Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mujer Desnuda Mujer Negra Calixthe Beyala
Mujer Desnuda Mujer Negra Calixthe Beyala
ePub r1.0
Titivillus 27.04.15
Título original: Femme nue, femme noire
Calixthe Beyala, 2003
Traducción: Juan Manuel Salmerón
Es de noche.
En la oscuridad el paisaje parece
resquebrajado como la costra de una herida. En
algunos patios hay faroles que titilan indicando a
los hombres sedientos de mujeres que se trata de
burdeles, a cuyas puertas se agolpan, urgidos por
la necesidad de evacuar su plétora de esperma, y
aprovechan la oscuridad para restregarse unos con
otros y, como quien no quiere la cosa, masturbarse.
Cuando alguno de ellos entra en el santuario, los
demás lo siguen con la mirada pensando en las
guarrerías que hará. ¿Va a atarla? ¿En qué postura
se la follará? ¿Por detrás? ¿A lo misionero? ¿O
contra el marco de la puerta? Y estas
imaginaciones licenciosas turban sus semblantes.
Ese mundo de relaciones anárquicas me
fascina. Me pregunto de qué color, de qué textura
serán sus sexos. El perfume salvaje de estos
pensamientos obscenos me envuelve y me pongo a
sudar.
De pronto dos brazos me ciñen la cintura. Me
doy la vuelta, veo un gran mostacho. El hombre
está tan embargado de deseo que su agua de
colonia parece desafiar a ese olor mareante a
almendras tostadas que yo me conozco. Tiene los
ojos inyectados en sangre de pura excitación. Por
el paquete de su pantalón advierto que está a cien.
—¿Cuánto?
Sin apenas darme tiempo a contestar, el
hombre se saca el tulipán. Movida por una
curiosidad perversa empiezo a tocárselo con
delicada morosidad. «Eso», resopla él. En sus
ojos extraviados percibo su flaqueza, esa
maleabilidad de los hombres. Pero también que
tengo un cuerpo de posibilidades insospechadas
con las que, en adelante, he de contar. Me siento
infinitamente poderosa. Soy la punta y el cabo, el
principio y el fin de todo. Amago con hacerle una
caricia palatal y, poniendo boquita de piñón, echo
mi aliento caliente sobre su túrgida virilidad, cosa
que lo vuelve loco. Por encima de su cuello rollizo
le veo los gruesos labios jadeantes. El hombre se
impacienta, se exaspera, blande su verga ante mis
labios como un látigo.
—¡Cómetelo, rápido! —farfulla—. ¡Ahora
mismo!
Abro la boca y, sin darme cuenta del todo, le
pego un mordisco. El hombre da tres brincos hacia
atrás y, a la luz de una luna perpleja, se pone a
bailar de dolor, alejándose más y más… Su cólera
desgarra el silencio:
—¿Estás loca o qué? —dice fulminándome con
la mirada—. ¿Qué te pasa, so zorra? ¡Me has
hecho daño!
—¿Así me das las gracias? ¿Tú has visto como
estabas? Acabo de salvarte la vida. ¡Si no llego a
calmar tu ardor, te da un ataque al corazón!
—¡Menuda loca! Vete antes de que te mate.
Y al poco, en medio del sofoco de la ciudad,
me invade una dicha inefable. Siempre que causo
dolor a alguien me estremece un placer
inexplicable. Doy brincos de alegría y palmadas
como un niño en el recreo. Y haciendo cabriolas
vuelvo a casa de Ousmane. En cuanto franqueo el
umbral, una sombra me sale al paso: Fatou.
—Es hora de comer algo —me dice.
En el comedor la acribillo a preguntas, y ella,
cada vez que responde a una, abre los brazos como
para acogerme por siempre jamás en la humedad
de sus axilas.
—¿Estás segura de estar viva, Fatou? —le
pregunto yo.
—Respiro como la mayoría de los seres
humanos, si lo dices por eso, Irène. Yo puedo
experimentar tristeza y alegría, como todo el
mundo.
—¿Eres consciente del poder que tienes? Yo,
por ejemplo, puedo conseguir lo que quiera de
casi todos.
—Yo no me creo capaz de obligar a nadie a
hacer nada que no le apetezca.
—Entonces, Fatou, no eres más que una débil.
O somos víctimas o mandamos.
—Siempre somos víctimas de algo o de
alguien. Por mi parte, trato de hacer feliz a la
gente. No tengo más poder que ése.
—¿Por qué finges que me quieres, si en
realidad me odias?
—Porque odiar cansa.