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Tomo del poemario de Liliana Lukin, Las preguntas, el poema:” ¿y si…?

“¿Y si/
El faro en la noche/
Se apaga deja de girar /
Su luz a uno y otro lado/
Para el consuelo del navegante?” (p.228)

Este poema problematiza especialmente la pregunta: ¿Qué es preguntarle a la imagen en


tanto acontecimiento? En una posible respuesta, el poema responde desde una
contradicción entre dos campos semánticos; el que proviene de la “luz”, y el de la
“sombra”. El primero, aparece como una instancia de enunciación, en tanto que el “yo”
describe la función de la misma, que es la de guiar al navegante para ubicarse o para
llevarlo hasta la tierra; consigo, la “luz” se presenta con rasgos ilustrativos, es decir, que
provienen de la razón, que permite distinguir dónde se encuentra. Sin embargo, por más
que lo enuncie, el “yo” se ve inmerso en la incertidumbre en la medida que opera la figura
retórica. Así, se pregunta si hay una verdad y la pone en evidencia al responder las
preguntas con más preguntas. La figura retórica no posee receptor ya que, en este caso,
opera como un espejo de un vacío. ¿Qué vacío? El que se desencadena con la anáfora: ¿y
si…?. Al proponer una experiencia no del orden de lo empírico, sino imaginativa,
reflexiona sobre el límite que tiene el lenguaje de representar al mundo tal como es. Su
pregunta no contiene un “saber”. Segundo, la sombra, se presenta como oscuridad dentro de
otra oscuridad, que esta última hace referencia a la noche. Ese apagón no sucede en el faro,
sino “en la noche”, ósea, el faro deja de poseer una utilidad instrumental para pasar hacer
algo que se abre en el vacío. Cuando en el verso cinco dice: “para el consuelo del
navegante”, ese “para” no se refiere a una finalidad que se dispone en posición al “sujeto”,
sino que tiene otro sentido. Si rastreo la etimología del prefijo “para” es un extranjerismo
derivado del griego del griego παρά-, pará, que significa: “al margen de”. Si lo relaciono
con el poema, en este caso, el consuelo del navegante se encuentra al “margen de”. ¿Al
margen de qué? El poema lo contesta en la tercera estrofa con otra pregunta:

“¿y si el faro de la noche que yo soy/


de amar a navegantes solitarios/
se queda quieto sorprendido de ser/
un faro ahora cansado de su luz? (p.228)
La falta de comas sitúa a las oraciones como si tuvieran la misma naturaleza, no las separa.
El espacio entre ellas configura un “yo” que se va apartado de los límites que la lengua
impone. La figura del faro deja de “estar en la noche”, en este verso, y se traslada
simbólicamente a “ser” de la noche. La experiencia amorosa del navegante hacia otros
navegantes caracterizados con el adjetivo de “solitarios” queda al “margen de” la
experiencia del faro en tanto acontece mediante una epifanía: se encuentra sorprendido de
“ser.” La verdad tiene rasgos en el asombro, y el “yo” no sólo acontece en cuanto su figura
de “navegante”, sino en su figura de “solitario”. Este último no significa, en el poema, que
está aislado, como habitualmente se piensa, sino que está frecuentado por una cualidad de
“ser” en la noche del faro. Se produce, así, una experiencia del orden del “matiz”, el “yo”
se detiene en el detalle cuando lo muestra: “se queda quieto”. Esta “quietud” se relaciona
con la personificación del faro, tal como dice en el verso siguiente: “cansado de su luz”. El
“ahora” interrumpe en la realidad, ya no la registra, lo que se detiene es el faro en tanto
conocer del “espacio” y del “tiempo”, su sentido. Hay una presencia de lo que llamaría
Blanchot: “un murmullo infinito”. Se presenta un no cesar que no deja de escribirse, en la
medida que la dominación hacia el lenguaje se debilita y la disposición sensorial se
desborda en el vacío. Deja de dar registro, el faro, de una luz lógica, para darle paso a otro
tipo de luz que es parte de la oscuridad.

Si retomo la pregunta inicial: ¿Qué es preguntarle a la imagen en tanto acontecimiento? En


la cuarta estrofa se responde operando desde una personificación:

¿Y si /
Es la hora de dormir un poco/
Habiendo hecho el amor/
Mientras la estela recorre el agua/
Y la memoria de un camino trabaja? (p.228)

La experiencia del “amor” como acontecimiento produce una imagen en la que suceden dos
situaciones a la par. Una es la que proviene de la descripción del amor como una entrada a
lo onírico de forma irónica, ya que es el mismo “amor” que le quita sentido al dormir, como
si sentir el “amor” ya fuera un sueño por sí mismo, como un “despertar” en la oscuridad; y
la otra proviene de la estela. Si tomo la etimología de estela, puede tener hasta tres
significados, pero elijo exponer aquí el que viene del latin aeustaria “agitación del mar” y
está de la raíz indoeuropea aidh que significa “quemar”. Por lo tanto, si lo traigo al poema,
se presenta como que es la estela, como entidad. Es la estela la que hace traza al agua, y no
como rastro que deja el agua, como explicaría el “yo” cartesiano. ¿Cómo pasa esa imagen
en el agua? En forma de una “luz” que proviene de quemar el rastro del agua, olvidarlo. El
rastro deja de demostrarse para empezar a mostrarse en la oscuridad. A su vez, se presenta
en el verso un “trabajo” que no tiene raíz en una actividad que genera riquezas o un
progreso, sino que viene la “memoria de un camino”. La figura del camino deja de denotar
una acción de avanzar sino que el camino está singularizado, en la medida que tiene una
memoria que le pertenece. El “saber”, en este poema” no está en la finalidad ni en el
cerebro, sino en un camino que la oscuridad traza en su propia oscuridad. Es un “ no saber”
que “conoce”. Eso me lleva a preguntarme: ¿Qué es preguntarle a la imagen en tanto
situación?

El poema contesta en la estrofa seis:

“¿Y si en cambio/
El faro en la noche que yo soy /
No se apaga ni deja de girar/
Pero al solitario ofrece menos luz/
Su amor encontrará el hilo del agua? (p.229)

Se produce una “nueva subjetivación” en la que el “yo” opone la situación que venía
describiendo con otra imagen de sí misma. En otras palabras, la figura del faro retrocede a
“ser” faro en la noche; faro como “objeto” en la medida que está entre la oscuridad y no
como “cosa”; hecha por esa oscuridad. Sin embargo, la figura del faro deja de “ser” un
estar para personalizarse doblemente. En este verso, el faro es el “yo” quien habla, en la
medida que enuncia que “es”, se mantiene en el presente como cercanía, no como lejanía.
La figura del solitario, es decir, del desplazamiento del “yo” del navegante se presente con
los rasgos contrarios que adquiere el faro: “si el faro ilumina, entonces, el solitario se
debilita porque su luz es solo visible en la medida que se mantiene en la distancia en la
oscuridad”. Ofrece menos “luz” porque esta “luz” es un saber que desconoce. Por lo tanto,
la imagen desde la “situación” deja de representarse para “acontecer” en la medida que el
“sujeto” se oscurece, oculta.
La experiencia del “amor” se presenta desde una prolepsis. Se presenta desde una
búsqueda de lo innombrable, es llamado por la estela. Lo que olvida es lo que arma el
camino hasta su “ser”. Lo que lleva a preguntarme ¿Dónde se encuentra el hilo del agua?
La estrofa siete, contesta:

“¿Y si/
El navegante sueña con llegar/
Es en esa idea que navega/
Y envía señales balanceando otro haz de luz:/
Un amor que el movimiento del agua desvanece? (p.229)

Acá entran en contraposición dos campos semánticos; uno que viene del “ser”, y otro del
“no ser”. El primero se representa desde el “haz”. Si rastreo la etimología de la palabra,
esta viene del latín que significa “manojo de cosas, una de ellas puede ser de flechas”. Por
lo tanto, si lo traigo al poema, la maniobra de flecha viene a interrumpir el “sueño”, que si
bien es imaginativo, no deja de ser del orden del “lenguaje natural”, que proviene de los
objetos en tanto representación. La flecha presenta al amor como un cuerpo que es
perforado por sensaciones de “otro” orden, y que rompe con la “idea”, es decir, con el
“concepto” que configura al mundo validado desde una sola autoridad. Lo que muestra el
“yo” del acontecimiento es que no navega, solo lo hace en la medida que el signo, es decir,
el significante y el significado se mantienen unidos; cuando se quiebra, el navegante se
hunde en la medida que es condición de imagen. La experiencia del “amor” vacía al
cuerpo, está en constante “invocarse” por lo que va en muchas direcciones y, a su vez, este
movimiento es ocultado por el del agua, que hace que se desaparezca pero no por completo,
sino que mantiene en presencia una “huella” la que deja el camino de la estela. La figura
del olvido no señala la desaparición de la cosa, sino del objeto. Por eso, las señales que
envía el navegador se dan en el sitio de una ausencia, en la medida que el “yo” manda
desde el cuerpo un mensaje que no puede ser inscripta en la lengua empírica, solo en la de
las cosas mudas. El navegar, en ese caso, deja de denotar: “desplazarse por el agua” con el
fin de alcanzar un lugar, sino que se desplaza en la medida que el “yo” se queda quieto,
apresado por su inundar en la tierra de la noche.
Esto me lleva a preguntarme: ¿Cómo tematiza la presentación de lo inexistente? El poema
responde en la estrofa nueve:
“¿Y si
A buen puerto fuiste faro oyendo
La música que hace quien navega a dos aguas
Y ahora oscuridad y luz
Se vuelve preciso separar?”(p.299)

Puerto
Lat significa abertura / paso.
Es faro en la medida que deja entrar la oscuridad y aparta la luz.
Música no como intercambio de conocimientos o de contenido, o de una técnica
instrumental sino de un sonido uniforme que viene de una contradicción

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