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Tomo Del Poemario de Liliana Lukin
Tomo Del Poemario de Liliana Lukin
“¿Y si/
El faro en la noche/
Se apaga deja de girar /
Su luz a uno y otro lado/
Para el consuelo del navegante?” (p.228)
¿Y si /
Es la hora de dormir un poco/
Habiendo hecho el amor/
Mientras la estela recorre el agua/
Y la memoria de un camino trabaja? (p.228)
La experiencia del “amor” como acontecimiento produce una imagen en la que suceden dos
situaciones a la par. Una es la que proviene de la descripción del amor como una entrada a
lo onírico de forma irónica, ya que es el mismo “amor” que le quita sentido al dormir, como
si sentir el “amor” ya fuera un sueño por sí mismo, como un “despertar” en la oscuridad; y
la otra proviene de la estela. Si tomo la etimología de estela, puede tener hasta tres
significados, pero elijo exponer aquí el que viene del latin aeustaria “agitación del mar” y
está de la raíz indoeuropea aidh que significa “quemar”. Por lo tanto, si lo traigo al poema,
se presenta como que es la estela, como entidad. Es la estela la que hace traza al agua, y no
como rastro que deja el agua, como explicaría el “yo” cartesiano. ¿Cómo pasa esa imagen
en el agua? En forma de una “luz” que proviene de quemar el rastro del agua, olvidarlo. El
rastro deja de demostrarse para empezar a mostrarse en la oscuridad. A su vez, se presenta
en el verso un “trabajo” que no tiene raíz en una actividad que genera riquezas o un
progreso, sino que viene la “memoria de un camino”. La figura del camino deja de denotar
una acción de avanzar sino que el camino está singularizado, en la medida que tiene una
memoria que le pertenece. El “saber”, en este poema” no está en la finalidad ni en el
cerebro, sino en un camino que la oscuridad traza en su propia oscuridad. Es un “ no saber”
que “conoce”. Eso me lleva a preguntarme: ¿Qué es preguntarle a la imagen en tanto
situación?
“¿Y si en cambio/
El faro en la noche que yo soy /
No se apaga ni deja de girar/
Pero al solitario ofrece menos luz/
Su amor encontrará el hilo del agua? (p.229)
Se produce una “nueva subjetivación” en la que el “yo” opone la situación que venía
describiendo con otra imagen de sí misma. En otras palabras, la figura del faro retrocede a
“ser” faro en la noche; faro como “objeto” en la medida que está entre la oscuridad y no
como “cosa”; hecha por esa oscuridad. Sin embargo, la figura del faro deja de “ser” un
estar para personalizarse doblemente. En este verso, el faro es el “yo” quien habla, en la
medida que enuncia que “es”, se mantiene en el presente como cercanía, no como lejanía.
La figura del solitario, es decir, del desplazamiento del “yo” del navegante se presente con
los rasgos contrarios que adquiere el faro: “si el faro ilumina, entonces, el solitario se
debilita porque su luz es solo visible en la medida que se mantiene en la distancia en la
oscuridad”. Ofrece menos “luz” porque esta “luz” es un saber que desconoce. Por lo tanto,
la imagen desde la “situación” deja de representarse para “acontecer” en la medida que el
“sujeto” se oscurece, oculta.
La experiencia del “amor” se presenta desde una prolepsis. Se presenta desde una
búsqueda de lo innombrable, es llamado por la estela. Lo que olvida es lo que arma el
camino hasta su “ser”. Lo que lleva a preguntarme ¿Dónde se encuentra el hilo del agua?
La estrofa siete, contesta:
“¿Y si/
El navegante sueña con llegar/
Es en esa idea que navega/
Y envía señales balanceando otro haz de luz:/
Un amor que el movimiento del agua desvanece? (p.229)
Acá entran en contraposición dos campos semánticos; uno que viene del “ser”, y otro del
“no ser”. El primero se representa desde el “haz”. Si rastreo la etimología de la palabra,
esta viene del latín que significa “manojo de cosas, una de ellas puede ser de flechas”. Por
lo tanto, si lo traigo al poema, la maniobra de flecha viene a interrumpir el “sueño”, que si
bien es imaginativo, no deja de ser del orden del “lenguaje natural”, que proviene de los
objetos en tanto representación. La flecha presenta al amor como un cuerpo que es
perforado por sensaciones de “otro” orden, y que rompe con la “idea”, es decir, con el
“concepto” que configura al mundo validado desde una sola autoridad. Lo que muestra el
“yo” del acontecimiento es que no navega, solo lo hace en la medida que el signo, es decir,
el significante y el significado se mantienen unidos; cuando se quiebra, el navegante se
hunde en la medida que es condición de imagen. La experiencia del “amor” vacía al
cuerpo, está en constante “invocarse” por lo que va en muchas direcciones y, a su vez, este
movimiento es ocultado por el del agua, que hace que se desaparezca pero no por completo,
sino que mantiene en presencia una “huella” la que deja el camino de la estela. La figura
del olvido no señala la desaparición de la cosa, sino del objeto. Por eso, las señales que
envía el navegador se dan en el sitio de una ausencia, en la medida que el “yo” manda
desde el cuerpo un mensaje que no puede ser inscripta en la lengua empírica, solo en la de
las cosas mudas. El navegar, en ese caso, deja de denotar: “desplazarse por el agua” con el
fin de alcanzar un lugar, sino que se desplaza en la medida que el “yo” se queda quieto,
apresado por su inundar en la tierra de la noche.
Esto me lleva a preguntarme: ¿Cómo tematiza la presentación de lo inexistente? El poema
responde en la estrofa nueve:
“¿Y si
A buen puerto fuiste faro oyendo
La música que hace quien navega a dos aguas
Y ahora oscuridad y luz
Se vuelve preciso separar?”(p.299)
Puerto
Lat significa abertura / paso.
Es faro en la medida que deja entrar la oscuridad y aparta la luz.
Música no como intercambio de conocimientos o de contenido, o de una técnica
instrumental sino de un sonido uniforme que viene de una contradicción