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Transcrito y reeditado por Pizarra Libertaria

Sébastien Faure (1898- 1942) marca un hito en la


época gloriosa del movimiento libertario. Su
personalidad le llevará a embarcarse en múltiples
proyectos, todos ellos con el objetivo de construir
una sociedad libre, destacado en el pensamiento
ateo, la oratoria o sus dotes organizativa.
Consecuente con su ideal, intentará llevar a la
práctica sus palabras en todo momento, destacando
entre sus obras, libros como Mi Comunismo, la
Enciclopedia Anarquista, Las doce pruebas de la
inexistencia de Dios o Palabras de un educador.

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El movimiento libertario se preocupó, y mucho, por la

renovación pedagógica de la escuela. Bajo el término de

educación integral, se intentaba sembrar las semillas de la nueva

sociedad que anhelaban en las mentes de los niños y niñas

demostrando en la práctica que sus ideas no eran absurdas

utopías de malsoñadores, sino una realidad tangible. De ahí las

numerosas experiencias pedagógicas que surgieron en las

prostrimerías del s.XIX en donde se enmarca la experiencia de

La Ruche; si Paul Robín levantó un orfelinato y Francisco

Ferrer una escuela, Sébastien Faure sintetizará ambos

planteamientos y creará una verdadera colonia anarquista con

todos sus miembros confraternizando en igualdad y en donde se

pondrán en práctica todos los nuevos planteamientos

pedagógicos. Sin alumnos, no había escuela y, por lo tanto,

tampoco profesores, solo compañeros y compañeras que

compartían sus conocimientos haciendo del aprendizaje un

proceso natural. La Ruche, por lo tanto, debemos considerarla

como un hito en la historia de la pedagogía moderna, muy a

pesar del olvido imperante sobre lo que llegaron a construir

unas simples personas con la fuerza de sus ideas.

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LA RUCHE

UNA EXPERIENCIA PEDAGÓGICA

Sébastien Faure

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Este libro seguramente no necesita de un prólogo pues el
mismo escrito redactado por Faure es suficientemente claro y
conciso para requerir explicaciones previas. Lo que sí necesita
es de un epílogo. Necesita de una conclusión que explique el
tiempo pasado entre 1914, fecha de publicación del texto, y
1917, cierre de La Ruche. Median años muy convulsos que
dejaron una huella muy profunda en el movimiento obrero en
general y en la causa libertaria en particular.
Un proletariado antibelicista, convulsionado por una
propaganda militarista atroz y de profundo carácter nacionalista,
caerá en manos de un Marte que en galopante fantasma recorre
Europa de Norte a Sur. La coherencia que había mostrado el
movimiento anarquista frente a las diversas conflagraciones,
denunciando constantemente la guerra como un instrumento en
manos del Capital y los intereses burgueses para incrementar sus
volúmenes de negocio, con la Primera Guerra Mundial quedó
fracturada en dos bandos “irreconciliables”: por un lado
Kropotkin y su llamamiento a apoyar a la civilización frente a la
barbarie teutona; por otro lado, Malatesta y su anti-belicismo
irrenunciable. Refleja perfectamente el ambiente el siguiente
comentario de Errico Malatesta, escrito muchos años después:
“Fue uno de los momentos más dolorosos, más trágicos
de mi vida (y me atrevo a decir también de la suya), aquel en
que, después de una discusión en extremo penosa, nos

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separamos como adversarios, casi como enemigos”. (Studi
Sociali, (Montevideo) 15/04/1931)
En ese ambiente, Sébastien Faure tomará parte a favor de la
acción pacifista. Por medio de un manifiesto dado a la luz en
diciembre de 1914 bajo el título Por la paz. Llamamiento a los
socialistas, sindicalistas, revolucionarios y anarquistas,
intentará convocar una conferencia internacional entre los países
neutrales para actuar de mediadora entre los beligerantes y
hallar una solución pacífica al conflicto. Este escrito, muy
moderado en las formas y en el fondo pues no pretendía
ensanchar el cisma en el mundo libertario sino tender puentes
para la mutua comprensión, se redacta para su publicación en la
prensa, pero la censura previa imperante le llevó a editarlo en la
propia imprenta de La Ruche, llegando rápidamente el
manifiesto al frente en donde circuló de mano en mano entre las
tropas movilizadas. La reacción del gobierno no se hará esperar,
sobre todo tras los episodios de cofraternización en el frente
entre las tropas de ambos bandos durante las navidades de 1914.
El Ministro del Interior, el socialista Louis-Jean Malvy, le
convocará a una reunión el 26 de enero de la cual tenemos una
crónica redactada por Faure y que el mismo Malvy confirmará
años después. Reproduzcamos los argumentos empleados por el
ministro para “convencer” a Faure de que abandonara su
campaña en contra de la guerra:

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“Si vuestro manifiesto no hubiese llegado más que a
manos de la población civil, la cosa hubiera sido, ciertamente,
lamentable, mas el mal no tendría tanta importancia. Pero el
manifiesto ha llegado también a los soldados que están en
frente del enemigo y esto es de una gravedad extrema.
Sabemos que ha sido leído en las trincheras, que ha circulado
y pasado de mano en mano. Lleva al pie un nombre conocido
y querido; está muy hábilmente redactado y es de temer, si
no se pone pronto remedio, que tenga una aprobación
entusiasta e irreflexiva por un gran número de nuestros
soldados. Estos hombres han sido bruscamente separados de
aquellos seres a quienes aman y sienten impaciencia por
volverlos a ver; las cartas que reciben de sus familias les
inquietan y les entristecen; su fatiga es grande por la lentitud
de las operaciones, y ardientemente suspiran por llegar al fin
de las hostilidades. Todo esto es muy humano. Sus jefes han
tenido conocimiento de los efectos de vuestro llamamiento a
la paz; han sabido que ha sido leído con avidez, comentado y
discutido con pasión en las trincheras. Ha habido necesidad
de abrir una información discreta y minuciosa. Por ella se ha
sabido que se os han escrito cartas en respuesta a vuestro
manifiesto. La autoridad militar ha recogido un gran número
de documentos interesantes. Entre estos documentos figuran
numerosas cartas escritas bajo la impresión de un momento
de resentida emoción por esos hombres que se baten, que

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diariamente exponen su vida, que sufren lejos de los seres
queridos, y algunas de estas cartas son tan comprometedoras,
que han dado motivos muy serios para sofocar de golpe la
agitación producida, enviando ante los pelotones de
ejecución a sus autores, y haciendo con ellos un ejemplar
escarmiento. Todos esos soldados son de los vuestros,
camaradas, amigos. Hay entre ellos algunos que os interesan
muy de cerca...” (El porvenir del obrero, 25/03/1915)
Ante estas “veladas” amenazas, sobre todo en relación a esos
soldados que podían ser acusados de traición, Faure se ve
obligado a abandonar cualquier campaña pacifista, al menos
durante una temporada ya que pasados los meses, editará otro
manifiesto. La Tregua de los pueblos, en julio de 1915 al que
seguirán diversas proclamas y llamamientos de distintos
anarquistas franceses a favor de la paz. ¿Qué había cambiado
desde enero a julio para que se vuelvan a realizar manifiestos a
favor de la paz? La respuesta la tenemos en el Congreso de la
Paz de El Ferrol.
Convocados por el Ateneo Sindicalista de El Ferrol, se
intentará reunir a todas las fuerzas libertarias para dar una
respuesta única a la guerra. Sin embargo, la propia represión del
gobierno Dato dio al traste con el Congreso que, aunque se
terminará celebrando los días 29 y 30 de abril, no logra su
objetivo de reunir a todo el mundo ácrata pues muchas

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delegaciones son detenidas y expulsadas de España y otras
tendrán muchas dificultades para llegar a El Ferrol.
Al mismo tiempo que Sébastien Faure se embarca en su
campaña pacifista, no olvida su proyecto educativo y los niños y
niñas que tiene a su cargo. La Ruche pasa por unos años muy
complejos con la guerra pues por un lado, muchos de sus
colaboradores deben pasar a la clandestinidad para no ser
movilizados o expulsados del país al ser extranjeros y, por otro
lado, decaen rápidamente los ingresos que obtenía Faure por
medio de sus conferencias, al estar prohibido el derecho de
reunión, y que reportaban el 75% de los ingresos, al tiempo que
el desmembramiento de muchas organizaciones obreras que
hasta entonces aportaban dinero para sostener la escuela llevó a
La Ruche a una situación insostenible. Esto llevó Faure a
transigir y solicitar la ayuda del Estado para poder sostener a
“sus niños” como él los denominaba, una ayuda mínima, la cual
se complementaba con la caza furtiva, ante la cual hacía la vista
gorda la gendarmería local, y la contratación de los miembros de
más edad en empleos fuera de la comunidad. Sin embargo, a
largo plazo La Ruche estaba condenada a su cierre pues era
inviable en esas condiciones. Entre agosto y septiembre de 1916,
buena parte de los niños que tenían familiares más o menos
cercanos volvieron a sus casas, quedando solo una docena de
alumnos a partir de octubre y, tras el duro invierno de 1916, con
la imposibilidad de obtener carbón o aceite, a finales de febrero

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de 1917, tras doce años de existencia, no queda más remedio
que cerrar La Ruche. Con gran pesar, Faure anunciará el fin de
su experiencia pedagógica:
“Cuando estas líneas lleguen antes los ojos de nuestros
lectores, La Ruche habrá dejado de ser una obra educativa.
Esta colmena, tan animada, tan zumbante, tan alegre, se
habrá vuelto silenciosa, triste, casi despierta. No quedarán
allí más que algunos amigos que quieren cuidar de la casa,
velar por lo que allí se guarda y mantener el jardín y los
campos para que no se transformen en baldíos. [...] La guerra,
que ha matado a tantos hombres, destruido tantas riquezas y
quebrantando tantos esfuerzos, se cobró una nueva víctima.
Mis colaboradores y yo nos encontramos afligidos.” (Ce
qu’il faut dire, 03/03/1917)
Sin embargo, en su fuero interno no perdía la esperanza de
que tras la guerra pudiera reanudar su obra pedagógica, tal como
le manifestó a la antigua "ruchard" Jeannette, en carta del 30 de
marzo de 1917:
"Lo que me sostiene y me consuela un poco es la
esperanza de que un día revivirá [La Ruche] y volverá a ser
alegre, vivaz, acogedora".
El coste personal para Faure de la petición de esta ayuda
estatal fue muy alto pues suponía dejar de lado sus convicciones,
que durante años le habían llevado a luchar contra los
inspectores educativos para mantener su independencia al

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margen de cualquier subvención; al mismo tiempo, se orquestó
una campaña contra su figura al señalarse que mantenía
connivencias con el Ministro del Interior quien habría comprado
su silencio frente a la guerra por una cantidad de dinero para
sostener La Ruche. Se iniciaba así una infame campaña contra
Faure por parte de los elementos nacionalistas, encabezada
inicialmente por el reaccionario Léon Daudet y a la cual se
añadirían personajes como Georges Clemenceau y otros, sobre
todo cuando Faure continuó su labor de propagando abriendo la
imprenta La Fraternelle, en julio de 1917 en París, donde
trabajarán varios de los antiguos alumnos de La Ruche, y
también continuó su campaña pacifista. Tras participar a finales
de septiembre en un mitin antibelicista organizado por varios
sindicatos de París, la Prefectura orquestará un escándalo
público en torno a unos falsos actos lascivos de Sébastien Faure
cometidos con unas niñas, para proceder a su detención. Tras
prestar declaración, es puesto en libertad. Sin tomar en serio ni
calibrar la gravedad de las acusaciones, Faure decide abandonar
París para intentar recuperarse de la pulmonía que padecía, lo
que fue un error, pues será puesto en busca y captura, juzgado
en rebeldía y condenado a dos años de prisión. Finalmente le
detienen en enero de 1918 y le encierran en un hospital-prisión
hasta la celebración del nuevo juicio, en donde sería condenado
a seis meses de cárcel por escándalo público. Consciente de las
manos que movían de los hilos y a sabiendas de que estaba

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condenado de antemano, no recurrió la sentencia pues para él
suponía traicionar sus convicciones, pues sabía que no obtendría
ninguna justicia. El daño estaba hecho, como reflejaba la caída
de ventas del periódico que editaba Faure, Ce qu'il faut dire, así
como el número de los conocidos como "Amigos de C.Q.F.D."
que mantenían con sus suscripciones la publicación, de tal
manera que a finales de año su tirada no superaba los cuatro mil
ejemplares. Por ello, en enero de 1918, se liquida
definitivamente La Ruche por diez mil francos, entregándose
todo el material pedagógico a Madeleine Vernet para su escuela
L’Avenir social, lo que suponía la pérdida definitiva de
cualquier esperanza de volver a abrir la comuna pedagógica.
Como verdadero homenaje a Faure, parte de los miembros de La
Ruche se reúne el 31 de agosto de 1919 a instancia de Marcel
Voisin en un restaurante de París rememorando su antiguo coro,
cantando diversas canciones. Posteriormente realizarían un
paseo por el cercano bosque de Vincennes, convirtiéndose en la
última gran reunión de los miembros de La Ruche, pues la edad
de Faure (tenía más de sesenta años) así como un nuevo montaje
policial acusándole en esta ocasión de pederastia, derrotó
moralmente a este viejo luchador, que encaminó sus pasos hacia
nuevas experiencias pedagógicas, como fue su Enciclopedia
Anarquista.
A pesar de la modestia mostrada por Sébastien Faure, que no
se consideraba un pedagogo, La Ruche se puede considerar

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como uno de los grandes monumentos pedagógicos que levantó
el movimiento libertario a lo largo del siglo XX. Con maestría
logró conjugar todo lo positivo que habían mostrado
experiencias anteriores como el Orfelinato de Prévost, dirigido
por Paul Robin, y la Escuela Moderna de Francisco Ferrer
Guardia, adelantándose muchos años a corrientes pedagógicas
que se consideran muy modernas, como puede ser la
descolarización; creó con La Ruche una verdadera escuela
familiar en donde las personas aprendían de manera natural, con
plena confianza mutua entre infantes y adultos, al margen de la
segregaciones dictadas por el género o la edad. Mucho tenemos
que aprender todavía de este tipo de experiencias, muchas de
ellas completamente olvidadas en este país, incluso ignoradas en
las facultades de pedagogía y las escuelas de magisterio en
donde impera el pensamiento de la escuela, tal y como se
concibió en sus orígenes, como único medio de instrucción.
Alternativas existen, alternativas que mostraron su viabilidad
más allá de sesudos estudios académicos; solo nos falta valor
para ponerlos en práctica de nuevo.
Los editores

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LA RUCHE

UNA EXPERIENCIA

PEDAGÓGICA

Sébastien Faure
Breves indicaciones
Esta obra de solidaridad y de educación, sita en Rambouillet
(Seine-et-Oise, Francia), fue fundada y está dirigida por
Sébastien Faure.
Educa a una cuarentena de niños de ambos sexos. No hay
calificaciones; ni castigos, ni recompensas.
Su programa
Mediante la vida al aire libre, una dieta regular, higiene,
limpieza, paseo, deportes y actividad, formamos seres sanos,
vigorosos y bellos.
Mediante una enseñanza racional, por el estudio atrayente, por
la observación, el debate y el espíritu crítico, formamos
inteligencias cultivadas.
Por el ejemplo, la dulzura, la persuasión y la ternura, formamos
conciencias rectas, voluntades firmes y corazones afectuosos.
La Ruche no está subvencionada ni por el Estado ni por la
provincia, ni por el municipio. Son las personas con corazón e
inteligencia quienes nos secundan, cada uno en la medida de
sus posibilidades.
Las tres escuelas
En el momento en que las dos escuelas que en Francia se
disputan el corazón y la inteligencia de nuestros niños, se
entregan a un combate encarnizado, cuyo resultado más claro
hasta aquí, consiste en hacer resaltar a los ojos de los menos
prevenidos, las taras, las imperfecciones y la insuficiencia de

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una y de otra, es particularmente útil que se funde una tercera
escuela.
La escuela cristiana, es la de ayer; la escuela laica es la del hoy;
La Ruche, es, a partir de ahora, la escuela del mañana.
La escuela cristiana, es la escuela del pasado, organizada por
la Iglesia y para ella; la escuela laica, es la escuela del presente,
organizada por el Estado y para él; La Ruche es la escuela del
futuro, la escuela en sí, organizada para el niño, de tal manera
que, dejando de ser el bien, el objeto, la propiedad de la
Religión o del Estado, sea dueño de sí mismo y encuentre en la
escuela el pan, el saber y la ternura, que necesitan su cuerpo, su
cerebro y su corazón.

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PREFACIO

Este texto fue redactado e iba a ser publicado cuando estalló


la guerra1. Sin duda, un mal momento para ponerlo en
circulación.
Ansiosos, los espíritus están absorbidos por la idea fija de los
combates encarnizados que se están librando, de la terrible
carnicería que se desarrolla en los campos de matanza donde se
extermina a centenares de hombres, de la formidable apuesta
que está en juego en esta lucha sin precedentes en una historia
tan rica en masacres y atrocidades.
Es de temer que en un principio a causa de la tragedia de la
que, con razón, todo el mundo sigue con interés desgarrador y
sin tregua, los dramáticos acontecimientos, este texto pase
desapercibido.
Esto sería, sin embargo, un problema menor; ya que esta
tirada podría ser distribuida cuando la guerra termine2.
Pero es de temer una cosa más grave, que La Ruche no pueda
resistir una dura prueba de esta terrible guerra, que sucumba
antes del final de esta tormenta y que esta exposición de La
Ruche, de sus orígenes, de sus mecanismos internos, de su
situación actual, de su impronta social, de su futuro y de sus
objetivos sea, en realidad, un estudio necrológico sin gran
interés.
1
Se refiere Faure a la I Guerra Mundial
2
Esperaremos, de hecho, para darla a conocer, que la vida normal se reanude y que las mentalidades vuelvan a la
calma necesaria.

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De hecho, como consecuencia de las circunstancias, en cuya
posibilidad de materializarse, en la víspera de las hostilidades,
no quería creer, estamos, bruscamente en una situación
alarmante.
Muchos de mis colaboradores han sido movilizados; nuestros
talleres están cerrados; todo el trabajo para el exterior
suspendido; no puedo ni pensar en dar conferencias. Nuestros
recursos son casi nulos.
Licenciar a nuestros niños es una medida extrema que solo
tomaré si me es imposible evitarlo. Unos son huérfanos de padre
y madre; otros perdieron a su madre y su padre ha sido llamado
a filas; estos pues, son como si fueran huérfanos también; otros;
en fin, ya no tienen a su padre y solo les queda su madre, que
está a cargo de otros niños de corta edad, quedarían expuestos a
todas las privaciones.
Licenciar a nuestros niños, sería, en consecuencia, echarlos a
las calles, exponerlos al abandono, condenarlos a las más
penosas privaciones. De modo que tomé la resolución de
mantenerlos y los mantengo.
En la actualidad, el jardín y los campos aportan gran parte de
los recursos alimentarios indispensables. Por otra parte, ya
estábamos racionando como era prudente hacer.
Pero si la guerra se prolonga, como es de temer, ¿qué
haremos?

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Cuando se acerque el invierno, y nuestras provisiones y
recursos se agoten, cuando haya que abrigarse y calzarse bien,
cuando sea necesario mantener por todas partes estufas
encendidas y tener luz desde las cuatro o cinco de la tarde,
cuando haya que comprar todo y pagar al contado, ¿cómo
viviremos?
Nuestros niños, ¿qué será de ellos?
¿Qué ocurrirá con La Ruche si, para pagar todo lo que se
debe o deberá, los propietarios y los proveedores obligan a
venderlo todo? ¿Qué quedará de esta obra que, después de cerca
de diez años, se ha tragado tantas energías y recursos, ha
suscitado tantas simpatías y esperanzas? ¿Qué quedará de los
esfuerzos realizados, de las luchas sostenidas, de los sueños
abrigados, de los proyectos alimentados con tanto entusiasmo y
devoción?
Ah, qué tristeza para mí, para mis colaboradores, para mis
niños, para todos nuestros amigos, si de esta Colmena, ayer tan
activa, animada y fraternal, tan alegre, sus abejas tuvieran que
dispersarse a los cuatro vientos.3
Si ocurre esta catástrofe, ¿tendré, llegada la paz, la temeridad
y la fuerza para comenzar de nuevo?
¡No importa!
Es necesario que salga este libro, no sea lo único que de la
Ruche quede.

3
Faure hace un juego de palabras con el nombre de la escuela, ruche, que significa colmena en francés, y su
comparación con un panal de abejas.

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Su lectura dará a conocer lo que un hombre, apoyado por
algunos amigos, intentó y llevó a cabo; informará a los hombres
del mañana sobre la labor de solidaridad y el ensayo educativo
que fue La Ruche; inspirará probablemente espíritus nobles y
corazones generosos la intención de imitar este ejemplo y
retomar este trabajo en el punto en donde fue abandonado.
Por lo tanto, momentáneamente abrumados por el torrente de
lágrimas y de sangre que ha desencadenado la guerra, La Ruche
volverá a surgir a la superficie y reanudará su labor pacífica y
fecunda.
Sébastien Faure
Rambouillet, a 1 de septiembre de 1914

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CON QUÉ FIN Y CÓMO HE FUNDADO LA RUCHE

Desde hace unos veinticinco años, doy conferencias que


tienden a propagar las convicciones que me animan y los
sentimientos que me son queridos.
Favorecido por las circunstancias, tuve la buena suerte de
adquirir poco a poco, cierta notoriedad. Me he hecho, por
decirlo así, una numerosa clientela de oyentes en la mayor parte
de las ciudades que visito periódicamente, y no es raro que por
muy grandes que sean las salas en las que convido al público a
acudir a oírme, se queden pequeñas.
En la puerta, cobro un derecho de entrada. Una vez pagados
mis gastos (viaje, sala, publicidad, etc.), me queda un beneficio
apreciable y la suma de estos beneficios representa anualmente
una suma bastante grande.
Me he preguntado, de manera natural, qué convendría hacer
con este dinero que me proporcionaba mi propaganda.
Hubiera podido, al considerarlo ganado muy honradamente,
guardarlo para mí. Es un gran error e injusticia negar al orador
el derecho de vivir de sus discursos; el conferenciante tiene
derecho a vivir de sus conferencias, de la misma manera que
viven de la tarea que realizan todos los que trabajan; los
profesores, de las enseñanzas que dan; los abogados, de las
causas que defienden; los obreros, de la labor que realizan.

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Hubiera podido, por consiguiente, sin escrúpulos y con toda
justicia, guardar para mí los recursos que me proporcionaban
mis conferencias.
Pero, constantemente preocupado por la labor que deben
realizar los militantes al lado de la multitud ignorante de nuestro
ideal, ¿podía quedarme con todo o parte de este dinero que se
necesita en todo momento y en todas las circunstancias?
Hay una multitud de personas —una amplia mayoría—, sin
convicciones, sin ideal, que no tienen más que una preocupación:
enriquecerse o, en todo caso, ahorrar para su vejez.
No encontraremos ningún militante auténtico que tenga esta
preocupación. El militante avanza, totalmente despierto, hacia
su sueño. Como no tiene otra pasión más ardiente que la que le
mueve sin cesar hacia el fin que voluntariamente se ha trazado,
solo valora el dinero en la medida en que este le es
indispensable para la realización de su sueño, para alcanzar su
objetivo.
Durante quince años he hecho como todos mis amigos: dar
todo lo que ganaba a las obras de propaganda, a las campañas de
agitación, al esfuerzo de educación, a los gestos de solidaridad
que acechan y requieren en cada momento al educador de
multitudes.
Sin embargo, llegó un día en que, en el transcurso de esas
pausas que aportan algo de tranquilidad a la marcha
enfervorecida del apóstol y le confieren el descanso

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momentáneo cuya necesidad se impone, examiné, tranquilo y
con sangre fría, si hacía el mejor uso, es decir, el más fecundo,
de los recursos puestos a mi disposición por las conferencias.
De reflexión en reflexión, llegué a considerar que sería
preferible concentrar en una sola obra los ingresos que, hasta
ahora, había dispersado al azar de las circunstancias, de las
necesidades o de las solicitudes.
Conseguido este punto, solo me quedaba precisar la
naturaleza y el carácter de esta obra única.
Sin embargo, a través de mi ya larga carrera de
propagandista, había llegado a las dos siguientes constataciones:
Primera constatación: de todas las objeciones que se
oponen a la aceptación de una humanidad libre y fraternal, la
más frecuente y la que parece más tenaz, es que el ser humano
es profunda e irreductiblen1ente perverso, vicioso, malo; y que
el desarrollo de un medio libre y fraternal, implica la necesidad
de individuos dignos, justos, activos y solidarios, la existencia
de tal medio, esencialmente contrario a la naturaleza humana es
y será siempre imposible.
Segunda constatación: cuando se trata de personas que han
llegado a la vejez o sencillamente a la edad madura, es casi
imposible, y cuando se trata de adultos que han alcanzado la
edad de veinte o de treinta años sin experimentar la necesidad de
mezclarse en las luchas sociales de su época, es muy difícil
intentar con éxito la obra deseada y necesaria de educación y de

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conversión; por contra, nada es más fácil que realizarlo con
seres todavía jóvenes: pequeños de corazón limpio, cerebro
nuevo, voluntad flexible y maleable.
Se acabaron las dudas: había encontrado la obra que había
que fundar.
Se trataba de reunir a veinte o veinticinco niños en un amplio
círculo familiar, y de crear con ellos un medio especial donde se
viviría, en la medida de lo posible, desde ahora y ya, aunque
enclavada en la sociedad actual, una vida libre y fraternal: cada
uno aportando a dicho círculo familiar, según su edad, sus
fuerzas y sus aptitudes, su cuota de esfuerzos, y cada uno
tomado del todo, alimentado por la contribución común, su parte
proporcional de satisfacciones.
Los mayores vertiendo en el grupo familiar así constituido, el
producto de su trabajo, el fruto de su experiencia, el afecto de su
corazón y la nobleza de su ejemplo; los pequeños vertiendo, a su
vez, la pequeña aportación de sus aún delicados brazos, la gracia
de su sonrisa, la pureza de sus ojos claros y sensible, la ternura
de sus besos.
Los mayores haciéndose jóvenes en contacto con las
actitudes infantiles e ingenuas de los pequeños, y los pequeños
haciéndose, poco a poco, formales y razonables, en contacto con
la seriedad y los ademanes laboriosos y sensatos de los mayores.
Vista de esta forma, esta obra única respondía a la doble
preocupación formulada a continuación: preparar a los niños,

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desde los primeros pasos en la vida, al trabajo, la independencia,
la dignidad y la solidaridad de una sociedad libre y fraternal.
Demostrando, por medio de los hechos, que el individuo no
es más que el reflejo y la consecuencia del medio en que se
desarrolla, tanto vale el medio tanto vale el individuo, y que, a
una educación nueva, a unos modelos distintos, a unas
condiciones de vida activa, independiente, digna y solidaria,
corresponderá un ser nuevo: activo, independiente, digno,
solidario; en una palabra, contrario a este triste espectáculo que
tenemos ante nosotros.
La suerte estaba echada, mi decisión estaba tomada, iba a
fundar La Ruche.
Busqué y terminé encontrando un terreno que me convenía:
un edificio bastante amplio, una huerta grande, bosques,
praderas, tierras cultivables, todo ello abarcaba una superficie
total de veinticinco hectáreas, situado a tres kilómetros de
Rambouillet (Seine-et-Oise) y a cuarenta y ocho kilómetros de
París.
Alquilé esa finca.

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LOS COMIENZOS

Un mes antes de la apertura de La Ruche, la casa, un edificio


bastante grande, compuesto de una planta baja y un primer piso
(no hablo de las dependencias destinadas sobre todo para los
animales y las cosechas), estaba totalmente vacía.
Sin una cama, ni una mesa, sin armarios, sin una silla, sin
ropa, sin una manta, ni siquiera un plato o un vaso; quince
habitaciones desnudas, vacías.
Había por tanto, que preparar y hacer cálido y mullido el
nido que debía servir para acoger a los pajarillos esperados.
Y en mi bolsillos, una cantidad insignificante, apenas unos
cientos de francos.
Qué hacer, cómo resolver el complicado problema de aportar
a este inmueble vacío los objetos indispensables para la vida de
una treintena de personas; no quise considerar esta cuestión con
detenimiento.
Mi decisión era irrevocable y no iba a tener miedo de las
dificultades e incertidumbres de esta empresa.
Sin lugar a dudas, había una manera de solucionarlos:
esperar, ahorrar e ir acumulando poco a poco la cantidad
necesaria por medio de mis conferencias hasta cubrir la suma de
dinero necesaria para cubrir los costos de la instalación inicial.
Esta idea, que podía parecer la correcta en principio, en el
fondo no era aceptable.

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Sabía que el producto de mis conferencias, como había
ocurrido en años anteriores, se consumiría en la labor de
propaganda, en apoyo de los compañeros, en las campañas que
surgieran, etc.
Cinco, diez años hubieran pasado y no hubiera tenido nada
más que lo que tenía el primer día, y hubiera llegado al final de
mis días, sin poder llevar a cabo mi plan. Que me censure quien
quiera, pero es como les digo.
¿Entonces, qué hacer?
¿Avanzar, comprando a crédito, asumiendo una deuda,
suscribir contratos? No era muy prudente pero sí necesario ante
la carencia de otros medios y así, decididamente tomé ese
camino, un poco al azar, cuestionándome con ansiedad cómo iba
a ser capaz de amortizar la deuda, al tiempo que cubría los
gastos cotidianos, pero con una confianza en el futuro; mi
impetuoso ardor se acomoda mal a las dudas, retrasos y al
inmovilismo producto de la cautela.
En estas condiciones, fundé La Ruche.
Sin ánimo de desalentarme pero con temores, no sin razón,
ante el peso aplastante que iba a soportar, mis mejores amigos,
al tiempo que respaldaban esta idea tan inspirada, no dejaron de
señalar que preveían un fracaso.
Expondré más adelante la situación actual de La Ruche:
veremos si tenía razón o estaba equivocado para seguir adelante.

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LO QUE ES LA RUCHE

La ruche no es una escuela. Una escuela es una institución


fundada con vistas a la educación y hablando estrictamente,
ningún otro objetivo. Los profesores vienen a dar sus clases y
los alumnos vienen para asistir a las mismas. Los profesores
tienen la misión de enseñar lo que saben y los estudiantes el
deber de aprender todo lo que resulte indispensable o útil de
conocer. Este es básicamente el objetivo de la escuela. La
escuela está abierta a todos los niños de un mismo barrio, de una
misma comuna o una misma región. No deben cerrar sus puertas
a nadie sin una causa grave y concreta.
Los alumnos continúan con sus familias quienes están a
cargo de su alojamiento, de vestirles, alimentarles y cuidarles
cuando están enfermos, etc.
La escuela que se encarga de alojar, alimentar, cuidar a los
niños; la escuela que, por decirlo en pocas palabras, sustituye en
cierta medida a la familia del niño y ocupa su lugar es un
internado.
El internado recibe, de la familia del niño al cual proporciona
instrucción, educación, alojamiento y alimentación, una pensión
que cubre el coste de todos estos servicios.
La Ruche no es un internado y ningún niño es recogido, ni se
encuentra a título de “pago”. Algunos padres pueden, gracias a
su trabajo, enviar de forma voluntaria, de manera periódica u

40
ocasional, un poco de dinero a La Ruche, y lo hacen al tomar
conciencia de sus necesidades. Estos padres tienen razón y
asumen voluntariamente ese deber. Sus pagos pasan a la cuenta
general de La Ruche; sus hijos no serán tratados mejor ni serán
más apreciados que los demás. No obstante, estos pequeños
ingresos tienen como objetivo que el sostenimiento de los niños
no recaiga enteramente en la obra y permiten reducir mi
esfuerzo personal.
Por último, La Ruche no es un orfanato. Solo tenemos
algunos huérfanos que, sin embargo, dejan de serlo al estar con
nosotros.
Para ser un orfanato, sería preciso que La Ruche tuviera una
situación regular, según prevé y reglamenta la ley o por los
estatutos de una sociedad constituida legalmente; o bien, sería
necesario que mantuviera relaciones con la Asistencia Pública
que, mediante una retribución nos confiaría unos niños como
hace con otros orfanatos, que ha recogido y siguen
perteneciéndole.
La Ruche no es, por lo tanto, ni una escuela, ni un internado
ni un orfanato.

41
NUESTRA DISCUSIÓN CON LA INSPECCIÓN
ACADÉMICA

En el punto anterior, he insistido en el hecho de especificar


claramente la naturaleza particular de La Ruche para
comprender por qué siempre ha sido y seguirá siendo
absolutamente independiente de los poderes públicos, y sobre
todo de la administración universitaria.
Se tuvo que batallar, resistir, pelear duro para preservar esta
independencia, aunque seguramente se tendrá que continuar la
lucha. Estamos preparados para resistir mañana, como
resistimos ayer y esperamos que mañana como ayer, la victoria
será nuestra. Desde la fundación de La Ruche, la inspección
académica de Versalles primero nos invitó para luego
inquirirnos a regularizar su situación, cumplimentando una
solicitud de permiso de apertura.
Le respondimos que no siendo La Ruche una escuela, ni un
pensionado, ni un orfanato, no formaba parte de ninguna de las
unidades académicas previstas por la ley. Demostramos que La
Ruche siendo una gran familia, limitando sus enseñanzas a los
niños de esta familia, no teníamos de ninguna manera que
ajustarnos a las formalidades dictadas por la ley en relación a los
establecimientos públicos de enseñanza; finalmente viendo que
el legislador nos ignoraba le ignoramos igualmente, y

42
conociendo nuestros derechos, nos negamos a obedecer los
dictados de la Academia.
Las autoridades aceptaron nuestras razones y, durando ocho
años, vivimos tranquilamente, libres de cualquier preocupación,
de cualquier tipo de molestia.
Pero resulta que el 3 de octubre de 1913, recibimos la
siguiente carta:
Sr. Director del establecimiento escolar La Ruche, en
Rambouillet. Señor director,
Ha llamado mi atención el establecimiento escolar
anexo a La Ruche, dirigido por el Sr. Sébastien Faure en
Rambouillet.
Según las informaciones que me han sido
proporcionadas, este establecimiento tiene un internado,
que acoge a niños de ambos sexos y está abierto sin
autorización.
La situación de la escuela, desde el punto de vista
legal, actualmente sería la siguiente
1°) Carencia de declaración de apertura de una escuela,
violando la ley del 30 de octubre de 1886 (art 37 y 38)
2°) Carencia de autorización dada, por el Consejo
provincial, al director para dirigir una escuela mixta en
lugar de una institutriz y, por lo tanto, violación del
artículo 6 de la misma ley (párrafos 1 y 2).

43
3°) Carencia de autorización del Consejo
departamental para acoger alumnos internos.
4°) Violación del artículo 177 del Decreto del 18 de
enero de 1887 en el sentido de que un internado no puede
estar anexado a una escuela primaria privada que recibe
niños de ambos sexos.
Si esta información es exacta, la situación del
establecimiento que usted dirige es ilegal; le invito a
regularizarlo lo antes posible, conforme a la ley del 30 de
octubre de 1886.
El inspector de la Academia

Le contestamos lo siguiente:
Rambouillet, 13 de octubre de 1913.
Señor Inspector de la Academia, en Versalles.
Las informaciones que le han facilitado son totalmente
erróneas. No existe un establecimiento escolar anexo a La
Ruche.
Las familias obreras, numerosas o con pocos ingresos,
a menudo desestructuradas por la desaparición del padre o
de la madre, están felices de haberme confiado a sus hijos
y de haber aceptado la oferta que les hice de hacerme
cargo de los mismos, sin exigir de ellos retribución alguna
por alojar a estos niños, alimentarlos, vestirlos, instruirlos

44
y educarlos, en resumen, criarlos como si fueran mis
propios hijos.
He establecido, de esta manera, una gran familia: mi
familia.
Además de que esta situación es el resultado de un
acuerdo voluntario entre estas familias y yo, conforme a
su derecho y al mío, es una prueba manifiesta de los
sentimientos de solidaridad que he divulgado en los
últimos treinta años y que no necesita de su aprobación
para ponerse en práctica.
La ley exige que los niños reciban, en mi casa o en
otro lugar, la educación implícita a su edad.
Permitiéndolo mis recursos es en mi casa y no en otro
lugar donde son instruidos. En concreto, tres personas se
ocupan de ello.
¿Pueden exigirme que envíe a mis niños a una escuela?
No. ¿Pueden decirme que no puedo instruirlos o hacerlos
instruir en mi casa por medio de preceptores de mi
elección? Tampoco. Además, eso sería algo extraño pues,
por el contrario, lo que me obliga la ley es a no dejarlos
en la ignorancia.
¿Entonces?
Su único derecho, el que le confiere e impone el
legislador, es asegurar que mis niños reciban la
instrucción debida.

45
Para este fin, nuestras puertas se encuentran siempre
abiertas para sus inspectores y estaré muy feliz de recibir
su visita.
Nuestra situación, como podrá apreciar, no es nada
ilegal y no necesita de ninguna regularización.
Estas fueron las explicaciones que hace ocho años
proporcioné al subprefecto y al inspector de Rambouillet,
reconociendo estos que eran las necesarias y suficientes.
No puedo más que recordárselo, por deferencia y en
respuesta a su carta del 3 de octubre del corriente.
Le ruego, señor, que acepte mis saludos afectuosos.
Sébastien Faure
Pocos días después me llegó otra carta del Inspector de la
Academia de Versalles que decía:
Versalles, 27 de octubre de l913.
El inspector de la Academia de Versalles, al Señor
Sébastien Faure, director de la colonia La Ruche,
Rambouillet.
He puesto en conocimiento del Ministro de Educación
Pública su carta del 14 del presente. El señor ministro
contestó el 25 de octubre lo siguiente:
“Según declaración realizada por el Sr. Sébastien
Faure, resulta que en el establecimiento La Ruche, acoge
como residentes infantes, tanto niños como niñas
pertenecientes a distintas familias.

46
Que el Sr. Sébastien Faure se niega a legalizar su
establecimiento bajo el pretexto de que se limita a una
enseñanza familiar, aunque al mismo tiempo acepta e,
incluso, solicita la inspección de las autoridades
escolares.
El Sr. Sébastien Faure parece ignorar que la enseñanza
hecha en familia queda al margen de la inspección y que
solo las escuelas legales declaradas como tales están
sujetas a la misma.
Desde el momento en que el Sr. Sébastien Faure
reconoce que da instrucción a aproximadamente a
cuarenta niños y los recibe como internos, está sujeto a
declaraciones exigidas por la ley”
No puedo, por lo tanto, más que reiterar mi invitación
del 3 de octubre en curso, en el sentido de regularizar su
establecimiento cumplimentando los formularios legales.
Le ruego acepte, señor Director, la seguridad de mi
más alta consideración.
El inspector de la Academia

Le contesté:
Rambouillet, el 29 de octubre de 1913.
Señor Inspector de la academia, en Versalles.
Me tuve que explicar mal pues no he conseguido hacerme
entender.

47
Yo no recibo internos en La Ruche. Los padres con los
que llegué al acuerdo para dar a sus hijos la educación que
ellos no eran capaces de asegurarles, no pagan ninguna
pensión. No les exijo ninguna retribución. Estos niños están a
mi cargo y yo los alojo, los alimento, los visto, los mantengo,
los educo e instruyo como si fueran mis propios hijos.
No solicité de ninguna de las maneras la inspección de
las autoridades escolares. Me limité a señalar y me satisface
declararlo una vez más, que las autoridades escolares tienen
el derecho, e incluso el deber, de velar por que estos niños
reciban la educación de acuerdo a su edad y según lo que
prescribe la ley.
No hace falta decir que estas autoridades pueden, en el
ejercicio de este derecho, acudir a La Ruche y que sus
puertas están siempre abiertas para este fin.
Mi situación es por tanto, muy simple y de lo más precisa:
La Ruche no es ni una escuela, ni un internado, ni un
orfanato; no es uno de los centros escolares que determina la
ley. El legislador lo ignora.
Constituye una familia y tengo en mi casa, unos
profesores, no remunerados, que por simple devoción educan
a mis hijos.
En estas condiciones, no necesito de ninguna autorización,
ni pido ninguna. Le ruego, señor, acepte la seguridad de mi
más alta consideración.

48
S. Faure.

Esta carta ponía fin al intercambio de correspondencia.


Desde finales de octubre de 1913, no hemos recibido ningún
emplazamiento.
Aquí hay razones para creer que, esta vez como hace ocho
años, la autoridad ha comprendido que La Ruche no es ni una
escuela, ni un internado, ni un orfanato y que no tiene que
solicitar autorización.
La situación sigue siendo la misma: el legislador hace caso
omiso a La Ruche, y La Ruche ignora al legislador.
Es simple, nítido, claro y preciso.

49
LA DIRECCIÓN

En la Ruche hay un Director, pero lo es tan poco, que si le


damos a esta expresión el sentido que se le atribuye de forma
ordinaria, se puede decir que no existe en absoluto.
Además, y se puede quizás, que en todas partes, el Director
es el amo, que da órdenes, a quien se debe obedecer, al que se
teme, cuya voluntad es soberana, que aplica con inflexibilidad
un reglamento ya temible y, según la necesidad, modifica la
norma por su voluntad; unos lo halagan con la esperanza de
obtener favores; otros lo temen y se esconden de él; unos y otros
se delatan entre sí por ambición o por codicia, según sus
intereses o rivalidades. Ninguna de estas abominaciones existe
en La Ruche. Si el Director fuera este déspota, sería
necesariamente la cúspide de una compleja jerarquía, donde se
escalonarían toda una serie de despotismos subalternos, bajo
cuyo peso, en los escalones más bajos, quedarían aplastados los
más débiles y los más obedientes. Entonces, se acabó la familia;
se acabó el entorno comunista.4
Uno de nosotros —yo por ahora— tiene el título de Director.
Para los propietarios, nosotros solo somos unos inquilinos,
para los proveedores, para las familias que nos confían a sus
hijos, para los grupos, que por centenas, y para los compañeros
que por millares, siguen con interés el funcionamiento de La

4
Por comunista, Faure no hace referencia a ninguna propuesta política, sino a la vida en comunidad bajo unos
principios libertarios.

50
Ruche, para las autoridades y administración, es necesario un
director, porque tiene que haber un responsable.
Comprometerse, contestar, firmar, ser el garante, este es el
papel del director.
Intervenir en todas las negociaciones con el exterior, escribir,
hablar en nombre de La Ruche, esta es su función.
¡Pobre director!
Pero tan pronto como este director deja de estar cara al
público tratando con los proveedores, con los propietarios, los
banqueros, con el recaudador de impuestos, con las autoridades
constituidas, con los grupos y los compañeros, se vuelve a tratar
con sus colaboradores y se reintegra en el grupo, deja su cargo y
se convierte en uno más, ni más ni menos.
Si hay que tomar una decisión, su voz tiene el mismo peso
que la de los demás; expresa su parecer y emite su opinión como
los demás, y su parecer no tiene valor especial. Se le da la razón
si se estima que la tiene; se le quita, si se juzga que no la tiene;
no es el superior de nadie; tampoco el inferior: es igual a todos.
Vivimos en una sociedad tan corrompida por la autoridad, la
disciplina, la jerarquía, que lo que precede parecerá a la mayoría
algo inverosímil o muy exagerado. A mis colaboradores y a mí,
esto nos parece muy natural y muy justo.
En un medio comunista, las cosas no podrían pasar de otra
forma.

51
En La Ruche, el Director tiene como función centralizar
todos los servicios y coordinar todos los esfuerzos, de tal
manera que cada servicio, aún manteniendo su autonomía, tenga
con las actividades vecinas la cohesión necesaria para un buen
funcionamiento conjunto, e igualmente para que los esfuerzos
no se neutralicen los unos a los otros, sino, al contrario,
apoyándose mutuamente, se obtenga, con el mínimo esfuerzo, el
máximo rendimiento.
Desde este punto de vista, se puede decir que hay, en La
Ruche, una dirección; pero es totalmente objetiva; no es más
que una función como las otras; es sólo un servicio; se encarga
de coordinar y controlar de forma general las atribuciones
distribuidas y las responsabilidades dispersas.

52
LOS COLABORADORES

Nuestros colaboradores no están ni retribuidos ni pagados.


Todas las funciones en La Ruche, se hacen de forma
absolutamente gratuita.
Salarios, pagas, ascensos, adelantos, son totalmente
desconocidos aquí.
Los compañeros, que con distintos cargos, trabajan en La
Ruche, lo hacen de la manera más desinteresada.
Cada uno de ellos debe, sin embargo, reunir determinadas
condiciones de capacidad, constancia en el trabajo, sobriedad y
moralidad que permitirían mejorar sus condiciones de vida en el
exterior.
Sin embargo, nuestros colaboradores renuncian con gusto a
esas ventajas materiales para vivir en La Ruche.
No es que aquí trabajen menos y lleven una existencia más
cómoda: trabajan, al contrario, mucho más que lo que
trabajarían los maestros en una escuela o los trabajadores
manuales en una fábrica, en un taller o en el campo.
Tienen acceso, no obstante, a un poco de dinero propio;
existe, para este fin, una caja común, tomando lo que sea
necesario sin tener que dar explicaciones, siendo ellos mismos
los únicos jueces de sus necesidades, y me complace afirmar, en
elogio de todos, que casi tras diez años de existencia de La

53
Ruche, todos nuestros colaboradores han mantenido la más
absoluta discreción y reserva, a fin de reducir, lo más posible,
nuestro presupuesto.
Está claro: las ventajas materiales que vienen asociadas al
título de colaborador de La Ruche son más bien escasas.
No obstante, nadie piensa en quejarse; todos trabajan duro y
con alegría. Dedicándose a esta labor porque disfrutan con la
satisfacción moral y emocional que compensa, ampliamente, las
ventajas a las que renuncian voluntariamente.
En más de una ocasión se me ha dicho: “Entonces, ¿es como
una comunidad religiosa?” No, en absoluto; no se puede
sostener tal comparación. En primer lugar, los colaboradores de
La Ruche no están obligados por voto alguno ni por ningún
compromiso, libres son, en todo momento de marcharse si no les
agrada o si esperan ser más felices en otra parte; en segundo
lugar, no están sometidos a ninguna autoridad y no tienen que
obedecer a ningún superior, además de ser ellos quienes eligen
de manera independiente, su trabajo y cómo llevarlo a cabo; en
tercer lugar, su colaboración es totalmente desinteresada pues no
creen en el cielo, mientras que los miembros de una comunidad
religiosa, que si creen, renuncian a toda retribución en la Tierra
convencidos de que más tarde, tras su muerte, recibirán un
incomparable salario por sus trabajos, mortificaciones y
obediencia.

54
Los religiosos no son en el fondo más que unos usureros:
prestan uno para recibir mil. No son más que unos
especuladores que colocan el capital de su austeridad en
negocios muy beneficiosos; renuncian al interés rendido por este
dinero durante diez, veinte o cincuenta años, esperando que
posteriormente, durante toda la eternidad, recibirán miles y
miles de veces lo invertido.
El número de colaboradores viene determinado por la labor a
realizar. Actualmente son veinte, repartidos de la siguiente
manera:
Dos en la cocina; uno en el taller de costura; uno en la
lavandería; tres en la enseñanza; dos en el huerto y los animales;
uno en el jardín; dos en la carpintería; uno en la fragua; uno en
el mantenimiento; cuatro en la imprenta; uno en la
encuadernación; uno en la dirección.
Total: veinte5.
A veces, en momentos puntuales, necesitamos contar con
algunos colaboradores para trabajos temporales, como pueden
ser la reparación de un gran número de zapatos, los trabajos de
albañilería que deben realizarse sin demora, en primavera en los
jardines o en la época de la siega cuando hay que recoger el
heno del campo.
Pedimos colaboración, en estos casos, de amigos de La
Ruche o a nuestros compañeros de los sindicatos parisinos que

5
La contabilidad, la farmacia, la biblioteca y otros servicios similares son cubiertos por turnos por unos u otros.

55
nunca se niegan a echarnos una mano. Todos son colaboradores
temporales que no reciben compensación económica alguna.
Todos los servicios son autónomos; cada colaborador conoce los
deberes y responsabilidades inherentes a su labor. Todos confían
en la capacidad y en la ética de cada responsable.
Una vez por semana, o con más frecuencia si la necesidad lo
impone, todos los colaboradores se reúnen por la noche, al
terminar el día, cuando los niños ya están acostados.
Aquellos chicos de mayor edad, de quince, dieciséis y
diecisiete años que ya son aprendices, asisten a estas reuniones y
toman parte al mismo nivel que los demás colaboradores.
Estas reuniones tienen por objeto fortalecer los lazos que nos
unen y mantenernos informados en torno a todo lo que atañe a
La Ruche.
Cada uno dice lo que le preocupa, comunica el proyecto que
ha planeado, la idea que ha tenido, y somete esta idea, este
proyecto, esta preocupación, a los demás. Se habla de ello; se
discute; se deja la idea o el proyecto para su estudio si todavía
no se tienen elementos suficientes para tomar una
determinación.
Cada uno tiene derecho a preguntar sobre el funcionamiento
de cualquier servicio: enseñanza, caja, contabilidad, cocina, etc.,
a formular observaciones, emitir consejos, proponer mejoras.
Gracias a estas frecuentes reuniones todos nuestros
colaboradores y nuestros chicos mayores (chicos y chicas) están

56
al corriente de todo lo que pasa, conociendo la situación de La
Ruche, participan en las decisiones tomadas y contribuyen a su
aplicación.
Es la vida a plena luz, es la confianza plena, es el
intercambio simple y franco de opiniones, a corazón abierto. Es
el medio más seguro y mejor para evitar intrigas y que se
formen camarillas alentadas por el secretismo.
La educación se confía, preferentemente, a aquellos de
nuestros compañeros que, encargados de la enseñanza, están en
constante contacto con los niños. Estos pasan los días con los
niños y es cierto que al estar constantemente mezclados con
ellos, ejercen sobre los mismos una gran influencia. No obstante,
es necesario que todos los colaboradores de La Ruche sean
educadores.
Por un lado, todos están llamados a iniciar a nuestros niños, a
medida que crecen, en las técnicas de su oficio: cocinar, coser,
limpiar, lavar, forja, carpintería, cultivo, horticultura, etc; por
otro lado, en muchas ocasiones, se entremezclan en los juegos y
entretenimientos de nuestros niños.
Por consiguiente, es preciso que sean un ejemplo vivo y guía
práctica, paciente, dulce y afectuosa para estos pequeños como,
en una familia, los más mayores son para los más jóvenes, guías
y modelos.

57
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NUESTROS NIÑOS

La Ruche educa a unos cuarenta niños de ambos sexos6.


¿Cómo nos llegan? —¡Ah!, de la forma más natural y sin
necesidad de que los busquemos. Son situaciones
interesantes que se dan a conocer por sí mismas, o que las
organizaciones y amigos nos hacen conocer y nos
recomiendan.
Por desgracia, ¡no son niños lo que faltan!
La situación de los trabajadores es, a menudo, lamentable;
la familia obrera está tan deplorablemente alterada por la
enfermedad, el paro, los accidentes o la muerte; las
discordias internas destrozan con tanta frecuencia el medio
familiar, peleas en donde el niño es la víctima inocente, que
cien Ruches, mil Ruches, podrían poblarse rápidamente de
pequeños a los que albergar y educar.
Nos hemos visto obligados a rechazar a varios miles;
todos los días nos vemos en la obligación de hacerlo y, al ser
cada día más conocida La Ruche, nos vemos obligados a
rechazar cada día a más.
¡Cuántas cartas desoladoras nos llegan! La mujer de un
obrero a quien la enfermedad se ha llevado en la plenitud de
su vida, que convertida en viuda con una carga de tres, cuatro
6
Una cuarentena de niños y una veintena de colaboradores con una población total de sesenta personas (al menos)
en La Ruche. Esta población, que inicialmente solo era una veintena, se triplicó rápidamente, resultando inevitable
la expansión de la obra.

60
o cinco niños de corta edad, se dirige a nosotros con los
brazos abiertos. Un trabajador que acaba de perder a la
madre de sus hijos y que nos dice: “¿Qué quieren que haga
con ellos?, ¿cómo quieren que trabajando de la mañana a la
noche para alimentarlos, tenga todavía tiempo y fuerza para
ocuparme de ellos?
¡Es un vecino el que nos indica uno de estos casos
interesantes, que a fuerza de repetirse, se han convertido casi
en una norma!
¡Es un compañero el que nos recomienda a un niño
robusto, inteligente, que podría llegar a ser un individuo
destacado y que crece, miserable y entre golpes, con un
padre borracho y una madre que se prostituye!
Un amigo que nos suplica que abramos la puerta de La
Ruche a un niño al que acechan los tentáculos religiosos.
¡Debemos salvarlo!
¡Es el trágico y angustioso desfile de todos los dramas
silenciosos o ruidosos, ignorados o conocidos, de los que está
tejida la existencia de los desheredados!
Y cada vez que nos vemos en la cruel obligación de
rechazar las manos que se dirigen hacia nosotros, de
defraudar las esperanzas que se han fundado en La Ruche
rehusando admitir a un niño que nos hubiera alegrado acoger,
nuestro corazón se encoge por partida doble: porque
pensamos con tristeza en los desafortunados que nos

61
imploran y que no podemos socorrer; y porque presentimos
que un gran número de estos niños que nos es imposible
acoger bajo nuestra protección se encuentran acechados por
nuestros enemigos. Vencidos por la miseria los padres
cederán y estos pequeños serán entregados, abandonados a
una obra de filantropía o de caridad que los desean y que,
más tarde, serán, casi irremediablemente, adversarios de sus
propios intereses y de sus hermanos de sufrimiento.
¡No! Los niños no faltan; La Ruche se podría vaciar del
joven enjambre que alberga; podría vaciarse diez veces, cien
veces, que no tardaría en llenarse y aún así muchas abejas se
quedarían a las puertas.

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CONDICIONES DE ADMISIÓN

No admitimos ningún niño sino bajo las tres condiciones que


enumeramos a continuación. Exigimos:
1) Deben ser niños con un buen estado de salud.
No exigimos que los niños estén particularmente sanos y
robustos, pero si pedimos que nada impida que lo sean; nosotros
nos encargaremos de llevar a cabo el trabajo.
Nos proponen un niño famélico, anémico, debilitado,
momentáneamente débil porque, como la mayoría de los hijos
de los obreros de la ciudad, carecen de aire limpio, de una dieta
equilibrada, de una alimentación sana y abundante, de higiene o
de cuidados; pero no sufre ninguna enfermedad congénita,
ningún defecto de nacimiento, ninguna enfermedad contagiosa,
en resumidas cuentas, no es un anormal ni un deficiente. Su
estado enfermizo está determinado por las condiciones adversas,
y cuando estas condiciones sean sustituidas por otras favorables,
el niño, al margen de estas causas de enfermedad o decaimiento,
volverá a ser saludable, se fortalecerá y se desarrollará. Por ello,
no consideramos que el estado de salud del niño sea suficiente
para rechazarlo.
Pero rechazamos categóricamente a cualquier niño con
raquitismo, con escrófula7, con sífilis, alcohólicos, con

7
Proceso infeccioso que ataca los ganglios linfáticos. Generalmente los del cuello, causado por contacto con el
virus de la tuberculosis.

74
tuberculosis o todas las otras afecciones congénitas o adquiridas
que dan lugar a un ser anormal o deficiente.
Nuestras razones son fáciles de entender:
A) No podemos colocar una fuente de contaminación en
medio de niños sanos. ¿Qué le diríamos a las familias que nos
han confiado a sus hijos sanos y que nos reprocharían haber
actuado imprudentemente al exponerlos a una infección?
B) Además de que la presencia de un niño anormal o
deficiente es un peligro constante para sus compañeros, sería
una rémora para todo el grupo, lo que daría lugar a que todo el
conjunto quedara condenado a no avanzar, paralizando el
progreso de todos.
C) Por último, la acogida en La Ruche de un anormal o
deficiente no le reportaría ningún beneficio apreciable, porque
necesita de unos tratamientos especiales, de unos cuidados
particulares y una atención específica.
Por lo tanto, exigimos que el niño esté sano y saludable, y es
por ello le sometemos, antes de admitirlo, a una inspección
rigurosa, a un examen médico minucioso.
2) Que el niño tenga al menos seis años y no más de diez
Incontestablemente, es útil que el profesor cuide del niño
desde su más tierna edad; estoy lejos de pensar que la labor
educativa no presenta verdadero interés hasta que el niño tenga
seis años.

75
Pero hay que reconocer que, de muy pequeño, el niño
necesita de unos cuidados constantes, de atenciones incesantes;
hace falta que, en todo momento, la madre esté cerca, que no lo
pierda de vista, que su vigilancia y sus afectuosos cuidados sean
constantes. Por no mencionar que, a la edad de dos, tres o cuatro
años, el niño necesita de una dieta muy controlada,
encontrándose expuesto a una infinidad de pequeñas
enfermedades e indisposiciones que requieren un frecuente y
cuidado tratamiento.
Por todo ello, se requeriría, en La Ruche un personal especial
que no tenemos y unas instalaciones particulares de las cuales
carecemos.
Además, cuando el niño es tan pequeño, cuando no ha
llegado a la edad de razonar, cuando apenas penetran en su
cerebelo algunas luces de discernimiento, cuando su voluntad es
todavía casi nula, es prácticamente casi imposible llevar a cabo
con este bebé una educación propiamente dicha. ¿Cómo
llegaríamos a su comprensión, a su voluntad, a su conciencia?
Todo lo que puede hacer el educador es potenciar y velar por
el buen desarrollo de este pequeño, dotarlo de hábitos útiles y
sanas costumbres.
La Ruche no es todavía, ni por el momento una escuela
infantil. Tal vez con el tiempo, añadamos este nivel preparatorio
para una buena educación. Pero, por el momento, no debemos
soñar con ello.

76
Expliquemos, igualmente, por qué limitamos la edad de
admisión a La Ruche a los diez años.
Más allá de esta edad, los niños han pasado por la escuela y
han permanecido en ella más o menos tiempo; han estado en la
calle; han hecho el pillo con los chicos y las chicas de su edad;
han adquirido algunas costumbres; en su cerebro y en su
corazón, la familia, la escuela, el barrio, la calle, han depositado
una suma más o menos considerable de ideas y sentimientos;
han puesto en práctica ciertos métodos; ya tienen una cierta
forma de enfocar las cosas.
En pocas palabras, el educador casi siempre debe empezar
con una penosa e ingrata labor y generalmente lenta, de
demolición. La labor negativa que naturalmente, suele
desconcertar a los niños, y hasta desanimarlos. Trabajo durante
el cual, en apariencia, tiene la sensación de perder el tiempo.
No es la pizarra, limpia y ordenada, sobre la cual de
inmediato se puede escribir o dibujar; es una pizarra que está
cubierta de signos, letras, dibujos, figuras, garabatos, en total
desorden, en donde lo primero que hay que hacer es perder el
tiempo en limpiarla, antes de soñar con abordar la labor positiva
y atrayente.
Y, lo mismo que, un poco más arriba decía que con los niños
de menos de seis años: “No se puede hacer nada”, diría en este
caso, “¡Para el verdadero educador, es demasiado tarde!”

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3) Que la familia que nos confíe a su hijo nos dé su palabra
de honor, acuerdo puramente moral, de dejarlo hasta la edad de
dieciséis años.
La educación es un trabajo a largo plazo; no es una actividad
que se pueda iniciar, dejar, retomar y volver a dejar. Es, durante
largos años, una obra sin solución de continuidad que cuando se
inicia no puede dejarse de lado ni un solo día.
Sólo da sus frutos lentamente; no es una flor que, en pocos
días, se desarrolla y posteriormente, ¡ay!, se marchita en pocas
horas; es el árbol vigoroso que hunde en la profundidad de la
tierra sus fuertes raíces, que crece lentamente pero que cuando
llega a toda su plenitud, des a fía valientemente al aguilón.
Tenemos pues, a un niño de seis años que se incorpora a La
Ruche, permaneciendo durante tres y, posteriormente, con nueve
años, la abandona.
Es probable que, independientemente del medio en donde
continúe con su educación, este niño mantendrá algo de lo que
ha recibido en La Ruche: sensaciones, impresiones, recuerdos,
sonidos, imágenes, emociones. ¡Pero todo esto será confuso! Y
como es de temer, por emociones, imágenes, sonidos, recuerdos,
impresiones y sensaciones contrarias, ¡todo ese recuerdo inicial
será borrado!
Tenemos un niño que, con diez años, se incorpora a La
Ruche, y a la edad de doce o trece años, la abandona.

78
Adquirió juiciosos hábitos que han dado lugar a unas formas
muy saludables de pensar, sentir y actuar; comienza a sacar
provecho de los métodos pedagógicos que honran y se emplean
en La Ruche; su corazón se abrió a los sentimientos más
elevados; su su conciencia se deleita con la franqueza y la
honestidad; su voluntad se acostumbra a rechazar actividades
perniciosas; está en la edad en donde el insecto,
imperceptiblemente, deja de ser crisálida para convertirse en
mariposa. ¡Pero que frágil sigue siendo todavía el insecto! ¡Hace
falta tan poco para matarlo!
¡Y bien! Hemos prodigado nuestros cuidados con un niño
durante dos, tres o cuatro años, para preservarlo de todo daño
físico y de todo mal moral no hemos ahorrado fatigas y desvelos.
Hemos estudiado y descubierto al fin el camino hacia su corazón;
hemos modulado nuestras voces para hablar el lenguaje que
comprenda su inteligencia. Ese ser, que se nos había entregado,
débil, ignorante, sin voluntad, una especie de pequeño animal
que esperaba para desarrollarse, pero que solo crecerá en la
medida en que sea objeto de nuestra atención, en que lo
protejamos con nuestra vigilia, lo reconfortemos con nuestra
vigilia, lo reconfortemos con nuestra ternura, lo ilustremos con
nuestros conocimientos y, cuando comienzan a dar sus frutos
todos estos desvelos, ¿puede llegar un padre, una madre, sin
ninguna causa imprevista o de fuerza mayor, comprometer este
resultado, despojando y privando al niño de los felices

79
resultados de todo estos esfuerzos combinados de los niños y de
nosotros mismos?
Y a veces, bajo el más fútil pretexto: una madre que nos
suplicó en su momento que nos encargáramos de su hijo para
educarle porque entonces era viuda y estaba sola; pero como en
la actualidad está con una nueva pareja y ya no necesita a La
Ruche ¿puede, simple y llanamente, llevarse a su hijo?
Ese padre, que nos había suplicado para que educáramos a su
hijo porque su hogar estaba vacío, por la muerte o el abandono
de la madre, y no podía dedicarle tiempo, ¿puede simple y
llanamente recoger a su hijo ahora que en su casa hay otra
mujer?
Aún más, un padre o una madre, que nos había confiado a su
hijo en su niñez, que siendo pequeño solo era una carga, ¿nos
puede reclamar que lo devolvamos a su familia, ahora que tiene
doce o trece años, es fuerte, está formado y capacitado para
ganar unas pocas monedas diarias?
Me callo razones menos serias aún, por no mencionar a
aquellas familias que, sin tener en cuenta los intereses del propio
niño, reclaman de repente a sus hijos, sin ningún tipo de
explicación, como si fueran un bien suyo, arrebatándonoslo, sin
escrúpulos, como si trataran de recuperar un objetivo que
temporalmente habían depositado en La Ruche hasta el
momento en que pudieran recobrarlo.

80
No rompemos los lazos que unen al niño a su familia. No
tenemos el sentimiento que el niño cuya educación se nos ha
confiado deje de pertenecer a su familia y sea totalmente neutro;
no somos tan crueles. Pero consideramos que nuestros niños,
más felices y afortunados que otros, tienen dos familias: la suya
y La Ruche; y nos parece justo que, si nosotros respetamos los
tiernos lazos que unen a los con sus familias naturales, estas
deben respetar, de la misma manera, los vínculos, no menos
afectuosos y no menos fuerte, que unen a sus hijos de La Ruche.
Al confiarnos a sus hijos, y encomendarnos su educación,
¿estas familias no nos han entregado lo que tienen de más
valioso? ¿No han demostrado su plena confianza? ¿No han
asumido un verdadero contrato, por el cual se comprometían a
poner en nuestras manos la educación de sus hijos, a cambio del
compromiso que contrajimos de querer a estos niños como
nuestros, y de hacerlos bellos, robustos, inteligentes, activos,
afectuosos y dignos como quisiéramos que fueran nuestros
propios hijos?
Pues bien, este es el contrato, que conscientemente por
nuestra parte respetamos, y pedimos que las familias lo respeten
también, dejándonos a sus hijos hasta la edad de dieciséis años,
mo1nento en el cual, aunque su educación no está concluida —la
formación nunca concluye; uno aprende, mejora, se perfecciona
hasta el último día, hasta la edad más avanzada— es sin embargo,

81
lo suficientemente amplia como para que el niño, casi adulto,
esté formado y no pierda su sentido.
La vida es un océano azotado con más frecuencia por olas
tormentosas que apacibles y arrulladoras. Se nos ha confiado al
niño diciéndonos: "¡Haced que cuando quite el puerto de La
Ruche sea capaz de afrontar el furioso oleaje!" Hemos aceptado
el reto, pero sólo exigimos que se nos deje al niño hasta que sea
capaz de desafiar al huracán. ¿No es esto razonable?...

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PEQUEÑOS; MEDIANOS; GRANDES

Nuestros niños forman tres grupos: los pequeños, los


medianos y los grandes. Los pequeños son aquellos que,
demasiado jóvenes todavía para entregarse a cualquier trabajo
de aprendizaje, no frecuentan ningún taller y distribuyen su
tiempo entre la clase, el juego y los pequeños servicios
domésticos que pueden hacer: limpieza, barrido, pelar
legumbres, etc. Los medianos son aquellos que están en la edad
de pre-aprendizaje. Su jornada está consagrada mitad al estudio,
mitad al trabajo manual. Los grandes son los que, habiendo
terminado los estudios propiamente dichos, y concluido
igualmente su tiempo de pre-aprendizaje, son aprendices.
Pensamos que no hay edad fija, invariable, que separe de
forma matemática los elementos que componen estos tres
grupos.
Unos son más precoces; otros son menos fuertes; y es el
desarrollo físico y cerebral de cada niño el que determina, más
que la edad, el momento en el que pasan de pequeños a
medianos y de medianos a grandes.
De hecho, nuestros niños pertenecen a los pequeños hasta la
edad de doce o trece años; de doce o trece a quince años
aproximadamente, pertenecen a los medianos; y por encima de
quince años se les coloca entre los grandes.

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Hasta los doce o trece años, sólo van a clase; de doce o trece
a quince años van, una parte del día a clase, la otra parte al taller
o al campo; y a partir de quince años, dejan de ir a clase y van
sólo al taller o al campo.

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UNAS PALABRAS SOBRE LO QUE LLAMAMOS EL
“PRE-APRENDIZAJE”

A partir de doce o trece años, casi todos los niños que


pertenecen a la clase obrera, abandonan la escuela. El niño tiene
el certificado de estudios primarios; su familia considera que ya
sabe bastante. De todos modos, piensa que es hora de que se
ponga a trabajar para aportar algo. Para muchos, lo esencial y lo
más urgente es que el niño deje de ser una carga, que se espabile
y que incluso aumente, con algún dinero, el salario familiar.
Los privilegiados entran como aprendices. Entran de sopetón
y al azar.
¡Se trata de los gustos del niño, de sus aptitudes, de sus
fuerzas! ¿Sus gustos? ¿Sabe lo que le gusta? ¿Sus aptitudes?
¿Las conoce él mismo? ¿Ha tenido tiempo de discernirlas? Hará
como los demás: será aprendiendo un oficio como adquirirá y
desarrollará las aptitudes necesarias. ¿Sus fuerzas? Tiene trece
años; debe de ser lo suficientemente fuerte como para trabajar,
sino, es un perezoso.
Y el niño se convierte en aprendiz. Sabemos lo que hará
nueve de cada diez veces: es el que limpia, barre, hace los
recados y las compras; está encargado de todos los trabajos
pesados; es más un criado que un aprendiz y eso durará hasta los
catorce o quince años; en realidad, es a esta edad cuando
empieza a aprender seriamente el oficio que se propone realizar.

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¿Qué oficio? El que el padre le ha elegido; el que un vecino
le ha aconsejado; el que las circunstancias, a veces fortuitas, han
señalado.
El resultado es que con frecuencia, con mucha frecuencia,
llegados a los dieciséis o diecisiete años, este joven obrero se da
cuenta de que la profesión que ejerce no conviene ni a sus
gustos ni a sus aptitudes, ni a su temperamento.
¿Qué hacer? ¿Dejar este oficio que, como presiente, no
ejercerá nunca con gusto y en el que siempre será inferior? No
puede ni pensarlo. Tendría que realizar un nuevo aprendizaje y
es demasiado tarde.
El adolescente se resigna, continúa, tristemente, sin
entusiasmo; se convierte y seguirá siendo durante toda su vida
un obrero mediocre; una especie de presidiario condenado a
trabajos forzados a perpetuidad.
¡Triste existencia!
Hemos pensado que era necesario evitar al niño el desagrado
y la desventaja de estar entregado desde los doce o trece años, a
un oficio que pueda disgustarle.
He escuchado habitualmente la afirmación de que, para un
obrero, todos los trabajos son los mismos, o casi. Los que
emiten este parecer pretenden que siendo la condición y el
salario del obrero poco más o menos los mismo en todas las
industrias, importa más bien poco que este trabaje en la madera,
en el cuero, en los tejidos o en los metales; que la elección de un

94
oficio no debe, por tanto, estar determinada por los gustos, las
aptitudes o las fuerzas del individuo, sino por el salario y, de
manera más general, las condiciones de trabajo; que por lo
demás, como la maquinaria mecánica se generaliza y
Esta opinión es falsa, y no conozco otra que tenga para el
trabajador manual peores consecuencias.
Primero, es evidente que si el maquinismo invasivo de todo y
que si el obrero está condenado a ser cada vez más conductor,
vigilante o auxiliar de la máquina, no es totalmente indiferente,
que sin tener en cuenta sus gustos, sus aptitudes y sus fuerzas,
ejerza tal oficio o tal otro: un oficio es más sucio; otro más
peligroso; uno puede, a la larga, hacerse de manera maquinal y
casi sin pensar; el otro exige una atención sin descanso; el
primero exige minuciosidad y delicadeza; el segundo vigor,
resistencia; éste lleva consigo tal perturbación del organismo
muscular; este otro tales perturbaciones nerviosas; en tal oficio
no se necesita ni imaginación, ni iniciativa, ni ingenio; en tal
otro se necesita mucha; uno se puede hacer sin poseer amplios
conocimientos de matemáticas y de dibujo; el otro imposible de
ejercer sin tener conocimientos en matemáticas y diseño, etc. No
acabaría nunca si quisiera enumerar aquí, aunque no las
detallase, todas las diferencias, todos las distinciones, todas las
oposiciones.

95
Y no hablo de las partes del cuerpo afectadas en particular
por el oficio ejercido; del ruido que se hace, de los olores que se
inhalan, del polvo que se levanta, del aire que circula, etc.
¿Se podrá entonces decir, mantener, que no hace falta tener
en cuenta los gustos, las aptitudes, las fuerzas del niño y que el
trabajador manual puede ejercer, de manera indistinta e
indiferentemente, cualquier oficio?
Sin duda, el obrero que va a su trabajo como el esclavo
encadenado, no tiene gusto ni aptitud para ningún trabajo, y le
es indiferente trabajar en esto o en lo otro; es la suerte que
espera al triste aprendiz del que acabo de hablar.
Pero hay trabajadores que ejercen su oficio con alegría, que
echarían de menos sus herramientas tanto como el pintor su
pincel, que aman el trabajo bien hecho, el trabajo terminado, que
se apasionan con su oficio, para quienes vencer una dificultad es
ganar una batalla sin el horror de la sangre derramada y que
guardando las distancias, prueban, experimentan, trabajan, en su
taller con tanto ardor como el sabio en su laboratorio.
¿Osarían mantener que no hay ninguna diferencia entre estos
obreros y los otros?
Pues bien, deseamos con gran entusiasmo que nuestros niños
estén, más adelante, entre estos trabajadores cualificados.
¿Cómo hacer para lograr este resultado o, al menos para
poner todas las condiciones de manera que favorezcan este
resultado?

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Estas son:
Durante dos o tres años, cada uno de nuestros niños pasa por
los distintos talleres, se queda allí, y trabaja tres, cuatro o cinco
meses tanto en uno como en otro; tiene así tiempo y ocasión de
estudiar sus gustos, de precisar sus aptitudes, de medir sus
fuerzas. No tiene que preocuparse desde los doce hasta los
quince años, de elegir un oficio; prueba varios y cada uno de
ellos bastante tiempo para establecer entre unos y otros las
comparaciones necesarias.
Al mismo tiempo, continúa sus estudios; no sólo porque está
lejos de haber adquirido la cantidad de conocimientos generales
que en el futuro, cualquiera que sea el oficio que ejerza, le serán
indispensables; no sólo porque ha llegado a la edad en que con
más madurez aprovechará mejor las enseñanzas que le
proporcionen; sino, además y sobre todo, porque al trabajar por
turnos, cada día, de manera regular, en clase y en el taller, se
establecerá de forma irremediable, quizás sin que él lo sepa, una
relación muy útil entre sus trabajos aquí y sus estudios allí, entre
la formación de su inteligencia y la de su vista y de sus manos,
entre su cultura general y su aprendizaje técnico.
Y cuando al cabo de dos o tres años de este pre-aprendizaje,
se especialice, su elección, bien meditada, se basará en esta
cultura intelectual y manual, sin que la una sea sacrificada a
favor de la otra; por el contrario, las dos se complementarán, se

97
ajustarán para mayor satisfacción y mayor bienestar del
adolescente.
No digo que en estas condiciones, la elección del niño sea
siempre juiciosa, la mejor y que deba considerarse como
definitiva; más bien digo que, por una parte, habrá muchas
posibilidades de que así sea y que, por otra parte, nosotros
habremos cumplido, con respecto a este niño, con nuestro deber,
todo nuestro deber.

98
SERES COMPLETOS

El papel de la enseñanza, es llevar al máximo desarrollo


todas las capacidades del niño: físicas, intelectuales y morales.
El deber del educador consiste en favorecer el pleno
desarrollo de este conjunto de energías y de aptitudes que
encontramos en todos.
Mantengo que, al dotar a los niños que nos confian de toda la
cultura general que sean capaces de recibir y de la preparación
técnica hacia donde les encaminarán sus gustos y sus fuerzas,
habremos cumplido con nuestro deber respecto a ellos, todo
nuestro deber. Porque habremos formado así, a seres completos.
¡Seres completos! En nuestros días se encuentran muy pocos;
podría incluso decir que no se encuentran. Y ésta es una de las
fatales consecuencias de la organización social y de los métodos
educativos que de ella se derivan.
Nos encontramos a un hijo de burgueses cuyos padres
ambicionan convertir en un estudioso de algún tema o en un
dotado en matemáticas, pero que creerían dar a un vástago una
educación indigna de su categoría y de la situación social a la
que lo destinan, si aprendiera a trabajar con sus manos el metal,
la madera o la tierra.
Más allá encontramos a un hijo de proletario, más o menos
necesitado, a quien la familia arranca, a los doce o trece años, de
la escuela. Sabe leer, escribir y contar de manera básica; está en

99
la edad en que la inteligencia se abre a la comprensión, en que la
memoria comienza a almacenar, en que el juicio se forma; ¡no
importa! Tiene que ir al taller o al campo; ya es hora de que
trabaje. “Y además, dicen los padres, ¿es útil que se convierta en
un sabio para ser campesino u obrero?”
¿Qué sucede?
El primero de estos dos muchachos llegará, quizás, a tener un
grado apreciable de cultura intelectual: artista, sabio, literato,
filósofo, tendrá su mérito, no lo discuto; pero será un ignorante
y carecerá totalmente de habilidad cuando se trate de pulir una
plancha, de dar un un martillazo, arreglar o manejar un utensilio,
en una palabra, entregarse a cualquier trabajo manual.
El segundo será, quizás, en su ramo un trabajador cualificado:
mecánico, sastre, albañil, carpintero, herrero; se podrá ganar el
pan y tendrá su valor, no lo niego; pero fuera de su oficio, tendrá
una crasa ignorancia y una deplorable incomprensión. Uno y
otro se habrán desarrollado convenientemente en un sentido,
pero habrán descuidado totalmente desarrollarse en el otro.
Producto de la instrucción y la preparación recibida, el
primero será un teórico, no un práctico; el segundo será un
práctico, no un teórico.
Uno sabrá servirse de su cerebro, no de sus brazos; el otro
sabrá servirse de sus brazos, no de su cerebro.
El hijo de burgués se inclinará a juzgar como indigno para él,
el trabajo manual y como inferiores a él, a los que viven de ello;

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el hijo de proletarios se verá obligado a inclinarse ante la
superioridad del trabajo intelectual y a humillarse, con
admiración, respeto y sumisión, ante los que lo ejercen.
Resultado: desde el punto de vista individual, ninguno de
ellos será un ser completo; este, músculos vigorosos, cerebro
débil; aquél, cerebro vigoroso, músculos débiles; uno y otro,
hombres incompletos, medio hombres, trozos de humanidad.
Desde el punto de vista social: rivalidad entre trabajadores
manuales e intelectuales; el trabajo intelectual mejor
considerado y mejor retribuido que el trabajo manual; este
último, indefinidamente infravalorado, mal retribuido y
humillado.
La enseñanza debe tener por objeto y por resultado formar
seres tan completos como sea posible, capaces más allá de su
especialidad cotidiana, cuando las circunstancias lo permitan o
lo exijan: los trabajadores manuales, de poder abordar el estudio
de un problema científico, de apreciar una obra de arte, de
concebir o de ejecutar un plan, e incluso, de participar en una
discusión filosófica; los trabajadores intelectuales, de ponerse
manos a la obra, de servirse con destreza de sus brazos, de hacer
en la fábrica o en el campo un papel decoroso y un trabajo útil.
La Ruche tiene la gran ambición y la firme voluntad de poner
en circulación algunos individuos de esta especie.
Es por esto por lo que desarrollamos simultáneamente la
educación general y la enseñanza técnica y profesional.

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NUESTROS TALLERES

Hasta hoy nuestros talleres no han producido nada para el


exterior. Únicamente, la imprenta ha sido una excepción.
Carpintería, fragua, costura, lavandería, encuadernación, han
trabajado sólo para las necesidades de La Ruche. En realidad,
estos talleres han sido y siguen siendo todavía, más servicios
que talleres; algunos, probablemente, conservarán este carácter.
Otros como la carpintería, la encuadernación y quizás la costura,
al mismo tiempo que seguirán siendo servicios y, respondiendo
a las necesidades corrientes de la obra, se convertirán, sin duda,
en un futuro próximo, en talleres de producción al mismo
tiempo que de aprendizaje.
Cuando, al llegar a los dieciséis años aproximadamente, un
niño, chico o chica, posea una cultura general suficiente y una
preparación profesional que le permita trabajar en el exterior y,
como obrero u obrera, pueda cubrir sus necesidades, puede, si es
su deseo, abandonar o continuar en La Ruche. Es libre y realiza
su elección con toda independencia.
Es probable que una parte de estos adultos se quede en La
Ruche.
Estos dejarán de formar parte de nuestros pupilos y pasarán a
las filas de nuestros colaboradores. Tenemos ya algunos que se
encuentran en esta situación.

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Trabajan en el taller en el que han hecho su aprendizaje y
ejercen el oficio que han aprendido.
Se acerca el momento en que nuestras costureras, nuestros
carpinteros y nuestros encuadernadores estén en condiciones de
realizar convenientemente el trabajo que les sea encomendado, y
en que, en cada taller, sean lo suficientemente numerosos para
que su producción sobrepase las necesidades constantes de La
Ruche.
Prevemos pues, desde ya, la posibilidad de trabajar para el
exterior.
En la carpintería nos propones hacer muebles. En los centros
obreros, en los que encontramos casi la totalidad de nuestra
clientela, los matrimonios de posición modesta tienen que elegir
entre el mueble tosco, usado, mal acabado, pero relativamente
sólido y el mueble vistoso, es decir, elegante, gracioso, ligero,
pero frágil.
El primero no es bello de ver, pero es resistente, el segundo
es agradable a la vista, pero no tiene una larga vida y no resiste
apenas el trato descuidado de la chiquillería o los golpes en una
mudanza.
La Ruche prestaría un gran servicio a la clase obrera de París
y de las principales ciudades de provincia, poniendo a su
disposición un mueble que evitaría ese doble defecto: tosquedad
y fragilidad, es decir, un mueble a la vez elegante y robusto,
atrayente y sólido.

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La misma observación en cuatro a la encuadernación: o es de
lujo o demasiado rudimentaria. De lujo, cuesta muy caro;
demasiado rudimentaria, se rompe rápidamente por el uso.
Para las bolsas de trabajo, los sindicatos, las cooperativas, las
bibliotecas populares y los compañeros que están llamados a
constituir nuestra clientela, es necesario una encuadernación
sencillamente cómoda, cuyo precio no sobrepase los muy
limitados ingresos de dicha clientela y que sea suficientemente
sólida.
No basta, es cierto, con producir bien y en condiciones
ventajosas, hay también que asegurar las ventas.
Para La Ruche, esta cuestión está resuelta de antemano.
Nuestros mercados existen: son los sindicatos, las cooperativas,
las universidades populares, las bolsas de trabajo, las logias
masónicas, los grupos de vanguardia, todos amigos de La Ruche,
y la multitud de compañeros que, individualmente, siguen con
interés el desarrollo de esta.
Bastará con apelar a ellos para tener una salida. Estamos
seguros pues son estos compañeros y estas organizaciones
quienes desde su fundación, constituyen la clientela de nuestra
imprenta. Esta funciona desde hace un año y los pedidos le
llegan de todas partes.
Lo que ocurre con la imprenta, ocurrirá con la
encuadernación y la carpintería; de esto, no hay duda.

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NUESTRO PRESUPUESTO

Pero esto no son más que previsiones y esperanzas, y por


muy razonables que sean las unas y fundamentadas las otras, no
constituyen en absoluto, en la actualidad, certezas y realidades
sobre las cuales podamos apoyarnos seriamente.
Veamos como, entre el 30 de junio de 1913 y el 30 de junio
de 1914, hemos establecido nuestro presupuesto, ha sido el
siguiente:
Gastos:8
Presupuesto Ordinario9
1. Alquiler e impuestos, 4.600.
2. Alimentación (sesenta personas a razón de 0,75 Fr por día
y persona), 16.425.
3. Vestidos y mantenimiento (7,50 Fr por mes y persona),
5400.
4. Iluminación, 50 francos por mes, 600.
5. Calefacción, 100 francos por mes, 1.200.
6. Lavado, 60 francos por mes, 720.
7. Material escolar, 600.
8. Biblioteca, periódicos, revistas, 300.
9. Médicos, dentistas, farmacia, 600.
10.Correspondencia, 600.
8
Nuestro presupuesto de gastos comprende dos partes. La parte fija, con carácter regular y que abarca los gastos
corrientes, es el presupuesto ordinario. La parte móvil, correspondiente a gastos excepcionales y sometidos a las
fluctuaciones impuestas por las circunstancias; es el presupuesto extraordinario.
9
Todas las cantidades son en francos franceses.

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11.Dinero cotidiano de los colaboradores, 3.600.
12.Viajes, solidaridad, imprevistos, diversos, 300.
13.Mantenimiento del material, 1.500.
Presupuesto Extraordinario
1. Cantidades destinadas, entre el 30 de junio de 1913 al 30
de junio de 1914, a la organización de nuestra enseñanza
profesional, a la instalación y el utillaje de nuestros talleres de
aprendizaje y producción, 10.000.
2. Gastos de los trabajos ejecutados para reparaciones,
acondicionamiento y construcción de edificios, 5.000.
Total.- 51.445
Ingresos
1. Suscripciones, 8.123.
2. Imprenta (beneficios netos), 3.946.
3. Festivales en La Ruche y en las giras con los niños, 3.857.
4. Producción del campo: tierras, huertos, colmenas, corrales,
4.000.
5. Servicio de librería (tarjetas postales, folletos, etc), 1.800.

Total.- 21.726
Diferencia neta.- 29.719
Entre nuestros gastos y nuestros ingresos, la diferencia ha
sido de 29.719 francos, que en cifras redondas son unos 30.000
francos.

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Este déficit de 30.000 francos se ha cubierto con el producto
de mis conferencias en el transcurso del mismo periodo de
tiempo, es decir del 30 de junio de 1913 al 30 de junio de 1914.
Es justo reconocer que este déficit es considerable y
preocupante.
Ya no estoy en la primera juventud; llego a una edad en que
las fuerzas empiezan a declinar. Me siento todavía fuerte y con
buena salud; tengo el mismo entusiasmo en el trabajo, la misma
energía, la misma resistencia que hace veinte años. Hay que
prever, sin embargo, que no podré prolongar impunemente, más
allá de algunos años, el esfuerzo continuado y enorme que
realizo desde hace más de un cuarto de siglo. La vejez, a pesar
de todo, llega con su inevitable y doloroso cortejo de
desfallecimientos y achaques.
Es prudente prever la enfermedad, el accidente, la muerte,
que pueden recaer sobre mí y llevarme bruscamente o dejarme
fuera de combate.
Y a la vista de cifras, los amigos de La Ruche pueden
concebir grandes temores sobre su futuro.
Pueden temer que al faltarle de repente la aportación que,
desde su fundación, hago cada año, a La Ruche, esta obra
desaparezca bajo el peso de las cargas que se han vuelto
demasiado pesadas.
Comprendo las alarmas de nuestros amigos y, desde hace
mucho tiempo, vivo a pesar de mi gran optimismo, en la

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angustia de una de estas eventualidades que he enumerado más
arriba y de esa inevitable fatalidad: la vejez, a cuyas puertas me
encuentro.

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CONFIANZA EN EL PORVENIR

¡Pues bien! que nuestros amigos se tranquilicen.


Nos separa poco tiempo del momento en que La Ruche, deje
de depender de los recursos, de carácter necesariamente
aleatorio, que representan mis conferencias, y llegará a bastarse
a sí misma, terminando por sustituir estos ingresos por recursos
con un carácter regular y asegurado.
Es de esperar que, hasta finales de 1915, nuestro presupuesto
de gastos siga siendo, más o menos, el mismos: unos cincuenta
y un mil francos.
No obstante, para esa fecha nuestras instalaciones
profesionales y nuestra maquinaria industrial ya serán
suficientes. Podremos eliminar de nuestro presupuesto de gastos
la suma de quince mil francos que constituye nuestro
presupuesto extraordinario.
Por lo tanto, nuestros gastos se reducirán a los treinta y seis
mil francos de nuestro presupuesto extraordinario. Nuestros
ingresos, prescindiendo de las ganancias obtenidas con mis
conferencias, se elevarán a veinte mil francos, reduciéndose la
brecha de catorce mil francos. Según todas las estimaciones,
nuestros talleres de carpintería y de encuadernación, al tiempo
que siguen dedicándose al aprendizaje también se dedicarán a la
producción. Nuestros servicios de imprenta y de librería habrán

126
alcanzado cierto crecimiento. ¿Es exagerado o poco razonable
esperar que estas estimaciones, muy sensatas, se hagan realidad,
y que se cubrirá pronto ese déficit de catorce mil francos?
Francamente, pienso que es posible y así lo creo.
Pase lo que pase, nuestros esfuerzos tienden hacia este fin y
tenemos, mis colaboradores y yo, plena confianza en que lo
alcanzaremos.
Lo más difícil está hecho. Hemos vencido las primeras y
mayores dificultades; hemos atravesado el periodo de tanteo y,
aunque por muy lejos que parezca este fin tan deseable y tan
ardientemente deseado, cierto es que el camino recorrido ya es
mucho más largo y arduo que el que nos separa de ello.
Nuestra confianza es, por tanto, legítima; tiene fundamento;
es inquebrantable.

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NUESTRO FESTIVAL ANUAL

Cada año, llegado el verano, generalmente el primer o


segundo domingo del mes de agosto, organizamos, en La Ruche,
un gran festival.
Esta fiesta se realiza en los terrenos que ocupamos.
Invitamos a todos los amigos de La Ruche y a la población
de Rambouillet. Los habitantes de Rambouillet y de la región
acuden en gran número, la mayoría impulsados sobre todo por la
curiosidad o el deseo de ver de cerca de que están hechos los
feroces anarquistas, según la reputación que tenemos, y a los
terribles sindicalistas y revolucionarios que ese día vienen a
vernos.
Ya que por millares, en efecto, socialistas, sindicalistas y
libertarios se reúnen en esta ocasión en La Ruche.
El espectáculo de miles de compañeros que han acudido a
pasar con nosotros y nuestros hijos en un día al aire libre, al sol
y en sano regocijo, es muy interesante.
Se agrupan por afinidad, a veces por organización, con
mayor frecuencia al azar, porque saben que todos son amigos de
La Ruche y, por lo tanto, amigos entre ellos; se dispersan por el
bosque, se instalan, comen y cenan al aire libre, a la sombra, y el
día, por desgracia demasiado corto, transcurre alegre y
divertido.

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Por la tarde, gracias a la inestimable y maravillosa
colaboración de una banda llegada de París y· compuesta
exclusivamente por compañeros, nuestros niños ofertan un
concierto a nuestros visitantes. Cada uno escucha atento y
fascinado los cantos que ejecutan las voces frescas, justas y
sonoras, bien afinadas de nuestros pequeños.
Llegada la noche, La Ruche se ilumina; cientos de faroles
cuelgan de los árboles, dándole un aíre festivo de lo más
atractivo. Fuegos artificiales y un baile clausuran la jornada.
Todo el mundo lleva, en sus pulmones, una provisión de aire
puro y vivificante y en sus corazones, la alegría y la emoción
por mucho tiempo.
Esta gran celebración es una oportunidad, para aquellos que
jamás lo han hecho, para visitar La Ruche con detalle y, para
aquellos que ya la conocen, el momento para revisar el entorno
en el que crecen nuestros queridos niños, que son un poco suyos
también, y de darse cuenta del continuo desarrollo de la obra.
Esta fiesta anual se ha convertido en una peregrinación que,
por miles, nuestros amigos de todas partes están felices de
celebrar.

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NUESTROS VIAJES

Durante las vacaciones, nuestros niños van de viaje, a veces


a una región, a veces a otra. Es así, como desde la fundación de
La Ruche, nuestra peguen.a caravana ha visitado, de norte a sur,
de este a oeste, Francia casi entera.
Este año, hemos recorrido Argelia, y tras visitar las
principales ciudades de es ta maravillosa comarca, hemos
llegado hasta Túnez.
Se podría suponer que este viaje anual es un recompensa
para los niños que han logrado mejores resultados.
¡Error! Si todos los niños no forman parte de esta caravana,
no es su conducta durante el año transcurrido lo que sirve de
base para una obligada selección.
Si no llevamos a todos es porque, por un lado, los gastos del
viaje serían demasiado elevados y, por otro lado, sería poco
razonable el interrumpir el aprendizaje de los niños mayores
(que, además, ya viajaron el año anterior) e imprudente exponer
a los más pequeños a las penalidades de un viaje que, de por sí,
no sería de utilidad para ellos.
Es la edad la que decide. Los más grandes no viajan más, los
más pequeños todavía no lo hacen; solamente los niños de diez a
quince años se ponen en ruta.
¡Cada uno tiene su turno!

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De esta manera, no hay y no pueden haber ni celos ni
injusticia.
Cuando el número de niños que formarán la pequeña
caravana (generalmente de veinte a veinticinco) queda fijado y
cuando decidimos la región que vamos a recorrer, trazamos
nuestro itinerario y la lista de ciudades en donde haremos un
alto y ofreceremos una actuación.
A la llegada a cada localidad, los compañeros a los que
hemos avisado vienen a buscar a la estación a los niños para
repartirlos en diferentes casas. Se conciertan citas para visitar
todo aquello que pueda interesar e instruir a nuestros jóvenes
viajeros: monumentos, museos, fábricas, curiosidades y lugares.
Nuestras paradas son cortas; al partir, los amigos que han
acogido en su familia a nuestros pequeños los llevan a la
estación; nos estrechamos las manos, nos abrazamos,
prometemos escribirnos con los ojos llorosos cuando el tren se
pone en marcha, llevando a nuestros hijos a otras ciudades y con
otros amigos.
Se han formado críticas y se han expresado temores respecto
a los viajes. Algunos han mantenido: “durante esta multitud de
viajes, los niños perderán sus mejores hábitos en contacto con
las familias que los acogen, con los niños, de diverso origen, con
quienes se vincularán en estas familias y, fatalmente, sufrirán su
influencia; la pureza de su corazón y la frescura de sus
sentimientos pueden ponerse en peligro. Consentidos por unos,

136
permitidos por otros, adquirirán durante pocas semanas de viaje
unos hábitos contrarios a aquellos que adquieren en La Ruche y,
cuando regresen, se tardará días, semanas, tal vez meses, para
volver al punto inicial. Hay que tener cuidado”.
Otros han dicho: "Es peligroso exhibir a los niños en un
escenario, delante del público. Compuesto de elementos afines,
el auditorio les jaleará, se prodigará en aplausos; se convertirán,
a los ojos de los otros niños, en objeto de una mezcla de envidia
y admiración, y en el punto de mira de todas las miradas,
dejándose deslizar imperceptiblemente por la pendiente de la
suficiencia y la fanfarronería. Mediten sobre ello”.
Hay verdad en estos temores, pero ¡muy poca!
A los primeros, les contesto que solo confiamos a nuestros
niños a amigos serios y a familias que conocemos; que
dejándoles a nuestros pequeños a estos amigos como les
dejaríamos lo más preciado por nosotros, les comunicamos
verbalmente y por escrito todas nuestras recomendaciones, por
lo tanto, todo peligro está casi descartado de antemano. ¿No es
necesario además que nuestros niños se acostumbren, poco a
poco, a abrir sus ojos, a ejercer su sentido crítico y sus
facultades de observación sobre un mundo en el que, tarde o
temprano, van a vivir? ¿No es deseable y útil que ellos mismos
sean capaces de establecer puntos de comparación entre este
mundo y La Ruche, para que puedan sentir y apreciar la

137
superioridad de los sentimientos y de las ideas que se les intenta
inculcar, de las enseñanzas y ejemplos que les damos?
A los segundos, les respondería que la presuntuosidad de los
niños solo se genera cuando hay un empeño en separar a alguno
de ellos del grupo del que forman parte, para resaltarlos y se
centra la atención en esta élite. Nos guardamos bien de caer en
ese defecto: en el curso de nuestros festivales, el escenario está
ocupado constantemente por la totalidad de nuestros pequeños
artistas; ¿se trata de cantar? Solo hacen coros; ¿se trata de
interpretar una pequeña comedia? Velamos para que todos,
desde el más pequeño al más mayor, tengan algo que decir y un
papel que representar.
Así, los aplausos los reciben todos y no solo unos cuantos.
Ninguno es llevado a pensar que es superior o indispensable; la
tentación de la vanidad, la soberbia y la jactancia queda
reducida a casi nada.
En cuanto a la fanfarronería, esta solo surge unicamente por
la mala elección de los personajes y papeles asignados a los
niños, del disfraz con que se les viste, los sentimientos y
planteamientos que interpretan. ¿Cómo no van a caer en la
vanidad, esos chicos que se visten de generales, esas chicas que
se disfrazan de princesas, esos niños de diez, doce o catorce
años que se les hace hablar como si tuvieran treinta o cuarenta, y
a los que se les hace expresar ideas que no son capaces de
concebir y sentimientos que no pueden sentir?

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En una actuación ejecutada por los niños, nada puede estar
por encima de su edad, todo debe estar proporcionado a su
pequeño tamaño.
Los niños no deben expresar en el escenario más que ideas
que lleguen a comprender o sentimientos que sean capaces de
experimentar.
Sólo bajo estas condiciones, el niño conserva su ingenuidad,
esa naturalidad que le hace encantador; sólo bajo estas
condiciones, se evita la vanidad.
Con todo lo dicho, podemos ver que los peligros que nos han
señalado son más aparentes que reales, estas explicaciones
bastarán, creo yo, para demostrar que si hay peligros, pueden ser
evitados.
Y opongo a estos temores injustificados, en todo casos
excesivos, las múltiples e importantes ventajas que conllevan
estos viajes.
Estos viajes dan a conocer a La Ruche a una multitud de
gente que, sin ellos, nunca la conocerían; cada año,
proporcionan a la obra unos recursos que con los monumentos
que atestiguan su pasado y las costumbres que hablan sobre su
historia.
Nuestros niños pueden vivir muchos años, pero por muy
viejos que lleguen a ser, tales recuerdos jamás se borrarán de su
memoria.

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La acogida que hemos recibido en todas partes fue franca,
cordial y emotiva. En cada localidad, nos hemos encontrado con
brazos abiertos y corazones afectuosos; en todas partes nuestros
niños dejaron añoranzas y muchos ojos se llenaron de lágrimas
en el momento de la separación.
Estos amigos, nuestros niños no los olvidarán; saben ya,
sabrán a partir de ahora y para siempre que, basta con estar en
La Ruche, para tener, en Argelia como en Francia, compañeros
diligentes y amigos seguros.
Puedan las fronteras de su joven corazón ampliarse sin cesar
y habituarse a abrazar, en un mismo sentimiento de fraternal
solidaridad, a todos aquellos que, sea cual sea la tierra en la que
vivan, el vestido que lleven y la lengua que hablen, aspiren a la
emancipación universal.

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EL BOLETÍN DE LA RUCHE

Ya que acabo de citar el Boletín, no es algo baladí que


diga unas pocas palabras sobre el mismo, que se sepa las
consideraciones que nos llevaron a fundarlo, en qué consiste
y las felices consecuencias que esperamos.
Recibimos diariamente cartas donde se nos solicita
información de lo más diversa y precisa sobre la Ruche.
El número de estas solicitudes aumenta cada mes.
Además de que, para darles respuesta, sería necesario que
uno de nosotros no hiciera otra cosa. Tenemos la certeza de
que la información solicitada y proporcionada es de interés
no sólo de los curiosos y compañeros que la solicitan, sino
que muchos otros estarían contentos de tenerla.
La importancia creciente de esta correspondencia
demuestra, además:

1) Que el número de amigos o simpatizantes que siguen con


interés el desarrollo de La Ruche cada vez es más
considerable.
2) Que la atención con que siguen esta labor crece en
proporción a su número
3) Que La Ruche se ha convertido, poco a poco, en uno de
esas tentativas cuyo éxito regocija, y cuyo fracaso

143
entristecería, a las personas que se preocupan y apasiona, con
razón, con los problemas relacionados con la educación.
Desde hacía tiempo, habíamos planificado el proyecto de
publicar, una o dos veces al mes, un boletín. Pero, ¿en dónde lo
imprimiríamos?
¿En Rambouillet? Ni soñarlo, nuestros amigos pueden
adivinar por qué.
¿En París? Ciertamente, Rambouillet no está muy lejos de
París, sin embargo, la composición, la impresión y el envío de
este boletín hubieran conllevado unos altos costos y una
lamentable pérdida de tiempo.
En la actualidad, La Ruche tiene su propia imprenta. Estas
dificultades de orden práctico han desaparecido; y nos
decidimos.
Este boletín se publica regularmente, el 10 y el 25 de cada
mes.
Cada número contiene: un artículo de Sébastien Faure; un
artículo de uno de nuestros colaboradores habituales: Léon
Clément, André Girard, C. A. Laisant, G. Yvetot, J. Mares tan
(posteriormente se añadirán otros nombres a estos); una crónica
pedagógica o educativa redactada por la pluma de uno de los
tres profesores que están a cargo de la enseñanza en La Ruche;
unas notas sobre higiene y medicina por el Dr. A. Mignon y el
Dr. Elosu, notas simples, claras, precisas, cuya lectura es muy
útil para los educadores y los padres; una serie de pequeños

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“ecos”, bajo el encabezado de: Libando; noticias de La Ruche, y
finalmente una canción o un coro (letra y música). Esta canción
está, por otro lado, impresa en un papel especial; de esta forma,
es fácil reunir una colección única, interesante, variada y muy
útil para las familias, los maestros, los grupos de alumnos, etc.
Este boletín no se vende ni en los kioskos ni en las librerías.
Solo cuenta con suscriptores. La suscripción se ha fijado en
cuatro francos para Francia, y cinco francos para el exterior.
La publicación regular de este boletín bimensual fortalece los
lazos, ya que unen a todos los compañeros que están interesados
en La Ruche y los mantiene al tanto de los mil detalles que
desean conocer.
Establece entre La Ruche y sus numerosos amigos una
relación constante y fraternal.
En el momento en que escribo estas líneas (25 de julio de
1914), se han publicado diez números y el número de
suscriptores está cerca del millar.10
Estas cifras demuestran que la publicación de este boletín
responde a una verdadera necesidad.

10
A pesar de las buenas intenciones de Faure, ese sería el último ejemplar del boletín.

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146
MEDIOS PARA AYUDAR A LA RUCHE

Son numerosas las personas que manifiestan su intención de


secundar materialmente nuestro gesto solidario y nuestro
esfuerzo educativo, y que no sabiendo cómo hacerlo, nos
consultan a este respecto.
Aprobar este gesto está bien; aplaudir este esfuerzo está bien;
pero asociarse con esta labor, es mejor.
Pero, ¿cómo?, ¿con qué medios?, y ¿en qué condiciones?
Indicaremos, aquí, los medios empleados y conocidos;
añadiremos algunos otros.
El primer medio, nos referimos a aquel que nos viene antes a
la mente, es la subvención. Conozco pocas obras de solidaridad,
de asistencia o de educación que no se apoyen en este medio y
que no sea uno de sus principales recursos.
Para muchos, es asombroso que La Ruche no esté
subvencionada por el Estado, la provincia, el municipio, una
asociación filantrópica o generosos donantes.
La subvención , una subvención segura y regular, está en la
base de todas las obras de esta naturaleza, porque sólo con esta
base se puede asegurar la solidez y la estabilidad del proyecto.

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Sin duda, La Ruche es ayudada por algunos amigos y
algunas organizaciones, incluyendo sindicatos, cooperativas,
logias masónicas y grupos avanzados. Estas asignaciones
diversas suponen en el presupuesto de nuestros recursos, una
suma de ocho mil francos. Pero estas suscripciones no suponen
por parte de los grupos y personas donantes compromiso alguno,
ni siquiera moral, y de un año para otro, pueden faltarnos.
La Ruche no recibe, pues, ninguna subvención sobre la cual
tenga derecho a contar de manera cierta y que le sea posible
inscribir, por anticipado, en su presupuesto.
Se nos ha dicho, sin embargo, de manera repetida que, en
interés de la obra, para asegurar su existencia y ampararla frente
a cualquier azar, sería lo más inteligente solicitar al Estado que
la subvencionara.
En los presupuestos nacionales, existe un capítulo especial
reservado en exclusiva para las obras de asistencia y educación;
este capítulo se nutre del producto de los hipódromos, de los
clubes, de los casinos y casas de juego. Ya lo sé.
Sé también que la Hermana Cándide, de la que nadie se ha
olvidado sus recientes contratiempos, ha obtenido, durante años,
de este presupuesto un montón de millones para sus obras y se
me ha dejado entrever que sería extraño que nuestro gobierno
defensor del republicanismo y el laicismo, que subvenciona tan
generosamente estas obras religiosas, se niegue a subvencionar
unas obras esencialmente laica como La Ruche.

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Hasta me he encontrado con personas, tan amigables como
cualificadas, que sin hacerme ninguna proporción formal o
explícita, me han comentado en secreto que están totalmente
predispuestas, en las altas esferas, a acoger favorablemente una
solicitud de subvención para La Ruche, que estarían muy
contentos de apoyar esta solicitud y que se esforzarían para su
concesión.
No he cedido a esta tentación o, más bien, ni siquiera me ha
tentado.
Tengo sobre las subvenciones una idea clara basada en la
razón y la experiencia.
Tengo la convicción de que, independientemente de los
términos en que se solicite y cualquiera que sean las condiciones
en las que se concede, aunque sea entregada sin condiciones
siempre es una atadura.
La subvención, es una pérdida parcial de libertad y esta
enajenación crece cuanto mayor sea subvención.
Pienso que es inútil insistir.
Además, tanto como yo como mis colaboradores, y estos,
tanto como los amigos de La Ruche, somos muy celosos de la
independencia de esta como para consentir la alienación de la
más mínima parte.
Amo a La Ruche con todo mi corazón; sin embargo,
preferiría que desapareciera antes que consentir verla sometida a
la tutela del Estado, dependiendo de los poderes públicos.

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Por lo tanto, nada de subvenciones gubernamentales,
departamentales o municipales. Veamos los otros medios. Los
amigos de La Ruche tienen pocas riquezas. Obreros, empleados,
funcionarios modestos, pequeños comerciantes, que disponen de
limitados recursos y, podemos decir que, en general, son tan
pobres económicamente como ricos de corazón y espíritu.
Sin embargo, puede ocurrir que, de tarde en tarde, posean
algunos céntimos o francos y que no le deban nada a nadie y que
por lo tanto puedan disponer de ellos sin privar de lo necesario a
su familia: su pequeña colmena.
¡Pues bien!, envíen a La Ruche este dinero.
Igualmente, reunidos en los sindicatos, en sus grupos o
reunidos para divertirse o para debatir sobre lo que les interesa,
nuestros compañeros pueden simplemente hacer entre ellos, una
colecta y por muy modesto que sea el resultado, hacérnoslo
llegar.
Que nos pidan listas de suscripción; que se inscriban, que las
hagan circular en sus talleres, en sus oficinas, entre sus
allegados y que nos remitan el importe.
Que los miembros de cualquier grupo, propongan este,
enviar a La Ruche un subsidio. Este es un conjunto de posibles
colaboraciones, sencillas, fáciles, accesibles a todas las personas
de buena voluntad. Basta con meditar un poco y voluntad para
ponerlo en práctica.

150
Otros medios pueden ser: suscribirse al Boletín de la Ruche y
conseguir suscripciones adicionales.
Constituir por todos lados grupos de amigos de La Ruche,
con una pequeña, pero regular, cuota mensual.
Organizar, a beneficio de la obra, fiestas, tómbolas, etc.
Comprar nuestros folletos, nuestras canciones, nuestras
postales.
Encargar a nuestro servicio de imprenta sus trabajos: carteles,
prospectos, membretes de cartas, sobres, facturas, memorandos,
giros, circulares, folletos, periódicos, etc.
Encargar a nuestro servicio de encuadernación todo lo
concerniente a este servicio. Encargar a nuestro servicio de
librería todos los libros, folletos y publicaciones que se
necesiten, etc.
Los amigos de La Ruche se cuentan en la actualidad por
miles. Si cada uno pusiera en práctica uno o varios de estos
medios, recibiríamos, cada año, en suscripciones, donaciones,
recaudaciones de las fiestas y las tómbolas, trabajos y encargos
confiados a La Ruche, una suma que representaría la mejor y
más segura de las subvenciones.
Esto sería más y mejor que una subvención, ya que estas
miles y miles de pequeñas y grandes sumas serían la prueba de
compromiso con La Ruche y, constituirían para nosotros, la
aprobación más alentadora y la fuerza moral que, en las obras de
este género, da a los que la tienen a su cargo y bajo su

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responsabilidad, un empuje sin igual y una confianza
incomparable.

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EL IMPACTO SOCIAL DE LA RUCHE

Excelentes compañeros me han dicho:


“Te desvelas por una cosa que no tiene mucha importancia.
¿Crees que, con una docena de niños que logres formar o criar
en La Ruche, vas a derribar el viejo mundo? ¿No sería mejor
dedicar tu labor y recursos a otros fines?”
Estos compañeros no hacen justicia a La Ruche y no son
conscientes de su gran impacto social.
Podría contestarles que poner en el gran círculo social un
cierto número de temperamentos vigorosos, de inteligencias
abiertas, de voluntades robustas, de corazones elevados y de
conciencias sanas, ya es algo.
Podría añadir que, para el propagandista que soy realizar una
parte de mi sueño, es un deseo respetable y un hecho
importante.
Además podría decir que demostrar en la práctica la
excelencia de nuestros procesos educativos y de nuestros
métodos pedagógicos, es un resultado destacado.
Podría decir, en fin, que para mantener viva La Ruche, he
tenido que prodigarme como nunca, durante más de diez años ,
en conferencias y, en consecuencia, muy lejos de reducir mi
esfuerzo propagandístico y mi actividad, la necesidad de
proporcionar a La Ruche los recursos que le son indispensable,
ha estimulado mi dedicación e incrementado mis esfuerzos.

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Pero, por muy justas que estas diversas consideraciones,
posiblemente no bastarían para convencer a estos compañeros
que, después de todo, podrían seguir pensando que los
resultados que se esperan de La Ruche no son proporcionales al
trabajo requerido a mis colaboradores y a mí mismo, para una
obra como esta.
Sé muy bien que no será suficiente con capacitar a unas
decenas ni siquiera a unas centenas de cuerpos vigorosos, de
espíritus libres y de conciencias elevadas, para derrocar al viejo
mundo; sé bien que, para revolucionar la escuela, no bastará con
desarrollar una educación racional e integral de algunas decenas
de niños.
Pero también sé que estas voluntades fuertes, estos cerebros
liberados y estos cuerpos bien equilibrados, formarán parte de
esa minoría activa y esclarecida que preparará y realizará algún
día, la transformación social hacia donde se encamina la
humanidad.
Y también sé que la realización más simple, el ejemplo más
modesto, posee una fuerza de penetración que lo coloca por
encima de las teorías más seductoras y mejor presentadas.
Los procesos pedagógicos y los métodos educativos
aplicados y empleados en La Ruche no son nuevos.
Durante siglos, notables filósofos, eminentes educadores han
proclamado y establecido, teóricamente, su excelencia.

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Mis colaboradores y yo no cometemos la tontería de creer y
mantener que aportamos un sistema nuevo y original.
Nuestro único mérito ha sido intentar poner en práctica estos
métodos y procesos.
El cuerpo de enseñantes cuenta con un número considerable
de educadores que están convencidos de la excelencia de estos
procesos y la superioridad de estos métodos. Pero no se atreven,
no pueden ponerlos en práctica.
Deben de luchar contra la tradición y la rutina, contra la
desconfianza de sus directores, contra la hostilidad de las
familias, contra la ignorancia del sentir público, contra la
preocupación por ascender.
Además, ¿qué pasaría si la aplicación de estos métodos,
excelentes en principio pero que toda vía no han sido sometidos
a la prueba de su aplicación, llevaran a la confusión, sin alcanzar
los resultados esperados?
Para ellos, esto es un salto a un vacío lleno de peligros e
incertidumbres.
Pero, al margen de la escuela pública y oficial, se funda una
escuela absolutamente libre, dueña de sus programas y de sus
métodos; que en estos pequeños laboratorios independientes, se
han llevado a cabo las experiencias necesarias, y estas han sido
fecundas y convincentes; y los que, entre el estado social, tienen
la formidable misión de instruir y deformar a la juventud,
seguirán con un interés apasionado el devenir de esta escuela e

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intentarán aplicar, en la medida de sus posibilidades, estos
métodos exaltados por la especulación y confirmados por la
experiencia.
No se puede ni imaginar el número ingente de maestros y
maestras que, nuestra correspondencia lo atestigua, están atentos
a La Ruche, nos asaltan con preguntas, se informan sobre las
dificultades halladas y los resultados obtenidos; ¡que
apoyándose en nuestras indicaciones y basándose en nuestra
experiencia, se dedican a realizar pruebas, intentan imitamos, se
alegran de nuestros éxitos y se inspiran en nuestros
procedimientos!
Es ahí donde radica la importancia decisiva de una empresa
como la nuestra; es ahí donde recae el gran impacto social de
una obra como La Ruche.
Así es como, por medio de una infiltración, demasiado lenta
por desgracia, pero constante y cada vez más poderosa, La
Ruche, sorteando el minúsculo círculo en el cual se desarrolla,
está llamada a ejercer sobre la educación una feliz influencia,
transformando gradualmente la escuela pública, y en
consecuencia, a revolucionar la sociedad.
¿Es excesivo pretender que, como tal, La Ruche es una obra
de importancia social de primer orden?
Yo no lo pienso.

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