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DESEO, CONCUPISCENCIA.

EPI-
THUMÍA.

ém&vpía [epithymía] deseo, apetito,


anhelo; em!)vp.éto [epithyméó] desear,
apetecer,
anhelar.

I Epithtumía y epithuméó (empleado


desde los presocráticos y Herodoto), a
partir de su significado fundamen-
tal de ser movido hacia algo (cf. 9op.ó¡;
[thymós], ánimo, pasión), adquieren ya
en el griego profano el de impulso
(movimiento instintivo), deseo, apetito.

Entre los autores griegos epithymía tie-


ne al principio un sentido neutral; pero
más tarde adquiere un sentido
negativo desde el punto de vista ético:
al igual que los otros tres afectos o sen-
timientos, temor, placer y tristeza, la
epithymía procede de que el hombre
valora falsamente los bienes y males de
este mundo.
II En los LXX los términos epithymía y
epithyméó (que aparecen unas 50 veces
cada uno) se emplean ante
todo para designar la esfera total de las
aspiraciones (o tendencias) del hombre;
en la mayoría de los casos traduce
al hebreo 'áwáh y hámad. Estos térmi-
nos designan: a) un deseo moralmente
indiferente, p. ej. Dt 12, 20.21,
«comerás siempre que te venga en
gana»; b) en sentido positivo, p. ej. el
anhelo de ir a la casa paterna, Gn 31,
30; el
anhelo del hombre piadoso de acercarse
a Dios, Is 58, 2 y passim; c) en sentido
negativo, el deseo o apetito perverso,
impío, que va contra la voluntad de
Dios (cf. Nm 11, 4; Dt 9,22 y passim).
La razón de que el décimo mandamien-
to
(Ex 20, 17) prohiba este deseo (L: anto-
jos) es que Dios no sólo exige del hom-
bre obediencia en sus actos, sino
también en sus palabras y pensamien-
tos, en sus miradas, deseos y anhelos;
Dios quiere que se le ame «con todo el
corazón» (Dt 6, 5).

III 1. En el NT es curioso que este gru-


po de palabras apenas se emplee en los
evangelios a excepción de Le (5 veces)
y que sólo se utilice esporádicamente
en Heb y Ap;
en 2 Cor y 2 Tes está totalmente ausen-
te. La mayoría de los pasajes en que se
encuentra
este grupo de palabras corresponde a
los escritos paulinos: aquí se encuen-
tran 19 de los
38 pasajes de epithymía y 5 de los 16
de epithyméo. El sustantivo se emplea
en un sentido
neutral o positivo sólo en Le 22, 15; Flp
1, 23; 1 Tes 2, 17 y probablemente en
Ap 18, 14;
en todos los demás casos tiene un senti-
do negativo. En cambio, el verbo es uti-
lizado
generalmente en sentido positivo; sólo
en Pablo (y en Mt 5, 28) tiene epithy-
méo un matiz
negativo, ya que el deseo en sentido po-
sitivo lo expresa él con el verbo epipo-
théo.
2. Cuando los conceptos son utilizados
en sentido positivo o neutral (cf. supra I
y II),
expresan un deseo, anhelo, etc., particu-
larmente fuertes (así, p. ej. Mt 13,17;
Le 15,16; Flp
1, 23; 1 Tes 2, 17; Heb 6, 11). Es sor-
prendente que el verbo se utilice en
sentido positivo
con más frecuencia que el sustantivo, y
entonces puede encontrarse en parale-
lismo con ->
ópéyopai [orégomai], como sinónimo
(p. ej. 1 Tim 3, 1).
3. Pero lo cierto es que los pasajes de
mayor relevancia teológica son aquellos
en los
que epithymía es utilizado en sentido
negativo: mal deseo, deseo de placer ( =
libido);
experimentar malos deseos.

a) En los sinópticos epithymía solo tie-


ne este sentido negativo en Mt 5, 28, en
relación con el deseo y el placer sexual,
y en Me 4, 19 que habla del deseo de
todos los
bienes y valores de este mundo (entre
los que se cita p. ej. a las riquezas). En
ambos
pasajes queda bien claro que Jesús con-
sidera la epithymía como un pecado
que posee un
enorme poder de destrucción: la epithy-
mía «ahoga el mensaje» (Me 4,19; se la
compara a
un matorral de espinos que crece rápi-
damente y ocupa cada vez más espacio,
a no ser que
se le impida desarrollarse), «rompe el
matrimonio» (Mt 5, 28). Así pues, Jesús
está muy
lejos de considerar el deseo como algo
inofensivo por el hecho de que se mue-
va
«únicamente» en la esfera del pensa-
miento y de los anhelos del corazón y
no en el terreno
de la acción. Para Jesús, el deseo per-
verso —al igual que la acción perversa
— dimana y es
signo de un mal corazón, que se ha
apartado de Dios.
b) Pablo entiende la epithymía como
una manifestación del pecado que do-
mina al
hombre. En ella ve precisamente el fac-
tor impulsivo de la «carnalidad» del
hombre (oáp£
[sárx] -> carne), es decir, de su ser pe-
cador, alejado de Dios. La epithymía
quiere «ser
satisfecha» (Gal 5, 16), impulsa a la ac-
ción. A nivel de profundidad, surge de
una
inclinación del hombre, profundamente
arraigada, a convertirse a sí mismo en
centro de
su propia vida, a confiar en sí mismo, a
amarse a sí mismo lo más posible. En
Pablo, esta
inclinación se denomina «carne» y
«(mal) pensamiento» (Ef 2, 3), es decir,
los poderes que
separan de Dios. En la epithymía se
manifiestan las potencias del «hombre
viejo» (Ef
4, 22).

Los deseos pueden tender a todo lo po-


sible e imaginable: al placer sexual, al
goce
material, a la posesión del otro, etc. (cf.
Rom 1, 24; 1 Tim 6, 9; Tit 3, 3; Gal 5,
16-21) y, a
través de la orientación que adoptan en
cada caso, pueden esclavizar totalmente
al
hombre. El reconocimiento expresado
en Rom 6,12 de que el que se deja
arrastrar por los

deseos está ya bajo el «poder del -> pe-


cado» aparece continuamente en los es-
critos
paulinos (Ef 2, 3; 2 Tim 3, 6; Tit 3, 3):
los deseos determinan y esclavizan al
hombre. En la
medida en que el hombre es seducido
por ellos (Ef 4, 22), su «corazón», es
decir, el centro
de su personalidad (Rom 1, 24), queda
bajo su control. Todas las decisiones de
la
voluntad del hombre, incluso sus im-
pulsos más elevados, quedan bajo la in-
fluencia de la
epithymía. Por eso, lo único que puede
contrarrestar los deseos es una vida
orientada
hacia la voluntad y las disposiciones de
Dios, que se somete a Dios y es deter-
minada por
él (Rom 6, 12 s; Ef 4, 22.24; Tit 2, 12
ss).

Si bien el deseo es algo originario, es


una fuerza instintiva en el hombre, se-
gún Pablo,
su importancia se conoce sólo cuando
la ley entra de por medio (p. ej. a través
del
precepto «no codiciarás») y hace que el
deseo se convierta en pecado conscien-
te (Rom 7, 7 s)
contra el precepto divino. Antes de que
yo conozca la ley, el deseo es sólo un
impulso, no
un acto consciente y voluntario.
La fuerza divina opuesta al deseo es el
«espíritu». El que se abre a él cobra
fuerzas
para contrarrestar la concupiscencia
(Gal 5, 16), ya que entonces el poder
determinante
en la vida del hombre es el espíritu (Ef
4, 23), no el deseo.
Para designar el deseo y el anhelo en
sentido positivo, Pablo emplea epipo-
théd (cf.
Rom 1, 11; 2 Cor 5, 2; 9, 14 y passim),
énmóSrjcni; [epipóthésis] (2 Cor 7,
7.11) y énmoQía.
[epipothía] (Rom 15, 23). De los 13 pa-
sajes en que aparecen palabras de este
grupo, 11
corresponden a Pablo. En el NT este
grupo de palabras es utilizado exclusi-
vamente en
sentido positivo.
c) En los escritos joánicos se remonta
hasta el origen último del deseo: proce-
de, no
sólo del hombre, sino del «mundo» (1
Jn 2, 16), incluso del mismo diablo (Jn
8, 44). El
término -> «mundo» (KÓOHOQ [kós-
mos]) designa aquí todo aquello que es
hostil a Dios
y a Cristo, la esfera en la que impera el
«jefe de este mundo». El nos atrae con
«los bajos
apetitos, los ojos insaciables, y la arro-
gancia del dinero» (1 Jn 2, 16), es decir,
ante todo
con incentivos externos, sensibles, ma-
teriales, e intenta seducirnos. El des-
pierta los
sentimientos de odio que están dormi-
dos en el hombre y la inclinación a la
mentira, pues
él mismo fue «un asesino desde el prin-
cipio» y «padre de la mentira» (Jn 8,
44). Puesto
que la concupiscencia procede «del
mundo», es perecedera como él; el que
edifica sobre
ella y se deja regir por ella, «perecerá»
con ella. En cambio, el que hace la vo-
luntad de
Dios «permanece para siempre» (1 Jn
2, 17).

d) Las llamadas cartas católicas, cuando


no utilizan el vocablo epithymía en un
sentido neutral, se mantienen en la línea
de Pablo y Juan. La epithymía brota de
la
«carne» y de sus apetencias sensuales
(1 Pe 2,11; 2 Pe 2,10), está próxima a
otros placeres
sensibles y materiales, tales como or-
gías, embriagueces, comilonas (1 Pe
4,3), desenfrenos
(2 Pe 2, 18). Es un poder que arrastra y
seduce al hombre, le atrae y le excita, e
intenta
esclavizarlo (Sant 1, 14; 1 Pe 1, 14; 2
Pe 2, 18 s). Le promete la libertad y la
liberación de
toda atadura, pero en el fondo le condu-
ce a la peor esclavitud. Está siempre al
acecho en
la naturaleza humana para seducir, en el
momento apropiado, su voluntad y
sojuzgarla
(Sant 1, 14). Entonces la concupiscen-
cia «engendra» el pecado, que hace al
hombre
culpable ante Dios. Así conduce final-
mente a la «muerte» (v. 15; cf. Rom
7,5), a la «ruina»
(2 Pe 1, 4).
Puesto que la epithymía está tan ligada
a la naturaleza humana, el cristiano ne-
cesita
ser exhortado continuamente a mante-
nerse alerta y vigilante frente a ella,
más aún, a
apartarse de ella. El puede vencerla de-
jándose guiar continuamente por el es-
píritu y «por
la voluntad de Dios» (1 Pe 4, 2).

rjóovrj [hédoné] placer, deleite; (piltj-


SovoQ [philédonos] dado al placer,
sensual
I Hédoné —que viene de la misma raíz
que fjSvg [hedys]: dulce, agradable,
simpático— significa originaria-
mente algo agradable al gusto, que pro-
duce satisfacción. El término designa,
pues, en primer lugar, el goce de los
sentidos (Herodoto) y luego —en un
sentido amplio— el sentimiento de pla-
cer, el deleite (que corresponde al
vocablo fi&oQ [hédos], empleado ya
desde Homero); finalmente, designa
también (al igual que -> émSopía
[epithymía]) el deseo, el anhelo de todo
ello (Jenofonte). Hédoné es afirmado
primeramente en cuanto don natural
del hombre. Así, ya Platón (doctrina de
los valores), designa como hédoné el
placer que produce lo bueno, lo
verdadero y lo bello; y Aristóteles en el
término hédoné —que resulta sinónimo
de yapú- [chara], ale-
gría— describe la alegría por la práctica
de las virtudes y el placer estético ante
una obra de arte (Eth. Nic. VII, 14p,
1.153 1 ss).
No obstante, en el helenismo, una vez
que se distinguió entre los rjdovaí [hé-
donaí] superiores (anímico-
espirituales) y los inferiores (corpora-
les), el concepto queda reducido a su
componente negativa (desde el punto
de
vista ético) y se utiliza en contraposi-
ción a chara, alegría, y ápzxr) [arete] -»
virtud: en la «predicación» ambulante
cínico-estoica hédoné designa inequí-
vocamente la alegría o goce sensible, el
deleite sexual, los impulsos incontrola-
dos. Siguiendo el pesimismo creciente
de la antigüedad tardía, se emplea este
concepto para clarificar el
encadenamiento del hombre a su en-
torno material en el que se halla deste-
rrada el alma, que de por sí tiende hacia
lo divino: el que se deja dominar por la
hédoné, da a su vida una orientación
equivocada.
II En la versión de los LXX, hédoné
sale únicamente en Nm 11, 8 como tra-
ducción del hebreo ta'am=gusto
agradable (en el pasaje paralelo, Ex 16,
31, aparece yeSpa [geüma]); así pues,
la palabra tiene en principio un matiz
totalmente positivo, designa una cuali-
dad objetiva de la cosa que agrada o
gusta al hombre. Este sentido objetivo
que lleva consigo un matiz positivo se
mantiene también en los tres pasajes
propios de los LXX (Prov 17, 1, sin
equivalente hebreo; Sab 7,2; 16,20).
Sólo en 4 Mac (donde aparece en 11
ocasiones) y sobre todo en Filón, que
ve la
hédoné como un poder opuesto al AÓ-
yoc, [lógos], adquiere el término un
matiz negativo análogo al que le da la
filosofía cínico-estoica: la hédoné es la
raíz de todos los malos instintos y sólo
puede acarrear nóvoQ[pónos], pena,
dolor. En la literatura rabínica encontra-
mos muchos paralelismos a este respec-
to. Aunque apenas se menciona el
sentimiento característico de placer que
lleva consigo el concepto griego, se ad-
vierte insistentemente contra la
«mala inclinación» (en hebreo yéser ha
ra'), que hace a uno flojo para el estudio
de la Tora (St.-B. IV, 473 s y otros).
III En el NT, hédoné sólo es utilizado
en 5 ocasiones y, por lo general, en tex-
tos
tardíos y en el sentido negativo que tie-
ne en el helenismo.
1. El hombre que está alejado de Dios
sólo busca el placer. En la medida en
que
procura satisfacer esta ansia irrefrena-
ble de placer y se rebela contra Dios y
su voluntad,
cae realmente en la esclavitud de los
placeres, hédonaí; se ha hecho SovÁoq
[doülos]
(-> esclavo), vive en -> pecado, privado
de Dios, a menos que Dios le salve de
esta
esclavitud (Tit 3, 3). 2 Pe 2, 13 ss nos
describe a este hombre que se entrega a
los hédonaí
de este mundo y nos muestra cómo ha
caído bajo el dominio de las potencias
enemigas de
Dios.
2. Pero no es sólo el hombre que vive
apartado de Dios el que está amenazado
por
el ímpetu insaciable de los instintos (Tit
3, 3); también el cristiano puede caer en
su poder.
Incluso puede abusarse de la oración
como medio para satisfacer las pasio-
nes; pero Sant
4, 3 nos muestra de un modo apremian-
te la inutilidad total de una oración he-
cha de esta
forma. Cuando se deja vía libre a los
instintos incontrolados y la hédoné se
enseñorea de
la vida, la relación con Dios se ve gra-
vemente amenazada, la paz interior per-
turbada y las
relaciones con el prójimo envenenadas.
Cuando el hombre se doblega a los pla-
ceres se
enreda en una continua discordia y se
precipita en un caos (Sant 4, 1). Los ca-
tálogos de
vicios recopilan de un modo muy con-
creto todo aquello que puede conside-
rarse como
signo característico y consecuencia de
la hédoné. Estos catálogos abarcan,
desde la
incontinencia sexual a la falta de consi-
deración para con el prójimo pasando
por todas
las formas de egoísmo.

3. Los peligros que para la fe suponen


los bajos instintos son expuestos de un
modo
muy gráfico en la interpretación de la
parábola del sembrador. Es cierto que
sólo Le 8,14
emplea aquí —¿adición tardía?— la ex-
presión r¡dovai TOÜ {¡iov [hédonaí toü
biou]; Me 4,
19 tiene epithymía; Mt 13, 22, r¡ pépifi-
vot TOÜ aiwvoQ [he mérimna toü aió-
nos] (->preo-
cupación) y f\ áyánr] TOÜ IZXOÜTOÜ
[he agápé toü ploütou] (-» seducir). Allí
donde domina la
hedoné, la fe queda ahogada entre las
espinas y muere.
4. Esto aparece de un modo particular-
mente claro en los falsos doctores: ellos
se
enredan en el error, pervierten a otros y
llegan a la autodestrucción moral que,
en 2 Tim
3, 4, es descrita en todos sus rasgos
concretos como un signo de la época
preescatológica.
Pablo emplea aquí los términos com-
puestos helenísticos (pútjSovoi [philé-
donoi], dados a
los placeres, y q>úó9eoi [philótheoi],
amantes de Dios (único ejemplo en el
NT), que había
introducido ya Filón.
5. Al igual que la palabra epithymía,
hedoné designa el poder siniestro de la
instintividad, del ansia de placer (que es
insaciable y enemiga de Dios), que —
inmanente
al hombre mismo— amenaza las nor-
mas morales y esclaviza al hombre. El
NT advierte a
los cristianos —aunque sólo Tit 3, 3
emplea expresamente hédonaí en este
contexto— que
no se dejen llevar por ella y que se
mantengan siempre vigilantes. La hedo-
né, en cuanto
ansia de vivir, sólo puede ser vencida
por la virtud de Dios.
Pero la hedoné no ha de confundirse
con el deseo o el anhelo de una auténti-
ca
-» alegría [chara] a la que de ningún
modo es contrario el NT y que lleva
consigo la
comunión vital con Dios incluso en me-
dio del sufrimiento y la persecución. Si
la
declaración sumaria de 2 Pe 2,13, que
afirma la conexión entre la falsa doctri-
na y la vida
libertina: r¡óovr¡v rjyoópevoi Tr¡v ev
t)pépa xpü(pr¡v [hedonén hégoúmenoi
ten en héméra
tryphen] = «su idea del placer es la
francachela en pleno día», es completa-
da, como opina
Stáhlin (ThWb IV, 928, 30), por Sant 1,
2 (n&aoiv /apáv r\yr\<jaa&E, ó'tav nei-
paapoíc;
mpinéor¡T£ [pasan choran hégésasthe,
hótan peirasmois peripéséte] = «teneos
por muy
dichosos, cuando os veáis asediados por
pruebas de todo género»), queda claro
el modo
paradójico en que se cumple el anhelo
de alegría de los cristianos.

ópéyopocí [orégomai] aspirar a, tender


a; opet;i<; [órexis] anhelo, nostalgia
I Orégomai (voz media de ópéyo> [oré-
gó]; ambos ya en Homero; de la misma
raíz que el latín regere y el
castellano regir), desperezarse, exten-
der, estirarse, tenderse, al igual que el
sustantivo órexis (usado desde Platón),
aparece sobre todo en sentido figurado
y designa la tendencia: a) en cuanto as-
piración del alma, y b) (de un
modo relativamente raro) como deseo
corporal. La palabra ha adquirido una
importancia especial en la Stoa. Allí
se habla de la aspiración del alma basa-
da en una decisión consciente de la vo-
luntad y guiada por la razón humana.
Sustraída al poder y a la disciplina de la
razón, la aspiración se convierte en
concupiscencia (-» éiiií)up.ia.
[epithymía]). El ideal de vida más ele-
vado es la aspiración que está de acuer-
do con el propio yo y es Kaxa cpúmv
[katá physin], según naturaleza. Filón
entiende por órexis la nostalgia que tie-
ne el alma del mundo de las «ideas».
II En la Biblia el concepto se encuentra
sólo en los escritos deuterocanónicos de
los LXX; tiene un sentido
positivo en Sab 16, 2 s, en donde Dios
satisface el apetito de la generación del
desierto con codornices; en cambio,
tiene un sentido negativo en Eclo (18,
30; 23, 6), que advierte contra las per-
versidades que tienen lugar en los
festines. En este último libro aparece
claramente el influjo de la filosofía
griega.
III En el NT, orégomai aparece única-
mente 3 veces y órexis una sola vez;
ambas
palabras se utilizan tanto en sentido po-
sitivo (1 Tim 3,1; Heb 11,6) como ne-
gativo (1 Tim
6, 10; Rom 1, 27). En Heb 11, 16, oré-
gomai reasume el sm£r]TsTv [epizé-
teín], buscar, del v.
14. Es el anhelo (que surge de la fe) de
una patria mejor, de una patria celestial,
es decir, de
un vivir en Dios. Este anhelo no brota
de un impulso inmanente del hombre o
de su
naturaleza, sino de la promesa divina
(11,9.13.15). Se manifiesta en un ansia
ferviente que
espera el cumplimiento de la promesa,
en la obediencia de la fe (11, 8.17); por
consiguien-
te, no es un mero sentimentalismo si-
tuado fuera de la realidad, sino la orien-
tación de la
voluntad hacia un objetivo establecido
por Dios, que se configura en la reali-
dad de este
mundo. Cuando ese anhelo no se orien-
ta hacia la salvación otorgada por Dios,
el hombre
cae bajo el dominio de poderes que le
llevan a la perdición, p. ej., la avaricia
(1 Tim 6,10).
En cambio, en la misma carta (3, 1) se
elogia la aspiración a desempeñar un
ministerio
dentro de la comunidad.
Si, según Rom 1, 27, órexis designa el
impulso sexual, hay que tener en cuen-
ta, no
obstante, que en este pasaje no se des-
valoriza o se rechaza el deseo corporal
en la línea del
dualismo griego. Pablo sólo censura el
uso perverso del instinto, es decir, la
pederastía y
la homosexualidad, que surgen cuando
el hombre troca la verdad de Dios por
la mentira
(v. 25).
J. Guhrt

PARA LA PRAXIS PASTORAL


Podemos establecer una cierta grada-
ción entre los conceptos aquí aborda-
dos: mien-
tras que orégomai expresa sobre todo el
anhelo o la aspiración consciente y pla-
neada, y
epipothéd es utilizado siempre en un
sentido positivo para expresar el deseo
o el apetito
tenido a raya, en los vocablos epithy-
mía y hédoné al deseo o al instinto irra-
cional y animal
se une una fuerza casi personal cuya
descripción nos recuerda al -> pecado
que sojuzga al
hombre. Como ocurre en el caso del pe-
cado, el hombre cree hacer su propia
voluntad y
perseguir metas que él mismo se ha
propuesto. El deseo, el placer, al igual
que otros
poderes satánico-demoníacos, están
montados sobre el hecho de que aparen-
temente,
satisfacen el ansia de goce y de domi-
nio del hombre; en realidad le conducen
a un
autoengaño y a una insatisfacción que
hace que pase de las manos del deseo a
las del goce
y sea su juguete.
Es cierto que los griegos intentaron es-
tablecer un orden y una jerarquía: la
epithymía
aspira a la hédoné, y, cuando está satis-
fecha, reina la chara. Pero estos concep-
tos no
pueden ser delimitados entre sí con tan-
ta claridad. Lo peculiar de ellos es que,
tanto en el
NT como en nuestro lenguaje corriente,
el mismo concepto sirve para designar
la
emoción o excitación del sentimiento,
la satisfacción buscada y experimentada
y la fuerza
que provoca ambas cosas; en otras pala-
bras: placer y deseo pueden ser, o bien
una
experiencia actual o bien una potencia
permanente: «Todo goce quiere ser
eterno»
(Nietzsche, Zaratustra). El instinto in-
controlado, que en el animal queda, por
así decir,
limitado y regulado automáticamente,
en el hombre ha de ser gobernado por
un
entendimiento obediente y una voluntad
orientada hacia un fin, y ha de quedar
limitado
por la autoridad de la ley de Dios. El
hombre se sitúa, pues, en cierto sentido,
entre Dios y
sus instintos ansiosos de dominio. Sólo
puede mantenerlos bajo control a través
de una
orientación hacia la voluntad de Dios.

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