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Convivir con fantasmas: ontologías de la ausencia y lo siniestro

Simha Harari Cheja


El Toro Salvaje
6 de septiembre de 2022

Una de mis primeras reflexiones “filosóficas” ocurrió cuando tenía apenas unos seis años.
Fue un día especial en el que, mientras miraba por la ventana, me hice consciente de una
imposibilidad: el tiempo corre y, por más que se intente, no se puede detener. Recuerdo ese
momento como un instante de desajuste, como si por primera vez me hubiera dado cuenta de lo
pequeña y limitada que era. No podía evitar que el tiempo me arrastrara con él, aunque pusiera
toda mi energía en ello. Por un segundo entendí que algún día estaría escribiendo esto; y que en
otro —demasiado pronto, probablemente— estaría tomando mis últimos respiros. Y todo eso
pasaría sin que yo pudiera hacer nada para que un solo minuto se quedara quieto.
Incluso ahora, ese pensamiento me parece insoportable.
¿Cómo es que la única parte temporal a la que tengo acceso es el presente, si además el
presente es tan escurridizo?
Heráclito ya lo había pensado: “Un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río”.
Critón el cínico lo llevó al extremo: “de hecho, no puede hacerlo ni una sola vez”.
Presencia. Explicar derrida y así
Y es que ese es el problema con el tiempo: contradice nuestras intuiciones de la presencia.
El problema de la presencia: de querer que las cosas sean asibles. Ni siquiera
permanentes, solo asibles. Pero siempre es demasiado tarde y demasiado pronto. Ya no y aún no.

¿Qué es la hauntología y por qué podría ser una alternativa? El concepto (o puncepto)
viene de un juego de palabras: una combinación entre el asedio (haunt) y la ontología. Tiene que
ver con cuestionar una metafísica de la presencia. El autor de Espectros de Marx lo pone en los
siguientes términos: “asediar no quiere decir estar presente, y es preciso introducir el asedio en la
construcción misma de un concepto” (Derrida, 2012, p. 180). Lo interesante de los espectros es
que nunca pueden estar completamente presentes: se hacen presentes, en todo caso, mediante la
ausencia. Así, el asedio señala una relación con lo que ya no es más, o con lo que todavía no es.
Mark Fisher, en Los fantasmas de mi vida, retoma este concepto y propone pensar a la
hauntología “como la agencia de lo virtual, entendiendo al espectro no como algo sobrenatural,
sino como aquello que actúa sin existir (físicamente)” (2018, p. 44). Me interesa esta idea de la
agencia de lo virtual porque tiene que ver con la interdependencia sin centro de las cosas: pensar
en the mesh implica pensar sin distancias, separaciones, ni límites. Por lo tanto, la idea contiene
la posibilidad de la acción virtual (o fantasmal, más bien): hay entidades afectándose unas a otras
constantemente, y su interacción no siempre es inteligible, visible, ni causal.  Por ejemplo, la
basura tiene algo de fantasmal: no es ni presencia ni ausencia, es pura abyección que, sin
embargo, regresa a asediar el mundo de la presencia cuando su demasía trasgrede ciertos límites.
De manera oblicua, esta idea es interesante porque podría permitir una nueva comprensión del
actuar.
Lo que la hauntología viene a enseñarnos, de esta manera, es que “nada goza de una
existencia puramente positiva. Todo lo que existe es posible únicamente sobre la base de una
serie de ausencias, que lo preceden, lo rodean y le permiten poseer consistencia e inteligibilidad”
(Fisher, 2018, p. 44). Los monstruos pueden ser un punto de partida para integrar esas ausencias
al modo en que pensamos la vida, son la exclusión que sin embargo nos recuerda la diferencia. Y,
por lo mismo, es necesario retomar el horror, el miedo, la angustia, la extrañeza (incluso pensar a
la nostalgia como un tipo de extrañeza), para pensar en otros términos.

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¿cómo habitamos lugares embrujados en nuestra vida cotidiana? ¿puede lo fantasmal ser
una clave para lidiar con la incertidumbre, el desarraigo, la angustia de lo efímero?

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