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INDICE

Prólogo de Erika Ledezma…………………………………………..….……


Presentación de Jesús Zamora…………………………………………..….

Camino uno
Los Pazuzus contra los zorrillos

Daemones dimisit: (Los demonios liberados)……………….…….


Deep Democracy……………………………………………………..
“Se nos fueron vivos”…………………………………………………
Exorcizados…………………………………..……………...………..

Camino dos
El día del Loco
La magia de los problemas……………………………….…………
Ceremonia y ataque……………………………………………….…

Camino tres
What ever you want
El tránsito……………………………………………………………..
La mística de las calles…………………………………….………..
Un grave error……………………………………………….……….

Camino cuatro
Guerra Sucia Cultural
Iniciación………………………………………………..…..….…….
El miedo al futuro…………………………..…..…………….…..….
La Guerra Sucia Cultural…………………….…………….…….…
La despedida……………………………………………………….

Camino cinco
Starsky
Let There be Rock…………………………………………….….…
La PIM: El Escuadrón del Terror Tapatío…………………..….…
Que siga el rock……………………………………………….….…

Fragmento del libro Whatever you want! de Jesús Zamora, texto en proceso de edición en el “Taller Editorial La Casa del
Mago”, Guadalajara Jalisco. Portada de prueba, no oficial, año 2023. ®
“Whatever you want!”, título del presente libro del historiador Jesús Zamora, proviene
de una canción lanzada en septiembre de 1979 por la banda inglesa Status Quo. En
la Guadalajara de los años 70s y 80s, el grupo de rock “La Solemnidad” algunas
veces ejecutaba ese tema en sus conciertos, en los barrios del oriente o este de la
ciudad, convirtiendo con el tiempo al tema, en un auténtico himno juvenil. La
Solemnidad fue una banda que estuvo vigente en la Guadalajara de los años que
fueron de 1972 a 1986. Popularmente, se conoció a este grupo como “La Sole”, y a
sus seguidores, -que en su mayoría provenían de las innumerables pandillas que se
habían conformado en el este de la ciudad-, se les conoció en el ambiente del rock
tapatío como “Los Soleros”. Este libro contiene una serie cruda de pasajes,
memorias, relatos, análisis y experiencias alusivas a un tiempo en que –durante la
adolescencia del autor-, asistió a algunas de las tocadas de esta banda, esto en
diferentes puntos de la ciudad en a mediados de los años 80s.

Erika Ledezma Barragán


Mayo 2023
CAMINO UNO

Los Pazuzus contra Los Zorrillos.


Daemones dimisit.
(Los demonios liberados).

Fue una batalla entre dos de las pandillas más importantes del este de la ciudad a
principios de los años 80s. Ocurrió en el área de las calles Gigantes y la 46 del
Sector Libertad, durante el invierno de 1982. “Los Zorrillos” habían tomado su
nombre de la forma peculiar en que su líder, se había decolorado el cabello con
agua oxigenada, se hizo una franja que corría del copete al coco, y no faltó quién la
identificara con la forma del lomo de los zorrillos. Esta pandilla justo tenía su base de
acción en alguna de las vecindades del cruce mencionado. Algunos de los Zorrillos
eran seguidores de la Solemnidad, todos lo sabíamos dado que fueron comunes los
saludos que les mandaba Blas Rodríguez, cantante de la banda, a la pandilla en las
presentaciones del grupo. En los conciertos de La Sole, era muy importante el pase
de lista de las pandillas. En un momento dado del evento, la música se detenía y el
cantante empezaba a leer los nombres de las bandas presentes, que vienen de
todos lados de la ciudad. Mientras Blas cantaba, algunos chicos se le iban
acercando con papelitos en los que habían anotado el nombre de su pandilla. Blas
los iba acumulando para leerlos todos de una sola vez. Había ocasiones en que el
muchacho que se le acercaba intentaba decirle alguna cosa, se notaba el intento de
hablarle al músico, acercándosele lo más posible al oído mientras Blas no dejaba de
cantar. Una imagen que a lo lejos, para quienes la veíamos transcurría muda. El
súper volumen de las canciones ejecutándose impedía siquiera creer que Blas
escuchara nada. Pero no importaba. Llegado el momento Blas leería las pequeñas
notas, gritos y saltos sonaban cuando los grupos de muchachos iban escuchando el
nombre de su pandilla. Alegría colectiva por el reconocimiento público.

-Estamos mandando un saludo a “Los de Vidrio”, a “Los Sureños”, a “Los


Vagos”; a “Los Mártires”, a “Los Zorrillos”, a “Los Pazuzus”-, y así.
Venía luego, como cierre del momento de los mensajes, una declaración de Blas
que nos dejaba ver con claridad que los asistentes pertenecíamos a algo que iba
más allá de una efímera tardeada.

-Este saludo va para todas las bandas de Tlaquepaque- decía Blas con
fuerza. –Para todas las bandas de Zapopan, para todas las bandas de
Tlaquepaque y de Tonalá. Un saludo para todos ellos-.

Nunca dejó de llamarme la atención ese mensaje genérico dirigido a todas esas
pandillas, quizás no presentes en ese momento, pero de las cuales Blas sabía su
existencia. Y es que un día, los jefes de alguna de estas bandas les obsequiaron a
Blas y a los integrantes de “La Solemnidad”, una lona de un metro y medio
cuadrado, con los placazos de los nombres de muchas de las pandillas de la ciudad.
Hay una fotografía de eso. Los integrantes de La Sole de pie, y tras de ellos, colgada
en la pared, la manta con más de treinta nombres. Fuera de Toncho Pilatos, La Sole
era la única banda con esa capacidad de concentrar la simpatía de cientos, sino que
miles de jóvenes de ese tiempo. Antes del movimiento de las Bandas Unidas del
Sector Hidalgo (BUSH), que fue a mediados de los 80s, las tocadas de La Sole eran
sin duda, el gran escenario para medir la dimensión de un fenómeno vital creciente,
que contaba con una gran dosis de auto conciencia. Fue en uno de esos breves
lapsos de los saludos, que escuché por primera vez los nombres de “Los Zorrillos” y
“Los Pazuzus”. Estos últimos tenían su punto de reunión a las afueras del Cine
Sorpresa, en las calles 52 y la de Javier Mina. El nombre de la pandilla lo sacaron de
la película El Exorcista II, el Hereje, la malhecha secuela de John Boorman lanzada
en junio de 1977 en la que se menciona al dios Pazuzu, y que en Guadalajara
circulaba en marzo del 78. En el tema del cine, exista la lógica de un circuito. Las
películas llegaban primero a las salas de lujo como el cine Diana, Las Américas o el
Metropolitan. Y cuando digo salas de lujo me refiero precisamente a eso.
Simplemente el cine Metropolitan, inaugurado en los 50s o 60s tenía un campo de
afluencia para más de 3,500 personas, con escaleras de mármol, alfombra roja y
toda la cosa. Ahí llegaban primero los filmes de moda. Para el otoño de ese 1978,
en octubre, la película de “El Exorcista II”, ya circulaba en los cines baratos y
descuidados del este de la ciudad, de los cuales el Cine Obregón, el Park, el Ideal y
el Sorpresa, eran algunos de ellos. No dejo de pensar hasta el día de hoy por el
nombre de esta pandilla, en lo sorprendente que es imaginar la manera en que se
disemina la cultura de la especie humana. Y es que estamos hablando de Pazuzu,
un dios que rolaba por el mundo sumerio del siglo VII antes de Cristo; el “espíritu
maligno de los vientos errantes”, puesto ahora como nombre de una pandilla que
avanzaba por las noches, en uno de los barrios más peligros de una ciudad católica
mexicana del siglo XX. Talvez para mucho de eso era una pandilla en los años 80s.
Una fuerza invisible que circulaba como amenaza incorpórea en las mentes de
quienes vivían en esa zona de la ciudad. Un placazo en las paredes de las calles era
el recordatorio: “Pazuzus”, y ya sola, la cabeza se ponía a trabajar: “Aquí, hay
peligro”. Para muchas personas eso significaba una pandilla. Una brisa de aire
malévolo que fría iba tomando las calles, llenándolas de inquietud, desplazándose
amenazante en los ojos encendidos de un líder capitaneando una tropa de sombras.
Insertándose ellos como grupo, en las paredes de los edificios de una ciudad que
por sus dimensiones, estaba ya en la mira de la gran máquina del mega-capitalismo
global que para inicios de los 80s, ya olfateaba los aires de Guadalajara, dispuesto a
tragársela sin mascarla con todo y sus pandillas. Esas sombras representadas en un
placazo, en un grafiti de alguna pandilla, se podían materializar en cualquier
momento. Si era necesario enfrentar a un enemigo, de entre las calles emergían en
un ataque coordinado, entre 5 a 50 muchachos desatados en gritos y putazos por
doquier. Esos eran los contextos de esos barrios en los 80s. Para un adolescente,
para un joven, era muy difícil tratar de escapar de esa violencia a través de las
pocas fisuras abiertas en el terrible laberinto impuesto por la fuerza como “orden
social”. Era más fácil aliarse con sus iguales, unirse a otros chicos como él mismo
para enfrentar las cosas unidos. Con la unión entre muchos, el miedo se diluye, te
atreves a hacer muchas cosas que de otra manera, estando solo, quizá no harías.
Así nacían las pandillas: primero la unión, los pactos, la definición de los liderazgos,
y por último el bautizo de la nueva entidad, de la nueva organización. Hay que
ponerle un nombre a esto, a esta nueva fuerza. Hagámosla temible: “Los Vagos”,
“Los Pelamuertos”, “Los Chucos”, “Los Zorrillos”, “Los Pazuzus”. Luego de bautizar
a la pandilla, era necesario dejar que brotara un poco de esa lava humana que diera
cuenta del nacimiento de un nuevo poder, una nueva pandilla. Algunos atracos,
tumbar a algunos cuantos transeúntes, filerear a un par de enemigos, invadir los
territorios enemigos y averiar o destruir algunas de sus propiedades. A toda costa
había que inyectar en la cabeza de toda la ciudad este nuevo nombre sino, ¿De qué
servía haber tomado el tiempo de nombrar a la pandilla? Es por ello que a las
semanas que circulaba la película El Exorcista II, por los barrios aledaños al Cine
Sorpresa aparecieron “Los Pazuzus” comandada por el panadero Armando Rivera,
alías “El Mango” con el apoyo de Andrés Soto, “El Mayco” y Jaime Hernández, a
quien le decían “El Coche”. Formalizar la existencia de una pandilla era una hazaña
en los esquemas sociales de los barrios de la ciudad. Habla de liderazgos, de
consensos, de visiones comunes de mundo, de auto-inscripción. Luego de haber
visto la película de “El Exorcista II” un chingo de veces a lo largo de los años,
cuando empecé a conocer la historia de esta pandilla, me resultaba difícil no pensar
en “El Mango”, el líder de la pandilla, pasando noches de fiebres interminables, de
ausencia en su mirada, de ruidos extraños viniendo de ningún lado, de voces
llamándole del más allá. Imaginé al “Mango” teniendo una invasión del maligno en su
cuerpo, como la que tuvo Kokumo, el niño africano que enfrentaba la plaga de
langostas en la película. Volando, desde las alturas “El Mango” miraba en sus
sueños la ciudad, de punta a punta, la ciudad le pertenecería. Un viaje de elevación
con conciencia dron desde la que veía en la Guadalajara de los 80s, a la Catedral, el
parque Morelos, San Juan de Dios, Plaza del Sol, los restos de la Penal de Oblatos
siendo demolida por esos años, norte y sur, este y oeste a la vista del “Mango” quien
desde los aires nos anuncia su arribo, nos susurra tenebrosamente a todos: “I´m
Pazuzu!”. Espíritus babilónicos plantándose en su casa, que estaba sino me
equivoco, por esas tristes calles de los barrios aledaños a la Penal de Oblatos, zona
que sería conocida por otras pandillas oficialmente, como territorio Pazuzu.
Deep Democracy
El llamado de Blas Rodríguez, cantante de La Sole para tratar de conciliar a las
pandillas de la ciudad nombrándolas en el micrófono, era una manera de
enaltecerlas, de generar un reconocimiento que inhibiera la idea de que una era
superior a la otra. Un llamado democratizador sonando en las paredes de un mundo
al que la política tradicional de aquellos años, nunca pudo llegar. Blas sabía de su
liderazgo, sabía que la sacralidad de su envestidura como jefe de la banda de rock
más importante y a la vez más despreciada por los críticos de rock de la ciudad, le
confería un poder legitimador que ningún pendejo en el Congreso del Estado podría
conseguir nunca entre la juventud de los barrios marginales de Guadalajara. Otro
tipo de democracia, la Deep Democracy diría yo. Hoy en día los políticos quieren
que asumamos que México es un país democrático solo porque tiene un órgano que
habilita las elecciones, y la existencia de los partidos. Para los políticos mexicanos
contemporáneos, la democracia solo tiene que ver con elecciones, y con que haya
recursos de sobra, millones de dólares que alimenten a los de su casta. Son con
creces, los sucesores de las aristocracias virreinales, no les veo la diferencia. Ellos
son con sus prácticas, sus vicios y avaricia una nueva especie de virreinato
incrustado -ya ni secretamente- en las entrañas de instituciones creadas para
desangrar organizadamente, en una especie de red malévola, los recursos
generados por toda la sociedad. Toman todo, se trata de la conservación del poder,
no de mejorar al mundo. Por eso no les importa la educación, ni cultura, ni la salud,
ni la seguridad, porque no son demócratas. No saben lo que es el liberalismo ni
mucho menos conocen o entienden lo que son las dimensiones sociales del
neoliberalismo. Es más fácil culpar a ese modelo de la situación del país que
asumirse como culpables ellos mismos. Siempre lo han hecho. Todos tienen la culpa
de lo que pasa en México, ellos no: la OMC, el GATT, el Banco Mundial, el FMI, el
TLC, el T-MEC, y sobre todo, el Neoliberalismo: ellos no. Los billonarios fraudes, la
brutal corrupción de la cual ellos son autores dicen, eso no nos afecta como
sociedad: “Es el Neoliberalismo” e insisten en autonombrarse “demócratas”. Simulan
no darse cuenta de lo ridículo que resulta hablar de “democracia” en un país con
350,000 muertos como señala el autor del libro Narcoamérica, José Luís Pardo, o
con 110,000 personas desaparecidas. ¿Qué clase de democracia puede representar
ese desastre? Ahí estribaba la importancia del llamado a la unidad, al respeto entre
las pandillas, al autocuidado que como comunidad debíamos tener, que nos hacían
el Maestro Blas Rodríguez, o Alfonso Guerrero, alias el Señor Toncho Pilatos. Esa
es la democracia que nos importa, no la de sus lujosas elecciones. La democracia
en asuntos de salud, de educación, de cultura, de seguridad, eso es lo que nos
importaba entonces, en los 80s y nos sigue importando ahora, dado que son
aspiraciones que aún no se han cumplido. Está visto en México. Desde la
posrevolución, la obsesión de la clase política por la instauración de sistemas
represivos revela que no hay imaginación. La declarada guerra contra las pandillas
de 1982, es un ejemplo de que no había interés por hacer las cosas diferentes. Se
dicen una democracia pero por su pasión hacia las armas, a la violencia y al castigo,
se comportan como una dictadura, de otra manera no estaríamos anhelando
mejores sistemas de educación, de salud o de cultura, simplemente ya los
tendríamos. Para ellos, la “democracia” es solo un membrete que usan como boleto
de cobro ante el INE para recibir los miles de millones de sus partidos, y….ya. Blas
sabía que se dirigía a un tipo de muchacho ondeado en situaciones de presión
extrema, y que de manera constante atravesaba mundos que iban de la carencia y
violencia domestica producida por el desempleo juvenil, a las dimensiones del
rompimiento con la realidad. Eso era lo que había detrás del ruido de los pies
corriendo cuando ocurría una confrontación entre pandillas, los chicos estaban
poseídos, llegaba ese temblor de la electrificación de los cuerpos en busca de la
muerte, la del otro o la propia. Recibir un putazo en la cabeza, un golpe seco en la
cara con una manopla de bronce, un batazo, un cadenazo, una botella rota
buscando el cuello, patadas en la cara o la pulcritud de una bala. En las calles en
que se sucedían las peleas, la otra vida tendía su alfombra. Una tela transparente
que flota imaginaria en el aire, separa la chanza de dar o recibir un navajazo. El
combate cuerpo a cuerpo con un desconocido. Las casas, sus puertas, sus
ventanas, las personas, el cielo, el panorama total desaparece. Se nubla la vista y
solo existe la silueta del contrincante dispuesto absolutamente a darte en tu madre.
Nada diferente de un agarre uno a uno como ocurrió en las calles francesas de la
Segunda Guerra Mundial entre nazis y miembros de la resistencia, o en las selvas
de Vietnam o en los ghettos de la Nicaragua en la época reaganiana de los Contras.
Una pelea cuerpo a cuerpo era sin duda, un auténtico suceso. La erupción de la
sangre aparecía luego de algunos buenos esquives de puñetazos. Uno de esos
golpes tenía que dar en el blanco tarde o temprano. Esa era la danza que observé
algunas ocasiones en esos barrios del este. Algunas veces lleguemos incluso, en los
momentos posteriores a un arranque que devino en un asesinato. Otras más al estar
nosotros jugando o simplemente caminando por alguna calle, sonaba la ambulancia
y al acercarnos, una o dos cuadras en donde aterrizaban los señores de la Cruz
Verde o la Cruz Roja, recogían a alguien, con las manos contraídas en la convulsión
última de aferrarse al aire, como aquel primer cadáver que nos tocó ver en la vida,
lejos, perdida la imagen en las sombras de la infancia. Esto en la calle Federación
frente al número 1686 y la 52 en San Juan Bosco ya en la noche, afuera de lo que
era una tortillera, y que después supimos era el cuerpo desamparado de un chico al
que habían navajeado por robarlo. Sangre pintando las caras de los que
encontraban la ruta de su personal más allá detrás de las puertas de una
ambulancia que nos separaba de las dimensiones de lo vivo y lo no vivo. El sonido
de la sirena desaparecía en las calles y nosotros nos dispersábamos enredados en
nuestras propias sombras, acompañados todo el camino y varias noches por el
pensamiento de ¿Qué pasó?, ¿Quién era ese?, ¿Por qué le hicieron eso? ¿Y su
mamá? ¿Qué va pasar?

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