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Dos de ellas son sugeridas por los documentos que las denominan: la plebe y los

artesanos. La tercera, mucho menos definida y más tardía, es objetivamente


perceptible en la retrospección histórica. La llamaremos capa media alta urbana.

Objetivamente, la plebe colonial era la población urbana menesterosa. Sin embargo,


la comprensión del concepto de plebe exige, en segundo lugar, que se lo entienda
como una elaboración ideológica de la minoría dominante, y que, por lo tanto, se
perciba el contenido subjetivo de aversión y temor que llevaba escondido.

La plebe no era solamente una realidad reconocida por todos los observadores
desde el siglo XVII, sino que llegó a ser, a fines del XVIII y principios del XIX, uno de
aquellos problemas que daban ocasión a sesudos y bien intencionados informes de
los altos funcionarios españoles.

En 1812, el oidor decano de la Audiencia de Guatemala, don Joaquín Bernardo


Campusano, remitió al gobierno peninsular una interesante “Exposición sobre los
desórdenes de la plebe”

Se dijo anteriormente, que muchos artesanos pobres, y más aún sus oficiales y
aprendices, formaban parte de las plebes en las ciudades coloniales. Esa afirmación
general debe ser completada, sin embargo, indicando que el fenómeno se presentó
con brusca acentuación en la ciudad de Guatemala después de los terremotos de
1773 y como consecuencia del traslado de la capital al valle de la Ermita. El traslado
fue el golpe definitivo para muchos talleres, y hasta gremios enteros, que venían
arruinándose con la creciente importación de artículos industriales europeos. Estos
productos, con algunos de los cuales no podían competir en precio ni en calidad los
fabricados por los artesanos del país, ingresaron en cantidades cada vez mayores a
causa de cierta liberalización del monopolio comercial y de un creciente
contrabando. Estando así las cosas sobrevino el traslado de la ciudad.

La plebe fue una capa social urbana, pobre y heterogénea, económicamente


importante, oprimida y explotada en diversas formas, descontenta pero incapaz de
esbozar una actitud generalizada de clase. Su irritabilidad pudo haber sido una
fuerza política susceptible de dirección por los grupos que hicieron la
Independencia, y es evidente que uno de ellos quiso movilizarla; pero a la larga
pesó más el temor que inspiraba la posibilidad de su desborde anárquico y
vindicativo

La miseria de la plebe es una de las muchas realidades que suelen omitirse para
mantener un cuadro idealizado de la vida colonial, del mismo modo que se pasa por
alto la gran importancia de los ladinos rurales pobres. Estos últimos, teniendo
comunidad de función económica y de intereses como para formar una clase social,
no la integraron por causa de su gran dispersión y aislamiento. La plebe, al
contrario, concentrada en los barrios de doce ciudades. no compactó una clase por
motivo de la gran disparidad de función económica de sus componentes.

La dificultad que puede ofrecer la comprensión del concepto colonial de plebe, se


resuelve cuando quedan entendidos los siguientes dos puntos. Primero, que no
hacía referencia al color de la piel ni a la ocupación de las personas, sino
exclusivamente a su nivel de pobreza y a cierta conducta general que aparecía
como propia de la gente pobre de la ciudad. Así, pues, la plebe estaba constituida
por mestizos, mulatos, zambos, negros libres y la multitud de combinaciones que se
englobaban en la designación de “pardos”; pero había pardos acomodados
—artesanos, tenderos, artistas—, que a nadie se le hubiera ocurrido decir que
pertenecían a la plebe. Eran pardos de otro nivel económico y social. Así, también,
había artesanos, tenderos y artistas arruinados, no acomodados, que pertenecían a
la plebe con el tropel de aprendices, oficiales, sirvientes y peones, más necesitados
y desde luego mucho más numerosos que sus maestros y patrones. La plebe era la
masa pobre la ciudad.

la plebe colonial era la población urbana menesterosa. Sin embargo, la comprensión


del concepto de plebe exige, en segundo lugar, que se lo entienda como una
elaboración ideológica de la minoría dominante, y que, por lo tanto, se perciba el
contenido subjetivo de aversión y temor que llevaba escondido. Mal podía haberse
dado a sí misma ese nombre una pobre gente analfabeta, que no había ido a la
escuela ni tenía la más remota noción de Historia de Roma.

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