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(Adaptación teatral)
Personajes
(En el ambiente se ve una casa claramente adornada, un aparador, sillones, mesita de centro, dos puertas
en el fondo, un sillón enorme en el centro donde reside sentado Mauricio Rengel)
NARRADOR: Rengel quería a sus hijos tal como los había formado, hijos de su sangre violenta, de su nobleza
ingénita. Habíalos criado en el campo, a pleno sol, jineteando caballos al pelo y sólo cuando los vio mozallones
los trajo a la ciudad educándolos en escuela práctica. Hízoles aprender las astucias mercantiles, los introdujo a
todas partes, para que aprendieran a manejarse entre hombres. No quería que fueran “los hijos de Rengel”, sino
cada cual, por su propia y vigorosa personalidad, y los frutos de su orgullo eran: Luis Alberto, Jorge, Esteban,
Octavio, eran cuatro mozos arrogantes, atrevidos, en quienes desbordaba la atávica energía mestiza.
Temible “tribu” la de los Rengel. Su fortuna era cosa aparte; no la hacían sentir. Muchas veces, después de
haber vencido en competencia leal, tendieron la mano generosa a los caídos, haciéndose perdonar su poderío.
Conocían la rara ciencia de convertir… adversarios en amigos. .
Y el punto vulnerable del minero Rengel era una hermosa jovencita, su hija menor, a quien amaba con locura,
florecía fina y delicada, centro de amor para los cinco, tal vez porque al nacer les robó la presencia de la otra, la
que debió velar por ellos. Ni Rengel ni sus hijos querían recordarla. Callaban. Y Leonora fue, para ellos el rayo
de ternura que cruzaba sus vidas impetuosas.
Pero Leonora, la bondad pura en los ojos verdes de la doncella Leonora. Nunca nombre tan dulce para doncella
tan preclara.
Cuando Marco Antonio, el hijo del banquero Montiel, osó expresar su deseo de pedir la mano de Leonora, el
viejo Rengel estalló colérico.
Marco A.: Sr. Rengel le expreso con todo el cariño, la sensatez y el respeto que merece su hija, poder consentir
en que usted me otorgue su mano…
Mauricio: Nadie tiene derecho de turbar la paz de una niña! (Grita potentado). ¡Que se casen las que sean
mayores de edad!. ¡Nadie piense en la mano de Leonora antes de que cumpla veintiún años!
Luis Alberto: ¡Es Ud. impertinente!, ¡un infeliz, al querer turbar la paz de una creatura!,
Mauricio: Le pido disculpas y a nombre de mis hijos, siempre me exalto, en momentos de desesperación… por
favor retírese… (Indicándoles la puerta)
Padre de Marco: Entiendo… (Mirando a su hijo, con un gesto de decepcionante ironía se retiran de la sala)
Luis Alberto: Quiero dirigirme a la casa del banquero y abofetearlo por la audacia del joven:
Luis Alberto: Un canalla ha venido a pedir tu mano a sabiendas de que aun eres una creatura..
Todos ríen
Telón
NARRADOR: Y la paz volvió a la “tribu “de los Rengel, porque la voz de la doncella lo apaciguaba todo.
Pasaron los años. Pasaron muchas cosas en la vida tumultuosa de los Rengel. El viejo frisaba en los setenta,
cada día más fuerte, más indómito. Luis Alberto acaudillaba un grupo socialista en el parlamento. Jorge dirigía
un consorcio industrial. Esteban gerentaba un Banco. Octavio una empresa de aviación. Leonora se convirtió en
una mujer adorable.
Un día de desgracia tendió sus alas lóbregas en el hogar de los afortunados. Leonora enfermó súbitamente.
Escena 2
(En sala Mauricio Rengel sentado acompañado de Jorge y Octavio conversando)
Mauricio: —Las profesiones y los títulos académicos no sirven para nada Hay que pelearle a la vida como yo
lo hice.
Octavio: tienes razón padre, todo lo que hemos logrado se debe a esa fuerza de voluntad.
Mauricio: Hemos mi estimado hijo?(mirándolo con ironía)…, aún eres joven,te falta mucho por exigirle a la
vida.
Jorge: Estoy de acuerdo, nada hemos de lograr si nos escudamos siempre tras de ti…
Luis Alberto: (Ingresa rápidamente en el escenario) Papa la niña está muy enferma.
Mauricio: Qué me estás diciendo Alberto? (se pone de pie)¿Que la niña está enferma?, ¡pronto! llamen al
médico Gonzales
Telón
Escena 3
NARRADOR: Llamaron al médico de cabecera, al que siempre velo por ellos desde niños. Pero la tragedia
desprendía otro tinte, tal parecía no dar con la enfermedad…
(En casa luego de que el médico atiende a la niña Mauricio, el médico y Luis Alberto sentado)
Médico: Lo que tengo que decirle es muy difícil para mí.. no encuentro las palabras(mirando a un lado)
Médico: No logro descifrar los síntomas, lo más probable es que sea solo una recaída a alguna otra enfermedad
que hay tenido.
Mauricio: Pero qué es lo que me dice... Debe haber algo... alguien que pueda curarla,
Médico: Si la hay… quizás sea en otro ciudad o país no puedo hacer más…debo retirarme
Médico: Tal vez en el exterior, tengo unos contactos, dicen que la medicina allá avanza muy
sorprendentemente
Telón
Escena 4
NARRADOR: El padre y los hermanos se consagraron a la enferma. Perdida la fe en los médicos locales,
viajaron a Europa y a los Estados unidos, la hicieron ver por los mejores especialistas, sin reparar en gastos.
Todo fue en vano. Aunque alguno opinó que se trataba de una modalidad de anemia perniciosa, la mayoría
dedujo que siendo el mal de origen desconocido era incontenible. La enferma se extinguiría lenta e
inevitablemente.
Volvieron a la patria perdida toda esperanza. Leonora adelgazó, perdió sueño y apetito. En sus tiernos ojos
verdes despertó una dulce melancolía.
Jorge: Ya hemos consultado médicos en el exterior y aun no sabemos qué es lo que tiene Leonora
Mauricio: Cuando era joven, trabajando en las minas, conocí a un curandero de aquellos… esos que viven en
los poblados más alejados.
Mauricio: Sí, todos decían que el poder de su curación no conocía obstáculos, cosas que la cienca medica no
alcanza a descifrar…Donde muchos doctores fallaron, él le encontraba una cura.
Mauricio: Nada,
Octavio: Y este curandero de curanderos… Hallará la solución para nuestra hermana?(en tono despectivo)
Mauricio: Marchen pronto a lo más alejado del Potosí,, cerca del poblado de Uncía, en los alrededores está el
tambo de San Antonio, pregunten por los Condori, ellos le conocerán traigan al más viejo…un callahuaya muy
conocido.
Telón
Escena 5
NARRADOR: Luis Alberto y Jorge partieron presurosos. Al cabo de cinco días regresaron con el
“callahuaya”. Era un indio viejo, muy viejo, vencida ya la espalda, de faz arrugadísima y manos sarmentosas.
El millonario se dirigió a él. Por primera vez su voz cobró un tono de humildad:
Luis Alberto: (Ingresa el indígena con bastón acompañado de sus demás hijos) aquí estamos padre.
Mauricio: Bienvenido Tatay… (Tomándole de la mano) Tatay, mi hija se muere. Tú eres sabio... Tú sabes
curar... Dale algo para que se levante, que vuelva a alegrarme el corazón.
Condori: Tus hijos me han contado patrón. Hay que ver a la niña pronto.
Mauricio: Si Tatay… sígueme por acá (indicándole hacia su habitación)
Jorge: Solo nos queda esperar y ver que el viejo logre sanar a nuestra hermanita…
Mauricio: Como la viste Tatay? Podrás curar a mi hija? (En tono suplicante)
Mauricio: Tienes que salvarla Tatay, ya hicimos de todo... Tú eres la única esperanza… (casi llorando)
Jorge: Si viajamos por Ud. muy lejos, fue para poder encontrar una solución. (En tono despectivo)
(El anciano se queda mirando el piso mientras entierra hojas de coca una tras otra en la boca)
Condori: No es fácil patrón… ( Se queda pensativo) el “karwa” no quiere soltar a tu hija( soltando hojas sobre
la pequeña mesa) hay que cambiar...( en tono misterioso)
Condori: (Aún viendo la coca) para salvar a tu hija hay que hacer cambio...
Condori: Tú has sido bueno con los indios Patrón… has hecho levantar muchas escuelas en el campo…te
ayudaré
Octavio: Sí…
NARRADOR: Todos afligidos, intranquilos. Leonora extinguiéndose lentamente. Octavio apuntó que el
curandero era un farsante y no volvería. Una mirada colérica del viejo lo hizo callar. Rengel sabía que el
“callaguaya” cumpliría su palabra, esa noche el Condori entraba en su casa seguido por dos indios jóvenes que
conducían un llamo blanco. Hizo encender una gran hoguera en el patio colonial de la mansión, Bajaron a la
enferma los cuatro hermanos, en el lecho donde yacía postrada, colocándola a prudente distancia de la hoguera.
Enseguida los indios pidieron unos palos y comenzaron a unirlos con recias sogas. Rengel, sus hijos y unos
pocos servidores de la casa contemplaban el acto. La noche, propicia a un rito religioso, se abría pavorosa sobre
las cabezas consternadas. Cuando la armazón de madera estuvo concluida, el “callaguaya” se dirigió al
millonario
Condori: patrón, todo está listo. Por una vida que se pierde, pagarán otras vidas. ¿Quieres, siempre, que tu hija
vuelva a caminar?
NARRADOR: Pidió el curandero una vasija de barro. Puso a un indio mirando al norte, otro en dirección al
sur. Colocó la vasija entre el lecho de la enferma y el madero en que yacían el llamo. Hizo unos signos
esotéricos, murmuró frases incomprensibles; luego sacando un cuchillo afilado tocó tierra con ambos lados de
su hoja, lo purificó en el fuego, y tapando los ojos del llamo con una mano, con la otra le asestó un golpe
certero en el cuello. Brotó la sangre roja, impetuosa, incontenible, tiñendo de gránate el suave pelaje nevado.
Sacudió el llamo las patas en un postrer esfuerzo por defender su vida, agitó el cuello con furia, escupió y daba
mordiscos al aire como queriendo vengar el ataque. Salía la sangre a borbotones por la herida, y el “callahuaya”
la recogía en la vasija de barro. En los ojos del animal moribundo, brillaban, confundidos, el dolor y el miedo.
Entonces el curandero sopló en la sangre de la vasija, profirió otras palabras enigmáticas y apuntando al lecho
de la enferma con la mano sarmentosa dijo por toda la explicación:
Condori: El “Karwa”, el llamo, la caballería que lleva hacia lo alto, es ahora la caballería que viene hacia lo
bajo. Ella vivirá.
NARRADOR: La doncella se incorporó, los párpados se alzaron, volvieron a mirar los ojos verdes con la dulce
mirada de antaño y la voz melodiosa dijo sosegada:
NARRADOR: Los hermanos se llevaron el cuerpo de su hermana acompañados por el padre y los indios se
retiraron a su cuarto preparado para descansar; sólo el viejo callahuaya se quedó frente a la fogata de cuclillas
sosteniendo la vasija con la sangre del animalito.
Telón
Escena 7
(En la sala de la casa, indígenas, Mauricio, y el viejo Condori)
NARRADOR: Al amanecer, cuando las primeras flechas del sol herían el tejado, el curandero se levantó y
recogiendo cenizas de la hoguera las esparció sobre el llamo sacrificado. Luego sacó su cuchillo y con tajos
hábiles seccionó la cabeza que lavó, roció con sal y guardó en un bolso de lana. Masculló palabras
incomprensibles en aimara arcaico, y fue a colocarse junto a los otros. Les dio un buen desayuno. Y hasta que
el amo apareció, los tres indios estuvieron sentados en el suelo, inmóviles, hieráticos, clavada la mirada en un
punto distante, sin hablar entre sí, con ese misterioso poder de ensimismamiento que hace del nativo un trasunto
de montaña.
Condori: El sacrificador del “Karwa” no debe recibir nada. Haz más escuelas para los “runas”. Si quieres,
dales algo a mis nietos. Me voy señor.
Mauricio: (abrazando fuertemente al anciano) estoy en deuda contigo gracias por salvarle la vida.
NARRADOR: Rengel fue generoso con el curandero. Regaló una muía patifina a uno de los mozos, puso un
grueso, fajo de billetes en el bolso del otro, para que hiciera una casa para su abuelo; y ese mismo día ordenaba
levantar diez escuelas indigenales en diversas zonas del país, que llevaría el nombre de Condori.
Telón
Escena 8
NARRADOR: Leonora se recuperó rápidamente. Su cuerpo esbelto adquirió plenitud. Pasó el tiempo. Leonora
casada ya, madre de dos lindos críos. Esposa del ingeniero Sánchez, que antes que yerno, era un hijo más por su
devoción a la familia. El viejo minero, lejos de declinar, se guía animoso y enérgico. “Es un roble —decían las
gentes— llegará a los ochenta tan fuerte como sus hijos”.
La prensa celebró el hecho: Una mañana los hermanos penetraron al cuarto del millonario.
Luis Alberto: (Trayendo en la mano un periódico) Padre…Se ha descubierto petróleo en nuestras tierras del
oeste. Iremos allí para organizar las cosas en tu nombre. Volveremos en ocho días
Mauricio: (Como sintiendo una punzada en el corazón comienza a agarrarse fuerte mente el pecho)
Luis Alberto: Tú sólo descansa y permanece en casa cuidando a tu hija y a tus nietos.
Octavio: Así es padre... Déjalo todo en nuestras manos
Luis Alberto: Si en nuestras tierras se halla petróleo nuestros destinos se habrán arreglado de por vida
Leonora: Pero por favor tengan mucho cuidado me han dicho que en esos lares abunden los bandidos en busca
de petróleo.
Luis Alberto: Si
Todos : Jajajajaja (ríen todos, sólo el padre se queda meditabundo sin proferir una sola palabra)
Telón
Escena final
(En sala)
NARRADOR: Esa semana transcurrió vigilando los proyectos de su yerno, el sábado, día señalado para el
retorno de los Rengel, el viejo se levantó optimista como de costumbre. Los nietos se precipitaron a saludarlo:
(Corren los nietos y el viejo Rengel sentado en una silla leyendo el periódico)
Bernardo: Yo primero
Joaquín: Yo primero
Le saludan y le besan
(Tocan la puerta y los dos nietos salen para abrir, ingresa Leonora)
Joaquin: Yo voy.
Bernardo: No yo te gano.
Leonora: ¿Y tu hermano?
Bernardo: Se quedó en el patio porque encontró un llamito blanco muy pequeño casi recién nacido.
Joaquín: (Ingresando por la puerta lentamente cargando al crio) abuelito mira lo blanca que es (mostrándole el
animalito desde la puerta)
(Toma rápidamente sus lentes de lectura y abre el telegrama y al leerlo se sorprende, que deja caer el
papel y se desploma como perdido por la inconsciencia)
Leonora: ¿Pero papá que pasa? (Quiere ayudarlo a pararse y se queda junto a él en el suelo)
Leonora: Levantando el papel y leyendo en voz alta) “Ingeniero Sánchez: Anoche se estrelló el avión contra
cordillera procedente del oeste. Viajaban hermanos Rengel…No hay sobrevivientes. Prepare familia—. Lloyd”.
Bernardo: (Se acerca a su hermanito)¡Mira, mira hermanito! El llamo tiene un collar colorado en el cuello.
Y al sol matinal que hería violentamente el paisaje, se veía una fina línea roja en el cuello del animalito, que
fingía una cinta colocada; o la huella reciente de una herida circular, como si acabaran de colocar en su sitio
una cabeza recién cortada.
Telón