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Acontecimiento.": Melanie Garayar, Mayra Cepeda
Acontecimiento.": Melanie Garayar, Mayra Cepeda
3.
“Con mi hermana hablamos de ella./
Viste lo que dijo escuchá lo que no dice/
te acordás lo que decía.”(p.346)
El poema describe una conversación entre el “yo” que habla y su hermana, comienza
con una instancia de representación en el primer verso que queda desplazado en el
mismo por el “ella”, y por el intercambio; no se diferencia cuál es la voz que le
pertenece a cada una, provoca una singularidad en la medida en que hay un pronombre
personal que da a interpretar que es su madre y que, en su invocación, no se es claro el
emisor y el receptor que la traen a la palabra. También, al faltar la coma, lo que dicen no
aparece representado como naturalezas distintas, sino como juntas. En el segundo verso
se puede observar el “habla” del poema, un decir que posee más de un sentido: “Viste lo
que dijo”, “escucha lo que no dice”, el “habla” nombra que las palabras pueden
observarse, y la ausencia puede pronunciarse; hay un intercambio de sentidos que no
pertenecen a lo orgánico, biológico, como diría el “sujeto” cartesiano, sino que es de un
orden del cuerpo en tanto sensaciones. En el tercer verso, en vez de una pregunta, hay
una negación de una afirmación, eso provoca un cambio en el significado del acto de
traer a la memoria, que deja de enunciarse para presentarse. Lo que quiero decir es que
en tanto el “yo” dice “te acordás” y, separado por un espacio en blanco, se encuentra “lo
que decía”, fragmenta la palabra; lo que “se dijo” y lo que “se recuerda” suceden a la
vez. Si me atiendo a la etimología de “acordar”, que proviene del latín, significa: “Unir
los corazones”. ¿Qué corazón se une en el poema? ¿El corazón de lo que “se dijo” o lo
que “se dejó de decir”?.
En la segunda estrofa, se configura como una instancia de “acontecimiento”. El
primer verso trae lo ausente, lo indica con la metáfora: “le damos una vida de muñeca”,
simboliza un cuerpo desvestido del lenguaje. ¿Qué lenguaje? El de la “situación”. Al
referirse a la vida como un objeto inanimado le quita su autonomía; es la figura del
“otro” que cubre el cuerpo con las palabras de lo existente. La visten con sus restos,
restos de una presencia que se inclina al abismo. Cuando, un poco más adelante dice “la
letra de ella sale por nuestras bocas”, la boca se pone en marcha con otra función, no la
de articular el sonido de lo que proviene de la garganta, sino que aparece como fondo,
superficie, papel. La letra de la madre es expulsada por las hijas. Invoca un parto que,
para el “yo” cartesiano, no es posible: “Son las hijas la que dan la luz a la
representación de una “madre” que está vaciada de contenido y “forma”. Se presenta
una subjetividad nueva: el “ella” es, en este verso, un encantamiento. Eso se puede
observar en lo que sigue después de esa metáfora:
El “yo” que sabe lo que dice, que cree en lo que dice, y que puede ordenar el mundo,
se disuelve. La comprensión no proviene del uso de la razón y la lógica, sino que tiene
un origen emocional, sensorial. Con el subjetivema: “estirpe pánica” forma un campo
semántico orientado a “otra lengua”, una que habla no desde la unión del sujeto y del
objeto, sino de la separación del mismo. El origen biológico es secundario, lo que llama
a venir es una “luz” diferente, que está resguardada en la raíz del corazón, como tal
mencionaba anteriormente.
En la tercera estrofa, en el segundo verso dice: “Mandamos señales guiños a otros
tiempos.” El espacio poético se cierra y se abre, provoca que permanezca el presente y
el pasado a la vez, que habiten en la experiencia. Eso sucede “cuando la madre sostenía
el eco de su voz”, en el verso cuatro. La figura de la “madre”, aun no como “ella” ,
sujeta una inmaterialidad que aparece invocada como material, en otras palabras, su voz
consciente se debilita, y el poema pone en marcha una duplicidad: la voz (sonido) en
tanto “cercanía”, y la voz en tanto “lejanía”, en tanto imposibilidad de darle significado
con las palabras del mundo.
En la misma estrofa, en el verso ocho, el “yo” de la madre se presenta como
fascinación: “nada nada nada repite ahora”. La repetición no busca, como lo haría el
“yo” cartesiano”, a fortalecer el saber, o afirmar la acumulación de información, sino
que queda secuestrado por un “nada” que no se refiere al de “representar”, sino a
“presentarse2. Si tomo la etimología de “nada”, proviene del latín nata, que significa
“nacido”. Si vuelvo al poema, ese “nacer” se vincula con el eco. Las subjetividades de
la madre, del “yo” poético, y de la hermana, van y vienen, se acercan y se alejan. Lo
hacen desde la pérdida: desde la madre que no sabe que se va, ni del surgimiento del
“ella”, como en las hijas en tanto hijas, y en tanto el surgimiento de “madres de su
madre”. El nacer sucede en el corazón de una ausencia en tanto presencia, deja su
huella. ¿Cuál es el “ahora” del que habla? ¿Es el “ahora” del venir del pasado o de la
fugacidad del “instante”? En el poema el “Yo poético” lo personifica; en el verso nueve:
“en este limbo que día a día la repite”. Aquí, el limbo se presenta atemporal, no tiene
principio ni fin, no es el limbo católico (lugar donde van las almas no bautizadas), sino
que se presenta como una entidad autónoma que no duplica a “ella”, sino que le va
quitando su identidad.
Cuando en el verso diez, dice: “la que lee avisos fúnebres del lado del revés”, ya no
hay sujeto ni objeto, sino un retorno de la figura del “retrocedido”, si me atiendo a la
etimología, en latín, del “revés”, que es reversus. La mirada ya no reconoce los objetos,
crece la ausencia de sentido y empieza a nacer, de nuevo, una nueva subjetividad, el de
un “yo” que es sustraído por el detalle. Se forman, en consecuencia, dos campos
semánticos, el de “visible”, e “invisible''. La acción de leer no aparece como el sujeto
razonable que se apoya en el saber enciclopédico, la frase “es ego quien dice ego” se
rompe, porque la lectura se enmarca en una mirada que no es del orden de la
racionalidad, se deja de reconocer como “yo” en la medida que “el retrocedido” tiene
relación con una muerte que siempre nace, que vive; en un “más allá”. La elipsis del
verso pone en marcha una falta que transcurre, que va en otra dirección, que no solo no
es la lineal, sino que no avanza. Esto se vincula con el subjetivema que aparece en el
verso trece de la misma estrofa: “porque de nada se enteró.” La “nada” vuelve a
aparecer en la instancia de representar. El “enterarse” abre la instancia de la “situación”,
del “tomar conciencia”. Hay una fuga de realidad, entendida desde el “yo sujeto al
mundo de las cosas”, y no como son.
En la última estrofa, el poema pone en marcha una cosificación en la medida que las
hermanas al acompañar a su madre a donde vaya, al mismo tiempo, se alejan de su
carácter humano:
nosotras mismas nos componemos/
como muñecas también de la otra/
metidas en la panza de la mamushka/
nosotras tanteamos esa oscuridad/
que mi madre descifra sin anteojos. (p. 346/47)
El “yo poético” utiliza el pronombre personal femenino para asignar al “yo que
habla”, y su hermana. Retoma la metáfora de la muñeca pero, esta vez, lo vuelve a traer,
transformándolo. En otras palabras, retroceden a la panza, no como origen de su
nacimiento biológico, sino de uno simbólico, en la que ya sus “yoes” no visten a la
madre como lo hacía el comienzo del poema, sino que se presentan como rotas. Los
restos de una se mezclan con la otra. Forman una “totalidad” que no se cierra, porque es
en la experiencia de la “oscuridad” en la que se abren. También, forma dos campos
semánticos, el de “la lengua empírica”, y “la lengua muda”. Esto aparece con la falta de
necesidad de la madre de un instrumento para aclarar y diferenciar lo que lo rodea; el
lenguaje se oscurece en el verso, y aparece una “luz” que no proviene de lo técnico, sino
de aquello del orden del “no decir”: Además, la figura de la “mamushka” se presenta
como una alegoría no que presenta “lo otro en lo otro” sino que, se podría interpretar,
que aparece como una doble “oscuridad” que solo se puede ver dentro de la oscuridad
del “yo”.
Siguiendo la línea anterior, en los últimos versos, se pueden observar dos campos
semánticos que se contraponen; el de la “quietud” y el del “movimiento”: Los avisos
fúnebres no la encuentran todavía /y ella, analfabeta reciente, se protege bien/
poniéndonos a nosotras a cubrir su revés.” (p.347)
Primero, en esta primera estrofa, en el verso uno y dos, se encuentran dos campos
semánticos, uno del orden de lo “simbólico”, y otro del orden “biológico”. El cuerpo
deja de mostrarse como “objeto” para presentarse como “cosa”. Con esto quiero decir
que, el “cuerpo”, entendido como “objeto”, se configura desde la representación como
un medio de trabajo para conseguir riquezas, en la que el tiempo opera desde él, por lo
cual, muere. Sin embargo, el poema pone en marcha, a su vez, un cuerpo que siente un
dolor; un cuerpo que muere en su “subjetividad de madre” de ese hermano. La cercanía
con la muerte se vuelve una experiencia poética, en la cual se suspende el sentido que le
da el “sujeto de la razón” y el cuerpo puede irse “más de una vez”, infinitamente. Lo
simbólico se puede observar también con el subjetivema que aparece en el verso tres:
“ojos oxidados”. Si me atiendo a la etimología de oxidar , este viene de oxígeno,
palabra que está formada con el griego ὀξύς (oxys = ácido) y γένος (genos = producir,
generar);por lo tanto, si vuelvo al poema, la oxidación en los ojos no funciona como una
transformación del cuerpo por la acción de un oxidante, sino que opera como una
metáfora: “Los ojos son la escritura de una descomposición, provocada por las
emociones.” El “yo” utiliza el verbo leer. En los ojos se centra esa pérdida, no en todo
el cuerpo; la pérdida está escrita en los ojos que no operan ya reconociendo sino
mirando. Se centra allí, la fractura del “yo de la situación”; el conceptual. En
consecuencia, la lectura no proviene de la acumulación de contenido, sino de un
“vaciamiento” del mismo. Se produce así una experiencia del “matiz”, tomando la
categoría de Barthes, en la medida que los “ojos” amenazan a lo lógica desde un
desborde sensorial. Está presentado en forma de subjetivemas en los versos cuatro y
cinco: “secuelas de un llanto joven”, desde la “mirada canosa prematura” El “yo”
permanece en el instante, se produce una nueva significación que tiene raíz no desde la
edad cronológica, sino que se muestran como los restos de lo que se inscribe en el dolor,
que es viejo y joven a la vez; hay una antítesis: “Lo que nace es un inicio de muerte que
no termina”. El subjetivema “canosa” no proviene de la madurez experiencia de vida
sino que tiene relación con la desintegración del mundo. ¿Qué mundo? El del que era
“dueña” del lenguaje. Los ojos se manifiestan como “cosas”, como “ser” y no como
“ente”, en la medida que dan un mensaje visual y no articular, es decir, desde la boca. El
mensaje no tiene sonido, entendido como sonido que pertenece al habla y que la lengua
permite distinguir, sino que se presenta un sonido que proviene de lo invisible, de lo
ausente que se hace presente, en este caso, en la mirada. En consecuencia, en el verso
seis, se puede ver caracterizado en una imagen sensorial: “dirigió un mensaje para mí
por boca de mi padre”. Utiliza otro cuerpo porque con el suyo no es suficiente.
En la tercera estrofa del poema comienza con “ya la acompañé a morir una vez”, es
decir, hay una anáfora. Ya en el segundo verso, no se repite la experiencia del hermano
que murió. Por lo que se produce una nueva subjetividad, provocada por “otra muerte”.
Esta estrofa comienza con un enfrentamiento de dos campos semánticos, el que viene de
la “realidad” y el que proviene del “cuaderno”: “Mis compañeros de banco son testigos/
del cuaderno pálido de las letras cabizbajas”. (p.365)Por un lado, el “yo” describe una
mirada, la de sus compañeros hacia su cuaderno. En ese describir reaparece el “yo” de
la situación, en la medida que reconoce a los sujetos, y hacia dónde se dirige su
recepción. Sin embargo, en el verso que le sigue se hace hincapié en la condición del
cuaderno “pálido”. No es cualquier cuaderno, sino que es uno en que “le falta color”, al
contrario de un cuaderno educativo, que predominan los colores fuertes. El color
“pálido” entra en un tramado de significaciones en la medida que se relaciona con “las
letras cabizbajas”; lo que el poema nombra no es que hay una presencia de un cuaderno
que contiene las letras de esa forma, sino que las letras aparecen personificadas y que
estas poseen al cuaderno; este último no es un objeto, un producto, sino que es una
presentación del “ser” de las letras. Estas letras, a su vez, no son como las ilustradas, no
iluminan, sino que aparecen con “cabeza baja”, como si se estuviera desviando, u
ocultando algo que no puede hacerse visible.
En el verso cuatro y cinco de la tercera estrofa problematiza la “ausencia” y la
presencia”, y lo relaciona con la “corrección”, “incorrección”: “murió mi hermano y yo
empezaba a escribir era mi tarea/ mamá me ama mamá me mima mamá mamá/mientras
ella ausente dejaba de corregirme.” (p. 366). Primero, reaparece la situación del
hermano muerto, en tanto sujeto cartesiano. A su vez, el “yo” de la aparición interrumpe
la descripción para mostrar: “yo empezaba a escribir era mi tarea” Aquí, el verso deja de
nombrar a la tarea como una más, y le adjudica un pronombre posesivo. Hay un
deslizamiento en cuanto a la significación de la “tarea” que aparecía en la primera
estrofa y, en este caso, posiciona esa tarea como suya, es decir, en posesión de ella; pero
no aparece como frase enunciativa o como habla del poema sino que, a la vez, invoca al
mundo, al de las cosas, en la medida que trae el adueñamiento de una tarea que es
sostenida por la muerte, por la pérdida del hermano. Perder como experiencia artística,
es decir, empezar a vivir esa muerte. ¿Cómo? Escribiendo.
En el segundo verso de la tercera expone una aliteración. La rima produce una
música del orden de lo ausente. Comienza con: “mamá me ama” una oración compuesta
racionalmente; luego le sigue: “mamá me mima”, sucede lo mismo que con la oración
anterior, respeta la legalidad que produce la lengua para el “yo cartesiano”. Sin
embargo, a lo último recae, repite: “mamá mamá” La oración se queda sin predicado, y
predomina el orden del llamado, es decir, el de la nominación de una falta que una vez
que aparece, se va; la figura de la madre desde el “yo” que habla” se acerca en la
medida que deja de registrar. En el tercer verso, la “madre” se transforma en un “ella”.
Genera así una subjetividad que es desencadena por el vacío del segundo verso, en la
medida que el sujeto le quita el sentido de “madre”, tal como lo presenta el diccionario.
Deja de ser un sustantivo, es decir, deja de tener la capacidad de nombrar los objetos, y
pasa a ser un pronombre personal de tercera persona del singular; en otras palabras,
pasa a ser un “otro”. Ese otro está ausente, en la medida que deja de aplicar su tiempo y
espacio en otro sujeto. Ella “deja de corregir” porque ese sujeto está en una posición de
des corrección, no posee lógica, o saber, ni normas culturales que le hagan unirse al
mundo porque no está presente.
Siguiendo con la tercera estrofa, en el verso seis al diez, se contraponen dos campos
semánticos; el de la “luz” y el de la “sombra”:
Primero, la ventana se manifiesta como una especie de espejo, en la que deja pasar la
luz, y deja ver lo que hay del otro lado de la “luz”, no se caracteriza traslúcidamente,
sino que se presenta como opaco, que genera una escisión entre lo “pronunciable”, y lo
“impronunciable”. El “exterior” es aquello que no tiene lugar en la lengua, es decir,
está ligado al sujeto que tiene una mirada llena de contenidos, que diferencia objetos, y
que enuncia una visión de mundo, y está relacionado con el subjetivema de lo
“impronunciable”. Lo que no se puede exteriorizar es el propio exterior. El “yo poético”
se debilita en la medida que lo que lo rodea le es innecesario para nombrar la
experiencia del sentir. Lo “impronunciable, al contrario de lo que diría el “yo
cartesiano”, es el mundo lógico. Por otra parte, lo “pronunciable es lo que pertenece al
interior de la ventana, es decir, a lo de carácter incorpóreo, imperceptible, el
acontecimiento como experiencia de verdad. El “yo” cuando caracteriza la experiencia
de “adentro” como un lugar en que se realizan los deberes, pero no en sentido material,
de tareas a cumplir para organizar la vida, sino de otro orden. Si tomo la etimología de
la palabra deber esta proviene del latín debere y este de dehibere, formado por del
prefijo de (alejamiento), y el verbo habere (tener); por lo que significa “tener algo de
otro”. Ese significado puede relacionarse con el “yo” del poema, en la medida que este
intenta “traducir” lo que pertenece al ser del muerto, pero que termina fallando. Se
puede observar en la alegoría del verso que le sigue: “la caligrafía muda de la h
arrastraba al hermano”. El poema en este verso temática el “arte de escribir”, en tanto
escritura, y ausencia. Se produce una imagen del orden de lo invisible que viene a traer
al hermano. El lenguaje mudo, es decir, aquello que se pronuncia, carga con la figura
del hermano por la letra. No existe un fondo y una figura, sino la metáfora de un camino
escrito en el aire como una muerte que renace en lo “no dicho”. La tercera estrofa
termina con una anáfora: “porque la muerte al fondo de mi infancia/ había cortado el
libro.”, salvo que, en este caso, al contrario de las dos estrofas anteriores, se produce
una nueva significación producto de la experiencia de la muerte en el trazado de la
“muerte” sin el cuerpo anatómico.
La figura del pretérito no aparece como ordenador de la vida, sino que tiene una
entidad propia; no sale de la lengua, sino que se caracteriza por no necesitar un sujeto
como medio. No opera la cronología, la disposición en el pasado, sino opera como lo
que sigue sucediendo del pasado en el presente. El pretérito sostiene la subjetividad del
“yo” del que habla. El pretérito deja de verse en términos del signo. El lazo del
“significado” y “significante” se rompe y, en su lugar, está la “nada”. La suspensión del
que nombra es del orden del sentido. El “yo” al no “ver” lo que la palabra dice, no tiene
ubicación. Intenta meterse en el lenguaje para dar con su existencia, pero falla, en la
medida que los adverbios de lugar “debajo” y “arriba” se presentan en simultáneo. El
puente aparece como personificación del “instante”. A la vez que debajo del puente se
abre un camino de una “inexistencia”, arriba del mismo caminan las historias sin
narrador. En otras palabras, las historias se presentan, invocadas por la historia en tanto
cosa y no en tanto sujeto que enuncia. Las historias se fugan, de forma contraria, a la
quietud que el “yo” se va acercando debajo. En conclusión, el puente no pone en
contacto al “yo” con la “historia”, sino que funciona como separador.
Luego, el “yo” se describe como uno que repite su estado de “no saber”: “yo no sé…
yo no sé”. Los puntos suspensivos funcionan como operador del carácter incompleto del
lenguaje; acentúan la falta de un discurso que se ausenta en el lenguaje. ¿De qué forma
se muestra el “no saber''? En el quinto verso de la cuarta estrofa, el poema contesta:
“¿Las fotos? ¿la ropa?¿Los juguetes?¿la partida de nacimiento?” (p.367) La figura de la
interrogación no proviene del pensar lógico del sujeto, sino que, al preguntarse sobre
algo, las pone en tensión. No hay “sujeto”, y el “objeto” pasa a ser la pregunta misma,
como provocador de sensaciones.
A raíz de eso, me pregunto: ¿Hacia a dónde van esas preguntas? En el verso
diecisiete el poema dice: “Hasta que vino otra definición y presentó su propia partida.”
(p.367) El “yo poético” no tiene respuestas, ni pretende buscarlas, es solo un llamado.
El “yo” de la enunciación describe que estaban en movimiento hasta que “presentó su
propia partida”. La palabra partida, habitualmente, la tenemos conceptuada como la
“acción de ponerse en marcha”. Sin embargo, tiene otro significado, que proviene del
latín (partitus) y que se refiere a “salir de un punto para ir a otro”. Ese salir no es
determinante, sino que proviene de la llamada hacia el “ser”, al suyo; y no va hacia la
representación que genera el signo. En ese movimiento se produce una transformación,
un nuevo sujeto, no es el que tiene una dirección, una meta y tiene que utilizar sus
pensamientos para llegar a él, sino que es el mismo punto que lo llama a devenir a su
propio encuentro. Entonces, si va hacia su encuentro. ¿Qué marcas deja en el poema
ese partir? En el quinto verso de la quinta estrofa, dice: “me sopla un idioma para
hablar con los muertos/digo quien vive, yo digo quien vive.” (p.367) La figura del “ella”
reaparece entrándole al “idioma” en forma de personificación. No es el “sujeto” que
crea la lengua, sino que el “sujeto” aparece como efecto del idioma mismo. Y ese
idioma no es cualquiera, es el que proviene de las “cosas mudas”, y solo se hacen
presentes en la medida que van hacia un “otro”. El “yo” del poema dice “yo digo quien
vive” porque ese vivir del que se refiere no es el de vivir de la existencia, sino que es
“pasar de la existencia” para ir a un lugar de “inexistencia”. El poema hace una
intertextualidad con el poema de Alejandra Pizarnik, que comienza: “Golpes en la
tumba. Al filo de las palabras golpes en la tumba/Quién vive, dije. Yo dije quién vive”.
El poema toma palabras de otro poema para traer a este otro significado. El vivir se
transforma en un espacio de la ausencia, en el que hay estabilidad ni centralidad, como
el que entendería el “yo cartesiano”, sino que se erige como distante entre la palabra y
lo que designa; ese quien, ida” y “la muerte” entran y salen en ese espacio. Es un
espacio que tiene origen en la escucha. Y ese escuchar funciona como invocación de la
lengua que no puede enunciar el lenguaje.
Luego, el “yo” del poema, en la estrofa siete, afirma: “Acompañé a mi madre a morir
dos veces.” Reaparece el “yo” de la situación, describe que la siguió a morir en tanto
pérdida y en tanto cuerpo de “ella”. Y en ese representar, el “sujeto” intenta ordenarse:
“...quien te dice…/mañana empiezo una novela. El uso de los puntos suspendidos
refuerza la falta, que se contrapone con la afirmación de empezar a escribir, no ya del
orden del “libro cortado”, sino de un escribir en tanto a técnica.
El poema continúa:
El “yo” en el primer verso utiliza una pregunta, por lo que se puede decir que el
sujeto de la situación queda relegado en la medida que empieza a dudar de la
afirmación, por lo tanto, de lo que reconoce. Se representa una búsqueda de una persona
hacia otra en el poema, sin embargo, esta situación queda interrumpida por el
acontecimiento. Al utilizar el adverbio “ahí” este no posee indicación, está vaciado al
nombrarse. El “saber” que se presenta en el tercer verso no tiene contenido, es decir, no
posee concepto, ya que no es de carácter instrumental, sino “simbólico”. ¿Cómo se
presenta este “otro” saber? Desde la figura del teclado. El teclado no se representa como
un instrumento con determinados fines, sino que se presenta como “escritura del
desastre”. El teclado, personificado, erige el escribir de un sentido ausente, no en
términos de ausencia de sentido, sino de un sentido que la situación tapa, que no es
visible. El teclado, como “desastre”, personifica la “muerte” en la medida que se
aproxima sin aproximarse. A través de la prolepsis el sujeto intenta aferrarse al mundo
de la predicación, también cuando dice que quiere responder una pregunta, pero se ve
interrumpido, nuevamente, por la “nada”. ¿Dónde actúa esta “nada”? En el corazón. El
poema dice: “¿nada más en el corazón sino amargas sorpresas del recuerdo en una carne
exhausta? Primero, hay una intertextualidad de un poema de Ungaretti, el “yo” va a
buscar otro “significado” porque con las que quiere dar, no le alcanza. Trae otra voz al
poema, la hace pasar por suya, y, al hacerlo, le quita la propia. Aquí, se contraponen dos
campos semánticos: el del “múltiple consistente”, y el del “múltiple inconsistente”. El
“múltiple inconsistente” se presenta desde el corazón, ya no como órgano, sino como
“vacío”. Este corazón, caracterizado a través del subjetivema: “amargas”, no tiene
función, porque el “ser” se presenta. Por otra parte, si rastreo la etimología de “carne”
significa “cortar”. Por lo que volviendo al poema, se traduciría a “en un corte exhausto”.
Como posible significación, hay “otro habla” que viene a interrumpir el habla empírico.
Se produce un corte, no anatómico, y este acontece, en la medida que no se da en quien
corta, en este caso, “el recuerdo”, y lo cortado: “el corazón”; sino que se da “entre
ambos” la “nada”. También, el corte aparece “personificado”, en la medida que el
subjetivema “exhausto” pone en marcha un cortar que no tiene freno.
En el verso trece, el poema dice: “El cuaderno se sube a la pantalla.” La escritura
pone en pasividad al sujeto de la situación, en la medida que la pantalla no se manifiesta
como superficie material, sino como una superficie sin interior. La superficie actúa
como “rostro”. ¿Qué rostro es el que se presenta? El de la “nada”. El cuaderno se sube
al rostro, si vuelvo al poema, por lo que puede significar que la escritura se borra al
escribirse. El rostro no se representa como parte de una totalidad, sino como un resto
que se hace presente en la medida que es “indecible”. Por otro lado, el cuaderno no
actúa como un conjunto de hojas que se usa para volcar contenido, sino que se presenta
como una descomposición del “yo”.
En el verso trece y catorce, dice: “La desmemoria de mi madre señala para mí
una dirección retrograda”. Primero, la desmemoria se presenta personificada, en la
medida que señala al “yo”. Sin embargo, este señalar no es de carácter lógico, es decir,
de orden de reconocimiento, sino que no tiene destino ni fin; sino que se extiende en su
expresar. Si busco la etimología de “retrógrada”, significa: “volver hacia atrás”, por lo
que se presenta la figura del “el retrocedido” que tiene relación con la “muerte” en la
medida que se produce un doble movimiento: “el sujeto avanza al ir hacia atrás”. Es
señalado en la medida que no tiene objeto.
En los últimos versos, la experiencia del “amor” es tematizada como
“¿Y si/
El faro en la noche/
Se apaga deja de girar /
Su luz a uno y otro lado/
Para el consuelo del navegante?” (p.228)
¿Y si /
Es la hora de dormir un poco/
Habiendo hecho el amor/
Mientras la estela recorre el agua/
Y la memoria de un camino trabaja? (p.228)
“¿Y si en cambio/
El faro en la noche que yo soy /
No se apaga ni deja de girar/
Pero al solitario ofrece menos luz/
Su amor encontrará el hilo del agua? (p.229)
Se produce una “nueva subjetivación” en la que el “yo” opone la situación que venía
describiendo con otra imagen de sí misma. En otras palabras, la figura del faro
retrocede a “ser” faro en la noche; faro como “objeto” en la medida que está entre la
oscuridad y no como “cosa”; hecha por esa oscuridad. Sin embargo, la figura del faro
deja de “ser” un estar para personalizarse doblemente. En este verso, el faro es el “yo”
quien habla, en la medida que enuncia que “es”, se mantiene en el presente como
cercanía, no como lejanía. La figura del solitario, es decir, del desplazamiento del “yo”
del navegante se presente con los rasgos contrarios que adquiere el faro: “si el faro
ilumina, entonces, el solitario se debilita porque su luz es solo visible en la medida que
se mantiene en la distancia en la oscuridad”. Ofrece menos “luz” porque esta “luz” es un
saber que desconoce. Por lo tanto, la imagen desde la “situación” deja de representarse
para “acontecer” en la medida que el “sujeto” se oscurece, oculta.
La experiencia del “amor” se presenta desde una prolepsis. Se presenta desde una
búsqueda de lo innombrable, es llamado por la estela. Lo que olvida es lo que arma el
camino hasta su “ser”. Lo que lleva a preguntarme ¿Dónde se encuentra el hilo del
agua? La estrofa siete, contesta:
“¿Y si/
El navegante sueña con llegar/
Es en esa idea que navega/
Y envía señales balanceando otro haz de luz:/
Un amor que el movimiento del agua desvanece? (p.229)
Acá entran en contraposición dos campos semánticos; uno que viene del “ser”, y
otro del “no ser”. El primero se representa desde el “haz”. Si rastreo la etimología de la
palabra, esta viene del latín que significa “manojo de cosas, una de ellas puede ser de
flechas”. Por lo tanto, si lo traigo al poema, la maniobra de flecha viene a interrumpir el
“sueño”, que si bien es imaginativo, no deja de ser del orden del “lenguaje natural”, que
proviene de los objetos en tanto representación. La flecha presenta al amor como un
cuerpo que es perforado por sensaciones de “otro” orden, y que rompe con la “idea”, es
decir, con el “concepto” que configura al mundo validado desde una sola autoridad. Lo
que muestra el “yo” del acontecimiento es que no navega, solo lo hace en la medida que
el signo, es decir, el significante y el significado se mantienen unidos; cuando se
quiebra, el navegante se hunde en la medida que es condición de imagen. La
experiencia del “amor” vacía al cuerpo, está en constante “invocarse” por lo que va en
muchas direcciones y, a su vez, este movimiento es ocultado por el del agua, que hace
que se desaparezca pero no por completo, sino que mantiene en presencia una “huella”
la que deja el camino de la estela. La figura del olvido no señala la desaparición de la
cosa, sino del objeto. Por eso, las señales que envía el navegador se dan en el sitio de
una ausencia, en la medida que el “yo” manda desde el cuerpo un mensaje que no puede
ser inscrito en la lengua empírica, sólo en la de las cosas mudas. El navegar, en ese
caso, deja de denotar: “desplazarse por el agua” con el fin de alcanzar un lugar, sino que
se desplaza en la medida que el “yo” se queda quieto, apresado por su inundar en la
tierra de la noche.
El “ahora” no del verso cuatro no se refiere acerca del momento de la escritura, sino
de la presentación de la “oscuridad”, y “luz” como una entidad de la misma naturaleza.
El “yo” está focalizado desde “hablar al faro”, y desde “fuiste”. Por otro lado, el paisaje
está focalizado desde lo claro-oscuro, y las dos aguas. La presentación de los colores
procede de las aguas, por lo que se podría interpretar que el que anda por dos
naturalidades que están mezcladas producen un sonido que viene del silencio. Se
produce un desplazamiento de las manchas de la imagen, provenientes de la separación
de los colores, y las voces que confluyen hacia un oír que retorna en otra lengua. Si
rastreo la palabra “volver” significa en latín “dar vueltas”, por lo que el oír no deja de
hacerse presente en la medida que se descomponen las palabras mientras suena en
forma de música, música no como representación de una técnica sino de un sonido
uniforme que viene de una contradicción: el sonido que navega en el agua, tomándolo
como objeto, y el que el agua navega en el agua en sí misma, en tanto cosa del ser. El
faro “oye” las aguas, aguas no entendidas como una molécula, sino como un “espacio”
del poema que “oculta” en la medida que “muestra”. En el último verso ese “espacio”
está caracterizado desde una alegoría: “ se vuelve preciso separar” Si se lo lee, se
entiende el significado, sin embargo, en la forma que están dispuestas las palabras en el
poema , acompañan a la significación; se separa simbólicamente el claroscuro que venía
“aconteciendo” juntos. En conclusión, retomo a la pregunta inicial: ¿Qué es preguntarle
a la imagen en tanto acontecimiento? Es dejando de “ser” en la situación.
Tomo otro poema de Lukin, el que tiene nombre de “¿Son restos de nuestra cena
debajo de la mesa?, se encuentra en la página 230, de su libro Las preguntas. Lo que
pone en marcha el poema es la tematización de la escritura de la imagen en la
experiencia de la situación.
Aquí, hay dos campos semánticos que se contraponen; el del “escribir”, y el “no
escribir”. En el segundo verso, dice: “¿o no he escuchado bien por la alegría?”. Aparece
el “yo” del acontecimiento en la medida en el que el “oír” no es el biológico, el de
percibir, sino el de “sentir” la alegría. Hay una fragmentación en la medida que lo
invisible irrumpe en la escucha “racional”. El “sentir “ocupa toda la escucha, el “decir”
se aleja en la medida que el “sujeto” deja de darle el valor de “validación” a aquello que
viene del orden de lo “lógico”. La escucha no le permite distinguir, sino que sitúa todo
en un mismo lugar, en la “inexistencia”. Lo escrito es insuficiente, no le basta al “yo”,
por eso se pregunta: “¿Qué hacer sino escribir? ¿darte la mano? /¿darte la mano y
escribir?” (p.230). Para el “sujeto” de la situación, la mano funciona como guía, como
instrumento para comunicar, sin embargo, en el poema, no habla de escribir para
hacerse entender, sino escribir para desentender lo entendido. Lo que no puede
escribirse en la escritura se manifiesta como un “escribir sin mano”. Escribir con otro
“cuerpo”, el de lo “no dicho”. El “yo” duda de lo que dice, no tiene un receptor, no “ve”
en términos de la luz de la razón; se dirige hacia la “nada”.
La comparación con lo animal instala una experiencia del cuerpo desde los
registros sensoriales. Esperar el viento es escuchar la señal. La figura del “animal” no
se representa como una especie que no razona, sino que se presenta en posesión de un
instinto que aguarda, que está inmerso en el “instante”.
El animal como centro de quietud y movimiento, a la vez, dejan al “yo” sin
posición, es decir, no progresa. Esperar no es estar preparado o saber qué sucederá. No
presenta futuro ni presente, es del orden del “instante”. ¿Dónde opera este “instante”?
En el reconocer. Sin embargo, no un reconocer relacionado a una identificación, sino
que es del orden de la experiencia del “punctum”; el “yo” queda fascinado por la
imagen, por el detalle. ¿Imagen de qué? Del devenir, que se presenta desde el
subjetivema “elegido”. El “yo” no “sabe” quién o qué viene, pero ve que algo viene y
que no puede salir de esa espera.
Por otro lado, la figura del “claro” se relaciona con el “ser” en la medida que el
vacío que habita deja de nacer. La metáfora de “ es un claro en el follaje” ordena al
amor como un “sitio de acontecimiento” en el que abre y se cierra ¿Qué es lo que tiene
ese movimiento? Ya no es la luz, es el silencio de la luz, que transita entre lo “dicho” y
el “querer decir”.
La “palabra”, en el poema, no es un signo, el “yo” es signo del vacío, es signo
de la palabra, no al revés. Si rastro la etimología de “palabra” significa “al margen de”.
Esta “palabra” no interviene ni interpreta, sino que se presenta como el “silencio” que
nombra, y que escucha. Que habla y que calla a la vez. Es en el “silencio” en el que el
“agua” se personaliza. Corre en la medida que no tiene una finalidad, no se escucha al
agua al correr en sentido de fluido natural, sino que se escucha “al” correr.
Moviéndose fuera del agua. El correr no está en el orden de lo empírico, sino que corre
en el “vacío”. La ausencia del “yo” cartesiano se palpa con el pronombre personal
“se”: “se oye el agua al correr”. La tercera persona pone en marcha una “singularidad”
en la medida que la escucha se escucha a sí misma.
El “yo” dice: “cuento el tiempo”, se representa como una multiplicidad que está
por el efecto de uno, es decir, el “yo” intenta aferrarse a la cronología pero no es
suficiente. El tiempo se vacía, en la medida que es incontable. Lo múltiple
inconsistente está sustraído de la presentación, pero incluido en ella y, por lo tanto,
interrumpe el sentido cartesiano. Por eso niega la afirmación a través de la figura
retórica: ¿Qué hago aquí? El “yo” no tiene posición, está capturado por el “instante”,
se presenta a través de “este”, “aquí”, “todavía”. Caracteriza la experiencia como
mudada, que puede significar, en el poema, un movimiento de lo “inexistente” en la
medida que sucede en la espera, es decir, la espera se presenta como muchos “unos”.
Estar a la espera es “ser” una raíz quemada, si lo vínculo con los versos anteriores. El
“yo” presenta una significación, en la medida que el “representar” del ultimo verso
está vaciado, es un “representar” sin objeto ni sujeto, sino que no deja de llegar, de
“venir” hacia el sujeto.
En conclusión, los poemas ponen en marcha un lenguaje que, si bien operan
desde el efecto de Uno, hay una multiplicidad que se presenta como pura presentación,
como emergencia, y esta es anterior a la estructura del múltiple administrado, regido por
la situación. Por fuera de una operación contable, hay “algo” del orden de lo incontable
que se fuga y que deja marcas en el poema. En consecuencia, en el aparecer el sujeto
cambia en la forma de relacionarse con sí mismo y con el mundo en tanto
representación. Por otro lado, la introducción del vacío, o del acontecimiento se
presenta, en estos poemas, desde la perdida, el amor o la muerte. Los “yoes” intentan
aferrarse a la predicación, pero se presenta una significación fuera del lenguaje que es
latente y que pone en marcha un tocar que no es del orden de lo “visible” o lo lógico.
Por otra parte, el poema se presenta como el lenguaje de los muertos, es decir, el
lenguaje que está ligado con una ruptura y que exigen una fidelidad con el
acontecimiento que interrumpe en la situación. La singularidad, de esa forma, emancipa
la “voz” del “yo”, en la manera que el sujeto desaparece. En otras palabras, el hablar de
los poemas establecen otro modo de “ser” , de exponerse, y en esa abertura, el enunciar
deja de ser suficiente.
Bibliografía:
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