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Durante años, la obra del escritor cubano Virgilio Piñera (1912-1979) fue divulgada y
conocida de forma incompleta. Mientras que en su país se lo estimaba principalmente como
dramaturgo, autor de piezas de estética absurda como La boda, Dos viejos pánicos o Falsa
alarma, escrita dos años antes de que Ionesco estrenara en 1950 La cantante calva, en la
Argentina o en España venía prestándosele más atención a su faceta de cuentista, sobre
todo a partir de la inclusión de su relato "En el insomnio" en la antología de Cuentos breves
y extraordinarios hecha por Borges y Bioy Casares a mediados de los cincuenta.
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Los ejemplos son innumerables, a tal punto que algunos estudiosos como Daniel
Balderston o Fernando Valerio-Holguín han querido ver en su obra una narrativa
masoquista. Están los cuerpos mutilados, transformados y maltrechos ("Cosas de cojos",
"Oficio de tinieblas"), los casos de antropofagia ("La carne") o de despedazamiento corporal
("Las partes", "La caida"); e incluso en una de sus más tempranas piezas de teatro, Jesús
(1948), un personaje comenta en el diálogo inicial: "¿Ha visto que la carne brilla por su
ausencia?".
Fundador de la revista Ciclón junto con Julio Rodríguez Feo, Piñera también fue
colaborador inconstante de la revista Orígenes que digiría su amigo/enemigo José Lezama
Lima, de quién estuvo distanciado más de una década, hasta que la lectura de Paradiso le
llevó a decir: "No puedo seguir peleando con un hombre que ha escrito una novela tan
maravillosa".
Entender por qué Piñera llamó Cuentos fríos a su primer conjunto de relatos resulta
clave para aproximarse a su literatura. "Son fríos (...) porque se limitan a exponer los
puros hechos", explicó en su momento. Su prosa lacónica y distante nada tenía que ver con
el barroquismo por entonces en boga. De hecho, cuando el protagonista de La carne de
René es descripto como "un anormal o, si cabe peor calificativo, un excéntrico", resulta
difícil no pensar en el propio Piñera, condenado a la marginalidad por su condición social y
su homosexualismo (llegó a ser encarcelado por la cruzada que el castrismo llevó contra las
Tres Pe: prostitutas, proxenetas y pederastas) pero aún más por su estética, tan lejana del
realismo socialista como del modelo "barroco cubano" de Lezama Lima o Carpentier.
Aunque también es cierto lo afirmado por José Bianco: que Piñera en el fondo "no es menos
barroco" que Carpentier o Lezama, sólo que su barroquismo no proviene del estilo sino de
"la acción misma" de sus ficciones.
Si se da por válida la línea divisoria que trazara Italo Calvino entre los escritores de
llama y los de cristal (estos últimos, "exactos, lógico-geométrico-metafísicos"), Lezama
pertenecería al primer lote y Piñera al segundo. Y en más de un sentido: Lezama era obeso,
glotón y vivía rodeado de libros, como lo retrata Cabrera Infante en Vidas para leerlas;
Piñera era vegetariano, a pesar de lo carnívoro de su literatura, y proclamaba que los libros
"están todos en mi cabeza".
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Entre 1946 y 1958, aunque con interrupciones, Piñera vivió en Buenos Aires. Su
paso registra en realidad tres etapas: del '46 al '47; del '50 al '54; del '55 hasta la llegada
al poder de Fidel Castro en el '58. Fiel a su espíritu libre, frecuentó a escritores de capillas
diferentes, incluso antagónicas: Borges, Bianco, Girondo, Macedonio, Sábato, Mallea y
Gombrowicz, entre ellos. Borges fue el primero en publicar en la Argentina un cuento suyo,
en la revista Anales de Buenos Aires de mayo de 1947, pero la amistad con Gombrowicz
parece haber sido la más sólida y marcante. Fue Piñera quien presidió el comité que efectuó
la traducción colectiva de la novela Ferdydurke. "Tú me has descubierto en la Argentina",
dijo el polaco, que nombró al cubano "jefe del ferdydurkismo sudamericano". Más tarde, en
1952, cuando Piñera publicó los Cuentos fríos, Gombrowicz suscribió un prefacio
entusiasta: "Piñera quiere hacer palpable la locura cósmica del hombre que se devora a sí
mismo mientras rinde tributo a una lógica insensata". Y agregó: "Debemos cuidarnos no
desfigurar esta obra pegándole el rótulo 'de procedencia kafkiana' ".
Mucho se debe su regreso actual a la tarea de escritores más jóvenes como Abilio
Estévez o Antón Arrufat, compilador de los poemas que conforman La isla en peso y autor
de un prólogo en el que sostiene que Piñera fue "un altísimo poeta" y una de las
mentalidades más originales de su tiempo, pero que "se refugió en la sombra, dejándole el
campo libre a Lezama, su gran antagonista, y quizá murió dudando de su valor".
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Piñera dijo, a propósito de su literatura, que "soy tan realista que no puedo expresar
la realidad sino distorsionándola, es decir haciéndola más real y vívida". También se
manifestó "absurdo y existencialista, pero a la cubana", cuando la edición de su Teatro
completo en 1960.
Pero acaso la mejor definición haya corrido por cuenta de su amigo Rodríguez Feo:
"Lo impresionante de su obra es que el lector está constantemente experimentando el
mismo sentimiento de terror y de incertidumbre que aflige al héroe. Lograr este objetivo es
una de las tareas más arduas que puede proponerse el escritor de ficción."