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Reflexión sobre la Marcha: Nunca más

Simha Harari Cheja


Desafíos Intelectuales del Judaísmo Contemporáneo
Febrero-Junio 2020

Hannah Arendt, en una entrevista con Günter Gauss, dijo, refiriéndose a Auschwitz, 1 que
“ahí pasó algo con lo que nunca más podremos reconciliarnos”. 2 Con esta frase, ella nos pone
frente a una cuestión existencial (y, por lo tanto, fuertemente política) que surge después de
Auschwitz: la imposibilidad de reconciliación; la consciencia de que aquello que sucedió fue tan
virulento, que jamás podremos alcanzar una síntesis o una superación positiva. Es decir, Hannah
Arendt nos recuerda que lo que allí ocurrió excede toda posibilidad de comprensión: que no
podremos, nunca, terminar de darle sentido.
Regresemos un poco: lo que Hannah Arendt trae a cuenta con la frase citada
anteriormente es, a grandes rasgos, el problema de cómo explicar Auschwitz. ¿Podemos explicar
un hecho tan virulento, o es un mal tan radical que yace completamente fuera de nuestra
comprensión? Porque cuando intentamos explicar cualquier evento, cuando intentamos
comprenderlo, siempre absolvemos algo. Es decir, cuando encontramos causas, raíces o
explicaciones, terminamos (casi) justificando aquello que queremos comprender. Si logramos
colocar un hecho virulento en cierto encorcetamiento conceptual, es como si lograramos
atenuarlo. “What is terrifying is that it was sensless”, decía Primo Levi sobre Auschwitz.
Entonces, lo que Auschwitz nos exige —con esa carencia absoluta de sentido— es ir hasta el
fundamento mismo de lo que somos para repensar, no sólo lo que sucedió, sino todo aquello que
pensamos que nos hace humanos. Y eso implica, no reconciliarnos con los hechos, sino
transformarnos en un nivel profundo.

1
“Holocausto” es una palabra griega que significa “todo quemado” y remite a un texto bíblico en el que se traduce
como “sacrificio con fuego” (y, en otros textos, implica una connotación fuertemente antisemita). Aunque es un
término muy consensuado para hablar del exterminio nazi, personalmente prefiero utilizar “Auschwitz”. El
eufemismo “Shoá” (que en hebreo se traduce como “devastación” o “catástrofe”) no me parece más apropiado, pues
—precisamente por su carácter de eufemismo— resulta demasiado ambiguo (y también, en la Biblia, implica a
menudo la idea de un castigo divino). “Auschwitz”, para mí, sí representa el carácter del suceso, que no fue
meramente una “catástrofe”, sino un exterminio estructurado y sistematizado, donde no se moría, sino que se
fabricaban cadáveres. Sin embargo, la discusión sobre los términos es más extensa y complicada, y pienso que no es
el lugar para ahondar en ella.
2
Hannah Arendt: ¿Qué queda? Queda la Lengua Materna (1964), consultado el 7 de octubre de 2019,
https://www.youtube.com/watch?v=WDovm3A1wI4.
Ahora bien, cada año, en la Marcha de la vida, repetimos la frase “nunca más”. ¿A qué
nos referimos con ello? Me parece que lo decimos con la pretensión de tomar distancia; de hacer
que eso que ocurrió “más allá” no alcance nuestro “más acá”. De esta forma, ese “nunca más”
entraña una búsqueda de sentido. Y toda búsqueda de sentido es, en el fondo, un intento de
absolución. Es el final feliz que narramos —y que repetimos— para soportar un hecho
insoportable, para contener un hecho fuera de toda contención. En otras palabras, es una
manifestación de ese impulso (imposible) de reconciliación del que habla Hannah Arendt. Y
dicho impulso tiene que ver con el deseo de absolvernos a nosotros mismos; de no dejar de los
hechos nos transformen.
Dejemos lo anterior por ahora, y hablemos de otra de las cuestiones que surgen cuando
mencionamos la frase “nunca más”: la cuestión del compromiso. Es decir, nos preguntamos si
Auschwitz debe generar en nosotros algún tipo de compromiso. Y aunque la respuesta,
ciertamente, es que sí, aún podemos preguntar de qué hablamos cuando afirmamos tal cosa,
porque el compromiso que se cristaliza en una frase como “nunca más” no parece suficiente:
“Tras la impotencia de Dios se deja ver la de los hombres, que repiten su ¡plus jamais ça! cuando
ya está claro que ça está en todas las partes”.3 Como dice Agamben, es evidente que los hechos se
reproducen constantemente y en todas partes (incluyendo la realidad de violencia extrema en
México), de suerte que el “nunca más” enuncia una promesa desafortunada, un final feliz que no
existió ni existe. Y tendríamos que dar cuenta de eso, en un primer momento, para hablar de
compromiso.
Ahora, ¿qué tipo de compromisos tenemos después de Auschwitz? Para responder, me
gustaría introducir un concepto filosófico que puede tener lugar tanto en el ámbito individual
como en el internacional o comunitario: la otredad. Para mí, el otro se encuentra en el espacio
que hay entre aquello que es absolutamente cercano (casi tanto que nos constituye) y aquello que,
a la vez, escapa completamente de nuestra comprensión. Como dice Lévinas, “Lo absolutamente
Otro, es el Otro. No se enumera conmigo. La colectividad en la que digo «tú» o «nosotros» no es
un plural de «Yo». Yo, tú, no son aquí individuos de un concepto común. Ni la posesión, ni la
unidad del número, ni la unidad del concepto, me incorporan al Otro. Ausencia de patria común
que hace del Otro el extranjero; el extranjero que perturba el «en nuestra casa». Pero extranjero
quiere decir también libre. Sobre él no puedo poder. Escapa a mi aprehensión en un aspecto
3
Giorgio Agamben y Antonio Gimeno Cuspinera, Lo que queda de Auschwitz el archivo y el testigo homo sacer III
(Valencia (España): Pre-Textos, 2009).
esencial, aún si dispongo de él”.4 En otras palabras, la otredad tiene que ver con aquello que está
más allá que yo, con aquello que me excede y que, por su diferencia, no puedo aprehenderlo o
disponer de él. De aquí se siguen los principios de la responsabilidad5 y el rostro6, a partir de los
cuales la estructura del otro y mi relación con éste ya no es de carácter ontológico, sino de
carácter ético. Si Auschwitz debe generar en nosotros algún tipo de compromiso, indudablemente
será con el otro; con lo cual podemos pensar en la posibilidad de no repetir la frase “nunca más”
y, en lugar de eso, comenzar a mirar el rostro del otro.
Para concluir, la frase “nunca más” esconde un intento de asir las raíces de un hecho
incomprensible y, con esto, de absolver nuestro concepto mismo de lo humano; esconde el
intento de reconciliación del que Hannah Arendt hablaba. Sin embargo, lo que Auschwitz nos
exige —y esto va mucho más allá de la comprensión de un hecho— es cuestionar y desmontar
todas las categorías con las que nos manejamos. Y esto, para mí, pasa por el reconocimiento del
otro, al que no podemos aprehender pero, a la vez, está en todos lados. Si Auschwitz nos exige
algún tipo de compromiso, es eso: dejar que la mirada del otro nos transforme; porque, como
diría Sartre, en la mirada del otro, está la muerte.

4
Levinas, Emmanuel, and Miguel García-Baró. 2016. Totalidad E Infinito. Salamanca. p. 63.
5
“Hablo de la responsabilidad como la estructura esencial, primera, fundamental, de la subjetividad. Puesto que es
en términos éticos como describo la subjetividad. La ética, aquí, no viene a modo de suplemento de una base
existencial previa; es en la ética, entendida como responsabilidad, donde se anuda el nudo mismo de lo subjetivo.
Entiendo responsabilidad como responsabilidad para con el otro, así, pues, como responsabilidad para con lo que no
es asunto mío o que incluso no me concierne; o que precisamente me concierne, es abordado por mí, como rostro.”
(Ética e infinito, pág 79).
6
“[...] el acceso al rostro es de entrada ético. Cuando usted ve una nariz, unos ojos, una frente, un menton, y puede
usted describirlos, entonces usted se vuelve hacia el otro como hacia un objeto. ¡La mejor manera de encontrar al
otro es la de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos! Cierto es que la relación con el rostro puede estar
dominada por la percepción, por lo que es específicamente rostro resulta ser aquello que no se reduce a ella.” (Ética e
infinito, pág 71)

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