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La plebe no era solamente una realidad reconocida por todos los observadores
desde el siglo XVII, sino que llegó a ser, a fines del XVIII y principios del XIX, uno de
aquellos problemas que daban ocasión a sesudos y bien intencionados informes de
los altos funcionarios españoles.
Se dijo anteriormente, que muchos artesanos pobres, y más aún sus oficiales y
aprendices, formaban parte de las plebes en las ciudades coloniales. Esa afirmación
general debe ser completada, sin embargo, indicando que el fenómeno se presentó
con brusca acentuación en la ciudad de Guatemala después de los terremotos de
1773 y como consecuencia del traslado de la capital al valle de la Ermita. El traslado
fue el golpe definitivo para muchos talleres, y hasta gremios enteros, que venían
arruinándose con la creciente importación de artículos industriales europeos. Estos
productos, con algunos de los cuales no podían competir en precio ni en calidad los
fabricados por los artesanos del país, ingresaron en cantidades cada vez mayores a
causa de cierta liberalización del monopolio comercial y de un creciente
contrabando. Estando así las cosas sobrevino el traslado de la ciudad.
La miseria de la plebe es una de las muchas realidades que suelen omitirse para
mantener un cuadro idealizado de la vida colonial, del mismo modo que se pasa por
alto la gran importancia de los ladinos rurales pobres. Estos últimos, teniendo
comunidad de función económica y de intereses como para formar una clase social,
no la integraron por causa de su gran dispersión y aislamiento. La plebe, al
contrario, concentrada en los barrios de doce ciudades. no compactó una clase por
motivo de la gran disparidad de función económica de sus componentes.