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Espiritualidad del trabajo.

Para un trabajo digno y dignificante


AUGUSTO GUERRA, oen
(República Dominicana)

INTRODUCCIÓN

El tema del trabajo, como tantos otros, ha sufrido una atención y


transformación profunda en los últimos cincuenta años. El «merca-
do» de trabajo y las condiciones laborales han evolucionado con el
paso del tiempo. La misma teología, y dentro de ella la espirituali-
dad, mantienen una actitud muy distinta a la mantenida con anterio-
ridad. Desde la ausencia 1 se ha pasado, después de la segunda guerra
mundial, a una presencia y desde unos parámetros ascéticos se va
cambiando a otros antropológicos 2. Cuando Conceptos fundamenta-
les de teología (1963) concedieron en sus páginas una entrada espe-
cial a la palabra trabajo, el padre de la Teología del trabajo, M.-D.
CHENU 3, redactor de esta palabra, comenzaba así su exposición:

1 Es un dato llamativo, repetido varias veces pero que no hace inútil recor-
darlo de nuevo, que el famoso Dictionnaire de Théologie catholique ignoró
la palabra trabajo (¡y no sólo ésta!). La teología del trabajo fue introducida
propiamente por M.-D. CHENU en su librito Hacia una teología del trabajo,
Estela, Barcelona, 1960 (el original francés es de 1955. El mismo P. Chenu ha
contado el origen casi rocambo1esco que dio origen a este libro).
2 Después de la segunda guerra mundial se desarrolla la teología de las
realidades terrestres (G. THILS) y, en este marco, «el tema privilegiado fue el
del trabajo» (E. VILANOVA, Historia de la teología cristiana, IlI, Herder, Bar-
celona, 1992, p. 882. Ahí puede verse la ambientación de lo que sería progre-
sivamente teología del progreso (cf. A DE NICOLÁS, Teología del progreso,
Sígueme, Salamanca, 1972).
3 M.-D. CHENU pasa por ser, y es, el padre de la teología del trabajo. Quiero

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (59) (2000), 85-103


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I
,

86 AUGUSTO GUERRA, OCD

«Constituye verdaderamente una novedad que la palabra "trabajo" se


inserte en un diccionario de conceptos fundamentales de teología:
una novedad extraordinariamente significativa tanto en relación con
la conciencia cristiana como respecto a la reflexión teológica» 4.
En las páginas que siguen intento echar una mirada a la espiri-
tualidad del trabajo, una espiritualidad que tiene su referencia esen-
cial en la dignidad humana, una dignidad humana abierta a las dis-
tintas dimensiones integradas, concretamente el cosmos, el mundo y
Dios 5. Dividimos este trabajo en tres partes: en la primera llamamos
la atención sobre algunos aspectos que nos permiten plantear el tema;
en la segunda hacemos un breve recorrido histórico por el mundo
del trabajo desde la religiosidad, destacando algunas referencias que
han propiciado una actitud negativa frente al trabajo dignificante; en
la tercera aportamos lo que podría ser un programa del trabajo dig-
nificador, esencia de la espiritualidad del trabajo.

1. ALGUNAS CUESTIONES INTRODUCTORIAS

Como parte integrante de nuestra exposición, creo oportuno


detenerme brevemente en algunos aspectos que parecen meramente

recordar aquí dos obritas, no particularmente amplias pero significativas, al


respecto: A ellas hay que añadir muchas intervenciones, artículos, prólogos,
etc., relacionados con el mundo del trabajo.
4 M.-D. CHENU, «Trabajo», en H. FRIES (ed.), Conceptos fundamentales de
teología, l/, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979, p. 799 (cito la segunda
edición castellana. La primera edición alemana es de 1963). Desde entonces
los diccionarios teológicos (sirva como ejemplo Sacramentum mundi, 6, Her-
der, Barcelona, 1976, cc. 671-684) y los textos de teología (también como
ejemplo los conocidos Mysterium salutis, l/, pp. 608-620; Mysterium libera-
tionis, JI, pp. 38-41) hasta las antropologías (damos también una:
W. PANNENBERG, Antropología en perspectiva teológica, Sígueme, Salamanca,
1993, sobre todo pp. 520-531) hacen presente el tema.
s Aunque después insistiremos en el sentido que damos a la espiritualidad,
centrada en la dignidad humana, conviene decir desde el principio que para
nosotros lo que hace espiritual a una persona es su relación con el cosmos (en-
tendido como objeto de la ecología), con el mundo (entendido como entera fa-
milia humana, cf. OS 2) Y con Dios (como razón más alta de la dignidad huma-
na, cf. OS 19). Cualquiera de estas tres relaciones que fracase impide la
dignidad de la persona.
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO .... 87

introductorios, pero que, en realidad, se convierten en hermenéuti-


cos dentro de nuestro tema:

1. Amplitud del trabajo. Es aceptado, cada vez con mayor na-


turalidad, que las expresiones del trabajo no deben limitarse al tra-
bajo agrícola (prácticamente el único en un tipo concreto de civili-
zación, aún hoy existente), sino que debe extenderse al trabajo
urbano-industrial y al trabajo intelectual. Sobre ello no debería haber
discusiones, ni parece que las que puedan existir reciban mucho
apoyo. Otra cosa es que cada civilización acentúe más unas expre-
siones laborales que otras.
2. El trabajo como realidad cultural. Queremos decir lo si-
guiente: el trabajo afecta al íntimo ser de la persona como una di-
mensión que le es esencial. Pero, al mismo tiempo, el trabajo es una
realidad afectada por las cambiadas condiciones del trabajo, por la
cultura del trabajo en los diversos tiempos y lugares.
La técriica, en particular, modifica de forma espectacular la pro-
blemática del trabajo, haciendo de éste esencialmente una cuestión
cultural y obligando a plantear y solucionar sus problemas desde el
mundo de la cultura cambiante (la cultura de cada tiempo y lugar),
más que desde el ángulo específico de la religión (que es un .elemen-
to cultural, pero sólo uno). Esto quiere decir que las referencias
últimas que enfocan los problemas del trabajo no son las fuentes
religiosas, sino las culturales, dentro de las cuales están también las
fuentes religiosas, pero no sólo ni principalmente ellas. La cultura
como forma de pensar, sentir y obrar, se ve afectada por múltiples
influjos.
Plantear, pues, la problemática laboral -incluida la espirituali-
dad del trabajo- exclusiva o preferentemente a partir de la Sagrada
Escritura, me parece anacrónico. De aquí que las referencias deban
cambiar. Serán menos las citas de la Sagrada Escritura y deberá
prestarse más interés, por ejemplo, a las diversas convenciones inter-
nacionales, que no pueden ser satanizadas por sistema (OIT, por
ejemplo), y al diálogo entre las partes interesadas con el arbitraje de
las fuerzas que en cada caso parezca más aceptable. Sobre todo el
diálogo se constituye hoy en mediador de las diferencias, legítimas
o ilegítimas, a la hora de plantear imperfectas pero posibles salidas
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o soluciones con los cambios que puedan irse introduciendo o anu-


lando en las cambiadas situaciones laborales y sociales de los tiem-
pos. Nuestro mundo funcionará así o no funcionará. Esas son sus
posibilidades, aunque sean también sus limitaciones. Por decirlo con
lenguaje «espiritual»: estas realidades son las mediaciones del Espí-
ritu en este tiempo. La autonomía de las realidades terrenas consi-
dera que las diversas ciencias tienen su propia metodología y es
desde ellas desde las que hay que trabajar por dar con la consisten-
cia, verdad y bondad de las cosas (cf. GS 36). En conclusión, po-
demos decir que la palabra trabajo se identifica con la palabra cul-
tura 6 y que hay que sacar las consecuencias metodológicas.
3. Tipología laboral. Tipología dice tanto como clasificación,
según unos parámetros determinados. Ahora bien, en el mundo del
trabajo hay distintos trabajadores y distinto tipo de trabajo, Y todo
ello cuenta, sin duda alguna, a la hora de querer hacer una conside-
ración concreta sobre el trabajo. No presenta la misma problemática,
por ejemplo, el trabajo agrícola que el trabajo industrial; no presenta
la misma problemática el trabajo de los niños que el de las personas
maduras (varones o hembras). Por todo ello, parece correcto que se
tenga en cuenta la tipología laboral? a la hora de hablar de la espi-
ritualidad del trabajo, con tal de que dicha tipología no sea exage-
radamente detallista y minuciosa, cosa que podría hacerse con rela-
tiva facilidad, pero que atomizaría negativamente la consideración
del tema.
4. Espiritualidad del trabajo 8. El sentido que hemos dado a la
metodología (haciendo del trabajo un fenómeno más cultural que
religioso) influye en el sentido que se da a la expresión espirituali-
dad del trabajo. La indiferenciación que sufre la palabra espiritua-

6 También la palabra cultura es una palabra equívoca. Un sentido aristocrá-


tico de la misma la ha secuestrado para el mundo de la cabeza, olvidando que
la primera cultura es la agricultura, el trabajo del campo, Lejos de estas pá-
ginas desprestigiar la cabeza, pero lejos también de endiosarla. Como transfon-
do de todo el mundo de la cultura y el trabajo sigue siendo importante cuanto
dijo al respecto es: nn. 15.33-39,53-62.
7 G. MATTAI, «Trabajadof», en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Edi-
ciones Paulinas, 1991 (cuarta edición), titula así la cuarta parte de dicho estu-
dio: «Tipología de una espiritualidad de los trabajadores», pp. 1873-1879.
8 Indicamos una breve bibliografía sobre el tema en notas 15-16.
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO ... 89

lidad se refleja también al hablar de la espiritualidad del trabajo. No


puede ser de otra manera. Laborem exercens (=Le) 9 nos ofrece la
oportunidad de tomar conciencia de esta indiferenciación y de ver
cómo se refleja en nuestro tema.
La encíclica citada titula su parte quinta así: «Elementos para
una espiritualidad del trabajo» (nn. 24-27). Antes la encíclica abor-
da la problemática del mundo del trabajo en sus valores humano y
moral. Y por eso habla del «valor moral» (n. 9a), del «significado
ético» (n. 9c), del «sentido moral» (n. 23b) del trabajo. La espiri-
tualidad del trabajo sería otra cosa 10. La espiritualidad del trabajo,
aspecto en el que la Iglesia detecta «un deber suyo particular»
(Le 24b) (aunque, curiosamente, sea la parte más breve de la Encí-
clica, deducida, naturalmente, la introducción), sería para «que ayu-
de a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y
Redentor» (n. 24a) !l. Esta formulación parece favorecer la idea de
que la espiritualidad consiste en la verticalidad o preferentemente
-muy preferentemente- en la verticalidad en la relación explícita
con Dios (una de las tres relaciones de que hemos hablado antes).
No es nuestra idea, ni, por lo tanto, la dirección que deseamos im-
primir a estas páginas (por esta razón aclaramos aquí nuestro con-
cepto). Los valores 'humano y moral los consideramos tan espiritua-
les -tan queridos por el Espíritu- como cualquier otro valor. La
dignidad humana es, para nosotros, el centro de la espiritualidad (de
los deseos e impulsos del Espíritu), dignidad humana, eso sí, que no
solamente no niega la dimensión vertical, sino que la profesa incluso
como «raíz más alta de la dignidad humana» (GS 19a) 12.

9 Carta encíclica del Papa Juan Pablo II sobre El trabajo humano, firmada
el 14 de septiembre de 1981.
10 En la parte dedicada a la espiritualidad del trabajo y después de haber
expuesto el pensamiento del apóstol Pablo sobre el trabajo, leemos en LE: «Las
enseñanzas del Apóstol de las Gentes tienen, como se ve, una importancia
capital para la moral y la espiritualidad del trabajo humano» (LE 26d).
11 El texto continúa: «a participar en sus planes salvíficos respecto al hom-
bre y al mundo, y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo
mediante la fe una viva participación en su triple misión de Sacerdote, Profeta
y Rey, tal como lo enseña con expresiones admirables el Concilio Vaticano Il»
(n. 24a).
12 No deja de ser significativo que la palabra trabajador y trabajo es desa-
rrollada por la misma persona, G. MATTAI (profesor de moral) en los dos
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5. Teología espiritual y trabajo. Debido a diversa~ razones,


que veremos después, el trabajo ha contado poco y mal en la espi-
ritualidad. Las excepciones, honrosas y de las que presumimos de-
masiado, eran eso, excepciones. Y la mayor parte afectaban más al
hecho (a la realidad del trabajo. Es decir: hubo quien trabajó duro),
que al sentido profundo del trabajo, que difícilmente logró superar
su conciencia de castigo por haber pecado. De una experiencia así
no cabía esperar una reflexión, menos aún una reflexión sana, sobre
el trabajo. La teología espiritual presenta esta laguna.
En la actualidad la integración del trabajo en la espiritualidad
-en la vida y en la reflexión- es ambigua. Probablemente, la
mayor parte de los autores consideran el mundo del trabajo bajo la
palabra «sinónima» de acción, cuya legitimidad es discutible y ries-
gosa 13; los manuales de teología espiritual, una vez más, son poco
sensibles al mundo del trabajo. En sus índices temáticos apenas
cuenta -o no cuenta en modo alguno- la palabra-guía trabajo 14;
el contraste con los diccionarios del mundo teológico (biblia, moral,
espiritualidad, ¡liturgia!, pastoral) es evidente y sorprendente 15. Pa-

diccionmios EP: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Ediciones Paulinas,


4." ed., Madrid, 1991), pp. 1865-1883, Y Nuevo Diccionario de Moral (Edi-
ciones Paulinas, Madrid, 1992), pp. 1782-1797.
13 A pesar del sentido amplio que tiene hoy la' palabra trabajo -y que aquí
aceptamos gustosos-, la trastienda que tiene en espiritualidad la palabra ac-
ción, su contraposición a la contemplación y la antinomia a que ha dado lugar
en la histpria, no aconseja, creemos, identificarlas.
14 No es el momento de citar aquí los diversos manuales de espiritualidad
que están al alcance de todos (una excepción es el manual de J. RIVERA-J. M.
IRABURU, Síntesis de espiritualidad católica, Fundación Gratis date, Pamplona,
1988, pp. 435-451. No entramos en la orientación de estas páginas). Sólo dos
referencias, una pintoresca y otra significativa, que me han llamado más la
atención: A. Royo MARÍN, bajo la palabra trabajo, hace referencia sólo al
trabajo intelectual y ello para recordar que «cuando es absorbente deprime el
espíritu» (Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 1968 --quinta
edición-, p. 991. Por su parte, el libro americano dirigido por CH. JONES .(y
otros), The Study of Spirituality, Oxford University Press, New York, 1986, en
sus doce páginas de Index of subjects no han encontrado lugar ni la palabra
labour ni la palabra work (el libro tiene 634 páginas).
15 Pueden verse los diccionarios EP (curiosa y sorprendentemente falta esa
voz en el Diccionario de teología fundamental) y Conceptos fundamentales de
pastoral (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 1001-1008) junto con el ya
citado Conceptos fundamentales de teología, II (ver nota 4). En el mundo de
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO ... 91

rece claro que para entrar en el mundo del trabajo, incluida la espi-
ritualidad del mismo, hay que ir más a otros dominios 16, lo cual dice
mucho a favor de éstos pero no a favor de la espiritualidad.

n. EN EL PRINCIPIO FUE EL TRABAJO. DESPUÉS LO FUE MENOS Y PEOR

La espiritualidad del trabajo no puede olvidar la antiespirituali-


dad del trabajo. El trabajo se ha visto afectado por la religión, con-
cretamente por la revelación judeo-cristiana y por el mundo que ha
nacido de este doble polo religioso, incluidas la persona de Jesús y
las instituciones que han surgido como seguidoras del hijo del car-
pintero de Nazaret. Veamos brevemente algunos puntos condicio-
nantes de la espiritualidad del trabajo.
1. En el principio fue el trabajo. En el principio de la vida
humana no fue la contemplación, sino el trabajo. La contemplación
vino después. No puede contemplarse lo que no existe. La contem-
plación de la nada no parece que exista. Hay quienes dicen que
también se admiran y contemplan los proyectos. Y tienen razón.
Pero hay que advertir que aunque el proyecto no se identifique con
la realización del mismo, el proyecto es ya producto del trabajo. ¡No
es fácil proyectar! Por eso se abusa del proyecto, por defecto y por
exceso.
Desde una lectura de la revelación, vista más como expresión de
una cultura concreta que como palabra de Dios, esto parece bastante
claro. Dios primero crea y después contempla la creación. Dejados

la espiritualidad baste recordar los diccionarios: E. ANCILLI (ed.), Diccionario


de Espiritualidad, IIJ, Herder, Barcelona, 1984, pp. 523-528; S. DE FIaREs-T.
GOFFI (eds.), Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid,
1991 (cuarta edición), pp. 1865-1883, Y el monumental Dictionnaire de Spi-
ritualité, 15 (1990-1991), cc. 1186-1250.
16 No queremos olvidar las dos obras más citadas al hablar de la espiritua-
lidad del trabajo: M.-D. CHENU, Espiritualidad del trabajo, Atlántida, Barcelo-
na, 1945; C.-W. TRUHLAR, Labor christianus. Jnitiatio in theologiam spiritua-
lem systematicam de labore, PUG, Roma, 1961 (traducido al castellano con el
título: Labor christianus. Para una teología del trabajo, Razón y Fe, Madrid,
1963. ¡Se ve que lo de «espiritualidad» no le iba mucho a los responsables de
la traducción o que no creían comerciable la referencia a la espiritualidad!).
92 AUGUSTO GUERRA, oeo
aparte problemas técnicos y ciertos mitos (que no vienen al caso), no
es fácil negar esta visión de la realidad (cf. Gn 1). No parece que
desde otras culturas haya una inversión de este orden. Y parece que
la experiencia humana acoge también este orden en la escala de la
vida.
2. La razón del trabajo. En esta visión inicial de la relación
humanidad-creación-Dios, se daba inicialmente una razón: la obe-
diencia a un mandato divino que imponía dominar la creación (con
sus componentes concretos: peces, aves, etc.) o cuidar de ella, según
los dos relatos de la creación. Y esa obediencia tenía su sentido más
profundo en la asociación del hombre al perfeccionamiento de la
creación, iniciada por el mismo creador. El hombre era asociado a la
acción creadora de Dios en una creación continuada. Después del
pecado (Gn 3), no se modificaba el estatuto inicial, aunque las con-
diciones del trabajo se consideraban gravosas y fatigosas por la resis-
tencia que la misma creación pondría a la obra creadora del hombre,
pagándole así a éste como él había pagado a Dios al no obedecerle.
La desobediencia del hombre a Dios era pagada a éste por la creación
con la misma moneda: una desobediencia en forma de resistencia.
3. La rémora del Nuevo Testamento. La historia del cristianis-
mo comienza con un Jesús en cuyas palabras «no encontramos un
preciso mandato de trabajar -más bien, una vez, la prohibición de
una excesiva preocupación por el trabajo y la existencia» (Le 26a).
y los gestos que los evangelios ofrecen de Jesús no aportan el tes-
timonio válido de que Jesús estimase y viviese él y del trabajo, cosa
que no fue indiferente en la historia 17. Las referencias «agrícolas»
que utilizaba en sus parábolas no parecen ser pertinentes para ensal-
zar la estima que Jesús concedía al trabajo 18. Y esta historia conti-
núa con una generalizada conciencia negativa del mundo y con la

17 'De la Edad Media occidental ha escrito J. LE GOFF: «ün n'y pense pas
toujours mais les gens du Moyen Age y ont pensé et l'on dit, le Nouveau
Testament en nous montre pas que le Christ ait travaillé. Dans une societé oil.
il est le grand modele,' cela a incontestablement pesé sur l'image du travail»
(citado en Travail, en DS, 15, c. 1212).
18 Hay que agradecer a LE que no haya ocultado las palabras de Mt 6,25-
34 (LE 26a) sobre la Providencia, unas palabras que, efectivamente, pueden
llevar a pensar, falsamente, por supuesto, que Jesús prohibía el trabajo. Habría-
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convicción de que «al Nuevo Testamento no le interesa el hecho de


que el cristiano desaparezca del mundo, sino, más bien, que no sea
de "este mundo"» (cf. Jn 17,9-19)19.
Sobre esta base referencial, siempre esencial para el cristiano,
deben resonar algunos aspectos particulares que han maltratado el
tema del trabajo.
El primer siglo del cristianismo (tan cándidamente mitificado),
con su convicción de un final inminente de los tiempos, fue nefasto
para el trabajo. Junto a la actitud de algunos ricos que compartían
con los necesitados (Hch 2,45 y par), a veces, al menos de manera
fraudulenta (Hch 5,1-Il), pululaban los primeros cristianos que, o
se hicieron la idea de que con aquello tenían para vivir todos durante
los pocos años que restaban de vida al mundo, o engrosaron la
picaresca de siempre queriendo vivir del cuento, a costa de otros.
San Pablo, el apóstol que pudo presumir de ser trabajador (Hch 18,3)
y vivir y convivir de su trabajo (Hch 20,34-35) 20, tuvo que llamar
la atención sobre este fenómeno, y en la segunda carta a los fieles
de Tesalónica (hacia el año 51), asustado un poco por el revuelo

mos agradecido, no obstante, que se hubiera citado también Lc 10,38-42, re-


ferido a la reprimenda de Jesús a Marta y la defensa de la contemplativa María
(una vez más hay que recordar qne la mayor parte de los espirituales no saben
qué hacer con Marta o claramente la condenan). El resto de citas evangélicas
-referencias agrícolas en las parábolas- en llÚ opinión no vienen al caso.
19 J. WEISMAYER, Vida cristiana en plenitud, ppe, Madrid, 1990, p. 167
(original de 1983). Nosotros citamos estas palabras porque creemos que refle-
jan la mentalidad generalizada que a lo largo de la historia del cristianismo se
ha mantenido acerca del mundo, teatro del trabajo humano. Aunque tengo la
impresión de que el autor considera válidas esas palabras no sólo como des-
criptivas de la actitud de la historia, sino también como programa de presente
y de futuro, lo cual es aún más grave.
20 Estos dos versículos merecen ser citados explícitamente, a pesar de que
puedan ser conocidos y recordados (cosa de la que también cabe dudar): «Vo-
sotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han
sUllÚnistrado estas manos. En todo os he dado ejemplo, mostrándoos cómo,
trabajando así, socorráis a los necesitados; recordando las palabras del Señor
Jesús que El mismo dijo: "hay más dicha en dar que en recibir"» (Hch 20,34-
35). Digno programa de quien tenía mucho que hacer en el apostolado en
tiempos más necesitados aún de evangelización que nuestro propio tiempo.
Pero parece que, como siempre, las palabras de la Sagrada Escritura sirven
para todo: para usarlas, para abusar de ellas, y para callarlas. ¡Hay tiempo para
trabajar y «los sábados» disputar en la sinagoga! (Hch 18,4).
94 AUGUSTO GUERRA, OCD

escatológico que se traía aquella comunidad, con graves consecuen-


cias también para el mundo del trabajo (lo que ahora nos interesa),
se vio precisado a recomendar y exhortar que «trabajando sosegada-
mente, coman su pan» (2Ts 3,12) Y a recordarles, de forma enérgica
y cortante (típica de Pablo), lo que ya les había advertido durante su
estancia entre ellos (2Ts 3,10) (¡ la cosa, pues, venía ya de antes !):
«el que no quiera trabajar, no coma» (2Ts 3,10).
Junto a ello estaban dos referencias permanentes en la historia y
que han sido muy negativas para el trabajo: la referencia al abandono
en la Providencia (Mt 6,25-34; Le 12,22-34) y la reprimenda de
Jesús a Marta, resaltada con el contraste de la exaltación de María
(Le 10,38-42). Los pájaros y los lirios fueron objeto de chistes «irre-
verentes»; pero ni por esas dejaron de influir en la configuración de
unas conciencias y estructuras que favorecían todo menos el trabajo.
y Marta, personaje entrañable con el que no saben qué hacer los
«espirituales» por afanarse ella «en los muchos cuidados del servi-
cio» (Le 10,40) 21, ha sido vapuleada por la tradición «espiritualista»
de forma inmisericorde o tonta, cosa que continúa sucediendo en la
pietística de nuestros días 22. Y no se trata de saber cómo se pueden

21 La buena de Santa Teresa de Jesús la defendió, no sé si más por femi-


nismo que por convicción. Decir que fue la única en defenderla, sería presun-
tuoso. En mis lecturas no he encontrado muchas defensas. Más bien he encon-
trado lo contrario. Y a veces el «impasse».
22 Los comentarios a este pasaje, comentarios configuradores de muchas
generaciones, han sido muy negativos para la valoración de la actividad en
general. Aunque se trate de una cita larga, quiero traer aquí un comentario del
año 2000, publicado en una de esas revistas que se presentan como el pan de
la meditación diaria de los buenos cristianos y que llegan a más cristianos que
las exegesis serias y concienzudas. Dice el autor: «Marta: inquieta y preocu-
pada. Marta también amaba a Jesús. Ella, igual que su hermana, había llegado
a creer en El y esperaba con gran entusiasmo las ocasiones en que el Señor iba
a visitarlas. Entonces, ¿cómo pudo haberse molestado tanto con su hermana y
perdido la bendición de estar a los pies de Jesús? El Señor sabía que lo que
preocupaba a Marta no era sólo la preparación de la cena, sabía que ella tenía
"muchas cosas" en su mente; en realidad eran tantos los afanes y las frustra-
ciones que no había sabido actuar debidamente frente a la realidad celestial que
tenía delante de sus ojos. Lo interesante es que, así como María nos presenta
una imagen de la Iglesia, Marta nos presenta otra distinta. Los fieles, al igual
que ella, nos sentimos tentados a veces a preocuparnos de todas las necesidades
urgentes que enfrenta la Iglesia: los pobres y los sin casa, que claman pidiendo
ayuda; toda la multitud de gente que aún no ha escuchado el Evangelio; la
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO .... 95

y se deben entender correctamente estas referencias (si es que existe


tal correcta interpretación). Se trata de que han sido muchas -la
generalidad-las «almas», que se han configurado a la luz -o a la
sombra- de la intelección «incorrecta» que se les daba de estas re-
ferencias.
Este trasfondo neotestamentario, por más justificado que estu-
viese, tergiversó el sentido del trabajo entre los cristianos (la huma-
nidad conocida durante no pocos siglos). Si por una parte imponía,
incluso enérgicamente, el trabajo, por otra parte la razón del mismo
se unía demasiado unilateralmente al sustento y la esperada escato-
logía universal, que no llegaba, pasó a una escatología individual
que, esa sí, llegaba para todos y de múltiples formas antes de lo que
cada uno deseaba. La muerte, fenómeno humano y cultural univer-
sal, estimulaba poco el trabajo. Las excepciones a esta actitud gene-
ral, que existieron (algunos monjes, no los monjes en general), no
deben ser consideradas como ley general. Sería una grave tergiver-
sación de la historia, tergiversación que engorda la vanidad perma-
nente de personas y corporaciones. Y así se iba configurando una
figura humana poco adicta al trabajo.
4. El primado omniabarcante de la contemplación. Hubo otras
razones que coadyuvaron a hacer del trabajo un estorbo desgracia-
damente inevitable. No en último lugar hay que recordar como una
de esas razones el helenista primado omniabarcante de la contempla-
ción en detrimento de la acción. Influenciado por él, al menos como
anhelo y nostalgia, el cristiano consideraba que «la contemplación
era el placer puro, y la acción, la pura fatiga» 23.

defensa de la santidad de la vida humana. Todo esto y muchas otras situaciones


conflictivas nos llevan a permanecer tan ocupados tratando de atender a todas
estas necesidades que perdemos de vista al Maestro que quiere visitarnos en
casa y darnos a conocer su propio corazón» (<<¡Te extraño! El gozo de sentarse
a los pies del Señor», en La Palabra entre nosotros 19/2 (febrero-marzo 2000)
5, sin firma).
23 H. U. VON BALTHAsAR, Ensayos teológicos. l. Verbum caro, Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1964, p. 294. Como realidad, que denunciaba como uno
de los males de la espiritualidad moderna, el polemista l. Colosio se quejaba
de la «depreciación de la contemplación» a manos del «primado de la acción»
y escribía: «el primado de la contemplación es hoy considerado como una
especie de mito griego indebidamente trasplantado a terreno cristiano» (La
espiritualidad de hoy, Ediciones ELER, Barcelona, 1966, p. 40).
96 AUGUSTO GUERRA, OCD

A ello se añadía la memoria histórica que prefería a san Fran-


cisco de Asís (no famoso, precisamente, por un trabajo del que
habría sido incapaz de sustentarse) sobre san Benito (con su ora
et labora) y la tradición neoplatónica que, guste o no, ha maltra-
tado a la espiritualidad durante demasiado tiempo. Había que tra-
bajar, sí, pero sólo lo inevitable para sustentar al «asnillo» cuerpo
o para mantener en pie las paredes de esa «cárcel» que sufría el
alma hasta que lograse escapar de la misma. Más aún, había que
andar con ojo y no dedicarse a trabajos muy «primos», que requi-
riesen una atención profunda al trabajo que se realizaba, porque
entonces esa atención no podía volar a Dios, dueño y señor directo
y explícito de todo pensamiento del hombre. Buena parte de la
tradición monástica -que era como decir de la cristiandad, iden-
tificable con la humanidad- estaba por ganar lo que se estimase
necesario para vivir del propio trabajo. Lo demás, no interesaba.
Era codicia.
Cierto que la misma historia se encargó de trucar tan «santas»
razones y con no menos santas «contrarrazones» violó a veces ese
mundo hostil al trabajo, sobre todo al trabajo «primo»: el honor
debido a Dios pedía servirle «primorosamente». El barroco, como
sistema, acogía estas «contrarrazones» sueltas y hacía de ellas todo
un sistema que queda encarnado en la riqueza ornamental y refleja-
do sobre todo en el arte. Pero el trabajo continuaba desencajado y
la consideración del trabajo como un estorbo espiritual, que seguía
robando tiempo a la contemplación y adoración, seguía anidando en
el corazón de los cristianos practicantes. A la altura de 1926 lo
constataba así P. Teilhard de Chardin: «no creo exagere al afirmar
que para las nueve décimas partes de los cristianos practicantes, el
trabajo humano no pasa de ser un "estorbo espiritual". A pesar de la
práctica de la intención recta y de la jornada ofrecida a Dios coti-
dianamente, la masa de los fieles abriga oscuramente la idea de que
el tiempo pasado en la oficina, en los estudios, en los campos o en
la fábrica es tiempo sustraído a la adoración» 24.

24 El medio divino, Taurus, Madrid, 1957 (sexta edición), p. 54. Estas


palabras de P. TEILHARD DE CHARDIN, casi literalmente, han sido después reite-
radas por quienes se han ocupado del mundo del trabajo en la cristiandad.
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO ... 97

Breve conclusión histórica. La memoria histórica -incluida la


memoria bíblica- no estimula el trabajo ni su valoración positiva;
a lo sumo se queda en una valoración impositiva, y esto como re-
primenda a los escandalosamente vagos. En esta situación es impo-
sible que pudiera crecer el gusto por el trabajo. Al hombre -y a la
mujer- no les gusta trabajar (a unos menos que a otros) ni escuchan
con interés cuanto se refiere al mundo del trabajo. Prefiere el mundo
de la fiesta. Y las diversas ciencias se han buscado «razones» y
«gestos» que avalen las fugas del trabajo más que razones que ava-
len el tral;Jajo mismo. Hay muchos libros de devoción y meditación
que insistieron en que Jesucristo no trabajó 25. ¡Era lo que necesitaba
el espeso mundo de los cristianos devotos!
En realidad se trata de escapatorias con amparo de «culturas» y
«devociones». El mundo de la devoción no ha sido el menos tenta-
do, ni el menos pecador, en este sentido. La presunción con que con
frecuencia alardea ante la historia tiene su justificación en unos
pocos, que trabajaron duro. No fueron los más, ni las estructuras les
empujaron al trabajo.

III. UN TRABAJO QUE RESPONDA A LOS DESEOS DEL ESPÍRITU

Desde el principio de la historia, «el Espíritu de Dios se cernía


sobre la superficie de las aguas» (Gn 1,2). El Espíritu creador, a
quien no es indiferente el caos de la creación e infunde su «aliento
de vida» (Gn 2,7) en la creatura humana, ha puesto en manos de
ésta la creación entera para que la trabaje y domine en beneficio de
los hombres, beneficio que va desde el sustento hasta la contempla-
ción (Gn 1,29.31)26. De una u otra manera, con unas u otras prefe-
rencias 27, éste parece ser el núcleo de una visión del trabajo, que

25 Cf. «Travail», en DS 15 (1990-1991).


26 Quienes, de una u otra manera, desprecian Génesis 1, deberían haber
prestado mayor atención a Génesis 1,31.
27 No es éste el momento apropiado para estudiar, desde el punto de vista
del trabajo, las dos redacciones de la creación en el Génesis. Una cosa sí debe
decirse: los años sesenta fueron propicios a la primera narración y Génesis 1
era su referencia querida (véase Gaudium et Spes 12, por citar un lugar signi-
98 AUGUSTO GUERRA, oeo

encontrará a lo largo de las diversas culturas sus dificultades y po-


sibilidades.
1. Ambigüedad del trabajo 28. Se está de acuerdo en que el
trabajo es tan ambiguo como cualquier otra realidad. El trabajo puede
dar de comer al hambriento o alimentar un instinto de posesión (de
acumulación del tener), que invierta el orden humano; el trabajo
puede estresar o puede recrear espacios de descanso; el trabajo pue-
de destmir la creación o puede renovarla; el trabajo puede asfixiar
o hacer olvidar lo transcendente o puede posibilitar una contempla-
ción encarnada en el espesor de la vida. El trabajo es ambiguo y
ambivalente. En una palabra, el trabajo, el mundo del trabajo tiene
sus pecados y sus virtudes. Hablar de ambigüedad del trabajo equi-
vale a hablar de los riesgos del mismo. Arriesgarse es exponerse a
perder, y debe distinguirse perfectamente de la temeridad. Quizá no
estamos en los mejores años para el riesgo; estamos pasando unas
décadas de timidez ante el riesgo. No se puede apostar por la teme-
ridad, sí se debe seguir apostando por el riesgo. Sigue teniendo valor
la voz del pueblo: el que no se arriesga, no pasa la mar.
2. Pecados de orden laboral. El pecado, en el mundo laboral,
da un paso negativo en el mundo del riesgo y significa propiamente
la pérdida buscada, o no evitada, en la negatividad del trabajo. Evitar
el pecado, vencerlo, etc., es, con unas u otras palabras, un paso
importante en la dignidad de las personas. Y la espiritualidad se
sentirá complacida de que no se olvide este aspecto en el campo
laboral.

ficativo). La acusación ecológica a esta tradición judeo-cristiana de los años


setenta ha traído la maldición a este capítulo, prefiriendo, casi generalizada-
mente, la referencia a la segunda narración de la creación, a Génesis 2, con-
siderada como fundamento de un hombre «jardinero», que vence al hombre
«tirano» de la anterior visión (cf. 1. BRADLEY, Dios es «verde». Cristianismo
y medio ambiente, Sal Terrae, Santander, 1993). ¡No poco habría que aquilatar
al respecto!
28 Hace una buena síntesis de la ambigüedad del trabajo, aunque da a esta
palabra un tinte más bien negativo, R. AGUIRRE, «Trabajo», en C. FLORISTÁN-
J. J. TAMAYo, Conceptos fundamentales de pastoral, Ediciones Cristiandad,
Madrid, 1983, pp. 1002-1003. Son muchos los autores que utilizan esta cate-
goría de la ambigüedad a la hora, sobre todo, de hablar de la antropología del
trabajo (es decir, a la hora de hablar de las repercusiones, o mejor relaciones,
entre biosfera y tecnoesfera).
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO .... 99

El mundo laboral, el mundo laboral concreto, tiene muchos pe-


cados. Tantos como cualquier otra situación humana. Recordarlo no
es cuestión de complejo de culpabilidad, es cuestión de honradez y
de desenmascaramiento. Se ha dicho que quienes más propugnan el
silencio sobre el pecado son los pecadores. El ladrón no quiere que
se hable de robos, el corrupto no quiere que se hable de conupción,
el tenorista quiere que se olviden de ellos, etc. El vago no quiere
que se hable del trabajo, ¡no sea que le salpique en algo su descanso!
y los pecados del mundo laboral son con frecuencia clamorosos:
se llaman desempleo, subempleo, pluriempleo, condiciones labora-
les (explotación de niños, discapacitados, emigrantes, mujeres; jor-
nadas laborales agotadoras, sueldos miserables, etc.), calidad del
trabajo, inseguridad (sea por la precariedad del empleo, o sea por la
falta de seguridad social, personal y familiar, tanto sanitaria como de
retiro digno), vagancia (¡también la vagancia es un problema labo-
ral!). Todos ellos podrían sintetizarse en uno: deshumanización del
trabajador.
3. Virtudes de orden laboral. Puestos a soñar, el trabajo tiene
muchas virtudes, que no podemos olvidar: aporta diariamente el
sustento (propio y de los demás, en las condiciones de alimento,
vestido, vivienda, etc., dignas); posibilita la solidaridad 29; mejora
las condiciones culturales (en la investigación y transmisión) que
permiten vencer, al menos, parte de la ignorancia, valorar mejor las
cosas, defenderse de los ataques de la mentira, etc.; favorece las

29 Con frecuencia, concretamente desde la espiritualidad, se recuerda más la


solidaridad que la producción (y consecuentemente el trabajo), lo cual no deja
de ser preocupante. Comienza así un texto importante sobre espiritualidad
africana y asiática: «En esta hora de la historia y en una situación como la
arriba descrita, necesitamos un nuevo horizonte significativo, una fresca prio-
rización de valores y un nuevo estilo humano, humanitario, de vivir y compar-
tir el maíz, el arroz y el agua» [T. BALASURIYA, «Espiritualidad africana y
asiática. Nueva conciencia», en Concilium, n. 246 (abril 1993), p. 177]. Bien
está el vivir y compartir; pero yo habría agradecido una palabra sobre el pro-
ducir. En esas páginas (177-191) no es precisamente el trabajo lo más consi-
derado. Le queda mucha estrategia a la espiritualidad para convencer de que
el trabajo no le es indiferente. En el <<lndice de materias» de J. MARTÍN VELAS-
co, El fenómeno místico. Estudio comparado, Editorial Trotta, Madrid, 1999,
no existe la palabra-guía trabajo. No parece que sea importante para la mística
en las diversas religiones. ¡Significativo!
T
I
100 AUGUSTO GUERRA, OCD

condiciones sanitarias (que permiten mitigar el dolor, evitar muer-


tes, etc.); crea las condiciones sociales (sobre todo en la distribución
del mundo del trabajo y la atención a la emigración y desplazamien-
to de tantas personas humanas, tragedia humana y moneda fácil de
la inhumanidad de los dueños del mundo del trabajo); permite una
cultura del ocio (que estimula la alegría, la libertad y el juego, al
tiempo que posibilita desarrollar cualidades que quedaron atrofiadas
por las necesidades de la vida diaria) 30; transforma la ecología (el
trabajo que busca fuentes alternativas menos contaminadoras, por
ejemplo, es bastante más ecológico que el romanticismo de quien
hace la experiencia de meter los pies en la tierra o andar descalzo
por los prados para que se le abran las ventanas de la mente, cosa
que le permite no tener que estudiar) 31; invita a la contemplación
estética (el trabajador debería llegar a poder admirar la obra de sus
manos. Cuando deja el trabajo al terminar la jornada, debería poder
echar una mirada a la obra realizada y sentirse gozoso al contemplar
la obra -edificio, enseñanza, arte, etc.- que va surgiendo entre sus
manos); recrea su vocación religiosa (posibilitando la apertura a la
trascendencia que vence la increencia y ayudando a vencer las tena-
ces resistencias que ofrecen la magia y la superstición); renueva su
vocación pascual (el cristiano no debe olvidar tampoco esta oportu-
nidad: el trabajo es muerte y es vida, cansa y renueva, acaba con la
vida vieja y hace surgir la novedad de vidas nuevas) 32, etc.
4. Afrontar las posibilidades y dificultades. Dicho muy piado-
samente: hacer que los pecados del mundo laboral se conviertan en

30 El contexto del juego es uno de los elegidos por la antropología para


enfocar ciertos aspectos del trabajo. Cf. W. PANNENBERG, Antropología en
perspectiva teológica, a.c., pp. 418-420. Ahí mismo puede verse literatura al
respecto, sobre todo de H. Cox y de J. MOLTMANN, que fueron quienes, quizá,
primero reaccionaron ante la sociedad demasiado seria del homo faber.
31 Véanse dos testimonios muy significativos al respecto en R. PANNIKKAR,
Ecosofía. Para una espiritualidad de la tierra, San Pablo, Madrid, 1994,
pp. 123-124 Y 79, respectivamente.
32 Sin negar que la asociación al misterio pascual tenga lugar, por ejemplo,
en el rito del bautismo, no cabe duda de que dicha asociación se tiene esen-
cialmente en la doble experiencia vital de la muerte y la vida. La muerte y
resurrección de Jesús no fueron una idea, ni sólo un misterio, sino una expe-
riencia de angustia y de gozo vitales. Ahí tiene lugar lo más sagrado de la vida
cristiana.
ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO,,-,, 101
virtudes del mismo ámbito es un derecho y un deber, un derecho y
un deber tan complejo y difícil como cualquier otro, Y no hay
mecanismos mágicos para ese logro. Afrontar las dificultades y las
posibilidades no es sinónimo de victoria segura. Y menos aún de
victoria fácil.
Mejorar las condiciones del trabajo (hay muchos pueblos que
buscan otros «mercados» de trabajo porque en los propios pueblos
no hay condiciones mínimas); aguantar las propuestas contrarias;
asumir los fracasos; reconocer los pequeños logros propuestos o
llevados a cabo por nuestros enemigos ideológicos, políticos o reli-
giosos; colaborar con otros; no satanizar sistemas laborales y socio-
económicos que, por muy discutibles que sean, proponen y alientan
gentes tan preocupadas como sus contrarios; desenmascarar a los
farsantes (del signo que sean), etc., no es fácil. Pero quizá sea un
buen trabajo, el buen trabajo para que los problemas del trabajo no
ahoguen a la humanidad, sino que le permitan una vida más digna,
la inspiren, la favorezcan y extiendan, dentro de los límites huma-
nos, que son muchos y no logran gran cosa.
Quiero insistir en la tenacidad y la honradez como instrumentos
importantes en el mundo del trabajo. Tenacidad porque las dificul-
tades son muchas, poderosas y duraderas. Honradez porque, aunque
parezca un gesto voluntatista, la falta de honradez lo hunde todo.
La ausencia o debilidad de estas dos actitudes hace más difícil
la solución, siquiera sea parcial, a veces muy parcial, de las posibi-
lidades que tiene todo sistema humano. Estas dos actitudes deberían
adornar a todos los que, cada uno desde su puesto de responsabili-
dad, abordan el mundo del trabajo: filósofos y teólogos (digamos, en
general, ideólogos). El pensamiento tiene un puesto necesario en la
búsqueda, discernimiento y compromiso de cualquier realidad. Pero
suele jugar con la ventaja (enorme desventaja) de que no acepta el
discernimiento de la verificación explícita. Por eso, sus «exageracio-
nes» presentan con frecuencia unas propuestas utópicas carentes de
realismo y canonizan o satanizan expresiones más realistas, aunque
más cortas, en el mundó del trabajo, Gobiernos, los más denostados
sin duda, de diversos países y tendencias, cuyos mecanismos de
poder pueden ensombrecer propuestas realistas, no del agrado de
todos, pero cuyo empeño debe ser reconocido, sobre todo cuando las
102 AUGUSTO GUERRA, OCD

dificultades son tan enonnes que saben que sus propuestas se hacen
sobre una bomba de relojería, Fuerzas empresariales y sindicales,
ninguna de ellas santa, seguramente, pero merecedoras de una aten-
ción que con frecuencia se les niega. Las largas jornadas de discu-
sión y diálogo, metodológica o vitalmente tensas, han logrado gran-
des mejoras en el mundo del trabajo. Economistas. Los separamos
y distinguimos de los filósofos y teólogos, porque ellos son técnicos
en el mundo laboral, saben mucho mejor la trastienda de la comple-
jidad laboral y, en su pluralismo (lícito siempre) buscan el modo de
ordenar y humanizar el mundo del trabajo.
Si el tiempo y las fuerzas empleadas en canonizar o satanizar a
todas estas fuerzas se emplease en elevar la cultura del trabajador,
la cultura laboral y el trabajo mismo, las cosas podrían mejorar un
poquito más.

CONCLUSIÓN

A modo de conclusión, y al mismo tiempo como hermenéutica


de lectura, vayan estas sencillas afirmaciones:

1. El trabajo es una realidad cultural más que religiosa. Tam-


bién cuando se habla de espiritualidad del trabajo. Debe, pues, uti-
lizar la metodología más adecuada a lo cultural. La espiritualidad
deberá tenerlo en cuenta, al tiempo que le concede una mayor aten-
ción que le permita afrontar uno de los aspectos más importantes .de
la vida del cristiano y superar el estrecho cerco en el que trata la
antinomia acción-contemplación.
2. La historia religiosa, incluida la historia bíblica, no propicia
el trabajo ni su sentido dignificante. Diversas referencias evangéli-
cas, que se han consolidado en la historia del cristianismo y se
resisten tenazmente a ser revisadas, debilitan la estima del trabajo,
rebajan su valoración y sentido y lo hacen sospechoso o fácilona-
mente condenable.
3. La espiritualidad del trabajo será, como siempre, un com-
bate contra las fuerzas del mal (es decir, contra la perversión del
trabajo) y a favor de las posibilidades que las condiciones actuales
I
!

ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO .... 103

posibilitan para que la humanidad viva con mayor dignidad. Ni una


cosa ni otra será fácil. Por una parte, el engaño, la vagancia, la
codicia y la malversación están demasiado arraigadas en la condi-
ción humana y pecadora; por otra, las necesidades y posibilidades
más profundas de la misma naturaleza humana, en las más diversas
dimensiones, pugnan, por su parte, por hacerse posibles. i Vamos a
ver quién gana!
4. ¿No sería benéfico para la espiritualidad del trabajo una so-
briedad, incluso una abstinencia en las referencias clásicas al evan-
gelio de la providencia y de Marta y María? Los exegetas no tienen
necesidad de este ayuno, ni es éste su trabajo. Los demás, que so-
lemos leer poco y cambiar menos, probablemente lo necesitemos.
5. No parece haber razón para que, en una visión más de Igle-
sia que cristiana, el trabajo se asocie más espontáneamente a los
laicos que a otro tipo de personas, por ejemplo, a los religiosos. La
problemática que presenta el mundo del trabajo a la vida consagra-
da 33 no obsta para que se rompa con ciertas concepciones históricas
que, al menos ideológicamente, relegaban el trabajo a los laicos.
Vita consecrata (25-3-1996) no ha privilegiado la palabra trabajo.
Sólo una vez (Ve 6d), referida a la historia y en el contexto de la
antinomia vida interior-trabajo, no parece suficiente en un estado de
vida que corre el riesgo, tantas veces hecho realidad, de poder pres-
cindir del trabajo, porque todo lo tiene resuelto 34.
6. ¿Podría alentarse, o al menos comprenderse que una voca-
ción contemplativa (que puede darse en cualquier estado o condi-
ción de vida) pueda mirar el trabajo como algo que le afecta tan gen-
cialmente? No lo creo. En cualquier caso, una cosa parece
importante: la condición de Dios no se quebró por trabajar, sino que
en él el trabajo precedió a la contemplación.

33 Sobre este tema, véanse las interesantes páginas de J. M. R. TILLARD,


«Nuevas formas de inserción en el trabajo y en la acción social», en Experien-
cia de Dios y compromiso temporal de los religiosos, ITVR, Madrid, 1977,
pp. 269-296.
34 No puedo asegurar que la palabra trabajo aparezca una sola vez en ve.
Me he fiado de un excelente Indice de materias. Tampoco niego que muchos
miembros de la Vida consagrada vivan realmente estresados. Pero no oculto,
ni callo, que otros muchos trabajan poco y que las generales condiciones la-
borales de religiosas/os cuentan con las mejores garantías laborales pensables.

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