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INTRODUCCIÓN
6 ARQUEOBOTÁNICA
Sin embargo, pese a que consideramos que el balance ha sido muy posi-
tivo, sobre todo si tenemos en cuenta que prácticamente se empezó de cero,
cabe remarcar que todavía queda mucho por recorrer. No podemos dejar de
señalar que siguen sin aplicarse de manera sistemática estos análisis, espe-
cialmente en las intervenciones de urgencia que son las más abundantes. Esto
quiere decir que cada año se destruyen numerosos restos arqueobotánicos, ya
sea por falta de recursos, desconocimiento o directamente falta de interés.
También es fácil observar como las lagunas existentes en la aplicación de
los estudios arqueobotánicos coinciden con aquellas comunidades autóno-
mas donde todavía no hay especialistas en arqueobotánica: en este sentido
la falta de laboratorios y de personal formado explica estos vacíos espacio-
temporales.
Pese a ello, contamos ya con una ingente cantidad de datos generada a
lo largo de más de dos décadas. Estos trabajos se encuentran muy dispersos
y por eso a menudo es difícil acceder a esta información. Por otra parte,
aunque para determinadas cronologías se han realizado algunas síntesis regio-
nales faltan todavía sinopsis a gran escala, necesarias para documentar las
recurrencias y divergencias en el registro y analizar las causas de las mismas.
También queremos señalar que los resultados de la investigación arqueobo-
tánica siguen estando muchas veces relegados en las interpretaciones de los
yacimientos arqueológicos y todavía más en las explicaciones sobre los pro-
cesos históricos que han generado esos restos. Sin duda, éstos son los retos
que hay que abordar en el futuro y lo que pretendemos en esta obra es des-
tacar la relevancia de esos datos y empezar así a sembrar de nuevo con la
esperanza de que las cosechas futuras sean todavía más provechosas.
El objetivo de este libro es sobre todo hacer un estado de la cuestión
de la investigación arqueobotánica en la península Ibérica. Queremos, en pri-
mer lugar, acotar lo que para nosotros comprende la arqueobotánica. Nues-
tro objeto de estudio lo constituyen los macrorrestos vegetales: semillas,
frutos, carbones y maderas. Nuestro interés en ellos deriva de que son resi-
duos de productos obtenidos mediante el trabajo; es decir, resultado de la
actividad humana. Si nos interesan estas plantas es porque fueron produci-
das y consumidas y, por lo tanto, informan sobre las estrategias socioeconó-
micas de las sociedades humanas. Si bien estas plantas pueden aportar otro
tipo de datos (paleoecológicos, paleoclimáticos), no es éste el objetivo que
debe tener la arqueobotánica, o por lo menos no el único.
Se puede argumentar que los macrorrestos vegetales no son los únicos
restos arqueobotánicos resultado de actividades productivas; estamos total-
mente de acuerdo con ello. En efecto, las actividades humanas también gene-
ran microrrestos vegetales y se han hecho notables esfuerzos para analizar
las actividades de producción y consumo de plantas a partir de ellos (princi-
palmente, polen y fitolitos). Con todo, los estudios polínicos y de fitolitos
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INTRODUCCIÓN 7
8 ARQUEOBOTÁNICA
países han demostrado su gran potencial para comprender las prácticas eco-
nómicas y sus consecuencias sobre la vegetación.
En lo geográfico también hemos establecido unos límites. Así, hemos
considerado pertinente incluir toda la Península; pese a que nuestro trabajo
se ha centrado más en el área mediterránea, no se justifica excluir todo un
conjunto de datos que dan coherencia y permiten comprender mejor los pro-
cesos representados. Hemos incluido también las islas Baleares, ya que pre-
sentan unos procesos históricos y ambientales similares a los de la Penínsu-
la. Sin embargo, hemos dejado fuera las islas Canarias aunque en esa zona
insular se han llevado a cabo importantes trabajos en esta línea. La razón es
tanto de índole histórica, procesos históricos muy diferentes, como de la bio-
diversidad existente que nada tiene que ver con los de la Península.
Queremos comentar que, pese a que hemos querido dar una visión amplia,
ésta no pretende ser exhaustiva. Somos conscientes de que hemos dejado de
citar muchos trabajos, en algunas ocasiones debido a la dispersión de datos que
ya hemos comentado; éstos se encuentran en monografías, actas de congre-
sos, revistas generales o especializadas, muchas veces locales y con poca difu-
sión. También se debe señalar que la información que aquí se presenta puede
ser tan sólo la punta del iceberg de los datos que realmente tenemos; esto es
así porque mucho material queda sin publicar, en forma de informes científi-
cos y/o técnicos de acceso restringido. Aunque hemos intentado revisar la mayor
cantidad de datos posible, seguramente alguno ha quedado fuera de nuestro
alcance. En ocasiones, la omisión sí que es resultado de una decisión tomada
intencionalmente, muchas veces debido al pequeño tamaño de las muestras;
otras, a que se trataba de casos muy aislados cronológica o geográficamente y,
por lo tanto, difícil de integrar en una interpretación general.
También queremos apuntar la dificultad de llevar a cabo un trabajo de
síntesis en arqueobotánica. Son problemas añadidos la desconexión que muchas
veces se da entre los datos arqueobotánicos y los contextos arqueológicos,
así como las grandes diferencias entre muestras, tanto en lo que se refiere a
las estrategias de muestreo como a los métodos utilizados para su recogida.
Ello dificulta el análisis de las causas de la variabilidad. La riqueza taxonó-
mica es el resultado del tamaño de la muestra y de los tipos de contextos; por
lo tanto, éste es un factor a tener en cuenta cuando se llevan a cabo análisis
comparativos. Es una necesidad, pues, superar estas limitaciones e introducir
en las interpretaciones estas variables. Otro problema que hemos observado
es la diversidad de dataciones presentadas en los trabajos consultados; así, en
muchos casos se presentan fechas relativas e incluso dataciones sin calibrar
ya que así se encuentran en las publicaciones. Hemos optado por usar las data-
ciones tal como son utilizadas por los autores.
Finalmente comentaremos la estructura del libro. En el primer capítu-
lo se tratan los métodos y las técnicas utilizados en el análisis de los macro-
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INTRODUCCIÓN 9
rrestos vegetales. Esta parte tiene por objetivo introducir cómo se obtienen
los datos arqueobotánicos. Existen numerosos trabajos sobre métodos en
arqueobotánica y a ellos nos referiremos a lo largo del texto para aquellos
lectores/as que quieran profundizar aún más. Se trata aquí sólo de dar crite-
rios generales y comentar especificidades según los contextos.
La primera parte está constituida por tres capítulos sobre la economía
forestal. Se centrará en la gestión de los recursos forestales, entendidos en
sentido amplio, ya que los tipos de bosques ibéricos fueron y son muy varia-
dos. Las formaciones de matorral, maquias y bosques fueron gestionadas para
obtener todo tipo de bienes y en determinadas épocas históricas constituye-
ron la base económica, ya que de ellos se obtuvieron alimentos, materias pri-
mas para la producción de esos bienes, e incluso fue el medio donde se
cazaron recursos cinegéticos. En períodos más recientes el aprovechamien-
to de los recursos forestales complementó otras actividades productivas, como
la agricultura, aunque siguieron jugando un papel muy importante en la eco-
nomía. Cabe señalar que estos entornos han seguido siendo ampliamente apro-
vechados hasta nuestros días, muchas veces con tecnologías y procedimien-
tos que se remontan a prácticas milenarias.
En el capítulo dos se tratará la recolección de alimentos, tanto en socie-
dades cazadoras recolectoras como agrícolas. Esta práctica, aunque bien docu-
mentada etnográficamente, siempre se ha considerado poco importante. Ello
se debe, en parte, a que los trabajos de obtención y transformación de estos
recursos no implicaron procesos que permitiesen su conservación y, por lo
tanto, son poco visibles en el registro arqueológico. Se tratará a lo largo del
capítulo de revisar las evidencias de las plantas recolectadas en diferentes
momentos y el peso que éstas tuvieron en la subsistencia.
En el tercer capítulo se analizará el aprovechamiento de los recursos
leñosos para la producción de bienes. Se tratarán la producción de instru-
mentos y la utilización de la madera como material para la construcción. En
la península Ibérica la conservación de artefactos de madera es poco habi-
tual; ello ha llevado a que, cuando se recuperan, éstos no sean estudiados
más que desde una perspectiva formal; pocas veces se analizan las materias
primas y todavía menos la tecnología utilizada en su fabricación. Sin embar-
go, cada vez son más frecuentes los hallazgos de artefactos de madera, tanto
en niveles freáticos u otros contextos con condiciones de conservación excep-
cionales, como carbonizados en niveles de incendio o contextos funerarios.
Revisamos en este capítulo esos hallazgos y los datos que tenemos sobre las
materias primas utilizadas, cómo fueron fabricados y aprovechados.
En el cuarto capítulo trataremos el combustible vegetal. Ésta ha sido la
principal fuente de energía para las sociedades prehistóricas y todavía lo es
para muchas sociedades. La recolección del combustible vegetal ha sido, por
lo tanto, un trabajo que vemos reflejado en la mayoría de los yacimientos
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10 ARQUEOBOTÁNICA
arqueológicos desde que se generaliza el uso del fuego. Se revisa en este capí-
tulo qué tipos de combustibles se utilizaron y cuáles fueron las tendencias
en la gestión forestal para la obtención de este recurso.
En la segunda parte se presentarán dos capítulos sobre la agricultura y
los sistemas agrícolas. La caracterización de la agricultura del pasado se expli-
ca desde un enfoque amplio, con los datos que aportan las evidencias arqueo-
botánicas recogidas en sucesivos períodos de la península Ibérica, hasta lle-
gar a una aproximación a los sistemas agrícolas, especificando los cultivos,
el utillaje, el almacenaje y la transformación de los productos vegetales.
Tratar la influencia de las actividades humanas en la evolución de la agricul-
tura llevará también a explicar su repercusión en el desarrollo de sus propias
sociedades. La relación entre el utillaje y los sistemas de cultivo o entre los
restos arqueobotánicos y el procesado de las cosechas constituyen las prin-
cipales aportaciones para trazar algunos de los aspectos de las prácticas agra-
rias que tuvieron lugar durante la Prehistoria.
El capítulo cinco se centrará en las plantas cultivadas. Los restos de ori-
gen vegetal que nos llegan en la investigación arqueológica para el estudio
de la agricultura se componen principalmente de semillas y frutos. Estos res-
tos vegetales proceden de la selección que las comunidades humanas reali-
zaron para diferentes fines: obtención de alimento para su propio consumo,
usos comerciales, alimentación de los animales domésticos… y revelan ade-
más el marco donde crecían y se reproducían. Se revisarán en este capítulo
los hallazgos y los datos más relevantes de la península Ibérica y las princi-
pales variaciones que se han producido a lo largo del tiempo en la explota-
ción de las plantas de las sociedades prehistóricas.
El capítulo seis versará sobre los sistemas agrarios. El número de tes-
timonios directos, entre los restos de productos cultivados y de útiles agrí-
colas, relacionados con la agricultura, constata la dependencia de las socie-
dades antiguas con la explotación de los recursos vegetales. Cuestiones tales
como las técnicas y los ritmos agrícolas del pasado, las formas y los meca-
nismos de gestión de los recursos vegetales y los principales cambios en las
prácticas agrícolas serán analizadas en profundidad.
Con esta revisión pretendemos, por lo tanto, ofrecer un panorama sobre
la gestión de los recursos vegetales y sugerir preguntas que puedan ser abor-
dadas a partir de estos estudios.
El hecho de que este libro vea la luz en esta colección es para nosotros
un honor y al mismo tiempo un gran placer. Queremos expresar nuestro reco-
nocimiento a las personas que nos han prestado su ayuda, sea la que sea la
aportación. Nuestro especial agradecimiento es para Natàlia Alonso, Ferran
Antolín, Marian Berihuete, Laura Caruso, Carmen Mensua, Leonor Peña-
Chocaro, Guillem Pérez Jordà, Oliva Rodríguez-Ariza, Núria Rovira, Lydia
Zapata y a Josep Tarrús.
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CAPÍTULO 1
FIGURA 2. Vías de recuperación de una muestra de macrorrestos vegetales procedentes de una excavación arqueológica (según Badal et
al., 2003).
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Cuevas o abrigos
Núcleos urbanos
Yacimientos dolménicos
Medios húmedos
La recogida de muestras
que no todos los tipos de muestreo tienen el mismo grado de fiabilidad, es reco-
mendable la combinación de dos o más métodos. Una de las estrategias más
idóneas es la recogida sistemática de un volumen constante de sedimento para
cada estrato, lo que permite estimar la riqueza de los estratos y aumentar o no
el volumen de sedimentos procesados según el resultado obtenido (Buxó, 1997;
Alonso, 1999, Alonso et al., 2003). El tratamiento de un volumen constante
para cada estrato permite comparar los contextos eliminando el muestreo como
factor de variabilidad, a la vez que obtener una buena representación de la diver-
sidad de contextos. No obstante, puede no reflejar la realidad de cada mues-
tra; por ello la valoración de los resultados mediante un test permite actuar
según sus características (Buxó, 1997). Esta estrategia puede combinarse con
una recogida más intensiva de sedimentos, la totalidad o una cantidad repre-
sentativa, de contextos puntuales que por sus características permitan resolver
cuestiones sobre su funcionalidad o las estrategias económicas; entre ellas pode-
mos destacar áreas de combustión, estructuras de almacenaje, áreas de proce-
sado de plantas, urnas cinerarias, estratos de incendio, etc.
Una de las cuestiones más problemáticas es decidir el volumen de sedi-
mento que debe ser procesado para obtener una muestra significativa. Para
ello se puede realizar un test estimativo de la riqueza. Una propuesta consis-
te en procesar entre 10-20 litros de sedimento para determinar si hay presen-
cia de macrorrestos. En caso de que no se detecten, se estima que la muestra
es nula; si los hay, pero en poca cantidad, se considera que el test es negati-
vo; mientras que si la presencia es elevada es positivo y se puede optar por
aumentar la cantidad de sedimentos a procesar. Este test puede ser aplicado
tanto en el muestreo sistemático como en el asistemático. Además, se consi-
dera que para estratos ricos en materia orgánica, estructuras, etc. conviene
recoger la totalidad de sedimentos o de un mínimo de 100 litros.
Por otra parte, también el propio método de recogida de sedimentos
puede variar según cómo se presenten los restos arqueobotánicos en los estra-
tos. Así, en caso de que estén diseminados, el sedimento se recoge también
de manera dispersa por todo el estrato, intentando homogeneizar la muestra.
Cuando se pueden ver concentraciones de materia orgánica carbonizada, ésta
se individualiza en el campo, ya que puede obedecer a una única deposición
(rama disgregada, semillas de un único fruto, etc); también los ítems de
gran tamaño pueden ser recogidos directamente durante la excavación.
dos que, si bien algunos son más idóneos que otros, pueden ser utilizados de
manera complementaria. Son diversos los trabajos que recogen las ventajas
e inconvenientes de utilizar uno u otro método (Marinval, 1988; Wagner, 1988;
Buxó, 1990, 1997; Alonso, 1999; Piqué, 1999a).
El método más antiguo y más comúnmente empleado es la recupera-
ción a mano durante la excavación de los restos más visibles. Este método
es inadecuado cuando es el único que se aplica, ya que supone un fuerte sesgo
hacia los restos de gran tamaño o concentraciones. Hay que recordar que la
mayoría de los macrorrestos son poco visibles durante la excavación, ya sea
por su tamaño o por la suciedad adherida. Sin embargo, su aplicación puede
ser aconsejable para recuperar restos que por su fragilidad no soportarían un
tratamiento más mecanizado. Así, se puede utilizar en niveles de incendio
para delimitar restos de artefactos carbonizados, y en general para individua-
lizar ítems de gran tamaño, que en caso de fracturarse durante la criba o flo-
tación se incrementarían y podrían distorsionar los resultados.
El tamizado en seco de los sedimentos plantea también problemas, ya
que la fricción de los elementos con los restos arqueobotánicos puede favo-
recer la fragmentación y la destrucción de los mismos. Además, la dificul-
tad de deshacer los agregados de partículas sedimentarias comporta a menu-
do que los restos pequeños sean difíciles de ver. Sin embargo, en medios
áridos, donde los macrorrestos vegetales se conservan deshidratados, el tra-
tamiento en seco es el más adecuado, ya que en este caso el uso de agua
provocaría la destrucción de los restos. A continuación la selección de los
residuos debe hacerse en el laboratorio. El principal inconveniente es la len-
titud del proceso y la dificultad, por este motivo, de tratar grandes cantida-
des de sedimentos.
El procesado de sedimento con agua es el método más adecuado para
la recuperación de macrorrestos vegetales. Existen diversas modalidades. Una
de ellas es el cribado con agua en columna de tamices: dado que los restos
sólo se separan por su tamaño, después hay que invertir una cantidad de tiem-
po considerable en la recuperación de los macrorrestos vegetales en cada frac-
ción. Este método puede utilizarse en la recuperación de muestras saturadas
de agua o cuando hay que procesar cantidades pequeñas de sedimentos.
Una alternativa a la criba con agua es la flotación, ya sea manual o asis-
tida por una máquina. En ambos casos el objetivo es separar los restos por
densidades. El agua ayuda a disgregar el sedimento, las partículas pesadas se
depositan en el fondo, mientras que el material carbonizado, al ser menos
denso que el agua, flota fácilmente y puede ser recuperado, ya sea median-
te decantación o recogiendo el material que flota en la superficie. Cuando se
utiliza una máquina de flotación, generalmente está provista de un sistema
de remoción de aire que ayuda a la disgregación del sedimento. El agua sobran-
te y los macrorrestos vegetales (la fracción ligera) se decantan en una colum-
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La cuantificación en arqueobotánica
PRIMERA PARTE
LA ECONOMÍA FORESTAL
LA ECONOMÍA FORESTAL 35
LA ECONOMÍA FORESTAL 37
CAPÍTULO 2
LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS
Epipaleolítico/Mesolítico
Andalucía
Cueva de Nerja +
Cuenca alta del Ebro
y Pirineo occidental
Kampanoste Golikoa +
Aizpea +
Kobaederra +
Lumentxa
Cataluña
Cingle Vermell +
Sota Palou +
Roc del Migdia + +
Font del Ros +
Abric del Gai +
País Valenciano
Cova de Santa Maira +
Abric de la Falguera +
Neolítico
Andalucía
Cueva de Nerja
Cueva de los Murciélagos
Cueva del Toro +
Los Castillejos
Cataluña
Bauma del Serrat del Pont
Bòbila Madurell
Cova 120 +
La Bassa
La Draga + + + + +
Can Tintorer
Cova de les Portes +
País Valenciano
Cova de Santa Maira + +
Mas d’Is +
Abric de la Falguera + +
Cova de Cendres +
Prat de Cabanes
Interior peninsular
Cueva de la Vaquera +
Ambrona + +
Peña de la Abuela + +
Cobre
Andalucía y Murcia
Almizaraque
Campos
Cerro de la Virgen
Cueva de los Murciélagos
El Garcel
Las Pilas/Huerta Seca
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Los Castillejos
Los Millares
Cueva del Milano
Cerro del Plomo
Cueva del Calor
Cueva Sagrada
Elda
Les Morenes
Potugal
Zabujal
Bronce
Andalucía y Murcia
El Argar
Castellón Alto
Cuesta del Negro +
Fuente Álamo +
Fuente Amarga +
Gatas
Ifre
Peñalosa
Zapata
El Acequión +
El Prado
Blanquizares
Cerro de las Viñas +
Madres Mercedarias
Rincón de Almedricos
Cataluña y Aragón
Cova 120
Minferri + +
Cova de les Portes
Cova de Punta Farisa +
País Valenciano
Serra Grossa
Hierro
Andalucía y Murcia
Castillo de Doña Blanca + + +
Cataluña y Aragón
Can Oliver +
Els Vilars +
Illa d’en Reixac +
Mas Castellar
Silos UAB
País Valenciano
Los Villares +
Castellet de Bernabé +
Castilla-La Mancha
El Amarrejo +
Extremadura
Cancho Roano +
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pocos estudios que se han hecho en arqueología sobre los alimentos de ori-
gen vegetal entre las sociedades cazadoras prehistóricas. La recolección de
plantas o de frutos silvestres procedentes del medio natural, por otra parte,
nunca será totalmente abandonada por las sociedades agricultoras-ganade-
ras posteriores. Algunas de ellas pasarán a tener además una importancia capi-
tal en la economía como frutos cultivados, no solamente para la alimenta-
ción, sino también como producto de intercambio, y constituirá, en algunas
ocasiones, una importante actividad de apoyo a la economía de subsistencia
ulterior.
El papel de las plantas silvestres en la subsistencia, tanto de las socie-
dades cazadoras recolectoras como de las comunidades agrícolas, debió ser
sin duda más importante de lo que los escasos datos arqueobotánicos de que
disponemos dejan suponer, aunque es difícil de evaluar su contribución a la
dieta. En muchos casos, las plantas silvestres son recursos abundantes, pre-
decibles, fácilmente recolectables y almacenables.
Sólo los elementos más duros de la planta se conservan carbonizados
(semillas, frutos, cáscaras), mientras que otras partes como los tallos, raíces,
rizomas o tubérculos perduran más raramente. Pero la presencia de frutos car-
bonizados no puede ser interpretada exclusivamente como resultado del con-
sumo de los mismos con fines alimenticios, la combustión de ramas con fru-
tos puede ser uno de los factores a tener en cuenta también para explicar su
presencia en los yacimientos. La falta de estudios interdisciplinarios, inclu-
so en el marco de las técnicas arqueobotánicas, es otro de los factores que
limitan la interpretación de los conjuntos. Sin embargo, los métodos de aná-
lisis de tejidos parenquimáticos, fitolitos, ácidos grasos y almidones permi-
ten, en algunos casos, una nueva aproximación al reconocimiento de las
partes de las plantas que pudieron ser consumidas, aparte de los frutos, ya
que es posible que los tubérculos y órganos vegetativos de las plantas pue-
dan constituir una parte de la dieta vegetal (Hather, 1993). Diversas aplica-
ciones en esta línea revelan el potencial de estas técnicas, como puede ser el
caso de las investigaciones en el Roc del Migdia (Vilanova de Sau, Barcelo-
na) (Holden et al., 1995).
Además, el tipo de consumo también tiene su importancia en la conser-
vación de los restos, ya que en muchos casos los frutos recolectados se con-
sumen en el mismo lugar donde se recogen, de manera que no se aporta nin-
gún tipo de resto al asentamiento. En el caso de que el producto se ingiera
en el lugar de habitación, existe la posibilidad de que el hueso del fruto sea
desechado directamente al fuego o que pase a formar parte de los residuos
domésticos. En este último caso será su carbonización, accidental o intencio-
nada, la que comportará la conservación del resto.
La introducción de la agricultura no significa el abandono de la reco-
lección de productos silvestres. Las plantas domésticas se encuentran siem-
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LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 45
nece durante una buena parte de todo este período en las muestras arqueo-
botánicas.
Las especies de recolección más frecuentes son el avellano (Corylus
avellana), cuyas cáscaras son habitualmente eliminadas en los hogares, aun-
que pueden estar expuestas a un tueste intencionado para su aprovechamien-
to, y el endrino (Prunus spinosa), que coloniza rápidamente los espacios
abiertos. Los fragmentos carbonizados de pericarpio de avellana (Corylus
avellana) son el macrorresto vegetal más abundante en yacimientos holoce-
nos del norte peninsular. Su ubicuidad viene atestiguada por una presencia
amplia en diferentes yacimientos de la cuenca alta del Ebro y del Pirineo
occidental, así como de la vertiente atlántica del País Vasco: Kampanoste
Goikoa, Aizpea (Aribe, Navarra) y Kobaederra (Kortezubi, Vizcaya) (Zapa-
ta Peña, 2000). También hay amplias referencias de esta especie en yacimien-
tos mesolíticos del noreste peninsular, como por ejemplo Cingle Vermell
(Vilanova de Sau, Barcelona), Sota Palou (Campdevànol, Girona), Roc del
Migdia (Vilanova de Sau, Barcelona) y Font del Ros (Berga, Barcelona)
(Buxó, 1997).
El endrino ha sido identificado en niveles mesolíticos del Abric del
Gai (Ruas, inédito) y de la Font del Ros (Terradas, 1995), pero también en
los contextos neolíticos de la Cova 120 (Agustí et al., 1987) y del Bronce
pleno de Minferri (Alonso, 1999), yacimientos todos ellos del noreste penin-
sular.
Las bellotas (Quercus sp.) están también ampliamente representadas
durante todos los períodos en los yacimientos arqueológicos, su recolección
y consumo se remontan al final del Paleolítico Superior (Buxó, 1997; Zapa-
ta Peña, 2000). Un mayor número de evidencias, ya con una distribución geo-
gráfica más extensa, se posee para épocas posteriores, constituyendo un moti-
vo recurrente en la iconografía de los pueblos prerromanos peninsulares
(Vázquez Pardo et al., 2004). Se presentan bajo la forma de cotiledones, lo
que en la mayoría de los casos no facilita su identificación como especie si
no se conservan las cúpulas con el fruto. Los motivos para tostar este fruto
son similares a los señalados para la avellana: conservación, mejora de su
sabor, eliminación de sustancias tánicas, etc. Pero el hecho de que la bello-
ta sea una fuente destacada de carbohidratos, grasas, proteínas y fibra la con-
vierten en el fruto más productivo que encontramos en los bosques medite-
rráneos. Hay estimaciones realizadas sobre la producción de los robles cerca
de los 700 kg/ha, análoga a la de los campos de cereales (Zapata Peña, 2000).
La presencia abundante de restos de bellotas está también documenta-
da en los niveles magdalenienses, epipaleolíticos y mesolíticos de la Cova
de Santa Maira (Aura et al., 2005) y en los mesolíticos de l’Abric de la Fal-
guera (Pérez Jordà, 2006a). La aplicación en este yacimiento de una meto-
dología sistemática de recogida de muestras ha aumentado de manera nota-
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LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 47
LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 49
LA RECOLECCIÓN DE ALIMENTOS 51
Por otra parte, los frutos del género Rubus siguen siendo bastante comu-
nes en este tipo de yacimientos, probablemente recolectados de su medio
natural para su consumo. Hay referencias de Rubus sp. en el Bronce argári-
co de El Acequión (Llorach et al., 2000), Cerro de las Viñas (Precioso, 1995)
y Fuente Álamo (Stika, 1988, 2000). Mientras que los de zarzamora (Rubus
fruticosus) están documentados en diferentes yacimientos catalanes de la
Edad del Bronce y de la Edad del Hierro: Minferri, Cova de Punta Farisa, Els
Vilars (Alonso, 2000a), Ca n’Oliver (Alonso, inédito) e Illa d’en Reixac (Cas-
tro y Hopf, 1982).
Durante la Edad del Hierro, los restos de bellota son los hallazgos más
abundantes. Destacan en numerosos registros arqueobotánicos del territorio
peninsular (Cataluña, Valencia, La Meseta, Extremadura…), si bien la mayo-
ría se concentran en la mitad nororiental (Buxó, 1997; Cubero, 1998; Alon-
so, 2000a; Zapata Peña, 2000; Pérez Jordà, 2005). En Los Villares o el Cas-
tellet de Bernabé, los hallazgos de bellota se han podido asociar directamente
con la encina, y en Castillo de Doña Blanca al quejigo (Quercus faginea),
pero en general son de difícil adscripción, si no se conserva la cúpula junto
con los cotiledones.
El aprovechamiento de la bellota (Quercus sp.) no se vincula necesa-
riamente a la alimentación humana; sin embargo, su evidencia arqueológica
se asocia directamente con la forma de procesarla y cocinarla. El contacto
con el fuego, al ser tostada o secada, configura la posibilidad de su consumo
en la dieta humana, y debe ser, por tanto, considerada. Además, los datos
etnográficos sobre su uso son muy abundantes y ofrecen una gran diversi-
dad de posibilidades de procesarla (McCorriston, 1994; Peña-Chocarro et al.,
2000; Vázquez Pardo et al., 2004).
Al lado de los restos de bellotas, cabe señalar también la consistencia
de otras especies de frutales que se circunscriben de manera especial en los
yacimientos del área edetana y contestana durante el Ibérico pleno, espe-
cialmente la Bastida de les Alcusses, Castellet de Bernabé, Los Villares de
Caudete de las Fuentes y la Seña (Pérez Jordà et al., 1999), así como en casos
puntuales en El Amarejo (Albacete) (Broncano, 1989), o Cancho Roano (Grau
Almero et al., 1998) y La Mata, en Extremadura (Pérez Jordà, 2004). Sin
embargo, el actual registro arqueobotánico no permite por el momento reco-
nocer el posible cultivo de estos árboles. Destacamos, en primer lugar, la
higuera (Ficus carica), a la que se le unen, en segundo lugar, el almendro
(Prunus amygdalus), el granado (Punica granatum), el ciruelo (Prunus avium)
y, posiblemente, el manzano (Malus sp.). Finalmente, al lado de éstos se cons-
tata una frecuencia alta de piñones (Pinus sp.) en Cancho Roano, pino lari-
cio (Pinus nigra) en El Amarejo, pino piñonero (Pinus pinea) en el Castillo
de Doña Blanca y avellano (Corylus avellana) en este mismo yacimiento y
en Mas Castellar de Pontós.
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CAPÍTULO 3
LA PRODUCCIÓN DE INSTRUMENTOS
Y LA CONSTRUCCIÓN
La madera ha sido una de las materias primas más versátiles para la pro-
ducción de bienes. Es asequible en la mayoría de las regiones y las especies
leñosas están presentes en todo tipo de ambientes, incluso los desérticos o
árticos. Asimismo, es una materia prima fácil de extraer y transformar; con
una tecnología sencilla se pueden obtener artefactos con una gran diversi-
dad de formas y tamaños. Es duradera, puede perdurar durante generaciones,
y algunas especies son muy resistentes a la descomposición o la fractura. Por
último, las propiedades de la madera son diferentes según la especie, por lo
que esta materia prima puede ser utilizada para diversidad de fines. La dure-
za, la elasticidad, la resistencia a la putrefacción y la capacidad de ser asti-
llada son algunas de las propiedades que varían según la especie y la hacen
más adecuada a un uso u otro.
Las capacidades tecnológicas necesarias para trabajar la madera están
ampliamente documentadas entre las sociedades prehistóricas. El análisis fun-
cional de los instrumentos líticos recuperados en contextos arqueológicos per-
mite inferir que el trabajo sobre la madera era practicado desde tiempos muy
antiguos. La utilización de instrumental lítico se ha documentado en diversos
yacimientos del Paleolítico inferior, como por ejemplo Clacton-on-Sea y Hoxne
en Inglaterra, Swanscombe en Sudáfrica (Keeley, 1980), Koobi Fora en Kenia
(Keeley y Toth, 1981), Carrières Thomas en Marruecos (Beyries y Roche,
1982) y Olduvai en Tanzania (Sussman, 1985). Los estudios de las trazas de
uso de los instrumentos líticos permiten conocer qué tipo de instrumentos y
acciones estaban implicados en la obtención y transformación de la madera.
Estos estudios indican que los instrumentos realizaron acciones como el corte,
el serrado o el raspado sobre material leñoso. Azuelas y hachas, de piedra puli-
da en un primer momento y metálicas posteriormente, también se han aso-
ciado tradicionalmente con el trabajo de la madera. Estos artefactos son habi-
tuales en sociedades agricultoras, entre las que se utilizaron tanto para abatir
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árboles como para transformar los troncos según las necesidades. A esta inno-
vación hay que sumar, ya para períodos más recientes, la adopción de tecno-
logías más complejas, como por ejemplo el torno, que permite elaborar los
artefactos con mayor rapidez.
Pese al conocimiento que tenemos sobre los instrumentos relacionados
con el trabajo de la madera, poco sabemos de los productos obtenidos con
ellos. El análisis funcional de los instrumentos líticos demuestra que algunos
estaban enmangados, presumiblemente con madera. Por otra parte, la amplia
documentación etnográfica existente sobre sociedades cazadoras-recolecto-
ras o agricultoras modernas muestra la gran cantidad y diversidad de bienes
elaborados en madera que éstas utilizan en sus actividades productivas. Ello
hace suponer que los artefactos de madera probablemente fueron ubicuos
entre las sociedades prehistóricas y permitieron resolver una gran diversidad
de necesidades.
Además de intuir mediante diversos indicadores su uso e importancia,
creemos que el registro arqueológico nos muestra suficientes ejemplos del
aprovechamiento de la madera que permiten considerar su relevancia como
materia prima entre las sociedades prehistóricas. Pese a la creencia genera-
lizada de que los artefactos de madera son invisibles en el registro, hay que
señalar que son cada vez más abundantes los restos leñosos recuperados en
contextos arqueológicos. Estos artefactos permiten un acercamiento tanto a
las materias primas aprovechadas y a los procesos de trabajo relacionados
con su obtención y su transformación, como a las modalidades de consumo
o uso de estos artefactos.
Las materias primas leñosas utilizadas responden a las necesidades fun-
cionales del artefacto, aunque también la tecnología y sin duda la disponibi-
lidad de materias primas condicionan su aprovechamiento. Sin embargo, en
los casos en que hay una buena conservación de materia orgánica se docu-
menta que la disponibilidad local de materias primas leñosas no es determi-
nante para su consumo en la elaboración de artefactos. Al contrario, es habi-
tual el transporte desde cierta distancia de maderas de especies con
determinadas propiedades o el consumo de especies que pueden ser poco fre-
cuentes en el entorno.
A lo largo de este apartado vamos a revisar las evidencias arqueológi-
cas de los aprovechamientos de la madera para la producción de artefactos.
El objetivo es revisar las materias primas utilizadas, es decir, qué especies
se aprovechan y, en los casos en que el registro o los datos así lo permitan,
evaluar los procedimientos de transformación o elaboración de esta materia
prima hasta la obtención del producto final. Hay que señalar que son esca-
sos los estudios realizados sobre artefactos de madera prehistóricos; éstos
generalmente se han centrado en la determinación de materias primas, mien-
tras que el análisis de la tecnología de la madera es todavía marginal. Ello es,
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darización que los palos apuntados. En estos últimos las dimensiones son más
variables, hay mayor diversidad de materias primas utilizadas: roble (Quer-
cus sp. caducifolio), maloidea (Rosaceae/Maloideae), boj, avellano (Corylus
avellana), y además se utilizaron diversos tipos de soportes, tanto segmen-
tos de tronco como ramas o tronquitos enteros.
Los instrumentos relacionados con el trabajo de la madera están repre-
sentados en La Draga por los mangos de azuelas y cuñas de madera. Los diez
mangos, enteros o fragmentos, encontrados hasta el momento presentan la
misma morfología: se trata de mangos acodados con lengüeta. Presentan
dimensiones muy diferentes y para su confección se utilizaron maderas de
diferentes especies (roble, pino, tejo, boj y junípero), lo que hace pensar en
que tenían también diferentes funciones (figura 5). Los mangos fueron fabri-
cados —todos— siguiendo el mismo patrón, a partir de un tronco del cual
nacía una rama secundaria. El codo, con un rebaje longitudinal en su zona
distal para recibir la hoja de piedra pulimentada, se construía a partir del frag-
mento de tronco, mientras que para el mango se aprovechaba la rama. De este
modo, se sacaba partido de la mayor resistencia de las fibras que se encuen-
tran en los nacimientos de las ramas, para que resistiera mejor los impactos.
Todos los mangos acodados de las azuelas de La Draga fueron fabricados de
la misma manera, usando especies distintas, pero siempre de porte arbóreo,
cuyas dimensiones permiten ese tipo de aprovechamiento.
Los artefactos de uso doméstico están representados por recipientes,
cucharas y espátulas, peines y un batidor. Los recipientes están hechos todos
con madera de roble, aunque también se han conservado fragmentos de ces-
tería en los que se combinan diversas materias primas, como las ramas de
avellano para el armazón y las fibras de Carex y juncos para la trama. El bati-
dor estaba confeccionado en madera de tejo, mientras que para las espátulas
y cucharas se utilizó boj y avellano. Los peines estaban todos confecciona-
dos en madera de boj (figura 6).
Los materiales de construcción son los más abundantes, centenares de
troncos fueron utilizados como soporte para las viviendas y estructuras; tam-
bién han aparecido diversos fragmentos de tablones. Entre los postes desta-
ca el uso de la madera de roble, que es la mejor representada, aunque tam-
bién se han determinado postes y estacas de arce (Acer sp.), encina-coscoja
(Quercus sp. esclerófilo) y álamo (Populus sp.). Entre las maderas de cons-
trucción halladas sobre el suelo arqueológico (partes aéreas de postes, vigas,
planchas y fragmentos de muros de ramas entrelazadas), se han identificado
avellano, laurel (Laurus nobilis), sauce (Salix sp.) y una especie del grupo
Rosaceae/Maloideae. Cabe destacar que muchas planchas y tablones fueron
fabricadas en álamo. El grado de transformación fue mínimo en todos los
postes y estacas de las viviendas, algunos aún conservaban inicios de ramas
y prácticamente todos la corteza. Las puntas estaban trabajadas en bisel
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 66
queremos destacar el uso del fuego para endurecer y dar mayor resistencia a
los instrumentos; la mayoría de los palos apuntados y biapuntados muestran
rasgos de endurecimiento al fuego en sus extremos.
El conjunto de La Draga es único en la península Ibérica, tanto por la con-
servación de la materia orgánica como por la diversidad de artefactos preser-
vados. Sin duda, su estudio tecnológico y funcional aportará datos relevantes
sobre la transformación de la madera entre las primeras sociedades agrícolas.
funcionamiento entre 1.450-1.400 y 800 cal. ANE. Entre ellos destacan los
artefactos procedentes de un depósito situado en la sala 5, datado hacia el
final del período de uso de la necrópolis. El estudio de los restos de madera
con trazas de manufactura muestra que se utilizó un menor número de taxo-
nes que en el caso del combustible, siguiendo por lo tanto la pauta observa-
da en otros yacimientos baleáricos (Piqué, 1999c; Pique y Noguera, 2002).
Los taxones empleados fueron olivo, lentisco, boj y brezo (Erica sp.). A ellos
deberíamos añadir la higuera (Ficus carica), identificada entre los restos infor-
mes procedentes del depósito de la sala 5, donde se encontró parte de los arte-
factos y que, por lo tanto, es posible que haya pertenecido a un ítem que no
se ha conservado. El estudio de las materias primas demostró una fuerte selec-
ción de la madera según el tipo de artefacto; así, los vasos estaban hechos
con boj, al igual que el peine, las cucharas estaban manufacturadas en brezo,
y los bastones en olivo, lo que demuestra una cierta estandarización en su
producción. En general el patrón de aprovisionamiento de materias primas
combina la captación de materias primas locales de amplia distribución (olivo,
lentisco y brezo) con la selección de otras poco abundantes en el medio (boj
e higuera), lo que implica tanto un conocimiento de las propiedades físico-
químicas de éstas como de su área de distribución. El boj actualmente sólo
se encuentra en determinados parajes de la isla de Mallorca, aunque en el
período en que la necrópolis estuvo en funcionamiento seguramente todavía
crecía en Menorca (Mariscal, 1996; Piqué, 1999c).
Un rasgo común a la mayoría de yacimientos baleáricos es el bajo núme-
ro de especies documentadas en la producción de artefactos, aunque ello puede
ser debido a las características de la muestra estudiada, muy reducida en algu-
nos casos o restringida a cierto tipo de ítem (Piqué y Noguera, 2002). En este
sentido cabe señalar que el yacimiento de Càrritx, donde se estudió una mayor
variedad de artefactos, es el que ha proporcionado también mayor diversidad
taxonómica. El taxón mejor representado en cualquiera de los yacimientos
estudiados es el olivo, lo que indica un aprovechamiento intensivo del ace-
buchar baleárico. La principal diferencia en relación con los otros usos de las
maderas (por ejemplo, combustible) es la utilización de taxones menos acce-
sibles, tal vez transportados desde distancias mayores: éste es el caso del boj.
También cabe señalar que en general las maderas destinadas a la producción
de artefactos muebles (boj, brezo, olivo y lentisco) se caracterizan por su cali-
dad, son muy duras y densas, y apreciadas actualmente en ebanistería y car-
pintería.
Más recientemente las excavaciones en la Cova des Pas, también en
Menorca, han permitido recuperar, entre otros restos orgánicos, madera y teji-
dos vegetales que todavía se hallan en fase de estudio. El conjunto permiti-
rá por lo tanto ampliar el conocimiento de los usos de las maderas en los con-
textos funerarios baleáricos.
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de una fosa, mientras que el roble fue utilizado para confeccionar postes y
palizadas. En Castro de Penices se documenta el uso de roble en la cons-
trucción de una cabaña, mientras que el techado estaba hecho con ramas de
jaras y leguminosas.
En Galicia, el nivel de incendio del yacimiento de O Castelo (Carrión
Marco, 2003), en Ourense, ha permitido la conservación de madera carboni-
zada utilizada en el revestimiento y cobertura de silos de planta cuadrangu-
lar. Éstos fueron construidos en los diversos momentos de utilización del
poblado durante la segunda mitad del I milenio ANE e inicios de nuestra era.
Entre los fragmentos de tablones utilizados para cubrir o revestir los silos
destaca el uso casi exclusivo de roble. En cambio, el entramado de las pare-
des estaba compuesto de ramitas de pequeño diámetro (entre 15-20 mm la
mayoría) de brezo, madroño, leguminosas, sauce y alcornoque. Las ramas
presentan un tamaño muy homogéneo y conservan la corteza, lo que ha per-
mitido situar el período de talla a lo largo de prácticamente todo el año. Por
otra parte cabe señalar que el estado de conservación de los tablones ha per-
mitido reconocer formas rectilíneas y escuadradas así como marcas de corte;
no obstante, no se ha podido documentar su morfología y calibre. También
destaca la presencia de formas apuntadas y en bisel que podrían estar rela-
cionadas con el tipo de ensamblaje de los tablones.
En general se observa entre el material constructivo utilizado una fuer-
te selección de materias primas. Todas las documentadas entre vigas y pos-
tes corresponden a especies arbóreas, lo que permite obtener los tamaños
adecuados para este uso. Además, se presentan pocas especies; entre ellas
destacan las pináceas (pino carrasco, pino marítimo-piñonero o pino albar-
laricio), aunque también se documenta el uso de especies duras como la
encina, el roble o el olivo, y blandas como las salicáceas. En algunas oca-
siones se llevó a cabo un aporte de materia prima desde cierta distancia:
sería el caso de Mas Castellar, Castellón Alto, Fuente Amarga o Sant Jaume,
donde los pinos tipo albar-laricio se distribuyen a cierta distancia de los
poblados. También hay que señalar que en los casos que la conservación
ha sido buena se documentan diferentes procesados de la madera. Así, la de
postes y vigas se aprovecha principalmente en forma de rollizo (tronco des-
cortezado), aunque al menos en dos de los yacimientos (Castellón Alto y
Castillejo de Gádor) se observaron vigas de sección cuadrangular, lo que
denota una mayor elaboración e inversión de trabajo. También en varios de
los yacimientos se documenta la presencia de planchas que, según el tama-
ño, pueden clasificarse como tablones o listones y que pudieron tener usos
diferentes.
En lo que respecta al techado se pueden observar diferentes tendencias.
En algunos poblados están confeccionados con ramas, entre las que predo-
minan las especies arbustivas. En cambio, en otros casos se documenta el uso
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 81
de viguetas, lo que podría estar indicando otro tipo de techado. Para los entra-
mados o rellenos de las paredes también se ha podido evidenciar el uso de
ramitas de arbustos (tabla 3).
CAPÍTULO 4
Las evidencias más antiguas del uso del fuego en la península Ibérica
proceden de la Cova Bolomor (Fernández Peris y Villaverde, 2001). En este
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:40 Página 91
(8.150 BP) (Jordà, et al., 1992), Sota Palou (8.800 BP) (Carbonell et al., 1985)
y Roc del Migdia (8.190, 7.280 BP) (Yll et al., 1994); tan sólo en sitios muy
expuestos o altos sigue dominando el consumo de pino, como por ejemplo
en la Balma Guilanyà.
En Alicante los niveles del Tossal de la Roca en la Vall d’Alcalà (Uzquia-
no 1990a), Santa Maira en Castell de Castells (Aura et al., 2005) y La Fal-
guera en Alcoi (Carrión Marco, 2002) muestran el inicio de este proceso y su
consolidación. Robles y encina-coscoja se hacen cada vez más importantes
hasta convertirse en los taxones más frecuentes entre los últimos grupos caza-
dores-recolectores. En el Tossal de la Roca, por ejemplo, son los taxones más
importantes a partir del nivel IIb (9.150 ± 1.000 BP, 8.530 ± 900 BP).
En el sur, el yacimiento del Embarcadero del Río Palmones ha propor-
cionado una reducida muestra de carbón de un nivel ocupado por grupos caza-
dores mariscadores litorales durante el VII-VI milenio ANE. Pese a lo redu-
cido de la muestra, destaca la diversidad de taxones, que indica el
aprovechamiento de los recursos leñosos locales: vegetación de ribera (fres-
no, carrizo) y de árboles y arbustos propios del encinar termomesomediterrá-
neo (encina-coscoja, alcornoque, roble, pino tipo carrasco-piñonero, acebu-
che, brezo, maloideas, leguminosas, aladierna-falsa aladierna y lentisco)
(Rodríguez Ariza, 2005). La ausencia de registros más antiguos o contem-
poráneos en la zona impide evaluar la tendencia en el aprovechamiento del
combustible vegetal.
En la fachada atlántica los resultados del análisis de los carbones pro-
cedentes de tres estructuras de combustión del yacimiento mesolítico de Ponta
Vigia (Torres Vedras), que ha proporcionado dataciones de 8.850 ± 90 BP y
8.670 ± 80 BP, muestran el consumo exclusivo de pino marítimo (Van Leeu-
waarden y Queiroz, 2003). Los resultados de este yacimiento costero con-
trastan con los obtenidos en Buraca Grande y Pena d’Agua, más hacia el inte-
rior, donde el taxón más frecuente es el acebuche (Figueiral, 1998; Figueiral
y Terral, 2002). Las diferencias en la oferta de recursos leñosos debidas a la
localización de los yacimientos sin duda han influido en los resultados obte-
nidos.
En cambio, en el nivel arqueológico del yacimiento al aire libre del Xes-
tido III (Abadín, Lugo), ocupado por cazadores-recolectores holocénicos tar-
díos (6.500-5.800 cal ANE), muestra también la desaparición del pino entre
los taxones consumidos y el predominio de los caducifolios: abedul, roble y
avellano, además de las leguminosas (Carrión Marco, 2003).
En el norte los diversos yacimientos de finales del Pleistoceno e ini-
cios del Holoceno reflejan también este cambio en las pautas de consumo del
combustible vegetal. Así, a finales del Pleistoceno, pino, abedul y enebro-
sabina siguen siendo los taxones más frecuentes en los yacimientos de La
Pila (Cantabria), Los Azules (Asturias) y Los Canes, mientras que en Santa
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Pomoideae 2,4 0,5 2,3 4,4 1,4 0,8 0,3 0,6 0,3
Populus sp. 0,4
Prunus sp. 0.04 1,6 0,5 0,2 0,9 0,6 0,6
Quercus sp. caducifolio 47,6 70,3 61,6 40,0 15,0 26,4 46,3 44,2 21,8
19:41
Quercus ilex-coccifera 8,7 1,2 8,9 4,3 2,7 5,7 6,5 8,1
Rhamnus cathartica-saxatilis 0,8 1,1
Rhamnus/Phillyrea 1,8 2,7 15,5 11,9 10,1 10,4
Salix sp. 0,2 0,6 0,3
Sambucus sp. 0,4
Taxus baccata 0,3 1,8 0,5 0,2 0,6
Ulmus sp. 0,3 3,9 0,2 0,3 0,6
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FIGURA 10. Representación gráfica de la frecuencia con que aparecen los restos
de árboles y arbustos en los yacimientos de las comarcas de la Garrotxa y el Pla de
l’Estany (Cataluña). La fase 1 corresponde a los niveles de finales del VI milenio
cal ANE, la fase 2 a los de finales del IV milenio cal ANE. C120 = Cova 120, B =
Bauma del Serrat del Pont, CP = Cova de Pau.
se observa una mayor importancia de los taxones secundarios: así, junto a las
quercíneas se aprecia la importancia de otros árboles y arbustos. Esta diná-
mica continúa para los yacimientos de finales del V milenio e inicios del IV
cal ANE. Según Bernabeu y Badal (1990) se da una especialización funcio-
nal de los asentamientos que podría explicar las diferencias observadas. En
los yacimientos al aire libre de Les Jovades y Niuet, en Alicante, y Arenal
de la Costa en Valencia, se documenta el consumo preferente de encina-cos-
coja y en menor medida robles, exponentes de los bosques de quercíneas,
mientras que en las cuevas destaca la importancia de acebuche y pino. Los
yacimientos al aire libre de los valles tendrían un carácter agropecuario, mien-
tras que los yacimientos en cueva de las laderas de las montañas se relacio-
narían más con las actividades pastoriles, sepulcrales o rituales (Bernabeu y
Badal, 1990). En este sentido cabe señalar que algunas de esas cuevas fue-
ron utilizadas como rediles; en ellas la quema de los niveles de coprolitos
dejaron acumulaciones importantes de restos carbonizados: niveles VA (4.520-
4.380 cal ANE) y nivel IIIA (3.640-3.350 cal ANE) de Cendres, nivel I de
Santa Maira (5.640 ± 60 BP) y nivel III de Cova Bolumini.
Los resultados levantinos muestran por lo tanto una gestión diferencia-
da del entorno, que pudo estar relacionada con las características paisajísti-
cas locales de los fondos de valle y laderas de montaña (Badal, 1993), aun-
que también cabe suponer una gestión diferente del entorno según la función
y duración de la ocupación de estos asentamientos.
Badal propone que los restos de carbón de las cuevas redil pueden
proceder de los restos de forraje aportado para el ganado, lo que explica-
ría las diferencias observadas entre yacimientos. Sobre este tema volvere-
mos más adelante, pero podemos apuntar que la práctica del forrajeo arbó-
reo para alimentar el ganado doméstico, y el uso de las ramas sobrantes
como leña, es y ha sido una práctica habitual en las economías agropasto-
rales mediterráneas. En este sentido cabe mencionar el trabajo etnográfi-
co de Peña Chocarro y otros (2000) en la zona del Rift, en el que se docu-
mentó cómo una vez consumidas las hojas de las especies recolectadas para
este fin las ramas se ponían a secar y posteriormente eran utilizadas para
alimentar los fuegos. El forrajeo arbóreo como causa de la aparición de
ciertos taxones leñosos en los yacimientos arqueológicos desde el Neolí-
tico ha sido apuntado por diversos autores para la península Ibérica y área
mediterránea (Badal, op cit.; Thiébault, 1988; Vernet, 1991; Uzquiano,
2002; Carrión Marco, 2002).
Cabe señalar la excepcionalidad del registro de la Cova Sant Martí
(Machado Yanes, 2004), donde se encontraron inhumaciones de diversos indi-
viduos. En esta cueva los taxones mejor representados son pino carrasco y
junípero. La autora del estudio señala que el uso de estas maderas para con-
feccionar antorchas destinadas a iluminar la cueva e incluso un posible uso
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 111
mini y Santa Maira estaría relacionada con el consumo de hojas para alimen-
tar el ganado (Badal, 1999). Según esta autora los grupos de pastores que
ocuparon la Cova de les Cendres podrían haber practicado una poda sistemá-
tica de ramas jóvenes de acebuche con el objetivo de obtener ramón para el
ganado, así parece avalarlo el calibre de las ramas carbonizadas encontradas
en los niveles de redil.
La práctica del forrajeo arbóreo es difícil de reconocer en el registro
arqueobotánico. Generalmente se ha sugerido a partir de la presencia de
determinados taxones en frecuencias elevadas en los conjuntos y por para-
lelos etnográficos. No obstante, algunos investigadores han planteado la difi-
cultad de probar esta práctica y han sugerido posibles alternativas para su
reconocimiento (Rasmussen, 1990a, 1990b, 1993; Akeret y Jacomet, 1997;
Akeret et al., 1999). Rasmussen, por ejemplo, pudo determinar el uso de
ramitas sin hojas para alimentar el ganado en el yacimiento de Egolzwil 3,
el análisis de micro y macrorestos vegetales procedentes de las heces de ovi-
cápridos y de fragmentos de ramas asociados a éstas le permitió determinar
que los animales habían consumido preferentemente ramitas de avellano,
aliso y abedul. Estas plantas podrían haber sido ramoneadas en los alrede-
dores del asentamiento, aunque también pudieron haber sido recoidas y lle-
vadas al asentamiento para alimentar el ganado, siendo éstas recolectadas
en el inicio de la primavera antes de generar nuevas hojas. El uso de rami-
tas recolectadas en esta época del año ha sido documentado en otros yaci-
mientos neolíticos centroeuropeos y ha sido una práctica habitual para ali-
mentar el ganado en invierno e inicios de la primavera, que es el momento
más crítico para ello (Rasmussen, 1993). Este tipo de análisis abre intere-
santes perspectivas en relación con la ganadería prehistórica y es, sin duda,
una vía a explorar, aunque limitada por la conservación de los macrorrestos
vegetales.
El desmoche o poda continuada de las ramas a finales del período vege-
tativo de los árboles puede dejar señales en los anillos de crecimiento anua-
les de los árboles. En el caso del fresno se ha podido documentar el desarro-
llo de falsos anillos los años en que tiene lugar la poda, así como una tendencia
al desarrollo de anillos de crecimiento más estrechos los años posteriores.
Este hecho se observa en muestras actuales (Schweingruber, 1996) y por lo
tanto también puede ser observado en maderas arqueológicas. Hasta el momen-
to, el análisis de las pautas de crecimiento de los anillos anuales de creci-
miento de los árboles y su relación con determinadas prácticas de gestión de
los recursos leñosos ha sido poco aplicado en arqueología, pero ofrece posi-
bilidades que deben ser exploradas.
También en relación con la ganadería, Allué (2005) sugiere que la lim-
pieza del bosque y su acondicionamiento para el pastoreo explicarían la pre-
sencia de ciertas especies en los contextos arqueológicos. Concretamente en
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 117
TABLA 8. Resumen de taxones consumidos como combustible entre el III-II milenio ANE
(continuación).
Región Norte NO NE Levante SO SE
Rosmarinus officinalis * * **
Salicaceae ** *
Salix sp. * ** * **
Sambucus sp. ** * *
Spartium junceum *
Stipa tenacissima *
Tamarix sp. * **
Taxus baccata * * *
Tetraclinis articulata *
Teucrium sp. *
Tilia parvifolia *
Ulmus sp. * *
Viburnum sp. * * *
Viscum sp. *
Vitis vinifera * *
Total taxones 28 23 42 18 22 46
* Menos del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo esporádico.
** Más del 50 % de los niveles/yacimientos, consumo frecuente.
recursos uno de los factores que explican las diferencias entre yacimientos.
La recolección del combustible se habría efectuado principalmente en bos-
ques de encinas y robles en las comarcas del norte y centro de Cataluña, mien-
tras que en el litoral e interior las formaciones esclerófilas tipo maquia pare-
cen haber sido las formaciones vegetales más aprovechadas para obtener los
recursos leñosos.
También se recolecta la leña en las comunidades de ribera. Destaca el
consumo de aliso, avellano, fresno, laurel, álamo, sauce, saúco y olmo, y tam-
bién en algunas zonas de tamarisco y quenopodiáceas. Ello denota el apro-
vechamiento de especies de diferentes comunidades vegetales, y de manera
más intensiva que en períodos anteriores. Las especies de ribera fueron tam-
bién utilizadas por las primeras sociedades agrícolas, pero no de manera tan
recurrente como en este período.
Respecto a las primeras sociedades agrícolas se observa un cambio
importante en el tipo de combustible consumido; en general adquieren mayor
trascendencia las quercíneas esclerófilas (encina-coscoja) frente a los robles,
con la única excepción de las comarcas pirenaicas. También cabe señalar la
importancia de las especies arbustivas, muchas de ellas pioneras y coloniza-
doras de espacios degradados y cuya expansión se asocia al impacto antró-
pico. En el centro-norte el boj ocupa un lugar destacado, especie que actual-
mente forma parte de las comunidades de sucesión de robledales. En el interior,
en cambio, destacan los pequeños arbustos y las matas. Cabe señalar que, por
el contrario, las ericáceas, taxones pioneros por excelencia, tienen una pre-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 122
sencia más bien discreta, sólo se consumen de manera esporádica y sin alcan-
zar la importancia que tendrán en momentos posteriores.
Generalmente se barajan dos hipótesis para explicar este cambio, una
de carácter climático y otra de naturaleza antrópica, aunque muchos autores
han señalado que ambas no son excluyentes y pueden haber sido la causa de
las transformaciones del paisaje. Así, se ha planteado que el descenso de las
precipitaciones y la aridificación ambiental habrían incidido en las posibili-
dades de regeneración de la cobertura vegetal explotada por los grupos huma-
nos (Riera y Esteban, 1994).
El registro antracológico del NE entre el IV y el II milenio ANE es
muy disperso geográficamente; pocos yacimientos comparten áreas de cap-
tación, por lo que es complejo analizar tendencias en el aprovechamiento
del combustible vegetal. Una de las regiones mejor estudiadas es la comar-
ca del Vallès, las intervenciones en el paraje de Can Roqueta y Can Piteu
muestran diferencias en el uso del combustible vegetal en diversos contex-
tos (habitacional al aire libre, funerario); los resultados indican el consumo
de mayor número de taxones en contextos habitacionales, aunque entre el
combustible utilizado en la incineración de los cadáveres se documentan
taxones utilizados también en ámbitos domésticos (Piqué y Mensua, 2007).
En el Levante, la Cova de les Cendres y la Cova de la Falguera (Ali-
cante) nos ofrecen una perspectiva diacrónica del aprovechamiento del com-
bustible vegetal (Badal et al., 1994; Carrión, 2002). Estas secuencias, que
abarcan hasta las ocupaciones de la Edad del Bronce, muestran también un
cambio durante las últimas fases de ocupación. Mientras que entre los con-
textos neolíticos y anteriores la encina-coscoja y los robles fueron junto al
fresno los taxones más consumidos; durante el Bronce la encina-coscoja se
convierten en el más frecuente. Este cambio es la culminación de una ten-
dencia que se observa desde el inicio del Holoceno y puede estar en rela-
ción con una disminución de la humedad y que, como hemos visto, tam-
bién se documenta en el NE. Aunque también hay que señalar que los niveles
neolíticos estaban asociados a la quema de niveles de estabulación, mien-
tras que los niveles posteriores responden a otros usos.
Por otra parte, en el poblado de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia),
ocupado a finales del III e inicios del II milenio cal ANE, el análisis de los
restos de madera carbonizada muestra la importancia del pino carrasco, que
es el taxón mejor representado en todos los contextos habitacionales. Su pre-
sencia se ha vinculado a la destrucción del poblado y, por lo tanto, podría tra-
tarse de restos de vigas o estructuras; en el único contexto exterior, en cam-
bio, este taxón falta por completo, lo que avalaría su uso como material de
construcción (Grau Almero, 1998). El resto de especies tiene una presencia
más discreta, destacando los arbustos (brezo, leguminosas, lentisco, maloi-
deas y madroño) junto a la encina coscoja, el pino tipo piñonero y el acebu-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 123
che; este último taxón está bien representado en una de las habitaciones, posi-
blemente debido a su uso como material de construcción. En este tipo de con-
texto es difícil separar los restos de combustible de los restos carbonizados
de elementos de construcción o mobiliario. Esta problemática se plantea tam-
bién en otros poblados donde se documentan niveles de destrucción por fuego.
Sin embargo, ilustra las diferencias en el aprovechamiento de los recursos
leñosos según el contexto y tipo de ocupación.
La introducción de la metalurgia y el urbanismo son fenómenos que se
empiezan a documentar ya durante el III milenio cal ANE en el sudeste penin-
sular. El desarrollo más remarcable es el correspondiente a la sociedad de los
Millares. Los estudios de los carbones de los yacimientos de Zájara, Cam-
pos y Santa Bárbara, en la comarca de Vera (Almería), indican que durante
el III milenio el taxón más utilizado fue el acebuche, que por otra parte es el
mejor representado en cada uno de los conjuntos. También se consumió la
madera de arbustos como el lentisco, la jara, leguminosas, cornicabra, rome-
ro, aladierno y algunos árboles como el pino carrasco, el álamo, el sauce o
el tamarisco, además de otros taxones representados de manera más margi-
nal (Rodríguez Ariza, 2000a). Por lo tanto, destaca en su conjunto la explo-
tación de las formaciones de matorral y bosques de ribera, siendo las prime-
ras las que proporcionaron la mayoría del combustible.
En el yacimiento de los Millares el estudio de los restos de madera
carbonizada (Esquivel et al., 1995) también indica la importancia del acebu-
che, que fue junto al pino carrasco la especie más utilizada como combusti-
ble. No obstante, destaca en los Millares el gran número de taxones (32) con-
sumidos. Entre ellos sólo el acebuche, pino carrasco, encina-coscoja, tamarisco
y leguminosas están presentes en casi todas las zonas del yacimiento y en
cantidades significativas; los demás fueron utilizados de manera muy espo-
rádica. La diversidad de contextos documentados en los Millares ha permi-
tido valorar el uso de las especies leñosas en los diferentes sectores del yaci-
miento. Es significativa la importancia de pino albar-laricio y enebro-sabina
en el Bastión IV, donde se ha documentado actividad metalúrgica. En las
zonas domésticas, en cambio, los más consumidos son el pino carrasco y el
acebuche. Por último, las zonas de circulación de uso colectivo muestran un
gran número de taxones en frecuencias similares, lo que podría ser resulta-
do de la procedencia de los residuos de múltiples fuegos.
Ya durante el II milenio ANE la sociedad argárica desarrolló una meta-
lurgia del bronce en el sudeste peninsular creando complejos sistemas socia-
les. Actualmente en esta zona predominan los paisajes semiáridos con esca-
sa presencia de vegetación arbórea y arbustiva; en cambio, los estudios
arqueobotánicos de los yacimientos argáricos de la cuenca del río Vera mues-
tran que la recolección del combustible se llevó a cabo en un paisaje más
diverso, con diferentes tipos de vegetación, entre las cuales está bien repre-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 124
también el nivel III muestra restos de una ocupación. En estos niveles los
taxones mejor representados entre los restos de leña consumida son el roble
y la encina-coscoja; si bien también están presentes taxones propios de los
estratos arbustivos de los bosques mixtos y de ribera, éstos sólo se usaron de
manera esporádica (Vergès et al., 2002).
En la Cueva de la Vaquera (Segovia) encontramos igualmente eviden-
cias del consumo del combustible vegetal durante la Edad del Bronce
(Uzquiano, 2002). También en este caso la secuencia de ocupación de la
cueva abarca una cronología amplia que permite valorar los cambios en la
explotación de la leña. Así, se puede observar que durante las ocupacio-
nes del Bronce, datadas entre 3.840 ± 30 y 3.760 ± 60 BP, destaca el con-
sumo de juníperos y pequeños arbustos. Éstas vienen marcadas por la impor-
tancia de la explotación del estrato arbustivo, que se correlaciona según la
autora con el impacto antrópico en el entorno, lo cual indicaría que el com-
bustible se recolectó en un entorno degradado, donde los arbustos habrían
adquirido cierta importancia. Cabe señalar, no obstante, que el junípero es
el taxón mejor representado a lo largo de toda la secuencia, si bien, como
hemos mencionado, en los niveles neolíticos y calcolíticos, también se con-
sumen de manera significativa el pino tipo albar-laricio, el roble, la enci-
na-coscoja y el fresno.
En general, vemos que durante el III-II milenio ANE los datos proce-
den de contextos muy heterogéneos y representan sociedades con procesos
económicos y sociales muy diversos. Así, las estrategias de aprovecha-
miento del combustible son también múltiples y varían según las caracte-
rísticas de las sociedades estudiadas. A esta diversidad hay que añadir las
diferencias paisajísticas, es decir en la oferta de recursos, que se refleja en
los contextos estudiados. Los taxones representados muestran ya unas regio-
nes biogeográficas muy diferenciadas en la península Ibérica, muy simila-
res a las actuales.
Sin embargo, seguimos teniendo para este período grandes regiones
sin apenas datos, lo que no permite evaluar las tendencias en el aprove-
chamiento del combustible a escala regional. Las diferencias paisajísticas
no explican toda la diversidad documentada en los conjuntos. Como hemos
podido ver las actividades o características de las ocupaciones de los yaci-
mientos son factores fundamentales para comprender cómo se utilizó el
entorno.
Cabe señalar que en yacimientos con secuencias largas se observan
cambios significativos en el aprovechamiento del combustible vegetal a par-
tir de la aparición de la metalurgia del bronce. Así, en el nordeste, los yaci-
mientos de la Bauma del Serrat del Pont (Garrotxa), Cova del Frare (Vallès
Occidental); y en el interior, los yacimientos de La Vaquera (Segovia), Kobae-
derra y Pico Ramos (Vizcaya) y La Falguera (Alicante), todos ellos yaci-
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FIGURA 11. Representación gráfica de las frecuencias relativas (%) del sumatorio
de restos correspondientes a la vegetación de ribera, mesotermomediterránea y
supraoromediterránea de los yacimientos del I milenio del Empordà. F = La Fono-
llera, SME = Sant Martí d’Empúries, P = Pontós, IR = Illa d’en Reixac, PSA = Puig
de Sant Andreu, E = Empúries.
FIGURA 12. Representación gráfica de las frecuencias relativas en que están pre-
sentes los taxones arbóreos y arbustivos en los yacimientos del I milenio del Empor-
dà. F = La Fonollera, SME = Sant Martí d’Empúries, P= Pontós, IR = Illa d’en Rei-
xac, PSA = Puig de Sant Andreu, E = Empúries.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 131
FIGURA 13. Representación gráfica de las frecuencias relativas (%) de los cuatro
taxones mejor representados de los yacimientos del I milenio del Empordà. F = La
Fonollera, SME = Sant Martí d’Empúries, P = Pontós, IR = Illa d’en Reixac, PSA
= Puig de Sant Andreu, E = Empúries.
zada en este ritual funerario, pero además cuenta con la presencia de una rama
de ciruelo (Prunus domestica) (Grau Almero, 1990b).
Las diferencias entre levante y nordeste pueden deberse a las particu-
laridades paisajísticas, pero en ambos casos destaca el bajo número de espe-
cies utilizadas y la recurrencia en el uso de ciertas especies: pino en el caso
del Levante, quercíneas y ericáceas en el nordeste. No sabemos el valor social
dado a estos combustibles: habría que contrastar su relación con otros datos
arqueológicos como sexo, edad, ajuares, datos no siempre disponibles en este
tipo de contextos. Las diferencias en el tipo de combustible entre las urnas
podrían estar relacionadas con cuestiones de estatus social, aunque hay que
remarcar que en general los utilizados de manera más recurrente se caracte-
rizan por su excelente rendimiento durante la combustión. Tanto las quercí-
neas como las ericáceas (brezo y madroño) son taxones de madera dura que
arde lentamente.
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SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 5
El establecimiento de la agricultura
Font del Ros (Barcelona) 6370 ± 57 5440-5220 AA-16502 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
La Revilla del Campo (Soria) 6365 ± 36 5420-5260 KIA-21358 hueso Rojo et al., 2005
Cova de Cendres (Alicante) 6340 ± 70 5470-5080 Beta-142228 cereal Bernabeu et al., 2001
Cueva del Toro (Málaga) 6320 ± 70 4252-3954 UGRA-15443 carbón Martín et al., 2004
Cova de l’Or (Alicante) 6310 ± 70 5470-5070 OxA-10192 cereal Hopf, 1966; López, 1980; Martí, 1987;
2/7/08
Peña-Chocarro, 1999
Cova de l’Or (Alicante) 6275 ± 70 5460-5040 OxA-10191 cereal Hopf, 1966; López, 1980; Martí, 1987;
Bronk Ramsey et al., 2002
Cova de l’Or (Alicante) 6265 ± 75 5460-5000 H-1754/1208 cereal Hopf,1966; López, 1980; Martí, 1987;
Bronk Ramsey et al., 2002
Font del Ros (Barcelona) 6243 ± 56 5320-5020 AA-16499 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
La Revilla del Campo (Soria) 6202 ± 31 5280-5050 KIA-21346 hueso Rojo et al., 2005
Página 142
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6190 ± 130 5460-4800 I-17771 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
Los Cascajos (Navarra) 6185 ± 75 5300-4860 Ua-16024 hueso humano García/Sesma, 2001
Yacimiento Datación C14 BP Datación ANE cal. 2σ 95,4% Laboratorio referencia Material utilizado Bibliografía
Plansallosa (Girona) 6180 ± 60 5300-4960 Beta-74311 carbón Bosch et al. 1998
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6170 ± 130 5460-4780 CSIC-55 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
La Lámpara (Soria) 6144 ± 46 5250-4940 KIA-6790 hueso humano Rojo et al., 2005
La Vaquera (Segovia) 6120 ± 160 5460-4690 GRN-22932 carbón Estremera, 2003; López et al., 2003
La Vaquera (Segovia) 6080 ± 70 5220-4790 GRN-8241 bellota Estremera, 2003; López et al., 2003
La Draga (Girona) 6060 ± 40 5190-4810 Hd-15451 cereal Buxó et al,. 2000
Font del Ros (Barcelona) 6058 ± 79 5210-4790 AA-16499 carbón Bordas et al., 1996; Pallarés et al., 1997
Cueva del Toro (Málaga) 6030 ± 70 5193-4717 GRN-15444 carbón Martín et al., 2004
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 6025 ± 45 5040-4780 GRN-6639 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
La Draga (Girona) 6010 ± 75 5200-4720 UBAR-313 cereal Buxó et al,. 2000
Cueva de los Murciélagos (Málaga) 5980 ± 130 5220-4540 CSIC-57 cereal Hopf/Muñoz, 1974; López, 1980;
Peña-Chocarro, 1999
Plansallosa (Girona) 5890 ± 80 4940-4550 OxA-2592 carbón Bosch et al., 1998
Plansallosa (Girona) 5870 ± 70 4900-4550 Beta-74312 carbón Bosch et al., 1998
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI
Cueva del Toro (Málaga) 5820 ± 90 4917-4450 GRN-15440 carbón Martín et al., 2004
La Vaquera (Segovia) 5800 ± 30 4770-4550 GRN-22929 carbón Estremera, 2003; López et al., 2003
El Mirón (Cantabria) 5790 ± 90 4840-4410 GX-25856 carbón Peña-Chocarro et al., 2005
Plansallosa (Girona) 5720 ± 70 4770-4370 Beta-74311 carbón Bosch et al., 1998
Cova de Sta. Maira 5640 ± 140 4800-4220 Beta-75224 carbón Badal, 1999
2/7/08
Cueva de Nerja (Málaga) 5065 ± 140 4230-3540 - cereal Hopf/Pellicer, 1971; Jordà Pardo et al., 1990
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 144
FIGURA 14. Principales yacimientos de época neolítica con restos de plantas cul-
tivadas.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 146
entre yacimientos para ofrecer una visión amplia de las primeras plantas
cultivadas en la península Ibérica. Una buena prueba de ello son las amplias
regiones, como por ejemplo la Meseta sur o el mismo Portugal, que carecen
de datos arqueobotánicos (Zapata Peña et al., 2004). Pero existen también
importantes limitaciones que son reflejo de los tipos de contexto arqueoló-
gico, por ejemplo cuando se trata de comparar entre los resultados proceden-
tes de una cueva y de un poblado al aire libre (tabla 10).
En el País Valenciano los datos actuales permiten inferir una visión dia-
crónica de la evolución de la agricultura durante diferentes períodos de época
neolítica. Señalado tradicionalmente con las primeras referencias de plantas
domésticas en la península Ibérica, el aumento de trabajos sistemáticos pro-
ducidos durante los últimos años han ampliado el registro arqueobotánico
tanto para los momentos iniciales de la neolitización, como para las fases
posteriores. Los datos reflejan una gran variedad de cultivos, con la presen-
cia de diferentes especies de cereales y de leguminosas.
Los estudios se han desarrollado principalmente en la zona central y
norte del País Valenciano, y se han centrado tanto en asentamientos al aire
libre (Mas d’Is, Prat de Cabanes y La Colata), como en cuevas y abrigos (Fal-
guera y Santa Maira), que se unen al importante conjunto ya conocido for-
mado por los yacimientos de la Cova de l’Or, Cova de la Sarsa, Cova de les
Cendres, y los poblados de Les Jovades y Arenal de la Costa (Buxó, 1993,
1997; Pérez Jordà, 2005, 2006a).
Los primeros estudios de M. Hopf (1966) en la Cova de l’Or ya demos-
traron cómo desde la llegada de los grupos neolíticos se establecen diferen-
tes tipos de cultivos de trigos y cebadas, desnudos y vestidos. Posteriormen-
te en la Cova de la Sarsa se identifica la presencia de escanda menor y trigo
desnudo (López García, 1980b). Pero son los trabajos sistemáticos en la
secuencia de la Cova de les Cendres donde se confirma esta diversidad de
cultivos de cereales, formada por trigo desnudo, cebada desnuda, escanda
menor y escaña. También se observa, por primera vez, que junto a estos cere-
ales se introduce desde los niveles más antiguos el cultivo de diferentes legu-
minosas: arveja (Vicia ervilia), haba (Vicia faba), guisante, lenteja y almor-
ta (Lathyrus cicera/sativus) (Buxó, 1997).
En Cova de les Cendres, el trigo desnudo, las dos cebadas y la escan-
da menor son las especies de cereal más importantes. En cambio, la fre-
cuencia de escaña hace suponer que este cereal podía tener un peso menor
en el cultivo y la alimentación. Las leguminosas, en cambio, mantienen fre-
cuencias parecidas en todas las especies determinadas. Cuantitativamente, los
trigos desnudos son los cereales más representativos. La cebada vestida está
presente en todas las fases del Neolítico antiguo, pero con unas frecuencias
menores en relación con la desnuda, el trigo desnudo y la escanda menor.
En cambio, la cebada desnuda está más representada que la anterior, aunque
TABLA 10. Primeras evidencias de restos de plantas domésticas en yacimientos arqueológicos peninsulares anteriores a 5.000 BP.
Taxones Triticum Triticum Triticum Hordeum Hordeum Pisum Lens Vicia Vicia
monococcum diccocum aestivum/durum vulgare nudum vulgare sativum culinaris faba ervilia/sativa Lathyrus Linum Papaver
escaña escanda menor trigo desnudo cebada desnuda cebada vestida guisante lenteja haba arveja/veza guija lino adormidera
Pirineos
Balma Margineda + + + +
Cataluña
Cova 120 + + + + +
Plansallosa + + + +
La Draga + + + + +
Font del Ros + + +
Can Sadurní + + + + + + +
País Valenciano
Cova de Cendres + + + + + + + + + +
Cova de l’Or + + + + +
Abric de la Falguera + + + + + +
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI
Cova de la Sarsa * *
Mas d’Is + +
Santa Maira + + + + +
Andalucía
2/7/08
Interior
La Lámpara + + + + +
Revilla del Campo + + +
La Vaquera + + + + + + +
Los Cascajos + + +
País Vasco/Cantabria
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Lumentxa +
Kobaederra + +
Pico Ramos + +
El Mirón + + + +
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 148
d’Is y en la Cova de Sta. Maira son las cebadas y los trigos desnudos (Pérez
Jordà, 2005).
En relación con las leguminosas, en la Cova de les Cendres se observa
una disminución respecto a la fase anterior. En el resto de yacimientos los
datos son desiguales: ausencia de semillas en Mas d’Is y frecuencias estables
en Cova de Santa Maira, con restos de almorta, guisante y probablemente
de veza cultivada (Vicia cf. sativa) (Pérez Jordà, 2005).
En el Neolítico final se confirma la tendencia registrada anteriormente,
con una disminución notable del registro de los cereales vestidos como se
percibe en los yacimientos de La Colata, Prat de les Cabanes y en la misma
Cova de les Cendres. En cambio, destaca el aumento sistemático de las ceba-
das, principalmente la desnuda, que ocupa el espacio que anteriormente garan-
tizaban los anteriores (Pérez Jordà, 2005). En este sentido, los datos recogi-
dos en la zona central y norte del País Valenciano parecen variar a partir de
finales del IV y en el III milenio, donde, por un lado, se observa un proceso
de sustitución de los trigos vestidos por las cebadas y, por otro, la cebada des-
nuda y el trigo desnudo aparecen como cereales preponderantes.
En Cataluña destaca por su antigüedad el contexto cardial de la Cova
de Can Sadurní, con una datación de 6.405 ± 55 BP (5.368 cal. ANE), rea-
lizada a partir de semillas de cereal procedentes de la capa 18 (Blasco et al.,
2005). Este contexto refleja la presencia de semillas, por orden de importan-
cia, de escanda menor, trigo desnudo, escaña y cebada vestida (Buxó y Anto-
lín, inédito). En el mismo yacimiento se documentan restos de semillas aso-
ciadas al Neolítico antiguo cardial final/epicardial y al poscardial (Blasco et
al., 1999). Las muestras correspondientes a la primera de estas fases revelan
un conjunto con presencia de trigo desnudo, trigos vestidos (escanda menor
y escaña), cebada vestida y cebada desnuda. En la fase posterior, se señala
un aumento cuantitativo y cualitativo de los cereales que se acompañan de
algunas especies de leguminosas (lenteja y guisante principalmente).
Por su parte, los estudios realizados en el yacimiento de La Draga seña-
lan la presencia de un sistema agrícola variado y complejo, con el desarro-
llo de cultivos monoespecíficos de trigo desnudo en esta fase del Neolítico
cardial. Además de esta especie, se cultivan los cereales tradicionales, que
incluyen el trigo desnudo de tipo compacto, el trigo vestido (principalmente
escanda menor) y las variedades de cebada desnuda y vestida. Con respecto
a las leguminosas, cabe destacar la presencia de haba y guisante.
Otros conjuntos importantes, aunque con datos más reducidos, son los
restos cultivados procedentes de la Cova 120 (Agustí et al., 1987) y Plansa-
llosa (Bosch et al., 1998). Éstos han proporcionado semillas de trigo desnu-
do, cebada desnuda y cebada vestida. Los trigos vestidos son raros, con la
presencia de escanda menor en las muestras de la Cova 120. En este mismo
yacimiento se documenta la presencia de guisantes.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 150
FIGURA 15. Principales yacimientos del Cobre y de la Edad del Bronce con estu-
dios arqueobotánicos realizados.
anuales y en algunas ocasiones no rebasan los 200. Sólo las zonas de mon-
taña pueden registrar precipitaciones más elevadas, que pueden ser del orden
de 750 mm anuales. La evolución de los suelos está relacionada con el subs-
trato geológico, pero sobre todo con una fuerte antropización del territorio,
siendo extremadamente pobres en materia orgánica.
Los resultados paleoecológicos indican que durante el período com-
prendido entre 7.000 y 4.500 BP se da el momento de máximo recubrimien-
to vegetal, constituido por una vegetación termomediterránea arbustiva de
tipo maquia en las zonas bajas, donde predomina la coscoja, el acebuche y
el lentisco. En las zonas más montañosas del interior se instalarían formacio-
nes forestales de carácter más mesófilo, formadas por aliso, abedul, avella-
no, etc. (Yll et al., 1995; Pantaleón-Cano et al., 1995).
Con posterioridad a c. 4.500 BP, entre la Edad del Cobre y la del Bron-
ce (Rodríguez Ariza, 1992, 2000a), acontece una evolución significativa de
las condiciones ambientales, que revelan la práctica desaparición de los taxo-
nes arbóreos, con la disminución del recubrimiento vegetal del territorio y
el establecimiento de otras más estépicas. Hay indicios que señalan que la
acción antrópica podría haber originado zonas más abiertas, en las que se
observaría algún árbol ocasional (de encinas o pequeños rodales de pino
carrasco) junto con jaras, leguminosas arbustivas, brezos, romeros y tomi-
llos. A pesar de ello, en los fondos de los valles todavía quedarían restos de
la ripisilva (fresnos, álamos, sauces y tarayes), aunque ya se encontraría tam-
bién afectada por las actividades agrícolas.
Durante el Bronce argárico se acentúa el proceso iniciado en el perío-
do anterior, con un mayor peso de la maquia o del matorral, pero destaca
sobre todo la regresión de la ripisilva. Ésta se podría relacionar con la con-
tinua deforestación de las vegas de los ríos para transformarlas en campos de
cultivo, aunque hay indicios significativos de cambio en los parámetros bio-
climáticos a escala global, con el aumento de unas condiciones ambientales
esencialmente áridas, que podría significar una disminución del caudal de los
cursos de agua y, por consiguiente, de la vegetación de ribera (Pantaleón-
Cano et al., 1995).
Es probable una transformación precoz del medio en el sureste de la
Península, aunque no se puede excluir que los datos antracológicos actual-
mente disponibles para la Edad del Cobre subestimen el estado de transfor-
mación de la vegetación en esta época. El desarrollo del esparto, aparente
para el Cobre del Cerro de la Virgen y de Los Millares, pero más intenso en
la Edad del Bronce de Castellón Alto, de Fuente Amarga o de la mayoría de
yacimientos argáricos, puede confirmar la presencia de espacios abiertos entre
el matorral de carrasco.
La evolución hacia un medio más árido a corto plazo en la Edad del
Cobre no excluye la presencia de zonas húmedas, posibilidad que podemos
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avalar con la presencia de vid silvestre entre las muestras carpológicas de Los
Millares (especie propia de espacios próximos a corrientes de agua y de
bosques más o menos húmedos); aunque el análisis de carbones de la última
fase de Los Millares sugiera que no se recolecta combustible en la ripisilva,
ello no quiere decir que estas formaciones vegetales hubiesen desaparecido.
Los datos empíricos ofrecen un amplio espectro de especies cultiva-
das, que reposan sobre un número bastante importante de muestras, proce-
dentes de poco más de una veintena de yacimientos (Buxó, 1997). Los tra-
bajos desarrollados en los últimos años han ampliado los datos existentes
tanto para la Edad del Cobre como para la del Bronce, con los materiales de
los yacimientos de Las Pilas/Huerta Seca, Peñalosa, Gatas y Los Castillejos
(Peña-Chocarro, 1999; Castro et al., 1999, 2001; Rovira, 2000, 2007).
Los estudios arqueobotánicos existentes para la Edad del Cobre proce-
den principalmente de yacimientos situados en las tierras del interior, en las
orillas o cerca de los ríos y vegas formadas por llanuras aluviales y de seca-
no, en altitudes medias entorno a los 900 m, y de asentamientos de baja alti-
tud. Los principales son Cerro de la Virgen, El Malagón, Campos, Los Milla-
res (Buxó, 1997), Almizaraque (Netolitzky, 1935; Stika y Jurich, 1999), la
Cueva del Calor (Rivera et al., 1988), El Garcel (Chapman, 1991), Les More-
res (Pérez-Jordà, inédito), Las Pilas/Huerta Seca (Rovira, 2000; Stika y Jurich,
1999) y la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Peña-Chocarro, 1999).
Respecto a la Edad del Bronce, los datos proceden de los yacimientos
de El Acequión (Llorach et al., 2000), El Argar (Hopf, 1991; Stika y Jurich,
1998), Castellón Alto (Rodríguez-Ariza et al., 1996; Buxó, 1997), Cuesta del
Negro, Cerro de la Virgen y Fuente Amarga (Buxó, 1997), Cabezo de la Cruz,
el Rincón de Almendricos, Fuente Vermeja (Rivera et al., 1988), Cerro de las
Viñas (Rivera et al., 1988; Precioso, 1995), Fuente Álamo (Stika, 1988, 2000),
Ifre, Lugarico Viejo y Zapata (Hopf, 1991), Gatas (Castro et al., 1999), Madres
Mercedarias (Precioso, 1996), Los Tiestos (Precioso, 1995), Peñalosa (Peña-
Chocarro, 1999), Sevilleja (Spanedda et al., 2004) y El Picacho (López Gar-
cía, 1980b).
Los estudios de R. Buxó (1997) permitieron documentar la presencia
de las diferentes variedades vestidas y desnudas de trigo y cebada. Los pos-
teriores trabajos realizados en la zona han confirmado este espectro, consta-
tándose que los cereales más importantes desde el Neolítico antiguo hasta el
Cobre son el trigo desnudo y la cebada desnuda (Rovira, 2000), mientras que
la cebada vestida y los trigos desnudos predominan en los yacimientos de la
Edad del Bronce.
Sin embargo, los datos de que disponemos para el Cobre sugieren dife-
rencias respecto a la importancia y abundancia de estas especies en función
de los yacimientos o de las áreas geográficas donde éstos se localizan. Por
un lado, el trigo desnudo aparece representado con valores inferiores a la
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El Bronce valenciano
El nordeste en el II milenio
La Edad del Bronce del nordeste está marcada por una fuerte tradición
de raíces calcolíticas. Como en otras áreas peninsulares, las fases antigua y
media del Bronce están menos definidas, donde perviven restos del megali-
tismo, así como la tradición del vaso campaniforme, los modelos de ocupa-
ción conocidos, en cuevas y asentamientos al aire libre, y los rituales fune-
rarios de inhumación. En este sentido, una vez establecida la agricultura, no
parecen detectarse cambios significativos en la zona hasta finales del II mile-
nio ANE, sobre todo durante la primera Edad del Hierro y la época ibérica,
con una economía de subsistencia donde los excedentes y los intercambios
parecen muy limitados.
Sin embargo, de la primera a la segunda mitad del II milenio (c. 1.650
cal ANE), se perciben algunas aglomeraciones importantes en diferentes zonas
del territorio catalán —Minferri en el llano occidental, Bòbila Madurell y
Can Roqueta en las llanuras del sistema prelitoral, en Cataluña oriental—
donde encontramos cierta homogeneidad cultural. La población está aún frac-
cionada, con pequeñas comunidades estacionales territorialmente y sin una
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rales desde al menos el siglo VIII ANE. A finales del siglo VIII y principios
del siglo VII, se constatan también los contactos de los fenicios con la pobla-
ción indígena del este peninsular y, hacia la segunda mitad del VII, con la del
noreste. Hacia mediados del siglo VI hay suficientes elementos arqueológi-
cos que sugieren un fortalecimiento de los contactos foráneos con el mundo
indígena de esta zona y, en un breve período de tiempo, la influencia de los
griegos de Marsella con la fundación de Emporion (Empúries) dominará en
algunas áreas sobre la fenicia, que parece encontrarse en regresión.
El comercio con la población indígena tiene un radio de acción consi-
derable durante el siglo VII, que presenta todo tipo de mercancías y de pro-
ductos de origen fenicio, con lo que a cambio aquélla podía obtener aceite y
probablemente también vino. Sin embargo, es de suponer que, además de los
metales, los fenicios no desconocían las características potenciales de la agri-
cultura de la zona y, en particular, de los fértiles valles de aluvión de la Anda-
lucía oriental o del mismo valle del Guadalquivir.
La colonización fenicia aporta sin duda cambios importantes en las for-
mas tradicionales de vida de los indígenas de la región, que permiten poner
en evidencia algunos factores clave de ruptura con las tradiciones de la Edad
del Bronce. Los datos sobre agricultura en este contexto colonial proceden
principalmente de los estudios realizados en los yacimientos de Castillo de
Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz) y de Cerro del Villar (Guadal-
horce, Málaga). En Castillo de Doña Blanca los resultados anuncian en todas
las fases la presencia de una base cerealística, complementada con variados
productos hortícolas, además de la vid cultivada y el olivo (sin diferenciar si
se trata del tipo silvestre o cultivado), y la recolección de algunos frutos arbó-
reos (Chamorro 1994). Las fases más antiguas (fase I y II) con muestras de
semillas ocupan la práctica totalidad del siglo VII (675-600 ANE), señalán-
dose la cebada vestida como la especie más numerosa, seguida del trigo
desnudo, aunque durante la fase III (600-575 ANE) este último aumenta lige-
ramente por encima de la anterior, continuando con la misma representación
en la fase IV (575-500 ANE). Junto con los cereales, las muestras de Doña
Blanca presentan en todas las fases una frecuencia constante de legumino-
sas, con lenteja, garbanzo, guisante y haba. En Cerro del Villar los estudios
revelan la presencia de plantas cultivadas desde las primeras ocupaciones del
yacimiento, entre los siglos VIII al VI (Català, 1999). La agricultura es de
tipo cerealístico, con la explotación de cebada vestida y de trigo (desnudo y
vestido), junto con la de leguminosas (guisante y lenteja). Pero uno de los
hallazgos más interesantes es la vid, que no se descarta que fuera cultivada
en un lugar cercano al yacimiento.
Los datos disponibles para la primera Edad del Hierro son bastante
numerosos, aunque se circunscriben mayoritariamente a la zona de poste-
rior influencia ibérica (figuras 17, 18 y 19). A grandes rasgos, para la prime-
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FIGURA 17. Principales yacimientos de la Edad del Hierro con estudios arqueobo-
tánicos realizados.
FIGURA 18. Comparación diacrónica de las frecuencias relativas entre cereales por
períodos cronológicos durante la Edad del Hierro (a partir de Pérez Jordà et al., 2007).
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Celtiberia
La Era Alta 6,7
Ibérico antiguo
País Valenciano
Ràbita 50
Los Villares 33,3
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Tos Pelat 30 15
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 6,7
Corylus Ficus Juglans Olea Punica Prunus Prunus avium/ Vitis Camelina Linum
avellana carica regia europaea granatum dulcis cerasus vinifera sat. usitat.
avellana higuera nogal olivo granada almendra guindo/cereza vid camelina lino
Can Xercavins 5,6
Cataluña septentrional
Empúries 18,2 9,1
Illa d’en Reixac 18,2
Cataluña occidental
Els Vilars 1,3 8
Ibérico pleno
País Valenciano
Bastida de les Alcusses 13 2,6 4,3 14,3
Los Villares 1,6 3,2 35,5
Castellet de Bernabé 6,3 12,5 3,1 6,3 14
Cataluña central y meridional
Font de la Canya 8,3 8,3
Can Xercavins 14,3
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI
Ca n’Oliver 13,6
Cataluña septentrional
Mas Castellar de Pontós 0,4 1,2 0,4 5,2
Mas Castellar de Pontós 1,8 1,8 3,6 0,4
2/7/08
damar del Segura) (Iborra et al., 2003), el Alt de Benimaquia (Dénia, Alican-
te) (Gómez Bellard et al., 1993) y el Torrelló d’Almassora (Cubero, 1993a),
donde la vid se cultiva desde el siglo VII ANE. En el siglo VI aparecen restos
de esta especie en Los Villares, lo que parece confirmar, a partir de este
momento, su presencia de manera sistemática en la totalidad de los asenta-
mientos de la zona valenciana (Pérez Jordà et al., 1999).
Por su parte, en el nordeste de la Península la primera mención de vid
parece corresponder a yacimientos con cronologías de la primera Edad del
Hierro (siglo VIII y primera mitad del VI ANE). Destacan los hallazgos de vid,
por su calidad y abundancia, en el Turó de la Font de la Canya (López Reyes,
2004) y los realizados en Sant Martí d’Empúries (Buxó, 1999b) y el Barranc
de Gàfols (Cubero, 1998). En el caso del Turó de la Font de la Canya cuen-
ta además con indicios de una incipiente economía vitivinícola de carácter
local.
La identificación de pepitas se sucede durante los siglos V-III ANE en
los yacimientos de Moleta del Remei (Alcanar, Montsià), Mas Castellar de
Pontós (Canal, 2003), Can Xercavins, Illa d’en Reixac (Buxó, 1997), Puig
de Sant Andreu d’Ullastret (Buxó, 1997) y la Neápolis d’Empúries (Buxó,
1989), aunque se trata de restos sin presentar concentración alguna.
La presencia de vid es una constante que se repite en todos los yaci-
mientos, mientras que la de los otros frutales se establece de manera desigual.
Junto con el olivo, cabe recordar también la presencia de otras especies res-
pecto de las cuales, como se ha señalado (ver capítulo 2), el actual registro
arqueobotánico no permite por el momento reconocer el posible cultivo de
sus árboles. Destacamos, en primer lugar, la higuera, sin diferenciar si se trata
del tipo silvestre o cultivado, la especie más representada después de la vid
y el olivo cultivados, a la que se unen, en segundo lugar, el almendro y el gra-
nado. Pero también hay referencias de un posible cultivo de rosáceas del tipo
del manzano o del peral, en el yacimiento del Castellet de Bernabé (Adelan-
tado et al., 2003).
Las almendras halladas en el Castellet de Bernabé (Adelantado et al.,
2003), junto con las aparecidas en la Bastida de les Alcusses (Pérez Jordà et
al., 1999) y las del Amarejo (Broncano, 1989) son los únicos restos recupe-
rados hasta el momento de época prerromana. En La Seña se ha identifica-
do parte del fruto de un granado, pero en El Puntal dels Llops se cita el hallaz-
go de una granada entera (Dupré y Renault-Miskovsky, 1981).
En el nordeste de la península Ibérica, los datos disponibles sobre la
presencia de frutales proceden de contextos arqueológicos del siglo VII ANE,
aunque los resultados son escasos y se circunscriben a yacimientos cercanos
a la zona mediterránea. La vid es también la especie más representada, segui-
da del olivo y la higuera, aunque estas últimas muestran frecuencias bastan-
tes discretas. La elevada frecuencia de los hallazgos de vid en la mayoría de
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 185
* < 10 restos
** > 10 restos
*** > 50 restos
**** > 100 restos
***** > 1000 restos
(fc) contexto fenicio
(cg) contexto griego
(ci) contexto ibérico
FIGURA 20. Principales yacimientos de la Edad del Hierro con presencia de Olea
y Vitis en yacimientos arqueológicos peninsulares.
inicio de la etapa ibérica, ya que a principios del siglo VI ANE algunos pobla-
dos ibéricos, como el Alt de Benimaquia, adoptaron la producción de vino
con finalidades especulativas destinadas a los circuitos comerciales interior
y exterior, con la construcción de estructuras de prensado de la viña y mace-
ración del mosto para la transformación de la uva. A título de hipótesis, el
territorio de Benimaquia podía producir unos 400 hl de vino anuales, sien-
do necesarias para almacenar toda la producción entre 1.300 y 1.600 ánfo-
ras, que debía organizarse a través del trabajo industrial de un taller cerá-
mico a lo largo de todo el año para abastecerla (Gómez Bellard et al., 1993).
Por su parte, los datos disponibles en Cataluña sugieren también un cultivo
local de la vid a partir de finales del siglo VII ANE en el Turó de la Font de
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en otros parecen más cercanas a los ejemplares silvestres; sin embargo, abun-
dan las pepitas de caracteres intermedios (entre los ejemplares de tipo silves-
tre y cultivado), que podrían encontrarse en un proceso de domesticación. No
obstante, no debemos olvidar que se trata de restos vegetales carbonizados y
que, por tanto, pueden adquirir algunos cambios en su morfología y biome-
tría originales. Por otro lado, algunos estudios recientes de ADN en uvas sil-
vestres y cultivadas de la península Ibérica y Grecia parecen indicar que no
hay una introducción de variedades cultivadas procedentes del Mediterrá-
neo oriental (Arroyo García et al., 2002). Este estudio señala que en cada una
de las zonas geográficas se utilizan las cepas de las variedades silvestres para
desarrollar las cultivadas, lo que podría apuntar a una orientación firme de
la cultura de la vid por parte de las potencias colonizadoras.
Otros datos, por su parte, también apuntan a las colonizaciones para una
aportación de los conocimientos en la domesticación de la viña y la posterior
elaboración del vino. En el sur de la Galia, por ejemplo, los textos relatan con
todo lujo de detalles que fueron los griegos los que introdujeron el cultivo de
la vid en la región hacia el año 600 ANE (Py y Buxó, 2001). A pesar de ello
hay datos posteriores con indicios objetivos que impiden ser concluyentes al
respecto; por ejemplo, la presencia de cepas preparadas para ser plantadas entre
la carga del pecio de El Sec (Calvià, Mallorca), con una cronología entorno al
375 ANE, que procedente del Egeo y de Sicilia se dirigía hacia la península
Ibérica, y en el que se transportaban también diferentes tipos de ánforas de vino
procedentes del Mediterráneo central y oriental (Arribas et al., 1987).
La introducción de la viticultura tendrá una rápida difusión hacia el inte-
rior peninsular, como así lo demuestran los datos disponibles para el Alto de
la Cruz (Navarra) (Cubero, 1990): una evidencia clara de su implantación
en el valle del Ebro desde por lo menos finales del siglo VII ANE.
La consolidación de esta actividad continúa durante el Ibérico pleno
en algunas zonas geográficas, como sugieren el depósito de ánforas de La
Quejola (San Pedro, Albacete) y los datos disponibles procedentes de las
excavaciones de Cancho Roano (Badajoz), Los Villares (Albacete) (Celesti-
no y Blánquez, 2007) y del Castellet de Bernabé (Guerin, 2003). Los restos
de vid recuperados en La Seña, el Puntal dels Llops, el Castellet de Berna-
bé y St. Miquel de Llíria, junto a los lagares hallados en este último yaci-
miento y en la Monravana, son la evidencia del desarrollo alcanzado por la
viticultura en la zona edetana (Pérez Jordà, 2000). En Cataluña, en cambio,
no hay indicios tan evidentes de esta fuerte actividad como la que encontra-
mos en las comarcas valencianas, y ello podría apuntar de momento a un cul-
tivo de la vid destinado al consumo directo del fruto, a pesar de que hay pocos
datos para ser concluyentes al respecto.
Para otras zonas del Mediterráneo occidental, como el sur de la Galia,
la rapidez del proceso queda también documentada con los datos proceden-
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 192
contexto del siglo V ANE de Mas Castellar de Pontós (Canal, 2003) y en otro
del siglo IV de la Illa d’en Reixac (Buxó, 1997). En ninguno de los dos yaci-
mientos se puede afirmar con seguridad que se trata de tipos cultivados,
aunque la morfología y la biometría de los ejemplares de Mas Castellar de
Pontós potencian los argumentos en favor de la especie cultivada.
Con los datos disponibles hasta la fecha, los indicios apuntan a que la
expansión del cultivo del olivo, o al menos el de su aprovechamiento para
la obtención de aceite, no es anterior a la colonización romana. Si existió en la
etapa ibérica, su implantación fue relativamente reducida, y se podría dirigir
principalmente a la alimentación. La ausencia de lámparas de aceite de pro-
ducción ibérica y la escasez de piezas de este tipo importadas de otras zonas
del Mediterráneo en los yacimientos del norte de Cataluña son argumentos
a favor de esta posibilidad (Sanmartí y Santacana, 2005). Por su parte, dife-
rentes análisis polínicos sugieren también que el cultivo del olivo no está
prácticamente fundamentado durante la época ibérica; los mayores porcen-
tajes relacionados con esta práctica parecen asumirse en fases cronológicas
posteriores (Burjachs et al., 2005).
La introducción del cultivo de la vid y del olivo representará cambios
estructurales en los sistemas económicos de las sociedades indígenas, basa-
dos principalmente en los tradicionales cultivos de cereales y leguminosas.
El vino, como elemento transformador de cultura, se impone como un ele-
mento de prestigio destinado al consumo de las élites. Éste sustituye en parte
las bebidas alcohólicas obtenidas a partir de la fermentación del cereal, hasta
el punto de convertirse en un medio de difusión cultural y adaptación de las
prácticas de las sociedades indígenas en las ceremonias de origen medite-
rráneo. La promoción de la vid como un producto altamente rentable en la
sociedad ibérica sugiere el aumento de la explotación de las superficies des-
tinadas a su producción; la vid y el olivo necesitan de un período de adapta-
ción sin rendimiento prolongado, tiempo en el que la inversión realizada no
produce beneficio, a pesar de haber destinado una parte importante del terri-
torio y recursos materiales y humanos. Sólo la existencia de un poder cen-
tralizado de tipo aristocrático o nobiliar podía asumir los riesgos y las con-
secuencias de la transformación económica que implican los nuevos cultivos.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 195
CAPÍTULO 6
intensiva, parece inevitable una cierta mezcla de las especies, debido princi-
palmente al hecho de que algunas semillas maduras pueden caer al suelo y
germinar al año siguiente junto con las plantas que se cultiven, y puede ocu-
rrir que sean de especie distinta. Por otro lado, la mezcla puede ser produc-
to de preparaciones culinarias en las que se utilicen diferentes vegetales o
incluso tratarse de residuos procedentes de las distintas actividades de pro-
cesado.
Aunque carecemos de datos concluyentes sobre esta problemática, se
podría acordar que esta práctica puede ser válida para los inicios de la agri-
cultura, donde parece demostrarse la presencia de mezclas de diversos cere-
ales en que ninguna de las especies destaca de manera singular, pero no pode-
mos reconocer que se halle de manera generalizada en todo el territorio
peninsular: en el nordeste, los conjuntos de La Draga demuestran el cultivo
por separado de los trigos desnudos desde las fases más antiguas del Neolí-
tico (Buxó et al., 2000), si bien en la región valenciana no hay datos de este
tipo hasta por lo menos el Neolítico reciente, con la concentración de ce-
reales procedente del yacimiento de La Colata (Pérez Jordà, 2005). Por su
parte, en Andalucía nos encontramos con una situación similar a partir del
Neolítico pleno en la Cueva del Toro y en la Cueva de Nerja (Buxó, 2004;
Hopf y Pellicer, 1970).
La siembra de cereales de manera simultánea podía ser una práctica
potencial en contextos antiguos de época neolítica y convivir en el tiempo
con los cultivos por separado, aunque tampoco desaparecería cuando se adop-
tara el monocultivo de algunos cereales, llegando a perdurar en períodos pre-
históricos más avanzados. No obstante, lo cierto es que estas prácticas impli-
can una gestión diferente del medio agrícola: la primera prima la seguridad
en la obtención de la cosecha, mientras que en la segunda prevalece el aumen-
to de la productividad (Vega et al., 2003).
Al igual que el cultivo simultáneo de diferentes especies de cereal, el
de cereales y leguminosas está también documentado tanto etnográfica como
históricamente (Halstead y Tierney, 1989; Buxó, 1997; Peña Chocarro y Zapa-
ta, 1999). Por rotación o mezcla con los cereales, el cultivo de leguminosas
contribuye a mantener altos niveles de fertilidad del suelo, porque éstas fijan
el nitrógeno atmosférico a través de la simbiosis con una bacteria desde las
raíces. Con todo, la combinación de los cereales y las leguminosas como prác-
tica para la regeneración de nutrientes no parece aún bien reflejada en el regis-
tro arqueobotánico.
Todo esto no impide pensar que la incipiente agricultura neolítica de la
Península pudiera desarrollar la rotación en el cultivo de cereales y legumi-
nosas, aunque no sabemos con certeza si era utilizada de manera conscien-
te, por conocerse de antemano los beneficios de esta práctica. La simple
presencia de leguminosas junto con cereales no tiene por qué implicar una
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 197
no se realizó a ras de tierra, sino que la paja se cortó a una cierta altura. Por
otro lado, si las malas hierbas representadas incluyen taxones vegetales de
porte bajo, podemos sugerir que la siega se realizó cortando la paja a baja
altura, técnica que permite recoger la paja y el grano en una sola operación,
aunque posteriormente se deba emplear más tiempo en su procesado y lim-
pieza (Peña-Chocarro, 2000). Estos serían, por citar algunos ejemplos, los
casos de Las Pilas/Huerta Seca, Los Castillejos y Peñalosa (Rovira, 2007;
Peña-Chocarro, 2000) y Punta Farisa (Alonso y Buxó, 1995). La siega a
baja altura implica el aprovechamiento de la paja, que en estas sociedades
presentaba toda una multiplicidad de usos: techados, artesanías, alimentación
del ganado, etc.
Las bases de las glumas, las horquillas de espiguillas y los segmentos
de raquis del cereal constituyen, por otro lado, testimonios claros del proce-
so posterior a la cosecha. Las fases de trilla y aventado separan la paja del
grano, pero con el aventado, además, de los fragmentos más largos de la paja,
se eliminan las diferentes partes de la espiga, las malas hierbas más ligeras
y muchos raquis. Estas operaciones prácticamente no están descritas en la
secuencia de procesado de los yacimientos del Calcolítico y de la Edad del
Bronce. Por el contrario, las últimas fases del procesado están mejor repre-
sentadas en el registro arqueobotánico de algunos asentamientos de la Edad
del Bronce. A pesar de la trilla y el aventado, el grano presenta todavía nume-
rosos elementos contaminantes, formados por malas hierbas, raquis y nudos
de la paja, que se eliminaran en las sucesivas cribas con tamices de diferen-
te grosor.
En las áreas destinadas a las actividades domésticas se han localizado
diferentes estructuras, relacionadas con el almacenamiento y con las activi-
dades de procesado de los productos, como los molinos. Las muestras arqueo-
botánicas recogidas en estas zonas están compuestas principalmente por cere-
ales, pero además se documentan leguminosas, frutos silvestres y, en algunos
casos, malas hierbas. Sin embargo, en estas composiciones no hay eviden-
cias de la presencia de diferentes partes de la espiga (glumas, paleas, lemas,
raquis), de semillas de malas hierbas ligeras o de los fragmentos más largos
de la paja. A pesar de ello, el grano presenta todavía algunos elementos con-
taminantes que sólo se eliminarán con sucesivas cribas.
Los hallazgos de conjuntos cerrados formados por una sola especie nos
permiten afirmar también que el cultivo de las distintas especies de cereales
se realiza por separado. Esta práctica se documenta por lo menos desde el
III milenio, tanto en zonas del sureste como de la región valenciana. Todo
parece indicar que el cereal llegaba y se almacenaba en el interior de las habi-
taciones prácticamente limpio. Las concentraciones identificadas en la mayo-
ría de los yacimientos estaban compuestas casi exclusivamente de semillas
sin apenas contaminantes, como restos de glumas, de raquis o de entrenudos,
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 210
y romper la tierra (por ejemplo, layas o azadas), entre las que destacan sobre
todo las rejas de arado. Éste era conocido desde el período anterior, pero
donde la propia topografía del terreno no permitía su paso el trabajo de la tie-
rra se debía combinar con el uso de las azadas y de las layas.
Tanto el trabajo del suelo como la tala de árboles serán de las primeras
operaciones agrícolas que adoptarán los útiles en hierro, seguramente por la
dureza que aporta este nuevo material. La presencia de piezas férricas desti-
nadas al acondicionamiento del suelo aparece a mediados del siglo VI ANE.
Pero no es hasta época ibérica plena (de mediados del siglo V a finales del
siglo III ANE) que el uso del hierro se generaliza en la confección de las pie-
zas y aumenta considerablemente tanto su número como la diversidad de tipos
documentados.
Para la labranza se introduce el arado de tipo dental, del que sólo con-
servamos la reja, aunque también podrían utilizarse para este trabajo las
azadas. Estas últimas junto con la laya y el arado son herramientas que sir-
ven para remover y trabajar el suelo, para sembrar o plantar, remover y cavar,
etc. La laya, como la azada, corta la tierra, pero penetra más profundamen-
te, de manera que el terrón es igualmente removido, mientras que el arado
simétrico sólo lo araña superficialmente. La laya se podía utilizar en terre-
nos pedregosos o arcillosos, donde el trabajo de la azada era difícil, pero tam-
bién era apropiada para trabajos de la huerta como plantar o sembrar. Antes
de la época ibérica las layas eran útiles fabricados totalmente de madera; hay,
por tanto, pocas referencias.
El arado es uno de los instrumentos agrícolas que ha tenido un papel
más relevante en la historia humana, puesto que ha permitido incrementar la
capacidad de un grupo para cultivar superficies más grandes. También ha sido
habitualmente muy eficaz en la agricultura mediterránea, con suelos no muy
profundos y secos. A pesar de realizar una remoción muy superficial, per-
mite, en esta zona con escasas precipitaciones, la penetración de la lluvia y
evita la pérdida de la humedad de las capas inferiores.
La utilización del arado de hierro en este período subraya la capacidad
de colonizar nuevas tierras, que se extiende a llanos y a terrenos fluviales, así
mismo las más duras de las partes bajas de los valles. El arado de hierro
tirado por un animal (buey o caballo) realizaba los surcos más profundos, de
manera que facilitaba, a diferencia del arado de madera, el acceso a los terre-
nos más difíciles de modificar.
De los arados de madera más primitivos apenas hay evidencias, ya que
sólo se conservan en medios anaerobios, pero la posibilidad de que se utili-
zaran rejas líticas hace más factible su conservación en otro tipo de sedimen-
tos (Rees, 1981). Más tarde, la reja fue recubierta de bronce, pero el paso
decisivo fue el uso del hierro. La reja de hierro acoplada de manera inde-
pendiente resultó mucho más eficaz y duradera.
Arqueobota?nica de la PI:Araueobotánica de la PI 2/7/08 19:41 Página 213
la desde finales del siglo V e inicios del IV, con numerosos ejemplos entre
finales del siglo III y principios del II ANE. Son piezas planas por una cara y
convexa por la otra, doblegadas hacia dentro en los dos laterales, con la
finalidad de sujetarlas mediante remaches en el resto del instrumento. Se han
localizado rejas desde el siglo IV ANE en la Illa d’en Reixac (Rovira, 1999),
en el Puig de Sant Andreu (Oliva, 1970), en Mas Castellar de Pontós (Pons
et al., 2000) y en la Bastida de les Alcusses (Pérez et al., 1999).
El aumento de la producción total mediante la roturación de nuevas tie-
rras es una consecuencia del uso del arado. Para garantizar la subsistencia
de la explotación de terrenos más o menos estables, es necesaria la aplica-
ción de sistemas de cultivo más complejos, que favorezcan la regeneración
de la fertilidad del suelo, como son el sistema de ciclo corto y la rotación de
cultivos de ciclo trienal. Sin embargo, los datos que se manejan en el regis-
tro arqueobotánico de la Edad del Hierro no son suficientes para que puedan
demostrar fácilmente estas prácticas; así, se recurre habitualmente a estudios
comparativos con otras zonas del Mediterráneo y a la utilización de parale-
los etnográficos.
En la Grecia antigua se seguía una rotación bienal fundamentada en el
monocultivo de semillas de invierno sobre un período de dos años. El barbe-
cho se practicaba como el conjunto de trabajos agrícolas de primavera y de
verano juzgados necesarios para preparar la siembra de otoño (Jenofonte,
Econom., cap. XVI, XVII, XVIII). Este sistema no era ni mucho menos
rígido, ya que los trabajos se podían aumentar o reducir según la presencia
de malas hierbas. El estado de reposo de la tierra durante dos años restituía
los elementos nutritivos del suelo y en el año de barbecho se intercalaban
plantas que agotaran menos el suelo. Por su parte, el sistema de rotación trie-
nal permite realizar una siembra en primavera, práctica perfectamente com-
patible con los sistemas tradicionales a través de la incorporación de los cul-
tivos de primavera. Parece que la rotación trienal se desarrolló muy pronto
en el sureste de Europa y el Próximo Oriente, extendiéndose gradualmente
hacia Europa central en la Edad del Bronce (Dennell, 1978).
Un caso complejo es el proporcionado por la asociación consistente de
cebada vestida y panizo, que se manifiesta en grandes concentraciones en
algunos yacimientos de época ibérica. La relación entre las dos especies se
puede presentar de manera variada y hasta diferente según la estructura. Por
ejemplo, en el Mas Castellar de Pontós se conserva una muestra monoespe-
cífica de panizo acompañado de manera restringida por semillas de otras espe-
cies de cultivo y otra donde panizo y cebada se presentan de manera conjun-
ta, sin destacar cuantitativamente ninguna de las dos especies (Canal, 2000).
En el Puig de Sant Andreu d’Ullastret, por su parte, se ha recogido una mues-
tra de cebada vestida y panizo, donde, a diferencia del anterior, destaca la
importancia de la cebada en el plano cuantitativo (Buxó, 1997).
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referencia tan sólo a algunos tipos de cultivo. Pero se desconocen las super-
ficies destinadas a los pastos o a la explotación del bosque; tampoco sabe-
mos, en definitiva, cuál era el área cultivada respecto del conjunto global
del territorio. Las limitaciones son, por tanto, variadas y, al tratar la pro-
ducción agrícola en términos cuantitativos, se puede incurrir en múltiples
generalizaciones. Estos datos subrayan una diferencia extraordinaria entre
la producción de cereal de la Edad del Hierro y la de época medieval, con
lo que por ahora debemos mostrarnos prudentes con estos resultados.
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CAPÍTULO 7
CONCLUSIONES
CONCLUSIONES 233
A modo de ejemplo podemos recordar que las materias duras (roble, enci-
na, boj) fueron utilizadas para confeccionar todo tipo de mangos, palos cava-
dores, peines, etc.; es decir, productos que requerían de dureza para su correc-
to uso. En cambio, las maderas flexibles (avellano, tejo, sauce) se utilizaron
para cestería, confección de arcos, astiles de flechas, etc., útiles que saca-
ban mayor partido de esas propiedades. La presencia de trazas del trabajo
de la madera en la superficie de los artefactos es habitual, por lo que se pue-
den inferir los estadios del trabajo de la madera (extracción, astillado, aca-
bado por pulimento o contacto con el fuego, etc.) y los instrumentos utili-
zados en este proceso (marcas de azuelas, líneas de torneado). También se
ha podido identificar la morfología del soporte utilizado (tronco, rama o seg-
mento de tronco) y, en algunos casos, la función a partir de paralelos etno-
gráficos y arqueológicos. El estudio de artefactos de madera permite, por
lo tanto, un acercamiento a la tecnología utilizada y a los cambios que en
ella se produjo.
Respecto a la alimentación de origen vegetal entre las sociedades caza-
doras recolectoras los datos son todavía escasos, pero muestran el aprovecha-
miento de un amplio espectro de frutos (bellotas, avellanas, piñones, etc.),
que en algunos casos debieron requerir algún tipo de procesado para su con-
sumo. Sobre esta base se produce la transformación hacia las prácticas agra-
rias. Un hecho remarcable es que la adopción de la agricultura supuso la adop-
ción de plantas que no tenían paralelo y, por lo tanto, eran aprovechadas de
una manera muy diferente; es decir, implica un cambio importante en lo que
se refiere a las técnicas de procesado y a las modalidades de consumo. Sin
embargo, hay que recordar que las primeras plantas domésticas se encuen-
tran siempre acompañadas de un grupo significativo de vegetales silvestres
procedentes de la recolección, que aparecen con una frecuencia similar a la
del período anterior. La introducción de las plantas cultivadas en la penínsu-
la Ibérica se realiza en un contexto que mantiene unas estrategias de subsis-
tencia preagrarias; su aparición se corresponde con el establecimiento de gru-
pos humanos neolíticos portadores de cerámicas impresas de tipo cardial.
Desde el inicio, se observan diferencias respecto a otras zonas del occiden-
te mediterráneo. En la Península se encuentran representadas todas las espe-
cies de cereales y leguminosas, a la vez que se observan algunas especifici-
dades en la explotación de los trigos entre los que predominan principalmente
los de tipo desnudo por encima de los vestidos.
Los primeros cambios tecnológicos importantes en la agricultura y la
gestión de los cultivos parecen producirse en el Cobre y la Edad del Bronce.
La especialización y la reproducción por separado de productos cultivados
inducen a considerar que se produjeron cambios en las estrategias y las pre-
ferencias en la alimentación vegetal por parte de las comunidades humanas
de estos períodos. Asimismo la recolección de productos silvestres de ori-
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CONCLUSIONES 235
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BIBLIOGRAFÍA 263
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ÍNDICE
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
PRIMERA PARTE
La economía forestal
SEGUNDA PARTE
La agricultura y los sistemas agrícolas
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237