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Arqueobotánica. Los usos de las plantas en la península Ibérica

Book · January 2008

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Ramon Buxó Raquel Piqué


Museu d'Arqueologia de Catalunya Autonomous University of Barcelona
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INTRODUCCIÓN

A inicios de la década de los ochenta del siglo XX se inició la andadura


de la arqueobotánica en la península Ibérica. Los diversos investigadores e
investigadoras que iniciaron sus líneas de trabajo en carpología y antracolo-
gía llevaron a cabo una labor pionera que después de más de dos décadas ha
dado generosos frutos. Los primeros trabajos académicos realizados por Ernes-
tina Badal, Elena Grau, Oliva Rodríguez, Paloma Uzquiano, Maite Ros y
Ramon Buxó sirvieron para dar a conocer la potencialidad de la arqueobotá-
nica e introducir en la Península estas disciplinas. Este camino no ha estado
exento de obstáculos, sobre todo derivados de la falta de equipos y de tradi-
ción en este tipo de estudios, lo cual llevó a que estos investigadores se for-
maran en el extranjero y que posteriormente se encontraran con dificultades
para organizar laboratorios y afianzarse profesionalmente. Sin embargo, el
tesón de esta primera generación ha sido fundamental para la organización
de la disciplina y es gracias a ésta, que ha sido referente para las generacio-
nes posteriores, que se ha consolidado esta línea de investigación. En este sen-
tido, la publicación en 1997 por R. Buxó del libro Arqueología de las plan-
tas, constituyó la primera síntesis sobre el inicio, desarrollo y gestión de los
recursos vegetales en la zona mediterránea de la península Ibérica.
Durante la década de los noventa y ya en el siglo XXI se han formado
nuevas generaciones de investigadores que han realizado avances significa-
tivos. Se han consolidado varios laboratorios y el personal investigador ha
ido integrándose cada vez más en las instituciones. Como consecuencia de
ello se ha generalizado en gran parte de la geografía peninsular la aplicación
de los estudios arqueobotánicos, a la vez que se han diversificado y
ampliado las líneas de investigación. El establecimiento paulatino de los estu-
dios sobre macrorrestos vegetales de yacimientos arqueológicos ha produci-
do con los años diversas tesis doctorales y un gran número de artículos e
informes sin publicar, con lo cual la cantidad y la calidad de los datos arqueo-
botánicos han aumentado significativamente.
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6 ARQUEOBOTÁNICA

Sin embargo, pese a que consideramos que el balance ha sido muy posi-
tivo, sobre todo si tenemos en cuenta que prácticamente se empezó de cero,
cabe remarcar que todavía queda mucho por recorrer. No podemos dejar de
señalar que siguen sin aplicarse de manera sistemática estos análisis, espe-
cialmente en las intervenciones de urgencia que son las más abundantes. Esto
quiere decir que cada año se destruyen numerosos restos arqueobotánicos, ya
sea por falta de recursos, desconocimiento o directamente falta de interés.
También es fácil observar como las lagunas existentes en la aplicación de
los estudios arqueobotánicos coinciden con aquellas comunidades autóno-
mas donde todavía no hay especialistas en arqueobotánica: en este sentido
la falta de laboratorios y de personal formado explica estos vacíos espacio-
temporales.
Pese a ello, contamos ya con una ingente cantidad de datos generada a
lo largo de más de dos décadas. Estos trabajos se encuentran muy dispersos
y por eso a menudo es difícil acceder a esta información. Por otra parte,
aunque para determinadas cronologías se han realizado algunas síntesis regio-
nales faltan todavía sinopsis a gran escala, necesarias para documentar las
recurrencias y divergencias en el registro y analizar las causas de las mismas.
También queremos señalar que los resultados de la investigación arqueobo-
tánica siguen estando muchas veces relegados en las interpretaciones de los
yacimientos arqueológicos y todavía más en las explicaciones sobre los pro-
cesos históricos que han generado esos restos. Sin duda, éstos son los retos
que hay que abordar en el futuro y lo que pretendemos en esta obra es des-
tacar la relevancia de esos datos y empezar así a sembrar de nuevo con la
esperanza de que las cosechas futuras sean todavía más provechosas.
El objetivo de este libro es sobre todo hacer un estado de la cuestión
de la investigación arqueobotánica en la península Ibérica. Queremos, en pri-
mer lugar, acotar lo que para nosotros comprende la arqueobotánica. Nues-
tro objeto de estudio lo constituyen los macrorrestos vegetales: semillas,
frutos, carbones y maderas. Nuestro interés en ellos deriva de que son resi-
duos de productos obtenidos mediante el trabajo; es decir, resultado de la
actividad humana. Si nos interesan estas plantas es porque fueron produci-
das y consumidas y, por lo tanto, informan sobre las estrategias socioeconó-
micas de las sociedades humanas. Si bien estas plantas pueden aportar otro
tipo de datos (paleoecológicos, paleoclimáticos), no es éste el objetivo que
debe tener la arqueobotánica, o por lo menos no el único.
Se puede argumentar que los macrorrestos vegetales no son los únicos
restos arqueobotánicos resultado de actividades productivas; estamos total-
mente de acuerdo con ello. En efecto, las actividades humanas también gene-
ran microrrestos vegetales y se han hecho notables esfuerzos para analizar
las actividades de producción y consumo de plantas a partir de ellos (princi-
palmente, polen y fitolitos). Con todo, los estudios polínicos y de fitolitos
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INTRODUCCIÓN 7

han tenido un desarrollo mayoritariamente orientado a responder cuestiones


paleoecológicas, mientras que las aplicaciones para el análisis de los proce-
sos de producción y consumo están todavía en una fase pionera, siendo a
escala peninsular todavía muy escasos y fragmentarios. Posiblemente esta
línea de trabajo aplicada al análisis de los residuos (contenidos, instrumen-
tos) en el futuro permitirá responder a nuevas preguntas: su potencial tan sólo
se ha empezado a explorar.
Queremos remarcar que el lector/a no va a encontrar ningún capítulo
donde se vaya a tratar la interpretación paleoecológica de los datos. Éste ha
sido, por lo menos en el caso de la madera carbonizada, uno de los aspectos
más habitualmente tratado. Existen numerosas publicaciones, tanto de casos
particulares como de síntesis regionales, en las que se puede ver la relevan-
cia y calidad de los datos para este tipo de interpretación. Creemos que un
compendio a escala peninsular debería ser objeto de un proyecto específico,
introduciendo variables que trasciendan los propios restos arqueobotánicos
y aplicando nuevas técnicas que permitan perfilar más y mejor la imagen de
los paleopaisajes. Esperamos que en el futuro se pueda dar un paso más en
esta línea y que sea objeto de un trabajo en profundidad.
Este libro se centra sobre todo en las estrategias de gestión de los recur-
sos vegetales, aspecto que se va a tratar a partir de los macrorrestos, resulta-
do del consumo de plantas para diversas finalidades. Hemos establecido unos
límites temporales y geográficos que, por la parte más antigua, vienen dados
por el propio registro arqueológico: no hay datos del Pleistoceno inferior y
Medio. Así, aun cuando nos hubiese gustado incidir en las estrategias de apro-
vechamiento de las plantas por parte de las especies humanas más antiguas
que habitaron en la península Ibérica, éstas no produjeron residuos macros-
cópicos más que en alguna ocasión muy contada y no exenta de controver-
sia sobre su significado. En lo que se refiere al límite reciente, nos hemos
detenido en el primer milenio ANE, excluyendo explícitamente la romani-
zación. Éste obedece a dos motivos. Por una parte, a partir de ese momento
disponemos de fuentes escritas contemporáneas, entre ellas tratados de agri-
cultura y arboricultura, así como historias naturales de interés etnobotánico.
Por otra parte, y como consecuencia, los estudios arqueobotánicos propia-
mente dichos son muy escasos, ya que la creencia generalizada es que en
los textos ya se encuentran los datos más relevantes. Sin embargo, los pocos
trabajos realizados muestran de nuevo un gran potencial, porque una cosa son
los tratados de agricultura, teóricos y generales, y otra muy diferente es la
práctica local de la agricultura o de la gestión forestal. Lo dicho también es
válido para los períodos mas recientes. Aunque no lo vamos a desarrollar
aquí, cabe señalar que la gestión histórica de los bosques peninsulares puede
ser abordada a partir del estudio de carboneras y niveles edáficos, líneas de
trabajo que se están empezando a desarrollar en la Península y que en otros
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8 ARQUEOBOTÁNICA

países han demostrado su gran potencial para comprender las prácticas eco-
nómicas y sus consecuencias sobre la vegetación.
En lo geográfico también hemos establecido unos límites. Así, hemos
considerado pertinente incluir toda la Península; pese a que nuestro trabajo
se ha centrado más en el área mediterránea, no se justifica excluir todo un
conjunto de datos que dan coherencia y permiten comprender mejor los pro-
cesos representados. Hemos incluido también las islas Baleares, ya que pre-
sentan unos procesos históricos y ambientales similares a los de la Penínsu-
la. Sin embargo, hemos dejado fuera las islas Canarias aunque en esa zona
insular se han llevado a cabo importantes trabajos en esta línea. La razón es
tanto de índole histórica, procesos históricos muy diferentes, como de la bio-
diversidad existente que nada tiene que ver con los de la Península.
Queremos comentar que, pese a que hemos querido dar una visión amplia,
ésta no pretende ser exhaustiva. Somos conscientes de que hemos dejado de
citar muchos trabajos, en algunas ocasiones debido a la dispersión de datos que
ya hemos comentado; éstos se encuentran en monografías, actas de congre-
sos, revistas generales o especializadas, muchas veces locales y con poca difu-
sión. También se debe señalar que la información que aquí se presenta puede
ser tan sólo la punta del iceberg de los datos que realmente tenemos; esto es
así porque mucho material queda sin publicar, en forma de informes científi-
cos y/o técnicos de acceso restringido. Aunque hemos intentado revisar la mayor
cantidad de datos posible, seguramente alguno ha quedado fuera de nuestro
alcance. En ocasiones, la omisión sí que es resultado de una decisión tomada
intencionalmente, muchas veces debido al pequeño tamaño de las muestras;
otras, a que se trataba de casos muy aislados cronológica o geográficamente y,
por lo tanto, difícil de integrar en una interpretación general.
También queremos apuntar la dificultad de llevar a cabo un trabajo de
síntesis en arqueobotánica. Son problemas añadidos la desconexión que muchas
veces se da entre los datos arqueobotánicos y los contextos arqueológicos,
así como las grandes diferencias entre muestras, tanto en lo que se refiere a
las estrategias de muestreo como a los métodos utilizados para su recogida.
Ello dificulta el análisis de las causas de la variabilidad. La riqueza taxonó-
mica es el resultado del tamaño de la muestra y de los tipos de contextos; por
lo tanto, éste es un factor a tener en cuenta cuando se llevan a cabo análisis
comparativos. Es una necesidad, pues, superar estas limitaciones e introducir
en las interpretaciones estas variables. Otro problema que hemos observado
es la diversidad de dataciones presentadas en los trabajos consultados; así, en
muchos casos se presentan fechas relativas e incluso dataciones sin calibrar
ya que así se encuentran en las publicaciones. Hemos optado por usar las data-
ciones tal como son utilizadas por los autores.
Finalmente comentaremos la estructura del libro. En el primer capítu-
lo se tratan los métodos y las técnicas utilizados en el análisis de los macro-
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INTRODUCCIÓN 9

rrestos vegetales. Esta parte tiene por objetivo introducir cómo se obtienen
los datos arqueobotánicos. Existen numerosos trabajos sobre métodos en
arqueobotánica y a ellos nos referiremos a lo largo del texto para aquellos
lectores/as que quieran profundizar aún más. Se trata aquí sólo de dar crite-
rios generales y comentar especificidades según los contextos.
La primera parte está constituida por tres capítulos sobre la economía
forestal. Se centrará en la gestión de los recursos forestales, entendidos en
sentido amplio, ya que los tipos de bosques ibéricos fueron y son muy varia-
dos. Las formaciones de matorral, maquias y bosques fueron gestionadas para
obtener todo tipo de bienes y en determinadas épocas históricas constituye-
ron la base económica, ya que de ellos se obtuvieron alimentos, materias pri-
mas para la producción de esos bienes, e incluso fue el medio donde se
cazaron recursos cinegéticos. En períodos más recientes el aprovechamien-
to de los recursos forestales complementó otras actividades productivas, como
la agricultura, aunque siguieron jugando un papel muy importante en la eco-
nomía. Cabe señalar que estos entornos han seguido siendo ampliamente apro-
vechados hasta nuestros días, muchas veces con tecnologías y procedimien-
tos que se remontan a prácticas milenarias.
En el capítulo dos se tratará la recolección de alimentos, tanto en socie-
dades cazadoras recolectoras como agrícolas. Esta práctica, aunque bien docu-
mentada etnográficamente, siempre se ha considerado poco importante. Ello
se debe, en parte, a que los trabajos de obtención y transformación de estos
recursos no implicaron procesos que permitiesen su conservación y, por lo
tanto, son poco visibles en el registro arqueológico. Se tratará a lo largo del
capítulo de revisar las evidencias de las plantas recolectadas en diferentes
momentos y el peso que éstas tuvieron en la subsistencia.
En el tercer capítulo se analizará el aprovechamiento de los recursos
leñosos para la producción de bienes. Se tratarán la producción de instru-
mentos y la utilización de la madera como material para la construcción. En
la península Ibérica la conservación de artefactos de madera es poco habi-
tual; ello ha llevado a que, cuando se recuperan, éstos no sean estudiados
más que desde una perspectiva formal; pocas veces se analizan las materias
primas y todavía menos la tecnología utilizada en su fabricación. Sin embar-
go, cada vez son más frecuentes los hallazgos de artefactos de madera, tanto
en niveles freáticos u otros contextos con condiciones de conservación excep-
cionales, como carbonizados en niveles de incendio o contextos funerarios.
Revisamos en este capítulo esos hallazgos y los datos que tenemos sobre las
materias primas utilizadas, cómo fueron fabricados y aprovechados.
En el cuarto capítulo trataremos el combustible vegetal. Ésta ha sido la
principal fuente de energía para las sociedades prehistóricas y todavía lo es
para muchas sociedades. La recolección del combustible vegetal ha sido, por
lo tanto, un trabajo que vemos reflejado en la mayoría de los yacimientos
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10 ARQUEOBOTÁNICA

arqueológicos desde que se generaliza el uso del fuego. Se revisa en este capí-
tulo qué tipos de combustibles se utilizaron y cuáles fueron las tendencias
en la gestión forestal para la obtención de este recurso.
En la segunda parte se presentarán dos capítulos sobre la agricultura y
los sistemas agrícolas. La caracterización de la agricultura del pasado se expli-
ca desde un enfoque amplio, con los datos que aportan las evidencias arqueo-
botánicas recogidas en sucesivos períodos de la península Ibérica, hasta lle-
gar a una aproximación a los sistemas agrícolas, especificando los cultivos,
el utillaje, el almacenaje y la transformación de los productos vegetales.
Tratar la influencia de las actividades humanas en la evolución de la agricul-
tura llevará también a explicar su repercusión en el desarrollo de sus propias
sociedades. La relación entre el utillaje y los sistemas de cultivo o entre los
restos arqueobotánicos y el procesado de las cosechas constituyen las prin-
cipales aportaciones para trazar algunos de los aspectos de las prácticas agra-
rias que tuvieron lugar durante la Prehistoria.
El capítulo cinco se centrará en las plantas cultivadas. Los restos de ori-
gen vegetal que nos llegan en la investigación arqueológica para el estudio
de la agricultura se componen principalmente de semillas y frutos. Estos res-
tos vegetales proceden de la selección que las comunidades humanas reali-
zaron para diferentes fines: obtención de alimento para su propio consumo,
usos comerciales, alimentación de los animales domésticos… y revelan ade-
más el marco donde crecían y se reproducían. Se revisarán en este capítulo
los hallazgos y los datos más relevantes de la península Ibérica y las princi-
pales variaciones que se han producido a lo largo del tiempo en la explota-
ción de las plantas de las sociedades prehistóricas.
El capítulo seis versará sobre los sistemas agrarios. El número de tes-
timonios directos, entre los restos de productos cultivados y de útiles agrí-
colas, relacionados con la agricultura, constata la dependencia de las socie-
dades antiguas con la explotación de los recursos vegetales. Cuestiones tales
como las técnicas y los ritmos agrícolas del pasado, las formas y los meca-
nismos de gestión de los recursos vegetales y los principales cambios en las
prácticas agrícolas serán analizadas en profundidad.
Con esta revisión pretendemos, por lo tanto, ofrecer un panorama sobre
la gestión de los recursos vegetales y sugerir preguntas que puedan ser abor-
dadas a partir de estos estudios.
El hecho de que este libro vea la luz en esta colección es para nosotros
un honor y al mismo tiempo un gran placer. Queremos expresar nuestro reco-
nocimiento a las personas que nos han prestado su ayuda, sea la que sea la
aportación. Nuestro especial agradecimiento es para Natàlia Alonso, Ferran
Antolín, Marian Berihuete, Laura Caruso, Carmen Mensua, Leonor Peña-
Chocaro, Guillem Pérez Jordà, Oliva Rodríguez-Ariza, Núria Rovira, Lydia
Zapata y a Josep Tarrús.
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CAPÍTULO 1

MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA

Los macrorrestos vegetales más frecuentes en los yacimientos arqueo-


lógicos son las maderas y los carporrestos, formados estos últimos principal-
mente de semillas y frutos. Sin embargo, otras partes de las plantas (como
tallos, raíces, hojas, cortezas, bulbos o rizomas) pueden también conservar-
se y documentarse. En los medios secos de las zonas templadas del planeta
el principal agente responsable de la conservación de los macrorrestos es la
carbonización. Ésta se produce durante la exposición de los diversos produc-
tos vegetales a la acción del fuego y tiene como consecuencia la transforma-
ción de los elementos orgánicos en carbono amorfo. Este modo de conser-
vación se vincula a todo tipo de fenómenos y actividades antrópicas en las
que el fuego participa, ya sea de forma deliberada durante la utilización de
combustible en hornos y hogares o la torrefacción del grano, o fortuita a causa
de incendios y/o de accidentes culinarios. Existe un segundo modo de con-
servación, la mineralización, que consiste en la sustitución de los elementos
orgánicos por sustancias minerales. Éste se produce generalmente en medios
con una gran concentración de materia orgánica y una circulación irregular
de agua cargada de sales minerales (por ejemplo, en fosas o letrinas urbanas);
es un proceso de conservación frecuente sobre todo en el caso de los carpo-
rrestos. Finalmente, también se pueden documentar macrorrestos vegetales
embebidos de agua en medios húmedos o momificados en medios áridos,
pero en la península Ibérica no son tan frecuentes como las dos primeras for-
mas de conservación mencionadas.
A lo largo de la historia, los grupos humanos han utilizado todo tipo
de recursos vegetales, ya sea recolectándolos en las formaciones vegetales o
cultivándolos en los terrenos preparados para este fin (figura 1). En cualquie-
ra de los dos casos su uso está relacionado con la satisfacción de necesida-
des básicas como la alimentación, obtención de luz y calor o la producción
de bienes. Con estas finalidades y mediante diversos procesos de trabajo se
obtuvieron leña, madera, frutos, semillas y, en general, plantas que fueron
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12 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 1. Formación, metodología e interpretación de los restos arqueobotánicos.

transportadas y/o transformadas para su consumo. De esta manera, y según


los procesos implicados en la obtención, procesado y consumo de las plan-
tas, los restos arqueobotánicos pueden quedar sedimentadas de dos formas:
a) asociados directamente a estructuras arqueológicas relacionadas con la pro-
ducción o con la gestión de los residuos; b) dispersos en los sedimentos.
La comprensión de los procesos de formación de los contextos arqueo-
lógicos donde se pueden recuperar restos arqueobotánicos es fundamental
tanto para implementar estrategias de muestreo adecuadas para su recupera-
ción como para entender su significado. Dado que los macrorrestos vegeta-
les se recogen durante el proceso de excavación y que el contexto arqueoló-
gico donde se hallan es de capital importancia para la posterior interpretación
de los datos arqueobotánicos, es necesario establecer estrategias de recogida
de muestras que permitan obtener datos representativos sobre la población
de macrorrestos vegetales presentes en el yacimiento. El objetivo del mues-
treo no debe ser sólo documentar la diversidad de plantas consumidas; debe-
mos plantearnos que éstas nos han de informar sobre su valor económico, sobre
los procesos de trabajo implicados en su obtención y transformación, sobre las
modalidades de consumo y, en definitiva, sobre las sociedades que las utili-
zaron. Por ello, tan sólo mediante la aplicación de métodos de recogida de
muestras sistemáticos durante las excavaciones arqueológicas estaremos en
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 13

condiciones de acercarnos a las relaciones entre las sociedades humanas y


las plantas.
En las zonas templadas, donde se alternan períodos húmedos y secos,
la materia orgánica se degrada fácilmente. En estos medios, a los que deno-
minamos secos, la preservación de la materia orgánica sólo es posible cuan-
do se produce la carbonización, que puede ser el resultado de diferentes
actividades (habitacionales, funerarios…). Éstas son las condiciones de con-
servación más habituales en la península Ibérica y se dan en diversos tipos
de yacimientos: cuevas, yacimientos al aire libre, yacimientos urbanos, etc.
Los restos arqueobotánicos se acumulan en los yacimientos arqueoló-
gicos como resultado de los procesos de trabajo llevados a cabo en ellos,
por este motivo es necesario, en primer lugar, reflexionar sobre cómo éstos
determinan la distribución de los restos (figura 2).
Las semillas y frutos forman parte, en la mayoría de los casos, de los
desechos alimentarios y generalmente se relacionan con la actividad domés-
tica. En el caso de los carbones, generalmente son residuos del consumo de
leña para diversas finalidades, ya sea en el ámbito de la vida cotidiana,
artesanal o ritual. Por esta razón, la recogida de muestras estará dirigida prin-
cipalmente a las áreas relacionadas con las actividades de procesado de los
alimentos o de consumo de leña. Por ello, son prioritarios los espacios aso-
ciados a los hogares y hornos (principalmente en los alrededores de las estruc-
turas de combustión). Otro de los procesos de trabajo que determinan la dis-
tribución de los restos son las actividades relacionadas con el mantenimiento
y limpieza de los espacios, que a menudo implican la deposición de los resi-
duos en determinados sectores; es por ello que se deberán recoger muestras
en las áreas susceptibles de acumular desechos en los niveles de ocupación
(agujeros de poste, limpiezas de hogares o de hornos, rincones de estructu-
ras, rellenos de fosas, basurales). Por otra parte, dado que muchas veces
durante la excavación las áreas de actividad no son reconocibles, es perti-
nente recoger muestras dispersas en los niveles de ocupación, no asociados
a estructuras de un tipo particular. Esta clase de muestras puede ayudar a
identificar a posteriori áreas de actividad o a plantear hipótesis sobre la
función de los espacios.
Debemos considerar, por lo tanto, dos etapas en el diseño de la estrate-
gia de muestreo:

1. En primer lugar, la definición de los criterios de selección de las áreas


o de las unidades arqueológicas que tienen más posibilidades de contar con
la presencia de semillas o carbones.
2. En segundo lugar, el rigor durante el muestreo en la unidad, nivel o
estrato que se juzgue propicio para la recogida de muestras, ya que el sesgo
en la recogida repercutirá en los resultados.
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FIGURA 2. Vías de recuperación de una muestra de macrorrestos vegetales procedentes de una excavación arqueológica (según Badal et
al., 2003).
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 15

La experiencia de la aplicación de los diferentes métodos de recogida


de muestras, puestos a prueba en varios yacimientos, ha demostrado que tie-
nen una incidencia directa sobre los resultados del análisis. Por ello para
implementar estrategias de muestreo hay que tener en cuenta las peculiarida-
des de los yacimientos, el tipo de sociedad que ocupó esos espacios, la cro-
nología, etc. La larga experiencia de trabajo ha permitido plantear propues-
tas específicas para diferentes tipos de contexto, que pueden servir de guía
durante el trabajo de campo (Buxó y Piqué, 2003), aunque insistimos en que
las estrategias deben adaptarse a las particularidades de los yacimientos y a
los objetivos de la investigación.

Cuevas o abrigos

En estos contextos, carbones y semillas suelen aparecer carbonizados.


Sin embargo, también se dan circunstancias excepcionales de sequedad o
extrema humedad que permiten la conservación de materias vegetales. Las
problemáticas concretas del muestreo en cuevas han sido objeto de una publi-
cación reciente (Badal et al., 2003). Apuntamos aquí tan sólo algunos de los
aspectos a tener en cuenta.
Los macrorrestos se depositan siguiendo los mismos procesos deposicio-
nales y posdeposicionales que el resto del material arqueológico. Carbones y
semillas pueden aparecer dispersos en los sedimentos o asociados a estructu-
ras; su interpretación deberá tener en cuenta la procedencia, ya que los proce-
sos de formación de estos conjuntos suelen ser diferentes. Se considera que los
restos dispersos se acumulan durante períodos de tiempo mayores que los aso-
ciados a estructuras; estos últimos generalmente responden a usos puntuales.
Por ello, el muestreo debe centrarse en ambos tipos de contextos y ha de tener
en cuenta la diversidad espacial y temporal. En caso de que no pueda ser pro-
cesada la totalidad de la muestra, por lo menos se debe recoger un volumen de
sedimento significativo tanto en estructuras como en niveles sedimentarios.
Hay que considerar que, al menos en el caso de los macrorrestos car-
bonizados, la mayoría de los restos son resultado de acciones vinculadas a
la actividad humana y por lo tanto han sido aportados intencionadamente a
las cuevas. Dada la diversidad de usos que han tenido las cavidades a lo largo
de la historia, es posible que en muchas ocasiones las ocupaciones más recien-
tes hayan supuesto la remoción de las ocupaciones anteriores. Esto es espe-
cialmente grave cuando se documenta la presencia de sepulturas, silos o fosas
de almacenaje. Por otra parte, muchas de las ocupaciones en cueva tienen
un carácter temporal, vinculadas a paradas de caza o pastoreo. Todo ello deter-
minará la composición de los restos y por lo tanto deberá ser tenido en cuen-
ta tanto durante el muestreo como en la interpretación de los resultados.
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16 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Yacimientos al aire libre

En yacimientos al aire libre que se encuentran en un medio seco el prin-


cipal agente responsable de la conservación de los macrorrestos es la carbo-
nización. Ésta es el resultado del uso del fuego para diversos fines: procesar
alimentos, transformar materias primas, eliminar residuos o producir luz y
calor.
Los yacimientos al aire libre son de características y envergadura muy
diversas, ello determinará la presencia de restos de plantas. Los yacimientos
más propicios para la recuperación de macrorrestos arqueobotánicos son los
asentamientos, ya que en ellos se documentan actividades de procesado y
consumo de plantas, aunque también prácticas funerarias como la incinera-
ción pueden favorecer la conservación de restos de plantas.
Una evaluación de las estrategias de recuperación y muestreo en este
tipo de yacimientos la encontramos en Alonso et al. (2003). En el caso de
yacimientos donde la actividad humana es el principal agente geoformador,
lo más significativo es la diversidad de unidades estratigráficas y de los pro-
cesos de formación de los conjuntos. Dado que entre estos podemos tener
restos de construcciones, estructuras negativas, espacios abiertos y, en gene-
ral, estructuras con procesos de formación muy diversos, el muestreo nece-
sariamente ha de contemplar una buena representación espacial y tempo-
ral. Por otra parte, el tamaño de algunos de estos yacimientos hace
especialmente necesario aplicar estrategias de muestreo. Hay que señalar
la importancia de identificar en el mismo yacimiento los procesos de for-
mación de las unidades estratigráficas (niveles de derrumbe, arrastre, etc.)
y el posible uso de las plantas (construcción, alimentación, combustible).
Sin estas observaciones sobre el terreno no se puede entender la diversi-
dad en los resultados.

Núcleos urbanos

Las intervenciones arqueológicas en entornos urbanos son cada vez más


habituales. Su importancia ha ido de la mano de la expansión urbanística de
las últimas décadas; sin embargo, los estudios arqueobotánicos llevados a
cabo en estos contextos son escasos. En ellos la carbonización suele ser el
principal agente causante de la conservación de los restos. Grau Almero et
al. (2003) revisan las particularidades y problemáticas concretas que debe
afrontar la recuperación de restos arqueobotánicos en dichos contextos. Así,
señalan que, como consecuencia de una ocupación prolongada en el tiempo,
la estratigrafía urbana suele estar formada por una sucesión de ocupaciones
continuadas o intercaladas con períodos de abandono, formando una estrati-
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 17

grafía compleja en la que las estructuras más modernas suelen afectar de


manera importante a las más antiguas. Estas estratigrafías suelen abarcar
desde el período romano hasta la actualidad, aunque muchas veces compren-
den también estratos prerromanos. Otra característica significativa es que el
carácter urbano de estos asentamientos suele originar importantes volúme-
nes de desechos, muchas veces depositados en las mismas habitaciones o cer-
canos a áreas artesanales, lo que constituye una destacada fuente de informa-
ción para los estudios arqueobotánicos.
Grau Almero et al. (2003) sugieren diferenciar entre dos tipos de con-
textos. Por un lado, aquéllos en los que se produce una acumulación de dife-
rentes elementos que no pueden ser discriminados individualmente: rellenos
de canales, pozos, fosas, áreas artesanales, niveles de ocupación. Por otro
lado, aquellos casos en los que la conservación del material permite una indi-
vidualización de elementos constructivos o componentes de instrumentos:
niveles de incendio, derrumbes.

Yacimientos dolménicos

La problemática del muestreo arqueobotánico en los yacimientos dol-


ménicos ha sido tratada por Zapata y Figueiral (2003). Estas autoras hacen
mención del largo período de uso de estas estructuras funerarias y de la difí-
cil interpretación de los restos arqueobotánicos dispersos en los sedimen-
tos. Esto es debido a la dificultad de establecer su procedencia y a las alte-
raciones ya desde época prehistórica, intrusiones y exploraciones modernas.
Pese a ello cabe señalar la posibilidad de recuperar restos leñosos proce-
dentes de la estructura constructiva y que, por lo tanto, ofrecen informa-
ción sobre el uso de la madera en estos monumentos. Los restos asociados
a las estructuras pueden proporcionar datos sobre aspectos relacionados con
los rituales llevados a cabo, mientras que los restos dispersos, con las reser-
vas mencionadas respecto a su procedencia y cronología, lo harían sobre el
paisaje y la subsistencia de los grupos humanos relacionados con este tipo
de yacimientos.

Medios húmedos

Como hemos señalado, en la mayoría de contextos arqueológicos de


las zonas templadas la preservación de macrorrestos vegetales sólo se pro-
duce debido a la carbonización. Sin embargo, en medios saturados de agua,
donde existe poca oxigenación, la acción de bacterias y hongos queda inhi-
bida, dando lugar a una óptima preservación de las materias vegetales. Son
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18 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

diversos los contextos donde se pueden manifestar estas condiciones favo-


rables, entre los más habituales tenemos zonas lacustres, turberas, niveles
freáticos y niveles arcillosos permanentemente húmedos en algunas cue-
vas. Por ello pueden encontrarse materiales sin carbonizar en cualquiera de
los contextos antes mencionados: cuevas, yacimientos al aire libre o núcleos
urbanos.
Una de las principales características de estos contextos es la excepcio-
nal conservación de restos leñosos no carbonizados, lo que implica una alta
probabilidad de recuperar artefactos de madera. Éstos pueden corresponder a
diferentes estadios del trabajo de la madera, por lo que podemos tener repre-
sentados en el conjunto materias primas aportadas al asentamiento, materias
primas transformadas (listones, troncos desbastados), desechos del proceso de
fabricación (astillas, virutas) y productos (instrumentos, bienes consumibles,
componentes de instrumentos). También puede haber maderas que se hayan
incorporado en los asentamientos por otros factores: ya sea porque se encon-
traban en el lugar donde se asentó la población, o porque cayeron durante su
período de funcionamiento o con posterioridad. Por lo tanto, hay que tener
en cuenta los procesos de formación de estos conjuntos para alcanzar una
buena comprensión de su significado.
La conservación de troncos y ramaje utilizados en la construcción de
los poblados abre una dimensión de investigación amplia, ya que permite la
aplicación de métodos dendrocronológicos, tanto para resolver cuestiones
relativas a la dinámica de ocupación gracias a la datación cruzada (fases de
construcción de los poblados), como para intentar la datación absoluta del
yacimiento, aunque ello sólo es posible cuando existen secuencias dendro-
cronológicas de referencia. Con su aplicación se pueden también abordar
aspectos relacionados con la gestión forestal y las condiciones ambientales
existentes durante el período de ocupación o uso del depósito. Los estudios
llevados a cabo en yacimientos palafíticos del centro de Europa han revela-
do el potencial informativo de la aplicación de este tipo de análisis (Billam-
boz, 1992; Gassman et al., 2006; Schweingruber, 1996).
Del mismo modo, en los yacimientos que reúnen estas condiciones, se
pueden conservar las semillas, los frutos (secos o carnosos) y los distintos
elementos que forman parte de ellos: los pedúnculos, las espigas, las hor-
quillas de espiguillas, los segmentos de raquis, las glumas… así como las
raíces, los bulbos o las hojas. El aumento cualitativo y cuantitativo de los
macrorrestos vegetales que pueden recuperarse bajo estas condiciones de con-
servación, facilita que a partir de los conocimientos ecológicos y fitosocio-
lógicos actuales sea posible reconstituir los diferentes grupos florísticos de
un período. Desde esta perspectiva, las características de los macrorrestos
vegetales hallados en yacimientos arqueológicos situados en medios satura-
dos en agua permitirán a la paleocarpología reconstruir, de manera comple-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 19

MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 19

mentaria a la palinología y a la antracología, la evolución de los medios vege-


tales y las prácticas tradicionales de los cultivos.
Aunque pueden aplicarse estrategias de muestreo según los criterios
anteriormente comentados, la excepcionalidad y el excelente grado de pre-
servación de los restos hacen recomendable una recogida lo más exhaustiva
posible (Buxó et al., 2003). Los yacimientos arqueológicos con condiciones
de conservación anaeróbicas exigen, asimismo, un tratamiento específico para
evitar que los macrorrestos vegetales sufran daños. Debe evitarse el secado
de los restos, por ello es conveniente mantenerlos en unas condiciones simi-
lares a aquellas en las que se preservaron; es decir, saturados de agua. Para
mantener los restos en buenas condiciones es recomendable su conserva-
ción en frío y la aplicación de un fungicida que retarde la degradación.

La recogida de muestras

La puesta a punto de una estrategia de recogida de muestras orgánicas


en los yacimientos arqueológicos ha sido tratada por varios autores, lo que
facilita una buena base de reflexión para adaptarla a las peculiaridades de
cada contexto (Van der Veen y Fieller, 1982; Pearsall, 1989; Buxó, 1997;
Jones, 1991; Alonso, 1999; Alonso et al., 2003; Badal et al., 2003; Buxó y
Piqué, 2003; Grau Ahuero et al., 2003; Zapata Peña y Figueiral, 2003). Los
numerosos trabajos realizados sobre la recogida de muestras y la represen-
tatividad de los diversos métodos existentes ofrecen un amplio abanico de
posibilidades que permiten abordar las problemáticas particulares de los con-
textos arqueológicos. La adecuación de las estrategias de muestreo y mayor
eficiencia de las técnicas en el tratamiento de las muestras han repercutido
positivamente en la interpretación de los macrorrestos vegetales.
El punto de partida es la imposibilidad, en muchas ocasiones, de pro-
cesar la totalidad del volumen de sedimento de un yacimiento, de ahí que la
utilización del muestreo sea casi obligada en todas las etapas de la investi-
gación: desde el campo hasta el laboratorio. La elección del tipo de recogi-
da de muestras debería ser acorde con la estrategia global de la excavación
y los objetivos de la investigación. Éste debería tener en cuenta, como hemos
señalado, la diversidad temporal y espacial de los estratos. Cuanto más diver-
sa sea la procedencia de los restos mejor será nuestra comprensión sobre la
realidad estudiada. La heterogeneidad u homogeneidad de la composición
taxonómica de los estratos puede ayudar a interpretar las estrategias de apro-
vechamiento de los recursos vegetales, a la vez que arrojar luz sobre los
procesos de formación de los mismos.
Entre las estrategias de muestreo podemos diferenciar aquéllas que se
basan en la teoría de la probabilidad de las no probabilísticas. Entre las pri-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 20

20 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

meras tenemos las aleatorias, simples o estratificadas, y las sistemáticas. Entre


las segundas la más habitual es la dirigida a determinados contextos. Entre la
muestra puntual, que consiste en recoger los restos visibles en el curso de
la excavación, y la muestra exhaustiva de la totalidad de sedimento, que recu-
pera todo el sedimento de un nivel o estrato, existen diversas alternativas
que pueden resolver las necesidades concretas del yacimiento (Wagner, 1988;
Pearsall, 1989; Jones, 1991):

— La muestra en columna estratigráfica se utiliza sobre una secuencia


estratigráfica o en conjuntos arqueológicos definidos como pueden ser un depó-
sito de desechos, una fosa, etc. Parte de la consideración de que los restos se
distribuyen homogéneamente en el espacio y que, por lo tanto, cualquier punto
muestreado es representativo de la población real. Sin embargo, dado que éstos
generalmente se distribuyen de manera heterogénea, en función de los procesos
de trabajo y la gestión de los residuos, si la recogida de muestras se limita a
este punto, los resultados pueden presentar sesgos importantes.
— La muestra dirigida o determinada supone conocer de forma previa
la población que va a ser reunida. Esta forma de recogida de muestras es una
estrategia muy eficaz cuando el conjunto de restos y sus pautas de distribu-
ción son bien conocidos. Se puede aplicar en las áreas de almacenamiento, el
interior de vasos rellenos de semillas, las áreas de combustión, etc. Restringir
la recogida a estos contextos puede suponer también un sesgo, ya que muchas
áreas de actividad no son visibles o reconocibles durante la excavación y, sin
embargo, pueden ser interpretadas a partir de la distribución de los restos.
— Las diversas modalidades de muestreo probabilísticas parten de la
consideración de que cada muestra refleja correctamente la población de res-
tos vegetales, por lo que el efectivo total puede ser calculado estadísticamen-
te. Un ejemplo de esta estrategia es el muestreo del 10% del sedimento total
para cada unidad arqueológica excavada. Una alternativa es la recogida de
un volumen constante por unidad o estrato: es independiente del volumen
total de cada unidad o estrato, pero no tiene en cuenta los diversos contextos
ni la mayor riqueza de algunos de ellos. Otra opción es tomar la muestra en
intervalos, ésta se basa en el supuesto de que la población se distribuye de
manera uniforme en el sedimento. Por último, la muestra estimativa permi-
te calibrar la riqueza de información de un nivel, estrato o unidad estratigrá-
fica mediante la recogida de un volumen constante en cada uno de ellos.

Lo más recomendable es evitar el sesgo personal, implícito en la recogi-


da puntual o fortuita, y por lo tanto utilizar los métodos probabilísticos. Sin
embargo, en ciertos contextos puede ser recomendable una recogida exhausti-
va del sedimento, especialmente en aquéllos que tienen una función definida
(hogares, basurales, agujeros de poste) o son ricos en materia orgánica. Dado
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 21

que no todos los tipos de muestreo tienen el mismo grado de fiabilidad, es reco-
mendable la combinación de dos o más métodos. Una de las estrategias más
idóneas es la recogida sistemática de un volumen constante de sedimento para
cada estrato, lo que permite estimar la riqueza de los estratos y aumentar o no
el volumen de sedimentos procesados según el resultado obtenido (Buxó, 1997;
Alonso, 1999, Alonso et al., 2003). El tratamiento de un volumen constante
para cada estrato permite comparar los contextos eliminando el muestreo como
factor de variabilidad, a la vez que obtener una buena representación de la diver-
sidad de contextos. No obstante, puede no reflejar la realidad de cada mues-
tra; por ello la valoración de los resultados mediante un test permite actuar
según sus características (Buxó, 1997). Esta estrategia puede combinarse con
una recogida más intensiva de sedimentos, la totalidad o una cantidad repre-
sentativa, de contextos puntuales que por sus características permitan resolver
cuestiones sobre su funcionalidad o las estrategias económicas; entre ellas pode-
mos destacar áreas de combustión, estructuras de almacenaje, áreas de proce-
sado de plantas, urnas cinerarias, estratos de incendio, etc.
Una de las cuestiones más problemáticas es decidir el volumen de sedi-
mento que debe ser procesado para obtener una muestra significativa. Para
ello se puede realizar un test estimativo de la riqueza. Una propuesta consis-
te en procesar entre 10-20 litros de sedimento para determinar si hay presen-
cia de macrorrestos. En caso de que no se detecten, se estima que la muestra
es nula; si los hay, pero en poca cantidad, se considera que el test es negati-
vo; mientras que si la presencia es elevada es positivo y se puede optar por
aumentar la cantidad de sedimentos a procesar. Este test puede ser aplicado
tanto en el muestreo sistemático como en el asistemático. Además, se consi-
dera que para estratos ricos en materia orgánica, estructuras, etc. conviene
recoger la totalidad de sedimentos o de un mínimo de 100 litros.
Por otra parte, también el propio método de recogida de sedimentos
puede variar según cómo se presenten los restos arqueobotánicos en los estra-
tos. Así, en caso de que estén diseminados, el sedimento se recoge también
de manera dispersa por todo el estrato, intentando homogeneizar la muestra.
Cuando se pueden ver concentraciones de materia orgánica carbonizada, ésta
se individualiza en el campo, ya que puede obedecer a una única deposición
(rama disgregada, semillas de un único fruto, etc); también los ítems de
gran tamaño pueden ser recogidos directamente durante la excavación.

El tratamiento de las muestras para la recuperación


de macrorrestos vegetales

Una vez seleccionado el tipo de muestreo queda por resolver cómo


extraer los macrorrestos vegetales de los sedimentos. Existen diferentes méto-
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22 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

dos que, si bien algunos son más idóneos que otros, pueden ser utilizados de
manera complementaria. Son diversos los trabajos que recogen las ventajas
e inconvenientes de utilizar uno u otro método (Marinval, 1988; Wagner, 1988;
Buxó, 1990, 1997; Alonso, 1999; Piqué, 1999a).
El método más antiguo y más comúnmente empleado es la recupera-
ción a mano durante la excavación de los restos más visibles. Este método
es inadecuado cuando es el único que se aplica, ya que supone un fuerte sesgo
hacia los restos de gran tamaño o concentraciones. Hay que recordar que la
mayoría de los macrorrestos son poco visibles durante la excavación, ya sea
por su tamaño o por la suciedad adherida. Sin embargo, su aplicación puede
ser aconsejable para recuperar restos que por su fragilidad no soportarían un
tratamiento más mecanizado. Así, se puede utilizar en niveles de incendio
para delimitar restos de artefactos carbonizados, y en general para individua-
lizar ítems de gran tamaño, que en caso de fracturarse durante la criba o flo-
tación se incrementarían y podrían distorsionar los resultados.
El tamizado en seco de los sedimentos plantea también problemas, ya
que la fricción de los elementos con los restos arqueobotánicos puede favo-
recer la fragmentación y la destrucción de los mismos. Además, la dificul-
tad de deshacer los agregados de partículas sedimentarias comporta a menu-
do que los restos pequeños sean difíciles de ver. Sin embargo, en medios
áridos, donde los macrorrestos vegetales se conservan deshidratados, el tra-
tamiento en seco es el más adecuado, ya que en este caso el uso de agua
provocaría la destrucción de los restos. A continuación la selección de los
residuos debe hacerse en el laboratorio. El principal inconveniente es la len-
titud del proceso y la dificultad, por este motivo, de tratar grandes cantida-
des de sedimentos.
El procesado de sedimento con agua es el método más adecuado para
la recuperación de macrorrestos vegetales. Existen diversas modalidades. Una
de ellas es el cribado con agua en columna de tamices: dado que los restos
sólo se separan por su tamaño, después hay que invertir una cantidad de tiem-
po considerable en la recuperación de los macrorrestos vegetales en cada frac-
ción. Este método puede utilizarse en la recuperación de muestras saturadas
de agua o cuando hay que procesar cantidades pequeñas de sedimentos.
Una alternativa a la criba con agua es la flotación, ya sea manual o asis-
tida por una máquina. En ambos casos el objetivo es separar los restos por
densidades. El agua ayuda a disgregar el sedimento, las partículas pesadas se
depositan en el fondo, mientras que el material carbonizado, al ser menos
denso que el agua, flota fácilmente y puede ser recuperado, ya sea median-
te decantación o recogiendo el material que flota en la superficie. Cuando se
utiliza una máquina de flotación, generalmente está provista de un sistema
de remoción de aire que ayuda a la disgregación del sedimento. El agua sobran-
te y los macrorrestos vegetales (la fracción ligera) se decantan en una colum-
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 23

na de tamices de diferentes luces de malla que facilita la posterior separa-


ción. La fracción pesada queda en el interior de la cuba, generalmente con-
tenida en un tamiz interior.
Independientemente del método que se utilice para recuperar los macro-
rrestos, hay que tener en cuenta que el éxito en el proceso dependerá del tama-
ño de la luz de malla de los tamices. Se ha demostrado que ésta es una fuen-
te de distorsión importante, ya que muchas semillas, por su tamaño, sólo
pueden ser recuperadas en mallas muy finas. Por ello se recomienda la utili-
zación de columnas de cedazos de diferentes tamaños; los más adecuados
son los de 5, 2, 1, 0,5 y, excepcionalmente, 0,25 mm de luz de malla. En cada
una de estas mallas tenemos posibilidades de recuperar diferentes especies,
ya que el tamaño de las semillas y frutas es muy variable. Por otra parte, los
carbones se recogen principalmente en las más grandes (5 y 2 mm), ya que
por debajo de este tamaño su determinación es muy incierta.
Las muestras tratadas con agua deben dejarse secar a temperatura
ambiente para evitar que la deshidratación brusca pueda fracturarlas. Por lo
demás, conviene para cada muestra anotar el volumen de sedimento proce-
sado, su procedencia, etc.

La determinación de los restos

Las diferencias de naturaleza, morfología y dimensiones de estos res-


tos implican la aplicación de métodos y técnicas específicos para cada tipo
de resto. En cualquier caso, es la comparación de rasgos morfológicos y
biométricos con colecciones de referencia de plantas actuales la que permi-
te la determinación de los taxones presentes en los conjuntos.
En el caso de maderas y carbones, la determinación de los restos parte
del estudio de la estructura anatómica del leño. La disposición, tamaño y den-
sidad de los elementos anatómicos en los anillos de crecimiento puede verse
en el plano transversal de la madera, mientras que la estructura de estos ele-
mentos anatómicos puede ser observada en los planos longitudinales radial
y tangencial. Los criterios para la determinación de las especies son los habi-
tuales en anatomía de la madera y han sido objeto de numerosas publicacio-
nes. Existen atlas específicos sobre la anatomía de la flora europea y otras
áreas geográficas distintas, así como de la mayoría de las maderas comer-
ciales; más escasos son los estudios de arbustos y matas (IAWA Committee,
1989, 2004; Schweingruber, 1978, 1990). También recientemente están pros-
perando las publicaciones digitales (Richter y Dallwitz, 2000; Schoch et al.,
2004), que proporcionan un espectro de taxones muy amplio.
La mayoría de los rasgos anatómicos sobreviven a la carbonización, a
la deshidratación, la inmersión en agua e incluso la fosilización. Por ello estos
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24 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

criterios de determinación pueden aplicarse a todo tipo de muestras. Sin embar-


go, cabe señalar que la carbonización y la deshidratación producen un enco-
gimiento del tamaño, lo que impide la utilización de los caracteres biométri-
cos. Tampoco se conservan los rasgos que permiten identificar la madera
fresca, como el olor, color, peso específico, etc. Otras deformaciones, debi-
das a la presión del sedimento, raíces, etc., pueden afectar a muestras húme-
das. Su tamaño también es un factor importante en la determinación. Debe-
mos tener presente que para observar el carbón o la madera anatómicamente
es necesario obtener previamente muestras de los tres planos anatómicos.
Normalmente, se considera que a partir de 2-3 mm de superficie ya pue-
den ser determinables; las muestras deben tener un tamaño suficientemente
grande como para permitir la observación de todos los rasgos anatómicos dis-
criminantes para una especie, género o familia.
En la bibliografía especializada se describen diversas técnicas para la
preparación de muestras de carbón y madera y su observación al microsco-
pio. Éstas van desde la impregnación de los carbones con resinas para obte-
ner láminas delgadas hasta la observación directa de los carbones al micros-
copio de luz reflejada o con la lupa binocular.
En el caso de maderas saturadas de agua el método más recomendable
es la extracción de láminas semidelgadas de los tres planos anatómicos. Aun-
que existen instrumentos de precisión para este efecto (microtomo), en muchas
ocasiones no es aconsejable o posible su uso; por ello las láminas pueden
extraerse con una hoja de afeitar, se montan en un portaobjetos y se obser-
van en un microscopio de luz transmitida. En el caso de la madera seca, debe
rehidratarse para extraer las láminas. Sin embargo, la observación directa de
las superficies pulidas de los bloques de madera, correspondientes a los pla-
nos transversal y longitudinal, permite también la observación de los rasgos
anatómicos.
En cambio, en el caso de la madera carbonizada se recomienda la obser-
vación directa de fracturas frescas obtenidas manualmente. Este método
permite analizar de forma rápida un gran número de fragmentos de carbón
por yacimiento. Esta fracturación tiene que estar orientada en función de los
planos transversal, longitudinal radial y longitudinal tangencial de la made-
ra. En cada uno de estos cortes se observa una determinada estructura celu-
lar que varía según la especie.
Según el método descrito por Pearsall (1989), la observación del corte
transversal con un microscopio binocular de 100 aumentos ya permite la deter-
minación de la especie o género. Esta autora considera que los rasgos anató-
micos visibles en este plano ya son suficientes para permitir la clasificación
de los taxones y sólo excepcionalmente recurre a la observación de los otros
cortes anatómicos. Sin embargo, el método que permite mayor precisión en
la determinación de los restos es el que parte del examen de los tres planos
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 25

anatómicos de la madera, mediante un microscopio equipado con oculares que


permiten de 40 a 400 aumentos; en el caso del carbón, además, éste debe estar
equipado de campo claro/campo oscuro. Este método ha sido utilizado por
varios/as autores/as (Vernet, 1973; Krauss-Marguet, 1981, entre otros) y per-
mite llegar a un buen nivel de determinación.
La identificación botánica de las semillas y los frutos se realiza princi-
palmente a partir de dos criterios: uno morfológico y otro biométrico. El
criterio morfológico se basa en el examen global sobre un conjunto de carac-
teres específicos de cada especie por confrontación con los de los ejempla-
res de las semillas actuales homólogas. Sin embargo, en los ejemplares con-
servados en medios no anaeróbicos se deberán tener en cuenta los efectos
de la carbonización, que pueden estar sujetos a una alteración de la forma y
las proporciones. La identificación taxonómica se realiza mediante un micros-
copio estereoscópico equipado con oculares de 6 a 25 aumentos, auxiliados
por colecciones de referencias y por atlas y artículos especializados de deter-
minación en este tipo de estudios (Brouwer y Stählin, 1955; Renfrew, 1973;
Montégut, 1971; Beijerinck, 1976; Jacquat, 1988; Schoch et al., 1988). En
algunas ocasiones se puede recurrir también a la utilización de técnicas espe-
cíficas, como la observación de las estructuras celulares o de las caracterís-
ticas ornamentales y anatómicas de los tegumentos.
Los criterios biométricos son útiles para comparar los carporrestos; se
utilizan principalmente tres variables: el largo, el ancho y el grosor. En algu-
nos casos se puede calcular otro tipo de parámetros métricos, como la lon-
gitud del hilo o del escutelo, así como la anchura de las horquillas de espi-
guillas o de los segmentos de raquis. La relación entre estas medidas permite
confeccionar unos índices que nos informan de las características y la varia-
bilidad del tamaño de la semilla o del fruto, y atenuar los efectos que puede
haber provocado la carbonización sobre los ejemplares arqueológicos. Se uti-
lizan principalmente dos índices: largo sobre ancho, que refleja el grado de
longitud o de anchura, y grueso sobre ancho, que informa sobre el volumen
de la semilla.
Las medidas se calculan a partir de un micrómetro adaptado al ocular
del microscopio. El número óptimo de ejemplares necesario para obtener una
estadística biométrica representativa es de 100 restos por taxón, siendo 50 el
número mínimo. Generalmente se aconseja que para la biometría se utilicen
ejemplares enteros de una especie o género, seleccionando los mejor con-
servados y menos afectados por la carbonización. Las medidas se expresan
en milímetros.
El examen de los ejemplares arqueológicos permite discriminar los ras-
gos característicos del tipo o género, especie y variedad vegetal a que perte-
necen. Distinguimos varias categorías de restos según las características mor-
fológicas:
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26 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

1. Semillas. Desde un punto de vista morfológico, las cariópsides


(semillas indehiscentes con el pericarpio soldado propio de las gramíneas) se
caracterizan por la presencia de la cara dorsal, formada en su parte inferior
por una depresión denominada escutelo donde se sitúa el área del germen con
el embrión, y de la cara ventral, compuesta por el hilo, un surco de diferen-
te amplitud según el género, y por la parte superior de la semilla, denomina-
da apéndice.
2. Legumbre. Es el fruto de las leguminosas, que consiste en una vaina
que procede de un carpelo simple que se abre en período de maduración; en
su interior se encuentran las semillas. Se distinguen por el perfil y las dife-
rentes configuraciones que adoptan. La posición del hilo y de la chalaza (el
área donde se sitúa el germen), con sus dimensiones, y la radícula es lo que
se compara, desde el punto de vista mofológico, para diferenciar los cotile-
dones de las diferentes especies de leguminosas.
3. Glumas. Las glumas o brácteas rodean los órganos vegetales pro-
piamente dichos o encierran en su interior la cariópside. Son dos: la prime-
ra y de mayor tamaño es la lema, glumela inferior de la espiguilla de las
gramíneas, que es un elemento muy importante para discernir las especies de
diferente herencia genética; la segunda es la pálea, glumela superior de la
espiguilla, normalmente más blanda y de menor tamaño. Las glumas rodean
los ovarios con dos estigmas a menudo plumosos, dos lodículas para que éstas
se abran y tres estambres compuestos por filamento y antera, cuya longitud
forma parte de sus rasgos distintivos. Pueden presentar un dorso arqueado o
en forma de quilla.
4. Raquis. Es la prolongación del tallo en la inflorescencia, continua-
ción al mismo tiempo del rabillo de las espiguillas. La sección transversal y
el eje de las inflorescencias pueden ser redondos, triangulares o cuadrangu-
lares. El revestimiento a base de espículas de las inflorescencias puede empe-
zar de manera densa junto al eje principal, es decir, estar próximas al eje, o
más o menos separadas de aquél.
5. Espiguilla. Inflorescencia elemental de las gramíneas, compuesta
de una o más flores dispuestas en espiga y protegidas en la base por dos brác-
teas denominadas glumas. La base de la espiguilla es la horquilla, donde se
colocan las cariópsides en número variable según la especie.

CONVENCIONES ADOPTADAS EN ARQUEOBOTÁNICA

El taxón es la unidad básica de clasificación de los restos, y designa a


todos aquéllos que han podido ser determinados en cuanto a grupo, familia,
género o especie. Dado que ciertas determinaciones son algunas veces com-
plicadas, es necesario clarificar el nivel de clasificación, por lo que se asig-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 27

MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 27

na de manera precisa el tipo de observación que ha sido objeto de diagnós-


tico, utilizando las convenciones siguientes:

1. Si la determinación del resto se efectúa a nivel de la familia, el tér-


mino utilizado es el de familia.
2. Cuando la determinación del resto vegetal analizado se limita al géne-
ro, se utilizará el término género con la mención «sp.». El término género se
utiliza como categoría taxonómica intermedia entre familia y especie; inclu-
ye especies con una serie de caracteres comunes.
3. Si el resto vegetal analizado puede pertenecer a dos géneros o espe-
cies, se separan con el signo de barra (/). Significa una inseguridad en la dife-
renciación morfológica del género o especie del taxón. En este caso se cons-
tata que existen algunas diferencias, pero no lo suficientemente organizadas
para una diferenciación botánica objetiva. Una duda entre dos taxones está
representada por un signo de unión, pero remite directamente a un grupo
representativo de restos. Por ejemplo, la representación Triticum aesti-
vum/durum significa que no es posible distinguir entre las semillas de Triti-
cum durum (trigo duro) y las de Triticum aestivum (trigo común), pero esta
identificación remite directamente a la presencia de trigos desnudos.
4. Una fuerte probabilidad que concierna al reconocimiento de un taxón,
pero sin certeza objetiva, será anotada por la mención «cf.», que precederá
al término de la categoría afectada.
5. La mención «-tipo» se emplea para designar una identificación lo
más parecida posible a un género o especie. Es una orientación de determi-
nación.
6. En el caso de los carporrestos, los fragmentos son los restos que se
identifican sin la presencia de escutelo. Los fragmentos de leguminosas han
sido contabilizados como enteros, siempre y cuando no sean inferiores a la
mitad de un cotiledón.
7. Los indeterminados son los restos sin ninguna atribución propues-
ta, sea por la ausencia de caracteres morfológicos, sea porque los caracteres
se encuentren en un mal estado de conservación.

Las unidades de medida

El recuento de restos en arqueobotánica entraña una cierta problemáti-


ca. Parece lógico suponer que la mejor manera de establecer la importancia
relativa de los diferentes taxones pasa por la cuantificación de los restos
analizados. En el caso de los carbones habitualmente se ha utilizado el recuen-
to de fragmentos como unidad de medida; éste es un método fácil de aplicar
durante el proceso de identificación de los restos. No obstante, plantea cier-
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28 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

tos problemas, ya que el número de restos no se corresponde con un núme-


ro mínimo de individuos consumidos. Ni siquiera tenemos la certeza de que
para un mismo volumen de madera quemada se produzca siempre un mismo
número de fragmentos de carbón, ya que la fragmentación también depende
en gran medida de las condiciones de preservación y de otros factores no con-
trolados. Además, sitúa al mismo nivel todos los fragmentos sin importar su
tamaño. Dado que las diferencias de fragmentación entre contexto pueden
ser grandes, cabe preguntarse si ésta es la mejor manera de describir la rea-
lidad. Puede darse el caso de que en un estrato tengamos pocos fragmentos
de gran volumen y, en cambio, en otro se dé el caso inverso, muchos frag-
mentos pero muy pequeños. Qué significa en ambos el número de restos y
si son comparables es la cuestión de fondo.
Alternativamente, podemos plantear que, si bien la fragmentación puede
ser variable, la pérdida de masa podría ser más constante para una misma
especie y, por tanto, el peso de los restos permitiría una mejor estimación
del volumen de madera utilizado. Pero también en este caso el calibre de las
ramas, las condiciones de combustión, etc. pueden haber modificado las con-
diciones ideales en que se produciría esta pérdida constante de volumen. Ade-
más, parece que las diferentes partes de un mismo árbol (duramen, albura,
ramas de diferente tamaño) pueden presentar variaciones respecto al com-
portamiento durante la combustión (Rossen y Olson, 1985).
Cuál es la unidad de medida más adecuada utilizable para cuantificar
la importancia de los restos de carbón estudiados es un debate no cerrado.
Establecer si el peso o el número de los fragmentos para cada taxón es la
mejor manera de acercarse a la significación real de la muestra (tanto para
establecer la significación paleoambiental como paleoeconómica) se convier-
te, por tanto, en un problema clave. El fragmento, como unidad de recuento,
ha sido el más utilizado. Chabal (1988, 1992) considera que existe una ley
estadística de fragmentación según la cual, para todos los taxones de un mues-
treo, se encuentra un gran número de fragmentos de pequeño tamaño y un
pequeño número de fragmentos de gran tamaño. Según sus experiencias, la
masa total y el número de fragmentos de carbones de cada taxón son corre-
lacionables. Esta correlación entre peso y número de fragmentos ha sido
observada en diversos yacimientos (Piqué, 1999). Analizar la relación exis-
tente entre las variables peso y número de fragmentos para cada yacimiento
es la mejor manera de establecer cuál es la unidad de medida más adecuada.
La existencia de correlación positiva entre las dos variables permite utilizar
indistintamente una unidad de medida u otra, mientras que la existencia de
diferencias significativas puede estar relacionada con una incidencia desigual
de los procesos de formación del registro o de los posdeposicionales en este
caso la elección de una u otra unidad de medida proporcionará información
diferente.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 29

MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 29

Tanto para el recuento de fragmentos como para el cálculo de la masa


total de los taxones subyace una cuestión de fondo: ¿de qué son representati-
vos? Si asumimos que los procesos de combustión, la preservación y el mues-
treo de los carbones pueden haber afectado por igual a todos los de un mismo
nivel, entonces las cantidades de residuos generadas sólo pueden estar relacio-
nadas con la cantidad de maderas utilizadas inicialmente. Si bien existe una
relación entre cantidad de maderas quemadas y cantidad de residuos genera-
dos, los procesos de incorporación y conservación de los restos hacen invia-
ble, hoy en día, la correlación entre volumen inicial de madera y residuos gene-
rados. Se puede asumir que la relación proporcional entre taxones refleja la
utilización preferencial o esporádica de los taxones. El taxón más utilizado es
el que tiene más probabilidades de generar un mayor volumen de residuos.
En el caso de las semillas y los frutos, es indispensable seleccionar
una serie de criterios analíticos que permita abordar la relación numérica de
los taxones y de los restos, ya sea comparando su significado entre un con-
junto de muestras, ya sea confrontando las relaciones entre los diferentes
taxones y los restos en una muestra. En primer lugar, la unidad de análisis,
que se trata básicamente de la muestra, relacionada con la unidad estratigrá-
fica o nivel que recoge una única actividad humana; en segundo lugar, el epi-
sodio de funcionamiento, que responde a unas actividades específicas, y, final-
mente, la unidad contable, que debe reflejar un número mínimo de individuos
o una forma estandarizada para cuantificar los restos de la muestra carpoló-
gica (Buxó, 1997).
La unidad contable más frecuentemente utilizada en los estudios car-
pológicos consiste en contabilizar los efectivos como individuos, enteros o
fragmentados, que conserven el área del embrión, con la condición de que
éstos sean identificables (como género, especie o variedad). Otro método con-
table incluye la evaluación del número de semillas enteras según el volumen
obtenido para el total de fragmentos (Van der Veen, 1992). No obstante, los
ejemplares de semillas de malas hierbas se contabilizan como un individuo,
aunque se conserven de manera fragmentada, con la excepción de las semi-
llas de gran tamaño que representan claramente partes de una misma semi-
lla. Por otra parte, los fragmentos de raquis o de espiguillas también se con-
tabilizan individualmente.
La unidad contable puede variar en un mismo conjunto según su fina-
lidad, y se puede establecer una gradación de diferentes ítems computables.
El resto es cualquier tipo de macrorresto vegetal que no corresponda a un car-
bón informe. El taxón es toda especie identificada (incluyendo el género),
siempre que no coincida con la presencia de una especie del mismo género
ya contabilizada como tal.
En los casos donde las semillas suelen fragmentarse en dos, como
las leguminosas cultivadas y los frutos de gran tamaño (como pueden ser las
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30 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

bellotas), se consideran como un solo individuo cuando se conservan unidas


las dos partes o los dos cotiledones; en caso contrario, se calcula el número
mínimo de individuos dividiendo por dos el total de restos conservados.

La cuantificación en arqueobotánica

El análisis cuantitativo de los datos arqueobotánicos es complicado,


debido a sus diversos orígenes tafonómicos y a la conservación diferencial
que les afectan; sin embargo, la abundancia y la regularidad de una especie
concreta pueden reflejar datos sobre su producción y su consumo. La elec-
ción de una u otra unidad de medida es tan sólo el primer paso en la cuanti-
ficación de los datos y el análisis numérico. Puesto que no existe un solo
método de análisis cuantitativo, serán los presupuestos de partida sobre los
datos arqueobotánicos y las hipótesis planteadas los que dirigirán el proce-
samiento de los datos. El principal problema de los análisis antracológicos y
carpológicos es establecer qué significado tienen los macrorrestos vegeta-
les, sea desde una perspectiva paleoeconómica o paleoecológica.
De la misma forma, la cantidad de semillas de una planta o su frecuen-
cia en las muestras no son siempre fácilmente interpretables y pueden dar
lugar a varias hipótesis, aunque es sabido que diferentes aspectos de la utili-
zación de las plantas, como la acción de ciertas operaciones agrícolas o domés-
ticas, pueden influir sobre los resultados. Además, la estimación de un núme-
ro mínimo de individuos soporta un problema adicional, ya que las semillas
u otros elementos de la planta no poseen, a diferencia de los huesos de ani-
males, un número estandarizado de restos.
Los recuentos absolutos de los efectivos, expresados gráficamente en por-
centajes para poder comparar muestras de diferente tamaño, suponen uno de
los métodos más utilizados. En el caso de los carbones, por ejemplo, se asume
que las variaciones observadas en los diagramas antracológicos expresan varia-
ciones en el patrón de aprovisionamiento de la madera o en la vegetación pasa-
da, y en el de las semillas, que pueden reflejar la interacción entre las comu-
nidades humanas y las plantas. En los dos casos se utiliza estadística elemental,
basada en la comparación de los porcentajes de los fragmentos en un mismo
nivel, para conocer la importancia relativa de cada taxón, o entre diversos nive-
les, para establecer variaciones en la importancia de los taxones.
Las críticas a la utilización de frecuencias absolutas o relativas son diver-
sas; Popper (1988) considera que las frecuencias pueden reflejar el grado de
preservación de los restos o ser subsidiarias del muestreo. En este sentido, son
significativas las diferencias observadas en las distribuciones de frecuencias de
los taxones según el número de fragmentos analizados. Por ejemplo, en los
diferentes niveles del yacimiento de L’Abeurador (Hérault, Francia) se perci-
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MÉTODOS Y TÉCNICAS EN ARQUEOBOTÁNICA 31

ben diferencias significativas entre las frecuencias relativas según el número de


fragmentos analizados (Heinz, 1990). Así, en algunos de los niveles las fluc-
tuaciones de las frecuencias de los taxones son importantes hasta los 500 frag-
mentos, y no se estabilizan hasta los 1.500 fragmentos analizados; además, el
número de fragmentos en que se estabilizan las frecuencias es variable entre
niveles. Las mismas fluctuaciones son observadas por Badal (1988) en el aná-
lisis de la Cova de les Cendres. Basar las interpretaciones en un bajo número
de efectivos puede dar pie a inferir cambios en la cobertura vegetal o en el
patrón de aprovisionamiento de los combustibles donde sólo existe un sesgo
en la muestra. Las proporciones de los fragmentos pueden también estar dis-
torsionadas por la variable fragmentación de los carbones.
Willcox (1974) argumenta que los carbones no se prestan a un análisis
cuantitativo, debido a las variables que llevan a la incorporación y preserva-
ción de estos restos en los depósitos arqueológicos (preferencias, disponibi-
lidad, propiedades de las maderas, naturaleza del fuego, etc.). A estos argu-
mentos puede objetarse que los factores fisicoquímicos, mecánicos, o el
muestreo no actúan de manera selectiva, sino que pueden afectar por igual a
todos los taxones. El problema de basar la interpretación exclusivamente en
las variaciones de frecuencias es que, si bien permiten ver diferencias entre
conjuntos, no nos permiten saber si éstas son significativas.
Otra manera de cuantificar los datos es utilizar la presencia o la ausen-
cia de los taxones sin tener en cuenta el recuento absoluto de restos. Este méto-
do, denominado ubicuidad, es descrito por Popper (1988) y Jones (1991). Se
considera que un taxón está presente sea cual sea la cantidad de restos; el
resultado se expresa en frecuencias de aparición, a partir del número de mues-
tras en que aparece con relación al número total de muestras del grupo. El
principal problema del análisis de ubicuidad, como apunta Popper (ob. cit.),
es poder controlar el origen de los datos y el tipo de muestreo. Se asume que
las muestras son independientes, pero en algunos casos no puede asegurarse
que esta asunción se cumpla, ya que no puede evaluarse la homogeneidad de
un depósito o las diferencias en el contexto. Separar algunas muestras arbi-
trariamente, o unificar otras, puede aumentar o disminuir las frecuencias de
aparición. También las diferencias de tamaño entre grupos de muestras pue-
den dar lugar a lecturas erróneas al sesgar la importancia relativa de los taxo-
nes. Otro problema es que puede llevar a sobreestimar o subestimar la impor-
tancia de ciertos taxones, ya que sitúa al mismo nivel dos taxones sólo por el
hecho de estar presentes, sin tener en cuenta las diferencias en el volumen de
residuos, que en algunos casos pueden ser importantes. Dos especies que pue-
den haber sido utilizadas constantemente, pero en cantidades variables, tie-
nen el mismo peso según el análisis de la presencia/ausencia.
Otro tipo de medida que puede aplicarse a los restos arqueobotánicos
es el cálculo de densidades, expresado como el número de restos por canti-
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32 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

dad de sedimento (Miller, 1988). La asunción básica es que, a más mues-


tra de sedimento, más restos de plantas. Una mayor intensidad de activida-
des o de la duración de ocupaciones puede inferirse a partir de los cálculos
de densidad, aunque las tareas de mantenimiento del espacio pueden haber
tenido, también, su efecto sobre la densidad de restos.
Más importante que describir el tipo de medida de que pueden ser obje-
to los restos arqueobotánicos es, sin duda, buscar las cuestiones que pueden
resolverse con estas medidas. Los tipos no son más que una manera de estan-
darizar los datos para aplicar pruebas estadísticas que permitan contrastar las
hipótesis planteadas o establecer patrones significativos en la composición
taxonómica de los conjuntos. La búsqueda de patrones se basa en la utiliza-
ción de técnicas estadísticas para agrupar muestras o identificar ejes de varia-
ción partiendo de la composición taxonómica. Estos patrones después serán
interpretados en términos paleoeconómicos o paleoecológicos. La ventaja de
esta técnica de aproximación inductiva es que, al no estar predeterminada por
cuestiones planteadas, permite la emergencia de patrones no esperados y
puede conducir a interpretaciones no previstas inicialmente (Jones, 1991).
De la misma forma, los análisis numéricos en las semillas y los frutos, expre-
sados mediante cuadros o diagramas de frecuencias, revelan diferencias entre
los resultados de los diferentes yacimientos, pero no indican por sí solos la
causa de estas diferencias. Por esta razón, hay que examinar los datos desde
diferentes ángulos. Si las regularidades propias de los restos de semillas tra-
ducen las múltiples variables de la relación humana-medio natural, nos pare-
ce razonable la aplicación de procedimientos deductivos a partir del análisis
de multivariantes (Jones, 1991). Un ejemplo de aplicación de técnicas de aná-
lisis multivariante es el del análisis de correspondencias en la valoración de
los resultados antracológicos de Los Millares (Rodríguez Ariza y Esquivel,
1989-1990); los resultados obtenidos permitieron evidenciar la existencia de
un uso diferente de las especies vegetales entre ámbitos domésticos y las
estructuras relacionadas con el proceso metalúrgico. La aplicación del esca-
lamiento multidimensional sobre yacimientos pleistocénicos y holocénicos
catalanes (Piqué, 1998) es otro ejemplo de análisis de datos exploratorio, en
este caso para resolver cuestiones relacionadas con la proximidad paleoeco-
lógica de los yacimientos. Colocado sobre una matriz de proximidades, el
escalamiento multidimensional tiene como objetivo estudiar la estructura sub-
yacente en un conjunto de objetos, y permite representar en un espacio geo-
métrico las proximidades entre pares de objetos a través de las distancias en
función de un determinado número de dimensiones. En el caso de los yaci-
mientos catalanes, el aspecto más interesante es la ordenación que hace de
éstos en función de su composición taxonómica, que puede interpretarse desde
una perspectiva paleoambiental.
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PRIMERA PARTE

LA ECONOMÍA FORESTAL

El estudio de las estrategias de aprovechamiento de las plantas en las


sociedades prehistóricas se ha centrado a menudo en la producción de ali-
mentos, dejando de lado otros procesos productivos igualmente básicos para
garantizar esta subsistencia, como por ejemplo la obtención del combustible
y otros productos forestales. Las formaciones leñosas, ya sean bosques, bos-
quetes o matorrales, han proveído a lo largo de la historia de todo tipo de
materias naturales. Hasta la generalización del uso de los combustibles fósi-
les, ya en época reciente, fueron las formaciones arbóreas y arbustivas las
que proporcionaron los combustibles vegetales. También se extrajeron de ellas
—además de la leña, madera y corteza para la construcción y la fabricación
de instrumentos— frutos, semillas, tubérculos, hongos y todo tipo de plan-
tas para la alimentación humana y del ganado, taninos para teñir tejidos, resi-
nas para impermeabilizar o fijar, etc. La lista de productos vegetales extraí-
dos de los entornos forestales es larga, dependiendo tanto de las posibilidades
tecnológicas y necesidades de cada momento histórico como del tipo de for-
mación vegetal explotada.
La productividad de los bosques varía en las diferentes áreas biogeo-
gráficas. Los biomas mediterráneos son ricos en especies y en la península
Ibérica ocupan grandes extensiones. La diversidad climática de la Penínsu-
la, por otra parte, se refleja en la distribución latitudinal y altitudinal de las
plantas, que en muchos casos permite el acceso a recursos vegetales muy
diversos en áreas geográficas reducidas. Pero no siempre la península Ibéri-
ca tuvo paisajes vegetales con tal diversidad potencial de plantas. La riguro-
sidad climática del Pleistoceno supuso una reducción de la biodiversidad y
por lo tanto de la oferta de materias vegetales. Los paisajes actuales son el
resultado tanto del cambio de las condiciones climáticas como de los facto-
res históricos que determinaron la explotación del entorno.
Las sociedades humanas han dependido hasta prácticamente nuestros
días de los recursos del entorno forestal, para calentarse e iluminarse, fabri-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 34

34 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

car instrumentos, conseguir alimento para el ganado y las personas, etc.


Para ello han implementando determinadas estrategias de gestión del entor-
no forestal, que han tenido consecuencias importantes en el desarrollo de las
masas forestales y en su configuración actual. La explotación del entorno
forestal implica un conjunto complejo de relaciones que la hacen viable y por
ello el régimen de explotación debe ser regulado socialmente para garanti-
zar su sostenibilidad.
Partimos de la consideración de que los seres humanos, en cuanto seres
sociales y en función de sus circunstancias históricas, se organizan para lle-
var a cabo la producción y reproducción en una determinada secuencia tem-
poral y espacial. Para ello la sociedad lleva a cabo, de manera coordinada,
los diversos procesos de trabajo que tienen por objetivo obtener y/o elaborar
los bienes que requiere para satisfacer sus necesidades sociales, esto es lo que
llamamos estrategias organizativas. La estrategia organizativa no es aleato-
ria, sino que responde a una determinada organización del vínculo entre las
relaciones sociales de producción y reproducción, y por tanto está asociada
al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y a su relación con el medio
ambiente. El medio ambiente proporciona las condiciones naturales para la
producción y reproducción, pero son los procesos de trabajo los que crean
las condiciones materiales. La sociedad, por lo tanto, no se adapta a la natu-
raleza, sino que actúa sobre el medio ambiente de manera consciente para
modificarlo, apropiarse de él y transformarlo según sus capacidades. Serán
las cambiantes necesidades sociales las que determinarán qué materias natu-
rales se convertirán en recursos.
Las sociedades cazadoras-recolectoras no aprovecharon el bosque de
una manera depredadora o dependiente de las ofertas de recursos. Al contra-
rio, son numerosos los ejemplos del uso selectivo de los recursos e incluso
de intervención activa sobre el bosque para adecuarlo a las necesidades huma-
nas. A modo de ejemplo podemos citar la participación activa de indígenas
de la selva amazónica en la dispersión de semillas de plantas (Guix, 2005) o
la quema intencional de la vegetación entre los grupos aborígenes australia-
nos para potenciar el crecimiento de ciertas plantas comestibles, como los
ñames, o de las herbáceas consumidas por algunos herbívoros (Russell-Smith,
et al. 1997). Estas prácticas son difíciles de visualizar en el registro arqueo-
lógico, aunque se ha apuntado que la presencia de microcarbones en algu-
nos sondeos polínicos podría deberse a algunas de ellas.
Las comunidades que adoptaron la producción de alimentos debieron
enfrentarse a la problemática de llevar a cabo una gestión forestal adecuada
a las nuevas necesidades, derivadas de patrones de asentamiento sedentarios
o con menor movilidad, de actividades productivas más intensivas y de pobla-
ciones más grandes, que requirieron mayores cantidades de energía térmica
y lumínica y de madera para la construcción o producción de bienes. En estas
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 35

LA ECONOMÍA FORESTAL 35

sociedades el aprovechamiento del bosque no puede desligarse de otras acti-


vidades, como la agricultura y la ganadería, con las que se complementa, así
como de ciertas actividades cinegéticas. Algunas prácticas ganaderas debie-
ron su viabilidad a una determinada gestión forestal, ya que el ganado depen-
dió de la existencia de pastos o plantas forrajeras. La ganadería está muy
relacionada con el entorno forestal, ya que, especialmente en ambientes medi-
terráneos, la cabaña de ovicápridos y suidos se procura el alimento directa-
mente en el bosque y depende, por lo tanto, de la presencia de ciertas plan-
tas en este entorno. Así, a menudo se han creado pastos artificialmente talando
la cobertura forestal; también se ha favorecido el desarrollo de ciertos indi-
viduos y/o especies por la eliminación de competidores o se han aclarado los
sotobosques para facilitar la alimentación del ganado. En definitiva, la apli-
cación de una determinada gestión forestal pudo beneficiar el desarrollo de
un tipo de bosque económicamente rentable para estas sociedades. También
la agricultura se encuentra muy relacionada con la explotación del entorno
forestal; de hecho la obtención de terrenos agrícolas se produjo en detri-
mento de las masas forestales y tuvo como consecuencia la transformación
de la biodiversidad existente a escala local. En este sentido cabe señalar que
los altos valores de cenizas en los diagramas polínicos del plano de Barce-
lona y la dinámica de sucesión observada han sido interpretados como resul-
tado de perturbaciones forestales producidas por altas frecuencias de incen-
dios, debidos a episodios de tala y quema que se produjeron entre el
7.600-5.500 BP (Riera Mora, 1995).
Entre los recursos de los entornos forestales nos referiremos en este
apartado concretamente a los de naturaleza vegetal. Por recursos de este
tipo entendemos todas aquellas materias naturales de origen vegetal que la
sociedad obtiene de las formaciones arbóreas, arbustivas o de matorral para
satisfacer sus necesidades. En todos los tipos de formaciones vegetales se
encuentran materias naturales susceptibles de convertirse en recursos, pero
no hay duda de que las forestales han sido los espacios más productivos y
fiables como fuente de alimentos y otros recursos vegetales.
Los bosques pueden estar integrados por diferentes tipos de árboles que
dominan sobre estratos herbáceos y/o arbustivos (sotobosque). En algunos
casos el sotobosque puede ser denso y rico en especies leñosas, pero en otros
lo es menos y está dominado por las especies herbáceas. Todos los biomas
proporcionan materias naturales vegetales espontáneas de diferentes tipos que
pueden haberse convertido en recursos utilizables por los grupos humanos,
de manera directa o con la aplicación de tecnologías sencillas.
Entendemos como gestión de recursos forestales el modo de actua-
ción, históricamente determinado, que la sociedad ejerce sobre los recursos
forestales del medio ambiente. Esta actuación afecta tanto a este tipo de recur-
sos como a las materias primas y al producto final que se obtiene de su explo-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 36

36 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

tación (alimentos, bienes, energía). La naturaleza, diversidad y grado de com-


plementariedad de las estrategias implementadas en la gestión de los recur-
sos forestales son factores socialmente establecidos en función del modelo
de actuación socioeconómica que adopta el modo de producción de esta so-
ciedad.
Son tres los tipos de necesidades que pueden haber sido cubiertas con
la utilización de materias primas de naturaleza vegetal: alimentación, produc-
ción de instrumentos y obtención de medios de producción o bienes condi-
cionantes para producir otros bienes de consumo.
Las materias vegetales comestibles pueden haber sido un aporte impor-
tante en la dieta de algunos grupos humanos, aunque no todos los bosques
tienen la misma productividad. Mientras que en algunas formaciones fores-
tales pueden recolectarse una gran variedad de frutas carnosas y secas, setas,
tubérculos y plantas herbáceas utilizables como verduras, en otras esta clase
de recurso es más limitado y no podría garantizar la subsistencia del grupo.
Por otra parte, para que una materia natural sea considerada como un recur-
so, es necesario que sea percibida como tal por los grupos humanos, lo cual
requiere un conocimiento de sus propiedades y la tecnología adecuada para
aprovecharla. El ciclo reproductivo de las plantas, marcado por la estaciona-
lidad, permitiría sin duda una cierta predictibilidad en la disponibilidad de
los recursos alimentarios de origen vegetal, aunque también supone que éstos
sólo estén disponibles una parte del año. La posibilidad de conocer la distri-
bución de estas materias vegetales comestibles en el territorio y la de reco-
lectarlas, sin necesidad de técnicas complejas, pueden haber hecho de estas
materias vegetales recursos fácilmente aprovechables. Sin embargo, la no
intervención del grupo en su reproducción supone una limitación importan-
te para su empleo, ya que pueden agotarse fácilmente.
El bosque también proporciona materias naturales susceptibles de ser
utilizadas para la elaboración de instrumentos y otros medios de produc-
ción. La gestión de estas materias naturales será más efectiva según el grado
de conocimiento de la productividad de los bosques y el desarrollo de una
tecnología adecuada para explotarlos. Los árboles proporcionan una gran
diversidad de materias de las que, sin duda, la madera es la más importante,
pero no se pueden dejar de lado otras como cortezas, fibras, resinas y tani-
nos. La productividad de madera también es variable según el tipo de bos-
que. Ésta se convierte en materia prima para la manufactura de instrumentos
o partes de ellos (mangos, recipientes, retocadores, etc.) y para la producción
de medios de trabajo (vivienda, transporte, energía, etc.).
El aprovechamiento de la madera y de otras materias procedentes de las
especies leñosas requiere casi siempre una modificación de las condiciones
naturales del objeto de trabajo, que no se limita a su cambio de contexto. Es
necesaria la implementación de técnicas extractivas concretas y, a menudo,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 37

LA ECONOMÍA FORESTAL 37

se requiere la utilización de instrumentos de trabajo específicos para traba-


jar la madera y transformarla en bienes utilizables. También es probable que
haya sido necesario establecer relaciones de cooperación entre individuos
para la obtención de determinadas materias primas y su transformación.
Abordar el estudio de la gestión forestal en la Prehistoria no es en abso-
luto una tarea sencilla, debido sobre todo a las escasas evidencias que permi-
ten su estudio. Debe ser tratado desde una perspectiva interdisciplinaria, en
la que se puedan interrelacionar los instrumentos utilizados en la explota-
ción de los entornos forestales, los datos paleoambientales que permitan carac-
terizar los paisajes vegetales y los contextos históricos. Sin duda, la arqueo-
botánica, especialmente las disciplinas centradas en el análisis de los
macrorrestos vegetales, puede proporcionar datos relevantes sobre la gestión
forestal, ya que permite estudiar los productos vegetales obtenidos. La made-
ra, generalmente carbonizada, es uno de los pocos vestigios del consumo de
recursos forestales y, básicamente para este período, los restos corresponden
a residuos producidos durante la combustión intencional de leña para la obten-
ción de luz y calor para uso doméstico o artesano. No obstante, también el
uso de maderas para la producción de instrumentos o para la construcción ha
podido ser documentada en algunos yacimientos. Un ejemplo de estos es La
Draga, donde, debido a la extraordinaria preservación de la materia orgáni-
ca, se pudo documentar que la explotación de recursos forestales iba más
allá de la recolección de leña, ya que se identificó también el uso de madera
para fabricar instrumentos o viviendas y el aprovechamiento de cortezas y lia-
nas (Bosch et al., 2000; Piqué, 2000a). Poco sabemos sobre la importancia
económica de la recolección de frutos silvestres, debido a que éstos habi-
tualmente no fueron almacenados y no implicaron el uso del fuego en ese pro-
ceso; pese a ello, semillas y frutos silvestres carbonizados también aparecen
de manera recurrente en los yacimientos de este período (Buxó, 1997).
Revisaremos a lo largo de este apartado las evidencias arqueobotáni-
cas de esta gestión forestal en la península Ibérica, análisis que se va a cen-
trar en las aportaciones de los macrorrestos vegetales y en los productos obte-
nidos. Somos conscientes de que esta visión es incompleta, ya que no
trataremos los instrumentos empleados en los procesos de trabajo u otros indi-
cadores de esta gestión forestal, como los microrrestos vegetales, aspectos
que creemos necesario tratar con mayor profundidad.
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CAPÍTULO 2

LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS

Los estudios arqueobotánicos de semillas y frutos que hasta la fecha se


han llevado a cabo en la península Ibérica señalan la presencia y el consumo
de plantas alimenticias de tipo silvestre desde el Paleolítico, si bien es para la
época mesolítica cuando encontramos mayor presencia (Buxó, 1997). Hay
que señalar que, para estos períodos, en la mayoría de los casos no se han apli-
cado programas sistemáticos de muestreo para la recuperación de macrorres-
tos vegetales, por lo que la mayoría de las veces las plantas representadas
son sólo las más visibles durante la excavación. Hay que partir de la base, por
lo tanto, de que los datos presentan un fuerte sesgo hacia los restos de mayor
tamaño. Podemos señalar que, en los casos en que se han utilizado técnicas
de recuperación adecuadas, como la flotación, la cantidad de macrorrestos
vegetales recuperados es muy significativa; a modo de ejemplo podemos citar
el yacimiento de Ohalo (Israel) (Kislev et al., 1992; Weiss et al., 2005) y, en
la península Ibérica, el de Santa Maira (Alicante) (Aura et al., 2005).
La práctica mayoría de los productos documentados son básicamente
frutos, partes de las plantas con un alto contenido en grasas, que cuentan
con la presencia de azúcares, ácidos, carbohidratos y vitaminas. Tienen en
común que, además, son fáciles de digerir. Existen, sin embargo, otras plan-
tas silvestres, correspondientes a especies de matorral o herbáceas, de las que
también algunas de sus partes pueden ser aprovechadas para el consumo
humano, como por ejemplo las raíces, tubérculos, tallos, etc. Estas últimas
generalmente están poco representadas en el registro arqueológico, debido a
diferentes problemas de conservación (tabla 1).
La etnografia de cazadores recolectores es la que nos ha aportado más
datos sobre la importancia de las plantas silvestres en la alimentación. Los
trabajos clásicos muestran tanto su valor como fuente de alimentación como
los procesos de trabajo necesarios para su obtención y procesado para el con-
sumo. Pese a la aceptación generalizada de la fuerte tradición de su consu-
mo por parte de los grupos de cazadores-recolectores, hay que señalar los
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TABLA 1. Evidencias de recolección de semillas


Pinus Corylus Prunus Prunus Quercus c.
pinea avellana spinosa mahalab Quercus sp. coccifera Rubus
pino piñonero avellano endrino cerezo de Sta. Lucía bellota coscoja mora/frambuesa

Epipaleolítico/Mesolítico
Andalucía
Cueva de Nerja +
Cuenca alta del Ebro
y Pirineo occidental
Kampanoste Golikoa +
Aizpea +
Kobaederra +
Lumentxa
Cataluña
Cingle Vermell +
Sota Palou +
Roc del Migdia + +
Font del Ros +
Abric del Gai +
País Valenciano
Cova de Santa Maira +
Abric de la Falguera +

Neolítico
Andalucía
Cueva de Nerja
Cueva de los Murciélagos
Cueva del Toro +
Los Castillejos
Cataluña
Bauma del Serrat del Pont
Bòbila Madurell
Cova 120 +
La Bassa
La Draga + + + + +
Can Tintorer
Cova de les Portes +
País Valenciano
Cova de Santa Maira + +
Mas d’Is +
Abric de la Falguera + +
Cova de Cendres +
Prat de Cabanes
Interior peninsular
Cueva de la Vaquera +
Ambrona + +
Peña de la Abuela + +

Cobre
Andalucía y Murcia
Almizaraque
Campos
Cerro de la Virgen
Cueva de los Murciélagos
El Garcel
Las Pilas/Huerta Seca
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 41

y frutos en yacimientos arqueológicos peninsulares.


Prunus Ficus Pistacia Capparis Ceratonia
Rosáceas avium/cerasus Pyrus sp. Vitis Olea carica lentiscus spinosa siliqua
serba/manzana cerezo/guindo pera vid acebuche higuera lentisco alcaparra algarrobo

+
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Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 42

TABLA 1. Evidencias de recolección de semillas y frutos en


Pinus Corylus Prunus Prunus Quercus c.
pinea avellana spinosa mahalab Quercus sp. coccifera Rubus
pino piñonero avellano endrino cerezo de Sta. Lucía bellota coscoja mora/frambuesa

Los Castillejos
Los Millares
Cueva del Milano
Cerro del Plomo
Cueva del Calor
Cueva Sagrada
Elda
Les Morenes
Potugal
Zabujal

Bronce
Andalucía y Murcia
El Argar
Castellón Alto
Cuesta del Negro +
Fuente Álamo +
Fuente Amarga +
Gatas
Ifre
Peñalosa
Zapata
El Acequión +
El Prado
Blanquizares
Cerro de las Viñas +
Madres Mercedarias
Rincón de Almedricos
Cataluña y Aragón
Cova 120
Minferri + +
Cova de les Portes
Cova de Punta Farisa +
País Valenciano
Serra Grossa

Hierro
Andalucía y Murcia
Castillo de Doña Blanca + + +
Cataluña y Aragón
Can Oliver +
Els Vilars +
Illa d’en Reixac +
Mas Castellar
Silos UAB
País Valenciano
Los Villares +
Castellet de Bernabé +
Castilla-La Mancha
El Amarrejo +
Extremadura
Cancho Roano +
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 43

yacimientos arqueológicos peninsulares (continuación).


Prunus Ficus Pistacia Capparis Ceratonia
Rosáceas avium/cerasus Pyrus sp. Vitis Olea carica lentiscus spinosa siliqua
serba/manzana cerezo/guindo pera vid acebuche higuera lentisco alcaparra algarrobo

+
+ +
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+ + + + +
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Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 44

44 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

pocos estudios que se han hecho en arqueología sobre los alimentos de ori-
gen vegetal entre las sociedades cazadoras prehistóricas. La recolección de
plantas o de frutos silvestres procedentes del medio natural, por otra parte,
nunca será totalmente abandonada por las sociedades agricultoras-ganade-
ras posteriores. Algunas de ellas pasarán a tener además una importancia capi-
tal en la economía como frutos cultivados, no solamente para la alimenta-
ción, sino también como producto de intercambio, y constituirá, en algunas
ocasiones, una importante actividad de apoyo a la economía de subsistencia
ulterior.
El papel de las plantas silvestres en la subsistencia, tanto de las socie-
dades cazadoras recolectoras como de las comunidades agrícolas, debió ser
sin duda más importante de lo que los escasos datos arqueobotánicos de que
disponemos dejan suponer, aunque es difícil de evaluar su contribución a la
dieta. En muchos casos, las plantas silvestres son recursos abundantes, pre-
decibles, fácilmente recolectables y almacenables.
Sólo los elementos más duros de la planta se conservan carbonizados
(semillas, frutos, cáscaras), mientras que otras partes como los tallos, raíces,
rizomas o tubérculos perduran más raramente. Pero la presencia de frutos car-
bonizados no puede ser interpretada exclusivamente como resultado del con-
sumo de los mismos con fines alimenticios, la combustión de ramas con fru-
tos puede ser uno de los factores a tener en cuenta también para explicar su
presencia en los yacimientos. La falta de estudios interdisciplinarios, inclu-
so en el marco de las técnicas arqueobotánicas, es otro de los factores que
limitan la interpretación de los conjuntos. Sin embargo, los métodos de aná-
lisis de tejidos parenquimáticos, fitolitos, ácidos grasos y almidones permi-
ten, en algunos casos, una nueva aproximación al reconocimiento de las
partes de las plantas que pudieron ser consumidas, aparte de los frutos, ya
que es posible que los tubérculos y órganos vegetativos de las plantas pue-
dan constituir una parte de la dieta vegetal (Hather, 1993). Diversas aplica-
ciones en esta línea revelan el potencial de estas técnicas, como puede ser el
caso de las investigaciones en el Roc del Migdia (Vilanova de Sau, Barcelo-
na) (Holden et al., 1995).
Además, el tipo de consumo también tiene su importancia en la conser-
vación de los restos, ya que en muchos casos los frutos recolectados se con-
sumen en el mismo lugar donde se recogen, de manera que no se aporta nin-
gún tipo de resto al asentamiento. En el caso de que el producto se ingiera
en el lugar de habitación, existe la posibilidad de que el hueso del fruto sea
desechado directamente al fuego o que pase a formar parte de los residuos
domésticos. En este último caso será su carbonización, accidental o intencio-
nada, la que comportará la conservación del resto.
La introducción de la agricultura no significa el abandono de la reco-
lección de productos silvestres. Las plantas domésticas se encuentran siem-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 45

LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 45

pre acompañadas de un grupo significativo de vegetales silvestres proceden-


te de la recolección. Su práctica continuará viva entre las sociedades com-
plejas del Bronce o del Hierro. El interés principal de estos períodos parece
encontrarse en la certeza de que existen algunas preferencias por la recolec-
ción de algunos productos específicos.

Los recursos vegetales silvestres anteriores


a la adopción de la agricultura

Los escasos ejemplos que podemos señalar sobre la presencia de fru-


tos silvestres durante el Pleistoceno medio-superior son los yacimientos de
Gorham y Vanguard Cave en Gibraltar y los niveles paleolíticos de la Cueva
de Nerja. En ambos casos destaca la presencia de conos de piña (Pinus pinea).
En el caso de Nerja se ha propuesto la aportación intencional al asentamien-
to de piñones para el consumo (Badal, 1998), siendo ésta también la expli-
cación plausible para los de Gibraltar (Gale y Carruthers, 2000).
Los restos empiezan a ser más abundantes en los inicios del Holoceno,
si bien ya hemos señalado la escasez de trabajos sistemáticos. Es evidente
que para la época mesolítica faltan datos que permitan valorar el papel que
desempeñó la recolección de las plantas en la dieta de los últimos cazado-
res-recolectores holocénicos. Además, poco sabemos sobre los procesos de
trabajo implicados en la obtención, procesado y consumo de estas plantas.
Los datos disponibles no permiten ir más allá de documentar las plantas sil-
vestres aportadas a los asentamientos, sin que, en algunos casos, se pueda
precisar su uso alimentario.
Como hemos señalado, las modalidades de obtención, procesado y con-
sumo de plantas silvestres pueden ser uno de los factores a tener en cuenta
para explicar la presencia o la ausencia (o la menor frecuencia) de semillas
y frutos silvestres. Por lo tanto, la aparición de estas plantas puede estar
relacionada con la modalidad de recolección empleada, asociada al lugar
donde se desarrolla y a la planta o plantas a que se aplica, pero también al
modo de preparación de los productos para su consumo.
Los conjuntos de macrorrestos recuperados en los contextos arqueo-
lógicos de cazadores-recolectores en la península Ibérica están formados
básicamente de cáscaras, huesos y pepitas; es decir, las partes leñosas de
ciertos frutos. Éstos pertenecen generalmente a arbustos con frutos secos
o carnosos, comunes en los setos o los límites de la zona de bosque, for-
mando parte de las orlas arbustivas de bosques caducifolios. La expansión
de especies vegetales como el avellano y el roble está en relación con los
cambios que se produjeron durante el Posglaciar. Al igual que ocurre en
gran parte de Europa occidental, la presencia de restos de avellano perma-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 46

46 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

nece durante una buena parte de todo este período en las muestras arqueo-
botánicas.
Las especies de recolección más frecuentes son el avellano (Corylus
avellana), cuyas cáscaras son habitualmente eliminadas en los hogares, aun-
que pueden estar expuestas a un tueste intencionado para su aprovechamien-
to, y el endrino (Prunus spinosa), que coloniza rápidamente los espacios
abiertos. Los fragmentos carbonizados de pericarpio de avellana (Corylus
avellana) son el macrorresto vegetal más abundante en yacimientos holoce-
nos del norte peninsular. Su ubicuidad viene atestiguada por una presencia
amplia en diferentes yacimientos de la cuenca alta del Ebro y del Pirineo
occidental, así como de la vertiente atlántica del País Vasco: Kampanoste
Goikoa, Aizpea (Aribe, Navarra) y Kobaederra (Kortezubi, Vizcaya) (Zapa-
ta Peña, 2000). También hay amplias referencias de esta especie en yacimien-
tos mesolíticos del noreste peninsular, como por ejemplo Cingle Vermell
(Vilanova de Sau, Barcelona), Sota Palou (Campdevànol, Girona), Roc del
Migdia (Vilanova de Sau, Barcelona) y Font del Ros (Berga, Barcelona)
(Buxó, 1997).
El endrino ha sido identificado en niveles mesolíticos del Abric del
Gai (Ruas, inédito) y de la Font del Ros (Terradas, 1995), pero también en
los contextos neolíticos de la Cova 120 (Agustí et al., 1987) y del Bronce
pleno de Minferri (Alonso, 1999), yacimientos todos ellos del noreste penin-
sular.
Las bellotas (Quercus sp.) están también ampliamente representadas
durante todos los períodos en los yacimientos arqueológicos, su recolección
y consumo se remontan al final del Paleolítico Superior (Buxó, 1997; Zapa-
ta Peña, 2000). Un mayor número de evidencias, ya con una distribución geo-
gráfica más extensa, se posee para épocas posteriores, constituyendo un moti-
vo recurrente en la iconografía de los pueblos prerromanos peninsulares
(Vázquez Pardo et al., 2004). Se presentan bajo la forma de cotiledones, lo
que en la mayoría de los casos no facilita su identificación como especie si
no se conservan las cúpulas con el fruto. Los motivos para tostar este fruto
son similares a los señalados para la avellana: conservación, mejora de su
sabor, eliminación de sustancias tánicas, etc. Pero el hecho de que la bello-
ta sea una fuente destacada de carbohidratos, grasas, proteínas y fibra la con-
vierten en el fruto más productivo que encontramos en los bosques medite-
rráneos. Hay estimaciones realizadas sobre la producción de los robles cerca
de los 700 kg/ha, análoga a la de los campos de cereales (Zapata Peña, 2000).
La presencia abundante de restos de bellotas está también documenta-
da en los niveles magdalenienses, epipaleolíticos y mesolíticos de la Cova
de Santa Maira (Aura et al., 2005) y en los mesolíticos de l’Abric de la Fal-
guera (Pérez Jordà, 2006a). La aplicación en este yacimiento de una meto-
dología sistemática de recogida de muestras ha aumentado de manera nota-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 47

LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 47

ble el conjunto de restos arqueobotánicos, con la identificación, entre otros,


de pomos de rosáceas, que en algún caso se han podido asociar al género
Sorbus, y abundantes leguminosas, para las que no ha sido posible definir la
especie. La conservación en contextos mesolíticos de pomos tipo manzana
o serba ha sido también documentada en los yacimientos de Aizpea y Lument-
xa, donde se sugiere un contacto intencionado de los frutos, con el fuego,
para facilitar su conservación y almacenamiento y/o mejorar su sabor (Zapa-
ta Peña, 2000).

La recolección de vegetales después de la adopción de la agricultura

Desde los inicios del Neolítico, en los principales yacimientos agríco-


las donde se documenta una gran diversidad de especies cultivadas, se man-
tiene la recolección de frutos y bayas. En Cataluña el asentamiento de La
Draga, con una agricultura compleja y variada, ofrece un conjunto considera-
ble de productos de la recolección formado por fragmentos de avellano, ejem-
plares de bellota, moras, piñones, endrinos, pomos y vid silvestre (Buxó et al.,
2000). También en el yacimiento de la Cova de les Portes (Lladurs, Lleida)
(Alonso, 1999) se recuperaron restos de frambueso (Rubus idaeus).
En los niveles neolíticos de diferentes contextos arqueológicos del País
Valenciano, existen nuevas evidencias de productos silvestres en los yaci-
mientos de Mas d’Is, Abric de la Falguera y Cova de Santa Maira, con la pre-
sencia de ejemplares de bellota, acebuche, vid y frutos de rosácea, que se
unen a los existentes en los niveles mesolíticos de este último (Pérez Jordà,
2005). Un dato a destacar es la presencia de Prunus mahaleb en Cova de
Santa Maira y Abric de la Falguera. También se documenta la presencia
de Rubus sp. desde el Neolítico antiguo en Cova de les Cendres.
En el sur de la península Ibérica existen también evidencias considera-
bles de aprovechamiento de frutales, bien documentadas en la Cueva de Nerja
(Hopf y Pellicer, 1970), la Cueva de los Murciélagos (Peña-Chocarro, 1999)
y la Cueva del Toro (Buxó, 1997); en este último se identificaron restos de
frambueso (Rubus idaeus) en el Neolítico reciente.
En otras zonas peninsulares, los análisis arqueobotánicos de macrorres-
tos vegetales son escasos, aunque comenzamos a conocer datos de enorme
interés. En el interior peninsular, los estudios de yacimientos neolíticos refle-
jan la presencia abundante de frutos con restos de bellota en la Cueva de La
Vaquera (Estremera, 2003), y de bellota y pino en Ambrona y La Peña de la
Abuela (Stika, 1999a). En el País Vasco, los contextos arqueológicos ante-
riores al 5.000 BP contienen hallazgos poco variados en los diferentes yaci-
mientos, con una presencia considerable de conjuntos de avellana, bellota y
de frutos tipo pomo (Zapata Peña, 2002).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 48

48 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Además de estos datos, los análisis arqueobotánicos también reflejan la


presencia de otros recursos vegetales comestibles que parecen proceder de
la recolección. En este sentido, se han hallado abundantes restos de núculas
carbonizadas de lentisco (Pistacia lentiscus) en yacimientos de diferentes
épocas, principalmente de la zona meridional peninsular: Neolítico (Cova
de les Cendres, Abric de la Falguera, Prat de Cabanes, Cueva de los Murcié-
lagos de Zuheros, Cueva del Toro), Cobre (Campos, Cueva de los Murciéla-
gos de Zuheros, Cerro del Plomo, Las Pilas/Huerta Seca) y Bronce (El Argar,
Madres Mercedarias, Fuente Álamo, Minferri, Cova de Punta Farisa); de alca-
parra (Capparis spinosa) en contextos neolíticos de la Cueva de los Murcié-
lagos de Zuheros (Rivera et al., 1988), en los del Calcolítico de la Cueva del
Milano (Rivera et al., 1988) y Cueva Sagrada (Rivera y Obón, 1987; Rivera
et al. 1988) y en los de Bronce del Rincón de Almendricos (Rivera et al.,
1988), hoy día asociados a la especie Capparis silicua ssp. silicua (Rivera et
al., 2002); algarrobo (Ceratonia siliqua) en niveles de la Edad del Bronce
de El Argar (Rivera et al., 1988; Hopf, 1991); peras (Pyrus cf. cosonii) en la
edad del Bronce de El Acequión (Llorach et al., 2000) y de Peñalosa (como
Pyrus sp.) (Peña-Chocarro, 1999); y serbas (Sorbus sp.) asimismo de la Edad
del Bronce en el yacimiento de El Prado (Rivera et al., 1988).
También las bellotas siguen siendo consumidas durante la Edad del
Bronce. Diversas cúpulas, que han sido determinadas como coscoja (Quer-
cus coccifera L.), han sido recogidas en los yacimientos del Bronce argári-
co de Cuesta del Negro y de Fuente Amarga. En otros casos se han relacio-
nado directamente con la encina, como en Los Villares o Castellet de Bernabé
(Adelantado et al., 2003) y con el quejigo (Quercus faginea) en Castillo de
Doña Blanca (Chamorro, 1994).
Pero los frutos silvestres que más destacan son los de acebuche, de vid
y en menor medida los de higo. El olivo silvestre (Olea europaea L. var.
oleaster DC) es una especie propia de las comunidades vegetales de tipo
termomediterráneo (Oleo-lentiscetum). Crece generalmente en áreas no muy
secas y con inviernos cálidos. De sabor amargo, sus frutos son comestibles
y se puede extraer aceite de ellos. La madera es muy valorada como combus-
tible, así como para fabricar útiles y enseres, su uso para estos fines está
bien documentado en la península Ibérica. El carácter indígena de esta espe-
cie está ampliamente demostrado a partir de estudios arqueobotánicos, su pre-
sencia en el Mediterráneo occidental se constata desde el Würm antiguo al
Posglaciar (Solari y Vernet, 1990; Lipschitz et al., 1991). En la zona medi-
terránea peninsular, aparece bajo la forma de carbones de madera desde los
niveles de finales del Pleistoceno de la Cueva de Nerja (10.860 ± 160 BP)
(Bernabeu et al., 1993). Su presencia en forma de madera carbonizada tam-
bién ha sido documentado durante el Neolítico en Cataluña, concretamente
en Mines de Can Tintorer (Villalba et al., 1986), y en el Sureste, en la Cueva
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 49

LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 49

de los Murciélagos de Zuheros (Rodríguez Ariza, 1996) y los niveles de Neo-


lítico medio y final de la Cueva del Toro (Rodríguez-Ariza, 1999). También
destaca de manera notable durante el Calcolítico de Campos, Los Millares,
Las Pilas/Huerta Seca, Santa Bárbara y Zájara (Rodríguez-Ariza, 2000a).
Su presencia sigue siendo habitual en las ocupaciones de la Edad del Bron-
ce de Fuente Álamo (Schoch y Schweingruber, 1982), de Gatas (Rodríguez-
Ariza, 2000a), de Cerro de las Viñas y de Rincón de Almendricos (Grau Alme-
ro, 1990a).
Los análisis de semillas confirman, con la presencia de huesos de ace-
buche, que esta planta forma parte de la flora silvestre del Mediterráneo occi-
dental. La documentación más antigua procede de los niveles mesolíticos
de la Cova de l’Esperit (Salses) en el sur de Francia (Leveau et al., 1991) y de
la Grotta dell’Uzzo en Sicilia (Costantini, 1991). En la península Ibérica, las
referencias carpológicas de olivo silvestre coinciden bastante bien con los
datos antracológicos. Numerosos huesos de olivo (denominados bajo dife-
rentes términos, como Olea, Olea europaea oleaster u Olea europaea) han
sido descubiertos en yacimientos arqueológicos anteriores a la Edad del Hie-
rro. En el nordeste se documentan en los niveles del Neolítico medio de Can
Tintorer (Buxó et al., 1992) y en el Calcolítico/Bronce antiguo de la Cova
120 (Agustí et al., 1987). En el este están presentes en el Neolítico antiguo
de la Cova de les Cendres (Buxó, 1997). Pero, sin duda, donde la visualiza-
ción de este tipo de fruto está mejor documentada es en el sureste de la Penín-
sula. Entre los yacimientos neolíticos más representativos de esta zona pode-
mos citar la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Peña-Chocarro, 1999),
la Cueva del Toro (Buxó, 1997), Los Castillejos (Rovira, 2007) y la Cueva
de Nerja (Van Zeist, 1980). Para el Calcolítico se documentan restos en Los
Millares (Buxó, 1997), Campos (Buxó, 1999a), Almizaraque (van Zeist, 1980),
Zambujal (Hopf, 1979), Las Pilas/Huerta Seca (Stika y Jurich, 1999; Rovi-
ra, 2000), Elda (Precioso inédito), Les Moreres (Pérez-Jordà inédito), la Cueva
del Calor, la Cueva Sagrada y El Garcel (Rivera et al., 1988). Los hallazgos
de huesos en la Edad del Bronce se circunscriben a Castellón Alto (Rodrí-
guez-Ariza et al., 1996; Buxó, 1997; Rovira, 2007), Fuente Álamo (Stika,
1988), Serra Grossa (Hopf, 1971), El Argar (Stika y Jurich, 1998; Hopf, 1991),
Ifre, Zapata (Hopf, 1991), Peñalosa (Peña-Chocarro, 1999), Blanquizares
(Rivera et al., 1988) y Gatas (Castro et al., 1999).
La presencia de vid silvestre o lambrusca (Vitis vinifera var. sylvestris)
en la península Ibérica se detecta desde el Paleolítico superior a través de
los análisis polínicos de Padul (Granada) (Florschütz et al., 1971), de la
Cueva de les Calaveres (Benidoleig, Alicante) (Fumanal y Dupré, 1983),
de la Cueva de les Mallaetes, entre 29.000 y 27.000 BP (Barx, Valencia)
(Dupré, 1980), y hacia 4.480 BP en un sondeo de La Laguna de las Madres
(Huelva) (Stevenson, 1985).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 50

50 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los hallazgos de pepitas de vid carbonizadas en el nordeste de la Penín-


sula confirman su presencia desde el Neolítico. Aparece en los yacimientos
de La Draga y Bòbila Madurell (Buxó, 1997; Buxó et al., 2000), Can Tinto-
rer (Buxó et al., 1992), Bauma del Serrat del Pont (Alcalde et al., 1994) y
en el Calcolítico-Bronce antiguo de la Cova 120. En el nivel neolítico anti-
guo de este último yacimiento se documentó también la presencia de made-
ra carbonizada de esta especie (Agustí et al., 1987). Otros hallazgos de la
misma zona peninsular han sido identificados en niveles de la Edad del Bron-
ce de la Cova de les Portes (Alonso, comunicación oral) y en la ocupación
del Hierro del yacimiento de Els Vilars (Alonso, 1999).
En la zona del sureste, también se encuentran semillas de vid desde época
neolítica en Los Castillejos de Montefrío (Rovira, 2007). Pero los hallazgos
más importantes se circunscriben al Calcolítico y al Bronce. Durante el Cal-
colítico hay datos de su presencia en Las Pilas/Huerta Seca (Rovira, 2000),
en la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Peña-Chocarro, 1999) y en Los
Castillejos (Rovira, 2007). También se citan en El Garcel (Chapman, 1991) y
se conocen restos de pedicelos de vid en Los Millares (Buxó, 1997). En Los
Castillejos sólo se documentan en la última fase de ocupación calcolítica, mien-
tras que en Las Pilas también aparecen de forma esporádica en dos de sus
fases. Su presencia en la Cueva de los Murciélagos también es puntual.
Por su parte, a partir de la Edad del Bronce los hallazgos de pepitas de
uva silvestre se encuentran en El Acequión (Llorach et al., 2000), Castellón
Alto (Rodríguez-Ariza et al., 1996; Buxó, 1997), Fuente Amarga (Buxó,
1997), Peñalosa (Peña-Chocarro, 1999), Gatas (Castro et al., 1999) y Cerro
de las Viñas (Rivera et al., 1988; Precioso, 1995). El caso más destacado de
todos los que se acaban de mencionar es el de Castellón Alto, pues la presen-
cia de esta especie es bastante frecuente en los diversos cortes del yacimien-
to. Asimismo, cabe señalar para este último período el hallazgo de pepitas de
uva (determinadas como Vitis sp.) en el Cerro de las Viñas (Precioso, 1995)
y en una sepultura de la necrópolis de la Cuesta del Negro, que presentan
unas características morfométricas de difícil adscripción entre la vid silves-
tre y la doméstica; junto a ellas, en otra sepultura, había restos de fabricación
de mosto (Buxó, 1997).
En cuanto a la higuera (Ficus carica), hay todavía una documentación
empírica escasa en la mayoría de regiones de la península Ibérica. Se conocen
hallazgos puntuales de restos de higo en el Neolítico medio del yacimiento de
La Bassa (Fonteta, Girona) (Tarrús et al., 1982), pero no vuelven a aparecer
datos en la zona hasta la Edad del Hierro (Buxó, 1997). En las islas Baleares,
en la Cova des Càrritx se señala la presencia constante de restos, aunque no se
especifica si se trata de ejemplares silvestres o cultivados (Stika, 1999b).
Por el contrario, en el sureste se reconocen muchos más datos median-
te el testimonio de la presencia de carbones de madera junto con un gran
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 51

LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 51

número de pepitas de esta especie, que por su frecuencia y cantidad algu-


nos autores consideran que puede tratarse de higuera cultivada (Stika, 1988,
2000). Se han documentado restos de higo en los yacimientos calcolíticos
de Las Pilas/Huerta Seca, Almizaraque (Stika y Jurich, 1999), Cabezo del
Plomo (Precioso, 1995), Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Peña-Cho-
carro, 1999) y Cueva Sagrada (Rivera y Obón, 1987). A excepción de la
Cueva Sagrada, el número de restos no suele ser demasiado abundante duran-
te este período, aunque destaca la frecuencia de aparición de esta especie
en el yacimiento de Las Pilas/Huerta Seca. Sin embargo, en los contextos
de la edad del Bronce hay numerosos testimonios de hallazgos de higo:
Fuente Álamo (Stika, 1988, 2000; Rodríguez-Ariza, 2000a), El Acequión
(Llorach et al., 2000), El Argar (Stika y Jurich, 1998), Castellón Alto (Ro-
dríguez-Ariza et al., 1996; Rovira, 2007), Gatas (Castro et al., 1999; Rodrí-
guez-Ariza, 2000a), Cerro de las Viñas y Rincón de Almendricos (Rivera
et al., 1988).
La interpretación de un posible cultivo de la higuera en el sureste a par-
tir de los resultados actuales es discutida (Stika, 2000; Stika y Jurich, 1999;
Buxó, 1997; Peña-Chocarro, 1999; Rovira, 2000; Rivera y Obón, 1987; Rive-
ra et al., 1988; Llorach et al., 2000). Las hipótesis que sostienen la presen-
cia de higuera cultivada se basan en el criterio de la abundancia de restos en
los yacimientos de la Edad del Bronce, en particular en los casos de El Argar
y Fuente Álamo (Stika, 2000). A su vez, la imposibilidad de determinar su
carácter silvestre o cultivado a partir de la morfometría de las pepitas de higo
es el principal criterio que esgrimen las hipótesis contrarias.

La recolección de plantas en las sociedades de la Edad del Hierro

En una primera aproximación las evidencias arqueobotánicas mues-


tran una disminución del número de taxones vegetales producto de la reco-
lección entre el Epipaleolítico y el Neolítico medio. Durante la Edad del Bron-
ce, el abanico de plantas silvestres utilizadas en la subsistencia humana se
mantiene estable, aunque hay indicios que sugieren una reducción de su impor-
tancia relativa en los contextos de la Edad del Hierro, donde aumentan el
número de taxones de plantas cultivadas. Hay referencias a la presencia de
cerezo (Prunus avium) y de guindo (Prunus cerasus), aunque son bastante
discretas en el registro arqueobotánico de este período. Casi todas ellas que-
dan asociadas como Prunus sp., para las que parece imposible definir la espe-
cie. Se trata de restos de huesos procedentes de las fases del Calcolítico recien-
te de Cerro de la Virgen (Buxó, 1997), de la Edad del Bronce en Madres
Mercedarias (Precioso, 1996) y de muestras de la Edad del Hierro en los silos
de la Universitat Autònoma de Barcelona (Alonso y Buxó, 1991).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 52

52 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Por otra parte, los frutos del género Rubus siguen siendo bastante comu-
nes en este tipo de yacimientos, probablemente recolectados de su medio
natural para su consumo. Hay referencias de Rubus sp. en el Bronce argári-
co de El Acequión (Llorach et al., 2000), Cerro de las Viñas (Precioso, 1995)
y Fuente Álamo (Stika, 1988, 2000). Mientras que los de zarzamora (Rubus
fruticosus) están documentados en diferentes yacimientos catalanes de la
Edad del Bronce y de la Edad del Hierro: Minferri, Cova de Punta Farisa, Els
Vilars (Alonso, 2000a), Ca n’Oliver (Alonso, inédito) e Illa d’en Reixac (Cas-
tro y Hopf, 1982).
Durante la Edad del Hierro, los restos de bellota son los hallazgos más
abundantes. Destacan en numerosos registros arqueobotánicos del territorio
peninsular (Cataluña, Valencia, La Meseta, Extremadura…), si bien la mayo-
ría se concentran en la mitad nororiental (Buxó, 1997; Cubero, 1998; Alon-
so, 2000a; Zapata Peña, 2000; Pérez Jordà, 2005). En Los Villares o el Cas-
tellet de Bernabé, los hallazgos de bellota se han podido asociar directamente
con la encina, y en Castillo de Doña Blanca al quejigo (Quercus faginea),
pero en general son de difícil adscripción, si no se conserva la cúpula junto
con los cotiledones.
El aprovechamiento de la bellota (Quercus sp.) no se vincula necesa-
riamente a la alimentación humana; sin embargo, su evidencia arqueológica
se asocia directamente con la forma de procesarla y cocinarla. El contacto
con el fuego, al ser tostada o secada, configura la posibilidad de su consumo
en la dieta humana, y debe ser, por tanto, considerada. Además, los datos
etnográficos sobre su uso son muy abundantes y ofrecen una gran diversi-
dad de posibilidades de procesarla (McCorriston, 1994; Peña-Chocarro et al.,
2000; Vázquez Pardo et al., 2004).
Al lado de los restos de bellotas, cabe señalar también la consistencia
de otras especies de frutales que se circunscriben de manera especial en los
yacimientos del área edetana y contestana durante el Ibérico pleno, espe-
cialmente la Bastida de les Alcusses, Castellet de Bernabé, Los Villares de
Caudete de las Fuentes y la Seña (Pérez Jordà et al., 1999), así como en casos
puntuales en El Amarejo (Albacete) (Broncano, 1989), o Cancho Roano (Grau
Almero et al., 1998) y La Mata, en Extremadura (Pérez Jordà, 2004). Sin
embargo, el actual registro arqueobotánico no permite por el momento reco-
nocer el posible cultivo de estos árboles. Destacamos, en primer lugar, la
higuera (Ficus carica), a la que se le unen, en segundo lugar, el almendro
(Prunus amygdalus), el granado (Punica granatum), el ciruelo (Prunus avium)
y, posiblemente, el manzano (Malus sp.). Finalmente, al lado de éstos se cons-
tata una frecuencia alta de piñones (Pinus sp.) en Cancho Roano, pino lari-
cio (Pinus nigra) en El Amarejo, pino piñonero (Pinus pinea) en el Castillo
de Doña Blanca y avellano (Corylus avellana) en este mismo yacimiento y
en Mas Castellar de Pontós.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 53

CAPÍTULO 3

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS
Y LA CONSTRUCCIÓN

La madera ha sido una de las materias primas más versátiles para la pro-
ducción de bienes. Es asequible en la mayoría de las regiones y las especies
leñosas están presentes en todo tipo de ambientes, incluso los desérticos o
árticos. Asimismo, es una materia prima fácil de extraer y transformar; con
una tecnología sencilla se pueden obtener artefactos con una gran diversi-
dad de formas y tamaños. Es duradera, puede perdurar durante generaciones,
y algunas especies son muy resistentes a la descomposición o la fractura. Por
último, las propiedades de la madera son diferentes según la especie, por lo
que esta materia prima puede ser utilizada para diversidad de fines. La dure-
za, la elasticidad, la resistencia a la putrefacción y la capacidad de ser asti-
llada son algunas de las propiedades que varían según la especie y la hacen
más adecuada a un uso u otro.
Las capacidades tecnológicas necesarias para trabajar la madera están
ampliamente documentadas entre las sociedades prehistóricas. El análisis fun-
cional de los instrumentos líticos recuperados en contextos arqueológicos per-
mite inferir que el trabajo sobre la madera era practicado desde tiempos muy
antiguos. La utilización de instrumental lítico se ha documentado en diversos
yacimientos del Paleolítico inferior, como por ejemplo Clacton-on-Sea y Hoxne
en Inglaterra, Swanscombe en Sudáfrica (Keeley, 1980), Koobi Fora en Kenia
(Keeley y Toth, 1981), Carrières Thomas en Marruecos (Beyries y Roche,
1982) y Olduvai en Tanzania (Sussman, 1985). Los estudios de las trazas de
uso de los instrumentos líticos permiten conocer qué tipo de instrumentos y
acciones estaban implicados en la obtención y transformación de la madera.
Estos estudios indican que los instrumentos realizaron acciones como el corte,
el serrado o el raspado sobre material leñoso. Azuelas y hachas, de piedra puli-
da en un primer momento y metálicas posteriormente, también se han aso-
ciado tradicionalmente con el trabajo de la madera. Estos artefactos son habi-
tuales en sociedades agricultoras, entre las que se utilizaron tanto para abatir
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 54

54 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

árboles como para transformar los troncos según las necesidades. A esta inno-
vación hay que sumar, ya para períodos más recientes, la adopción de tecno-
logías más complejas, como por ejemplo el torno, que permite elaborar los
artefactos con mayor rapidez.
Pese al conocimiento que tenemos sobre los instrumentos relacionados
con el trabajo de la madera, poco sabemos de los productos obtenidos con
ellos. El análisis funcional de los instrumentos líticos demuestra que algunos
estaban enmangados, presumiblemente con madera. Por otra parte, la amplia
documentación etnográfica existente sobre sociedades cazadoras-recolecto-
ras o agricultoras modernas muestra la gran cantidad y diversidad de bienes
elaborados en madera que éstas utilizan en sus actividades productivas. Ello
hace suponer que los artefactos de madera probablemente fueron ubicuos
entre las sociedades prehistóricas y permitieron resolver una gran diversidad
de necesidades.
Además de intuir mediante diversos indicadores su uso e importancia,
creemos que el registro arqueológico nos muestra suficientes ejemplos del
aprovechamiento de la madera que permiten considerar su relevancia como
materia prima entre las sociedades prehistóricas. Pese a la creencia genera-
lizada de que los artefactos de madera son invisibles en el registro, hay que
señalar que son cada vez más abundantes los restos leñosos recuperados en
contextos arqueológicos. Estos artefactos permiten un acercamiento tanto a
las materias primas aprovechadas y a los procesos de trabajo relacionados
con su obtención y su transformación, como a las modalidades de consumo
o uso de estos artefactos.
Las materias primas leñosas utilizadas responden a las necesidades fun-
cionales del artefacto, aunque también la tecnología y sin duda la disponibi-
lidad de materias primas condicionan su aprovechamiento. Sin embargo, en
los casos en que hay una buena conservación de materia orgánica se docu-
menta que la disponibilidad local de materias primas leñosas no es determi-
nante para su consumo en la elaboración de artefactos. Al contrario, es habi-
tual el transporte desde cierta distancia de maderas de especies con
determinadas propiedades o el consumo de especies que pueden ser poco fre-
cuentes en el entorno.
A lo largo de este apartado vamos a revisar las evidencias arqueológi-
cas de los aprovechamientos de la madera para la producción de artefactos.
El objetivo es revisar las materias primas utilizadas, es decir, qué especies
se aprovechan y, en los casos en que el registro o los datos así lo permitan,
evaluar los procedimientos de transformación o elaboración de esta materia
prima hasta la obtención del producto final. Hay que señalar que son esca-
sos los estudios realizados sobre artefactos de madera prehistóricos; éstos
generalmente se han centrado en la determinación de materias primas, mien-
tras que el análisis de la tecnología de la madera es todavía marginal. Ello es,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 55

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 55

en parte, consecuencia de la baja preservación de estos restos, pero incluso en


los casos en que se han conservado en buen estado los estudios tecnológicos
son limitados. Sin duda la falta de tradición en el estudio de este tipo de
artefactos es uno de los factores que explica esta carencia. El análisis de la
tecnología de la madera debe partir de un trabajo experimental previo, éste
es necesario para comprender los procesos de trabajo implicados y sobre todo
para saber como reconocerlos a partir de los rasgos macroscópicos. Por otra
parte, el estudio de la tecnología de la madera debería arrancar de la integra-
ción de las diferentes evidencias arqueológicas sobre el trabajo de la madera;
es decir, de la integración de datos procedentes del análisis de los instru-
mentos involucrados y de los residuos y productos obtenidos. No estamos
en condiciones por el momento de llevar a cabo este acercamiento, por ello
en este apartado vamos a centrarnos sobre todo en la revisión de las mate-
rias primas utilizadas y de los productos obtenidos.

Los artefactos de madera en sociedades


cazadoras recolectoras prehistóricas

Las evidencias sobre el uso de la madera para producir instrumentos


entre las sociedades cazadoras y recolectoras de la península Ibérica son esca-
sas y casi siempre indirectas. Muchos son los instrumentos que, a partir de
las huellas que en ellos ha dejado el uso, relatan actividades relacionadas con
el procesado de la madera. Podemos citar, por ejemplo, los trabajos realiza-
dos en Abric Romaní o Atapuerca (Carbonell et al., 1999), Cova 120 (Terra-
das y Clemente, en prensa), Laminak II, Santa Catalina y Berniollo (Gonzá-
lez Urquijo e Ibáñez Estévez, 1994; Ibáñez Estévez y González Urquijo,
1996). También las trazas de uso muestran evidencias de enmangues que pre-
sumiblemente serían de madera y, aunque generalmente éstos no se han
conservado, cabe suponer que muchos de los artefactos líticos estaban enas-
tados con este material.
La etnografía de las sociedades cazadoras recolectoras modernas nos
muestra la elevada diversidad de instrumentos manufacturados parcial o total-
mente con madera u otras fibras vegetales que utilizan habitualmente: mazas,
bumeranes, todo tipo de enmangues, puntas, contenedores, estructuras de
viviendas, etc., siendo por lo general más abundantes los bienes confeccio-
nados con materias primas vegetales, entre ellos madera, que los fabricados
con otras materias.
Por otra parte, aunque en la península Ibérica son escasos, hay que men-
cionar la existencia en otros países de yacimientos arqueológicos paleolíticos
excepcionalmente conservados que han permitido recuperar artefactos de made-
ra. Entre los del Pleistoceno medio destacan los depósitos de Schoningen
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 56

56 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

(400.000-380.000 BP) y Lehringen (125.000-115.000 BP) en Alemania,


en donde se han recuperado diversos artefactos de madera (Thieme, 1997). En
Schoningen los restos se han atribuido a tres lanzas, un posible palo arrojadi-
zo y un artefacto que en uno de sus extremos presentaba una ranura donde
presumiblemente se podría haber fijado una pieza lítica; todos estos artefac-
tos estaban confeccionados en madera de pícea (Picea sp.). También los res-
tos de Lehringen han sido atribuidos a una lanza de madera, en este caso
confeccionada en madera de tejo (Taxus sp.). En Gran Bretaña hay que men-
cionar el fragmento de madera trabajada de Clacton-On-Sea (Essex, Inglate-
rra), interpretado como un fragmento de lanza, también elaborada en madera
de tejo (Taxus baccata); la cronología, alrededor de 400.000 años, es muy
similar a Schoningen. En África los yacimientos de Kalambo Falls, con una
datación que supera el límite del Carbono 14 y seguramente anterior a
60.000 BP (Clark, 2001), y Florisbad (Sudáfrica), datado entre 259.000 y
125.000 BP (Bamford y Henderson, 2003), son los exponentes más antiguos
de artefactos de madera en el continente. En el primero de ellos se recupera-
ron artefactos que fueron interpretados como posibles palos cavadores y garro-
tes; en el segundo, se trata de un fragmento de madera de función indetermi-
nada, aunque se apuntó su posible uso como lanza o palo arrojadizo. En ambos
casos se han planteado dudas sobre la factura antrópica de estos restos.
Estos artefactos no sólo proporcionan datos significativos sobre ciertas
actividades como la caza o la recolección de plantas, sino que también evi-
dencian ya un desarrollo de la tecnología de la madera. Las lanzas de Scho-
ningen fueron elaboradas cada una a partir de un tronco, en todas ellas la
punta corresponde a la base del tronco, que es la parte más dura; por otra
parte, aunque sus dimensiones son diferentes, todas siguen un mismo patrón:
el máximo grosor y peso se encuentra en la parte frontal. Todo ello denota
un aprovechamiento de las propiedades de la madera que permite optimizar
la función de los instrumentos.
En la península Ibérica los depósitos del Pleistoceno medio no se han
mostrado generosos en este tipo de hallazgos; si bien se conocen casos de
conservación de madera, no es clara la factura humana o no están relaciona-
dos con niveles arqueológicos. El yacimiento de Torralba ha proporcionado
diversos restos que según algunos investigadores muestran señales de haber
sido trabajados; de ser así, corresponderían a una de las maderas de mayor
antigüedad. Los objetos recuperados en las excavaciones del Marqués de
Cerralbo fueron estudiados por Howell, quien consideró que nueve de los
fragmentos de madera mostraban señales inequívocas de haber sido trabaja-
dos; uno de los restos presentaba señales de serrado, mientras que en los otros
se podía apreciar alguna forma de pulido (Biberson, 1964). Éstos no son los
únicos hallazgos de Torralba y Ambrona; durante las campañas de excava-
ción llevadas a cabo a inicios de los años sesenta se recuperaron 77 fragmen-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 57

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 57

tos de madera y 31 moldes de objetos de madera, las maderas fueron deter-


minadas y entre ellas se encontraron restos de pino albar-laricio (Pinus tipo
sylvestris-nigra), abedul (Betula sp.) y un componente de la familia de las
salicáceas (Freeman, 1975). Los restos recuperados en estas campañas no han
sido publicados y se desconoce su paradero (Santonja et al., 2005). Santon-
ja señala además la incertidumbre sobre la posición estratigráfica de los hallaz-
gos, ya que en posteriores campañas de excavación no han sido localizados
más restos orgánicos; no obstante, la datación de algunos fragmentos de made-
ra indica que son anteriores al límite del método del Carbono 14 (Santonja
et al., 2005).
Hacia el final del Pleistoceno medio destacan los fragmentos de made-
ra carbonizada y los moldes travertínicos (pseudomorfos) recuperados en
diversos niveles arqueológicos de l’Abric Romaní en Capellades (Carbonell
y Castro Curel, 1992; Castro Curel y Carbonell, 1995), que han sido inter-
pretados como restos de artefactos: postes y útiles domésticos. Los vestigios
carbonizados procedentes del nivel H corresponden a tres posibles artefac-
tos: uno de forma ovalada y ligeramente cóncava de madera de junípero
(Juniperus sp.); otros dos de forma elíptica, uno de ellos con un extremo
ligeramente apuntado, de madera de pino. Estos artefactos fueron interpre-
tados como restos de utensilios domésticos abandonados en el abrigo. Asi-
mismo, en el nivel M se recuperaron algunos fragmentos de madera carbo-
nizada, todos ellos de pino, por cuya morfología también se ha sugerido que
podría tratarse de algún tipo de objeto de uso doméstico (Allué, 2002). Las
dataciones obtenidas por el método de Uranio-Thorio de las placas traver-
tínicas son de 49.300-46.500 BP (Uth); el nivel M no tiene una datación pre-
cisa, pero se situaría entre 56 y 54 Ka BP. Cabe señalar que entre los restos
carbonizados del Abric Romaní se ha documentado el uso de taxones dife-
rentes a los hallados entre el combustible utilizado en los hogares, entre los
que sólo se identificó el consumo de madera de pino. Por otra parte, la repro-
ducción de los seudomorfos del nivel J mostró que uno de los extremos de
una rama estaba apuntado, el examen del molde al microscopio electrónico
reveló la presencia de las estrías producidas por instrumentos líticos, de
manera que se ha apuntado que podría tratarse de un palo cavador (Pastó et
al., 2000).
Durante el Pleistoceno superior los hallazgos de madera trabajada siguen
siendo escasos en toda Europa. Una buena revisión de las evidencias la encon-
tramos en Tyldesley y Bahn (1983), si bien con posterioridad a este trabajo
se han realizado nuevos hallazgos. Entre los indicadores indirectos del uso
de la madera se encuentran los negativos que han dejado en el sedimento los
postes utilizados para el sostén de las estructuras de habitación en Combe Gre-
nal, Cueva Morín (Freeman y González Echegaray, 1970) y Molodova (Klein,
1974). Otras evidencias indican también la construcción de andamios; así pare-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 58

58 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

cen indicarlo las improntas de los muros de la cueva de Lascaux (Delluc y


Delluc, 1979), por citar algunos de los casos más conocidos. Sin embargo, en
éstos no se ha podido saber qué especies fueron utilizadas.
Fuera de la península Ibérica los hallazgos de madera en contextos del
Pleistoceno superior son también escasos. Destaca el yacimiento al aire
libre de Ohalo II en el valle del Jordán (Israel), con una datación calibrada
de 23.500-22.500 cal BP (Nadel et al., 2006). Los artefactos proceden de un
nivel lacustre donde la madera se ha conservado saturada de agua. Situado
en el borde de un lago, se documentó el uso de la madera para la confección
de diversos útiles y para la construcción de las estructuras de habitación.
Las materias primas utilizadas son Salicaceae, tamarisco (Tamarix) y un tipo
de Quercus, aunque algunos objetos no han sido determinados. En este con-
junto de maderas se observan inequívocas trazas de trabajo, pero su función
es en la mayoría de los casos incierta; en algunos casos los autores incluso
apuntan hacia posibles usos simbolico-rituales.
Hacia el final del Pleistoceno aparecen las primeras evidencias de arcos
y flechas; entre los yacimientos más destacados está el de Stellmoor en Ale-
mania (Rust, 1943; Insulander, 1999), con una datación de 10.800 BP. Se
recuperaron restos de fragmentos de arco y astiles de flecha, algunas con la
punta de sílex, confeccionados con madera de pino; desgraciadamente estos
restos se perdieron durante la segunda guerra mundial.
El conjunto de restos de madera pleistocénicos es muy escaso y dis-
perso tanto en el tiempo como en el espacio. Los hallazgos no sólo son limi-
tados, sino que también en algunos casos de dudosa factura humana. Pero
muestran que las condiciones para la conservación de la madera pueden
darse incluso en cronologías tan antiguas. Entre la diversidad de artefactos
que se documentan cabe señalar los diversos usos con los que se relacio-
nan: caza, recolección de plantas, construcción de estructuras habitaciona-
les o de otros tipos, e incluso fines ornamentales o rituales. Destaca la pre-
sencia de instrumentos relacionados con la caza (lanzas) y con la recolección
de vegetales (palos cavadores), lo que demuestra diversificación en la uti-
lización y conocimientos tecnológicos para el aprovechamiento de estas
materias primas. No obstante, en muchos casos su función se infiere a par-
tir de paralelos etnográficos, ya que los estudios funcionales son de difícil
aplicación.
Poco podemos decir sobre el uso de la madera a partir de los datos con
los que contamos. No obstante, tanto los instrumentos utilizados para su con-
fección como los escasos artefactos que se conocen dentro y fuera de la penín-
sula Ibérica permiten suponer un cierto desarrollo de la tecnología de la made-
ra. Aunque hay pocos datos sobre la extracción de las materias primas y la
elaboración de estos instrumentos, podemos apuntar que en algunos casos
se mencionan rasgos que se refieren a los procesos de trabajo implicados en
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 59

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 59

su obtención. Así, en Schoningen se sabe que el soporte utilizado fue un tron-


co. Tampoco es rara la observación de facetas de desbastado; podemos men-
cionar el caso de Ohalo y el negativo del Abric Romaní ya citados. En lo
que se refiere a los acabados se han observado pulidos (Schoningen) e inci-
siones (Ohalo II).
No es hasta el Holoceno cuando empiezan a proliferar los conjuntos
de artefactos de madera. Son diversos los yacimientos del norte y centro de
Europa en los que se han conservado instrumentos de esta factura. Bien
conocidos son los hallazgos daneses de la denominada cultura Ertebolle.
En ellos se ha recuperado un vasto repertorio de objetos entre los que se
encuentran los relacionados con la navegación (canoas y remos), pesca
(trampas), caza (arcos), construcción (estacas), contenedores de uso domés-
tico, etc. (Price et al., 2001). Los hallazgos de artefactos de madera proli-
feran entre las sociedades cazadoras recolectoras holocénicas. Dentro de
los yacimientos más destacados tenemos Starr Carr (Clark, 1954) o Vis 1
(Burov, 1989). Probablemente muchos de estos instrumentos se utilizaron
también en momentos previos, aunque es posible que algunos tipos sean
el resultado de nuevas prácticas económicas o de la intensificación de acti-
vidades que en este periodo toman más importancia. Así, la intensifica-
ción en la explotación de recursos litorales de finales del Pleistoceno e ini-
cios del Holoceno probablemente conllevó un desarrollo de las artes de
pesca y, por lo tanto, de los instrumentos necesarios para su ejecución. Entre
el repertorio de artefactos de madera mesolíticos están bien representados
los instrumentos de pesca, aunque también armas de caza y los denomina-
dos útiles domésticos.
Cabe suponer que procesos similares se produjeron en la península Ibé-
rica, donde la intensificación del aprovechamiento de los recursos litorales
está bien representada en los yacimientos de la fachada atlántica. En éstos
proliferan las acumulaciones de conchas marinas en basurales y las eviden-
cias de consumo de pescado; sin embargo, los instrumentos utilizados para
su obtención y procesado son poco conocidos. La madera tuvo que desarro-
llar un papel fundamental como materia prima, y el hecho de que los yaci-
mientos ibéricos de inicios del Holoceno no se encuentren en litorales ane-
gados de agua es la causa de su ausencia en el registro.
El conjunto de artefactos de madera del Pleistoceno es muy reducido y
difícilmente podemos considerar que refleje la diversidad de usos, conoci-
mientos y capacidades técnicas en el trabajo de este material. Los análisis
de las huellas de uso reflejan la importancia del trabajo de la madera a lo
largo del Pleistoceno. En este período, por lo tanto, son los instrumentos uti-
lizados para su fabricación más que los propios objetos los que permiten pen-
sar en la importancia de la madera como materia prima.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 60

60 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los artefactos de madera entre las primeras sociedades agrícolas

Con las primeras sociedades agrícolas y ganaderas de la península Ibé-


rica surgen nuevas formas de aprovechamiento del entorno, a la vez que nue-
vas necesidades de materias primas leñosas. En este momento tenemos las
primeras evidencias de asentamientos permanentes, lo que ligado a la agri-
cultura y ganadería supuso nuevos usos de la madera que complementarían
los ya existentes. La agricultura implica procesos de trabajo que, por lo menos
en la península Ibérica, no se practicaban antes. Trabajos como el arado de
la tierra, la siembra, la siega, la molienda, etc., requirieron por lo tanto la ela-
boración de instrumentos apropiados para estas actividades. Un reflejo de los
desarrollos técnicos los tenemos en la adopción de nuevos tipos de artefac-
tos no presentes en los contextos anteriores. Así, piedras de moler y hojas de
hoz hacen su aparición en el registro arqueológico.
Los nuevos tipos de enmangue y artefactos, elaborados principalmen-
te con materiales perecederos, sin duda también comportaron importantes
cambios en la tecnología de la madera. Cabe señalar que juntamente con los
instrumentos vinculados a la agricultura aparecen y se generalizan también
herramientas que se han relacionado con la tala y transformación de la made-
ra: hachas y azuelas. Éstos permiten transformar la madera de manera más
rápida y eficiente.
En la Europa húmeda las primeras sociedades agrícolas han dejado
numerosos vestigios sobre la tecnología de la madera. Esto es así porque uno
de los ambientes más explotados para este período es el lacustre. Los már-
genes de los lagos del centro y norte de Europa han permitido la conserva-
ción en sus niveles freáticos de numerosos poblados; en ellos la conservación
de la materia orgánica es excepcional y permite obtener una imagen de la
importancia de las plantas para estas comunidades. Entre los yacimientos más
conocidos tenemos los del área alpina: Egolzwil, Thayngen-Weier, Cortai-
llod, Clairvaux, Chalain, Charavines, etc. En ellos se han recuperado todo
tipo de instrumentos relacionados con la agricultura, la ganadería, el trabajo
forestal, la pesca, la caza, el procesado de los alimentos, etc. También se
han conservado restos de casas y caminos en los Wetlands (Inglaterra). De
todo el repertorio de bienes elaborados en madera se puede deducir que entre
las primeras sociedades agricultoras la talla de madera era una habilidad bien
conocida. Los artefactos demuestran que tenían un amplio conocimiento de
las propiedades de las diferentes especies madereras y de cómo sacar el mejor
partido de ellas. Su buena preservación en estos yacimientos ha permitido
conocer, además de los aspectos técnicos del procesado de esta materia prima,
detalles sobre la gestión de los bosques y las diferentes fases de tala de los
árboles utilizados en la construcción de los poblados (Gassman et al., 2006;
Billamboz, 1992).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 61

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 61

En la península Ibérica las evidencias que tenemos para este período


son escasas, las condiciones climáticas propias del área mediterránea no han
favorecido la conservación de la materia orgánica, aunque también es cierto
que por el momento los niveles freáticos de lagunas y ríos han sido poco pros-
pectados.
Pese a la baja conservación de la materia orgánica cabe señalar dos nota-
bles excepciones. Una de ellas es el poblado lacustre de La Draga (Banyo-
les) (Bosch et al., 1996, 2000). La otra es el depósito funerario de la cueva
de Los Murciélagos de Albuñol, dado a conocer por Manuel de Góngora en
1868.
El conjunto de artefactos de la cueva de Los Murciélagos ha proporcio-
nado diversos artefactos confeccionados en materias primas vegetales, entre
ellos cestos y sandalias hechos de esparto en los que se ha podido analizar
la técnica de trenzado y la decoración (Alfaro Giner, 1980; Cacho Quesada
et al., 1996). Los restos de esparto han sido objeto de diversas dataciones que
los sitúan entre 5.200-4.600 cal. ANE. El estudio realizado por Alfaro per-
mitió reconocer cinco técnicas diferentes en la manufactura de los cestos:
cestería tejida, cestería atada, cestería cosida en espiral, cestería pseudotren-
zada y cestería trenzada. Por otra parte, el trabajo de Cacho y colaboradores
ha incidido más en la decoración de siete de los cestos. Mediante la utiliza-
ción de técnicas de reflectografía de infrarrojos se pudieron visualizar los
motivos decorativos, entre los que se documentó la presencia de motivos geo-
métricos: líneas, bandas, zigzags, rombos y puntas de flecha. Asimismo se
pudo establecer que fueron realizados con pigmentos, aunque no ha sido posi-
ble establecer su origen.
Estos hallazgos demuestran la explotación del esparto (Stipa tenacissi-
ma) para la manufactura de cestos y calzado desde el VI milenio cal. ANE.
Seguramente el contexto funerario del que proceden los artefactos ha deter-
minado el tipo de objetos recuperados, básicamente contenedores y elemen-
tos de vestuario. No obstante, el esparto es una materia prima versátil con la
que se puede manufacturar diversidad de bienes: esteras, escobas, medios
de transporte.
Mientras que los restos de cestería y esparto han sido objeto de diver-
sos estudios, los restos de madera de la cueva de Los Murciélagos de Albu-
ñol no han recibido hasta el momento la misma atención. Los artefactos no
han sido estudiados todavía y, además, algunos de ellos se encuentran en para-
dero desconocido. López García (1980a) cita por ejemplo el hallazgo de un
peine de una hilera de dientes, una cajita barquiforme, una cuchara de mango
corto con perforación en el extremo, mazas, vasos con incisiones y fragmen-
tos de tea con las puntas quemadas, estas últimas de madera de Quercus sp.
Entre los materiales recuperados apareció también una hoz completa, actual-
mente en paradero desconocido, de la que sólo se conoce un dibujo realiza-
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62 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

do a partir de referencias de personas que habían presenciado el descubri-


miento (Góngora, 1868). Según este dibujo se trata de una hoz de mango curvo
en el que se insertan las hojas formando un ángulo de entre 60 y 90º (Gon-
zalez Urquijo et al., 2000). En el Museo de Granada se encuentran, asimis-
mo, medio cuenco de roble y dos punzones procedentes de este yacimiento.
Existen otros hallazgos de artefactos de madera, aunque son muy esca-
sos y apenas hay estudios de materias primas o de técnica de fabricación. Cabe
señalar el peine y el mango de hacha procedentes de la Cueva de los Blanqui-
zares de Lébor (Cuadrado Ruiz, 1930; Castro Curel, 1988). El mango presen-
ta un orificio en uno de los extremos donde estaba encajada la hoja de un hacha.
No se conocen las materias primas con que se elaboraron estos artefactos.

EL APROVECHAMIENTO DE LA MADERA EN LA DRAGA

Un caso que merece una atención especial es sin duda el yacimiento


lacustre de La Draga. En este asentamiento los contextos donde se han recu-
perado los artefactos de madera son habitacionales, por ello el registro es más
diverso. Además la madera se ha conservado al quedar anegado el nivel arqueo-
lógico, por lo que hay una gran cantidad de estructuras y artefactos. Los ins-
trumentos de madera de La Draga han sido objeto de algunos estudios pre-
vios centrados en la determinación de materias primas, morfología y aspectos
técnicos (Bosch et al., 1996, 2000, 2005, 2006; Bosch et al., en prensa; Palo-
mo et al., 2005), por lo que constituye uno de los casos mejor documenta-
dos para esta cronología (5.440-5.045 cal. ANE).
Los instrumentos agrícolas constituyen una de las categorías mejor repre-
sentadas. Se han recuperado hasta el momento siete mangos de hoz, uno de
ellos todavía con la hoja de sílex adherida. Todas las hoces enteras presen-
tan un apéndice recogedor perpendicular al mango, aunque los tamaños, las
morfologías, las materias primas y las maneras de producirlas son muy diver-
sas. En un caso se aprovechó una rama de saúco (Sambucus sp.) de la cual
surgía una rama secundaria perpendicular, que cumplía la función de reco-
gedor (figura 3). En los otros casos el apéndice perpendicular se consiguió
utilizando una rama ya con esta forma. Del total de siete hoces, cinco esta-
ban manufacturadas en madera de boj (Buxus sempervirens) (figura 4), las
otras en madera de saúco y de enebro/sabina.
Otra categoría de artefactos bien representada entre los instrumentos
agrícolas son los palos apuntados y biapuntados; aunque no se han realiza-
do todavía análisis de la función de estos artefactos, es posible que muchos
de ellos sean palos cavadores. Este tipo de instrumento agrícola es bien cono-
cido entre las sociedades agricultoras incipientes modernas; es precisamen-
te el paralelismo formal con estos instrumentos agrícolas el que ha llevado
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 63

FIGURA 3. Hoz del yacimiento de La Draga confeccionada en madera de saúco


(Bosch et al., 2006).

FIGURA 4. Hoz del yacimiento de La Draga confeccionada en madera de boj (Bosch


et al., 2006).
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64 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 5. Mango de azuela del yacimiento de La Draga confeccionado en made-


ra de pino (Bosch et al., 2006).

en la mayoría de los casos a interpretar la función de los arqueológicos. Los


palos apuntados y biapuntados de La Draga presentan también una cierta
diversidad formal. Los palos biapuntados generalmente presentan un extre-
mo acabado en punta y otro en bisel; aunque algunos de ellos están apunta-
dos en los dos extremos, la mayoría están fabricados con un segmento de rama
o tronco de boj (Buxus sempervirens) y presentan un mayor grado de estan-
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 65

darización que los palos apuntados. En estos últimos las dimensiones son más
variables, hay mayor diversidad de materias primas utilizadas: roble (Quer-
cus sp. caducifolio), maloidea (Rosaceae/Maloideae), boj, avellano (Corylus
avellana), y además se utilizaron diversos tipos de soportes, tanto segmen-
tos de tronco como ramas o tronquitos enteros.
Los instrumentos relacionados con el trabajo de la madera están repre-
sentados en La Draga por los mangos de azuelas y cuñas de madera. Los diez
mangos, enteros o fragmentos, encontrados hasta el momento presentan la
misma morfología: se trata de mangos acodados con lengüeta. Presentan
dimensiones muy diferentes y para su confección se utilizaron maderas de
diferentes especies (roble, pino, tejo, boj y junípero), lo que hace pensar en
que tenían también diferentes funciones (figura 5). Los mangos fueron fabri-
cados —todos— siguiendo el mismo patrón, a partir de un tronco del cual
nacía una rama secundaria. El codo, con un rebaje longitudinal en su zona
distal para recibir la hoja de piedra pulimentada, se construía a partir del frag-
mento de tronco, mientras que para el mango se aprovechaba la rama. De este
modo, se sacaba partido de la mayor resistencia de las fibras que se encuen-
tran en los nacimientos de las ramas, para que resistiera mejor los impactos.
Todos los mangos acodados de las azuelas de La Draga fueron fabricados de
la misma manera, usando especies distintas, pero siempre de porte arbóreo,
cuyas dimensiones permiten ese tipo de aprovechamiento.
Los artefactos de uso doméstico están representados por recipientes,
cucharas y espátulas, peines y un batidor. Los recipientes están hechos todos
con madera de roble, aunque también se han conservado fragmentos de ces-
tería en los que se combinan diversas materias primas, como las ramas de
avellano para el armazón y las fibras de Carex y juncos para la trama. El bati-
dor estaba confeccionado en madera de tejo, mientras que para las espátulas
y cucharas se utilizó boj y avellano. Los peines estaban todos confecciona-
dos en madera de boj (figura 6).
Los materiales de construcción son los más abundantes, centenares de
troncos fueron utilizados como soporte para las viviendas y estructuras; tam-
bién han aparecido diversos fragmentos de tablones. Entre los postes desta-
ca el uso de la madera de roble, que es la mejor representada, aunque tam-
bién se han determinado postes y estacas de arce (Acer sp.), encina-coscoja
(Quercus sp. esclerófilo) y álamo (Populus sp.). Entre las maderas de cons-
trucción halladas sobre el suelo arqueológico (partes aéreas de postes, vigas,
planchas y fragmentos de muros de ramas entrelazadas), se han identificado
avellano, laurel (Laurus nobilis), sauce (Salix sp.) y una especie del grupo
Rosaceae/Maloideae. Cabe destacar que muchas planchas y tablones fueron
fabricadas en álamo. El grado de transformación fue mínimo en todos los
postes y estacas de las viviendas, algunos aún conservaban inicios de ramas
y prácticamente todos la corteza. Las puntas estaban trabajadas en bisel
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66 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 6. Peines del yacimiento de La Draga confeccionados en madera de boj


(Bosch et al., 2006).

simple y doble, o bien eran multifacetadas hasta conseguir un extremo apun-


tado cónico.
Dos fragmentos de arcos, diversas puntas de proyectil, una de ellas acaba-
da en forma de maza y diversos astiles de flecha constituyen por el momento el
conjunto de armas. Ambos arcos están fabricados con la madera del tejo (figu-
ra 7). Para su manufactura se tuvo en cuenta la mayor flexibilidad y resistencia
de las fibras del último anillo de crecimiento del tejo. Así, durante su confección
se respetó la morfología de esa parte del tronco para no disminuir su eficacia
durante el uso. La punta en forma de maza estaba hecha con madera de corne-
jo (Cornus sp.), de gran dureza, mientras que los astiles eran de madera de sauce.
También se documentaron algunas puntas en madera de boj.
Además de estos objetos de forma o función conocida, se recuperaron diver-
sos artefactos de uso indeterminado. Entre ellos destacan algunos con forma de
gancho, que podrían ser elementos constructivos; éstos fueron confeccionados
con diversas materias primas: boj, un tipo de arce, encina, laurel y maloidea.
También se han recuperado diversas cuñas de boj que podrían haber sido utili-
zadas para trabajar la madera, manojos de lianas de vidalba (Clematis sp.) enro-
llados para su posterior uso y un instrumento en madera de roble que podría
haber sido utilizado como recogedor. Por último, cabe señalar la presencia de un
gran número de astillas procedentes del proceso de desbastado de la madera.
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 67

FIGURA 7. Fragmento de arco del yacimiento de La


Draga confeccionada en madera de tejo (Bosch et al.,
2006).

El estudio de los restos ha permitido identificar el uso de 17 taxones dife-


rentes: boj, arce, madroño (Arbutus unedo), vidalba, cornejo, avellano, juní-
pero, laurel (Laurus nobilis), pino, Rosaceae/Maloideae, álamo, roble, enci-
na, sauce, saúco, tejo y tilo (Tilia sp.). Este último, el tilo, sólo se ha identificado
hasta ahora entre los restos de talla. Se observa un uso más diverso que entre
las materias primas utilizadas como combustible en el mismo yacimiento.
Entre éstas está bien representado el roble, el laurel y el boj, especies que coin-
ciden con las empleadas para la elaboración de los instrumentos. Sin embar-
go, otros taxones usados como combustible en los hogares —como el aliso
(Alnus sp.), el olmo (Ulmus sp.), el fresno (Fraxinus sp.) y el endrino (Pru-
nus spinosa)— no se hallan entre las herramientas y, a la inversa, algunos de
los taxones representados entre los instrumentos, como el cornejo, enebro-
sabina, encina y saúco no están presentes entre los carbones de los hogares.
El uso de las materias primas leñosas para fabricar elementos de cons-
trucción o utensilios no se produjo al azar, sino que se observa un uso inten-
sivo de ciertos taxones y una selección en función de las propiedades de la
madera. El roble fue la madera más utilizada como material de construc-
ción, puesto que la mayoría de postes y estacas pertenecen a esa especie,
mientras que el boj es mayoritario entre las herramientas (46 % del total).
Las materias primas utilizadas en La Draga tienen propiedades diferentes
(dureza, resistencia, flexibilidad, durabilidad) que las hacen más o menos
aptas para determinadas funciones, siendo éste uno de los factores que pro-
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68 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

bablemente determinaron su uso, ya sea para fabricar útiles, en la construc-


ción o como combustible. Así, tenemos documentadas diferentes tipos de
maderas: a) de gran dureza y densidad (roble, encina, tejo, boj, saúco, cor-
nejo, madroño, arce y juníperos); b) que se caracterizan por su flexibilidad
(sauce, avellano, vidalba y tejo), y c) maderas blandas fáciles de trabajar
(álamo y laurel). El conjunto está dominado por maderas pesadas, especies
que destacan por su dureza y resistencia y, en menor medida, por maderas
flexibles. No cabe duda de que los habitantes de La Draga supieron aprove-
char cada una de ellas según las diversas funciones a que fueron destinadas.
El proceso de fabricación de las herramientas y de las maderas de cons-
trucción presenta mucha diversidad en lo que se refiere a la preparación de
los soportes y a su posterior transformación. Aunque el estudio tecnológico
está todavía en curso, podemos apuntar algunas características de sus proce-
sos de elaboración. Así, se utilizaron como soportes troncos y ramas ente-
ras, apenas transformadas respecto a su morfología original y, en algunos
casos, todavía con la corteza, pero en muchos otros estos troncos o ramas
fueron desbastados en segmentos para confeccionar los distintos artefactos.
El proceso de desbastado de la madera de La Draga está siendo objeto de un
programa de experimentación que nos ha permitido documentar los diferen-
tes estadios de su procesado con los instrumentos hallados allí (Bosch et al.,
en prensa). Así, con la ayuda de cuñas de boj los troncos son seccionados
longitudinalmente para obtener listones o segmentos de tronco, posteriormen-
te el desbastado se lleva a cabo con una azuela hasta conseguir la forma de-
seada y, por último, las superficies son pulidas con piedras de arenisca. Con
este procedimiento hemos podido replicar hasta el momento mangos acoda-
dos y palos cavadores similares a los de La Draga (figura 8).
Se ha podido observar que en muchos casos se aprovechó la morfología
y propiedades originales del árbol o rama utilizado. Entre los diversos ejem-
plos cabe citar el del mezclador o batidor de tejo, un instrumento confeccio-
nado a partir de una rama rectilínea, cuya parte distal conservaba los nacimien-
tos de ramas secundarias. El útil acabado requirió, pues, un trabajo mínimo de
descortezado en la superficie y los recortes necesarios para conseguir el tama-
ño deseado. Otros ejemplos son los mangos acodados ya citados o la hoz de
saúco. En cambio, en otros casos encontramos formas muy alejadas de la
morfología original del soporte, con superficies totalmente pulimentadas. Entre
uno y otro extremo se encuentran los útiles con superficies parcialmente puli-
das o bien que aún conservan visibles las facetas del proceso de elaboración.
Es normal observar también que algunas partes, los extremos de los palos cava-
dores por ejemplo, están mucho más trabajadas que el resto de la pieza, lo que
nos induce a pensar que se buscó más la efectividad funcional que la estética.
Respecto a los acabados, se documenta el pulido en la mayoría de los
instrumentos, ya sea parcial o en toda la superficie de la pieza. También
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 69

FIGURA 8. Réplica experimental del proceso de elaboración de un palo cavador


en madera de boj del yacimiento de La Draga.

queremos destacar el uso del fuego para endurecer y dar mayor resistencia a
los instrumentos; la mayoría de los palos apuntados y biapuntados muestran
rasgos de endurecimiento al fuego en sus extremos.
El conjunto de La Draga es único en la península Ibérica, tanto por la con-
servación de la materia orgánica como por la diversidad de artefactos preser-
vados. Sin duda, su estudio tecnológico y funcional aportará datos relevantes
sobre la transformación de la madera entre las primeras sociedades agrícolas.

La producción de artefactos de madera en sociedades complejas

Durante el III milenio ANE se documenta una mayor complejidad social


que se traduce en algunas áreas de la Península en asentamientos permanen-
tes y construcciones monumentales. Se adopta la metalurgia, primero del
cobre y posteriormente del bronze. Todo ello sin duda llevó a una mayor
demanda de instrumentos que debían resolver nuevas funciones, pero por otra
parte las nuevas materias primas y tecnologías permitieron trabajar la made-
ra y otras materias vegetales con mayor eficiencia.
Con las primeras sociedades metalúrgicas de época calcolítica encontra-
mos las primeras evidencias de tejido realizado con fibras vegetales. En la Cueva
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 70

70 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Sagrada de Murcia se recuperó una túnica o vestido de lino (Linum usitatissi-


mum) de 1,5 × 1,5 m y una estera de esparto (Stipa tenacissima) trenzado de
1,70 × 60 cm, datado en 2.216 ANE (Ayala, 1987; Rivera y Obón, 1987). Tam-
bién se han localizado restos de esparto en muchos otros yacimientos de Mur-
cia, como la Cueva II de la Sierra de Tercia (Lorca), donde se recogieron rollos
de esparto trenzado acompañando a un enterramiento (Ayala, 1987). María Luisa
Precioso (2004) cita la presencia de fibras en la Cueva de la Salud en Lorca
(Rivera et al., 1988) y en el yacimiento del Cobre de la C/Cava n.º 16-17 del
mismo municipio.
Respecto a los instrumentos de madera, son escasos y proceden de con-
textos funerarios. Destaca la presencia en la Cueva Sagrada de Murcia de un
plato de roble, un vástago fusiforme, un mango hecho con madera de conífe-
ra con una ranura en uno de sus extremos, un fragmento de carrizo decorado
y un ídolo oculado, todo ello sin carbonizar (Ayala, 1987). Tan sólo en dos de
los casos se ha determinado la materia prima leñosa utilizada y en general, se
conocen pocos detalles sobre el proceso de elaboración de estos artefactos. En
el caso del plato, de base plana y bordes con paredes exteriores rectas, se apun-
ta a un vaciado longitudinal del tronco para su obtención. Por otra parte, casi
todos los artefactos presentaban decoraciones con la técnica del pirograbado.
El sepulcro megalítico de Tres Montes en Las Bárdenas Reales (Nava-
rra), datado en 4.330 ±110 BP y 4.080 ±100 BP, ha proporcionado eviden-
cias sobre el uso de la madera en la construcción de esta estructura funera-
ria (Carrión Marco, 2003). El sepulcro fue destruido por el fuego, lo que ha
permitido la conservación de elementos leñosos carbonizados procedentes de
la estructura arquitectónica de la cámara principal y de otros elementos mue-
bles. Concretamente, se evidenciaron 65 troncos recubriendo las paredes de
la cámara y dispuestos en todo su perímetro, cinco cercanos a la puerta de
entrada, uno central y otros cuatro cercanos a las paredes. Todos los troncos
eran de madera de enebro-sabina, sin que se pueda especificar la especie
con más precisión. También a este tipo de planta pertenecían los restos atri-
buidos al techado y elementos muebles de función indeterminada, entre los
que pudo haber un banco y un recipiente. Según la autora, la aridez del entor-
no de Las Bárdenas Reales no permite concluir si la presencia de enebro-
sabina es el resultado de una selección intencional o bien era una de las pocas
especies presentes en el entorno.
Ya en el II milenio comienzan a ser más abundantes los restos de ori-
gen orgánico, que proceden sobre todo de contextos funerarios. Entre los más
destacables sin duda se encuentran los restos recuperados en una sepultura
de El Castellón Alto (Galera), datada entre 1.900-1.600 cal. ANE. Se han
identificado fibras de lino, restos de cuerda de esparto y un hacha con mango
de encina. Asimismo en el interior de la covacha donde estaba la sepultura
se encontraron tres tablones de madera de pino salgareño (Pinus nigra) (Moli-
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 71

na et al., 2003). En este mismo yacimiento ya se habían documentado nichos


revestidos con tablones de madera, sin carbonizar, de pino albar (Pinus sylves-
tris) (Rodriguez Ariza et al., 1996).
Las evidencias arqueobotánicas del uso del esparto son frecuentes en el
sureste. Aparece en muestras de los yacimientos calcolíticos de Los Milla-
res, Campos y Cerro de la Virgen. El esparto sigue siendo habitual en los
yacimientos de la Edad del Bronce del sureste, donde ha sido identificado
en Rincón de Almendricos, Barranco de la Viuda, Los Cipreses, Cerro de
los Conejos, Cabezo de la Cruz, Blanquizares de Lebor, Puntarrón Chico,
Almoloya, Gorgociles del Escabezado y Zapata (Precioso, 2004).
Una mención especial merecen los restos de madera procedentes de los
contextos funerarios de las islas Baleares. Los artefactos de madera son habi-
tuales en los hipogeos y cuevas sepulcrales, así como otros recintos rituales.
La cueva de Can Martorellet (Pollença, Mallorca) fue utilizada con
fines funerarios durante la fase de poblamiento naviforme inicial (1.600-
1.400 cal. ANE); la datación obtenida sitúa el uso de la cueva sepulcral en
1.620 cal. ANE (Pons Homar, 1997, citado en Lull et al., 1999). Destaca
la presencia de diversos peines, todos ellos confeccionados en madera de
boj (Buxus cf. balearica). En este yacimiento también se recuperaron res-
tos de madera carbonizada y maderas no trabajadas que presentan un mayor
espectro taxonómico: olivo (Olea europaea, no es posible determinar a par-
tir de los rasgos anatómicos si se trata de la variedad silvestre o cultiva-
da), enebro-sabina, lentisco (Pistacia lentiscus), aladierna-falsa aladierna
(Rhamnus/Phillyrea), monocotiledóneas y leguminosas (Piqué y Nogue-
ra, 2002). Así, vemos una fuerte selección de la materia prima utilizada
en la confección de los peines, un tipo de artefacto que, como veremos, se
elabora habitualmente con esta materia prima leñosa en prácticamente toda
la Península.
El yacimiento de la cueva de Mussol (Ciutadella, Menorca) ha propor-
cionado diversas figuras antropomorfas y fragmentos informes de madera
datados entre 1.200-1.000 cal. ANE. Todas las figuras antropomorfas fueron
hechas en madera de olivo, lo que evidencia la utilización de la oferta de leño-
sas de acebuchar. Otro de los ítems fue manufacturado en madera de boj. Las
maderas utilizadas para la confección de estas figuras antropomorfas deno-
tan una fuerte selección de materias primas, que contrasta con el aprovecha-
miento que se observa entre el combustible, donde se ha documentado una
mayor diversidad de taxones (Piqué, 1999b).
La cueva sepulcral de Càrritx (Ciutadella, Menorca) ha proporcionado
también un amplio conjunto de restos de carbón y madera, entre ellos arte-
factos muebles, que se depositaron en diferentes momentos. Sin duda, el con-
junto de restos más importante de la Cova des Càrritx lo componen los pro-
cedentes de la necrópolis de inhumación colectiva que estuvo en
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 72

72 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

funcionamiento entre 1.450-1.400 y 800 cal. ANE. Entre ellos destacan los
artefactos procedentes de un depósito situado en la sala 5, datado hacia el
final del período de uso de la necrópolis. El estudio de los restos de madera
con trazas de manufactura muestra que se utilizó un menor número de taxo-
nes que en el caso del combustible, siguiendo por lo tanto la pauta observa-
da en otros yacimientos baleáricos (Piqué, 1999c; Pique y Noguera, 2002).
Los taxones empleados fueron olivo, lentisco, boj y brezo (Erica sp.). A ellos
deberíamos añadir la higuera (Ficus carica), identificada entre los restos infor-
mes procedentes del depósito de la sala 5, donde se encontró parte de los arte-
factos y que, por lo tanto, es posible que haya pertenecido a un ítem que no
se ha conservado. El estudio de las materias primas demostró una fuerte selec-
ción de la madera según el tipo de artefacto; así, los vasos estaban hechos
con boj, al igual que el peine, las cucharas estaban manufacturadas en brezo,
y los bastones en olivo, lo que demuestra una cierta estandarización en su
producción. En general el patrón de aprovisionamiento de materias primas
combina la captación de materias primas locales de amplia distribución (olivo,
lentisco y brezo) con la selección de otras poco abundantes en el medio (boj
e higuera), lo que implica tanto un conocimiento de las propiedades físico-
químicas de éstas como de su área de distribución. El boj actualmente sólo
se encuentra en determinados parajes de la isla de Mallorca, aunque en el
período en que la necrópolis estuvo en funcionamiento seguramente todavía
crecía en Menorca (Mariscal, 1996; Piqué, 1999c).
Un rasgo común a la mayoría de yacimientos baleáricos es el bajo núme-
ro de especies documentadas en la producción de artefactos, aunque ello puede
ser debido a las características de la muestra estudiada, muy reducida en algu-
nos casos o restringida a cierto tipo de ítem (Piqué y Noguera, 2002). En este
sentido cabe señalar que el yacimiento de Càrritx, donde se estudió una mayor
variedad de artefactos, es el que ha proporcionado también mayor diversidad
taxonómica. El taxón mejor representado en cualquiera de los yacimientos
estudiados es el olivo, lo que indica un aprovechamiento intensivo del ace-
buchar baleárico. La principal diferencia en relación con los otros usos de las
maderas (por ejemplo, combustible) es la utilización de taxones menos acce-
sibles, tal vez transportados desde distancias mayores: éste es el caso del boj.
También cabe señalar que en general las maderas destinadas a la producción
de artefactos muebles (boj, brezo, olivo y lentisco) se caracterizan por su cali-
dad, son muy duras y densas, y apreciadas actualmente en ebanistería y car-
pintería.
Más recientemente las excavaciones en la Cova des Pas, también en
Menorca, han permitido recuperar, entre otros restos orgánicos, madera y teji-
dos vegetales que todavía se hallan en fase de estudio. El conjunto permiti-
rá por lo tanto ampliar el conocimiento de los usos de las maderas en los con-
textos funerarios baleáricos.
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LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 73

Durante el I milenio los artefactos de madera vuelven a ser escasos,


las principales evidencias proceden de nuevo de contextos funerarios. Des-
taca el conjunto de restos de la necrópolis del Cigarralejo, en Murcia (Cua-
drado, 1952, 1968), recuperados en tumbas datadas entre finales del siglo V
y principios del IV ANE. Se trata de madera carbonizada procedente de arte-
factos que fueron quemados en la pira funeraria. Éstos se encontraban depo-
sitados en la urna y entre ellos se recuperaron cajitas o copas de forma esfe-
roidal y tapones, algunos de ellos torneados, confeccionados en madera de
olivo y boj. También se recuperaron restos de una cuchara y fragmentos labra-
dos procedentes de un artefacto desconocido.
En Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) también se encon-
traron vasos, cajas, copas, cuentas de collar, placas y artefactos de uso inde-
terminado confeccionados en madera, formando parte de un ajuar del siglo
V-IV ANE (García Cano 1999).
También destaca el conjunto de maderas en diferentes estadios de car-
bonización encontrado en un pozo del yacimiento de El Amarejo (Bonete,
Albacete), que según los investigadores se trata de un depósito votivo (Bron-
cano 1989). Entre los artefactos recuperados se han identificado una fusayo-
la, diversos peines, recipientes, tapones y fragmentos informes, todos ellos
carbonizados. En el plano tecnológico destaca el uso del torno para la con-
fección de algunas de las piezas, siendo ésta una técnica que encontramos
documentada por primera vez en la Península. Respecto a las materias pri-
mas tan sólo se especifica para el caso del peine, que fue realizado con made-
ra de boj. En la revisión que hace Broncano de los artefactos de madera de
contextos contemporáneos se citan los del yacimiento de Cabezo del Tío Pío,
donde se recuperaron los restos de un cuenco en el que se apreciaba también
el trabajo.
En contextos funerarios donde el metal está presente también se encuen-
tran ocasionalmente restos de madera pertenecientes a los enmangues de cier-
tos instrumentos. Por ejemplo el contacto con el metal ha permitido la pre-
servación de las estructuras leñosas adheridas a agujas metálicas depositadas
como ofrendas en algunas urnas de la necrópolis de incineración de Can Piteu
(Sabadell) cuyos restos pertenecían a bonetero (Euonymus europaeus) (Piqué
y Mensua, 2007).
La madera se utilizó también en el acondicionamiento de las propias
estructuras funerarias, tanto para confeccionar sarcófagos que contenían los
cadáveres como las parihuelas para transportar los cuerpos. En el caso de
las Baleares encontramos diferentes ejemplos de estos usos. Destacan los sar-
cófagos de madera recuperados en las cuevas sepulcrales de Son Maimó
(Amorós, 1974), Son Boronat (Guerrero, 1979) y la Cometa dels Morts (Veny,
1981). Los restos de la Cometa dels Morts corresponden a troncos vaciados
en su interior hasta formar una cavidad rectangular y fueron utilizados duran-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 74

74 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

te el siglo IV ANE. Según Veny, la madera utilizada para su confección fue


el pino, algunos conservaban corteza y presentaban trazas del proceso de
fabricación, lo que según el autor permitió reconocer el uso de sierras, hachas
y azuelas para su confección. Los de Son Maimó han proporcionado una data-
ción de 2.370 ± 50 BP, y estaban hechos en madera de pino y conservaban
también restos de corteza (Veny, 1977). Los de Son Boronat han sido data-
dos en 2.350 ± 35 y 2.390 ± 45 BP.
Una mención especial merecen los sarcófagos en forma de «bou» (buey)
de l’Avenc de la Punta, en Pollença (Mallorca). Se trata de dos troncos de
olivo vaciados a los que se añadieron ciertas piezas que conforman la cabe-
za, la cola y las patas. Los sarcófagos no han sido datados, pero por los mate-
riales asociados se apunta una posible cronología del Talayótico final (Mas
Adrover, 1987).
Restos de parihuelas han sido encontrados también en la Cova des
Càrritx, en contextos correspondientes a finales del siglo V cal. ANE. En este
momento se depositaron algunos artefactos en su interior que corresponden
a algunas piezas de parihuelas manufacturadas en madera de pino carrasco
y Rhamnus-Phillyrea, clavijas hechas con madera de olivo, un artefacto en
forma de T, otro con forma de cuerno y algunos fragmentos informes de pino
carrasco. Otros yacimientos menorquines, objeto de excavaciones antiguas,
como el Hipogeu 21, la cueva 48 de Cales Coves, Cova Sant Josep o Cova
Murada, también han proporcionado restos de las parihuelas, entre los que
destaca el uso de olivo.
Además de sarcófagos y parihuelas en los yacimientos del I milenio
ANE de Baleares también son habituales los hallazgos de peines. En Mallor-
ca hay que destacar los dos carbonizados del yacimiento de Son Maimó, del
que se desconocen las materias primas utilizadas (Veny, 1977). En Menorca
los peines de Cova Murada estaban elaborados en madera de brezo (Piqué,
inédito). Esta misma materia prima fue la utilizada para confeccionar el peine
carbonizado del poblado de Son Ferragut (Sineu, Mallorca). Cabe señalar el
cambio entre las materias primas utilizadas en la producción de los peines en
Baleares, mientras que durante la fase naviforme éstos estaban hechos en
madera de boj durante el talayótico y en fases posteriores fueron fabricados
en madera de brezo. Ello podría estar relacionado con la escasez de boj en
el medio.
También en el Sur tenemos ejemplos de arquitectura funeraria en made-
ra. La sepultura 11/145 de Castellanes de Ceal (Jaén) ha proporcionado restos
del revestimiento de madera del recinto funerario, así como del recubrimiento
del mismo. Los restos datan del siglo IV (370 ±60 ANE) y han sido determi-
nados por P. Uzquiano como pertenecientes a pino albar (Chapa et al., 1991).
Los hallazgos de bienes muebles de madera fuera de contextos funera-
rios son escasos, aunque no faltan niveles de incendio en los oppida ibéricos
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 75

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 75

cuya identificación es compleja, debido a la fragmentación que produce la


combustión. Uno de los casos donde se han podido reconocer algunas for-
mas es en el Castellet de Bernabé (Grau Almero, 2003), donde se han recu-
perado restos de un arado confeccionado con madera de olivo, de una mesa
hecha con tablas de encina y pino carrasco, y de una estantería también de
pino carrasco. Otros artefactos de forma indeterminada estaban asociados a
madera carbonizada de pino carrasco y encina.
En general los artefactos de madera del I milenio proceden de contex-
tos rituales y, entre ellos, los funerarios son los mejor representados. Se
trata habitualmente de depósitos votivos o ajuares que comprenden una gran
diversidad de ítems. Un rasgo a remarcar es la reiterada presencia de peines
entre estos ajuares. Cabe señalar que por lo menos en el caso de la Cova des
Càrritx, ésta se ha relacionado con algún ritual con el cabello de los cadáve-
res (Lull et al., 1999).
En general entre el III y el I milenio ANE destaca la poca diversidad
de materias primas documentadas, ello probablemente es debido al escaso
número de artefactos recuperados para estos períodos y al hecho de que pro-
ceden mayoritariamente de contextos funerarios. En los conjuntos prevale-
cen los restos de ofrendas entre los que predominan determinados tipos de
artefactos. Por otra parte, los estudios efectuados han profundizado poco en
el aprovechamiento de las materias primas, procesos de trabajo o tecnologías
utilizadas. Entre las pocas referencias destaca, sin embargo, el reconocimien-
to del uso del torno para trabajar la madera ya avanzado el I milenio ANE
(tabla 2).

TABLA 2. Taxones utilizados para la manufactura de diversos artefactos.


Taxón Objeto Yacimiento Cronologia
Acer gancho La Draga 5440-5045 cal ANE
Arbutus unedo palos apuntados La Draga 5440-5045 cal ANE
Buxus balearica peine Can Martorellet 1620 cal ANE
Buxus balearica vasos, peine, tubos Cova des Càrritx 1450-1400 y 800
cal ANE
Buxus sempervirens palos cavadores, mangos, hoces, La Draga 5440-5045 cal ANE
peines, artefactos de función
indeterminada
Buxus sempervirens peine El Amarejo s. III ANE
Clematis La Draga 5440-5045 cal ANE
Cornus sp. punta de proyectil La Draga 5440-5045 cal ANE
Corylus avellana cestería, palos apuntados La Draga 5440-5045 cal ANE
Erica sp. cuchara, tubo Cova des Càrritx 1450-1400 y 800
cal ANE
Erica sp. peine Cova Murada s. V ANE
Erica sp. peine Son Ferragut 750/700-475 cal ANE
Juniperus sp. hoz, mango La Draga 5440-5045 cal ANE
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76 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 2. Taxones utilizados para la manufactura de diversos artefactos


(continuación).
Taxón Objeto Yacimiento Cronología
Laurus nobilis planchas, artefactos de función La Draga 5440-5045 cal ANE
indeterminada
Olea europaea arado Castellet de Bernabé Ibérico
Olea europaea tubo, bastón Cova des Càrritx 1450-1400 y 800
cal ANE
Olea europaea figura antropomorfa Cova des Mussol 1200-1000 cal ANE
Pinus halepensis estantería Castellet de Bernabé Ibérico
Pinus halepensis mesa Castellet de Bernabé Ibérico
Pinus halepensis parihuelas Cova des Càrritx s. V cal ANE
Pinus nigra tablones revestimiento nicho El Castellón Alto 1900-1600 cal ANE
Pinus sp. mango La Draga 5440-5045 cal ANE
Pinus sp. sarcófago La Cometa dels Morts s. IV ANE
Pinus sp. sarcófago Son Maimó 2370+-50 BP
Pinus sylvestris tablones revestimiento nicho El Castellón Alto 1900-1600 cal ANE
Pistacia lentiscus tubo Cova des Càrritx 1450-1400 y 800
cal ANE
Rosaceae/Maloideae palos apuntados La Draga 5440-5045 cal ANE
Populus sp. tablones La Draga 5440-5045 cal ANE
Quercus ilex mesa Castellet de Bernabé Ibérico
Quercus ilex gancho La Draga 5440-5045 cal ANE
Quercus ilex mango El Castellón Alto 1900-1600 cal ANE
Quercus sp. caducifolio recipiente Albuñol 5200-4600 cal ANE
Quercus sp. caducifolio plato Cueva Sagrada 2216 ANE
Quercus sp. caducifolio recipientes, mangos, postes, La Draga 5440-5045 cal ANE
artefactos de función indeterminada
Salix sp. astiles de flecha La Draga 5440-5045 cal ANE
Sambucus sp. hoz La Draga 5440-5045 cal ANE
Stipa tenacissima sandalias, cestos Albuñol 5200-4600 cal ANE
Taxus baccata arcos, batidora, mango La Draga 5440-5045 cal ANE
Tilia sp. astilla informe La Draga 5440-5045 cal ANE

LA MADERA COMO MATERIAL DE CONSTRUCCIÓN DURANTE


ELII Y EL I MILENIO ANE

Como ya hemos señalado, los hallazgos de madera de contextos no


rituales son más escasos. Tan sólo se han conservado en aquellos casos donde
los asentamientos fueron devastados por el fuego y es en donde se docu-
menta principalmente el tipo de madera utilizado en la construcción, a menu-
do mezclados con otros restos carbonizados, que pueden proceder de los
residuos de áreas de combustión, mobiliario u otro tipo de bien, aunque no
siempre es posible reconocer las formas de los artefactos originales. Pero
es interesante ver las recurrencias en la utilización de los materiales de cons-
trucción durante el II y el I milenio ANE. Generalmente se trata de restos
de vigas, travesaños, postes y elementos utilizados en la cubierta de los teja-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 77

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 77

dos. Revisamos a continuación algunos ejemplos de usos de madera en la


construcción.
En Cataluña los yacimientos del Bronce final de Genó y Solibernat son
dos ejemplos donde el fuego permitió la conservación de restos de madera uti-
lizados como materiales de construcción. En ambos yacimientos el pino carras-
co fue el taxón más utilizado para las vigas, postes y techado (Ros, 1998b).
La destrucción por el fuego permitió también la conservación del mate-
rial leñoso utilizado en la construcción del asentamiento de la Lloma de Betxí
(Paterna, Valencia), datado en 1.500 ANE (Pedro Michó y Grau Almero,
1991). El pino carrasco fue utilizado para confeccionar vigas y traviesas,
mientras que el techado estaría formado por un recubrimiento de ramas de
olivo, lentisco y otros arbustos. Pedro y Grau sugieren asimismo que esta
estructura se sostendría sobre postes de encina carrasca, de los cuales se han
conservado fragmentos de al menos 20 cm de diámetro. El diámetro obser-
vado en vigas y traviesas es de entre 10-15 cm y éstas estaban sin escuadrar.
Más al sur, en el yacimiento del Cerro de las Viñas (Coy, Lorca), el
material utilizado para confeccionar el armazón de las viviendas fue princi-
palmente pino carrasco, mientras que para los cubrimientos se utilizó ene-
bro-sabina, leguminosas, coscoja, etc., es decir, taxones arbustivos.
En el sudeste peninsular el nivel de incendio del yacimiento argárico de
El Castillejo de Gádor ha permitido recuperar también restos de vigas y tra-
vesaños, algunos de sección cuadrangular, así como parte del ramaje que
cubría la estructura del techo (Rodríguez-Ariza, 2001). Entre las vigas, las
especies representadas son: pino albar-laricio, aliso, álamo, taray (Tamarix
sp.), mientras que entre los travesaños se documenta el uso de álamo. Entre
los restos informes que podrían proceder del derrumbre del techo, y por lo
tanto del ramaje cobertor, además de los taxones ya mencionados se docu-
menta también la presencia de romero (Rosmarinus officinalis), olivo, reta-
ma, sauce y encina-coscoja. Mientras que los elementos arbóreos predomi-
nan entre las vigas y travesaños, los elementos arbustivos son dominantes
en el ramaje que forma parte del techado.
En Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) se utilizó principalmente la enci-
na y el alcornoque (Quercus suber) para la construcción del poblado argári-
co (Rodríguez-Ariza, 2000b). En el nivel de derrumbe se ha podido identifi-
car un tronco de encina, mientras que entre los restos de la caída del techo
abundaban las ramas de alcornoques e híbridos de encina-alcornoque. Rodrí-
guez Ariza (2000b) sugiere también la utilización de corcho para impermea-
bilizar los techados. En otros yacimientos del Bronce, como la Motilla de
Azuer, también se documentó el uso de encina y alcornoque para la confec-
ción de postes.
Durante el I milenio ANE los restos de material de construcción son
más abundantes, casi siempre procedente de episodios de incendio de los
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 78

78 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

poblados. En Mallorca podemos citar los yacimientos de Son Fornés y de


Son Ferragut (Piqué y Noguera, 2002, 2003). El yacimiento de Son Fornés
(Montuïri, Mallorca) fue ocupado entre el 850 cal ANE y el período roma-
no (Lull et al., 2001). Los resultados de los análisis efectuados sobre los
carbones procedentes de este yacimiento han permitido evidenciar que el
olivo fue utilizado como material de construcción y como combustible duran-
te la fase talayótica de ocupación (850-circa 550 cal ANE). Éste aparece tanto
en los hogares como en los niveles de piso y de derrumbe. Durante la fase
postalayótica (400-250/200 ANE) se observa una mayor importancia cuan-
titativa de pico carrasco y, en general, el uso de una mayor diversidad de taxo-
nes tanto entre los residuos de combustión como en la construcción.
En el yacimiento del Puig Morter de Son Ferragut (Sineu, Mallorca),
datado en 750/700-475 cal ANE (Castro et al., 2003), el estudio de los car-
bones de los niveles de piso y derrumbe del edificio Alfa muestra también la
importancia del olivo entre los materiales de construcción utilizados (Piqué
y Noguera, 2003). Las características de formación de los depósitos, así como
la morfología y distribución de los restos observadas durante la excavación,
permiten considerar que parte de éstos procedían de las estructuras leñosas
de la construcción, que pudieron mezclarse con restos de bienes muebles y
de leña consumida. Tan sólo se han identificado tres taxones: brezo, olivo y
pino carrasco. De ellos, el olivo fue la especie más empleada; así parece indi-
carlo tanto el volumen de restos como su distribución en el espacio, ya que
se encuentra representado en todos los sectores del edificio. El uso de pino
se encuentra más restringido a ciertos sectores y fue utilizado con menor
intensidad. Pese al estado de fragmentación, durante la excavación fue posi-
ble medir el diámetro y las dimensiones de algunos restos. Las medidas de
los troncos pudieron ser agrupadas en dos grupos: el primero con un diáme-
tro de 5-6 cm y el segundo alrededor de 10-13 cm. El hecho de que existan
dos categorías de medidas puede reflejar dos usos diferentes de las maderas
en la construcción del edificio: las grandes podrían ser las vigas maestras y
las pequeñas los travesaños o viguetas, los dos taxones los tenemos represen-
tados en las dos categorías.
En Cataluña los niveles de incendio y derrumbe de la fase III del Mas
Castellar de Pontós evidencian el aprovechamiento de pino albar-laricio como
material constructivo. Este taxón estaba sobrerrepresentado en estos niveles
en relación con otros contextos en los que no había indicios de incendio,
ello hace suponer que esta madera fue la utilizada en la estructura de habi-
tación en forma de postes y vigas, a pesar de que el estado de fragmentación
no permite reconocer su morfología (Piqué y Ros, 2002). No se puede des-
cartar que algún otro de los taxones presentes en este contexto también for-
mara parte del soporte estructural de las construcciones, como por ejemplo
el roble, pero su presencia es menor.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 79

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 79

En el nivel de incendio del yacimiento de Sant Jaume Mas d’en Serra


(ocupado durante los s. VII-VI ANE) (Alcanar, Tarragona) se recuperaron frag-
mentos de gran tamaño que podrían pertenecer a vigas o postes. Entre ellos
el taxón dominante corresponde a pino albar-laricio, aunque también se docu-
mentó la presencia de roble y en al menos un caso de pino carrasco (Piqué
y Mensua, inédito).
También en Valencia son diversos los niveles de incendio de yacimien-
tos del I milenio que muestran las maderas utilizadas en la construcción. En
el Castellet de Bernabé (Grau Almero, 2003) la madera utilizada para la con-
fección de vigas y viguetas fue sobre todo de pino carrasco, mientras que el
entramado que cubría estas vigas estaba compuesto de cañas y ramaje de un
gran número de especies entre las que destacan las arbustivas. Los postes pre-
sentan sección circular, mientras que las viguetas presentan secciones rectan-
gulares, cuadrangulares o semicirculares, y en algún caso también aristas bise-
ladas. Las vigas podrían haber tenido una longitud de 8,5-6,5 m, las viguetas
tendrían una longitud de unos 2,7 m y un grosor de 12-14 cm. Entre los pos-
tes que estaban mejor conservados se ha podido estimar un diámetro de
unos 20 cm (Guerin, 2003). En cambio, en el yacimiento ibérico de Los Villa-
res (Valencia) parece que fue pino salgareño la especie utilizada preferente-
mente en la construcción (Grau Almero, 1991).
En Andalucía diversos yacimientos han proporcionado restos de made-
ra carbonizada y no carbonizada utilizada como material de construcción. En
Castellón Alto (Rodríguez-Ariza et al., 1996) se han recuperado restos de
vigas, algunas de sección cuadrangular, postes y cubrimientos de techos. Los
postes estaban confeccionados con madera de pino albar, en cambio las vigas
eran de madera de pino salgareño. El recubrimiento del techado estaba hecho
con ramas de tamarisco, retama, álamo, sauce y Atriplex. Los diferentes ele-
mentos estaban atados entre sí con cuerdas de esparto. Hay que señalar que
los restos de madera carbonizada del piso de derrumbe pertenecían mayori-
tariamente a pino albar.
En Fuente Amarga (Rodríguez-Ariza, 2000c) se documenta el uso de
diversos tipos de pino (albar, laricio y carrasco) para la manufactura de pos-
tes. También se recuperaron restos de una puerta de pino laricio. Los pinos
tipo albar-laricio procedían seguramente de las sierras noroccidentales de la
provincia de Granada, situadas a varios kilómetros del yacimiento.
En Extremadura destaca el estudio del edificio de la Mata (Campanario,
Badajoz). El trabajo efectuado por Duque Espino (2004) sobre 173 restos de
madera carbonizada procedente de tablones, rollizos y listones revela el uso
preferente de pino tipo piñonero-marítimo, encina-coscoja y salicáceas para su
confección; sólo se utilizaron otros taxones de manera esporádica.
En Portugal, el yacimiento de Lavra (Figueiral, 1996), datado en 2.980
± 70 BP ha permitido documentar el uso de alcornoque para revestir la base
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 80

80 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

de una fosa, mientras que el roble fue utilizado para confeccionar postes y
palizadas. En Castro de Penices se documenta el uso de roble en la cons-
trucción de una cabaña, mientras que el techado estaba hecho con ramas de
jaras y leguminosas.
En Galicia, el nivel de incendio del yacimiento de O Castelo (Carrión
Marco, 2003), en Ourense, ha permitido la conservación de madera carboni-
zada utilizada en el revestimiento y cobertura de silos de planta cuadrangu-
lar. Éstos fueron construidos en los diversos momentos de utilización del
poblado durante la segunda mitad del I milenio ANE e inicios de nuestra era.
Entre los fragmentos de tablones utilizados para cubrir o revestir los silos
destaca el uso casi exclusivo de roble. En cambio, el entramado de las pare-
des estaba compuesto de ramitas de pequeño diámetro (entre 15-20 mm la
mayoría) de brezo, madroño, leguminosas, sauce y alcornoque. Las ramas
presentan un tamaño muy homogéneo y conservan la corteza, lo que ha per-
mitido situar el período de talla a lo largo de prácticamente todo el año. Por
otra parte cabe señalar que el estado de conservación de los tablones ha per-
mitido reconocer formas rectilíneas y escuadradas así como marcas de corte;
no obstante, no se ha podido documentar su morfología y calibre. También
destaca la presencia de formas apuntadas y en bisel que podrían estar rela-
cionadas con el tipo de ensamblaje de los tablones.
En general se observa entre el material constructivo utilizado una fuer-
te selección de materias primas. Todas las documentadas entre vigas y pos-
tes corresponden a especies arbóreas, lo que permite obtener los tamaños
adecuados para este uso. Además, se presentan pocas especies; entre ellas
destacan las pináceas (pino carrasco, pino marítimo-piñonero o pino albar-
laricio), aunque también se documenta el uso de especies duras como la
encina, el roble o el olivo, y blandas como las salicáceas. En algunas oca-
siones se llevó a cabo un aporte de materia prima desde cierta distancia:
sería el caso de Mas Castellar, Castellón Alto, Fuente Amarga o Sant Jaume,
donde los pinos tipo albar-laricio se distribuyen a cierta distancia de los
poblados. También hay que señalar que en los casos que la conservación
ha sido buena se documentan diferentes procesados de la madera. Así, la de
postes y vigas se aprovecha principalmente en forma de rollizo (tronco des-
cortezado), aunque al menos en dos de los yacimientos (Castellón Alto y
Castillejo de Gádor) se observaron vigas de sección cuadrangular, lo que
denota una mayor elaboración e inversión de trabajo. También en varios de
los yacimientos se documenta la presencia de planchas que, según el tama-
ño, pueden clasificarse como tablones o listones y que pudieron tener usos
diferentes.
En lo que respecta al techado se pueden observar diferentes tendencias.
En algunos poblados están confeccionados con ramas, entre las que predo-
minan las especies arbustivas. En cambio, en otros casos se documenta el uso
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 81

LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS Y LA CONSTRUCCIÓN 81

de viguetas, lo que podría estar indicando otro tipo de techado. Para los entra-
mados o rellenos de las paredes también se ha podido evidenciar el uso de
ramitas de arbustos (tabla 3).

TABLA 3. Taxones utilizados en la construcción durante el II-I milenio ANE.


Taxón Uso Yacimiento Localidad
Alnus glutinosa Vigas El Castillejo de Gádor Almería
Atriplex sp. Techado Castellón Alto Granada
Cistus sp. Techado Peñalosa Jaen
Fraxinus sp. Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Juniperus sp. Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Juniperus sp. Techado Cerro de las Viñas Lorca
Leguminosae Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Leguminosae Techado Lloma de Betxí Valencia
Leguminosae Techado Cerro de las Viñas Lorca
Ligustrum vulgare Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Monocotiledónea Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Olea europaea Vigas Son Ferragut Mallorca
Olea europaea Indeterminado Son Fornés Mallorca
Olea europaea Techado El Castillejo de Gádor Almería
Olea europaea Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Olea europaea Techado Peñalosa Jaén
Olea europaea Techado Lloma de Betxí Valencia
Pinus halepensis Postes Castellón Alto Granada
Pinus halepensis Postes Fuente Amarga Granada
Pinus halepensis Indeterminado Los Baños Granada
Pinus halepensis Vigas Son Ferragut Mallorca
Pinus halepensis Indeterminado Son Fornés Mallorca
Pinus halepensis Indeterminado Sant Jaume Mas d’en Serra Tarragona
Pinus halepensis Vigas El Castellet de Bernabé Valencia
Pinus halepensis Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Pinus halepensis Postes Genó Lleida
Pinus halepensis Vigas y postes Solibernat Lleida
Pinus halepensis Vigas y traviesas Lloma de Betxí Valencia
Pinus halepensis Vigas y postes Cerro de las Viñas Lorca
Pinus nigra Vigas Castellón Alto Granada
Pinus nigra Postes Fuente Amarga Granada
Pinus nigra Vigas Los Villares Valencia
Pinus pinaster/pinea Rollizos Edificio de La Mata Badajoz
Pinus pinaster/pinea Tablones Edificio de La Mata Badajoz
Pinus pinaster/pinea Listones Edificio de La Mata Badajoz
Pinus sylvestris Postes Fuente Amarga Granada
Pinus sylvestris/nigra Postes Fuente Amarga Granada
Pinus sylvestris/nigra Indeterminado Mas Castellar Girona
Pinus sylvestris/nigra Indeterminado Sant Jaume Mas d’en Serra Tarragona
Pinus sylvestris-nigra Vigas El Castillejo de Gádor Almería
Pistacia lentiscus Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 82

82 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 3. Taxones utilizados en la construcción durante el II-I milenio ANE


(continuación).
Taxón Uso Yacimiento Localidad
Pistacia lentiscus Techado Peñalosa Jaén
Pistacia lentiscus Techado Lloma de Betxí Valencia
Populus sp. Techado Castellón Alto Granada
Populus sp. Techado El Castillejo de Gador Almería
Populus sp. Vigas El Castillejo de Gador Almería
Populus sp. Travesaños El Castillejo de Gador Almería
Populus sp. Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Populus/Salix Rollizos Edificio de La Mata Badajoz
Populus/Salix Tablones Edificio de La Mata Badajoz
Quercus ilex Rollizos Edificio de La Mata Badajoz
Quercus ilex Tablones Edificio de La Mata Badajoz
Quercus ilex Listones Edificio de La Mata Badajoz
Quercus ilex Postes Lloma de Betxí Valencia
Quercus ilex-coccifera Techado El Castillejo de Gador Almería
Quercus ilex-coccifera Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Quercus ilex-coccifera Vigas Peñalosa Jaén
Quercus ilex-coccifera Postes Motilla de Azuer Ciudad Real
Quercus ilex-coccifera Techado Cerro de las Viñas Lorca
Quercus perennifolia Techado Peñalosa Jaén
Quercus sp. caducifolio Indeterminado Mas Castellar Girona
Quercus sp. caducifolio Indeterminado Sant Jaume Mas d’en Serra Tarragona
Quercus suber Tablones Edificio de La Mata Badajoz
Quercus suber Listones Edificio de La Mata Badajoz
Quercus suber Techado Peñalosa Jaén
Quercus suber Postes Motilla de Azuer Ciudad Real
Retama sp. Techado Castellón Alto Granada
Retama sp. Techado El Castillejo de Gádor Almería
Rhamnus/Phillyrea Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Rosaceae/Maloideae Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Rosmarinus officinalis Techado El Castillejo de Gádor Almería
Rosmarinus officinalis Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Salix sp. Techado Castellón Alto Granada
Salix sp. Techado El Castillejo de Gádor Almería
Tamarix sp. Techado Castellón Alto Granada
Tamarix sp. Vigas El Castillejo de Gádor Almería
Tamarix sp. Techado El Castillejo de Gádor Almería
Thymelaea hirsuta Techado El Castellet de Bernabé Valencia
Vitis sp. Techado El Castellet de Bernabé Valencia
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CAPÍTULO 4

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE

Los carbones arqueológicos de origen doméstico han sido ampliamen-


te utilizados para inferir las características de los paisajes pasados y las con-
diciones medioambientales imperantes durante los períodos de ocupación
de los asentamientos. Sin embargo, los carbones son residuos de combus-
tión generados mediante procesos de trabajo concretos realizados en los asen-
tamientos, por tanto no se acumulan al azar ni como resultado de factores cli-
máticos o ambientales. Aunque estos últimos sin duda condicionaron el tipo
de combustible a utilizar, no hay que olvidar que fue la acción humana la que
formó los conjuntos de carbones. Son residuos generados durante la combus-
tión de la leña para diversos fines, generalmente relacionados con activida-
des de producción y reproducción social. Por ello su estudio nos permite reco-
nocer que especies se consumieron con este fin y las modalidades de
aprovechamiento del entorno forestal.
Generalmente se ha considerado que los carbones asociados a estruc-
turas de combustión o a otros contextos específicos tenían un potencial paleo-
etnobotánico, dejando aquéllos que se encuentran dispersos en los sedimen-
tos al margen de interpretaciones de este tipo. No obstante, todos los carbones
son susceptibles de ser interpretados en estos términos, ya que son residuos
de las plantas consumidas y ésta es la razón por la que están en los contex-
tos arqueológicos.
La intención de este capítulo no es, por lo tanto, revisar las caracterís-
ticas y transformaciones de los paisajes pasados. Numerosos trabajos se han
centrado en esta dirección demostrando la validez paleoecológica de los datos
antracológicos y proporcionando informaciones relevantes sobre los paleo-
ambientes pasados. Así, aun cuando la diversidad paisajística y su transfor-
mación es una de las causas de la variedad observada en los registros antra-
cológicos, lo que nos proponemos aquí no es caracterizar los paisajes pasados
y su transformación. Nuestro objetivo es revisar tendencias en las estrate-
gias de captación y uso del combustible en los diferentes períodos históricos.
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84 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

La utilización de combustibles de naturaleza vegetal es común desde


el Pleistoceno medio, momento en que se documentan los primeros vestigios
del uso intencional del fuego por parte de los grupos humanos. A pesar de
este hecho, poco se ha incidido en la caracterización de las materias primas
y en los procesos de trabajo relacionados con el aprovisionamiento y consu-
mo del combustible vegetal, actividades básicas para la producción y repro-
ducción social.
La recolección del combustible es el primero de los procesos de traba-
jo a considerar. El aprovisionamiento de la leña implica la transformación de
las materias naturales en materias primas. Durante este proceso se puede pro-
ducir un cambio de estado (fracturación, astillado), pero, sobre todo, un cam-
bio de contexto de las materias primas, ya que generalmente éstas son trans-
portadas a los asentamientos para ser consumidas.
Las estrategias de aprovisionamiento del combustible pueden haber sido
diversas, condicionadas por la oferta o disponibilidad de materias naturales
y determinadas por las necesidades sociales (demanda) y las capacidades téc-
nicas. Las estrategias de recolección de la leña no siempre vienen condicio-
nadas por la ley del mínimo esfuerzo, según la cual se tendería a invertir el
mínimo trabajo en la recolección de estos recursos. Se ha considerado que
esta ley se reflejaría en la aleatoriedad, que estaría determinada exclusiva-
mente por la disponibilidad de las especies en el entorno. No obstante, la
mera disponibilidad o presencia de los taxones en el medio no es un criterio
suficiente para que sean utilizados. Lo que determina el reconocimiento social
de una especie leñosa como recurso es su integración en el proceso produc-
tivo global de una sociedad. Partimos de la hipótesis de que son los proce-
sos de trabajo realizados en el asentamiento y las relaciones sociales de pro-
ducción las que determinan la estrategia de aprovisionamiento y gestión del
combustible vegetal (Piqué, 1999a).
La estrategia de aprovisionamiento de la leña viene determinada por
diferentes variables vinculadas a la demanda. Por demanda entendemos la
cantidad de combustible necesaria según el tipo de asentamiento, de las acti-
vidades productivas llevadas a cabo, la duración de la ocupación y el tama-
ño del grupo, rasgos que están definidos por las relaciones sociales de pro-
ducción y reproducción. Los requerimientos energéticos son muy diferentes
si se trata de un grupo reducido o amplio, si la duración de la ocupación es
de pocos días, de semanas o se trata de asentamientos semisedentarios. El
grado de transformación del entorno también está relacionado con estas varia-
bles.
La demanda del combustible se concreta en la cantidad y calidad de
energía que permite la producción y reproducción de las condiciones mate-
riales de la existencia social. La demanda determina el tipo de materia a explo-
tar; es decir, qué maderas serán seleccionadas según que sus propiedades
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LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 85

satisfagan las necesidades sociales. También el carácter de la explotación;


es decir, la intensidad de la recolección, la extensión del territorio de capta-
ción y la inversión de tiempo y energía. La frecuencia o la intensidad de las
combustiones están directamente relacionadas con la duración de la ocupa-
ción y el tamaño del grupo, y con la intensidad y naturaleza de las actividades
productivas realizadas en el asentamiento. Lógicamente, a mayor duración
de la ocupación será necesario un volumen superior de combustible, ya que
implica un mayor número de combustiones o una mayor duración de las mis-
mas. La naturaleza de los combustibles seleccionados también vendrá con-
dicionada por el tipo de energía (térmica, lumínica) necesaria para realizar
determinadas actividades.
La demanda vendrá condicionada por la disponibilidad de las especies
leñosas en el entorno y determinada por la capacidad tecnológica. Si bien
no siempre los combustibles utilizados son recolectados para este fin, tam-
bién pueden utilizarse los desechos procedentes del aprovechamiento de la
madera en otros procesos productivos.
La demanda de combustible puede ser estimada de manera teórica,
calculando la cantidad de madera necesaria para mantener un fuego encen-
dido durante un período de tiempo fijo o para determinados procesos de
producción. Las cantidades de madera necesarias para garantizar el funcio-
namiento de una combustión varían según la especie utilizada. Según ha
calculado March (1992) a partir de hogares experimentales, para mantener
un fuego encendido a temperatura constante, el consumo de leña oscila entre
0,3 y 6 kg de madera por hora según la especie utilizada. No obstante, el ren-
dimiento del combustible varía según los equipamientos donde se llevan a
cabo las combustiones. La existencia de un acondicionamiento de la super-
ficie donde se efectúa la combustión puede mejorar el rendimiento; por ejem-
plo, la excavación de cubetas o el bordeado de piedras preservan de la acción
del viento. También la gestión mediante limpiezas periódicas o el mismo
ritmo de incorporación de la leña al fuego incidirá en la cantidad de madera
necesaria para garantizar el funcionamiento del hogar.
La naturaleza y disponibilidad de las materias primas leñosas dependen
básicamente de factores climáticos y edáficos. La plantación de árboles y
arbustos para diversos fines está bien documentada en los textos clásicos, y
sin duda también se llevó a cabo con anterioridad; sin embargo, es muy difí-
cil documentarla arqueológicamente. Las prácticas de gestión de los bosques
no pasan necesariamente por el cultivo de las especies leñosas, sino por un
conocimiento de los ciclos de producción y regeneración de las diferentes
materias naturales que permiten su manejo planificado.
El conocimiento de las propiedades de los taxones que componen las
comunidades forestales explotadas y de los ritmos de producción de made-
ra, resultado de los ciclos naturales de muerte y regeneración de los bos-
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86 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

ques, repercutirán en el diseño de las estrategias de aprovisionamiento del


combustible. También se puede incidir en el crecimiento de madera de deter-
minadas características mediante la tala selectiva o la poda de copa o de tocón,
prácticas bien conocidas y documentadas desde la antigüedad.
Las propiedades fisicoquímicas de las maderas han sido a menudo teni-
das en cuenta en las explicaciones sobre la preferencia de unas u otras. Estas
propiedades determinan la calidad de las mismas para la obtención de algu-
nos tipos de energía (lumínica o calórica) y la cantidad de madera necesa-
ria para conseguir un nivel de producción de energía óptimo. Los rasgos que
definen la calidad de las maderas están relacionados con la resistencia a la
combustión y la inflamabilidad. Las maderas más densas y pesadas son
mejores combustibles, ya que tienen mayor resistencia que las maderas lige-
ras. Las que se oponen más a la combustión tienen un proceso más lento
desde el inicio de la inflamación hasta que finaliza la combustión con llama.
Esto se debe a que en las maderas de densidad ligera el aire ha penetrado
en las células, lo cual las hace más inflamables. No obstante, otros factores
como la presencia de extractos (resinas, taninos) también pueden aumentar
su inflamabilidad. Las más resistentes a la combustión pueden ser más dese-
ables, puesto que requieren un menor volumen para conseguir un nivel de
producción de energía óptimo; como contrapartida, tardan más en encen-
derse y son más pesadas. Las maderas de inflamación rápida permiten alcan-
zar en seguida la combustión, pero se requiere una mayor cantidad para
mantener el nivel de producción de energía; además, los altos contenidos
de oxígeno y los extractos producen una combustión con mucha llama, lo
cual hace que sea contraproducente en algunos de los procesos producti-
vos en que se utilizará.
Se ha argumentado que, independientemente del taxón, las propiedades
de la madera dependen también de su morfología y calibre. La envergadu-
ra de las ramas y los troncos y las formas que adoptan influyen directamen-
te en la inflamabilidad. También el mayor o menor contenido de humedad
incide en la combustión. Por ejemplo, se puede conseguir mayor inflamabi-
lidad con ramas pequeñas, mayor resistencia a la combustión con troncos
grandes, producción de humo con maderas verdes, etc.
Si bien las propiedades de la madera son importantes, también hay
que tener en cuenta el balance entre el esfuerzo que supone el transporte
y su rendimiento. Una inversión de trabajo muy elevada en el transporte
de las maderas de buena calidad puede no ser rentable. La recolección de
combustibles mediocres puede convertirse en una estrategia económica
racional cuando éstos son abundantes y más accesibles que los de mejor
calidad, ya sea porque son escasos, ya sea por la dificultad de acceder a
ellos. En definitiva, aunque las propiedades fisicoquímicas de las made-
ras hacen que algunos taxones sean más apropiados, su aprovechamiento
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LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 87

está relacionado con la accesibilidad y abundancia de los taxones en el


entorno.
El conocimiento del territorio en que se desenvuelve la sociedad y de
cómo se presentan los recursos influye en su grado de disponibilidad. No es
sólo una cuestión de presencia o ausencia, también hay que tener en cuenta
su localización, calidad, cantidad y relación espacial con otros recursos.
La disponibilidad es el aspecto más difícil de evaluar en contextos arqueo-
lógicos, ya que no estamos en condiciones de estimar la biomasa presente
en un momento determinado a partir de los restos materiales de la combus-
tión de la leña. Fuentes independientes permitirían llegar a un conocimiento
de la disponibilidad de maderas en el entorno (polen, fitolitos, estudios car-
pológicos), pero a menudo resulta difícil hacer estas estimaciones, ya que
estas disciplinas presentan también limitaciones para cuantificar la biomasa
presente en el entorno. Además, es difícil calcular la distancia a la que se
efectúa el aprovisionamiento, puesto que las comunidades vegetales pueden
modificar su área de expansión según los ciclos naturales de muerte y rege-
neración de los bosques, como consecuencia de los cambios climáticos o por
la misma acción humana sobre el espacio social.
Según se presenta la madera en la naturaleza las posibilidades de recolec-
ción serán varias. De acuerdo con sus características podemos diferenciar tres
categorías que requieren de menor a mayor complejidad para su recolección:
— Madera muerta caída.
— Madera muerta no caída.
— Madera verde.
En el caso de la explotación de la madera muerta caída, el grado de difi-
cultad en la apropiación es mínimo. Puede realizarse sin instrumentos espe-
cíficos e individualmente. En algunos casos la morfología y el tamaño de
las ramas o árboles pueden requerir una cierta transformación de su forma
para facilitar su transporte y posterior consumo.
Una alternativa es la explotación de la madera muerta adherida a los
árboles. Esta modalidad está bien documentada etnográficamente, a modo
de ejemplo, podemos citar los grupos yámana y selknam de Tierra del
Fuego (Argentina), que utilizaban lazos o la fuerza del cuerpo para des-
prender las ramas muertas de los árboles, en mucho mejor estado que las
caídas en el suelo, o para derribar los troncos de los árboles muertos (Gusin-
de, 1931, 1937). En este caso se incrementa ligeramente el grado de difi-
cultad en la apropiación, aunque se puede efectuar sin necesidad de ins-
trumentos de trabajo específicos, simplemente con las manos. En algunos
casos puede ser necesario el uso de instrumentos de trabajo, como lazos,
o una cooperación entre individuos para abatir árboles muertos que aún
están en pie.
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88 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

La recolección de madera verde es la que presenta un grado de dificul-


tad máximo, porque probablemente requiere la utilización de instrumentos
de trabajo adecuados, pero también es probable que sea necesaria la coope-
ración entre individuos para abatir los árboles o las ramas. Por otra parte, a
menudo requiere de un proceso de secado antes de su consumo.
En el primer caso y en el segundo la posibilidad de selección de las
materias primas se verá restringida a la capacidad de producción de madera
muerta por parte de las especies leñosas. La cantidad de madera muerta pre-
sente en un bosque depende de los ciclos de regeneración. Según la dura-
ción de la ocupación, la frecuencia y la intensidad de las combustiones, el
ritmo de producción de madera muerta puede ser ampliamente superado por
el ritmo de recolección de leña por parte de los grupos humanos. Broutin y
Laura (1992) estiman que el consumo medio de madera por persona y día se
sitúa entre 0,9 y 1,5 kg en las poblaciones donde el combustible vegetal es
el más utilizado. El consumo de combustibles leñosos es una de las causas
de la deforestación irreversible de la periferia de estas poblaciones. Estos cál-
culos han sido realizados a partir del consumo de leña en el sector domésti-
co y artesanal en diferentes poblaciones africanas donde las condiciones cli-
máticas son cálidas, por lo que para ambientes fríos el consumo puede ser
mayor. Si el ritmo de generación de leña caída y madera muerta de las dife-
rentes especies está por debajo del ritmo de recolección por parte de los gru-
pos humanos, puede ser necesario recurrir a la apropiación de madera verde
o ampliar el área de captación.
La modalidad de obtención de la leña no puede inferirse a partir del tipo
de taxón identificado. Algunos de los elementos que han apuntado varios
autores como indicadores de la apropiación de leña muerta son los agujeros
dejados por los insectos, pero no toda ella está atacada por éstos. Por otra
parte, la combustión de madera verde puede producir grietas en la estructu-
ra anatómica de los taxones, aunque su ausencia puede no ser indicativa, ya
que a menudo su utilización va precedida de un tiempo de secado.
La revisión de los datos etnográficos de sociedades cazadoras recolec-
toras o agricultoras incipientes indica que la recolección del combustible vege-
tal era una actividad realizada por las mujeres; en ellas también recaía la vigi-
lancia y mantenimiento del fuego (Heizer, 1963). Los hombres generalmente
ayudaban en el transporte de grandes piezas o cuando era necesario recorrer
grandes distancias. Se trata de un trabajo que debe ser realizado cotidiana-
mente e implica una gran inversión de tiempo y energía. En sociedades con
un incipiente urbanismo se documenta, en cambio, la aparición de sectores
de población especializados, generalmente hombres, en la recolección y dis-
tribución del combustible (Heizer, op. cit.). En estas sociedades la presión
continuada sobre el entorno inmediato de los asentamientos hace que las dis-
tancias de las áreas de captación del combustible puedan ser mayores. Una
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 89

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 89

de las consecuencias de las ocupaciones de larga duración puede ser el ago-


tamiento de los recursos locales. Por otra parte, cuando la leña entra a for-
mar parte de la economía de mercado se recolecta más combustible del nece-
sario para poder intercambiarlo posteriormente por otros productos.
También la etnografía revela la importancia de este recurso, pese al
poco valor social que generalmente se le da. En este sentido cabe señalar
que el agotamiento de la leña en el entorno es una de las causas de abando-
no de los asentamientos (Heizer, op. cit.). Por otra parte, el uso del com-
bustible vegetal es una de las causas de deforestación más importantes en
zonas urbanas.
La leña puede requerir de una adecuación antes de su uso, como por
ejemplo el astillado de troncos de gran tamaño, o el secado de la madera si
se ha recogido verde o húmeda. En el caso de que la recolección se lleve a
cabo por sectores de la población especializados, hay que tener en cuenta
también el almacenamiento y la distribución. El almacenamiento es posible
puesto que el ciclo entre producción y consumo puede ser largo sin necesi-
dad de utilizar técnicas para la conservación del producto. Entre sociedades
cazadoras recolectoras el menor volumen de madera necesario, la inviabili-
dad del transporte de grandes cantidades de leña entre sociedades nómadas,
o la disponibilidad de leña en cualquier momento y prácticamente en todos
los territorios, probablemente incidirían de forma negativa en la práctica del
almacenamiento, aunque no se puede descartar. En sociedades sedentarias,
en cambio, esta práctica puede haber sido habitual, debido a la mayor pre-
sión sobre el entorno inmediato de los asentamientos, a la necesidad de reco-
rrer mayores distancias para la obtención del combustible vegetal y a la nece-
sidad de almacenar leña para las estaciones en que es más difícil obtenerla.
La utilización del fuego como fuente de energía térmica y/o lumínica
implica la realización de diversas tareas integradas en las actividades de man-
tenimiento de las áreas donde se produce la combustión. Se trata de las tareas
relacionadas con el mantenimiento de las áreas de combustión, en primer lugar
para su acondicionamiento, después para asegurar su funcionamiento operati-
vo y, finalmente, para reaprovechar el espacio o los residuos (carbones y ceni-
zas) resultantes. Durante el proceso de producción de energía la materia prima
utilizada como combustible sufre las transformaciones más importantes, pues-
to que pierde su naturaleza orgánica y se convierte en materia carbonizada.
Los diferentes tipos de energía (calórica, lumínica) se integran en otros
procesos de trabajo. En general, las aplicaciones del fuego están directa-
mente relacionadas con su calidad de fuente de energía luminosa y térmica
o calorífica. Cualquier combustión es una fuente de iluminación potencial y
también un medio básico de calefacción. La energía térmica también se uti-
liza para la transformación de las propiedades de las materias animales, vege-
tales y minerales que los grupos humanos necesitan para satisfacer sus nece-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 90

90 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

sidades. Se utiliza para la cocción de los alimentos (mediante diversos pro-


cedimientos de preparación), su conservación mediante el ahumado o el seca-
do, en las tareas de preparación de pigmentos o de productos adhesivos nece-
sarios para el enmangue de las herramientas, el endurecimiento de la madera,
el enderezamiento de varillas de madera o de cuerno, así como el calenta-
miento controlado de las materias minerales para mejorar el desbaste lítico
y la transformación de materias primas como la arcilla o los metales. El inven-
tario de las posibles aplicaciones de la energía calórica puede ser muy amplio,
así lo indican tanto las informaciones etnográficas como los datos arqueo-
lógicos.
Los residuos generados durante la combustión de la leña, cenizas y car-
bones generalmente son reubicados para garantizar la operatividad de las
áreas de combustión, aunque etnográficamente también se ha documentado
su utilización para diversos fines, como el abono de huertos o la reutilización
del carbón para conseguir brasas (Peña Chocarro et al., 2000).
Por lo tanto, los carbones recuperados en contextos habitacionales o
artesanos, ya sea en las zonas de producción o en basurales, son testimonios
materiales del desarrollo de los citados procesos de trabajo relacionados con
el aprovisionamiento y gestión del combustible. Estos residuos son el pro-
ducto final de una serie de procesos de trabajo que han ido transformando las
materias naturales en recursos, materia prima y, finalmente, residuos del con-
sumo. Aunque el proceso se inicia con el aprovisionamiento de las materias
primas, los restos recuperados en contextos arqueológicos son los residuos
carbonosos generados en el proceso de producción de energía. Su distribu-
ción y disposición obedece, sobre todo, a las estrategias implementadas por
el acondicionamiento y mantenimiento del espacio social.
Consideramos que los residuos de combustión deben ser estudiados en
tanto que restos materiales de la actividad humana y es sobre las característi-
cas de estas actividades sobre las que pretendemos incidir a partir de su estu-
dio. Nos planteamos en este apartado revisar las estrategias de gestión del com-
bustible leñoso que se pueden inferir a partir de los residuos de combustión.
Somos conscientes de la variedad de contextos geográficos y arqueológicos,
de las diferencias en la recogida de muestras arqueobotánicas y de la diversi-
dad de los enfoques utilizados para su estudio, así como de los grandes lap-
sos espacio-temporales. Pero creemos que pese a ello pueden observarse cier-
tas tendencias y sobre todo pueden surgir hipótesis de trabajo para el futuro.

El combustible vegetal en sociedades cazadoras recolectoras

Las evidencias más antiguas del uso del fuego en la península Ibérica
proceden de la Cova Bolomor (Fernández Peris y Villaverde, 2001). En este
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LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 91

yacimiento han aparecido señales de suelos rubefactados, cenizas, hueso que-


mado y hogares en diversos niveles, datados en 150.000-50.000 años. Estos
restos, junto a los de los yacimientos de Solana del Zamborino y San Quir-
ce del Pisuerga, constituyen las trazas más antiguas de la utilización del fuego
en la Península. Desde la generalización de su uso y control entre las socie-
dades humanas prehistóricas sería esperable encontrar de manera habitual
residuos de los combustibles utilizados para alimentar los hogares. Sin embar-
go, sorprende la poca información que hay sobre éstos y, por lo tanto, sobre
el uso del bosque. Las evidencias pleistocénicas sobre el aprovechamiento
del combustible vegetal son escasas, más cuanto más antiguos son los yaci-
mientos. Ello se debe a diversos motivos, pero principalmente porque muchas
excavaciones de yacimientos pleistocénicos son muy antiguas y pocas veces
se recuperaron carbones. Generalmente, cuando se llevó a cabo su recogida,
se restringió a los más evidentes o a aquellos que podían ser utilizados para
dataciones radiocarbónicas. Hay que tener en cuenta que no es hasta los años
ochenta que se empiezan a aplicar las técnicas de recuperación y análisis de
restos arqueobotánicos y que éstas no se generalizan hasta la década de los
noventa. Actualmente esta situación ha cambiado y cada vez es más habi-
tual la aplicación de métodos sistemáticos de recogida de este tipo de restos.
La tendencia generalizada ha sido considerar que las sociedades caza-
doras y recolectoras paleolíticas aprovecharon los recursos del bosque de
manera oportunista para obtener combustible vegetal. Esta actividad no habría
tenido una gran incidencia en su entorno y, por lo tanto, estas sociedades no
transformaron o comprometieron la regeneración de los bosques. Estas con-
sideraciones, no obstante, se han propuesto sin apenas evidencias materiales
de la gestión del entorno, sobre todo en lo relativo a la obtención del com-
bustible vegetal. Los datos sobre su uso durante el Pleistoceno continúan sien-
do más bien anecdóticos. Por ello es difícil extraer conclusiones sobre las
estrategias de explotación de recursos forestales.
La mayor parte de los yacimientos pleistocénicos que han proporciona-
do residuos de combustión corresponden a los estadios isotópicos III y II.
Durante estos estadios las condiciones climáticas fueron frías o muy frías,
con pulsaciones de mejora climática, correspondiendo al avance o retroceso
de las masas glaciares. Además, tuvieron repercusiones importantes sobre la
composición y distribución de las masas forestales y por lo tanto, en la ofer-
ta de recursos leñosos. Los análisis polínicos de estas cronologías muestran
un paisaje dominado por herbáceas y coníferas, aunque también indican la
pervivencia de taxones mesotermófilos que repuntaron ante cualquier mejo-
ra climática. Según Carrión y colaboradores (2000), los registros polínicos
de la península Ibérica muestran la recurrencia de especies termófilas duran-
te los períodos estadiales, lo que permite asegurar que pese a las condicio-
nes climáticas frías se mantuvo una importante reserva de fitodiversidad, sobre
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 92

92 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

todo en refugios costeros y zonas intermontanas. Estos autores afirman que


existieron diferencias regionales, con mayor preponderancia de caducifolios
en el norte de la zona mediterránea y de xero-esclerófilos hacia el sureste.
Las evidencias de la explotación de estas formaciones vegetales para
la obtención de combustible vegetal durante el Pleistoceno medio y supe-
rior son, como ya hemos comentado, escasas. Para cronologías anteriores a
40.000 BP, tenemos casi exclusivamente yacimientos en el nordeste penin-
sular: Cova 120 en Girona (Agustí et al., 1991), Roca dels Bous en Lleida
(Piqué, 1995), Abric Romaní (Allué, 2002), Can Costella y Mediona I (Piqué,
1990; Estévez y Piqué, 1990; Bonet y Piqué, 1995), todos ellos en Barcelo-
na, y Fuentes de San Cristóbal en Huesca (Allué, 2002). Estos yacimientos
representan cronologías y localizaciones muy diversas, por lo que es difícil
establecer tendencias en el consumo del combustible. Todos tienen en común
el bajo número de taxones utilizados para alimentar los fuegos, aunque en
algunos de estos yacimientos el número de fragmentos de carbón analizado
es muy bajo, lo que puede haber incidido en la poca diversidad taxonómica
documentada.
Los niveles de la Cova 120 (Sadernes, La Garrotxa), Can Costella y
Mediona I (Sant Quintí de Mediona, Alt Penedès) no han podido ser data-
dos con precisión, aunque todos son anteriores a 50.000 BP. Destaca en
ellos la presencia de taxones mesotermófilos: arce (Acer sp.), madroño (Arbu-
tus sp.), avellano (Corylus avellana), fresno (Fraxinus sp.), juníperos (Juni-
perus sp.), acebuche (Olea europaea), pino carrasco (Pinus halepensis), pino
tipo albar-laricio (Pinus tipo sylvestris-nigra), lentisco (Pistacia lentiscus),
prunáceas (Prunus sp.), roble (Quercus caducifolio), encina-coscoja (Quer-
cus esclerófilo), aladierna-falsa aladierna (Rhamnus/Phillyrea), sauce (Salix
sp.), tejo (Taxus sp.), olmo (Ulmus sp.) y lambrusca (Vitis vinifera). En todos
los casos los carbones estaban asociados a materiales adscritos al Paleolíti-
co medio, si bien el rango temporal representado puede ser muy amplio. En
Can Costella y Mediona, además, se localizaron sendas áreas de combustión
y parte de los carbones se encontraban asociados a éstas. Los taxones apro-
vechados más frecuentemente son el pino, el roble y el junípero, se encuen-
tran en la mayoría de los yacimientos y son los mejor representados en núme-
ro de restos. También cabe destacar el consumo esporádico de taxones que
actualmente crecen en las inmediaciones de los cursos de agua (avellano, fres-
no, sauce, olmo y lambrusca). La escasez de restos y de contextos no permi-
te, por el momento, ir más allá.
Mejor documentados son los niveles del Abric Romaní en Capellades
(niveles D, H, I, Ja, Jb, K, L y M, datados entre 53.000-40.000 BP) (Allué,
2002), las Fuentes de San Cristóbal (Allué, op. cit.) (el nivel P ha sido data-
do en 36.000 ± 1.900 BP) y la Roca dels Bous (nivel inferior > 46.900 BP y
nivel superior 38.800 ± 1.200 BP) (Piqué, 1995). Todos los niveles fueron
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LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 93

ocupados durante el estadio isotópico III y corresponden a ocupaciones situa-


das en el Paleolítico medio. El rasgo común de todos los niveles es el bajo
número de taxones utilizados: en todos ellos el pino tipo albar-laricio es el
taxón dominante, siendo el único presente en la mayoría de los niveles del
Abric Romaní. En este yacimiento se documentaron diversas áreas de com-
bustión y diversos negativos de madera que podrían corresponder a ramas y
troncos aportados para su posterior consumo (Pastó et al., 2000). Como hemos
señalado en el apartado sobre los artefactos también se encontraron maderas
trabajadas.
Allué ha planteado que en el Abric Romaní se podría haber dado un
aprovechamiento de combustible vegetal especializado. El uso exclusivo de
pino contrasta con la mayoría de yacimientos pleistocénicos de la Penínsu-
la, en los que se ha podido determinar que, si bien éste es siempre el taxón
dominante, generalmente también se da el consumo de otras especies. No
obstante, no es el único yacimiento con un patrón monoespecífico de uso
del combustible; en el caso de los niveles del Paleolítico medio de la Roca
dels Bous se observa también un uso exclusivo de junípero en el nivel más
antiguo, acompañado de pino albar-laricio en el nivel más reciente (Piqué,
1995). En cambio, en Las Fuentes de San Cristóbal se documenta un uso más
diversificado, además de pino, que es el taxón dominante, se consumió boj
(Buxus sempervirens), viburno-durillo (Viburnum sp.), roble y junípero.
El uso preferente de pino albar-laricio continua viéndose reflejado en
las secuencias del Paleolítico superior, si bien siempre acompañado de cadu-
cifolios que se consumen de manera esporádica sin que se observe una recu-
rrencia entre los diversos yacimientos. Así en los niveles inferiores de L’Ar-
breda (39.900-37.700, 33.500, 22.590 BP), el pino está acompañado de
caducifolios como el arce, haya (Fagus sylvatica), prunáceas o roble, mien-
tras que en los niveles superiores (20.600-20.130, 17.720 BP) el pino pasa a
ser dominante junto con el abedul (Betula sp.) (Ros, 1987). En los niveles
de Paleolítico superior de la Bauma dels Pinyons (32.750 BP), situada a unos
metros del Abric Romaní, junto a pino albar-laricio aparecen enebro-sabina,
espino cerval y posiblemente un representante de las prunáceas (Allué, 2002).
En los niveles pleistocénicos de la Bauma Guilanyà y la Fuente del Trucho
también se documenta el consumo preferente de pino, asociado en el último
de estos yacimientos a arce, boj, enebro-sabina, abeto (Abies sp.), aladierna
falsa-aladierna y prunáceas (Piqué, 1995).
Así, para el conjunto del nordeste peninsular se puede ver cómo el pino
albar-laricio es el taxón dominante, mientras que el consumo de otras coní-
feras y caducifolios es más marginal. Sin embargo, cabe destacar una cierta
recurrencia en el consumo de representantes del género Prunus, taxón que a
menudo se ha relacionado con paisajes de carácter abierto. Por otra parte,
cabe mencionar la ausencia de los taxones de ribera.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 94

94 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

En el Levante destaca la presencia de algunas de las evidencias del fuego


más antiguas, las ya citadas de la Cueva Bolomor. Sin embargo, las pruebas
sobre el aprovechamiento del combustible corresponden a niveles del Pleis-
toceno superior. Los niveles de los yacimientos de Cova de les Cendres, data-
dos entre 24.080 ± 150 BP y 13.320 ± 170 BP, Bolumini, el nivel V de Cova
Foradada (29.420 ± 190, 27.170 ± 150 BP), Ratlla del Bubo (para el nivel II
se cuenta con una datación de 17.360 ± 180 BP) y Tossal de la Roca (Badal,
1991; Badal y Carrión, 2001; Uzquiano, 1990a) nos muestran el uso recu-
rrente de pino tipo laricio, juníperos y leguminosas (Fabaceae). Las conífe-
ras, como en el caso del NE, son las utilizadas de manera más frecuente ya
que están representadas en casi todos los niveles. Cabe señalar que la impor-
tancia de las coníferas disminuye en los niveles más recientes. Junto a estos
taxones se consumen también roble y encina-coscoja, siendo los primeros
más regulares que las segundas. Su presencia es más significativa en los nive-
les más recientes en detrimento de las coníferas. De manera más esporádica
también se documenta el consumo de otros taxones termo-mesomediterráne-
os, como el pino carrasco, el acebuche y las prunáceas. Cabe señalar la buena
correspondencia entre las tendencias observadas en las diversas secuencias
valencianas, los cambios observados han sido interpretados como resultado
de las oscilaciones climáticas en la cobertura vegetal.
En el Sur los únicos resultados para el Paleolítico medio son los de las
cuevas de Gibraltar. Diversos estudios llevados a cabo sobre los macrorres-
tos vegetales carbonizados de las cuevas Gorham y Vanguard indican el apro-
vechamiento intensivo de pino, sin especificar el tipo, aunque cabe señalar
que también se encontraron conos de piña de pino piñonero (Pinus pinea)
(Finlayson et al., 2006; Metcalfe, 1958; Gale y Carruthers, 2000). En Van-
guard junto a pino aparece también enebro-sabina, acebuche, lentisco y peque-
ños arbustos tipo Ericaceae (brezo-madroño), Cistaceae (jaras) y maloideas
(Rosaceae/Maloideae). Mientras que entre los carbones recuperados en el
nivel IV de la cueva Gorham se documenta el uso preferente de pino tipo
piñonero-marítimo (Pinus pinea-pinaster), además de otros exponentes de la
vegetación local, como pino albar-laricio, y de los taxones arbustivos ya cita-
dos para Vanguard. En Gorham se han encontrado diversas áreas de com-
bustión superpuestas, que han proporcionado una serie cronológica de entre
30.560 ± 720 BP y 24.010 ± 320 (Finlayson et al., 2006).
Las ocupaciones pleistocénicas de la cueva de Nerja (Málaga) también
han proporcionado abundantes restos arquebotánicos (Badal, 1991, 1996). El
estudio de los restos procedentes de los niveles 13 a 4 ha revelado las pau-
tas del consumo de leñosas como combustible; así, destaca la importancia del
consumo de pino laricio (Pinus nigra), enebro-sabina y leguminosas en los
niveles más antiguos, acompañados de jaras, aladierna-falsa aladierna, pru-
náceas, maloideas y quercíneas (Quercus sp.). En el nivel 8 (18.420 ± 530,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 95

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 95

17.940 ± 200 BP) también se documenta el consumo de acebuche, pino carras-


co, terebinto (Pistacia terebinthus) y olivilla (Cneorum tricoccum). Los nive-
les 7, 6, 5 y 4 (12.130 ± 130, 12.190 ± 150, 11.930 ± 160 BP, 10.860 ± 160 BP)
se caracterizan por el predominio del consumo de las leguminosas: éstas apa-
recen acompañadas de los taxones ya documentados en los niveles más anti-
guos, aunque aquí su presencia es menor, y a partir del nivel 4 también de
otras especies termófilas como madroño, romero (Rosmarinus officinalis) o
boj. Pero sin duda lo más significativo de la Cueva de Nerja es la elevada pre-
sencia de fragmentos de piñas de pino piñonero en todos los niveles pleisto-
cénicos, que duplica generalmente al de los carbones. Cabe señalar que, en
contraposición, los fragmentos de madera carbonizada de esta especie están
representados en porcentajes discretos a lo largo de la secuencia. Ello ha sido
interpretado como un aprovechamiento económico de los piñones. Éstos
pudieron ser obtenidos utilizando el calor del fuego, motivo por el que los
restos de piña carbonizados son tan abundantes en el yacimiento (Badal, 1998,
2001a).
En la Estremadura portuguesa la secuencia de Buraca Grande muestra
los cambios en la explotación del combustible vegetal a lo largo de los nive-
les pleistocénicos y holocénicos. Los niveles 9B (23.970 ± 300 BP) y 9A
(17.850 ± 200 BP), los únicos pleistocénicos, reflejan la importancia del pino
tipo albar-laricio, el boj y las leguminosas, aunque también se utilizaron de
manera puntual otros taxones como el endrino (Prunus spinosa), roble, ace-
buche y madroño. Muy cercano a este yacimiento se encuentra el de Buraca
Escura (21.820 BP), en el que también se observa el consumo de los mis-
mos taxones, aunque en este caso no están presentes los de carácter termó-
filo (Figueiral y Terral, 2002).
También en el noroeste el pino tipo albar-laricio está bien representa-
do; junto con el roble y el abedul son los taxones mejor documentados en el
yacimiento de Cova de Valiña en Castroverde (Lugo). En este yacimiento
también se documenta el consumo de enebro-sabina, fresno y leguminosas
(Carrión Marco, 2003). El nivel, datado en 34.800 ± 1.900-1.500 BP, ha
proporcionado pocos restos de madera carbonizada, pero es uno de los pocos
registros pleistocénicos de la zona.
En el norte peninsular destacan los trabajos realizados en la Cueva del
Esquilleu (niveles XI a XXII, datados en 53.000-36.000 BP); niveles XVIII
y XX de Castillo (40.000 y 42.000 BP, respectivamente); nivel B (30.300
BP), C (32.800 BP), D (41.600 BP) y H-J de Covalejos (por encima de 42.000
BP) y nivel 6 de Cobrante (33.000 BP) (Uzquiano, 2005; Uzquiano y Cabre-
ra, 1999). En estos yacimientos se constata también el consumo preferente
de pino tipo albar-laricio y abedul, taxones que dominan según el área geo-
gráfica en la que se encuentran los yacimientos: pino en el oeste, abedul en
el centro y este. El pino es el taxón más importante en los niveles inferiores
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 96

96 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

de El Esquilleu; aunque en los niveles superiores también destaca el consu-


mo de serbal (Sorbus) y taxones arbustivos, igualmente es significativo en
Covalejos, pero esta vez junto al abedul. En cambio, éste predomina en los
niveles de El Castillo y Cobrantes. Uzquiano destaca el uso diversificado
del entorno para la obtención del combustible, ya que se puede observar el
aprovechamiento tanto de taxones propios de substratos calcáreos como
silicios, hecho que indicaría una alternancia en las áreas de captación. Asi-
mismo, se observa el aprovechamiento de arbustos y pequeños árboles que
crecerían en la formaciones abiertas dominadas por abedul y/o pino albar-
laricio: maloideas, leguminosas, prunáceas, rhamnáceas, espino amarillo (Hip-
popae rhamnoides), madroño, laurel (Laurus nobilis), saúco (Sambucus sp.),
cornejo (Cornus sp.), brezo (Erica sp.). En relación con el consumo de leña
de abedul, Uzquiano señala sus propiedades, haciendo hincapié en la toxici-
dad del humo y su uso para ahuyentar insectos, proponiendo que ésta podría
haber sido la finalidad de su consumo por parte de los habitantes de la cueva
del Castillo, Covalejos y Cobrantes.
Los estudios efectuados en el nivel Lmbk (29.990 ±230 BP) de Anto-
liñako Koba (Gautegiz-Artega, Vizcaya) muestra de nuevo el predominio del
consumo de coníferas, aunque en este yacimiento enebro-sabina es lo que
predomina, mientras que el pino tiene menor importancia, acompañados por
taxones arbustivos como leguminosas y grosellero (Ribes sp.) y, en menor
medida, por abedul, sauce y maloideas.
A medida que nos adentramos en las ocupaciones del Pleistoceno supe-
rior final se documenta un cambio en los taxones consumidos, hecho que
sin duda viene marcado por la mejora climática que supuso el inicio del
posglaciar y que tuvo como consecuencia la colonización de las tierras bajas
por los bosques de planifolios. En las secuencias que abarcan de final del
Pleistoceno a inicios del Holoceno podemos observar cómo los robles y las
encinas-coscojas, acompañados de árboles y arbustos que son característi-
cos de estas formaciones forestales, van desplazando a los pinos en las pre-
ferencias de combustible.
En el nordeste son diversos los yacimientos con ocupaciones de 12.000-
8.000 BP en los se puede observar cómo el consumo de las coníferas decre-
ce y es reemplazado por el de especies colonizadoras en un primer momen-
to y, posteriormente, de roble y avellano. Pino y enebro-sabina son los taxones
más consumidos en los niveles de la Balma Margineda entre 10.400 y 8.210
BP (Heinz, 1990, 1995; Heinz y Barbaza, 1998). En el Parco (Allué, 2002),
Guineu III (Allué, 2002), Font Voltada (Mir y Freixas, 1993), Filador (Gar-
cía Argüelles, 1990; Allué, 2002), Abric dels Colls (Bergadà, 1998) y Cin-
gle Vermell (Ros, 1985), con cronologías entre 12.000 y 9.000 BP, seguirán
siendo los taxones dominantes, pese a la presencia esporádica de caducifo-
lios. Roble y avellano, en cambio, son los más consumidos en Font del Ros
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 97

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 97

(8.150 BP) (Jordà, et al., 1992), Sota Palou (8.800 BP) (Carbonell et al., 1985)
y Roc del Migdia (8.190, 7.280 BP) (Yll et al., 1994); tan sólo en sitios muy
expuestos o altos sigue dominando el consumo de pino, como por ejemplo
en la Balma Guilanyà.
En Alicante los niveles del Tossal de la Roca en la Vall d’Alcalà (Uzquia-
no 1990a), Santa Maira en Castell de Castells (Aura et al., 2005) y La Fal-
guera en Alcoi (Carrión Marco, 2002) muestran el inicio de este proceso y su
consolidación. Robles y encina-coscoja se hacen cada vez más importantes
hasta convertirse en los taxones más frecuentes entre los últimos grupos caza-
dores-recolectores. En el Tossal de la Roca, por ejemplo, son los taxones más
importantes a partir del nivel IIb (9.150 ± 1.000 BP, 8.530 ± 900 BP).
En el sur, el yacimiento del Embarcadero del Río Palmones ha propor-
cionado una reducida muestra de carbón de un nivel ocupado por grupos caza-
dores mariscadores litorales durante el VII-VI milenio ANE. Pese a lo redu-
cido de la muestra, destaca la diversidad de taxones, que indica el
aprovechamiento de los recursos leñosos locales: vegetación de ribera (fres-
no, carrizo) y de árboles y arbustos propios del encinar termomesomediterrá-
neo (encina-coscoja, alcornoque, roble, pino tipo carrasco-piñonero, acebu-
che, brezo, maloideas, leguminosas, aladierna-falsa aladierna y lentisco)
(Rodríguez Ariza, 2005). La ausencia de registros más antiguos o contem-
poráneos en la zona impide evaluar la tendencia en el aprovechamiento del
combustible vegetal.
En la fachada atlántica los resultados del análisis de los carbones pro-
cedentes de tres estructuras de combustión del yacimiento mesolítico de Ponta
Vigia (Torres Vedras), que ha proporcionado dataciones de 8.850 ± 90 BP y
8.670 ± 80 BP, muestran el consumo exclusivo de pino marítimo (Van Leeu-
waarden y Queiroz, 2003). Los resultados de este yacimiento costero con-
trastan con los obtenidos en Buraca Grande y Pena d’Agua, más hacia el inte-
rior, donde el taxón más frecuente es el acebuche (Figueiral, 1998; Figueiral
y Terral, 2002). Las diferencias en la oferta de recursos leñosos debidas a la
localización de los yacimientos sin duda han influido en los resultados obte-
nidos.
En cambio, en el nivel arqueológico del yacimiento al aire libre del Xes-
tido III (Abadín, Lugo), ocupado por cazadores-recolectores holocénicos tar-
díos (6.500-5.800 cal ANE), muestra también la desaparición del pino entre
los taxones consumidos y el predominio de los caducifolios: abedul, roble y
avellano, además de las leguminosas (Carrión Marco, 2003).
En el norte los diversos yacimientos de finales del Pleistoceno e ini-
cios del Holoceno reflejan también este cambio en las pautas de consumo del
combustible vegetal. Así, a finales del Pleistoceno, pino, abedul y enebro-
sabina siguen siendo los taxones más frecuentes en los yacimientos de La
Pila (Cantabria), Los Azules (Asturias) y Los Canes, mientras que en Santa
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98 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Catalina (Vizcaya) y La Peña del Perro (Santoña), junto al abedul, empiezan


a adquirir cierta importancia los robles (Uzquiano, 1990b). En los niveles
holocénicos de Los Azules, Mazaculos y La Llana, en cambio, es ya el roble
el taxón más consumido. También en Peña Oviedo la ocupación mesolítica
del Abrigo de la Calavera muestra la creciente importancia del roble para
los últimos grupos cazadores recolectores: este taxón junto al pino albar-lari-
cio es el taxón más aprovechado (Carrión Marco, 2005). En el Pais Vasco el
yacimiento de Kobeaga II (Ipazter, Vizcaya) muestra también la importancia
del roble para los últimos grupos de cazadores recolectores holocénicos (Zapa-
ta Peña, 2002).
Los pocos casos estudiados no permiten realizar una valoración de la
estrategia de aprovechamiento del combustible por parte de los grupos nean-
dertales y primeras ocupaciones de Homo sapiens. En general, lo más signi-
ficativo para estas cronologías es la falta de datos: son pocas las evidencias
de los combustibles vegetales utilizados y están muy dispersas en el tiempo
y en el espacio. Esta ausencia puede ser el resultado de diversos factores,
entre ellos probablemente influye el hecho de que muchos de los yacimien-
tos se excavaron mucho antes de que los estudios arqueobotánicos se aplica-
sen de manera sistemática. Por otra parte, dada la poca utilidad de los carbo-
nes del Paleolítico medio para obtener dataciones absolutas, tampoco se realizó
un esfuerzo para su recuperación. No deja de sorprender que, pese a la can-
tidad y calidad de áreas de combustión documentadas en yacimientos de nean-
dertales, los restos arqueobotánicos evidenciados sean escasos.
Aun así podemos ver que los niveles pleistocénicos en general se carac-
terizan por el consumo preferente de coníferas y, entre ellas, de pino tipo
albar-laricio, taxón que sin duda desempeñó un papel fundamental en los pai-
sajes pleistocénicos y que fue ampliamente utilizado en todas las áreas geo-
gráficas (tabla 4). Probablemente este taxón estaba bien representado en el
entorno, cuando no constituía la masa forestal principal. En la mayoría de los
niveles estudiados, sin embargo, el pino tipo albar-laricio está asociado a otras
especies cuyo consumo fue más restringido o esporádico. Estos taxones pue-
den haber sido localmente importantes y pueden ser un reflejo de la diversi-
dad paisajística existente: taxones mesotermófilos en el sur y levante, impor-
tancia del abedul en el norte. Tal y como ya han apuntado las diversas autoras
de los estudios citados, la diversidad en el consumo de especies en los yaci-
mientos refleja probablemente las diferencias paisajísticas regionales y tem-
porales. La presencia de taxones mesotermófilos indica que, cuando éstos
estaban disponibles, eran consumidos; la cuestión es si su ausencia refleja un
uso especializado o un paisaje poco diverso. Cabe recordar que los planifo-
lios están ausentes en la mayoría de los niveles del Abric Romaní y en algu-
nos niveles puntuales de otros yacimientos, aunque en estos últimos no se
puede descartar que el reducido número de fragmentos estudiados pueda haber
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 99

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 99

determinado la baja diversidad taxonómica. También destaca en general la


falta de taxones de ribera, presentes tan sólo de manera muy puntual.
Los taxones determinados sugieren que la recolección del combustible
se llevó a cabo en formaciones de carácter abierto, cuando no estepario, donde
los pinos habrían constituido la masa forestal principal. Como hemos seña-
lado, los datos polínicos apuntan también a un paisaje poco arbolado, en el
que la cobertura arbórea estaría constituida principalmente por las conífe-
ras, y a la existencia de refugios de la vegetación en los que prosperarían los
taxones mesotermófilos.
En estos contextos de cazadores recolectores es difícil separar un con-
sumo oportunista o especializado de los carbones. Recordemos que el paisa-
je vegetal del Pleistoceno superior, y más concretamente en los estadios iso-
tópicos II y III, estaba constituido por una vegetación de carácter abierto,
donde dominaban los pinares asociados a especies mesotermófilas, más abun-
dantes cuanto más nos acercamos al sur de la Península. La oferta de leño-
sas puede haber influido en la diversidad de taxones aprovechados, siendo
ésta una de las causas a valorar para explicar la diversidad observada en el
registro.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que el número de casos
con que contamos para la península Ibérica es más bien bajo, con grandes
lagunas espacio-temporales, lo que no permite reconocer recurrencias o ten-
dencias significativas en el aprovechamiento del combustible por zonas o por
cronologías: en muchas ocasiones contamos tan sólo con datos de un único
yacimiento por período cronológico o región. A ello hay que añadir además
el reducido tamaño de algunas de las muestras estudiadas, en muchos casos
con un número inferior a 100 fragmentos por nivel, lo que puede afectar a la
representatividad de la muestra tanto en el plano cualitativo como cuantita-
tivo. Se ha demostrado que las frecuencias en que aparecen los taxones pue-
den variar cuando se estudian muestras más grandes (Badal, 1988; Piqué,
1999a). Además, en muchos casos, existe una correlación entre número de
restos y número de taxones identificados, de manera que la diversidad es una
función del tamaño de la muestra. Por ello hay que valorar con cautela las
causas de las diferencias entre niveles y yacimientos.
En lo que se refiere a los grupos cazadores recolectores holocénicos,
cabe señalar que en general fueron adoptando para su consumo las plantas
leñosas que se expandieron a partir del posglaciar. Efectivamente, los restos
de pinos se enrarecen hasta desaparecer en la mayoría de los registros, sien-
do reemplazados principalmente por robles y/o encina-coscoja según la zona,
que pasarán a ser los taxones más consumidos (tabla 5). Este cambio no es
contemporáneo en el tiempo, como tampoco lo fueron las transformaciones
en el paisaje. Este fenómeno se documenta mejor en cronologías anteriores en
el sur de la Península que en el norte. Las diversas secuencias de finales del
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 100

100 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Pleistoceno e inicios del Holoceno permiten observar las transformaciones


del paisaje como consecuencia del calentamiento posglaciar. Así, en el norte
de la península Ibérica los robles hacen su aparición hacia el 10.000 BP y
habrían dominado el paisaje en 8.500-6.000 BP (Ramil-Rego et al., 1998;
Burjachs et al., 1990; Pérez-Obiol, 1988; Yll et al., 1995), mientras que en
el sur la presencia de las quercíneas, caducifolias y esclerófilas se registra
ya hacia el 13.000 BP (Badal y Roirón, 1995; Carrión et al., 2000).
Diversas autoras han planteado el carácter oportunista de la recolección
del combustible entre las sociedades cazadoras recolectoras del Pleistoceno
e inicios del Holoceno. No obstante, no están claros los criterios que permi-
tirían reconocer la especialización u oportunismo en la recolección del com-
bustible vegetal. Allué sugiere, por ejemplo, un uso selectivo de pino para
el Abric Romaní, basándose en la monoespecificidad de la mayoría de los
niveles, así como en cierta previsión en la recolección del combustible por
la presencia de negativos de maderas aportadas y presumiblemente no con-
sumidas. También Uzquiano plantea un uso selectivo del abedul para cier-
tas ocupaciones pleistocénicas. En cambio, Badal argumenta el uso oportu-
nista del combustible vegetal en función de su abundancia en el medio; así
lo avalaría, según esta autora, la presencia de ramas de diversos calibres (tron-
cos, ramas, tallos) procedentes tanto de árboles como de arbustos o herbá-
ceas (Badal, 2001b). Sí hay coincidencia en considerar que principalmente
se recolectaba leña muerta; en este sentido cabe señalar la presencia de
xilófagos en los restos de madera carbonizada de la Cova de les Cendres
(Badal, op. cit.).
Théry-Parisot (2002) ha señalado que las propiedades combustibles de
las diferentes especies leñosas también pueden ser obtenidas utilizando made-
ra de diferente forma y estado, y no importa la especie: por ejemplo, ramas
de pequeño calibre ayudan a la ignición, mientras que la madera verde pro-
duce mucho humo. También apunta esta misma autora que en algunos yaci-
mientos pleistocénicos franceses es posible reconocer el uso de madera muer-
ta, lo que avalaría la recolección de la leña caída debido a la poda natural.
El reconocimiento de la especie a la que pertenece la madera caída puede
ser en muchos casos difícil a partir de rasgos macroscópicos, por lo que difí-
cilmente éste podría haber sido un criterio en la recolección de la leña. Por
ello considera que los criterios de selección de combustible podrían estar
más relacionados con la morfología y el estado de la madera que con la taxo-
nomía.
Las sociedades cazadoras recolectoras tenían la capacidad tecnológica
necesaria para abatir árboles. Así lo demuestra la presencia de señales de uso
en los instrumentos líticos, que indican el trabajo sobre madera verde, y los
trabajos experimentales que muestran la posibilidad de abatir árboles con este
tipo de instrumento. Por otra parte, en sociedades cazadoras recolectoras
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 101

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 101

modernas se documentan diversas técnicas para el derribo de árboles, como


por ejemplo la quema de la base o el uso de lazos para desarraigar árboles o
ramas muertas. De esta manera probablemente se obtenían las maderas nece-
sarias para producir instrumentos, palos para la vivienda, etc. Por ello cabe
señalar que no serían las limitaciones tecnológicas las que impedirían obte-
ner combustibles de calidad. Una mayor dificultad, como señala Théry-Pari-
sot (op. cit.) sería la adecuación de esta madera para su uso, ya que la made-
ra verde contiene un exceso de humedad que la hace poco apropiada para su
consumo inmediato en la alimentación de los fuegos, si no es que se quiere
producir mucho humo. La madera tiene un proceso de secado que puede durar
varios meses y, dado el volumen que ésta tiene, es poco probable que socie-
dades cazadoras recolectoras la hayan transportado hasta el momento de uso.
El almacenaje para su posterior utilización sería una alternativa para obtener
buenos combustibles, en este sentido los negativos de troncos y ramas del
Abric Romaní pueden ser el resultado de esta práctica.
Consideramos que lo reducido y disperso de la muestra no permite lle-
gar a conclusiones sobre este aspecto; por otra parte, las recolecciones opor-
tunistas y especializadas no tienen por qué haber sido estrategias exclusivas,
sino más bien complementarias y haber tenido lugar según las necesidades
puntuales (alumbrado, ahumado, calefacción, etc.).

TABLA 4. Taxones identificados entre los residuos de combustión en yacimientos


del Pleistoceno superior.
Región NE Norte/NO NE Levante Sur
Cronologia > 50.000 BP < 50.000 BP y > 12.000BP
Acer sp. * * *
Arbutus unedo * ** *
Betula verrucosa ** *
Buxus sempervirens * * **
Castanea sp. *
Cistus sp. * **
Cnneorum sp. *
Cornus sp. *
Corylus avellana * *
Ephedra sp. *
Erica sp. * * *
Fagus sylvatica *
Ficus carica *
Fraxinus sp. * * * *
Hippopae *

* Presente en menos del 50 % de los yacimientos.


** Presente en más del 50 % de los yacimientos
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 102

102 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 4. Taxones identificados entre los residuos de combustión en yacimientos


del Pleistoceno superior (continuación).
Región NE Norte/NO NE Levante Sur
Cronologia > 50.000 BP < 50.000 BP y > 12.000BP
Ilex aquifolium *
Juniperus sp. ** * * ** **
Laurus nobilis *
Lleguminosa ** * **
Monocotiledóna *
Olea europaea var. sylvestris * ** **
Pinus halepensis * * *
Pinus pinea *
Pinus sp. * * *
Pinus tipo sylvestris-nigra ** ** ** ** **
Pistacia lentiscus * * * **
Pistacia terebinthus *
Rosaceae/Maloideae ** * * *
Prunus sp. * * * ** **
Quercus ilex-coccifera * * *
Quercus sp. caducifolio ** * * ** **
Rhamnus cathartica-saxatilis *
Rhamnus/Phillyrea * ** * **
Ribes sp. *
Rosmarinus officinalis * *
Salicaceae *
Salix sp. * *
Sambucus sp. *
Taxus baccata *
Ulmus sp. *
Viburnum sp. *
Viscum sp. *
Vitis vinifera *
Total taxaones 18 20 13 23 20

* Presente en menos del 50 % de los yacimientos.


** Presente en más del 50 % de los yacimientos.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 103

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 103

TABLA 5. Taxones consumidos como combustible entre 12.000-7.000 BP.


Región Norte/NO NE Levante Sur/SO
Abies alba *
Acer sp. * ** **
Arbutus unedo * * **
Betula verrucosa ** *
Buxus sempervirens * * * *
Castanea sp. *
Cistus sp. * *
Clematis vitalba *
Corylus avellana ** *
Ephedra sp. *
Erica sp. * * * *
Fagus sylvatica *
Fraxinus sp. * * *
Hedera helix *
Hippopae sp. *
Juglans sp. *
Juniperus sp. * ** **
Labiateae *
Leguminosae * * * *
Olea europaea var. sylvestris * **
Phragmites sp. *
Picea sp. *
Pinus halepensis * *
Pinus pinea-pinaster * *
Pinus pinea-halepensis *
Pinus sp. *
Pinus sylvestris-nigra ** ** ** *
Pinus uncinata *
Pistacia lentiscus * **
Pomoideae ** ** ** **
Populus sp. * *
Prunus sp. * ** **
Quercus caducifolio ** ** ** **
Quercus ilex-coccifera * * ** **
Quercus suber *
Rhamnus-Phillyrea * * * **
Rosmarinus officinalis * *
Salicaceae * *
Salix sp. * *
Sambucus sp. * *
Taxus baccata * *
Tilia sp. *
Ulmus sp. * *
Viburnum lantana *
Viscum sp. *
Total taxones 28 26 22 17
* Esporádico (menos del 50 % de los niveles o yacimientos en cada región).
** Frecuentes (más del 50% de los niveles o yacimientos en cada región).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 104

104 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

El combustible en las primeras sociedades agrícolas

La adopción de la agricultura y de la ganadería marca sin duda un giro


radical en la manera en que se gestionan los bosques para la obtención de
los combustibles vegetales. La causa principal de este cambio es que, debi-
do a la existencia de asentamientos más estables, los bosques serán objeto
de una explotación continuada durante largos períodos. El bosque seguirá
proporcionando el combustible además de otros productos que también se
aprovechaban anteriormente, la diferencia es que ahora las áreas de capta-
ción de las materias primas leñosas son explotadas reiteradamente, lo que
comporta un mayor impacto en el entorno. La obtención de terrenos agrí-
colas, la necesidad de pastos para el ganado, la importancia de las activi-
dades cinegéticas y la extracción generalizada de materias primas a lo largo
de generaciones tuvo necesariamente que llevarse a cabo con un modelo de
gestión del bosque que no comprometiera su regeneración y, por lo tanto,
la propia supervivencia del grupo. Hay que tener en cuenta que además de
los usos del fuego habituales (iluminación, calefacción, transformación de
los alimentos), estas sociedades lo utilizaron para transformar otras mate-
rias primas además de la lítica: la producción cerámica implicó unas nece-
sidades de combustible cada vez más importantes. Asimismo, la concentra-
ción de población en asentamientos permanentes también implicó mayores
necesidades de combustible y una mayor presión sobre los recursos del
entorno.
Como consecuencia de ello, es probable que la poda natural que gene-
ra madera muerta en los bosques no produjese la suficiente cantidad de ella
como para satisfacer las necesidades de estos grupos. Por otra parte, campos
de cultivo y ganadería podrían haber tenido un impacto importante en la com-
posición de la vegetación de las inmediaciones de los asentamientos, favo-
reciendo que las comunidades vegetales propias de los estadios de sucesión
de los bosques fuesen más importantes en los paisajes y que por lo tanto cier-
tas especies fueran más asequibles que antes, como por ejemplo las arbusti-
vas. En estos momentos encontramos instrumentos que tradicionalmente se
asocian a la explotación forestal: las hachas y las azuelas. Éstos permitirían
la tala de árboles con mayor eficacia que el instrumental de los grupos caza-
dores recolectores y, en consecuencia, la adquisición más efectiva de mate-
rias primas leñosas.
El registro antracológico para este período es más abundante y permi-
te un mejor conocimiento de las estrategias de explotación del combustible
vegetal. El hecho de tener un mayor número de yacimientos contemporáneos,
situados en áreas biogeográficas similares y que representan una diversidad
de tipos de asentamientos, permite relacionar los usos del combustible vege-
tal con actividades concretas.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 105

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 105

El conjunto de yacimientos del nordeste peninsular ha permitido evi-


denciar la diversidad paisajística existente durante el Neolítico. Ésta se carac-
teriza en el norte por la presencia dominante de bosques de caducifolios,
mientras que en el sur predominan los esclerófilos. En los resultados de los
niveles neolíticos de Plansallosa, Cova 120, La Draga, Bauma del Serrat del
Pont, Cova del Frare, Bòbila Madurell, Cova de l’Avellaner, Cal Jardiner, Ca
l’Estrada (comarcas de La Garrotxa, Pla de l’Estany, Osona y el Vallès), todos
ellos situados al norte del río Llobregat, los robles predominan en los regis-
tros antracológicos (Ros Mora, 1995, 1996; Piqué, 1996, 1997, 2000a, 2002a,
2005; Ferré y Piqué, 2002). En cambio, en Cova de Can Sadurní, Mines de
Gavà, Barranc de Fabra, situados en el litoral al sur del Llobregat, son la enci-
na-coscoja y el acebuche los más consumidos, acompañados de arbustos pro-
pios de las formaciones de encinar y de maquia (Ros Mora, 1996; Piqué y
Barceló, 2002). Estas diferencias son el resultado del aprovisionamiento de
combustibles locales y reflejan las discontinuidades en el paisaje. Sin embar-
go, es posible apreciar desigualdades entre yacimientos que pueden ser el
resultado de las estrategias específicas de este abastecimiento.
Encontramos un buen ejemplo de ello entre los yacimientos del VI-IV
milenio de las comarcas del Pla de l’Estany y La Garrotxa en el NE de la
Península. El estudio de los restos de madera carbonizada de La Bauma del
Serrat del Pont, Plansallosa, Cova 120, La Prunera, La Draga y Cova de Pau
(Agustí et al., 1987; Ros, 1995; Piqué, 2000a, 2002a; Ferré y Piqué, 2002;
Ros, 1998a; Piqué, 2005; Tarrús y Bosch, 1990) ha revelado la explotación
de los estratos arbóreos y arbustivos de robledales, juntamente con el uso de
taxones propios de los bosques de ribera, que crecerían en los cursos de agua
cercanos a los yacimientos (ríos Llierca, Fluvià, Serinyadell y lago de Banyo-
les). Prácticamente en todos los yacimientos estudiados destaca la presencia
recurrente de roble acompañado de boj y de otros caducifolios como el arce,
las prunáceas y las maloideas, taxones que actualmente prosperan en los roble-
dales. Otros componentes del estrato arbóreo y arbustivo, como el enebro-
sabina, el tejo, el pino albar-laricio y el acebo están representados de mane-
ra más esporádica. Destaca también la gran diversidad de taxones de ribera
consumidos en estos conjuntos: álamos, fresnos, sauces, olmos, cornejos, ave-
llanos, laurel, saúco y lambrusca. En la zona de la Garrotxa también se docu-
menta el uso de taxones que actualmente crecen en alta montaña, como el
abeto, el abedul y la haya (tabla 6).
Las diferencias observadas entre estos yacimientos, en lo cualitativo y
en cuantitativo, no responden exclusivamente a la variabilidad paisajística
local, sino que creemos que son resultado de un patrón diferente en la ges-
tión del entorno forestal para la obtención del combustible vegetal según el
carácter puntual o permanente de las ocupaciones estudiadas. Así, las que
se encuentran al aire libre, de mayor duración, tienden a una mayor espe-
TABLA 6. Frecuencias relativas (%) con que aparecen los taxones determinables en los yacimientos del VI-IV milenio cal ANE
106

de las comarcas de la Garrotxa y Pla de l’Estany (Cataluña).


Datos Draga Plansallosa Cova Pau Bauma III.4 Cova 120/III Prunera Bauma III.2 Bauma III.3 Cova 120/II
Dataciones cal ANE 5230-4910
5440-5045 5000-4545 4900-4000 5480-5380 3350-2925 3340-2935 3100-2890 3020-2580
Abies alba 5,3 1,0 1,7
Acer sp. 0,3 3,9 5,8 15,6 7,7 10,1 1,4
Alnus sp. 0,04
Arbutus unedo 0,1 0,5 0,3 1,4
Betula verrucosa 2,2 1,9 0,3
Buxus sempervirens 18,4 10,5 14,3 28,9 4,8 46,0 16,5 17,5 12,6
Cornus sp. 0,5 1,1 0,3 3,6
Corylus avellana 3,2 2,1 0,8 3,4 0,4 5,4 1,4 9,2
Fagus sylvatica 0,8
Fraxinus sp. 0,04 4,3 20,9 0,9 0,8
Ilex aquifolium 0,8
Juniperus sp. 27,1 0,4 0,9 0,3 7,6
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Laurus nobilis 27,1 9,7 1,1 5,4 6,4


Leguminosae 0,3
Pinus sylvestris-nigra 0,04 0,3 9,2 0,2 10,4
Pistacia lentiscus 0,3
2/7/08

Pomoideae 2,4 0,5 2,3 4,4 1,4 0,8 0,3 0,6 0,3
Populus sp. 0,4
Prunus sp. 0.04 1,6 0,5 0,2 0,9 0,6 0,6
Quercus sp. caducifolio 47,6 70,3 61,6 40,0 15,0 26,4 46,3 44,2 21,8
19:41

Quercus ilex-coccifera 8,7 1,2 8,9 4,3 2,7 5,7 6,5 8,1
Rhamnus cathartica-saxatilis 0,8 1,1
Rhamnus/Phillyrea 1,8 2,7 15,5 11,9 10,1 10,4
Salix sp. 0,2 0,6 0,3
Sambucus sp. 0,4
Taxus baccata 0,3 1,8 0,5 0,2 0,6
Ulmus sp. 0,3 3,9 0,2 0,3 0,6
Página 106

ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Vitis vinifera 0,5 0,8 1,7


Número mínimo de taxones 14 9 13 6 16 13 17 15 19
Total fragmentos determinables2251 380 258 45 207 511 352 355 357
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 107

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 107

cialización en el uso del combustible vegetal, mientras que en las ocupa-


ciones de carácter puntual su recolección se realiza de manera oportunista.
La Draga, La Prunera y Plansallosa fueron asentamientos al aire libre de
gran extensión, que, aunque de difícil estimación en estos momentos, pudie-
ron estar habitados durante decenios. En ellos se llevaron a cabo procesos
de producción muy diversificados. Los niveles de los yacimientos en cueva,
en cambio, fueron ocupados de manera esporádica (Bauma III.4, Pau III),
como mucho durante una o dos estaciones (Bauma III.2 y III.3), o fueron
utilizados para funciones muy concretas que implicaron un uso muy pun-
tual del espacio como almacenamiento y enterramiento (Cova 120). En estos
casos la superficie habitada fue reducida y la diversidad de actividades de
subsistencia documentadas escasa. Del análisis de los datos obtenidos se
desprende que puede haber una relación entre las variables diversidad taxo-
nómica y tipo de ocupación de los asentamientos. En los yacimientos en
cueva, donde se produjeron ocupaciones de corta duración, se observa el
consumo de un mayor número de taxones, lo que reflejaría un uso oportu-
nista del entorno. En cambio, entre los yacimientos al aire libre, habitados
durante períodos más largos, se documenta una mayor especialización en
el uso del combustible. El número mínimo de especies identificado en los
yacimientos al aire libre, donde el número de restos estudiados es en gene-
ral mayor, oscila entre 9 y 14, mientras que entre los yacimientos en cueva
(exceptuando Bauma III.4, que ha proporcionado pocos restos) oscila entre
13 y 19 (figura 9).
Las diferencias entre yacimientos al aire libre y yacimientos en cueva
no se reducen a la cantidad de taxones identificados. También hemos podi-
do observar que, en general, en los yacimientos al aire libre se produce una
mayor especialización en la utilización del combustible. Ésta se hace paten-
te en el hecho de que habitualmente son dos o tres taxones los consumidos
de manera mayoritaria: en el caso de la Draga el 93,1% de los restos deter-
minables han sido proporcionados por boj, roble y laurel; en Plansallosa, el
93,1% de los restos pertenecen a boj, roble y encina, mientras que en la Pru-
nera el 93,3% de los restos pertenecen a boj, roble y fresno. En los yacimien-
tos en cueva las frecuencias en que aparecen los taxones están más reparti-
das y, si bien en general boj y roble son también los más abundantes, en estos
casos las especies que los acompañan están mejor representadas.
Entre los citados yacimientos del nordeste peninsular se ha podido obser-
var un mayor aprovechamiento del estrato arbóreo entre los niveles más anti-
guos estudiados, siendo el roble el taxón mejor representado. En cambio, en
los niveles más recientes se produce un cambio hacia la explotación del estra-
to arbustivo, que va acompañado de un incremento en la presencia de los
taxones de carácter mediterráneo en los yacimientos del valle del Llierca y
de boj en La Prunera. Esta tendencia puede estar relacionada con el incre-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 108

108 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 9. Representación gráfica del número de fragmentos estudiados y el núme-


ro de taxones determinados para cada nivel en los yacimientos de las comarcas de la
Garrotxa y el Pla de l’Estany (Cataluña). La fase 1 corresponde a los niveles de
finales del VI milenio cal ANE, la fase 2 a los de finales del IV milenio cal ANE.
C120 = Cova 120, B = Bauma del Serrat del Pont, CP = Cova de Pau.

mento de la xericidad que se documenta a partir de análisis polínicos a lo


largo del Holoceno en el Mediterráneo occidental, aunque también puede
reflejar el impacto de la acción humana a escala local o ciertas prácticas de
gestión forestal (figura 10).
En el Levante destaca la secuencia de la Cova de las Cendres en Ali-
cante (Badal, 1988), a la que ya nos hemos referido cuando hemos tratado
los depósitos pleistocénicos, y que permite ver las tendencias en el aprove-
chamiento del entorno a lo largo del tiempo. La secuencia de la Cova de les
Cendres cubre desde inicios del Neolítico (5.650-5.570 cal ANE) hasta la
Edad del Bronce (2.180-1.980 cal ANE). Otras secuencias levantinas, aun-
que más cortas, reflejan también las tendencias en la explotación del com-
bustible y permiten el análisis de las causas de la diversidad. En Alicante:
La Falguera, Cova de l’Or, Cova de Santa Maira, Cova Bolumini y Cova
Ampla; y en la comarca de La Safor (Valencia): Cova de la Recambra, Cova del
Llop, Cova Bernarda (Badal, 1988; Vernet et al., 1987; Badal, Grau, 1986;
Badal, et al., 1994). En estas secuencias se puede observar cómo robles y
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 109

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 109

FIGURA 10. Representación gráfica de la frecuencia con que aparecen los restos
de árboles y arbustos en los yacimientos de las comarcas de la Garrotxa y el Pla de
l’Estany (Cataluña). La fase 1 corresponde a los niveles de finales del VI milenio
cal ANE, la fase 2 a los de finales del IV milenio cal ANE. C120 = Cova 120, B =
Bauma del Serrat del Pont, CP = Cova de Pau.

encina-coscoja son los más consumidos como combustibles en los niveles


anteriores a 6.700 BP, mientras que en los más recientes estos taxones son
reemplazados paulatinamente por pino carrasco y acebuche, en un primer
momento, y por arbustos mediterráneos, entre los que destaca el brezo, hacia
el final del Neolítico. Las autoras de estos trabajos consideran este cambio
en las pautas de consumo del combustible vegetal como un indicador de la
creciente antropización del paisaje, consecuencia de la agricultura y la gana-
dería.
Las diferencias en la composición taxonómica de los yacimientos al aire
libre y de los yacimientos en cueva también se observan en los yacimientos
alicantinos. Los restos de madera carbonizada de rellenos y suelos de caba-
ñas de las fases VI y V de Mas d’Is (Penàguila, Alicante), datados a finales
del VI milenio-inicios del V cal ANE y mediados del V milenio cal ANE, res-
pectivamente, muestran la importancia económica de las quercíneas (princi-
palmente encina-coscoja); son los taxones mejores representados en ambos
niveles, mientras que el resto está presente en frecuencias muy bajas (Carrión
Marco, 2003). En cambio, para estas cronologías en los depósitos en cueva
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 110

110 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

se observa una mayor importancia de los taxones secundarios: así, junto a las
quercíneas se aprecia la importancia de otros árboles y arbustos. Esta diná-
mica continúa para los yacimientos de finales del V milenio e inicios del IV
cal ANE. Según Bernabeu y Badal (1990) se da una especialización funcio-
nal de los asentamientos que podría explicar las diferencias observadas. En
los yacimientos al aire libre de Les Jovades y Niuet, en Alicante, y Arenal
de la Costa en Valencia, se documenta el consumo preferente de encina-cos-
coja y en menor medida robles, exponentes de los bosques de quercíneas,
mientras que en las cuevas destaca la importancia de acebuche y pino. Los
yacimientos al aire libre de los valles tendrían un carácter agropecuario, mien-
tras que los yacimientos en cueva de las laderas de las montañas se relacio-
narían más con las actividades pastoriles, sepulcrales o rituales (Bernabeu y
Badal, 1990). En este sentido cabe señalar que algunas de esas cuevas fue-
ron utilizadas como rediles; en ellas la quema de los niveles de coprolitos
dejaron acumulaciones importantes de restos carbonizados: niveles VA (4.520-
4.380 cal ANE) y nivel IIIA (3.640-3.350 cal ANE) de Cendres, nivel I de
Santa Maira (5.640 ± 60 BP) y nivel III de Cova Bolumini.
Los resultados levantinos muestran por lo tanto una gestión diferencia-
da del entorno, que pudo estar relacionada con las características paisajísti-
cas locales de los fondos de valle y laderas de montaña (Badal, 1993), aun-
que también cabe suponer una gestión diferente del entorno según la función
y duración de la ocupación de estos asentamientos.
Badal propone que los restos de carbón de las cuevas redil pueden
proceder de los restos de forraje aportado para el ganado, lo que explica-
ría las diferencias observadas entre yacimientos. Sobre este tema volvere-
mos más adelante, pero podemos apuntar que la práctica del forrajeo arbó-
reo para alimentar el ganado doméstico, y el uso de las ramas sobrantes
como leña, es y ha sido una práctica habitual en las economías agropasto-
rales mediterráneas. En este sentido cabe mencionar el trabajo etnográfi-
co de Peña Chocarro y otros (2000) en la zona del Rift, en el que se docu-
mentó cómo una vez consumidas las hojas de las especies recolectadas para
este fin las ramas se ponían a secar y posteriormente eran utilizadas para
alimentar los fuegos. El forrajeo arbóreo como causa de la aparición de
ciertos taxones leñosos en los yacimientos arqueológicos desde el Neolí-
tico ha sido apuntado por diversos autores para la península Ibérica y área
mediterránea (Badal, op cit.; Thiébault, 1988; Vernet, 1991; Uzquiano,
2002; Carrión Marco, 2002).
Cabe señalar la excepcionalidad del registro de la Cova Sant Martí
(Machado Yanes, 2004), donde se encontraron inhumaciones de diversos indi-
viduos. En esta cueva los taxones mejor representados son pino carrasco y
junípero. La autora del estudio señala que el uso de estas maderas para con-
feccionar antorchas destinadas a iluminar la cueva e incluso un posible uso
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 111

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 111

relacionado con el ritual de inhumación podrían explicar este registro tan


poco habitual en la región y período.
En el sur los análisis efectuados en los niveles del Neolítico medio y
final de la cueva del Toro (6.340 ± 70, 5.380 ± 45 5.200 ± 60 BP), la cueva
de los Murciélagos de Zuheros (6.430 ± 130, 5.800 ± 120, 5.080 ± 120 BP)
y el Polideportivo de Martos (5.080 ± 140 BP) (Rodríguez Ariza, 1996) mues-
tran que la encina-coscoja es la especie más consumida, acompañada de árbo-
les y arbustos propios del encinar; entre ellos destaca la importancia relativa
del madroño en los Murciélagos de Zuheros y el Polideportivo de Martos. En
la vertiente atlántica el yacimiento al aire libre de El Retamar (Cádiz) refle-
ja el aprovechamiento del combustible por parte de comunidades que explo-
taron el litoral a finales del VI-inicios del V milenio cal ANE (5.225-4.810
cal ANE). Aunque ha proporcionado pocos restos de carbón, éstos proceden
de contextos de producción, principalmente áreas de combustión, relaciona-
dos con el procesado de alimentos (Uzquiano y Arnanz, 2002). Destaca la
presencia de acebuche y roble en la mayoría de las 14 estructuras de com-
bustión que han proporcionado restos de carbón determinables. Junto a estos
taxones aparecen de manera más esporádica leguminosas, lentisco y ala-
dierna-falsa aladierna. En los yacimientos andaluces los taxones termo-meso-
mediterráneos son los mejor representados y posiblemente reflejan los prin-
cipales componentes del paisaje. Los datos son escasos y, debido a la dispersión
geográfica de los yacimientos, no es posible evaluar las tendencias en las
estrategias de gestión del entorno forestal.
En otras áreas geográficas la dispersión de yacimientos estudiados es
también grande, pese a ello se ha apuntado la posible especialización en el
consumo del combustible vegetal. Así, por ejemplo, en Portugal, los yaci-
mientos costeros al aire libre de Vale Pincel (Sines) y Ponta de Passadeira
(Barreiro), ambos al aire libre, el pino tipo piñonero es el taxón más utiliza-
do (Carrión Marco, 2003). Vale Pincel es un yacimiento del Neolítico anti-
guo al aire libre en el que han sido individualizadas 30 estructuras, entre las
que había varias de combustión. En ellas se documenta un uso recurrente de
pino piñonero, generalmente acompañado de otros taxones que puntual-
mente pueden ser importantes (Carrión Marco, 2003). También el pino tipo
piñonero es el taxón dominante en las estructuras de combustión relaciona-
das con la producción cerámica del yacimiento al aire libre de Ponta de Pas-
sadeira (Portugal). Junto a este taxón se documenta igualmente el consumo
de encina-coscoja, brezo y leguminosa. Aunque el número de restos estudia-
do para este último yacimiento es muy bajo, y tal vez poco representativo,
destaca la similitud con el patrón de aprovechamiento del combustible docu-
mentado en el otro yacimiento portugués citado.
En cambio, en los niveles neolíticos del abrigo de Pena d’Agua (Torres
Novas, Portugal) y en Buraca Grande (Estremadura, Portugal) el acebuche
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 112

112 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

es el taxón mejor representado en todos los niveles neolíticos, mientras que


el pino está ausente (Figueiral, 1998; Figueiral y Terral, 2002). Acompañan
al acebuche arbustos y matorrales mediterráneos (jaras, lentisco, aladierna-
falsa aladierna, madroño, entre otros). Cabe señalar también la presencia de
roble, alcornoque y encina-coscoja, si bien siempre en bajas frecuencias. Las
diferencias respecto a los yacimientos anteriores es notable, posiblemente
debido a que las características de las ocupaciones son diferentes y también
su localización; Vale Pincel y Ponta Passadeira son yacimientos al aire libre
que se encuentran en la costa, mientras que Pena d’Agua y Buraca Grande
se encuentran más hacia el interior.
Más al norte los estudios realizados sobre los restos de madera carbo-
nizada de los yacimientos Quebrada y Quinta da Torrinha, ambos en Chas,
Tourao de Ramila en Santa Comba y Fumo en Almendra, todos pertenecien-
tes al Parque Arqueológico de Val de Coa (Queiroz y Van Leeuwaarden, 2003),
revelan la importancia de la explotación de los taxones arbustivos (legumi-
nosas, jaras y ericáceas) a lo largo de toda la secuencia cronológica que repre-
sentan (V a III milenio ANE). Los arbustos dominan en la mayoría de los
depósitos. La única excepción es Fumo, donde las quercíneas son los taxo-
nes mejor representados, y el que ha proporcionado también la datación más
reciente. El estudio se ha llevado a cabo a partir de una muestra muy redu-
cida, por lo que cabe plantearse su representatividad. En este sentido cabe
señalar que en el yacimiento con mayor número de restos analizados (Fumo)
es donde se ha documentado mayor diversidad.
El roble es también el taxón más representado en el nivel neolítico de
La Campa (Peña Oviedo), acompañado en este caso de otros taxones propios
del robledal (Carrion Marco, 2005). Ello supone un cambio significativo res-
pecto al aprovechamiento del combustible en las sociedades cazadoras reco-
lectoras del Pleistoceno final, entre las que se documenta el consumo prefe-
rente de pino silvestre junto al roble. Carrión señala que las diferencias pueden
tener que ver no sólo con las transformaciones pospleistocénicas del paisa-
je, sino también con los cambios en la estrategia de captación del combusti-
ble, que entre los primeros agricultores implicaría la ampliación del radio de
acción.
En el norte los yacimientos de Kobaederra en Kortezubi y Pico Ramos
en Muskiz, ambos en Vizcaya, y Aizpea (Aribe, Navarra) muestran también
la importancia del consumo de roble en los niveles neolíticos más antiguos,
que en algunos casos llega a alcanzar valores de más del 90 % de los restos;
en cambio, en los niveles más recientes se incrementa la presencia de arbus-
tos colonizadores (Zapata Peña et al., 2000; Zapata Peña, 1999). La mayo-
ría de los yacimientos analizados para este período son cuevas, por lo que
no se pueden diferenciar modalidades de explotación del entorno según la
función de los asentamientos.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 113

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 113

Aunque en otras zonas no se dispone más que de estudios aislados que


no permiten evaluar la significación de la estrategia de explotación del com-
bustible, si queremos remarcar algunos casos concretos en que las largas
secuencias obtenidas reflejan tendencias en el aprovechamiento del com-
bustible a largo plazo y su relación con fenómenos económicos o ambienta-
les. La Cueva de la Vaquera (Segovia), ocupada entre 6.000-3.700 BP, mues-
tra un aprovechamiento del entorno forestal de zonas altas relacionado con
las prácticas ganaderas (Uzquiano, 2002). El yacimiento se encuentra situa-
do a 960 m de altitud. Durante las fases de ocupación neolíticas se eviden-
cia el aprovechamiento de pino albar, que según los diagramas polínicos sería
dominante en los paisajes de la zona durante la primera mitad del Holoceno.
La disminución del pino debido a factores climáticos potenció en las fases
más recientes la explotación de las comunidades de robles y encina-coscoja,
así como de otros combustibles alternativos como el enebro-sabina. Destaca
asimismo la presencia continuada de fresno a lo largo de la secuencia, ello
podría relacionarse según la autora con el aprovechamiento de las hojas de
esta especie como forraje arbóreo y la posterior reutilización de las ramas
para alimentar los fuegos.
En general, podemos destacar que las primeras sociedades agrícolas
explotaron principalmente bosques de robles y encinas, siendo más impor-
tantes unos u otros en función del área geográfica en la que se localizan los
yacimientos y, por lo tanto, de la distribución de la vegetación consecuencia
de los cambios climáticos pospleistocénicos. También cabe señalar que se
aprecia una mayor diversidad de ecosistemas explotados: bosques caducifo-
lios y esclerófilos, los diferentes estadios de sucesión de los anteriores, y bos-
que de ribera. Ello probablemente es debido a la mayor duración de las ocu-
paciones, hecho que sin duda incidió en el tamaño de las áreas de captación
y en la intensidad con que se aprovecharon para obtener combustible vege-
tal y otros recursos forestales. La importancia económica de las quercíneas
para las primeras sociedades agricultoras se evidencia en prácticamente toda
la Península: éstos son los taxones mejor representados en prácticamente
todos los registros.
También es una constante la aparición de taxones heliófilos y pione-
ros hacia el final del Neolítico, que a escala local pudieron haber tenido cier-
ta importancia. Como hemos señalado, este fenómeno se ha correlacionado
con el creciente impacto antrópico sobre el entorno de los asentamientos.
Las tierras de cultivo se consiguieron a expensas de los bosques mediante
la apertura de claros, asimismo la ganadería pudo haber implicado también
prácticas de aclarado del bosque para la obtención de pastos, propiciar el
crecimiento de ciertas especies o la circulación de los rebaños. Una conse-
cuencia de estas actividades fue sin duda la reducción de la masa arbórea.
El impacto pudo haber sido local y restringido en las inmediaciones de los
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 114

114 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

asentamientos. El aclarado de las zonas boscosas implicó la ampliación de


las áreas propicias para el crecimiento de los arbustos y especies heliófilas
y, por lo tanto, su efecto más inmediato fue la expansión de estos taxones,
que podrían haber colonizado los márgenes de los campos, caminos y áreas
deforestadas en general. Se ha venido considerando que ésta es la causa de
la mayor presencia de arbustos y heliófilos en las inmediaciones de los asen-
tamientos. Sin embargo, también se ha apuntado que el incremento de la
xericidad a lo largo del Holoceno podría haber propiciado este cambio en
la cobertura vegetal. Ambas posturas no tienen por qué ser excluyentes, aun-
que sí queremos señalar que también hay que considerar otros factores para
explicar la mayor presencia de estas especies en el registro antracológico.
Desde nuestra perspectiva la mayor presencia en el entorno de ciertos recur-
sos no determina su aprovechamiento, más aun cuando las especies arbó-
reas no desaparecieron y siguieron siendo importantes según indican los
registros polínicos.
La generación de esta biodiversidad permitió aprovechar taxones que
antes eran menos abundantes o accesibles. La cuestión es si debemos enten-
der que la creciente explotación del estrato arbustivo es resultado de una
reducción del estrato arbóreo o, por el contrario, de una intencionalidad en
el aprovechamiento de los taxones arbustivos. En este sentido cabe señalar
que determinadas prácticas de gestión forestal, como la limpieza del sotobos-
que o la preservación de las especies de porte arbóreo para otros usos, ade-
más de trabajos de mantenimiento de las parcelas y caminos, podrían com-
portar una mayor presencia de taxones arbustivos en el registro. También hay
que considerar el posible uso intencional de los taxones arbustivos por sus
propiedades como combustibles o para otros aprovechamientos como la pro-
ducción de instrumentos. Por ejemplo, en el caso de la Draga, el boj fue una
de las especies más utilizadas en la producción de instrumentos y como com-
bustible: el aprovechamiento para alimentar el fuego de los residuos y des-
cartes del desbastado de la madera podría ser una de las razones de su ele-
vada presencia entre los residuos de combustión. Por otra parte especies
arbustivas como el brezo, el lentisco, el boj o el madroño tienen maderas muy
duras y apreciadas como combustible.
Otro aspecto relevante de las estrategias de aprovechamiento del com-
bustible vegetal es que éstas son diferentes según el tipo de asentamiento.
En las regiones donde existe una mayor densidad de yacimientos estudia-
dos es posible obtener una imagen más completa de la gestión del entorno.
Así, se puede observar un marcado contraste entre asentamientos al aire libre
y ocupaciones en cueva que se refleja en patrones de aprovechamiento del
combustible más o menos especializado. Ello no tiene que estar relaciona-
do necesariamente con la preferencia de ciertos taxones sobre otros, consi-
deramos que más bien se trata de la una necesidad de mayor planificación
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 115

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 115

en el uso de los combustibles en los asentamientos de larga duración, fren-


te a una utilización más oportunista del combustible en los asentamientos
puntuales.
Uno de los aspectos que muestra el análisis de los restos de madera
carbonizada es la aparición recurrente de ciertos taxones que tradicional-
mente se han relacionado con ciertas prácticas de alimentación del gana-
do. Es conocido el uso tradicional de ramas y hojas de ciertas especies para
el consumo de los animales. Éstas se recolectan en determinadas épocas
del año, según se quiera aprovechar la rama o la hoja, para ser consumi-
das durante el invierno, momento en que el ramoneo es más difícil. Por
ejemplo, los caducifolios se recolectan a finales de verano, antes de que
se produzca la caída de la hoja, mientras que las ramas se talan a inicios
de la primavera, cuando empiezan a brotar antes del nacimiento de las nue-
vas hojas. Son diversas las especies que tradicionalmente se han utilizado
para este fin. Una de ellas es el fresno, cuyas hojas recolectadas a finales
de verano se almacenan para alimentar al ganado estabulado en invierno:
esta práctica está documentada etnográficamente y se sigue realizando en
la actualidad. Pero el fresno no es la única especie de la que se obtiene el
ramón para el ganado, muchas otras son susceptibles de este tipo de explo-
tación. Los trabajos etnográficos llevados a cabo en la zona del Rift y norte
de la península Ibérica (Peña Chocarro et al., 2000) han permitido docu-
mentar el uso de diversas especies como forraje arbóreo, para alimenta-
ción del ganado, y el aprovechamiento de las ramas sobrantes como leña.
En el Rift las principales especies arbóreas explotadas con este fin son el
fresno, las quercíneas, el acebuche y la acacia. En el norte de la penínsu-
la Ibérica se documenta para este uso el fresno, el roble, la encina, el madro-
ño, el acebo, el sauce, el avellano, el álamo, la hiedra y la argoma. El forra-
je arbóreo sigue siendo una práctica habitual en la península Ibérica y en
otras zonas de Europa (Bolaños, 1969; Halstead y Tierney, 1998; Haas et
al., 1998).
Las frecuencias elevadas de la presencia de fresno en algunos yacimien-
tos neolíticos han sido interpretados a menudo como resultado del uso de esta
especie como forrajeo arbóreo y del posterior consumo de las ramas sobran-
tes como combustible. Éste es precisamente el principal argumento utiliza-
do por Carrión Marco (2002) para afirmar que los restos de carbones de fres-
no del abrigo de la Falguera (Alcoi, Alicante) son el resultado de esta práctica.
En la misma línea Paloma Uzquiano sugiere el mismo uso para los restos de
fresno en los niveles del V y IV milenio BP (4.690 ± 120 BP 3.760 ± 60 BP)
de la Cueva de la Vaquera (Uzquiano, 2002).
Otra de las especies cuya elevada presencia ha sido considerada como
indicador de la práctica del forrajeo arbóreo es el acebuche. Badal propone
que la abundancia de restos de esta especie en la Cova de las Cendres, Bolu-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 116

116 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

mini y Santa Maira estaría relacionada con el consumo de hojas para alimen-
tar el ganado (Badal, 1999). Según esta autora los grupos de pastores que
ocuparon la Cova de les Cendres podrían haber practicado una poda sistemá-
tica de ramas jóvenes de acebuche con el objetivo de obtener ramón para el
ganado, así parece avalarlo el calibre de las ramas carbonizadas encontradas
en los niveles de redil.
La práctica del forrajeo arbóreo es difícil de reconocer en el registro
arqueobotánico. Generalmente se ha sugerido a partir de la presencia de
determinados taxones en frecuencias elevadas en los conjuntos y por para-
lelos etnográficos. No obstante, algunos investigadores han planteado la difi-
cultad de probar esta práctica y han sugerido posibles alternativas para su
reconocimiento (Rasmussen, 1990a, 1990b, 1993; Akeret y Jacomet, 1997;
Akeret et al., 1999). Rasmussen, por ejemplo, pudo determinar el uso de
ramitas sin hojas para alimentar el ganado en el yacimiento de Egolzwil 3,
el análisis de micro y macrorestos vegetales procedentes de las heces de ovi-
cápridos y de fragmentos de ramas asociados a éstas le permitió determinar
que los animales habían consumido preferentemente ramitas de avellano,
aliso y abedul. Estas plantas podrían haber sido ramoneadas en los alrede-
dores del asentamiento, aunque también pudieron haber sido recoidas y lle-
vadas al asentamiento para alimentar el ganado, siendo éstas recolectadas
en el inicio de la primavera antes de generar nuevas hojas. El uso de rami-
tas recolectadas en esta época del año ha sido documentado en otros yaci-
mientos neolíticos centroeuropeos y ha sido una práctica habitual para ali-
mentar el ganado en invierno e inicios de la primavera, que es el momento
más crítico para ello (Rasmussen, 1993). Este tipo de análisis abre intere-
santes perspectivas en relación con la ganadería prehistórica y es, sin duda,
una vía a explorar, aunque limitada por la conservación de los macrorrestos
vegetales.
El desmoche o poda continuada de las ramas a finales del período vege-
tativo de los árboles puede dejar señales en los anillos de crecimiento anua-
les de los árboles. En el caso del fresno se ha podido documentar el desarro-
llo de falsos anillos los años en que tiene lugar la poda, así como una tendencia
al desarrollo de anillos de crecimiento más estrechos los años posteriores.
Este hecho se observa en muestras actuales (Schweingruber, 1996) y por lo
tanto también puede ser observado en maderas arqueológicas. Hasta el momen-
to, el análisis de las pautas de crecimiento de los anillos anuales de creci-
miento de los árboles y su relación con determinadas prácticas de gestión de
los recursos leñosos ha sido poco aplicado en arqueología, pero ofrece posi-
bilidades que deben ser exploradas.
También en relación con la ganadería, Allué (2005) sugiere que la lim-
pieza del bosque y su acondicionamiento para el pastoreo explicarían la pre-
sencia de ciertas especies en los contextos arqueológicos. Concretamente en
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 117

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 117

los niveles de estabulación del Neolítico antiguo de la Cova de la Guineu la


elevada presencia de restos de madera carbonizada de tejo es interpretada
como resultado de la eliminación de este árbol en el entorno, ya que se trata
de una especie tóxica para algunas de las cabañas ganaderas. Así, el combus-
tible en estos contextos sería un subproducto de la actividad pastoril. Tam-
bién Zapata sugiere que ésta podría haber sido una de las causas de la eleva-
da presencia de tejo en los niveles calcolíticos del yacimiento de Peña Parda,
aunque también apunta su uso como forrajeo arbóreo, una práctica habitual
para el ganado caprino pese a la toxicidad de esta planta (Ruiz Alonso y Zapa-
ta Peña, 2003) (tabla 7).

TABLA 7. Síntesis de taxones utilizados como combustible


entre 6.000-4.000 BP
Región Norte NE Levante Sur/O
Abies alba *
Acer sp. * * *
Arbutus unedo ** * * *
Betula verrucosa * *
Bupleurum fruticosum *
Buxus sempervirens * *
Chamaerops humilis *
Cistus sp. * * *
Clematis vitalba *
Cnneorum sp. *
Cornus sp. *
Corylus avellana ** *
Daphne sp. * *
Ephedra sp. *
Erica sp. * ** *
Ficus carica * *
Fraxinus sp. ** * ** *
Genista sp. *
Ilex aquifolium *
Juniperus sp. * **
Laurus nobilis * * *
Lavatera sp. *
Leguminosae * ** *
Lonicera sp. *
Monocotiledónea *
Olea europaea var. sylvestris * ** **
Pinus halepensis * **
Pinus pinea *
Pinus sp. *
Pinus sylvestris-nigra * * *
Pinus uncinata *
Pistacia lentiscus * ** *
Pistacia terebinthus * *
Pomoideae ** ** * *
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 118

118 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 7. Síntesis de taxones utilizados como combustible


entre 6.000-4.000 BP (continuación).
Región Norte NE Levante Sur/O
Populus sp. * *
Prunus sp. * * *
Quercus sp. caducifolio ** ** ** **
Quercus sp. esclerófilo * ** ** **
Quercus suber *
Rhamnus/Phillyrea * ** * **
Rosmarinus officinalis * *
Salicaceae *
Salix sp. * *
Sambucus sp. *
Spartium junceum *
Tamarix sp. * *
Taxus baccata * *
Ulex parviflorus *
Ulmus sp. *
Viburnum sp. * *
Viscum sp. * *
Vitis vinifera * *
Total taxones 14 41 31 18
* Presentes en menos del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo esporádico.
** Presentes en más del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo frecuente.

El combustible vegetal entre el III y el II milenio ANE

Entre el III y el II milenio ANE se produce la adopción de la metalur-


gia, por lo tanto es una cuestión clave determinar hasta qué punto los nue-
vos procesos de producción influyeron en las estrategias de aprovisiona-
miento y uso de los vegetales. La metalurgia implicó una mayor necesidad
de combustible para la transformación de esas materias primas que requie-
ren de altas temperaturas para su procesado. Por otra parte, la mayor con-
centración de la población y la larga duración de las ocupaciones docu-
mentadas en algunas regiones repercutieron necesariamente en la gestión
del entorno para su obtención. Así, el entorno de los asentamientos sufrió
una mayor presión, debido tanto a la extracción de materias primas como a
la ampliación de las superfícies cultivables y la práctica de la ganadería. Los
desarrollos fueron muy distintos en las diferentes áreas de la Península y,
por lo tanto, también el impacto en el medio y su aprovechamiento. Así, en
el SE la adopción de la metalurgia fue parejo de otros fenómenos como la
aparición del urbanismo y la mayor complejidad social, mientras que en la
mayor parte de la Península se continuó con la implantación de la población
en pequeñas aldeas o hábitat dispersos, y las evidencias del uso de los meta-
les son escasas.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 119

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 119

En el nordeste de la Península los yacimientos del Institut de Batxille-


rat de Manlleu (Boquer et al., 1995), Bauma del Serrat del Pont (Ros, 1994,
1997), Can Roqueta (Piqué, 1999d), Cova del Toll (Vernet, citado en Allué,
2002), Cova del Frare (Ros y Vernet, 1987), Can Sadurní (Ros, 1985) y Cova
de la Guineu (Allué, 2002) presentan una composición heterogénea con una
diversidad taxonómica elevada. Los taxones mejor representados en el Insti-
tut de Batxillerat de Manlleu, Cova del Toll y Bauma del Serrat del Pont,
todos ellos situados en el norte de Catalunya, son el boj y el roble, lo que
indica una continuidad respecto a las especies más consumidas entre las pri-
meras sociedades agrícolas. Sin embargo, en el nivel del Bronce final de la
Bauma se incrementa la importancia de la encina-coscoja, mientras descien-
de el uso del roble. Este fenómeno no parece ser resultado de la transforma-
ción del paisaje, ya que en los diagramas polínicos de la zona no se detecta
un incremento de este taxón para este período (Perez-Obiol, 1988), por lo
que su consumo parece ser resultado de estrategias locales. En cambio, en
las comarcas del Vallès, Baix Penedès y el Baix Llobregat, los yacimientos
de Can Roqueta (Piqué, 1999d), Cova del Frare (Ros y Vernet, 1987), Can
Sadurní y Cova de la Guineu (Allué, 2002) muestran la importancia de la
encina-coscoja, que siempre predomina por encima del roble, acompañadas
de árboles y arbustos típicos de bosques mixtos. Entre estos yacimientos
hay diferencias en la composición taxonómica que pueden estar relacionadas
con las franjas altitudinales y el tipo de ocupación representado (cueva y asen-
tamiento al aire libre, usos funerarios, habitacionales, etc.).
En el dominio actual de la maquia continental los datos son escasos y
proceden sobre todo de asentamientos al aire libre. El yacimiento del Vilot
presenta a lo largo de las diferentes fases de ocupación, datadas entre 1414
cal ANE y los siglos IX-VIII ANE, un uso continuado de encina-coscoja, pino
carrasco, romero, lentisco, aliso y jaras, acompañados esporádicamente y en
muy bajas frecuencias de otros taxones arbóreos y arbustivos propios de la
maquia continental (Alonso et al., 2002). La importante presencia del com-
ponente arbustivo y de matorral indica la explotación de un ambiente muy
degradado; destaca en este conjunto el consumo de pino carrasco, que es el
taxón mejor representado en la mayoría de los niveles. Un paisaje similar
fue explotado para la obtención del combustible y otros recursos leñosos
en el yacimiento del Bronce medio de Punta Farisa en Huesca (Ros, 1993),
Genó y el de Bronce final del Tossal de Solibernat, ambos en Lleida (Ros,
1998a; Ros, citado en Allué, 2002); también en estos yacimientos destaca el
consumo de pino carrasco y lentisco junto a otros taxones documentados
en el Vilot.
A modo de síntesis vemos cómo durante el III-II milenio ANE se con-
solida la regionalización del paisaje del noreste peninsular y ello se ve refle-
jado en los combustibles consumidos, siendo las diferencias en la oferta de
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 120

120 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 8. Resumen de taxones consumidos como combustible en el III-II milenio ANE.


Región Norte NO NE Levante SO SE
Abies alba *
Acer sp. * * ** * * *
Alnus glutinosa * *
Arbutus unedo ** * * ** *
Atriplex halimus *
Betula verrucosa *
Bupleurum fruticosum
Buxus sempervirens * * *
Caprifoliaceae *
Castanea sp. * *
Chenopodiaceae * *
Cistus sp. * * ** **
Clematis vitalba *
Cornus sp. * *
Corylus avellana ** * *
Daphne sp. ** *
Ephedra sp. *
Erica sp. * * * * *
Ericaceae * *
Euonymus *
Fagus sylvatica * *
Ficus carica * *
Frangula sp. *
Fraxinus sp. ** ** * * ** *
Genista sp. *
Hedera helix ** * * * *
Ilex aquifolium *
Juniperus sp. * * * * * *
Labiateae * * *
Laurus nobilis * *
Leguminosa ** ** * * ** **
Monocotiledóna *
Myrtus communis * *
Nerium oleander *
Olea europaea var. sylvestris * * ** **
Pinus halepensis ** * * **
Pinus pinea/pinaster * * * *
Pinus sp. *
Pinus sylvestris-nigra * * * *
Pistacia lentiscus ** * ** **
Pistacia terebinthus * *
Pistacia-Rhus *
Pomoideae ** * ** * ** *
Populus sp. * * *
Prunus amygdalus *
Prunus sp. ** * * * * *
Quercus sp. caducifolio *** ** ** * * *
Quercus sp. ilex-coccifera ** * ** ** ** **
Quercus sp. *
Quercus suber * ** *
Rhamnus cathartica-saxatilis *
Rhamnus/Phillyrea * * ** * ** **
Rhus sp. *
Ribes sp. *
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 121

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 121

TABLA 8. Resumen de taxones consumidos como combustible entre el III-II milenio ANE
(continuación).
Región Norte NO NE Levante SO SE
Rosmarinus officinalis * * **
Salicaceae ** *
Salix sp. * ** * **
Sambucus sp. ** * *
Spartium junceum *
Stipa tenacissima *
Tamarix sp. * **
Taxus baccata * * *
Tetraclinis articulata *
Teucrium sp. *
Tilia parvifolia *
Ulmus sp. * *
Viburnum sp. * * *
Viscum sp. *
Vitis vinifera * *
Total taxones 28 23 42 18 22 46
* Menos del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo esporádico.
** Más del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo frecuente.

recursos uno de los factores que explican las diferencias entre yacimientos.
La recolección del combustible se habría efectuado principalmente en bos-
ques de encinas y robles en las comarcas del norte y centro de Cataluña, mien-
tras que en el litoral e interior las formaciones esclerófilas tipo maquia pare-
cen haber sido las formaciones vegetales más aprovechadas para obtener los
recursos leñosos.
También se recolecta la leña en las comunidades de ribera. Destaca el
consumo de aliso, avellano, fresno, laurel, álamo, sauce, saúco y olmo, y tam-
bién en algunas zonas de tamarisco y quenopodiáceas. Ello denota el apro-
vechamiento de especies de diferentes comunidades vegetales, y de manera
más intensiva que en períodos anteriores. Las especies de ribera fueron tam-
bién utilizadas por las primeras sociedades agrícolas, pero no de manera tan
recurrente como en este período.
Respecto a las primeras sociedades agrícolas se observa un cambio
importante en el tipo de combustible consumido; en general adquieren mayor
trascendencia las quercíneas esclerófilas (encina-coscoja) frente a los robles,
con la única excepción de las comarcas pirenaicas. También cabe señalar la
importancia de las especies arbustivas, muchas de ellas pioneras y coloniza-
doras de espacios degradados y cuya expansión se asocia al impacto antró-
pico. En el centro-norte el boj ocupa un lugar destacado, especie que actual-
mente forma parte de las comunidades de sucesión de robledales. En el interior,
en cambio, destacan los pequeños arbustos y las matas. Cabe señalar que, por
el contrario, las ericáceas, taxones pioneros por excelencia, tienen una pre-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 122

122 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

sencia más bien discreta, sólo se consumen de manera esporádica y sin alcan-
zar la importancia que tendrán en momentos posteriores.
Generalmente se barajan dos hipótesis para explicar este cambio, una
de carácter climático y otra de naturaleza antrópica, aunque muchos autores
han señalado que ambas no son excluyentes y pueden haber sido la causa de
las transformaciones del paisaje. Así, se ha planteado que el descenso de las
precipitaciones y la aridificación ambiental habrían incidido en las posibili-
dades de regeneración de la cobertura vegetal explotada por los grupos huma-
nos (Riera y Esteban, 1994).
El registro antracológico del NE entre el IV y el II milenio ANE es
muy disperso geográficamente; pocos yacimientos comparten áreas de cap-
tación, por lo que es complejo analizar tendencias en el aprovechamiento
del combustible vegetal. Una de las regiones mejor estudiadas es la comar-
ca del Vallès, las intervenciones en el paraje de Can Roqueta y Can Piteu
muestran diferencias en el uso del combustible vegetal en diversos contex-
tos (habitacional al aire libre, funerario); los resultados indican el consumo
de mayor número de taxones en contextos habitacionales, aunque entre el
combustible utilizado en la incineración de los cadáveres se documentan
taxones utilizados también en ámbitos domésticos (Piqué y Mensua, 2007).
En el Levante, la Cova de les Cendres y la Cova de la Falguera (Ali-
cante) nos ofrecen una perspectiva diacrónica del aprovechamiento del com-
bustible vegetal (Badal et al., 1994; Carrión, 2002). Estas secuencias, que
abarcan hasta las ocupaciones de la Edad del Bronce, muestran también un
cambio durante las últimas fases de ocupación. Mientras que entre los con-
textos neolíticos y anteriores la encina-coscoja y los robles fueron junto al
fresno los taxones más consumidos; durante el Bronce la encina-coscoja se
convierten en el más frecuente. Este cambio es la culminación de una ten-
dencia que se observa desde el inicio del Holoceno y puede estar en rela-
ción con una disminución de la humedad y que, como hemos visto, tam-
bién se documenta en el NE. Aunque también hay que señalar que los niveles
neolíticos estaban asociados a la quema de niveles de estabulación, mien-
tras que los niveles posteriores responden a otros usos.
Por otra parte, en el poblado de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia),
ocupado a finales del III e inicios del II milenio cal ANE, el análisis de los
restos de madera carbonizada muestra la importancia del pino carrasco, que
es el taxón mejor representado en todos los contextos habitacionales. Su pre-
sencia se ha vinculado a la destrucción del poblado y, por lo tanto, podría tra-
tarse de restos de vigas o estructuras; en el único contexto exterior, en cam-
bio, este taxón falta por completo, lo que avalaría su uso como material de
construcción (Grau Almero, 1998). El resto de especies tiene una presencia
más discreta, destacando los arbustos (brezo, leguminosas, lentisco, maloi-
deas y madroño) junto a la encina coscoja, el pino tipo piñonero y el acebu-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 123

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 123

che; este último taxón está bien representado en una de las habitaciones, posi-
blemente debido a su uso como material de construcción. En este tipo de con-
texto es difícil separar los restos de combustible de los restos carbonizados
de elementos de construcción o mobiliario. Esta problemática se plantea tam-
bién en otros poblados donde se documentan niveles de destrucción por fuego.
Sin embargo, ilustra las diferencias en el aprovechamiento de los recursos
leñosos según el contexto y tipo de ocupación.
La introducción de la metalurgia y el urbanismo son fenómenos que se
empiezan a documentar ya durante el III milenio cal ANE en el sudeste penin-
sular. El desarrollo más remarcable es el correspondiente a la sociedad de los
Millares. Los estudios de los carbones de los yacimientos de Zájara, Cam-
pos y Santa Bárbara, en la comarca de Vera (Almería), indican que durante
el III milenio el taxón más utilizado fue el acebuche, que por otra parte es el
mejor representado en cada uno de los conjuntos. También se consumió la
madera de arbustos como el lentisco, la jara, leguminosas, cornicabra, rome-
ro, aladierno y algunos árboles como el pino carrasco, el álamo, el sauce o
el tamarisco, además de otros taxones representados de manera más margi-
nal (Rodríguez Ariza, 2000a). Por lo tanto, destaca en su conjunto la explo-
tación de las formaciones de matorral y bosques de ribera, siendo las prime-
ras las que proporcionaron la mayoría del combustible.
En el yacimiento de los Millares el estudio de los restos de madera
carbonizada (Esquivel et al., 1995) también indica la importancia del acebu-
che, que fue junto al pino carrasco la especie más utilizada como combusti-
ble. No obstante, destaca en los Millares el gran número de taxones (32) con-
sumidos. Entre ellos sólo el acebuche, pino carrasco, encina-coscoja, tamarisco
y leguminosas están presentes en casi todas las zonas del yacimiento y en
cantidades significativas; los demás fueron utilizados de manera muy espo-
rádica. La diversidad de contextos documentados en los Millares ha permi-
tido valorar el uso de las especies leñosas en los diferentes sectores del yaci-
miento. Es significativa la importancia de pino albar-laricio y enebro-sabina
en el Bastión IV, donde se ha documentado actividad metalúrgica. En las
zonas domésticas, en cambio, los más consumidos son el pino carrasco y el
acebuche. Por último, las zonas de circulación de uso colectivo muestran un
gran número de taxones en frecuencias similares, lo que podría ser resulta-
do de la procedencia de los residuos de múltiples fuegos.
Ya durante el II milenio ANE la sociedad argárica desarrolló una meta-
lurgia del bronce en el sudeste peninsular creando complejos sistemas socia-
les. Actualmente en esta zona predominan los paisajes semiáridos con esca-
sa presencia de vegetación arbórea y arbustiva; en cambio, los estudios
arqueobotánicos de los yacimientos argáricos de la cuenca del río Vera mues-
tran que la recolección del combustible se llevó a cabo en un paisaje más
diverso, con diferentes tipos de vegetación, entre las cuales está bien repre-
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124 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

sentada la de tipo maquia o matorral. Los yacimientos de Fuente Álamo y


Gatas (Carrión Marco, 2003; Schoch y Schweingruber, 1982; Gale, 1999;
Rodríguez-Ariza, 2000a), en la depresión de Vera, muestran las estrategias
de aprovisionamiento del combustible entre estas comunidades. En general,
en todos estos yacimientos destaca la importancia de la explotación de los
arbustos de matorral (madroño, brezo, lentisco, aladierna-falsa aladierna, jara,
leguminosas, romero, acebuche, quenopodiáceas y efedra) frente al elemen-
to arbóreo (pino carrasco, pino tipo piñonero y encina-coscoja), lo que ha
sido interpretado como el predominio de los primeros sobre los segundos en
la vegetación circundante. También se documenta la recolección de com-
bustible en las comunidades de ribera, destacando el consumo de tamarisco,
fresno, álamos y sauces. En algunos de estos yacimientos argáricos los car-
bones proceden de niveles de incendio, por lo que se encuentran mezclados
carbones procedentes de las estructuras arquitectónicas de madera y mobi-
liario con restos de la leña consumida. Esta mezcla hace difícil evaluar la
importancia que tuvieron estos taxones para los diversos usos documentados.
Sin duda, lo más remarcable de estos conjuntos es la gran diversidad de taxo-
nes representados, que indicaría el aprovechamiento intensivo de las plantas
de matorral para la combustión, así como de las formaciones halofitas y de
ribera. Sin embargo, destaca la presencia recurrente en todos estos yacimien-
tos de acebuche, pino carrasco, lentisco y encina-coscoja, que son los que
alcanzan frecuencias más elevadas.
Un comentario aparte merece la presencia de restos de madera de higue-
ra en los contextos argáricos de Gatas y Fuente Álamo. Aunque es difícil dis-
tinguir en lo anatómico el cultivo de esta planta, cabe señalar que al tratarse
de un taxón que generalmente se considera introducido es probable que su
presencia se deba al cultivo de este árbol. De ser así, encontramos aquí la
incorporación de la vegetación domesticada a los conjuntos de carbones, lo
que indica el aprovechamiento del producto de la poda como leña. La pro-
blemática de la domesticación de la higuera se tratará en el capítulo sobre las
plantas domésticas.
En la depresión de Baza, los yacimientos de Castellón Alto o Fuente
Amarga (Rodríguez Ariza, 1992; Rodríguez et al., 1996) reflejan también el
aprovechamiento de diversas comunidades vegetales, junto a las formacio-
nes de matorral, en las que prosperarían las leguminosas, romeros y espar-
tos, pinos, encinas y coscojas. Se utiliza asimismo la madera de taxones de
las comunidades halofitas, representadas aquí por orgaza (Atriplex halimus),
y por último una gran diversidad de especies de la ripisilva como el fresno,
el álamo, el sauce y el tamarisco.
En el Castillejo de Gádor (Rodríguez Ariza, 2001), en las cercanías del
río Andarax, destaca en cambio la explotación de una vegetación tipo carras-
cal para la obtención del combustible. Junto a ésta también se documenta el
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 125

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 125

consumo de taxones meso-supramediterràneos, como el quejigo o el pino tipo


albar-laricio, que probablemente crecían en la sierra de Gádor y que por lo
tanto indicarían un aporte desde cierta distancia. Rodríguez Ariza (op. cit.)
plantea que la captación de estos taxones supramediterráneos estaría rela-
cionada con la construcción.
En el conjunto del sureste se documenta por lo tanto el aprovechamien-
to de maderas de diferentes comunidades vegetales, lo que indica la diversi-
dad de las áreas de captación de leña. Es una de las zonas donde se observa
el consumo de mayor número de taxones como combustible, lo que podría
ser el resultado de la necesidad de aprovechar al máximo los recursos leño-
sos existentes, en un ambiente en que el paisaje probablemente estaría domi-
nado por las especies arbustivas.
Un paisaje muy diferente fue el que proporcionó madera y leña a las comu-
nidades que se desarrollaron en el suroeste peninsular. Los análisis efectuados
en el Cerro del Castillo de Alange y la Magacela (Duque Espino, 2004) mues-
tran durante las ocupaciones del Epipaleolítico y Bronce que el taxón más con-
sumido es encina-coscoja; en este caso, además, se ha podido determinar la
presencia de alcornoque. También se utilizaron maderas de arbustos mediterrá-
neos como el madroño, el lentisco, estepas, leguminosas, maloidea y acebu-
che, aunque éste en menor frecuencia. La recolección del combustible también
se llevó a cabo en los bosques de ribera, pero sin adquirir la importancia de
los recursos leñosos procedentes de otras formaciones. En el Bajo Alentejo, el
yacimiento calcolítico de Monte da Tumba muestra también el consumo inten-
sivo de encina-coscoja, acompañado de nuevo de arbustos mediterráneos,
aunque en este yacimiento también se documenta la presencia de roble, boj,
arce, acebuche y torvisco (Daphne sp.) (Badal, 1987).
En el nordeste peninsular los análisis de carbones procedentes de ocu-
paciones correspondientes al Bronce antiguo/medio son escasos. Destacan
los resultados obtenidos en los contextos del Bronce medio del yacimiento
al aire libre de Sola, situado en la cuenca del Cavados (Figueiral y Betten-
court, 2004) datados entre 1859-1847 y 1671–1665 cal ANE. Muestra una
tendencia en el consumo del combustible que se consolida en las ocupacio-
nes del Bronce final y la transición a la Edad del Hierro del I milenio ANE,
que están mucho mejor documentadas. El rasgo más significativo es el con-
sumo de roble y leguminosas, que son los taxones mejor representados tanto
en número de restos como de muestras (ubicuidad). Así, aunque se recolec-
tó combustible entre los bosques de ribera, robledades y formaciones abier-
tas, sólo robles y leguminosas tuvieron un papel destacado.
Sin embargo, en Pala da Vella (Ourense), en la zona de tránsito entre
las regiones biogeográficas eurosiberiana y mediterránea, el taxón más con-
sumido es encina-coscoja, siendo utilizados los robles y las leguminosas de
manera menos frecuente; destaca en este conjunto el madroño (Carrión Marco,
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126 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

2003). El resto de taxones está presente en frecuencias muy bajas, por lo


que cabe suponer que fueron consumidos de manera muy esporádica. Las
diferencias respecto a otros yacimientos del II milenio ANE del noroeste se
deben probablemente a la localización biogeográfica, aunque también hay
que señalar que el carácter de la ocupación es diferente, ya que en este caso
se trata de un yacimiento en cueva.
En el País Vasco los datos sobre el consumo del combustible vegetal
proceden del nivel 3 de Pico Ramos (4.790 ± 110, 4.100 ± 110 BP), el nivel I
de Kobaederra y el nivel del Bronce antiguo/medio (c. 4.300-3.900 BP) de
Arenaza, todos ellos en Vizcaya. En estos yacimientos la madera de roble es
la mejor representada, mientras que el resto de taxones está presente en fre-
cuencias muy bajas, si bien destaca también el consumo recurrente de madro-
ño (Zapata Peña y Meaza Rodríguez, 1998). Cabe señalar que, respecto a
los niveles neolíticos, se observa en general una disminución en el consumo
de roble y una mayor presencia de los taxones arbustivos (madroño, aladier-
na-falsa aladierna). La expansión de los taxones relacionados con el encinar
se interpreta como resultado de la presión antrópica sobre el paisaje.
En cambio, en el yacimiento de Peña Parda (Álava), el nivel III —Cal-
colítico— muestra un consumo importante de boj y tejo; entre los dos supo-
nen el 74 % de los restos (Ruiz y Zapata, 2003), lo que muestra un uso del
combustible muy diferente en relación con otros yacimientos del norte. Tam-
bién en el poblado calcolítico de Ilso Betaio (Vizcaya) los restos de madera
carbonizada muestran una composición taxonómica muy diferente, con un
predominio de la haya, mientras que el roble es el segundo taxón mejor repre-
sentado, pero en frecuencias mucho más bajas, y otros taxones (brezo, fres-
no, prunáceas, rosáceas, avellano, sauce y abedul) sólo son utilizados de mane-
ra marginal (Zapata Peña, 1999).
La heterogeneidad en la composición taxonómica de los yacimientos
del norte puede ser resultado de los procesos particulares de formación de
los mismos. Ilso Betaio es una ocupación al aire libre, mientras que los otros
contextos son yacimientos en cueva. Los restos de Ilso Betaio son también
interesantes desde otro punto de vista: la cantidad de carbones procedentes
de ramas de pequeño calibre ha sido interpretada como resultado de una prác-
tica de poda que se realizó en primavera-verano. La finalidad de la poda no
es clara, aunque la autora menciona desde la alimentación del ganado, a las
artesanías, construcción o preservación de la masa arbórea.
En el interior de la Península los yacimientos estudiados son escasos.
Destaca el registro de la Cueva del Mirador (Burgos), uno de los pocos con-
textos que muestran el consumo del combustible vegetal durante la Edad del
Bronce. Las ocupaciones estudiadas se relacionan con usos muy específicos
de este espacio; así, en el nivel IV, datado en 1.760-1.610 cal ANE y 1.400-
1.190 cal ANE, se documenta el uso de la cueva como redil y sepulcral;
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 127

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 127

también el nivel III muestra restos de una ocupación. En estos niveles los
taxones mejor representados entre los restos de leña consumida son el roble
y la encina-coscoja; si bien también están presentes taxones propios de los
estratos arbustivos de los bosques mixtos y de ribera, éstos sólo se usaron de
manera esporádica (Vergès et al., 2002).
En la Cueva de la Vaquera (Segovia) encontramos igualmente eviden-
cias del consumo del combustible vegetal durante la Edad del Bronce
(Uzquiano, 2002). También en este caso la secuencia de ocupación de la
cueva abarca una cronología amplia que permite valorar los cambios en la
explotación de la leña. Así, se puede observar que durante las ocupacio-
nes del Bronce, datadas entre 3.840 ± 30 y 3.760 ± 60 BP, destaca el con-
sumo de juníperos y pequeños arbustos. Éstas vienen marcadas por la impor-
tancia de la explotación del estrato arbustivo, que se correlaciona según la
autora con el impacto antrópico en el entorno, lo cual indicaría que el com-
bustible se recolectó en un entorno degradado, donde los arbustos habrían
adquirido cierta importancia. Cabe señalar, no obstante, que el junípero es
el taxón mejor representado a lo largo de toda la secuencia, si bien, como
hemos mencionado, en los niveles neolíticos y calcolíticos, también se con-
sumen de manera significativa el pino tipo albar-laricio, el roble, la enci-
na-coscoja y el fresno.
En general, vemos que durante el III-II milenio ANE los datos proce-
den de contextos muy heterogéneos y representan sociedades con procesos
económicos y sociales muy diversos. Así, las estrategias de aprovecha-
miento del combustible son también múltiples y varían según las caracte-
rísticas de las sociedades estudiadas. A esta diversidad hay que añadir las
diferencias paisajísticas, es decir en la oferta de recursos, que se refleja en
los contextos estudiados. Los taxones representados muestran ya unas regio-
nes biogeográficas muy diferenciadas en la península Ibérica, muy simila-
res a las actuales.
Sin embargo, seguimos teniendo para este período grandes regiones
sin apenas datos, lo que no permite evaluar las tendencias en el aprove-
chamiento del combustible a escala regional. Las diferencias paisajísticas
no explican toda la diversidad documentada en los conjuntos. Como hemos
podido ver las actividades o características de las ocupaciones de los yaci-
mientos son factores fundamentales para comprender cómo se utilizó el
entorno.
Cabe señalar que en yacimientos con secuencias largas se observan
cambios significativos en el aprovechamiento del combustible vegetal a par-
tir de la aparición de la metalurgia del bronce. Así, en el nordeste, los yaci-
mientos de la Bauma del Serrat del Pont (Garrotxa), Cova del Frare (Vallès
Occidental); y en el interior, los yacimientos de La Vaquera (Segovia), Kobae-
derra y Pico Ramos (Vizcaya) y La Falguera (Alicante), todos ellos yaci-
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128 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

mientos en cueva, muestran un cambio respecto a los niveles neolíticos, gene-


ralmente marcado por la mayor importancia de los taxones esclerófilos y
arbustivos. Éste suele interpretarse en términos de degradación del paisaje
y, por lo tanto, de mayor relevancia en el entorno de los taxones pioneros y
heliófilos.
La explicación de las causas de este cambio en la captación del com-
bustible generalmente se ha relacionado con variaciones en la oferta de
recursos, si bien no son claros los motivos de esta transformación del pai-
saje. Como ya señalamos cuando comentábamos los datos del aprovecha-
miento del combustible en sociedades neolíticas, se ha discutido sobre el
impacto de las actividades humanas, aunque también se ha argumentado
una tendencia hacia una mayor aridez climática. De nuevo queremos subra-
yar aquí que los cambios en la oferta de recursos leñosos, sea cual sea la
causa, no necesariamente deben comportar un relevo en el aprovechamien-
to de estos recursos; recordemos de nuevo que las masas forestales, si bien
pudieron haber disminuido, no desaparecen. La mayor importancia de las
especies arbustivas puede ser resultado, en algunos casos, de determinadas
prácticas de explotación forestal más centradas en este estrato, ya sea por
la necesidad de mantener limpio el sotobosque, las parcelas o los caminos,
o bien por una intención de preservar el estrato arbóreo para otros aprove-
chamientos madereros.

El I milenio y el impacto del colonialismo

Durante el I milenio las necesidades de combustible vegetal se incre-


mentan considerablemente. Ello es debido a diversos factores. Por una parte,
a la concentración de la población en núcleos cada vez mayores; este fenó-
meno es especialmente importante a partir de la mitad del milenio, cuando
se da el proceso de concentración de la población en los oppida. Ello supu-
so también una concentración del impacto antrópico sobre el entorno, ya que
éstos fueron objeto de un aprovechamiento más intenso. Las actividades arte-
sanas como la producción cerámica y las necesidades crecientes para el con-
sumo doméstico del combustible vegetal o de madera para la construcción y
producción de instrumentos de asentamientos cada vez más grandes y per-
manentes conllevaron una explotación más intensiva de los entornos inme-
diatos de los asentamientos. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la
intensificación de la producción agraria para satisfacer las necesidades de los
asentamientos coloniales, sin duda, tuvo como consecuencia un incremento
de las superficies cultivadas y, por lo tanto, una reducción de las forestales
más cercanas a los asentamientos. Además, este proceso fue de la mano de
la expansión de la metalurgia del hierro y, en consecuencia, de las necesida-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 129

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 129

des de combustible para la transformación del metal. También durante el


I milenio se diversifican los usos del fuego y, por lo tanto, de este tipo de
necesidades. Concretamente, además de las actividades domésticas y artesa-
nales, el fuego se integra en los rituales funerarios con el uso del combusti-
ble vegetal para la cremación ritual de los cadáveres. Los procesos de espe-
cialización artesanal conllevan también su uso especializado, que muestra
claras diferencias respecto al consumo doméstico; por ejemplo, la metalur-
gia requiere combustibles de alto poder calorífico. Así, a lo largo del I mile-
nio ANE y, como consecuencia de estos factores, se produjo un cambio en
las formas de explotación del entorno.
En el nordeste de la península este proceso se refleja en la comarca del
Empordà (Girona). Son diversos los yacimientos estudiados que han pro-
porcionado un registro único sobre la explotación del paisaje a lo largo del
milenio. Los resultados muestran los cambios en los tipos de combustible
consumidos y su relación con los cambios en las modalidades de explota-
ción del territorio. Así, los yacimientos de Sant Martí d’Empúries, Illa d’en
Reixac, Mas Castellar de Pontós, Puig de Sant Andreu y Empúries (Ros,
1985, 1986, 1999a y b; Piqué y Ros, 2002; Ros y Piqué, 2002; Piqué, 2002b),
muestran cómo a lo largo del I milenio se produce una creciente especiali-
zación en el uso del combustible vegetal y una ampliación de las áreas de
captación, pasando de un consumo de los taxones principalmente locales,
entre los cuales árboles y arbustos son recolectados por igual para este fin,
a un tipo de explotación más centrado en el estrato arbóreo y en el que adquie-
ren importancia taxones que deben ser recolectados a mayor distancia (figu-
ras 11, 12 y 13).
Un proceso similar ha sido observado entre los yacimientos del I mile-
nio del valle del Guadalquivir (Ruiz y Rodríguez Ariza, 2002; Rodríguez
Ariza, 2000c). El análisis de los carbones de Los Baños de La Malaha, en
Granada, muestra cómo en los niveles del Bronce final el combustible se
recolecta en los encinares, donde se aprovechan encinas y lentiscos, así como
especies propias del sotobosque como las estepas, leguminosas o romero.
En el período protoibérico, en cambio, se produce un incremento en la explo-
tación de las leguminosas y la presencia de árboles cultivados como la vid
y el almendro, lo que indica el aprovechamiento de la leña procedente de la
poda. Ya en época ibérica se produce un incremento de la encina y la apa-
rición de taxones como el pino salgareño y el pino albar, que prosperan en
zonas de mayor altitud. Este cambio ha sido interpretado como el resultado
de la ampliación de las áreas de captación del combustible, motivado por la
existencia de zonas de cultivo consolidadas en las inmediaciones del yaci-
miento. También Fuente Amarga ha proporcionado una secuencia de ocupa-
ción que va desde el Bronce argárico al período ibérico. En este yacimien-
to se puede observar un proceso similar al citado, mientras que durante el
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 130

130 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 11. Representación gráfica de las frecuencias relativas (%) del sumatorio
de restos correspondientes a la vegetación de ribera, mesotermomediterránea y
supraoromediterránea de los yacimientos del I milenio del Empordà. F = La Fono-
llera, SME = Sant Martí d’Empúries, P = Pontós, IR = Illa d’en Reixac, PSA = Puig
de Sant Andreu, E = Empúries.

FIGURA 12. Representación gráfica de las frecuencias relativas en que están pre-
sentes los taxones arbóreos y arbustivos en los yacimientos del I milenio del Empor-
dà. F = La Fonollera, SME = Sant Martí d’Empúries, P= Pontós, IR = Illa d’en Rei-
xac, PSA = Puig de Sant Andreu, E = Empúries.
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LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 131

FIGURA 13. Representación gráfica de las frecuencias relativas (%) de los cuatro
taxones mejor representados de los yacimientos del I milenio del Empordà. F = La
Fonollera, SME = Sant Martí d’Empúries, P = Pontós, IR = Illa d’en Reixac, PSA
= Puig de Sant Andreu, E = Empúries.

Bronce argárico el combustible se recolecta en los bosques de encinas y


sus diferentes etapas de degradación. A partir de época ibérica se docu-
menta la aparición de especies cultivadas (vid e higuera) y el consumo de
leña de pino tipo salgareño-silvestre, lo que indica de nuevo una ampliación
de las áreas de captación. Así, como en el caso de Cataluña, la creciente
importancia que adquieren los taxones leñosos en los registros antracológi-
cos se debe a la necesidad de la ampliación de las áreas de captación del
combustible vegetal, debida probablemente a la disminución de los recur-
sos leñosos locales.
El I milenio es también el período en que se introduce el cultivo de
distintas especies leñosas como la vid, el olivo o el almendro. Cabe señalar
que desde la incorporación de estos cultivos aparecen residuos de madera car-
bonizada, lo que sin duda es reflejo de la práctica de la poda y el aprovecha-
miento de sus ramas para la combustión. En este sentido, Rodríguez Ariza
apunta que los restos de madera de vid de Fuente Amarga corresponden a
ramas de un año, en muchos casos con el floema, lo que podría indicar la
poda anual de los sarmientos (Rodríguez Ariza, 2000c). En definitiva, lo
que se observa en el registro es que a medida que la arboricultura se va con-
solidando se observa de manera sistemática el consumo de leña procedente
de estos cultivos arbóreos. Aunque no se puede diferenciar, a partir de la ana-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 132

132 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

tomía de la madera, entre las variedades silvestres y cultivadas de algunas


de estas especies, hemos considerado que los restos anteriores al I milenio
ANE corresponden a la variedad silvestre, mientras que los de este período
pueden corresponder a restos domésticos.
En el Levante, el yacimiento del Castellet de Bernabé (Llíria, Valen-
cia) permite ver la explotación del combustible vegetal a lo largo de los siglos
IV a II ANE. Entre las estructuras del siglo IV ANE, olivo y pino carrasco son
los taxones más consumidos, siendo el lentisco el tercero. En las estructuras
de la fase de ocupación del siglo II, el taxón dominante es el pino carrasco
(más del 80 % de los restos), acompañado de un mayor número de taxones
que en la fase anterior. Cabe señalar que estos carbones proceden de un
nivel de incendio, por lo que seguramente están mezclados elementos arqui-
tectónicos y muebles junto con residuos del combustible.
En la cuenca media del Guadiana los yacimientos de Magacela y La
Mata, con ocupaciones del I milenio ANE, permiten evidenciar los cambios
en la explotación del entorno (Duque Espino, 2004). Así, en ambos se docu-
menta un aprovechamiento intensivo de los encinares para obtener combus-
tible, donde la encina-coscoja es el taxón más consumido a lo largo de la
secuencia. No obstante, mientras que en Magacela la ripisilva no está repre-
sentada, en las ocupaciones de La Mata sí que se evidencia su aprovecha-
miento (fresno, olmo, salicáceas). En este último también se registra la made-
ra de frutales cuya presencia podría relacionarse con el aprovechamiento como
combustible del ramaje obtenido durante la poda. Las especies representadas
son: el granado (Punica granatum), la higuera, el almendro (Prunus dulcis),
la vid, el algarrobo (Ceratonia siliqua), el árbol del amor (cf. Cercis siliquas-
trum), el cerezo (Prunus cf. avium) y posiblemente el olivo (Olea europaea).
Las diferencias observadas en los yacimientos de Magacela (siglo XI-VIII
ANE), La Mata (ocupaciones del siglo V ANE y de los siglos II-I, romano-
republicana) han sido interpretadas también como consecuencia de una amplia-
ción de las áreas de captación, debida a la mayor presión en el entorno y a
la introducción de árboles cultivados.
También en Extremadura los yacimientos de La Aliseda, La Alcazaba
de Badajoz y la Ermita de Belén (Duque Espino, 2004), todos ellos ocupa-
dos a lo largo del I milenio ANE, muestran que el combustible más utiliza-
do en todas sus fases es la encina-coscoja, acompañado de la utilización de
taxones arbustivos y matorrales propios de encinares y alcornocales. En La
Aliseda junto a la encina-coscoja destaca el consumo de las maloideas. En
cambio, La Alcazaba de Badajoz pone de relieve también el aprovechamien-
to de la ripisilva, donde adquiere cierta relevancia el consumo de madera de
fresno a partir del siglo IV ANE, hecho que se ha asociado a la ampliación
de las áreas de captación del combustible vegetal a partir de este momento.
En las ocupaciones más antiguas del Castro de la Ermita de Belén, datadas
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 133

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 133

en los siglos IV-III también se consume el fresno y otros taxones de la ripisil-


va, aunque tal uso decae en favor de la encina-coscoja para las ocupaciones
posteriores al siglo III.
En el noroeste de Portugal los resultados obtenidos en 12 yacimientos
datados entre 2.980 ± 70 BP y el I siglo de NE muestran que los taxones
más frecuentes como combustibles vegetales siguen siendo el roble y las legu-
minosas, aunque se ha identificado un número mayor de taxones que se
consumieron de manera más esporádica (Figueiral, 1996). Según Figueiral,
robles y leguminosas habrían sido los taxones más abundantes del entorno,
siendo los segundos resultado de la degradación del medio. Lo más destaca-
ble es la continuidad en lo que se refiere a la estrategia de captación del com-
bustible vegetal. Cabe señalar que el análisis de los restos de madera carbo-
nizada ha permitido reconocer el uso tanto de madera verde como seca, lo
que ha sido interpretado como resultado de la necesidad de recorrer a la leña
verde en momentos de carestía de combustible. La poda de frutales no se
refleja entre los residuos de combustión hasta finales del milenio, con la
presencia de olivo, higuera, nogal (Juglans regia), vid, cerezo y ciruelo (Pru-
nus domestica). El castaño (Castanea sativa), en cambio, podría haber sido
introducido con anterioridad. La importancia del uso de robles y legumino-
sas como combustibles también está bien documentada en los yacimientos
del I milenio en Galicia (Martin Seijo, inédito).

EL COMBUSTIBLE Y EL RITUAL FUNERARIO

Durante el I milenio ANE, además de los usos especializados del com-


bustible en diversos procesos artesanales como la metalurgia o la cerámica,
también se documenta su empleo en el ritual funerario. La adopción de la
incineración como ritual para el tratamiento funerario de los cadáveres impli-
có una mayor demanda de combustible, pero también un valor social que
pudo hacer que se aprovechara de manera diferente en relación con el de con-
textos domésticos y artesanales.
En las diversas necrópolis de incineración en las que ha sido estudiado
el combustible utilizado, se ha podido observar que las especies empleadas
en este ritual, si bien son las mismas que las utilizadas en otros contextos,
presentan un patrón de consumo muy diferente. Por ejemplo, en el nordeste
de la Península las necrópolis del Pi de la Lliura (Baix Empordà), Puig Alt
(Alt Empordà) y Can Piteu (Vallès Occidental) muestran un aprovechamien-
to muy diferente al observado en contextos domésticos contemporáneos. En
general en estas necrópolis la diversidad de taxones documentados es menor
que en los asentamientos contemporáneos. En el Pi de la Lliura (Piqué, 2004)
tan sólo se identifica el consumo de ocho taxones (brezo, madroño, jara, legu-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 134

134 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

minosas, encina-coscoja, roble, alcornoque y una especie del grupo de las


prunáceas), entre los cuales el brezo fue utilizado de manera más recurren-
te, mientras que las quercíneas (roble y encina-coscoja) constituyen el segun-
do grupo. También el brezo fue el taxón más utilizado en la necrópolis de
Puig Alt (Piqué, 2000b). En comparación con los contextos habitacionales
del Empordà, cabe señalar el menor número de taxones utilizados.
En Can Piteu (Vallès Occidental) la necrópolis estuvo en funcionamien-
to en dos momentos diferentes: durante el Bronce final y la Primera Edad del
Hierro. El análisis de los carbones del interior de las urnas muestra de nuevo
que la leña utilizada procedía de pocos taxones: seis en el caso de las urnas
del Bronce y cuatro en el de las del Hierro (Piqué y Mensua, 2007). El más
frecuente en todos los períodos fue encina-coscoja y tan sólo este taxón, junto
con roble y brezo, se documenta en ambos períodos. El resto de taxones tiene
una presencia muy baja. El patrón de aprovechamiento del combustible en
el ritual funerario muestra un patrón mucho más selectivo que en el vecino
yacimiento de Can Roqueta, con el que probablemente se relaciona.
En el Levante, en cambio, el estudio de los restos de carbones de diver-
sas necrópolis muestra que los taxones utilizados para la incineración de los
cadáveres fueron otros. En la necrópolis ibérica del Corral de Saus (Moixent,
Valencia) se documentó también un patrón de aprovechamiento del com-
bustible muy selectivo en los siglos V-II ANE. La leña utilizada en las piras
funerarias, si tenemos en cuenta sólo aquellos carbones asociados a incine-
raciones, procedía de cuatro taxones: fresno, junípero, pino carrasco y enci-
na-coscoja (Grau Almero, 2000). Aunque entre ellos tan sólo los dos últi-
mos fueron utilizados de manera recurrente. También en la necrópolis del
siglo IV ANE de Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante) el pino
carrasco fue la especie más utilizada; junto a ella se identificaron los restos
de junípero, acebuche, álamo, maloidea y boj (Grau Almero, 1993). La auto-
ra plantea que algunas de las especies representadas podrían proceder de los
objetos de madera que formaban parte de los ajuares, pero también señala
marcadas diferencias entre las sepulturas. En cambio, en el Castellet de Ber-
nabé se analizaron carbones procedentes de los restos de leñas utilizados
como combustible para las ofrendas de un enterramiento infantil del siglo IV.
En éste destaca la importancia del acebuche, que es el taxón mejor represen-
tado; a su lado se documenta también el consumo de fresno, pino carrasco,
lentisco, vid y otros taxones presentes en frecuencias muy bajas (Grau Alme-
ro, 2003). Esta composición contrasta con la registrada en el resto de carbo-
nes identificados para esta fase, entre los que el pino carrasco fue el taxón
más consumido.
Por último, el estudio de los carbones procedentes de las incineracio-
nes de la necrópolis del Puig des Molins en Ibiza (finales siglo VII inicios
del siglo VI ANE) muestra también que el pino carrasco fue la especie utili-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 135

LA MADERA COMO COMBUSTIBLE 135

zada en este ritual funerario, pero además cuenta con la presencia de una rama
de ciruelo (Prunus domestica) (Grau Almero, 1990b).
Las diferencias entre levante y nordeste pueden deberse a las particu-
laridades paisajísticas, pero en ambos casos destaca el bajo número de espe-
cies utilizadas y la recurrencia en el uso de ciertas especies: pino en el caso
del Levante, quercíneas y ericáceas en el nordeste. No sabemos el valor social
dado a estos combustibles: habría que contrastar su relación con otros datos
arqueológicos como sexo, edad, ajuares, datos no siempre disponibles en este
tipo de contextos. Las diferencias en el tipo de combustible entre las urnas
podrían estar relacionadas con cuestiones de estatus social, aunque hay que
remarcar que en general los utilizados de manera más recurrente se caracte-
rizan por su excelente rendimiento durante la combustión. Tanto las quercí-
neas como las ericáceas (brezo y madroño) son taxones de madera dura que
arde lentamente.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 137

SEGUNDA PARTE

LA AGRICULTURA Y LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS

La adopción de la agricultura, hace ahora unos doce mil años, ha sido


un hecho crucial en la evolución humana, ya que la actividad agraria es la
historia del trabajo y de la subsistencia de las sociedades humanas a lo largo
del tiempo. Ésta ofreció la posibilidad de obtener alimento adicional y mul-
tiplicar la población global de cuatro millones a seis mil millones de perso-
nas. Durante la Prehistoria, la superficie que podía cultivar un agricultor era
de una hectárea, mientras que en el siglo XX, con la mecanización, ha llega-
do a las cien.
La agricultura, y en concreto el cultivo de los cereales, ha sido, por otra
parte, una condición necesaria para la aparición de las primeras formas de
Estado. En general, los cereales proporcionan alrededor de la mitad de las
calorías que consume la humanidad.
La teoría evolucionista del siglo XIX entendía la aparición de la agri-
cultura (y de la ganadería) como un proceso lógico, en que la producción de
los alimentos era un estadio superior a la caza y la recolección, y obligaba,
por tanto, a percibirlo como una fase de progreso que acercaba cada vez
más la humanidad a la «civilización». De hecho, hasta hace poco tiempo,
los historiadores también acostumbraban a separar la recolección y el culti-
vo de las plantas como si se tratara de dos etapas de la evolución humana,
suponiendo que este paso se habría efectuado de manera muy rápida o como
una auténtica revolución.
Pero la investigación arqueológica reciente ha puesto en duda esta visión
y ha propuesto, a partir de una revisión objetiva de los datos, que el paso de
la sociedad cazadora-recolectora a la agrícola-ganadera no habría sido tan
«revolucionario» como se pensaba, sino más bien una transformación gra-
dual y, al mismo tiempo, muy compleja.
La agricultura implica obligatoriamente la siembra. El primer paso hacia
la domesticación de las plantas fue la recolección de los vegetales silvestres,
y el segundo fue la siembra, un gesto eminentemente cultural e inventado. La
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 138

138 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

agricultura predoméstica hace referencia a las plantas que presentan un esta-


do morfológicamente silvestre; es decir, no doméstico. Pero su multiplica-
ción se realiza gracias a la actividad del ser humano. Los efectos producidos
por la manipulación expresada a partir de la agricultura corresponden, en pri-
mer lugar, a la reproducción de la plantas.
La domesticación como respuesta biológica tuvo lugar más tarde y su
inicio puede ser determinado mediante la morfología de las semillas. Pero el
cambio cultural, la invención de la agricultura anterior a la domesticación, o
el momento exacto en que las comunidades humanas comenzaron el cultivo
es más difícil de discernir. El gran debate está en saber cuando el ser huma-
no empezó a cultivar los ancestros morfológicamente silvestres de las plan-
tas domésticas; es decir, en qué momento las últimas poblaciones de caza-
dores-recolectores practicaron exclusivamente la recolección o bien empezaron
el cultivo de algún cereal o leguminosa.
La domesticación no es más que una de las condiciones de la transición
a la agricultura, que culmina cuando se ha conseguido completar la obten-
ción de una dieta que proporcione todos los elementos nutritivos necesarios
y que haga posible depender por completo del aprovisionamiento de las plan-
tas domesticadas. Las comunidades humanas buscan potenciar la producción
agrícola con nuevos métodos y crear las condiciones que harán viable la emer-
gencia de las ciudades y de las primeras formas de Estado. Las adaptaciones
de las sociedades humanas al estado de productor comportarán: a) la seden-
tarización desde el Epipaleolítico; b) la recolección de los ancestros silves-
tres para su alimentación; c) el almacenamiento; d) la disposición de útiles
(hoces y molinos) para el tratamiento de los cereales; e) la situación del hábi-
tat en un medio vegetal abierto; f) la percepción del futuro favoreciendo el
uso de los ciclos naturales de los vegetales para su provecho, y g) un míni-
mo de organización del trabajo. Una vez que la agricultura se ha iniciado, se
genera una presión selectiva para los vegetales en favor de cinco caracterís-
ticas: 1. la pérdida del modo de dispersión; 2. la pérdida del mecanismo de
reposo y, en consecuencia, la uniformidad de la germinación; 3. el aumento
del tamaño de las semillas; 4. el aumento del rendimiento por número de
inflorescencias, y 5. la uniformidad de la madurez.
El sistema agrario, como conjunto coordinado de trabajos y de técni-
cas de producción utilizadas para obtener los mejores rendimientos posibles
del suelo, condiciona el ritmo de trabajo, la forma del hábitat, la mentali-
dad del agricultor y la caracterización del paisaje agrario. Desde los inicios
de la agricultura, el sistema agrario basado en el cultivo de los cereales ha
permitido que una semilla rica en nutrientes pueda tener fruto a los pocos
meses, y se pueda almacenar para asegurar la alimentación humana duran-
te todo el año, cosa imposible de hacer con la mayoría de frutas y verduras,
a no ser que se sequen.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 139

LA AGRICULTURA Y LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 139

A pesar de que, desde sus inicios, la agricultura se basa en la combi-


nación de cereales y leguminosas, los cereales han sido las plantas domes-
ticadas más decisivas en las formas de subsistencia de las comunidades
humanas, constituyendo el sector mayor de la producción agrícola. Los
cereales son plantas anuales, de ciclo corto, con una productividad relati-
vamente alta, que soportan bien la aridez y no exigen más de un mínimo
de 300 mm de pluviometría anual. Estos factores, junto con el alto conte-
nido en proteínas, facilitaron el éxito de estos vegetales como principal cul-
tivo de las comunidades humanas. A lo largo de la historia, la manera más
habitual de preparar los cereales ha sido en forma de pan o de galleta,
pero también se suelen consumir como sopas o hervidos, y las semillas ger-
minadas procuran una bebida alcohólica: la cerveza. Algunos estudios
arqueobotánicos realizados, tanto de macrorrestos vegetales como de micro-
rrestos, han permitido caracterizar semillas y residuos que pueden corres-
ponder a la elaboración de este producto durante la Prehistoria y la Proto-
historia (Juan-Treserras, 1997). En la península Ibérica se han identificado
semillas de cebadas vestidas en yacimientos como la Motilla del Azuer,
Cerro de los Castillares y La Fonollera que se han carbonizado justo cuan-
do el coleóptilo empezaba a germinar y en las que puede observarse el
embrión. También se han detectado granos germinados de cebadas desnu-
das en la Cueva de los Tiestos (Jumilla, Murcia) y en El Malagón (Grana-
da) (Buxó, 1990).
Junto con los cereales, las leguminosas cultivadas constituyen otro de
los recursos más importantes de la alimentación humana. Con una composi-
ción muy rica en proteínas, contribuyen a equilibrar la dieta alimenticia. Ade-
más, su cultivo, por rotación o mezcla con los cereales, puede mantener altos
niveles de fertilidad del suelo, porque fijan el nitrógeno atmosférico a través
de una simbiosis con una bacteria desde las raíces.
El estudio, desde la arqueología, de los procesos agrícolas y del utilla-
je utilizado en el cultivo de las plantas parte del registro arqueobotánico y del
análisis de las herramientas conservadas en los yacimientos arqueológicos.
Las actividades que se suceden en el proceso de transformación del cereal y
que llevan a cabo las comunidades humanas tienen un efecto observable en
los productos y subproductos resultantes de las mismas. Los productos son
los principales componentes que, tras una determinada operación, van a seguir
siendo manipulados y transformados. Los subproductos son los elementos
contaminantes del producto principal que van a ser eliminados a lo largo del
proceso de transformación del cereal. Por un lado, los componentes vegeta-
les procedentes de la trilla permiten discernir si las poblaciones estudiadas
son consumidoras del cereal que ellas mismas producen, pero también per-
miten constatar el ciclo de operaciones agrícolas realizadas desde la siem-
bra hasta el consumo. Por el otro, el utillaje agrícola correspondiente depen-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 140

140 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

de de su conservación en el registro arqueológico, pero hay tareas que no


implican la necesidad de herramientas.
Los estudios petrológicos y funcionales aportan también datos sobre el
utillaje agrícola, tanto en lo que se refiere a morfologías como a materias pri-
mas, o a los procesos de trabajos en los cuales han intervenido. Pero, a veces,
las posibilidades interpretativas quedan reducidas por la calidad de la infor-
mación disponible. La conservación del utillaje depende de la materia prima
con que fue fabricado, ya que algunas herramientas podían ser confecciona-
das en material perecedero, como por ejemplo la madera, y no conservarse
en el registro arqueológico. Por su parte, la elaboración de los objetos repre-
sentaba una inversión de tiempo importante en su confección y podían ser
reparados y reutilizados.
La adopción del hierro en los útiles agrícolas comportó importantes con-
secuencias en los sistemas agrícolas. Por un lado de tipo cuantitativo, ya que
el hierro permitió reforzar el utillaje ya existente, aumentando las posibilida-
des de solidez, dureza y eficacia, y reduciendo su coste. La dureza que el hie-
rro proporcionó a los utensilios agrícolas, con un coste no muy elevado (ni
de materia prima ni de elaboración), es una característica fundamental. Por
ejemplo, la sustitución de la piedra por el hierro en la reja del arado permi-
tió que este utensilio se hundiera mucho más en el suelo y, por tanto, aumen-
tar su eficacia.
Por su parte, las cualidades propias del metal permitieron concebir herra-
mientas completamente nuevas o transferir funciones nuevas a las antiguas.
Es el caso de los nuevos instrumentos cortantes como el podón; de otros para
el trabajo del suelo, como las azuelas; o para la siega, como la hoz, etc.
La aplicación del hierro en los instrumentos agrícolas en la península
Ibérica se sitúa en la Segunda Edad del Hierro (principalmente en época
ibérica), entre los siglos VI y III ANE, momento en el cual la mayoría de las
operaciones agrícolas dejaron de realizarse con los útiles líticos. La genera-
lización del uso del instrumental de hierro es rápida, correspondiendo con
una mejora del trabajo metalúrgico, con una verdadera explosión de formas
y de técnicas. Es corriente encontrar útiles abandonados y no recuperados
para la refundición, quizá por el bajo coste de su producción. La introduc-
ción del hierro entre el utillaje agrícola contribuyó al desarrollo económico
de la etapa ibérica.
Revisaremos a lo largo de este apartado las evidencias arqueobotáni-
cas de la península Ibérica relacionadas con la agricultura. En este sentido
abordaremos los principales aspectos de las operaciones agrícolas relacio-
nados con las técnicas utilizadas, tanto en lo que corresponde a la conquista
del suelo y a su mejora, como al propio trabajo del suelo y al tratamiento de
los cultivos.
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CAPÍTULO 5

LAS PLANTAS CULTIVADAS

El establecimiento de la agricultura

La agricultura en la península Ibérica se registra desde al menos c. 5500-


5200 cal ANE (tabla 9). Los datos arqueobotánicos reflejan un sistema agra-
rio complejo, con una agricultura evolucionada y aparentemente importada
desde un primer momento, que se percibe sin relación alguna con la reco-
lección de plantas silvestres del período anterior (Buxó, 1997). Se trata de un
cultivo de especies domesticadas, con un amplio espectro de cereales y legu-
minosas, que parece corresponderse con el establecimiento de grupos huma-
nos del Neolítico de cerámicas impresas.
La introducción de las plantas domésticas durante el Neolítico pudo
arribar a través de los Pirineos y/o por vía marítima desde el Mediterráneo y
el norte de África. A partir de sus estudios, M. Hopf sugirió que estas pri-
meras plantas fueron introducidas directamente desde el este del Mediterrá-
neo por poblaciones relacionadas con los grupos de cerámica cardial, y no
por un intermediario, sea Francia, sea Italia del norte (Hopf, 1987, 1991). Por
otro lado, P. Marinval argumentó un foco posible de difusión de los prime-
ros cultivos de cereales de España y Francia en el norte de África (Marinval,
1992a). Sin embargo, hemos de constatar que hasta la fecha existe una nota-
ble ausencia de estudios carpológicos y se cuenta, por tanto, con muy pocos
datos.
La rapidez del proceso de difusión de la agricultura en el Mediterráneo
occidental resulta visible con las dataciones disponibles hasta la fecha. Con
la excepción del norte de África, las regiones circundantes a la península Ibé-
rica constatan también un amplio registro de especies vegetales cultivadas, a
pesar de contar con un número limitado de yacimientos neolíticos con aná-
lisis arqueobotánicos realizados de manera sistemática.
Las investigaciones realizadas en Francia ofrecen diferencias debido a su
situación geográfica, que reúne influencias de las regiones circundantes. En el
TABLA 9. Yacimientos neolíticos con restos de plantas domésticas y dataciones radiométricas anteriores a 5000 BP.
Yacimiento Datación C14 BP Datación ANE cal. 2σ 95,4% Laboratorio referencia Material utilizado Bibliografía
La Lámpara (Soria) 6871 ± 33 5840-5670 KIA-21350 hueso Rojo et al., 2005
Balma Margineda (Andorra) 6850 ± 160 6010-5480 Ly-3289 carbón Marinval, 1995
Mas d’Is (Alicante) Neo IA 6600 ± 50 5620-5480 Beta-166727 cereal Bernabeu et al., 2003
Mas d’Is (Alicante) Neo IA 6600 ± 50 5620-5480 Beta-162092 cereal Bernabeu et al., 2003
Cueva del Toro (Málaga) 6540 ± 110 5669-5290 Beta-174305 carbón Martín et al., 2004
Cova de l’Or (Alicante) 6510 ± 160 5720-5080 KN-51 cereal Hopf, 1966; López, 1980; Martí, 1987;
Bronk Ramsey et al., 2002
Abric de la Falguera (Alicante) 6510 ± 70 5610-5320 Beta-142289 cereal Bernabeu et al., 2002
La Vaquera (Segovia) 6440 ± 50 5480-5320 GRN-9226 bellota Estremera, 2003; López et al., 2003
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6430 ± 130 5620-5070 I-17772 carbón Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
Cueva de Nerja (Málaga) 6420 ± 60 5480-5310 Ly-5218 carbón Hopf/Pellicer, 1971; Jordà Pardo et al., 1990
La Draga (Gerona) 6410 ± 70 5440-5250 UBAR-314 madera Bosch et al., 2000
Can Sadurní (Barcelona) 6405 ± 55 5470-5300 UBAR-760 cereal Blasco et al., 2005
Cueva del Toro (Málaga) 6400 ± 280 5817-4607 UGRA-194 carbón Martín et al., 2004
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Font del Ros (Barcelona) 6370 ± 57 5440-5220 AA-16502 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
La Revilla del Campo (Soria) 6365 ± 36 5420-5260 KIA-21358 hueso Rojo et al., 2005
Cova de Cendres (Alicante) 6340 ± 70 5470-5080 Beta-142228 cereal Bernabeu et al., 2001
Cueva del Toro (Málaga) 6320 ± 70 4252-3954 UGRA-15443 carbón Martín et al., 2004
Cova de l’Or (Alicante) 6310 ± 70 5470-5070 OxA-10192 cereal Hopf, 1966; López, 1980; Martí, 1987;
2/7/08

Bronk Ramsey et al., 2002


Font del Ros (Barcelona) 6307 ± 68 5430-5060 AA-16501 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al. 1997
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6295 ± 45 5370-5080 GRN-6926 carbón Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
19:41

Peña-Chocarro, 1999
Cova de l’Or (Alicante) 6275 ± 70 5460-5040 OxA-10191 cereal Hopf, 1966; López, 1980; Martí, 1987;
Bronk Ramsey et al., 2002
Cova de l’Or (Alicante) 6265 ± 75 5460-5000 H-1754/1208 cereal Hopf,1966; López, 1980; Martí, 1987;
Bronk Ramsey et al., 2002
Font del Ros (Barcelona) 6243 ± 56 5320-5020 AA-16499 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
La Revilla del Campo (Soria) 6202 ± 31 5280-5050 KIA-21346 hueso Rojo et al., 2005
Página 142

Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6190 ± 130 5460-4800 I-17771 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
Los Cascajos (Navarra) 6185 ± 75 5300-4860 Ua-16024 hueso humano García/Sesma, 2001
Yacimiento Datación C14 BP Datación ANE cal. 2σ 95,4% Laboratorio referencia Material utilizado Bibliografía
Plansallosa (Girona) 6180 ± 60 5300-4960 Beta-74311 carbón Bosch et al. 1998
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6170 ± 130 5460-4780 CSIC-55 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
La Lámpara (Soria) 6144 ± 46 5250-4940 KIA-6790 hueso humano Rojo et al., 2005
La Vaquera (Segovia) 6120 ± 160 5460-4690 GRN-22932 carbón Estremera, 2003; López et al., 2003
La Vaquera (Segovia) 6080 ± 70 5220-4790 GRN-8241 bellota Estremera, 2003; López et al., 2003
La Draga (Girona) 6060 ± 40 5190-4810 Hd-15451 cereal Buxó et al,. 2000
Font del Ros (Barcelona) 6058 ± 79 5210-4790 AA-16499 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
Cueva del Toro (Málaga) 6030 ± 70 5193-4717 GRN-15444 carbón Martín et al., 2004
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6025 ± 45 5040-4780 GRN-6639 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
La Draga (Girona) 6010 ± 75 5200-4720 UBAR-313 cereal Buxó et al,. 2000
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 5980 ± 130 5220-4540 CSIC-57 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
Plansallosa (Girona) 5890 ± 80 4940-4550 OxA-2592 carbón Bosch et al., 1998
Plansallosa (Girona) 5870 ± 70 4900-4550 Beta-74312 carbón Bosch et al., 1998
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Cueva del Toro (Málaga) 5820 ± 90 4917-4450 GRN-15440 carbón Martín et al., 2004
La Vaquera (Segovia) 5800 ± 30 4770-4550 GRN-22929 carbón Estremera, 2003; López et al., 2003
El Mirón (Cantabria) 5790 ± 90 4840-4410 GX-25856 carbón Peña-Chocarro et al., 2005
Plansallosa (Girona) 5720 ± 70 4770-4370 Beta-74311 carbón Bosch et al., 1998
Cova de Sta. Maira 5640 ± 140 4800-4220 Beta-75224 carbón Badal, 1999
2/7/08

Kobaederra (Vizcaya) 5630 ± 100 4720-4260 UBAR-470 carbón Zapata, 2002


Mas d’Is (Alicante) 5590 ± 40 4500-4350 Beta-1719098 cereal Bernabeu et al., 2003
Mas d’Is (Alicante) 5550 ± 40 4460-4330 Beta-1719098 cereal Bernabeu et al., 2003
19:41

El Mirón (Cantabria) 5500 ± 90 4520-4050 GX-2584 carbón Peña-Chocarro et al., 2005


Cueva del Toro (Málaga) 5450 ± 120 4554-3976 GAK-8060 carbón Martín et al., 2004
Cueva del Toro (Málaga) 5380 ± 45 4349-4043 GRN-15445 carbón Martín et al., 2004
Kobaederra (Vizcaya) 5375 ± 90 4360-3990 AA-29110 cereal Zapata, 2002
Pico Ramos (Vizcaya) 5370 ± 40 4330-4050 Beta-181689 cereal Zapata, 2007
Cueva del Toro (Málaga) 5240 ± 70 4252-3826 Beta-174306 carbón Martín et al., 2004
Lumentxa (Vizcaya) 5180 ± 70 4220-3800 Ua-12662 carbón Zapata, 2002
Página 143

Cueva de Nerja (Málaga) 5065 ± 140 4230-3540 - cereal Hopf/Pellicer, 1971; Jordà Pardo et al., 1990
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 144

144 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

sur, debido a su fuerte componente de ámbito mediterráneo, el trigo desnudo


(Triticum aestivum/durum) y la cebada vestida (Hordeum vulgare) son los prin-
cipales cultivos del primer Neolítico. La presencia de trigos vestidos: escanda
menor o trigo almidonero (Triticum dicoccum) y escaña (Triticum monococ-
cum) es secundaria, y solo parecen estar visibles a partir del Epicardial (Marin-
val, 1992a). Sin embargo, los trabajos más recientes sobre el Neolítico anti-
guo en el sur de Francia parecen modificar de manera sensible este modelo,
donde parece que el trigo desnudo domina por encima de los otros cereales y
asistimos, entre el V y IV milenios ANE, a una diversificación de los cereales
con un aumento significativo de la escaña y la escanda menor (Savard, 2000).
Las influencias procedentes de la zona mediterránea parecen estar tam-
bién presentes en la fachada atlántica francesa, donde hasta la fecha el único
cereal que se ha localizado es el trigo desnudo (Triticum aestivum/durum)
(Gebhardt y Marguerie, 1993). En cambio, en el norte interior se recoge una
probable influencia de tradición danubiana, con la presencia destacada del
cultivo de la escanda menor, a la que cabe añadir otras especies como esca-
ña, cebada desnuda (Hordeum vulgare var. nudum), guisante (Pisum sativum)
y lenteja (Lens culinaris) (Marinval, 1993).
En la zona de los Pirineos destaca la Balma Margineda (Andorra) por la
antigüedad de dos dataciones obtenidas en un contexto de Neolítico antiguo
(6.850 ± 160 BP y 6.670 ± 120 BP). Presenta un conjunto importante de plan-
tas cultivadas que incluye restos de cebada, trigo desnudo y guisante. En este
mismo yacimiento, en un contexto de Mesolítico final se documentaron granos
de trigo y cebada, así como de escanda menor. Sin embargo, estos pocos restos
han sido interpretados como el resultado de una intrusión (Marinval, 1995).
Existen otros yacimientos neolíticos en la vertiente meridional de los
Pirineos para los que no se ha probado la presencia de restos carpológicos.
Sin embargo, parecen tener evidencias indirectas de prácticas agrícolas y
ganaderas. En Forcas II (Huesca) se registra la domesticación animal y pre-
sencia de piezas de hoz en un nivel fechado en 6.680 ± 190 BP. También se
documentan en la cueva de Olvena (Huesca) en un nivel datado de 6550
± 130 BP (Utrilla, 2002). Asimismo, en Chaves (Huesca) se han recuperado
restos de hojas de hoz, molinos de mano y se ha observado la presencia de
posibles silos desde el VI milenio cal ANE, en base a estas evidencias se sos-
tiene un origen transpirenaico en el Alto Aragón (Utrilla, 2002).
En Italia meridional, las investigaciones desarrolladas constatan el cul-
tivo de especies domesticadas desde el c. 6.900 BP en Coppa Nevigata o
Tippa Tetta (Costantini y Stancanelli, 1994), con presencia de cereales (esca-
ña, escanda menor, trigo desnudo) y de leguminosas. Asimismo, otros datos
arqueobotánicos parecen demostrar la rapidez de la difusión de la agricultu-
ra hacia el norte con presencia de cebada y de trigos vestidos y desnudos
desde 6.500 BP (Castelletti et al., 2000).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 145

LAS PLANTAS CULTIVADAS 145

Primeras sociedades agrícolas

La información disponible acerca de las prácticas agrarias durante el


Neolítico de la península Ibérica muestra una gran diversidad regional y local
(figura 14). La amplia gama de cultivos refleja una variedad de situaciones,
que pueden responder a factores ecológicos, culturales o incluso funciona-
les. La heterogeneidad de los datos disponibles condiciona la comparación

1. Cova de les Cendres (Alicante) 21 Cueva de Nerja (Málaga)


2. Cova de l’Or (Alicante) 22. Balma Margineda (Andorra)
3. Cova de Recambra (Alicante) 23. Font del Ros (Barcelona)
4. Cova de la Sarsa (Valencia) 24. Abric de la Falguera (Alicante)
5. Cova del Llop ((Valencia) 25. Mas d’Is (Alicante)
6. Cova de Can Sadurní (Barcelona) 26. Cova Sta. Maira (Alicante)
7. La Draga (Gerona) 27. La Lámparra (Soria)
8. Plansallosa (Gerona) 28. La Revilla del Campo (Soria)
9. Cova 120 (Gerona) 29. La Vaquera (Segovia)
10. Cova de Pau (Gerona) 30. Los Cascajos (Navarra)
11. Les Guixeres de Vilobí (Barcelona) 31. Lumentxa (Vizcaya)
12. Can Tintorer (Barcelona) 32. Kobaederra (Vizcaya)
13. Montmeló (Barcelona) 33. Pico Ramos (Vizcaya)
14. Ca n’Isach (Gerona) 34. El Mirón (Cantabria)
15. Cueva de los Murciélagos (Córdoba)
16. Cueva de los Mármoles (Córdoba)
17. Cueva del Toro (Málaga)
18. Cova del Toll (Barcelona)
19. Bòbila Madurell (Barcelona)
20. Cueva del Bajoncillo (Málaga)

FIGURA 14. Principales yacimientos de época neolítica con restos de plantas cul-
tivadas.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 146

146 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

entre yacimientos para ofrecer una visión amplia de las primeras plantas
cultivadas en la península Ibérica. Una buena prueba de ello son las amplias
regiones, como por ejemplo la Meseta sur o el mismo Portugal, que carecen
de datos arqueobotánicos (Zapata Peña et al., 2004). Pero existen también
importantes limitaciones que son reflejo de los tipos de contexto arqueoló-
gico, por ejemplo cuando se trata de comparar entre los resultados proceden-
tes de una cueva y de un poblado al aire libre (tabla 10).
En el País Valenciano los datos actuales permiten inferir una visión dia-
crónica de la evolución de la agricultura durante diferentes períodos de época
neolítica. Señalado tradicionalmente con las primeras referencias de plantas
domésticas en la península Ibérica, el aumento de trabajos sistemáticos pro-
ducidos durante los últimos años han ampliado el registro arqueobotánico
tanto para los momentos iniciales de la neolitización, como para las fases
posteriores. Los datos reflejan una gran variedad de cultivos, con la presen-
cia de diferentes especies de cereales y de leguminosas.
Los estudios se han desarrollado principalmente en la zona central y
norte del País Valenciano, y se han centrado tanto en asentamientos al aire
libre (Mas d’Is, Prat de Cabanes y La Colata), como en cuevas y abrigos (Fal-
guera y Santa Maira), que se unen al importante conjunto ya conocido for-
mado por los yacimientos de la Cova de l’Or, Cova de la Sarsa, Cova de les
Cendres, y los poblados de Les Jovades y Arenal de la Costa (Buxó, 1993,
1997; Pérez Jordà, 2005, 2006a).
Los primeros estudios de M. Hopf (1966) en la Cova de l’Or ya demos-
traron cómo desde la llegada de los grupos neolíticos se establecen diferen-
tes tipos de cultivos de trigos y cebadas, desnudos y vestidos. Posteriormen-
te en la Cova de la Sarsa se identifica la presencia de escanda menor y trigo
desnudo (López García, 1980b). Pero son los trabajos sistemáticos en la
secuencia de la Cova de les Cendres donde se confirma esta diversidad de
cultivos de cereales, formada por trigo desnudo, cebada desnuda, escanda
menor y escaña. También se observa, por primera vez, que junto a estos cere-
ales se introduce desde los niveles más antiguos el cultivo de diferentes legu-
minosas: arveja (Vicia ervilia), haba (Vicia faba), guisante, lenteja y almor-
ta (Lathyrus cicera/sativus) (Buxó, 1997).
En Cova de les Cendres, el trigo desnudo, las dos cebadas y la escan-
da menor son las especies de cereal más importantes. En cambio, la fre-
cuencia de escaña hace suponer que este cereal podía tener un peso menor
en el cultivo y la alimentación. Las leguminosas, en cambio, mantienen fre-
cuencias parecidas en todas las especies determinadas. Cuantitativamente, los
trigos desnudos son los cereales más representativos. La cebada vestida está
presente en todas las fases del Neolítico antiguo, pero con unas frecuencias
menores en relación con la desnuda, el trigo desnudo y la escanda menor.
En cambio, la cebada desnuda está más representada que la anterior, aunque
TABLA 10. Primeras evidencias de restos de plantas domésticas en yacimientos arqueológicos peninsulares anteriores a 5.000 BP.
Taxones Triticum Triticum Triticum Hordeum Hordeum Pisum Lens Vicia Vicia
monococcum diccocum aestivum/durum vulgare nudum vulgare sativum culinaris faba ervilia/sativa Lathyrus Linum Papaver
escaña escanda menor trigo desnudo cebada desnuda cebada vestida guisante lenteja haba arveja/veza guija lino adormidera
Pirineos
Balma Margineda + + + +
Cataluña
Cova 120 + + + + +
Plansallosa + + + +
La Draga + + + + +
Font del Ros + + +
Can Sadurní + + + + + + +
País Valenciano
Cova de Cendres + + + + + + + + + +
Cova de l’Or + + + + +
Abric de la Falguera + + + + + +
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Cova de la Sarsa * *
Mas d’Is + +
Santa Maira + + + + +
Andalucía
2/7/08

Cueva del Toro + + + + + + + + +


Cueva de Nerja + + + +
Cueva de los Murciélagos + + + + +
Los Castillejos + + + + +
19:41

Interior
La Lámpara + + + + +
Revilla del Campo + + +
La Vaquera + + + + + + +
Los Cascajos + + +
País Vasco/Cantabria
Página 147

Lumentxa +
Kobaederra + +
Pico Ramos + +
El Mirón + + + +
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 148

148 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

las diferencias entre ambas no parecen muy significativas en lo cuantitativo.


Asimismo, tampoco se detectan en períodos posteriores diferencias entre las
proporciones de cebada desnuda (Hordeum vulgare var. nudum) y vestida que
puedan corresponder a un incremento del interés por alguno de sus tipos. Los
trigos vestidos están representados por la escanda menor y, con muy poca
frecuencia, por la escaña.
Una característica de los cereales del primer Neolítico de Cendres es
que ninguno de ellos se singulariza como especie mayoritaria. Los trigos des-
nudos, las cebadas o la escanda menor se presentan a lo largo de la secuen-
cia con una representación homogénea. Esta asociación puede apoyar la idea
de que la diversificación de productos cerealísticos es una característica de
este período, constituyendo una práctica conservadora para minimizar el ries-
go de malas cosechas y obtener un aprovechamiento más cualitativo de estos
productos. Sin embargo, conviene no olvidar que las frecuencias de cebada
desnuda junto con las de trigo desnudo tienden a aumentar desde la fase
más antigua de época neolítica a la más reciente (Buxó, 1997).
Las leguminosas cultivadas están también documentadas desde el pri-
mer Neolítico, pero son menos frecuentes y de distribución más desigual que
los cereales; probablemente porque este tipo de semillas no necesita en gene-
ral de la torrefacción para su preparación. A diferencia de Mas d’Is, en que
están ausentes, en el Abric de la Falguera, como en la Cova de les Cendres,
la presencia de leguminosas se documenta desde los niveles iniciales.
Esta variedad de cultivos parece estar confirmada con los nuevos datos
recogidos en los yacimientos del Abric de la Falguera y de Mas d’Is (Pérez
Jordà, 2005). En la Falguera destacan especialmente los trigos desnudos, con
una frecuencia que oscila entre el 40 y el 50% de los cereales y que se man-
tiene a lo largo de toda la secuencia neolítica. También la escaña tiene un
peso mayor en el Abric de la Falguera frente a la Cova de les Cendres, que
contiene un índice más destacado de escanda menor. Por lo que respecta a
los restos de cebada, su estado de conservación no permite establecer con
exactitud a cuál de las dos variedades pertenecen. En comparación con los
demás cereales constituye el 65 %. Porcentajes similares a los documenta-
dos en la Cova de l’Or (Hopf, 1966), mientras que en la Cova de les Cen-
dres (Buxó, 1997) no llegan al 36 % (Pérez Jordà, 2006a).
La diversidad de cultivos se mantiene durante el Neolítico medio, a pesar
de que los datos son escasos y solamente la secuencia de Cendres aporta refe-
rencias más amplias. La principal diferencia respecto a los restos de la fase
anterior es el aumento de las cebadas (especialmente de la desnuda), junto a
una visible disminución tanto de los trigos desnudos como de los vestidos,
si bien estos últimos presentan una proporción mayor (Buxó, 1997).
La otra serie de yacimientos con estudios sistemáticos presenta un volu-
men de material muy reducido. Las únicas especies representadas en Mas
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 149

LAS PLANTAS CULTIVADAS 149

d’Is y en la Cova de Sta. Maira son las cebadas y los trigos desnudos (Pérez
Jordà, 2005).
En relación con las leguminosas, en la Cova de les Cendres se observa
una disminución respecto a la fase anterior. En el resto de yacimientos los
datos son desiguales: ausencia de semillas en Mas d’Is y frecuencias estables
en Cova de Santa Maira, con restos de almorta, guisante y probablemente
de veza cultivada (Vicia cf. sativa) (Pérez Jordà, 2005).
En el Neolítico final se confirma la tendencia registrada anteriormente,
con una disminución notable del registro de los cereales vestidos como se
percibe en los yacimientos de La Colata, Prat de les Cabanes y en la misma
Cova de les Cendres. En cambio, destaca el aumento sistemático de las ceba-
das, principalmente la desnuda, que ocupa el espacio que anteriormente garan-
tizaban los anteriores (Pérez Jordà, 2005). En este sentido, los datos recogi-
dos en la zona central y norte del País Valenciano parecen variar a partir de
finales del IV y en el III milenio, donde, por un lado, se observa un proceso
de sustitución de los trigos vestidos por las cebadas y, por otro, la cebada des-
nuda y el trigo desnudo aparecen como cereales preponderantes.
En Cataluña destaca por su antigüedad el contexto cardial de la Cova
de Can Sadurní, con una datación de 6.405 ± 55 BP (5.368 cal. ANE), rea-
lizada a partir de semillas de cereal procedentes de la capa 18 (Blasco et al.,
2005). Este contexto refleja la presencia de semillas, por orden de importan-
cia, de escanda menor, trigo desnudo, escaña y cebada vestida (Buxó y Anto-
lín, inédito). En el mismo yacimiento se documentan restos de semillas aso-
ciadas al Neolítico antiguo cardial final/epicardial y al poscardial (Blasco et
al., 1999). Las muestras correspondientes a la primera de estas fases revelan
un conjunto con presencia de trigo desnudo, trigos vestidos (escanda menor
y escaña), cebada vestida y cebada desnuda. En la fase posterior, se señala
un aumento cuantitativo y cualitativo de los cereales que se acompañan de
algunas especies de leguminosas (lenteja y guisante principalmente).
Por su parte, los estudios realizados en el yacimiento de La Draga seña-
lan la presencia de un sistema agrícola variado y complejo, con el desarro-
llo de cultivos monoespecíficos de trigo desnudo en esta fase del Neolítico
cardial. Además de esta especie, se cultivan los cereales tradicionales, que
incluyen el trigo desnudo de tipo compacto, el trigo vestido (principalmente
escanda menor) y las variedades de cebada desnuda y vestida. Con respecto
a las leguminosas, cabe destacar la presencia de haba y guisante.
Otros conjuntos importantes, aunque con datos más reducidos, son los
restos cultivados procedentes de la Cova 120 (Agustí et al., 1987) y Plansa-
llosa (Bosch et al., 1998). Éstos han proporcionado semillas de trigo desnu-
do, cebada desnuda y cebada vestida. Los trigos vestidos son raros, con la
presencia de escanda menor en las muestras de la Cova 120. En este mismo
yacimiento se documenta la presencia de guisantes.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 150

150 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Plansallosa se sitúa en una llanura con buenas posibilidades para de-


sarrollar diferentes actividades de producción, especialmente las relaciona-
das con la agricultura. Los mismos estudios arqueológicos sugieren una rela-
ción funcional entre la Cova 120 y Plansallosa para la explotación agrícola
del territorio durante el Neolítico antiguo (Bosch et al., 1998). La rareza de
malas hierbas parece confirmar que nos encontramos con semillas que pro-
ceden de lugares de almacenamiento, aunque estos productos fueran desecha-
dos y finalmente no aprovechados para su consumo. En cambio, en un nivel
de Neolítico antiguo del yacimiento cercano de la Bauma del Serrat del Pont,
sólo se documenta la presencia de restos de productos silvestres procedentes
de la recolección (Buxó, 2002).
Entre la mitad del V milenio y finales del IV milenio ANE se observa
la ocupación de tierras más profundas de los valles fluviales. Los hallazgos
de Ca n’Isach (Pau, Girona), aunque escasos, podrían confirmar esta hipóte-
sis: por un lado, en el análisis polínico con la presencia del taxón Cerealia,
que parece indicar la existencia de campos de cultivo cercanos al hábitat y,
por el otro, con la impronta de una semilla de trigo desnudo formando parte
del desengrasante de un recipiente cerámico. Otros conjuntos de cronología
similar parecen indicar también esta posibilidad; entre ellos, el depósito fune-
rario de la mina 28 de Can Tintorer (Buxó et al., 1992), con una muestra com-
puesta de restos de cebadas desnuda y vestida, escanda menor y trigo desnu-
do. Por su parte, los datos neolíticos recogidos en Cataluña occidental proceden
de la Cova de les Portes (Lladurs, Lleida), en la cual en un nivel de Neolíti-
co final se hallaron restos de cebada vestida y escanda menor, entre otros
taxones (Alonso, 1995).
Los datos arqueobotánicos recogidos en Andalucía también señalan la
presencia de una agricultura con un amplio espectro de especies a partir de
c. 6.500 BP (c. 5.400 cal ANE). Entre los cereales, el trigo desnudo y la ceba-
da desnuda son las especies más significativas; por su parte, el haba destaca
entre el repertorio de leguminosas cultivadas. Los principales estudios se con-
centran en el centro de la región y proceden de tres cuevas: cueva de los Mur-
ciélagos de Zuheros (Córdoba), cueva del Toro y cueva de Nerja, ambas en
la provincia de Málaga, y más recientemente, de un asentamiento al aire libre:
Los Castillejos de Montefrío (Granada).
La cueva de los Murciélagos destaca, en primer lugar, por la presencia
de una gran concentración de cereales relativamente abundante procedentes de
la cueva Chica. Se trata de un conjunto formado por escanda menor y ceba-
da desnuda y, en menor proporción, de trigo desnudo (Hopf y Muñoz, 1974).
La recuperación no fue sistemática, por lo que muy probablemente sólo se
recogieron las cariópsides. Un examen posterior de otra muestra confirmó la
presencia de trigo desnudo de tipo compacto junto con cebada vestida (López
García, 1980b). Finalmente, un estudio reciente, procedente de otra zona de
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 151

LAS PLANTAS CULTIVADAS 151

la cueva, en niveles de mediados del V milenio ANE, ha proporcionado tri-


gos desnudos y cebada vestida. En la fase posterior, correspondiente al IV
milenio ANE, junto con las especies anteriores se han identificado también
trigos vestidos, tanto cariópsides como fragmentos y subproductos de trilla
(espiguilla y segmento de raquis) de escanda menor (Peña-Chocarro, 1999;
González et al., 2000). Además de los cereales, destaca la identificación de
un conjunto importante de restos de adormidera (Papaver somnife-
rum/setigerum) desde las primeras fases neolíticas del yacimiento (6.400 BP).
En la cueva de Nerja se distinguen de nuevo los cereales desnudos, esen-
cialmente de trigo y cebada (cereal dominante), junto con algunas legumino-
sas (Hopf y Pellicer, 1970; Jordá Pardo et al., 1990).
Pero los hallazgos de la Cueva del Toro ofrecen datos de enorme inte-
rés. La secuencia estratigráfica del yacimiento, con la evolución diacrónica
más importante de la fase inicial de la agricultura en esta zona, permite eva-
luar, por una parte, el proceso de transformación y consolidación de las estra-
tegias agropecuarias que se produce entre las diferentes fases del Neolítico
y, por otra parte, la dinámica de explotación de los recursos vegetales (Buxó,
1997, 2004). Tanto los resultados de las primeras campañas, realizados entre
1977 y 1981 (Hopf, inédito) como los de la campaña de 1988 muestran que
en todos los niveles neolíticos están presentes los cereales y las leguminosas.
Entre los primeros, los principales son la cebada desnuda, el trigo desnudo
y en menor proporción la escanda menor; entre las segundas, la lenteja, pero
sobre todo el haba. La escanda menor es un taxón poco relevante (represen-
tado únicamente en la subfase IIIA) y, como sucede con los datos de otros
yacimientos andaluces, la escaña está ausente de todas las fases.
El conjunto de la fase de Neolítico pleno de la Cueva del Toro (fase IV)
está formado, por orden de importancia, de cereales, con trigo desnudo y
cebada desnuda, y de leguminosas, con lenteja, haba y almorta. Destaca la
frecuencia relativamente menor de plantas cultivadas en relación con las plan-
tas silvestres de recolección.
Los principales cambios en los modos de producción y subsistencia se
perciben en los niveles correspondientes al Neolítico reciente (fase III), que
vienen marcados por el aumento de las proporciones relativas de algunas
especies cultivadas y una mejor representación cuantitativa y cualitativa de
la diversidad de recursos vegetales aprovechados. La subfase IIIB, corres-
pondiente a un momento inicial del Neolítico reciente, se caracteriza aún por
un espectro de plantas bastante reducido, donde la presencia de trigo desnu-
do es ligeramente superior a la de cebada desnuda, para pasar a continua-
ción a unas proporciones menores de cebada vestida y de leguminosas cul-
tivadas, representadas por el haba y la lenteja.
La subfase IIIA corresponde a un momento avanzado del Neolítico
reciente, donde observamos modificaciones importantes en relación con las
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 152

152 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

fases anteriores. El cambio significativo que se observa se corresponde tam-


bién con un momento de fuerte ocupación de la cueva. Las frecuencias de las
plantas cultivadas se encuentran altamente representadas con el mismo núme-
ro de restos, por el haba y el trigo desnudo (el haba es incluso ligeramente
superior), seguidas a continuación, con un número inferior de semillas, por
la cebada desnuda, la cebada vestida y algunos restos de escanda menor.
Las demás leguminosas cultivadas están bien representadas por la lenteja, la
almorta, el guisante y la arveja. Asimismo, cabe destacar en este mismo
contexto la presencia de adormidera.
Las ocupaciones humanas posteriores, reconocidas en las fases IIB y
IIA, muestran una reducción cualitativa y cuantitativa de la representación
de restos vegetales; probablemente la presencia fue de menor intensidad en
la cueva. Cabe resaltar que la cebada desnuda no aparece en las muestras de
estas subfases, por cuanto el trigo desnudo y la cebada vestida se muestran
como los dos cereales más representativos. Al final de la ocupación prehis-
tórica la cebada vestida aparece ya como sustituta de la desnuda, dominante
durante las subfases anteriores. En cambio, el haba se mantiene, aunque en
menor proporción, como una de las leguminosas más representativas.
En Los Castillejos (Rovira, 2007) destaca especialmente el predomi-
nio del trigo desnudo, ya sea el trigo común/duro o el trigo común/duro de
tipo compacto, y de la cebada desnuda. En las fases de Neolítico final se
observa una progresiva sustitución de las semillas de mayor tamaño, carac-
terísticas del trigo común/duro, que eran hasta ese momento las más repre-
sentadas, por unas formas más cortas y redondeadas cercanas a los trigos
común/duro de tipo compacto. La cebada desnuda es el segundo taxón más
importante, sin llegar a la frecuencia de aparición que observamos en el trigo.
Las leguminosas acompañan invariablemente a los cereales en las dis-
tintas fases de ocupación, aunque en algunas ocasiones no son tan importan-
tes ni abundantes como éstos. El guisante mantiene en general una frecuen-
cia de aparición discreta, y el haba constituye también un recurso común en
los niveles neolíticos, para aumentar de manera significativa a partir del
Calcolítico.
Junto con los cereales y las leguminosas, en las últimas fases de época
neolítica podemos señalar la presencia de otras plantas cultivadas, como el
lino y, probablemente, la adormidera. Las semillas de las dos especies pue-
den ser utilizadas para la obtención de aceite, pero no hay que olvidar que
las fibras del lino pueden formar parte de las tareas de producción para la
actividad textil. Además de Los Castillejos, la única cita con presencia de
semillas de lino cultivado durante el Neolítico corresponde a la Cueva de los
Murciélagos de Albuñol (Rivera et al., 1988). Por su parte, tampoco puede
descartarse el consumo o cultivo de la adormidera como planta alucinógena
desde esta época (Guerra Doce y López Sáez, 2006).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 153

LAS PLANTAS CULTIVADAS 153

Los hallazgos de adormidera desde las primeras fases del Neolítico


podrían apoyar la hipótesis de que el Mediterráneo occidental es un centro
de domesticación de esta especie (Bakels, 1982; Bakels et al., 1992; Zohary
y Hopf, 2000). De hecho, el ancestro presumible es Papaver somniferum ssp.
setigerum, que se extiende por todo el arco mediterráneo, entre España y
Marruecos hasta Grecia y Chipre (Zohary y Hopf, 2000). Aquí se supone un
aprovechamiento como planta oleaginosa (posee hasta un 35 % de aceite),
pero también se podría haber utilizado como aditivo para el pan. Como los
cereales de invierno, esta planta madura en verano.
Junto con los restos identificados en la Cueva de los Murciélagos de Zuhe-
ros y la cueva del Toro, otros hallazgos de adormidera en la Península son las
cuatro cápsulas procedentes de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol (Neu-
weiler, 1935) y los restos de Buraco da Pala, ya durante el Calcolítico (Pinto
da Silva, 1988). Recientemente, los análisis realizados en los yacimientos neo-
líticos de Los Castillejos (Rovira, 2007) y La Lámpara (Stika, 2005) avalan
también un posible cultivo precoz de la subespecie silvestre.
Los hallazgos de adormidera en la Cueva de los Murciélagos de Zuhe-
ros (Papaver somniferum ssp. somniferum/setigerum) y en La Lámpara (Papa-
ver somniferum/setigerum) se documentan desde la primera fase neolítica,
mientras que en la Cueva del Toro (Papaver somniferum) aparecen en un con-
texto de Neolítico final. Por lo que respecta a Los Castillejos, la adormidera
silvestre (Papaver somniferum ssp. setigerum) destaca desde finales del Neo-
lítico antiguo, aunque no se halla de forma abundante hasta el Neolítico medio.
La subespecie posiblemente cultivada aparece en este yacimiento a partir de
la última fase de ocupación en el Neolítico final (Papaver somniferum cf. ssp.
somniferum). Por su parte, las cápsulas halladas en la Cueva de los Murcié-
lagos de Albuñol (Papaver somniferum var. nigrum) forman parte de enterra-
mientos asociados al Neolítico final.
Con posterioridad, durante el Calcolítico, se señalan de manera fre-
cuente las dos subespecies en Almizaraque, Las Pilas/Huerta Seca (Stika y
Jurich, 1999) y en Los Castillejos (Rovira, 2007). Respecto a la Edad del
Bronce, únicamente se han hallado algunas semillas de Papaver somniferum
ssp. setigerum en Fuente Álamo (Stika, 2000) y de adormidera, sin ser ads-
critas a ninguna subespecie concreta, en Peñalosa (Peña-Chocarro, 1999).

Nuevos datos arqueobotánicos en el interior de la península Ibérica

Hasta hace poco tiempo los estudios arqueobotánicos sobre la agri-


cultura neolítica de esta amplia región eran muy escasos. Sin embargo,
los trabajos desarrollados en los últimos años han aportado nuevos datos
arqueobotánicos de gran interés, tanto para los momentos iniciales como
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 154

154 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

para las fases posteriores. Destacan los materiales recogidos en la cueva


de La Vaquera (Segovia), La Lámpara y La Revilla del Campo en el valle
de Ambrona (Soria), y la cueva de El Mirador en la sierra de Atapuerca
(Burgos). Las dos primeras zonas han proporcionado dataciones anterio-
res al 6.000 BP, pero cuentan con datos arqueobotánicos muy diferentes.
La segunda, a la espera de nuevos trabajos también en las fases iniciales
del Neolítico, ha proporcionado unos resultados de gran calidad para las
fases del Neolítico final.
Desde los niveles más antiguos del yacimiento de La Vaquera (6.120
± 160 BP), fase IA, se documenta la presencia de cereales cultivados, com-
puestos por una mayor proporción de trigos desnudos sobre los vestidos: trigo
desnudo, escanda menor y escaña. A partir de la fase IB se identifican por
primera vez las cebadas, donde la desnuda presenta una importancia relati-
va con respecto a la vestida. En la fase II, cuyos materiales arqueológicos se
corresponden con los del Neolítico final de Andalucía, los trigos desnudos
siguen siendo la especie dominante, aun por encima de la cebada vestida.
En la misma fase se mantiene una presencia regular de escanda menor, aun-
que no de escaña (López García et al., 2003).
En cambio, la composición de los datos arqueobotánicos de los yaci-
mientos de La Lámpara y La Revilla del Campo señala el dominio de los
trigos vestidos, particularmente de escaña. Se trata de improntas identifica-
das en la cerámica y en la fabricación de adobes. Junto con ellos se han iden-
tificado restos de semillas de cebada, a los que se puede añadir también la
presencia de lino y de adormidera, que según el autor del estudio pueden
tratarse de cultivos (Stika, 1999a, 2005).
De particular interés son los últimos trabajos desarrollados en la Cueva
de El Mirador. Se trata de estudios arqueobotánicos realizados en niveles de
Neolítico final (MIR 6 y MIR 7), donde se registra un amplio espectro
de especies vegetales, tanto de cereales como de leguminosas cultivados. Pre-
domina el trigo desnudo, seguido de una menor proporción de escanda menor,
en cambio las cebadas (vestida y desnuda) aparecen en una proporción infe-
rior a los trigos. Cabe señalar también la presencia de leguminosas, represen-
tadas por el guisante (Rodríguez y Buxó, 2007).
En el alto valle del Ebro, los trabajos desarrollados en el yacimiento
de Los Cascajos (Navarra) señalan la presencia de cultivos, con cereales, ele-
mentos de almacenamiento y procesado de productos agrícolas en una cro-
nología que al menos arranca en 6.185 ± 75 BP (5.310-4.930 BC) (Peña-Cho-
carro et al., 2005). Destaca la composición del conjunto, con semillas de
cebada vestida y de trigos vestidos (escanda menor y escaña), junto con cas-
carillas y horquillas propias de este tipo de cereal.
Finalmente, cabe destacar los estudios efectuados en los yacimientos
del norte cántabro y vasco: El Mirón en Cantabria, y Herriko Barra, Pico
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 155

LAS PLANTAS CULTIVADAS 155

Ramos, Kobaederra y Lumentxa. En la Cueva de El Mirón se han identifica-


do restos de trigo desnudo y de trigos vestidos (escanda menor y escaña)
(Peña-Chocarro et al., 2005). En Herriko Barra se indica la existencia de cul-
tivos a partir de la presencia de polen de cereal en un contexto cronológico
c. 6.000-5.900 BP (Zapata Peña, com. oral). En los otros yacimientos se han
identificado cebadas y escanda menor (Zapata Peña, 2002).

La agricultura de las sociedades complejas del III y II milenio ANE

Los datos arqueobotánicos del Calcolítico y el Bronce peninsular refle-


jan, junto con la introducción de la metalurgia, el fenómeno campaniforme
y los inicios del urbanismo, algunas innovaciones en la gestión del territorio
agrícola, sin olvidar que aún perviven elementos del substrato anterior (figu-
ra 15). Sin embargo, esto no quiere decir que estos fenómenos se dieran de
la misma manera en las diferentes zonas estudiadas. La misma tecnología
relacionada con los procesos de producción subraya el mantenimiento, desde
el período anterior, de algunos instrumentos vinculados a diferentes proce-
sos técnicos de la práctica agrícola: dientes de hoz, molinos, hornos, estruc-
turas de almacenamiento.
La Edad del Bronce supone una novedad muy significativa, donde la
cultura de El Argar aparece con originales planteamientos en lo que se refie-
re a la distribución de los asentamientos, la organización del territorio para
la explotación de los recursos y la implantación de una fuerte ideología con
el desarrollo de jefaturas y del control político de los recursos. Estos cam-
bios se desarrollarán a lo largo del II milenio ANE y afectarán inicialmente
a la fachada mediterránea y a un amplio territorio entre el sureste y el País
Valenciano, con penetraciones en las llanuras manchegas, valle del Guadal-
quivir y Extremadura. En las otras áreas peninsulares, sin embargo, los pro-
cesos parecen ser mucho más lentos, debido en parte a la pervivencia de aspec-
tos culturales calcolíticos.

LA COMPLEJIDAD DEL SURESTE PENINSULAR

Los estudios arqueobotánicos realizados en los yacimientos del sureste


ponen en evidencia la presencia de múltiples y diversas especies vegetales uti-
lizadas por los grupos humanos durante la Prehistoria reciente (figura 16).
El gran número de datos disponibles en esta zona permite contar con
una visión diacrónica de la agricultura durante la primera etapa de la adop-
ción de la metalurgia (desde el Cobre hasta el Bronce argárico). En la Edad
del Cobre los estudios se circunscriben a dos regiones: las tierras de baja alti-
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156 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

1. Peñalosa (Jaén) 19. Niuet (Valencia)


2. Los Castillejos (Granada) 20. Les Jovades (Valencia)
3. Los Millares (Almería) 21 Les Moreres (Alicante)
4. Fuente Amarga (Granada) 22. Illeta dels Banyets de Campello (Alicante)
5. Cuesta del Negro (Granada) 23. La Sima del Ruidor (Teruel)
6. Cerro de la Virgen (Granada) 24. Hoya Quemada (Teruel)
7. Castellón Alto (Granada) 25. Las Costeras (Teruel)
8. El Malagón (Granada) 26. Minferri (Lérida)
9. Las Pilas/Huerta Seca (Almería) 27. Bòbila Madurell (Barcelona)
10. Campos (Almería) 28. Can Roqueta (Barcelona)
11. Fuente Álamo (Almería) 29. Cova del Toll (Barcelona)
12. Gatas (Almería) 30. La Fonollera (Gerona)
13. C. Murciélagos de Zuheros (Córdoba) 31. Bauma del Serrat del Pont (Girona)
14. Almizaraque (Almería) 32. Cova 120 (Gerona)
15. Cova des Càrritx (Menorca) 33. Institut de Batxillerat A. Pous (Barcelona)
16. Lloma de Betxí (Valencia) 34. Vilot de Montagut (Lérida)
17. Arenal de la Costa (Valencia) 35. Punta Farisa (Huesca)
18. Mola d’Agres (Valencia) 36. Masada de Ratón (Huesca)

FIGURA 15. Principales yacimientos del Cobre y de la Edad del Bronce con estu-
dios arqueobotánicos realizados.

tud de Almería y la depresión de Vera y los altiplanos del interior de la zona


oriental de Granada. La secuencia cronológica más reciente se apoya princi-
palmente en la información disponible procedente de los yacimientos de
Los Castillejos, Los Millares y el Cerro de la Virgen (Molina et al,. 2004).
El desarrollo incipiente de la metalurgia del cobre se produce en ciertas regio-
nes en un contexto datado en 3.500-3.300/3.200 ANE, pero los acontecimien-
tos de mayor importancia que afectan a las formas de cultivo ocurren duran-
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LAS PLANTAS CULTIVADAS 157

FIGURA 16. Comparación diacrónica de la frecuencia relativa de las diferentes


especies de cereales del Cobre y de la Edad del Bronce. Las especies representadas
son: Hordeum vulgare (Hv), Hordeum vulgare nudum (Hvn), Triticum aestivum/durum
(Ta/d), Triticum aestivum/durum tipo compactum (Ta/dc), Triticum dicoccum (TD),
Triticum monococcum (Tm) y Panicum miliaceum (Pm).

te el desarrollo de la cultura de Los Millares, en un período que puede situar-


se entre 3.300/3.200 y 2.500/2.400 ANE.
La edad del Bronce del sureste es el Bronce del Argar (2.200/1.400
ANE), contexto cultural de pleno desarrollo de la metalurgia entre 1.900 y
1.600 ANE, que se caracteriza, en primer lugar, por la expansión de estas
comunidades hacia los altiplanos orientales de Granada y Sierra Morena y,
en segundo lugar, con el máximo desarrollo del control territorial posterior
hacia zonas más montañosas y hacia el sur del País Valenciano. Los yaci-
mientos argáricos cubren principalmente dos zonas geográficas: la primera,
en la proximidad de Almería, al sur de Murcia y al este de Granada, y la
segunda, en las provincias de Jaén y Málaga.
En la actualidad, la característica climática principal del sureste de la
península Ibérica es la aridez. Las precipitaciones no superan los 350 mm
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158 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

anuales y en algunas ocasiones no rebasan los 200. Sólo las zonas de mon-
taña pueden registrar precipitaciones más elevadas, que pueden ser del orden
de 750 mm anuales. La evolución de los suelos está relacionada con el subs-
trato geológico, pero sobre todo con una fuerte antropización del territorio,
siendo extremadamente pobres en materia orgánica.
Los resultados paleoecológicos indican que durante el período com-
prendido entre 7.000 y 4.500 BP se da el momento de máximo recubrimien-
to vegetal, constituido por una vegetación termomediterránea arbustiva de
tipo maquia en las zonas bajas, donde predomina la coscoja, el acebuche y
el lentisco. En las zonas más montañosas del interior se instalarían formacio-
nes forestales de carácter más mesófilo, formadas por aliso, abedul, avella-
no, etc. (Yll et al., 1995; Pantaleón-Cano et al., 1995).
Con posterioridad a c. 4.500 BP, entre la Edad del Cobre y la del Bron-
ce (Rodríguez Ariza, 1992, 2000a), acontece una evolución significativa de
las condiciones ambientales, que revelan la práctica desaparición de los taxo-
nes arbóreos, con la disminución del recubrimiento vegetal del territorio y
el establecimiento de otras más estépicas. Hay indicios que señalan que la
acción antrópica podría haber originado zonas más abiertas, en las que se
observaría algún árbol ocasional (de encinas o pequeños rodales de pino
carrasco) junto con jaras, leguminosas arbustivas, brezos, romeros y tomi-
llos. A pesar de ello, en los fondos de los valles todavía quedarían restos de
la ripisilva (fresnos, álamos, sauces y tarayes), aunque ya se encontraría tam-
bién afectada por las actividades agrícolas.
Durante el Bronce argárico se acentúa el proceso iniciado en el perío-
do anterior, con un mayor peso de la maquia o del matorral, pero destaca
sobre todo la regresión de la ripisilva. Ésta se podría relacionar con la con-
tinua deforestación de las vegas de los ríos para transformarlas en campos de
cultivo, aunque hay indicios significativos de cambio en los parámetros bio-
climáticos a escala global, con el aumento de unas condiciones ambientales
esencialmente áridas, que podría significar una disminución del caudal de los
cursos de agua y, por consiguiente, de la vegetación de ribera (Pantaleón-
Cano et al., 1995).
Es probable una transformación precoz del medio en el sureste de la
Península, aunque no se puede excluir que los datos antracológicos actual-
mente disponibles para la Edad del Cobre subestimen el estado de transfor-
mación de la vegetación en esta época. El desarrollo del esparto, aparente
para el Cobre del Cerro de la Virgen y de Los Millares, pero más intenso en
la Edad del Bronce de Castellón Alto, de Fuente Amarga o de la mayoría de
yacimientos argáricos, puede confirmar la presencia de espacios abiertos entre
el matorral de carrasco.
La evolución hacia un medio más árido a corto plazo en la Edad del
Cobre no excluye la presencia de zonas húmedas, posibilidad que podemos
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 159

LAS PLANTAS CULTIVADAS 159

avalar con la presencia de vid silvestre entre las muestras carpológicas de Los
Millares (especie propia de espacios próximos a corrientes de agua y de
bosques más o menos húmedos); aunque el análisis de carbones de la última
fase de Los Millares sugiera que no se recolecta combustible en la ripisilva,
ello no quiere decir que estas formaciones vegetales hubiesen desaparecido.
Los datos empíricos ofrecen un amplio espectro de especies cultiva-
das, que reposan sobre un número bastante importante de muestras, proce-
dentes de poco más de una veintena de yacimientos (Buxó, 1997). Los tra-
bajos desarrollados en los últimos años han ampliado los datos existentes
tanto para la Edad del Cobre como para la del Bronce, con los materiales de
los yacimientos de Las Pilas/Huerta Seca, Peñalosa, Gatas y Los Castillejos
(Peña-Chocarro, 1999; Castro et al., 1999, 2001; Rovira, 2000, 2007).
Los estudios arqueobotánicos existentes para la Edad del Cobre proce-
den principalmente de yacimientos situados en las tierras del interior, en las
orillas o cerca de los ríos y vegas formadas por llanuras aluviales y de seca-
no, en altitudes medias entorno a los 900 m, y de asentamientos de baja alti-
tud. Los principales son Cerro de la Virgen, El Malagón, Campos, Los Milla-
res (Buxó, 1997), Almizaraque (Netolitzky, 1935; Stika y Jurich, 1999), la
Cueva del Calor (Rivera et al., 1988), El Garcel (Chapman, 1991), Les More-
res (Pérez-Jordà, inédito), Las Pilas/Huerta Seca (Rovira, 2000; Stika y Jurich,
1999) y la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Peña-Chocarro, 1999).
Respecto a la Edad del Bronce, los datos proceden de los yacimientos
de El Acequión (Llorach et al., 2000), El Argar (Hopf, 1991; Stika y Jurich,
1998), Castellón Alto (Rodríguez-Ariza et al., 1996; Buxó, 1997), Cuesta del
Negro, Cerro de la Virgen y Fuente Amarga (Buxó, 1997), Cabezo de la Cruz,
el Rincón de Almendricos, Fuente Vermeja (Rivera et al., 1988), Cerro de las
Viñas (Rivera et al., 1988; Precioso, 1995), Fuente Álamo (Stika, 1988, 2000),
Ifre, Lugarico Viejo y Zapata (Hopf, 1991), Gatas (Castro et al., 1999), Madres
Mercedarias (Precioso, 1996), Los Tiestos (Precioso, 1995), Peñalosa (Peña-
Chocarro, 1999), Sevilleja (Spanedda et al., 2004) y El Picacho (López Gar-
cía, 1980b).
Los estudios de R. Buxó (1997) permitieron documentar la presencia
de las diferentes variedades vestidas y desnudas de trigo y cebada. Los pos-
teriores trabajos realizados en la zona han confirmado este espectro, consta-
tándose que los cereales más importantes desde el Neolítico antiguo hasta el
Cobre son el trigo desnudo y la cebada desnuda (Rovira, 2000), mientras que
la cebada vestida y los trigos desnudos predominan en los yacimientos de la
Edad del Bronce.
Sin embargo, los datos de que disponemos para el Cobre sugieren dife-
rencias respecto a la importancia y abundancia de estas especies en función
de los yacimientos o de las áreas geográficas donde éstos se localizan. Por
un lado, el trigo desnudo aparece representado con valores inferiores a la
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160 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

cebada desnuda en Las Pilas/Huerta Seca y el Cerro de la Virgen, aunque es


claramente minoritario en El Malagón, Campos, Los Millares, Almizaraque
y Los Castillejos. Asimismo, algunos estudios destacan también el aumento
en este período del trigo desnudo de tipo compacto respecto al trigo desnu-
do duro/común, aunque parece tratarse de un fenómeno restringido a algu-
nos yacimientos (principalmente en Los Castillejos y Almizaraque) y no de
influencia más amplia (Stika y Jurich, 1999; Rovira, 2000). Por otro lado, la
cebada desnuda constituye la variedad de cebada predominante en la mayo-
ría de yacimientos de este período, a pesar de que en El Argar y Los Milla-
res muestran valores parecidos a los de la cebada vestida o una presencia tes-
timonial en la Cueva de los Murciélagos de Zuheros.
Por su parte, la cebada vestida se halla con valores relativamente meno-
res en relación con la cebada desnuda, con la excepción de Gatas, donde es
la única variedad de cebada documentada. Junto con el trigo vestido, estos
dos cereales son escasos en los yacimientos de la depresión de Vera, pero
parecen aumentar hacia las tierras del interior (principalmente en la depre-
sión de Guadix-Baza). Esta situación podría explicarse por las necesidades
específicas (en relación con la composición del suelo, el clima o la tempera-
tura) de las especies cultivadas de trigo y cebada (Buxó, 1997).
Los cambios más notables parecen registrarse durante la Edad del Bron-
ce, con el aumento y la presencia consistente de la cebada vestida. Los datos
obtenidos confirman la existencia de una agricultura cerealística bien desa-
rrollada con predominio de la cebada vestida y de los trigos desnudos, a lo
que debemos añadir la introducción de cultivos como el mijo o panizo. A pesar
de ello, hacemos notar que en algunos yacimientos, como El Acequión y
Cerro de la Virgen, la cebada desnuda continuará siendo la variedad predo-
minante durante las primeras fases de este período (Llorach et al., 2000). Sin
embargo, como ya se ha señalado, otros datos no son plenamente concluyen-
tes al respecto, porque Gatas destaca por el desarrollo de la cebada vestida
desde el contexto calcolítico (Castro et al., 1999), mientras que en Almiza-
raque se confirman frecuencias similares entre cebada desnuda y vestida (Stika
y Jurich, 1999).
Otro caso relevante concierne al aumento relativo del cultivo de la esca-
ña a partir de finales del Calcolítico, que va adquiriendo mayor peso relati-
vo durante la Edad del Bronce. Este trigo vestido no parece haber sido un
cultivo trascendente durante la mayor parte de la Prehistoria reciente del sures-
te, hallándose más bien como una mala hierba mezclada con los cultivos prin-
cipales. Sin embargo, los primeros estudios en Castellón Alto parecen suge-
rir un cambio en su explotación durante la Edad del Bronce. Los resultados
señalan una frecuencia importante de semillas, que incluyen además una mez-
cla de subproductos inusual en otro tipo de cereales para el consumo huma-
no, donde las tareas de cuidado y transformación del alimento son mayores.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 161

LAS PLANTAS CULTIVADAS 161

Esta situación puede estar relacionada con un cultivo o explotación especia-


lizada de la escaña destinada al consumo animal, aunque tampoco desesti-
mamos que este cereal se reservara también para el consumo humano (Buxó,
1997). Algunos estudios etnobotánicos parecen abundar en esta hipótesis,
pues el elevado número de subproductos junto con las semillas reflejan un
procesado poco refinado, más bien representativo de alimento dirigido al
ganado (Peña-Chocarro, 1999). No parece que esta circunstancia se trate de
un fenómeno general en la región, porque en otros yacimientos del Bronce
como Peñalosa, el cultivo de trigos vestidos (en particular el de escaña) pare-
ce encontrarse en un segundo plano (Peña-Chocarro, 2000).
Con valores relativamente bajos, aparece también representado el
mijo/panizo. La plena expansión de estas especies tiene lugar durante la Edad
del Hierro, aunque es cada vez más frecuente su identificación en contextos
de la Edad del Bronce. Los mijos aparecen documentados en Fuente Álamo
(Stika, 2000), el Rincón de Almendricos (Rivera et al., 1988), Cabezo Redon-
do y El Acequión (Llorach et al., 2000), Los Tiestos (Precioso, 1995), Cerro
de la Virgen (Hopf, 1991), Castellón Alto (Rovira, 2007), Peñalosa (Peña-
Chocarro, 1999) y, en un contexto del Bronce final, en Guadix (Rovira, 2007).
Capítulo aparte merecen los conjuntos atípicos de Panicum/Setaria docu-
mentados en el sureste, donde presumiblemente pueden tratarse de especies
silvestres endémicas desconocidas por la botánica actual (Stika, 1988; Rovi-
ra, 2000). Otras hipótesis aportan datos que apuntan a que estas semillas pue-
dan pertenecer al género Sorghum. El sorgo domesticado (Sorghum bicolor
ssp. bicolor) tiene su origen probablemente en el África subsahariana. Aun-
que esta especie no es endémica del norte de África, existen diversas espe-
cies de mijo en las regiones desérticas del Sahara (Panicum turgidum y Pen-
nisetum americanum) que tienen una gran importancia en la alimentación
de los grupos nómadas (Gast, 2000). La última de estas dos especies se cul-
tiva y domestica desde el II milenio ANE.
Los restos de semillas de Sorghum sp. han sido hallados en muestras
calcolíticas de Las Pilas/Huerta Seca (Rovira, 2007) y de la Edad del Bron-
ce en Los Tiestos y el Cabezo del Plomo (Precioso, 1995). En cualquiera de
los casos, si estas hipótesis se confirmaran, podría significar que a finales del
Calcolítico (coincidiendo con el contexto campaniforme) se podrían haber
introducido especies de sorgo o mijo desde el norte de África en las regio-
nes costeras del sureste, probablemente como malas hierbas de los cultivos
de cereal.
Por su parte, el cultivo de leguminosas presenta unos valores cuantita-
tivos relativamente menores, aunque su representación taxonómica es con-
sistente tanto para el Cobre como para el Bronce. Del primer contexto cro-
nológico se han documentado ejemplares de almorta en El Garcel (Rivera et
al., 1988) y Campos (Buxó, 1997), y de guisante y haba en Campos, Los
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162 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Millares, Cerro de la Virgen, El Malagón (Buxó, 1997), la Cueva de los Mur-


ciélagos de Zuheros (Peña-Chocarro, 1999), Las Pilas/Huerta Seca (Rovira,
2000) y Almizaraque (Stika y Jurich, 1999). Del segundo, podemos obser-
var cómo se mantienen las mismas especies en Peñalosa (Peña-Chocarro,
2000), así como ejemplares de guisante en Castellón Alto (Buxó, 1997) y
Gatas (Castro et al., 1999), de haba en Cerro de la Virgen, de lenteja en el
Rincón de Almendricos (Rivera et al., 1988) y Cuesta del Negro (Buxó, 1997),
y de arveja cultivada en la Cuesta del Negro (Buxó, 1997), el Cerro de las
Viñas (Precioso, 1995) y el Rincón de Almendricos (Rivera et al., 1988).
El haba es la leguminosa más abundante en el registro arqueobotánico.
A partir del Cobre es la más común en la mayoría de yacimientos (Las
Pilas/Huerta Seca, Almizaraque, Campos, Los Castillejos, Cerro de la Vir-
gen, El Malagón, Los Millares, la Cueva de los Murciélagos de Zuheros, Les
Moreres); pero en los contextos de la Edad del Bronce aparece con frecuen-
cia y valores relativamente bajos (Los Castillejos, Peñalosa, Gatas, Castellón
Alto, Cerro de la Virgen, Fuente Álamo, Cerro de las Viñas, Ifre, Lugarico
Viejo, Zapata, Madres Mercedarias y El Rincón de Almendricos).
El lino es una de las especies que con seguridad se añade al repertorio
de las plantas cultivadas durante el Calcolítico-Bronce. En el sureste se ha
documentado en numerosos asentamientos argáricos. Como ya se ha señala-
do, se le supone tanto un uso culinario (aceite) como relacionado con su fibra.
La distinción entre las semillas de lino cultivado y las de tipo silvestre
sigue siendo en ocasiones compleja, ya que depende principalmente de pará-
metros métricos. La mayoría de los restos mencionados en el registro arqueo-
botánico son cercanos al lino cultivado, pero no podemos ser concluyentes
con las muestras de época calcolítica, ya que podrían tratarse también de for-
mas intermedias entre los dos o incluso de tipo silvestre. A este respecto, se
sugiere que su introducción como planta cultivada no debe ser anterior al
2.500 ANE (Van Zeist, 1980; Hopf, 1991; Alonso y Buxó, 1995; Buxó, 1997),
sin relación alguna con una introducción sincrónica con el cultivo del haba
(Van Zeist, 1980).
Las semillas de lino son abundantes en los yacimientos eneolíticos de
Portugal: en Zambujal (Hopf, 1979) y en el Castro de Vilanova de San Pedro,
aunque podría tratarse de Linum humile Mill. (Pinto da Silva, 1988). Pero las
muestras más importantes proceden de las excavaciones antiguas de Cam-
pos, Lugarico Viejo, Zapata, El Oficio y El Argar (Siret y Siret, 1890) y Almi-
zaraque (Netolitzsky, 1935), donde se especifica que habrían podido ser con-
sumidas bajo la primera forma descrita anteriormente. Los estudios recientes
confirman su presencia desde el Calcolítico en Cueva Sagrada (Rivera y Obón,
1987; Rivera et al., 1988), Los Castillejos (Rovira, 2007), Las Pilas/Huerta
Seca (Stika y Jurich, 1999) y Campos (Buxó, 1997). Durante el Bronce,
destacan los numerosos hallazgos en El Argar (Stika y Jurich, 1998), El Ace-
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LAS PLANTAS CULTIVADAS 163

quión (Llorach et al., 2000), Castellón Alto (Rodríguez-Ariza et al., 1996;


Buxó, 1997; Rovira, 2007), Cerro de la Virgen y Zapata (Hopf, 1991), Cerro
de las Viñas y Rincón de Almendricos (Rivera et al., 1988), Los Castillejos
(Rovira, 2007), Gatas (Castro et al., 1999), Fuente Álamo (Buxó, 1997; Stika,
2000) y Peñalosa (Peña-Chocarro, 1999). Asimismo se cita en Almoloya,
Brujas, Cerro del Culantrillo, Cuesta del Negro, Cabezo de la Cruz, Cuevas
de la Garrobina, Sorbas y Puntarrón Chico (Rivera et al., 1988), El Oficio y
Lugarico Viejo (Rivera et al., 1988; Chapman, 1991; Buxó, 1997) y La Bas-
tida (Rivera et al., 1988; Chapman, 1991).
Por lo que respecta al olivo, como ya se ha señalado en el capítulo 2,
las referencias carpológicas en el sureste están documentadas en diversos
yacimientos neolíticos (Buxó, 1997), pero los hallazgos más numerosos son
los obtenidos en los contextos de la Edad del Cobre (Hopf, 1979; Van Zeist,
1980; Buxó, 1997; Rovira, 2007). Es interesante señalar la hipótesis de que
las aceitunas documentadas en Los Castillejos y Castellón Alto podrían tener
su origen probablemente en el comercio, puesto que la ausencia en estos yaci-
mientos de carbones de madera podría sugerir que los olivos no crecen en
estas zonas (Rodríguez y Montes, 2005). Por su parte, con el término de Olea
europaea aparecen también huesos de aceituna, sin precisar la variedad, en
contextos de época neolítica, en la Cueva de la Carigüela y la Cueva de los
Murciélagos de Zuheros (Rivera et al., 1988; Chapman, 1991); de época
calcolítica, en Almizaraque y Las Pilas/Huerta Seca (Stika y Jurich, 1999),
la Cueva del Calor y Cueva Sagrada (Rivera et al., 1988), Los Millares (Neto-
litzky, 1935) y El Garcel (Rivera et al., 1988; Chapman, 1991); y de la edad
del Bronce, en El Argar (Stika y Jurich, 1998; Hopf, 1991), Fuente Álamo
(Stika, 2000), Ifre y Zapata (Hopf, 1991), Peñalosa (Peña-Chocarro, 1999),
Blanquizares (Rivera et al., 1988) y Gatas (Castro et al., 1999).
Recientes investigaciones sobre el origen filogenético de diversas varie-
dades silvestres y domésticas actuales consideran al menos dos focos de domes-
ticación del acebuche en la cuenca mediterránea: por un lado, el Magreb y el
suroeste de Europa, y por otro, Grecia y el suroeste asiático (Besnard et al.,
1999; Terral et al., 2004). Un proceso de domesticación en el Mediterráneo
occidental podría haberse iniciado durante el Neolítico, probablemente en sus
fases finales, y a partir del Calcolítico y la Edad del Bronce, especialmente
en el sureste peninsular, con la explotación de especies locales de acebuche.
A partir de la primera Edad del Hierro, los fenicios y los griegos podrían haber
introducido nuevas variedades domésticas, procedentes tanto del suroeste asiá-
tico como del norte de África (Cartago). Estas variedades alóctonas habrían
suplantado o se habrían mezclado con las variedades locales a partir de la
segunda Edad del Hierro y en época romana, desde el momento en que se esta-
blece una economía orientada hacia sus productos secundarios (aceite), por-
que son mucho más productivas (Chabal et al., 1999; Terral et al., 2004).
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164 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Por lo que respecta a la variedad doméstica, los hallazgos más anti-


guos en el área mediterránea, como el olivo cultivado, no se identifican
hasta la segunda Edad del Hierro. En la península Ibérica, las evidencias
arqueobotánicas y arqueológicas inequívocas que atestiguan la presencia de
olivo domesticado y de una producción de aceite no se producirán hasta el
siglo IV ANE (Buxó, 1997).
Una mención especial merecen los restos procedentes de los contextos
funerarios de las islas Baleares. En la Cova des Càrritx (Ciutadella, Menor-
ca) (entre 1.450-1.400 y 800 cal ANE), la aparición conjunta de olivas mor-
fológicamente próximas a los ejemplares silvestres y de posibles formas
cultivadas, podría ser indicio de la coexistencia del cultivo del olivo con la
recolección de frutos silvestres (Stika, 1999b). Sin embargo, también existe
la posibilidad de que el acebuche y el olivo cultivado se sucediesen en el
tiempo.
En lo que se refiere a la vid, su origen y proceso de domesticación son
también problemáticos en la región, pues su área de distribución es amplia y
a partir de la información disponible en la actualidad no puede ser estable-
cida con seguridad. En la península Ibérica hay datos polínicos que indican
la presencia de vid silvestre desde el Pleistoceno medio, aunque la eviden-
cia de su cultivo no se establece con seguridad más que a partir de la
primera Edad del Hierro. Los hallazgos más antiguos se relacionan con los
contactos con el mundo colonial mediterráneo, principalmente de fenicios y
griegos. En esta región se conoce, a través de análisis polínicos, que desde
el Pleistoceno medio existe vid silvestre en Padul (Granada), pero, como se
ha señalado, también se documenta en contextos neolíticos de La Laguna de
las Madres (Buxó, 1997) y de Los Castillejos (Rovira, 2007). En este último
yacimiento la presencia de pepitas de uva se produce desde las primeras fases
de ocupación, que datan de finales del Neolítico antiguo-inicios del Neolíti-
co medio, aunque su aparición puntual y esporádica permanece a lo largo de
toda la secuencia neolítica.

El Bronce valenciano

Durante el III milenio se produce una expansión de la población en el


territorio y, por consiguiente, de los poblados de superficie (Bernabeu et al.,
1989). El poblado característico de este período se ubica en las zonas bajas
de los valles, sobre tierras margosas o terrazas fluviales, siguiendo los cur-
sos de agua.
La extensión de la ocupación territorial se generaliza durante la Edad
del Bronce, con una gran densidad de poblados y de cuevas. La cultura mate-
rial y el ritual funerario separan la zona de levante en dos grupos: la zona
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 165

LAS PLANTAS CULTIVADAS 165

meridional, muy influida por la cultura argárica, y el Bronce valenciano del


norte del Vinalopó, red fluvial que separa perpendicularmente las cadenas
montañosas prebéticas y subbéticas valencianas. Desde el Bronce antiguo al
Bronce medio, la organización habitacional de la ocupación humana man-
tiene una cierta continuidad, pero a partir de este período hay ciertas diferen-
cias en la zona del litoral en relación con el norte del valle del Ebro, más pró-
ximo al Bronce del nordeste.
La producción agraria no parece, en principio, muy diferente en el
período de transición del Calcolítico a la Edad del Bronce, pero podemos
encontrar algunas evidencias que favorecen el desarrollo agrícola de algu-
nos lugares (figura 16). Los estudios de semillas del yacimiento de Les Jova-
des señalan la consolidación de algunos rasgos específicos locales en los
cultivos como los apreciados en la zona del sureste, pero al mismo tiempo
se detecta un aumento de la representatividad de otros cultivos, que se pue-
den relacionar con un aumento importante de las actividades agropecuarias
(Buxó, 1993). Por un lado, porque se siguen manteniendo las plantas culti-
vadas conocidas en el período anterior, la cebada desnuda y el trigo desnu-
do, y por el otro, porque se constata una frecuencia mayor de la cebada
vestida y de las leguminosas cultivadas: guisante, haba y arveja. Esta situa-
ción no coincide plenamente con los resultados del yacimiento de Arenal de
la Costa, aunque sí mantiene una frecuencia importante de los cultivos loca-
les, representados especialmente por los valores relativamente altos de ceba-
da desnuda.
Pero la aproximación a la agricultura de la Edad del Bronce que plan-
teamos para Les Jovades no se puede abordar de manera más amplia en toda
la región. El principal obstáculo es un registro arqueobotánico escaso y que
se concentra básicamente en el Bronce pleno. Los datos que tenemos para
estos primeros momentos de la Edad del Bronce señalan cierta importancia
de la cebada desnuda junto con el trigo desnudo y la cebada vestida, y muy
poca de los trigos vestidos, como se desprende de la mayoría de asenta-
mientos con restos de semillas: Cueva de los Tiestos (Jumilla, Murcia), Cati
Foradá (Petrel, Alicante) (Buxó, 1990) o Castillarejo de los Moros (Andilla)
y Cerro de la Peladilla (Requena, Alicante) (Hopf, 1972).
Por lo que respecta al Bronce pleno, la presencia de conjuntos indivi-
dualizados de cebada vestida en los yacimientos de este período señala algu-
nos cambios en la representatividad de las especies cultivadas. En este sen-
tido, las concentraciones de este cereal en la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia)
(Pérez Jordà, 1998), Serra Grossa (Alicante) (Hopf, 1971) o la Illeta dels
Banyets (El Campello, Alicante) (Pérez Jordà, 2006b) parecen confirmar el
desarrollo de un patrón en el que predomina la cebada vestida frente a la ceba-
da desnuda. En la Illeta dels Banyets, el conjunto está formado por más de
un 99 % de cebada, dato que coincide con los porcentajes señalados en Lloma
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 166

166 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

de Betxí y Serra Grossa. Este mismo modelo, con predominio de la cebada


vestida y de los trigos desnudos, es el que se observa también en otros yaci-
mientos del Bronce de la región valenciana: Mola d’Agres (Grau Almero et
al., 2004) y Cabezo Redondo (Soler García, 1953). Paralelamente, los trigos
vestidos parecen situarse en un segundo plano, a excepción del yacimiento
de Cerro de la Peladilla, donde la escanda menor está mejor representada
(Hopf, 1971). Una situación parecida revelan también los resultados de la
cueva de la Sima del Ruidor (1.250-1.100 ANE), en el sur del sistema Ibéri-
co, donde los cereales están constituidos por concentraciones de cebada
vestida y de trigo desnudo (Buxó, 1997).
Las leguminosas están también representadas en el Bronce valenciano.
En Lloma de Betxí y la Mola d’Agres se señala la presencia de habas, gui-
santes y lentejas, aunque sin concentración alguna. Cabe destacar, sin embar-
go, los conjuntos de haba documentados en la Cardosilla de Requena y los
estudios recientes en les Moreres de Crevillent (Pérez Jordà, 1998), donde se
confirma también la importancia de la leguminosa en los cultivos de este
período.
Por su parte, la posible documentación de lino cultivado en la Mola
d’Agres (Grau Almero et al., 2004) junto a una importante diversidad de ce-
reales y leguminosas pueden sugerir cambios en las fases finales de la Edad
del Bronce (Pérez Jordà, 2006b), como parece observarse en otras zonas
peninsulares (Buxó, 1997).

El nordeste en el II milenio

La Edad del Bronce del nordeste está marcada por una fuerte tradición
de raíces calcolíticas. Como en otras áreas peninsulares, las fases antigua y
media del Bronce están menos definidas, donde perviven restos del megali-
tismo, así como la tradición del vaso campaniforme, los modelos de ocupa-
ción conocidos, en cuevas y asentamientos al aire libre, y los rituales fune-
rarios de inhumación. En este sentido, una vez establecida la agricultura, no
parecen detectarse cambios significativos en la zona hasta finales del II mile-
nio ANE, sobre todo durante la primera Edad del Hierro y la época ibérica,
con una economía de subsistencia donde los excedentes y los intercambios
parecen muy limitados.
Sin embargo, de la primera a la segunda mitad del II milenio (c. 1.650
cal ANE), se perciben algunas aglomeraciones importantes en diferentes zonas
del territorio catalán —Minferri en el llano occidental, Bòbila Madurell y
Can Roqueta en las llanuras del sistema prelitoral, en Cataluña oriental—
donde encontramos cierta homogeneidad cultural. La población está aún frac-
cionada, con pequeñas comunidades estacionales territorialmente y sin una
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 167

LAS PLANTAS CULTIVADAS 167

diversificación social aparente. Pero en lo económico, estas comunidades pre-


sentan una mayor complejidad y capacidad en los sistemas de almacenamien-
to, principalmente silos, con un incremento taxonómico de las especies sil-
vestres relacionadas con la actividad agrícola, así como los primeros pasos
de una actividad tan importante como la metalurgia.
Los datos arqueobotánicos de época calcolítica y de las primeras fases
del Bronce se basan principalmente en los resultados del Institut de Batxi-
llerat Antoni Pous (Manlleu, Barcelona) (Buxó, 1995) y la Bòbila Madurell
(Sabadell, Barcelona) (Llongueras et al., 1986; Buxó, 1997) (figuras 15 y
16). Las plantas cultivadas más importantes son la cebada desnuda y el trigo
desnudo, pero la cebada vestida también parece crecer progresivamente, de
manera que cada vez va adquiriendo una importancia más significativa. En
cambio, los trigos vestidos (especialmente la escanda menor) mantienen
una posición secundaria y las leguminosas cultivadas están representadas con
muy pocos hallazgos. Sólo en el yacimiento del Institut de Batxillerat Anto-
ni Pous podemos citar la presencia de restos de arveja.
Los resultados de otros yacimientos con un menor número de mues-
tras no parecen señalar tampoco cambios importantes. Esto es lo que ocurre,
por ejemplo, en la Cova del Toll (Moià, Barcelona) (Hopf, 1971), en la Bauma
del Serrat del Pont (Tortellà, Gerona) (Alcalde et al., 1994), en la misma Cova
120 (Agustí et al., 1987) e incluso durante el Bronce final de La Fonollera
(Torroella de Montgrí, Gerona) (Pons et al., 1985), que ponen en evidencia
el aumento de la cebada vestida y sugieren, por primera vez, la posibilidad
de un retroceso del cultivo de cebada desnuda.
Por su parte, los datos arqueobotánicos disponibles en el llano occiden-
tal catalán ponen en evidencia un aumento significativo de las actividades
agrícolas, con material de gran interés y calidad (aunque sin llegar a la inten-
sidad y extensión de otras regiones peninsulares), que lo distinguen del resto
de Cataluña.
Los estudios arqueobotánicos proceden principalmente de los yacimien-
tos de Punta Farisa (Fraga, Huesca) (Alonso y Buxó, 1995), Minferri (June-
da, Lérida) y Masada de Ratón (Fraga, Huesca) (Alonso, 1999), a los que
cabe añadir los materiales del Vilot de Montagut (Alonso et al., 2002). El
conjunto de Minferri se atribuye al Bronce pleno (2.100-1.650 cal. ANE),
un período de fijación al terreno, con la sedentarización y la aparición de las
primeras aglomeraciones, mientras que Punta Farisa y Masada de Ratón
forman parte del grupo Segre-Cinca (1.650-800/750 cal. ANE), un grupo cul-
tural específico con las primeras manifestaciones protourbanas de Cataluña
(Alonso, 2000a).
Minferri y el Vilot de Montagut destacan por una agricultura basada en
el cultivo de cereales de invierno, principalmente de trigo desnudo, mientras
que en la Cova de Punta Farisa hay una mayor presencia de restos de ceba-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 168

168 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

da vestida. Por su parte, en Masada de Ratón los dos taxones permanecen en


iguales condiciones en cuanto a número de restos.
En lo referente a otros cereales identificados, los trigos vestidos y los
mijos son básicamente secundarios, pero en el caso de la cebada desnuda se
trata básicamente de un cultivo residual. La escanda menor se halla en un
número de estructuras similar al de la cebada vestida, pero en Masada de
Ratón y la Cova de Punta Farisa está representada principalmente por restos
de trilla. Los restos de mijos se documentan por primera vez desde media-
dos del II milenio en los yacimientos de Masada de Ratón y la Cova de Punta
Farisa. Los hallazgos realizados se presentan en cantidades suficientes que
permiten hablar con seguridad de su cultivo (Alonso, 2000a).
En contraste con los cereales, la presencia de leguminosas cultivadas es
escasa, y sólo en el yacimiento de la Cova de Punta Farisa podemos reseñar
algunos ejemplares de lenteja y guisante (Alonso y Buxó, 1995).
Con valores relativamente importantes, aparece también representado
el lino. Se han recuperado semillas en diversos yacimientos del Bronce pleno,
Minferri, y del grupo de Segre-Cinca, la Cova de Punta Farisa y Masada de
Ratón, aunque la única asociación segura a la especie cultivada corresponde
a los hallazgos de la Cova de Punta Farisa (Alonso y Buxó, 1995; Alonso,
1999). Como ya se ha señalado para el resto de la Península, la mayoría de
hallazgos de lino ha sido documentada en yacimientos argáricos, pero un
posible cultivo de esta planta parece haber sido detectado en un contexto de
la Edad del Bronce del yacimiento de Moncín (Borja, Zaragoza) (Wetters-
trom, 1994).
Los trabajos desarrollados en Masada de Ratón y en la Cova de Punta
Farisa parecen confirmar la intensificación agrícola de la zona del Bajo Cinca
a partir del Bronce pleno. Junto con el lino, el mijo y el panizo son las espe-
cies que con seguridad se añaden al repertorio de las plantas cultivadas. Su
presencia en cantidades relativamente importantes desvela que estos culti-
vos podrían haber llegado antes de la Edad del Hierro y no a partir de esa
época, como en algún momento se había sugerido (Van Zeist, 1980). Por otra
parte, como ya se ha señalado, los datos recogidos en algunos yacimientos
del Bronce argárico del sureste confirman la presencia antigua de mijos en
la Península, aunque hay dudas sobre su cultivo hasta por lo menos el Bron-
ce final (Rovira, 2007). Si a principios de la Edad del Bronce el panizo apa-
rece aún en su forma silvestre, los hallazgos en la Cova de Punta Farisa y
Masada de Ratón presentan las formas características de la especie cultiva-
da. Aparecen en cantidades considerables y proporciones parecidas con el
mijo común, como si se tratara de un cultivo, sugiriendo la posibilidad de que
el panizo ya se hubiera adoptado en su forma doméstica.
Según la información que se maneja, estas especies podrían haber sido
introducidas en la península Ibérica a través de los Pirineos, sea por Navarra
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 169

LAS PLANTAS CULTIVADAS 169

y el norte de Portugal desde el centro de Europa a través de Francia (Hopf,


1991), sea por los Pirineos orientales desde los valles del Tet y del Segre-
Cinca.
Los recientes hallazgos demuestran que en el sur de Francia se pueden
considerar dos posibles zonas de influencia en la introducción de los mijos
en la península Ibérica: una se situaría en la región del Quercy, donde hay
restos de mijo en los contextos del Bronce medio de la Grotte de la Perte du
Cros (Saillac) y de la Grotte du Noyer (Esclauzels) (Marinval, 1992b), y
que estaría en relación con una vía de acceso a la Península por el Pirineo
occidental; la otra se encontraría en el Midi junto con otras influencias de la
cultura de la Polada, por un acceso a través de los Pirineos orientales. Esta
posibilidad se refuerza con los hallazgos realizados en los niveles del Bron-
ce antiguo de la Bauma del Serrat del Pont (Garrotxa, Girona) (Alcalde et
al., 1997) y del Bronce medio de las cuevas de Bélesta y de Montou (ambas en
el Rosellón) (Buxó, 1997), y más recientemente en la depresión central, en el
yacimiento de Can Roqueta (Sabadell) (Rovira y Buxó, 1999).

La agricultura de la primera Edad del Hierro y de la época ibérica

La cultura ibérica define la práctica totalidad de la Edad del Hierro en


la zona meridional de la península Ibérica. Desde el siglo VII ANE hasta la
implantación del modelo económico romano, este territorio se caracteriza por
la existencia de áreas culturales y políticas que tienen en común un tipo de
economía de marcado carácter agrícola, con una distribución de los asenta-
mientos proyectada hacia las posibilidades potenciales del suelo. Sin embar-
go, según el tipo de asentamiento, la ordenación de los poblados puede ser
muy diferente, ya que no responde solamente a un modelo exclusivamente
económico, sino que también pueden intervenir criterios de funcionalidad y
de estrategia defensiva del territorio.
Pero no se puede evocar el desarrollo de la sociedad ibérica sin señalar
el encuentro con las culturas colonizadoras de fenicios y griegos, que fre-
cuentaron la región y establecieron colonias y, en definitiva, debido a su
presencia y a su acción, orientaron significativamente la transformación de
las comunidades indígenas de la península Ibérica. La evolución de la pro-
ducción indígena de la Edad del Hierro progresa así hacia una economía de
excedentes y de intercambio plenamente consolidada, como lo avalan el incre-
mento de nuevos productos cerealísticos y sobre todo la extensión de los cul-
tivos de la vid y del olivo.
En efecto, en el sur de la Península, a partir del impacto protocolonial,
cuando las poblaciones del Bronce final se ven fuertemente influenciadas por
las corrientes mediterráneas orientales, se señalan profundos cambios cultu-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 170

170 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

rales desde al menos el siglo VIII ANE. A finales del siglo VIII y principios
del siglo VII, se constatan también los contactos de los fenicios con la pobla-
ción indígena del este peninsular y, hacia la segunda mitad del VII, con la del
noreste. Hacia mediados del siglo VI hay suficientes elementos arqueológi-
cos que sugieren un fortalecimiento de los contactos foráneos con el mundo
indígena de esta zona y, en un breve período de tiempo, la influencia de los
griegos de Marsella con la fundación de Emporion (Empúries) dominará en
algunas áreas sobre la fenicia, que parece encontrarse en regresión.
El comercio con la población indígena tiene un radio de acción consi-
derable durante el siglo VII, que presenta todo tipo de mercancías y de pro-
ductos de origen fenicio, con lo que a cambio aquélla podía obtener aceite y
probablemente también vino. Sin embargo, es de suponer que, además de los
metales, los fenicios no desconocían las características potenciales de la agri-
cultura de la zona y, en particular, de los fértiles valles de aluvión de la Anda-
lucía oriental o del mismo valle del Guadalquivir.
La colonización fenicia aporta sin duda cambios importantes en las for-
mas tradicionales de vida de los indígenas de la región, que permiten poner
en evidencia algunos factores clave de ruptura con las tradiciones de la Edad
del Bronce. Los datos sobre agricultura en este contexto colonial proceden
principalmente de los estudios realizados en los yacimientos de Castillo de
Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz) y de Cerro del Villar (Guadal-
horce, Málaga). En Castillo de Doña Blanca los resultados anuncian en todas
las fases la presencia de una base cerealística, complementada con variados
productos hortícolas, además de la vid cultivada y el olivo (sin diferenciar si
se trata del tipo silvestre o cultivado), y la recolección de algunos frutos arbó-
reos (Chamorro 1994). Las fases más antiguas (fase I y II) con muestras de
semillas ocupan la práctica totalidad del siglo VII (675-600 ANE), señalán-
dose la cebada vestida como la especie más numerosa, seguida del trigo
desnudo, aunque durante la fase III (600-575 ANE) este último aumenta lige-
ramente por encima de la anterior, continuando con la misma representación
en la fase IV (575-500 ANE). Junto con los cereales, las muestras de Doña
Blanca presentan en todas las fases una frecuencia constante de legumino-
sas, con lenteja, garbanzo, guisante y haba. En Cerro del Villar los estudios
revelan la presencia de plantas cultivadas desde las primeras ocupaciones del
yacimiento, entre los siglos VIII al VI (Català, 1999). La agricultura es de
tipo cerealístico, con la explotación de cebada vestida y de trigo (desnudo y
vestido), junto con la de leguminosas (guisante y lenteja). Pero uno de los
hallazgos más interesantes es la vid, que no se descarta que fuera cultivada
en un lugar cercano al yacimiento.
Los datos disponibles para la primera Edad del Hierro son bastante
numerosos, aunque se circunscriben mayoritariamente a la zona de poste-
rior influencia ibérica (figuras 17, 18 y 19). A grandes rasgos, para la prime-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 171

LAS PLANTAS CULTIVADAS 171

1. Alisenda (Cáceres) 23. Alorda Park (Barcelona)


2. La Mata (Badajoz) 24. Turó de la Font de la Canya (Barcelona)
3. Alcazaba (Badajoz) 25. Turó de Ca n’Oliver (Barcelona)
4. Castillo de Doña Blanca (Cádiz) 26. Silos de la UAB (Barcelona)
5. Cerro del Villar (Málaga) 27. Can Xercavins (Barcelona)
6. Cerro de la Cruz (Córdoba) 28. Bòbila Madurell (Barcelona)
7. Puente Tablas (Jaén) 29. Can Roqueta (Barcelona)
8. Fuente Amarga (Granada) 30. Puig de Sant Andreu d’Ullestret (Girona)
9. Alt de Benimaquia (Alicante) 31. Illa d’en Reixac (Girona)
10. El Amarejo (Albacete) 32. Mas Castellar (Girona)
11. Fonteta/Ràbita (Alicante) 33. Sant Martí d’Empúries (Girona)
12. Los Villares (Valencia) 34. Empúries (Girona)
13. Bastida de los Alcuses (Valencia) 35. Els Vilars (Lérida)
14. Tossal de Sant Miquel (Valencia) 36. Margalef (Lérida)
15. La Seña (Valencia) 37. Tossal de les Tenalles (Lérida)
16. Castellet de Bernabé (Valencia) 38. Roques del Sarró (Lérida)
17. Vinarragell (Castellón) 39. Tozal de los Regallos (Huesca)
18. Puntal dels Llops (Castellón) 40. La Era Alta (Valladolid)
19. El Torelló d’Almassora (Castellón) 41. Cerro del Castillo (Valladolid)
20. Puig de la Nau (Castellón) 42. Soto de Medinilla (Valladolid)
21. Moleta del Remei (Tarragona) 43. Cerro de la Mota (Valladolid)
22. Barranc de Gàfols (Tarragona) 44. Alto de la Cruz (Navarra)

FIGURA 17. Principales yacimientos de la Edad del Hierro con estudios arqueobo-
tánicos realizados.

ra Edad del Hierro podemos señalar la producción de cebada vestida y de


trigo desnudo como cereales primarios, y de la escanda menor y cebada
desnuda (ya en regresión) como cereales secundarios. Entre los trigos, los
resultados actuales ponen de manifiesto una alta representación del trigo des-
nudo, aunque el trigo almidonero mantiene una presencia apreciable, al menos
en algunas zonas del mediterráneo peninsular. Los mijos y, más tarde, la
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 172

172 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 18. Comparación diacrónica de las frecuencias relativas entre cereales por
períodos cronológicos durante la Edad del Hierro (a partir de Pérez Jordà et al., 2007).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 173

LAS PLANTAS CULTIVADAS 173

FIGURA 19. Gráfico comparativo de la frecuencia relativa de los grandes grupos


de plantas cultivadas por zonas y por períodos cronológicos durante la Edad del
Hierro (a partir de Pérez Jordà et al., 2007).

avena, se desarrollarán como nuevos cultivos en la sociedad indígena. Su


expansión se produce a lo largo de todo el período, pero los mijos ya tienen
una distribución muy notable a partir de la primera Edad del Hierro, encon-
trándose en la mayoría de yacimientos del mediterráneo peninsular.
En Cataluña los datos se concentran en las comarcas centrales de la
depresión litoral y prelitoral, pero los trabajos desarrollados en los últimos
años han aumentado la información existente tanto para los valles del Segre
y del Cinca, como para el área del Empordà. En el período de transición a la
Edad del Hierro (entre 1.100-650 ANE) se crean aglomeraciones humanas
con grandes conjuntos formados por los campos de silos (un sistema de alma-
cenamiento de cereales a medio y largo plazo) en zonas del Penedès y Vallès-
Llobregat-Maresme, que en contacto con el mundo colonial fenicio y griego
conducirán a los indígenas del litoral a una especialización cerealícola que
se extenderá desde el sur de Tarragona hasta el Languedoc, y perdurará hasta
la época ibérica. Por su parte, en Cataluña occidental, con el desarrollo del
grupo del Segre-Cinca, se señala la presencia de un urbanismo incipiente y
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 174

174 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

una estructura social organizada en linajes emergentes, al mismo tiempo


que aparecen los primeros objetos de hierro autóctonos y poco después los
primeros contactos con el mundo colonial.
De la primera zona destacan los estudios realizados en la Bòbila Madu-
rell (Sabadell, Vallès Occidental), los silos de la UAB (Cerdanyola del Vallès,
Vallès Occidental), Can Roqueta (Sabadell, Vallès Occidental), Turó de la
Font de la Canya (Avinyonet del Penedès, Alt Penedès) y Barranc de Gàfols
(Ginestar, Ribera d’Ebre). En Cataluña occidental y Aragón, los datos arqueo-
botánicos de la primera Edad del Hierro (800/750 cal ANE-550 ANE) pro-
ceden principalmente de muestras de las fases 0 y I de Els Vilars (Arbeca,
Garrigues), de las fases II y III del Vilot de Montagut (Alcarràs, Segrià) y de
Tozal de los Regallos (Candasnos, Bajo Cinca). Finalmente, los estudios rea-
lizados en los yacimientos del noreste de Cataluña, Illa d’en Reixac (Ullas-
tret, Baix Empordà) y Sant Martí d’Empúries (Empúries-L’Escala, Alt Empor-
dà), son de particular interés, ya que permiten seguir la evolución de la
agricultura desde principios del I milenio hasta los inicios del asentamiento
griego, entre finales del siglo VII y principios del VI ANE.
Los hallazgos arqueobotánicos en los contextos del Bronce final y de la
primera Edad del Hierro se caracterizan por la presencia consistente de cerea-
les y leguminosas. Entre las plantas cultivadas, los cereales son las más abun-
dantes también para esta época, destacando la cebada vestida y el trigo des-
nudo. Éstos reflejan unas características de cultivo y de alimentación similares
a las de mayor parte del Mediterráneo occidental (Buxó et al., 1997).
La cebada es el cereal más frecuente, predominando la variedad vesti-
da frente a la desnuda, si bien no desaparece de los cultivos de la primera
Edad del Hierro, con cierto peso en el yacimiento de la Bòbila Madurell
(Buxó, 1997) o como cereal secundario en los silos de la UAB (Alonso y
Buxó, 1991) y en la fase II de Els Vilars (Alonso, 1999). Además de estos
yacimientos, la cebada desnuda aparece aún asociada con cebada vestida en
contextos de la primera Edad del Hierro del valle medio del Duero: Soto de
Medinilla (Valladolid) (Hopf, 1973) y Cerro del Castillo (Montealegre, Valla-
dolid) (Cubero, 1995).
La cebada vestida se encuentra representada con un porcentaje muy ele-
vado en la mayoría de yacimientos: silos de la UAB (Alonso y Buxó, 1991),
el Vilot de Montagut (Alonso et al., 2002), els Vilars d’Arbeca (Alonso, 1999),
Can Roqueta (Rovira y Buxó, 1999; Buxó, 2007), Barranc de Gàfols (Cube-
ro, 2000), Turó de la Font de la Canya (Avinyonet del Penedès, Alt Penedès)
(López Reyes, 2004), Illa d’en Reixac (Buxó, 1997) y Sant Martí d’Empú-
ries (Buxó, 1999a).
La presencia consistente de cebada vestida está también establecida en
contextos de inicios de la Edad del Hierro de la región valenciana. En los
estudios realizados aparece con valores relativamente altos en los yacimien-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 175

LAS PLANTAS CULTIVADAS 175

tos de Torrelló d’Almassora (Cubero, 1993a), Alt de Benimaquia (Pérez Jordà


et al., 1999) y Vinarragell (Borriana, Castellón) (Pérez Jordà y Buxó, 1995).
En este último, además, la cebada vestida se halla en una fosa de almacena-
miento en forma de concentración monoespecífica.
Los trigos de mayor peso aparecen representados por las variedades des-
nudas, entre las que se incluyen unas pocas formas compactas. Por el contra-
rio, los trigos vestidos aparecen como cultivos secundarios. La escanda menor
se mantiene en un nivel de frecuencia relativamente alto hasta época ibérica,
llegando en algunas ocasiones a proporciones parecidas a las del trigo des-
nudo, como ocurre en el yacimiento de Vilar del Met (Vilanova del Camí,
Anoia) (Cubero, 1991). Por su parte, la presencia de escaña es prácticamen-
te residual.
Con valores relativamente altos, aparece también representado el grupo
de los mijos. A partir del siglo VII ANE se observa una expansión considera-
ble de estos cultivos, siendo documentados en un 70 % de los yacimientos.
Hay hallazgos de mijo en Alto de la Cruz (Cubero, 1990), La Era Alta (Cube-
ro, 1995), Els Vilars (Alonso, 1999) y Can Roqueta (Rovira y Buxó, 1999);
de panizo en los silos de la UAB (Alonso y Buxó, 1991); de mijo y panizo
en Vinarragell (Pérez Jordà y Buxó, 1995), Torrelló d’Almassora (Cubero,
1993a), El Vilot de Montagut (Alonso et al., 2002), Tozal de los Regallos
(Alonso, 1999), Turó de la Font de la Canya (López Reyes, 2004), Bòbila
Madurell (Buxó, 1997), Illa d’en Reixac (Buxó, 1997) y Sant Martí d’Em-
púries (Buxó, 1999b).
Por lo que respecta al cultivo de las leguminosas, el conjunto de restos
es relativamente abundante en los yacimientos de la zona oriental catalana,
aunque es escaso en el llano occidental (tabla 11). Esta poca representación
se sigue asociando a un problema de tipo tafonómico, probablemente rela-
cionado con la diferencia de tratamiento agrícola y culinario entre las legu-
minosas y los cereales, aunque se propone también, con pocos datos consis-
tentes, la posibilidad de una importancia menor del cultivo de estas plantas.
A pesar de que el número de restos no es muy elevado, algunas legu-
minosas aumentan su presencia en la Cataluña costera durante la primera
Edad del Hierro. Se siguen cultivando las especies presentes desde el Neolí-
tico: guisante (Sant Martí d’Empúries, silos de la UAB, Bòbila Madurell, Can
Roqueta), lenteja (Sant Martí d’Empúries, silos de la UAB, Bòbila Madurell,
Can Roqueta, Turó de la Font de la Canya) y haba (silos de la UAB, Bòbila
Madurell, Can Roqueta). Pero otras se mencionan por primera vez: la veza
en los silos de la UAB (Alonso y Buxó, 1991), Can Roqueta (Buxó, 2007) y
el Turó de la Font de la Canya (López Reyes, 2004), la almorta o guija en el
Turó de la Font de la Canya (López Reyes, 2004), y la alfalfa en la Bòbila
Madurell (Buxó, 1997). Con valores relativamente bajos, en la región valen-
ciana se apunta la presencia de lenteja en el Torrelló d’Almassora (Cubero,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 176

176 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 11. Frecuencias relativas de leguminosas recuperadas en yacimientos


de la Edad del Hierro según la fase cronológica correspondiente.
Lathyrus cicera Lens Pisum Vicia Vicia Vicia Medicago
/sativus culinaris sativum ervilia faba sativa sativa
almorta lenteja guisante arveja haba yero alfalfa
1.ª Edad del Hierro
Extremadura-orientalizante
Aliseda 11,1
La Mata 7 1 3
Alcazaba orientalizante tardío 28,6
País Valenciano
Alt de Benimaquia 2,5 50
Ràbita 21,9 3,1
Torrelló d’Almassora 13,3
Celtiberia
Soto de Medinilla 8,3
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 4,1 6,1
Bòbila Madurell 3,8 3,8 1,9
Can Roqueta 20 6,7
Silos de la UAB 2,9 2,9
Cataluña occidental
Els Vilars 4

2.ª Edad del Hierro


Extremadura
Alcazaba 20
Ibérico antiguo
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 26,7
Can Xercavins 5,6
Cataluña septentrional
Empúries 9,1 9,1
Puig St. Andreu Ullastret 8,6 5,7
Illa d’en Reixac 9,1
Cataluña occidental
Els Vilars 2,7 1,3
Ibérico pleno
País Valenciano
Bastida de les Alcuses 2,6 1,3 2,6 11,7
Los Villares 11,3 1,6
Castellet de Bernabé 6,3 1,6 3,1
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 8,3 12,5
Can Xercavins 7,1
Ca n’Oliver 9,1 1,5 1,5 1,5
Cataluña septentrional
Mas Castellar de Pontós 2,4 3,6 4,8 1,6
Mas Castellar de Pontós 9,1 7,3 5,5 1,8 3,6
Mas Castellar de Pontós 2,6 1,3 5,3 2,6 2,6
Puig St. Andreu Ullastret 10
Illa d’en Reixac 10,2
Illa d’en Reixac 4,5 9,1 4,5
Cataluña occidental
Missatges 11,1
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 177

LAS PLANTAS CULTIVADAS 177

1998), de haba en Vinarragell (Pérez Jordà, 1995) y de guisante y veza en el


Alt de Benimaquia (Pérez Jordà et al., 1999).
La lenteja y el guisante son las leguminosas más representativas del
registro arqueobotánico. En Sant Martí d’Empúries, las dos especies presen-
tan porcentajes similares y se localizan en todas las fases de ocupación de la
Edad del Hierro (Buxó,1999b), mientras que en el Turó de la Font de la Canya
la lenteja es la más común, donde constituye el 58 % de las leguminosas
cultivadas (López Reyes, 2004). Por su parte, en Can Roqueta destacan len-
teja y haba en los contextos del Bronce final, mientras que guisante y tam-
bién lenteja en los del Hierro.
Los datos de la primera Edad del Hierro ofrecen un amplio espectro de
especies de cereales y leguminosas, pero los hallazgos asociados a otros
cultivos son mucho más reducidos (tabla 12). El lino, identificado desde
mediados del II milenio, está poco representado en las muestras de la pri-
mera Edad del Hierro. Hay datos de su presencia en los yacimientos de Sant
Martí d’Empúries (Buxó, 1999b) y de Barranc de Gàfols (Cubero, 1998). Por
su parte, durante este período se incluyen los primeros hallazgos de olivo y
de vid cultivados, aunque persiste la presencia del género Olea en el prime-
ro y de Vitis en el segundo (aún asociados a estados silvestres) en la prácti-
ca totalidad de los yacimientos estudiados.

LA AGRICULTURA IBÉRICA: DATOS ARQUEOBOTÁNICOS Y ESPECIFICIDADES

La información arqueobotánica de la que disponemos para el estudio


de la agricultura ibérica es todavía insuficiente y muy desigual según el perío-
do y la zona de que se trate. A pesar de ello, es indudable que existe un mar-
cado carácter agrícola de su economía, con un grado de complejidad técnica
superior al de la primera Edad del Hierro (figuras 17, 18 y 19).
Las transformaciones más importantes de esta etapa convergen en el
carácter excedentario de la producción. De toda la zona ibérica, los datos más
consistentes se concentran en Cataluña y representan más de la mitad de los
estudios realizados hasta la fecha, donde destacan por su uniformidad los
efectuados en muestras del Ibérico pleno (de mediados del siglo V a finales
del siglo III ANE) (Canal y Rovira, 1999; Alonso, 2000b). Sin embargo, los
trabajos desarrollados durante los últimos años en el área valenciana, han
ampliado los datos existentes tanto para la primera Edad del Hierro e Ibéri-
co antiguo (siglos VII a VI ANE) como para las fases del Ibérico pleno, con
materiales de gran interés en el Alt de Benimaquia, Los Villares, Puntal dels
Llops, Sant Miquel de Llíria, Bastida de les Alcusses y Castellet de Berna-
bé (Pérez Jordà, 1995; Pérez Jordà et al., 1999; Grau Almero et al., 2001;
Pérez Jordà, 2002; Adelantado et al., 2003).
TABLA 12. Frecuencias relativas de frutales y plantas artesanales recuperadas en yacimientos de la Edad del Hierro según la fase
cronológica correspondiente.
Corylus Ficus Juglans Olea Punica Prunus Prunus avium/ Vitis Camelina Linum
avellana carica regia europaea granatum dulcis cerasus vinifera sat. usitat.
avellana higuera nogal olivo granada almendra guindo/cereza vid camelina lino
1.ª Edad del Hierro
Extremadura-orientalizante
Aliseda 5 1 28
País Valenciano
Alt de Benimaquia 2,5 27,5
Ràbita 3,1 6,25
Los Villares 6 3
Torrelló d’Almassora 13,3
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 8,2
Barranc de Gàfols 22,2 44,4 11,1
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Bòbila Madurell 1,9


Silos de la UAB 2,9
Cataluña occidental
Tozal de los Regallos 16,7
2/7/08

2.ª Edad del Hierro


Extremadura
Alcazaba 20
19:41

Celtiberia
La Era Alta 6,7
Ibérico antiguo
País Valenciano
Ràbita 50
Los Villares 33,3
Página 178

Tos Pelat 30 15
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 6,7
Corylus Ficus Juglans Olea Punica Prunus Prunus avium/ Vitis Camelina Linum
avellana carica regia europaea granatum dulcis cerasus vinifera sat. usitat.
avellana higuera nogal olivo granada almendra guindo/cereza vid camelina lino
Can Xercavins 5,6
Cataluña septentrional
Empúries 18,2 9,1
Illa d’en Reixac 18,2
Cataluña occidental
Els Vilars 1,3 8
Ibérico pleno
País Valenciano
Bastida de les Alcusses 13 2,6 4,3 14,3
Los Villares 1,6 3,2 35,5
Castellet de Bernabé 6,3 12,5 3,1 6,3 14
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 8,3 8,3
Can Xercavins 14,3
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI

Ca n’Oliver 13,6
Cataluña septentrional
Mas Castellar de Pontós 0,4 1,2 0,4 5,2
Mas Castellar de Pontós 1,8 1,8 3,6 0,4
2/7/08

Mas Castellar de Pontós 3,9 1,3 13,2


Puig St. Andreu Ullastret 16,7
Illa d’en Reixac 10 6,8
19:41

Illa d’en Reixac 2,3 2,3


Cataluña occidental
Missatges 11,1
Página 179
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 180

180 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

A diferencia de las regiones anteriores, las otras zonas de la península


Ibérica reflejan un registro desigual y la interpretación puede entrañar algu-
nas lagunas. Como ya se ha señalado, en Andalucía, los datos arqueobotáni-
cos de la primera Edad del Hierro proceden básicamente del Castillo de Doña.
Blanca, con muestras de semillas que ocupan la práctica totalidad de los siglos
VII y VI ANE (Chamorro, 1994). Para la etapa ibérica, en Andalucía oriental
nos encontramos con un registro importante en Puente Tablas (Buxó, 1997),
Cerro de la Cruz (Arnanz, 2000) y Fuente Amarga (Buxó, 1997). En Anda-
lucía occidental y Extremadura, los datos se circunscriben a los recientes
hallazgos de Cancho Roano (Cubero, 1993b), Alcazaba (Grau Almero et al.,
1998), La Mata (Pérez Jordà, 2004) y Aliseda (Pérez Jordà, 1999).
Los cereales son los cultivos más importantes, con un amplio espec-
tro de ocho especies vegetales, formado por las diferentes variedades ves-
tidas y desnudas de trigo. La cebada vestida y el trigo desnudo son los res-
tos más abundantes y los más frecuentes en los yacimientos ibéricos
estudiados, por lo que debemos suponer que ambos se destinaban a la ali-
mentación humana. Se confirma la presencia consistente de la cebada ves-
tida como cereal más significativo desde la primera Edad del Hierro y, por
lo que respecta a la época ibérica, puede tratarse del cultivo más impor-
tante. En Cataluña se llega a documentar en el 82 % de los yacimientos
estudiados. Las concentraciones de cariópsides de cebada vestida limpias
de impurezas, formadas exclusivamente de esta especie, almacenadas en
el interior de las viviendas y, en algunos casos, asociadas a molinos, pue-
den confirmar su destino para el consumo humano pese a estar considera-
da poco apta para la panificación (Amouretti, 1994; Buxó, 1997; Pérez et
al., 1999). Resistente a la sequía, la cebada vestida es una especie rústica
que se adapta bien a los suelos calizos y que mantiene, en suelos pobres
y en iguales condiciones, una productividad mayor que el trigo desnudo
(Sarpaki, 1992).
El segundo cereal en importancia después de la cebada vestida es el
trigo desnudo. Esta especie se presenta de forma sistemática a lo largo de
toda la Edad del Hierro, donde se confirma también su cultivo individuali-
zado por el hallazgo de diferentes conjuntos. Una mayor exigencia, por lo
que respecta al tipo de suelo, podría limitar su expansión en relación con la
cebada vestida.
Entre las de trigo desnudo encontramos semillas con la forma corta y
redondeada que evocan, según algunos autores, los trigos desnudos de tipo
compacto (Buxó, 1997). Estos hallazgos son raros y en general aparecen
mezclados, aunque de manera minoritaria, con las formas desnudas de tipo
alargado.
Por su parte, la presencia de trigos vestidos se circunscribe esencial-
mente a la escanda menor, frecuente en la gran mayoría de yacimientos. Con-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 181

LAS PLANTAS CULTIVADAS 181

serva un papel relevante dentro de la agricultura ibérica, aunque marcada-


mente por debajo de la cebada vestida y el trigo desnudo. No obstante, exis-
ten algunos conjuntos con una presencia destacada de escanda menor que
podrían evocar diferencias regionales, si bien es cierto que contamos por el
momento con pocos datos. Entre éstos podemos destacar los hallazgos indi-
vidualizados de este cereal con restos de bases de espiguilla y de glumelas
en los yacimientos del Vilar del Met y de Moleta del Remei (Cubero, 1998),
su presencia entre los conjuntos de cebada de Cancho Roano (Cubero, 1993b),
Vinarragell (Pérez y Buxó, 1995), Castellet de Bernabé (Adelantado et al.,
2003) y su concentración en las muestras de los niveles de mediados del
siglo V y finales del siglo III ANE de Puente Tablas (Buxó, 1997). Si en Vina-
rragell los restos de escanda menor aparecen asociados a concentraciones
de cebada como resultado de una mezcla accidental en los campos de culti-
vo, en el caso del Castellet de Bernabé hay indicios para pensar que existe
un cultivo individualizado de esta especie, lo que explicaría el conjunto de
bases de espiguilla, glumelas y fragmentos de caña, que puede corresponder
a desechos de cribado (Adelantado et al., 2003).
En un plano mucho más reducido quedan la escaña y la cebada desnu-
da. Los datos disponibles son escasos, sin papel destacado en los materiales
documentados, formando parte de cultivos residuales o de menor entidad. La
cebada desnuda está ausente en la mayoría de yacimientos ibéricos, aunque
se documentan algunas semillas en Els Vilars, el Vilar del Met, Can Xerca-
vins y en la Neápolis de Empúries. Es posible que la cebada desnuda pueda
desaparecer de esta zona a partir de la época romana.
Comentario aparte merece el cultivo de los mijos y de la avena, que
parecen consolidarse a partir de época ibérica. Señalados con anterioridad
desde la Edad del Bronce, los hallazgos de mijo y panizo aumentan de mane-
ra considerable a partir de los siglos VII-VI ANE, con una presencia mayor
de éste último en la mayoría de yacimientos peninsulares de la etapa ibéri-
ca. Su cultivo tiene diversas modalidades de representación, que puede incluir
desde grandes concentraciones monoespecíficas hasta la asociación repetida
con otros cereales, como la cebada vestida.
La información disponible para abordar este problema es bastante irre-
gular desde el punto de vista geográfico, pero significativa. Por una parte, el
mijo y el panizo se localizan en el yacimiento, pero en muestras diferentes.
En Torrelló d’Almassora el panizo se presenta en grandes cantidades junta-
mente con la cebada, y el mijo también acompañado de otros restos (Cube-
ro, 1993a). Por otra parte, las dos especies se hallan conjuntamente en la
misma muestra, con el panizo altamente representado en el aspecto cuanti-
tativo. Por el momento se ha observado esta situación en Els Vilars (Alonso,
1999), el Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003), Illa d’en Reixac y Ullas-
tret (Buxó, 1997), en donde se encuentra, además, asociado a la cebada ves-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 182

182 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

tida, o con una representación análoga, como en Bòbila Madurell (Buxó,


1997) y Vinarragell (Pérez Jordà y Buxó, 1995), también asociados a la ceba-
da vestida.
La presencia de mijos está asimismo documentada en el contexto de
ibérico pleno de los principales yacimientos de la zona edetana: Castellet
de Bernabé, Los Villares, Bastida de les Alcusses, aunque los datos propor-
cionan una frecuencia menor de estos vegetales en comparación con los yaci-
mientos catalanes y de las comarcas de Castellón.
Por lo que respecta a la avena, ésta no forma parte de las primeras plan-
tas domesticadas y aparece primero de una forma discreta, como una mala
hierba, probablemente tolerada por los agricultores, hasta el momento en que
se empezara a cultivar de manera intencionada. Las primeras menciones en
el Mediterráneo occidental son del siglo V ANE y se circunscriben a yaci-
mientos del nordeste de Cataluña: Puig de Sant Andreu d’Ullastret (Buxó,
1997) y Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003).
Sin embargo, como especie cultivada la avena incluye pocas referen-
cias en los yacimientos ibéricos. Aparte de las menciones anteriores, desta-
ca su presencia en el Tossal de les Tenalles, con una cronología de los siglos
III-II ANE (Alonso, 1999). En este yacimiento ha sido posible su identifica-
ción gracias a que los restos conservaban sus glumelas. Todo apunta, pues,
a la circunstancia acreditada en la dificultad de separar las cariópsides de
avena cultivada de las de tipo silvestre, si no se conservan las glumelas. Esto
puede suponer que algunos ejemplares adscritos bajo el género Avena sp.
pudieran tratarse en realidad de avena cultivada.
En relación con los cereales, los hallazgos de leguminosas cultivadas
en los yacimientos ibéricos son menores, pero mantienen una frecuencia con-
sistente de varias especies, formada, según el orden de importancia cuantita-
tiva, por lenteja, guisante, haba, guija, arveja y alfalfa (tabla 11). Ninguna
de ellas está representada por una gran concentración, pero todo apunta a que
la lenteja, el guisante y el haba (documentadas entre el 40 % y el 15 % de
los yacimientos, respectivamente) son las especies relativamente más abun-
dantes.
La alfalfa es una de las especies, junto con la arveja, que con seguri-
dad se añaden al repertorio de leguminosas cultivadas durante la Edad del
Hierro. En Cataluña se ha documentado, por primera vez, en un contexto de
la primera Edad del Hierro en la Bòbila Madurell (Buxó, 1997) y en otro de
época ibérica en el yacimiento de Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003). Por
lo que respecta a la arveja, se conocen algunos restos en el Puig de Sant
Andreu d’Ullastret (Buxó, 1997), pero cabe destacar el hallazgo de una con-
centración importante en La Bastida de les Alcusses, además de aparecer con
una frecuencia alta en otras muestras del mismo yacimiento (Pérez Jordà et
al., 1999).
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 183

LAS PLANTAS CULTIVADAS 183

Los datos disponibles para otras leguminosas cultivadas, como el gar-


banzo (Cicer arietinum) y la arveja (Vicia ervilia), son muy escasos. La arve-
ja, conocida desde el Neolítico, es una leguminosa que aparece de forma muy
discreta en el yacimiento de Castellet de Bernabé (Adelantado et al., 2003).
El garbanzo, por su parte, ha sido identificado en algunos yacimientos del
sur de la Península: Castillo de Doña Blanca (Chamorro, 1994), Puente Tablas
y Los Castillejos (Buxó, 1997).
Las formas de preparación culinaria de estos productos son muy poco
conocidas, aunque es probable que se hirvieran como paso previo a un tra-
tamiento más elaborado. La presencia de residuos de haba en un molino
del yacimiento de Alorda Park (Calafell) sugiere que probablemente tam-
bién se obtenía harina. Pero en general no se realiza en ellos ningún tipo
de manipulación que comporte un contacto directo de las semillas con el
fuego, con lo que se reducen por tanto las posibilidades de que se carbo-
nicen y se conserven en los yacimientos arqueológicos. Algunas de estas
especies, como la alfalfa y la arveja, podrían estar indicando además cul-
tivos forrajeros.
Otros cultivos de relativa importancia en época ibérica son el lino y la
camelina (Camelina sativa) (tabla 12). Aunque se trata de especies de las que
contamos por el momento con pocos datos, no se puede subestimar su poten-
cial, dado que estas plantas se pueden aprovechar para diferentes usos: las
semillas particularmente para la producción de aceite (lino y camelina); las
fibras, para la fabricación de tejido (lino).
Relativamente abundante desde la Edad del Bronce en diferentes zonas
de la península Ibérica, la presencia de semillas de lino se confirma también
en los yacimientos de la Edad del Hierro. Se han encontrado restos en Sant
Martí d’Empúries (Buxó, 1999b), en la Neápolis de Empúries (Buxó, 1989),
Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003), Barranc de Gàfols (Cubero, 1998) y
en Castillo de Doña Blanca (Chamorro, 1994). De especial interés son las
dos estructuras de la segunda mitad del siglo III ANE del Coll del Moro (Gan-
desa, Terra Alta) relacionadas con el tratamiento de la fibra de lino, en el inte-
rior de las cuales se conservaron restos microscópicos de tallos y fibras (Alon-
so y Juan, 1994). Por lo que respecta a la camelina los hallazgos son poco
comunes, ya que sólo conocemos un caso procedente del yacimiento de Illa
d’en Reixac (Buxó, 1997).
El cultivo de frutales es una de las características de la agricultura indí-
gena en la mitad sur peninsular durante la Edad del Hierro, mientras que en
el nordeste el proceso parece tener menor incidencia (tabla 12). Los estu-
dios desarrollados durante los últimos años en los asentamientos relaciona-
dos con la colonización fenicia de las costas de Andalucía aportan eviden-
cias de estos cultivos desde sus fases iniciales. Destacan el Castillo de Doña
Blanca (Chamorro, 1994), el Cerro del Villar (Català, 1999), La Ràbita (Guar-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 184

184 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

damar del Segura) (Iborra et al., 2003), el Alt de Benimaquia (Dénia, Alican-
te) (Gómez Bellard et al., 1993) y el Torrelló d’Almassora (Cubero, 1993a),
donde la vid se cultiva desde el siglo VII ANE. En el siglo VI aparecen restos
de esta especie en Los Villares, lo que parece confirmar, a partir de este
momento, su presencia de manera sistemática en la totalidad de los asenta-
mientos de la zona valenciana (Pérez Jordà et al., 1999).
Por su parte, en el nordeste de la Península la primera mención de vid
parece corresponder a yacimientos con cronologías de la primera Edad del
Hierro (siglo VIII y primera mitad del VI ANE). Destacan los hallazgos de vid,
por su calidad y abundancia, en el Turó de la Font de la Canya (López Reyes,
2004) y los realizados en Sant Martí d’Empúries (Buxó, 1999b) y el Barranc
de Gàfols (Cubero, 1998). En el caso del Turó de la Font de la Canya cuen-
ta además con indicios de una incipiente economía vitivinícola de carácter
local.
La identificación de pepitas se sucede durante los siglos V-III ANE en
los yacimientos de Moleta del Remei (Alcanar, Montsià), Mas Castellar de
Pontós (Canal, 2003), Can Xercavins, Illa d’en Reixac (Buxó, 1997), Puig
de Sant Andreu d’Ullastret (Buxó, 1997) y la Neápolis d’Empúries (Buxó,
1989), aunque se trata de restos sin presentar concentración alguna.
La presencia de vid es una constante que se repite en todos los yaci-
mientos, mientras que la de los otros frutales se establece de manera desigual.
Junto con el olivo, cabe recordar también la presencia de otras especies res-
pecto de las cuales, como se ha señalado (ver capítulo 2), el actual registro
arqueobotánico no permite por el momento reconocer el posible cultivo de
sus árboles. Destacamos, en primer lugar, la higuera, sin diferenciar si se trata
del tipo silvestre o cultivado, la especie más representada después de la vid
y el olivo cultivados, a la que se unen, en segundo lugar, el almendro y el gra-
nado. Pero también hay referencias de un posible cultivo de rosáceas del tipo
del manzano o del peral, en el yacimiento del Castellet de Bernabé (Adelan-
tado et al., 2003).
Las almendras halladas en el Castellet de Bernabé (Adelantado et al.,
2003), junto con las aparecidas en la Bastida de les Alcusses (Pérez Jordà et
al., 1999) y las del Amarejo (Broncano, 1989) son los únicos restos recupe-
rados hasta el momento de época prerromana. En La Seña se ha identifica-
do parte del fruto de un granado, pero en El Puntal dels Llops se cita el hallaz-
go de una granada entera (Dupré y Renault-Miskovsky, 1981).
En el nordeste de la península Ibérica, los datos disponibles sobre la
presencia de frutales proceden de contextos arqueológicos del siglo VII ANE,
aunque los resultados son escasos y se circunscriben a yacimientos cercanos
a la zona mediterránea. La vid es también la especie más representada, segui-
da del olivo y la higuera, aunque estas últimas muestran frecuencias bastan-
tes discretas. La elevada frecuencia de los hallazgos de vid en la mayoría de
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 185

LAS PLANTAS CULTIVADAS 185

yacimientos parece confirmar que la introducción de la elaboración del vino


se habría desarrollado con rapidez entre la sociedad ibérica.
Por lo que respecta al olivo, los hallazgos arqueobotánicos localizados
hasta la fecha demuestran resultados contradictorios, debido principalmente
a su dificultad para discriminar los restos arqueobotánicos del olivo silves-
tre (Olea europea L. var. oleaster DC) con los del olivo cultivado (Olea euro-
pea L. var. sativa DC).
La presencia de acebuche destaca por su antigüedad; los datos arqueo-
botánicos confirman que esta planta forma parte de la flora silvestre de la
península Ibérica desde el Epipaleolítico. Pero la extensión de su cultivo apa-
rece normalmente asociada a las civilizaciones griega y romana, sin excluir,
no obstante, la existencia de un cultivo intencionado y anterior de este árbol
relacionado con la colonización fenicia.
La presencia de estructuras arqueológicas de procesado localizadas en
la Edetania (Castellet de Bernabé y La Seña) a partir del siglo IV ANE, pare-
cen demostrar una temprana instalación de las prácticas oleícolas, aunque
estos resultados se circunscriben básicamente alrededor de la zona valencia-
na (Pérez Jordà et al., 1999). Sin embargo, los hallazgos de huesos de acei-
tuna descubiertos en estos yacimientos no se corresponden con esa evolu-
ción, pues la información incluye la mezcla de las variedades cultivadas con
las silvestres. Asimismo, los restos procedentes del Castillo de Doña Blanca
en cronologías del siglo VI a finales del V ANE están también considerados
como propios de la recolección (Chamorro, 1994).
En Cataluña, en la serie de yacimientos de la primera Edad del Hierro
y de época ibérica (Sant Martí d’Empúries, Mas Castellar de Pontós, Illa d’en
Reixac), de los que contamos con alguna información, los hallazgos se redu-
cen a unos pocos restos. En cualquier caso, se puede comprobar que el cul-
tivo del olivo no es muy consistente durante estas etapas, y el aumento de
restos no destaca hasta fases cronológicas posteriores.
Comentario aparte merece el caso de la higuera. Durante el Cobre y el
Bronce se documentan abundantes restos de semillas y de carbones de made-
ra de higuera en los yacimientos del sureste de la Península, pero la infor-
mación disponible para abordar el problema de su cultivo resulta bastante
irregular. Al lado de estos datos, el registro arqueobotánico de la Edad del
Hierro también arroja poca información. Se han encontrado restos durante
la primera fase del Hierro en el depósito del Amarejo, y en los yacimientos
del Puig de la Misericòrdia (Cubero, 1998), la Illa d’en Reixac (Buxó, 1997)
y el Turó de la Font de la Canya (López Reyes, 2004). En la etapa ibérica,
por su parte, los hallazgos proceden de Mas Castellar de Pontós, Los Villa-
res y Castellet de Bernabé. En el caso de este último yacimiento cabe resal-
tar la presencia de más de 9.000 semillas de higo en contextos asociados al
siglo V ANE (Adelantado et al., 2003).
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186 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

LAS COLONIZACIONES Y SU IMPACTO EN LOS CULTIVOS DEL CONTEXTO IBÉRICO

Los orígenes de la vitivinicultura y de la oleicultura en la península Ibé-


rica están vinculados a los contactos con el mundo colonial mediterráneo de
fenicios y griegos (tabla 13). Por lo que respecta a la vid, existen dos hipó-
tesis sobre su introducción: por un lado, son los griegos foceos, a partir de
sus colonias de Massalia (Marsella) y Emporion (Empúries), que introdu-
cen el proceso de vinificación por el norte de la península Ibérica; por el otro,
los fenicios, por el sur y la costa levantina peninsular, a partir de sus facto-
rías del círculo del estrecho de Gibraltar y de la isla de Ibiza (la antigua
Ebusus). Por su parte, la extensión del cultivo del olivo aparece normalmen-
te como un hecho de las civilizaciones griega y romana, aunque las eviden-
cias arqueológicas refuerzan cada vez más otros argumentos a favor de un
cultivo intencionado y anterior de este árbol en la Península vinculado a la
influencia colonial fenicia.
La explotación de la vid y del olivo en estado silvestre desde épocas
remotas no es insólita para las comunidades indígenas peninsulares, pero el
testimonio de su cultivo anterior a las colonizaciones fenicia y griega no
está por ahora plenamente demostrado. Podemos considerar, por tanto, que
una larga tradición de recolección de la uva y del olivo como fruto es posi-
ble, si bien la extrema dispersión de los restos puede dejar la duda sobre la
regularidad de esta práctica. Sin embargo, es a partir de la Edad del Hierro,
y más particularmente desde la colonización de población fenicia, que el
aumento significativo de los hallazgos de vid y olivo sugieren un consumo
regular y un cultivo sistemático de estas plantas (figuras 20 y 21).
Las factorías y colonias de poblamiento fenicias establecidas en el sur
de la Península a partir del siglo IX ANE parecen desarrollar todo un con-
junto de actividades comerciales considerables en la región. Este comercio
con la población indígena tiene un radio de acción enorme durante el siglo
VII, que presenta todo tipo de productos de origen fenicio, con lo que, a
cambio, aquélla podía obtener aceite y probablemente también vino.
En el área valenciana y del sur de Cataluña, los asentamientos indíge-
nas de la primera Edad del Hierro establecen contactos con el comercio
fenicio al menos desde el siglo VII ANE. Por su parte, a partir del siglo VI
ANE se empiezan a distribuir vinos de procedencia masaliota y etrusca, así
como de otros tipos posiblemente originarios del Egeo, en el norte de Cata-
luña. Pero las dificultades para plantear el proceso de conexión con el sus-
trato indígena, anterior y contemporáneo, no nos permiten valorar de mane-
ra sistemática el carácter económico de estas sociedades. Esto no impide
suponer que, si los contactos con los colonizadores son efectivos, existe una
vinculación que no podemos olvidar, que se debe relacionar con la apari-
ción de nuevos productos o de influencias en la elaboración de otros.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 187

LAS PLANTAS CULTIVADAS 187

TABLA 13. Estado actual de evidencias arqueobotánicas de Olea y Vitis


en yacimientos arqueológicos peninsulares.
Olea europ./ Olea Vitis vinifera Vitis Vitis
Yacimiento Período oleaster europaea sylvestris vinifera sp. Referencias
Cova Santa Maira Epipaleolítico * * Aura et al., 2005
Cova Santa Maira Mesolítico * Aura et al., 2005
La Draga Neolítico ** * Buxó et al., 2000
Can Tintorer Neolítico *** * Buxó et al., 1991
Cueva del Toro Neolítico * Buxó, 1997
Cueva de Nerja Neolítico ** Bernabeu et al., 1993
Cova de les Cendres Neolítico * Buxó, 1997
Abric de la Falguera Neolítico * Pérez Jordà, 2006
Los Castillejos Neolítico * * Rovira, 2007
Cova 120 Neolítico/Calcolítico * Agustí et al., 1987
Campos Calcolítico *** Buxó, 1997
Los Millares Calcolítico ** * Buxó, 1997
Las Pilas Calcolítico ** * Rovira, 2007
Los Castillejos Calcolítico * * Rovira, 2007
Fuente Álamo Bronce * Stika, 1988
Bauma Serrat del Pont Bronce * Alcalde et al., 1994
Bòbila Madurell Bronce * Buxó, 1997
Castellón Alto Bronce * ** Buxó, 1997; Rovira, 2007
Cuesta del Negro Bronce ** Buxó, 1997
Cova Punta Farisa Bronce * Alonso y Buxó, 1995
Hoya Quemada Bronce * Buxó, 1997
Illa d’en Reixac I Edad de Hierro * * Buxó, 1997
Bòbila Madurell I Edad de Hierro * Buxó, 1997
Vilot de Montagut I Edad de Hierro * Alonso et al., 2002
Alto de la Cruz I Edad de Hierro * Cubero, 1990
La Mata I Edad de Hierro ** * Pérez Jordà, 2004
Castillo de
Doña Blanca I Edad de Hierro (cf) * **** Chamorro, 1994
Cerro del Villar I Edad de Hierro (cf) ** Català, 1999
Alt de Benimaquia I Edad de Hierro (cf) ***** Gómez Bellard et al., 1993
Torrelló
d’Almassora I Edad de Hierro (cf) * Cubero, 1993
Los Villares I Edad de Hierro ** Pérez Jordà et al., 1999
Sant Martí
d’Empúries I Edad de Hierro (cf) * * ** Buxó, 1999
Turó Font
de la Canya I Edad de Hierro (cf) *** López, 2004
Les Toixoneres I Edad de Hierro (cf) * Sanmartí i
Santacana, 1987
Barranc de Gàfols I Edad de Hierro (cf) ** Cubero, 1998
Neápolis EmpúriesII Edad de Hierro (cg) ** Buxó, 1989
Turó Font
de la Canya II Edad de Hierro (ci) ** López, 2004
Els Vilars II Edad de Hierro (ci) * * Alonso, 1999
Roques del Sarró II Edad de Hierro (ci) * Alonso, 1999
Illa d’en Reixac II Edad de Hierro (ci) *** Buxó, 1997
Ullastret II Edad de Hierro (ci) * Buxó, 1997
Mas Castellar II Edad de Hierro (ci) * ** **** Canal, 2000
Arxiu Històric
de Sitges II Edad de Hierro (ci) * Cubero, 1998
Can Xercavins II Edad de Hierro (ci) * Alonso, 2004
Moleta del Remei II Edad de Hierro (ci) * Cubero, 1998
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188 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

TABLA 13. Estado actual de evidencias arqueobotánicas de Olea y Vitis


en yacimientos arqueológicos peninsulares (continuación).
Olea europ./ Olea Vitis vinifera Vitis Vitis
Yacimiento Período oleaster europaea sylvestris vinifera sp. Referencias
Castellet de BernabéII Edad de Hierro (ci) **** **** Adelantado et al., 2003
Puig de la Nau II Edad de Hierro (ci) * Pérez Jordà et al., 1999
Los Villares II Edad de Hierro (ci) * *** Pérez Jordà et al., 1999
Bastida de les
Alcusses II Edad de Hierro (ci) ** ** Pérez Jordà et al., 1999
Tossal Sant Miquel
Llíria II Edad de Hierro (ci) ** * Pérez Jordà et al., 1999
La Seña II Edad de Hierro (ci) ** Pérez Jordà et al., 1999
La Ràbita II Edad de Hierro (ci) * Pérez Jordà et al., 1999
Fuente Amarga II Edad de Hierro (ci) * * Buxó, 1997
Alto de la Cruz II Edad de Hierro (ci) * Cubero, 1990

* < 10 restos
** > 10 restos
*** > 50 restos
**** > 100 restos
***** > 1000 restos
(fc) contexto fenicio
(cg) contexto griego
(ci) contexto ibérico

En un primer momento todo parece indicar que la producción de vino


constituyó uno de los elementos diferenciadores de la colonización de pobla-
ción fenicia. El análisis de fitolitos, a partir de residuos de los recipientes con-
siderados como contenedores de este producto, demuestra que, si bien a lo
largo de las primeras fases se podría importar vino del Mediterráneo orien-
tal o de otras zonas relacionadas con el comercio fenicio, como por ejemplo
Egipto, rápidamente se va a iniciar su producción en Occidente. En el hin-
terland dependiente de los establecimientos fenicios de Andalucía oriental
(Cerro del Villar) y occidental (Castillo de Doña Blanca) se cultivará vid tanto
para el consumo directo como para el intercambio comercial. Los datos arqueo-
botánicos disponibles para este último yacimiento señalan la existencia de
una producción vitivinícola desde los siglos VIII-VII ANE. En el caso del Cerro
del Villar, a su registro arqueobotánico se suma también la identificación de
un taller de producción anfórico que fabrica una forma de contenedor cerá-
mico (VR-1 o T-10.1.2.1.) destinado al transporte de vino, que será caracte-
rístico de los niveles de ocupación de los yacimientos coloniales e ibéricos
del área mediterránea peninsular entre 650 y 575 ANE.
La distribución de las producciones anfóricas de la región, repartidas
ampliamente desde esta zona hasta el sur de Francia, Ibiza y el Mediterrá-
neo central, señalan hasta qué punto se desarrolló la producción de vino a
lo largo del siglo VII ANE. Esta importante demanda debía promover y ace-
lerar su gestión entre las comunidades de la primera Edad del Hierro o del
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 189

LAS PLANTAS CULTIVADAS 189

1. La Mata (Badajoz) 14. Barranc de Gàfols (Tarragona)


2. Castillo de Doña Blanca (Cádiz) 15. Alorda Park (Barcelona)
3. Cerro del Villar (Málaga) 16. Turó de la Font de la Canya (Barcelona)
4. Fuente Amarga (Granada) 17. Puig de Sant Andreu d’Ullastret (Girona)
5. Alt de Benimaquia (Alicante) 18. Illa d’en Reixac (Girona)
6. Los Villares (Valencia) 19. Mas Castellar (Girona)
7. Bastida de les Alcusses (Valencia) 20. Sant Martí d’Empúries (Girona)
8. Tossal de Sant Miquel (Valencia) 21. Empúries (Girona)
9. La Seña (Valencia) 22. Els Vilars (Lérida)
10. Castellet de Bernabé (Valencia) 23. Vilot de Montagut (Lérida)
11. El Torrelló d’Almassora (Castellón) 24. Roques del Sarró (Lérida)
12. Puig de la Nau (Castellón) 25. Alto de la Curz (Navarra)
13. Moleta del Remei (Tarragona)

FIGURA 20. Principales yacimientos de la Edad del Hierro con presencia de Olea
y Vitis en yacimientos arqueológicos peninsulares.

inicio de la etapa ibérica, ya que a principios del siglo VI ANE algunos pobla-
dos ibéricos, como el Alt de Benimaquia, adoptaron la producción de vino
con finalidades especulativas destinadas a los circuitos comerciales interior
y exterior, con la construcción de estructuras de prensado de la viña y mace-
ración del mosto para la transformación de la uva. A título de hipótesis, el
territorio de Benimaquia podía producir unos 400 hl de vino anuales, sien-
do necesarias para almacenar toda la producción entre 1.300 y 1.600 ánfo-
ras, que debía organizarse a través del trabajo industrial de un taller cerá-
mico a lo largo de todo el año para abastecerla (Gómez Bellard et al., 1993).
Por su parte, los datos disponibles en Cataluña sugieren también un cultivo
local de la vid a partir de finales del siglo VII ANE en el Turó de la Font de
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 190

190 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

FIGURA 21. Comparación de la frecuencia relativa de la presencia de Olea y Vitis


en yacimientos arqueológicos peninsulares.

la Canya y en Sant Martí d’Empúries, aunque no hay indicios claros de vini-


ficación.
Los hallazgos realizados en el Castillo de Doña Blanca y Cerro del Villar
junto con los del Alt de Benimaquia, Torrelló d’Almassora y Turó de la Font
de la Canya, todos ellos en contextos relacionados con la colonización feni-
cia, son la prueba más visible del desarrollo de este cultivo. Por su parte, los
identificados en Sant Martí d’Empúries estarían conectados principalmente
con el mundo colonial griego, aunque los restos aparecen en niveles que con-
tienen también ánforas de importación fenicia. Podemos admitir, por tanto,
que la colonización fenicia, por un lado, y la colonización griega, por otro,
orientaron, con o sin la introducción de variedades de vid cultivadas, la pro-
ducción local de uva desarrollada a partir de cepas silvestres autóctonas.
Pero el problema del origen de los tipos de vid cultivados no está del
todo resuelto y el cultivo local, como explotación anterior sobre un viñedo
existente, queda por el momento reservado. Hay pocas señales que confir-
men la idea de que las uvas consumidas por los indígenas de la primera Edad
del Hierro procedan de variedades silvestres manipuladas. Por un lado, los
análisis sobre la morfología y la biometría realizados señalan una variabili-
dad relativamente importante en la mayoría de yacimientos. En algunos casos
se pueden asociar sin mayor problema a variedades cultivadas, mientras que
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 191

LAS PLANTAS CULTIVADAS 191

en otros parecen más cercanas a los ejemplares silvestres; sin embargo, abun-
dan las pepitas de caracteres intermedios (entre los ejemplares de tipo silves-
tre y cultivado), que podrían encontrarse en un proceso de domesticación. No
obstante, no debemos olvidar que se trata de restos vegetales carbonizados y
que, por tanto, pueden adquirir algunos cambios en su morfología y biome-
tría originales. Por otro lado, algunos estudios recientes de ADN en uvas sil-
vestres y cultivadas de la península Ibérica y Grecia parecen indicar que no
hay una introducción de variedades cultivadas procedentes del Mediterrá-
neo oriental (Arroyo García et al., 2002). Este estudio señala que en cada una
de las zonas geográficas se utilizan las cepas de las variedades silvestres para
desarrollar las cultivadas, lo que podría apuntar a una orientación firme de
la cultura de la vid por parte de las potencias colonizadoras.
Otros datos, por su parte, también apuntan a las colonizaciones para una
aportación de los conocimientos en la domesticación de la viña y la posterior
elaboración del vino. En el sur de la Galia, por ejemplo, los textos relatan con
todo lujo de detalles que fueron los griegos los que introdujeron el cultivo de
la vid en la región hacia el año 600 ANE (Py y Buxó, 2001). A pesar de ello
hay datos posteriores con indicios objetivos que impiden ser concluyentes al
respecto; por ejemplo, la presencia de cepas preparadas para ser plantadas entre
la carga del pecio de El Sec (Calvià, Mallorca), con una cronología entorno al
375 ANE, que procedente del Egeo y de Sicilia se dirigía hacia la península
Ibérica, y en el que se transportaban también diferentes tipos de ánforas de vino
procedentes del Mediterráneo central y oriental (Arribas et al., 1987).
La introducción de la viticultura tendrá una rápida difusión hacia el inte-
rior peninsular, como así lo demuestran los datos disponibles para el Alto de
la Cruz (Navarra) (Cubero, 1990): una evidencia clara de su implantación
en el valle del Ebro desde por lo menos finales del siglo VII ANE.
La consolidación de esta actividad continúa durante el Ibérico pleno
en algunas zonas geográficas, como sugieren el depósito de ánforas de La
Quejola (San Pedro, Albacete) y los datos disponibles procedentes de las
excavaciones de Cancho Roano (Badajoz), Los Villares (Albacete) (Celesti-
no y Blánquez, 2007) y del Castellet de Bernabé (Guerin, 2003). Los restos
de vid recuperados en La Seña, el Puntal dels Llops, el Castellet de Berna-
bé y St. Miquel de Llíria, junto a los lagares hallados en este último yaci-
miento y en la Monravana, son la evidencia del desarrollo alcanzado por la
viticultura en la zona edetana (Pérez Jordà, 2000). En Cataluña, en cambio,
no hay indicios tan evidentes de esta fuerte actividad como la que encontra-
mos en las comarcas valencianas, y ello podría apuntar de momento a un cul-
tivo de la vid destinado al consumo directo del fruto, a pesar de que hay pocos
datos para ser concluyentes al respecto.
Para otras zonas del Mediterráneo occidental, como el sur de la Galia,
la rapidez del proceso queda también documentada con los datos proceden-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 192

192 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

tes del yacimiento de Lattes (Hérault, Languedoc) en la segunda mitad del


siglo III ANE. Los resultados reflejan las características del crecimiento de
la vid en relación con los cereales y los cambios en las prácticas culturales
sobre ella, donde se reconoce la práctica del monocultivo en extensión y el
camino hacia una viticultura de tipo especulativo (Buxó, 1996).
La extensión del olivo en el Mediterráneo occidental aparece normalmen-
te asociada al entorno colonial griego y romano, sin excluir no obstante la exis-
tencia de un cultivo intencionado de este árbol relacionado con la colonización
fenicia. Pero, si las prácticas del cultivo de la vid parecen bastante bien docu-
mentadas, las del olivo son más restringidas y su evolución en la península Ibé-
rica se manifiesta un poco más complicada. Los hallazgos en los yacimientos
de la Edad del Hierro son muy escasos, a lo que se añade además la dificultad
para establecer la separación entre árboles cultivados y silvestres (acebuches),
ya que los estudios de morfología y biometría de los huesos de aceituna no son
concluyentes para determinar su adscripción a una u otra variedad.
La producción de aceite desde la colonización fenicia en el sur de la
Península parece seguir un circuito parecido al de la vid, pero los indicios
señalan que no será hasta un momento bastante avanzado de la segunda Edad
del Hierro cuando este cultivo llegará a su expresión máxima. Según demues-
tran los análisis de residuos del último cuarto del siglo VII ANE, las ánforas
fenicias del área del Estrecho tipo VR-1 podían transportar aceite de oliva y
aceitunas como producto básico o conservante, hacia la región del Ebro. Sin
embargo, los indicios de la presencia de restos de aceituna en contextos
relacionados con la colonización fenicia de la primera Edad del Hierro se cir-
cunscriben únicamente a los hallazgos procedentes del Castillo de Doña Blan-
ca (Chamorro, 1994) y del Alt de Benimaquia (Pérez et al., 1999). Por su
parte, los muy escasos datos de este mismo contexto cronológico en el entor-
no colonial griego proceden de Sant Martí d’Empúries (Buxó, 1999b).
A partir de la segunda Edad del Hierro las evidencias de olivo son rela-
tivamente más importantes y se concentran principalmente en yacimientos
de las comarcas centrales del País Valenciano: Los Villares, Bastida de les
Alcusses, La Seña, el Tossal de Sant Miquel y el Castellet de Bernabé. El
estudio biométrico de los restos recuperados en esta zona señala unas pobla-
ciones que superan o están alrededor de la media que se supone en las culti-
vadas (Adelantado et al., 2003). Del mismo modo, algunos estudios recien-
tes realizados en los materiales de La Seña subrayan la presencia de variedades
relacionadas con las colonizaciones fenicia y griega (Terral, 1999). Pero el
dato que nos permite afirmar la práctica del cultivo del olivo desde al menos
el siglo IV ANE es la existencia de estructuras destinadas a la elaboración del
aceite en el Castellet de Bernabé y en La Seña (Pérez Jordà, 2000).
Otros hallazgos correspondientes al período ibérico proceden principal-
mente de la Cataluña oriental. Hay evidencias, con muy escasos restos, en un
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 193

LAS PLANTAS CULTIVADAS 193

contexto del siglo V ANE de Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003) y en otro
del siglo IV de la Illa d’en Reixac (Buxó, 1997). En ninguno de los dos yaci-
mientos se puede afirmar con seguridad que se trata de tipos cultivados,
aunque la morfología y la biometría de los ejemplares de Mas Castellar de
Pontós potencian los argumentos en favor de la especie cultivada.
Con los datos disponibles hasta la fecha, los indicios apuntan a que la
expansión del cultivo del olivo, o al menos el de su aprovechamiento para
la obtención de aceite, no es anterior a la colonización romana. Si existió en la
etapa ibérica, su implantación fue relativamente reducida, y se podría dirigir
principalmente a la alimentación. La ausencia de lámparas de aceite de pro-
ducción ibérica y la escasez de piezas de este tipo importadas de otras zonas
del Mediterráneo en los yacimientos del norte de Cataluña son argumentos
a favor de esta posibilidad (Sanmartí y Santacana, 2005). Por su parte, dife-
rentes análisis polínicos sugieren también que el cultivo del olivo no está
prácticamente fundamentado durante la época ibérica; los mayores porcen-
tajes relacionados con esta práctica parecen asumirse en fases cronológicas
posteriores (Burjachs et al., 2005).
La introducción del cultivo de la vid y del olivo representará cambios
estructurales en los sistemas económicos de las sociedades indígenas, basa-
dos principalmente en los tradicionales cultivos de cereales y leguminosas.
El vino, como elemento transformador de cultura, se impone como un ele-
mento de prestigio destinado al consumo de las élites. Éste sustituye en parte
las bebidas alcohólicas obtenidas a partir de la fermentación del cereal, hasta
el punto de convertirse en un medio de difusión cultural y adaptación de las
prácticas de las sociedades indígenas en las ceremonias de origen medite-
rráneo. La promoción de la vid como un producto altamente rentable en la
sociedad ibérica sugiere el aumento de la explotación de las superficies des-
tinadas a su producción; la vid y el olivo necesitan de un período de adapta-
ción sin rendimiento prolongado, tiempo en el que la inversión realizada no
produce beneficio, a pesar de haber destinado una parte importante del terri-
torio y recursos materiales y humanos. Sólo la existencia de un poder cen-
tralizado de tipo aristocrático o nobiliar podía asumir los riesgos y las con-
secuencias de la transformación económica que implican los nuevos cultivos.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 195

CAPÍTULO 6

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS

Evidencias de las prácticas agrícolas en época neolítica

Como ya se ha señalado en el capítulo 5, los datos arqueobotánicos de


la península Ibérica reflejan, desde las fases iniciales del Neolítico, una enor-
me variedad de cultivos formada por trigos, cebadas y varias leguminosas.
Por su parte, los instrumentos agrarios hallados se reducen básicamente a
las azadas de piedra pulida, los esferoides circulares de piedra que se rela-
cionan con los palos de cavador y los cuchillos y las hoces de sílex (ver
capítulo 3). Con esta tecnología y las frecuencias de los diferentes cultivos,
en esta etapa se ha sugerido una mezcla intencional de diversas especies de
cereal que podría interpretarse como indicativo de que éstas se plantaron jun-
tas y fueron explotadas en pequeñas parcelas de forma intensiva (Bernabeu
et al., 1993; Halstead, 2002).
Más tarde, con el proceso de sustitución de los trigos vestidos por las
cebadas y la posible introducción de mejoras tecnológicas entre finales del
Neolítico medio y la fase más reciente, se produciría el paso a una agricul-
tura que centra el esfuerzo en un número más reducido de especies y el ini-
cio de la explotación del cereal en superficies más extensas con las varieda-
des que, por cuestiones económicas y culturales, resultan más rentables (Hopf,
1966; Buxó, 1997; Pérez Jordà, 2005). Si bien cabe señalar la dificultad de
cultivar especies tan distintas en una misma parcela, más teniendo en cuen-
ta los diferentes procesos de limpieza que soportan los trigos desnudos y ves-
tidos antes de su almacenamiento, esta actividad no es en ningún caso des-
conocida y se realiza especialmente en cultivos de invierno para reducir el
riesgo de malas cosechas, constituyendo una práctica conservadora que per-
mite lograr un mejor aprovechamiento de los productos cerealísticos como
también del sistema de explotación de pequeñas parcelas.
Sin embargo, tales mezclas también pueden tener otras explicaciones.
Por un lado, si se trata de plantas explotadas en pequeñas parcelas de forma
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 196

196 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

intensiva, parece inevitable una cierta mezcla de las especies, debido princi-
palmente al hecho de que algunas semillas maduras pueden caer al suelo y
germinar al año siguiente junto con las plantas que se cultiven, y puede ocu-
rrir que sean de especie distinta. Por otro lado, la mezcla puede ser produc-
to de preparaciones culinarias en las que se utilicen diferentes vegetales o
incluso tratarse de residuos procedentes de las distintas actividades de pro-
cesado.
Aunque carecemos de datos concluyentes sobre esta problemática, se
podría acordar que esta práctica puede ser válida para los inicios de la agri-
cultura, donde parece demostrarse la presencia de mezclas de diversos cere-
ales en que ninguna de las especies destaca de manera singular, pero no pode-
mos reconocer que se halle de manera generalizada en todo el territorio
peninsular: en el nordeste, los conjuntos de La Draga demuestran el cultivo
por separado de los trigos desnudos desde las fases más antiguas del Neolí-
tico (Buxó et al., 2000), si bien en la región valenciana no hay datos de este
tipo hasta por lo menos el Neolítico reciente, con la concentración de ce-
reales procedente del yacimiento de La Colata (Pérez Jordà, 2005). Por su
parte, en Andalucía nos encontramos con una situación similar a partir del
Neolítico pleno en la Cueva del Toro y en la Cueva de Nerja (Buxó, 2004;
Hopf y Pellicer, 1970).
La siembra de cereales de manera simultánea podía ser una práctica
potencial en contextos antiguos de época neolítica y convivir en el tiempo
con los cultivos por separado, aunque tampoco desaparecería cuando se adop-
tara el monocultivo de algunos cereales, llegando a perdurar en períodos pre-
históricos más avanzados. No obstante, lo cierto es que estas prácticas impli-
can una gestión diferente del medio agrícola: la primera prima la seguridad
en la obtención de la cosecha, mientras que en la segunda prevalece el aumen-
to de la productividad (Vega et al., 2003).
Al igual que el cultivo simultáneo de diferentes especies de cereal, el
de cereales y leguminosas está también documentado tanto etnográfica como
históricamente (Halstead y Tierney, 1989; Buxó, 1997; Peña Chocarro y Zapa-
ta, 1999). Por rotación o mezcla con los cereales, el cultivo de leguminosas
contribuye a mantener altos niveles de fertilidad del suelo, porque éstas fijan
el nitrógeno atmosférico a través de la simbiosis con una bacteria desde las
raíces. Con todo, la combinación de los cereales y las leguminosas como prác-
tica para la regeneración de nutrientes no parece aún bien reflejada en el regis-
tro arqueobotánico.
Todo esto no impide pensar que la incipiente agricultura neolítica de la
Península pudiera desarrollar la rotación en el cultivo de cereales y legumi-
nosas, aunque no sabemos con certeza si era utilizada de manera conscien-
te, por conocerse de antemano los beneficios de esta práctica. La simple
presencia de leguminosas junto con cereales no tiene por qué implicar una
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 197

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 197

rotación, pero su frecuencia relativamente alta en algunos yacimientos per-


mite considerar que existe de alguna manera un sistema de cultivo. Si, en las
primeras fases del Neolítico las especies de cereal se plantaron en pequeñas
parcelas, es perfectamente plausible que las leguminosas fueran sembradas
en las mismas superficies que los cereales. A pesar de ello, una aplicación
sistemática de una rotación o alternancia con los cereales debería generar una
mayor importancia cualitativa de los restos de leguminosas, o al menos de
las especies más frecuentes.
Por lo que respecta al desarrollo de las prácticas agrarias, son pocos
los yacimientos en los que se han recuperado semillas de malas hierbas y
desechos de trilla (horquillas de espiguillas, segmentos de raquis, glumas,
etcétera), elementos que, por otra parte, son de especial interés para conocer
de primera mano la gama de operaciones que se suceden desde la cosecha
hasta el almacenamiento del grano. En el estado actual de las cosas nos encon-
tramos habitualmente con semillas de cereal limpias de impurezas, como un
producto final, destinadas a ser consumidas. Las concentraciones de cerea-
les documentadas en la Cova de l’Or o la Cueva de los Murciélagos han
proporcionado hallazgos de este tipo, formadas exclusivamente por carióp-
sides de cereal y con los restos de las especies vestidas que aparecen sin
cubiertas.
La escasa presencia o la ausencia de malas hierbas en estos conjuntos
pueden ser indicativas de dos actividades. En primer lugar, de un trabajo de
escarda sistemático en las parcelas, cuya efectividad conlleva que la mayor
parte de las malas hierbas suele eliminarse de los cultivos. Su permanencia
poco significativa en las muestras de La Draga, Balma Margineda o Cova de
les Cendres también podría poner de manifiesto esta posibilidad. En segun-
do lugar, de una modalidad de cosecha, en la que se recolectarían exclusiva-
mente las espigas de los cereales, dejando en los campos los tallos y las malas
hierbas que podrían ser recogidos posteriormente mediante otra operación.
La paja de los cereales desnudos es más blanda y se destina principalmente
a alimento o cama del ganado, mientras que la de los cereales vestidos suele
utilizarse en labores tecnológicas.
La mayoría de las hoces líticas de las primeras comunidades neolíticas se
enmangaba de forma paralela al mango. No obstante, en el asentamiento de La
Draga (Banyoles, Pla de l’Estany) se han registrado láminas de sílex que estu-
vieron insertadas, por su parte distal o proximal, oblicuas a los mangos. Tal vez
estas hoces facilitaban una siega muy rápida, pero no permitían un corte cerca
del suelo. Si se pretendía recoger y aprovechar los tallos enteros, como se ha
señalado, éstos podían ser recogidos posteriormente (Gibaja, 2002).
Con los datos actuales es difícil ser concluyentes sobre estas activida-
des de escarda, ya que la ausencia de malas hierbas puede estar relacionada
también con factores tafonómicos, con una selección cuidadosa de las semi-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 198

198 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

llas e incluso con sistemas alternativos a la hoz como la recogida de las


espigas con un cuchillo o rompiéndolas con la uña o la mano. Estas modali-
dades de cosecha facilitan la eliminación automática de malas hierbas, ya que
pocas especies llegan a la altura del cereal (como sería el caso, por ejemplo,
de algunas plantas del género Lolium o Bromus), lo que conlleva una cose-
cha prácticamente pura. En cambio, si se arranca la planta entera, aumenta
considerablemente la presencia de semillas de plantas adventicias trepado-
ras, pero quedan en el campo las malas hierbas que aparecerían normalmen-
te mediante el uso de otra modalidad.
En cualquier caso, en el supuesto de que se utilizaran estos métodos de
recolección para una eventual prevención del aumento de plantas contami-
nantes, habría muchas posibilidades de que éstas permanecieran en los cul-
tivos. Por su parte, si la siembra se realizara, como así parece, enterrando el
grano de manera lineal en el suelo, lo más probable es que los campos fue-
ran escardados realizando varias operaciones sucesivas durante la primavera
para evitar el aumento de malas hierbas.
El poblado lacustre de La Draga (Banyoles, Pla de l’Estany) es el yaci-
miento neolítico que aporta información de mayor interés, con un sistema
de producción agrícola complejo y variado, aunque los estudios no se encuen-
tran todavía en un estadio que permita presentar conclusiones definitivas
sobre las prácticas agrícolas de este período (Buxó et al., 2000). Tanto en las
estructuras de combustión como en los contenedores de material perecede-
ro, las semillas de trigo desnudo se presentan prácticamente limpias, como
un producto final y con pocos residuos procedentes del proceso de limpie-
za. Éstos están formados por semillas de malas hierbas y una proporción
poco variada de elementos pesados de los trigos desnudos con fragmentos
de raquis, segmentos y bases de espiguilla. Los segmentos presentan un con-
torno recto, forma trapezoidal y las prominencias de inserción de las glu-
mas son mucho más marcadas. Según estos indicios, tales restos podrían per-
tenecer a ejemplares de trigo duro (Triticum durum) (Jacomet y Schlichtherle,
1984; Maier, 1996).
A diferencia de los cereales vestidos, el trigo desnudo no requiere esta-
dios adicionales en el proceso de limpieza del cereal para extraer el cascabi-
llo y las malas hierbas, de manera que su secuencia se simplifica mediante
una simple trilla. Así, el producto del aventado estaría formado por las semi-
llas, los nudos pesados de los tallos, algunos fragmentos de raquis y la mayo-
ría de semillas de las malas hierbas. En cambio, el subproducto estaría com-
puesto de elementos ligeros, como las glumas, los fragmentos largos del tallo,
la mayoría de fragmentos de las aristas, etc.
Respecto a la relación entre el conjunto de semillas de malas hierbas y
las cariópsides de trigo desnudo hay que señalar diferencias importantes entre
las estructuras de combustión y los contenedores. La práctica totalidad de
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 199

semillas de las malas hierbas determinadas son de tamaño pequeño y no exce-


den de los 3 mm. En los dos casos, el número de semillas de cereal es clara-
mente superior al de malas hierbas, lo que nos confirma que nos encontra-
mos con un producto de cereal limpio y una infestación poco significativa
de malas hierbas (sólo tres taxones). Posiblemente los otros cereales y las
leguminosas presentes en el conjunto se encuentran también como contami-
nantes del cultivo principal. Esta circunstancia, unida a la ausencia de nudos
y entrenudos de raquis, parece avalar que los restos no son residuos de las
últimas operaciones de limpieza, donde la mayoría de fragmentos de paja,
espigas y malas hierbas han sido separadas por el aventado y los cribados,
sino productos de un estadio de transformación para el alimento y el alma-
cenamiento de las semillas. En el caso de las estructuras de combustión, se-
rían el resultado de un estadio final de la transformación para el alimento. En
el de los contenedores se trataría de los residuos procedentes de un estadio
de transformación para el almacenaje de cereal limpio, pero no del todo pre-
parado para el consumo humano. La presencia de una mayor cantidad de
semillas de malas hierbas en este último caso también podría servir para con-
firmar esta posibilidad.
Por su parte, el hallazgo de barbas de cereal en el Abric de la Falguera
(Alcoi, Alicante) parece orientar también sobre la realización de actividades
agrarias en espacios cercanos al yacimiento. Los desechos de la cosecha de
cereales identificados en este yacimiento suelen separarse principalmente
durante el rastrillado o el aventado, actividades que en el mundo mediterrá-
neo se realizaban en las eras o en los mismos campos de cultivo. Éstos eran
utilizados habitualmente como combustible o como alimento o lecho para el
ganado (Pérez Jordà, 2005).
La disponibilidad de los productos cultivados durante un cierto tiempo
supone su conservación, que es en definitiva la operación que define mejor
una economía de producción de alimentos. La cosecha se limita a una parte
del año, normalmente entre el final de la primavera y los inicios del verano,
y la disponibilidad de los alimentos fuera de estos períodos no sólo genera
el problema de su conservación, sino también el imperativo de reservar una
parte para la siembra del próximo año. Si las condiciones de almacenamien-
to son favorables, los vegetales se pueden conservar durante un largo perío-
do de tiempo sin alterar su calidad.
La conservación de las semillas pone de relieve el uso de numerosas
técnicas, pero las estructuras de reserva consisten básicamente en espacios
donde se pueda confinar directamente la atmósfera bajo una serie de condi-
ciones de temperatura y humedad, que permitan la preservación de produc-
tos sólidos o líquidos con una caducidad determinada. Dos tipos de reserva
se señalan principalmente: los recipientes, fueran cerámicos o no, y las fosas-
silos, que son estructuras especialmente preparadas para esta función.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 200

200 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los yacimientos peninsulares señalan desde los inicios del Neolítico


la presencia de estructuras destinadas probablemente como reservas: en algu-
nos casos se trata de recipientes cerámicos (por ejemplo, en la Cova 120);
en otros, de recipientes de barro sin cocer (por ejemplo, en La Draga), y final-
mente de fosas-silo que se documentan tanto en yacimientos al aire libre como
en cuevas y abrigos (Cova 120, Cova de les Cendres, Font del Ros, Bòbila
Madurell, entre muchos otros). Probablemente se debía utilizar también otro
tipo de contenedores, construidos en materiales perecederos, sin que se haya
conservado traza alguna.
Los estudios sobre las fosas-silos en atmósfera confinada son bien cono-
cidos a partir de la experimentación y la observación etnográfica (Reynolds,
1988). La eficacia de la conservación de productos en fosas en el interior de
cuevas también fue puesta de manifiesto en los estudios realizados en la Cova
120 (Alcalde y Buxó, 1992). Los resultados experimentales obtenidos sobre
el almacenamiento de diferentes taxones (escanda menor, trigo desnudo)
durante un período de tiempo pusieron de relieve los factores que permitían
esta práctica en las cuevas de época neolítica.
Con todas las precauciones necesarias y moviéndonos aún en el terre-
no de las hipótesis, es plausible sugerir que las semillas debían ser almace-
nadas en su mayoría sin glumas, bajo la forma de grano desnudo y limpio,
lo que conlleva suponer que el grano debía estar prácticamente preparado
para su consumo, previa reducción a harina con la operación de molienda.

La agricultura del III y II milenios ANE: innovación y pervivencia

A lo largo del III milenio ANE, la intensificación de las estrategias de


subsistencia debía estar condicionada por la existencia de posibilidades efec-
tivas para llevar a término la explotación de terrenos fijos y delimitados y por
la consecución de mejoras en las técnicas agrícolas que garantizaran dicha
subsistencia. Esto es lo que representaría, en primer lugar, la posible adop-
ción del arado y la aparición de dientes de hoz denticuladas diseñadas para
su enmangue en una hoz curva. A pesar de que no tenemos pruebas directas
de la utilización del arado hasta que éstos aparecen en el registro, ya en el I
milenio ANE, los estudios del patrón de sacrificio y el hallazgo de ciertas
patologías óseas entre los animales viejos, parecen indicar que los bóvidos
se están utilizando ya como fuerza de trabajo desde c. 3.300 ANE (Chapman,
1991; Vega et al., 2003).
Los primeros arados, como la mayoría del instrumental agrícola de este
período, debían ser en su casi totalidad de madera, construidos de forma senci-
lla, probablemente de una pieza: un tronco del cual partían dos ramas, una de
las cuáles servía de reja y la otra de esteva. La parte que se hincaba en el suelo
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 201

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 201

estaba simplemente endurecida al fuego o bien constaba de un elemento ensam-


blado o incrustado fabricado en piedra o hueso. La utilización de arados está
documentada en el norte y noroeste de Europa desde inicios del IV milenio ANE,
gracias a las trazas dejadas en los suelos cultivados y a la conservación de rejas
líticas en algunos yacimientos de Inglaterra (Rees, 1981; Reynolds, 1981).
La diversificación de las estrategias de cultivo en el Calcolítico y el Bron-
ce se distribuye de manera diferencial en el tiempo y el espacio. Los datos
arqueobotánicos disponibles para el nordeste de la Península se integran en
principio en sistemas mucho más anclados en las prácticas agrícolas del Neo-
lítico. No obstante, la presencia de algunos taxones informa de una evolución
de las plantas cultivadas durante la Edad del Bronce, al menos en zonas de la
Cataluña occidental o del valle del Cinca: por un lado, la introducción de los
cereales de primavera, representados principalmente por los mijos, y, por el
otro, la del lino, un tipo de planta que no se relaciona directamente con la ali-
mentación. Los cultivos principales de los yacimientos de esta región están
formados por cereales de invierno, principalmente trigo desnudo y cebada ves-
tida, cuya combinación está ampliamente documentada desde mediados del
II milenio, generalizándose rápidamente en el nordeste durante la Edad del
Bronce.
En la zona valenciana y el sureste se reúnen las condiciones necesarias
para implantar una agricultura intensiva acompañando a un sistema extensi-
vo de secano, que, como demuestra el análisis isotópico del carbono en las
semillas, se constituye en una climatología aún favorable (Araus et al. 1997).
El desarrollo de la agricultura en la zona meridional de la península Ibérica
se basa, durante este período, en un mayor rendimiento de los cultivos mono-
específicos de cereales y leguminosas, aunque no se trata aún de sistemas de
monocultivo que incluyan la desnaturalización del territorio de explotación.
Es decir, de actividades agropecuarias, como son principalmente el estable-
cimiento de la viticultura y la oleicultura, o más tarde de la arboricultura, que
potencian de manera espectacular la extensión de los espacios abiertos en
detrimento de la recuperación de las comunidades forestales.
En el sureste peninsular, el tamaño de los asentamientos calcolíticos
(antes de 2.350/2.250 cal. ANE) generalmente no varía de forma proporcio-
nal al potencial agrícola de su entorno. Por el contrario, en época argárica se
establece una relación inversa; los grandes asentamientos argáricos disponen
de menos tierra de cultivo en sus inmediaciones, ya que estos asentamientos
se encuentran en espacios cercanos a las zonas montañosas que no destacan
por su gran potencial. En este sentido, durante el período posargárico, las
terrazas identificadas en el asentamiento de Gatas han sido relacionadas efec-
tivamente con esta finalidad, a la vez que como una muestra de intensifica-
ción de la producción agrícola alrededor de ciertos núcleos de población
con un potencial agrario bajo (Risch, 2002).
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202 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los datos arqueobotánicos ofrecen una información sesgada sobre cam-


bios en las técnicas de agricultura utilizadas. Aunque sí podemos admitir
durante este período la presencia de campos de cultivo estables y una menor
incidencia de la agricultura itinerante, que se corresponde con una movilidad
social menor y la fijación a medio y largo plazo de los asentamientos. Otra
cuestión es que el registro de semillas no permita distinguir de manera sufi-
ciente la explotación de grandes extensiones de terreno, que conlleve una
práctica destinada a obtener un beneficio económico, más por el bajo coste
de la explotación que por un rendimiento elevado de ésta.
En algunos yacimientos hay evidencias de la presencia de conjuntos
cerrados (Campos, Lloma de Betxí, Cerro de la Virgen, Castellón Alto, Peña-
losa) con contenidos individuales de una pureza extraordinaria de especies
cerealísticas (trigo duro/común o cebada desnuda), que cuadran en una explo-
tación agrícola de este tipo. En otros (Los Castillejos, Los Millares, El Mala-
gón), la composición taxonómica aparece con un predominio prácticamente
equivalente de especies de cereales (cebada desnuda y trigo duro/común) y
de leguminosas (principalmente haba), que podría reflejar un cultivo simul-
táneo de estos vegetales. Las leguminosas cultivadas se presentan en canti-
dades considerables en algunos contextos arqueológicos (por ejemplo en el
Cerro de la Virgen), pero aparecen, generalmente, representadas por pocos
ejemplares (El Malagón, Los Millares, Peñalosa). Los contextos de tipo domés-
tico de donde proceden la mayoría de ejemplares parecen apuntar hacia una
utilización en el marco de la alimentación humana. Su presencia en los con-
juntos carbonizados se puede explicar como resultado de accidentes duran-
te la preparación de comida o durante el procesado (tueste, molienda, etc.),
o su carbonización en los lugares de almacenamiento durante el incendio que
destruyó el yacimiento.
La mezcla con leguminosas puede tener su causa en la siembra de dife-
rentes especies en el mismo campo con finalidades varias, que, como se ha
señalado, podría sugerir una mixtura intencional también desde el Neolítico.
Los estudios etnográficos ponen de manifiesto que esta práctica está exten-
dida en sistemas agrícolas tradicionales (Peña-Chocarro y Zapata, 1999). Sin
embargo, como sea que las prácticas de procesado de cada uno de estos pro-
ductos para su consumo difieren considerablemente entre ellos, la explica-
ción más plausible es que la mezcla de estas especies sea fortuita como resul-
tado de una acción posterior a la siembra. Aunque es posible que esta práctica
siguiera existiendo, recientes análisis isotópicos sobre semillas de diferentes
especies procedentes de yacimientos de las edades del Cobre y del Bronce
apuntan a que las habas y los cereales se plantan por separado y en parcelas
distintas (Araus et al., 1997).
Por lo que respecta en concreto al período argárico, los datos disponi-
bles señalan un predominio relativamente importante de la cebada vestida.
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 203

En comparación con el Calcolítico, donde hay evidencias de proporciones


más equilibradas entre el trigo desnudo y la cebada desnuda, puede marcar
la tendencia hacia la especialización de los productos subsistenciales de tipo
vegetal. La presencia de raquitismo en las semillas de cereal recuperadas en
el yacimiento de Fuente Álamo puede reflejar unas condiciones de cultivo
extremas, aunque también existe la posibilidad de que se traten de desechos
de producción (Stika, 1988). Esta situación ha llevado a plantear, en lo que
concierne a los asentamientos de altura, una tendencia al monocultivo exten-
sivo cerealista en régimen de secano, al menos durante las fases finales de
este período (Castro et al., 2001).
La aparición de semillas subdesarrolladas está también documentada en
contextos de época calcolítica. Hay evidencias de este tipo de restos asocia-
dos al trigo común/duro en Las Pilas/Huerta Seca, en un conjunto carpoló-
gico de la fase IX, que puede constituir una situación desfavorable de culti-
vo (de crecimiento y/o de maduración de las espigas) (Rovira, 2007). Sin
embargo, puede tratarse también de las semillas basales de la espiga. Por su
parte, los análisis isotópicos en semillas de diferentes especies procedentes
de yacimientos calcolíticos y del Bronce del sureste parecen sugerir que el
cultivo de las leguminosas, así como de otras especies con ciertas exigen-
cias hídricas, como el lino, podría llevarse a cabo en parcelas con suelos
más fértiles, tal vez con la ayuda de actividades simples de irrigación (Araus
et al., 1997).
La agricultura de este período se debía practicar de manera extensiva,
generando un cultivo de cereales con excedentes, pero sin desestimar, al mismo
tiempo, la explotación a otro nivel de las leguminosas y del lino.

LA GESTIÓN DE LOS RECURSOS HÍDRICOS EN EL SURESTE PENINSULAR

La gestión de los recursos hídricos en el sureste durante la Prehistoria


reciente está asociada a la relevancia que se otorga al control del agua en la
aparición y desarrollo de las sociedades complejas de la región. Los estu-
dios realizados parten de dos circunstancias fundamentales: la situación de
las condiciones climáticas y medioambientales y la interpretación de ciertas
estructuras supuestamente relacionadas con la gestión del agua, halladas prin-
cipalmente en Los Millares y Cerro de la Virgen (Chapman, 1991; Ramos
Millán, 1981; Lull, 1983; Gilman y Thornes, 1985; Gilman, 1987; Risch,
2002; Buxó, 1997; Stika, 1998; Castro et al., 1999, 2001; Cámalich y Mar-
tín Socas, 1999).
El modelo de Gilman y Thornes (1985) partió de la suposición de que
las condiciones climáticas y ambientales no habían cambiado y las condi-
ciones de aridez o de semiaridez eran idénticas a las que existían hoy, sugi-
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204 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

riendo que la práctica de una economía agrícola habría favorecido el desarro-


llo de la irrigación para combatir la aridez del medio. La aparición de la estra-
tificación social en el III milenio estaría asociada a la introducción de toda
una serie de intensificaciones de la producción subsistencial: la explotación
de los productos secundarios de la ganadería, la arboricultura y el regadío,
entre otros (Gilman, 1987).
Los trabajos de Chapman, al igual que los de Gilman, también arran-
caban del supuesto de que las condiciones medioambientales no habían cam-
biado desde la Prehistoria reciente. Este autor consideraba que el control de
las aguas fue uno de los factores del proceso de intensificación, aunque no
necesariamente el más relevante. Sin embargo, a diferencia de Gilman, Chap-
man señalaba la posibilidad de diferenciar sistemas agrícolas distintos para
los valles de montaña y las llanuras áridas de baja altitud. En ellos se mani-
festaba una agricultura que exhibía globalmente cierta diversidad y especia-
lización: además del regadío, la diversidad quedaba garantizada mediante la
agricultura de secano, la explotación del monte, la manipulación del ganado
y posiblemente el policultivo. Tanto Gilman (1987) como Chapman (1991)
querían explicar el desarrollo social de la zona como resultado de las respues-
tas adaptativas a un medio ambiente desfavorable, coincidiendo en que, dadas
las condiciones áridas del sureste, la intensificación de la producción agrí-
cola pasaba por la utilización del riego como única posibilidad de construir
un sistema agrícola y productivo.
Los argumentos esgrimidos por Chapman para justificar las necesida-
des de agua en los cultivos del sureste se fundamentaban en los trabajos rea-
lizados por Helbaek (1960, 1969, 1970) en yacimientos del VI milenio ANE
del Próximo Oriente y de Anatolia. Según estos estudios, los cultivos de algu-
nos cereales, como la cebada vestida y el lino, necesitan de un aporte de agua
más importante cuando se desarrollan en zonas áridas. La cebada vestida lo
exigiría porque acusa más los efectos de la evaporación y el lino no puede
extenderse sin un suministro artificial de agua en áreas de precipitación anual
inferior a una media de 450 mm. Chapman (1991) utilizaba estos requisitos
para señalar que el desarrollo de esos cultivos no estaba garantizado si no
existía el control del agua. Para este autor los cultivos de trigo, de cebada ves-
tida o de lino estarían creciendo en un marco ambiental hostil y, por tanto,
para un rendimiento normal de estas plantas sería necesario que fueran tra-
tadas bajo tecnologías de control del agua.
Es evidente que los datos actuales difieren en parte de las interpretacio-
nes inferidas por las investigaciones anteriores. La disponibilidad de estudios
paleoecológicos especializados y de una documentación sistemática relacio-
nada con la reconstrucción del paisaje y del cambio climático permiten res-
tituir la dinámica y evolución del manto vegetal junto con la influencia de la
intervención humana en la modificación de los espacios de la zona.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 205

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 205

En primer lugar, los estudios paleoambientales demuestran que las carac-


terísticas del paisaje del III y II milenios son diferentes (y cambiantes), sugi-
riendo unas condiciones climáticas más húmedas que las actuales. Desde
los inicios del Holoceno el registro polínico y el análisis antracológico refle-
jan un marcado carácter termófilo de la zona, con parámetros bioclimáticos
suaves, pero con muestras abundantes de recursos hídricos disponibles en la
red hidrográfica (Yll et al., 1995; Rodríguez Ariza, 1992, 1999; Pantaleón-
Cano et al., 2003; Fuentes et al., 2005). Del mismo modo, la discriminación
isotópica del carbono en semillas de diferentes especies de cereales y legu-
minosas revela que las condiciones climáticas actuales en Andalucía orien-
tal son más áridas; es decir, con menor precipitación que las calculadas para
la Prehistoria reciente (Araus et al., 1997).
Los cambios más significativos del manto vegetal se producen entre el
Calcolítico y la Edad de Bronce. Los datos paleoambientales apoyan la noción
general de que el Calcolítico marca la última época forestal del sureste semi-
árido, comenzando después un declive netamente concomitante con una mayor
presión antrópica sobre el medio y una agudización de la tendencia a la ari-
dez. El establecimiento de unas nuevas condiciones ambientales junto con
la extensión de espacios abiertos se relaciona con la intensificación de las
actividades agrícolas y pastoriles, aunque también con variaciones del marco
ambiental. Sin embargo, si la aridez existía o se extendía en la zona, no esta-
ba tan generalizada en el espacio y el tiempo, pues no provocó la desapari-
ción inmediata de zonas húmedas, que siguieron manteniéndose durante
la Edad del Bronce. Así pues, tampoco podría señalarse para este período la
necesidad de practicar actividades de irrigación a gran escala en la región.
En segundo lugar, la diversidad del sistema de explotación puede incluir
la agricultura de secano en las llanuras de baja altitud y del interior, pero la
especialización en la agricultura puede ir relacionada con el monocultivo de
algunos cereales en los dos períodos. Durante el Cobre, la cebada desnuda
es el cereal predominante, con unos valores superiores a la cebada vestida y,
por consiguiente, con una extensión superior. Durante la Edad del Bronce,
el cambio se traduce en un creciente predominio de la vestida sobre la des-
nuda. Las cebadas toleran muy bien las temperaturas extremas y no son
muy exigentes en agua, resistiendo mejor la aridez que el trigo. Su carácter
calcimorfo explica posiblemente su presencia repetida en una buena parte
de los yacimientos de la región.
En tercer lugar, hay datos que señalan un proceso hacia la intensifica-
ción de la producción durante la Edad del Cobre, que no incluyen necesaria-
mente la práctica de la irrigación de algunos cultivos, principalmente de cerea-
les. Por otra parte, las leguminosas o el lino, plantas para las que se suponen
mayores necesidades hídricas, pueden aprovechar la fertilidad de los terre-
nos fácilmente inundables o de suficiente capacidad hídrica. Los elevados
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 206

206 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

valores de haba registrados en los yacimientos de la región son indicativos


de la importancia de su cultivo desde el Neolítico reciente. Considerando el
argumento en defensa de unas condiciones ambientales diferentes de las actua-
les, el cultivo del haba sólo podía manifestarse bajo dos posibilidades: pri-
mera, que las necesidades de agua en esta planta estaban suficientemente
cubiertas durante este período; y segunda, que existían también actuaciones
específicas encaminadas a acentuar su desarrollo, como por ejemplo el uso
del regadío. Los estudios isotópicos del carbono en semillas de diferentes
especies procedentes de yacimientos calcolíticos y del Bronce del sureste
señalan que las leguminosas eran cultivadas en mejores condiciones hídri-
cas que los cereales (Araus et al., 1997).
Por su parte, los datos disponibles para las semillas de plantas silves-
tres procedentes de diferentes yacimientos destacan también unas condicio-
nes más húmedas en la región, con la presencia de especies acuáticas e hidró-
filas típicas de las comunidades de ribera, que son bastante exigentes en agua.
En Los Castillejos, este medio está documentado por la aparición frecuente
de diversas especies de Carex y Scirpus, así como por la documentación pun-
tual de Lycopus europaeus y Galium palustre. En Castellón Alto el hallazgo
de Chara sp., un alga que también se puede encontrar en otros contextos
húmedos, y la identificación frecuente de Scirpus maritimus puede confirmar
la proximidad de zonas con fuerte potencial de recurso hídrico.
En general, a excepción de los modelos propuestos por Gilman y Thor-
nes (1985) y Chapman (1991), los trabajos más recientes señalan que la mayor
parte de los cultivos de cereales debía ser de secano y que, si se practicaba
una irrigación, estaría limitada a las leguminosas, a pequeña escala y en par-
celas con suelos favorables, tal vez con la ayuda de mecanismos simples para
el regadío (Ramos Millán, 1981; Lull, 1983; Stika, 1988; Buxó, 1997; Cas-
tro et al., 1999, 2001; Càmalich y Martín Socas, 1999). Las condiciones cli-
máticas de la Prehistoria reciente del sureste difieren de las que se dan en la
actualidad. En efecto, no existe un paisaje estable desde la Prehistoria; debe-
mos considerar su evolución en el contexto de las fluctuaciones ambientales
y de la actividad humana. La zona mediterránea es especialmente sensible a
las perturbaciones y conviene destacar que los incrementos de densidad de
población y las actividades abusivas sobre el medio pueden activar rápida-
mente todo un proceso de cambios en el paisaje.
Los sistemas agrícolas que sugerimos para las poblaciones de la Pre-
historia reciente del sureste pueden presentar efectos distintos sobre el medio
natural, incrementando el agotamiento de los acuíferos y probablemente pro-
vocando la salinización del suelo. Sin embargo, los procesos de degradación
de las posibles zonas de inundación y los problemas erosivos de la región tie-
nen lugar a lo largo del tiempo y no está tampoco demostrado que los desa-
justes más severos (aunque no los primeros) del paisaje sean propios de esta
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 207

época. Los sucesivos cambios, naturales y antrópicos, que a lo largo de la


historia se producen en la zona no se pueden desvincular, pero debemos tam-
bién prestar atención a los que pueden ocurrir en áreas no muy alejadas, como
son las del norte de África.

LAS TAREAS AGRÍCOLAS Y EL PROCESADO DE LOS CEREALES

La conservación de algunos componentes vegetales en los yacimientos


arqueológicos analizados ha permitido que, en ciertos casos, se hayan podi-
do inferir algunas de las actividades y prácticas agrarias que tuvieron lugar.
Si en el contexto de las primeras sociedades agrícolas habíamos destacado
la escasa presencia de malas hierbas y desechos de trilla, con los cambios que
señalamos en el Calcolítico y la Edad del Bronce cabría esperar que la com-
posición de estos conjuntos tuviese un carácter diferencial en relación con
las sociedades neolíticas precedentes. Por su parte, la presencia de instrumen-
tal agrícola en poblados calcolíticos y de la Edad del Bronce es muy reduci-
da, limitándose a hachas de piedra, azuelas y dientes de hoz, de manera que
se conoce poco sobre los trabajos de acondicionamiento y siembra. Hemos
de suponer que una gran parte del utillaje, como sucedía con el arado, se
elaboraba en madera, por lo que su conservación en este tipo de registros
resulta problemática, salvo en raras excepciones.
A primera vista, el registro arqueobotánico induce a pensar que no hay
variaciones respecto del período anterior, ya que la mayoría de yacimientos
presenta un número bastante reducido de plantas silvestres características de
los cultivos. A pesar de ello, hay suficientes datos como para admitir un
aumento cualitativo de este tipo de restos en algunos yacimientos peninsula-
res (por ejemplo, la Cova de Punta Farisa, Minferri, Can Roqueta, Peñalosa,
El Malagón, Castellón Alto), que puede significar un crecimiento de las
actividades agrícolas durante estos períodos. De manera que debemos obser-
var con mayor detenimiento las frecuencias con que se repiten algunos vege-
tales y los subproductos relacionados con la transformación del cereal (como
las bases de las glumas, las horquillas de espiguillas y los segmentos de raquis).
Tras la siembra de los cereales en el otoño, el ciclo agrícola continúa
con la realización de tareas de escardado, cuya finalidad radica en favorecer
y potenciar el crecimiento de las plantas que han sido sembradas. Estas prác-
ticas van a concentrarse especialmente en primavera y servirán para limpiar
los campos de malas hierbas. Las plantas eliminadas se utilizan, generalmen-
te, en la alimentación animal.
La actividad de escardado puede causar la eliminación o reducción de
especies asociadas a los cultivos de invierno, mientras que favorece la con-
servación de las especies anuales de primavera. Su realización generalizada,
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208 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

independientemente de que se trate de cultivos de invierno o de primavera,


puede establecerse a su vez gracias a la ausencia de semillas de especies
adventicias en los conjuntos carpológicos. Sin embargo, también puede estar
relacionada con la realización de otras prácticas agrícolas (desde el tipo de
siega al cribado) que tienen como finalidad quitar los elementos contaminan-
tes antes de su destino final con fines alimenticios (Buxó, 1997).
La presencia de un número reducido de semillas de plantas de porte alto
también puede indicar, por su parte, que se ha producido una escarda (Hill-
man, 1981). En el sureste de la Península, el registro arqueobotánico de la
mayoría de yacimientos presenta un número relativamente importante de espe-
cies adventicias. En su mayor parte pertenecen a taxones que se relacionan
directamente con los cultivos de invierno. Por lo que respecta al grupo de
especies de primavera, las más abundantes pertenecen a taxones de los géne-
ros Chenopodium y Malva. A su lado, y dependiendo del yacimiento, se hallan
semillas de otras especies, como Apium graveolens, Rumex crispus, Amaran-
thus sp., y de leguminosas silvestres de los géneros Medicago, Melilotus y
Trifolium. Una buena parte de estos taxones puede alcanzar una altura cer-
cana o superior a 100 cm, pero la mayoría no supera los 50 cm, con lo que
se podría llegar a la conclusión de que existe una práctica sistemática de escar-
dado en la mayoría de los yacimientos estudiados.
Las perspectivas de intensificación de la agricultura del Calcolítico y del
Bronce suponen que las modalidades de cosecha impliquen métodos más con-
venientes para tratar unos campos de cultivo de tamaño cada vez mayor. La
presencia habitual de elementos de hoz en los yacimientos, principalmente rea-
lizados en sílex, apunta a la siega como técnica habitual de recolección de los
cereales durante este período; la información de que se dispone es abundante.
El estudio funcional de esta industria lítica informa, por su parte, de
algunas de las características de la siega de los cereales. Con respecto a las
hoces de los contextos de hábitat, caso por ejemplo de las halladas en yaci-
mientos del llano occidental catalán (Roques del Sarró, Minferri, Genó, Carre-
telà) y de la depresión central catalana (Can Roqueta), parece tratarse de
útiles que estaban compuestos por varias piezas alineadas. Este tipo no es
exclusivo únicamente de Cataluña, sino que aparece en buena parte de la
península Ibérica. Se han localizado hoces similares en yacimientos de Anda-
lucía (Gatas, Fuente Álamo, El Argar, El Oficio) o Castilla-La Mancha (El
Recuento). Al igual que muchas de las hoces neolíticas, algunas de las las-
cas encontradas en los asentamientos y varias de las grandes láminas halla-
das en los enterramientos del Calcolítico y de la Edad del Bronce se han uti-
lizado para segar los cereales cerca del suelo.
Existen, por tanto, indicios suficientes de que se podrían haber practi-
cado diferentes tipos de cosecha. En algunos casos a ras de suelo; en otros,
la presencia exclusiva de especies silvestres de porte alto indica que la siega
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 209

no se realizó a ras de tierra, sino que la paja se cortó a una cierta altura. Por
otro lado, si las malas hierbas representadas incluyen taxones vegetales de
porte bajo, podemos sugerir que la siega se realizó cortando la paja a baja
altura, técnica que permite recoger la paja y el grano en una sola operación,
aunque posteriormente se deba emplear más tiempo en su procesado y lim-
pieza (Peña-Chocarro, 2000). Estos serían, por citar algunos ejemplos, los
casos de Las Pilas/Huerta Seca, Los Castillejos y Peñalosa (Rovira, 2007;
Peña-Chocarro, 2000) y Punta Farisa (Alonso y Buxó, 1995). La siega a
baja altura implica el aprovechamiento de la paja, que en estas sociedades
presentaba toda una multiplicidad de usos: techados, artesanías, alimentación
del ganado, etc.
Las bases de las glumas, las horquillas de espiguillas y los segmentos
de raquis del cereal constituyen, por otro lado, testimonios claros del proce-
so posterior a la cosecha. Las fases de trilla y aventado separan la paja del
grano, pero con el aventado, además, de los fragmentos más largos de la paja,
se eliminan las diferentes partes de la espiga, las malas hierbas más ligeras
y muchos raquis. Estas operaciones prácticamente no están descritas en la
secuencia de procesado de los yacimientos del Calcolítico y de la Edad del
Bronce. Por el contrario, las últimas fases del procesado están mejor repre-
sentadas en el registro arqueobotánico de algunos asentamientos de la Edad
del Bronce. A pesar de la trilla y el aventado, el grano presenta todavía nume-
rosos elementos contaminantes, formados por malas hierbas, raquis y nudos
de la paja, que se eliminaran en las sucesivas cribas con tamices de diferen-
te grosor.
En las áreas destinadas a las actividades domésticas se han localizado
diferentes estructuras, relacionadas con el almacenamiento y con las activi-
dades de procesado de los productos, como los molinos. Las muestras arqueo-
botánicas recogidas en estas zonas están compuestas principalmente por cere-
ales, pero además se documentan leguminosas, frutos silvestres y, en algunos
casos, malas hierbas. Sin embargo, en estas composiciones no hay eviden-
cias de la presencia de diferentes partes de la espiga (glumas, paleas, lemas,
raquis), de semillas de malas hierbas ligeras o de los fragmentos más largos
de la paja. A pesar de ello, el grano presenta todavía algunos elementos con-
taminantes que sólo se eliminarán con sucesivas cribas.
Los hallazgos de conjuntos cerrados formados por una sola especie nos
permiten afirmar también que el cultivo de las distintas especies de cereales
se realiza por separado. Esta práctica se documenta por lo menos desde el
III milenio, tanto en zonas del sureste como de la región valenciana. Todo
parece indicar que el cereal llegaba y se almacenaba en el interior de las habi-
taciones prácticamente limpio. Las concentraciones identificadas en la mayo-
ría de los yacimientos estaban compuestas casi exclusivamente de semillas
sin apenas contaminantes, como restos de glumas, de raquis o de entrenudos,
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210 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

con una representación de malas hierbas muy reducida o inexistente. Se han


hallado conjuntos de este tipo en Campos (Cuevas del Almanzora, Almería),
Cerro de la Virgen (Galera, Granada), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén),
Gatas (Turre, Almería), Lloma de Betxí (Paterna, Valencia). En Peñalosa se
sugiere que el cereal semilimpio se almacenaba fuera de las casas y que, pos-
teriormente, según las necesidades, se cribaba y almacenaba ya limpio en
contenedores en el interior de la vivienda (Peña-Chocarro, 2000). Las con-
centraciones puras de cereales halladas en los interiores de vasijas parecen
tratarse de productos almacenados para su utilización posterior. Los estu-
dios realizados muestran cómo, además de contener semillas de cereal, exis-
te una composición de plantas silvestres, de tamaño similar a los granos,
que sólo se pueden eliminar individualmente a mano.
Por su parte, otros restos son los desechos resultantes tras el tamiza-
do del grano para su limpieza. Estos subproductos se originan prácticamen-
te al final de la secuencia del procesado y varían en cuanto a la proporción
de sus componentes. El cribado más grueso retiene semillas, fragmentos de
raquis de manera ocasional y algunas malas hierbas, mientras que el sub-
producto conserva la mayoría de los nudos de tallos, inflorescencias o
cápsulas de malas hierbas. El cribado fino ya elimina elementos contami-
nantes más pequeños que el grano, y el producto presenta, aparte de aquél,
semillas de malas hierbas de su mismo tamaño y algunos fragmentos de
raquis. Como subproducto quedará la mayoría de las semillas de malas hier-
bas más pequeñas y segmentos de raquis o fragmentos de cascabillo. Los
desechos de la criba fina suelen arrojarse al fuego del hogar como combus-
tible, aunque en determinadas ocasiones puedan almacenarse para ser uti-
lizados en la alimentación animal. En Peñalosa se ha localizado este tipo
de muestras en zonas de procesado y preparación de los alimentos (Peña-
Chocarro, 2000). Excepto en algunos casos, éstas presentan una compo-
sición muy homogénea de especies de malas hierbas. Por su parte, el ya-
cimiento de Minferri (Juneda, Lleida) (primera mitad del II milenio cal.
ANE) también proporciona restos procedentes de los últimos estadios del
procesado del cereal, donde es común encontrar semillas de malas hierbas
junto con los granos de otros cereales como contaminantes del cultivo prin-
cipal (Alonso, 1999).
Como ya se ha señalado, el almacenamiento de los productos para ali-
mento o reproducción se realiza en estructuras de tipo fosa, pero también en
cestas o recipientes que podían destinarse a la misma finalidad. Los todavía
escasos datos procedentes de los asentamientos indican que una parte impor-
tante de estas estructuras estaba destinada al almacenamiento de cereales. En
general, la mayoría de ellas estaban amortizadas como basureros, de mane-
ra que los restos arqueobotánicos que se han hallado en su relleno son prin-
cipalmente de desechos domésticos.
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 211

En el nordeste de la Península, estamos asistiendo, con yacimientos


como el Institut de Batxillerat Antoni Pous, la Bòbila Madurell o el mismo
Minferri, a los primeros documentos de silos como forma de sistema comu-
nitario de almacenaje de productos. Su cantidad y diversidad tipológica pue-
den responder a una necesidad importante de almacenaje, sea como resulta-
do de una práctica de almacenamiento basada en utilizaciones puntuales de
cada estructura o bien como elemento definidor de una comunidad exceden-
taria. La capacidad media de los silos del yacimiento de Minferri era de 1.500
litros, mientras que algunos de Bòbila Madurell podían llegar a los 3.000. En
cambio, los de la UAB no superaban los 1.100 litros.
En la región valenciana aparecen las primeras construcciones destina-
das a graneros, pero se conocen también estructuras en el subsuelo como las
anteriores, de tipo fosa-silo, que se documentan asimismo en el Calcolítico
y el Bronce del sureste, en yacimientos como Campos, Almizaraque, Taber-
nas y El Malagón. En la misma zona se registran además espacios formados
por estructuras de procesado y almacenaje conjunto, asociados a contenedo-
res cerámicos u orgánicos para el almacenamiento. Encontramos un ejem-
plo de ello en los fortines 1 y 5 de Los Millares o en el Cerro de la Encina
de Monachil, donde se han descubierto construcciones sobreelevadas que sos-
tenían molinos que acompañaban silos destinados probablemente a la con-
servación de grano.

Los trabajos agrícolas: cultivo y utillaje durante el I milenio

La complejidad social y económica de la Edad del Hierro tiene también


su traducción en las prácticas agrícolas y en el utillaje. El desarrollo agríco-
la, que aparte del uso de instrumental de hierro incorpora nuevas técnicas,
subraya una capacidad excedentaria de la producción de cereal articulada con
la explotación de leguminosas, la incorporación de nuevas especies (alguna
de ellas como alimento potencial del ganado) y la extensión de los mono-
cultivos.
La introducción del metal, y sobre todo de la tecnología del hierro,
permitió disponer de una mayor cantidad de útiles y de mejor calidad. Se
constata que el utillaje de piedra se utilizaba aún en los inicios de la época
ibérica, pero a partir de este momento la innovación que sucedió al uso
del hierro en la fabricación de los útiles agrícolas se verá también refleja-
da en la confección de instrumentos especialmente pensados para ciertos
trabajos.
El utillaje para trabajar la tierra está bastante bien documentado a par-
tir de época ibérica en diversos yacimientos de la zona mediterránea de la
península Ibérica. La mayoría muestra diversas herramientas para remover
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212 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

y romper la tierra (por ejemplo, layas o azadas), entre las que destacan sobre
todo las rejas de arado. Éste era conocido desde el período anterior, pero
donde la propia topografía del terreno no permitía su paso el trabajo de la tie-
rra se debía combinar con el uso de las azadas y de las layas.
Tanto el trabajo del suelo como la tala de árboles serán de las primeras
operaciones agrícolas que adoptarán los útiles en hierro, seguramente por la
dureza que aporta este nuevo material. La presencia de piezas férricas desti-
nadas al acondicionamiento del suelo aparece a mediados del siglo VI ANE.
Pero no es hasta época ibérica plena (de mediados del siglo V a finales del
siglo III ANE) que el uso del hierro se generaliza en la confección de las pie-
zas y aumenta considerablemente tanto su número como la diversidad de tipos
documentados.
Para la labranza se introduce el arado de tipo dental, del que sólo con-
servamos la reja, aunque también podrían utilizarse para este trabajo las
azadas. Estas últimas junto con la laya y el arado son herramientas que sir-
ven para remover y trabajar el suelo, para sembrar o plantar, remover y cavar,
etc. La laya, como la azada, corta la tierra, pero penetra más profundamen-
te, de manera que el terrón es igualmente removido, mientras que el arado
simétrico sólo lo araña superficialmente. La laya se podía utilizar en terre-
nos pedregosos o arcillosos, donde el trabajo de la azada era difícil, pero tam-
bién era apropiada para trabajos de la huerta como plantar o sembrar. Antes
de la época ibérica las layas eran útiles fabricados totalmente de madera; hay,
por tanto, pocas referencias.
El arado es uno de los instrumentos agrícolas que ha tenido un papel
más relevante en la historia humana, puesto que ha permitido incrementar la
capacidad de un grupo para cultivar superficies más grandes. También ha sido
habitualmente muy eficaz en la agricultura mediterránea, con suelos no muy
profundos y secos. A pesar de realizar una remoción muy superficial, per-
mite, en esta zona con escasas precipitaciones, la penetración de la lluvia y
evita la pérdida de la humedad de las capas inferiores.
La utilización del arado de hierro en este período subraya la capacidad
de colonizar nuevas tierras, que se extiende a llanos y a terrenos fluviales, así
mismo las más duras de las partes bajas de los valles. El arado de hierro
tirado por un animal (buey o caballo) realizaba los surcos más profundos, de
manera que facilitaba, a diferencia del arado de madera, el acceso a los terre-
nos más difíciles de modificar.
De los arados de madera más primitivos apenas hay evidencias, ya que
sólo se conservan en medios anaerobios, pero la posibilidad de que se utili-
zaran rejas líticas hace más factible su conservación en otro tipo de sedimen-
tos (Rees, 1981). Más tarde, la reja fue recubierta de bronce, pero el paso
decisivo fue el uso del hierro. La reja de hierro acoplada de manera inde-
pendiente resultó mucho más eficaz y duradera.
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 213

El arado dental, llamado también de tipo mediterráneo, porque es en


esa zona donde presenta una mayor expansión y donde se conocen los testi-
monios más antiguos, es importante sobre todo porque es el único represen-
tado en las figuraciones ibéricas que conocemos. En los arados de época ibé-
rica, el timón y la esteva estaban subordinados al dental; cuando éste y la
esteva eran de una sola pieza el timón (curvado o rectilíneo) estaba encaja-
do en la parte delantera (Fernández, 1992).
El arado era conocido como mínimo desde finales del Neolítico e ini-
cios de la Edad del Bronce en muchos lugares de Europa. Existen figuracio-
nes y representaciones de escenas en sellos, pinturas y jeroglíficos, a partir
de las cuales parece que este instrumento se conocía en Mesopotamia desde
el IV milenio y en Egipto desde el III (Haudricourt y Jean Bruhnes, 1986;
Sigaut, 1988a). Igualmente, en Europa existen grabados desde el Neolítico
en Val Camonica (Brescia, Italia), a pesar de que las dataciones quedan por
confirmar, pero son más frecuentes a partir de la Edad del Bronce y durante
el Hierro en Val Camonica y Mont Bégo (Tende, Francia), o en Suecia (Gui-
laine, 1991). También existe una figuración incisa en una cerámica del Bron-
ce final localizada en Camp Redon (Hérault, Francia) en un horizonte mail-
haciense I. Sin embargo, las informaciones más fiables que conocemos sobre
rejas de arado en el norte de la península Ibérica proceden de los que ya incor-
poran el hierro.
Las representaciones figuradas en época ibérica están representadas por
el arado votivo de Covalta, de tipo dental (Violant i Simorra, 1953). En ellas
se observan la esteva recta (pero curvada en el mango) y posiblemente timón
y curva. Más completas son las escenas de los kalathoi procedentes del Cabe-
zo de Alcalá (Azaila, Teruel) y del Cabezo de la Guardia (Alcorisa, Teruel),
que presenta un hombre que trabaja con un arado similar al de Covalta, tira-
do por una junta de bueyes collados por los cuernos (Lucas, 1990). Por otra
parte, en el Castellet de Banyoles (Tivissa, Tarragona) se encontró una repre-
sentación escultórica que representa una pareja de bueyes unidos por el yugo
(Serra Ràfols, 1941). Sin embargo, a pesar de todo ello no se conserva nin-
gún arado.
También se han recuperado arados enteros o semienteros en algunas
zonas de Europa, sobre todo en el noroeste, conservados principalmente en
turberas. El arado más antiguo encontrado es el de Hvorslev, procedente de
un pantano de Jutlandia, datado aproximadamente del 1.500 ANE, pero exis-
ten también otros casos (Haudricourt y Jean-Bruhnes, 1986; Rees, 1981).
Las rejas de hierro son los testimonios más comunes de arados en la
península Ibérica. La reja ibérica, muy simple, es de una sola pieza a partir
de una pala de forma aproximadamente triangular, con los dos extremos dobla-
dos a modo de pestañas para poder sujetarla al dental. En el sur de Francia
se encuentran desde el siglo V ANE y en el área mediterránea de la Penínsu-
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214 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

la desde finales del siglo V e inicios del IV, con numerosos ejemplos entre
finales del siglo III y principios del II ANE. Son piezas planas por una cara y
convexa por la otra, doblegadas hacia dentro en los dos laterales, con la
finalidad de sujetarlas mediante remaches en el resto del instrumento. Se han
localizado rejas desde el siglo IV ANE en la Illa d’en Reixac (Rovira, 1999),
en el Puig de Sant Andreu (Oliva, 1970), en Mas Castellar de Pontós (Pons
et al., 2000) y en la Bastida de les Alcusses (Pérez et al., 1999).
El aumento de la producción total mediante la roturación de nuevas tie-
rras es una consecuencia del uso del arado. Para garantizar la subsistencia
de la explotación de terrenos más o menos estables, es necesaria la aplica-
ción de sistemas de cultivo más complejos, que favorezcan la regeneración
de la fertilidad del suelo, como son el sistema de ciclo corto y la rotación de
cultivos de ciclo trienal. Sin embargo, los datos que se manejan en el regis-
tro arqueobotánico de la Edad del Hierro no son suficientes para que puedan
demostrar fácilmente estas prácticas; así, se recurre habitualmente a estudios
comparativos con otras zonas del Mediterráneo y a la utilización de parale-
los etnográficos.
En la Grecia antigua se seguía una rotación bienal fundamentada en el
monocultivo de semillas de invierno sobre un período de dos años. El barbe-
cho se practicaba como el conjunto de trabajos agrícolas de primavera y de
verano juzgados necesarios para preparar la siembra de otoño (Jenofonte,
Econom., cap. XVI, XVII, XVIII). Este sistema no era ni mucho menos
rígido, ya que los trabajos se podían aumentar o reducir según la presencia
de malas hierbas. El estado de reposo de la tierra durante dos años restituía
los elementos nutritivos del suelo y en el año de barbecho se intercalaban
plantas que agotaran menos el suelo. Por su parte, el sistema de rotación trie-
nal permite realizar una siembra en primavera, práctica perfectamente com-
patible con los sistemas tradicionales a través de la incorporación de los cul-
tivos de primavera. Parece que la rotación trienal se desarrolló muy pronto
en el sureste de Europa y el Próximo Oriente, extendiéndose gradualmente
hacia Europa central en la Edad del Bronce (Dennell, 1978).
Un caso complejo es el proporcionado por la asociación consistente de
cebada vestida y panizo, que se manifiesta en grandes concentraciones en
algunos yacimientos de época ibérica. La relación entre las dos especies se
puede presentar de manera variada y hasta diferente según la estructura. Por
ejemplo, en el Mas Castellar de Pontós se conserva una muestra monoespe-
cífica de panizo acompañado de manera restringida por semillas de otras espe-
cies de cultivo y otra donde panizo y cebada se presentan de manera conjun-
ta, sin destacar cuantitativamente ninguna de las dos especies (Canal, 2000).
En el Puig de Sant Andreu d’Ullastret, por su parte, se ha recogido una mues-
tra de cebada vestida y panizo, donde, a diferencia del anterior, destaca la
importancia de la cebada en el plano cuantitativo (Buxó, 1997).
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 215

El primer hecho que considerar es la posibilidad de que tanto la ceba-


da como el panizo pueden ser sembrados tanto de manera conjunta como
individualizada; en segundo lugar, en cualquiera de los casos, siempre esta-
mos hablando de conjuntos cerrados con cebada, panizo, o panizo y ceba-
da y no de mijo; en tercer lugar, tanto la cebada como el panizo son espe-
cies que se pueden sembrar durante la primavera; y en cuarto, se trata de
semillas en que la operación de descascarillado no se ha realizado de mane-
ra exhaustiva, ya que algunas mantienen sus envolturas de manera total o
parcial.
Los datos procedentes del registro arqueobotánico representan aproxi-
madamente todas las posibilidades de la asociación entre cebada vestida y
panizo en época ibérica. La concentración de cereal del estrato 7 del Puig de
Sant Andreu d’Ullastret (Buxó, 1997) no es el resultado de un vertido de resi-
duos domésticos o de subproductos del proceso del cereal, sino de un depó-
sito intencionado y mantiene, por tanto, la posibilidad de que el conjunto
pueda proceder directamente de una única cosecha, con un contenido for-
mado principalmente por cebada vestida y panizo como segundo cereal más
representado. De la misma manera, las muestras de Mas Castellar de Pontós
son también conjuntos cerrados y difícilmente pueden tener su origen en el
proceso agrícola del cereal. La cosecha de un grupo está formada casi exclu-
sivamente de panizo, y la del otro se compone de panizo y cebada de mane-
ra conjunta en grandes cantidades.
A partir de estas referencias podemos convenir que tanto el cultivo de
la cebada vestida como el del panizo se podían realizar de manera individua-
lizada, mientras que persiste la duda de si ambas especies podían estar de
manera conjunta. La primera consideración a tener en cuenta es el inconve-
niente de sembrar las dos especies simultáneamente, porque las técnicas para
recogerlas son diferentes (Marinval, 1992b; Buxó, 1997). No obstante, estas
técnicas se apuntan específicamente para el mijo, pero desconocemos si tam-
bién se pueden aplicar al panizo. Desde nuestro punto de vista, la circunstan-
cia de que exista una siembra conjunta de los dos cereales tiene que estar en
relación con la finalidad de la producción; es decir, si la producción se desti-
na al consumo humano o al consumo animal. La posibilidad de que algunas
semillas conserven las envolturas adheridas la podemos relacionar con la poca
exhaustividad del procesado de los dos cereales. De hecho, las principales ope-
raciones del procesado no son necesarias si la cosecha, o parte de ella, se
destina a la alimentación del ganado. Cultivar la cebada vestida y el panizo
con finalidades forrajeras no es, por tanto, una opción tampoco rechazable.
La segunda opción contempla la posibilidad de una adición posterior
del segundo cereal a la cosecha antes del almacenamiento o en el momen-
to de consumir el alimento. La cebada era, al menos durante la época roma-
na, un cereal menos apreciado que el trigo, de digestión más difícil, que fre-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 216

216 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

cuentemente se consumía mezclado con otros cereales, como el mijo, o hasta


con leguminosas, como la lenteja. También existía una mezcla de trigo y hari-
na de haba. Estos alimentos eran muy nutritivos y constituían la base de la
alimentación en campaña y para la clase social más pobre (André, 1981). El
mismo Julio César apunta la descripción de un pan compuesto de cebada y
mijo cuando describe las provisiones de los marselleses en el sitio de Mas-
salia (Amouretti, 1992).
Al mismo tiempo, las dos propuestas no resuelven por ellas mismas si
la cebada y el panizo podían estar sembrados de manera conjunta. Si en una
parcela se siembra cebada durante la primavera, el único reflejo que podría
quedar del cultivo anterior sería el de un cultivo de invierno, pero nunca de
otro cultivo de primavera como el panizo. En cambio, si se siembra panizo
donde el cultivo precedente era de invierno (por ejemplo, de cebada), se podrí-
an producir mezclas de los dos tipos, que se reflejarían posteriormente en los
resultados de las cosechas. Por tanto, la asociación cebada-panizo sólo podría
llegar a ser a partir de la sucesión del cultivo de cebada vestida durante el
invierno por la del panizo en la primavera.
Como ya se ha mencionado (capítulo 5), los estudios arqueobotánicos
destacan el desarrollo de los cereales de invierno para la etapa ibérica, sugi-
riendo que su explotación sólo puede ser de tipo extensivo, con un sistema
de ciclo corto que implicara la práctica del barbecho. El hecho de la presen-
cia de un elevado número de rejas de arado durante este período parecería
apoyar un uso a gran escala de este tipo de agricultura. Del mismo modo, la
incorporación de los mijos y de las avenas en los cultivos también puede seña-
lar que se aplicara un sistema de rotación combinando el cereal de invierno,
el cereal de primavera (o una leguminosa) y el barbecho, permitiendo el
aumento de la agricultura de secano. Las leguminosas, por su parte, podían
ser cultivadas total o parcialmente en parcelas más pequeñas o en huertos, al
margen de los cereales.
La generalización de la explotación de secano para la etapa ibérica sugie-
re una importante expansión del sistema de cultivo, como consecuencia de las
necesidades derivadas del crecimiento de la población y de una determinada
especialización de la producción del cereal dentro de un contexto económico
integrado más amplio. Pero también supone la pérdida paulatina de las sus-
tancias nutritivas naturales que repercuten en el rendimiento de las plantas. El
paso a un ciclo de recuperación corto estaría condicionado por la necesidad de
elementos fertilizantes o de técnicas de trabajo intensivo, de abonado o irriga-
ción, para favorecer un sistema económico creciente durante este período.
La agricultura de ciclo corto alterna un cultivo de cereales con un bar-
becho de corta duración y tiene como término medio un período de uno a dos
años, empezando al otoño siguiente después de la última cosecha. La utili-
zación del barbecho en este sistema tiene como finalidad facilitar, en primer
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 217

lugar, la reconstrucción de los suelos, agotados tras un cultivo continuado


de vegetales, y en segundo lugar, proporcionar pastos para los animales domés-
ticos. Las tierras que se encuentran en barbecho, es decir, que no son sem-
bradas durante uno o dos años, se trabajan varias veces para airear el suelo.
También el sistema de ciclo corto aprovecha la eficacia del fuego para lim-
piar la vegetación de reconquista después de un tiempo en que el terreno está
sin cultivo y no permite la regeneración de plantas leñosas. La flora resultan-
te se compone exclusivamente de herbáceas anuales y vivaces adventicias
de los cultivos, que pueden ser arrancadas fácilmente por el arado.
Además de la práctica del barbecho, la recuperación de la fertilidad
del suelo en los ciclos de cultivo cortos comporta la utilización de abono. El
mejor y el más rentable debía ser sin duda los excrementos del ganado, pero
también podía estar formado por desechos domésticos, elementos vegetales,
etc. Por otra parte, los campos en barbecho utilizados como pasto debían
constituir una manera de abonar con excrementos, un hecho común en la agri-
cultura de ciclo corto.
Los primeros signos de la utilización de estiércol para abonar los cam-
pos, detectados por los análisis botánicos, se remontan a la Edad del Bronce
en el sur de Alemania (Willerding, 1980). En la Grecia antigua una gran parte
de los abonos naturales utilizados eran vegetales, sobre todo aprovechando
el rastrojo quemado o enterrado, pero también la maleza de plantas adventi-
cias o ruderales reunidas en fosas para que se pudrieran (Amouretti, 1986).
Por su parte, algunos autores sugieren que el hecho de encontrar fragmentos
aislados de cerámica ibérica dispersos en los actuales campos de cultivo son
vestigios amortizados y lanzados en los estercoleros y que, probablemente,
llegaban a los campos como consecuencia de la dispersión del estiércol duran-
tes los períodos de barbecho (Sanmartí y Santacana, 2005).
Respecto al sistema de siembra utilizado, no tenemos datos que permi-
tan definir si se realizaba a voleo o en líneas, siguiendo los surcos abiertos
por el arado. La siembra a voleo, el método más habitual en los países medi-
terráneos, puede emplearse para la totalidad de las especies de cereal, excep-
to para el mijo, mientras que la siembra en línea se practica con todas las
especies, incluso las leguminosas, favoreciendo una eliminación más senci-
lla de las malas hierbas.
Por otro lado, el estudio de las malas hierbas que acompañan a los cul-
tivos puede ayudar a determinar cuál era el tiempo de siembra. Los cultivos
de cebada vestida, trigo desnudo, escanda menor y avena son los más adap-
tados a las condiciones de la región mediterránea, donde se desarrollan, pre-
ferentemente, como cereales de invierno (sembrados entre los meses de octu-
bre y diciembre). Los de mijos y leguminosas, por su parte, corresponden a
cultivos de primavera (sembrados entre marzo y abril), aunque los de ceba-
da podrían serlo también.
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218 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los taxones de malas hierbas que acompañan a los conjuntos de cerea-


les analizados son, principalmente, los propios del grupo Secalinetea (Ajuga,
Avena, Bromus, Galium, Lolium, Phalaris, Polygonum), asociados a los cul-
tivos de invierno. La presencia de algunas especies del grupo Chenopodie-
tea (Atriplex, Chenopodium, Medicago, Melilotus, Setaria) puede ser más
indicativa de cultivos de primavera o estar relacionada con el trabajo de escar-
dado. Otros taxones identificados crecen en los escombros y en los bordes
de los caminos y de los campos (Malva, Rumex), aunque su desarrollo como
malas hierbas de los cultivos de invierno también es posible, porque son espe-
cies muy activas durante todo el año.

EL PROCESO DE COSECHA Y LAS OPERACIONES SUCESIVAS

La extensión de los cultivos debía comportar cada vez más que la


modalidad de cosecha conllevara eficacia y rapidez. El fortalecimiento
de cultivos con especies más fáciles de segar implica el uso de instru-
mentos que permitan golpear los tallos del cereal, como debía suceder
para la siega de la cebada, del trigo o de la misma avena. La presencia
de hoces y de otros aperos agrícolas en el registro arqueológico permite
inferir una expansión del instrumental agrícola como consecuencia del
uso del hierro.
El útil más representativo del registro arqueológico que se identifica
invariablemente con los trabajos de recogida de cereales es la hoz. La siega
con este instrumento debía ser el método de recolección más extendido duran-
te la época ibérica y el más indicado para la recolección de cereal en culti-
vos extensivos, ya que agilizaba el proceso de siega y minimizaba el riesgo
de que se desgranaran de las espigas. A pesar de ello es posible que en algu-
nos contextos se mantuvieran aún las modalidades de cosecha que se practi-
caban desde el Neolítico. En Cataluña occidental, por ejemplo, se constata
que la práctica de la siega de los cereales se sigue realizando con hoces líti-
cas a lo largo del II milenio ANE, mientras que durante la primera Edad del
Hierro la frecuencia de estos restos líticos disminuye casi totalmente y aumen-
ta la importancia de las hoces en hierro, sobre todo a partir de la época ibé-
rica (Alonso, 1999).
La hoz corta, por fricción, agrupando los tallos a una altura media o a
ras de suelo, permite recoger en una sola operación tanto las espigas como
la paja. La siega se puede realizar a diferentes alturas según las necesidades
de obtención de paja más o menos larga: su resultado es un producto en gavi-
llas. En el período ibérico, con una actividad agraria de tipo extensivo, el uso
de la paja debía ser un factor que determinaba la elección ocasional de los
sistemas de recogida diferentes a la hoz.
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 219

El uso de la hoz en la siega puede tener efectos sobre la composición


resultante de las plantas compañeras de los cultivos. Como hemos observa-
do en anteriores ocasiones, el resultado puede ser indicativo de la altura del
tallo a la que se siega el cereal y, evidentemente, el registro arqueobotánico
de la Edad del Hierro denota un notable incremento de las plantas de malas
hierbas. Los hallazgos repetidos de semillas de taxones de porte bajo, junto
con la ausencia de nudos basales y la proliferación de glumas, espiguillas y
segmentos de raquis, parecen indicar que la siega se realizaba cortando la
paja a baja altura. La presencia consistente de taxones como el amor de hor-
telano (Galium aparine), la centinodia (Polygonum aviculare), el alforfón
(Polygonum convolvulus) y el falaris paradoxal (Phalaris paradoxa) es indi-
cativa de este tipo de siega. Sin embargo, como la mayoría de muestras con
cantidades significativas de malas hierbas pertenece a conjuntos cerrados
(Puig de Sant Andreu, Vinarragell, etc.), es de suponer que su exclusión depen-
dería también de otros factores, más relacionados con las operaciones poste-
riores de procesamiento y transformación del cereal. En general, una propor-
ción muy importante de malas hierbas es eliminada con las operaciones de
aventado y tamizado, que suceden al descascarillado del cereal.
Como ya se ha señalado, las operaciones del proceso de trabajo agrí-
cola posterior a la cosecha pueden ser reconocidas a partir del registro arqueo-
botánico, gracias a la recuperación de elementos vegetales interpretados como
residuos de este tipo de actividades y la ayuda de la observación etnográfica
como uno de los referentes fundamentales.
Sólo algunos estadios del procesamiento del cereal ha dejado trazas en
el registro arqueobotánico. Las fases iniciales, formadas por la trilla y el
aventado, raramente han sido identificadas, mientras que las últimas, cons-
tituidas por el subproducto procedente de las diversas cribas con cedazos
de grosor diferente, están más bien representadas. El cribado más grueso
retiene semillas, fragmentos de raquis de manera ocasional y algunas malas
hierbas, mientras que el subproducto conserva la mayoría de nudos de tallos,
inflorescencias o cápsulas de malas hierbas. El cribado fino ya elimina ele-
mentos contaminantes más pequeños que el grano. Por esta razón, el pro-
ducto viene acompañado de semillas de malas hierbas de su mismo tamaño
y algunos fragmentos de raquis; en el subproducto, se retienen semillas de
malas hierbas más pequeñas que el grano y segmentos de raquis de peque-
ño tamaño.
Con cierta regularidad, los desechos de esta operación suelen arrojarse
al fuego del hogar como combustible. Aparecen en el registro arqueobotáni-
co como muestras caracterizadas por la presencia de granos de cereal más
pequeños junto con las bases de las glumas y las semillas de malas hierbas
de pequeño tamaño. En la práctica totalidad de los yacimientos estudiados
(Els Vilars, Ullastret, Mas Castellar de Pontós), los indicios apuntan a la mez-
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220 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

cla de productos y subproductos de las últimas operaciones de la limpieza,


procedentes de los cribados grueso y fino.
Como parece deducirse del sistema de cosecha, hemos de suponer que
la operación de trilla era realizada con el propósito de separar el grano de la
paja. Si en la siega se hubieran recuperado solamente las espigas, en el gra-
nero o silo nos habríamos podido encontrar, en algún momento, con un con-
junto formado por este tipo de elementos. Por su parte, el producto resultan-
te de la trilla estará compuesto por semillas (en el caso de los cereales desnudos
y de las leguminosas) o espiguillas (en el caso de los cereales vestidos) y paja.
Las formas en que se realiza la operación de trilla en la agricultura tradicio-
nal son: el pisado de las garbas extendida en la era con los animales (bóvi-
dos o équidos); la percusión con instrumentos de madera que según la zona
se lleva a cabo con útiles como palos; el golpeo de la garba contra un obje-
to fijo, duro e inmóvil, o el corte de las garbas con trillos (de sílex o de metal).
A continuación, el aventado separa el grano de la envoltura o las espiguillas
de la paja, aprovechando el viento y el diferente peso de cada una de las
partes, y permite eliminar estos residuos ligeros. Los útiles empleados son
en su mayoría de madera: horcas, rastrillos, palas, etc. Como resultado de
esta operación se eliminarán los fragmentos más largos de la paja, las malas
hierbas más ligeras y muchos raquis, así como diferentes partes de la espiga
formadas de glumas, paleas y lemas (Hillman, 1984). A pesar de ello, el grano
presenta aún numerosos elementos contaminantes, en general muchas malas
hierbas, raquis y nudos de paja, que se eliminarán en sucesivas cribas. En el
caso de los cereales desnudos se pasa directamente al aventado y, posterior-
mente, al cribado. Éstos se tamizan sucesivamente con cedazos de mallas más
gruesas a más finas (más pequeña para el trigo y más grande para la ceba-
da). Cada una de las operaciones genera productos y subproductos diversos,
compuestos de diferentes proporciones de elementos formados de semillas,
elementos de paja o malas hierbas. El aprovechamiento de los subproductos
de estas tareas es muy importante, ya que pueden ser utilizados como forra-
je, techado, lecho de los animales, etc.
Las semillas de los cereales vestidos, por el contrario, tienen que ser
liberadas de sus envolturas (glumas, paleas, lemas) para obtener el grano. El
método más utilizado consiste en tostar ligeramente las envolturas de estos
cereales para facilitar su separación. No obstante, las observaciones etno-
gráficas señalan una amplia gama de causas por las que los cereales pueden
entrar en contacto con el fuego antes de que se desprenda la envoltura (Van
der Veen, 1992): las posibilidades van desde la eliminación de las barbas hasta
el secado de semillas o espiguillas para eliminar la humedad.
También es así para el mijo, en un proceso que va desde un primer aven-
tado, cribado, tostado, descascarillado y un segundo aventado, hasta tener el
grano limpio. En algunos casos después de la trilla el mijo se rastrilla, se seca
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 221

y se almacena. El aventado y la molienda se realizan después, en el día a día


(Lündstrom-Baudais y Schneider-Rachoud, 1995).
El cribado generalmente se realizaba en el exterior, pues los conjuntos
de cereales se encuentran limpios, pero a veces se podía hacer en el interior
del poblado. Un ejemplo de ello es el hallazgo en el dpto. 22 del Castellet
de Bernabé, donde el conjunto presenta una gran cantidad de impurezas
asociadas al cereal (fragmentos de tallo, cascarillas, raquis de cebada, entre-
nudos y bases de espiguilla de trigos vestidos), aunque no hay que descartar
la posibilidad de que estas impurezas se usaran también como combustible
(Pérez et al., 1999). Por su parte, como ya se ha señalado, la presencia de
semillas de malas hierbas más pequeñas que el grano puede corresponder a
desechos procedentes de la criba fina. El resultado sería la presencia de semi-
llas de llantén lanceolado (Plantago lanceolada) y de algunas gramíneas y
leguminosas silvestres, como la falaris (Phalaris sp.) o el trébol (Trifolium
sp.), respectivamente, taxones todos ellos identificados en la mayoría de yaci-
mientos de época ibérica.

EL ALMACENAMIENO DEL GRANO

La complejidad social y económica de la Edad del Hierro tiene tam-


bién su traducción en los dispositivos de almacenamiento del grano, con la
creación de instalaciones específicas para el intercambio y el comercio. Éstas
aparecen en áreas especializadas que deben tener como finalidad la de pro-
teger y asegurar los productos excedentarios. Los silos, los almacenes y los
graneros son los sistemas comunitarios de almacenamiento; junto a ellos,
el sistema doméstico contaba con medios de conservación en la casa o habi-
tación, que debían satisfacer las necesidades cotidianas de un grupo reduci-
do. Entre estos últimos, los objetos más usuales son los recipientes cerámi-
cos; en el interior de la casa generalmente se encuentran en un lugar concreto
relacionado con el almacenamiento, que podrá tener una estructura muy
variada: estantería, silo, etc.
Esta fase de crecimiento del almacenamiento de excedentes de cereal
parece vincularse a la coyuntura económica internacional relativa a los prin-
cipales núcleos comerciales del Mediterráneo occidental, tanto púnicos (Ebu-
sus, Gadir o Cartago) como griegos (fundamentalmente Massalia). A par-
tir del siglo V ANE estas ciudades desarrollan una especialización económica,
de tipo especulativo, basada en la producción masiva de productos manu-
facturados (vino, aceite, etc.) y en la comercialización a gran escala de estas
mercancías, que parece tener como consecuencia directa una situación defi-
citaria respecto de algunos productos agrícolas básicos (principalmente el
cereal). En efecto, las estructuras económicas y sociales de las comunida-
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222 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

des ibéricas de la zona presentan toda su complejidad y pleno desarrollo a


partir de estos momentos de transición entre los períodos ibérico antiguo y
pleno (hacia el 400 ANE). En este contexto las élites ibéricas parecen incre-
mentar de manera notable la necesidad de control social a través del mono-
polio de la esfera comercial y, especialmente, de la gestión de la redistribu-
ción de aquellos bienes de prestigio que son las mercancías llegadas desde
las tierras de ultramar (fundamentalmente, vino de calidad, envasado en ánfo-
ras y piezas de vajilla fina de mesa). Es por esta razón que en estos momen-
tos el control de la producción y almacenamiento de importantes cantidades
de excedentes de cereal, como moneda de cambio del mencionado comer-
cio internacional, se presenta como un objetivo estratégico de primer orden,
especialmente para las clases dominantes de las comunidades ibéricas de
estas zonas.
Los fenómenos de construcción o amortización de los silos han sido
interpretados como un indicio de cambios en la estructura productiva de la
sociedad ibérica. La amortización parece empezar hacia finales del siglo III
ANE y continúa durante la primera mitad del siglo II. Sin embargo, otros
resultados sugieren más bien que estos acontecimientos se deben a cambios
en la estructura de la población y no de las formas de almacenamiento y
producción, ya que el sistema de conservación de cereales en silos parece que
aún se seguirá utilizando. El abandono de estas estructuras como dispositivo
de almacenamiento ocurre entre el siglo II y I ANE, relacionándose con el ini-
cio de la romanización, que provoca un cambio en la orientación económica
de la región.
Los dispositivos de almacenamiento se construirán en las afueras de los
poblados y cerca de los terrenos aptos para la agricultura, formando grandes
agrupaciones de un número muy significativo de estructuras, que suelen iden-
tificarse como «campos de silos». Se trata de depósitos excavados en el sub-
suelo, en una zona concreta con una difusión geográfica amplia en las comu-
nidades del mundo septentrional de la península Ibérica, que incluye desde
el valle del Ebro hasta el Languedoc, en el sur de Francia. En el resto del
mundo ibérico, en cambio, el silo es un sistema de almacenamiento que pare-
ce desconocido y se sustituye por los graneros elevados y por ánforas y gran-
des vasijas. Se encuentran básicamente en el valle del Ebro, pero se conocen
más ejemplos en el bajo Aragón y el área valenciana y alicantina (Pérez Jordà,
2000). Pueden tener una capacidad que raramente supera los 150 litros, mien-
tras que los silos de dimensiones más reducidas suelen contener de 300 a
1.000 litros, aunque son numerosos los ejemplares que sobrepasan esta cifra,
llegando incluso a los 3.000 litros.
El sistema de conservación y almacenamiento está condicionado prin-
cipalmente por dos factores: el producto que mantener y la finalidad que tiene
esta práctica. La conservación puede tener lugar en diversas etapas del pro-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 223

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 223

ceso que se efectúan entre la cosecha y el producto final (principalmente hari-


na y pan) y puede variar según los cereales. Pero la forma en que se puede
conservar el cereal también depende de la especie o variedad, condicionan-
do el sistema de conservación y de almacenamiento:
— El grano trillado y aventado, que se utiliza para el trigo o la ceba-
da, pero también para el mijo no descascarillado (Lundstrom-Baudais y Bailly
1995), que es bastante habitual cuando se siega con hoz, se suele almacenar
en silos.
— El grano con la envoltura y los restos de la trilla, donde no hay
peligro de roedores ni de fermentación y retrasa la propagación de insectos.
— Las espigas no trilladas pero separadas de los tallos, que se utiliza
sobretodo en Europa continental para la escanda mayor o el mijo, siempre en
condiciones ventiladas. También las fuentes clásicas hablan de este sistema
aplicado a la escanda menor y su almacenaje en silos (Spurr, 1986). Según
parece, un almacenamiento de este tipo puede reducir la capacidad total del
silo a la mitad o una tercera parte en relación con el grano trillado (Bowen y
Wood, 1967).
— Las espigas con los tallos, pero no atadas.
Las semillas de los trigos vestidos se conservan y resisten mejor los ata-
ques de insectos y hongos si se almacenan con las cubiertas adheridas, mien-
tras que los trigos desnudos pueden ser almacenados sin envoltura porque
poseen múltiples capas en la epidermis (Meurers-Balke y Lüning, 1992). En
algunos estudios realizados en Francia se constata que los restos de cereales
vestidos recuperados en lugares de almacenamiento se han guardado con la
espiguilla (Ruas y Marinval, 1996). Por otra parte, el registro arqueobotáni-
co también demuestra la mezcla de diversas especies dentro de una misma
estructura para otros fines: por ejemplo, en el yacimiento francés de la pri-
mera Edad de Hierro de Thiais (Val-de-Marne) se localizó un silo dentro del
cual había tres tipos de cereal (escanda mayor, cebada vestida y mijo) (Marin-
val, 1992b), donde la función del mijo era la de rellenar los espacios inter-
granulares para facilitar la anaerobia y favorecer la conservación de los otros
cereales (Luca, 1981; Lündstrom-Baudais y Bailly, 1995). Esta mezcla de
cereales también se constata desde la Edad del Bronce en diversos yacimien-
tos de Francia (Gascó, 1999). El uso mixto de los silos para diversas espe-
cies de cereal se documenta actualmente en diferentes zonas de Marruecos
o de Argelia (Vignet-Zunz, 1979), aunque en este caso se dispone un cereal
(el trigo) separado del otro (la cebada) por una capa de sacos y paja (Lefé-
bure, 1985).
Un mismo cereal puede ser almacenado de diferentes formas, depen-
diendo de si los veranos son secos o húmedos. Por ejemplo, en zonas secas
de Turquía la escanda menor se almacena prácticamente limpia, mientras que
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 224

224 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

en las húmedas se guarda en espiguilla (Hillman, 1984). Por su parte, el alma-


cenamiento en gavillas deja el tiempo para que el grano se seque y está rela-
cionado con los veranos húmedos. La relación entre los veranos secos y la
trilla inmediata parece bastante evidente en los estudios etnográficos y tiene
consecuencias en el almacenaje del grano.
El nivel de exigencia al cual se somete la conservación del cereal depen-
de de su uso posterior. El grano reservado para la siembra, el intercambio o
el comercio, o para fabricar cerveza, ha de conservar la capacidad de ger-
minación entera, exige por lo tanto condiciones de conservación que no alte-
ren su calidad. Excepto en regiones muy áridas, es raro que se guarde en
silos (Reynolds, 1979), a pesar de que otros ejemplos etnográficos muestran
la conservación del grano de semilla tanto en silos como en sacos o reci-
pientes.
En cambio, el cereal destinado al consumo humano no parece requerir
una calidad superior al anterior; su aprovechamiento o apreciación depende
más de los rasgos culturales de las diversas comunidades. Como es natural,
esta exigencia aún es menor para el grano reservado al consumo animal, a
pesar de que también se diferencia entre el grano en mal estado que se puede
suministrar al averío y la avena que los caballos pueden hasta rechazar.
La duración del almacenamiento varía según las técnicas de conserva-
ción utilizadas y el tipo de estructuras, pero sólo la conservación de volúme-
nes importantes de grano y los períodos largos de tiempo implican técnicas
particulares. La duración está en función de la celeridad con la cual se estro-
pea el grano, que depende al mismo tiempo de las condiciones climatológi-
cas en el momento de la cosecha y después de ella. En los climas caracterís-
ticos de Europa occidental, la duración mínima para obligar a medidas
concretas de conservación es de 4 a 6 meses (Sigaut, 1988b).
Para una parte del grano de consumo diario o para el grano de semilla
que se siembra, que ha sido recogido el mismo año, no es necesario tomar
medidas concretas de conservación. En cambio, para el cereal que se guarda
como reserva previsora es indispensable tenerlas en cuenta. El período de
almacenamiento para el grano de semilla y de consumo no inmediato puede
ser de hasta un año, pero cuando se trata de un producto reservado a la pre-
visión de malas cosechas y al intercambio o comercio, el tiempo de conser-
vación será superior.
En nuestro caso, a pesar de la documentación desigual del registro
arqueobotánico, se infiere que las semillas eran almacenadas enteras, lim-
pias de glumas y de otros subproductos de trilla, con lo que, a falta sólo de
su transformación en harina, el grano estaba prácticamente preparado para
el consumo. Sin embargo, la aplicación del análisis de residuos o de conte-
nidos a los dispositivos de almacenamiento (silos, grandes vasijas o reci-
pientes) ha permitido obtener recientemente nuevos datos sobre la funcio-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 225

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 225

nalidad y el uso específico de diferentes instrumentos e incluso, en algunos


casos, suministrar datos sobre el tipo de producto procesado o contenido en
ellos. Su identificación se ha realizado especialmente por los restos de fito-
litos y almidones, pudiéndose distinguir tres tipos de productos: granos ente-
ros, harinas o granos parcialmente molidos y productos fermentados, como
cerveza (Juan-Tresserras, 1997). En este sentido, los análisis de los residuos
procedentes de granos almacenados para su procesado como alimento pare-
cen sugerir la predominancia de cariópsides de cereales aún con restos de
sus cubiertas.
Por su parte, la harina o los granos parcialmente molidos se emplea-
rían para un consumo inmediato o aplazado. Así parece demostrarlo tanto el
análisis de los residuos de cereales, que revela una limpieza y tratamiento
previo del grano, como la ausencia de barbas o de restos de malas hierbas
(Juan-Tresserras, 1997).

RENDIMIENTOS Y PRODUCCIÓN DE LOS CEREALES EN EL MUNDO IBÉRICO

La evaluación de la producción agrícola y del rendimiento de la cose-


cha en la Edad del Hierro es muy compleja y aleatoria; implica trabajar en
un ámbito lleno de múltiples dificultades que debe tratarse por ahora de mane-
ra trivial, siendo muy difícil hacerlo, desde nuestro punto de vista, en térmi-
nos cuantitativos. Las dificultades surgen fundamentalmente de la compleji-
dad que plantean los sistemas agrarios, con la presencia de pocos datos
representativos de época prehistórica y protohistórica y la falta de referen-
cias escritas. Además, hay otros imponderables como el desconocimiento de
la demografía o las fluctuaciones del clima, que limitan también las even-
tuales aproximaciones a la productividad y los rendimientos agrícolas, y la
estimación de la productividad de los cultivos prehistóricos puede convertir-
se en una tarea altamente especulativa.
Para cuantificar el resultado de una cosecha, se puede calcular el ren-
dimiento (en volumen o peso) por unidad de superficie o evaluar el rendi-
miento calculando el número de semillas producidas por semilla sembrada.
El aumento de la producción agrícola se puede efectuar mediante el creci-
miento por extensión, por intensificación y por especialización. El crecimien-
to por extensión se obtiene cuando se ponen en cultivo nuevas tierras. Si se
trata de zonas donde la agricultura ya se practicaba, las nuevas tierras serán
de peor calidad y es probable que los rendimientos se reduzcan, con un volu-
men de cosecha menor por unidad de superficie cultivada.
El crecimiento por intensificación llega con el aumento del rendimien-
to por unidad de superficie, que puede ser una consecuencia de la mejora en
los sistemas de cultivo: introducción de nuevas variedades, irrigación o, sobre
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 226

226 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

todo, el uso de los abonos. Ya hemos señalado anteriormente el aprovecha-


miento de las cenizas procedentes de la quema de la vegetación para fertili-
zar los terrenos de cultivo. En una agricultura de rozas, el rendimiento del
trigo en la cosecha es proporcional a las cenizas que quedan depositadas en
el campo. Cuando se suceden diversas cosechas continuas se produce una
caída de la producción a medida que se agotan los nutrientes. En Córcega,
la etnografía constata que los rendimientos de las primeras cosechas pueden
llegar a ser de unos 2.000 kg/H (15:1) de trigo desnudo en condiciones muy
favorables (ya que los valores más corrientes en las rozas tradicionales osci-
lan entre 600 y 1.300 kg/H de trigo), disminuyendo el rendimiento hasta unos
600 kg/H pasados cuatro o cinco años (Sigaut, 1975).
Pero el abono más importante durante la época ibérica era el estiércol
de los animales. En este caso, los rendimientos de la producción agrícola
dependían notablemente de las cabezas de ganado disponibles y, por tanto,
de la extensión de pastos de que podían disponer. Esto explica la estrecha
relación existente entre la agricultura y la ganadería para algunos sistemas de
cultivo durante este período.
Finalmente, el crecimiento por especialización tiene lugar cuando el
productor agrícola se limita a cultivar los vegetales más adecuados a las
condiciones naturales de sus tierras. El excedente de este producto se desti-
na al intercambio con otros que necesita y que no puede producir de mane-
ra tan favorable. Pero esta vía de crecimiento sólo se podía dar si existía un
desarrollo previo del comercio y de los mercados.
Una de las fuentes más fiables para el conocimiento de la productivi-
dad en los sistemas agrícolas del pasado son los registros escritos, si bien
integrar la evidencia histórica y arqueológica puede presentar algunas difi-
cultades. No obstante, en relación con el origen de la agricultura, sólo pode-
mos confiar en aproximaciones indirectas, basadas esencialmente en asun-
ciones metodológicas. Por un lado, se puede estimar la productividad a partir
de otras variables al margen del cereal y, por otro, en el rendimiento de los
cultivos. Entre los primeros podemos considerar la evaluación de las necesi-
dades alimenticias, donde en términos generales la productividad tenía que
ser suficiente para alimentar la población media de una comunidad, y la capa-
cidad de almacenar grano utilizando dispositivos específicos de almacena-
miento como los graneros o los silos; entre los segundos, aparecen represen-
tados los métodos que calculan los rendimientos por unidad de superficie, los
estudios etnográficos y la arqueología experimental.
Al margen de estas propuestas tradicionales, una aproximación alterna-
tiva es calcular el rendimiento de las semillas fósiles mediante el uso de mode-
los fisiológicos basados en cultivos modernos, donde el rendimiento y las
propiedades de las semillas actuales analizadas son un referente para ser apli-
cado posteriormente a las semillas fósiles. Éste sería el caso, por ejemplo,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 227

LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 227

de la aplicación de la discriminación isotópica del carbono en este tipo de


restos.
El registro arqueobotánico actual sobre cálculos de producción duran-
te la etapa ibérica aún es escaso, y se restringe a algunas zonas del nordeste
de la península Ibérica. Se fundamenta en asunciones y evidencias arqueo-
lógicas y etnográficas, pero también en modelos más orientados hacia una
perspectiva fisiológica y agronómica fundamentada en el análisis de la dis-
criminación isotópica del carbono en las semillas fósiles.
Los cálculos de producción realizados en la zona ibérica septentrional
del nordeste de la Península se basan en el volumen de los silos de Mas
Castellar de Pontós. Utilizando datos de rendimientos actuales, se ha consi-
derado que la producción de este yacimiento se podía situar entorno a los
1.800 kg por hectárea, mientras que un silo de los de mayores dimensiones
podía llegar a contener la producción de dos hectáreas (Martín, 1977). Otras
cifras de rendimientos consideradas en trabajos arqueológicos para la segun-
da Edad del Hierro se han evaluado a partir de proporciones medias proce-
dentes de las fuentes clásicas. Los resultados son variados y oscilan entre
los 1.000 y 2.000 kg/H para el trigo (Cuesta et al., 1985), los 750 y 1.050 kg/H
para la escanda menor (Gracia, 1995; Gracia y Munilla, 1993), hasta los
750 kg/H (Sanmartí, 1993) y los 3.500-4.000 kg/H para la cebada, respecti-
vamente (Cuesta et al., 1985).
La mayoría de estos datos se aleja de los rendimientos por hectárea cal-
culados para otras comunidades del mismo período. En la región del Ática,
Garnsey (1988) calculó una producción de 726 kg/H de trigo y Gallo (1984)
obtuvo una cifra aproximada en la misma región de un rendimiento de 600
litros por hectárea de trigo y 1.050 litros por hectárea de cebada, respectiva-
mente. En la región del Lacio, las cifras de rendimiento tampoco se diferen-
cian de las anteriores: se señalan 400 litros por hectárea para el trigo y 525
litros por hectárea para la cebada (Ampolo, 1980). Por otra parte, la arqueo-
logía experimental constata la gran variación de rendimiento que sucede en
un período de tiempo relativamente corto; por ejemplo, la escanda menor
puede dar un índice de entre 7:1 y 59:1 (Reynolds, 1985).
En Cataluña occidental las cifras de rendimiento señaladas para el terri-
torio de Els Vilars durante el Ibérico antiguo se sitúan a niveles parecidos a
los calculados para la zona del Lacio. La producción de trigo desnudo se
encuentra alrededor de 4:1 en los años de buena cosecha y hasta 2:1 en los
años peores, con una producción de 420 a 840 litros por hectárea. Por parte
de la cebada, la producción es más alta, ya que en las mismas condiciones
llega a unos índices de 9:1 y 5:1, respectivamente (Alonso, 1999). Por otro
lado, la superficie dedicada al cultivo de cereal que se ha calculado en este
yacimiento para un grupo de 100 personas corresponde a una superficie
total de 72 hectáreas, distribuidas en 36 cultivadas y 36 de barbecho. La
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228 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

estimación a partir de la discriminación isotópica de los ejemplares de trigo


recuperados en diversos yacimientos de cronología entre ca. 3.500-900 BP,
sugiere que los rendimientos se habrían mantenido estables en el llano occi-
dental catalán durante este período y dan una media ligeramente más eleva-
da de 880 ± 180 kg/H (Alonso, 1999; Alonso et al., 2004).
Los resultados de los cálculos de producción realizados en el Mas
Castellar de Pontós (Girona), basados en los datos de rendimiento actua-
les, deben ser considerados relativamente elevados y de difícil aplicación
en el contexto de la segunda Edad del Hierro, mientras que los represen-
tados en trabajos más recientes parecen concordar más con otros indica-
dos para este período (Gonzalo et al., 1999). Según Columella (De r. r.
III, 3), en años de buena cosecha la media de producción del trigo desnu-
do se situaría alrededor de la relación de semilla 4:1, y se obtendría una
producción de 75 kg/H. En función de las fuentes antiguas, el territorio de
cultivo de Pontós (formado por unas 500 hectáreas) podría producir unas
375 toneladas al año. En el período correspondiente al siglo IV ANE se
necesitarían unos 54 silos para almacenar la producción, mientras que entre
el 300 y el 175/150 ANE el número de estructuras se elevaría a unos 64
silos anuales.
También los estudios realizados durante 10 años en la Butser Ancient
Farm expresan, en una proporción entre semilla y producción, que la produc-
ción no ha bajado de 7:1 (Reynolds, 1988). Tampoco se deben menospreciar
los datos recogidos para los mismos trigos en experimentos realizados en
Rotamsted, que en campos sin abonar han obtenido cosechas medias de
800 kg/H. Asimismo, algunos experimentos con la escanda menor realizados
en las mismas condiciones en el valle del Llierca también presentaron pro-
porciones medias parecidas a las halladas por Reynolds (Alcalde y Buxó,
1992).
Los anteriores estudios señalan, a excepción del de Rotamsted, cifras
significativamente muy superiores a los registros históricos de época medie-
val, en los que las proporciones entre semilla y producción se estiman entre
los 880 y 1.250 kg por hectárea.
Estos datos contrastan con las cifras de rendimientos brutos del trigo a
mediados del siglo XIX, procedentes de la comarca del Baix Empordà (Giro-
na), que oscilarían en torno a los 1.400 litros por hectárea, situando los ren-
dimientos por unidad de semilla cerca de la relación 7:1 (Saguer, 1996). Este
valor se desmarca también de los rendimientos conseguidos en el siglo XVIII
en algunas comarcas de la Cataluña interior, donde los valores medios se si-
túan entre 4 y 5:1 para el cultivo de trigo (Garrabou et al., 1996).
Estas aproximaciones referidas a la capacidad de producción de algu-
nos territorios no pueden hacerse extensibles de manera genérica a otras
zonas del contexto ibérico. Las cifras presentadas son indicativas y hacen
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LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS 229

referencia tan sólo a algunos tipos de cultivo. Pero se desconocen las super-
ficies destinadas a los pastos o a la explotación del bosque; tampoco sabe-
mos, en definitiva, cuál era el área cultivada respecto del conjunto global
del territorio. Las limitaciones son, por tanto, variadas y, al tratar la pro-
ducción agrícola en términos cuantitativos, se puede incurrir en múltiples
generalizaciones. Estos datos subrayan una diferencia extraordinaria entre
la producción de cereal de la Edad del Hierro y la de época medieval, con
lo que por ahora debemos mostrarnos prudentes con estos resultados.
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CAPÍTULO 7

CONCLUSIONES

Este trabajo nos ha hecho circular por diferentes regiones de la penín-


sula Ibérica y de las islas Baleares, con la finalidad de conocer el desarrollo
de la economía forestal y la agricultura desde el Pleistoceno superior hasta
la Edad del Hierro. Sobre la base de los datos arqueobotánicos procedentes
del análisis de maderas, carbones, frutos y semillas de yacimientos arqueo-
lógicos, hemos focalizado el trabajo en tres ejes básicos: primero, el aprove-
chamiento de los recursos leñosos para la producción de bienes y del com-
bustible vegetal; segundo, el aprovechamiento de los vegetales para usos
vinculados a la satisfacción de necesidades concretas relacionadas con la ali-
mentación de personas y animales, con el comercio e intercambio y con la
estética o uso personal; tercero, las cuestiones de orden socioeconómico que
incidieron en las modalidades de aprovechamiento, selección de ciertas plan-
tas y sus cualidades técnicas y la adopción de métodos diversos (expansión
de áreas de captación, desarrollo de los intercambios comerciales, diversifi-
cación de la producción, introducción de nuevos cultivos y nuevas tecnolo-
gías para la transformación de los recursos vegetales, etc.).
Debido a la especificidad de los restos arqueobotánicos, principalmen-
te a su baja preservación y sesgo hacia determinados restos, se ha conside-
rado que éstos no podían proporcionar los datos necesarios para la recons-
trucción completa del modelo económico agrícola y forestal y su relación con
la globalidad de las estrategias económicas y sociales. Constatamos que un
acercamiento a estas cuestiones sólo puede realizarse a partir de un enfoque
interdisciplinario. Los restos arqueobotánicos nos informan sobre los produc-
tos buscados, ya que permiten identificar especies consumidas, pero también,
si se aplican los métodos adecuados, sobre modalidades y técnicas utiliza-
das en la obtención de estos recursos. Sin embargo, una aproximación plu-
ridisciplinaria (arqueobotánica, tecnológica, etnoarqueológica, etc.) íntima-
mente asociada a este tipo de estudios permitirá, sin duda alguna, conseguir
un acercamiento más preciso a la economía forestal y a las prácticas agríco-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 232

232 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

las. No nos podemos conformar con proporcionar listados de especies con-


sumidas, sino que estamos ya en condiciones de acercarnos a otro tipo de
problemas, como la productividad de la agricultura, las técnicas agrícolas
(irrigación, herramientas) y forestales (instrumentos, modalidades de apro-
vechamiento de los ámbitos forestales), la tecnología de la madera o los tipos
de uso de las plantas. La calidad y cantidad de datos obtenidos a lo largo de
las últimas décadas permite por otra parte ya hacer un salto cualitativo en
las interpretaciones sobre los usos de las plantas.
Hemos podido constatar que son numerosas las evidencias sobre el
aprovechamiento de recursos forestales; entre ellos, los más abundantes
son los residuos de la leña recolectada y consumida, aunque también tene-
mos diversos ejemplos de instrumentos o partes de instrumentos hechos
en madera y del uso de esta materia prima para la construcción de vivien-
das. Además de las especies consumidas para cada fin, cabe señalar las
diferencias observadas a lo largo del tiempo en las maneras de emplear
estos recursos.
En el caso de los combustibles vegetales, uno de los factores que expli-
ca la heterogeneidad en el aprovechamiento de las especies son las diferen-
cias paisajísticas resultantes de las fluctuaciones climáticas. Ello explica, por
ejemplo, la disparidad observada entre las especies utilizadas como com-
bustibles durante el Pleistoceno y el Holoceno. También es la causa de las
diferencias regionales, que ya se documentan desde el Pleistoceno y se acen-
túan durante el Holoceno. Sin embargo, éste no es el único factor a tener en
cuenta para explicar la variabilidad del registro. Así, en algunos casos hemos
podido relacionar las variaciones en el uso del combustible como resultado
de estrategias oportunistas o especializadas en la recolección de la leña; ello
es patente en yacimientos neolíticos y posteriores donde existe mayor canti-
dad de datos y de tipos de contextos representados. También hemos podido
determinar cambios en la estrategia de aprovechamiento del entorno como
resultado de la mayor presión antrópica sobre el medio. En un primer momen-
to ésta favoreció la proliferación de especies pioneras y heliófilas que pasa-
ron a ser consumidas de manera recurrente; para períodos más recientes hemos
podido observar cómo se van ampliando las áreas de captación del combus-
tible, especialmente en relación con la aparición del urbanismo durante el
I milenio. Además se plantea el empleo como combustible de subproductos
generados durante otros procesos de trabajo. Éste sería el caso de ciertas espe-
cies cuyas ramas se recolectan para abastecer de forraje arbóreo al ganado y
que después son consumidas para tal finalidad. También la madera sobrante
de la elaboración de instrumentos podría haber sido utilizada para este fin.
Por último cabe señalar los numerosos ejemplos de usos especializados del
combustible, ya sea en rituales funerarios, procesos artesanales o uso coti-
diano.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 233

CONCLUSIONES 233

Existen otros elementos determinantes en la manera como se aprove-


chó el entorno para la obtención de madera, ya sea como combustible o para
la producción de bienes. La adopción de instrumentos cada vez más efecti-
vos sin duda posibilitó la tala masiva de árboles y arbustos, permitiendo con
ello conseguir más madera y de manera más rápida. Así, las azuelas y hachas
de piedra de las primeras sociedades agrícolas supusieron un cambio radical
respecto a las sociedades cazadoras-recolectoras, con un mayor potencial
extractivo. Posteriormente, las hachas de hierro permitieron una mayor efec-
tividad en este trabajo. La aparición de sectores de población especializados
en la tala de madera, de leñadores que abastecían las necesidades de las pro-
ducciones artesanas sin duda fue de la mano de la aparición de otras especia-
lizaciones. Ello es difícil de ver en el registro arqueológico, pero podría
relacionarse con la ampliación de las áreas de captación. Asimismo la adop-
ción de la técnica del carboneo, bien documentada en las fuentes clásicas gre-
coromanas pudo haberse producido durante el I milenio ANE, posibilitando
la metalurgia del hierro. De nuevo los aportes de leña desde largas distan-
cias y la mayor especialización en el consumo de determinados combustibles
podría ser resultado de ello.
Aunque son numerosos los taxones utilizados como combustible cabe
señalar que sólo algunos de ellos se utilizan de manera recurrente. Destaca
durante el Pleistoceno el consumo de coníferas, probablemente dominantes
en los paisajes. En cambio, a finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno,
según la zona, es reemplazado progresivamente por el de las quercíneas,
que son las que se consumen de manera recurrente en todos los períodos y
áreas geográficas. No obstante, cabe subrayar también el uso de ciertos árbo-
les y arbustos (brezo, madroño, fresno, leguminosas, Rhamnus/Phillyrea,
Rosaceae/Maloideae, etc.) que pudieron desempeñar también un papel impor-
tante en la economía. Otras especies leñosas fueron importantes a escala local,
debido a una distribución geográfica más restringida.
En lo que se refiere a los usos de la madera, es posible, a partir de los
pocos casos con los que contamos, un acercamiento a la tecnología utili-
zada para su transformación y al aprovechamiento de sus propiedades fisi-
coquímicas para producir determinados ítems. Así, entre el material de cons-
trucción hemos podido observar una gran recurrencia en el uso de las
materias primas. Vigas, postes y viguetas se confeccionaron con madera de
ciertas especies arbóreas, mientras que para los techados sobre todo se uti-
lizaron especies arbustivas. Las coníferas y las quercíneas se encuentran
entre las especies madereras más utilizadas para los elementos estructura-
les. En cambio, el espectro de taxones arbustivos utilizados para el techa-
do es mucho más amplio.
Los instrumentos o partes de instrumentos reflejan asimismo la selec-
ción de materias primas que fueron aprovechadas según sus propiedades.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 234

234 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

A modo de ejemplo podemos recordar que las materias duras (roble, enci-
na, boj) fueron utilizadas para confeccionar todo tipo de mangos, palos cava-
dores, peines, etc.; es decir, productos que requerían de dureza para su correc-
to uso. En cambio, las maderas flexibles (avellano, tejo, sauce) se utilizaron
para cestería, confección de arcos, astiles de flechas, etc., útiles que saca-
ban mayor partido de esas propiedades. La presencia de trazas del trabajo
de la madera en la superficie de los artefactos es habitual, por lo que se pue-
den inferir los estadios del trabajo de la madera (extracción, astillado, aca-
bado por pulimento o contacto con el fuego, etc.) y los instrumentos utili-
zados en este proceso (marcas de azuelas, líneas de torneado). También se
ha podido identificar la morfología del soporte utilizado (tronco, rama o seg-
mento de tronco) y, en algunos casos, la función a partir de paralelos etno-
gráficos y arqueológicos. El estudio de artefactos de madera permite, por
lo tanto, un acercamiento a la tecnología utilizada y a los cambios que en
ella se produjo.
Respecto a la alimentación de origen vegetal entre las sociedades caza-
doras recolectoras los datos son todavía escasos, pero muestran el aprovecha-
miento de un amplio espectro de frutos (bellotas, avellanas, piñones, etc.),
que en algunos casos debieron requerir algún tipo de procesado para su con-
sumo. Sobre esta base se produce la transformación hacia las prácticas agra-
rias. Un hecho remarcable es que la adopción de la agricultura supuso la adop-
ción de plantas que no tenían paralelo y, por lo tanto, eran aprovechadas de
una manera muy diferente; es decir, implica un cambio importante en lo que
se refiere a las técnicas de procesado y a las modalidades de consumo. Sin
embargo, hay que recordar que las primeras plantas domésticas se encuen-
tran siempre acompañadas de un grupo significativo de vegetales silvestres
procedentes de la recolección, que aparecen con una frecuencia similar a la
del período anterior. La introducción de las plantas cultivadas en la penínsu-
la Ibérica se realiza en un contexto que mantiene unas estrategias de subsis-
tencia preagrarias; su aparición se corresponde con el establecimiento de gru-
pos humanos neolíticos portadores de cerámicas impresas de tipo cardial.
Desde el inicio, se observan diferencias respecto a otras zonas del occiden-
te mediterráneo. En la Península se encuentran representadas todas las espe-
cies de cereales y leguminosas, a la vez que se observan algunas especifici-
dades en la explotación de los trigos entre los que predominan principalmente
los de tipo desnudo por encima de los vestidos.
Los primeros cambios tecnológicos importantes en la agricultura y la
gestión de los cultivos parecen producirse en el Cobre y la Edad del Bronce.
La especialización y la reproducción por separado de productos cultivados
inducen a considerar que se produjeron cambios en las estrategias y las pre-
ferencias en la alimentación vegetal por parte de las comunidades humanas
de estos períodos. Asimismo la recolección de productos silvestres de ori-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 235

CONCLUSIONES 235

gen vegetal tampoco se documenta con la misma intensidad que en el perío-


do anterior, aunque se demuestran preferencias por algunos productos espe-
cíficos (bellotas, vid y olivo silvestres). La combinación de frutos frescos y
secos silvestres con los productos cultivados es, sin duda, el alimento de con-
sumo básico para la dieta de las comunidades humanas, ello junto con la ali-
mentación cárnica.
Sin embargo, los cambios en la gestión de los productos vegetales ocu-
rren de distinta manera y en diferentes momentos entre el norte y el sur de
la Península. En el sureste estamos experimentando un incremento y una espe-
cialización de la agricultura que puede detectarse desde finales del Neolíti-
co. A lo largo del Cobre se consolidan las potencialidades de explotación
del territorio por parte de las comunidades humanas, acentuando el desarro-
llo de algunos componentes específicos de productos cultivados. Posterior-
mente, se evidencian cambios y aparecen nuevas condiciones en su deman-
da, reflejando la gestión selectiva de los recursos hídricos.
El fuerte incremento de la actividades agropastorales se produce duran-
te la Edad del Hierro, más o menos con el desarrollo de la sociedad ibérica,
aunque ésta es la expresión de un sustrato asentado sobre la base de una
economía agraria previamente establecida entre finales de la Edad del Bron-
ce e inicios de la del Hierro. El número de testimonios directos, entre restos
de productos cultivados y de herramientas agrícolas, relacionadas con la agri-
cultura, constata la dependencia de la sociedad ibérica de la explotación de
los recursos vegetales. Los contactos coloniales de los siglos VII y VI ANE
influyen sobre la formación y la estructuración de la sociedad ibérica. La
importancia de esta transformación se traduce, en cuanto a la actividad eco-
nómica, en una diversidad mayor de productos y en un aumento de los exce-
dentes en los sistemas de policultivo tradicionales que existían desde los ini-
cios de la agricultura.
Los cultivos de cereales constituyen el sector mayor de la producción
agrícola en este período, con una representación predominante de la cebada
vestida y de trigo desnudo. La agricultura de la sociedad ibérica se basa en
una explotación del cereal de manera extensiva, dominada por cultivos de
invierno, en campos más o menos próximos al asentamiento. La explotación
del cereal viene seguida a continuación de una agricultura a menor escala,
desarrollada en huerta, con el cultivo de diversas leguminosas.
El sistema de cultivo determinado se basa en un ciclo corto, con el uso
más o menos sistemático del barbecho, en que el arado para trabajar la tie-
rra no es exclusivo, ya que otros útiles, como azadas o layas, ilustran igual-
mente esta actividad. Pero la aplicación del arado durante la época ibérica
incrementará la capacidad de cultivar superficies mucho más grandes, gene-
rando un aumento de la producción total. La incorporación de estas prácti-
cas en la agricultura de subsistencia tradicional parece marcada también por
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 236

236 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

la relación con el mundo colonial, que influirá decisivamente en el sistema


de explotación de la segunda Edad del Hierro. La generalización de la meta-
lurgia del hierro a partir de esta etapa, facilita la adopción de un utillaje manu-
facturado en este metal para el trabajo del suelo y el abatimiento de árboles,
aumentando el número de hachas, podones, rejas de arado u hoces en la mayo-
ría de yacimientos arqueológicos.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 237

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ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

CAPÍTULO 1. Métodos y técnicas en arqueobotánica . . . . . . . . . . . . . . 11


Cuevas o abrigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Yacimientos al aire libre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Núcleos urbanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Yacimientos dolménicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Medios húmedos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
La recogida de muestras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
El tratamiento de las muestras para la recuperación de macrorrestos vege-
tales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
La determinación de los restos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Convenciones adoptadas en arqueobotánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
Las unidades de medida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
La cuantificación en arqueobotánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

PRIMERA PARTE
La economía forestal

CAPÍTULO 2. La recolección de alimentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39


Los recursos vegetales silvestres anteriores a la adopción de la agricultura 45
La recolección de vegetales después de la adopción de la agricultura . . . . 47
La recolección de plantas en las sociedades de la Edad de Hierro . . . . . . . 51

CAPÍTULO 3. La producción de instrumentos y la construcción . . . . . 53


Los artefactos de madera en sociedades cazadoras recolectoras prehistóricas 55
Los artefactos de madera entre las primeras sociedades agrícolas . . . . . . . 60
El aprovechamiento de la madera en La Draga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
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272 ARQUEOBOTÁNICA. LOS USOS DE LAS PLANTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

La producción de artefactos de madera en sociedades complejas . . . . . . . 69


La madera como material de construcción durante el II y el I milenio ANE 76

CAPÍTULO 4. La madera como combusible . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83


El combustible vegetal en sociedades cazadoras recolectoras . . . . . . . . . . 90
El combustible en las primeras sociedades agrícolas . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
El combustible vegetal entre el III y el I milenio ANE . . . . . . . . . . . . . . . 118
El I milenio y el impacto del colonialismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
El combustible y el ritual funerario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

SEGUNDA PARTE
La agricultura y los sistemas agrícolas

CAPÍTULO 5. Las plantas cultivadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141


El establecimiento de la agriculura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Pimeras sociedades agrícolas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
Nuevos datos arqueobotánicos en el interior de la península Ibérica . . . . . 153
La agricultura de las sociedades complejas del III y II milenio ANE . . . . 155
La complejidad del sureste peninsular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
El Bronce valenciano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164
El nordeste en el II milenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
La agricultura de la primera Edad del Hierro y de la época ibérica . . . . . . 169
La agricultura ibérica: datos arqueobotánicos y especificidades . . . . . . 177
Las colonizaciones y su impacto en los cultivos del contexto ibérico . . . 186

CAPÍTULO 6. Los sistemas agrícolas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195


Evidencias de las prácticas agrícolas en épocas neolíticas. . . . . . . . . . . . . . 195
La agricultura del III y II milenios ANE: innovación y pervivencia . . . . . 200
La gestión de los recusos hídricos en el sureste peninsular . . . . . . . . . 203
Las tareas agrícolas y el procesado de los cereales . . . . . . . . . . . . . . . . 207
Los trabajos agrícolas: cultivo y utillaje durante el I milenio . . . . . . . . . . . 211
El proceso de cosecha y las operaciones sucesivas . . . . . . . . . . . . . . . . 218
El almacenamiento del grano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
Rendimientos y producción de los cereales en el mundo ibérico . . . . . 225

CAPÍTULO 7. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237

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