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lo plural
Sofia Thisted
Ma. E. Martínez
Entre 1985 y 2005 la legislación argentina, tanto en el orden nacional como provincial, incluyó
algunas dimensiones de reconocimiento y respeto a la diversidad cultural, en el marco de la
vigencia de los Derechos Humanos. Un momento sociohistórico signado por un conjunto de
políticas públicas de reconocimiento de derechos sociales, culturales y políticos de distintos sujetos
sociales que, hasta no hace más de dos décadas, habían sido negados y/o silenciados.
De este modo, en las últimas dos décadas el enfoque intercultural en Argentina fue plasmándose
en normativas y acciones en el campo escolar, dirigida a las más de 1750 comunidades indígenas
pertenecientes a más de 38 pueblos en todo el territorio nacional. La sanción de la Ley N° 26.206
de Educación Nacional instituye como una modalidad del sistema educativo la educación bilingüe e
intercultural en el año 2006. Esta normativa implica el diseño de propuestas curriculares, de
materiales educativos culturalmente pertinentes e instrumentos de gestión pedagógica basados en
la realidad sociocultural y lingüística de los pueblos indígenas; instancias institucionales de
participación de los pueblos indígenas en la planificación y gestión de los procesos de enseñanza y
aprendizaje y la construcción de modelos y prácticas educativas propias de los pueblos indígenas
que incluyan sus valores, conocimientos, lengua y otros rasgos sociales y culturales (Capítulo XI.
Educación Intercultural Bilingüe, art. 53, inc. c) d) y e))
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Las políticas de EIB se confrontaron con “un doble desafío: contemplar la pluralidad etnolingüística,
así como también considerar la vulnerabilidad socioeconómica de las poblaciones indígenas”
(Hecht, 2016:21). Basándose en derechos que progresivamente fueron reconocidos a los pueblos
indígenas su objetivo más general se orienta a construir y desarrollar propuestas y acciones
educativas en diálogo con las lenguas, saberes y experiencias de las distintas comunidades que
habitan el territorio nacional.
Esto se conjugó con otros enfoques que articularon demandas impulsadas por distintos grupos y
organizaciones, aunque con diferentes niveles de desarrollo, presencia e incidencia variables. No
sólo las ya mencionadas de DDHH y de pueblos indígenas, sino también referida a la población
negra, asiática, gitana, migrante, así como de movimientos y organizaciones territoriales, urbanos y
rurales, entre otras. Dentro del campo de las políticas educativas, se fueron desplegando
normativas, planes y programas de inclusión de nuevas perspectivas vinculadas a migrantes,
género, identidad sexual, lengua, diferencia física e intelectual, religión, clase social y territorio.
Cabe resaltar que en este tiempo un diseño curricular que se inscribe en un proyecto político-social
con perspectiva intercultural, debe estar atravesado por iniciativas construidas entre el campo
político y la arena pública, y la educación escolar no puede asumir sola los retos de la
interculturalidad. La perspectiva intercultural requiere, a su vez, estar presente desde que las niñas
y los niños y sus familias entran en contacto con espacios de escolarización inicial permitiendo la
construcción de un sólido vínculo basado en el reconocimiento y respeto de la singularidad de las
experiencias sociales y culturales que resultan relevantes no sólo para el nivel sino para toda la
trayectoria escolar.
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todos los alumnos, asegurando a los Pueblos Originarios y las comunidades migrantes el respeto a
su lengua y a su identidad cultural.” (Ley 13.688 Cap. II, Art 16).
Entre los objetivos específicos de la modalidad a su vez se enuncia que debe “aportar propuestas
curriculares para una perspectiva intercultural democrática impulsando relaciones igualitarias entre
personas y grupos que participan de universos culturales diferentes, teniendo en vista la
construcción de una sociedad inclusiva”, “formular proyectos de mejoramiento y fortalecimiento de
las instituciones y los programas de todos los Niveles Educativos, articulándolos organizativamente
con las respectivas Direcciones de Nivel, en el marco de políticas provinciales y estrategias que
integren las particularidades y diversidades de la Provincia, sus habitantes y sus culturas,
propiciando el respeto a la diversidad cultural y promoviendo la comunicación y el diálogo entre
grupos culturales diversos”. Al mismo tiempo consigna que se han de “diseñar y desarrollar
propuestas pedagógicas y organizativas que atiendan a preparar a todos los integrantes del
Sistema Educativo de la Provincia para una vida responsable en una sociedad democrática basada
en los Derechos Humanos, la comprensión, la paz, el respeto, el reconocimiento mutuo y la
igualdad en un marco de aceptación de las diferencias culturales, étnicas, de origen, religiosas, de
sexos, géneros, generacionales, lingüísticas, físicas, entre otras para el completo cumplimiento de
los objetivos de la Educación Inicial, Primaria, Secundaria y Superior.”
Inscribir la educación inicial en una perspectiva intercultural que vaya más allá de la asimilación y
de la segregación, que se propone transformar, interactuar, empoderar, descolonizar las prácticas
escolares requiere construirla en base a relaciones de reciprocidad. La educación intercultural
plantea una relación dialógica entre concepciones, cosmovisiones, formas de relacionarse, de
participación, lenguas, variedades de lenguas, relaciones de poder involucradas en las
interacciones humanas, para la co-construcción de conocimientos entre actores.
El Nivel Inicial tiene que abrirse a estas realidades, buscarlas y dejarlas entrar. La diversidad en los
modos de ser de los grupos de los que participan niñas y niños, docentes y miembros de la
comunidad no constituye un problema que debe ser superado, sino una ventaja. Somos distintas/os
y nos pasan cosas distintas; por ello, hay que despertar el interés por lo diverso, por lo que no es
como uno esperaba. La diversidad étnica, lingüística y cultural no constituye un problema, sino una
riqueza que atraviesa la experiencia y los aprendizajes.
La educación intercultural implica la modificación de una concepción de sociedad donde todos los
grupos puedan estar genuinamente involucrados. Es una educación en plural que atiende las
demandas y necesidades del conjunto de la sociedad desarrollando capacidades para relacionarse
con miembros de diferentes culturas. Significa reconocer la diversidad cultural no como medio para
‘integrar’ a grupos marginados, sino como posibilidad para generar su participación en la
construcción de un proyecto sociopolítico de inclusión que respete las identidades. Esto posibilita,
en el Nivel Inicial, analizar las diferencias, las desigualdades, los conflictos, la asimetría, las
cuestiones de poder, partiendo del diálogo con el otro, para enriquecernos personal y
colectivamente, en nuestras identidades, en nuestras maneras de ver el mundo, promoviendo una
sociedad más justa.
Tal como se ha relevado, la normativa vigente a nivel nacional y jurisdiccional sostiene que ha de
construirse la experiencia educativa en clave de un común que aloje lo plural, reconociendo las
múltiples inscripciones territoriales, socioculturales, de género, de generaciones y otras, de las
niñas y los niños y sus grupos familiares. Para esto se debe partir de la consideración colectiva de
los distintos repertorios culturales, de la valoración de los saberes que los distintos sujetos portan y
propiciar diálogos respetuosos. Las vidas en común se construyen en pequeños actos cotidianos y,
la primera experiencia educativa escolarizada, en los jardines de infantes, son una parte importante
en esa construcción.
Las políticas educativas y las normativas que orientan el abordaje de la interculturalidad han
aportado significativamente en las últimas décadas, que la comprensión y el reconocimiento de las
dimensiones socioculturales que configuran las historias de vida de niñas y niños, de sus
familias y comunidades de pertenencia es vital a la hora de garantizar efectivamente el derecho
a la educación.
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El sinsentido que implica un acontecimiento como la pandemia en el marco de configuraciones
sociales de profunda desigualdad gestó, por sus características y escala, otras formas de
precarización y resquebrajamiento en la vida cotidiana. Si bien las desigualdades persistentes tanto
en las condiciones económicas como en las experiencias de vida, así como las relaciones de
opresión se extendieron y profundizaron, la realidad nos mostró el inestimable e irremplazable
significado del contacto y del encuentro cotidiano con y entre niñas, niños y niñes en la tarea
pedagógica. Así, frente a una percepción más clara y extendida de la vulnerabilidad hemos
vivenciado la centralidad de estructuras, instituciones, relaciones y prácticas necesarias para la
continuidad de la vida en que confiamos y sin las cuales, nos sentimos a la intemperie. Si eso no
está, resulta vulnerable, desposeído, abandonado o expuesto a situaciones invivibles (Butler, 2020:
30). Estar menos expuestos hoy requiere de gestos, acciones, prácticas de cuidado mutuo entre los
seres humanos.
Esto requiere considerar en el día a día de los espacios escolares las relaciones de identidad y
diferencia que se desenvuelven en una trama de relaciones étnicas, lingüísticas, religiosas, de
género, sexualidad, discapacidad, clase social, generación, territorio. Conlleva una lectura del
mundo a la vez que se constituye como herramienta epistémica, metodológica y política que
construye un conocimiento situado sobre una realidad, que propicia comprender y actuar para
garantizar la educación y el cuidado de niñas y niños en un mundo marcado por rupturas y
violencias persistentes. Involucra afirmar que todos los seres humanos poseen una dignidad que
les es inherente, poniendo en juego distintos saberes, experiencias e identificaciones en relación
con géneros, sexualidades, generaciones, nacionalidades, clases sociales, etnicidades,
discapacidad. Involucra políticas, discursos y prácticas que promueven y potencian
problematizaciones exponiendo las injusticias que atraviesan a los grupos afectados por
restricciones y obstáculos diversos. Esto significa destacar la centralidad de una concepción social
e histórica de la niñez desde la perspectiva de su co-protagonismo.
Niñas, niños participan activamente en la co-construcción del mundo social desde su participación
como sujetos de derecho, de su ciudadanía. Esta lectura permite romper con la visión blanca,
heterosexual, adultocéntrica, monocultural y monolingüe del mundo social que gestan prejuicios y
formas de discriminación. El adultocentrismo expresa la cristalización de esos preconceptos que
construyen modos de actuar, pensar y sentir de las personas según la edad que, a la vez, se
relacionan con categorías como clase, género, etnicidad. Las infancias que atraviesan la Educación
Inicial construyen identidades culturales no reductibles totalmente a la cultura de los adultos y lo
hacen de manera local y singular al interior de los grupos de pares.
¿Qué posibilidades ofrece la educación intercultural para el trabajo de enseñar con niñas y niños en
los primeros años? En primer lugar, un enfoque intercultural fundamenta políticas, discursos y
prácticas a fin de promover y potenciar acciones que contribuyan a combatir los diferentes tipos de
discriminación como el racismo, el sexismo y el capacitismo, que marcan, lastiman, duelen a las
infancias, así como todas las injusticias que las atraviesan. El capacitismo involucra, en una
primera instancia, creencias, procesos y prácticas que se organizan alrededor de una noción de
cuerpo normativo a partir del cual se afirman como valiosas ciertas capacidades corporales que se
deben poseer, conservar o adquirir. Más recientemente, el paradigma capacitista promueve ciertas
capacidades al tiempo que otras son señaladas como no relevantes, posición que fomenta las
jerarquías de derechos y la discriminación hacia otros grupos, como en el caso de las personas con
discapacidad (Toboso Martín, 2017). Entre otras derivaciones, estas formas de discriminación se
tornan muchas veces imperceptibles o devienen en la patologización y medicalización de las
infancias.
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entendida, en desigualdad social, lo que propicia formas de subordinación y dominación,
legitimando el binarismo de género y desvalorizando a las mujeres e identidades no hegemónicas.
El concepto de interculturalidad es útil siempre que no se olvide que tiene entre sus causas
expresiones excluyentes y diferenciadoras de poder como las conquistas, las expulsiones y los
desplazamientos forzados; y entre sus consecuencias, posiciones desiguales y conflictivas de
existencia. Se trata de generar formas y canales para entablar un diálogo horizontal que permita la
expresión y circulación de las diferentes miradas que, a su vez, interpelen lógicas de mercado que
sólo apelan a la cultura como mercancía, al sujeto niña, niño como consumidor para adentrarnos en
los modos en que se forjan los vínculos de las infancias con el medio ambiente, con la Madre
Tierra.
Los jardines de infantes comprendidos como territorios de infancia requieren proponernos abordar
la experiencia escolar con un enfoque intercultural, en este sentido, la subjetividad y la
experiencia se tornan fuentes principales de un conocimiento práctico sobre el mundo, que se
produce en las relaciones entre niñas y niños privilegiando el punto de vista de las y los sujetos
implicados en los procesos educativos. La perspectiva intercultural orienta a que toda situación
educativa implique una innovación/transformación pedagógica y curricular que parta “(...) no sólo de
distintos contenidos o experiencias culturales, sino también de procesos de interacción social en la
construcción de conocimientos” (Walsh, 2001). Elsie Rockwell (2000) recuerda que cuando
queremos comprender lo que sucede a diario en nuestras instituciones educativas nos
encontramos inevitablemente con la cultura. A fin de comprender estos complejos procesos es
imprescindible penetrar en la red de relaciones entre la cultura escolar, la cultura de cada
escuela y las culturas sociales de referencia (Candau, 2011). Entender sus puntos de encuentro,
ruptura y conflicto posibilita percibir que el proceso educativo es una práctica social en que están
presentes las tensiones inherentes a una sociedad que vive procesos de profunda transformación.
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