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Debora Britzman
¿Qué es lo que hace que la normalidad esté tan presente en el pensamiento
educativo?
¿Cómo podría desarrollar la pedagogía un pensamiento sobre la ausencia de la
normalidad? 198
Para poder plantear estos interrogantes, confrontaremos tres prácticas diferentes:
1.- las prácticas de la teoría queer,
2.- las de la pedagogía
3.- las de las lecturas psicoanalíticas
En conjunto, todas estas prácticas despiertan nuestra curiosidad sobre el modo en que la
normalidad se convierte en un elemento enormemente Imperceptible en el aula, y sobre cómo
la propia pedagogía puede intervenir para hacer perceptibles los límites y los obstáculos de la
normalIdad. 199.
Una vez que hayamos construido la normalidad como un problema histórico para la pedagogía
y la veamos como un producto de la pedagogía misma, cabrá que nos planteemos otra
pregunta, mas ¿es posible que la lectura de la normalidad llegue a ser una práctica
interpretativa queer?
Cada sección de este capítulo parte del presupuesto que la educación es una estructura de
autoridad que, a su vez, fundamenta la base de autoridad requerida para que se la reconozca
como tal. 199.
Como práctica y como discurso, la educación impone una profunda disciplina en las
necesidades conceptuales de los estudiantes y de los profesores. 199
Al establecer un diálogo entre la teoría queer, las prácticas interpretativas del psicoanálisis y la
pedagogía, y al usar estas tres áreas para considerar el problema de cómo el conocimiento de
nuestro cuerpo y el corpus del conocimiento se convierten en el escenario de la normalización,
este capítulo pretende llevar a cabo el mismo tipo de revueltas deconstructivas que ha
propuesto Spivak con anterioridad: el desmantelamiento de los órdenes conceptuales que
esconden la muy difícil cuestión de cómo la diferencia marca la diferencia. Así, pues, si todo
proceso de aprendizaje significa dejar de saber algo, «¿qué es lo que se debe y qué es lo que
no se debe aprender?».
Mi interés por estas cuestiones forma parte de un intento de imaginar una pedagogía
transgresora (en lugar de un pedagogía subversiva), una pedagogía que se preocupe de las
exclusiones inmanentes de la normalidad o, como también se dice ahora, de las pasiones de la
normalidad por la ignorancia y que las desestabilice. 200
Esto significa concebir una pedagogía cuyos fundamentos requieran riesgo, incertidumbre y
compromiso en momentos traumáticos.
La teoría queer propone que consideremos las identidades en términos que sitúen la
producción de la normalidad como problema y en términos que dificulten la inteligibilidad de
los aparatos que producen la identidad como repetición.202
Como revueltas deconstructivas que son, las teorías queer reconocen la intrusión de la
normalidad imperante y la manera en que la normalidad ignora el carácter cotidiano de las
identificaciones, los placeres, las prácticas y los cuerpos queer. Lo que nos interesa aquí es
reflexionar sobre el coste de narrar las identidades y el coste mismo de las identidades. 202
Así pues, la teoría queer es queer cuando, tal como observa Teresa de Lauretis (1991, p. iv):
y sin embargo, para llegar al espacio donde la diferencia y no el parecido sea el espacio de la
pedagogía, es necesario que nos desviemos hacia la cuestión de la identidad. 204
En la teoría queer, el discurso sobre la identidad se ha trasladado más allá de las viejas
fórmulas de aceptación de la experiencia como algo revelador y transparente y de la
suposición que los modelos de comportamiento son un estado transitorio hacia la autoestima.
Se expone algo mucho menos reconfortante: la identidad se examina como un efecto
discursivo de lo social y como algo que se constituye mediante identificaciones
Esto significa constituir los sentimientos, hacia los demás, como una curiosa práctica
interpretativa, como un problema de conducta ética y como un síntoma del compromiso de la
identificación. Es decir, la pedagogía podría llevar a cabo el extraño estudio sobre aquel sitio
en el que los sentimientos se quiebran, se desvían, invierten su contenido, reflejan
comprensión, y en consecuencia, estudiar el sitio en el que los significados afectivos se vuelven
ansiosos, ambivalentes y agresivos.
e pasión por la ignorancia, ocurre cuando «e! otro» es representado bien como algo
ininteligible, bien como algo inteligible únicamente en un caso especial y, en consecuencia,
nunca como alguien a quien le está autorizado formar parte del día a día. La normalidad
exorbitante se construye en el momento en que se representa al otro como un espacio de
desviación y dolencia y, por lo tanto, como si fuera necesario contenerlo. 208
Entonces la pedagogía podría concebirse de dos maneras: como una forma imaginativa de
llevar a cabo ~y de pensar- las prácticas interpretativas que todavía se preocupan de las
prácticas de identificación y de las relaciones sociales, aunque sea de forma precaria, y como
una técnica para reconocer que la diferencia es la única condición de posibilidad para crear
una comunidad. 210
El problema es que los efectos diarios de la «inclusión» son una versión más obstinada de la
uniformidad y una versión más amable de la otredad. 211
estas esperanzas tan sólo pueden ofrecer posiciones de sujeto precarias al sujeto normal que
tolera y al sujeto subalterno que es tolerado. Es decir, las posiciones de sujeto de nosotros y de
ellos se reciclan en forma de empatía.
La primera es que recibir información, adquirir «sólo los hechos», no constituye un problema
para el estudiante. Existe el mito de que la información neutraliza la ignorancia y que tanto
estudiantes como profesores aceptarán racionalmente ideas nuevas sin tener que lidiar con el
hecho de que deberán dejar de saber las antiguas. 213
Llegados a este punto, sería útil que nos preguntáramos si los discursos de la información y los
discursos de los sentimientos que hemos discutido anteriormente son realmente tan
diferentes unos de otros. Los modelos educativos basados en la información asumen que los
hechos son un correctivo objetivo de los sentimientos ignorantes.
Se trata de que la pedagogía insista en que el afecto y el intelecto son elementos dialógicos,
que tienen que ver con el deseo y que requieren compromiso. 214
Esto es lo que yo considero el principio de una pedagogía queer que se resista a las prácticas
normales y a las prácticas de la normalidad, que empiece preocupándose por la ética de las
propias prácticas interpretativas y por la responsabilidad de éstas en imaginar las relaciones
sociales como algo más que un efecto del orden conceptual dominante.