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La sanadora 1

LA SANADORA
(TEATRO BREVE)

de Carlos ETXEBA
PERSONAJES -
La sanadora de edad indefinida
Felisa, espectadora de edad indefinida

SANADORA: (Se presenta la sanadora con mantilla. Lleva un bolso) Señoras y


señores, soy la sanadora y me han dicho que venga a este teatro para que
les ilustre sobre cómo curo las enfermedades contagiosas incurables. He
hecho curaciones maravillosas solamente con esta botellita de agua
bendita y este rosario. (Saca una botellita de agua mineral y un rosario y
se los enseña al público) En todos los teatros del mundo suele haber
personas que arrastran durante muchos años enfermedades que la
medicina tradicional no sabe curar. Entonces me piden que les cure yo
gratuitamente, sin que me den nada a cambio. Bueno algunas personas
me dan mucho dinero, pero no porque yo les haya pedido antes nada,
sino porque se sienten tan agradecidas que me lo dan todo. Sobre todo los
ancianitos incurables, en cuanto les convenzo de que son curables, me
ponen enseguida un piso a mi nombre. Ya tengo tres pisos en
Ajocebollino donados de esta forma. Las ancianitas que se creen
incurables son más agarradas, en el sentido de que no te donan enseguida
un piso en el pueblo, a lo más te donan un trozo de huerta, pero algo es
algo y con eso voy viviendo. Sano con el magnetismo de mi mirada y la
virtud de este rosario. Las personas que tenemos este don de Dios
podemos hacer mucho bien en este mundo. Somos una especie de
milagro viviente por la fortaleza y virtudes de nuestra mirada. Yo les
miro fijamente a los ojos, les agarro suavemente de las manos y les digo
muy solemnemente: QUE SANTA SOLEDAD QUE AUMENTÓ SU
VIRGINIDAD EN LA ORFANDAD CON LA PIEDAD, DIGNIDAD Y
CARIDAD, TE TRAIGA LA TRANQUILIDAD A TU EDAD. No falla,
en cuanto escuchan las rimas en ad, tocan el rosario y les echo un poco
de agua bendita, se sienten curadas de todas sus enfermedades. La verdad
es que no me confundo casi nunca. Bueno solo me he confundido
poquísimas veces, pero eso no tiene ninguna importancia si comparamos
las veces que he acertado con las veces que me he confundido. (Señala
con la mano a una señora de las primeras filas cerca del escenario)
Desde aquí estoy viendo a una persona en esa fila que estoy seguro que
tiene lo que yo llamo el mal de las vacas neurasténicas. Es esa señora que
tiene unos ojos grandes negros. ¡No se preocupe señora. porque aquí
estoy yo para curarla! Estoy segura que tiene ese mal, porque lo he visto
muchas veces en mi pueblo! Lo noto por el brillo de los ojos y por el
color azul de la nariz. En mi pueblo cuando una vaca se vuelve
neurasténica no hay forma de hacerle entrar en vereda. Empieza a
encabritarse y sale de estampida, perdiéndose en los montes lejanos.
Cuando a una mujer le entra la enfermedad de las vacas neurasténicas, el
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vigente, debe contar con la debida autorización... En Argentina ARGENTORES= J.A. Pacheco de Melo 1820
(1126) Ciudad Autónoma de Bs. As. Consultas = www.argentores.org.ar: administración@argentores.org.ar:
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La sanadora 2

primer síntoma que tiene es que no te responde nunca la verdad. Siempre


te responde lo contrario a todo lo que le preguntas. Por ejemplo si se
llama Eugenia y le preguntas cómo se llama, te dirá que se llama Rosa. Si
le preguntas en qué ciudad vive, te dirá que vive en Madrid, cuando en
realidad vive en Valladolid. Si le preguntas si ha comido pescado, te dirá
que ha comido carne. Y si le preguntas qué edad tiene o no te responderá
o se quitará por lo menos diez años. Esta es la primera característica de la
enfermedad. Veamos si es verdad en este caso lo que acabo de decir. (Se
dirige a una mujer espectadora de edad indefinida que está sentada en la
primera fila y la invita a salir del asiento e ir al escenario con ella. La
mujer accede y sube al escenario) Por lo que observo Ud. tiene un
problema bastante serio que no me lo quiere decir.
ESPECTADORA: A Ud. le podría contar mi problema, pero a toda esta gente no. Me da
mucha vergüenza.
SANADORA: No se preocupe Ud. por el qué dirán. Aquí en Bilbao no la conoce nadie.
No sería como en su pueblo natal que al día siguiente hasta las gallinas
en el corral hablarían de Ud., pero aquí no tiene ningún peligro. ¿Cómo
se llama?
ESPECTADORA: Me llamo Benilde.
SANADORA: Mentira. Si ha dicho Benidle seguro que se llama Begoña porque
empieza también con b. ¿Cuántos años tiene Ud.?
ESPECTADORA: (Molesta) Oiga, esa pregunta no se le puede hacer a una mujer en pleno
teatro para que se entere todo el mundo.
SANADORA: Pues es necesario que sepa su edad si quiere que la sane de su
enfermedad. Bueno, no es necesario que le diga en alta voz, dígamela al
oído. (La mujer espectadora le susurra su edad al oído de la sanadora)
Bueno, está bien. A esa edad que me ha dicho le añado diez años y ya sé
la edad exacta que tiene Ud. Ahora no tiene que decirme nada más. He
sanado a muchas mujeres como Ud. Tiene un problema de soledad. ¿No
es así?
ESPECTADORA: ¿Si, señora, cómo lo ha notado?
SANADORA: Las sanadoras notamos enseguida cuando las personas tienen problemas.
Es un sexto sentido que tenemos. Sobre todo nos damos cuenta de si la
persona a quien vamos a sanar tiene medios o no tiene ningún medio…y
a la vista está que Ud. tiene muchos medios… Por lo que veo el problema
que tiene no la deja dormir y está sufriendo muchísimo.
ESPECTADORA: (Se echa a llorar) ¿Cómo lo ha notado? Hace cinco meses que no duermo
y así no voy a poder vivir mucho tiempo. Necesito resolver mi problema
o me suicido.
SANADORA: ¿Cómo puede hablar de suicidio una persona como Ud., tan elegante tan
triunfadora en los negocios, pero tan desgraciada en el amor?
ESPECTADORA: ¿Cómo ha notado que soy triunfadora en los negocios y desgraciada en el
amor?
SANADORA: Es Ud. triunfadora en los negocios porque lleva muchas joyas carísimas y
es desgraciada en el amor porque tiene unas ojeras clarísimas de que no
puede dormir como Dios manda. Pero no se preocupe, eso tiene remedio
si me lo cuenta todo. Seguro que es un amor imposible o que se trata de
un cura.
ESPECTADORA: (Llorando) ¡Sí, se trata de un fraile de clausura! Es Frai Simplicio, mi
monje ficticio, mi suplicio. ¿Cómo lo ha notado?
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SANADORA: He resuelto muchos casos como el suyo. Ya tengo cierta costumbre.


ESPECTADORA: Que conste que además de Paco el cartero del pueblo, de Julián el alcalde
del pueblo, de Antonio el guardia del pueblo, de Francisco el barrendero
del pueblo, de Pedro el panadero del pueblo y de Benito el carnicero del
pueblo no he estado nunca más con nadie.
SANADORA: ¿Y con el fraile dónde lo hacían, en el claustro o en el confesionario?
ESPECTADORA: Si era en el claustro, era siempre contra la misma pared para no ser vistos
y a palo seco, sin ningún elemento artístico o romántico. Cuando no
había nadie en la iglesia también lo hacíamos en el confesionario de pie o
sentados uno encima del otro de mil formas diferentes hasta en cuclillas.
La verdad es que yo cogía dolor de riñones y de espalda por las posturas
tan raras, pero lo principal era estar al lado del hombre que he amado más
en la vida. Por cierto la postura más rara que hicimos en el confesionario
para no ser vistos ni oídos, fue con la cabeza para abajo y los pies hacia
lo alto. No había forma de encajarse. ¡Qué molesto era! Pero he caído
perdidamente enamorada de este fraile y yo creo que me voy a morir de
dolor por no poder estar junto a él todas las noches de mi vida. Ud. no
sabe qué cariñoso es. Antes de hacerme el amor me tapa la cara, como si
fuéramos unos desconocidos para no sentirnos empecatados. Pero luego
me la destapa, me confiesa y volvemos a empezar de nuevo con más
bríos. Amo tanto a Frai Simplicio, mi monje ficticio, mi suplicio, que he
decidido suicidarme si no se quiere casar conmigo. Muchas veces le he
sacado confesiones de amor profundas que le salen de lo más hondo de
su alma eminentemente religiosa. Me dice entre sollozos: ¡Ay Felisa,
ay Felisa, ay Felisa, ay Felisa, ay Felisa…! No dice más que muchas
veces: “Ay Felisa”, pero lo dice llorando, aunque no sé si llora por
arrepentimiento o por gusto. Yo creo que quiere decir “Ay Felisa, eres el
amor de mi vida, sin ti no puedo vivir y me voy a casar contigo. Voy a
colgar los hábitos y me voy a meter en medio del ajetreo del mundo para
poder besar tu boca y poder tocar tu cuerpo serrano, que es más dulce que
la miel. Pero son suposiciones mías, porque no dice nada. Un día me
dijo: Huyamos los dos a las selvas del Paraná. Yo le pregunté: ¿Para qué?
Y el me respondió: Para na. Y en eso se queda todo, porque yo
comprendo que calla y que sufre terriblemente por nuestro amor
desgraciado, ¡Ay qué dolor y qué pena tuvo que sentir Frai Simplicio, mi
monje ficticio, mi suplicio, cuando dentro del confesionario intentó hacer
un salto mortal sexual que no está en el Kamasutra y que él llamó el salto
del tigre!
SANADORA: ¿Qué es eso del salto del tigre que no está en el Camasutra?
ESPECTADORA: Se subió a una peanita pequeña con las puntas de los pies y pretendió
caerse encima de mí desde la parte de arriba, encajando en un gran salto
hacia abajo donde estaba yo acurrucadita. Con el poco espacio que había,
se pegó un cacharrazo terrible. Lo peor es que ya no aparece por la
iglesia para confesar y no le he vuelto a ver el pelo. Tal vez ha quedado
enfermo del cacharrazo o tal vez es que no quiere verme más. (Llora
amargamente) Por eso estoy desolada, no puedo vivir, no puedo dormir,
y me voy a suicidar. No aguanto más esta vida miserable sin Frai
Simplicio, mi monje ficticio, mi suplicio, mi cilicio. No tengo ya ni
oficio ni beneficio.

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SANADORA: ¡Qué barbaridad, lo último sería el “suicidio”! Si me hace caso a mí su


caso puede solucionarse y Frai Simplicio puede salir del convento y
casarse con Ud.
ESPECTADORA: ¿Qué tengo que hacer para conseguirlo?
SANADORA: Ud. no tiene que hacer nada. Todo lo tengo que hacer yo. Le voy a hacer
el conjuro y le voy a rociar un poquito con esta agua bendita, mientras
toca Ud. este rosario. (La sanadora con mucha pompa ceremoniosa hace
que la espectadora toque el rosario; abre el frasco de la botellita de
agua bendita, se humedece un poco los dedos y salpica con los dedos a
la espectadora, mientras da una vuelta alrededor de la misma, diciendo
el conjuro)
SANADORA: “Que Santa Soledad, que aumentó su virginidad en la orfandad con la
piedad, dignidad y caridad te traiga la tranquilidad a tu edad”. Este
conjuro no me ha fallado nunca. Dentro de Poco tendrá noticias de Frai
Simplicio, su suplicio, su cilicio, su monje ficticio. Estoy segura.
ESPECTADORA: Mi amor por Frai Simplicio mi suplicio no es ficticio ni es por vicio.
Como no me lo arregle Ud., no tendré ganas de vivir y me suicidaré. No
sé cómo pero me suicidaré…, por ejemplo dejaré de ir al cine, al teatro y
no entraré más a las pastelerías a comer pasteles de arroz que es lo mío.
Me encerraré en mi habitación, cerraré todas las ventanas y persianas
para no ver más la luz del sol y escribiré una carta de despedida del
mundo, diciendo: “Estoy fuera de quicio por mi Simplicio, mi suplicio,
mi vicio no ficticio y muero porque te quiero, majadero y puñetero”.
Como me han dicho que tomando muchos barbitúricos se puede una
suicidar y como no sé qué es eso de barbitúricos que a lo mejor viene de
barba, primeramente iré a una farmacia para que me expliquen qué es eso
de barbitúricos y luego los compraré todos, un montón muy grande, tres
kilos de barbitúricos por lo menos. Luego los echaré en una jarra y me la
beberé toda de un golpe, aunque me causen arcadas porque yo soy
bastante delicada de estómago y no sé cómo voy a poder aguantar tanto
líquido. Pero en fin, prefiero morir como una heroína con arcadas, antes
que vivir sin Frai Simplicio, mi suplicio, mi vicio no ficticio. Antes iré a
la peluquería y me teñiré el pelo de negro para que el aspecto sea más
dramático, prepararé el cuarto para que me vean muy mona muerta sobre
una cama bien hecha con la sobrecama de seda, la habitación en
penumbra y las cortinas nuevas recién compradas. Por cierto tengo que ir
a la modista para que me confeccione un vestido de luto muy elegante de
encaje y seda, enseñando un poco los pechos para estar seductora
después de muerta que eso también cuenta. Luego me moriré con la carta
de despedida bien agarrada en el puño de mi mano.
SANADORA: ¡Por el amor de Dios, no se ponga Ud. tan pesimista que estoy segura de
que todos sus males se van a solucionar dentro de poco! ¡El conjuro que
le he hecho no me ha fallado nunca! Ud. se va a casar no por vicio con
Fray Simplicio, su suplicio no ficticio, su cilicio, se va a casar por amor
en una ceremonia con órgano y todo. A Frai Simplicio le ha solido el
juicio.
ESPECTADORA: ¡Si eso fuera verdad, yo le regalaría esta sortija de brillantes que vale una
fortuna!
SANADORA: A mí no me tiene que regalar nada. Yo trabajo por puro altruismo, sólo
por hacer el bien a la gente. Ahora que si se empeña en regalarme cosas
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caras, pues bueno las acepto de muy buena gana. (En este momento
suena el timbre del teléfono móvil de la espectadora. Esta lo coge)
ESPECTADORA: Diga... Diga… ¡Qué mal se oye!... A ver… A ver… No oigo nada… A
ver… A ver… A ver… A ver… (De repente su rostro se transfigura,
comienza a correr por la sala y a dar saltos y gritos de alegría, mientras
escucha el móvil) ¡Qué felicidad…! ¡Qué alegría…! Ha sido Fray
Simplicio, mi suplicio, mi vicio no ficticio, mi cilicio y me ha dicho que
ha salido del convento para casarse conmigo y que viene hacia aquí para
abrazarme. Me ha dicho que me va a llevar al Paraná porque este vicio no
tiene desperdicio.
SANADORA: Buen indicio.
ESPECTADORA: ¡Le estoy tan agradecida por haberme ayudado tanto que le voy a regalar
este anillo de brillantes que se le había prometido antes!
SANADORA: Si no hace falta, yo lo he hecho todo por un deber humano hacia las
personas que me rodean. Ahora que si se empeña pues acepto con mucho
gusto. (La espectadora se quita el anillo de brillantes y se le entrega
abrazándola y dándole un beso de despedida)
ESPECTADORA: ¡Hoy es el día más importante de mi vida! ¡Por fin a Frai Sulpicio le ha
salido el juicio y me caso! ¡Adiós y gracias por todo! (Sale corriendo del
teatro. La Sanadora se pone el anillo observando su valor)
SANADORA: Hoy ha sido un día muy grande. Todos Uds. han visto cómo se ha
producido el milagro. Una mujer que se quería suicidar y una sanadora
que la convierte en la mujer más feliz del mundo. Bueno, si en adelante
necesitan mis servicios, pregunten por mí a la dirección de este teatro.
Adiós a todos.
FIN

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