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Este documento analiza los términos griegos "epithymía" y "hédoné", relacionados con el deseo y el placer. Explica que epithymía adquirió un sentido negativo en la ética griega como un deseo que surge de una falsa valoración de los bienes mundanos. En el Nuevo Testamento, epithymía se refiere principalmente al deseo pecaminoso que esclaviza al hombre. Jesús y Pablo lo consideran un pecado que aleja a Dios. Pablo lo ve como una manifestación del pecado que domina al hombre
Este documento analiza los términos griegos "epithymía" y "hédoné", relacionados con el deseo y el placer. Explica que epithymía adquirió un sentido negativo en la ética griega como un deseo que surge de una falsa valoración de los bienes mundanos. En el Nuevo Testamento, epithymía se refiere principalmente al deseo pecaminoso que esclaviza al hombre. Jesús y Pablo lo consideran un pecado que aleja a Dios. Pablo lo ve como una manifestación del pecado que domina al hombre
Este documento analiza los términos griegos "epithymía" y "hédoné", relacionados con el deseo y el placer. Explica que epithymía adquirió un sentido negativo en la ética griega como un deseo que surge de una falsa valoración de los bienes mundanos. En el Nuevo Testamento, epithymía se refiere principalmente al deseo pecaminoso que esclaviza al hombre. Jesús y Pablo lo consideran un pecado que aleja a Dios. Pablo lo ve como una manifestación del pecado que domina al hombre
desde los presocráticos y Herodoto), a partir de su significado fundamen- tal de ser movido hacia algo (cf. 9op.ó¡; [thymós], ánimo, pasión), adquieren ya en el griego profano el de impulso (movimiento instintivo), deseo, apetito.
Entre los autores griegos epithymía tie-
ne al principio un sentido neutral; pero más tarde adquiere un sentido negativo desde el punto de vista ético: al igual que los otros tres afectos o sen- timientos, temor, placer y tristeza, la epithymía procede de que el hombre valora falsamente los bienes y males de este mundo. II En los LXX los términos epithymía y epithyméó (que aparecen unas 50 veces cada uno) se emplean ante todo para designar la esfera total de las aspiraciones (o tendencias) del hombre; en la mayoría de los casos traduce al hebreo 'áwáh y hámad. Estos térmi- nos designan: a) un deseo moralmente indiferente, p. ej. Dt 12, 20.21, «comerás siempre que te venga en gana»; b) en sentido positivo, p. ej. el anhelo de ir a la casa paterna, Gn 31, 30; el anhelo del hombre piadoso de acercarse a Dios, Is 58, 2 y passim; c) en sentido negativo, el deseo o apetito perverso, impío, que va contra la voluntad de Dios (cf. Nm 11, 4; Dt 9,22 y passim). La razón de que el décimo mandamien- to (Ex 20, 17) prohiba este deseo (L: anto- jos) es que Dios no sólo exige del hom- bre obediencia en sus actos, sino también en sus palabras y pensamien- tos, en sus miradas, deseos y anhelos; Dios quiere que se le ame «con todo el corazón» (Dt 6, 5).
III 1. En el NT es curioso que este gru-
po de palabras apenas se emplee en los evangelios a excepción de Le (5 veces) y que sólo se utilice esporádicamente en Heb y Ap; en 2 Cor y 2 Tes está totalmente ausen- te. La mayoría de los pasajes en que se encuentra este grupo de palabras corresponde a los escritos paulinos: aquí se encuen- tran 19 de los 38 pasajes de epithymía y 5 de los 16 de epithyméo. El sustantivo se emplea en un sentido neutral o positivo sólo en Le 22, 15; Flp 1, 23; 1 Tes 2, 17 y probablemente en Ap 18, 14; en todos los demás casos tiene un senti- do negativo. En cambio, el verbo es uti- lizado generalmente en sentido positivo; sólo en Pablo (y en Mt 5, 28) tiene epithy- méo un matiz negativo, ya que el deseo en sentido po- sitivo lo expresa él con el verbo epipo- théo. 2. Cuando los conceptos son utilizados en sentido positivo o neutral (cf. supra I y II), expresan un deseo, anhelo, etc., particu- larmente fuertes (así, p. ej. Mt 13,17; Le 15,16; Flp 1, 23; 1 Tes 2, 17; Heb 6, 11). Es sor- prendente que el verbo se utilice en sentido positivo con más frecuencia que el sustantivo, y entonces puede encontrarse en parale- lismo con -> ópéyopai [orégomai], como sinónimo (p. ej. 1 Tim 3, 1). 3. Pero lo cierto es que los pasajes de mayor relevancia teológica son aquellos en los que epithymía es utilizado en sentido negativo: mal deseo, deseo de placer ( = libido); experimentar malos deseos.
a) En los sinópticos epithymía solo tie-
ne este sentido negativo en Mt 5, 28, en relación con el deseo y el placer sexual, y en Me 4, 19 que habla del deseo de todos los bienes y valores de este mundo (entre los que se cita p. ej. a las riquezas). En ambos pasajes queda bien claro que Jesús con- sidera la epithymía como un pecado que posee un enorme poder de destrucción: la epithy- mía «ahoga el mensaje» (Me 4,19; se la compara a un matorral de espinos que crece rápi- damente y ocupa cada vez más espacio, a no ser que se le impida desarrollarse), «rompe el matrimonio» (Mt 5, 28). Así pues, Jesús está muy lejos de considerar el deseo como algo inofensivo por el hecho de que se mue- va «únicamente» en la esfera del pensa- miento y de los anhelos del corazón y no en el terreno de la acción. Para Jesús, el deseo per- verso —al igual que la acción perversa — dimana y es signo de un mal corazón, que se ha apartado de Dios. b) Pablo entiende la epithymía como una manifestación del pecado que do- mina al hombre. En ella ve precisamente el fac- tor impulsivo de la «carnalidad» del hombre (oáp£ [sárx] -> carne), es decir, de su ser pe- cador, alejado de Dios. La epithymía quiere «ser satisfecha» (Gal 5, 16), impulsa a la ac- ción. A nivel de profundidad, surge de una inclinación del hombre, profundamente arraigada, a convertirse a sí mismo en centro de su propia vida, a confiar en sí mismo, a amarse a sí mismo lo más posible. En Pablo, esta inclinación se denomina «carne» y «(mal) pensamiento» (Ef 2, 3), es decir, los poderes que separan de Dios. En la epithymía se manifiestan las potencias del «hombre viejo» (Ef 4, 22).
Los deseos pueden tender a todo lo po-
sible e imaginable: al placer sexual, al goce material, a la posesión del otro, etc. (cf. Rom 1, 24; 1 Tim 6, 9; Tit 3, 3; Gal 5, 16-21) y, a través de la orientación que adoptan en cada caso, pueden esclavizar totalmente al hombre. El reconocimiento expresado en Rom 6,12 de que el que se deja arrastrar por los
deseos está ya bajo el «poder del -> pe-
cado» aparece continuamente en los es- critos paulinos (Ef 2, 3; 2 Tim 3, 6; Tit 3, 3): los deseos determinan y esclavizan al hombre. En la medida en que el hombre es seducido por ellos (Ef 4, 22), su «corazón», es decir, el centro de su personalidad (Rom 1, 24), queda bajo su control. Todas las decisiones de la voluntad del hombre, incluso sus im- pulsos más elevados, quedan bajo la in- fluencia de la epithymía. Por eso, lo único que puede contrarrestar los deseos es una vida orientada hacia la voluntad y las disposiciones de Dios, que se somete a Dios y es deter- minada por él (Rom 6, 12 s; Ef 4, 22.24; Tit 2, 12 ss).
Si bien el deseo es algo originario, es
una fuerza instintiva en el hombre, se- gún Pablo, su importancia se conoce sólo cuando la ley entra de por medio (p. ej. a través del precepto «no codiciarás») y hace que el deseo se convierta en pecado conscien- te (Rom 7, 7 s) contra el precepto divino. Antes de que yo conozca la ley, el deseo es sólo un impulso, no un acto consciente y voluntario. La fuerza divina opuesta al deseo es el «espíritu». El que se abre a él cobra fuerzas para contrarrestar la concupiscencia (Gal 5, 16), ya que entonces el poder determinante en la vida del hombre es el espíritu (Ef 4, 23), no el deseo. Para designar el deseo y el anhelo en sentido positivo, Pablo emplea epipo- théd (cf. Rom 1, 11; 2 Cor 5, 2; 9, 14 y passim), énmóSrjcni; [epipóthésis] (2 Cor 7, 7.11) y énmoQía. [epipothía] (Rom 15, 23). De los 13 pa- sajes en que aparecen palabras de este grupo, 11 corresponden a Pablo. En el NT este grupo de palabras es utilizado exclusi- vamente en sentido positivo. c) En los escritos joánicos se remonta hasta el origen último del deseo: proce- de, no sólo del hombre, sino del «mundo» (1 Jn 2, 16), incluso del mismo diablo (Jn 8, 44). El término -> «mundo» (KÓOHOQ [kós- mos]) designa aquí todo aquello que es hostil a Dios y a Cristo, la esfera en la que impera el «jefe de este mundo». El nos atrae con «los bajos apetitos, los ojos insaciables, y la arro- gancia del dinero» (1 Jn 2, 16), es decir, ante todo con incentivos externos, sensibles, ma- teriales, e intenta seducirnos. El des- pierta los sentimientos de odio que están dormi- dos en el hombre y la inclinación a la mentira, pues él mismo fue «un asesino desde el prin- cipio» y «padre de la mentira» (Jn 8, 44). Puesto que la concupiscencia procede «del mundo», es perecedera como él; el que edifica sobre ella y se deja regir por ella, «perecerá» con ella. En cambio, el que hace la vo- luntad de Dios «permanece para siempre» (1 Jn 2, 17).
d) Las llamadas cartas católicas, cuando
no utilizan el vocablo epithymía en un sentido neutral, se mantienen en la línea de Pablo y Juan. La epithymía brota de la «carne» y de sus apetencias sensuales (1 Pe 2,11; 2 Pe 2,10), está próxima a otros placeres sensibles y materiales, tales como or- gías, embriagueces, comilonas (1 Pe 4,3), desenfrenos (2 Pe 2, 18). Es un poder que arrastra y seduce al hombre, le atrae y le excita, e intenta esclavizarlo (Sant 1, 14; 1 Pe 1, 14; 2 Pe 2, 18 s). Le promete la libertad y la liberación de toda atadura, pero en el fondo le condu- ce a la peor esclavitud. Está siempre al acecho en la naturaleza humana para seducir, en el momento apropiado, su voluntad y sojuzgarla (Sant 1, 14). Entonces la concupiscen- cia «engendra» el pecado, que hace al hombre culpable ante Dios. Así conduce final- mente a la «muerte» (v. 15; cf. Rom 7,5), a la «ruina» (2 Pe 1, 4). Puesto que la epithymía está tan ligada a la naturaleza humana, el cristiano ne- cesita ser exhortado continuamente a mante- nerse alerta y vigilante frente a ella, más aún, a apartarse de ella. El puede vencerla de- jándose guiar continuamente por el es- píritu y «por la voluntad de Dios» (1 Pe 4, 2).
rjóovrj [hédoné] placer, deleite; (piltj-
SovoQ [philédonos] dado al placer, sensual I Hédoné —que viene de la misma raíz que fjSvg [hedys]: dulce, agradable, simpático— significa originaria- mente algo agradable al gusto, que pro- duce satisfacción. El término designa, pues, en primer lugar, el goce de los sentidos (Herodoto) y luego —en un sentido amplio— el sentimiento de pla- cer, el deleite (que corresponde al vocablo fi&oQ [hédos], empleado ya desde Homero); finalmente, designa también (al igual que -> émSopía [epithymía]) el deseo, el anhelo de todo ello (Jenofonte). Hédoné es afirmado primeramente en cuanto don natural del hombre. Así, ya Platón (doctrina de los valores), designa como hédoné el placer que produce lo bueno, lo verdadero y lo bello; y Aristóteles en el término hédoné —que resulta sinónimo de yapú- [chara], ale- gría— describe la alegría por la práctica de las virtudes y el placer estético ante una obra de arte (Eth. Nic. VII, 14p, 1.153 1 ss). No obstante, en el helenismo, una vez que se distinguió entre los rjdovaí [hé- donaí] superiores (anímico- espirituales) y los inferiores (corpora- les), el concepto queda reducido a su componente negativa (desde el punto de vista ético) y se utiliza en contraposi- ción a chara, alegría, y ápzxr) [arete] -» virtud: en la «predicación» ambulante cínico-estoica hédoné designa inequí- vocamente la alegría o goce sensible, el deleite sexual, los impulsos incontrola- dos. Siguiendo el pesimismo creciente de la antigüedad tardía, se emplea este concepto para clarificar el encadenamiento del hombre a su en- torno material en el que se halla deste- rrada el alma, que de por sí tiende hacia lo divino: el que se deja dominar por la hédoné, da a su vida una orientación equivocada. II En la versión de los LXX, hédoné sale únicamente en Nm 11, 8 como tra- ducción del hebreo ta'am=gusto agradable (en el pasaje paralelo, Ex 16, 31, aparece yeSpa [geüma]); así pues, la palabra tiene en principio un matiz totalmente positivo, designa una cuali- dad objetiva de la cosa que agrada o gusta al hombre. Este sentido objetivo que lleva consigo un matiz positivo se mantiene también en los tres pasajes propios de los LXX (Prov 17, 1, sin equivalente hebreo; Sab 7,2; 16,20). Sólo en 4 Mac (donde aparece en 11 ocasiones) y sobre todo en Filón, que ve la hédoné como un poder opuesto al AÓ- yoc, [lógos], adquiere el término un matiz negativo análogo al que le da la filosofía cínico-estoica: la hédoné es la raíz de todos los malos instintos y sólo puede acarrear nóvoQ[pónos], pena, dolor. En la literatura rabínica encontra- mos muchos paralelismos a este respec- to. Aunque apenas se menciona el sentimiento característico de placer que lleva consigo el concepto griego, se ad- vierte insistentemente contra la «mala inclinación» (en hebreo yéser ha ra'), que hace a uno flojo para el estudio de la Tora (St.-B. IV, 473 s y otros). III En el NT, hédoné sólo es utilizado en 5 ocasiones y, por lo general, en tex- tos tardíos y en el sentido negativo que tie- ne en el helenismo. 1. El hombre que está alejado de Dios sólo busca el placer. En la medida en que procura satisfacer esta ansia irrefrena- ble de placer y se rebela contra Dios y su voluntad, cae realmente en la esclavitud de los placeres, hédonaí; se ha hecho SovÁoq [doülos] (-> esclavo), vive en -> pecado, privado de Dios, a menos que Dios le salve de esta esclavitud (Tit 3, 3). 2 Pe 2, 13 ss nos describe a este hombre que se entrega a los hédonaí de este mundo y nos muestra cómo ha caído bajo el dominio de las potencias enemigas de Dios. 2. Pero no es sólo el hombre que vive apartado de Dios el que está amenazado por el ímpetu insaciable de los instintos (Tit 3, 3); también el cristiano puede caer en su poder. Incluso puede abusarse de la oración como medio para satisfacer las pasio- nes; pero Sant 4, 3 nos muestra de un modo apremian- te la inutilidad total de una oración he- cha de esta forma. Cuando se deja vía libre a los instintos incontrolados y la hédoné se enseñorea de la vida, la relación con Dios se ve gra- vemente amenazada, la paz interior per- turbada y las relaciones con el prójimo envenenadas. Cuando el hombre se doblega a los pla- ceres se enreda en una continua discordia y se precipita en un caos (Sant 4, 1). Los ca- tálogos de vicios recopilan de un modo muy con- creto todo aquello que puede conside- rarse como signo característico y consecuencia de la hédoné. Estos catálogos abarcan, desde la incontinencia sexual a la falta de consi- deración para con el prójimo pasando por todas las formas de egoísmo.
3. Los peligros que para la fe suponen
los bajos instintos son expuestos de un modo muy gráfico en la interpretación de la parábola del sembrador. Es cierto que sólo Le 8,14 emplea aquí —¿adición tardía?— la ex- presión r¡dovai TOÜ {¡iov [hédonaí toü biou]; Me 4, 19 tiene epithymía; Mt 13, 22, r¡ pépifi- vot TOÜ aiwvoQ [he mérimna toü aió- nos] (->preo- cupación) y f\ áyánr] TOÜ IZXOÜTOÜ [he agápé toü ploütou] (-» seducir). Allí donde domina la hedoné, la fe queda ahogada entre las espinas y muere. 4. Esto aparece de un modo particular- mente claro en los falsos doctores: ellos se enredan en el error, pervierten a otros y llegan a la autodestrucción moral que, en 2 Tim 3, 4, es descrita en todos sus rasgos concretos como un signo de la época preescatológica. Pablo emplea aquí los términos com- puestos helenísticos (pútjSovoi [philé- donoi], dados a los placeres, y q>úó9eoi [philótheoi], amantes de Dios (único ejemplo en el NT), que había introducido ya Filón. 5. Al igual que la palabra epithymía, hedoné designa el poder siniestro de la instintividad, del ansia de placer (que es insaciable y enemiga de Dios), que — inmanente al hombre mismo— amenaza las nor- mas morales y esclaviza al hombre. El NT advierte a los cristianos —aunque sólo Tit 3, 3 emplea expresamente hédonaí en este contexto— que no se dejen llevar por ella y que se mantengan siempre vigilantes. La hedo- né, en cuanto ansia de vivir, sólo puede ser vencida por la virtud de Dios. Pero la hedoné no ha de confundirse con el deseo o el anhelo de una auténti- ca -» alegría [chara] a la que de ningún modo es contrario el NT y que lleva consigo la comunión vital con Dios incluso en me- dio del sufrimiento y la persecución. Si la declaración sumaria de 2 Pe 2,13, que afirma la conexión entre la falsa doctri- na y la vida libertina: r¡óovr¡v rjyoópevoi Tr¡v ev t)pépa xpü(pr¡v [hedonén hégoúmenoi ten en héméra tryphen] = «su idea del placer es la francachela en pleno día», es completa- da, como opina Stáhlin (ThWb IV, 928, 30), por Sant 1, 2 (n&aoiv /apáv r\yr\<jaa&E, ó'tav nei- paapoíc; mpinéor¡T£ [pasan choran hégésasthe, hótan peirasmois peripéséte] = «teneos por muy dichosos, cuando os veáis asediados por pruebas de todo género»), queda claro el modo paradójico en que se cumple el anhelo de alegría de los cristianos.
ópéyopocí [orégomai] aspirar a, tender
a; opet;i<; [órexis] anhelo, nostalgia I Orégomai (voz media de ópéyo> [oré- gó]; ambos ya en Homero; de la misma raíz que el latín regere y el castellano regir), desperezarse, exten- der, estirarse, tenderse, al igual que el sustantivo órexis (usado desde Platón), aparece sobre todo en sentido figurado y designa la tendencia: a) en cuanto as- piración del alma, y b) (de un modo relativamente raro) como deseo corporal. La palabra ha adquirido una importancia especial en la Stoa. Allí se habla de la aspiración del alma basa- da en una decisión consciente de la vo- luntad y guiada por la razón humana. Sustraída al poder y a la disciplina de la razón, la aspiración se convierte en concupiscencia (-» éiiií)up.ia. [epithymía]). El ideal de vida más ele- vado es la aspiración que está de acuer- do con el propio yo y es Kaxa cpúmv [katá physin], según naturaleza. Filón entiende por órexis la nostalgia que tie- ne el alma del mundo de las «ideas». II En la Biblia el concepto se encuentra sólo en los escritos deuterocanónicos de los LXX; tiene un sentido positivo en Sab 16, 2 s, en donde Dios satisface el apetito de la generación del desierto con codornices; en cambio, tiene un sentido negativo en Eclo (18, 30; 23, 6), que advierte contra las per- versidades que tienen lugar en los festines. En este último libro aparece claramente el influjo de la filosofía griega. III En el NT, orégomai aparece única- mente 3 veces y órexis una sola vez; ambas palabras se utilizan tanto en sentido po- sitivo (1 Tim 3,1; Heb 11,6) como ne- gativo (1 Tim 6, 10; Rom 1, 27). En Heb 11, 16, oré- gomai reasume el sm£r]TsTv [epizé- teín], buscar, del v. 14. Es el anhelo (que surge de la fe) de una patria mejor, de una patria celestial, es decir, de un vivir en Dios. Este anhelo no brota de un impulso inmanente del hombre o de su naturaleza, sino de la promesa divina (11,9.13.15). Se manifiesta en un ansia ferviente que espera el cumplimiento de la promesa, en la obediencia de la fe (11, 8.17); por consiguien- te, no es un mero sentimentalismo si- tuado fuera de la realidad, sino la orien- tación de la voluntad hacia un objetivo establecido por Dios, que se configura en la reali- dad de este mundo. Cuando ese anhelo no se orien- ta hacia la salvación otorgada por Dios, el hombre cae bajo el dominio de poderes que le llevan a la perdición, p. ej., la avaricia (1 Tim 6,10). En cambio, en la misma carta (3, 1) se elogia la aspiración a desempeñar un ministerio dentro de la comunidad. Si, según Rom 1, 27, órexis designa el impulso sexual, hay que tener en cuen- ta, no obstante, que en este pasaje no se des- valoriza o se rechaza el deseo corporal en la línea del dualismo griego. Pablo sólo censura el uso perverso del instinto, es decir, la pederastía y la homosexualidad, que surgen cuando el hombre troca la verdad de Dios por la mentira (v. 25). J. Guhrt
PARA LA PRAXIS PASTORAL
Podemos establecer una cierta grada- ción entre los conceptos aquí aborda- dos: mien- tras que orégomai expresa sobre todo el anhelo o la aspiración consciente y pla- neada, y epipothéd es utilizado siempre en un sentido positivo para expresar el deseo o el apetito tenido a raya, en los vocablos epithy- mía y hédoné al deseo o al instinto irra- cional y animal se une una fuerza casi personal cuya descripción nos recuerda al -> pecado que sojuzga al hombre. Como ocurre en el caso del pe- cado, el hombre cree hacer su propia voluntad y perseguir metas que él mismo se ha propuesto. El deseo, el placer, al igual que otros poderes satánico-demoníacos, están montados sobre el hecho de que aparen- temente, satisfacen el ansia de goce y de domi- nio del hombre; en realidad le conducen a un autoengaño y a una insatisfacción que hace que pase de las manos del deseo a las del goce y sea su juguete. Es cierto que los griegos intentaron es- tablecer un orden y una jerarquía: la epithymía aspira a la hédoné, y, cuando está satis- fecha, reina la chara. Pero estos concep- tos no pueden ser delimitados entre sí con tan- ta claridad. Lo peculiar de ellos es que, tanto en el NT como en nuestro lenguaje corriente, el mismo concepto sirve para designar la emoción o excitación del sentimiento, la satisfacción buscada y experimentada y la fuerza que provoca ambas cosas; en otras pala- bras: placer y deseo pueden ser, o bien una experiencia actual o bien una potencia permanente: «Todo goce quiere ser eterno» (Nietzsche, Zaratustra). El instinto in- controlado, que en el animal queda, por así decir, limitado y regulado automáticamente, en el hombre ha de ser gobernado por un entendimiento obediente y una voluntad orientada hacia un fin, y ha de quedar limitado por la autoridad de la ley de Dios. El hombre se sitúa, pues, en cierto sentido, entre Dios y sus instintos ansiosos de dominio. Sólo puede mantenerlos bajo control a través de una orientación hacia la voluntad de Dios.
Interlineal Hebreo/Espanol Del Nuevo Testamento En El Libro De Los Hechos, Las Epistolas Y Hasta Apocalipsis Con Clave De Pronunciacion Del Hebreo: Tomo 2