del cargo en relación con el antejuicio? ¿En qué varía, si acaso,
O

que no se trate de un plazo indefinido ni de un plazo restringido al ejercicio


efectivo de la función? ¿Se justifica la pregunta sobre una posible o eventual
C

diferencia de bienes protegidos bajo la modalidad de antejuicio, como sobre la


de juicio político? ¿O se trata más bien de una diversa modalidad o gradación
en la protección del mismo bien constitucional?
Revisemos en primer lugar el caso particular del antejuicio. ¿De qué
manera el plazo de 5 años afecta la identidad o calidad del bien en cuya
protección se reconoce la prerrogativa y la capacidad de control de consti-
tucionalidad y regularidad legal del Congreso? De no existir dicha prerrogativa
el Congreso no estaría facultado para examinar la licitud ni constitucionalidad
de la conducta de las altas autoridades a las que reconoce como titulares de
aquella, y tales titulares tendrían que someterse al fuero judicial de manera
directa. El reconocimiento de la prerrogativa, en primer lugar, y de un plazo

| 97
César Delgado-Guembes

no indefinido sino fijo como es el de los 5 años posteriores a haber dejado el


cargo, demanda una precisión sobre el tipo de bien que pretende darle co-
bertura y salvaguardia la Constitución. En vista de las diversas alternativas
por las que opta el constituyente no pareciera tratarse de una misma y sola
concepción sobre el valor del bien que se pretende proteger.
El mantenimiento de una prerrogativa que en adelante no rige con
criterio vitalicio es un dato no exento de significación. Se ha preferido li-
mitar el alcance temporal de la prerrogativa y, por lo mismo, avanzar en
la ordinarización de la evaluación de la función estatal de acuerdo a las

ga L
competencias regulares de la autoridad judicial. Lo cual significa que es

Le CIA
una disminución en el ámbito de la evaluación foral a cargo del Congreso,
que resulta ser un rasgo propio de la organización corporativa de la vida
política más compatible con formas funcionales de democracia que con el
modelo igualitario de democracia representativa.

l
La disminución del plazo de vigencia de la prerrogativa, por ello, es un
ay EN
dato que revela y trae consigo varios aspectos relevantes en la comprensión
del bien que se protege. Primero, que se considera indispensable mante-
ner el carácter foral y reservado del análisis a cargo del Congreso; segundo,
ch ID

que se recorta la indefinición del plazo de protección de los funcionarios


antes de la remisión de la denuncia a los tribunales ordinarios; tercero, que
se prefiere ceder el examen de las eventuales inconductas al fuero ordinario
Ya NF

restringiendo el plazo para el antejuicio; y cuarto, que sobre quienes son


pasibles de denuncia no pende la posibilidad indefinida de iniciarles un
antejuicio, por lo que conocen que la necesidad de observación popular a
cargo del órgano representativo de la república ante el Estado cesa al acabar
O

el plazo de procesamiento luego de la conclusión en el cargo premunido con


la prerrogativa. En buena cuenta se estima que no es más necesario sujetar
C

a los altos funcionarios al escrutinio político a cargo del Congreso por


tiempo indefinido, pero también es una forma de liberarlos de la eventual
presión política que pudiera cernirse sobre ellos al ventilar sus casos en un
foro de tanto mayor alcance público como lo es el Congreso de la república.
¿Qué bien es entonces el que protege el plazo de 5 años que sigue a la
conclusión del mandato de las altas autoridades estatales? La racionalidad
del recorte mantiene el carácter tuitivo que la Constitución encomienda
al Congreso como órgano de control político por cuenta de la república,
pero la tutela se limita a un plazo similar al que corresponde a un período
constitucional. De esta manera se genera una facultad inocultable que enriquece
la calidad de la vida política. En efecto, por menor que fuera el tiempo de du-

98 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

ración de un alto funcionario siempre será posible que el plazo de vigencia


de la prerrogativa alcance por lo menos a la representación correspondiente
a dos períodos constitucionales. Esta característica del plazo incorpora
un mínimo de pluralidad cuya eficacia dependerá de la alternabilidad en
la composición mayoritaria del Congreso. Si bien es cierto cabe presumir
a nivel general que las altas autoridades bajo un período constitucional
mantienen algún nivel mínimo de entendimiento, simpatía o correlación
ideológica con quienes están a cargo de los procesos políticos estatales, la
circunstancia de que el plazo abarque 5 años permitiría que la evaluación

ga L
pudiera ser realizada por un Congreso compuesto por fuerzas políticas de
distinto signo que aquellas que durante las que se ocuparon los puestos a los

Le CIA
que se reconoce la prerrogativa.
Por lo tanto, el criterio de racionalización que introduce la Cons-
titución de 1993 importa la introducción de una variable que tiende a la

l
despersonalización y desvinculación con fuerzas presuntamente afines, para
ay EN
generar un clima de apertura hacia la mayor pluralidad y alternabilidad de cri-
terios de escrutinio político. Es una forma de generar mayores oportunidades
de ganar en imparcialidad frente a sucesos que pudieran tener márgenes de
cuestionabilidad en el desempeño o ejercicio de la autoridad estatal.
ch ID

Cabe en consecuencia entender que el bien constitucionalmente pro-


tegido con el plazo de 5 años es el control y la evaluación plural, imparcial y
Ya NF

racional en el ejercicio de la autoridad estatal. El plazo no exime la respon-


sabilización del alto funcionario en sede judicial, pero mantiene una dosis de
pluralidad acotada por la posibilidad de que el alto funcionario, en principio,
pueda sea procesado constitucionalmente por un Congreso distinto a aquél
O

en el que desempeñó sus funciones.


C

Ahora bien, ¿qué bien específico y singular protege la Constitución


al fijar el plazo de 5 años posteriores a la conclusión en el ejercicio de un
alto cargo público como lapso para el uso de la acusación constitucional
por infracción de la Constitución? De modo que podamos aproximarnos en la
identificación de los valores protegidos con el juicio político, corresponde
examinar qué consecuencia trae su inexistencia, su no uso dentro del plazo
establecido o, en el extremo inverso, la posibilidad de su acción de forma
indefinida en el tiempo.
Es importante caer en cuenta que la naturaleza del juicio político es
distinta en relación con el antejuicio político en cuanto al carácter definiti-
vo que tiene el primero. La prerrogativa del antejuicio político importa un
escenario de examen y valoración privativo y exclusivo para un conjunto

| 99
César Delgado-Guembes

limitado y selecto de ciudadanos con cargos públicos del más alto nivel
estatal, y este escenario cuida valores eminentemente morales y políticos
del ejercicio del poder que escapan del análisis propio de los tribunales
ordinarios de justicia. La diferencia entre el antejuicio y el juicio político
es que la valoración que realiza el Congreso en relación con el presunto
carácter delictivo de una conducta funcionarial filtra lo que puede o no llegar
a conocer el Poder Judicial. En el juicio político el Congreso administra
justicia, persigue la falta constitucional y sanciona y condena al presunto
infractor. Por el carácter decisorio y definitivo que caracteriza y acompaña al

ga L
juicio político cabe revisar la condición que tiene como prerrogativa.

Le CIA
Si es una prerrogativa, y por lo tanto, un espacio excepcional que aísla
a un grupo de ciudadanos respecto de procesos regulares y universales, cabe
resaltar y explicar mejor cómo así es está en la prerrogativa que la excepcio-
nalidad no significa ni tiene el carácter de privilegio ni de ventaja. Como lo

l
ejemplifica con claridad el caso del juicio político su existencia no configura una
ay EN
situación en la que los altos funcionarios estatales cuenten con una acreencia
ni beneficio respecto del resto de la república. Más bien es todo lo contrario,
puesto que se trata de un proceso en el que quienes se desempeñan como los
más altos funcionarios del Estado son susceptibles de niveles muchos más
ch ID

estrictos y amplios de exigencia que el resto del país. Sólo a ellos, en efecto,
cabe perseguirlos y sancionarlos por las infracciones constitucionales que se
Ya NF

les pruebe.
¿Cuál es el bien que protege el plazo para procesar las infracciones consti-
tucionales que se presumen cometidas por los más altos funcionarios estatales?
Lo más obvio y saltante es que la finalidad del juicio político es proteger la
O

intangibilidad de la Constitución por los operadores estatales más notables y


visibles de la misma. En sí misma esta institución afecta a los altos funcionarios
C

señalados en el Artículo 99 de la Constitución mientras que ejercen el cargo


para el que son elegidos o designados, y subsiste luego que hayan cesado en
aquél pero sólo durante los siguientes 5 años ulteriores a la fecha del cese.
La pregunta entonces es cuál es la particularidad del plazo dentro del
cual cabe exigir responsabilidad por la infracción de la Constitución, y qué
bien específico es el que dicho plazo pretende salvaguardar.
Si bien la prerrogativa genérica es la misma puesto que es concebida
como una variante de la acusación constitucional, en el origen que tiene en el
Perú sólo la Constitución de 1993 precisa el distinto tratamiento y efectos en
uno y otro caso, estableciendo que sólo en el caso de la acusación por infracción
de la Constitución se prevé, distingue y cabe la adjudicación de sanciones como

100 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

lo son la suspensión, la destitución y la inhabilitación. El Congreso siem-


pre tuvo la potestad reconocida para velar por el respeto de la Constitución
y para hacer efectiva la responsabilidad a quienes la infringieran, pero no
siempre se asoció esta atribución con las sanciones que el Congreso estaba
en capacidad de imponer, sin intervención de órgano jurisdiccional alguno,
en el proceso de acusación constitucional.
Cabe recordar, por ejemplo, entre los documentos históricos del siglo XIX
el Artículo 22 de la Constitución de 1828, el Artículo 23 de la Constitución de
1834, Artículo 61 de la Constitución de 1856, el Artículo 64 de la Constitución

ga L
de 1860, y en el siglo XX el Artículo 95 de la Constitución de 1920, el Artículo

Le CIA
121 de la Constitución de 1933, y el Artículo 183 de la Constitución de 1979.
Si bien se presenta la potestad de acusar por infracción de la Constitución,
no se ataba el último cabo para el caso que el Congreso optara por exigir la
responsabilidad de los infractores. De manera que la Constitución de 1993

l
supone un desarrollo histórico en relación con una facultad históricamente
ay EN
reconocida, aunque imperfectamente concebida.
El Perú siempre contó con la opción del juicio político por infracción
de la Constitución, pero la Constitución de 1993 es la primera con la que
ch ID

ocurren dos cosas en relación con la acusación constitucional. En primer


término, es la primera vez que se realiza el vínculo con el canal regular para
adjudicar la sanción luego de haberse cumplido con la fase persecutoria de la
Ya NF

infracción en un proceso de acusación constitucional. Y en segundo término,


ha sido también la primera vez en la que se ha utilizado de modo efectivo el
juicio político por infracción de la Constitución, ya sea en el caso de la desti-
tución de tres magistrados del Tribunal Constitucional por reconocerse y
O

usar la modalidad de control difuso de la Constitución además del tipo de


control concentrado que le fija la Constitución y su ley orgánica, como en el
C

caso del ex Presidente Alberto Fujimori y algunos de sus ex Ministros, o en el


del ex Ministro Fernando Rospigliosi.
Con los distingos de rigor expuestos es posible revisar cuál es el valor
que protege el plazo de vigencia de la acusación constitucional cuando ésta
se aplica a casos de infracción constitucional. A la vez que cabría entender que
existe un bien genérico cuya protección cuida el plazo de 5 años por igual al
antejuicio y al juicio político, es necesario esclarecer si es posible identi-
ficar una modalidad valorativa especial en relación a la aplicación del plazo a
situaciones de infracción de la Constitución.
En el caso del juicio político, como se apuntó al inicio de este acá-
pite, el bien central que se protege de modo especial con el plazo es la

| 101
César Delgado-Guembes

intangibilidad de la Constitución. El margen de control que se le asigna


al Congreso es bastante amplio y tiene un alto y fuerte componente dis-
crecional. En los procesos de juicio político el Congreso actúa como órgano de
control político de la constitucionalidad relacionada con los actos, la conducta y
comportamiento de las más altas autoridades estatales. El criterio y la voluntad
de los representantes de la república actúan como marco definitorio sobre la
constitucionalidad en el ejercicio efectivo de la autoridad estatal. Quienes
enjuician la constitucionalidad del desempeño son las mismas personas a
quienes la colectividad elige para que la representen. Su criterio y voluntad

ga L
son los del pueblo representado a través de ellos y, por lo mismo, tienen el
poder político del propio pueblo para afirmar qué es constitucional en los

Le CIA
actos de la autoridad estatal, y qué no lo es. Y la decisión adoptada por el
Congreso de representantes no está sujeta a instancia ni criterio ulterior
(a excepción de eventuales acciones en sede judicial que pretendan im-

l
pugnar la resolución parlamentaria con sustento en normas constitucionales
ay EN
inobservadas en sede parlamentaria).
Va de suyo con la potestad de control de constitucionalidad de la gestión
de los altos funcionarios una característica inherente a la acción y al poder
político. La capacidad para definir, dentro del marco de la Constitución,
ch ID

cómo es que el cuerpo de representantes de la república califica la ido-


neidad constitucional del desempeño de los altos funcionarios les da a
Ya NF

los congresistas un poder político efectivo. Ellos pueden calificar cuál es


la pauta de corrección o incorrección constitucional, y cuándo los altos
funcionarios incurren en una modalidad de acción indeseable según el
criterio, voluntad y entendimiento de la Constitución que afirman quie-
O

nes tienen el mandato de representación política de la comunidad. Es en este


preciso sentido que cabe afirmar que el Congreso es un poder soberano en
C

el régimen político nacional, y también en este sentido, por lo tanto, que al


Congreso corresponde en el Perú la calificación de supremo intérprete de
la Constitución y no al Tribunal Constitucional (como suele señalarlo, a mi
parecer equívocamente, la posición dominante del gremio de abogados y de
la propia clase política nacional).
La prerrogativa del juicio político opera como un medio de con-
firmación o ratificación del ejercicio constitucional de la autoridad estatal.
Propiamente el carácter de la prerrogativa equivale a una carga (onus) en el
ejercicio de la función. Quien asume uno de los puestos señalados en el Artículo
99 de la Constitución lo hace bajo una modalidad de desempeño que importa
el aceptar y someterse al período de potencial revisión de la constitucio-

102 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

nalidad de su gestión, actos, conducta y desempeño en el ejercicio de la


función. Toda la gestión queda sujeta a un modo específico de actuación
que es el que define la Constitución de conformidad con los operadores
autorizados para calificar tal definición, que son los congresistas en ejer-
cicio de su mandato de representación de la voluntad colectiva. El ejercicio
idóneo y consciente del alto cargo supone que el titular tiene y toma en cuenta
las consecuencias que siguen a su desempeño y, por lo mismo, la exigibilidad
que cabe imponga el Congreso durante la vigencia del plazo.
La naturaleza de la prerrogativa, como puede verse, es más que un

ga L
beneficio o ventaja a quien ocupa y desempeña un cargo en la administra-

Le CIA
ción del Estado una carga propia del interés público en que las funciones
estatales sean correcta y constitucionalmente cumplidas. Nada menos
beneficioso para el alto cargo público que quedar sujeto a la incertidumbre
de una eventual denuncia por haber infringido la Constitución. El criterio

l
y la voluntad de la representación nacional para definir la constitucionalidad
ay EN
de la actuación de los altos funcionarios del Estado no están restringidos
por un parámetro inconfundible, visible, mensurable o tipificable. Es
tan discrecional la potestad del Congreso de descalificar una gestión por
inconstitucional, como lo es la de encomiar esta última por la virtud que
ch ID

contradice tal temperamento.


La prerrogativa del juicio político, por ello, es un elemento modal
Ya NF

propio de quien asume el alto cargo público. La prerrogativa consiste en


la sumisión al fuero que revisará la actuación desempeñada, sumisión
que es parte de la obligación que consiente en honrar el alto funcionario. Se
trata de una medida excepcional que no es exigible sino para un número
O

determinado y exclusivo de altos funcionarios, puesto que sólo quienes a


mayor poder tienen acceso en el Estado deben también responder pro-
C

porcionalmente según las mayores potestades y facultades han tenido


a su disposición para dirigir y vincular los recursos y bienes del Estado.
El carácter de la prerrogativa, como puede verse, no se mide ni tasa
como privilegio o ventaja, sino como un elemento obligacional esencial
del ejercicio del poder al que debe ir aparejado el mutilamiento del status
que el derecho ordinario reconoce al ciudadano. Porque el funcionario
con autoridad tiene tanto más poder, por eso mismo por más debe respon-
der y también mayor limitación corresponde prever en el acto de dación de
cuenta de la gestión cumplida. Negar esta exigibilidad mayor es una forma
de desproteger a la comunidad y de favorecer relaciones de desequilibrio
y desigualdad. De este modo es que el juicio político resulta ser un reme-

| 103
César Delgado-Guembes

dio que compensa la mayor amplitud para disponer de bienes públicos


por quien asume un alto cargo estatal. Nada más lejos de la naturaleza del
juicio político que la de consistir en una institución injusta o inquisitorial.
Lo injusto o inquisitorial no depende de la institución sino del ánimo tor-
cido de los actores que hacen mal uso de ella. Si los actores no cumplen
correctamente su función no debe ser el temor al exceso lo que niegue la
conveniencia del proceso para revisar y exigir el uso constitucional del poder
por las más altas autoridades del Estado. Es un callejón en el que no hay otra
salida que asumir el costo que tiene el poder. No hay otro modo de proteger a

ga L
la comunidad que con asimetrías tales que crean el espacio para la dación
y exigencia de cuenta a quien ha usado el poder colectivo de la comunidad.

Le CIA
El Congreso es el órgano estatal responsable y competente de velar y
exigir por el cumplimiento de esta carga en todos y cada uno de los puestos
que señala el Artículo 99 de la Constitución. De que el Congreso cumpla con

l
esta responsabilidad y competencia dependerá que el bien jurídico que es la
ay EN
intangibilidad de la Constitución quede adecuadamente salvaguardado y
protegido. El descuido, impericia o incompetencia en el control que debe
desarrollar es una forma de negar el tipo de asociación política cuya base
consigna el texto de la Constitución. Así de grave es la significación y la
ch ID

importancia que tiene el juicio político como prerrogativa y como recurso en


los procesos y en la actividad del Congreso nacional.
Ya NF

La siguiente interrogante es en beneficio de quién se establece el


plazo. La pregunta no asume que se trate de un tipo de sujeto concreto,
puesto que la institución de la acusación constitucional sólo prevé dos tipos
de actores básicos en este modelo de proceso parlamentario. Uno es el sujeto
O

activo, que es quien interpone una denuncia constitucional; el otro es el sujeto


pasivo, que es a quien cabe acusar constitucionalmente.
C

Obviamente el plazo no tiene que ver con los derechos subjetivos de uno
ni otro actores, puesto que el papel en el que intervienen en una acusación
constitucional está exento de todo matiz subjetivo, y más bien se refiere
al papel o rol que tales actores deben cumplir en un proceso orientado
a dilucidar los visos de correcto o impropio desempeño funcional que
pudieran dar lugar o no al inicio de un proceso penal ante la justicia
ordinaria. Por lo tanto no cabe indagar por derecho subjetivo alguno ni
del acusador ni del imputado. Se trata de determinar quién cuenta con
ese plazo para proceder conforme al bien o valor constitucionalmente
protegido, y quién es responsable y está obligado a velar por la protección de
dichos bien y valor.

104 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

No está de por medio la circunstancia de que existan derechos consti-


tucionales que sigan a la condición de la persona humana, no obstante que
el impacto en ella sea inerradicable. La presunción de inocencia, el derecho
al juez natural, por ejemplo, o el derecho a la defensa, no son objetivo central
en el proceso de acusación constitucional de la manera como suele enten-
derse en los procesos judiciales ordinarios. La acusación constitucional es
un proceso en el que el objeto bajo examen es la propiedad del desempeño
funcional de un alto funcionario que ha tenido a su cargo el ejercicio de la
autoridad estatal. El enfoque del proceso no es la adjudicación de respon-

ga L
sabilidad personal, sino sólo el correcto uso de la autoridad del Estado que
se confía o encarga a uno de los más altos funcionarios de la república. Lo

Le CIA
que se evalúa es el desempeño funcional y formalmente respetable del
papel o rol funcionarial. Los derechos subjetivos de esa persona privada
que ofrece y presta su identidad y voluntad mientras que ejercita el cargo

l
no tienen relevancia para el proceso de acusación constitucional. Para el
ay EN
proceso de acusación constitucional se trata de dos esferas y dimensiones
separables aunque se trate de una y la misma persona desempeñando tareas
públicas según el modelo y roles funcionales prestablecidos.
Toda vez que la acusación constitucional es un proceso que sirve
ch ID

para el examen de dos distintos y diferenciables tipos de responsabilidad,


cabe revisar la modalidad en la que deba entenderse al beneficiario del
Ya NF

plazo según que se trate de un antejuicio por delitos cometidos durante el


ejercicio de la función, o de un juicio político por infracción de la Constitución.
En cuanto al antejuicio político, no es un plazo cuya finalidad sea que
a su expiración el alto funcionario quede liberado de toda incriminación ante
O

la justicia ordinaria. Es un plazo para que el Congreso ejercite la atribución


de controlar la conducta funcionalmente lícita de las más altas autoridades
C

del Estado. Expirado dicho plazo el Congreso pierde tal atribución. No se


presume que por la inacción u omisión del Congreso el alto funcionario ya
no sea más pasible de denuncia por inconductas de carácter funcional. Tal
tipo de presunción, por lo demás, debiendo ser expresa, no cabe deducirla
y sería contraria al principio de responsabilización por la conducta de todo
sujeto de derecho.
Por el apunte precedente es posible proponer que el beneficiario
principal del plazo sea el Congreso. No el denunciante, ni el sujeto de-
nunciable. En cualquier caso no es que el sujeto denunciable carezca de
protección en el sistema jurídico respecto de las inconductas por las que se
pretenda responsabilizarlo, puesto que en el derecho penal existen plazos

| 105
César Delgado-Guembes

diseñados con ese preciso propósito, como lo es el plazo de prescripción de


la acción penal.
Si se trata de un plazo previsto para beneficiar la tarea de control parla-
mentario todo lo que cabría presumir una vez que el plazo expira es que el
Congreso no ejercitó tal control. El plazo positivo para que se realice una
tarea que no se realiza no importa suposición respecto de la existencia o
inexistencia de responsabilidad penal en los sujetos cuya función no alcanzó a
ser objeto de control parlamentario. No cabe presumir que la inacción par-
lamentaria extingue la posibilidad de responsabilizar penalmente a quien

ga L
quepa denunciarlo. Si el Congreso no se aboca al control de inconductas

Le CIA
de un alto funcionario la única conclusión posible es que el Congreso no
uso del tiempo para escrutar la responsabilidad de un alto funcionario deter-
minado. Que el Congreso no conoció ni asumió competencia durante el plazo
reconocido con tal fin.

l
El plazo no transcurre para eximir responsabilidad de quien pudiera
ay EN
ser denunciado en otro fuero distinto al parlamentario al concluir dicho
plazo. El plazo transcurre para que quien tenía la atribución discrecional
de hacer seguimiento y verificar la propiedad funcionalmente lícita en la
ch ID

gestión y desempeño de determinados altos funcionarios tenga la opor-


tunidad de hacerlo. Cabe presumir que se trate de un plazo adecuado para
realizar acciones positivas determinadas por un órgano estatal responsable
Ya NF

del control del uso del poder acorde con el principio de interdicción de la
arbitrariedad. Al Congreso se le reconoce un espacio de tiempo adecuado
para que actúe por cuenta de la comunidad y en protección de sus intereses.
La dimensión específica y concreta de su control supone el examen de licitud
O

del desempeño funcional de un alto funcionario.


C

En suma, lo central es reparar y guardar en mente que se trata de un plazo


que protege la función de control que ejercita el Congreso sobre los actores
a cuyo cargo quedó el efectivo desempeño de la autoridad que ejercitan en el
Estado por cuenta de la república. Es un período dentro del cual cabe iniciar
tal potestad.
No es un objetivo ni un período previsto para sustraer al Poder Ju-
dicial de la competencia que legítimamente le corresponde al amparo del
principio de separación de poderes y de distribución de funciones en el aparato
estatal. Una es la función de control que debe cumplir el Congreso para veri-
ficar o evaluar el regular, idóneo y constitucional desempeño de la autoridad
estatal. Otra es la función del Poder Judicial de escrutar la conducta de quien
es responsabilizado por la comisión de delitos, sea o no que cuente con la

106 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

prerrogativa del antejuicio político. El Congreso realiza un examen anterior


al judicial sobre una materia funcional en la que cabría encontrar contenido
penal. No para usurpar función judicial, para evitar la acción constitucional que
le compete, para eximir a un alto funcionario de comparecer ante la autoridad
judicial, ni para perseguirlo o entregarlo a esta última.
La finalidad a cumplir dentro del plazo establecido en la Constitución
es la afirmación de una garantía constitucional por la que es responsable
el Congreso por cuenta de la república: la garantía del poder ejercitado en el
marco de licitud que, si es exigible para cualquier ciudadano, lo es con mucha

ga L
mayor razón de un alto funcionario al que se otorga poder para usar el poder

Le CIA
estatal en servicio. El Congreso se especializa en garantizar la idoneidad y
licitud del uso del poder por altos funcionarios de la república.
El antejuicio es el proceso para que el Congreso realice una tarea especial

l
a cargo de quienes tienen la facultad política y constitucional de revisar el
desempeño apropiado de la autoridad. Si encuentran elementos de juicio
ay EN
que a criterio de la representación nacional basten para el procesamiento
en la justicia ordinaria la consecuencia es que corresponderá al Poder Judicial
revisar los hechos a la luz de la normatividad vigente. El Congreso no ad-
ch ID

judica justicia penal, pero si encuentra aspectos que ameriten o exijan una
revisión judicial ulterior levanta el fuero y habilita la facultad ordinaria para
el examen de incriminación ante los tribunales de justicia.
Ya NF

Suele afirmarse a menudo que el beneficiario del plazo del antejuicio es la


persona que, en ejercicio de la alta autoridad con que fue investida, es alcan-
zada con la prerrogativa. Debe, sobre el particular, hacerse un deslinde entre
O

el sujeto real que presta su identidad para el ejercicio del cargo, y el sujeto de
derecho que efectivamente personifica y actúa desde el cargo. Prerrogativas
C

parlamentarias como la acusación constitucional no protegen a sujeto concreto


alguno, sino al sujeto abstracto cuyas atribuciones y responsabilidades deben
ejercitarse con arreglo a la Constitución y a la ley. Es inherente al régimen de
prerrogativas asumir el desdoble o escisión de espacios de acción. Uno es el
papel cumplido y otra la persona que presta su voluntad para expresar la
que corresponde que exprese y se impute al cargo de autoridad desempeñado.
Porque la prerrogativa afecta al cargo desempeñado el sujeto privado
que presta su identidad y voluntad para ocuparlo debe reservar la esfera de
sus intereses privados en la inhibición y abstención de forma que no interfie-
ra en el desempeño según estándares y patrones normativamente esperados
para el rol que se ejercita en nombre del Estado. Esta separación de esferas o
ámbitos es necesaria para que el desempeño quede razonablemente protegido

| 107
César Delgado-Guembes

y salvaguardado. La prerrogativa no tiene por objetivo proteger los intereses


privados ni concretos de quien asume y desempeña el rol de autoridad estatal.
De ahí que si bien es natural que tales intereses privados existan, no
es en nombre de ellos que se establece ni reconoce la prerrogativa de la alta
autoridad estatal, ni en su favor o beneficio que se la premune y fija con ese
plazo el procesamiento de las denuncias en contra de los altos funcionarios.
No cabe asumir que la prerrogativa de la acusación constitucional acompañe,
proteja ni beneficie al sujeto privado ni sus intereses concretos. Sí cabe en-
tender, por el contrario, que es de interés de la autoridad ejercida el que la

ga L
incertidumbre sobre la cuestionabilidad del desempeño concluya en el menor

Le CIA
tiempo posible. Por lo tanto, el papel y la posición de la autoridad dotada
de prerrogativa tiene un interés investido en que la respetabilidad con la
que se la ha ejercitado quede salvaguardada a través del proceso de control
parlamentario con el que se tramitan las denuncias constitucionales.

l
Es deducible también que parte de la lógica del proceso de acusación
ay EN
constitucional se construye con el objetivo de que el antejuicio sea un espacio
de evaluación y control favorable a la protección de la autoridad desempeña-
da, antes que uno en el que la presunción consista en la sospecha del mal
ch ID

ejercicio de la función estatal desempeñada. La autoridad se presume bien


ejercitada y el Congreso controla que las denuncias contra el óptimo ejercicio
del cargo tengan el sustento debido.
Ya NF

Una línea de razonamiento como la consignada importa la susten-


tación de la prerrogativa de la acusación constitucional en un resultado
sustantivo presunto, como lo sería la expectativa de que el control parlamen-
O

tario sobre el ejercicio de la autoridad prefiera su indemnidad o, incluso,


su impunidad, antes que la evaluación imparcial de la conducta de un alto
C

funcionario estatal según las normas y estándares propios de la honorabilidad,


dignidad y respetabilidad con la que el cargo debe ejercitarse.
Es cierto que cabe asumir la existencia de un deseo y preferencia
de indemnidad en el alto funcionario, pero no es en beneficio subjetivo de
dicho funcionario ni de su interés privado que se reconoce la prerrogativa de
la acusación constitucional, ni tampoco que se establece un plazo dentro del
cual ésta debe ser examinada por el Congreso. El plazo existe no para apla-
car la ansiedad o preocupación que la pendencia de su vigencia ocasiona,
sino para que el órgano responsable de revisar la calidad del desempeño
pueda hacerlo.
La prerrogativa es un medio procesal que faculta al Congreso a evaluar,
controlar y examinar el uso correcto, regular y cualitativamente idóneo de la

108 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

función estatal desempeñada, y no uno que permita adjudicar a tal prerro-


gativa la carga del presunto favorecimiento de la autoridad. No existe carga
de favorecimiento sustantivo en un sentido ni en otro. La prerrogativa no es
un instrumento preparado para ayudar al sujeto que desempeña una función
estatal; su fin es sólo contar con la existencia de un espacio de revisión del
desempeño contra los criterios de normalidad establecidos en el ordenamiento
constitucional y penal vigentes.
El objetivo no es facilitar la absolución ni gestionar la acusación del alto
funcionario. No es un plazo cuyo transcurso pretenda dejar a salvo ni condenar

ga L
a quien ejercita un cargo estatal. Lo que se pretende es únicamente que el con-

Le CIA
trol parlamentario sea ejercitado de forma tal que toda denuncia sea objeto de
conocimiento, procesamiento, indagación y escrutinio por el Congreso, para
que, si existe mérito suficiente, se habilite a la justicia ordinaria y se restablezca
de ese modo el espacio necesario para que todo abuso sea cuestionado y, en

l
su caso, sancionado según el carácter ilícito que se encuentre en la conducta
ay EN
observada.
Es porque esta prerrogativa no se diseña para proteger derechos parti-
culares que a la interrogante sobre si basta que el funcionario afectado con una
ch ID

denuncia se allane y, sin observación del proceso de acusación constitucional,


renuncie al antejuicio o pretenda declinar y prescindir de la prerrogativa de
forma que el caso sea conocido directamente por la autoridad judicial, es po-
Ya NF

sible responder que la prerrogativa no es un bien disponible unilateralmente


por el alto funcionario cuyo cargo protege ella con el fuero parlamentario. Si
el plazo fuera establecido en beneficio del denunciado bien cabría que renun-
cie al mismo y también a la resolución que el Congreso pudiera adoptar. El
O

denunciado no puede renunciar a la prerrogativa sometiéndose de modo


directo e inmediato ante la justicia ordinaria, puesto que ella no se instituye
C

en su favor sino en el papel que se asigna y que debe cumplir el Congreso


como órgano de control del ejercicio correcto de cargos públicos por cuenta
e interés de la república.
El caso del juicio político por infracción de la Constitución requiere
una reflexión distinta. La duración y el transcurso del plazo de 5 años que
también se establece para la acción del Congreso, tiene un sentido y conse-
cuencias significativamente diversas. En primer lugar, se trata de un plazo en
el que el espacio es predominantemente discrecional y político. Así como
el alto funcionario dispuso de un marco de discrecionalidad para liderar, para
conducir, para mandar y para ordenar durante su gestión, esa misma discrecio-
nalidad va a ser controlada y revisada con niveles similares de discrecionalidad.

| 109
César Delgado-Guembes

El juicio político es un espacio en el que si bien existe el riesgo de


actuar según disposiciones muchísimo más vulnerables para incurrir en el
sobredimensionamiento de antagonismos propios de relaciones de compe-
tencia o de conflicto político o, igualmente, de complacencias y favoritismos
consecuencia de la afinidad de membresías o premisas políticas compartidas,
también es el espacio y la oportunidad genuinos para la valoración de la po-
lítica según reglas de conciencia y de compromiso con los más altos valores
humanos. La Constitución prevé ambas situaciones y opta por reconocer tanto
el riesgo como la oportunidad. Una y otra característica definen el concepto de

ga L
crisis. El juicio político supone una situación de crisis y de confrontación
con una ambivalencia política y ética que requiere la resolución por actores

Le CIA
que, como suele ocurrir en todo menester humano, no siempre tienen la
mejor disposición o aptitud para que la solución que adopten sea la más justa.
El plazo dentro del cual rige la prerrogativa del juicio político, como

l
se ha planteado en acápites previos, nace con el inicio de la gestión, y termina
ay EN
5 años después de la conclusión del mandato. El tiempo dentro del cual rige,
por lo tanto comprende un período durante el cual se realiza la acción, y otro
en el que se la revisa. El período de revisión a su vez es de dos tipos, uno en
el que el alto funcionario está en funciones, y otro, que dura 5 años, en el
ch ID

que el alto funcionario ya cesó en el cargo.


El Congreso, como responsable del control y de la verificación de in-
Ya NF

tangibilidad de la Constitución, tiene la obligación de observar la gestión y


de exigir esa responsabilidad. Una vez que el plazo transcurre y concluye
el alto funcionario cuenta con la confirmación de su gestión y desempeño, y
tiene la capacidad de requerir que cualquier pretensión fuera de plazo quede
O

sin efecto. Es en este sentido que cabe aplicar la regla dies interpellat pro ho-
mine, es decir que, una vez vencido el plazo, la omisión de quien no realizó el
C

control esperado no puede significar perjuicio para quien debió ser objeto de la
acción de control. El plazo vencido opera no a favor del Estado, sino a favor del
hombre. El Estado es representado por el Congreso y cuenta con la medida
de tiempo conveniente y razonable para cumplir con la facultad y atribución
que la Constitución le fija. El Estado pierde la atribución de emprender un
proceso de infracción constitucional contra quien se desempeñó en una
de las posiciones de autoridad indicadas en el Artículo 99 de la Constitución.
El dies termini decide que ya más no pueda ejercitarse una atribución
dejada de usar. La gestión queda saneada con el vencimiento del plazo. La
exigibilidad quedó sin respaldo constitucional. En efecto, es un hecho que
una vez vencido el plazo ya no más es posible que se pueda examinar la

110 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

eventual inconducta de una alta autoridad por infracción de la Constitución.


Expirado tal plazo el sujeto a cargo del control ya no puede más iniciar una
acción de control sobre el alto funcionario, y éste queda eximido de respon-
sabilización por las eventuales infracciones constitucionales que hubiera
podido cometer. No hay délai de grâce. El efecto de la inacción parlamentaria
supone en consecuencia la sucesiva imposibilidad de iniciar ni procesar
una denuncia por infracción de la Constitución.
El plazo, como puede apreciarse, prevé un término razonable y además
proporcional, para hacer exigible la responsabilidad por el ejercicio de la

ga L
autoridad. El plazo tiene la duración de 5 años para que el Congreso actúe

Le CIA
con diligencia y revise el desempeño de los más altos funcionarios. Es un
plazo establecido para facilitar y favorecer la vigilancia, supervisión y control
sobre el ejercicio del poder, y este plazo se establece para que sea posible la
vigilancia, supervisión y control por el Congreso. Por eso cabe entenderlo

l
como un plazo cuyo beneficiario principal es el Congreso.
ay EN
Pero, como también ha podido advertirse, existe una protección adicio-
nal detrás del plazo, el que se hace efectivo con su expiración Esa protección
son los intereses naturales que tiene la persona cuya identidad y voluntad
ch ID

se puso a disposición del papel y posición desde los cuales la autoridad


del Estado se hace visible y efectiva. Decaído el plazo por inacción de
quienes pueden interponer denuncia y sin proceso iniciado se extingue
Ya NF

la obligación contraída con la asunción de las altas funciones estatales. El


plazo para la exigencia del cargo que surge desde que se contrajo las altas
responsabilidades funcionales no se extiende más allá del límite que la propia
Constitución impone.
O

Son pues dos lados los que tiene el plazo, uno para el procesamiento y
C

otro para la cancelación del cargo. Es un plazo que beneficia al Congreso


en cuanto dispone de 5 años para procesar al alto funcionario, y también
beneficia al alto funcionario puesto que su conclusión da por saneados y
constitucionalizados los actos, conducta, desempeño efectivos durante su ges-
tión. Estos dos lados están ausentes en el antejuicio, porque la expiración del
plazo con inacción del Congreso no exime de responsabilidad por la ilicitud
funcional de la autoridad cuya conducta es revisable. En el antejuicio el
no uso del plazo no exime de responsabilidad penal, en tanto que en el juicio
político el no uso del plazo si define la posibilidad de revisión de constitucio-
nalidad del desempeño del alto funcionario. Estos dos lados no son observables
en el antejuicio político, porque el transcurso del plazo simplemente agota la
suspensión del plazo dentro del cual no cabe la prescripción de la acción

| 111
César Delgado-Guembes

penal, y el Poder Judicial recupera la potestad plena de revisar penalmente


la conducta del alto funcionario cuya gestión es objeto de la prerrogativa
parlamentaria.
De ahí que el alto funcionario tiene derecho a exigir la cancelación de
cualquier proceso de revisión de la constitucionalidad de su gestión que se
iniciara en su contra una vez que el plazo concluye. La duración del plazo, por
ello, genera la posibilidad del control, y su conclusión regulariza y confirma la
idoneidad constitucional de la gestión y desempeño si no se inició ni procesó
al funcionario.

ga L
Queda claro, en consecuencia, que el plazo se reconoce como un tiem-

Le CIA
po razonable para que el Congreso desarrolle la función de control sobre
la constitucionalidad del desempeño del alto funcionario. Cuando el plazo
transcurre el potencial denunciado gana porque el cargo ya no es más exigible,

l
y el Congreso pierde competencia para conocer la materia. Al funcionario
le beneficia la expiración del plazo, pero al Congreso la vigencia del mismo.
ay EN
La acusación constitucional es una institución histórica y de largo,
permanente y hondo arraigo en la constitucionalidad peruana. Sin embar-
go, y no obstante la continuidad y constancia de su reconocimiento en los
ch ID

diversos textos constitucionales, el tema puntual relativo a la naturaleza del


plazo que la Constitución prevé para su uso no ha dado lugar a inquietud y
reflexiones sino en la experiencia reciente, en particular a inicios del siglo
Ya NF

XXI. No porque antes no se hubiesen dado casos ni experiencias de acusa-


ción constitucional contra altos funcionarios del Estado, sino porque es sólo
a partir de la Constitución de 1993 que se concibe un plazo determinado para
O

el uso de la atribución por el Congreso, en primer lugar; y en segundo lugar,


porque es sólo a inicios del siglo XXI que se ha verificado un uso intenso
C

de esta misma atribución, en particular en contra de los altos funcionarios


del régimen de 1993 al 2000 involucrados en presuntos actos de corrupción
(los casos de antejuicio político más connotados, en efecto, se producen en el
período 1963-1968, y 1980-1990, principalmente como consecuencia de la
labor de investigación que cumplió el Diputado Héctor Vargas Haya en los
casos de contrabando y de corrupción política).
La preocupación sobre el tipo de plazo establecido en el Artículo 99 de
la Constitución de 1993 se debe tanto a los distintos efectos que éste tiene en
función de que se le reconozca la naturaleza como plazo prescriptorio, o como
plazo de caducidad, como al hecho de que ni la Constitución ni el Reglamento
del Congreso contenga una referencia que permita zanjar la duda. En la acti-
vidad parlamentaria sí se ha intentado esclarecer el carácter, tipo o naturaleza

112 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

de plazo, pero la aparentemente insuficiente comprensión sobre la pertinencia


de los logros alcanzados amerita la revisión de las tendencias actualmente
documentadas en la experiencia parlamentaria nacional.
¿Cuál es, en fin de cuentas, el sustento último para calificar el plazo en
las acusaciones constitucionales como uno de caducidad o de prescripción?
Si bien tanto la caducidad como la prescripción son, ambas, ficciones norma-
tivas que permiten dar por resuelta una situación incierta, independientemente
de la condición material de una situación sustantiva concreta, existen matices
que caracterizan a cada tipo de alternativa que es necesario contrastar con el

ga L
antejuicio y el juicio político para definir el tipo de uso que mejor corresponda

Le CIA
a la administración de los procesos de acusación constitucional.
Una primera impresión llevaría a la comprensión del antejuicio y del
juicio político como un mismo tipo de acción y de proceso parlamentarios, por

l
lo que se presumiría que a ambos corresponde el mismo tipo de tratamiento y
comprensión de los alcances del plazo durante una acusación constitucional.
ay EN
En efecto, también una primera impresión lleva a comprender al antejuicio y
al juicio políticos como dos formas indiferenciadas de procesamiento y control
de la autoridad estatal por el Congreso y, por ello, como si ambas fueran igual-
ch ID

mente susceptibles de que el plazo de 5 años les sea aplicable indistintamente


de sus diversas naturalezas y de las distintas y significativas consecuencias
que a cada una de ellas sigue cuando el Congreso resuelve los casos.
Ya NF

En función de la naturaleza del bien constitucionalmente protegido


y del tipo de obligación que queda impuesto en el ejercicio de las altas
funciones estatales sujetas a la prerrogativa de la acusación constitucional,
O

pareciera no corresponder el mismo tipo de conceptuación ni de aplicación


del plazo para el antejuicio que para el juicio político. Recuérdese que el
C

antejuicio es menor en severidad que el juicio político, en razón al alto


grado de discrecionalidad para la valoración, a la inimpugnabilidad de la
resolución parlamentaria, así como a las sanciones imponibles en vista del
solo criterio y valoración constitucional de los representantes al Congreso.
El antejuicio complementa el criterio y discrecionalidad valorativas de la
representación con el ulterior juicio de los tribunales, y no supone sanción
de tipo ni especie algunos. El antejuicio es una apreciación estimativa o
tentativa de la supuesta conducta delictiva del alto funcionario; no tiene
carácter cancelatorio ni definitivo la resolución con la que concluye el proceso.
Por la distinta naturaleza de ambos tipos de acción en el proceso de
acusación constitucional, al tratamiento del tiempo pudiera acaso corres-
ponderle una naturaleza distinta, y el examen de tal punto es uno de los

| 113
César Delgado-Guembes

objetos del presente acápite. El segundo es precisar si en función de la finalidad


de la acusación constitucional el tipo de efecto del transcurso del plazo debe
regirse por las reglas de la prescripción, o las de la caducidad.
El concepto de plazo es un signo cultural en el que cabe encontrar el
sentido que las sociedades le dan al designio y propósito que tienen para sí
mismas. El solo hecho de reconocer una categoría para el tiempo es una
forma de usarla para orientar, ordenar, constituir, regular y sujetar a la
sociedad según un patrón general respecto a lo que se prefiere y a lo que
se evita que ocurra. El tiempo es un factor clave en instituciones como la

ga L
acusación constitucional, cuya finalidad es controlar el uso apropiado del

Le CIA
poder, para desincentivar el abuso antisocial o antipolítico del mismo, y
el uso perverso o anticonstitucional que puedan darles quienes le den usos
contrarios o inmerecidos al objeto comunitario en razón del cual se elige o
designa a la autoridad.

l
En el caso del tipo de plazo fijado por el Artículo 99 de la Constitución la
ay EN
naturaleza que se le asigna tiene impacto de no escasa significancia en materias
muy sensibles en la vida política como lo es la lucha contra la delincuencia
o la corrupción, no menos por cierto que respecto de otros valores estruc-
ch ID

turales como lo son la vigencia de la Constitución, del principio de separación


de poderes, y de la protección de bienes comunes necesarios para asegurar la
convivencia, como lo es el uso del poder estatal según las limitaciones que la
Ya NF

Constitución garantiza a cada ciudadano miembro de la colectividad nacional


en la república.
El plazo no es una categoría rígida, como tampoco lo es de plasticidad o
O

elasticidad ilimitada. La ausencia de especificación sobre uno y otro extremos


es lo que motiva y justifica la pregunta sobre la prescripción o la caducidad del
C

plazo. La ley no lo aclara, y por ello es impostergable e indispensable plantear


la cuestión de la rigidez o de la plasticidad del plazo del Artículo 99 de la Cons-
titución. ¿Qué y por qué se marca el plazo de 5 años?. ¿Se marca para proteger
a la persona que luego de ejercitar la autoridad necesita un respaldo básico de
forma que no quepa amenazarla ni intimidarla? ¿O es más bien su razón de ser
el establecerlo para que el Estado cumpla con el objetivo de asegurar que quie-
nes actúan por él no lo hagan en contradicción con los fines constitucionales
en razón de los cuales aquél existe? ¿Se prevé el plazo, más bien, como factor
que permite o favorece el control de la falta de normalidad constitucional y,
por lo tanto, de persecución y condena del delito, o de la infracción contra el
orden constitucional fundamental de la sociedad política?

114 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

El tiempo es un factor que crea o destruye según la previsión normativa y


el uso que los actores de los proceso políticos le otorguen. Y la fijación de un
plazo limita el potencial creativo o destructivo de modo radical y definitivo
de acuerdo con el concepto que la sociedad tiene y afirma con su uso. El tiempo
en el plazo limita el potencial del timing, del insight y de la oportunidad de
revelación o desocultamiento de la verdad para la comunidad. En el plazo
debe concretarse lo que se opone y resiste a la temporalidad. Lo que no
acontece en el plazo pierde el potencial de su existencia y manifestación
en la esfera pública. La intemporalidad no actuada ya más no es posible de

ga L
verificarse ni de hacerse presente.

Le CIA
En tal marco es que aparecen las categorías de prescripción y caduci-
dad como modos ordenadores de la intemporalidad de la vida colectiva. Cada
una a su modo y con características que les son propias ahorman la acción
según los diversos valores a las que cada una sirve mejor. Ellas encarrilan

l
y conducen la acción política según distintos sentidos. Esa diferencia es en la
ay EN
que debe profundizarse para encontrar cuál de las dos opciones normativas
va más de acuerdo con el sentido de la acusación constitucional en general,
y con las dos vías en las que ésta se concreta en particular. El plazo, en una y
otra instituciones, opera como medio para garantizar de modo racional la co-
ch ID

rrección del uso del poder por la autoridad estatal, y para evitar la liberalidad
con la que quienes lo ejercitan pudieran abusar en perjuicio de la comunidad
Ya NF

y de los derechos políticos de los ciudadanos.


Una cuestión propia del problema concerniente a las diferencias entre
prescripción y caducidad es el reconocimiento de que a cada colectividad cabe
definirle las modalidades específicas que las distinguen una de otra. No existe
O

un cuerpo unívoco de rasgos o aspectos válidos en cualquier tiempo o locali-


dad. En el caso del derecho constitucional peruano existen peculiaridades y
C

una casuística determinada, cuyo desentrañamiento no es posible proyectarlo


sobre realidades vernaculares de distinta latitud. Lo que rige en materia de ca-
ducidad y de prescripción para el derecho constitucional peruano en materia
de acusaciones constitucionales es innegablemente específico e improyectable
en otras latitudes. Los propósitos y fines específicos del antejuicio y juicio
políticos no son necesariamente los mismos en los países en los que estas
instituciones pudieran existir.
Está en la naturaleza de la caducidad la claridad definitoria del impac-
to del transcurso del tiempo sobre las situaciones respecto de las cuales
pende una cuestión incierta. La caducidad tiene la propiedad de fulminar sin
tipo alguno de turbulencia argumentativa ni procesal la posibilidad de perseguir

| 115
César Delgado-Guembes

una conducta sospechosa con el poder potencialmente punitivo del Estado.


La caducidad es un mecanismo simple, severo y explosivo de extinción de la
incertidumbre y de la inseguridad. La caducidad es una vía que se funda en la
inminencia definitoria de la temporalidad como factor que resuelve vínculos
o expectativas inciertos.
La prescripción, a diferencia de la caducidad, carece de las propie-
dades terminantes que impone verticalmente la caducidad, puesto que
pretende la dilación y la extensión de vínculos y expectativas, sin pro-
pósito de desconocer la incertidumbre ni inseguridad en las relaciones

ga L
y expectativas generadas o generables. En tanto que la caducidad aspira,

Le CIA
enfatiza y facilita la perecibilidad de una situación indefinida e incierta, la
prescripción más bien no se incomoda con que lo incierto perdure y considera
un marco menos inflexible de indefinición para resolver sobre lo incierto. En
tanto que la caducidad consiste en una prescripción ciega que concluye

l
situaciones indefinidas o pendientes, la prescripción mantiene espacios
ay EN
excepcionales que aspiran a que la indefinición efectivamente termine,
pero no pretende que termine sin considerar oportunidades adiciona-
les que contemplen oportunidades de acción para examinar la materia,
examinar datos, indicios, evidencia o argumentos que permitan probar la
ch ID

cuestión irresuelta, por quienes tengan competencia para deliberar, intervenir


y decidir sobre la indefinición.
Ya NF

La prescripción no se rige por la perecibilidad ni por la durabilidad;


su finalidad es ensanchar la posibilidad de afirmar la certeza y precisión
respecto de lo que quiera que deba definirse y que prefiere no dejar sólo en
manos del tiempo para que se resuelva. Opta por el término medio y el equili-
O

brio entre la eficacia de la certidumbre y la necesaria determinación del juicio


razonable del sujeto respecto a una situación insegura o indeterminada, y lo
C

hace en el marco del reconocimiento de que la duración de la incertidumbre,


en cualquier caso, no puede tener extensión ilimitada.
De ahí que la naturaleza relativa de la prescripción sea definible a
partir de la flexibilidad que admite para la suspensión y para la interrupción
del plazo. La caducidad es comparativamente rígida e inflexible. Entre las
notas que permiten diferenciar la prescripción y la caducidad suele resal-
tarse el objeto al que afectan. De los plazos considerados prescriptorios se dice
que constituyen básicamente una oportunidad para accionar procesalmente
respecto de una cuestión sustantiva; en tanto que de los plazos de caducidad
que terminan y cancelan la materia misma sobre la que existe una pretensión
jurídica y sobre la que cabe una acción procesal. Cuando los plazos caducan

116 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

perece y se pierde el objeto sobre el que versa y al que se refiere el plazo;


cuando los plazos prescriben la cuestión sustantiva en disputa no recibe mella,
aun cuando sí la posibilidad de accionar por la vía dentro de la cual se regula
el plazo que ha prescrito.
Al comparar prescripción y caducidad también se afirma que la
segunda opera iure et de iure, ex oficio, sin que sea necesaria la instancia ni
requerimiento de parte, a diferencia de la primera que, para que surta efec-
to sería indispensable su planteamiento o requerimiento de los actores
interesados en que opere. Si el plazo caduca este solo suceso genera efectos

ga L
jurídicos, y determina la inexigibilidad de cargos y responsabilidades luego

Le CIA
del mismo, sin que se precise del reconocimiento de la constitución de la
caducidad. Si el plazo prescribe, contrariamente, sí se requiere de solicitud,
declaración y resolución sobre la expiración del tiempo para accionar.

l
El dies ad quem por ello diferirá según que la naturaleza del plazo se
califique como prescriptoria o de caducidad, y también de ello dependerá que
ay EN
queden cancelados y sin efecto los actos procesales posteriores a la caducidad
de su vencimiento, o que éstos puedan seguirse desarrollando hasta que se
determine y resuelva, por la autoridad competente, que el plazo prescribió.
ch ID

Teniendo presentes las principales características pertenecientes a la


prescripción y a la caducidad resulta pertinente preguntar si una u otra serían
las categorías asignables al plazo previsto en la Constitución en el Artículo 99,
Ya NF

y si dicho plazo es de la misma naturaleza en el caso del antejuicio que en el


del juicio político.
Se ha expuesto que el plazo de la acusación constitucional está referido
O

a la actividad que debe realizar el Congreso hasta que concluye el quinto


año posterior al cese del alto funcionario indicado en el Artículo 99 de la
C

Constitución, pero es necesario identificar algunas de las principales caracte-


rísticas adicionales que tiene la fijación del tiempo hasta el cual puede actuar
el Congreso de forma que luego pueda definirse la naturaleza de dicho plazo
y qué efectos generará la conclusión del mismo.
El plazo para la acusación constitucional tiene carácter dilatorio para
la autoridad judicial, en la medida que no tiene competencia para iniciar un
proceso contra el alto funcionario señalado en el Artículo 99 de la Constitu-
ción. Aun cuando el alto funcionario desempeñara el puesto no es posible que
los tribunales conozcan ni asuman competencia respecto de un delito cometido
por él durante el ejercicio de sus funciones. Es parte de la naturaleza de los
plazos dilatorios que durante su vigencia no se pueda realizar determinadas
actividades, incluso bajo sanción de nulidad de los actos realizados mientras

| 117
César Delgado-Guembes

rige dicho plazo. Si un juez o fiscal desconoce el plazo su inobservancia está


afectada deviene en una acción inválida que carece de efecto en contra del alto
funcionario. La imposibilidad de la organización parlamentaria de conocer la
cuestión por la que se incoa el proceso judicial (en caso, por ejemplo, estar
disuelto inconstitucionalmente el Congreso) no puede ser desconocida por
las cortes, y su desconocimiento puede ser invocado ante tribunales suprana-
cionales de forma que se siga el debido proceso.
De otro lado, el plazo para la acusación constitucional también tiene
carácter perentorio, en relación con el término final hasta el cual el Con-

ga L
greso puede accionar y tomar una decisión sobre el alto funcionario.

Le CIA
Transcurrido dicho plazo perentorio su decurso elimina la atribución del
Congreso para conocer de una denuncia contra el alto funcionario. Ahora
bien, se trata de un plazo perentorio en relación con la conclusión del tiempo
en cuyo espacio cabe producirse el control de la actividad funcional de la

l
autoridad que identifica el Artículo 99 de la Constitución, pero su natura-
ay EN
leza comprende más que este carácter perentorio, y por lo tanto también más
que el carácter dilatorio referido a la prohibición de los tribunales de conocer
una denuncia contra los altos funcionarios. La perentoriedad está ligada sólo
al máximo de tiempo dentro del cual cabe iniciar una medida de control
ch ID

como la vinculada a la acusación constitucional, de la misma forma como


la dilatoriedad está ligada al hecho del inicio en el ejercicio de las funciones
Ya NF

estatales propias de cualquiera de las posiciones reconocidas en el Artículo 99


de la Constitución. El tiempo anterior al inicio en el ejercicio del alto cargo no
está comprendida en la dilatoriedad, ni en la perentoriedad del plazo.
Está en la comprensión del carácter perentorio del plazo de la acusación
O

constitucional que tampoco quepa renovarlo ni prorrogarlo. La única excep-


ción que cabría plantear sería la que corresponde a los plazos prescriptorios,
C

dentro de los cuales cabe la suspensión y la interrupción de su decurso. Pero


ni la suspensión ni la interrupción son formas de renovación ni de prórroga del
plazo, puesto que una y otra están referidas a la posibilidad de alargamiento del
plazo independientemente de las causales de su suspensión o interrupción. No
está en la voluntad de los actores de los procesos de acusación constitucional
la disponibilidad que pudieran tener una vez que concluye el término final,
incluidas la suspensión o interrupción, o la aplicación del plazo extraordi-
nario que se reconociera en el ordenamiento parlamentario.
Fluye del carácter perentorio del plazo de la acusación constitucional
que éste no sea un plazo ordinario. Son ordinarios los plazos, en efecto,
aquellos cuya conclusión no va asociada ni sancionada con la conclusión de

118 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

atribuciones reconocidas. Generalmente de los plazos ordinarios se deduce que


éstos puedan ser abreviados o renunciados, condiciones de que tampoco
puede disponer el sujeto en cuyo beneficio se establecen los plazos perentorios.
Se entiende que los plazos ordinarios son en realidad facilidades que se concede
para favorecer el desarrollo de una actividad. En la acusación constitucional
no se pretende favorecer a agente privado alguno ni los derechos subjeti-
vos de parte alguna, sino que se reconoce para el ejercicio regular de una
atribución constitucional dentro de un lapso constitucionalmente reconocido,
irrenunciable e improrrogable.

ga L
En relación con la perentoriedad del término final del plazo, y por

Le CIA
lo tanto de su carácter improrrogable e irrenovable, puede tenerse en con-
sideración que el efecto de su verificación y límites respecto de la acción
parlamentaria se concreta y reduce a la decisión de la Comisión Permanen-
te sobre una denuncia constitucional. Se trataría de un límite máximo para

l
llegar a una resolución capaz de causar estado respecto de la denuncia, y
ay EN
que en tal sentido si la Comisión Permanente llegaba a resolver acusar al
alto funcionario, tal hecho habilitaba al Pleno para continuar con el proceso,
pues la decisión de acusar ante el Pleno tenía como significado que existiendo
evidencia de responsabilidad el proceso no podía quebrarse.
ch ID

Sin embargo, esa consideración no se compadece con el hecho de que


la decisión de la Comisión Permanente no agota el debate parlamentario, ni
Ya NF

tiene por efecto el pronunciamiento final del Congreso, sino que sólo consiste
en la decisión de un órgano que debe plantear su pedido ante el otro a quien
corresponde definir cuál es el sentido de la decisión corporativa. No basta
pues que la Comisión Permanente decida que hay mérito para acusar. Es
O

a la integridad del proceso que se le reconoce el plazo de 5 años, sea como


plazo prescriptorio para el antejuicio como plazo de caducidad para el juicio
C

político. No se trata de un plazo divisible orgánicamente. La parte del proceso


que se siguiera habiéndose vencido el plazo sin resolución final del Congre-
so, consistiría en la asunción de competencia indebida sobre la materia. Por
lo tanto, si el plazo venciera luego de la decisión adoptada por la Comisión
Permanente, pero antes de que se aboque al proceso el Pleno del Congreso, el
trámite regular consistiría en declarar extinguido el plazo, y pasar lo actuado
al Ministerio Público para que proceda según sus atribuciones teniendo en
consideración la información derivada de las actuaciones desarrolladas hasta
el momento en el que el plazo prescribió.
Una característica adicional es que el plazo de acusación constitucional
está subordinado al cese del alto funcionario. No es un plazo independiente

| 119
César Delgado-Guembes

que corra sin sujeción a un acontecimiento que lo determine. El inicio y la con-


clusión del plazo perentorio depende del cese del alto funcionario. Es pues un
plazo subordinado a la ocurrencia de un acontecimiento que es el cese del alto
funcionario. Antes de tal suceso el Congreso cuenta con el reconocimiento de
la prerrogativa y atribución de control, pero el cálculo del tiempo máximo hasta
el cual puede ejercitarla no empieza sino desde el cese del alto funcionario.
No se trata de un plazo fijado con independencia al cese, aunque la prerroga-
tiva del antejuicio sí sea independiente del cese desde que se asume el cargo
hasta que el cese se hace efectivo. Se trata pues de dos momentos en los que

ga L
cabe ejercitar el control a través de la acusación constitucional; un segmento
independiente del cese, y otro subordinado al cese que es el plazo máximo y

Le CIA
final hasta el cual cabe examinar la conducta de las altas autoridades estatales
señaladas en el Artículo 99 de la Constitución.
Por el modo en el que se establece el plazo cabe clasificarlo como un

l
plazo fijo y máximo, respecto al término final, pero un plazo mínimo respecto
ay EN
al término inicial. Se trata de una superposición de categorías sobre el tiem-
po real transcurrible. El plazo mínimo transcurre durante el ejercicio de la
función y su inicio se cuenta desde la asunción del cargo hasta el cese. Este
plazo es el plazo de duración en el ejercicio de la función. Durante el ejercicio
ch ID

de la función es posible el plazo del antejuicio, por eso cabe entender de una
división del concepto de plazo en dos segmentos, el correspondiente al plazo
Ya NF

del ejercicio en la función, y el que corresponde al plazo ulterior al cese en el


ejercicio de las mismas. El plazo es mínimo cuando corre desde la asunción
en funciones hasta que estas concluyen, pero el plazo es máximo y, además,
fijo, a partir del cese puesto que dura una cantidad específica de tiempo que
O

son 5 años, los mismos que por su carácter perentorio e indisponible no puede
renovarse ni prorrogarse.
C

Está en la naturaleza de toda prerrogativa su carácter excepcional. Y


dentro de este carácter excepcional no toda prerrogativa genera el mismo
tipo de impacto en relación con los principios cuya excepción representa. El
antejuicio es una forma comparativamente débil de exceptuar el principio de
igualdad ante la ley, y también el principio de tipicidad.
El juicio político, contrariamente, configura un caso de excepción
fuerte de ambos principios. Primero, puesto que no existe la posibilidad de
que el alto funcionario sea objeto de evaluación judicial en ningún caso (en
el antejuicio no siempre ocurre, pero sí cabe que ocurra, y cuando cabe que
ocurra la conducta y hechos del funcionario en materia penal son examina-
dos con las mismas reglas que rigen para cualquier ciudadano); segundo, por

120 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

los altos niveles de discrecionalidad en la calificación de la infracción cons-


titucional (en el caso del antejuicio se revisa el desempeño según técnicas y
exigencias propias del derecho penal); tercero, porque la única exigencia para
quien persigue y sanciona la falta constitucional lo haga es la obligación de
proceder con criterio de conciencia (en el antejuicio se presupone el criterio
de conciencia, pero la evaluación y resolución requiere el cumplimiento de
mínimos de razonamiento, sustentación y resolución legal); y cuarto, que el
órgano que califica y sanciona la infracción no le es imputable la posibilidad
de incurrir en delito de prevaricato si en su evaluación inobserva la legalidad

ga L
vigente, puesto que se trata de un bien disponible en la calificación directa e
inmediata de la constitucionalidad de la conducta evaluada (al Congreso le es

Le CIA
aplicable este mismo extremo en el antejuicio, pero la responsabilidad penal
es examinada y revisada en último término por la autoridad judicial a la que sí
cabría denunciar por prevaricato). Todos estos factores conforman un cuadro

l
de mayor vulnerabilidad de los bienes constitucionales (los cuales a su vez,
ay EN
e irremediablemente, se concretan en la afectación a personas) que requiere
una comprensión y valoración más estricta del plazo dentro del cual tanta
excepción queda sujeta sólo al criterio, al juicio, a la valoración y a la voluntad
política de los representantes electos de la comunidad.
ch ID

Al explicar las diferentes racionalidades que son propias de ambas


modalidades de acusación constitucional llama la atención que la materia
Ya NF

constitucional del análisis que se hace sólo en el Congreso en el juicio político


tiene gravitación e impacta significativamente en el funcionario cuyos actos
son objeto de escrutinio. Puede ser suspendido o destituido (si no ha cesado
ya en el cargo), e inhabilitado, a partir del solo juicio y la sola voluntad de la
O

representación nacional, sin que quepa apelación y sin que sea objeto de un
examen de pertinencia o razonabilidad constitucional ulterior.
C

Contrariamente, la materia penal del análisis que hace el Congreso


en el antejuicio político es más limitada en el impacto o efectos sobre el
funcionario. La comisión de delitos es sancionada con penas mucho más
graves que la inhabilitación para ocupar puestos públicos durante un tiempo
determinado, como puede serlo, por ejemplo, la imposición de pena priva-
tiva de libertad o la indemnización patrimonial por los delitos cometidos.
Adicionalmente los mayores niveles de discrecionalidad hacen más
impredecible y aleatoria la vulnerabilidad del alto funcionario sujeto a las
cargas de la prerrogativa. En tanto que en el análisis de la conducta delictiva
existe una disciplina rigurosa que protege contra la privación arbitraria de
bienes reconocidos al ciudadano, sea o no autoridad, no es ése el caso en el

| 121
César Delgado-Guembes

análisis de la conducta constitucional que depende más de la estimativa y


percepción subjetiva de quienes valoran la gestión del alto funcionario.
De otro lado, la persecución de infracciones constitucionales, concebida
como una tarea en sí misma delicada por la comparativamente mayor vulnera-
bilidad a que somete la evaluación de la conducta del funcionario, no se trata
de una actividad exenta de alto riesgo. La apertura conceptual de la noción de
infracción constitucional, la inexistente relación entre el cargo de congresista
y las competencias elementales para construir razonamientos constitucionales
como las que, por analogía, se les exigiría a magistrados responsables de decir

ga L
la constitucionalidad desde el Tribunal Constitucional, sumado al riesgo que

Le CIA
representa para un funcionario el mantener por plazos más largos que los
que estrictamente reseña la Constitución, parecen ser argumentos razonables
que tratarían con adecuada proporcionalidad la cuestión de la persecución de
las infracciones constitucionales.

l
Hay una diferencia innegable entre el antejuicio y el juicio político,
ay EN
que reside en la mayor trascendencia que tiene, en el último de los casos, la
filiación o simpatía entre el alto funcionario y las mayorías que controlan la
constitucionalidad. En el antejuicio existe ese mismo supuesto pero, tra-
ch ID

tándose de que los delitos requieren una singular protección de la sociedad, a


la vez que la debida cautela de la presunción de inocencia del denunciado, los
márgenes del escrutinio pueden y deben ser tratados con mayor minuciosidad.
Ya NF

Es cierto que el plazo de 5 años puede quedar corto en algunos casos para
perseguir las infracciones constitucionales, en particular cuando las coyunturas
históricas producen coincidencias favorables a algunos altos funcionarios.
O

Pero, con la misma lógica, esas mismas coyunturas pueden resultar per-
judiciales para los altos funcionarios que no son afines a las mayorías
C

parlamentarias en los períodos constitucionales que abarcan los 5 años.


La cuestión, por tanto, será no maximizar la unidimensionalidad de
la coyuntura política como factor que induzca al mayor o menor control
parlamentario, sino factores que, sin desconocer el ambiente natural de un
tipo de acción política basada en el protagonismo de los partidos políticos,
trascienda los usos y el impacto que éstos cabe que den a las instituciones y
a los plazos en los que éstas operan.
La naturaleza eminentemente política de la calificación de la in-
fracción constitucional, por ello, requiere criterios de exigencia superior
que potencien menos el factor de la filiación o afinidad política a favor de
factores ajenos a ella como lo es el transcurso físico u objetivo del tiem-
po. Parecería pues necesario que los 5 años constituyan un cerrojo que

122 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

expulsen los riesgos una vez que aquellos cumplan su curso, sea cual fuese
el resultado posible que tal restricción impusiera impidiendo así la filtración
de factores poco controlables como son la inclinación de la simpatía o
antipatía en la evaluación o valoración de los amigos, o de los enemigos,
de naturaleza política.

2.2 La naturaleza del plazo del antejuicio


De forma que quepa encontrar una base adecuada que permita la cons-

ga L
titución de una alternativa basada en certezas concordadas con fundamentos
constitucionales, será necesario tender el puente que subsane, en lo posible, la

Le CIA
hiancia conceptual advertida entre la tesis de la prescripción y la de la caduci-
dad del plazo en el antejuicio político. Con esta finalidad es necesario asumir
una actitud que se desembarace y desconecte de los impulsos, intuiciones y

l
preferencias primarias propias, en grado tal que se alcance a trascenderlas
ay EN
para encontrar una base cierta, persuasiva y razonablemente capaz de ser
compartida, pero compartida sin ser necesariamente excluyente de posiciones
diversas. En todo caso los propósitos son proporcionar una base más amplia de
reflexión que permita la revisión de la actual regla adoptada por el Congreso,
ch ID

a la vez que luces diferentes que auxilien en el tarea de administrar justicia


constitucional a través de la función de control parlamentario del Congreso.
Ya NF

El objetivo es determinar una base apropiada para establecer certezas


conceptuales que permitan inferir o deducir una opción técnicamente
sustentable en los fundamentos y valores constitucionales. La pretensión
protodóxica con la que se propone indagar por tales sustento y certezas básicas
O

debiera facilitar la adopción de una comprensión del plazo del antejuicio que
asegure mejores usos de la función de control parlamentario. Para alcanzar
C

dicho objetivo corresponde examinar los alcances argumentativos correspon-


dientes a las dos alternativas, y examinar las premisas constitucionales cuya
jerarquía o razonabilidad axiológica mejor oriente el reconocimiento del plazo
del antejuicio como uno de prescripción o de caducidad.
La tendencia dominante reciente en el Perú es la que califica el plazo
de la acusación constitucional como un plazo de caducidad y, por lo tanto,
de carácter perentorio, insuspendible e ininterrumpible. Tal tendencia,
cuyo principal fuente es el Informe de la Comisión de Constitución presentado
el 12 de Marzo del 2007, trata y califica como de caducidad el plazo tanto del
antejuicio como del juicio político, entendiendo, en consecuencia que se
trata de un plazo insuspendible, ininterrumpible e improrrogable.

| 123
César Delgado-Guembes

Un planteamiento no consignado entre quienes optan o recomiendan


la calificación del plazo del antejuicio como uno de caducidad, es el estado
de indefinición en que puede quedar un proceso contra un alto funcionario a
quien se denuncia por la comisión de delitos en el ejercicio de su función. Tal
estado puede darse, en efecto, por inacción de los órganos parlamentarios en
una cualquiera de las etapas o instancias en que el proceso se desarrolla. En
efecto, si el plazo se entendiera como uno de prescripción y no uno de cadu-
cidad la consecuencia sería que el inicio del proceso a la vez que suspende la
prescripción de la acción penal mientras dura su curso, el hecho de haber sido

ga L
iniciado con el emplazamiento del denunciado el plazo de 5 años previsto en
el Artículo 99 de la Constitución queda interrumpido.

Le CIA
¿Qué resultados ocasiona por tanto la interrupción del plazo de pres-
cripción de la acusación constitucional? En primer lugar, que interrumpido
el plazo de prescripción del antejuicio la denuncia queda sin resolverse

l
hasta que el Congreso concluya el proceso ya sea archivándola, declarán-
ay EN
dola inadmisible o improcedente, absolviendo al denunciado o, por último,
declarando haber lugar a la formación de causa y acusándolo ante la justicia
ordinaria. Pero si el Congreso no resuelve el caso ni concluye el proceso, ob-
viamente, caso y proceso quedan en la indefinición por tanto tiempo como el
ch ID

Congreso deje de atender la secuencia del proceso.


En esta condición se encuentran, por ejemplo, las denuncias que
Ya NF

habiéndole sido notificadas al denunciado y habiéndose éste apersonado,


no son agendadas entre los asuntos que deben ser estudiados, debatidos o
votados en cualquiera de las etapas del proceso de acusación constitucio-
nal. Cuanto más tiempo transcurra sin acción del Congreso en la secuencia
O

procesal, también más tiempo queda interrumpido el plazo de prescripción.


C

Si el plazo de prescripción quedara interrumpido, la consecuencia será


que el denunciado queda en estado de incertidumbre sobre la condición de
cuestionamiento que se plantea contra su desempeño y gestión, pero tam-
bién que los intereses de la sociedad queden inadecuadamente protegidos
por quien tiene la misión y objetivo de cautelarlos. Lo cual resultaría ser
una consecuencia indeseable respecto de una postulación o propuesta norma-
tiva, puesto que la regla dejaría de ser útil a los fines que ella pretende como
herramienta de gestión del bienestar y justicia de la colectividad.
Si bien la finalidad política o ética típicas se basan en premisas regula-
res de diligencia y justicia de los actores, nada impide que tales actores no
sean diligentes ni les importe más la justicia que el mejoramiento en las
posiciones que aspiran a tener en el escenario. Ante usos impropios de

124 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

las instituciones, natural y evidentemente, las reglas creadas en el espíritu de


la buena fe decaen y se pervierten. De ahí que entender que el plazo del
antejuicio es un plazo de prescripción pueda convertirse en un incentivo
peligroso que favorece los propósitos de actores de mala fe y, por ello mismo,
un argumento a favor de la tendencia que entiende que el plazo debe ser uno
de caducidad.
La revisión de los planteamientos que aconsejan la calificación del pla-
zo de antejuicio como un plazo de caducidad precisa de su contraste con la
postura que aconseja que se lo considere como un plazo de prescripción. Ha

ga L
solido encontrarse diversos temperamentos en relación con el reconocimiento

Le CIA
y efectos de la prescripción. Ha habido casos en los que quienes debían com-
parecer ante la justicia han preferido y conseguido la excusa de comparecer
debido a la prescripción de la acción penal. Y ha habido casos también en los
que otros han percibido la prescripción como una herramienta eficaz e inde-

l
seable para quienes la utilizan y se escudan en ella para no responder por la
ay EN
ilicitud de sus actos.
El plazo para el antejuicio político tiene por finalidad que una vez
que éste se agota el Congreso ya más no pueda iniciar, continuar ni con-
ch ID

cluir un proceso de esa naturaleza. Es un plazo que, agotado, resuelve la


atribución que se le reconoce al Congreso para examinar la conducta del
alto funcionario cuya conducta merece cuestionamiento. Si el Congreso no
Ya NF

lo usa, o lo usa descuidada, negligente o incompetentemente, su mal uso


no es condonable por los principios constitucionales en los mismos que se
justifica el reconocimiento de la prerrogativa.
O

La tesis de la prescripción es la que afirma que ese mismo plazo puede


quedar suspendido o interrumpido cuando se producen circunstancias que
C

impiden el ejercicio de las acciones que hicieran posible el procesamiento del


denunciado. A diferencia de la tesis de la caducidad, la de la prescripción admite
la prolongación del plazo constitucional de 5 años por razones emergentes o
sobrevinientes que justifiquen la suspensión de dicho plazo. Por lo tanto, la
extensión del plazo constitucional que resulta de la afirmación de la tesis de
la prescripción reedita las percepciones de quienes pudieran beneficiarse del
plazo prescriptorio, así como las de quienes están en contra de la prescripción
de todo plazo que favorezca la liberación o la exención de sanción de los delin-
cuentes. El propósito de este acápite es examinar los alcances de la prescripción
cuidando de no caer en el facilismo ni simplismo que no ven en la prescripción
otra cosa que una forma de favorecer a la delincuencia.

| 125
César Delgado-Guembes

Quizá el argumento más importante a favor de la caducidad del plazo del


antejuicio sea el que estima que el plazo de prescripción genera condiciones
favorables a la impunidad. Tal consecuencia se produciría en un escenario en
el que las posibilidades de suspensión e interrupción del plazo de prescripción
dilatarían considerablemente el proceso de antejuicio, a límites tales que el
plazo en que el antejuicio pudiera concluir sería excesivamente dilatado. En
particular porque la Constitución no prevé un plazo extraordinario máximo
en el que, no obstante las suspensiones e interrupciones del plazo, éste deba
darse por concluido de manera que así cesaran y dejaran de surtir efectos la

ga L
suspensión o la interrupción en curso de la prescripción del antejuicio y así
pudiera iniciarse la accción penal.

Le CIA
Complemento conexo de este mismo argumento es que la ampliación
o extensión del plazo significan una situación desproporcionada e irrazo-
nablemente extenuante y agobiadora para los altos funcionarios pasibles de

l
antejuicio, cuya posición ante el régimen político y el sistema jurídico los pone
ay EN
en una situación de innecesaria zozobra, desasosiego, incertidumbre e in-
tranquilidad. Tanto más tiempo transcurre mayor es también la extensión
de la dependencia que tiene el alto funcionario de la contingencia que le
significa el desconocer si ocurrirá finalmente que deba comparecer ante
ch ID

un tribunal de justicia por actos ilícitos que se le reprochara en el desempeño


de su gestión.
Ya NF

Sin embargo, y no obstante que no exista desarrollo normativo expreso,


es necesario no perder de vista que en el ordenamiento penal la prescripción
de la acción penal sí prevé un plazo máximo extraordinario de prescripción,
precisamente en previsión de que la suspensión o interrupción del plazo de
O

prescripción de la acción penal o de ejecución de la pena se extiendan debido


a suspensiones o interrupciones del plazo. Es parte natural e inherente de la
C

prescripción que estas modalidades afecten el cálculo del plazo y, por lo tanto,
que la persecución y sanción del delito sean afectadas en mérito a las ocurren-
cias que justifiquen que el plazo se suspenda o que se interrumpa.
El reconocimiento del plazo del antejuicio como uno de prescripción
se presenta de modo similar en el ordenamiento penal, y que también existen
modos de acotar dicho plazo de manera que no se dilate de manera indefinible,
puesto que, de otra manera, efectivamente, se generarían condiciones que
favorecerían la impunidad. Hay pues modos de limitar el efecto que la sus-
pensión e interrupción del plazo prescriptorio ocasionan y dichos modos
son los mismos a los que cabe recurrir de manera que, con una apropiada
conceptuación y normativa reglamentaria, quede salvada la observación que

126 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

se formula en contra de la crítica contra el planteamiento que propone que el


plazo del antejuicio no sea de caducidad, sino de prescripción.
El punto central es que las reglas no se fijan para favorecer o desin-
centivar la acción de operadores concretos, sino para que las instituciones
permitan alcanzar valores públicos y colectivos. Los usos concretos por los
actores son excluyentes entre sí, y no cabe que se trate de los únicos escenarios
ni modos, que los usos propuestos sean los de tendencia más frecuente o
recurrente, y aunque lo fueran nada permite asumir que tales frecuencias
no varíen en el tiempo ni, por último, cabe presumir que la realidad sea re-

ga L
ductible a un modelo situaciones simplificadas como el previamente descrito

Le CIA
como si el ánimo, interés o motivación de los actores sólo pudiera estar ende-
rezado a usos basados en preferencias sustentadas en limpiar a los amigos
y enlodar a los enemigos.

l
Las preferencias e intereses particulares de los operadores de las insti-
tuciones son indefinidas, como lo son en general las motivaciones subjetivas
ay EN
de la conducta humana, y el ser humano puede en efecto en algunos casos
actuar en base a la racionalidad y maximización de sus intereses, pero en
un número igualmente indefinido de casos su acción ni es racional ni prefiere
ch ID

maximizar sus intereses. Ello puede ser así tanto por la exacerbación de la
maximización racional a través de una opción que posterga la maximización
inmediata en nombre de la expectativa de una ventaja mayor no declarada,
Ya NF

como puede serlo igualmente por motivaciones altruistas, nobles o, incluso,


ingenuas en el desempeño de la acción política.
Los supuestos asumidos para sustentar la tesis de la caducidad se basan
O

en la premisa de posiciones partidarias rígidas, así como en la de la unidi-


mensionalidad de la actividad política. Se presupone que toda evaluación de
C

la conducta de los altos funcionarios será evaluada únicamente según el


criterio de la adhesión a una corriente, tendencia o fracción partidarizada
de la vida política. Se niega y se pasa por alto las situaciones en las que
un mismo alto funcionario pudiera generar simpatías (de la especie que
fuera, personales, éticas, profesionales, o económicas) de distinto modo en
distintos actores del proceso parlamentario desde las cuales quepa modularse
una complejidad impredecible de alternativas cuyo efecto sea la operación del
proceso de antejuicio según una lógica mucho menos estructurada que la del
suma-cero del enfoque rígidamente partidarizado que plantean quienes
proponen la tesis de la caducidad.
Una segunda línea argumentativa a favor de la caducidad del plazo en el
antejuicio político es el compromiso en que pone la efectiva vigencia del prin-

| 127
César Delgado-Guembes

cipio de seguridad jurídica. En la base de las garantías que el Estado asegura a


los ciudadanos se encuentra la creencia anticipada en formas de resolución de
dudas y conflictos según un marco cierto y definido de reglas y de resultados
esperables. Afirmar que el plazo del antejuicio es de prescripción reduce el
margen de expectativas de quienes asumen cualquiera de los cargos públicos
previstos en el Artículo 99 de la Constitución. Si es de prescripción el plazo el
mismo es suspendible y también interrumpible. En la medida que cabe que el
plazo se interrumpa o se suspenda, las posibilidades de conocer para cuándo
quedaría definida la situación de potenciales denuncias constitucionales sume

ga L
en la incertidumbre y en la falta de predecibilidad respecto a la oportunidad
en que el funcionario dejará de tener que estar pendiente de las ocurrencias

Le CIA
que puedan generarse contra la regularidad legal de su gestión.
Quienes sostienen que el principio de seguridad jurídica se ve menosca-
bado si se reconoce que el plazo es de prescripción, y optan en consecuencia

l
por calificarlo como un plazo de caducidad, se ponen en el supuesto de que
ay EN
la prescripción de la acción penal no debe quedar indeterminablemente sus-
pendida mientras pudiera quedar interrumpida o suspendida la prescripción
del antejuicio. La indeterminabilidad sobre el inicio del cálculo de la prescrip-
ción de la acción penal equivale a un daño potencial sobre los ciudadanos que
ch ID

asumen un cargo estatal, tanto en cuanto a la asunción de un puesto público,


como en cuanto a la acepción técnica del cargo propiamente dicho, que consiste
Ya NF

el compromiso que se asume de reconocer que el examen sobre sus posibles


responsabilidades alcanza a los 5 años posteriores al cese en la funciones
desempeñadas.
La dilatación indeterminable del plazo consistiría en una imposición ex-
O

traordinaria, irrazonable y desproporcionada de exigencias a las que mayorías


negligentes someterían a un alto funcionario cuyo derecho a la seguridad
C

jurídica no sería constitucionalmente respetado, y por ello sería necesario


regular el proceso de antejuicio con un tratamiento adecuado que deje a buen
recaudo la protección que garantiza la Constitución. Reñiría con la natura-
leza del antejuicio un plazo conceptuado como prescriptorio. Pero generaría
menos zozobra y daño que el plazo se concibiera como uno de caducidad.
Si bien no puede desconocerse la dimensión práctica relativa a los usos
de las instituciones en función de los intereses de los actores, no es menos
cierto que plantear el diseño o reconocimiento de alternativas normativas no
debe quedar limitado ni reducido a los resultados que la dinámica de intereses
pragmáticos de los actores define, ni a la eventual y no imposible negligencia,
impericia, descuido e incluso dudosa fe de esos mismos actores.

128 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

Optar por la caducidad surte los efectos inversos a los que se desea
si el objetivo es la persecución del delito, en particular de aquellos delitos
cometidos por los más altos funcionarios de la república. Si no, ¿cómo
entender que mientras el Código Penal prevé la duplicación del tiempo
de prescripción de la acción penal cuando los delitos son cometidos por
funcionarios públicos, el Congreso pretende que las posibilidades inheren-
tes a la prescripción se truequen con la figura de la caducidad, cuyo objeto es
limitar las ventajas del tiempo para perseguir y sancionar?
Si el plazo se presume favorable al Congreso y el propio Congreso

ga L
se lo restringe, pareciera no haber lugar a mayor discusión sobre el asunto,

Le CIA
puesto que tratar de fortalecer posiciones que no parece considerarse necesario
mejorar, constituiría, aparentemente, una actitud oficiosa, innecesaria si no
quizá, incluso, inútil. Sin embargo, más allá de la edematosa subjetividad
de la propia institución parlamentaria, e independientemente del carácter

l
rescriptivo de la posición oficial del Congreso, no menos que de la venera-
ay EN
bilidad de la doctrina que la apoya, más vale tratar tal temperamento como
una relativa falta de perspicuidad en la comprensión de la prerrogativa a la que
se aplica el plazo, e intentar, e insistir, en una conceptuación y comprensión
distinta a la que el Congreso ha fijado y que la doctrina dominante sostiene.
ch ID

Una cuestión sustantiva que no debe pasarse por alto es la que prevé la
existencia de plazos con el fin de permitir y facilitar la obtención de logros
Ya NF

de interés para la sociedad. Los plazos no son formas de eludir la respon-


sabilización ni de favorecer la impunidad. Lo fueran si el ánimo de quienes
deben usarlo se rige antes por la mala que por la buena fe. La razón de ser y
sentido del plazo del antejuicio es permitir el control parlamentario para que la
O

autoridad estatal rinda cuenta de supuestos o eventuales excesos o incorreccio-


nes advertidas durante el desempeño de su gestión y conducta funcionarial.
C

Es objetivo del plazo en el antejuicio crear un marco de posibilidades para


que el Congreso se asegure que el ejercicio de las altas funciones estatales no
tuvo carácter delictivo. Es el mismo tipo de argumento que existe para iniciar
la acción penal. El plazo del antejuicio dura 5 años, y el que corresponde en la
jurisdicción penal ordinaria a los delitos cometidos por altos funcionarios del
Estado es el doble del plazo ordinario. Si el antejuicio constituye una causal de
suspensión de la prescripción de la acción penal, es obvio que mientras dicho
plazo rija el plazo prescriptorio de la acción penal permanece intacto. Sólo
cuando concluye el plazo del antejuicio debiera empezar el cálculo del plazo
prescriptorio de la acción penal. Y si el plazo de prescripción del antejuicio se
suspende, o se interrumpe, el plazo de prescripción de la acción penal sigue

| 129
César Delgado-Guembes

similar dilación y la exigibilidad de responsabilidad penal no recibe mella


como consecuencia de los retrasos o entrampamientos que en el antejuicio
pudieran presentarse.
No obstante lo discutible que pudiera ser, la propuesta de compren-
sión del plazo de antejuicio como un plazo de prescripción, además de tratarse
de una medida ajustada a la Constitución y por lo tanto ser de plena licitud, no
parece ser una medida excesiva sino adecuada a la naturaleza del tipo de materia
bajo control. Las cuestiones relativas a los plazos penales no son tratadas en
el derecho penal peruano como medidas cancelables mediante la caducidad, y

ga L
por ello no tendría por qué recurrirse a la caducidad para sanear ni limpiar al

Le CIA
alto funcionario contra cuya gestión corre la imputación del plazo. No cabría
alegar, en tal sentido, un trato desproporcionado para los casos materiales, ni
para los altos funcionarios, cuando la cuestión a revisar es el carácter penal
derivado de su desempeño y gestión.

l
El plazo no puede consistir en una diferenciación carente de razo-
ay EN
nabilidad y proporcionalidad. Porque es natural al tratamiento de materias de
índole penal el prever que los plazos sean de prescripción y no de caducidad,
ocurre también que no parece existir una suerte de diferenciación discrimi-
ch ID

natoria ni dañosa para el alto funcionario. De concebirse la caducabilidad


del plazo se contaría con reglas distintas para tratar una materia similar, cau-
sando así un trato excepcional que privilegiaría al alto funcionario en relación
Ya NF

con el resto de la población. Es en este sentido que a cada tipo de persona


debe ofrecerse y brindarse un mismo tipo de procesamiento, que tal tipo
de procesamiento debe regirse por principios similares según la naturaleza
o materia a que el procesamiento se refiere, y que tales principios se apliquen
O

y observen de acuerdo al sentido y orientación de las mismas reglas en cada


una de las instancias en las que el procesamiento ocurre.
C

Los argumentos en contra de la prescripción de los supuestos efectos


favorables a la impunidad resultante de la afinidad o antagonismo partida-
rio, y la inseguridad jurídica han sido comentados. Como parecerá obvio, la
reflexión precedente no excluye la existencia de obstáculos en el plantea-
miento de la tesis de la prescripción del plazo de antejuicio, pero sí expresa
y presenta las limitaciones de la tesis de la caducidad del mismo plazo, de
forma tal que la percepción del contexto permite así contar con un panora-
ma equilibrado en el que se haya ponderado y valorado adecuadamente los
argumentos y también las objeciones pertinentes contra éstos.
Se imputa también a la tesis de la prescripción la extraordinaria des-
protección que permite con la indeterminación agregada que acompaña la

130 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

suspensión e interrupción del plazo, que no ocurre con la caducidad. La cadu-


cidad en efecto es rígida respecto del plazo y es clara en la fijación anticipada
de la fecha en que vencería la competencia del Congreso para abocarse
a una denuncia constitucional. El régimen de la prescripción, como se
apreciará en el desarrollo del tema de las modalidades, límites y extinción
del plazo prescriptorio, no es uno abierto a la indeterminación en grado
tal que disipe indefinidamente la competencia del Congreso por tiempo
ilimitado. El sujeto cuya conducta es objeto de control por el Congreso
no se encuentra ante un callejón sin fin impredecible en consecuencias

ga L
por la exigencia de responsabilidad que pudiera demandársele. El régimen
prescriptorio no consiste sólo en la pura y simple afirmación de que a

Le CIA
diferencia de la caducidad admite la suspensión e interrupción del plazo,
sino que en él mismo se desarrolla una modalidad de tratamiento de las
reglas de extensión del plazo, el límite de dicha extensión y la conclu-

l
sión del plazo prescriptorio mediante formas de perención y extinción
ay EN
del mismo. La diferencia entre la prescripción y la caducidad no es que una
genere inseguridad jurídica y la otra no, como tampoco lo es que una facilite
la impunidad y la otra la evite.
La prescripción del plazo constituye un impedimento procesal para el
ch ID

órgano responsable del control parlamentario relativo a la persecución y


sanción de los altos funcionarios de la república, además de una causal
Ya NF

de desvinculación con la prerrogativa por quien asumió el cargo público


y también la carga inherente a este cargo. No es una forma de liberación
personal ante una responsabilidad pública, porque el antejuicio no afecta
derechos ni intereses subjetivos sino a la posición o rol estatal desempeñado.
O

A diferencia de la prescripción en materia penal, por lo tanto, la verificación


de su cumplimiento no genera sino periféricamente efectos que inciden en
C

el estatuto personal de quien se desempeñó como alto funcionario estatal.


Porque no son bienes disponibles personalmente tampoco cabría valerse
de una evaluación de efectos que no sea la destinada a afectar la facultad
de control parlamentario.
Sin embargo, si más allá de esta objeción de principio se pasara por alto el
carácter y naturaleza de la prerrogativa para evaluar su funcionamiento como
un bien disponible por particulares a los que puede beneficiar o perjudicar
en sus intereses, aun así existen restricciones de índole constitucional que no
avalan el enfoque de resultados que postulan quienes afirman que la tesis
del plazo prescriptorio para el antejuicio es un incentivo inconveniente que
exigiría que más bien se lo calificara como un plazo de caducidad.

| 131
César Delgado-Guembes

2.3 La naturaleza del plazo del juicio político


A diferencia del antejuicio, el juicio político, según la acepción que
recoge el Tribunal Constitucional al diferenciar el examen de regularidad
penal del que corresponde al examen de regularidad constitucional, el uso
que el tiempo tiene un sentido cualitativamente distinto. Es un uso que
compromete en grado significativamente mayor los alcances y profundidad
ética y política del análisis. Se trata del ejercicio del poder de control según
un parámetro discrecional comparativamente más escasamente reglado.
Este rasgo exige detenimiento especial para distinguir la naturaleza del plazo

ga L
según circunstancias sin asimilarla de manera automática al modo de control

Le CIA
que es propio del antejuicio. El juicio político relativo a la infracción constitu-
cional, por ser distinto en su ámbito y en las mayores facultades que pone
en manos de la representación nacional, exige una comprensión y pautas

l
de evaluación según un marco temporal acorde con el distinto nivel de
discrecionalidad que se le otorga.
ay EN
Los principales argumentos a favor de la concepción del plazo del juicio
político como un plazo de prescripción se basan en el argumento de que así
como en el antejuicio debiera considerarse un plazo de caducidad para evitar
ch ID

la dilación del proceso de persecución y sanción penal que conduce al uso del
Congreso como herramienta de la impunidad y, finalmente, de la corrupción,
el plazo para el juicio político debiera ser uno de prescripción. Según esta
Ya NF

línea de reflexión el juicio político es una institución a la que no debiera


corresponderle la naturaleza ni reconocimiento como prerrogativa, sino que se
trata de un mecanismo de control que permite la exigencia de responsabilidad,
O

pero forma parte de tal exigibilidad que ésta cuente con un plazo razonable para
que pueda verificarse y hacerse efectiva, en razón de lo cual plantea que el
C

plazo máximo sea el máximo que corresponde a la inhabilitación, es decir 10 años,


para lo cual sería necesaria la aprobación de una enmienda constitucional.
¿Por qué se afirma que el plazo del juicio político debiera ser un plazo
de prescripción? Lo básico de la propuesta que propone esta opción es que
el plazo de 5 años puede no ser suficiente para que un Congreso conozca el
caso y asuma competencia. Es decir, que el plazo constitucional reconocido
al Congreso es estrecho para realizar esa tarea. El hecho que sustenta esta
preocupación son las situaciones que se originan cuando un alto funcionario
cesa a inicios de un período constitucional con el que contaba con afinidad
política, quedándole muy poco tiempo al Congreso entrante para conocer y
procesar una denuncia en su contra. Para evitar la posible falta de revisión y
eventual sanción por infracción de la Constitución, no resultaría adecuado

132 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

ni conveniente entender que el plazo es de caducidad. De adjudicársele esta


condición no cabría que dicho plazo se suspendiera ni interrumpiera. Por lo
tanto, la notificación y apersonamiento del denunciado no bastaría para que
el plazo se cortara.
Una regla elemental en la organización constitucional que rige en
el Perú es el principio de interdicción de la arbitrariedad. Ello supone la
afirmación de pautas y prácticas que restrinjan y limiten el uso del poder, en
particular cuando el ejercicio de éste no está adecuadamente reglado ni tipi-
ficado. Si la arbitrariedad forma parte de la irracionalidad o de la ausencia

ga L
de sustento, la interdicción contra dichas irracionalidad e insustentabilidad

Le CIA
exige medidas conducentes a recortar las ocasiones y modos en que la amenaza
de irracionalidad e insustentabilidad prosperen. Frente a la arbitrariedad los
valores que la antagonizan son la razonabilidad, la deliberación y el consenso.
La afirmación de estos valores consistiría en la proscripción de circunstancias

l
y medidas en las que pueda imperar la discrecionalidad o la indefensión de
ay EN
quienes pudieran constituirse en víctimas de la arbitrariedad que resulta de
la discrecionalidad o ausencia de regulación.
¿No es acaso la extensión del plazo una forma de ampliar la discreción
ch ID

una forma de negar la interdicción de la arbitrariedad y, a la vez, una forma


de negar la regla de la restricción de ocasiones o modos de afirmar la discre-
cionalidad? ¿Por qué negar la interdicción y, contrariamente, facilitar un marco
Ya NF

de uso del poder? ¿Puede considerarse acaso corto en efecto el plazo para el
proceso de juicio político? ¿No son suficientes 5 años para garantizar que el
órgano encargado de exigir responsabilidades constitucionales proceda según
las atribuciones y funciones que la Constitución le asigna? ¿Deja de afirmarse
O

el valor de la democracia representativa y del control de constitucionalidad


si se opta por extinguir el plazo de acción parlamentaria en los 5 años exactos
C

posteriores a la fecha del cese del alto funcionario a quien afecta la prerrogativa?
Estas son las interrogantes que despiertan la postulación del plazo
de 5 años como un plazo de prescripción. Cuando se plantea que ese pla-
zo puede resultar corto o escaso para alcanzar los resultados esperados, se
piensa básicamente en posiciones que favorezcan con fuerza la plenitud de
facultades del Congreso, que le impidan usar plenamente la atribución que
se le reconoce para controlar la infracción de la Constitución, en función
de las oportunidades efectivas de que el control se realice debido a la pre-
sencia de factores subjetivos y coyunturales como lo son la afinidad o simpatía
entre las mayorías parlamentarias y la filiación o simpatía partidaria del
funcionario involucrado en una posible acción de control de constitucionalidad

| 133
César Delgado-Guembes

sobre su gestión y desempeño. Va con la lógica de las relaciones de afinidad,


la filiación política y la simpatía que mientras tales relaciones pueden con-
cretar acciones de provecho recíproco el plazo fijado para el control no sea
considerado, por razones similares a las que considera el derecho que impiden
la prescripción entre condóminos y la acción reivindicatoria de herencia. En
efecto, no parece de poca consideración el hecho de que en los períodos en
los que el funcionario hace efectivo su cargo sea menos factible que el partido
que lo elige o designa cuente con el mismo grado de disponibilidad para
realizar el control de gestión y desempeño, que si el mismo funcionario no

ga L
tuviera el mismo tipo de respaldo basado en la afinidad, filiación o simpatía.

Le CIA
Si es verosímil la posibilidad de que la afinidad limite las posibilidades
efectivas de control, la cuestión a examinar es cuál sería el propósito del
constituyente cuando fijó el plazo de 5 años posteriores al cese como límite
para exigir responsabilidad constitucional a los altos funcionarios.

l
¿Es que fijó el plazo ignorando la contingencia que genera la simili-
ay EN
tud o antagonismo entre la orientación política del alto funcionario objeto
de potenciales actos de control y los grupos parlamentarios mayoritarios
en el Congreso?. Parece obvio que la definición de la extensión del plazo
ch ID

se estableció dando por hecho la alternabilidad de la composición de la


representación parlamentaria, así como la eventual identidad o antagonismo
entre el gobierno y el parlamento. Se trata de supuestos de la realidad total-
Ya NF

mente previsibles propios del proceso de diseño o ingeniería constitucional.


El constituyente no asumen sólo un tipo de relación, y por ello las reglas se
piensan como pautas adecuadas e igualmente aplicables en contextos de simi-
litud o de disimilitud.
O

Es por las razones señaladas que para la definición del tipo de plazo
C

que sean los 5 años para el juicio político no debiera suponerse que el reco-
nocimiento del plazo debe proteger de modo extraordinario al beneficiario
del plazo. El plazo debe estimarse suficiente para que la protección del bien
constitucional pueda hacerse efectiva. La imposibilidad de hacerlo efectivo
habría decidido al constituyente a alargarlo de manera que el Congreso con-
tara con los medios indispensables para cumplir su misión. Precisamente
porque el constituyente asumió o consideró que el plazo establecido fuera
suficiente no lo extendió más, ni lo redujo tampoco conforme rigió en el
Perú hasta el año 1979 cuando el plazo concluía con el cese del funcionario
en el cargo desempeñado.
Siendo así que la Constitución estipula un plazo suficientemente
útil y determinable para que el Congreso realice el control, no pareciera

134 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

justificada la necesidad de calificar tal plazo como uno extensible como


ocurriría si se entendiera que es un plazo prescriptorio. Con tanta mayor razón
si, conforme ha sido expuesto, en el caso particular del juicio político, a
diferencia del caso del antejuicio político, hay razones para pensar que es
más próximo al propósito y finalidad constitucional el limitar la discrecio-
nalidad y tratarla como una condición potencialmente gravosa que pudiera
favorecer la arbitrariedad en el uso del poder. El plazo, en consecuencia,
habría que aplicarlo de manera tal que no constituya una liberalidad para
el órgano responsable de exigir responsabilidad constitucional en un alto

ga L
funcionario del Estado.

Le CIA
A los argumentos antes mencionados habría que añadir probablemente
la referencia que las infracciones constitucionales también son objeto de exigi-
bilidad a la mayoría de altos funcionarios incluidos en la relación del Artículo
99 con otros procesos constitucionales diversos a la acusación constitucional.

l
Ello se produce con los procesos de remoción por falta grave en unos casos, y
ay EN
con la interpelación y censura en otros.
Hemos visto que la prescripción es una medida que representa un uso
más favorable del tiempo para que quien deba usarlo cuente con la mayor
ch ID

capacidad de acción para realizar las tareas bajo su responsabilidad. La cadu-


cidad, contrariamente, acorta ese mayor margen de acción desconociendo las
posibilidades de suspensión o de interrupción del plazo. Hemos visto tam-
Ya NF

bién que la regla que conviene adoptar y seguir en materia de antejuicio


político es la de la prescripción en el plazo. Esa debe ser la regla general. En
este acápite toca explicar que así como la regla general debe ser la pres-
cripción, la excepción a dicha regla debe ser la caducidad del plazo para
O

el juicio político.
C

La caducidad como parte de la naturaleza del plazo del juicio polí-


tico asocia la fuerza de la discrecionalidad a la mayor dificultad probatoria
que es propia del transcurso del tiempo, lo cual añade gravedad a la propia
discrecionalidad en la medida en que se agregan posibilidades de co-
meter errores como consecuencia de las menores posibilidades de acopiar
datos, documentos, y testimonios personales que en gran parte pudieran
derivarse de la memoria. Discrecionalidad y dificultad probatoria inciden
de manera incremental en el proceso de apreciar la evidencia con la debida
diligencia y objetividad. Tratándose pues de un espacio de tanta mayor
ambigüedad la contemplación de una naturaleza extensible configura
una causal de afectación del principio que reconoce la razonabilidad del
plazo dentro del cual cabe exigir la responsabilidad del denunciado.

| 135
César Delgado-Guembes

La naturaleza compleja de la revisión de la presunta conducta delictiva


de los altos funcionarios determina, precisamente por el contenido penal sobre
el que se efectúa el control, que deba observarse en la sede parlamentaria del
proceso interinstitucional con mucho más intensidad las pautas y principios
que rigen en el estudio de la penalidad de las conductas; a diferencia de lo que
ocurrirá en los procesos de juicio político, en los que la carencia o ausencia de
contenido penal exigirá estilos y modos de evaluación que restrinjan y limiten
la facultad sancionatoria del Congreso con mayor rigor que en el antejuicio
político.

ga L
Estos aspectos son capitales al considerar la naturaleza del plazo aplicable

Le CIA
en ambas modalidades de acusación constitucional bajo las reglas de la pres-
cripción o de la caducidad, puesto que el juicio político es un medio mucho
más dramático en su impacto sobre la vida pública que el antejuicio políti-
co, que en fin de cuentas opera con medidas sancionatorias técnicamente

l
más estrictas, normativamente más rigurosamente tasadas, y más difíciles de
ay EN
demostrar que en el juicio político. La mayor exposición y vulnerabilidad
que trae consigo el juicio político requerirá el recorte y limitación de la
discrecionalidad del juez constitucional que es la representación nacional
ante el Congreso.
ch ID

Pero además de la cuestión del impacto público de las sanciones políti-


cas que impone el Congreso en el juicio político, o de la mayor garantía que
Ya NF

representa en el proceso de administración de justicia la especialización de


la jurisdicción penal en el estudio y adjudicación de sanciones, una cuestión
de especial significación es el amplio margen de discrecionalidad que se
confía a la representación nacional para calificar qué es una infracción cons-
O

titucional en el desempeño, actos, gestión o conducta de un alto funcionario


público. Esta discrecionalidad trae consigo niveles de exposición y vulnera-
C

bilidad considerables, en comparación con los niveles de acotación que ofrece


el carácter reglado de las normas sustantivas y procesales de carácter penal.
No obstante ser absolutamente indeseable la ocurrencia de actos de
infracción constitucional, y por lo tanto la necesidad de contar con medios
idóneos para su persecución y sanción, la inexistencia de garantías adecua-
das para enderezar la actividad de control constitucional y político por
el Congreso, exige limitaciones proporcionales a la mayor gravedad de la
situación que determina la amplitud del margen discrecional atribuido a la
institución parlamentaria. Una importante limitación en el tratamiento de
estas situaciones es la concepción restringida del plazo para disminuir la
incertidumbre a que se expone a los altos funcionarios.

136 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

Si la Constitución estima que el plazo de 5 años basta para la persecu-


ción de actos contrarios a ella misma, y a la vez ella también encomienda la
dilucidación de lo que configure un acto infractor al criterio y albedrío de
la representación nacional, cabe entender que el tiempo para ejercitar
tal encargo el Congreso no represente una imposición excesiva en los altos
funcionarios sometidos a examen. Si bien el plazo para el antejuicio ha sido
justificado entenderlo como uno de prescripción en razón de la lógica que
sigue y observa nuestra legislación penal, que no trata el plazo para la
acción penal como un plazo de caducidad sino de prescripción, esa misma

ga L
racionalidad es diversa, no es sostenible ni idónea para revisar qué sea una
infracción constitucional.

Le CIA
Los distintos pasos, momentos, y exigencias para una condena penal,
a cargo de dos órganos constitucionales, uno de los cuales es definido por su
especial competencia técnica para el análisis jurídico, no tiene comparación

l
con el análisis de constitucionalidad a cargo exclusivamente del Congreso y
ay EN
de representantes para los que su sólo criterio y voluntad bastan. A los repre-
sentantes, en consecuencia, no les es exigible mayor valoración jurídica que
la que les permita su entendimiento del significado y alcances de la Consti-
tución, y la decisión que están autorizados para tomar con criterio político
ch ID

en su calidad de representantes de la voluntad colectiva de la república.


Las competencias necesarias para ser congresista no incluyen la
Ya NF

capacidad de evaluar ni decidir sobre la pertinencia técnica del juicio sobre


la legalidad, ni sobre la constitucionalidad. Basta haber recibido el número
de votos suficiente para contar con la autoridad de actuar en el Estado
por cuenta e interés de la población. Sin embargo, si el criterio y aspecto
O

democrático de la evaluación en el antejuicio se complementa con el criterio


y aspecto técnico de la evaluación jurídica a cargo del Poder Judicial en el
C

caso del antejuicio político, tal complementariedad se pierde para el juicio


político, donde sólo contará la valoración que realizan los representantes sin
el contrapeso técnico del Poder Judicial.
Considerando que el plazo de 5 años permite una valoración plural
por más de un período constitucional y, por lo mismo, por más de un Congreso,
la posibilidad de alternancia pareciera ser una medida razonable para asegurar
que la constitucionalidad queda adecuadamente revisada y controlada por
el Congreso. No existe peligro de insuficiencia de tiempo ni oportunidad para
que el control de constitucionalidad de la gestión quede obstruido, media-
tizado, limitado ni anulado. La única razón por la que cabría exceptuar el
cálculo del plazo de caducidad (lo cual ciertamente contradice el concepto),

| 137
César Delgado-Guembes

sería que durante el plazo de caducidad no fuera posible seguir el proceso de


acusación constitucional. Ello podría ocurrir, por citar un caso, por causal de
interrupción de la constitucionalidad. Si tal suceso tuviera lugar el plazo de
caducidad quedaría interrumpido durante el lapso en que el Congreso no
pudiera funcionar, y su cálculo se reiniciaría apenas la constitucionalidad
quedara recuperada y el Congreso iniciara regularmente sus funciones luego
de su instalación.
En cualquier caso, independientemente de la cuestión que excepcional-
mente permitiría resignificar el concepto rígido de caducidad, la garantía de

ga L
constitucionalidad que tiene responsabilidad de verificar y asegurarse en la

Le CIA
gestión de los más altos funcionarios del Estado la da el órgano que tiene a su
cargo la valoración. El quién está a cargo le da continuidad a la tarea de control
más allá de las alteraciones en la composición del Congreso en dos perío-
dos distintos. De esa manera el Estado honra su fidelidad a la Constitución

l
a través de la diversidad de fuerzas y miembros presentes en el Congreso. La
ay EN
Constitución no queda desvalida con el concepto de caducidad del plazo
para el juicio político. Hay tiempo suficiente para la acción, y el carácter
prescriptorio que sí le corresponde al antejuicio no es necesario, a pesar
que el bien constitucional que resulta ser la persecución y sanción del
ch ID

delito no es necesariamente inferior al bien constitucional que es garantizar


el ejercicio constitucional del poder por quienes deben desempeñarse
Ya NF

en los niveles más altos de gestión estatal.

2.4 Los efectos de la extinción del plazo en el antejuicio político


O

El efecto principal que origina la expiración del plazo de la acusación


constitucional es que la prerrogativa ya no más es posible ejercitarla, y
C

que esta modalidad inherente a la alta función desempeñada cesó de tener


el carácter de cargo en quien gestionó dicha función. Este efecto es más claro
en el caso del plazo para el juicio político, puesto que sólo el Congreso es
el titular de esta prerrogativa. Una vez concluido el plazo para el juicio
político caduca definitivamente la posibilidad de exigir responsabilidad al
alto funcionario por causal relativa a la infracción constitucional.
El caso del antejuicio es distinto, porque este proceso es un paso
previo al posible inicio de un proceso penal. Si el plazo prescribe la posibi-
lidad de exigir la responsabilidad del alto funcionario no concluye, toda vez
que habiendo concluido la vigencia de la prerrogativa no necesariamente se
ha agotado la posibilidad de exigir la responsabilidad del alto funcionario

138 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

en sede judicial. Si embargo, es menester contrastar la relación temporal que


concurre respecto del transcurso del plazo en relación con la acción penal.
Y ello porque los plazos para el inicio de la acción penal ante los tribunales
de justicia, y el antejuicio corren desde un término inicial diferente. Mientras
que el plazo para el cálculo de la prescripción de la acción penal corre desde la
conclusión del acto delictivo, el cálculo de la prescripción del antejuicio corre
desde el cese del alto funcionario, sin que ello niegue, obste ni impida que el
antejuicio se inicie mientras que el alto funcionario está aún en ejercicio pleno
y efectivo de sus funciones.

ga L
En esta sección se examinará la cuestión general de los efectos de la

Le CIA
extinción del plazo en relación con el antejuicio y el juicio político pero,
debido a la relativa y comparativamente menor complejidad de los efectos
que genera el juicio político, se prestará especial atención a la naturaleza de
los efectos que la extinción del plazo del antejuicio determina en relación con

l
la oportunidad del cese, las consecuencias respecto al tipo de ejecución del
ay EN
delito y la prescripción de la acción penal.
La justicia ordinaria queda habilitada sólo respecto de los actos de con-
tenido delictivo del alto funcionario. Los actos infractores de la Constitución
ch ID

no habilitan a los tribunales para asumir jurisdicción, competencia ni conoci-


miento sobre los mismos.
El agotamiento del plazo sin resolución del Congreso, prescribe el
Ya NF

antejuicio y pasa al Ministerio Público cuanto tuviera la calidad de pen-


diente, y se inicia ante el Ministerio Público si aún no ha prescrito la acción
penal. Sin embargo, aún cuando la acción penal hubiera ya prescrito, si se
O

presentara una denuncia constitucional, o ésta estuviera pendiente de algún


acto bajo jurisdicción del Congreso, el pronunciamiento que corresponde es la
C

constatación del vencimiento del plazo del antejuicio. Si el Congreso ya no


cuenta más con el tiempo para conocer el antejuicio el órgano ante el cual
se plantea el caso debe limitarse a definir si el Congreso es aún competente,
o si la competencia ya se agotó para el funcionario sobre cuya gestión debe
pronunciarse. El vencimiento del plazo del antejuicio releva al Congreso de todo
análisis ulterior, sea sobre el contenido material del acto delictivo objeto de la
denuncia, sobre las diligencias pendientes en el propio proceso del antejuicio, o
sobre la prescripción de la acción penal. Cualquier pronunciamiento distinto a
la verificación y exención de competencia configura un exceso que desvía
la capacidad y poder del Congreso sobre cuestiones ajenas a su fuero.
El único modo como el alto funcionario queda liberado de comparecer
en sede de los tribunales ordinarios de justicia es si existe una resolución

| 139
César Delgado-Guembes

liberatoria de responsabilidad emitida por el Congreso respecto de los


hechos por los que dicho alto funcionario fue denunciado. En caso de
extinción del plazo del antejuicio, si no existe resolución parlamentaria firme
sobre los supuestos hechos delictivos de un alto funcionario, el alto funcionario
no queda sustraído de la competencia de las cortes de justicia para responder
por los delitos que hubiera cometido, por supuesto siempre que no hubiera
prescrito la acción penal.
En consecuencia con el desarrollo de esta línea argumentativa no cabe
presumir que el transcurso del plazo del antejuicio equivale a la indemnidad

ga L
ni condonación de los delitos del alto funcionario. Se trataría de un caso de

Le CIA
presunción de silencio parlamentario, en el que la consecuencia no es ni la
condena ni la liberación de responsabilidad del alto funcionario. No cabe
presumir que el silencio, omisión o inacción parlamentaria representa indicio
de responsabilidad del alto funcionario, como tampoco representa exención de

l
dicha responsabilidad. La habilitación potencial de competencia del Poder Judi-
ay EN
cial no es sino una forma de sustraer el fuero que se le encomienda y reconoce
al Congreso para procesar a un alto funcionario. La perención y extinción de
competencia parlamentaria, no trae consigo la cancelación del fuero ordinario
respecto de los eventuales delitos que hubiera cometido.
ch ID

Este alcance permite advertir el carácter político del proceso, en la me-


dida que la extinción de su competencia sólo significa que la autoridad estatal
Ya NF

a cargo de la evaluación de la gestión de los más altos funcionarios no es una


forma de eximirlos de las responsabilidades que les corresponda asumir
ante la justicia de manera igualitaria. El fuero parlamentario, por ello mismo,
no enerva el uso del tiempo que le corresponderá a las cortes de justicia. Por
O

ello también es que se trata de dos esferas temporales que no cancelan la


competencia de la justicia ordinaria. El plazo de cálculo de la acción penal no
C

beneficia al alto funcionario con el reconocimiento del fuero parlamentario.


El fuero parlamentario es una instancia especial que no equivale a mella
de los tiempos que la ley penal otorga a las cortes de justicia para examinar
regularmente la conducta de todo ciudadano, con o sin fuero especial. El an-
tejuicio, como puede verse, no privilegia a ciudadano alguno, sino que afirma
el carácter democrático en la república instalando en el órgano estatal de la
representación un espacio central de escrutinio y evaluación.
Es en instancias como ésta en las que cabe apreciar el mantenimiento
de la noble herencia política del papel del parlamento como guardián de la
moralidad pública, según la discrecionalidad (aunque cada vez, ciertamente,
más desconfiada por constituyentes temerosos de la naturaleza humana)

140 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

de sus integrantes. Es también en experiencias como en la de la evaluación de


la conducta y gestión de los altos funcionarios en las que es posible apreciar la
mejor o peor calidad personal de quienes deben encontrarse en las esferas más
altas de desarrollo espiritual, que es desde las que es posible que la actividad
política funcione según la necesidad de público liderazgo y conducción que la
colectividad espera. La ausencia de pronunciamiento político del Congreso,
por esta razón, no significa otra cosa más que silencio de la representación.
No niega las competencias que el ordenamiento constitucional prescribe para
el sistema ordinario de justicia. El antejuicio por eso no es otra cosa que un

ga L
vínculo, un enlace con la antigua tradición en la cual la autoridad llega a su
cargo y actúa en el mismo por la mayor virtud que practican quienes acceden a

Le CIA
ella, y no por el azar ni por la casualidad de haber merecido mayor número
de votos del pueblo. De ahí que pueda considerarse como una fortuna y
no como un peligro, o menos aún como un lastre, que el Perú cuente con

l
espacios para el uso correcto y libre del poder, en la confianza de que quienes
ay EN
tengan la oportunidad de usarlo lo ejerciten para el bien de la comunidad,
antes que en beneficio faccioso de grupos afines o antagónicos de quienes
acceden al Estado.
La inacción parlamentaria habilita en principio a los tribunales ordina-
ch ID

rios de justicia. Pero existe una dimensión adicional sobre la que es necesario
reflexionar, en la que la inacción no habilita al Poder Judicial. Se trata del su-
Ya NF

puesto en el que, agotada la competencia parlamentaria, se iniciara o pendiera


de examen una denuncia constitucional o penal en la que el tema en cuestión
consista en una denuncia sobre materia que pareciera ya haber quedado co-
nocida y resuelta absolutoriamente por el Congreso dentro de un antejuicio
O

desarrollado y concluido regularmente, y dentro de plazo.


En efecto, con la conclusión de un antejuicio en el que se resuelve que
C

no ha lugar a la formación de causa se elimina la posibilidad de iniciar una


acción penal. Un primer alcance es la precisión que corresponde hacer
a la ausencia de persecución penal propiamente dicha en el antejuicio,
que cancelaría la pretensión de aplicación de la garantía del non bis in idem,
precisamente por no existir persecución penal en sentido estricto. No lo sería
porque la autoridad competente para decidir con carácter jurisdiccional es una
autoridad judicial, no el Congreso.
Sin embargo, a pesar de no ser en efecto judicial la competencia del
Congreso, es necesario tener presente que el antejuicio, a diferencia de lo
que ocurre con otras prerrogativas como lo son la inmunidad de proceso
y arresto, es un proceso en el que el Congreso sí toma conocimiento y evalúa

| 141
César Delgado-Guembes

la sustancia penal controvertida, y no se limita únicamente a verificar que


no exista motivo de indebida persecución contra la autoridad. El hecho de
tomar conocimiento sobre el fondo de la materia es un rasgo central en el
antejuicio político en el Perú, que no es propio de otros ordenamientos en
los que éste se concibe como una instancia de mera autorización para que
el poder jurisdiccional tome competencia plena sobre la materia penal con-
trovertida. Es por este rasgo esencial del antejuicio que existe un importante
elemento de juicio que justificaría la aplicación de la garantía del non bis in
idem cuando hay resolución final y definitiva en la instancia parlamentaria, con

ga L
alcances similares a los que en el ámbito judicial opera la res iudicata.

Le CIA
En el antejuicio político, por lo tanto, sí cabe advertir un entorno en el
que la causa conocida por la autoridad parlamentaria tiene naturaleza penal.
Si la causa examinada tiene carácter penal, cabe deducir que la resolución del
Congreso sobre una misma persona por los mismos hechos delictivos persegui-

l
dos basta para que no exista sobre una y otros multiplicidad de persecuciones
ay EN
punibles. En el antejuicio existe lo que los penalistas conocen como una
eadem causa petendi (identidad de causa sobre la que se persigue), porque
no es un mero procedimiento de levantamiento del fuero, sino más bien la
aplicación plena de los poderes del fuero sobre una materia cuyo contenido
ch ID

penal es conocido y valorado, en razón de lo cual luego se deriva a la


instancia judicial para la revisión y aplicación de su jurisdicción en caso
Ya NF

haberse determinado que existe mérito para abrir causa penal. Y ello no
obstante no haberse impuesto pena, puesto que ello devendría en un exceso no
permitido a la autoridad parlamentaria en el Perú, sino únicamente porque
se advierte que existe mérito bastante para que dicha pena se le aplique.
O

Pero además tiene especial relevancia la identificación de la materia


respecto de la cual se produce la resolución que acuerda el archivamiento por
C

no haber lugar a la formación de causa. Si luego de la resolución absolutoria


estuviera pendiente de trámite o decisión una denuncia constitucional que no
hubiera sido acumulada, o se presentara una denuncia ya fuera constitucional o
penal ulterior contra el mismo funcionario, en especial si ya concluyó el plazo
del antejuicio, ésta no procede si los hechos respecto de los que se imputa res-
ponsabilidad son los mismos por los que no se encontró mérito para formar
causa. El supuesto está previsto como una garantía contra el doble enjui-
ciamiento e incriminación por la comisión de los mismos hechos delictivos.
La naturaleza del non bis in idem es una garantía aplicable a los altos
funcionarios, principalmente en razón a la exigencia de congruencia y racio-
nalidad de las decisiones tomadas en el fuero administrado por quien conoce

142 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

y resuelve los casos en sede de antejuicio. El desconocimiento de esta garantía


procesal que atraviesa las diversas esferas y especialidades del derecho se sus-
tenta en el perjuicio que consumaría la sucesiva revisión de la conducta de una
persona por los mismos hechos respecto de los cuales fue absuelta. Se trata de
un supuesto jurídico con el que se pretende proteger el derecho a la inocencia
y a la persecución indefinida por la comisión de faltas contra bienes públicos
o sociales. Esta garantía sella el caso en el que el fuero competente conoce y
decide sobre las imputaciones presentadas en la instancia parlamentaria.
Es importante no perder de vista que el carácter absoluto de esta garantía

ga L
tiene un alcance relativo, muy en particular en el proceso seguido ante el fuero

Le CIA
parlamentario. Es menos difícil, en efecto, que en el Congreso la absolución
consista en un pronunciamiento discrecional de carácter político, y por lo
mismo que en sede parlamentaria se pudiera haber optado por una abso-
lución basada en afinidades o en transacciones que poco pudieran tener que

l
ver con la justicia o con la objetividad de la conducta y pruebas mostradas
ay EN
y disponibles. El non bis in idem hace caso omiso a estas consideraciones,
y da por zanjado el caso con la decisión firme y final del Congreso sobre
la conducta funcional de la autoridad estatal a la que se aplica la prerrogativa.
Pero precisamente por la zona gris que rodea al pronunciamiento eminente-
ch ID

mente político de la decisión parlamentaria es importante que su uso no se


plantee de forma fácil y que se tome con reservas la literalidad de esta causal
Ya NF

de declinación de competencia o de inhibición de acción procesal, ya sea


parlamentaria o penal. Así como el derecho protege a la persona es necesario
en todo momento guardar el equilibrio entre dicho derecho y los intereses de
la colectividad y del Estado que pudieran haber sido afectados o lesionados
O

por un alto funcionario previamente absuelto en un antejuicio político.


Bien es posible que existan casos en los que el carácter aparentemente
C

universal del non bis in idem sea de dudosa vigencia o aplicación. Tales casos
son aquellos en los que se cuestiona la idoneidad del proceso de antejuicio
seguido, en el que sin mayor fundamento ni motivación el alto funcionario
hubiera quedado absuelto, o en el que se hubiera inobservado, no actuado o
no valorado prueba del compromiso del alto funcionario en un acto delictivo
durante su gestión. Si el proceso de antejuicio adoleciera de deficiencias graves
no cabría que los errores parlamentarios en el proceso de antejuicio tuvieran
como consecuencia la desprotección de los intereses públicos de la sociedad.
Las deficiencias del proceso no remedian ni sanan la cuestión material de la
responsabilidad, y las garantías constitucionales, en tal sentido, no tienen por
finalidad constitucional ni política encubrir actos delictivos ni acciones de
corrupción en la actividad política.

| 143
César Delgado-Guembes

Para este fin es necesario aclarar la circunstancia en la que siendo los


hechos los mismos (eadem res), la denuncia se presente respecto a la respon-
sabilidad por la comisión de tipos delictivos distintos a aquellos sobre los que
se dio la resolución anterior. No es fácil resolver esta situación, en especial
porque la defensa y la probanza se dirigen de modo puntual respecto del tipo
aplicable a los hechos concreta e históricamente identificados. Sin embargo,
la garantía se entiende referida en principio a los sucesos o acontecimientos
por cuya ocurrencia se responsabiliza al mismo sujeto (eadem personae), inde-
pendientemente de que por error o estrategia se hubiera optado por calificar

ga L
tales hechos bajo otro tipo penal. Si al denunciado, por ejemplo, se le imputa
responsabilidad por determinado suceso en la calidad de cómplice o autor

Le CIA
intelectual, no cabría persecución, por el mismo suceso, bajo la modalidad de
autor material; de modo similar, si se le denunciara y resolviera el caso por
tratarse de un delito consumado, no cabría luego perseguirse a la misma

l
autoridad por tentativa respecto de los mismos hechos. El criterio central
ay EN
en virtud del cual se reconoce el non bis in idem es el de los hechos a los
que se asocia delictivamente al denunciado. Basta que se trate del mismo
suceso penalizable, independientemente de la calidad de la consuma-
ción, participación o calificación del delito, para que la garantía asista
ch ID

a la autoridad presuntamente responsable, a la que no cabe afectar con


la múltiple persecución por el mismo objeto delictivo.
Ya NF

Además de las razones anotadas, el nomen iuris es un aspecto sobre


el que se ha solido entender con alguna regularidad que no deben asumir
competencia extraordinaria los órganos parlamentarios. Así como ha habido
oportunidades en las que la representación nacional se ha sustituido en
O

los términos originales de la denuncia para tramitarla según tipos penales


distintos a los que son referidos explícitamente en la denuncia, también ha
C

habido pronunciamientos regulares en contra de tal opción.


El argumento a favor de la competencia para realizar las correc-
ciones en la calificación del tipo delictivo en que incurre el funcionario,
es que al apreciar los hechos el denunciante pudo no haber realizado la
tipificación técnicamente idónea ni pertinente. Sin embargo, no es menos
cierto que la atribución de corregir la denominación del tipo delictivo se
espera que se realice por quien se presume contar con la competencia
técnica que asegure la calificación correcta de la conducta delictiva. Ob-
viamente los miembros del Congreso no han sido elegidos en función de
su competencia en derecho penal, ni es propiamente la competencia del
Congreso la persecución y sanción de la acción penal. Esta es competencia

144 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

reservada y específica de la jurisdicción penal asignada a las cortes de la


justicia penal del Poder Judicial.
El argumento contra la libertad de calificación por los órganos parlamen-
tarios ante los que se presenta la denuncia se ha sustentado en la comprensión
del proceso de antejuicio como uno impulsado por las partes, y no como un
proceso que debe gestionarse de forma institucional. La tendencia reciente
muestra precisamente que el Congreso privilegia la titularidad de las partes
como afectadas por los hechos delictivos, y olvida o posterga el papel gravitante
que le corresponde asumir a la institución parlamentaria como sujeto de la

ga L
prerrogativa y también de control del cargo impuesto al alto funcionario que

Le CIA
asume un rol gravitante como autoridad estatal. Este temperamento colisiona,
sin embargo, con la disposición constitucional que impone al Ministerio Público
y a la Corte Suprema el avocamiento de una acusación según los términos en
los que esta ha sido formulada por el Congreso.

l
Más allá de la constitucionalidad de dicha disposición constitucional, y
ay EN
por lo tanto del recorte en la discrecionalidad y autonomía de los órganos
de administración de justicia que prescribe la Constitución, no deja de ser
cierto que la tendencia anotada es un poderoso argumento para examinar
ch ID

con la debida cautela la aplicación irrestricta de la garantía del non bis in


idem. Si los representantes no aseguran con su competencia la apropiada
calificación del tipo delictivo sobre los hechos materia de la denuncia, es
Ya NF

perfectamente factible que la equivoca tipificación en que incurran los


denunciantes, unido a la inhibición de los diversos órganos parlamentarios
para corregir la calificación de los hechos según los tipos delictivos apropiados,
son datos importantes que no pueden dejar de ser tomados en cuenta cuando
O

debe revisarse la propiedad de la aplicación del non bis in idem, sea en sede
parlamentaria como en sede judicial
C

De presentarse pues el argumento de que el non bis in idem no es aplicable


en razón de grave error procesal parlamentario, tal supuesto exigiría la arti-
culación de una revisión de la decisión parlamentaria, en la que naturalmente
debe citarse al procurador o representante del Congreso para que sustente la
idoneidad del proceso seguido. Con este propósito la revisión debiera solicitarse
y plantearse en sede judicial por el propio Ministerio Público, de forma que se
genere así un espacio adecuado para definir la procedencia de la garantía del
non bis in idem y que no ocurra que este principio se distorsione en su finalidad
sirviendo fines contrarios a aquellos nobles objetivos en cuya virtud se los re-
conoce con fuerza estatal y universal en el Perú. Siendo como es una garantía
constitucionalmente reconocida, la literalidad de su reconocimiento no exime

| 145
César Delgado-Guembes

a los operadores del necesario acto hermenéutico de la realidad respecto de


la cual se aplica. Ni aún las garantías pueden consistir ni tratárselas como blo-
queos pétreos e intangibles cuando existen razones para sospechar que el uso
que se les dé generará distorsiones constitucionales o atentará contra bienes
jerárquicamente más importantes en nuestra organización política.
De otro lado, en el extremo inverso, es pertinente la referencia a la
precisión que hizo el Tribunal Constitucional en su sentencia STC N° 8-1-
HC/TC del 19 de enero de 2001, en la que indicó que si existieran diferentes
ámbitos en los cuales pueda ser exigible la punición a una persona, al Estado

ga L
sólo le es permisible una sola imputación, y en consecuencia sólo puede

Le CIA
perseguir la falta en un proceso y no en dos, si fuera así que existiera identidad
de fundamento, esto es, cuando no obstante cupiese argumentar que se tratara
de tipificación de distinta índole el bien jurídico afectado fuese el mismo. En
consecuencia con tal sentido, el solo hecho de la deficiente o impropia tipi-

l
ficación en sede parlamentaria puede traer sensibles consecuencias, puesto
ay EN
que la pasividad con la que asuma su papel el Congreso en relación con
la correcta calificación del tipo penal aplicable a los hechos delictivos
por los que se denuncia al alto funcionario equivale a notables limitaciones
en el proceso de persecución del delito. El solo hecho de que el plazo del
ch ID

antejuicio hubiera prescrito luego de la absolución de un alto funcionario a


partir de una tipificación impropia, traería como consecuencia que el Poder
Ya NF

Judicial no podrá investigar el delito bajo un marco de análisis diverso al


que se desarrolló en sede parlamentaria.
Mayor razón, por lo tanto, para valorar con prudencia y detenimiento el
impacto que el error en sede parlamentaria pudiera representar en perjuicio
O

de los intereses de la sociedad. Y mayor razón, por lo mismo, para que en el


Congreso se asuma con más rigurosidad la tarea de calificación de los hechos
C

delictivos que la práctica actual minimiza, arguyendo generalmente que el


proceso de antejuicio no faculta ni supone en el Congreso una tarea que se
reserva a sede judicial. Este es un rasgo en el que cabe advertir el grado de
compromiso que tiene la actividad política y el impacto que su comprensión
causa en el sistema jurídico.
Lamentablemente es parte de la realidad política que a los congresistas no
se los elija en razón de sus competencias en la diversidad de especialidades del
conocimiento que es necesario adquirir en la vida para el apropiado desempeño
de la función representativa. Las deficiencias en habilidades y competencias
pueden ocasionar resultados indeseables en el óptimo manejo y gestión
de las funciones estatales. Es parte de los límites de la democracia que no

146 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

suelen asumirse cuando los partidos políticos eligen, seleccionan o pro-


ponen a sus candidatos en los procesos electorales. La falta de adecuada
preparación o la ausencia de un mínimo de competencias en la disciplina
del derecho resulta en insatisfacciones respecto de las cuales poca conciencia
se tiene que se originan en la base misma de los procesos electorales que los
ciudadanos definimos con nuestros votos.
Este tipo de razones y consideraciones son las que exigen la evaluación
prudente, reflexiva y crítica cuando se invoque el non bis in idem, reservándolo
fundamentalmente en su aplicación de modo puntual y sustentado cuando

ga L
exista convicción de que en efecto su reconocimiento es asistido por las con-

Le CIA
sideraciones y requisitos elementales que ameriten su invocación. Si no
existiera base suficiente para la invocación y aplicación del non bis in
idem, la autoridad jurisdiccional, sea parlamentaria o judicial, tiene la
obligación de tutelar los intereses de la sociedad pues de lo contrario su

l
papel sería el de cómplice de una estrategia o esquema de uso impropio del
ay EN
derecho para fines contrarios al orden público cuya vigencia es su misión
y le corresponde asegurar.
Más allá de la reserva señalada, es posible prever diversidad de situacio-
ch ID

nes una vez extinguido el plazo del antejuicio según la naturaleza, alcance y
efectos del tipo de acuerdo tomado en el Congreso (sea sobre la sustancia
del caso, o sólo sobre los aspectos formales enmarcados en la admisión o
Ya NF

procedencia de la denuncia), así como según el órgano parlamentario ante


el que se pretenda revisar la cuestión previamente conocida en sede de ante-
juicio, o la sede judicial ante la que se interpone denuncia penal sobre materia
ya resuelta negativamente en el Congreso.
O

La diversidad de situaciones aludida en el párrafo anterior permi-


C

te el planteamiento de algunas interrogantes, entre ellas algunas como las


siguientes: ¿cabe que el Congreso asuma competencia sobre una cuestión
previamente resuelta sin encontrar responsabilidad en el alto funcionario,
sustrayéndose de examinar una vez más tal responsabilidad?; ¿puede indagarse
en una Comisión Investigadora sobre la conducta del alto funcionario sobre
hechos respecto de los que fue previamente absuelto en antejuicio?; ¿es igual
la situación si el antejuicio en el que se conocieron los hechos no concluye
en el pronunciamiento sobre el fondo del asunto, sino sólo respecto de
las condiciones de admisibilidad o procedibilidad de la denuncia?; o ¿se
aplica a la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales, a la Comisión
Permanente o al Pleno las restricciones que cabe aplicar a las Comisiones
Investigadoras?.

| 147
César Delgado-Guembes

De manera similar, ¿cabría deducir en sede judicial ordinaria la excep-


ción de absolución en antejuicio por los mismos hechos o tipos delictivos?;
¿tendría el mismo alcance la deducción si se trata de distinto tipo delictivo,
pero sobre los mismos hechos?; o ¿tiene el mismo valor dicha deducción si
el Congreso solo denegó admisión o procedencia a la denuncia presentada
sobre los hechos por los que se denuncia en sede judicial? Para abordar estas
interrogantes remito al lector al texto que es objeto de la condensación que
recoge esta obra, en el que se presenta un desarrollo pormenorizado de las
cuestiones planteadas19

ga L
Le CIA
2.5 Efectos de la extinción del plazo respecto del juicio político
En caso de juicio político sin acción o resolución del Congreso ca-
duca la prerrogativa y el funcionario ya más no puede ser denunciado por

l
infracción de la Constitución.
ay EN
La caducidad del plazo tiene como efecto central la extinción de la
competencia del Congreso. Si caduca la competencia del Congreso no es
posible realizar ninguna acción adicional por los eventuales hechos que
en infracción de la Constitución pudiera haber cometido el alto funcionario.
ch ID

El plazo de los 5 años, por habérselo calificado como uno de caducidad,


no es posible interrumpirlo ni suspenderlo. Por lo tanto, a diferencia del
Ya NF

plazo del antejuicio político, el emplazamiento del denunciado no es causal


de interrupción del plazo. Por la misma razón, si ocurriera que en alguna etapa
en el desarrollo del proceso del juicio político se presentara una causal que
O

ameritara el examen previo de una cuestión por el propio Congreso antes de


resolver la denuncia, el trámite de la cuestión previa no enerva el curso del
C

plazo.
Esta característica exige del Congreso la comprensión de su propia acti-
vidad institucional con una perspectiva sistemática e integral. Por ello sería
necesario que el sistema de información del Congreso sea adecuadamente
sintonizado de forma que los distintos procesos de toma de decisión en la
diversidad de órganos colaboren con la producción de resultados institu-
cionales que requieran la prioritaria atención de la atención. Es un caso en el
que cabe advertir la importancia de contar con una visión institucional que


19
Ver mi trabajo La naturaleza y los efectos del plazo en la acusación constitucional, en Cuad-
ernos de Trabajo N° 14, Departamento Académico de Derecho, Pontificia Universidad
Católica del Perú, Diciembre, 2009, 105 pp.

148 |
Las excepciones material y temporal de indemnidad por acusación constitucional

incorpore una dinámica grupal focalizada que identifique los puntos en los
que la decisión puede ser crítica e irreversible.
En la medida que los actores de los procesos parlamentarios carezcan
de la visión de conjunto y se vean a sí mismos como partes que funcionan con
criterios y patrones independientes o autónomos, los resultados de la acción
parlamentaria quedarán empobrecidos y sólo tendrán el carácter de parlamen-
tarios o representativos merced al sólo y físico hecho de que los representantes
pertenecen al Congreso, pero no por su capacidad para actuar como equipo
para entender y priorizar la diversidad de tareas que dependen unas de otras.

ga L
Le CIA
l
ay EN
ch ID
Ya NF
O
C

| 149
C
O
Ya NF
ch ID
ay EN
Le CIA
ga L
l
Capítulo V
La suspensión temporal y las causales de
remoción presidencial

ga L
Le CIA
l
ay EN
L o reiteramos. La indemnidad presidencial no blinda su impunidad ética ni su
atrofia moral. En el capítulo anterior he presentado el proceso de acusación
constitucional como una de las variantes en las que es exigible la responsabi-
ch ID

lidad presidencial, sea por la comisión presunta de delitos en el ejercicio de la


función, como por infracciones de la Constitución. La exposición distinguió
el uso de la acusación constitucional bajo las condiciones que enuncia taxati-
Ya NF

vamente el Artículo 117 de la Constitución para procesar al Presidente de la


República durante su mandato, respecto de los casos en los que la exigencia
de responsabilidad se demanda luego de concluido el mandato presidencial y
O

hasta cinco años después de haberlo cumplido.


En este capítulo la reflexión se realiza a propósito de la posibilidad de
C

conclusión prematura del período presidencial, y en particular de la exigencia


de responsabilidades presidenciales durante el período del mandato por actos
que afectan directamente el desempeño del Presidente de la República.
No hay duda que en manos inescrupulosas o éticamente incompeten-
tes, la mención general de la causal de incapacidad moral como factor de
licenciamiento y remoción del Presidente de la República puede minimizar y
empeorar los niveles de gobernabilidad en el Estado y la sociedad, así como
agudizar y mermar signficativamente la estabilidad de cualquier gobierno. La
arbitrariedad en el uso del poder es siempre una amenaza cuando se ignora
en manos de quien, y de qué intereses, queda la tarea de representación de la
voluntad popular en una democracia.

| 151
César Delgado-Guembes

El riesgo y la amenaza, sin embargo, van de la mano con la facultad que


se le reconoce al Congreso para calificar cuándo es que la permanencia de un
gobernante indigno es más dañina y nociva para el ética pública del Estado, la
estabilidad social y la propia gobernabilidad del país. El costo de estos riesgos
y amenazas vienen con la decisión de optar por un modelo de valores, de so-
ciedad, de Constitución, de economía, de Estado y de comunidad en los que
sea más importante priorizar la pluralidad, la diversidad, y la heterogeneidad
propia de un pueblo, que la estructura monolítica y homogénea o uniforme
con que las tiranías, los despotismos y las autocracias pretenden optimizar las

ga L
fallas inherentes a las repúblicas.

Le CIA
La perfección de la democracia representativa no consiste en el reco-
nocimiento ni aprobación unánime ni mayoritarios de su desempeño, sino
en la experiencia efectiva de la pluralidad disponible que accede a puestos
representativos por decisión inalienable del elector20. No hay modo de que

l
el elector sea representado por una calidad de candidatos distinta a la que
ay EN
pueda generar el pueblo del cual emergen quienes postulan. La idealización
de una representación exenta de ineptitudes puede ser el principal enemigo
de funcionamientos democráticos del Estado. La pretensión de excelencia en
los modos representativos del sistema estatal es enemiga de las posibilidades
ch ID

democráticas de gobierno. El engaño de la idealización es un arma de los ene-


Ya NF

Doy por descontado que el concepto de perfección que cabe predicar de cualquier
20

experiencia de democracia representativa concreta tiene naturaleza hiperbólica, y no


se refiere a la posibilidad de un régimen privado o exento de defectos.
La “perfección” a la que se hace referencia es a esas condiciones mínimas que permiten
O

alguna comunidad darse por satisfecha por el desempeño mínimamente responsable y


eficaz de las tareas representativas que el pueblo espera tener por cumplidas.
C

El modo de medir dicha satisfacción es el criterio de reconocimiento e inclusión de la


sociedad en la función deliberativa de quienes son elegidos para representarla.
Hablar por lo tanto de esos mínimos satisfactorios cumplidos por la representación
parlamentaria empieza con la visibilización que tiene la sociedad en las reflexiones y
decisiones de los representantes. Obviamente que los estándares de satisfacción de la
visibilización no omiten la consideración de las competencias, habilidades y destrezas
de los representantes.
Mientras los partidos políticos no formen, capaciten, entrenen, preparen y aseguren a la
comunidad que quienes proponen como candidatos a representantes tienen la actitud,
los valores, y la probidad, no menos que los conocimientos y las experiencias primarias
indispensables para cumplir decentemente con el perfil de un puesto representativo,
la sociedad sigue condenada a niveles generales de representación mediocre, impro-
visada e impreparada. En un escenario de este estilo, naturalmente, el camino hacia la
lamentación sobre el pésimo y patético desempeño del régimen representativo sólo
precipita su declive y colapso.

152 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

migos de la pluralidad y de las posibilidades efectivas de cualquier gobierno


democrático y representativo.
Innegable es que la democracia representativa no puede ser mejor que
la condición personal de quienes conformamos ese pueblo que cree y que
aspira a una representación legítima. Pero la imagen que recibimos de nuestra
representación en el Congreso es muy distante del modelo y del deseo repre-
sentativo que alberga y anida en el corazón ciudadano. Es en la distancia entre
uno y otro que se nutre el descontento. El perfeccionismo, en este caso, es
el principal enemigo de esos mínimos con que cabe salvar la posibilidad del

ga L
gobierno democrático y, por el contrario, es la semilla para otear e imaginar

Le CIA
los simplismos que traen las dictaduras, las tiranías o los autoritarismos en el
poder político.
Si quienes actúan en el Estado como representantes de nuestra volun-

l
tad política se distancian del desempeño esperado, la receta más recurrida es
la de buscar a quién culpar por lo que carecemos. La carencia, sin embargo,
ay EN
la tenemos cada uno en primer lugar por la incomprensión sobre los límites
materiales de cualquier forma de democracia representativa. Y en segundo
lugar porque preferimos pasar por alto la imposibilidad de que la matemática
ch ID

electoral tengan el poder mágico y divino de transformar la cantidad de votos


que recibe un ciudadano como cualquiera de nosotros en la calidad de repre-
sentantes aptos para cumplir desempeño igualmente satisfactorios para cada
Ya NF

uno de los electores. Los votos sólo reproducen una muestra de lo que hemos
llegado a producir histórica y colectivamente como ciudadanía en el Perú.
La opción de una permanente voluntad popular en los procesos de toma
O

de decisión estatal es imposible. Es una abstracción inalcanzable. Frente a la


imposible permanencia de un proceso constante de consulta popular a una
C

población de 25 millones de electores el mal menor es la consulta periódica


cada 4, 5 o 6 años, para renovar al plantel de ciudadanos que nos representan.
La democracia plebiscitaria no pasa de ser un deseo ingenuo de quienes, con
buena o con mala fe e intención, exigen que se declare la obsolescencia de la
democracia representativa y su reemplazo por formas participativas o directas
inexigibles en el tipo de sociedad megaurbanizada y cosmopolita en la que
habita el mundo presente.
De la constatación de nuestra situación y posibilidades es que toma
sentido que haya que confiar en el juicio y virtudes de quienes llegan a un
puesto representativo para tomar las decisiones estatales que requiere nuestra
comunidad política. Uno de esos tipos de decisiones es la que se le asigna al

| 153
César Delgado-Guembes

Congreso para que califique la idoneidad moral de los más altos funcionarios
públicos, dentro de quienes uno de ellos es el Presidente de la República.
Los artículos 113 y 114 de la Constitución prevén los casos en los que el
Presidente de la República cesa en el cargo, sea de modo definitivo o temporal.
En el Artículo 113 se contemplan cinco casos de vacancia, y en el Artículo 114
dos casos de suspensión.
Los cinco supuestos de vacancia que establece el Artículo 113 se refieren
a la muerte, la permanente incapacidad física o moral, la aceptación de su re-
nuncia, la salida del territorio nacional sin permiso de Congreso o su no retorno

ga L
dentro del plazo autorizado, y la destitución en juicio político por aplicación

Le CIA
del Artículo 117 (esto es, en caso que durante su mandato y ejercicio hubiera
incurrido en traición a la patria; impidiera las elecciones presidenciales, parla-
mentarias, regionales o municipales; disolviera el Congreso en casos distintos

l
al señalado en el Artículo 134; o impidiera la reunión o el funcionamiento del
Congreso o de cualquiera de los órganos que integran el sistema electoral).
ay EN
A su vez, los dos supuestos de suspensión son la incapacidad temporal
del Presidente21; o encontrarse sometido a un proceso judicial luego del an-
ch ID


21
La Constitución omite las condiciones, características o supuestos válidos para la sus-
pensión funcional del mandato presidencial por incapacidad temporal. La suspensión
Ya NF

distingue dos casos distintos: la suspensión por incapacidad, y la suspensión resultante


de antejuicio político.
En principio el régimen de suspensión por incapacidad tiene como marco de referencia
las que se incluyen en la regla de la vacancia por incapacidad. Si este margen es válido
respecto de los casos de vacancia por incapacidad física, o moral, es razonable inferir
O

que la suspensión por incapacidad temporal comprenda, igualmente, ambos casos: la


suspensión por incapacidad física permanente, y la suspensión por incapacidad moral
C

permanente (sea cualquiera que fuese el alcance que se otorgue al concepto de inca-
pacidad moral).
En consecuencia, el proceso por incapacidad temporal del Presidente de la República
prevé que dicha inhabilitación tenga naturaleza física o moral. La cuestión, entonces,
será definir cuándo es que la incapacidad física, o la incapacidad moral, son temporales
o son permanentes. La incapacidad física está sujeta a algún tipo de dolencia que impida
la atención regular de las funciones propias del mandato y del cargo presidencial. La
incapacidad moral es más incierta.
En efecto, nos encontramos en un caso de incapacidad moral permanente cuando se
cuentan con datos suficientes para tener certeza del carácter moralmente incompatible
de quien desempeña la función presidencial para mantenerse en el cargo. Sin embar-
go, la suspensión es la categoría en que se encuentran los casos en los que es posible
descalificar residualmente a quien ocupa la presidencia de la república por supuestos
altamente inciertos pero que, sin embargo, contienen elementos de duda suficientes
como para relevar al Presidente de la República del ejercicio del cargo con carácter

154 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

tejuicio seguido en su contra ante el Congreso como consecuencia de haber


transgredido cualquiera de las faltas indicadas en el Artículo 11722. Frente a
un Presidente de la República con mandato suspendido no existe el impedi-
mento, obviamente, relativo al inicio de un proceso acusatorio como lo son
los previstos en los Artículos 99 y 100 de la Constitución.
Cabe sugerir que el Congreso pueda “suspender” al Presidente de la
República y que, para hacerlo, debido a una incapacidad temporal (sin distin-
go alguno entre la incapacidad física o moral) se realice una suerte de “juicio
político” técnicamente distinguible, por cierto, del proceso de juicio político

ga L
Le CIA
temporal, sin violar ni transgredir, sin embargo, la indemnidad que le reconoce el

l
Artículo 117 de la Constitución.
La suspensión temporal del ejercicio de la presidencia de la república que declare el
ay EN
Congreso por incapacidad moral temporal, por lo tanto, exige que se cuente con mínimos
indispensables de evidencia, aunque ésta no tenga carácter concluyente respecto de la
certeza esencial necesaria para calificar su conducta como un caso de incapacidad moral
permanente. Es un caso en el que la duda impide la vacancia, pero no la suspensión.
ch ID

Por ello, el Presidente de la República suspendido temporalmente por incapacidad moral


temporal queda privado de la indemnidad que fija el Artículo 117 de la Constitución,
y libera a todos los órganos de control constitucional para que procedan según sus
Ya NF

atribuciones acusatorias y sancionatorias, porque quien está suspendido en el ejercicio


de la función presidencial ha sufrido una pérdida crítica y esencial en la titularidad que
le reconoce la Constitución. Quien está suspendido en el ejercicio de la presidencia
de la República no es Presidente de la República. La indemnidad sólo alcanza, cubre
y protege a quien es, efectivamente, Presidente. No a quien ha dejado de serlo, así lo
O

haya sido con carácter temporal y no permanente.



22
El caso más reciente en el que se ha aplicado la suspensión temporal del Presidente de
C

la República ocurre contra el presidente Martín Vizcarra.


Luego de la constitucionalmente dudosa disolución del Congreso el día 30 de septiembre
de 2019, el Congreso aprobó la Moción de Orden del Día 10651, con la que se acuerda
la suspensión temporal durante un año de Martín Vizcarra, como consecuencia de lo
cual se juramenta a Mercedes Aráoz, en su calidad de Segunda Vicepresidenta de la
República, como Presidente del Perú. Dicha moción de suspensión se aprobó con 86
votos a favor.
La suspensión careció de vigencia, sin embargo, por desconocimiento de su efectividad
y alcances por el propio afectado con la suspensión de su mandato. Prevaleció el control
políticamente efectivo con el que contó para imponer su decisión de disolver el Con-
greso. El desconocimiento del mandato de suspensión se concretó en el impedimento
que traía consigo la disolución del Congreso. El argumento presidencial se basó en la
lógica de que un Congreso disuelto carecía de la facultad de suspender al Presidente de
la República. El carácter fáctico de la disolución traía consigo la invalidez constitucional
del acuerdo de suspensión.

| 155
César Delgado-Guembes

que prevén los Artículos 99 y 100 de la Constitución, sin precisar ni definir


qué se entienda por “juicio político”23.
Podría entenderse que la suspensión sea la que resulta de una denuncia
constitucional por el delito de traición a la patria o cualquiera de los supuestos
que prevé el Artículo 117, y también cabría entender que el “juicio político”
consista en el uso de un recurso atípico según el cual el Congreso se abocara
a la evaluación de un pedido, pretensión o propuesta de suspensión, sin de-
finir si es por una incapacidad física o moral, como consecuencia de la cual
hubiera que crear un proceso innominado e irregulado en el Reglamento del

ga L
Congreso, sobre el que, además, tampoco existiría, ni una norma que defina

Le CIA
con qué mayoría pudiera suspenderse al Presidente de la República por esa
incapacidad que, a juicio del Congreso, merecería su suspensión, ni, además,
tampoco existiría un criterio para determinar el plazo por el que se fija esa
suspensión en razón a la temporalidad de su incapacidad.

l
La primera alternativa tiene cierto asidero en la normatividad vigente,
ay EN
porque, en efecto, cabría usar el proceso de una acusación constitucional,
la que luego de acordar el “ha lugar a la formación de causa”, en el caso del
Presidente de la República supone su suspensión de oficio en el ejercicio del
ch ID

cargo y funciones presidenciales, y en el caso de los congresistas de la Repú-


blica permite que el Congreso se pronuncie respecto a si se suspende o no se
suspende, facultativamente, al congresista en el ejercicio de la función hasta
Ya NF

que el proceso penal concluya. A partir de la suspensión en el ejercicio de las


funciones del Presidente, entretanto, obviamente, la presidencia queda en
manos del vicepresidente.
O

La segunda alternativa conduce por el terreno de una amplia y muy


peligrosa discrecionalidad, porque supondría el reconocimiento de un me-
C

canismo punitivo que la Constitución no reconoce de manera explícita. Se


trataría de una opción argumentable, pero constitucionalmente riesgosa si
no, adicionalmente, contraria a una visión democrática de nuestro régimen
político y representativo.
De otro lado, la vacancia con la que concluye el mandato del Presidente
de la República es una medida extrema, drástica, última y radical. El reconoci-
miento de esta opción tiene como antecedentes el artículo 83 de la Constitución

La referencia a dicha «sugerencia» alude al voto singular del magistrado Eloy Espino-
23

sa-Saldaña Barrera en la STC 2-2020-CC, del 19 de noviembre de 2020, que declara


improcedente la cuestión competencial respecto de la primera y fallida moción de
vacancia contra el entonces presidente Martín Vizcarra, por sustracción de la materia.

156 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

de 1828, referido a la potestad del Congreso de acusar al Presidente de la Re-


pública; el artículo 80, de la Constitución de 1834, que prevé la vacancia por
perpetua incapacidad física; los artículos 81 y 82 de la Constitución de 1839,
que contiene la referencia a la perpetua imposibilidad física o moral. El reco-
nocimiento se mantiene con las Constituciones de 1856, 1860, 1919, y 193324.
Y la Constitución de 1979 la reitera en el inciso 1 del artículo 206, sin prever
ni exigir que se trate de una incapacidad moral permanente.
La relevancia parlamentaria de ambos caminos, la vacancia y la sus-
pensión del mandato del Presidente de la República está asociada, de modo

ga L
singular, a la competencia que la Constitución le reconoce al Congreso para

Le CIA
afectar la duración del cargo presidencial en dos aspectos. Los primeros son
como consecuencia de hechos ajenos a una evaluación del comportamiento,
conducta o desempeño del Presidente de la República. Los segundos son los
que derivan de algún tipo de deficiencia en el cumplimiento apropiado, idóneo

l
o efectivo del papel que está llamado a cumplir en su condición de más alto
ay EN
funcionario del gobierno en el Perú.
El primer aspecto se prevé como circunstancias físicamente incontras-
tables, como lo son la muerte del presidente, su permanente incapacidad física
ch ID

(que debe entenderse comprende igualmente su permanente incapacidad o


discapacidad mental), o su renuncia al cargo. El segundo aspecto se refiere a
formas de incumplimiento de estándares propios del desempeño del Presidente
Ya NF

de la República, como consecuencia de faltas o de deficiencias en el cumpli-


miento de sus responsabilidades o en su capacidad o idoneidad de desempeño, e
incluyen su permanente incapacidad moral; haber salido del territorio nacional
sin permiso del Congreso, o su no retorno dentro del plazo de la autorización
O

recibida; o su destitución como consecuencia de haber sido sancionado en un


proceso derivado del artículo 117 de la Constitución.
C

En la experiencia reciente no ha vacado el cargo de presidente por muer-


te25 ni por permanente incapacidad física o mental, y tampoco han tenido lugar
aún supuestos de acusación por faltas contra el Artículo 117; no se ha produ-


24
En la sesión del 4 de abril de 1932, el constituyente Guevara decía que (…) estos casos de
incapacidad moral tienen relación con las buenas costumbres, y entre las buenas costumbres,
con la forma como deben administrarse las rentas públicas, es decir, con la debida honradez,
con la necesaria honorabilidad, tal como deben acatarse los principios constitucionales y el
principio de las libertades (…)
25
Entre los presidentes fallecidos en ejercicio del cargo se refiere los casos de Bernardo
Monteagudo (asesinado en enero de 1825); José Balta (asesinado en julio de 1872); y
Luis Sánchez Cerro (asesinado el 30 de abril de 1933).

| 157
César Delgado-Guembes

cido una suspensión por incapacidad temporal; ni se ha exigido la aplicación


del supuesto de vacancia por incumplimiento de las condiciones en las que el
Congreso autoriza la salida del Presidente al exterior26.
En suma, de los diversos casos sólo se ha utilizado el de la vacancia por
permanente incapacidad moral, que, ciertamente, es un caso en el que el Con-
greso se aboca a la evaluación de la manera en que el Presidente de la República
cumple sus responsabilidades conforme a estándares morales o espirituales
para el desempeño digno y honorable del cargo.
Esa es, sin duda, una evaluación política, a partir de un concepto de

ga L
moralidad que la Constitución le confiere al Congreso. Por lo tanto, es una de

Le CIA
las distintas modalidades en las que el Congreso procede discrecionalmente
dentro del marco de potestades sancionatorias o punitivas, como lo tendría que
hacer en el caso del Artículo 117 de la Constitución, o si saliera del territorio

l
sin autorización parlamentaria.
Es en este sentido que el principio de que el Presidente de la República es
ay EN
políticamente irresponsable ante el parlamento se coteja con una excepción en
la que la Constitución sí prevé la posibilidad de su responsabilización. Por eso
es que el parlamento peruano sí puede destituirlo si viola los alcances del Artí-
ch ID

culo 117, si se ausenta del Perú sin autorización del Congreso, o si no retorna
dentro del plazo que el propio Congreso le señala en el permiso que le otorga.
De ahí que no pueda desconocerse que la competencia del Congreso
Ya NF

de vacar al Presidente de la República por una causal de permanente inca-


pacidad moral no se base en una simple verificación de una realidad física,
como ocurriría con la muerte o con la renuncia del titular, sino que se precisa
O

de una evaluación signos o señales notables de la conducta o del desempeño


de quien es elegido para ocupar el cargo más alto del gobierno en el Perú. Y
C

esa evaluación del desempeño, así como puede concluir en una exención de
responsabilidad, también puede legítimamente concluir en una sanción por
inconductas previstas en el Artículo 117, o en los incisos 2 y 4 del Artículo
113 de la Constitución.


26
Para un examen exhaustivo de la naturaleza y alcances del permiso del Congreso para
la salida al exterior del Presidente de la República, sugiero y remito al lector al estudio
publicado el año 1998, titulado Los viajes del Presidente, obra en la que se analiza y
documenta los más importantes casos de viajes de los presidentes de la república, en
el marco de la teoría del acto parlamentario. Se trata de un ensayo de aplicación de los
presupuestos y elementos del acto parlamentario en las exigencias constitucionales
relacionadas con el papel del Congreso y la función de los viajes presidenciales al
exterior.

158 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

El asunto constitucional y parlamentariamente relevante en la catego-


rización de los hechos o actos susceptibles de calificar como una permanente
incapacidad moral empieza con la definición sobre si basta o no con calificar
una conducta inapropiada como un caso de permanente incapacidad moral.
¿Cuándo una conducta inapropiada nos pone ante un supuesto en el que cabe
licenciar al Presidente de la República?
¿Podría, por ejemplo, la incomodidad por un caso de hosquedad, de
hurañía, de tartamudez, o de ecolalia en el comportamiento regular de un
presidente utilizarse como sustento para pedir su vacancia? ¿Cuándo es que

ga L
un presidente se entiende que no se comporta adecuadamente en el papel o

Le CIA
función que la Constitución le asigna? ¿Cuándo se estima que quien llega a
asumir la presidencia de la república no se ha adaptado a los estándares que
exigen el rol o el estatus que corresponde al más alto funcionario del Estado
y del gobierno en el Perú? ¿Qué tipo de impropiedad es válido para tramitar

l
la vacancia presidencial, si el proceso de vacancia es en sí mismo un proceso
ay EN
constitucional y parlamentaria distinto de un proceso de acusación constitu-
cional y, por lo tanto, no debe tratarse de una infracción constitucional, ni de
un delito?
ch ID

Entre los antecedentes de los casos de vacancia por incapacidad moral


que se han llevado a cabo durante el siglo XXI cabe referir la remoción que
ocurrió al inicio de la república, el año 1823, cuando “se exonera” al presidente
Ya NF

José Mariano de la Riva Agüero y Sánchez Boquete del gobierno y, en conse-


cuencia, se lo cesa en el cargo (no obstante que la Constitución de ese año no
contenía prescripción alguna sobre la materia), por lo que Riva Agüero decreta
la disolución del Congreso, luego de lo cual el Congreso lo declara reo de alta
O

traición y confirma la exoneración previamente decretada; y el segundo, en


1914, se dirigió contra Guillermo Enrique Billinghurst Angulo. Al primero por
C

negarse a trasladar la sede del gobierno a Trujillo; al segundo por pretender


disolver el Congreso y realizar una convocatoria plebiscitaria27.

En la declaración con la que el Congreso comunica la vacancia de Billinghurst decía


27

que está en la conciencia pública que este desquiciamiento y esta anarquía, este desgobier-
no y esta ruina legal y social del Perú, es el producto desventurado, pero ineludible, de una
voluntad personalista que, falta de control propio, rehacia al consejo, rebelde á la cultura é
insujeta á la ley, maltrata y daña los intereses del Estado. Y por lo tanto declaró 1˚.- Que
ha vacado la Presidencia de la República, porque don Guillermo Billinghurst, está absoluta-
mente incapacitado para continuar ejerciendo el mando que le confirió el Congreso en 1912
y en el cual cesa desde este momento; 2˚.- Que don Guillermo Billinghurst queda fuera de la
Constitución y de las leyes, conforme al precedente parlamentario de 23 de julio de 1872.
3˚.- Que las fuerzas de mar y tierra no deben obediencia á don Guillermo Billinghurst.

| 159
César Delgado-Guembes

Durante el presente siglo, poco menos que cien años después de la va-
cancia de Billinghurst, el primer caso ocurre con la vacancia del presidente
Alberto Fujimori en noviembre de 200028 y, luego de infructuosos intentos
de vacar a los presidentes Ollanta Humala29 y a Pedro Pablo Kuczynski30, el
que prosperó fue la vacancia del presidente accesitario Martín Vizcarra luego
que este sucediera a Kuczynski inmediatamente después que renunciara en
marzo de 2018.
La vacancia de Fujimori tiene lugar luego del rechazo de la renuncia
que presentó por fax desde el extranjero. Posteriormente, durante el período

ga L
2016-2021, ocurren dos intentos de vacar al presidente Kuczynski31, y otros

Le CIA
28
La crisis que precipitó la vacancia de Alberto Fujimori se detona con la divulgación
de los llamados vladivideos, en el primero de los cuales, exhibido el 16 de noviembre

l
de 2000, se registró el encuentro entre el congresista Luis Alberto Kouri Bumachar
y Vladimiro Montesinos, en el que el último de entrega 15 mil dólares al primero, a
ay EN
cambio de que se comprometa a dejar el partido con el que accedió a un escaño para
integrar el partido fujimorista en el Congreso.
29
En junio del 2004 se presentó una iniciativa popular para intentar vacar al presidente
Ollanta Humala. El 23 de Octubre del 2014 el ex asesor parlamentario del congresista
ch ID

Daniel Abugattás, Jorge Paredes, y el dirigente de la minería informal Víctor Chanduví,


presentaron en Mesa de Partes del Congreso, como cabezas visibles de un grupo de fir-
mantes, el pedido de vacancia. Este documento fue considerado improcedente y devuelto
Ya NF

a sus firmantes porque, conforme al Artículo 89-A del Reglamento del Congreso, se prevé
que los titulares de solicitudes de esa naturaleza sólo pueden serlo no menos del 20 por
ciento de congresistas, mediante Moción de Orden del Día.
30
El primer intento de vacancia contra Kuczynski se desarrolló en diciembre de 2017.
Luego de admitida la moción el debate se realiza el día 21 de diciembre y tiene como
O

resultado 79 votos a favor, 19 votos en contra, y 21 abstenciones.


El impulso respecto del segundo intento lo inicia el grupo parlamentario de Frente
C

Amplio en enero de 2018, a pocos días de haberse materializado el indulto a favor de


Alberto Fujimori. Sin embargo debido a que careció de respaldo suficiente, la promoción
de la vacancia la asume el congresista César Villanueva, de Alianza para el Progreso,
supuestamente en connivencia con el vicepresidente Martín Vizcarra, que entonces se
desempeñaba como embajador del Perú en Ottawa, Canadá.
La admisión de la moción ocurre el 15 de marzo de 2018. Antes de concretarse la sesión
para la audiencia y el debate, se difunden videos en los que se registraba el supuesto
intercambio de favores a algunos congresistas de Fuerza Popular a cambio de que no
voten a favor de la vacancia. Ante el escándalo público el presidente Kuczynski renuncia
el 22 de marzo y su renuncia es aceptada ese mismo día por el Congreso por 105 votos
a favor, 12 en contra y 3 abstenciones.
31
El primero ocurre con la Moción 4710, presentada el 15 de diciembre de 2017, por
reiterada y permanente falta de veracidad, honestidad y transparencia en relación con la
falsedad en que incurre cuando señaló no haber recibido dinero de Odebrecht, que
desmiente la información remitida a la Comisión Lava Jato por el representante de

160 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

dos contra Vizcarra32, el último de los cuales concluyó con su remoción cons-
titucional. El desenlace de la vacancia de Martín Vizcarra Cornejo ocurrió en
noviembre de 2020, por el Congreso que complementó el período constitucio-
nal del que disolvió en el marco de una cuestionable constitucionalidad gracias
a lo que él llamó la “denegación fáctica” de la cuestión de confianza planteada
por el ministro Salvador del Solar33. El período 2021-2026 inicia con el intento

dicha empresa, quien señaló los casos de depósitos efectuados a empresas vinculadas

ga L
al señor Kuczynski entre los años 2004 y 2013 (Westfield Capital Limited Inc., y First
Capital Investments).

Le CIA
El segundo tiene lugar con la Moción 5295, presentada el 8 de marzo de 2018, sobre la
misma causal, a la que añade como evidencia adicional sobre el conflicto de intereses
que exhiben los reportes periodísticos que recogen el programa Cuarto Poder (edición
de los días 21 y 28 de enero, y del 18 de febrero de 2018), el semanario Hildebrandt

l
en sus 13, y la publicación de IDL-Reporteros, del 14 de febrero de 2018 (que resalta
la modalidad del Certificado de Reconocimiento del Pago Anual por Obras como me-
ay EN
canismo de abono de dinero), además de la información que el 10 de enero de 2018
remite a la Comisión Lava Jato el Banco de Crédito del Perú. La evidencia presentada
lleva a presentar el caso de vacancia de Kuczynski como una situación de corrupción
que afecta las bases mismas del Estado, según lo indica la STC 17-2011-PI, así como
ch ID

una falta respecto del derecho a la verdad que genera responsabilidad política, admi-
nistrativa, penal y civil conforme lo presenta la STC 959-2004-HD.
32
La primera propuesta de vacancia de Vizcarra se realiza con la Moción 12090, presen-
Ya NF

tada el 10 de septiembre de 2020, en base a las contrataciones irregulares que Vizcarra


recomendó que se realizaran a través del Ministerio de Cultura a favor de Richard Javier
Cisneros Caraballido (Richard Swing), en las que se advierten irregularidades e ilícitos
penales detectados por la Contraloría General de la República, a la vez que reiterados
y permanentes actos de falsedad y de utilización del aparato estatal para obstrucción a
O

la investigación del caso Richard Swing, en los que se constata la afectación y violación
del principio de lucha contra la corrupción, el derecho a la verdad, el principio de buena
C

administración, y el principio de justicia presupuestaria.


La segunda, que culminó con la vacancia de Martín Vizcarra, se presenta con la Moción
12684, presentada el 20 de octubre de 2020. La moción enfoca la vacancia en los actos
de soborno realizados durante el período en que Vizcarra fue Gobernador regional del
departamento de Moquegua entre los años 2011 y 2014, que favorecieron al consorcio
OBRAINSA-ASTALDI.
33
Según lo anotado previamente, fueron dos los intentos de vacar a Martín Vizcarra, de
los cuales sólo el segundo alcanzó el objetivo buscado.
El primer intento ocurre con la presentación de la moción que propuso el congresista
Edgar Alarcón (el mismo congresista que, durante la presidencia de Pedro Pablo Kuczy-
nski, generó la remoción del ministro de economía Alfredo Thorne), en la que alegó la
labor de obstrucción en la investigación que llevaba a cabo la Comisión de Fiscalización
y Contraloría, ante la que se rehusó a comparecer Vizcarra. Los cargos que se decía que
existían contra Vizcarra eran los de encubrimiento real, obstrucción a la justicia, fraude
procesal, falso testimonio y organización criminal. En la sesión del 18 de septiembre

| 161
César Delgado-Guembes

de vacancia de Pedro Castillo Terrones, a propósito de un estilo de conducción


del Estado incompatible con la lógica histórica propia del puesto presidencial34.
Ligado a la remoción del Presidente de la República está la línea de
sucesión en el cargo. De acuerdo a nuestra Constitución quien reemplaza al
presidente luego de su vacancia son el primer y el segundo vicepresidentes.
Después de la vacancia de Alberto Fujimori, debieron sucederlo, en ese orden,
Francisco Tudela y Ricardo Márquez. Sin embargo, debido a la gravedad de
la crisis política, uno y otro renunciaron igualmente y no fueron quienes lo
reemplazaron en la presidencia. Por esta razón debió cumplirse la línea de su-

ga L
cesión alternativa que implicaba la sustitución por el presidente del Congreso,

Le CIA
quien debe ocupar la presidencia de la república con carácter no pleno sino
precario (puesto que el suyo no fue un mandato recibido directamente por el
pueblo sino ocasional y vicario), aunque sin menoscabo de las atribuciones y
competencias funcionales y orgánicas propias del puesto.

l
Valentín Paniagua había sido entonces elegido presidente del Congreso
ay EN
luego de la censura a la entonces presidente, Martha Hildebrandt Pérez-Trevi-
ño, razón por la cual le cupo asumir la presidencia de la república y cumplir la
ch ID

de 2020, luego de escuchar la defensa de Vizcarra, la votación resultó en 32 votos a


favor de la vacancia, 78 votos en contra, y 15 abstenciones.
Ya NF

El segundo, que culminó con la vacancia de Vizcarra, se inició con la moción presentada
por Unión por el Perú, Frente Amplio, Podemos Perú, y Acción Popular el 20 de octubre
de 2020. La moción señalaba que Vizcarra de manera reiterada y permanente ha faltado
a la verdad al país, lo cual vulnera los principios y derechos constitucionales de lucha contra
la corrupción, derecho a la verdad, buena administración y justicia presupuestaria; por lo
O

cual, deviene en una persona incapaz moralmente para representar a la Nación y dirigir
con probidad, idoneidad, veracidad, transparencia y honestidad el destino de la República
C

del Perú así como para garantizar el bienestar general de la población.


Admitida a debate la moción en la sesión del 2 de noviembre, la audiencia, debate y
votación tuvo lugar el 9 de noviembre de 2020. Votaron a favor de la vacancia 105
congresistas, 19 en contra, y 4 se abstuvieron.
34
La primera propuesta de vacancia contra Pedro Castillo Terrones se consigna en la
Moción 1222, del 25 de noviembre de 2021, en la que se recoge como argumentos el
uso ilegal de fondos públicos del gobierno regional de Junín en la campaña política 2021
de Perú Libre; la designación de altos funcionarios vinculados al terrorismo y acusados
de apología del terrorismo; el tráfico de influencias en relación con los ascensos de los
más altos mandos militares en las Fuerzas Armadas y en la SUNAT; el debilitamiento
del sistema democrático al fortalecer las relaciones con gobiernos antidemocráticos
como Venezuela y avalar la intervención de personajes extranjeros en asuntos inter-
nos; los conflictos sociales y la inestabilidad económica; la afectación de la libertad de
expresión, el maltrato a los medios de comunicación y la negativa a rendir cuentas a la
sociedad; y la permisividad en la violencia contra la mujer.

162 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

previsión constitucional que disponía su obligación de convocar de inmediato a


elecciones para generar el reemplazo del presidente. Lo cual, es preciso notarlo
y precisarlo, importa la convocatoria únicamente a elecciones para reemplazar
a quien y a quienes fueron titulares de los puestos vacantes35.
La convocatoria a elecciones no comprende la elección a representantes
a la asamblea representativa en razón a que no existe razón ni motivo para
dicho efecto, puesto que, según nuestra Constitución, sólo si el Congreso ha
sido disuelto procede su recomposición y renovación mediante un proceso
electoral. La convocatoria a elecciones que realiza el presidente del Congreso

ga L
a cargo de la presidencia de la república únicamente comprende la elección

Le CIA
de los cargos vacados pendientes de ocupación por quien el pueblo elija y
decida. En cuanto se elige al presidente por mandato popular directo quien
ocupa vicariamente el puesto cede la posición al presidente electo y retorna
al rol y funciones constitucionales para las que fue elegido en un puesto re-

l
presentativo en la asamblea.
ay EN
En el caso de la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski y de la
ulterior vacancia de Martín Vizcarra Cornejo, le correspondió al presidente
del Congreso Manuel Merino de Lama asumir la presidencia de la república
ch ID

Corresponde señalar que el suceso que protagoniza Valentín Paniagua generó la con-
35
Ya NF

vocatoria, no sólo a elecciones presidenciales, sino a la integridad de la representación


nacional.
Sin embargo, es necesario tener presente y guardar en la memoria que la decisión de
convocatoria a elecciones generales obedeció a una situación excepcional y singular
O

como lo fue la crisis total del sistema político, debido a que la revelación que mostró
la secuencia de vladivideos no permitía garantizar la legitimidad del propio sistema
representativo debido a la manipulación que ocasionó Vladimiro Montesinos con la
C

serie de transacciones gestionadas en la sala del Sistema de Inteligencia Nacional (SIN,


mediante el soborno y pago a un número importante de congresistas a quienes entregó
dinero con el objeto de que, o migraran a las filas del fujimorismo en el parlamento,
o de que votaran a favor de las propuestas en las que el fujimorismo tuviera interés.
Debido a esta particular condición histórica es que no cabe utilizar como precedente
la convocatoria que realiza Valentín Paniagua respecto de otros supuestos de vacancia.
La convocatoria a elecciones generales tuvo como justificación la crisis general del
sistema político.
Fue y se trató, por lo tanto, una decisión razonada en base a condiciones materiales
especiales distintas e irrepetibles que no tienen amparo en el régimen constitucional.
La solución que propició Valentín Paniagua se justificó en condiciones y razones cons-
titucionalmente imprevisibles y probable aunque quizá no imposiblemente irrepetibles.
En casos posteriores, por ello, no cabe invocar esta decisión como un precedente que
deba observarse ni seguirse cuando ocurra una vacancia en la que toque y corresponda
al presidente del Congreso el reemplazo del presidente de la república.

| 163
César Delgado-Guembes

como consecuencia de la renuncia que Mercedes Aráoz Fernández presentara


a la segunda vicepresidencia de la república36. Luego de la vacancia de Vizcarra
Cornejo el 9 de noviembre de 2020, en efecto, y a resultas de la renuncia de
Mercedes Aráoz vigente desde el 9 de mayo de 2020, la línea de sucesión pre-
sidencial importaba el reemplazo por Manuel Merino de Lama, en su condición
de presidente del Congreso37.
Sin embargo, la asunción de Merino de Lama a la presidencia, siendo
meridianamente constitucional, no fue pacífica, porque su mandato fue objeto
de protestas sociales causadas, principalmente, por quienes apoyaban a Martín

ga L
Vizcarra, por un lado, así como por quienes cuestionaban su papel protagónico

Le CIA
en la vacancia de su predecesor. Los disturbios y protestas generaron niveles
altos e intensos de descontento suficientemente notorios como para generar
un clima de ilegitimación de su mandato38.

l
ay EN
36
La renuncia se presentó el 1 de octubre de 2019 y fue aceptada oficialmente por el
Congreso mediante la Resolución Legislativa del Congreso 3-2020-2021-CR, publicada
en el diario oficial El Peruano el 8 de mayo de 2020.
37
Si bien la asunción del cargo por Manuel Merino de Lama, en su calidad de Presidente del
ch ID

Congreso, fue formalmente inobjetable y válida, fue el ambiente de crispación popular


contrario al Congreso el factor que enardeció una parte de la opinión pública con alto
nivel de activismo político la que debilitó la legitimidad del proceso de sucesión.
Ya NF

Precisamente por la sucesión de protestas colectivas que trataron de ser controladas


por la policía nacional ocurrió el fallecimiento de dos jóvenes en circunstancias poco
claras. Las muertes detonaron la agudización de la crispación y de la contrariedad de la
opinión pública de forma que hacía difícil que Merino de Lama se mantuviera en el cargo.
O

Lo que no puede dejar de indicarse, sin embargo, es que el enardecimiento colectivo


no dejó de estar afectado por la población que respaldó la permanencia de Martín
Vizcarra en la presidencia, y estuvo frontalmente en contra de su vacancia. A su vez el
C

respaldo a Vizcarra fue provocado por él mismo como instrumento para neutralizar la
ausencia de respaldo institucional de la que adolecía Vizcarra en el Congreso, y que,
obviamente, lo llevó a producir y construir la segunda “denegación fáctica” en la que
se amparó para disolver el Congreso el 30 de septiembre de 2019.
38
De acuerdo a la encuesta de opinión pública llevada a cabo por Ipsos Apoyo, el 72 por
ciento de la población estaba disconforme con la asunción de Merino en la presidencia
de la república, y el 79 por ciento respaldaba a Vizcarra para que continuara en el cargo
no obstante la vacancia decretada por el Congreso. Datos estos de no escasa relevancia
para explicar que la protesta en las calles no significó sólo una eventual disconformidad
con que Manuel Merino de Lama ocupara la presidencia de la república, sino, igualmente,
que Manuel Merino de Lama era el símbolo de la vacancia de quien sostuvo su mandato
no gracias al respaldo institucional del Congreso sino a expensas de éste, y a base del
discurso populista con el que obtuvo apoyo en la calle precisamente porque careció
de mayorías parlamentarias que favorecieran su posición. Prueba de esto último fue
que luego de la disolución del Congreso que protagonizó el 30 de septiembre de 2019

164 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

El clima políticamente adverso llevó a Merino de Lama a renunciar a la


presidencia de la república y, en consecuencia, también a la presidencia del
Congreso39, motivo por el cual, como consecuencia de las elecciones de Mesa
Directiva llevadas a cabo en el Congreso es elegido presidente del Congreso
Francisco Sagasti, del Partido Morado, a quien correspondió reemplazar a Me-
rino de Lama conforme a la línea de sucesión prevista en la Constitución. A su
turno, el Congreso quedó a cargo de la primera vicepresidencia, cuyo titular
era la congresista Mirtha Vásquez Chuquilín, representante de Cajamarca, por
el Frente Amplio.

ga L
La finalidad inmediata de la vacancia es prescindir de la persona que ocu-

Le CIA
pa el más alto cargo en el gobierno nacional a la que se le imputan características
personales que generan indignidad. La conclusión prematura del mandato

l
las elecciones parlamentarias no le permitieron contar con agrupación política en el
Congreso que respaldara sus políticas y acción pública.
ay EN
Los hechos mencionados permiten notar que la disolución del Congreso fue una decisión
ciega y, además, destructiva y suicida, porque su uso racional prevé que quien disuelve
cuenta con mínimos grados de certidumbre de que, como consecuencia de las nuevas
elecciones, el nuevo parlamento le resulte de apoyo a quien disuelve.
ch ID

La decisión de Martín Vizcarra, por esta razón, no fue sólo de cuestionable constituciona-
lidad sino, además, una decisión políticamente ineficaz y torpemente contraproducente,
en un marco en el que su populismo condujo a la adopción de medidas altamente
Ya NF

lesivas al desempeño del régimen político y representativo como fue la eliminación


de la inmunidad parlamentaria, la irreelegibilidad de los congresistas y el rechazo a la
bicameralidad en el referéndum de diciembre de 2018.
39
El clima generalizado de disconformidad popular que ocasionó la vacancia de Martín
O

Vizcarra definió la decisión de los integrantes de la Mesa Directiva presidida por Manuel
Merino de Lama, quienes igualmente renunciaron a sus puestos para dar lugar a una
recomposición de la Mesa Directiva que hiciera viable la gobernabilidad del país de
C

manera que quien ocupara la presidencia de la república no fuera objeto de malestar


popular y que, además, contara con niveles indispensables de apoyo en el Congreso.
Decisiones de esta naturaleza son manifestación del peso que puede tener en la acción
representativa la voz popular, puesto que lo contrario habría supuesto la afirmación
de la legalidad en el mandato de Manuel Merino de Lama, en un clima de violencia
colectiva y popular.
Independientemente de lo que pueda explicar la protesta en las calles, promovida y
favorecida como lo fue por el populismo presidencial, y un clima no precisamente
desfavorable apoyado por buena parte de los medios de comunicación que acogía el
discurso de Martín Vizcarra, el insuficiente apoyo colectivo a la mayoría del Congreso
que había generado la presidencia de Manuel Merino de Lama sólo habría causado más
descontento, más ilegitimidad, más disturbios y la ausencia generalizada de paz social.
Es en este sentido que la legalidad cedió paso a la gobernabilidad, más allá de la razón
que le asistía al Congreso en la vacancia, y a Manuel Merino de Lama para asumir la
presidencia de la república.

| 165
César Delgado-Guembes

presidencial es una modalidad que guarda sintonía con otros casos similares
en el ordenamiento constitucional peruano40. La Constitución, en efecto, pre-
vé supuestos de término anticipado en el desempeño de altos cargos públicos
como consecuencia de faltas graves en quien los ocupa. El carácter abierto de
la causal de vacancia permite medidas correctivas ciertamente drásticas, las
mismas que no pueden ser ocasionales ni arbitrarias, sino resultado de una
convicción basada en hechos cuya ocurrencia configure modos inaceptables,
impropios o indignos en la conducción de las funciones constitucionales de
los más altos cargos públicos.

ga L
La vacancia presidencial por permanente incapacidad moral, en este

Le CIA
sentido, es un proceso parlamentario con una identidad propia, cuyo perfil y
naturaleza debe distinguirse, y no cabe confundir, con el proceso de acusación
constitucional, cuyas materias difieren en contenido, no obstante que puedan,
eventualmente, concluir en resultados similares41. En efecto, una posibilidad

l
de enjuiciamiento contra el Presidente de la República es su destitución en un
ay EN
juicio político por infracción de la Constitución.
ch ID
Ya NF


40
La aplicación de la vacancia por permanente incapacidad moral es un supuesto consti-
tucional sistemáticamente afín a otros casos de preclusión del mandato de otros altos
funcionarios, sobre cuya evaluación se reconoce la competencia sancionatoria del
O

Congreso. Entre ellos la de los miembros de la Junta Nacional de Justicia (antes Consejo
Nacional de la Magistratura), el Contralor General de la República, el Superintendente
C

de Banca y Seguros, los directores del Banco Central de Reserva, y el Defensor del
Pueblo.
41
No cabe fusionar ni confundir los procesos de vacancia con el de destitución por in-
fracción de la Constitución.
La confusión se genera a partir del supuesto de que lo que debe entenderse por
permanente incapacidad moral es la incapacidad «mental». Esto es, una condición
neurológicamente patológica que impida el desempeño normal de las funciones del
Presidente de la República. Este tipo de incapacidad, sin embargo, tiene carácter
médico; se trata de una deficiencia corporal, o física, porque no tiene relación con la
voluntad ni con el juicio de una persona físicamente apta para realizar normalmente
una actividad profesional o técnica.
La incapacidad moral se refiere a una deficiencia no neurológica ni propiamente mental
sino a un impedimento para asumir o continuar con la conducción del país por adolecer
de deficiencias de juicio moral, o actos de moralidad opuestos a estándares de conducta
comúnmente admisibles en quien ostenta el más alto cargo en el gobierno del país.

166 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

Cuadro N° 7
Factores De Diferenciación Entre La Vacancia
Y La Acusación Constitucional
CRITERIOS VACANCIA JUICIO POLÍTICO ANTEJUICIO POLÍTICO

Oportunidad Mientras está Durante el período Durante el período


vigente el perío- presidencial sólo por presidencial sólo por
do del mandato causales del Artículo causales del Artículo
presidencial 117. 117.

ga L
Vencido el período y Vencido el período y
hasta 5 años después, hasta 5 años después,

Le CIA
por infracción de la por delito en el ejerci-
Constitución cio de la función
Causal Comportamiento Durante su mandato, Durante su mandato,
que el Congreso el Presidente de la el Presidente de la

l
califique como Republica es impu- Republica es imput-
ay EN
éticamente table por la comisión able por la comisión
impropio de la de faltas indicadas de faltas indicadas en
posición presi- en el el Artículo 117.
dencial, según Artículo 117. Después de su man-
parámetros de Después de su man- dato y hasta 5 años
ch ID

la ética y de la dato y hasta 5 años después, por delito


axiología consti- después, por infrac- en el ejercicio de la
tucional ción de la Consti- función
Ya NF

tución
Titular de la Congresistas Congresistas Congresistas
acción (20% del número Fiscal de la Nación Fiscal de la Nación
legal = 26)
O

Particular agraviado Particular agraviado


por la infracción por delito en ejercicio
de la función
C

Parámetros de Necesidad incon- Calificación rigurosa Elementos de convic-


evaluación fundible e inapla- de las faltas en inter- ción suficientes para
zable de remoción pretación estricta del la aplicación del delito
por evidencia de Artículo 117, o de la penal cometido.
conducta indigna infracción del valor
y reprobable del o de la regla consti-
Presidente de la tucional vulnerada.
República frente a
la que no cabe al-
ternativa más efi-
ciente para com-
pensar el peligro
de mantenerlo en
el cargo

| 167
César Delgado-Guembes

Consecuencias Vacancia del Destitución, suspen- Fiscal Supremo acusa


de la aproba- Presidente de la sión o inhabilitación ante la Corte Suprema
ción República del Presidente de la al Presidente.
Asunción de la República{ El Presidente queda
presidencia por La destitución activa suspendido de oficio
vicepresidentes el proceso sucesorio en el ejercicio de sus
o por Presidente con los vicepresi- funciones.
del Congreso dentes. La suspensión del
Si asume el Pres- Por renuncia de Presidente activa la
idente del Con- los vicepresidentes línea de sucesión y
greso, convoca a asume un vicepresi-

ga L
asume el Presidente
elecciones presi- del Congreso y con- dente
denciales

Le CIA
voca a elecciones
presidenciales
Elaboración: propia

l
ay EN
La vacancia por permanente incapacidad moral no tiene por materia una
infracción constitucional, sino una severa deficiencia o de juicio o de compor-
tamiento moral, que causa indignidad o grave reproche sobre la idoneidad o
desempeño del Presidente de la República. La vacancia presidencial, en este
ch ID

sentido, es una forma de conclusión anticipada o prematura del mandato, que


no resulta de una acusación constitucional, sino de un proceso de evaluación
de la capacidad moral del Presidente de la República que realiza el parlamen-
Ya NF

to, con estándares distintos a los que prevé la Constitución en un proceso de


juicio político42.
O


42
La proposición de vacancia que se inicia en el Parlamento puede derivarse de evidencia
C

masiva, certera, intensa o flagrante respecto de su inidoneidad moralmente funcional


para mantenerse en el cargo, o puede derivarse de un proceso parlamentario previo
en el que, luego de la obtención de información y datos indispensables, se consiguen
elementos suficientemente convincentes para descalificar moralmente la conducta o
juicio del Presidente de la República.
La última de las opciones tiene lugar cuando se opta por encargar la tarea de obten-
ción de evidencia o de indicios probatorios a una comisión investigadora. Como se ha
referido previamente, la labor funcional de las comisiones investigadoras no tienen
carácter ni acusatorio ni sancionatorio y, a pesar de que las conclusiones que apruebe
el Pleno carecen de carácter vinculante a nivel jurisdiccional, esas mismas conclusiones
sí cuentan con validez suficiente para generar un proceso ulteriormente sancionatorio
como lo es el proceso de vacancia presidencial por cualquiera de las causales previstas
en los incisos 2, 4 o 5 del Artículo 113 de la Constitución.
El prlamento, en consecuencia, sí puede sancionar al Presidente de la República con su
destitución durante su mandato, tanto por aplicación de los supuestos que establece el

168 |
La suspensión temporal y las causales de remoción presidencial

Quien califica la indignidad es el órgano democráticamente más califi-


cado por la naturaleza plural de su composición representativa. De ahí que se
asuma que quien prescinda al presidente de la república del cargo es la instan-
cia axiológicamente más alta del espectro político en el Estado. La previsión
de que sea la asamblea de representantes la instancia calificada para vacar al
presidente de la república es un supuesto inherente al carácter democrático
de nuestro régimen político.
La asamblea, en su condición de órgano representativo de la voluntad
popular, es la agencia responsable de calificar la gravedad de la falta e idonei-

ga L
dad del jefe del Estado y del gobierno por impropiedad moral en el ejercicio y

Le CIA
desempeño de sus funciones. En este sentido, del vínculo que tenga el Congreso
con el sentimiento popular, y de su capacidad para interpretar correctamente
la moralidad colectiva, dependerá el acierto de la decisión de vacar o de no
vacar al presidente de la república.

l
La diligencia y cuidado indispensable que le corresponde prestar al
ay EN
Congreso es que su decisión esté exenta de animosidad basada en la lógica
adversarial con el contrincante político, y que, además, los hechos cuya rele-
vancia le sirven para calificar la incapacidad moral no sean objeto de conjetura
ch ID

sino que puedan verificarse con hechos o evidencia incontrastable como faltas
moralmente reprobables, privadas de toda pulcritud, e indignas de quien tiene
la responsabilidad de dirigir el país y de asegurar de modo ejemplar el bienestar
Ya NF

general de la república.
O
C

Artículo 117 de la Constitución, como por los supuestos que conducen a su remoción
señalados en los incisos 2, 4 o 5 del Artículo 113. Las comisiones investigadoras, como
se ve, pueden tener un papel decisivo en la preparación de un caso sancionatorio, no
obstante carecer de naturaleza acusatoria o sancionatoria en el ejercicio o desempeño
de su tarea de control político.

| 169
C
O
Ya NF
ch ID
ay EN
Le CIA
ga L
l
Capítulo VI
La destitución por incapacidad moral

ga L
Le CIA
l
ay EN
Q uienes guardan reserva y se oponen a la existencia de la causal de vacancia
por permanente incapacidad moral afirman que se trata de una categoría
que genera espacios de abuso potencial contra el jefe de Estado, por quien la
Constitución reconoce como el titular de la remoción o destitución presiden-
ch ID

cial. Añaden que lo que quiera que se calificara como “incapacidad moral”
dependerá del capricho y de la subjetividad de quienes deban formarse un
Ya NF

juicio sobre la conducta del Presidente de la República. Este es el argumento


de mayor peso contra el reconocimiento constitucional y la subsistencia de
esta categoría en el ordenamiento normativo nacional.
O

1 ENTRE EL ESCEPTICISMO Y EL DOGMATISMO


C

La premisa en que suele sustentarse esa reserva y oposición es la in-


seguridad que causa el amplio margen de ambivalencia o incertidumbre el
espacio relativo a la ética o a la moral pública. En la vida moderna el espacio
de la ética y de la moral se considera parte de la esfera privada del individuo.
En consecuencia, si la ética y la moral se encuentran y son el dominio privado
del individuo, los contenidos éticos y morales son tan relativos como puede
serlo el gusto estético, y habrá tantas reglas éticas o morales como individuos
han poblado la tierra, la pueblan hoy y la seguirán poblando hasta que el ser
humano haya sido expulsado del planeta, hasta que exista el destino hacia el
que el ser humano haya asumido como nuevo territorio de sobrevivencia o,
simplemente, hasta que la tierra se destruya y deje de existir.

| 171
César Delgado-Guembes

Colateral a esta primera premisa, y como complemento indiscernible de


ella, se asocia la creencia y predominio de una epistemología que le adjudica
valor especial a la observación objetiva de la realidad según los patrones de la
ciencia positiva. El desarrollo de la ciencia se basa, en efecto, en la observa-
ción empírica de la realidad. Para que un dato sea válido en las transacciones
humanas ese dato debe haber sido empíricamente observable, y observado.
La subjetividad, por contraste, es objeto de una apreciación o interpretación
particular, y la dimensión intersubjetiva, en la que pudiera existir acuerdo o
consenso entre los sujetos que convienen en una convicción o creencia, también

ga L
forma parte del universo de un grado de discrecionalidad que, comparativamen-
te a lo que ocurre con el conocimiento científico, es parte de la artificialidad y

Le CIA
de la arbitrariedad. Artificialidad y arbitrariedad, porque depende de un dato
externo o ajeno a la percepción objetivamente verificable y, por lo tanto, se
basa en la estimación, apreciación o en el criterio de los sujetos que afirman

l
la certeza de la ocurrencia de un hecho, fenómeno, suceso, acontecimiento o
ay EN
juicio sobre algo.
La vida en comunidad puede regirse en algunos casos por la lógica, la
epistemología y la axiología propia del conocimiento objetivo, empírico y
científico. Pero existen ámbitos de índole predominantemente cultural en los
ch ID

que la convivencia se rige por estándares colectivos compartidos que se fun-


dan en convicciones que no son empíricamente observables, respecto de los
Ya NF

cuales lo objetivo no se define como un dato empírico, sino como un conjunto


de certezas intersubjetivamente asumidas como válidas en un grupo o en un
colectivo determinado. Las convicciones de índole cultural no dejan, sin em-
bargo, de estar afectadas por la plasticidad y la ambivalencia que es propia de
O

una convicción que, no obstante ser compartida por un número determinado de


sujetos, no deja de carecer de los grados, magnitud o intensidad en los niveles
C

de certeza que son propios del conocimiento científico.


La incomodidad o la discrepancia con la inclusión de una claraboya hacia
la ambivalencia, la incertidumbre, la plasticidad o la ambigüedad de las vivencias
y convicciones culturales, expone abiertamente la cuestión de la opción ese otro
tipo de objetividad que no se apoya en las convicciones intersubjetivamente
compartidas sino en la observación empírica de fenómenos de la realidad y
expone además las inconveniencias de dejar la calificación de los hechos al
libre criterio del sujeto que se sitúa frente a esos mismos hechos. Esa claraboya,
sin embargo, es parte ineludible no solamente de la experiencia humana, sino
que, por ello mismo, es la única dimensión en que opera la vivencia política y
cultural, de la cual es parte también la reflexión y los actos éticos o morales.

172 |
La destitución por incapacidad moral

La ética y la moralidad no es precisamente un rasgo o aspecto científicamente


verificable en la experiencia humana, sino que, contrariamente, arraiga en
nociones comúnmente compartidas y razonadas por la colectividad social.
En el plano de la disciplina jurídica, por ello mismo, esa es la precisa
razón que explica y por la cual se pide al legislador que reduzca donde pueda
el ámbito de la discrecionalidad fijando tanta regla como la cobertura de los
hechos permita eludir el uso del libre criterio del sujeto que haya de calificar
si la realidad coincide o no coincide con los supuestos que el texto abierto de
un vacío o de una laguna legal pone delante de la sociedad que se debe regir

ga L
por una norma. La preferencia por la objetividad y la incomodidad con lo que

Le CIA
se describe como la subjetividad es una de las tantas demostraciones que da
fehaciente cuenta de la sospecha que la realidad instala en el espíritu humano
sobre la maldad de nuestra especie. Dudamos del sujeto porque hemos co-
nocido en carne propia o en carne ajena los malos usos de la voluntad y del

l
criterio humano.
ay EN
Porque la sociedad duda de la corrección del uso del criterio y de la
voluntad se pretende y aspira a cerrarle el paso a la tentación para evitar el
mal, inadecuado, impropio o indebido uso del poder. Por eso surge el mandato
ch ID

imposible de que el derecho regule cuanto hecho nuevo aparece en el aconte-


cer humano, así como la igualmente indecible condena de que el número de
las leyes aumente irrefrenablemente, que es consecuencia de la idealización
Ya NF

de la objetividad a la vez que de la desconfianza si no además del desprecio


encubierto, por el sujeto que juzga o que califica los hechos que la realidad
pone ante su criterio, consciencia, voluntad, razón o juicio.
O

El escepticismo visceral y radical en la capacidad humana de hacer el


bien y de contar con la libertad, la disposición, la actitud y la destreza moral
C

necesaria para llegar y decir la verdad se interpone en la naturaleza tanto del


derecho como de la construcción de una comunidad de hombres capaces de
afirmar y de hacer el bien y de evitar, de rechazar y de sustraerse del mal. Es
ese escepticismo el que se resiste a la proclamación de valores, de metas, de
principios, de políticas, de objetivos, de tareas o de funciones en los textos
normativos porque ve en ellos el riesgo al mal uso del poder, del propio y
del ajeno. Al escepticismo que mora en el alma humana le cuesta creer en la
capacidad humana para elegir y para hacer el bien. La sociedad asimila, hace
suyo y condona el escepticismo y, a la vez, paralelamente, es indulgente con
la duda y con la sospecha de nuestra fragilidad. Esa misma sociedad ajusta y
ciñe por eso la razón y la voluntad humanas con candados que cierran y que
limitan las mismas puertas de nuestra libertad para evitar y para obviar el mal.

| 173
César Delgado-Guembes

La raíz de la crítica a la posibilidad de que sea el Congreso el titular de la


función y de la competencia para calificar la incapacidad moral del Presidente
de la República arraiga en el escepticismo fundamental, primario o básico, de
la ética o de la moral, pero se fortalece en la insuficiencia de las convicciones
sobre la calidad de nuestro régimen representativo. Vale decir que, si ya es en
sí mismo complicado admitir la validez de verdades éticas, políticas, morales
o culturales, a esa dificultad se suman los agudos e intensos niveles de insatis-
facción general por el desempeño de quienes operan el régimen representativo
en nuestra forma de gobierno y en nuestro régimen político en general.

ga L
Porque se descalifica a quienes en nuestro nombre, por nuestra cuenta y

Le CIA
en nuestro interés deben ejercer nuestra representación política en el Estado
se propone la reducción y eliminación de esas competencias con las que, así
como pueden discernir con sesgo cuándo el Presidente de la República es mo-
ralmente incapaz, pueden igualmente determinar cuándo un alto funcionario

l
comete infracción de la Constitución. En realidad no se afirma que el hombre
ay EN
sea más malo que bueno, que los actos humanos sean más incorrectos que
correctos, ni que el hombre prefiera antes la simulación o la negación de la
verdad que su afirmación. Se afirma que el margen de discrecionalidad es, en
principio, peligrosa. Y el peligro consiste en el producto o el resultado que se
ch ID

derive de la gestión del sujeto que tiene a su cargo la calificación de la conducta


del Presidente de la República.
Ya NF

Como puede deducirse de la descripción de la naturaleza del escepticis-


mo dominante en la naturaleza humana, la premisa base en esa convicción es
la creencia en la irresistibilidad universal frente al mal y a la debilidad general
del hombre para preferir lo correcto o el bien. Esa es la teoría general que
O

preside y que dirige a quienes huyen de la ilimitada dimensión que tiene la


afirmación de valores, de principios, de visiones, de objetivos, o de metas en la
C

gestión de las tareas sociales o estatales. El escepticismo se expande a partir de


la derrota original en la empresa de afirmación ética de la condición humana.
El ser humano se pone a prueba ante los imperativos éticos de su existencia
cuando niega el espacio para elegir entre el bien y el mal, y ajocha y ataja las
oportunidades de operar en un marco generoso de libertad. El escepticismo
es una forma de asedio contrario a esa libertad y le rehúsa al ser humano la
oportunidad de elegir a su solo albedrío cómo afirmar el sentido de su vida y
de su destino.
En fin de cuentas el escepticismo niega la responsabilidad y la confianza
con la que toda convivencia política debe afirmar su desarrollo y su porvenir.
Son precisamente la responsabilidad y la confianza sobre las que se construyen

174 |
La destitución por incapacidad moral

sociedades y hombres política y éticamente sanos. Sin márgenes para el ejer-


cicio trascendental de la responsabilidad y para la afirmación de la confianza,
por encima de la coacción, de la aprensión y de la malicia las posibilidades
de desarrollo en libertad ceden espacios al miedo y a la reproducción de la
sospecha, del recelo y de la incredulidad en nuestra naturaleza.
Sin embargo, en la arena contraria de los argumentos que se ventilan en
relación con la excepción de permanente incapacidad moral calificada por el
Congreso respecto de la indemnidad o inviolabilidad presidencial, es posible
advertir la posición que quienes, a partir de la rigidez de una interpretación

ga L
ciega o estrecha del texto constitucional, sin y mayor elaboración de argumentos

Le CIA
que contradigan el temperamento escéptico, se cierran en la posibilidad de
que, independientemente de cualquier explicación o fundamento, basta que
los votos requeridos se alcancen para que esa decisión, tomada por quienes
ejercitan el poder como representantes inconfundiblemente elegidos por la

l
voluntad popular en comicios electorales, baste para acordar y sancionar al
ay EN
Presidente de la República con su vacancia, sin tener en consideración factores
que cuestionen la precipitación o la sumariedad de la determinación que el
Congreso pueda adoptar.
ch ID

Argumentos de índole eminentemente adjetiva y procesal como los


reseñados encubren modalidades poco disimulables de intransigencia, y de
inflexibilidad. Signos también de la irreflexibilidad y del dogmatismo.
Ya NF

Los extremos comparten una característica común, como lo es la radi-


calidad y el desencuentro. La incapacidad de producir acuerdos a partir de
razones y argumentos que integren los excesos y la exageración de las posi-
O

ciones en disputa. El dogmatismo afirma que la representación en el Congreso


tiene propiedades epistémicas y deontológicas independientes de la idoneidad
C

del vínculo que sus actos tengan con el sentido de la voluntad popular que
representan. Para quienes optan por una posición dura sobre las atribuciones
constitucionales del Congreso las decisiones que éste toma hacen abstracción
de la racionalidad y de la relación que aquéllas tengan con la justicia, con
el bien común y, en general, con nociones y estándares comunitarios de
ética pública.
El dogmatismo representativo idealiza la hipóstasis de la ficción y priva
de humanidad la acción del parlamento como si sus operadores se condujeran
como parte de una maquinaria lógicamente tautológica. El dogmatismo, en
este sentido, queda privado de sustancia material, hace de la representación
un mero formalismo y niega la posibilidad del yerro. Las decisiones que toma
el parlamento se presumen política y éticamente correctas por el solo hecho

| 175
César Delgado-Guembes

de que quienes representan al pueblo tienen un mandato matemática e infali-


blemente próximo al que la divinidad tiene en el gobierno celestial.
El aislacionismo y la desconexión de la representación con la realidad
que representan es una idealización totalmente contraria a la naturaleza del
mandato político y conduce a la perversión del sentido democrático. Este tipo
de enfoque es incoherente con las bases republicanas del régimen político pero,
sin embargo, no es una manifestación infrecuente entre quienes ocupan un
escaño en el parlamento. Es por tipos de actitudes como las que defiende con
dogmatismo el decisionismo parlamentario que el desafecto envuelve la falta de

ga L
aprecio popular por el juicio de quienes elige para que representen al pueblo.

Le CIA
La disociación, escisión y autonomización de la representación respecto de
quienes representa niegan la necesaria colaboración y vínculo que debe existir
entre la sociedad y el Estado.

l
Entre el escepticismo y el dogmatismo existe un término medio en el
que, sin llegar a la exacerbación de la suspicacia que conduce a desconfianza
ay EN
primordial en el espíritu humano, ni a la autocracia representativa que deriva
en el ostracismo corporativo, el Presidente de la República no asuma ni con-
funda su indemnidad con las impunidades del absolutismo, y que el Congreso
ch ID

no quede exento de límites en el ejercicio de la discreción con la que puede


monitorear, evaluar y descalificar la actuación ética del jefe de Estado. Entre
uno y otro extremos debe preverse la necesaria colaboración, que es parte de
Ya NF

la identidad y de la continuidad histórica de nuestro constitucionalismo, entre


quienes introdujeron la prerrogativa de la indemnidad así como la competencia
parlamentaria para destituir, remover o vacar a quien por indignidad ética no
debe continuar en el ejercicio del cargo presidencial hasta la conclusión del
O

período por el que fue elegido.


C

Asumir en toda su radicalidad la tesis del escepticismo ético, con base


en el relativismo moral de la subjetividad, y en la idealización de la objetivi-
dad empírica del método científico como criterio univalente de verdad, no
parece bastar como criterio de orden en la convivencia colectiva. La sociedad
no puede depender estrictamente en sus asuntos cotidianos de la objetividad
ni de la observación empírica de la realidad para llevar adelante niveles ele-
mentales de convivencia. Aplicar restrictivamente esa epistemología a la vida
de interacción en la comunidad haría de la nuestra una sociedad, o inmóvil, o
inviable o, en el peor de los casos, en una sociedad dominada por el criterio
subjetivo de quienes en nombre de la ciencia disputen el poder a partir de la
parcialidad de la información que resalten en sus argumentos.

176 |
La destitución por incapacidad moral

En buena cuenta la subjetividad es imprescindible en toda relación de


convivencia colectiva. En la vida política hay criterios centrales que, sin base
científica, empírica ni objetiva suficiente, forman parte del acervo común de
convicciones compartidas. Entre ese tipo de acuerdos intersubjetivos pacífica
y universalmente aceptados sin mayor disputa, uno de los más importantes,
por ejemplo, es la opción por la democracia, y la relevancia del respeto a los
derechos humanos, que forma parte del acervo, cuando menos de occidente,
desde los inicios de la modernidad. Sería cuestionable, en este sentido, que
para justificar el reconocimiento de un Estado democrático como preferible

ga L
a otro autocrático hubiera de recurrirse a la investigación y a la evidencia
objetiva, empírica y científica antes de poder integrar ese modelo en el texto

Le CIA
constitucional. Las Constituciones, por eso, son documentos en los que se
compendia el conjunto de convicciones comunes de la comunidad, según
lo definan quienes la comunidad designa como sus representantes en una

l
asamblea. Las convicciones no son declaraciones basadas en la ciencia sino
ay EN
en criterios de convivencia comúnmente compartidos. Y ese es el espacio de
la ética y de la moralidad pública que califica como más deseable un tipo de
Estado y de sociedad sobre otros.
Comprender, examinar y analizar esta especial y singularísima capa-
ch ID

cidad históricamente asignada y reconocida al Congreso para convertirse en


árbitro de la ética pública en general, y de la moralidad con que se conduce el
Ya NF

Presidente de la República en particular, define el tipo de sociedad que somos


y en que nos queremos convertir. No puede haber acto parlamentario que no
se ejercite bajo la norma de la responsabilidad. El parlamento rinde cuentas
a quienes representa según la corrección del uso de las funciones, capacida-
O

des, atribuciones y facultades que la Constitución le confiere y reconoce. Sus


irresponsabilidades reciben el descrédito colectivo, pero sin la opción para el
C

ejercicio y el desempeño responsable de sus tareas el parlamento es privado


de la obligación moral de responder políticamente ante la historia y ante la
comunidad política.

2. LA COMPETENCIA DEL CONGRESO COMO ÓRGANO DE


MONITOREO DE LA ÉTICA CONSTITUCIONAL
¿De dónde nace y emerge esa peculiar responsabilidad de erigirse en
juez de la ética pública en general, y de la conducta moral del Presidente de la
República en especial? La respuesta la encontramos en nuestra propia historia.
La facultad de vacar al Presidente de la República no se le atribuye al Congreso

| 177
César Delgado-Guembes

ni hoy ni ayer, sino que es una facultad que han mantenido nuestras normas
de convivencia colectiva casi dos siglos.
El reconocimiento de la potestad de vacar al Presidente de la República
no es una prerrogativa que haya usurpado el Congreso del período 2016-2021,
ni del 2021 al 2026. Se trata, contrariamente, de una facultad que ha sido his-
tóricamente mantenida cuando menos desde su reconocimiento formal en la
Constitución de 1839, sin que haya otra Ley Fundamental que la haya omitido,
y ello a pesar de la disputa de reciente data que pretende vaciar de contenido el
carácter ético de la responsabilidad parlamentaria para cederle esa atribución a

ga L
una junta de psiquiatras que, supuestamente, tendrían mayor objetividad para

Le CIA
establecer la capacidad mental del Presidente de la República para cumplir
idóneamente con las tareas que la Constitución le encarga.
Es porque existe y ha existido una convicción colectiva e históricamen-

l
te compartida entre quienes nos precedieron, que no debiera existir lugar a
sospecha sobre la capacidad del Congreso para usar tan responsablemente de
ay EN
esa atribución como para legitimar su acción con la confianza que la sociedad
deposita en quienes la representan.
Es la tradición política y constitucional en la que se renueva período
ch ID

tras período una facultad de quienes representan la voluntad popular, que


se afirma la vocación del Perú por el régimen de democracia representativa.
Porque creemos que tiene algún valor el tipo representativo de nuestra de-
Ya NF

mocracia que se consigna en nuestras Constituciones una facultad éticamente


trascendente para contar con los gobernantes que nos merezcamos. Más allá
del gusto o del interés político a favor o en contra de un Presidente, o de un
O

Congreso de la República, es la confianza en un régimen la que nos mantiene


el imperativo ético de preservar los estándares de desempeño moral en el
C

ejercicio del poder político.


Reconocer la facultad de vacar al Presidente de la República por inca-
pacidad moral es una forma de quedar a la altura de quienes nos precedieron
en el reconocimiento de esa misma facultad en el pasado respecto de nuestros
jefes de Estado. Privarnos de ella merma las capacidades que nos reconocemos
para actuar responsablemente en la afirmación de nuestro porvenir político.
El supuesto de la vacancia del Presidente de la República reconoce la
posibilidad de que el jefe de Estado no concluya su mandato durante el perío-
do para el que fue elegido. Más allá del mal uso retórico o sofístico que pueda
dársele en relación con ataques al adversario político, por sí misma la vacancia
no es una alternativa contraria ni al orden democrático, ni a la democracia,
ni quienes la postulan tienen la condición de golpistas ni de antidemócratas.

178 |
La destitución por incapacidad moral

Por el contrario, la previsión de su existencia permite contar con herramien-


tas estrictamente necesarias para la preservación del régimen político, de su
naturaleza, de sus ventajas, y de sus garantías, cuando por razones que sólo
la fortuna conoce el Perú queda en manos de quien mayor es el daño que el
beneficio y bienestar que le genera y proporciona a la república con su gestión
y con lo malhadado de sus actos.
No es constitucionalmente necesario que el jefe de Estado se mantenga en
el cargo. La estructura institucional que recoge la Constitución tiene previsiones
para atender las fallas humanas que ocasionen el reemplazo de un ciudadano

ga L
por otro dentro de nuestro régimen de gobierno. Existe la posibilidad de que

Le CIA
sea removido antes de que su mandato concluya o termine. En principio no
cabe duda alguna que esa remoción le es otorgada literalmente por la Consti-
tución como facultad al Congreso de la República. La pretensión ni el ejercicio
de esa facultad son en sí mismas amenaza alguna contra los principios de la

l
vida republicana, a menos que el titular de aquélla distorsione su finalidad y
ay EN
desvíe su función según una lógica política y constitucionalmente insana. La
injusticia es constitucionalmente intolerable y proscribible.
La Constitución es tanto un texto normativo de orden legal, como un
ch ID

cuerpo normativo de ética pública. La corrección en una interpretación cons-


titucional, de modo que evite el riesgo de la arbitrariedad o subjetividad, es la
cadena argumentativa que sugiere, o que ofrece, para persuadir al grupo o a la
Ya NF

comunidad en la que se aplica, de modo que el grado de convicción deliberativa


alcance niveles significativos de consenso colectivo.
Si la Constitución es más que «reglas para, y cómo, resolver» modos de
O

convivencia, la Constitución contiene también reglas respecto a «quién las de-


fine, decide y aprueba». Las reglas sobre reglas, sin embargo, se complementan
C

con referencias que trascienden a la naturaleza de las reglas en sentido estricto.


Esas referencias son la alusión a principios o a valores con los que se llena el
orden que las reglas no alcanzan a cubrir. El conjunto de valores y principios
constitucionales constituye la axiología de índole cultural de nuestra Consti-
tución, porque concede y garantiza un espacio abierto para que sean quienes
operan y se relacionan con el contenido del documento que contiene esa ética
constitucional, los que cuenten con la discrecionalidad, el arbitrio y la libertad,
para definir, a partir de su criterio interpretativo, qué contenidos se adjudican
a esos valores y principios que refiere la Constitución y que, obviamente, in-
tegran la axiología y la ética de nuestra organización política y constitucional
El carácter inclusivo de esas alusiones tiene el objeto de satisfacer es-
tándares trascendentales que concretan la aspiración común sobre el bien o la

| 179
César Delgado-Guembes

justicia que no alcanza a prever ni regular el conjunto de reglas. La Constitu-


ción, en consecuencia, contiene un conjunto de exigencias éticas implícitas en
el funcionamiento del régimen político, o relativas al comportamiento que se
espera que observen los actores del sistema de convivencia colectiva en el país.
En coherencia con la mención que precede, la Constitución es propia-
mente un texto abierto a una cultura, a principios, y a valores, y es por eso que
desde su texto la Constitución es un proceso cultural y ético. La Constitución
es y contiene una visión de nuestra ética política, la misma que deja en manos
de quienes la vivimos y practicamos para que definamos y precisemos sus con-

ga L
tenidos según una regla elemental de todo régimen representativo. Es la regla

Le CIA
de la integración de la diversidad y de la pluralidad a través de la deliberación
pública y de la articulación de los mejores niveles de consenso a los que sea
posible arribar a quienes vivimos u operamos las instituciones constitucionales.

l
Es en este último sentido que la Constitución es un texto abierto a las
más íntimas convicciones de una comunidad en la que los textos se encarnan
ay EN
y toman vida. La norma y la vida no están cultural ni éticamente disociadas
sino que se fusionan a través de los procesos de interpretación y de aplica-
ción o adjudicación de sus contenidos. Esta es la tarea de quienes proveen las
ch ID

vivencias y las experiencias constitucionales en los diversos e innumerables


acontecimientos de nuestra existencia política presente. Es en este sentido que
la Constitución es, por ello, un texto abierto a valores universales o generales
Ya NF

que se basan en criterios comunitarios de política pública, cuyos contenidos


deben precisar, adaptar y ajustar los operadores de los distintos procesos so-
ciales, culturales, económicos y políticos, según las circunstancias propias de
cada acontecimiento o evento histórico en el desarrollo de nuestro proyecto
O

de vida en la república.
C

En buena cuenta, y en resumen, la Constitución tiene implícita en su


finalidad y en su naturaleza o razón de ser, normas que repelen o rechazan el
sentido contrario a las bases del ordenamiento comunitario en una sociedad
civilizada. Los valores o principios constitucionales tienen una importancia,
relevancia e impacto distintos a los que tienen las reglas y su referencia o
existencia forman parte del carácter discursivo, narrativo, deliberativo o argu-
mentativo de la naturaleza del proyecto de vida en común de nuestro régimen
político. Si se mantiene la vigencia de los objetivos axiológicos que forman
parte de nuestra historia cabe exigir a los operadores del régimen político el
cumplimiento y adecuación al perfil y a los estándares perennes y continuos
de nuestra identidad política y constitucional.

180 |
La destitución por incapacidad moral

La mejor garantía contra formas autocráticas de desempeño, tanto del


Presidente de la República como del Congreso, es el sentido de lealtad y de
colaboración que debe existir entre quienes transitoriamente ocupan esos pues-
tos y el sentido que llevó originalmente a nuestros constituyentes a diseñar y
a reconocer tanto las reglas como los valores y principios éticos y políticos en
nuestras Constituciones a lo largo de la historia de nuestra historia republicana.
El sentido de colaboración entre los operadores y el constituyente es esencial
para la vigencia leal de la Constitución.
Apartarse del sentido original trae como consecuencia los desvíos que

ga L
ponen al operador al margen de las reglas y de los valores y principios cons-

Le CIA
titucionales, porque distorsiona el sentido y el significado que se pretende
y se busca para ordenar nuestra comunidad en el cumplimiento de metas y
objetivos conductores de nuestro destino. La afinidad con los conceptos que
originalmente se definieron es el límite entre la aplicación leal a la Constitución

l
y el desvío o erosión defectuosa del patrón con el que nació y vive en nuestra
ay EN
historia política. Donde la discreción habilita al operador nace la responsabili-
dad de actuar con lealtad y con justicia en la desencriptación o desciframiento
de los conceptos que permanecen acuñados en la tradición y en la historia de
nuestro desarrollo constitucional.
ch ID

El ejercicio responsable de la capacidad de resolver una petición de va-


cancia del Presidente de la República por permanente incapacidad moral puede,
Ya NF

sin embargo, y en efecto, ser motivo de controversia a propósito de aquello en


lo que se advierta el perfil o los rasgos de una conducta contraria al sentido
de ética pública que divida a los congresistas en un sentido u otro. Después
de todo cuándo una conducta moral define la capacidad o la incapacidad del
O

Presidente de la República depende del juicio y de la valoración que realice


quien haya de decidir sobre el asunto. La elasticidad del criterio y del carácter
C

moral es tan amplia como diversos son los operadores que deban calificar y
adjudicar o de negar mérito a la petición de vacancia.
La dimensión plástica del ejercicio de la discrecionalidad, con la que
pueden proceder quienes tienen la capacidad de poner prematuro término al
mandato presidencial de quien recibe la imputación de exhibir una incapacidad
moral permanente, no es una dimensión indefinida ni ilimitada.
Tratándose de categorías abiertas, como puede serlo el criterio de mo-
ralidad desde el que se remueva al Presidente de la República por infracciones
contra la ética pública que se deduce de valores constitucionales, el método
más adecuado y seguro para decidir sobre la vacancia no puede ser otro que

| 181
César Delgado-Guembes

el carácter rector de naturaleza especular del juicio que se aplique a quien se


pretende destituir por adolecer de incapacidad moral permanente.
Ese carácter rector se define con la regla de la reciprocidad. Vale decir,
que quien deba juzgar sobre la vacancia se ponga en el lugar del presidente
sobre quien pesa el pedido de remoción. ¿Decidiría en igual sentido quien
evalúa y vota si el pedido no fuera contra la persona que ocupa la presidencia,
sino contra él mismo si ocupara el mismo puesto? En eso consiste la natura-
leza especular del juicio que deba emitirse con carácter rector: se trata de una
suerte de juicio que emite quien juzga, como si el juzgador asumiese el papel

ga L
del juzgado. Es la naturaleza especular la que capacita al juzgador para asumir

Le CIA
conscientemente la responsabilidad del juicio con el que decida y defina si la
propuesta de vacancia por incapacidad moral del Presidente de la República
tiene mérito razonable para su aprobación, o para su rechazo.

l
La justicia de la decisión dependerá de la imparcialidad con la que se
asuma la responsabilidad de decidir sobre el pedido de vacancia. Pero a la ac-
ay EN
titud neutral de quien haya de decidir el pedido en un sentido u otro se suma,
además, el uso correcto de la capacidad de fundamentar y de argumentar el
sentido de la decisión que se tome. Desde el punto de vista ético, por lo tanto,
ch ID

el ejercicio deliberativo de la capacidad de razonar la vacancia sí está sujeto


a un método cuyo seguimiento disminuye el peligro del exceso o del abuso
en el ejercicio de la atribución discrecional que la Constitución le reconoce
Ya NF

al Congreso.
Ese método y este ejercicio contienen lineamientos que comprenden
parámetros para el mejor uso de la facultad de control del parlamento sobre la
O

capacidad del Presidente de la República para conducir el país según normas


razonables de ética pública. Las pautas o parámetros, cuya finalidad es permitir
C

la aplicación de los valores morales inherentes a la Constitución en armonía


con el carácter democrático de nuestro régimen representativo, señalan lími-
tes y encauzan, sin violentar ni infringir los derechos que le corresponden al
Presidente de la República, la tarea de control político y la evaluación moral
de la conducta de jefe de Estado a quien se reprocha actos contrarios a la ética
pública.

3. LA FINALIDAD POLÍTICA DE LA REMOCIÓN POR CAUSAL MORAL


¿Por qué la Constitución identifica una situación como la de la posible o
probable incapacidad moral permanente del Presidente de la República, para
la que prevea su expulsión del cargo por el Congreso de la República? ¿Se tra-

182 |
La destitución por incapacidad moral

ta de una desventura política la que prevé la Constitución cuando quiere de


modo expreso dejar en manos del Congreso, primero la calificación de la
moralidad del Presidente de la República, y segundo la potestad punitiva de
su remoción, destitución o vacancia, a partir del solo juicio de la mayoría?
¿Sobre qué base o supuesto es que la Constitución incluye un criterio incon-
fundiblemente abierto, amplio, discrecional y comparativamente extenso,
para que quienes el pueblo elija para que lo representen en el Congreso
sean quienes evalúen el desempeño ético del Presidente de la República?
¿Qué garantía o qué seguridad permitiría que esta atribución en manos de

ga L
los representantes esté a salvo y bien o cuando menos decentemente utilizada
y preservada?

Le CIA
El clásico debate de la relación entre derecho y moral se concreta en
esta facultad del parlamento peruano. El Estado de derecho en el Perú, con
esta norma, se aparta del pensamiento y de las distintas escuelas positivistas

l
para las que derecho y moral son dos esferas separadas y privadas de nexo o
ay EN
de comunicación. En vez, la Constitución abre el régimen político a la posibi-
lidad de usar criterios morales conforme a la consciencia, al juicio y al sentido
de responsabilidad de los mismos ciudadanos que llegan a un escaño repre-
sentativo en el parlamento nacional. Al hacerlo, la Constitución se aparta del
ch ID

escepticismo moral que duda de la posibilidad de que en los juicios morales


haya posibilidad de sustento en la verdad, a menos que esa verdad sea una
Ya NF

verdad relativizada por las percepciones, las convicciones, los intereses, o los
deseos de los sujetos que los emiten.
A partir del reconocimiento de esta facultad de los parlamentarios la tarea
se desplaza en la capacidad y en las competencias éticas y discursivas de los
O

operadores del inciso 2 del Artículo 113. Los déficits competenciales definen,
en efecto, la calidad de la evaluación y de las decisiones morales que recaigan
C

sobre el jefe de Estado en su calidad de conductor de las políticas nacionales.


Lo mejor que puede funcionar la responsabilidad que la Constitución le confía a
los operadores de la representación nacional puede medirse a partir de lo peor
que pueda ser la calidad del juicio moral de quienes deben cumplir la función
de control y de dirección política que se les encomienda a los representantes.
Si el estándar del juicio es bajo, debe esperarse igualmente que el desempeño
de la función de control y dirección política sólo refleje y reproduzca la calidad
de la capacidad del operador cuyo juicio deja qué desear.
En los regímenes democráticos esa es la base primaria de la calidad de
la democracia que efectivamente rige en la sociedad que opta por la constitu-
cionalización del régimen democrático. La mejor calidad de los representantes

| 183
César Delgado-Guembes

produce y genera niveles funcionalmente óptimos en la diversidad de esferas


y tareas en que se cumple el desempeño representativo.
Ante esta perspectiva debe atenderse a la interrogante sobre el sentido
que pueda tener encomendar a niveles ambigüos, inciertos e indeterminados
de ejercicio del juicio en el régimen representativo la especialmente delicada
tarea de evaluar y de adoptar juicios morales nada menos que sobre la conducta,
los actos o el comportamiento moral del Presidente de la República, conforme
a los estándares que existan entre quienes en un período constitucional asu-
men tareas representativas en nombre, por cuenta e interés de la colectividad.

ga L
¿Es ética, moral o axiológicamente esperable que bajo condiciones de

Le CIA
deficiencias de capacidades se alcance la meta política que la Constitución le
asigna a los representantes en el Congreso nacional respecto de la evaluación
del desempeño moral del Presidente de la República? Cuando la Constitución

l
no deja otra pauta que no sea la amplitud de una norma para permitir el uso
de la discrecionalidad de los operadores, debe bastar que quienes quiera que
ay EN
fuesen dichos operadores para que deba presumirse que la vacancia por inca-
pacidad moral permanente es una decisión constitucional. A esa conclusión
lleva el reconocimiento liminar de las pautas que la Constitución recoge en su
ch ID

texto. La vacancia será constitucional si quienes la deciden son congresistas


de la república, y cuando su decisión se toma de conformidad con las reglas
procesales prefijadas para adoptar el acuerdo de remoción.
Ya NF

Sin embargo, optar por una perspectiva de esta última naturaleza para
atender a la interrogante sobre la adecuada evaluación de la conducta, los
actos o el comportamiento presidencial según los patrones constitucionales
O

de ética, moralidad y axiología inherentes a la visión de futuro que contiene


el proyecto de nuestra Constitución, pudiera estar sujeto a riesgos poco des-
C

preciables. Y los riesgos elevan el costo y el precio del reconocimiento de la


atribución parlamentaria como agencia de control de la ética constitucional
en el régimen político. Para controlar las contingencias que esos riesgos oca-
sionan son insuficientes los candados que fija el Reglamento del Congreso en
materia de etapas, de plazos y del número de votos para definir cada uno de
los pasos en el proceso.
La Constitución contiene innegablemente una norma cuya exigibilidad
puede causar resultados no deseados o inesperados. No obstante esa dificultad,
no deja de ser una norma con carácter vinculante. Su texto debe aplicarse en
la diversidad de situaciones y de escenarios en la historia política nacional. No
hacerlo es un acto de irresponsabilidad constitucional.

184 |
La destitución por incapacidad moral

Sin embargo, ante las consecuencias previsibles que la heterogeneidad


de capacidades representativas concentra, lo primero que corresponde hacer
es comprender los alcances del concepto de incapacidad moral permanente
que contiene el texto del inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución, y lo
segundo reconocer que el uso y ejercicio de la atribución parlamentaria que
establece la Constitución debe sujetarse a pautas que si bien no están escritas
forman parte del ejercicio de las funciones estatales como parte del principio
implícito en un Estado constitucional.
Para atender estas dos restricciones el desarrollo de estas reflexiones

ga L
repasará la comprensión de la función que cumple el Congreso en un proceso

Le CIA
de vacancia por incapacidad moral, y deslindará de la tendencia que sugiere
que el concepto de incapacidad moral se refiere a la incapacidad «menta»l del
presidente, para luego esbozar la propuesta de los parámetros que cabe utilizar
para optimizar la racionalidad argumentativa del discurso sobre la condición

l
impropia de la moralidad de los actos, conducta, juicio o comportamiento del
ay EN
Presidente de la República.
La finalidad de la causal ética o moral expresa la competencia del Con-
greso como órgano de vigilancia de la buena administración del Estado. Como
ch ID

órgano responsable de monitorear la dirección de las políticas públicas por el


gobierno. La vigilancia y el monitoreo se cumplen como parte de la función
de indirizzo político, de dirección sobre los sentidos hacia los que se orienta el
Ya NF

rol del Estado frente a la sociedad. ¿Es políticamente acertada, justa o buena
esta decisión históricamente mantenida durante sólo poco menos de 200 años?
La pregunta que apela al carácter histórico de un arreglo institucional
O

mantenido y reconocido invariablemente en el Perú por este largo período,


ha supuesto la respuesta del dilema de una manera constante e invariable. Sin
C

embargo, complementariamente a la interrogante anotada, existe otra: ¿cómo


usar bien y correctamente la facultad de vacar al Presidente de la República,
sin lesionar, ni los derechos fundamentales del Presidente de la República, ni la
dignidad del título o del estatuto constitucional del Presidente de la República,
en un contexto de turbidez que empañe la autenticidad y transparencia de las
intenciones, motivaciones e intereses con que proceden y deciden quienes
juzgan y resuelven sobre la capacidad moral y la vacancia del Presidente de la
República por faltas morales no precisamente pequeñas sino graves?
La vacancia por incapacidad moral es un proceso constitucional en el
que el Congreso tiene la misión de participar y de decidir sobre la propiedad
moral con la que el Presidente de la República dirige el Estado, la nación, la
sociedad, el gobierno y el país. Esta es la responsabilidad y tarea conductora

| 185
César Delgado-Guembes

o directora del Congreso a la que me referí cuando mencioné la función de


indirizzo político del Congreso. El Congreso debe monitorear la acción y la
conducta del jefe de Estado y jefe de gobierno, en estricto respeto, tanto del
régimen de indemnidad presidencial, como del carácter subrogatorio con el
que el gabinete puede ser individual o solidariamente responsable de los actos
presidenciales.
La dimensión estrictamente procesal de la democracia representativa
permitiría que con el voto de las mayorías que las reglas indican la sola voluntad
de los representantes decidiera sobre la vacancia del Presidente de la Repú-

ga L
blica. Pero los votos pueden alcanzar o no alcanzar resultados sin que lo que

Le CIA
se alcance sea una decisión buena o una decisión justa. Las exigencias éticas
sobre la función de indirizzo parlamentario imponen condiciones adicionales
a las reglas para que una decisión sea válida o legal. Las resoluciones parla-
mentarias pueden ser válidas o reglamentarias sin que, a la vez, sean también

l
razonables, buenas o justas. Ese es el terreno propiamente ético y político que
ay EN
es inherente a la axiología constitucional. Las potestades y el poder no se usan
en condiciones disociadas de la razón ética, moral o política que se encuentra
depositada en el sentido profundo de nuestra Constitución y de nuestra cultura
constitucional.
ch ID

El escrutinio de la idoneidad del comportamiento presidencial no puede


realizarse al margen o independientemente del debido proceso, por ejemplo, ni
Ya NF

puede realizarse independientemente ni al margen del proceso reflexivo con el


que el escrutinio debe cumplirse. El Congreso debe abocarse a la evaluación de
la manera en que el Presidente de la República cumple sus responsabilidades
conforme a estándares morales o espirituales para el desempeño digno y ho-
O

norable del cargo. Ese abocamiento y esa evaluación demanda y exige modos
mínimos de razonamiento de la decisión. Una decisión en la que el solo deseo de
C

la mayoría es insuficiente. Si la decisión se basa sólo en el deseo o en la voluntad


de la mayoría la decisión adolece de arbitrariedad, que es la consecuencia del
capricho de quien sin razón toma decisiones sin razón o fundamento.
La decisión de vacar al Presidente de la República es una evaluación po-
lítica, a partir de un concepto de moralidad que la Constitución le confiere al
Congreso. Es una de las distintas modalidades en las que el Congreso procede
discrecionalmente dentro del marco de potestades sancionatorias o punitivas.
Esta decisión tiene como supuesto principal, una vez más, la calidad de juicio
y de razonamiento tanto de quienes proponen la vacancia del jefe de Estado,
como, a la par, y sin exclusión alguna, la de quienes se oponen a la vacancia.
Debe tomarse seriamente ambos extremos, porque así como puede existir razón

186 |
La destitución por incapacidad moral

en proponer la vacancia a partir de hechos inconfundiblemente reñidos con la


moralidad o la ética pública que rige la conducta presidencial, puede ocurrir
que no exista razón ni justicia en la voluntad o en la decisión de quienes, por
convenir a intereses ni sanos ni éticamente constitucionales, se oponen a la
vacancia cuando de por medio existen ventajas o beneficios muy distintos y
sanos a los que el buen juicio requiere. Las exigencias éticas deben cumplirse
por igual en ambos extremos: el de quienes consideran que la vacancia es una
medida idónea y justa, y el de quienes juzgan que debe rechazarse la vacancia
por constituir un acto injusto, desproporcionado, innecesario o impertinente

ga L
para corregir las faltas morales que se le imputan al jefe de Estado.

Le CIA
Parte de la racionalidad de las propuestas de vacancia suponen el juego
de la colisión y tensión que existe entre la estabilidad política y la gobernabi-
lidad del país, y los efectos perjudiciales de la permanencia de un Presidente
que realiza actos o adolece de fallas de juicio moral en el desempeño de sus

l
responsabilidades en la conducción del país. Ahí se encuentra el meollo polí-
ay EN
ticamente más relevante en el juicio de la representación para realizar el uso
correcto y adecuado de la potestad punitiva que le asiste al Congreso.
Pero más allá de las referencias a la dimensión procesal requerida para
ch ID

decidir sobre la moralidad del Presidente de la República, a partir naturalmen-


te de un juicio moral del Congreso, no puede perderse de vista que el hecho
concreto de la permanencia de esta cláusula en la Constitución de 1993 no
Ya NF

menos que en las constituciones que la precedieron desde el año 1839, habla
del riesgo, de la amenaza y del peligro menor que nuestra historia ha advertido
en el propósito de evitar la permanencia de un Presidente de la República en el
poder afectado, precisamente de una conducta, actos o juicio en el desempeño
O

funcional y en el ejercicio del poder presidencial, que represente potencial-


mente mucho menor daño que el irregular, excesivo o inadecuado uso de la
C

facultad de removerlo o vacarlo por las mayorías parlamentarias a las que se les
reconoce esa potestad. Esta es una decisión política y también es una decisión
moral uniformemente sostenida en el constitucionalismo peruano.
A partir de una constatación histórica, ética y política como la anterior
que define en consecuencia el marco normativo que definen las potestades y
restricciones de nuestra Constitución y, por lo tanto, el marco general en el
que el texto tiene carácter vinculante para los operadores, lo que queda por
optimizar es las condiciones en las que son exigibles los límites y las potestades
que se interrelacionan en un proceso de vacancia presidencial. En efecto, si de
la calidad de las competencias efectivas de los operadores de la Constitución
dependiera que una potestad o una restricción resultara o no resultara exigible,

| 187
César Delgado-Guembes

la constatación de deficiencias operativas en el perfil de los operadores podría


llevarnos fácilmente a negar la exigibilidad de normas según la descalificación
que quepa hacer de quienes menos competencias demuestren con su juicio
o con sus actos en el desempeño de las tareas funcionales derivadas de las
normas y de los principios o valores constitucionales.
La Constitución, en este sentido, prevé una axiología, es decir, una teoría
y una jerarquía valorativa que se deriva de una concepción del uso del poder.
Es una axiología que se desprende de una filosofía política y de una filosofía
moral. La Constitución opta por ordenar el régimen político concediendo al

ga L
parlamento la capacidad institucional de resolver una situación de uso impropio

Le CIA
del poder por el jefe de Estado. Esta decisión política es consecuencia de que
el constituyente, en abstracto desde el punto de vista histórico, y en concreto
desde el punto de vista de la Constitución vigente, le da un poder al régimen
representativo porque en él se encuentra un espacio heterogéneo de pluralidad

l
y de diversidad con el cual es posible que, a través de la deliberación y del in-
ay EN
tercambio de puntos de vista, quede constancia de los argumentos con los que
las mayorías resuelven un asunto críticamente decisivo en la conducción del
Estado y del país. Finalmente, el mayor poder del parlamento depende no sólo
de las mayorías que deciden, sino también de la capacidad de dejar constancia
ch ID

del poder deliberativo con el que se argumenta y se razona sobre las materias
relativas a la corrección moral en el uso del poder.
Ya NF

Por lo delicado del equilibrio que debe observarse entre los riesgos,
amenazas y peligros de abuso del poder es que, la prudencia y la ponderación
con que quienes usan de las potestades constitucionales las ejerciten, deben
contar con criterios o pautas que apoyen el buen uso y las buenas prácticas
O

en el desempeño de las delicadas tareas que la Constitución deja a su mejor


cuidado. Es en este espacio en el que tiene justificación apoyar el buen uso
C

y las buenas prácticas del régimen representativo con los parámetros que se
proponen y plantean en este trabajo.
Afirmar, en efecto, obstinada, dogmática e impertinentemente, que
representantes con insuficiencias en su capacidad de calificar la ética pública
con la que se conduce el Presidente de la República, deben tomar decisiones
librados sólo a su libre discreción en el acto de votación sobre la vacancia por
incapacidad moral, o, para impedir riesgos de grave daño en el funcionamiento
del equilibrio entre poderes estatales y del sistema de control político de la
moralidad pública, deben preverse parámetros o pautas que ordenen, restrinjan
o limiten el uso impropio o el abuso de la facultad discrecional de decidir arbi-
traria o injustamente sobre la capacidad moral del Presidente de la República,

188 |
La destitución por incapacidad moral

de forma que el ejercicio del control político a cargo del parlamento se ejercite
en el marco de pautas morales y políticas mínimamente racionales. Esas pautas
son las restricciones de acuerdo a las cuales debe proponerse, argumentarse y
decidirse sobre la necesidad de vacar al Presidente de la República como una
medida suficientemente idónea y proporcional a las conductas o actos o juicios
por los que se reprocha la indignidad o incapacidad moral del Presidente de
la República.
Si la atribución del Congreso para juzgar la ética pública con la que
se conduce el Presidente de la República no sólo es una facultad legalmente

ga L
reconocida al Congreso sino, antes, además, y sobre todo, es una disposición

Le CIA
con respaldo, sustento y base moral, el uso de esa atribución prevé, supone y
contempla que la unión entre el derecho y la moral, en la que el sistema legal
en general y la propia facultad de vacar al Presidente de la República es, en
efecto, parte inseparable e indiscernible de una filosofía política inmanente

l
al texto constitucional, y no puede prescindirse del esquema de valores y de
ay EN
principios que la propia Constitución resalta en su cuerpo normativo. Si el
derecho, correctamente entendido, es una disciplina que forma parte de
una filosofía política y de una filosofía moral, no cabe negar que los usos
del derecho son antes usos prácticos u operativos de la filosofía política
ch ID

y moral que cubre el derecho desde los valores que definen el sentido de
justicia con que debe interpretarse el derecho.
Ya NF

Es por la razón indicada que es cuando menos debatible ignorar la


trascendencia, la importancia y la pertinencia práctica que tiene el texto del
inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución en relación con la capacidad que
se le encarga al Congreso para que evalúe, razone y delibere sobre una materia
O

explícitamente moral como es el discernimiento y escrutinio que corresponde


hacer sobre la conducta moral del Presidente de la República. A este efecto,
C

en el acápite que sigue se presta atención a la posición que niega que el Con-
greso deba interpretar que la suya es una facultad para ejercitar su función de
dirección y de control político sobre la ética pública, en particular en relación
con el desempeño moral que pueda afectar, en algún caso excepcional, grave y
extraordinario, la conducta, los actos o el juicio del Presidente de la República.

4. LA FUNCIONALIDAD CONSTITUCIONAL DE LOS CRITERIOS PARA


DEFINIR LA INCAPACIDAD MORAL
En buena cuenta, desde una perspectiva amplia, incapacidad moral
equivale a incapacidad de hacerse cargo responsablemente de la correcta

| 189
César Delgado-Guembes

conducción de la propia existencia y de los procesos personales, públicos o


privados, en los que uno participa en su vida cuotidiana. La capacidad moral
en sentido clásico se entiende como la facultad de un sujeto de enjuiciar
razonadamente, o formarse juicios, sobre aspectos morales de la realidad.
La incapacidad permanente de enjuiciar razonadamente la realidad moral
convierte al sujeto en un ente psíquicamente impotente para hacerse cargo
de sus actos, conducta o comportamiento, de modo similar al que afectaría a
un sujeto física y permanentemente incapacitado.
Una conducta moralmente reprensible y sancionable es consecuencia,

ga L
antes, del mal uso de la facultad de enjuiciar moral y responsablemente los

Le CIA
hechos o actos que un sujeto protagoniza o realiza, no obstante no padecer
de una discapacidad física que se lo impida. Lo reprochable es el descuidado,
negligente, impropio, desatinado o disparatado juicio moral desde el que se rea-
liza una conducta moralmente inaceptable. La inmoralidad se atribuye a actos,

l
a conducta o a comportamientos gravemente reprensibles o reprochables en
ay EN
quien ostenta el cargo jerárquicamente más alto en la estructura estatal y en el
gobierno, pero a fin de cuentas se trata de actos que los realiza un sujeto cuya
incapacidad se basa en las deficiencias, distorsiones o severas limitaciones en
su juicio para deslindar el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto.
ch ID

Lo bueno y lo malo, sin embargo, puede referirse a aspectos de diverso


género. Puede tratarse de su moralidad en la esfera privada, cuyo impacto en
Ya NF

la esfera pública linde con la abyección o lo éticamente perverso, siniestro o,


simplemente, contrario a nociones sobre lo comúnmente permisible en la so-
ciedad. Casos típicos de este tópico son los relativos a conflictos de interés, o a
actos privados sujetos al régimen de crímenes que prevé el Código Penal. Puede
O

igualmente tratarse de su moralidad en la esfera típicamente pública, relativa


a decisiones contrarias al bien común que marcan dañosamente el bienestar
C

de la república. Ciertamente no cabe construir un caso de incapacidad moral


permanente a partir de diferencias de índole ideológica, de creencias, o visiones
del país, pero sí cuando, por ejemplo, el juicio del presidente incurre de modo
regular en yerros serios en la capacidad de tomar decisiones contradictorias
que representen indicios en su competencia para conducir el país hacia un
horizonte claro e inconfundible. La incapacidad moral en este último supuesto
configura un caso de desorientación, de inestabilidad o de labilidad emocional
o de temperamento en grado tal que importe un síntoma de sinuosidad o de
dirección errática del Estado o del gobierno.
Según una perspectiva de comprensión del alcance de esta facultad del
Congreso de la República, si lo que se reprueba es el carácter permanente de

190 |
La destitución por incapacidad moral

la incapacidad moral del Presidente de la República, dicha permanencia sólo


se encontrará en quien no adolece de una incapacidad relativa, ocasional ni
temporal, ni está afectado de alguna discapacidad física que lo afecte o que
se lo impida. Lo que parece castigarse o sancionarse bajo el concepto de
incapacidad moral permanente, por lo tanto, más parece ser una situación
en la que quepa observarse con certeza que el Presidente de la República
padezca de un grado tal de debilitamiento o entorpecimiento definitivo de
capacidad de enjuiciamiento o de uso impropio de sus facultades mentales,
y no físicas, que le impida evaluar lúcidamente su desempeño personal

ga L
o funcional de modo tal que lo lleve a actuar como si, siendo aparente o
realmente dueño de sus propios actos o conducta, cometa actos de fuerte o

Le CIA
gravemente cuestionable moralidad o, cuando menos, moralmente impro-
pios o indignos de la posición política y social que ocupa.
Es decir, en casos en que existe una distorsión, afectación o alteración

l
en la consciencia moral en grado tal que su razonamiento ético esté mellado,
ay EN
deteriorado, afectado o, por lo menos, severamente cuestionado, sea o no que
tenga como etiología una incapacidad propiamente mental o psíquica de orden
psiquiátrico. La distorsión, afectación o alteración podría, o no, referirse a una
deficiencia observable primariamente en el orden mental o intelectual de la
ch ID

capacidad de comprensión del imputado, referida a juicios inadecuados o im-


propios de lo correcto o de lo incorrecto, que lo conduce a adoptar acciones,
Ya NF

realizar actos, o mostrar conductas o comportamientos moralmente extraños,


bizarros, o desacostumbrados de acuerdo a estándares generales de las buenas
costumbres admitidas socialmente en general.
Lo moral o no de un acto, desde la perspectiva referida, es un juicio
O

que se adopta desde la manifestación concreta de un hecho, respecto del cual


cabe imputar una motivación o intencionalidad, o su ausencia. La moralidad
C

de un acto depende del uso de la capacidad de discreción del sujeto que lo


protagoniza. Lo que es materia de apreciación es el juicio del sujeto cuyos actos y
conducta se evalúan, del que depende o causa la realización del acto moralmente
observado y cuestionado, o la capacidad de control voluntario sobre las acciones
propias de su conducta.
Si lo que se evalúa son los actos materiales de inmoralidad, no menos
que el juicio de quienes los ejecutan, el proceso de vacancia sustenta la deci-
sión a la que se llega mediante la integración de la conducta en la capacidad de
raciocinio y en la naturaleza emocional y afectiva de quien pretende vacarse.
Así como se enjuicia el hecho o los hechos que se destacan como insuficien-
temente morales, la calificación de incapacidad no puede descuidar el análisis y

| 191
César Delgado-Guembes

ponderación del juicio, de la capacidad de raciocinio y del criterio del sujeto cuya
vacancia se pretende y postula, juicio que debe en principio causar los actos mate-
riales de inmoralidad que son materia de observación y de reproche por la gravedad
que representa en el ejercicio de las funciones que desempeña.
Desde una variante de la perspectiva anterior, hay quienes creen y
afirman que la incapacidad moral permanente debe entenderse como una
incapacidad explícita e insuprimiblemente «mental», vale decir, psicológica.
Indica este sector que esta interpretación es más afín a la teleología de nuestra
Constitución que la previsión de la vacancia del Presidente de la República

ga L
por permanente incapacidad moral en sentido literal o estricto, es decir una

Le CIA
incapacidad en la que el objeto de escrutinio parlamentario es la inconducta
moralmente observable, o los actos objetivamente indignos cuya omisión o
comisión que, desde una perspectiva constitucionalmente funcional u opera-
tiva, son objeto de reproche moral por el Congreso43.

l
Entre quienes sostienen la validez de esta variante interpretativa se
ay EN
encuentra el magistrado Eloy Espinosa-Saldaña Barrera, en el voto singular
que emitió en la STC 2-2020-CC, del 19 de noviembre de 202044, y el propio
ch ID

43
Como ha sido objeto de mención previa, el escrutinio u observación que motiva la
propuesta de vacancia por incapacidad moral permanente se refiere a casos en los que
Ya NF

la conducta de quien ocupa el puesto presidencial despierta el rechazo, la reprobación


o el repudio generalizado por actos que protagoniza el presidente durante su período
en el cargo, sea durante el ejercicio funcional o fuera de este, o incluso por actos que
se conocieran durante su período cometidos con anterioridad al inicio del cargo pres-
idencial.
O

44
A este efecto puede examinarse los planteamientos del voto singular referido, además de los
demás magistrados en el enlace https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2020/00002-2020-CC.
C

pdf (registro tomado el día 2 de marzo de 2022).


Las fuentes que utiliza Espinosa-Saldaña lo llevan a aseverar que en nuestro régimen de
gobierno el Congreso carece de competencias sancionatorias o punitivas con el objeto
de revisar la idoneidad moral del Presidente de la República (fundamento 79). Afirma
en este sentido que la categoría incapacidad moral es, propiamente un galicismo, como lo
sostienen en su respaldo las opiniones de Abraham García Chávarri, Omar Cairo Roldán,
y de Leysser León Hilario, a partir del uso que le dan al origen francés que le imputan
al concepto de incapacidad moral, entendida como incapacidad «mental» o intelectual,
durante el siglo XIX en la doctrina y la legislación francesa, de la cual se supone y asume
que se importa esta institución en el derecho peruano, tanto en el código civil como en
nuestras constituciones (fundamento 42). De igual modo este magistrado sostiene que
este mismo concepto lo recoge el inciso 1 del artículo 24 de la Constitución de 1812
del reino español, del cual entonces era parte el Perú (fundamento 45).
En su voto sostiene en su fundamento 58 Espinosa-Saldaña que es posible comprobar
entonces, a partir de un tipo de interpretación histórica, que el inciso 113 inciso 2 al hacer

192 |
La destitución por incapacidad moral

Poder Ejecutivo a través del proyecto 474, con el que propone la modificación
del inciso 2 del Artículo 113, y el inciso 1 del Artículo 114 de la Constitución,
disponiendo que la vacancia presidencial sea causada por permanente inca-
pacidad mental que sea incompatible con el ejercicio de su función, debidamente
acreditada por una junta médica, y declarada por no menos de dos tercios del
número legal de congresistas, y que su suspensión temporal se funde en una
incapacidad temporal mental o física que sea incompatible con el ejercicio de su
función, debidamente acreditada por una junta médica y declarada por no menos
de los dos tercios del número legal de congresistas, descartando de este modo el

ga L
concepto de incapacidad moral.

Le CIA
La novel versión del psicologismo innovativo desde la que se aspira a
transformar el sentido con que corresponde aplicar el inciso 2 del Artículo
113 de la Constitución, en efecto, se asocia al aparente galicismo en que habría
incurrido el constituyente durante el siglo XIX, al usar el concepto “moral”

l
como «mental». En buena cuenta el análisis de la institución busca el víncu-
ay EN
lo del inciso 2 del Artículo 113 con el derecho francés, tanto público como
privado, según el cual habría una connotación psicológica para el vocablo
ch ID

referencia a permanente incapacidad moral se refiere a una enfermedad mental definiti-


va que padece el Presidente de la República del Perú y, por ello, es que terminaría siendo
declarada por el Congreso. El método histórico que he evaluado tiene sentido en cuanto la
Ya NF

institución de incapacidad moral permanente es de larga data en el Perú. Asimismo, ha


estado contenida en ocho disposiciones constitucionales en la historia peruana. De allí que es
imprescindible su análisis como punto de partida a partir de este método de interpretación.
Su análisis, sin embargo, no queda apropiadamente comprobado según lo indica en su
voto. Es insuficiente, en efecto, afirmar que algo haya quedado comprobado en mérito
O

a la sola enunciación de quien así lo enuncia.


En el fundamento 68 de su voto agrega, además que en el caso de la llamada “incapacidad
C

moral”, y en la medida que debe ser entendida como incapacidad mental grave, ella prima
facie también debe aparecer expresamente determinada en informes médicos o expertos
emitidos con dicha finalidad. Y es que, como bien se ha señalado en el amicus curiae pre-
sentado por la Clínica Jurídica de Derechos Humanos y Discapacidad de la Facultad de
Derecho de la PUCP, el solo hecho de tener una discapacidad mental no puede ser tomado
como una excusa o razón suficiente para impedir el ejercicio del derecho fundamental a la
participación política, consagrado en el artículo 31 de la Constitución Política, en relación
con el principio-derecho de igualdad.
Complementa su argumento con el fundamento 72, en el cual refiere que los informes
médicos propuestos para sustentar una discapacidad mental dirigida a sustentar una posible
vacancia solo resultarán atendibles si la referida discapacidad es expresa e indubitablemente
grave, que inhabilite definitivamente a una persona para ejercer el cargo (en sentido similar
a como se comprendería una incapacidad física permanente), pues solo en aquel supuesto no
sería posible darle continuidad a las distintas labores y competencias que ejerce el Presidente
o Presidenta de la República.

| 193
César Delgado-Guembes

“moral” que importó y tradujo el legislador del siglo XIX, sin precisar que el
contenido de dicha voz no era propiamente el sentido estricto del que carece
la misma palabra en castellano. El análisis de quienes asumen y hacen suya
dicha interpretación por lo tanto es principalmente etimológico e histórico y,
desde esa perspectiva, califican como inapropiada la técnica hermenéutica que
circunscribe la incapacidad moral a la dimensión de las buenas costumbres
y a los valores éticos individuales o colectivos que predomina en el contexto
histórico presente.
La corriente de opinión que impulsan quienes insisten en que el Con-

ga L
greso sólo podría vacar al Presidente de la República si su incapacidad es, o

Le CIA
física, o «mental», sin embargo, no repara que, independientemente de la
ambigüedad que puede traer consigo los errores de importación del derecho
por quienes inscriben la categoría constitucional en nuestras instituciones,
no puede aisladamente configurar un método más acertado para identificar

l
cómo debe proceder el Congreso ante la incertidumbre a la que apelan quienes,
ay EN
como lo referí, identifican en dicha categoría un galicismo inadecuadamente
procesado por el constituyente del siglo XIX (y consiguientemente, a la par,
también reiterativa y erróneamente por los sucesivos constituyentes durante
los siglos XX y XXI)45.
ch ID
Ya NF

Un manera de exhibir o exponer crudamente el sentido que, de modo limitado y


45

circunscripto, realizan quienes adhieren a la opción de una interpretación gálica y


psicologista del inciso 2 del Artículo 113 puede encontrarse en el estudio que realiza
Rodrigo Espinoza Flores, “La vacancia por incapacidad moral en el Perú”, publicada
en la Revista Peruana de Derecho Público, Año 21, Número 41, Julio-Diciembre 2020,
O

páginas 65 115.
En el trabajo de Espinoza Flores se encuentran y consignan datos históricos y con-
C

ceptuales que permiten desvirtuar la unidimensionalidad de la tesis psico-gálica de


Espinosa-Saldaña, Cairo Roldán y León Hilario, porque recuerda que, así como pudiera
efectivamente haberse tratado de un desafortunado error de importación y de traduc-
ción del legislador, no cabe obviar que el sentido en el que ese infortunio jurídico a la
vez que lingüístico tuviera un sentido más puro si es que se recurriera y retornara al
significado que en francés tuvo la palabra “morale” en el siglo XIX. La voluntad reden-
tora de quienes refugian su interpretación en el purismo gálico del concepto, tendrían
que avalar esa su intención interpretativa en correlatos de uso práctico entre quienes
operaron la categoría en el Perú, y en otros países latinoamericanos que incurrieron
en el mismo error o la misma maniobra de importación lingüística que la que padeció
de modo continuo el legislador a lo largo de los siglos XIX. XX y XXI.
En el mismo trabajo de Espinoza Flores se encuentran referencias útiles y pertinentes
sobre los usos que ha tenido el concepto de “incapacidad moral” en la doctrina de los
siglos XIX y XX, así como en los documentos constitucionales de esos mismos dos
siglos, tanto en el Perú como en otros países latinoamericanos. De ahí la conveniencia

194 |
La destitución por incapacidad moral

Mal consejo fuera priorizar el análisis de los actos fallidos o equívocos


en la plausible ineptidud del comercio lingüístico del legislador de 1839 y
subsiguientes, y postular como criterio prioritario de interpretación cons-
titucional el prurito purista de una etimología, que quizá pudo tener mayor
sentido resaltar cuando dicha falla de importación tuvo lugar, pero no cuando
poco menos de casi 200 años después, luego de una existencia inimpugnada,
se debe aplicar el sentido que ha permanecido vigente en el texto más allá de
las intenciones o motivaciones que pudo tener un constituyente cuya volun-
tad original es imposible consultar luego de un deceso que lleva ya más de un

ga L
sesquicentenario bajo tierra46.

Le CIA
de tener presentes los datos que compendia ese autor cuando menos para conocer las
limitaciones que acompañan y de las que adolece el unidimensionalismo psico-gálico

l
de Espinosa-Saldaña, García Chávarry, Cairo Roldán y León Hilario.
Adicionalmente es indispensable repasar las bases de la hermenéutica constitucional
ay EN
y su enfoque tanto sistemático como teleológico, tomando como punto de partida que,
más allá de la probable, o desafortunada, intención del legislador de 1839 entre otros,
nada más lejos de una interpretación afín a la naturaleza cultural de las constituciones
políticas que la magnificación del incierto purismo etimológico con el que se propone
ch ID

inapropiadamente la interpretación del inciso 2 del Artículo 113.


Se trata quizá de un esfuerzo de erudición que resulta en una maquinación artificial
del lenguaje incompatible con la razón de ser y de la vocación político-moral de la
Ya NF

Constitución, antes que del uso confiable de la hermenéutica para comprender y expli-
car, más allá de la incognoscible voluntad del legislador, qué finalidad debe atender el
reconocimiento de la vacancia por la incapacidad moral del Presidente de la República,
con todos los riesgos que el reconocimiento de esa facultad pone en manos del régimen
representativo de la república. Quizá la revisión de los antecedentes interpretativos del
O

propio Tribunal Constitucional peruano habría permitido una opción interpretativa


menos feble, osada, torcida e imprudente,
C


46
Debo agradecer la referencia que me proporcionó el profesor Domingo García Belaunde,
en relación con la inexistencia de mención alguna en las Actas del debate constituyente
de 1839.
En efecto, el texto que compartió conmigo exime de mayor comentario, porque no hay
evidencia alguna de la intención del legislador. Por esta sola razón bastaría descalificar
las pretensiones de erudición etimológica basadas en actos de interpretación que ex-
ceden el marco de la sana disciplina hermenéutica.
No basta mencionar que cabría acaso imaginar que la intención del constituyente haya
sido la que se invoca, y menos riguroso aún trasladar interpretaciones probablemente
aceptables en el derecho privado, en particular el de origen galo, pero no parece ni
sensato ni sagaz saltar a la garrocha una elaboración aceptable para los iusprivatistas
pero insuficientemente recomendable para el derecho público en general, y menos
aún para el derecho constitucional peruano que, como se conoce, hereda este tipo de
instituciones, no del derecho francés ni del español, sino del derecho y de la tradición
del mundo anglosajón.

| 195
César Delgado-Guembes

Más allá de lo que pudo regir en la historia del derecho francés, y que
en todo caso no deja de haber sido familiar y común en el idioma castellano,
en francés el vocablo morale hoy carece coloquialmente de lo que pretenden
quienes sostienen el disloque del inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución47,
y de otro lado esa misma voz tiene como origen común el sustantivo latino
mores que en los idiomas que se derivan y tienen sus principales raíces del
latín, como el castellano, no se refiere a la dimensión mental, o intelectual sino
al ámbito de la corrección axiológica o ética de las costumbres48.
Como ha ya quedado presentado y explicado, el órgano con competencia

ga L
expresa para calificar el estatuto o condición del Presidente de la República es el

Le CIA
Congreso de la República. La posición constitucional del Congreso se sustenta
en la legitimidad con que el régimen representativo le reconoce la potestad de
tomar decisiones en nombre, por cuenta e interés del pueblo. El Congreso es
el órgano en que queda representada la voluntad popular y en mérito a este

l
principio es que la Constitución le otorga la capacidad de deliberar, revisar,
ay EN
evaluar, calificar y decidir en relación con una cuestión singularmente impor-
tante como es la permanencia o la remoción del Presidente de la República.
ch ID

47
Gracias a la ilustración que recibí de Patricia Robinson Urtecho ha sido útil conocer
Ya NF

que, en una de las más recientes ediciones digitales del Larousse, uno de los dicciona-
rios de lengua francesa más usados, pueden notarse las diversas acepciones que tiene
el vocablo morale. Entre ellas la primera dice ensemble de règles de conduite, considérées
comme bonnes de façon absolue ou découlant d’une certaine conception de la vie. La segunda,
science du bien et du mal, théorie des comportements humains, en tant qu’ils sont régis par
O

des principes éthiques. La tercera, enseignement qui se dégage de quelque chose, conduite
que l’événement ou le récit invite à tenir. Y la cuarta, conclusion, en forme de morale, d’une
C

fable, d’un récit. (las acepciones fueron tomadas del enlace https://www.larousse.fr/
dictionnaires/francais/morale/52564, el 13 de marzo de 2022).
Igualmente es necesario tener como información que para el derecho civil francés
actual la incapacidad puede, en efecto, ser física o mental (no moral), según lo expli-
can Serge Braudo y Alexis Baumann en el texto que publica https://www.juritravail.
com/informations-pratiques/lexique/Incapacite.html. En dicha publicación se define
como incapacidad la situation juridique dans laquelle se trouve une personne dont les en-
gagements, soit en raison de son jeune âge, soit en raison de la défaillance de ses facultés
mentales, sont nuls ou annulables et qui, pour ce motif se trouve placée sous un régime légal
de protection. Testimonio especializado que permite notar que en el desarrollo actual
la incapacidad «mental» no se comprende, concibe ni define como incapacidad moral.
48
Mores en latín, corresponde a moeurs, en francés, cuyo significado general no es tampo-
co mental ni intelectual, sino las vivencias relacionadas con la dimensión no corporal
sino a valores extrapatrimoniales, como puede ser el mundo de los afectos o de los
sentimientos propios de las costumbres, o de la justicia.

196 |
La destitución por incapacidad moral

Reiterando apreciaciones previamente expuestas debe recordarse que


el Congreso es funcionalmente competente para vigilar y monitorear el des-
empeño de altos funcionarios públicos desde una perspectiva ética, sobre los
cuales tiene potestades sancionatorias o punitivas, y que en ese marco tiene la
facultad constitucional de destituir o cesar al Presidente de la República en los
casos de violación del Artículo 117 de la Constitución; la ausencia del país sin
autorización del Congreso, o no retorno dentro de plazo; y su procesamiento
por permanente incapacidad moral. Esta competencia específica es parte del
rol que la propia Constitución le asigna al parlamento peruano en materia de

ga L
control de la ética o de la moralidad pública en relación con la designación
o de la remoción de otros importantes funcionarios a cargo de los más altos

Le CIA
órganos constitucionales.
Es en el marco de la misión de dirección u orientación de la estructura
orgánica de las instituciones estatales que monitorea o supervigila, así como

l
de su rol en tareas de control político que tiene el Congreso en materia de éti-
ay EN
ca pública y constitucional, en efecto, que, como ya fue reseñado, interviene
en la designación así como en la destitución del gabinete ministerial según lo
prevén los Artículos 130 y 132; en la designación y remoción del Contralor
General de la República, según lo dispone el Artículo 82; en la designación y
ch ID

remoción del Defensor del Pueblo, de acuerdo a lo que prescribe el Artículo


161; así como en la ratificación del Presidente del Banco Central de Reserva y
Ya NF

del Superintendente de Banca, Seguros y AFPs, la designación de tres miem-


bros del Banco Central de Reserva, y en la remoción de todos los miembros
del directorio de dicho Banco, conforme lo señalan los Artículos 86 y 87; en
el nombramiento de los siete magistrados del Tribunal Constitucional, y su
O

destitución, suspensión o inhabilitación, de acuerdo a las reglas que contienen


los Artículos 201, 99 y 100; y, por último, en la remoción de los miembros de
C

la Junta Nacional de Justicia, según lo preceptúa el Artículo 157.


De modo concreto y específico la atribución del Congreso como órgano
a cargo del monitoreo de la ética pública en el ejercicio y desempeño de los
más altos funcionarios de la república, supone que esta misión importa la va-
loración de juicios, actos, conducta o comportamiento atribuibles al Presidente
de la República. Contra lo que pretenden quienes leen erradamente el texto
constitucional, la permanente incapacidad moral no se reduce ni restringe a un
tipo de discapacidad mental, no obstante que las faltas del presidente contra la
ética pública pudieran acaso tener causas químicas, genéticas o neurológicas,
sin que ese tipo de causas agoten, eximan ni justifiquen la descalificación moral
del Presidente de la República. Más allá del carácter mental de los desórdenes

| 197
César Delgado-Guembes

que causen actos de inconducta moral del Presidente de la República, la disca-


pacidad moral tiene una naturaleza irreductible en grado tal que el Congreso
no puede eludir el mandato que la Constitución le fija y prescribe de manera
inconfundible, y menos justificar que los actos de inconducta reprochados se
basen en condiciones ni estado mental que escape del control del jefe de Estado.
En la medida que cualquier tipo de discapacidad mental tuviese una
base química, genética o neurológica, la vacancia se justificaría a partir de una
incapacidad o discapacidad física, toda vez la falla tiene origen propiamente
físico, conforme lo podría diagnosticar la medicina desde una perspectiva es-

ga L
pecíficamente química, fisiológica o genética, y en general desde la perspectiva

Le CIA
de un análisis psiquiátrico. Los desórdenes de índole básicamente psíquicos,
sin embargo, pueden no producir efectos en el desempeño ni en el ejercicio a
cargo del Presidente de la República, como lo serían los cuadros de anorexia,
bulimia, patologías narcisistas, los distintos casos de desórdenes adictivos, o

l
disforias de género o de identidad de género.
ay EN
Los supuestos de psicopatías, sin embargo, en la medida que no quepa
comprobar base genética, química o neurológica en su ocurrencia, sí dan mérito
para cuestionar la permanencia en el cargo de quien ocupa la presidencia de
ch ID

la república. El daño público que ocasiona un psicópata no consiste en el diag-


nóstico del mal, sino en el daño político que ocasiona al Estado, a la comunidad
y al país sostener a un presidente psicópata en el más alto cargo de la nación.
Ya NF

Al utilizar el criterio de la incapacidad «mental» como contenido del


inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución relativo al supuesto de incapacidad
moral como causal de vacancia de la presidencia de la república cabe referir la
incapacidad «mental» a dos tipos fundamentales de causas, las causas de orden
O

genético, químicas, neurológicas, o fisiológicas, y las causas que, sin suficiente


C

respaldo en las causas anteriores, son de orden propiamente psíquico o psico-


lógico. Uno y otro tipo de etiología pueden ser materia de análisis psiquiátrico,
pero las segundas lo son primariamente objeto de análisis psicológico.
En principio se encontrarían dentro de los desórdenes mentales discapa-
citantes los casos de índole genética, química, neurológica o fisiológica como
el autismo, la psicosis, el síndrome Tourette, los desórdenes de desarrollo
intelectual, las distimias, la hiperactividad y el déficit de atención, el mutismo
ansioso, o los desórdenes de identidad disociativa. En el segundo grupo de
afectaciones mentales de base primariamente psíquica, sin suficiente ni clara
evidencia de carácter genético, químico, neurológico o fisiológico, pueden
encontrarse las parafilias, la bulimia, la anorexia, las patologías narcisistas,

198 |
La destitución por incapacidad moral

la disforia de género o de identidad de género, los desórdenes adictivos, los


trastornos obsesivo-compulsivos, y las psico o sociopatías.
Existe un espacio en el que la incapacidad moral en sentido estricto pue-
da efectivamente originarse en razones físicas o psíquicas. Las consecuencias
morales de desórdenes mentales (basados en la alienación o en inconductas
psíquicas) pueden ser verificables y psicológica o médicamente documentables.
Sin embargo caben incapacitaciones morales que no deriven de una incapa-
cidad «mental» (sea neurológica o típicamente psíquica). Si los desórdenes o
inconductas observados o documentados son calificados como una inconducta

ga L
con base genética, química, neurológica o fisiológica, la incapacidad puede ser

Le CIA
calificada como una incapacidad propia y específicamente «física», porque tiene
una base o etiología no exclusivamente psíquica. Y sólo si no cabe atribuir una
inconducta a una base no genética, química o fisiológica cabría pretender que
la inconducta tiene una etiología u origen básicamente psíquico.

l
ay EN
Cuadro N° 8
Posibles consecuencias morales de cuadros
de discapacidad mental
ch ID
Ya NF
O
C

Elaboración: propia, con la colaboración del psicólogo Napoleón Cubas Mejía

| 199
César Delgado-Guembes

Según el estimado de las posibles afectaciones de una discapacidad


mental en el plano de la moralidad, sería posible que en no todos los cuadros
diagnosticados como una discapacidad mental pudiera observarse que existan
o que tengan consecuencias moralmente relevantes. No bastaría, en conse-
cuencia, que desde el punto de vista de una discapacidad mental del cuadro
diagnosticado pueda deducirse una afectación en el desempeño de las funciones
o tareas presidenciales. No bastaría, por lo tanto, la existencia de una afectación
en las facultades mentales para que de ellos se deduzca una incapacidad moral
en el ejercicio del puesto presidencial.

ga L
De otro lado, la situación inversa sí tiene un aspecto significativamente

Le CIA
relevante y políticamente preocupante o digno de especial consideración y
concernimiento. La calificación de incapacidad moral como incapacidad «men-
tal», en este sentido, tiene alcances restringidos frente a inconductas morales
objetivamente reprochables. Aun si a la incapacidad «mental» se añade que

l
afecte la performance o desempeño del Presidente de la República, ambas
ay EN
condiciones no alcanzan casos de actuación inidónea, indigna ni indecorosa
del Presidente de la República incompatibles con el cargo y la función.
En efecto, la interpretación del concepto de incapacidad moral como
ch ID

incapacidad «mental», según lo sugieren los alcances que sobre el concepto


plantean Espinosa-Saldaña, García Chávarri, Cairo Roldán y León Hilario, limita
e impide procesar la vacancia por conductas con cuya impertinencia lesiona
Ya NF

valores públicos, mella la dignidad y decoro del cargo presidencial, o el honor


del Estado y de la república. Esta limitación produce efectos y consecuencias
contrarias a principios constitucionales49.
O

Más allá de los indocumentados y osados atrevimientos de quienes se hospedan bajo


49
C

la sombra de una especialidad ligeramente o mal aprendida, en el artículo que publicó


León Hilario en la revista La Ley, en 2017 (martes 19 de diciembre de 2017, en https://
laley.pe/art/4500/que-es-y-de-donde-proviene-la-denominada-incapacidad-moral),
señaló que el conocimiento de las raíces de la institución serviría para cuestionar, por ilegal
y contraria a derecho, una eventual decisión, por abuso de la mayoría parlamentaria, de
vacar al presidente. Para León Hilario es completamente entendible que se señale que un
presidente debe cesar en su cargo si una discapacidad mental (“moral”) o motora (“física”)
le impiden cumplir con sus obligaciones. Pero como en el Perú tenemos la mala costumbre
de traducir literalmente, sucumbimos ante la confusión (recordemos, si no, el debate estéril
sobre el daño “moral” y el “daño a la persona”, que no existiría si el adjetivo “moral” se en-
tendiera con arreglo a su valor como galicismo). Peor aún, en manos de gente poco o nada
diligente en informarse, como la mayoría parlamentaria actual, la ignorancia (la propia y
la general) se convierte en un arma contra el orden constitucional y la estabilidad del país.
Independientemente de la razón que correctamente habría que concederle en relación
con la presunta literalidad de una traducción cuando se importan normas extranjeras, o

200 |
La destitución por incapacidad moral

Es un absurdo ostensible e insostenible que en nombre de una interpre-

de la insuficiente diligencia con la que nuestros representantes se informan, no cabría


acabar con la duda sobre el alcances que en el Perú tiene la categoría “incapacidad
moral” a partir del análisis etimológico en el que él ubica el problema.
El error de importación normativa no disminuye el carácter normativo del texto a
partir de lo que además del constituyente del siglo XIX y de quienes en la condición de
operadores o de comentaristas han entendido el sentido que tiene en nuestro territorio
la categoría en cuestión. Y ello, de paso sea dicho, sin abordar la cuestión neurálgica
y más crítica como la es el origen no francés sino anglosajón de instituciones como

ga L
la perención del mandato de altos funcionarios por inconductas morales, funcionales
o constitucionales, entre las que por cierto se encuentran la acusación constitucional

Le CIA
(antejuicio y juicio político, cuya base es el impeachment británico y norteamericano),
y la remoción del Presidente de la República por grave y extrema irregularidad en su
comportamiento como jefe de Estado.
Sabido es que la intención del legislador no es un método de interpretación precisamente

l
prioritario ni privilegiado, principalmente cuando otros métodos permiten resultados
ay EN
menos inconsistentes con la finalidad del régimen político y democrático que marca
la filosofía política y moral de nuestra Constitución.
Sabido es, igualmente, que más allá del posible emparentamiento con la fuente
francesa, los textos tienen vida propia más allá de cómo fue que llegaron a aparecer
en el cuerpo del documento constitucional. Y si, además, del valor que tiene en
ch ID

sí mismo el texto a expensas del origen etimológico en la jurisprudencia francesa,


debe reconocerse el mérito que tiene la interpretación teleológica o la sistemática,
dentro de la consistencia unitaria e histórica de nuestra Constitución, mal podría
Ya NF

casi 200 años después juzgar como incorrecta o inconstitucional la interpretación


que afirma la autonomía de la categoría “incapacidad moral” respecto de la fuente
francesa de la que pueda provenir.
Por último, a juicio de León Hilario discapacidad “mental” no es, estrictamente, discapaci-
O

dad “física”. La primera abarca la esquizofrenia, las manías, la depresión, la enfermedad de


Alzheimer, etcétera. Discapacidad física sería, en cambio, el estado comatoso o vegetativo o
la esclerosis múltiple, que minan gravemente la aptitud para entender y querer. Su afirma-
C

ción clasifica las discapacidades mentales no como una dolencia de origen neurológico,
genético o químico, sino a partir de algún criterio a todas luces diverso al que consta
en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V), cuyo contenido
cubre la relación psiquiátrica de problemas y trastornos de neurodesarrollo, psicóticos,
y en general todo tipo de trastornos mentales. Al plantear la clasificación que refiere
en su artículo pareciera ubicar como mentales determinados trastornos cuya base es,
sin embargo, física, genética, química, neurológica o fisiológica, sujeta a análisis que
son objeto especializado de la psiquiatría.
Más allá del discurso mentalista con el que se sesga la interpretación constitucional del
inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución, el hecho que genera el concernimiento
del Congreso no es propiamente la etiología del comportamiento, sino el daño que el
comportamiento ocasiona y genera en la inidónea o indigna conducción del país por el
jefe de Estado. Lo que se valora no es la enfermedad mental, sino la conducta reprobable
que muestra el Presidente de la República con la que pone en peligro la gobernabilidad
y estabilidad social, política o económica del Perú.

| 201
César Delgado-Guembes

tación supuestamente histórica o etimológica del texto constitucional el país


deba resignarse a mantener en la presidencia de la república a quien ofende
estándares abiertamente compartidos de moralidad pública y deba mantener,
por ello, como Presidente de la República, a quien padece de juicios o comete
actos reñidos frontalmente con valores proclamados, esenciales e inherentes
a las bases mismas de nuestra Constitución.
En abono de la interpretación mentalista del concepto de incapacidad
moral se ha afirmado que la evaluación y revisión de la moralidad pública que
realiza el Congreso no es conveniente, debido a la ambigüedad, a la relatividad

ga L
y a la incertidumbre en los niveles amplios de discrecionalidad y subjetividad

Le CIA
con que el juicio del parlamento puede ejercitar esta misión constitucional.
A la base de esta objeción se encuentra el supuesto de que la moralidad o la
ética pública no permite un juicio objetivo sobre la conducta, y que en ausencia
de objetividad la decisión del parlamento carece del sustento suficiente para

l
sostenerse en la verdad.
ay EN
Para limitar el riesgo de subjetividad objetado se abona en el plantea-
miento de que debe entenderse e interpretarse la competencia del parlamento
para remover al Presidente de la República como una atribución que debe
ch ID

limitarse a ratificar el diagnóstico que peritos o una junta de profesionales en


medicina realicen sobre la idoneidad mental, y no moral, para el desempeño
de la función presidencial. En buena cuenta, se asevera que el contenido de
Ya NF

la frase “permanente incapacidad moral” debe leerse como “permanente in-


capacidad mental”
La postulación de «incapacidad mental» como contenido material del
O

concepto de incapacidad moral importa, sin embargo, tanto la idealización de


la supuesta mayor objetividad de especialistas en psiquiatría o en psicología,
C

en desmedro, a la vez, de la racionalidad con que el Congreso elabore y argu-


mente la legitimidad de la remoción del Presidente de la República. Se obvia
y desconoce, evidentemente, que aún los especialistas proceden dentro de un
importante marco de subjetividad y que los suyos también serán criterios
que se materializarán en una racionalidad que, en ningún caso, admite la
calificación de los suyos como veredictos incuestionables ni científicamente
inexpugnables.
El margen de subjetividad en la ciencia depende siempre del sujeto que
emite un juicio sobre la realidad interpretada. Por esta razón dicho tipo de
argumentación niega la idoneidad del régimen representativo como instancia
de legitimación del uso del poder a partir de la argumentación y de la valo-
ración responsable con la que se sustenten las decisiones de quienes cuentan

202 |
La destitución por incapacidad moral

con la autoridad y con la potestad de hacer uso de poderes constitucionales


para decidir sobre la dirección y conducción del país en nombre y por cuenta
de la voluntad popular.
Es desde esta perspectiva que el Congreso puede decidir sobre la
permanencia o la destitución del Presidente de la República en el marco
de la valoración que de los hechos y de la realidad realicen quienes inte-
gran la representación nacional, sin menoscabo ni temor a ejercer otras
atribuciones ni competencias que las que la Constitución le reconoce al
parlamento. Reconocimiento, además, de larga data en la historia consti-

ga L
tucional del Perú según lo prueban los textos y los actos parlamentarios

Le CIA
de los que dejan fe los siglos XIX y XX en nuestra historia política y
constitucional.
Como ha sido indicado previamente en este trabajo, dentro del régimen

l
político peruano al Congreso le corresponde el monitoreo de la acción y de la
conducta del jefe de Estado y jefe de gobierno. La tarea que cumple sobre esa
ay EN
materia el Congreso comprende, en consecuencia, el escrutinio de la idoneidad
ética del comportamiento presidencial. Al evaluar dicha idoneidad la tarea de
control que realiza el Congreso debe observar las garantías del debido proce-
ch ID

so. En el proceso de vacancia el criterio de validez material de la decisión del


Congreso, exige que el juicio parlamentario quede racionalmente argumentado
en base a hechos, y a valores constitucionales.
Ya NF

Para cumplir con esta tarea especialmente delicada el Congreso se aboca


a la evaluación de la manera en la que el Presidente de la República cumple
sus responsabilidades conforme a estándares morales o espirituales para el
O

desempeño digno y honorable del cargo. El análisis del parlamento es una


evaluación política, a partir de un concepto de moralidad que la Constitución
C

le confiere al Congreso, la misma que constituye, como ya se ha referido, una


de las distintas modalidades en las que el Congreso procede discrecionalmente
dentro del marco de potestades sancionatorias o punitivas en la designación
o en la remoción de altos funcionarios estatales a cargo de organismos cons-
titucionalmente autónomos.
Las faltas morales se sustentan en mucho más que en la mera o arbitraria
decisión subjetiva de actores particulares en los procesos políticos, porque,
además de la debida sustentación en hechos verificables, son exigibles
mínimos importantes de razonabilidad en convicciones colectivas cuya
argumentación debe exponerse y defenderse públicamente a partir de
evidencia que despierte la seguridad de que la permanencia en el cargo sea

| 203
César Delgado-Guembes

abiertamente insostenible, o causa de severo daño en la estabilidad política,


económica o social en el país50.
Al definir la vacancia la consecuencia de la declaratoria es doble. En
primer término la remoción y la pérdida del mandato del sujeto revocado. En
segundo lugar la convocatoria o llamamiento a elecciones para que la ciuda-
danía elija a quien lo reemplace. La vacancia da por precluido el ejercicio de
la función y del mandato presidencial, y con aquélla también el necesario e
indispensable reemplazo del titular por quien el electorado elija en el sufragio.
El llamamiento a elecciones, luego de la vacancia del Presidente de la República,

ga L
por lo tanto, supone la convocatoria que deba realizarse para reemplazar a quien

Le CIA
tiene impedimento permanente para desempeñar y cumplir las obligaciones
propias del puesto presidencial51.

l
50
Una opción para estimar como procedente la calificación de incapacidad moral es la
ay EN
coincidencia general sobre las características del desempeño presidencial, independien-
temente de la calidad epistémica sobre el contenido del juicio que el consenso general
adopte.
La denominada abstinencia epistémica que desarrolla John Rawls es una forma de
ch ID

justicia política que privilegia modos generales y comunes de calificar la realidad


moral, independientemente de la calidad epistémica de juicios colectivos basados en
la verdad. De otro lado, la abstinencia epistémica tiene como efecto la descalificación
Ya NF

de conductas con insuficiente sustento en la realidad de los hechos, o la liberación


de responsabilidades aun cuando hubiera evidencia fáctica que permita intuir faltas
morales en la persona a la que se libera de responsabilidad sobre la base de creencias
comunes según las cuales la falta no existe.
En buena cuenta el supuesto de la abstinencia epistémica se basa en la neutralidad de
O

todo concepto moral basado en la verdad. Es irrelevante la verdad. Lo que cuenta es


la pluralidad de coincidencias sobre la creencia en formas en que se da el bien en una
C

sociedad en un momento histórico determinado. A partir de la neutralidad ética de los


juicios morales se privilegia el consentimiento de que lo que crea o intuya la mayoría
debe prevalecer en una sociedad históricamente definida. El consentimiento del mayor
número supera las exigencias de justicia basadas en un criterio material de la verdad.
La caracterización de la incapacidad moral debe asentarse no en convicciones generales,
sino en el coherente ejercicio de la facultad de adjudicar una calificación argumentada
y sustentada en la materialidad de los hechos y de la conducta constitutivos de una falta
moral incapacitante para mantener la titularidad del más alto cargo político nacional
como lo es la presidencia de la república. La coherencia en la adjudicación de una cali-
ficación moral se sustenta en la determinación de la mayor o menor lealtad con la que
el desempeño presidencial honra a la comunidad que espera de él una capacidad de
conducción y de liderazgo adecuada al nivel de autoridad que desempeña para generar
el bienestar general y público de la sociedad.
51
Si a quien se vaca es al Presidente de la República por una causal que afecta la perma-
nencia o la continuidad de su desempeño, la consecuencia de su remoción importa

204 |
La destitución por incapacidad moral

La vacancia por incapacidad moral es un medio eficaz para reparar,


equilibrar y nivelar la emoción colectivamente contenida. No una emoción
desbocada ni ciega, sino el sentimiento de rechazo contra quien con sus actos
deja muestras del daño e incompetencia para dirigir el país hacia un destino
mejor de toda la república. Se convierte en el desahogo o en el desfogue de
energías negativas que se liberan cuando se ve fuera de nuestro espectro políti-
co a quien causó el desengaño con conductas o comportamientos indeseables,
reprobables o indeseables.

ga L
Le CIA
la convocatoria a elecciones para que el pueblo decida quién lo reemplaza por lo que
queda o resta del período.
Ante una causal personal que impide el ejercicio la consecuencia idónea es el reempla-

l
zo. No es necesaria una convocatoria a elecciones generales por carecer, en general y
en abstracto, de razón, justificación, causa o motivo adecuado, razonable ni suficiente
ay EN
para elegir al Congreso que vaca al Presidente.
A inicios de octubre de 2021, durante la legislatura 2021-2022 se presentó un proyecto de
ley, al que se denominó Ley de la muerte cruzada, con el que se proponía que la vacancia
de la presidencia por incapacidad moral permanente daba lugar, simultáneamente, el
ch ID

cese de oficio del Congreso de la República junto con la revocatoria o conclusión del
mandato presidencial. El proyecto fue presentado por el grupo parlamentario de Juntos
por el Perú, a iniciativa de la congresista Isabel Cortez, y preveía la conclusión ipso iure
Ya NF

del mandato en ambos órganos estatales, el poder ejecutivo y el Congreso.


propuesta de esa naturaleza y alcance genera una situación incongruente con la natura-
leza de la vacancia presidencial. Al parecer el supuesto de esa iniciativa consiste en que
la vacancia castiga al Congreso que decide la remoción de un Presidente de la República
en quien se encuentra argumentos para vacarlo, y que el castigo con que se sanciona al
O

Congreso es una medida simétrica y proporcional a la medida que, excepcionalmente,


toma la asamblea contra un Presidente de la República cuyo juicio moral está gravemente
C

afectado en magnitud tal que lesiona y daña severamente la conducción del país por
quien padece de una suerte de indignidad para dirigir el gobierno.
La deficiencia conceptual de dicha proposición consiste en el traslado de la lógica que
relaciona el rechazo de la confianza a dos gabinete con la disolución del Congreso,
respecto de la relación entre la vacancia y la disolución ipso iure del Congreso. Tiene
sentido disolver el Congreso que censura o que niega su confianza al gabinete, porque
el gabinete es políticamente responsable ante el Congreso, pero no hay modo de asociar
la irresponsabilidad política del Presidente de la República con la disolución ipso iure
del Congreso, porque la vacancia es un remedio extremo que adopta el Congreso para
solucionar el grave daño que representa para el país que quien adolece de una condición
de indignidad se mantenga en la jefatura del gobierno y del Estado peruano.
Dicha iniciativa adolece, además, de la falta de previsión con que genera la acefalía del
país durante la conclusión del mandato en ambos poderes del Estado, sin una medida
provisoria ni transicional que permita mantener la vigencia del carácter representativo
de la república y de la democracia nacional.

| 205
César Delgado-Guembes

Sin embargo, es un remedio para la curación de la sección, parte o rasgo


emocional del mal, y no necesariamente para la atención técnica y racional-
mente correcta del diagnóstico cuyo remedio se pretende. Visto así es una
operación de cirugía colectiva para expulsar una célula maligna en el tejido
político y para remediar la expansión o permanencia de la causa de un mal
que sólo erradicándolo cabe proveer la esperanza de mejor salud colectiva.
Vista de este modo, la vacancia puede liberar energías contenidas re-
sultantes del desencanto y del desafecto, pero la expulsión de esas energías
no resulta de un proceso cognitivamente razonable para comprender por qué

ga L
ocurre lo que causa desazón, ni si la vacancia es el medio adecuado para curar el

Le CIA
mal que se confronta. La vacancia, en este sentido, y por estas mismas razones,
puede fácilmente convertirse en un componente emocional tan desafortunado
como la propia causa declarada del mal que se pretende extirpar mediante la
remoción apresurada del presidente de la república.

l
La calificación de la incapacidad moral del Presidente de la República
ay EN
no expresa los deseos de quienes la proponen, ni los de quienes voten por ella.
La calificación de la conducta, de los actos o de los juicios del Presidente
de la República no cabe sustentarse en un simple acto libidinal, hepático
ch ID

ni voluntario. La voluntad debe estar ordenada según criterios elementales


de responsabilidad. El juicio sobre la idoneidad moral del Presidente de la
República no se basa en el deseo de quien califica la moralidad, no obstante
Ya NF

lo ilustre o iluminado que ocurra que fuera quien emita ese juicio moral. La
corrección del juicio moral sobre la conducta del Presidente de la República se
basa en la identificación de lo que debe ser la meta moral en el ejercicio de la
presidencia, y el contraste de esa meta con los hechos o episodios en los que
O

se encuentra reproche o indignidad.


C

Una manera de entender la incapacidad del Presidente de la República


para usar bien y correctamente de sus juicios morales es comprenderlos como
la facultad de emitir o de formarse un juicio sobre materias o temas morales de
la realidad. La descalificación de la capacidad moral del sujeto está asociada a
la posibilidad material o física del sujeto de enjuiciar razonadamente la reali-
dad moral, en grado tal que quepa calificarlo como un ser incompetente para
hacerse cargo de sus actos, conducta o comportamiento. Otro modo de definir
la incapacidad moral permanente es el supuesto en el que se califica como
moralmente incapaz con carácter permanente a quien se imputa faltas morales
en su conducta respecto de actos puntuales en el ejercicio de sus atribuciones.
Se trata de dos modos diversos y diferenciables, aunque imprecisos, por-
que el texto constitucional no recoge ni privilegia uno como preferible sobre,

206 |
La destitución por incapacidad moral

o en exclusión, del otro. De ahí que por la incertidumbre que la flexibilidad y


carácter amplio y abierto de los conceptos ocasiona sea factible la generación
de daños política y moralmente irreparables en el régimen político y en el
sistema democrático.
El rasgo que califica la gravedad de esa incapacidad, sin embargo, es la
extensión o magnitud permanente, masiva, ostensible y notable de la incapaci-
dad que se impute. No cabe vacar al presidente de la república, en efecto, por
minucias episódicas o comparativamente intrascendentes, ni por calificaciones
menores aisladas o intermitentes de inmoralidad, ni por deficiencias ocasio-

ga L
nales en el enjuiciamiento moral de la realidad de carácter repentino, atípico,

Le CIA
esporádico, irregular, temporal o extraño a un estándar o patrón mantenido
y general de conducta.
Para quienes lo que debe sancionarse bajo el concepto de incapacidad

l
moral permanente más es una situación en la que el presidente de la república
padece de un grado tal de debilitamiento de sus facultades fisiológicamente
ay EN
mentales, y no anatómicas ni físicas, que le impida actuar como si fuera dueño
de sus propios actos o conducta52, la certeza sobre esa condición queda marcada
ch ID


52
En el ámbito neurológico, por ejemplo, cabe incluir casos como el síndrome de Tourette,
que se manifiesta no solo en tics motores, vocales o gestuales estereotípicos, sino igual-
Ya NF

mente en actos de copropraxia (gestos obscenos) o coprolalia (palabras obscenas), o en


actitudes agresivas, impulsivas y desafiantes de oposición, irritabilidad o contrariedad
y contradicción conflictiva.
Sin embargo, cabe incluir igualmente casos como incontinencia en el habla, trastornos
disociativos de la personalidad, casos de personalidad border, parafilias, pero también
O

psicosis, psicopatías (ludopatía, cleptomanía), depresión, trastorno bipolar o de ideación


suicida. No en todos los diagnósticos psiquiátricos, sin embargo, existe una dificultad
C

estructural para el apropiado desempeño cognitivo o intelectual de quien padece el


desorden, por lo que la incapacidad debe definirse a partir de la incompatibilidad
entre las exigencias competenciales del puesto presidencial y el desorden que padece
quien lo ocupa.
En cualquiera de los casos señalados el diagnóstico de la incapacidad sólo es posible a
través de manifestaciones externas o síntomas, que permiten inferir el desorden o la
lesión neurológica, psiquiátrica o psicológica. La evaluación de la incapacidad, por lo
tanto, se origina en las manifestaciones conductuales a partir de las cuales se percibe
el daño político que causa la enfermedad. Lo que se evalúa es el daño manifiesto y
concreto, independientemente de si la causa del daño es dominio del estudio de las
neurociencias, la neurología, la psiquiatría, la psicología, o la psicoterapia clínicas.
Sin embargo no cabe perder de vista que el tipo de daño que causan desórdenes de
esta naturaleza pueden ser tanto o más graves que los errores de juicio que no tienen
sustento neurológico, ni cabe tratarlos con psicofármacos para controlarlos o disminuir
la gravedad del daño colectivo que pueden causar.

| 207
César Delgado-Guembes

y definida ante un patrón según el cual existe una tendencia inconfundible de


desórdenes o de deficiencias en la capacidad de formar el juicio no menos que
en la habitualidad de conductas colectivamente inaceptables o moralmente
reprensibles. Es la incapacidad de controlar la propia conducta donde se en-
cuentra el daño que corresponde evitar, prevenir y extirpar.
Como con cualquier juicio moral o ético, merituar el juicio ajeno, y ca-
lificar la reprensibilidad o inaceptabilidad del comportamiento de una figura
pública, no está exento de dificultad. ¿Cuál es el límite entre lo correcto y lo
incorrecto en la capacidad de enjuiciar la realidad moral o entre un patrón

ga L
inaceptable de conductas públicas y otro que si bien pueda resultar excéntrico

Le CIA
no por ello cabe calificar de moralmente condenable? En un Estado de derecho
queda claro que la discrecionalidad es un atributo excepcional y proscribible
como medida punitiva. A la lógica del Estado de derecho le resulta ajeno y peli-
groso liberar el criterio sancionador a la sola y libérrima facultad del juzgador.

l
El riesgo anotado se convierte en un serio peligro cuando la sanción
ay EN
se traslada al plano político en el que los protagonistas no son precisamente
un gremio de profesionales especializados en salud mental, una fraternidad
médica, ni una congregación sacerdotal. En la actividad política los niveles
ch ID

pueden llegar a grados severos de violencia y hasta de hostilidad entre los


rivales o contrincantes.
Es en este escenario en el que se concreta el dilema de si, o se tolera y
Ya NF

asume como inevitable y necesario el riesgo de las incompetencias o de los


eventuales abusos que puedan cometer los representantes al Congreso en el
juicio sobre la moralidad de la conducta, actos, o juicios del Presidente de la
O

República, o habrá que resignarse a la permanencia de un Presidente de la


República que, sin padecer discapacidad mental alguna que le impida ejercer
C

libremente su voluntad y expresar ordenada y razonablemente su pensamiento,


cometa actos moralmente indignos y reprobables que descalifiquen el ejercicio

Los casos de desórdenes mentales capaces de calificar como una incapacidad «mental»
pueden preceder o suceder en la línea de tiempo de la historia clínica de una persona.
Si existieron antes de asumir un cargo público habría sido previsible que esos rasgos se
advirtieran o percibieran en la conducta del candidato. Contrariamente, si sobrevienen
a la asunción del cargo la existencia del desorden aparecerá como manifestaciones
conductuales cuya ocurrencia permite inferir un mal que resulta incompatible con el
ejercicio del puesto que se ocupa. En consecuencia, serán esas manifestaciones con-
ductuales las que calificarán la incompatibilidad moral y espiritual para el desempeño
por incapacidad para mantenerse en una posición desde la que el daño político puede
ser grave e irreversible para la colectividad.

208 |
La destitución por incapacidad moral

o desempeño que protagoniza desde el puesto, posición o estatuto que asume


como titular de la presidencia de la república.
¿No causa mayor daño el psicópata perfectamente capaz de formar y
expresar su voluntad y organizar racionalmente su pensamiento, que, desde el
rol conductor que le corresponde como Presidente de la República se comporta,
realiza actos, o forma su juicio moral en sentidos que repelen ominosamente
los estándares aceptables que sostiene la convención colectiva de la sociedad?
¿Debe todo el régimen político, y la sociedad, fundarse o soportar, el gobier-
no de quien sin padecer una discapacidad mental, presenta un cuadro claro,

ga L
abierto e incontrastable de imposibilidad de controlar sus impulsos o de tomar

Le CIA
decisiones erráticas y contradictorias, contrarias al bien común, al bienestar,
estabilidad o gobernabilidad de la república, del Estado o de la sociedad? ¿Hasta
dónde puede ese régimen político pagar el costo de no poder deshacerse de un
jefe de Estado que, sin padecer discapacidad mental alguna, presenta rasgos

l
y características morales abiertamente lesivas a los superiores intereses del
ay EN
país y de su destino?
Son notablemente dos riesgos, o de deficiencias, o de excesos. ¿Cuál es
el riesgo político y moral menor para una sociedad y para un Estado democrá-
ch ID

tico? Según la tesis de la «incapacidad mental» se asume que la «incapacidad


mental» basta y es suficiente para asegurar la corrección e idoneidad moral
en el desempeño, actos y conducta del Presidente de la República durante
Ya NF

su mandato. Se asume que la dimensión subjetiva de los representantes y las


presuntas incompetencias corporativas pueden ser eficazmente reemplaza-
das por el diagnóstico médico de la «incapacidad mental». Se presume que el
diagnóstico médico puede llegar a evaluaciones objetivamente homogéneas
O

o unánimes sobre un desorden mental. Pero a pesar de los diagnósticos y del


supuesto mejor saber y juicio de los médicos, psicólogos o psiquiatras, quedan
C

aspectos que la discapacidad mental no enfrenta en la conducción política del


país por un sujeto cuya aparente idoneidad mental no le impide actos inmorales
que riñen con el desempeño que le corresponde a la dignidad con que debe
ejercitarse el cargo de Presidente de la República.
El límite y la insatisfacción que genera la interpretación de la categoría
de incapacidad moral como incapacidad «mental», además de distorsionar
sofísticamente el contenido que históricamente ha tenido en el Perú con un
malabar extraído de la chistera afiebrada e imaginaria de sus próceres, des-
naturaliza también, y gravemente, el fundamento político de la axiología y la
ética de nuestro régimen constitucional. La Constitución no condona el ejer-
cicio carente de responsabilidad en los actores, operadores o protagonistas de

| 209
César Delgado-Guembes

los distintos procesos estatales. El argumento que, en nombre de la supuesta


impecabilidad de la tesis de la «incapacidad mental», afirma que debe elimi-
narse cuanto se pueda cualquier atisbo de oportunidad para el ejercicio de
la discrecionalidad lo que hace es apelar a los mejores rigores objetivos de la
ciencia para descartar de raíz la posibilidad del razonamiento ético, moral o
político que puedan realizar los operadores de los procesos constitucionales
para evitar el mal uso del poder.
Según la tesis de la «incapacidad mental», en efecto, sólo cabría vacar a
un Presidente si su discapacidad mental le impidiera asumir responsabilidad

ga L
alguna por sus actos. Lo que se evita es la imposibilidad del Presidente de

Le CIA
hacerse responsable de los actos que protagoniza en el ejercicio de su función
y durante el desempeño de sus tareas. Por lo tanto, si el Presidente no padece
de discapacidad mental que lo inhabilite para el uso orgánicamente probado
de su voluntad y de su razón, ese Presidente, independientemente de las in-

l
conductas que pudiera reprochársele sí debe mantenerse en el ejercicio del
ay EN
puesto hasta el término de su mandato, salvo que incurriera en cualquiera de
las causales para procesarlo constitucionalmente que establece el Artículo 117
de la Constitución.
ch ID

La consecuencia de avalar esa línea de reflexión es que la Constitución


habría negado una premisa ética central y medular de la filosofía que contiene
su modelo. Esa premisa es que todos los peruanos somos responsables por
Ya NF

los actos que cometemos voluntariamente, así como de los actos accidentales
en los que participamos por descuido, negligencia, distracción o insuficiente
capacidad de previsión o perspicacia. Esta misma premisa es la que se obvia
cuando se permite que, al amparo de la tesis de la «incapacidad mental», ha
O

de perdonarse cualquier tipo de inconducta presidencial que no importe la


violación de los supuestos contenidos en el Artículo 117 de la Constitución.
C

Esta visión y concepción de la incapacidad moral, que fácilmente cabría


integrar dentro de la dimensión y de la categoría de la incapacidad física y no
propiamente moral, aliena, enajena y excluye de la axiología de nuestro sistema
político y constitucional la posibilidad de exigir cualquier forma de respon-
sabilidad ética, moral o política a un Presidente de la República, en razón a
que, sólo si no padece de una discapacidad mental que le impida ser dueño de
su voluntad y de su razón, así haya cometido faltas moralmente horrendas o
perversas, puede continuar ejerciendo la presidencia de la república. En buena
cuenta, la tesis de la «incapacidad mental» nos lleva a resignarnos a quedarnos
con el mal, según esa versión constitucional, sin que nos sea posible reme-
diarlo expulsando la indignidad del desempeño de un Presidente moralmente

210 |
La destitución por incapacidad moral

indeseable o políticamente impresentable. Esa sería la consecuencia de hacer


valer la tesis de la «incapacidad mental» porque tendríamos que resignarnos
a no poder demandar forma alguna de responsabilidad del Presidente de la
República, a menos que hubiera cometido alguna de las fallas que tipifica el
Artículo 117 de la Constitución.
¿Qué tipo de Constitución sería esa en la que una autoridad política
elegida por el pueblo debe permanecer en el ejercicio del poder indistinta-
mente de qué tipo de faltas le sean atribuibles o imputables? Es cierto que
los ministros pueden asumir, individual y colectivamente, la responsabilidad

ga L
que le corresponda al Presidente de la República por las violaciones en que

Le CIA
incurra de la Constitución, o por los delitos que cometiera en el ejercicio de
sus funciones. Y mientras cae ministro tras ministro en mérito a la respon-
sabilidad subrogatoria que asume según mandato constitucional, ¿deben los
órganos representativos mantenerse impasibles sin demandar ni exigir que

l
el Presidente de la República responda por actos por los que tampoco puede
ay EN
responder ningún miembro del gabinete en razón a que las faltas morales del
Presidente no suponen propiamente vulneración de la Constitución ni delito en
el ejercicio de la función, sino que se originan en vicios morales en el ejercicio
del poder y del desempeño de las funciones que el pueblo le confía?
ch ID

Este es precisamente el vacío que ha llevado a los constituyentes a adoptar


la tesis de la responsabilización del Presidente de la República cuando sus actos,
Ya NF

su conducta y su juicio adolecen de notables y graves fallas de carácter moral.


La Constitución se basa en el ejercicio responsable del poder. Por eso es que
la tesis de la «incapacidad mental» equivale a una propuesta tolerante con la
irresponsabilización y, en consecuencia, con una marca contraria al proyecto
O

de ética pública que recoge nuestra Constitución política. Esa opción obvia,
ignora y termina siendo indiferente con situaciones en las que es imperativo
C

prescindir y licenciar a quien no debe permanecer en el cargo presidencial


por el daño que le causa a la sociedad y al Estado, porque la consecuencia de
su adopción anula o por lo menos neutraliza la competencia deliberativa y
directiva del Congreso en materia de control de la ética pública.

5. LOS PARÁMETROS DE ÉTICA CONSTITUCIONAL PARA LA


DECISIÓN DEL LICENCIAMIENTO
¿Cómo garantizar la aplicación justa y razonable de la vacancia por
incapacidad moral permanente cuando quien la dictamina y la aplica puede
ser o amigo o enemigo del presidente de la república a quien se sienta en el

| 211
César Delgado-Guembes

banquillo de los moralmente incapacitados para continuar en el cargo? ¿O


acaso no puede convertirse este mecanismo en una herramienta eficaz para
deshacerse de un presidente políticamente poco afín?
¿No cabe construir incapacidades morales como permanentes a partir
de un collage, o de la reconstrucción de retazos de errores o parches de fallas
en el proceso de gobierno del país? ¿Qué límite impediría la anteposición
de la ira, de la vendetta, de la revancha o de la represalia política, antes que
la aplicación serena y templada del juicio sobre una eventual imputación de
inconducta moral permanente, o de incapacidad de enjuiciamiento razonable

ga L
de la realidad por el presidente de la república?

Le CIA
Si el propósito es contar con un mecanismo excepcional que facilite la
regulación de situaciones efectivamente indeseables en el funcionamiento del
régimen político, no cabe eliminar ni descartar la alternativa, porque impediría

l
el reemplazo de la autoridad moralmente incapaz por otra en la línea de suce-
sión respectiva. No cabe inmovilizar ni petrificar la presencia de un hombre
ay EN
en un rol de autoridad como si la infalibilidad lo asistiera por el único hecho
de haber recibido el reconocimiento suficiente en el sufragio colectivo.
En las democracias es inaceptable la intangibilidad del gobernante y si
ch ID

no honra el encargo recibido corresponde evaluar su licenciamiento y decidir


la liberación del vínculo que lo llevó al puesto cuyo perfil no está en capaci-
dad de cumplir. Ni en las monarquías queda inmerecidamente indemne el rey
Ya NF

cuando comete excesos. Caso contrario, mantener al indigno del cargo genera
una seria deficiencia en el funcionamiento del régimen político, además de las
consecuencias externas que ocasiona en la ilegitimación de la autoridad y del
O

sistema democrático.
En consecuencia, para que esta institución cumpla la finalidad por la
C

que se la preserva e integra en nuestra Constitución, los operadores de los


procesos están obligados a respetar el carácter excepcional para el que se
la incluye en el marco normativo del régimen político. Es su responsabilidad
garantizar que lo excepcional no se usa como lo ordinario, común ni regular,
y que sólo la intensidad del mal colectivo que causa la presencia inidónea del
responsable justifica el uso de un remedio proporcional al daño que origina
a la república.
Las cuestiones aquí indicadas pueden abordarse en un marco razonable
de fundamentación que atienda a condiciones argumentativas básicas como
las que propongo en el siguiente acápite reservado a la presentación de lo que
denomino los parámetros de ética constitucional para la decisión de vacancia
del Presidente de la República por permanente incapacidad moral.

212 |
La destitución por incapacidad moral

Conforme a las reglas de prudencia que se ha referido previamente, la


competencia del Congreso en la dirección, revisión y control de la ética y de
la moralidad pública, una de cuyas expresiones se materializa en el proceso de
vacancia del Presidente de la República por permanente incapacidad moral,
es una atribución que debe ejercitarse en casos extremos y excepcionales.
La vacancia presidencial es una medida constitucional que puede adoptar el
Congreso que tiene carácter restrictivo y acotado. La remoción del Presidente
de la República no es un proceso desvinculado de la afectación de valiosos
e importantes bienes políticos uno de los más notables es la estabilidad y la

ga L
gobernabilidad del país a través de la conducción que tiene a su cargo el Jefe
de Estado y Jefe de gobierno.

Le CIA
¿De qué tipo de condiciones o criterios se trata cuando se plantea la
pertinencia de parámetros a los que requiere ajustarse la decisión del Con-
greso de licenciar, vacar, remover o destituir al Presidente de la República

l
en razón a su permanente incapacidad moral? La vacancia por incapacidad
ay EN
moral permanente sirve al mismo marco conceptual por el que se mantiene
su invariable vigencia histórica en el constitucionalismo peruano desde sus
orígenes. Se mantiene porque es indispensable que se la use cuando el daño
que la permanencia de un presidente es mayor que su remoción. Se mantiene
ch ID

también porque su uso debe acontecer únicamente cuando la incoación del


proceso tiene el objetivo de optimizar razonada y razonablemente el funcio-
Ya NF

namiento regular del sistema democrático del Perú. Y se mantiene como vía
excepcional para evitar el desmán que la ausencia de niveles elementales de
gobernabilidad y de convivencia nacional continúe teniendo como fuente y
causa la incompetencia moral del Presidente de la República en la conducción
O

del Estado, del gobierno y de la sociedad.


El propósito de la vacancia presidencial por permanente incapacidad
C

moral nunca se justifica cuando el encono, la rivalidad ciega, la vendetta fanática,


ni la furia anímica, preceden en el ánimo de quienes promueven la exclusión
del presidente del cargo al que lo llevó un proceso electoral. Esos usos se admi-
ten, en consecuencia, sólo cuando la intensidad de la incapacidad es tan grave,
tan dramática, tan generalizadamente ostensible, que mantener al presidente
de la república en el cargo resulta más dañino que su vacancia. De ahí que
resulte incomprensible que pueda intentarse o proponerse la remoción de un
presidente en base a razones que por lo nimias, infantiles, o episódicas deban
calificarse como injustificadas, desproporcionadas o grotescas. La remoción
del jefe de Estado sólo tiene justificación cuando existen fundadas razones
basadas en la afectación de bienes, valores o principios con conductas

| 213
César Delgado-Guembes

ostensiblemente indebidas, impropias o indignas en la misión conductora


que la Constitución le asigna al Presidente de la República.
¿Cuál es la finalidad de identificar criterios que auxilien, apoyen, garan-
ticen o aseguren el adecuado o correcto uso de la facultad del parlamento de
vacar al Presidente de la República por su permanente incapacidad moral? ¿Para
qué enunciar criterios o pautas que ordenen o que acoten los posibles usos de
la vacancia por permanente incapacidad moral del Presidente de la República?
En principio es menester caer en cuenta que ninguna Constitución pe-
ruana, desde la de 1839, ha hecho otra cosa que mantener esta vía o recurso

ga L
parlamentario. Ninguna Constitución ha limitado la capacidad discrecional

Le CIA
del Congreso para hacerse cargo de la delicada evaluación de la pregunta ante
la que debe responder la representación nacional cuando aparece y surge la
sombra o los visos de un contexto en el que sea necesario tener y tomar en

l
consideración plantear la posible remoción del Presidente de la República
como consecuencia de juicios, de actos o de conductas o comportamientos
ay EN
moralmente incompatibles con el debido desempeño y ejercicio de la jefatura
del Estado y de la conducción del gobierno.
Todas las Constituciones peruanas han mantenido uniformidad y con-
ch ID

fianza en el criterio de nuestros representantes, y en el adecuado equilibrio


normativo de nuestro régimen representativo. Esta constatación sugiere la
deducción que quienes han sostenido esta norma en el tiempo histórico man-
Ya NF

tuvieron también la misma confianza en la capacidad de los operadores a cargo


del juicio sobre la vacancia de un presidente. Sin retazos, parches ni recortes.
No se ha considerado que ninguna mayoría en el Congreso fuera un peligro
O

político para la democracia ni para el equilibrio entre poderes a lo largo de


casi dos siglos. Por eso se mantiene al Congreso como órgano competente para
C

decidir sobre la permanente incapacidad moral de los presidentes. Tampoco


se ha considerado que hubiera de cambiarse el concepto por el cual quepa
vacar al Presidente de la República y se constata la constante condición de que
la vacancia procede por incapacidad moral. No ha habido corrección. No ha
habido reemplazo por otra condición ni se ha variado la misma.
La interpretación reciente que, en nombre del espíritu original y en
apelación la historia y al derecho comparado, cree tener mayor grado de correc-
ción y validez entender que cuando la Constitución indica que lo moralmente
incapaz de un Presidente de la República no se refiere a juicios o a actos de su
conducta o de su desempeño, sino a una deficiencia de orden mental, psíquico
que le impida asumir idóneamente las funciones propias del cargo presidencial.
Como esta cuestión ya es abordada en otro espacio en este mismo trabajo, me

214 |
La destitución por incapacidad moral

remito de modo directo a la pertinencia y conveniencia de las pautas, criterios,


o parámetros que facilitan un proceso justo en la acción del parlamento para
decidir cuándo y por qué razones es razonable vacar, remover o destituir a
un Presidente de la República a propósito de la imputación de su permanente
incapacidad moral.
¿Para qué las pautas, los criterios o los parámetros en un proceso de
vacancia presidencial? Cabe sugerir, básicamente, cinco razones que pueden
explicar la utilidad y las ventajas de basarse en parámetros para optimizar el
desempeño funcional del parlamento en el proceso de vacancia al Presidente

ga L
de la República. En síntesis las razones están relacionadas con cuestiones de

Le CIA
arbitrariedad, predecibilidad, ambigüedad, democratización, y riesgo. Todas
estas cuestiones están en último término interconectadas entre sí, pero cabe
identificarlas y aislar una de otra de forma que la finalidad de los parámetros
pueda agregar el valor que se le adjudica en un proceso políticamente extremo

l
y excepcional.
ay EN
Cuadro N° 9
Finalidad de los parámetros para el uso de la vacancia
por incapacidad moral permanente
ch ID
Ya NF
O
C

Elaboración: propia

La primera razón es evitar la arbitrariedad a partir de un marco definido


y circunscrito, que disminuya las posibilidades de su aparición, uso o existencia

| 215
César Delgado-Guembes

entre los operadores del régimen político. Es una propiedad de las pautas, cri-
terios o parámetros la capacidad de orientar al operador hacia el fin buscado
con el uso de una atribución para cumplir con una función o tarea. Cuanto más
excepcional sea la situación en que quepa valerse de esa competencia extrema
mayor circunspección es exigible para evitar usos impropios, innecesarios o
indebidos por quien tiene el poder de evaluar, deliberar y dirimir un supuesto
de incapacidad moral.
La segunda razón es establecer pautas que garanticen mínimos de prede-
cibilidad en el margen de discrecionalidad en el uso del poder, del Presidente

ga L
y del Congreso. Si la atribución del Congreso debe utilizarse según un encua-

Le CIA
dre determinado tanto el Presidente de la República, el gobierno en general,
y el Congreso en particular, contarán con un marco apropiado de antemano
según el cual se espera que se utilicen los mecanismos para controlar, exigir y
sancionar lo que quiera que se consideren actos, comportamientos, juicios o

l
conductas impropios en el ejercicio de la función presidencial. El conocimiento
ay EN
de estas pautas o parámetros define el margen de juego y de uso del poder por
el Presidente de la República, tanto como la capacidad del parlamento en su
rol como agente a cargo de la vigilancia de la ética pública y constitucional en
nuestro régimen político.
ch ID

La tercera razón es reducir la ambigüedad en el ámbito de las competen-


cias orgánicas en los procesos parlamentarios. Cuando la potestad reconocida
Ya NF

carece de acotación sólo queda el libre ejercicio del poder por quienes tienen
la mayoría necesaria para aprobar o para rechazar una propuesta, de la índole
que fuera, con el solo límite del número de votos con que se cuente para tomar
la decisión sobre la que tiene competencia. Puede advertirse, por lo tanto,
O

que la existencia de un encuadre predeterminado circunscribe la ambigüedad


y ordena el dogmatismo de las posiciones que desconocen el límite entre el
C

nudo y absoluto uso del poder legal y el uso del poder según un orden míni-
mamente racional.
El resultado esperado de prever parámetros para el uso del poder, como
límite moral en el desempeño presidencial, a la vez que como límite compe-
tencial en la facultad del Congreso de calificar la afectación de la moralidad
pública y constitucional del Presidente de la República, es la desambiguación
de la forma de gobierno, porque el Presidente de la República no tiene libertad
para quebrar ni desconocer la ética que nuestro régimen democrático tiene
en sí mismo, ni el Congreso puede al solo amparo de las mayorías y sin
fundamentos adecuados ni suficientes licenciar y destituir al Presidente de
la República. La desambiguación produce certeza y claridad interpretativa

216 |
La destitución por incapacidad moral

sobre los alcances de las facultades estatales en los operadores orgánicos


de los procesos políticos.
La cuarta razón es asegurar óptimos de usos democráticos del poder. Bien
entendida la democracia no es solamente el uso del poder por las mayorías que
el pueblo elige para que gobiernen o para que lo representen en su nombre,
por su cuenta o en su interés. Pero a la vez que el poder no es ilimitado por
mayor respaldo que se haya alcanzado en un proceso electoral, el objetivo de
quienes ocupan un puesto estatal por elección popular es hacer uso de lo mejor
de sus facultades para optimizar la calidad de vida política de la república. El

ga L
juicio sobre qué es lo óptimo en la vida política del país es un juicio moral, un

Le CIA
juicio ético. Responde a la pregunta por el bien o el mal para una comunidad
política. Las pautas que instruyan o encaminen tanto al Presidente de la Repú-
blica, orientándolo sobre la corrección en la moralidad de sus actos mientras
conduce el Estado, como al Congreso cuando advierte síntomas o señales de

l
peligro que requieran la adopción de medidas extremas y excepcionales para
ay EN
evaluar la idoneidad presidencial en el gobierno por el jefe de Estado, a la vez
que restringen el uso de capacidades y atribuciones constitucionales, también
operan como mandatos para contribuir mejor en el cumplimiento de la fina-
lidad democrática del poder en nuestra república. De ahí que quepa entender
ch ID

que los parámetros califican como hitos para la optimización de la calidad


democrática de nuestro régimen político.
Ya NF

Por último, la quinta razón es disminuir el riesgo de concentración de


poder en el régimen político. La definición de un régimen democrático tiene
como característica principal y sustantiva la negación de toda forma de ejer-
cicio autocrático, tiránico, despótico, autoritario o dictatorial del poder. La
O

inexistencia de un marco apropiado para controlar alternativas que tiendan,


aprovechen o que utilicen formas de contradecir esta regla central es una ven-
C

tana hacia posibilidades de desborde de los actores de los procesos políticos.


Por lo tanto, sin negar las facultades que la Constitución reconoce, al
Presidente de la República de conducir el Estado y el gobierno del país, y al
Congreso como agencia de control de la ética pública que se deduce de los
valores y principios constitucionales, el reconocimiento y adhesión a pautas
centrales de uso de la competencia para controlar el estatuto presidencial por el
Congreso de la República, funciona u opera como un mecanismo de contención
que permite ajustar las conductas de los operadores del poder constitucional
de forma que con sus actos no se incurra en actos contrarios a la naturaleza
sustantiva del régimen democrático.

| 217
César Delgado-Guembes

Las razones anotadas sirven para disminuir los riesgos que conducen al
escepticismo respecto de la conveniencia de mantener en nuestra Constitución
la alternativa de que el Congreso se mantenga como árbitro o como agencia
de vigilancia de la ética pública en el Perú.
Si los escépticos ven un riesgo de abuso en la inclusión de ámbitos de
moralidad en el régimen constitucional o en el régimen político del Perú, y para
hacerlo invocan el relativismo de los juicios morales, la existencia de pautas
para el mejor uso de las facultades parlamentarias en el control de la ética según
la cual debe comportarse el Presidente de la República, tiene el objetivo de

ga L
mantener la posibilidad de que el ejercicio de la presidencia sí cuente con los

Le CIA
límites propios de la axiología y de la moral que se deduce y que se desprende
conceptualmente de nuestra Constitución.
En otras palabras, la propuesta y la observación de parámetros en el

l
ejercicio de la capacidad de vigilancia a cargo del parlamento así como de su
competencia como órgano de control excepcional sobre el desempeño moral
ay EN
del Presidente de la República, es propiamente una apuesta, primero, por afir-
mación de que en la vida política existe un código ético no escrito que rige a
todos los operadores del poder estatal, y segundo por el reconocimiento de que
ch ID

el Estado de derecho no es inmune a modalidades de regulación basadas no


sólo en la norma positiva sino también en valores y en principios contenidos
o deducibles del propio régimen constitucional.
Ya NF

La propuesta y la observancia de parámetros para el uso de la facultad


de remover al Presidente de la República, y para el uso de la capacidad de con-
ducción y gobierno del jefe de Estado, es una apuesta por el reconocimiento de
O

que el poder debe ejercitarse responsablemente a la vez por el Presidente de la


República y por el parlamento, y una apuesta también por el reconocimiento de
C

que los objetivos políticos en nuestro régimen constitucional obedecen a una


visión colectiva que incluye la dimensión de lo justo en el ordenamiento de la
colectividad. Justicia y política, como justicia y derecho, no están disociados,
sino que se encuentran inextrincablemente unidos.
En el marco de las ideas y razones precedentes a continuación corres-
ponde proponer cuál sería el conjunto de pautas, obviamente perfectible,
que integrarían el método para proponer y para aprobar con el menor riesgo
posible la vacancia del Presidente de la República por su permanente incapa-
cidad moral. En el cuadro que sigue se presentan las líneas esquemáticas que
componen el parámetro que pueda servir para optimizar los usos de la facultad
del parlamento en el ejercicio de sus funciones directiva y de control de la ética
pública que le confía la Constitución.

218 |
La destitución por incapacidad moral

Cuadro N° 10
Componentes del parámetro para razonar
la vacancia por incapacidad moral

ga L
Le CIA
l
ay EN
ch ID
Ya NF

Elaboración: propia
O

En efecto, adaptando la lógica con la que se pondera el uso constitucio-


C

nal de los derechos en situaciones aparentes de colisión, cabría plantear como


una opción, desde la que se cuente con un parámetro de limitación u orien-
tación, que el uso idóneo de la vacancia por incapacidad moral permanente
se justifique, sin que la enunciación tenga carácter concurrente ni copulativo,
en consideraciones que reconozcan (1) la excepcionalidad de su uso; (2) la
evidencia y certeza disponibles; (3) la magnitud, intensidad y gravedad de la
incapacidad; (4) el carácter permanente; (5) la idoneidad y eficiencia de la
medida; (6) la necesidad inaplazable de la remoción; (7) la adecuada proporción
entre las faltas y la remoción; y (8) la importancia política y constitucional del
desempeño presidencial. En seguida presento el desarrollo de los alcances de
cada uno de los componentes referidos.

| 219
César Delgado-Guembes

5.1 La excepcionalidad de su uso


La intervención del Congreso en la remoción del Presidente de la Re-
pública es una medida restrictiva, dura, radical y extrema que afecta bienes
políticos y constitucionales. No es una medida ligera ni leve de uso ordinario
ni cuotidiano. Su uso procede si no existe absolutamente otro medio constitu-
cionalmente más apto y eficiente para remediar el ejercicio esperado del poder
presidencial. El objetivo es evitar la colisión arbitraria con el ejercicio de la
autoridad presidencial. La racionalidad de su uso supone que no se sacrifique
desproporcionada ni innecesariamente la necesidad del buen gobierno, la

ga L
gobernabilidad, y la gobernanza del país.

Le CIA
Como remedio último y más drástico sólo corresponde recurrir a la va-
cancia en la causal de permanente incapacidad moral si no existiera otro medio
constitucionalmente más adecuado, conveniente y eficiente para corregir las

l
severas deficiencias, desvíos o distorsiones en el ejercicio y desempeño del
poder presidencial. Lo que se pretende y busca en este proceso parlamentario
ay EN
es tomar una decisión razonable, ajena a la arbitrariedad, animosidad o interés
en despojar a la autoridad presidencial del papel que el país necesita para llevar
a buen término el gobierno y la administración general del país.
ch ID

El carácter excepcional de la vacancia exige que la propuesta dé cuenta


y asuma que la remoción del Presidente de la República es el único remedio
con el que cabe extirpar un mal tan grave como son los daños que las insufi-
Ya NF

ciencias del perfil moral del Presidente de la República en el ejercicio de las


tareas presidenciales le causan a la comunidad en general, al país, al Estado y
al futuro de nuestra nación debido, precisamente, a las fallas que de manera
O

sintomática se acusan en su desempeño a menos de un año aún del inicio de


su mandato.
C

5.2 La evidencia y certeza disponible


Un segundo aspecto o elemento del parámetro consiste en la evidencia y
certeza disponible sobre el protagonismo del presidente como actor de juicios
o de actos que lo descalifican gravemente para mantenerse en el ejercicio del
más alto puesto del gobierno en el Perú.
Los hechos reprochables que definen la indignidad presidencial deben
basarse en evidencia capaz de generar mínimos confiables de convicción
sobre la responsabilidad moral del Presidente de la República en los hechos
moralmente graves por los que se pide su remoción o vacancia. La existencia
de certeza basada en indicios probatorios, o en evidencia plena, capaces de

220 |
La destitución por incapacidad moral

generar niveles elementales de convicción, proporcionan la garantía de la


autenticidad del juicio, porque de esa forma se aísla el efecto que ocasiona la
libidinalidad o los intereses políticos de quienes cuestionan la moralidad del
desempeño presidencial.
La certeza y la evidencia suponen el dato sobre la acción, responsabilidad
o decisión personal del Presidente de la República en el hecho o suceso por el
que supuestamente tiene responsabilidad moral con sus actos o conducta. La
conducta o juicio moral del Presidente de la República debe tener relevancia y
causalidad respecto de los hechos sobre los que se le atribuye responsabilidad

ga L
moral. La sospecha o la intuición son insuficientes para descalificar al Presi-

Le CIA
dente de la República sobre hechos de los que no puede deducirse vínculo con
sus actos o decisión personal.
La pertinencia de una propuesta de vacancia como remedio para eliminar

l
los riesgos que la incapacidad moral del Presidente de la República ocasiona
tiene como sustento la responsabilidad que cabe atribuirle al Presidente de
ay EN
la República como conductor del gobierno y, en consecuencia, a cargo del
rumbo que puede y debe tomar el Estado y el país durante su mandato. Si
bien el Presidente de la República goza de la prerrogativa de su indemnidad e
ch ID

inviolabilidad funcional, así como sus gabinetes son política, constitucional y


penalmente responsables por los actos presidenciales contrarios a la Consti-
tución y a las leyes del país, dicha indemnidad e inviolabilidad no es absoluta.
Ya NF

Cuando el desempeño presidencial afecta, lesiona, daña o pone en grave


riesgo la conducción del país que la Constitución le asigna, es responsabilidad
del Congreso mostrar los hechos presidenciales que justifican su responsabi-
O

lización y su remoción en mérito y al amparo de un cuadro de incapacidad


moral permanente. Esta tarea parlamentaria.
C

Para cumplir correctamente con la misión de monitoreo ético y político


que tiene el Congreso sobre el desempeño presidencial es preciso que en la
propuesta que contiene la moción de vacancia se consignen los actos que ha rea-
lizado el Presidente de la República en los cuales es posible advertir evidencia
plausible para generar la convicción de su participación y responsabilidad en
sucesos cuyo impacto afecta negativamente en la conducción y gobernabilidad
del Estado y de la sociedad. Son los niveles de participación del Presidente
de la República en las diversas irregularidades que se le atribuyan las que lo
descalifican como titular del cargo y función presidencial por incumplir el
perfil y los estándares inherentes a quien ocupa la más alta magistratura en el
gobierno del Perú.

| 221
César Delgado-Guembes

Lo que se le reprocha al Presidente de la República en un pedido de


vacancia es la falta de idoneidad en el ejercicio digno, probo, eficiente y cons-
titucional del cargo. Su desempeño debe configurar la negación de valores
constitucionalmente reconocidos y colisionar con la ética que se espera en el
ejercicio del puesto presidencial. El o Los diversos actos que se le reproche
pueden tener diverso nivel de intensidad y de gravedad, pero en todos y en
cada uno de ellos es necesario que existan indicios, señales, o evidencia de la
incompetencia ética del Presidente de la República que lo descalifique para
continuar en el ejercicio de la presidencia.

ga L
Los datos, indicios o evidencia deben procurar una respuesta razona-

Le CIA
ble frente a los efectos dañinos que cause la permanencia del jefe de Estado
en la presidencia de la república, no porque sea la única respuesta frente a la
realidad que se pone a consideración del Congreso, sino porque es plausible
tomar en consideración las razones expuestas en el pedido de remoción para

l
evitar el peligro que represente mantenerlo en el cargo y funciones propias
ay EN
del Presidente de la República.

5.3 La magnitud, intensidad y gravedad de la incapacidad


ch ID

El tercer componente del parámetro es la magnitud, intensidad y gravedad


de la incapacidad que se advierte en falla de juicio, o en los hechos, decisio-
Ya NF

nes, conductas, o comportamientos del presidente. La inconducta y los actos


indignos o moralmente reprochables en el desempeño del puesto contienen
conductas negligentes y graves contrarias a la probidad, el decoro, el honor,
con las que se provoca alarma, conmoción, crisis, o escándalo capaz de afectar
O

la dignidad nacional o internacional del país.


C

Cabe que entre dichos actos unos sean gruesos y otros de menor calibre,
pero lo crítico es que se muestre o una sucesión de desaciertos atribuibles a
él de modo personal en la definición o en el manejo constitucional de las po-
líticas públicas, o en insuficiencias agregadas en los actos que protagoniza en
la conducción del Estado que sustraigan posibilidades de niveles mínimos de
gobernabilidad en las instituciones estatales.
Parte de las deficiencias puede constituir la insuficiencia en el compro-
miso con valores inherentes al régimen democrático, y a principios políticos
derivados de este régimen y del concepto de buen gobierno o de gobernanza,
tales como las acciones relacionadas con la obstrucción del desempeño regular
de actos de fiscalización o de la administración de justicia, el encubrimiento, la
falsedad o el ocultamiento de evidencia o información pública, o la afectación

222 |
La destitución por incapacidad moral

de convicciones políticas especialmente críticas como puede serlo algún tipo


de asociación o vínculo con el narcotráfico, la subversión, el terrorismo, la
violencia familiar, o la trata de personas, por ejemplo.
La enumeración o enunciación de faltas contra la diligencia debida
que equivalgan a graves faltas contra el buen gobierno pueden legítimamente
ser casusa de repudio y de rechazo general, irritar la consciencia colectiva a
niveles de escándalo, de conmoción y de alarma. El efecto causado por los
actos reprobables o repudiables del Presidente de la República son también
materia de valoración y deliberación en el proceso de vacancia, en la medida

ga L
que afectan la sensibilidad y la dignidad nacional con el pobre o deficiente

Le CIA
nivel de desempeño ético del Presidente de la República, generando sorna o
burla internacional que puedan poner al Perú al borde de la vergüenza y del
menosprecio global.

l
ay EN
5.4 El carácter permanente
El cuarto elemento del parámetro es el carácter permanente que se advier-
ta en el mal uso del juicio moral o la permanencia de inconductas moralmente
reprensibles e incompatibles con el puesto (lo que excluye el carácter ocasio-
ch ID

nal del perfil conductual). La permanencia y la gravedad son intrínsecas a la


evidencia de la inconducta o a la indignidad moral (la inconducta reprochada
Ya NF

reviste carácter no ocasional o efímero, sino duradero). Puede configurar una


conducta sistemática, reiterada o repetitiva dentro de un conjunto disperso
de actos reprochables. Pero, igualmente, también puede constituir uno solo
o unos pocos actos materialmente inconexos que establecen un patrón o una
O

lógica insostenible de indignidad en la ocupación del cargo presidencial.


C

La permanencia puede consistir, por ejemplo, en una tendencia regular y


sucesiva en la comisión de errores de conducción, o de juicio en la conducción,
sobre las medidas que impulsa o que adopta, contrarias al marco de valores y
de principios constitucionales que dificulten o que nieguen niveles mínimos
de gobernabilidad dentro de un destino y un rumbo claros.
La permanencia puede expresarse, igualmente, en tipos de acción pre-
sidencial afectada de tropiezos, de desatinos y de enmendaduras, con las que
no sólo no se repare fallas o errores anteriores, sino que al volverlos a editar
en diversidad de aspectos y medida, quede la convicción que el país queda a
la deriva y sin orientación alguna.
La gravedad de las inconductas por las que se propone la vacancia pue-
den justificarse asimismo en una sucesión de inconductas y errores de juicio

| 223
César Delgado-Guembes

con los que la situación política o económica del país empeore y las crisis se
agudicen, afectando el sistema productivo, o la capacidad adquisitiva y de
desarrollo social y cultural de la población, en desmedro de políticas estables.
Cuenta como una incapacidad moralmente permanente la comisión de
un solo acto grave, como podría serlo un delito común. El asesinato, el homici-
dio, el lavado de activos, el uxoricidio, el parricidio, el filicidio, el estelionato,
la estafa, sin que sea preciso ni exigible la reiterancia ni un patrón delictivo
sistemático. La comisión de un hecho delictivo daña el estatus, y el puesto de
jefe de Estado en grado tal que no resulta permisible ni aceptable contar con

ga L
un delincuente en el cargo presidencial53.

Le CIA
La grave falta de juicio ético y de sindéresis estatal, sumada descono-
cimiento de principios elementales de la axiología y ética constitucional,
configura lesivamente la posición y el estatus presidencial que ocupe una

l
persona cuya permanencia pone en grave peligro la estabilidad y la conducción
segura del país hacia un destino plural y eficazmente compartido.
ay EN
El carácter marginal del desempeño del Presidente de la República son
contrarios a la moral cuando ponen al Perú ante la indeseable disyuntiva de
ch ID

Delitos comunes como el homicidio, la violación de la libertad personal o sexual, la


53

extorsión, el contrabando, el tráfico ilícito de drogas, la desaparición forzada, la tortura,


Ya NF

o la falsificación de documentos, son obviamente formas de conducta moralmente rep-


rensibles, cuya comisión cabe invocar como causal para incoar un proceso de vacancia.
Lo dificultoso, sin embargo, es la construcción de un caso delictivo dentro del carácter
permanente de la incapacitación moral que se pretenda. La permanencia puede consistir
y construirse como un patrón reiterado o repetido de conductas sintomáticas de moral-
O

idad cuestionable o dudosa, así como, igualmente, la sola comisión de un acto grave y
flagrantemente ausente de moralidad a pesar de la ocasionalidad o circunstancialidad
C

de su ocurrencia.
Debe tenerse presente que la inmunidad presidencial que establece la Constitución
acompaña sólo respecto de la naturaleza funcional de las imputaciones que se realicen.
No las que afecten la dimensión privada, particular o personal de su desempeño o compor-
tamiento.
De ahí que, si procede y se aprobara la declaratoria de vacancia por la comisión de un
delito común, dado que el Presidente de la República no goza de las inmunidades de
proceso y de arresto, luego de su destitución por el delito común calificado como causal
de incapacidad moral permanente, el titular debiera quedar sometido a la jurisdicción
penal ordinaria. No corresponde el procesamiento ante la Corte Suprema, porque no
se trata de un delito en el ejercicio de la función.
Contrariamente, por lo tanto, cuestiones como la mentira reiterada o sostenida, durante
el ejercicio de la función, son válidamente invocables como sustento para provocar la
vacancia presidencial, sin que, para este efecto, sea exigible el proceso de acusación
constitucional.

224 |
La destitución por incapacidad moral

mantener en el cargo a quien de manera sistemática desempeña impropia y


reprochablemente un papel, o de licenciarlo para impedir y corregir un mal
que daña y que pone en riesgo valores más importantes y valiosos que la
complacencia y benevolencia en cuyo nombre se condonaría una conducta
incompatible con el cargo de Presidente de la República del Perú.

5.5 La idoneidad y eficiencia de la medida


El quinto componente del parámetro es la idoneidad y eficiencia de la

ga L
medida frente a otras alternativas previstas en el sistema para conjurar el daño
y riesgos que representa la permanencia del presidente moralmente incapaz.

Le CIA
La remoción es una medida última, extraordinaria, cuyo uso sólo pro-
cede si no existe otra medida menos intensa o grave que permita a la vez que

l
corregir las deficiencias de desempeño en la conducta o juicio del Presidente
de la República, afectar en menor medida la conducción y gobernabilidad que
ay EN
está a cargo del Presidente de la República.
La remoción se justifica si, y cuando, la importancia de la satisfacción
de las necesidades de conducción, gobernabilidad o gobernanza del país es
ch ID

menos afectada que si se mantiene al Presidente de la República en el cargo


durante el resto de su mandato. La remoción es idónea para alcanzar un bien
constitucionalmente superior cuando es el medio adecuado y menos costoso
Ya NF

que otros, política y razonablemente, o menos eficientes, o más gravosos.


La cuestión a que debe responder en la evaluación y deliberación que
realiza el Congreso es, si acaso existe una medida menos incisiva, severa y
O

drástica, capaz de evitar, disminuir, eliminar o reducir el daño y los riesgos


en que las reiteradas y sistemáticas acciones del Presidente de la República
C

pone en peligro la gobernabilidad y la estabilidad del país. Sólo si existiera una


alternativa menos severa, invasiva o drástica que la remoción del Presidente de
la República cabría optar por no aprobar la propuesta de vacarlo en el ejercicio
de la presidencia de la república.
Ante una propuesta de vacancia las alternativas básicas que cabe prever
en relación con el perfil del carácter moral del Presidente de la República son,
simplemente, o su permanencia, o su vacancia. La tercera opción, sin embargo,
cabría ser la posibilidad de su suspensión, para lo cual el medio idóneo sería,
en primer lugar, la denuncia constitucional que tendría que presentarse en el
Congreso por la comisión del delito de traición a la patria o cualquiera de los
demás supuestos previstos en el Artículo 117. En caso se aprobara la acusación
constitucional por la comisión de dicho delito, el Presidente de la República

| 225
César Delgado-Guembes

quedaría de oficio suspendido en el ejercicio del cargo luego de acordarse la


formación de causa ante el Poder Judicial.
Si bien la suspensión que resulta del antejuicio político habilitaría la
remoción temporal del Presidente de la República mientras durara el proceso
judicial que revise el caso penal, con lo cual se neutralizarían los daños, los
riesgos y los peligros que se advierten con su permanencia en el cargo, el costo
de un proceso de acusación constitucional es que tiene una duración indeter-
minada, que puede oscilar mínimamente entre uno y tres meses, el beneficio
significaría que el Presidente procesado contaría con condiciones menos rígidas

ga L
para el ejercicio de su defensa, aunque la misma versaría únicamente respecto

Le CIA
del delito por el que se lo denuncia, quedando de lado el patrón indecoroso,
indigno, reprochable, errático o marginal de sus hábitos de desempeño ética-
mente impropio en la presidencia de la república.

l
En vista del costo y de las inconveniencias de la alternativa de la eventual
suspensión que alejaría al Presidente de la República del cargo, esta opción
ay EN
sería comparativamente ineficaz para eliminar los costos políticos y constitu-
cionales que causa su permanencia durante el lapso que dure, cuando menos,
el proceso de acusación constitucional en el Congreso. En primer lugar por-
ch ID

que durante el proceso de acusación constitucional se mantiene en funciones


y, en consecuencia, sin modo de minimizar los efectos de su ineptitud, y en
segundo lugar porque la diversidad de faltas que su desempeño puede causar
Ya NF

quedaría sin control.


Por lo tanto, si bien cabría aseverar que la denuncia por la comisión
de delito de traición a la patria podría constituir una medida menos intensa
O

que la vacancia, quedaría a la vez claro que dicha opción deja sin solución la
dimensión y extensión del mal que ocasiona la permanencia del Presidente
C

de la República durante el lapso del proceso en el que se tramita su acusación


constitucional ante el Congreso.
Si se descartara la opción de la denuncia constitucional por traición a
la patria y la subsecuente suspensión que recaería al finalizar el proceso, sub-
sisten las dos alternativas iniciales básicas: o la permanencia, o la vacancia.
La permanencia es un daño cuyas consecuencias corresponde evaluar si se
eliminan y no se convive con él. La vacancia, a su vez, queda justificada si la
importancia que tiene la gobernabilidad del país es menos afectada que si se
mantiene al Presidente de la República en el cargo durante el período para el
que fue elegido.
La tarea que tiene el Congreso al momento en que haya de tomar una
decisión sobre el contenido de la propuesta de vacancia es argumentar si, en

226 |
La destitución por incapacidad moral

efecto, la vacancia es un medio necesario y adecuado para descartar los riesgos


y peligro que causa a la sociedad y al Estado los actos indignos del Presidente
de la República y, por lo tanto, para alcanzar un bien constitucionalmente
superior con el menor costo posible para el Estado y para la sociedad.

5.6 La necesidad inaplazable


La necesidad inaplazable de adoptar la medida de expulsión del presidente
del puesto que ocupa impropiamente es el sexto componente del parámetro.

ga L
La decisión de remover al Presidente de la República es necesaria cuando

Le CIA
su permanencia ocasiona un nivel política y constitucionalmente más oneroso
en la dirección del gobierno y la conducción del Estado y del país, que convivir
con su retención en el puesto, a pesar de la ausencia moral con que se califica

l
su incapacidad para el desempeño y ocupación del cargo presidencial.
La vacancia del Presidente de la República es necesaria e inaplazable
ay EN
si y cuando su permanencia en el ejercicio ocasiona un escenario y situación
comparativamente más grave en la conducción del país que su mantenimiento
en el cargo. Es más, desconocer o ignorar los datos y razones por los que la
ch ID

permanencia del Presidente de la República en el cargo, puede resultar constitu-


cionalmente más lesiva que su remoción configuraría un cuadro de inaceptable
y no permisible de tolerancia con los daños y riesgos en los que pone al Perú
Ya NF

con las condiciones en que desempeña las funciones presidenciales.


La inaplazabilidad de la vacancia se concreta en la claridad de la urgencia
y la exigencia de prescindir de quien indebida e impropiamente se convierte en
O

una figura distante del perfil ejemplar con que se debe ejercitar las funciones
de conducción que le corresponden al Presidente de la República. Tanto mayor
C

proximidad con la que la conducta presidencial se aproxima al escándalo, a


la indignidad, a la indecencia o a el menosprecio por valores constitucionales
con su comportamiento, mayor razón para imprimir sumariedad a la iniciati-
va de licenciar y despedir a quien desconoce con su juicio o con los actos de
su conducta el perfil de comportamiento que caracteriza al jefe de Estado en
nuestro régimen de gobierno.

5.7. La adecuada proporción entre las faltas y la remoción


El séptimo aspecto del parámetro consiste en la adecuada proporción entre
las faltas morales que se le imputa al presidente de la república y la necesidad
de licenciarlo en el ejercicio del cargo mediante el proceso de su vacancia.

| 227
César Delgado-Guembes

Para que la decisión del Congreso de intervenir o injerir en la remo-


ción del Presidente de la República por incapacidad moral permanente sea
una decisión constitucional, la intervención, la interferencia, o la injerencia
parlamentaria, debe ser igual o menos leve que la decisión de dejar incólume
e indemne la afectación de la gobernabilidad y la estabilidad política y econó-
mica del Estado, y del país en general, con un gobernante a quien se reprocha
su grave y permanente indignidad performativa en su juicio, en sus actos o
su conducta de índole moral. Recíprocamente, si la decisión de mantener al
Presidente de la República incólume e indemne configura una afectación grave

ga L
de la gobernabilidad del Estado y la estabilidad política y económica del país,
cabe calificar como constitucional dicha intervención e injerencia al remover

Le CIA
y vacar al Presidente de la República por incapacidad moral permanente.
La constitucionalidad de la decisión del parlamento de interferir de
modo drástico en la conducción del país, a cargo de quien fue elegido para

l
hacerlo por la voluntad popular, se basa en el carácter representativo que la
ay EN
Constitución le reconoce al Congreso y, por lo tanto, además, la remoción del
Presidente de la República por el parlamento es una decisión compatible con el
régimen democrático. La Constitución sólo legitima la decisión del Congreso
cuando éste vota previa deliberación de las razones y de la finalidad que se
ch ID

busca cuando se aspira a la remoción de un alto funcionario.


En principio la intervención del Congreso cuando vaca al Presidente de la
Ya NF

República es una decisión amparada en la Constitución si con esta intervención


o afectación del estatus presidencial existe por lo menos igual, si no menor
daño, que cuando la decisión equivale a dejar incólume a quien constituye la
causa de los graves reproches que se estructuran con la índole moralmente
O

inconveniente de su desempeño.
C

Cuando la permanencia de quien inconstitucional e inidóneamente ejer-


ce el cargo de Presidente de la República afecta tangible y ostensiblemente la
gobernabilidad del Estado así como la estabilidad general de la sociedad, debe
ser obligación del parlamento asegurarse que, en ejercicio de las competencias
que la Constitución le señala, proceda a intervenir y a remover al Presidente
de la República por su permanente incapacidad moral.
Precisamente por la responsabilidad que le corresponde asumir al
Congreso en la delicada tarea de licenciar a la más alta autoridad política que
el pueblo ha elegido de conformidad con las reglas del Estado de derecho, es
que, para que el suyo sea un ejercicio responsable y exento de sesgo, prejuicio
o arbitrariedad, la decisión mayoritaria que se haya de aprobar debe cumplir,
bien, válida y correctamente, con los valores y principios inherentes a la ética

228 |
La destitución por incapacidad moral

del régimen democrático que se rige por la regla de que las decisiones se to-
man con el criterio de la mayoría. En consecuencia, para cumplir bien, válida
y correctamente con la ética democrática se espera y se exige mucho más que
un número reglamentario de votos.
La exigencia en la emisión del juicio sobre la proporción entre las faltas
imputadas y la sanción o pena de remoción supone que la voluntad de la mayoría
debe ajustarse previamente al modo auténtico, y fingida ni calculadoramente, a
reglas elementales, primarias, fundamentales y básicas de legitimidad política.
De ahí que se deduzca que, para que la decisión sobre la proporción entre

ga L
las faltas y la sanción de vacancia presuponga, mínimamente, dos condiciones:

Le CIA
(1) que el voto de cada miembro del parlamento sea un voto sincero y autén-
tico, y no un voto calculado que simule una convicción de la que se carece
con la que se remede una autenticidad inexistente; y (2) que la decisión que

l
se proponga, sobre la que se evalúe, delibere y apruebe sea razonablemente
fundamentada en cada una de las diversas etapas del proceso deliberativo
ay EN
y de votación, identificando, reconociendo, y exponiendo, lealmente, las
distintas objeciones a la decisión propuesta por la diversidad de opositores a
la medida en debate, así como la consecuencia que razonan los proponentes
ch ID

como argumento y respuesta para afirmar y sostener la posición que se aspira


a constituirse como la decisión de la mayoría.
Probablemente en la exposición de las razones contrarias, cuyo mérito
Ya NF

se evalúa, meritúa, pondera y razona en el debate y en la sustentación, consista


el núcleo y médula del valor ético de la decisión del parlamento en el juicio de
moralidad sobre la idoneidad moral del Presidente de la República y la sanción
O

de vacancia que legítima y auténticamente debiera corresponderle. Ahí radica


el valor y la importancia crítica del valor político del Congreso como órgano
C

de dirección y de control de la ética pública en el régimen democrático y re-


presentativo en el Perú.

5.8 La importancia política y constitucional del desempeño pre-


sidencial
Por último el último elemento del parámetro consiste en la importancia
política y constitucional de usar esta medida para dar por satisfecho el equili-
brio institucional y la necesidad de contar con un gobernante adecuado en el
ejercicio de la función de presidente de la república. La vacancia del Presidente
de la República tiene el objetivo de recuperar los estándares de desempeño
ético en el cargo y puesto del titular de la presidencia.

| 229
César Delgado-Guembes

Ni la remoción ni la permanencia del Presidente de la República constitu-


yen un bien en sí mismo: son medios para permitir el gobierno democrático de
la república, evitando cualquier forma de concentración o de abuso del poder
contrario a la sanidad moral de la república y de la democracia. El ejercicio
ponderado y razonable de la atribución de remover antepone y prioriza un
bien constitucional superior tanto a la remoción como a la permanencia de un
Presidente de la República. La prioridad del Congreso es ejercer sus potestades
y competencias sin afectar el equilibrio ni el uso desmedido del poder con el
sesgo o la distorsión que ocasionan criterios interesados o de conveniencia

ga L
política para neutralizar, mermar, lesionar o deshacerse del contrincante o
rival político.

Le CIA
El objetivo del proceso de vacancia es recuperar la conducción cons-
titucional del país por el Presidente de la República, de forma que el Estado
mantenga el equilibrio institucional con procedimientos acordes con los

l
objetivos de cada órgano e instancia estatal. La remoción de quien carece del
ay EN
perfil indispensable para hacerse cargo de la conducción del país es una de las
ingratas tareas que tiene que asumir el Congreso de la República en situaciones
graves y delicadas de nuestra historia política.
ch ID

El ejercicio de esta delicada tarea trata de realizarse de modo prudente


y ponderado, poniendo por encima de todo tipo de rivalidad o encono la afir-
mación de bienes políticamente trascendentes y más elevados que los intereses
Ya NF

particulares de quienes tienen a su cargo objetivos y funciones representativas


en el Estado.
Al presentar los argumentos con los que se propone esta tarea de cirugía
O

constitucional corresponde dejar constancia que en un régimen democrático


y representativo la permanencia de ninguna persona particular en un puesto
C

público determinado es un fin en sí mismo. Ocupar un puesto en el Estado es


una misión que honra a quien llega al cargo, pero para permanecer en él debe
merecerlo. Quien no lo merece no puede permanecer en él ante la indiferencia
ni complacencia de quienes tienen la obligación patriótica de cumplir con la
evaluación del comportamiento ético de los más altos funcionarios del Estado
en el marco de la axiología que es parte y que es propia de nuestra Constitu-
ción política.

*
* *
Tener presentes estas condiciones permitiría realizar usos constitucional-
mente acotados de una atribución que resulta innegablemente útil para generar

230 |
La destitución por incapacidad moral

condiciones de higiene y de salud política en el ejercicio del poder por la au-


toridad, dentro del marco y contexto de proscripción a todo uso incorrecto de
la autoridad por ciudadanos que incurren en fallas inaceptables y contrarias al
más alto cargo de la república. Usos constitucionalmente acotados, ciertamente,
pero sin arbitrariedad ni imprudencia en quien ejerce el control y administra
la facultad sancionatoria en nombre del pueblo y del Estado cuando descalifica
como moralmente incompetente al Presidente de la República.
El calificativo moral debe quedar respaldado en hechos que se adecúen
a la categoría que consigna la Constitución. El juicio moral del árbitro es tan

ga L
materia de evaluación, como lo es la capacidad de enjuiciamiento moral del

Le CIA
presidente de la república en ejercicio y desempeño de sus atribuciones cons-
titucionales. Obviamente, en un contexto tan inasible como lo es la calificación
de un acto como sustentado o carente de moralidad supone niveles altos de
riesgo, porque quienes emitan el juicio moral no tendrán mayor referente que

l
el de sus propias consciencias y convicciones, desde las cuales elaborarán la
ay EN
racionalidad y estándares que invocan para calificar, o para descalificar, los
hechos y conductas por los que se imputa inmoralidad al funcionario objeto
de cuestionamiento.
ch ID

Lo que de inmoral exista en el reproche al presidente de la república


es condición de la incapacidad que se le atribuya para ocupar el puesto. La
incapacidad consiste en un cuadro de tal gravedad que configura la merma
Ya NF

en la calidad del ejercicio por quien ocupa y a quien le corresponde el estatus


presidencial.
Si convenimos en que el principio para comprender la conducta ajena
O

es la buena fe, el cuadro ante el que nos encontramos, al parecer, no es uno


de mentiras ni de simulaciones, sino más bien de negligencia por insuficiente
C

cuidado y pulcritud en el efecto que tiene el ámbito de los negocios en el estatus


que, según nuestra Constitución, le corresponde a un alto funcionario público,
sea ministro o presidente. Puede incluso tratarse de un caso de grave descuido
al minimizar la relevancia y sensibilidad constitucional sobre el aspecto del
ejercicio de la actividad lucrativa y su relación con el desempeño de la función
ministerial. O puede también tratarse de un caso incipiente de pérdida de la
memoria o de la atención.
Salvo que nos valiéramos de ese tipo de estándares mínimos y apresura-
dos para expresar juicios fulminantes sobre cualquier acto humano, no resulta
claro que haya intención de mentir, aunque sí es cierto, e incuestionable, que
existen obvios vacíos e irresueltas inconsistencias, ninguna de las cuales basta
para presumir ánimo inicuo en el presidente de la república, ni para descalifi-

| 231
César Delgado-Guembes

car la idoneidad presidencial, a partir de las dudas que lícitamente despiertan


los hechos conocidos, ni para calificar su conducta como un acto antiético o
inmoral de falsear, con pertinacia, la verdad. Existen inconsistencias en de-
claraciones formales expresadas por el mismo sujeto, pero la inconsistencia
no equivale a la mentira.

6. EL PROCEDIMIENTO PARA LA VACANCIA


El proceso de vacancia presidencial que establece el Reglamento se

ga L
refiere únicamente a la causal que la Constitución recoge en el inciso 2 del

Le CIA
artículo 113, relativo a la permanente incapacidad moral o física del Presidente
de la República. No incluye, por ejemplo, la vacancia que resultaría del supuesto
contemplado en el inciso 4 que se refiere a salir del territorio nacional sin permiso

l
del Congreso o no regresar a él dentro del plazo fijado54. Sin embargo, no pasa
desapercibido que es incierto qué tipo de suceso sea calificable y asimilable
ay EN
como una incapacidad, moral o física, ni cuándo es que tales incapacidades
tengan la categoría de permanentes.
El carácter abierto de esta condición, y por supuesto sin contar con los
ch ID

parámetros que han sido previamente expuestos y desarrollados, deja al Con-


greso la potestad de determinar qué y cuándo existe incapacidad, si esta es
moral o no, o cuando se trata de una incapacidad física, y en los casos anteriores
Ya NF

cuál es el límite relativo entre lo temporal y lo permanente en las particulares


circunstancias en que la incapacidad genera la merma en la competencia del
Presidente de la República para desempeñarse como jefe del Poder Ejecutivo,
O

como jefe de Estado, y como jefe de gobierno55.


C

54
Sobre el desarrollo de la cuestión de la vacancia por el incumplimiento del inciso 2
del artículo 113, puede revisarse Los viajes del Presidente (1998), en el enlace digital
https://es.scribd.com/doc/11114140/CDG-Los-Viajes-Del-Presidente-Seccion-I
55
No debe perderse de vista que el carácter abierto de la categoría “incapacidad moral
permanente” incluye supuestos no enunciados en el Artículo 117 de la Constitución,
relativos a las causas por las que cabe acusar al Presidente de la República en los procesos
de antejuicio o de juicio político previstos en los Artículos 99 y 100 de la Constitución.
En efecto, si la limitación que indica el Artículo 117 se refiere a la posibilidad de acusar
al Presidente de la República en sede parlamentaria durante su período constitucional,
las causales que esa norma indica comprenden fundamentalmente los delitos que el
Presidente pudiera cometer en el ejercicio de la función, así como las infracciones a la
Constitución por las que fuera responsable. El Artículo 117 señala taxativamente por
qué supuestos cabe iniciarle un proceso de acusación constitucional de acuerdo a los
Artículos 99 y 100.

232 |
La destitución por incapacidad moral

El artículo 89-A del Reglamento desarrolla el artículo constitucional


como consecuencia de los planteamientos elaborados por el Tribunal Consti-
tucional en la STC 6-2003-AI/TC, con la que estableció requisitos para tramitar
los pedidos de vacancia. La adición que resultó de la reforma prevé la evalua-
ción y decisión del Congreso, sin comisión alguna que prepare el caso ante
el Pleno. Como ocurre con casos de flagrante indisciplina parlamentaria que
puede concluir con la sanción de suspensión de un miembro del parlamento,
el Pleno puede abocarse de modo directo e inmediato al conocimiento de un
pedido de vacancia presidencial. Este arreglo supone que el proceso tiene

ga L
carácter sumario, y no se precisa de consulta a órganos a los que se asigne la
preparación de evidencia ni consenso antelado alguno56.

Le CIA
l
Sin embargo, el espacio que no queda excluido de exigibilidad en las responsabilidades
del Presidente de la República son todos los casos en los que la falta constituya la co-
ay EN
misión de un delito cometido durante el período constitucional más allá del ejercicio
de su función. Esas faltas son los delitos comunes que cometa en la esfera privada o
particular dentro de su mandato, que no sean susceptibles de procesamiento mediante
una acusación constitucional al amparo de los Artículos 99 y 100.
ch ID

Son los delitos comunes cometidos por el Presidente de la República los que cabría
incluir y procesar dentro de un proceso de vacancia por incapacidad moral. En especial
si se trata de un delito común cometido en flagrancia. Por lo tanto, independientemente
Ya NF

del procesamiento penal que corresponda por la comisión de un delito común, el Con-
greso puede paralela, concurrente y simultáneamente iniciarle un proceso de vacancia
por incapacidad moral permanente por la comisión de un delito común durante su
mandato presidencial.
En concordancia con este planteamiento sí es válido postular que el proceso de vacan-
O

cia por incapacidad moral permanente permite incluir, por ejemplo, y con carácter
enunciativo, los casos de delitos contra la vida, el cuerpo y la salud; los delitos contra el
C

patrimonio; los delitos contra la tranquilidad pública; o los delitos contra los derechos
intelectuales.
Estos supuestos, sin embargo, no excluyen, adicionalmente, otras formas de incapacidad
moral como podrían serlo las severas, manifiestas, reiteradas y ostensibles deficiencias
advertidas en la capacidad de conducción del país y del Estado por el titular del cargo
presidencial. Esos supuestos podrían incluir, por ejemplo, la dipsomanía, la coprolalia
pública e indiscriminada, y también actos como la grave y reiterada negligencia en la
capacidad de elegir correctamente a quienes tengan la responsabilidad de dirigir ins-
tituciones u órganos públicos o estatales.

56
Sobre el proceso de vacancia contra el presidente Pedro Pablo Kuczynski puede revisarse
el texto Lo debido y lo indebido en el juicio político. Entre el indulto y la vacancia, publicado
en agosto de 2018 en el enlace digital <https://es.scribd.com/document/385202785/
CDG-Lo-debido-y-lo-indebido-en-el-juicio-politico-Entre-el-indulto-y-la-vacancia>.
Este texto también fue publicado en octubre de 2018 en el libro Derechos fundamentales.
Actas de las III Jornadas de Derechos Fundamentales (Ed. Palestra, pp. 165-214).

| 233
César Delgado-Guembes

Cuadro N° 11
Requisitos para la vacancia presidencial
por incapacidad física o moral
(artículo 113, inciso 2 de la CP)
Presentación Admisión Aprobación Vigencia
Moción de orden Remisión de copia Pleno acuerda día y Acuerdo consta
del día al Presidente de la hora para debate y en Resolución del
Firma de 20% del República, a la bre- votación Congreso.
número legal de vedad Sesión no tiene Resolución se pu-

ga L
congresistas (26 Voto de no menos lugar antes del ter- blica en El Peruano
firmas) del 40% de congre- cer día siguiente dentro de las 24

Le CIA
Sustento en funda- sistas hábiles a la votación de la horas
mentos de hecho La votación de ad- admisión de la mo- La resolución rige
misión se realiza en ción, ni después desde que se co-
Sustento en funda-
del décimo

l
mentos de derecho la sesión siguiente munica al vacado,
a aquella en la que Cabe plazo menor al Presidente del
Acreditación docu-
ay EN
se da cuenta de la con acuerdo de 4/5 Consejo de Mi-
mental
moción partes del número nistros o desde la
Señalar dónde se legal de congresis- fecha de su publi-
encuentran los tas (104 votos) cación
documentos que
ch ID

Acuerdo de vacan-
acreditan hechos y
cia se toma con no
sustento
menos de 2/3 del
número legal (87
Ya NF

votos).

Elaboración: propia
O

El instrumento con el que se inicia el proceso es una moción de orden


C

del día presentada por lo menos por 26 congresistas, que equivale al 20 % del
número legal. La moción debe motivarse con sustento de hecho y de derecho,
además de la documentación conforme a la cual puede acreditarse las afirma-
ciones relevadas en la Moción.

Igualmente, puede consultarse el texto La finalidad de la incapacidad moral perma-


nente como causal de vacancia presidencial y l interdicción circunstancial de la reelección
presidencial y parlamentaria, publicado en 2019, en Derechos Fundamentales. Actas de
las IV Jornadas de Derechos Fundamentales (Editorial Palestra, pp. 245-282). El artícu-
lo se encuentra en versión digital en <https://es.scribd.com/document/421764845/
CDG-La-finalidad-de-la-incapacidad-moral-permanente-como-causal-de-vacancia-pre-
sidencial-y-la-interdiccion-circunstancial-de-la-reeleccion-presidencia>

234 |
La destitución por incapacidad moral

Esta moción tiene preferencia en el debate, lo cual importa que debe


tramitársela antes que cualquier otra moción pendiente en la agenda o el
orden del día (lo cual incluye las mociones de interpelación o de censura al
gabinete). Considerando que existe una redacción similar en relación con
las mociones de interpelación a los ministros de Estado, cabe entender que
por la mayor gravedad y significado que tiene para la conducción del país, no
obstante coexistir un mismo tipo de provisión para ambas situaciones, la que
prevalece en caso de concurrencia debe ser el tratamiento de la moción relativa
a la vacancia de la presidencia.

ga L
El Presidente de la República está asistido de la facultad de recibir el

Le CIA
texto de la moción presentada57, y durante el proceso de debate que ocurra
en su oportunidad cuenta con espacio de 60 minutos para realizar su defensa
y los descargos correspondientes, por sí mismo o con asistencia de quien él
designe como defensor o letrado.

l
Luego de presentada la moción y de correrse traslado al Presidente de la
ay EN
República, el Reglamento preceptúa que debe consultarse la admisión de dicha
moción. Antes del debate y consulta sobre la admisión, sin embargo, debe darse
cuenta de la moción en el Pleno. La presentación es el primer paso. El segundo
ch ID

es la dación de cuenta. Y sólo luego de haberse dado cuenta, según indica el


Reglamento del Congreso, en el inciso b) del Artículo 89-A, la votación por la
admisión se efectúa indefectiblemente en la siguiente sesión a aquella en que se dio
Ya NF

cuenta de la moción. Por lo tanto la regla consiste en que no es posible presentar


la moción de vacancia y que en la misma sesión en que se dé cuenta de ella
O
C

El Reglamento precisa que el texto del pedido de vacancia contenido en la moción es


57

comunicado al Presidente de la República desde que la moción es recibida en el Con-


greso.
No es necesario, por lo tanto, que la moción haya sido admitida para que solo entonces
se le comunique al dignatario afectado. Se le pone en conocimiento el documento tan
pronto como la moción es recibida, sin necesidad de que el Pleno, previamente, haya
conocido su texto. Primero la conoce oficialmente el Presidente de la República.
El reconocimiento de este derecho es parte del derecho de defensa que se integra en
el proceso de vacancia. Por lo tanto, el derecho de defensa importa y supone la opción
de estar al corriente de los argumentos y sustento del pedido desde que el documento
se presenta formalmente en el Congreso, aun cuando no exista decisión sobre su ad-
misibilidad o procedencia.
Este extremo particular importa el reconocimiento del derecho de defensa de una forma
más amplia y extensa que la que suele existir en otros procesos parlamentarios, como
la interpelación, la censura, o las denuncias constitucionales.

| 235
César Delgado-Guembes

se vote la admisión. El debate y votación sobre la admisión debe realizarse en


una sesión posterior a aquélla en que se dio cuenta de la moción presentada.
No debe confundirse el alcance de la regla sobre la diferencia entre
sesión y sesión. La fecha en que debe votarse la moción tiene como previsión
que no puede dejar de consultarse en la sesión siguiente a aquella en la que se da
cuenta de la moción. La secuencia entre sesión y sesión puede obedecer a una
diferencia de una semana a otra, o de un mes a otro, como, igualmente, cabe
que entre una sesión y la siguiente medie una diferencia de un par de horas,
o incluso menos, dependiendo del acuerdo o de la decisión de convocatoria

ga L
respecto del interés en revisar y discutir uno u otros temas.

Le CIA
Llegada la sesión siguiente a aquélla en que se dio cuenta de la moción
ésta debe debatirse y ponerse al voto. El número de votos requeridos para
admitir la moción es el que represente una cantidad de congresistas superior

l
al 20 % de los hábiles.
El porcentaje de hábiles que decide la admisión de la moción puede osci-
ay EN
lar entre los 42 y los 52 votos, aproximadamente, e incluso puede ser inferior
dependiendo del número de licencias otorgadas, el número de congresistas
suspendidos, los no incorporados, o los que ocupen un cargo en el gabinete
ch ID

de ministros.
Si la moción es admitida, el Reglamento establece como siguiente paso
el debate y votación del pedido de vacancia. Como ocurre con las mociones
Ya NF

de interpelación y de censura, las de vacancia del Presidente de la República


también cuentan con el denominado período de enfriamiento, que para este
caso consiste en que el debate no puede iniciarse antes del tercer día ni luego
O

del décimo. En efecto, admitida la moción, el Reglamento prevé que el Pleno


defina la fecha en que se realice la sesión en que tiene lugar la audiencia y el
C

debate y votación sobre la vacancia propiamente dicha. Esa sesión no puede


realizarse antes del tercer día siguiente al de la votación de la admisión del pedido,
ni después del décimo.
Debido a la naturaleza del plazo que corresponde a los procesos de
naturaleza pública, la indefinición que se advierte en el inciso c) del Artículo
89 del Reglamento debe suplirse con la regla de uso generalmente admitido
según la cual en derecho público la ausencia de precisión sobre el tipo de días
se subsana con la presunción de que se trata de días hábiles o útiles. En con-
secuencia, el primer día en el que puede citarse al Presidente de la República
para que ejercite su derecho de defensa es el tercero posterior a la fecha de la
sesión en la que se aprueba la admisión de la vacancia (el Reglamento indica
que no puede ser antes del tercer día, por lo tanto puede ser el mismo tercer

236 |
La destitución por incapacidad moral

día, porque la prohibición sólo comprende los días anteriores al tercero, es


decir, el primer y el segundo día, reconociendo la habilidad del tercer día útil
para recibir los alcances que le convenga manifestar en su defensa, porque el
tercer día es posterior al último día en el que el Reglamento no permite que
ocurra la sesión).
La finalidad del plazo dentro del cual cabe citar para la defensa y el
debate sobre el pedido de vacancia está ligada a dos factores. Uno primero es
la preparación propiamente dicha de la presentación que debe realizar ante el
Pleno el Presidente de la República y su abogado, para lo cual debe organizar y

ga L
estructurar su estrategia argumentativa y la documentación con la cual susten-

Le CIA
tará su posición en relación con el sustento presentado para vacarlo. El segundo
es para evitar que el proceso de vacancia ocurra súbitamente, sin la suficiente
moderación de ánimo. El plazo se establece con el objeto de amortiguar el
impacto del apasionamiento o precipitación de impulsos que es conveniente

l
distanciar en la disposición emocional de los actores del proceso. Esta finalidad
ay EN
aspira a ensanchar las posibilidades reflexivas y deliberativas principalmente
tanto de los promotores como de quienes con su voto decidirán el curso de la
pretensión de vacar al más alto funcionario del gobierno.
ch ID

Precisamente porque se prevé el plazo para la sesión en que se realice


el debate sobre la vacancia es que puede ocurrir que hasta que dicha sesión se
lleve a cabo cabría que el pedido de vacancia sea retirado por sus autores y, por
Ya NF

lo tanto, que el proceso se interrumpa. En el supuesto de que quede trunco,


naturalmente, también cabría que la moción con la que se pretende la vacancia
fuera reemplazada por otra en posterior oportunidad con el fin de alterar los
términos en que quedó sustentado el pedido de vacancia58.
O

En caso que la condición que afecte al Presidente de la República fuera tan


C

grave que este plazo fuera necesario recortarlo, el propio Reglamento también
señala que es posible que el plazo sea inferior y que el debate y la votación
se realice de inmediato. Dice el Reglamento en el inciso c) del Artículo 89-A
que cuatro quintas partes del número legal de congresistas pueden acordar un
plazo menor, o su debate y votación inmediata59. El número de votos necesario

58
El retiro de un pedido de vacancia da por agotado el proceso. En el supuesto de que
un pedido se retirara y se optara por reemplazarlo por otro, el pedido subsiguiente se
regiría por las mismas reglas con las que se debe iniciar originalmente la pretensión.
Por lo tanto, el nuevo pedido exigiría que, igualmente, fuera puesto en conocimiento
del presidente cuya vacancia se pretende.
59
En comparación con los plazos que se toma el Congreso en procesos como el de acu-
sación constitucional, el proceso de vacancia es comparativamente más corto y guarda

| 237
César Delgado-Guembes

para dejar sin efecto el plazo regular y la decisión inminente sobre la vacancia
del presidente de la República, que equivale a 104 congresistas, supone que
la magnitud de la condición que afecta al país es suficientemente grave como
para proceder de modo virtualmente instantáneo, sumario y fulminante.
Si por inconvenientes relativos a fechas y plazos fuera necesario, se
prevé también la posibilidad de que se convoque a una sesión especial con el
objeto de debatir y votar el pedido de vacancia. En el transcurso de la sesión
(en el supuesto de que no existiera acuerdo de debatir y votar de inmediato la
vacancia (cabe asumir que aun en ausencia de quien ocupa la presidencia de la

ga L
República), el presidente puede usar personalmente o, a través de su abogado

Le CIA
defensor, el tiempo de una hora para exponer los argumentos de su defensa
para contradecir el contenido del pedido de vacancia.
Es debido a la naturaleza deliberativa de la asamblea que no sería impo-

l
sible, o nada podría impedir, que la argumentación y defensa del Presidente de
la República sea tan convincente y documentada que quienes propusieron la
ay EN
vacancia soliciten la suspensión del proceso, o incluso que retiren la moción,
de forma que el proceso precluya sin ser necesaria la consulta sobre la vacancia.
La potestad de quienes proponen la moción de vacancia para retirar su propo-
ch ID

sición es incólume y no admitiría contradicción. Sin embargo, en consideración


Ya NF

más bien semejanza con otros procesos de control propiamente político como el de la
interpelación o el de la censura ministerial.
Es la lógica que ordena este proceso la que ha llevado a algunos críticos a cuestionar
la relativa rapidez con la que el Congreso puede debatir y votar sobre la vacancia. La
crítica es aún más acre cuando se toma en cuenta la excepción que contempla el inciso
O

c) del Artículo 89-A para disminuir los plazos generales o, incluso, el debate y la vota-
ción inmediata de la moción.
C

Una lectura superficial de la disposición que en vía excepcional establece el inciso c)


del Artículo 89-A, efectivamente, conduce a la equívoca percepción de que el proceso
de vacancia es un proceso inadecuado y peligroso para la estabilidad y la gobernabilidad
del país, porque se basa en el apresuramiento innecesario en una cuestión tan delicada
como lo es la conducción del Estado que le corresponde a quien se pretende vacar.
Lo que se pasa por alto en el argumento que descalifica la perentoriedad y sumariedad
relativa del proceso de vacancia es que la remoción del Presidente de la República
es, efectivamente, un proceso al que se recurre como último y excepcional remedio
cuando no es factible corregir las graves fallas que se observan en el desempeño de las
responsabilidades a cargo del Presidente de la República. La vacancia, en este sentido,
es un remedio que no obstante ser penoso e indeseable es, sin embargo, pertinente
y necesario en atención al riesgo, a la amenaza o al mal que encarne mantener en la
presidencia de la república a quien con los errores de su juicio e inconducta hace más
daño al país que el que haría y representaría su permanencia indigna en el desempeño
de las funciones de conducción propias del jefe de Estado y de gobierno en el Perú.

238 |
La destitución por incapacidad moral

a que el proceso ha sido iniciado conforme al Reglamento y a que la asamblea


está obligada a tomar una decisión sobre una materia que no puede quedar en
un estado ambiguo el Presidente del Congreso tiene la obligación, a su vez,
de someter el pedido de suspensión del proceso, o de retiro de la moción, a la
decisión de la asamblea. Si la asamblea rechazara la suspensión o el retiro de
la moción el paso siguiente sería la consulta al Pleno sobre la vacancia.
Entre las opciones con que cuenta el Presidente de la República en
relación con el ejercicio de su derecho de defensa cabe enunciar hasta cua-
tro alternativas. La primera es que el Presidente concurra con el letrado que

ga L
acredite, y que durante la sesión ambos hagan uso de la palabra. La segunda

Le CIA
es que el Presidente concurra con el letrado que acredite, pero que durante la
sesión sólo haga uso de la palabra uno de los dos, el Presidente o su abogado.
La tercera es que el Presidente de la República opte por ausentarse y no con-
currir pero sí acreditar a quien lo represente para que haga uso del derecho de

l
defensa en su nombre. Y la cuarta es que el Presidente opte por no hacer uso
ay EN
de su derecho de defensa, no concurriendo a la sesión para la que se lo citó.
La no concurrencia del Presidente a la sesión puede tener naturaleza
dilatoria si es que antes de la fecha para la que es citado presenta una justifi-
ch ID

cación señalando que por razones de salud o de fuerza mayor se ve impedido


de asistir, y solicita a este efecto una nueva fecha. Pero si omite justificar su
ausencia y se trata de un acto de inconcurrencia carente de justificación, surge
Ya NF

la posibilidad de que, en mérito al desinterés en ejercitar el derecho de defensa


el proceso de vacancia continúe en su ausencia y se proceda a votar la moción
de vacancia según la regla del inciso d) del Artículo 89-A del Reglamento.
O

En supuestos normales las reglas relativas a la citación al Presidente para


que ejercite su derecho a la defensa se rigen, naturalmente, por la regla de la
C

buena fe de las partes. Sin embargo, no ha sido ajeno a la experiencia reciente


que el proceso de vacancia ha sido concebido con el objetivo de asegurar la
concurrencia del Presidente de la República para que exponga sus respuestas
frente a imputaciones que le hacen quienes proponen su vacancia. Este tipo
de propuestas se conciben cuando se ha tomado en consideración las probabi-
lidades de contar con los votos necesarios para que la moción se admita, pero
que no se alcanzará el número suficiente de votos para aprobar la vacancia.
En una hipótesis como la anterior se ha hecho referencia a que el uso
de la moción de vacancia cumple una función análoga a la que tiene la inter-
pelación respecto de la censura, en razón a la finalidad que cumple la moción
de vacancia de citar al Presidente para que responda sobre los cargos que se
formulan en su contra, sin que existan las condiciones numéricas para que la

| 239
César Delgado-Guembes

vacancia se apruebe. Usos atípicos como el indicado son procesalmente fac-


tibles, obviamente, aunque obedezcan a un desvío o distorsión de la razón de
ser de la potestad de vacar al Presidente de la República.
La gran diferencia, sin embargo, que distancia y aparta el tratamiento de
la moción de vacancia de una interpelación, es que el debate de la vacancia pre-
sidencial no prevé posibilidad alguna de intercambio de pareceres, opiniones,
comentarios ni críticas entre el Presidente de la República y los congresistas.
La interpelación es un proceso en el que los ministros sí deben estar atentos
al desarrollo de las intervenciones de los congresistas sobre las respuestas que

ga L
presentan al pliego interpelatorio, para luego volver a contestar los argumen-

Le CIA
tos que hubiera añadido el ministro interpelado. En este sentido, el uso de la
moción de vacancia con el solo objetivo de traer al Presidente de la República
para que se defienda de los argumentos a favor de su remoción es y constituye
un desvío o distorsión de la causa jurídica inherente a la vacancia.

l
La buena fe exigiría, en principio, que la moción de vacancia se utilice
ay EN
porque existen razones tan duras, tan graves, tan extremas, tan extraordinarias
y tan fuertes, como para que la asamblea esté convencida que es mejor y que es
necesario remover al Presidente como un mal menor frente a su permanencia en
ch ID

el cargo. Si el grado o intensidad de convicción no es lo fuerte que se esperara


el uso de la moción de vacancia como una válvula para conseguir esta suerte
de “interpelación” presidencial (por oposición a la interpelación ministerial),
Ya NF

el éxito de los promotores de la vacancia puede llegar a cumplir una finalidad


menor que la que está diseñada para alcanzar la moción de vacancia.
Si ocurriera una situación como la mencionada en la que el objetivo pri-
O

mario no es vacar al Presidente, sino sólo conseguir que concurra al Congreso


para que responda sobre los cargos que se le imputan, el tipo de respuesta por
C

el lado de la presidencia de la república puede depender de la necesidad de su


posición, de su capacidad de respuesta y de la voluntad efectiva que tenga para
enfrentar los cargos y limpiar las imputaciones que contiene la moción en que
se consignan las presuntas irregularidades que hubiera cometido.
Si el Presidente de la República tiene en cuenta el cálculo de probabili-
dades de que la moción de vacancia no prospere y puede contar con la certeza
de que en el Congreso no se alcanzarán los votos para aprobar su vacancia60, en


60
La certeza alcanzable por el Presidente de la República sobre la situación auspiciosa que
lo favoreciera sólo podría ocurrir si es que la presencia de un número de congresistas
que le permita asegurar que con dicho número impediría que se alcance la cantidad de
votos necesario para aprobar la vacancia y remoción del jefe de Estado.

240 |
La destitución por incapacidad moral

primer término, puede neutralizar el objetivo de quienes promueven la vacan-


cia no asistiendo a la citación que se le realice, porque concurra o no concurra
igualmente el Congreso no alcanzará los votos para vacarlo y su presencia no
afectará el resultado.
Pero, adicionalmente, y en segundo término, puede ocurrir, como se
especulaba con ocasión de la vacancia que se promovió en marzo del 2022
contra el presidente Castillo Terrones que, en el período que media entre la
admisión del pedido de vacancia y la fecha para la que se lo cita para que ejer-
cite su defensa contra los cargos con los que se le imputa incapacidad moral

ga L
para mantenerse en el puesto, solicite ser recibido en el Congreso en fecha

Le CIA
previa con el propósito de dar un mensaje al Congreso, de conformidad con
la facultad que le reconoce en el inciso 7 del Artículo 118 de la Constitución,
que lo faculta a dirigir mensajes al Congreso en cualquier época61.

l
De utilizar la facultad de dirigir mensajes al Congreso y optar por con-
currir al amparo del inciso 7 del Artículo 118 entre las fechas de la admisión
ay EN
de la moción y la cita para que ejercite su defensa, cabría que utilizara esa
oportunidad para levantar los cargos que le interesa descartar, al margen del
proceso parlamentario de vacancia y quedándole además la ventaja de poder
ch ID

inasistir la fecha en la que se le cita para su concurrencia. Esta decisión podría


tener carácter estratégico con el fin de desmarcarse posicionalmente del Con-
greso frente al proceso en el que deben examinarse los cargos que existan en
Ya NF
O

Este supuesto tuvo lugar, en efecto, con el oficio 47-2022-PCM-DPCM, del 11 de


61

marzo de 2022, que el ministro Torres Vásquez le dirige a la Presidente del Congreso
C

pidiéndole que el Pleno reciba al Presidente de la República el martes 15 de marzo a


las 9 am, para hacer uso de la facultad de dirigir un mensaje al Congreso, al amparo
del inciso 7 del Artículo 118 de la Constitución. El oficio mereció que la Presidente del
Congreso convocara a Junta de Portavoces para coordinar el pedido del Presidente de
la República. La Junta de Portavoces accedió a recibir al Presidente el martes 15, pero
a las 5 pm.
En el oficio 113-2021-2022-ADP/PCR, con el que la Presidente del Congreso le comuni-
ca al Presidente de la República la disposición del Congreso a recibirlo le hace mención,
sin embargo, a que durante su exposición o mensaje el Presidente de la República no
podrá hacer referencia alguna al proceso de vacancia en curso contra su persona. El
texto del oficio señalaba que (…) en atención a los antecedentes de concurrencia del Pre-
sidente de la República al Congreso, le solicito que se sirva informar con anticipación los
temas que tratará en su mensaje. Asimismo, teniendo en consideración que se encuentra
en trámite una moción que propone la vacancia de la Presidencia de la República, le invoco,
respetuosamente, a no hacer referencia a materias contenidas en dicha proposición.

| 241
César Delgado-Guembes

su contra, en especial si es posible que también tiene a su alcance la opción de


inasistir a la citación para ejercitar su derecho de defensa62.
Los supuestos abordados son claramente desvíos del proceso parla-
mentario que distorsionan la finalidad de la convocatoria al Presidente de la
República, respecto de los cuales correspondería que desde la presidencia del
Congreso se cumpliera con la obligación funcional de prever la desnaturali-
zación de las instituciones constitucionales y parlamentarias, más allá de las
distorsiones en el uso de los recursos de los parlamentarios no menos que del
propio Presidente de la República.

ga L
Lo que no puede impedirse, sin embargo, es el inicio ni el desarrollo del

Le CIA
proceso mientras todos los requisitos han sido cumplidos formalmente, pero
la información material públicamente disponible sí es un elemento de juicio
valioso y decisivo para llamar al orden a quienes trataran de forzar los recursos

l
procesalmente disponibles tanto en la Constitución como en el Reglamento del
Congreso, con fines ajenos a la naturaleza del proceso y de los propios recursos
ay EN
reconocidos en el ordenamiento parlamentario vigente.
Otro tipo de variantes de carácter procesal que tienen lugar durante el
espacio para la defensa del jefe de Estado lo constituye la alternativa de que el
ch ID

Presidente de la República se rehúse a permanecer en la sala de sesiones luego


de dirigirse al Congreso de manera general para negar el carácter contrario
a la moral o ética pública63. Como el proceso prevé una etapa destinada a la
Ya NF


62
Si el Presidente de la República optara por calcular su presencia o ausencia en función
de la cantidad de votos comprometidos y de la regla sobre el número necesario para
O

vacarlo, perdería significativamente legitimidad su posición si optara por inasistir,


porque su decisión se basaría en la negación de valor a la necesidad y a la oportunidad
C

que el sistema prevé para aclarar su responsabilidad permitiendo el acceso a datos que
aproximan la opinión pública, la sociedad y el Estado a la verdad (verdad que es objeto
de desdén y menosprecio si se ausenta y opta por no concurrir).
63
Esta variante fue en efecto utilizada por el señor Castillo Terrones durante la sesión
del 28 de marzo de 2022, a la que llegó ungido con la banda presidencial, y en la que
permaneció en el estrado en compañía de la Presidente del Congreso, desde donde
tomó el uso de la palabra, omitiendo cumplir con su desplazamiento hacia el espacio
reservado a quienes deben ejercitar su derecho a la defensa cuando el Congreso desar-
rolla procesos de naturaleza sancionatoria.
El detalle adicional que exhibió en ejercicio de su defensa fue la táctica de llegar acom-
pañado por miembros de su gabinete cuyos sectores eran afectados por los extremos
que cubría la moción de vacancia, con el objeto de que apoyaran de manera indirecta
la defensa dentro de un procedimiento anómalo o atípico, sin previsión alguna en el
Reglamento del Congreso. Los seis ministros que en esa ocasión concurrieron al hemi-
ciclo fueron los titulares de las carteras de Relaciones Exteriores (César Landa Arroyo),

242 |
La destitución por incapacidad moral

defensa del Presidente de la República, está en el ámbito de la discrecionalidad


de su competencia que el propio jefe de Estado decida cómo puede cumplir
mejor con la vigencia de ese su derecho constitucional y convencional. Si en
su criterio no afecta, daña ni perjudica su defensa el hecho de que él se retire
de la sala de sesiones sin esperar que su abogado presente los argumentos
jurídicos de su defensa, es parte del ejercicio de su defensa que opte y decida
por retirarse del hemiciclo. A partir del uso discrecional de ese derecho es
que no cabría impedirle que se retire del hemiciclo no bien diga lo que estime
preciso y necesario decir en su defensa para luego retirarse.

ga L
Como opción adicional ha ocurrido que, además del espacio que el

Le CIA
Reglamento del Congreso le reserva al Presidente de la República para que
exponga sus descargos personalmente y a través del letrado que designe para
que represente su defensa legal, el jefe de Estado opte por enviar a sus ministros
con el objeto de que concurran al hemiciclo a exponer aspectos que apoyen

l
y fortalezcan su posición ante los hechos referidos en la moción de vacancia.
ay EN
Esta variante, también atípica, es ciertamente una forma indirecta de aprove-
char el procedimiento de vacancia a favor de la defensa de las posiciones del
Presidente de la República, y no deja de estar en el marco de las competencias
del parlamento permitir o no permitir su uso64.
ch ID
Ya NF

Vivienda, Construcción y Saneamiento (Geiner Alvarado López), Transportes y Comu-


nicaciones (Nicolás Bustamante Coronado), Cultura (Alejandro Salas Zegarra), Justicia
y Derechos Humanos (Félix Chero Medina), y Defensa (José Luis Medina Arrascue)

64
La corrección del uso de esta variante o alternativa, sin embargo, supone la adecuación
del principio de defensa en armonía con el principio de separación de poderes y con
O

la naturaleza de la forma de gobierno en el Perú.


Si el régimen político en el Perú es una forma de gobierno de presidencialismo parla-
C

mentarizado, la intervención del gabinete o de los ministros, en la asamblea, se basa


en la independencia entre el gobierno y el parlamento, la cual supone que la partici-
pación de los ministros en los debates parlamentarios no queda en el ámbito de la sola
voluntad ni arbitrio del gobierno, sino que depende de la coordinación que se realice
con el parlamento para que este consienta en recibir a los ministros en el hemiciclo.
Los ministros no son dueños de casa y la facultad que les reconoce la Constitución cuando prevé
la posibilidad de su concurrencia voluntaria a las sesiones del Congreso, no constituye ni confi-
gura una facultad para inmiscuirse en el debate parlamentario a su sola voluntad ni discreción.
El uso que realizó el gobierno de la facultad de los ministros de concurrir voluntaria-
mente al Congreso no fue ortodoxamente utilizada en la sesión del 28 de marzo de
2022, porque el oficio que el Presidente del Consejo de Ministros dirige a la Presidente
del Congreso (Oficio 49-2022-PCM-DPCM) señala que en atención a la prerrogativa
reconocida en el artículo 129 de la Constitución Política del Perú, los siguientes ministros
concurrirán al Congreso de la República para la sesión de hoy día 28 de marzo a las 3:00
pm, en la cual se desarrollará el debate de la moción de vacancia.

| 243
César Delgado-Guembes

Un recurso complementario de defensa también ha sido la convocatoria


de la presencia de organismos internacionales para que actúen como observa-
dores o veedores de la regularidad del proceso de vacancia. Este mecanismo
se sustenta en el carácter persuasorio que puede tener la imagen del Perú en
la escena internacional, independientemente de las acciones con que tenga
la posibilidad de impactar visible y efectivamente en el proceso propiamente
parlamentario65.

ga L
La incorrección de la comunicación y del acto tuvo como antecedente la intromisión
que, durante el gobierno de Martín Vizcarra, realizó en la sesión del Congreso el 29 de

Le CIA
septiembre de 2019 el ministro Salvador del Solar, mientras se debatía el proceso de
selección de los magistrados del Tribunal Constitucional en el que se eligió a Gonzalo
Ortiz de Zevallos, cuya designación se rehusó a reconocer el propio Tribunal. La con-
currencia voluntaria de los ministros al hemiciclo es innegablemente una prerrogativa,

l
pero su uso no faculta a quien la tenga a usarla como si se tratara de un derecho inhe-
rente y propio exclusivamente de quienes tienen la investidura representativa propia
ay EN
de quienes son miembros de la asamblea por elección popular.
El uso indebido de la prerrogativa, lamentablemente, fue consentido erróneamente el
29 de septiembre de 2019 y erróneamente consentido igualmente el 28 de marzo de
2022 por segunda vez (en sesión de Junta de Portavoces expresaron el voto a favor de
ch ID

la permanencia de los seis ministros voceros que representaron a 84 congresistas, en


contra 19, y se abstuvieron 12).
Ambos errores constituyen una deformación y distorsión del régimen político peruano
Ya NF

y del principio de separación de poderes, porque importan y traen consigo el reconoci-


miento de que los miembros del gabinete puedan aparecerse en las sesiones del Pleno,
sin indicación ni expresión alguna de causa o, peor aún, sin que se prevea la necesaria
coordinación previa con quien deba recibirlos en la sala en que deliberan y sesionan
solamente quienes cuentan con un escaño en representación del pueblo. Sólo quien es
O

elegido por voto popular puede contar con la asistencia autorizada y con espacio para
ocupar un escaño y debatir en el hemiciclo del Congreso de la República.
C

La decisión de asentir a la pretensión del gobierno es un acto de allanamiento en la


vulneración del fuero parlamentario que, lamentablemente, al parecer, es más resultado
de la inexperiencia y de la ignorancia de los representantes que no tienen la consciencia
necesaria e indispensable sobre el significado y consecuencias que tiene el principio
de separación de poderes de acuerdo a nuestro régimen político.
65
Son dos las ocasiones en que se ha constatado el uso de este recurso. La primera a
propósito de la primera moción de vacancia contra el presidente Pedro Pablo Kuczynski
Godard, el 21 de diciembre de 2017; y la segunda, a raíz de la solicitud de la Cancillería
ante la OEA durante el proceso de vacancia del presidente Pedro Castillo Terrones en
marzo de 2022.
En la primera oportunidad los veedores de la OEA asistieron a la sesión del Pleno desde
las galerías diplomáticas en el hemiciclo del Congreso. En la segunda, la iniciativa de la
Cancillería (según consta en la Nota 16, del 23 de marzo de 2022, que la Oficina de la
Secretaría General de la OEA dirige a la Dirección General de Protocolo y Ceremonial
del Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores) se concretó en la delegación que

244 |
La destitución por incapacidad moral

Para vacar al Presidente de la República se requieren 87 votos, que es el


número mínimo de congresistas superior a los dos tercios prescrito en el inciso
d) del artículo 89-A del Reglamento. Cuando, como en el caso de la exigencia de
mayorías fijas, ocurre que la mayoría requerida no se alcanza, la materia queda
rechazada por falta del número de votos requeridos, independientemente de la
relación que pudiera existir entre los votos a favor, en contra o las abstenciones.
Si número de 87 votos se alcanza el Presidente queda vacado. La forma-
lidad exigida luego de la vacancia es que esta sea publicada y comunicada. La
Resolución del Congreso en que consta el acuerdo es publicado en el diario

ga L
oficial dentro de las 24 horas posteriores a la recepción del instrumento que

Le CIA
se transmite para su inclusión o, si el caso lo requiriese, por orden del Pre-
sidente del Congreso se dispone la publicación en un diario de los de mayor
circulación nacional.

l
La vacancia rige, según qué suceso ocurriera en primer lugar, o desde
que esta se comunica al Presidente que con la toma de conocimiento del ins-
ay EN
trumento en que ella consta queda removido, o desde que la resolución de
vacancia es publicada en los medios de comunicación. A la par que opera la
remoción, simultáneamente, se genera el acto de reemplazo del Presidente
ch ID

conforme a la cadena de sucesión, según el orden que prevé la Constitución66.


Ya NF

se envía para presenciar el debate de la moción de vacancia del 28 de marzo de 2022


a invitación del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú.
A diferencia de lo que tuvo lugar a propósito del trámite de la moción de vacancia de
diciembre de 2017, la delegación de la OEA no recibió autorización para presenciar
el debate desde la galería diplomática, sino que se le reservó un espacio en una de las
O

salas de reunión adjuntas a la presidencia del Congreso, desde donde siguieron el debate
mediante la transmisión que del mismo realizó el Canal del Congreso de la República.
C

Esta última constatación permite notar que la opción por la invitación a observadores
de la OEA más tuvo la naturaleza de un gesto o símbolo con el que se procura presio-
nar al Congreso a favor de las posiciones del Presidente de la República, más que de la
posibilidad efectiva de impactar en la defensa de sus argumentos. Ello es así porque la
capacidad de afectar eventualmente en las decisiones que pudiera tomar el Congreso
en contra del jefe de Estado carecería de efectos propiamente vinculantes, más allá de
las declaraciones que en su caso pudiera emitir la OEA relacionadas con el proceso que
se conducía en el Congreso de la República.
66
Desde que tuviera lugar el único suceso en el que el Congreso ha declarado la vacancia
de la Presidencia de la República en el curso de los dos últimos siglos, después de iniciada
la vigencia del artículo 89-A en junio de 2004, se presentó una iniciativa popular para
intentar vacar al Presidente Ollanta Humala. El fallido intento tramitado para vacar a Ol-
lanta Humala fue seguido por los dos intentos durante el período 2016-2021 de vacar al
presidente Pedro Pablo Kuczynski, y las dos ocasiones en que se procuró vacar a Martín
Vizcarra Cornejo, uno de los cuales resultó exitoso en noviembre de 2020.

| 245
César Delgado-Guembes

La eventualidad de la vacancia, a su vez, exige la determinación de la


sucesión en el ejercicio presidencial, en particular cuando ocurren situaciones
como las acontecidas durante períodos precedentes cuando uno o ambos vi-
cepresidentes hacen renuncia del cargo. Lo normal es que cuando uno de los
vicepresidentes renuncia corresponde que el que no renuncia asuma el cargo.
En el supuesto de renuncia de los dos vicepresidentes el único camino
constitucional es la asunción temporal de la Presidencia de la República por
el Presidente del Congreso, y la convocatoria a elecciones presidenciales para
definir su reemplazo67.

ga L
Se ha discutido si la convocatoria a elecciones es efectivamente la que

Le CIA
corresponde sólo a las presidenciales, o si comprende igualmente las elecciones

l
Previamente a estos casos, y por lo tanto también antes de la reforma del Reglamento
ay EN
del Congreso de junio de 2004 cuando se incorporó el artículo 89-A, la experiencia
más notable fue la declaratoria de vacancia del ingeniero Alberto Fujimori, luego de
la crisis de noviembre del año 2000, a partir de un procedimiento que no contaba con
otra regla qué aplicar que el texto general prescrito en el inciso 2 del artículo 113 de
ch ID

la Constitución, que dice que la Presidencia de la República vaca por su permanente in-
capacidad moral o física, declarada por el Congreso.
El único requisito es la declaratoria aprobada por el Congreso. Sin mayor especificación
Ya NF

o consideración alguna, sin definición ni alcances sobre la caracterización de la mag-


nitud de la incapacidad, la permanencia o la tipificación o naturaleza moral de la falta,
ni detalle de la mayoría con la que debe aprobarse. Bastó que se debatiera el hecho de
la renuncia a la presidencia mediante fax, luego de hacer abandono de destino en un
viaje a Brunei.
O

Los argumentos para aprobar la vacancia, sin embargo, deben estar primariamente
contenidos en la moción con la que se propone la vacancia, y sus alcances pueden ser
C

compendiados o explicitados durante el debate en la sesión del Pleno.



67
Como ha quedado previamente señalado, la declaratoria de vacancia de la Presidencia
de la República no es un acto que se decida solo y exclusivamente a partir de la inca-
pacidad permanente del Presidente de la República, porque existen otros supuestos,
como la muerte o la aceptación de su renuncia, los casos de desacato en relación con los
permisos para ausentarse del país o los términos incluidos en dichos permisos, o por
destitución derivada de la sanción por infracción del artículo 117 de la Constitución
(traición a la patria, impedir elecciones, o disolución no constitucional del Congreso).
La opción de vacar al Presidente de la República debe integrar en el proceso de eva-
luación el efecto que la vacancia decide; esto es, el liderazgo en la línea de sucesión a
la luz de las competencias y capacidades de los vicepresidentes, no menos, igualmente,
que tanto los efectos de la remoción en la estabilidad y gobernabilidad nacional y el
mensaje que se deja a la comunidad internacional, como, a la vez, las posibilidades de
un reemplazo ulterior por quienes compitan con mejores niveles de competencia para
el desempeño del puesto vacado.

246 |
La destitución por incapacidad moral

parlamentarias68. El criterio para acotar los alcances de esa decisión es que


la remoción o vacancia sólo alcanza a quien se le imputa y se le reprocha la
gravedad de faltas morales. El Congreso califica y aprueba la vacancia porque
encuentra mérito moral suficiente para remover y licenciar al Presidente de la
República. Si el Presidente de la República es quien resulta removido no existe
razón para que la vacancia del Presidente afecte la conclusión prematura del
período del Congreso69.
La opción de que la convocatoria sea para un proceso de elecciones
generales y no solo presidenciales, se justifica válidamente si existen, efec-

ga L
tivamente, condiciones colaterales que ameriten la decisión de provocar el

Le CIA
recambio integral de los titulares en el poder ejecutivo y en el Congreso. En
el proceso de sucesión que vio el Perú los años 2000 y 2001, las circunstan-
cias que padecía el país hacían que las elecciones generales fueran el remedio

l
68
En una obra que publiqué previamente (Introducción al estudio del parlamento perua-
ay EN
no) mencioné, sin haber realizado el análisis específico del caso, que el Presidente en
ejercicio titular de la presidencia del Congreso, convoca a elecciones generales.
Esa afirmación la matizo en este trabajo precisamente porque una reflexión más dete-
nida y circunstanciada me induce a rectificar mi anotación anterior y, por lo tanto, me
ch ID

corrijo y me valgo de esta oportunidad para expresar las razones por las que explico
qué me lleva a variar la aseveración que hice antes. En este espacio, en consecuencia,
presento los alcances que me motivan a cambiar la mención que hice en un texto mío
Ya NF

anterior que careció de las reflexiones que aquí presento.


69
En los dos casos recientes de vacancia el resultado ha tenido variantes que no deben
considerarse una regla general.
El primero tuvo lugar con la vacancia de Alberto Fujimori, en cuyo caso el Presidente
O

Valentín Paniagua convocó a ambos tipos de elección, presidencial y parlamentaria.


La razón por la que fue asi es que el año 2000 el Perú fue condenado a un proceso
de crisis política general en la que el propio Congreso había quedado manchado por
C

actos políticamente incorrectos como lo fueron el clamoroso número de congresistas


que había sido sobornados por Vladimiro Montesinos para que cambien de partido
ingresando al de Fujimori, o para que se mantengan en el que habían accedido a una
curul pero votando con el grupo parlamentario fujimorista. Por esta razón los niveles
de corrupción en el parlamento así como a la crisis de legitimidad eran tan masivos
que lo que correspondía, y con lo que existió acuerdo generalizado, era convocar a
elecciones parlamentarias además de las presidenciales.
El segundo ocurrió con la vacancia de Martín Vizcarra Cornejo. Sin embargo, la razón por
la que hubo una convocatoria a elecciones presidenciales y parlamentarias se justificó
en que dichas elecciones habían sido convocadas con antelación, es decir, antes de que
el Congreso vacara a Martín Vizcarra. Por lo tanto, se trató de una convocatoria que no
resultó ni fue consecuencia, en absoluto, del proceso de vacancia, sino, estrictamente,
de la coincidencia en el tiempo de dos sucesos en orden inverso: primero se convoca a
elecciones presidenciales y parlamentarias, según correspondía a los plazos en curso,
y después tuvo lugar la vacancia una vez que la convocatoria ya había tenido lugar.

| 247
César Delgado-Guembes

natural para renovar un Congreso amplia y altamente deslegitimado por el


develamiento, y debelamiento también, de una maniobra masiva de corrup-
ción y de compra de voluntades en el parlamento que ameritaba largamente
la decisión de enmendar y renovar la voluntad popular que había ocasionado
una representación hechiza y espuria.
No en todos los casos existen tales niveles de deslegitimación represen-
tativa en grado tal que fuera políticamente prudente que el Presidente de la
República en ejercicio precise de convocar a elecciones generales. Si bien no
cabe descartar de plano esa alternativa, la opción sólo es recurrible según la

ga L
gravedad del deterioro de la legitimidad del parlamento al momento en que

Le CIA
tiene lugar la vacancia. Cuando el Congreso sufre por el desmán pragmatista
y convenido de quienes truecan votos por favores del gobierno y este tipo
de conductas se advierte como moneda corriente de cambio de manera ge-
neralizada es mejor, naturalmente, concedernos una opción diferente para

l
deshacernos del mal.
ay EN
Sin embargo, desde el punto de vista institucional, si existe un proceso
regular de control, análisis, deliberación y definición de las decisiones que me-
jor convienen al Estado y a la nación, no habría razón bastante para convocar
ch ID

a una renovación general, a la vez, en un poder ejecutivo cuya indignidad es


materia de reproche moral, y en un Congreso en el que las deficiencias de sus
integrantes no llegan a magnitudes de perversión ni depravación del régimen
Ya NF

representativo como las que advertimos, por ejemplo, en el período 2000-2001.


La opción está abierta y depende tanto de las circunstancias materiales
de la vida política, de la convicción y consenso que alcance esa percepción
O

o comprensión de la realidad política del momento y de los antecedentes,


como de la discreción y prudencia con la que tome la decisión quien como
C

Presidente de la República deba ejercer la potestad de convocar a elecciones.


La Constitución ni la ley lo fijan de modo explícito ni taxativo. Hay margen
de alternativas disponibles, aunque en circunstancias normales lo regular sólo
sería que la convocatoria se refiera a las elecciones presidenciales y no, además,
a las parlamentarias.
Los argumentos que suelen utilizarse para entender que la sucesión
trae irremediablemente consigo el reemplazo de titulares en el poder ejecu-
tivo tanto como en el Congreso se basan en (1) la equiparidad de períodos
que la Constitución establece en la elección del Congreso y del Presidente
de la República, que supone la concurrencia de ambas fechas de inicio y, en
principio, de término; (2) las dificultades que podría generar que luego de la
convocatoria solamente a elecciones presidenciales, el presidente entrante

248 |
La destitución por incapacidad moral

carezca de mayoría parlamentaria adecuada como para poder contar con el


respaldo necesario del Congreso; (3) las dificultades que en materia de go-
bernabilidad propiciaría la falta de mayoría propia del nuevo Presidente de la
República en el Congreso; (4) la imposibilidad de que quienes postularan a
las vicepresidencias de la república cuenten con la oportunidad de postular a
la vez a una curul en el Congreso de la República; y (5) la animosidad popular
contra el Congreso en caso la sucesión se originara, precisamente, en una
vacancia presidencial que no supusiera, a la vez, el despido del Congreso que
padece la desaprobación popular y, además, al que se condena por la siempre

ga L
previsiblemente cuestionable vacancia del Presidente de la República por los
seguidores que no le faltan entre el electorado.

Le CIA
Primariamente, los argumentos a favor de la convocatoria a elecciones
luego de un proceso de vacancia no deben basarse en circunstancias de co-
yuntura, sino en respuestas de carácter institucional. La racionalidad de la

l
institucionalidad no depende de caprichos históricos ni del azar. Todo lo con-
ay EN
trario. La estabilidad política y económica del país depende de la vigencia de
arreglos previstos en el régimen organizacional según el cual las instituciones
son las que resuelven de modo imparcial la diversidad de sucesos políticos, se
acomoden o no se acomoden a nuestros gustos, deseos, intereses, preferencias
ch ID

o conveniencias. Prescindir de la lógica institucional degenera en la informa-


lidad y en la impredecibilidad de nuestras estructuras, de nuestros regímenes
Ya NF

y de nuestros sistemas políticos y valorativos.


Es cierto que la Constitución opta por un mecanismo de elección con-
currente de elecciones en el Congreso y el poder ejecutivo. La Constitución
también prevé, sin embargo, que esa regla varíe, como cuando el Presidente de
O

la República disuelve el Congreso luego de que éste censura o niega confianza


a dos gabinetes, para lo cual el Presidente de la República debe convocar sola-
C

mente a elecciones parlamentarias. Recíprocamente, en situaciones generales,


si en cumplimiento de su atribución directiva y de control de la ética pública le
toca al Congreso vacar al Presidente de la República, la vacancia no tiene por
qué ni cómo justificar la convocatoria a un proceso eleccionario para renovar
paralelamente el Congreso. Ambas excepciones contemplan respuestas insti-
tucionales en las que las elecciones dependen de la causa en razón de la cual
corresponde la convocatoria a elecciones. De modo que, si todas las demás
variables y todos los demás supuestos se mantienen iguales (caeteris paribus) no
existe razón que justifique ni amerite que, luego de la vacancia del Presidente y
de las renuncias de sus vicepresidentes, hubiera necesaria ni simultáneamente
convocar a elecciones parlamentarias para renovar el Congreso.

| 249
César Delgado-Guembes

La segunda razón que se menciona es que la decisión de convocar úni-


camente a elecciones presidenciales y no generales trae consigo el riesgo de
que el resultado no mejore las posibilidades del poder ejecutivo de contar con
mayorías parlamentarias que lo apoyen en su función conductora del Estado
con la elección del nuevo parlamento con el que complementará el período
de su mandato.
A diferencia de lo que ocurre con la decisión presidencial de disolver
el Congreso para convocar a elecciones parlamentarias, supuesto en el cual
el Presidente de la República puede calcular la ocasión en que disuelve para

ga L
posicionarse y optimizar sus ventajas en relación con el Congreso, si el Pre-

Le CIA
sidente en ejercicio convocara a elecciones parlamentarias, además de las
presidenciales, hay por cierto mucha menor incertidumbre sobre la posible
correlación de fuerzas políticas entre el poder ejecutivo y el Congreso, porque
el electorado tiene nuevamente la opción de preferir un Congreso que legi-

l
time al partido cuyo candidato a la presidencia tenga mayoría solvente en la
ay EN
asamblea, o preferir contrariamente a un Congreso con un perfil controlador
de la acción del poder ejecutivo.
Estas alternativas no se ofrecen ni se presentan con claridad si la convo-
ch ID

catoria se restringe únicamente a la elección presidencial, pero no es imposible


que ocurra. ¿Por qué? Porque el pueblo siempre puede elegir a un presidente
que cuente con una mayoría parlamentaria preestablecida y propia en el Con-
Ya NF

greso. Esta opción también debe ser tomada en cuenta.


Esa fue la maniobra destructiva que no tomó en cuenta Martín Vizcarra
cuando disuelve el Congreso para que el electorado recupere la opción de re-
O

definir la correlación de fuerzas. La decisión del electorado fue la de optar por


cualquier alternativa menos una que pudiera concederle mínimos de respaldo
C

a Vizcarra. Es más, ya todos vimos cómo ese mismo Congreso que accede al
período complementario como parlamento-rabo fue la misma asamblea que
terminó vacando a Vizcarra. Fue por lana y salió trasquilado. Las opciones que
tiene el electorado con una elección nunca son un juego predecible y, a pesar
de la creencia que las elecciones generales son políticamente más ventajosas
en el juego de poderes, esa misma creencia carece de consistencia cuando nos
atenemos a lo azarosos que pueden ser los resultados de una elección, fuera sólo
presidencial o general. El electorado se resiste a encasillamientos simplistas a
la hora en que se suman los votos. Realista y simplemente, no hay garantía ni
de mucho, ni de poco.
La tercera razón se refiere a las dificultades que en materia de estabi-
lidad política y de gobernabilidad democrática causaría propiciaría la falta

250 |
La destitución por incapacidad moral

de mayoría propia del nuevo Presidente de la República en el Congreso. Esta


razón es un corolario de la anterior, y se refiere a la consecuencia adicional
de carácter colectivo que la ausencia de mayorías propias y suficientes en el
Congreso que dificultarían la misión del jefe de Estado en el régimen político.
Sin la consistencia esperada con que opere la naturaleza de la voluntad popu-
lar debemos conformarnos a contar con operadores del régimen político que
tengan la capacidad de conducir al país en el peor de los escenarios posibles.
La ingenuidad y la candorosidad prospectiva no tiene antecedentes aus-
piciosos en nuestra experiencia electoral y política. La estabilidad política y la

ga L
gobernabilidad democrática dependen de la habilidad de quienes asumen el

Le CIA
liderazgo en los órganos estatales. Sin esa habilidad hasta la más óptima de las
correlaciones en las mayorías en el poder ejecutivo y en el Congreso pueden
generar condiciones de inestabilidad e ingobernabilidad. Estos valores no se
desprenden matemáticamente de un esquema decisorio tan sencillo como el

l
que proponen quienes creen y asumen que la convocatoria a elecciones ge-
ay EN
nerales aseveran que una fórmula más segura y exitosa es la de evitar que la
convocatoria sea únicamente a elecciones presidenciales.
La cuarta razón que se menciona refiere como sustento de la opción a
ch ID

elecciones generales que si la convocatoria previera únicamente la elección


presidencial esa opción traería consigo una imposibilidad tal que anularía el
valor legal de la convocatoria realizada. Quienes afirman este temperamento
Ya NF

dicen que, según nuestro ordenamiento constitucional, los candidatos a los


puestos de vicepresidente de la república se verían privados del derecho que
la Constitución consigna para que puedan postular a una curul en el parlamen-
to. Por lo tanto, si la convocatoria a elecciones es sólo para definir la plancha
O

presidencial y no, además, la redefinición total del Congreso, los postulantes


a las vicepresidencias perderían la opción y derecho a postular a un puesto
C

representativo en el Congreso.
El argumento esbozado presume que la opción de postular a un cargo
representativo en el Congreso, además de la postulación a un puesto en la
plancha presidencial como vicepresidente, es un derecho político que queda-
ría desconocido y desprotegido con la convocatoria solamente a elecciones
presidenciales. El argumento completo es que, para que la convocatoria sea
jurídicamente válida, se requeriría que, de modo que quienes quieran postular
a una cualquiera de las vicepresidencias, tendría que reconocérseles la opción
de que, además, postulen a un puesto en el Congreso. Esta opción no existe
cuando las elecciones se convocan únicamente para elegir a los integrates de la
plancha presidencial. Sólo en caso de elecciones generales cabría que quienes

| 251
César Delgado-Guembes

quieren ser vicepresidentes de la república puedan postular adicionalmente a


una curul en el Congreso.
Este argumento invierte la racionalidad del régimen político, porque
desconoce y pasa por alto qué es lo que corresponde reemplazar cuando el
país se encuentra en una situación grave y excepcional en la que el único y
extremo remedio es la remoción y vacancia del Presidente de la República.
Ante una situación extrema como la delicada alternativa que debe llevar al
Congreso a vacar al Presidente de la República, no está en juego la gravitación
de los eventuales y accesorios derechos que pudieran tener quienes postulan

ga L
a vicepresidentes de la república.

Le CIA
Si lo único que es necesario reemplazar es las posiciones vacantes, y no
hay vacancia alguna que reemplazar en el Congreso de la República debido a
que la vacancia del Presidente no tiene como causa la incapacidad moral del

l
Congreso sino la de quien inidóneamente mantiene actos o comportamientos
reñidos con la ética constitucional, la consecuencia de esa necesidad es permitir
ay EN
y facilitar el reemplazo de lo que el régimen político requiere.
De ningún modo subordinar las necesidades propias del funcionamiento
del régimen político a una accidental y ocasional opción subordinada como
ch ID

puede serlo la liberalidad de que, además de la postulación a una vicepresidencia


los candidatos puedan exigir como condición de validez que no se les niegue
la posibilidad de postular, además, a un puesto en el Congreso, en razón de
Ya NF

lo cual para que la convocatoria sea jurídicamente válida debiera cumplirse


con la condición de que no se les impida postular, además, a un puesto en el
Congreso de la República.
O

El sistema no se diseña para que quienes postulan a la vicepresidencia


de la república puedan ser congresistas. El sistema se diseña, y esa es su fina-
C

lidad, para que el Presidente de la República pueda contar con vicepresidentes


afines a su línea y visión política que puedan reemplazarlo en caso de ausencia
temporal o definitiva70. La validez del acto de convocatoria no depende de si


70
Bajo la perspectiva de que el caso de una convocatoria de elecciones presidenciales, y
no generales, careciera de validez jurídica en razón a la constatación de la sustracción
del derecho a postular al Congreso a uno o a los dos candidatos a la vicepresidencia,
se pierde de vista que con ese mismo criterio también habría de cuestionarse la propia
validez de la norma constitucional cuando dispone que los vicepresidentes pueden
postular a un escaño parlamentario.
Cuando tiene lugar el supuesto del reemplazo definitivo al Presidente de la República,
el efecto es que la circunscripción por la que postula el candidato, el partido político
y el grupo parlamentario al que él pertenece, y el propio Congreso como corporación

252 |
La destitución por incapacidad moral

se prevé el ejercicio de la opción a postular a un puesto que no está vacante


porque no existe razón para reemplazar a ningún congresista. La validez del
acto de convocatoria sí depende de que el Presidente de la República haya sido
legal y legítimamente vacado. La inaccesibilidad a lo accidental o accesorio no
invalida el cumplimiento de lo principal.
Finalmente, la quinta razón sería que cabría que la animosidad popular
se levante aún más en contra de los representantes que con su decisión vacaron
al Presidente de la República. Este argumento es el que revela la impotencia
e incompetencia de quienes, desde un puesto representativo en el Congreso,

ga L
encubren la vergüenza que les queda por admitir en su fuero interno que no

Le CIA
merecen propiamente ocupar un cargo representativo en el Estado y que,
cuando menos, tienen todavía mínimos de pudor en su consciencia que los
lleva a reconocer oblicuamente su culpabilidad por no estar a la altura del per-
fil propio del puesto representativo. En buena cuenta el argumento enfrenta

l
una realidad insuficientemente conocida y comprendida, como lo es que en
ay EN
los sistemas representativos se asume convencionalmente que la ciudadanía
queda representada por el solo mérito de que una parte mucho o poco signi-
ficativa de la población electoral venza en comicios electorales a quienes o no
alcanzan con su voto un escaño, o si lo alcanzan los que lo ocupan no tienen
ch ID

mayoría en el parlamento.
El desengaño está potenciado precisamente en la inequivalencia asimé-
Ya NF

trica entre la mayoría parlamentaria y la minoría electoral que esa mayoría

constitucional, pierden a uno de sus integrantes mellando proporcionalmente el impacto


O

que la presencia de un miembro ocasiona. Similar efecto tiene que el vicepresidente


reemplace no definitiva sino sólo temporalmente al Presidente de la República, fuera
C

por una ocasional oportunidad en la que deba viajar por razones oficiales al exterior,
o fuera debido a una eventual declaración de suspensión por su procesamiento cons-
titucional o la declaratoria de su incapacidad temporal.
Como puede verse lo comparativamente adjetivo y banal del razonamiento que con-
duce a calificar como inválida una convocatoria a elecciones presidenciales en vez
de a elecciones generales es un exceso que pretende supeditar lo que de accesorio y
ocasional puede tener la opción que se le reconoce a quien postula a un puesto en la
vicepresidencia al derecho que se exige que se le reconozca para postular al Congreso.
El derecho existe sólo cuando las circunstancias de normalidad así lo habilitan; no cuan-
do por el carácter extraordinario de los acontecimientos emergentes en el panorama
político y constitucional lo impiden. Nuevamente: el sistema no ha sido diseñado para
que los vicepresidentes sean congresistas; el sistema de sucesión presidencial obedece
a la razón de la urgencia de reemplazar a quien conduzca el Estado cuando una urgencia
ha causado su apartamiento por una grave razón que atenta contra la ética pública, la
estabilidad política y la gobernabilidad del Estado.

| 253
César Delgado-Guembes

representa, por un lado, y por otro lado entre la mayoría parlamentaria y la


mayoría electoral que no es representada por esa misma mayoría parlamentaria.
La imposible sintonía entre la calle y el Congreso es sustantiva y es innegable.
El sistema representativo es sólo una convención para contar con alguna suerte
de representación que permita la acción del Estado. En esencia, sin embargo,
el electorado es física y ontológicamente irrepresentable71. La representación
es realmente inocurrible. Lo que tenemos es lo que la matemática nos ofrece
como un mecanismo sustitutivo ante la necesidad de tomar decisiones con un
mínimo residual de representatividad en el Estado. Es todo y es lo poco que

ga L
es posible alcanzar.

Le CIA
La insuficiente comprensión de la imposibilidad sustancialmente inhe-
rente al sistema es la que lleva a la población, e incluso a los comunicadores,
a los profesionales y con mayor razón al peatón que transita por la urbe y el
campo en el Perú, a tener patrones invariablemente recurrentes de desencanto,

l
de desaprobación y de desencuentro con quienes ejercen y desempeñan un
ay EN
puesto representativo. Eso es lo que explica por qué, indistintamente, de cuál
sea el resultado de un proceso electoral, al poco tiempo del ejercicio el Con-
greso cuente con niveles de aprobación en las encuestas inferiores al 20 por
ciento, e incluso en los momentos de mayor agitación inferiores a un dígito.
ch ID

Cuando los congresistas son quienes desconocen las posibilidades


reales y efectivas del carácter matemáticamente convencional del sistema
Ya NF

representativo empiezan a sentir en carne propia el impacto de la desaproba-


ción demoscópica y empieza el avergonzamiento y la culpabilización. De ahí
la consideración de este quinto argumento como sustento para sostener que
quien suceda en la cadena de mando de la presidencia de la república deba
O

convocar a elecciones no sólo presidenciales sino generales, para acabar con


la pesadilla de un encargo emocionalmente insoportable para quien tiene la
C

tarea realmente incumplible que genera la expectativa y la oferta de una re-


presentación inalcanzable.
En buena cuenta el quinto argumento nos pone ante la patética realidad
de la mentira que ofrecen quienes, desconociendo, ignorando u ocultando la


71
Mi tesis sobre la irrepresentabilidad sustancial del régimen representativo la he expre-
sado en diversidad de publicaciones anteriores que el lector interesado puede revisar.
Entre esas publicaciones cito, tanto mi libro Olvido constitucional y vacío representativo
en el Perú, publicado por el Fondo Editorial del Congreso, como mi Introducción al
estudio del parlamento peruano, editado por el Fondo Editorial de la Universidad San
Ignacio de Loyola, y por la Editorial Yachay. En esta obra reitero la misma fórmula que
previamente he delineado en las publicaciones que indico.

254 |
La destitución por incapacidad moral

realidad de la irrepresentabilidad efectiva de la convención representativa,


mimetizan su ambición figurativa detrás de las empresas que se ofertan en el
mercado electoral con una franquicia que promete una aventura política valién-
dose del surtidor de esperanzas nunca cumplibles, a expensas, naturalmente,
de la ignorancia cognitiva de un electorado que parece agonizar exánime de
tanta desesperanza y de tanta oportunidad supuestamente perdida.
Las etiquetas partidarias son esos mismos cascarones llenos del vacío
político que nadie denuncia desde la raíz e imposibilidad de la insatisfacción
que se anida en las promesas del sistema representativo. Al final del día el lucro

ga L
permite la reproducción de la fantasía representativa en las mafias de quienes

Le CIA
orquestan la farsa de partidos que no son más que el maquillaje de intereses
que se simula para obtener ganancias o narcisistas o mezquinas.
El quinto argumento, por lo tanto, no debiera tomarse en serio, si de lo

l
que se trata es de superar la ficción representativa con acciones de liderazgo
que permitan reducir o eliminar la brecha entre la convención representativa y
ay EN
las exigencias de desempeño con las que las funciones que tiene el parlamento
se cumplan no precisamente gracias a las limitaciones propias de la matemática
electoral, sino a pesar de ellas.
ch ID

Hay grados de representación alcanzables, pero los estándares de re-


presentación se alcanzan sólo cuando los partidos políticos cumplen con la
finalidad que el Estado deposita en sus líderes, para que asuman realmente el
Ya NF

compromiso de capacitar a sus militantes acreditando en los procesos electo-


rales como candidatos sólo a quienes puedan ocupar decentemente un puesto
representativo con las capacidades, destrezas y habilidades tanto cognitivas,
O

prácticas, actitudinales y éticas propias del puesto representativo. Mientras


esta condición y variables no ocurran el régimen de democracia representa-
C

tiva reptará entre la escoria de gente improvisada e incompetente con la que


permitimos que nuestro engaño sea alimentado por quienes usurpan el rol que
están obligados a tener los partidos políticos.
Para que no ocurra que nuestras instituciones estén pintadas en la pared
de la ficción o de la fantasía, en primer término es preciso que el ciudadano
se interese en la vida política de su comunidad y que cumpla con enterarse
de cómo funciona el Estado que dirige y conduce el destino colectivo. En
segundo término, es preciso también que los líderes de los partidos hagan lo
que les corresponde utilizando los recursos con los que cuentan para que sus
militantes sean responsablemente capacitados con competencias que permitan
cumplir honesta y decentemente los papeles representativos y de gobierno
en los distintos niveles organizacionales del Estado. Y en tercer lugar, que el

| 255
César Delgado-Guembes

propio Congreso adquiera hábitos de gestión que transparenten mejor ante la


opinión pública los objetivos cuyo cumplimiento pueda medirse, evaluarse y
comunicarse cíclica, periódica y regularmente a la sociedad para demostrar
qué quiso hacer, qué está logrando, y qué metas está alcanzando o está en
camino a alcanzar. Sin medición de los objetivos y sin comunicación de las
metas propuestas, logradas o en camino a alcanzar no es posible convencer a
nadie de la gestión que el Congreso asume la responsabilidad de realizar para
cumplir con la finalidad por la que existe en nuestro régimen político.
Si el Congreso cumple confiablemente con su propia finalidad la ciuda-

ga L
danía puede contar y tener la garantía que su juicio ético y moral respaldará

Le CIA
la decisión de vacar al Presidente de la República ante las severas y graves
inconductas que demanden su remoción del cargo, al amparo del inciso 2 del
Artículo 113 de nuestra Constitución.

l
ay EN
ch ID
Ya NF
O
C

256 |
Capítulo VII
La vacancia por incapacidad moral revisada
(Temas de lege ferenda)

ga L
Le CIA
l
ay EN
A sí como el Presidente de la República tiene el trascendente papel de condu-
cir al Estadao y al país durante el períodos de su mandato, la Constitución
le reconoce al Congreso de la República la tarea de cautelar y de vigilar que el
ch ID

cumplimiento de las tareas presidenciales se lleve a cabo según los valores y


los principios que la propia Constitución contiene. La dimensión deliberativa y
de dirección política que la nuestra forma de gobierno le asigna al parlamento
Ya NF

debe cumplirse conforme a la visión ética de la vida política que juzgan quie-
nes el pueblo elige para que por su cuenta y en su nombre afirme y decida la
asamblea que lo representa.
O

La dimensión ética o moral es políticamente imprescindible, útil y re-


levante en nuestro derecho constitucional, no sola ni exclusivamente por el
C

argumento enteléquico de que el ciudadano de la república debe ser bueno, o


que es mejor ser bueno que ser malo, sino porque la dimensión ética o moral
agrega valor público al ejercicio legal de las funciones constitucionales de la
autoridad al igual que al ejercicio regular de los derechos, obligaciones y res-
ponsabilidades del ciudadano en una sociedad y en un Estado que prefieren
ser auténtica, y no fingida, formal o falsamente democráticos. Democracia y
justicia forman una pareja tan indisociable como la pareja derecho y moral.
De esta axioma es que se deduce la importancia que para nuestra Constitución
tiene el ejercicio del poder político según valores y principios moralmente
deducibles de su reconocimiento.
En este trabajo se ha partido de dos premisas centrales. La primera, es
que es perfectamente compatible y consustancial al régimen democrático que

| 257
César Delgado-Guembes

se reconozcan causales de conclusión prematura del mandato de la autoridad


política, en razón a faltas de índole moral o contra la ética pública que la Cons-
titución reconoce o que se derivan de los valores o principios que ella reconoce
y que son propios de un régimen democrático y representativo.
Los juicios morales no son una puerta a la arbitrariedad cuando quienes
los emiten y quienes sancionan a partir de ellos cumplen con los parámetros
que la Constitución contiene como parte de su filosofía moral y política. Toda
sanción contra una inconducta moral es no solamente pertinente, sino legítima,
pero quien la aplica y luego ejecuta debe cumplir su rol conductor, de control

ga L
político y punitivo según pautas de razonabilidad y de equilibrio en el juicio

Le CIA
que emite. La sanción, por lo tanto, es consecuencia de la auténtica calidad
deliberativa que se cumple a partir de la naturaleza plural y heterogénea de
las distintas racionalidades que concurren en la asamblea de representantes.

l
Y la segunda premisa es, que la definición de la que parto para reco-
nocer la validez de la causal de vacancia por incapacidad moral, así como la
ay EN
competencia correspondiente del Congreso para evaluarla, es que la incapa-
cidad moral consiste en el daño que causa la acción, los actos, la conducta, el
comportamiento o el juicio impropios del Presidente de la República con los
ch ID

que se afecta gravemente valores constitucionales como el honor, la dignidad


o la calidad de la vida política de la nación, la gobernabilidad del país, o la
estabilidad social, política o económica de la población.
Ya NF

En la evaluación, deliberación y análisis de la responsabilidad política del


Presidente de la República debe considerarse, en principio, como moralmente
incapaz quien, de modo cierto y efectivo, con su conducta, actos, o juicios,
O

exhibe un comportamiento contrario a la dignidad y honorabilidad propia del


titular de la jefatura del Estado y del gobierno. Incurre en esa categoría quien
C

con la impropiedad e inidoneidad de su acción causa mayor daño al país con


su permanencia que con su remoción. Cuando el Presidente de la República
se convierte en un daño mayor para el país que con la continuidad en el
cumplimiento del período de su mandato el Congreso de la República asume
la responsabilidad de deliberar, razonar, evaluar y juzgar la conveniencia
de recortar prematuramente el mandato que ordinariamente le reserva la
Constitución a quien gobierna con transparencia, probidad y competencia
los negocios del Estado.
La cláusula sobre la vacancia del Presidente de la República por perma-
nente incapacidad moral justifica su histórica y actual inclusión en el derecho
constitucional peruano por la coherencia que cabe advertir entre el modelo de
nuestra organización política y de nuestra forma de gobierno, con los valores

258 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

políticos y morales que el régimen democrático requiere para asegurar que la


conducción del Estado no se convierta en un innecesario y rígido candado con
el que se niegue la posibilidad de eliminar el mal menor. Esto es el daño que
causa quien con su comportamiento y conducta afecta severa y gravemente la
estabilidad y la gobernabilidad política del Estado.
La Constitución encarga al Congreso el control de la ética pública, no
sólo del jefe de Estado, sino además de otros órganos constitucionalmente
autónomos. El encargo tiene como alcance y dimensión la vigilancia y moni-
toreo de la dirección de las más importantes funciones estatales. Dentro de

ga L
esta competencia el Congreso procede como agencia de control para evitar

Le CIA
mayores daños a la república. El sentido de su responsabilidad institucional
es prevenir el descalabro y despeñamiento del Estado en sentidos contrarios
a estándares de gobernanza y de gobernabilidad.

l
Para que el país sea gobernable se requieren niveles importantes de
discrecionalidad. La discrecionalidad del jefe del Estado, y la discrecionalidad
ay EN
de quienes representan al pueblo según los resultados de comicios electora-
les. Uno y otro espacios de discrecionalidad no son absolutos. Los límites
los indica la Constitución, y la regla sobre la corrección en la sujeción a los
ch ID

límites la define el titular que controla el cumplimiento de las restricciones y


condiciones de su uso.
Por lo tanto, así como el Presidente de la República es políticamente
Ya NF

indemne y se prevé que la responsabilidad por los delitos funcionales y las


infracciones constitucionales que cometa las asumen individual o colecti-
vamente los miembros del gabinete de ministros, la capacidad subrogatoria
O

del gabinete sobre actos presidenciales tampoco es absoluta. No alcanza ni


comprende las inconductas directa y personalmente atribuibles al Presidente
C

de la República en el uso de las facultades de conducción que exceden a las


competencias regulares del gabinete de ministros. Por eso es que el gabinete
no puede asumir responsabilidad por las fallas y deficiencias directa e indivi-
dualmente atribuibles al jefe de Estado.
El ejercicio de la tarea de vigilancia y de monitoreo del cumplimiento de
estándares de ética pública que realiza el Congreso puede ser amplio e indefi-
nido. Sin embargo, la garantía contra el desempeño arbitrario de la capacidad
de control y dirección del Congreso supone su adecuación, igualmente, a
valores y a principios que emanan y se derivan de la filosofía política y moral
que el reconocimiento de nuestro régimen republicano supone. Para que el
ejercicio del poder representativo del Congreso sea un ejercicio constitucional

| 259
César Delgado-Guembes

no basta con que el número de votos prescrito para el cumplimiento de sus


atribuciones se alcance.
El carácter mayoritario con que se rigen las decisiones de la asamblea de
representantes puede por sí mismo ser arbitrario si esas decisiones no pasan por
el filtro de la adecuada deliberación y razonabilidad de y por la pluralidad de
tendencias políticas que la sociedad define en el acto electoral. Las decisiones
del Congreso no sólo deben ser válidas según las condiciones que establece
formalmente la Constitución y el Reglamento del Congreso, sino, además, de-
ben regirse por márgenes de justicia. Las decisiones del Congreso deben ser, a

ga L
la vez, válidas, justas, razonadas, buenas, y basadas en la verdad. La distorsión

Le CIA
del juicio de valor en las decisiones parlamentarias afecta la validez material
de la corporación representativa.
Es ese el espacio y la razón por la que, aun cuando no lo establezca norma

l
alguna, la decisión que debe tomar el Congreso sobre la idoneidad del Presi-
dente de la República, y sobre su permanencia o licenciamiento y remoción
ay EN
en el cargo por incurrir en permanente incapacidad moral, está sujeta a pautas
y criterios que integran lo que he denominado los parámetros de la vacancia.
Los parámetros permiten medir la justicia y la razonabilidad de las decisiones
ch ID

de la asamblea, de manera que la decisión no sólo quede arreglada al proceso


formal que recoge el Reglamento del Congreso, sino que, además se gane con
la legitimidad de una decisión en la que se incluyan la identificación, el reco-
Ya NF

nocimiento y el mérito de las opiniones contrarias a la decisión recomendada


o adoptada indicando las razones por las que dichas razones son insuficientes
para vencer los argumentos a favor de la vacancia ante la incapacidad moral
que se le imputa al jefe de Estado.
O

En este trabajo se ha incidido de modo especial, y precisamente por la


C

convicción que tengo en la filiación ética de la cláusula del inciso 2 del Artículo
113 de la Constitución con los valores sustanciales que esta misma norma con-
tiene, en la necesidad de reconocer la utilidad y la legitimidad constitucional
de la cláusula según la cual el Congreso puede vacar al Presidente, no por una
discapacidad «mental», sino por su incapacidad moral para conducir el Estado y
el país. La tesis de la «incapacidad mental» aliena y disloca el sentido del buen
gobierno y de la buena administración a partir de una veleidad interpretativa
constitucionalmente insuficientemente fundada.
De avalar el propósito de los hermeneutas que hurgan en el galicismo
con el que pretenden desacreditar la vigencia y validez de la cláusula sobre la
incapacidad moral del Presidente de la República como causal de su vacancia,
se pierden de vista los casos en los que un jefe de Estado inidóneo para el

260 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

puesto debiera mantenerse durante la integridad de su período a despecho de


delitos que pudiera haber cometido.
Solamente a título de señal, en el cuadro siguiente se muestran algunos
casos de delitos comunes en que pudiera incurrir el Presidente de la República
que quedarían condonados y sin posibilidad de exigir responsabilidad ni san-
ción alguna durante el período constitucional. El Presidente de la República
que durante el ejercicio de su mandato comete un delito común doloso incurre
en un supuesto moralmente cuestionable, y cabría resultar siendo denunciado
al amparo del inciso 2 del Artículo 113, pero esa opción no podría utilizarse a

ga L
menos que el delito hubiera sido cometido por quien contara con una disca-

Le CIA
pacidad mental que explicara o causara la comisión del delito.

Cuadro N° 12
Fallas morales en el ejercicio funcional de la presidencia

l
no causadas por incapacidad mentl
ay EN
ch ID
Ya NF
O

Elaboración: propia
C

El esfuerzo de encontrar en el derecho francés el propósito de un sen-


tido moral que, con error o sin error de traducción de por medio, planteó y
arraigo en nuestro constitucionalismo sucesivamente uno y otro constituyente
durante las últimas ocho Constituciones que han regido invariablemente en
el Perú, no niega ni invalida el entendimiento que ha sobrevivido política y
constitucionalmente en la consciencia colectiva, y ello a pesar de la ilustrada
y circunspecta información de quienes favorecen el galicismo hermenéutico,
tanto de este límite en el ejercicio del poder por el Presidente de la República,
como de la facultad del Congreso de poder valerse de su juicio moral para va-

| 261
César Delgado-Guembes

car, cuando corresponde, al jefe de Estado ante grave y clamorosa inconducta


contraria a la ética constitucional.
La interpretación del texto constitucional a partir de alegado mejor y
supuestamente mejor entendimiento de la intención del legislador que erró al
importar la cláusula de la incapacité morale, puede servir para ganar popularidad
en algún sector de la opinión pública, así como entre quienes en la academia
cultivan románticamente el arte etimológico, pero muy a pesar de la seriedad
con la que se tiene por valioso ese enfoque, el propósito de desentrañar la su-
puesta voluntad interna del constituyente casi 200 años después los resultados

ga L
de esa construcción interpretativa descansa en una falacia.

Le CIA
La falacia de que los intérpretes del inciso 2 del Artículo 113 de la Cons-
titución tienen los poderes paranormales necesarios para descubrir qué fue
lo que quisieron los constituyentes cuando importaron erróneamente lo que

l
incapacité morale significa en Francia, a expensas del significado que le dan a
esa categoría quienes la registraron en la Constitución de 1839 primero y en
ay EN
las sucesivas siete constituciones posteriores después. El carácter controversial
del artilugio que apela a la voluntad real del legislador le hace decir al texto
algo que el propio legislador no dijo. Se trata por eso de una interpretación
ch ID

usurpativa de una intención o voluntad imposible de conocer en ese entonces


(porque no ha sido documentada por voz propia ni hay testigos que dejaran fe
de ella), y menos a casi 200 años de haberse incluido en la Constitución de 1839.
Ya NF

Además de señalar el esquema básico de las ideas centrales antes referi-


das como ejes de este trabajo, y de la premisa central que consiste en admitir
que lo que el inciso 2 del Artículo 113 de la Constitución significa, es, en
O

efecto, que cabe la vacancia por una causal moral y no mental de la incapaci-
dad presidencial, este capítulo tiene el propósito es presentar someramente
C

algún alcance sobre temas no derivados de la exégesis propiamente dicha


de la indicada disposición constitucional, así como las recientes propuestas
normativas para reformar la Constitución en relación con el tratamiento de la
facultad del parlamento de vacar al Presidente de la República por incapacidad
moral permanente.
Para empezar con el alcance no planeado entre quienes se refieren a la
reforma de la facultad del Congreso de vacar al Presidente de la República, al
inicio de este ensayo mencioné que la remoción del Presidente de la República
tiene previsión expresa en el constitucionalismo peruano desde la Constitución
de 1839, pero que existe igualmente la alternativa de remoción a través de un
proceso de revocatoria del mandato por iniciativa popular.

262 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

Esta alternativa no tiene reconocimiento explícito, ni para autorizarla,


ni para impedirla. La Constitución prevé, en principio, que cabe la revocatoria
del mandato de autoridades de nivel subnacional, y también prevé la impo-
sibilidad o prohibición de la revocatoria del mandato de los congresistas. Ni
reconoce ni prohíbe la posibilidad de revocatoria del mandato presidencial. Y
al generar ese vacío la ambigüedad permite ensayar esa vía, aunque sobre la
base del riesgo que un proceso de esa naturaleza pueda sufrir el temprano revés
que la autoridad electoral decrete declarando improcedente la tramitación de
esa pretensión popular.

ga L
La posibilidad de revocar el mandato del Presidente de la República, pre-

Le CIA
cisamente porque no existe regulación en sentido positivo ni negativo, tendría
como principal dificultad la causal que permitiría el pedido de revocatoria y,
además, cuál sería la mayoría exigible tanto para tramitar la revocatoria como
para que, si procediera la pretensión, pueda darse por aprobada la revocatoria

l
con el voto popular72. Si bien existe una regla general para los procesos de
ay EN
revocatoria, la mayoría exigible para que la revocatoria se apruebe tendría que
contar con un número de votos cuando menos similar a la cantidad de votos
alcanzados en la elección de la misma persona que alcanzó la presidencia de
la república.
ch ID
Ya NF


72
La ley 26300 prevé de modo explícito en el artículo 20 los cargos que pueden ser revo-
cados, entre los cuales no se incluye ninguna autoridad del gobierno central. Vale decir,
esa norma tiene una regla que se refiere únicamente a niveles subnacionales. No es una
norma dirigida a regular la revocatoria en el nivel de gobierno central ni nacional.
De otra parte, esa misma ley indica que para la revocatoria de los titulares en los puestos
O

subnacionales las adherencias para iniciar el proceso de revocatoria no deben ser menos
que el 25 por ciento del número de electores de la circunscripción, con un máximo de
C

400 mil. De adoptarse esta proporción como parte del proceso de revocatoria de quien
ocupara el cargo en la presidencia de la república se requerirían aproximadamente 6
millones y algo más de 400 mil adherentes.
Análogamente, la misma ley prescribe en su artículo 23 que para que proceda la revo-
catoria es necesaria la mitad más uno del número de votos válidos. En un escenario en
el que alrededor del 10 por ciento de electores optara por no votar, y que el número de
votos blancos o nulos sume otro 10 por ciento, por ejemplo, la revocatoria del titular
de la presidencia de la república requeriría aproximadamente el voto de alrededor de
9 millones 800 electores.
Es en el marco de esta estructura básica que corresponde prever la extensión del de-
recho de revocatoria por mandato popular cuando, y si acaso, la situación adquiriera
tales niveles insostenibles de intolerabilidad política, que, luego de agotarse la vía par-
lamentaria, no quedara más remedio que recurrir al último recurso con el que cuenta
una república como es la consulta al titular del poder sobre la decisión que deba tomar
en relación con la conducción de sus destinos políticos.

| 263
César Delgado-Guembes

Esta es una cuestión abierta y debiera ser de interés particular para


quienes invocan el carácter participativo de los procesos políticos, aun cuando
no revistan propiamente un lugar en la agenda de sus propuestas de referén-
dum constitucional. En la medida que se invoca el carácter axiológicamente
superior del titular original del poder, parecería contradictorio que quienes
así lo afirman se rehusaran a permitir el ejercicio de esa opción para conocer
el propósito del electorado sobre la permanencia o conclusión prematura del
mandato del Presidente de la República.
Entre las propuestas de reforma constitucional presentadas durante

ga L
el período 2021-2026, las encontramos hasta con tres tipos de alternativas

Le CIA
y enfoque. Unas que proponen de manera directa la reforma del inciso 2 del
Artículo 113 y eventualmente la del inciso 1 del Artículo 114. Otras, las que
apartándose de la interpretación que afirma el carácter moral de la evaluación
que debe realizar el Congreso proponen su eliminación y, sin embargo, el in-

l
cremento de delitos indicados en el Artículo 117, por los que se permite acusar
ay EN
al Presidente de la República durante el período de su mandato. Y una última
en la que el interés se centra en el alcan Como puede observarse, se trata de
ocho iniciativas ce de la convocatoria a elecciones luego que el Presidente del
Congreso asume el ejercicio de la Presidencia de la República.
ch ID

Cuadro N° 13
Ya NF

Proyectos de reforma constitucional que afectan el estatuto del


presidente de la República
N° pro- Autor Artículo por Contenido de la causal
O

yecto reformar
Permanente incapacidad mental o física,
C

debidamente comprobada a través de los


exámenes correspondientes por una junta
médica independiente y sin conflictos de
interés, y declarada por no menos de los
dos tercios del número legal de miembros
Málaga 113, 130, del Congreso.
PL 95
(Morado) 132, 133
1. Ejercer violencia física o psicológica con-
tra terceros.
2. Atentar contra la vida de su cónyuge,
hijos o familiares directos hasta el cuarto
grado de consanguinidad y segundo de afi-
nidad.

264 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

3. Uso o consumo habitual de drogas, alco-


hol u otras sustancias que generen toxico-
manía (excepto en caso de tratamiento por
enfermedades).
4. Incurrir en ludopatía.
5. Aquellos hechos cometidos por el Presi-
dente de la República de la mayor gravedad
que atentan contra los valores éticos co-
múnmente compartidos en nuestra socie-
dad, ocasionando un notorio desequilibrio

ga L
social y que hacen insostenible la perma-
nencia en tan importante cargo público, así

Le CIA
como cualquier hecho que, sin ser delito, lo
desmerezca en el ejercicio del cargo públi-
co comprometiendo la dignidad del cargo
Reymundo Falta de condiciones o aptitudes mentales

l
PL 421 (Juntos 113 inciso 2 o físicas, debidamente comprobada por la
ay EN
por el autoridad de salud y no a valoraciones sub-
Perú) jetivas o de índole similar
Permanente incapacidad moral o física, de-
PL 428 Cortez 113 inciso 2 clarada por el Congreso. La declaratoria da
ch ID

lugar a la disolución automática del Congre-


(Juntos
so, debiendo convocarse a elecciones parla-
por el
mentarias. En el caso de la vacancia del últi-
Perú)
Ya NF

mo vicepresidente se convoca a elecciones


generales, de acuerdo a lo contemplado en
el artículo 134.
Permanente incapacidad mental que sea in-
O

PL 474 113 inciso 2 compatible con el ejercicio de su función,


debidamente acreditada por una Junta Mé-
Poder Eje-
dica y declarada por dos tercios del número
C

cutivo
legal de congresistas.
114 inciso 1 Incapacidad temporal física o mental que
sea incompatible con el ejercicio de su fun-
ción, debidamente acreditada por una Junta
Médica y declarada por dos tercios del nú-
mero legal de congresistas.
Se entiende como permanente inca-
pacidad moral lo siguiente:
- Ejercer violencia física o psicológica
contra terceros.

| 265
César Delgado-Guembes

- Atentar contra la vida de su cónyuge,


hijos o familiares directos hasta el cuar-
to grado de consanguinidad y segundo
de afinidad.
- Uso o consumo habitual de drogas,
alcohol u otras sustancias que generen
toxicomanía (excepto en caso de trata-
miento por enfermedades).
- Incurrir en ludopatía.

ga L
- Aquellos hechos cometidos por el
Wong 113 inciso 2 Presidente de la República de la mayor

Le CIA
(Podemos) gravedad que atentan contra los valores
éticos comúnmente compartidos en
nuestra sociedad, ocasionando un no-

l
torio desequilibrio social y que hacen in-
sostenible la permanencia en tan impor-
ay EN
tante cargo público, así como, cualquier
hecho que sin ser delito lo desmerezca
en el ejercicio del cargo público compro-
metiendo la dignidad del cargo.
ch ID

PL 841
No procede el ejercicio de la presente
causal en el último año del ejercicio de
la Presidencia de la República
Ya NF

Para declararse la permanente inca-


pacidad moral se deberán observar las
siguientes reglas:
O

Los fundamentos de hecho y de dere-


cho del pedido de vacancia, deben ser
C

los mismos que sean objeto de pronun-


ciamiento en el respectivo debate y
votación en la Comisión Permanente,
acuerdo que deberá ser ratificado por
113-A el Pleno del Congreso de la República.
Una vez admitida la Moción por el
Pleno del Congreso de la República,
los documentos o medios probatorios
que acrediten o corroboren los hechos
deberán ser examinados por una Co-
misión Especial de Investigación que
presentará un informe dentro del plazo
improrrogable de 15 días hábiles conta-
dos desde el día de su instalación.

266 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

Una vez presentado el informe de la


Comisión Especial de Investigación, la
Junta de Portavoces del Congreso de la
República procederá a fijar, con carácter
de inaplazable, día y hora para la sesión
de la Comisión Permanente, en donde
se realizará el debate y votación del pedi-
do de vacancia, para tal efecto, se citará al
Presidente de la República para que haga
ejercicio de su derecho de defensa, la

ga L
cual podrá ser ejercida personalmente
o por intermedio de Letrado.

Le CIA
Si el acuerdo es aprobado por la Comi-
sión Permanente, la Junta de Portavo-
ces fijará con carácter de inaplazable,

l
día y hora para la sesión del Pleno del
ay EN
Congreso de la República en donde se
deberá votar la ratificación del acuer-
do de la Comisión Permanente, para
tal efecto se citará al Presidente de la
ch ID

República para que haga ejercicio de su


derecho de defensa, la cual podrá ser
ejercida personalmente o por interme-
Ya NF

dio de Letrado. El acuerdo que aprueba


la vacancia Presidencial por incapaci-
dad moral requiere la aprobación de la
Comisión Permanente y la ratificación
O

del Pleno del Congreso con una vota-


ción superior a los dos tercios del nú-
mero legal de Congresistas
C

Organización criminal o corrupción de


PL 918 Málaga 117 funcionarios (cohecho pasivo, negoci-
(Morado) ación incompatible, aprovechamiento
del cargo, tráfico de influencias, en-
riquecimiento ilícito)
Permanente incapacidad física, psi-
cológica o mental que imposibiliten
Quiroz el ejercicio adecuado y/o idóneo de su
PL 1364 (Perú función, debidamente comprobada y
113 inciso 2
Libre) acreditada por una junta médica y declara-
da por los dos tercios a más del número to-
tal de congresistas habilitados.

| 267
César Delgado-Guembes

Incapacidad física, psicológica o men-


114 inciso 1 tal del presidente que imposibiliten el
ejercicio adecuado y/o idóneo de su
función, debidamente comprobada
y acreditada por una junta médica y
declarada por los dos tercios a más del
número legal de miembros del Congreso.
En caso de vacancia o renuncia del
Presidente de la República, el Vicepres-
Chávez

ga L
idente o el Presidente del Congreso
(Perú De-
PL 1507 115 convoca de inmediato a elecciones ge-
mocrático)

Le CIA
nerales para un nuevo periodo de go-
bierno
Elaboración: propia, sobre la base de los proyectos presentados en el Congreso de la

l
República y registrados en la página web institucional
ay EN
Como puede observarse, se trata de ocho iniciativas legislativas que
afectan directa o indirectamente el estatuto del Presidente de la República en
la Constitución. Las propuestas de modificación son de diversa naturaleza en
ch ID

general, pero hay algunas coincidencias centrales.


Son cinco los distintos objetos de los proyectos: (1) los que mantienen
Ya NF

la categoría pero definen qué es incapacidad moral; (2) los que reducen el
concepto de incapacidad moral a incapacidad «mental»; (3) los que amplían
las causas por las que cabe acusar al Presidente de la República durante su
O

período; (4) el que prevé una asociación indiscernible entre la vacancia de


la presidencia y la disolución del Congreso; y (5) los que indican la línea de
sucesión de la presidencia en caso de vacancia, señalando que da lugar a la
C

convocatoria a elecciones generales (y no sólo a presidenciales).


Considerando que previamente ya he expuesto las razones por la que no
corresponde reducir la categoría de incapacidad moral a incapacidad «mental»,
me reservo el espacio para revisar las demás iniciativas. En primer término,
la consecuencia de enumerar tipos de situaciones morales que pueden crear
condiciones para vacar al Presidente de la República generan el grave riesgo
de que dicha enunciación sea incompleta en función de sucesos o de aconte-
cimientos de la realidad que excedan las previsiones con las que se cree que
queda atendida la exigencia propia de la definición de una condición o catego-
ría normativa. El resultado de dicha enunciación es que cualquier ocurrencia

268 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

distinta a las que constan en la propuesta normativa trae como consecuencia


que la vacancia no procedería.
El error inherente a la medida legislativa propuesta consiste en que los
autores presumen de conocer la diversidad de razones posibles por las que será
posible en el futuro proponer y aprobar una vacancia presidencial. Ese supuesto
mejor saber no se condice sin embargo con la normal capacidad humana de
anticipar el futuro, y ello no obstante las tendencias que pudieran determinar
posibilidades de ocurrencias según lo que se observe de experiencias pasadas.
Sin embargo, las realidades por ocurrir son sólo futuribles respecto de los cuales

ga L
la certeza cognitiva no es ni garantía ni seguridad.

Le CIA
Consecuentemente las probabilidades de que la realidad por venir coin-
cida con los supuestos que establece la propuesta legislativa son tantas como
las probabilidades de que ese porvenir no coincida y que exceda largamente

l
las condiciones que el proyecto contiene.
El proyecto que tiene por objeto ampliar las causas por las que cabe
ay EN
acusar al Presidente de la República durante su período tienen la finalidad de
anchar el ámbito de competencias que se le reconoce al Congreso para pro-
cesar y para acusar al jefe de Estado, más allá de las razones que actualmente
ch ID

consigna el Artículo 117 de la Constitución. Los supuestos que contiene el


proyecto 918, del congresista Málaga, consisten únicamente en dos tipos de
delitos: que exista evidencia o indicios razonables de que el jefe de Estado sea
Ya NF

miembro de una organización criminal, o de que esté involucrado en actos que


formen parte del espectro del delito de corrupción de funcionarios, entre los
que cabe considerar el cohecho pasivo, la negociación incompatible, el apro-
O

vechamiento del cargo, el tráfico de influencias, o el enriquecimiento ilícito.


Estos dos escenarios delictivos son los que permitirían una acusación al jefe
C

de Estado dentro del período de su mandato y, por lo tanto, privándolo de la


indemnidad e inviolabilidad presidencial, y eximiéndolo de protección jurisdic-
cional reservada actualmente a todas las faltas no incluidas en el Artículo 117.
La medida propuesta por el congresista Málaga muy seguramente está
guiada por las reglas de la buena fe, pero a la vez deja la duda sobre la razón
a la que obedecería que se priorice solamente la protección de la sociedad y
del Estado en relación con los delitos cometidos como parte de una asociación
delictiva, o con los delitos de corrupción. No obstante constituir una muestra
de la innegable preocupación que significa garantizar los estándares de ética
pública frente a los actos de corrupción que manchan el desempeño del Esta-
do, la referencia a esos únicos dos escenarios delictivos deja la duda respecto
a la exclusión de tanto otro delito respecto del cual la opinión general asume

| 269
César Delgado-Guembes

similar nivel de prioridad, como podrían serlo los delitos de discriminación, por
ejemplo, por mencionar uno entre tantos otros que suelen despertar especial
circunspección en la conciencia colectiva.
La identificación de los delitos que señala el proyecto del congresista
Málaga, en este sentido, puede en el corto o mediano plazo convertirse en la
puerta de ingreso para la ampliación del espectro delictivo que en distintos
momentos históricos se estime necesario incluir como parte del estándar
moral con el que haya de protegerse niveles de decencia en el ejercicio de la
presidencia de la república. Lamentablemente iniciativas como esta son una

ga L
muestra de buena fe, ciertamente, pero también de incorrecciones en el diag-

Le CIA
nóstico de los males políticos que conduce a quienes carecen de competencias
y experiencia representativa a adoptar la práctica de que es la legislación la
que remedia males cuya prevención radica más en la capacidad de ejercicio de
los operadores de los procesos políticos. Las leyes no solucionan males cuyo

l
origen se encuentra en los hábitos y en las costumbres que, en realidad, la ley
ay EN
no consigue eliminar.
Ante este tipo de circunstancia cabe imaginar que si se aprobara este
tipo de adición al texto del Artículo 117, progresivamente se ampliará la re-
ch ID

lación aumentando otros delitos más, de modo que quepa mayor cantidad de
casos en los que quepa la persecución penal del Presidente de la República
limitando cada vez más la magnitud y la extensión de su régimen indemnitario.
Ya NF

Como en todo caso en que se proponen iniciativas para corregir hechos de


la realidad, proceder según acontecimientos de coyuntura es mal consejero y
debería evitarse limitar la extensión de la ley a los hechos que la realidad del
momento subraya.
O

El cuarto tipo de proyecto es la iniciativa del grupo parlamentario de


C

Juntos por el Perú que refiere a la regla según la cual se condiciona la vacancia
a la disolución del Congreso, mediante una asociación indiscernible entre la
vacancia de la presidencia y la disolución del Congreso. Según el proyecto 428
la declaratoria de vacancia del Presidente de la República da lugar a la disolución
automática del Congreso, debiendo convocarse a elecciones parlamentarias.
Según esta iniciativa se establecerían dos casos en los que cabría la con-
clusión prematura del período parlamentario. Una por el uso de la facultad
presidencial de disolver el Congreso cuando éste ha censurado o rechazado la
confianza a dos gabinetes. Otra por el solo hecho de haber vacado al Presidente
de la República por incapacidad moral o física.
La propuesta contenida en el proyecto 428 pretende que quien en ejer-
cicio de su capacidad sancionatoria exige el cumplimiento de la consecuencia

270 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

que la Constitución prevé por el mal desempeño por incapacidad moral re-
ciba simétrica e isomórficamente el mismo castigo que impone a quien está
en falta. Se trata de una medida contradictoria y absurda, porque se aplica la
misma sanción al juez que a quien el juez condena, no obstante que la vacancia
obedezca, indistintamente, a un supuesto de incapacidad física o moral, con
lo cual el resultado es aún más inconsistente, porque el solo hecho del licen-
ciamiento del jefe de Estado por una afección física que le impida el ejercicio
de sus responsabilidades presidenciales importa el cambio total del plantel
de congresistas elegidos por el pueblo. En otras palabras la mala salud física

ga L
del Presidente de la República es propuesta como causal de recambio general
de la representación en el parlamento, no obstante que el Congreso no tenga

Le CIA
responsabilidad alguna en las fallas de salud del jefe de Estado.
Al equiparar el mecanismo de la disolución del Congreso como resultado
de la aplicación de dos censuras o rehusamientos de confianza, con el acto de

l
remoción y vacancia del Presidente de la República, se tergiversa la finalidad
ay EN
o teleología de una y otra categorías o instituciones constitucionales. No es
lo mismo el rehusamiento de confianza, o la censura parlamentaria, a dos
gabinetes, que la aprobación de la vacancia del Presidente de la República por
permanente incapacidad moral.
ch ID

¿Para qué se vaca al Presidente de la República? Para evitar el mal mayor


en que consistiría su permanencia como un daño al país, a su estabilidad, a su
Ya NF

gobernabilidad, así como, además, a su honor y dignidad. El cumplimiento del


deber parlamentario, en este caso, es castigado con la remoción del Congreso
por haber impedido que el país se precipite en daños más graves que los que
podrían significar si el jefe de Estado se mantuviera en ejercicio de la presiden-
O

cia. Cuando, contrariamente, el Congreso censura o niega su confianza a dos


gabinetes, los representantes prescinden de un gabinete por razones eminen-
C

temente políticas. La vacancia presidencial no se rige por la nuda lógica de la


política, sino por la lógica ética propia de nuestro documento constitucional.
Los proyectos 428 y 1507 indican la línea de sucesión de la presidencia
en caso de vacancia, señalando que da lugar a la convocatoria a elecciones
generales (y no sólo a presidenciales). Los alcances de ambas iniciativas ya
han recibido atención previa en esta obra, y aquí mismo se ha indicado que la
convocatoria a elecciones generales como consecuencia de la vacancia del jefe
de Estado es una excepción, porque lo que corresponde reemplazar no es al
Congreso que en ejercicio de su atribución vaca a quien padece de una conducta
reprochable, sino únicamente al funcionario a quien por salud política y moral
no debe continuar en el ejercicio de la presidencia de la república.

| 271
César Delgado-Guembes

Si bien es cierto que sí existen y han existido circunstancias en las que


ha ocurrido que la vacancia ha sido acompañada por elecciones generales, no
es menos cierto que la convocatoria a elecciones generales del año 2001 fue
consecuencia de un proceso masivo de ilegitimación del Congreso que fue con-
secuencia de la divulgación de la compra de lealtades por Vladimiro Montesinos
entre los congresistas que se prestaron para respaldar una orientación política
contraria a aquella por la cual habían postulado al Congreso. La excepción,
sin embargo, exigía una solución drástica y extrema como lo era convocar a
elecciones generales. Los congresistas fueron quienes decidieron recortar su

ga L
mandato debido a la vergüenza pública en la que se encontraban, sin necesi-
dad de que hubiese una norma que ni que los obligara ni que se lo impusiera.

Le CIA
Fue el sentido de realidad y de mínimos de honestidad y de decencia
moral la que respaldó la decisión de renovar por completo el régimen político
para empezar sin el lastre de un acto absolutamente indigno e impropio de

l
quienes representan la voluntad popular en un régimen que se precia de repu-
ay EN
blicano y de democrático. Esa decisión no puede convertirse en regla cuando
no existen las mismas razones para que la convocatoria alcance, además del
reemplazo del Presidente de la República, igualmente el reemplazo de toda la
corporación representativa sin que haya motivo suficiente para proceder de
ch ID

ese drástico modo.


Por último, y para resumir los alcances y aportes con que pretende sumar
Ya NF

la comprensión de nuestro régimen político, cabe recapitular las interrogantes


que trataron de abordarse en esta obra. ¿En qué caso vacar a un presidente
por calificarlo como moralmente incapaz? ¿Cuándo la vacancia adquiere
prioridad sobre la necesidad de gobernabilidad y estabilidad en la conduc-
O

ción del país? ¿Qué actos y qué tipo de conductas son significativamente
perjudiciales, dañinas o lesivas, en grado tal que resulta más oneroso man-
C

tenerlo en la presidencia de la república?


Los criterios comprometidos en la decisión y argumentación sobre la
vacancia por permanente incapacidad moral del Presidente de la República son
el ejercicio moralmente idóneo de la jefatura del Estado y del gobierno por
el Presidente de la República, y la estabilidad, seguridad, y gobernabilidad en
la dirección del país y del Estado. La voluntad del Congreso se decide según
argumentos con los que quepa justificar razonablemente la protección de un
fin constitucionalmente superior que la permanencia de quien daña con sus
actos y conducta la conducción y gobierno del país.
¿Y cómo se cuenta con mínimos racionales e indispensables de certeza
y seguridad para remover al Presidente de la República? ¿Qué fin justifica

272 |
La vacancia por incapacidad moral revisada

la vacancia por incapacidad moral permanente? La voluntad del Congreso


se decide según argumentos con los que quepa justificar razonablemente la
protección de un fin constitucionalmente superior que la permanencia de
quien daña con sus actos y conducta la conducción y gobierno del país. La
permanencia del Presidente debe representar mayor daño que su remoción
en la estabilidad y gobernabilidad del país.
La moralidad es una apreciación, una preferencia, una convicción, un
enfoque de carácter distinto al que corresponde a los hechos físicos o naturales.
Los principios son parte esencial de la Constitución que constan en pautas o

ga L
formulaciones amplias, de carácter general, cuya aplicación es normativamente

Le CIA
vinculante y exigible. Los principios constituyen un límite indisponible en el
sistema normativo. El juicio moral se basa en una calificación que nace de la
consciencia sobre las exigencias de la interacción colectiva, de la relación con
el entorno natural, y de la relación del hombre con su propio mundo interior.

l
La verdad moral no es ciertamente un hecho físico ni objetivo. Es un
ay EN
hecho moralmente fundamentable, narrable, o argumentable, que se comparte o
no se comparte en una colectividad. Por esta razón la moralidad es apreciable a
través la honestidad, autenticidad y legitimidad del juicio de quienes sustentan
ch ID

una convicción con razones que estructuran la corrección o la incorrección


ética de la persona cuya conducta se define. La particularidad cualitativa de la
ética y de la moral, sin embargo, forman parte del juicio humano sobre actos,
Ya NF

juicios y conductas humanos. No son, en consecuencia, aspectos que deben


excluirse de la apreciación ni de la estima con que le corresponde tomar deci-
siones a quienes, en representación de la voluntad general de la república, al
Congreso de la República.
O

La descalificación del Presidente de la República por incapacidad mo-


C

ral permanente es una construcción a la que se llega, y en la que se concluye,


como consecuencia de la deliberación y de la argumentación sobre el bien y
el mal, o sobre la corrección o incorrección de conductas que se ajustan
o que riñen con valores constitucionales. El parámetro de corrección
en la moralidad de la conducta presidencial es su adecuación a la ética
pública que fija en su sustento el Congreso de la República. El sustento
y la argumentación política del Congreso de la República se sujeta a pa-
rámetros de constitucionalidad que se basan o sustentan en valores y en
principios explícitos que contiene, o que se derivan implícitamente, del
texto constitucional. En último término, la legitimidad de la decisión a la
que arriba el parlamento es una legitimidad basada en el carácter plural
de la composición de una asamblea que el pueblo elige.

| 273
César Delgado-Guembes

Puede afirmarse que la decisión de vacar al Presidente de la República por


permanente incapacidad moral es verdadera si se basa en la convicción de que,
a partir del marco de pautas o parámetros sugeridos, las razones y argumentos
que ofrece, declara y manifiesta para vacarlo, son razones buenas, legítimas y
suficientes para justificar, sustentar y respaldar la decisión de que deba vacarlo.
Es la verdad y autenticidad en el carácter y en la calidad de los argumentos
en los que se basa la convicción de vacar al Presidente por permanente inca-
pacidad moral, lo que determina que la decisión sea, objetivamente, a la vez
una decisión ética y constitucional, para cortar prematuramente la decisión

ga L
del pueblo de elegir a un presidente para que cumpla el mandato popular por
la integridad de su período.

Le CIA
Se vaca y remueve al Presidente de la República por su permanente
incapacidad moral, cuando existe certeza y evidencia que su indemnidad no
protege la estabilidad ni gobernabilidad del país más que su vacancia y remo-

l
ción en razón de su juicio, actos o conducta en la conducción del Estado y
ay EN
de la nación. La decisión del Congreso es legítima si su intervención razona
equilibradamente el costo de la permanencia frente al daño en la estabilidad
y gobernabilidad del país
ch ID

Si en el marco de las pautas o parámetros propuestos, las razones que


expresa el Congreso en su decisión de vacar al Presidente de la República por
permanente incapacidad moral, fundamentan y justifican que es mayor el
Ya NF

daño que sufre la gobernabilidad y la gobernanza del país, dejando que sobre
quien se tiene la convicción de que, con sus actos, juicio o conducta negligente,
culposa o malintencionada, perjudica a la república y al régimen democrático
culmine su período, la decisión del Congreso habrá cumplido con los estándares
O

de ética pública que consagra nuestra Constitución Política. La decisión del


Congreso, en ese caso, podrá ser una decisión política moralmente correcta,
C

con argumentos constitucionales razonables, y al amparo de estándares de


ética pública suficientes.

274 |
ga L
Le CIA
l
ay EN
ch ID
Ya NF
O
C

Este libro se terminó de imprimir


en los talleres de Multigrafik SAC
Calle s/n Mz. 54 Lote 25 A.H. Huáscar (Grupo 06 Sector A)
San Juan de Lurigancho, Lima-Perú.
Junio de 2022
C
O
Ya NF
ch ID
ay EN
Le CIA
ga L
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