Está en la página 1de 14

Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar.

Lo abrió
y encontró un trozo enorme de plástico. Me puse a pensar en cómo habría
sido su vida en el mar.
No me dio tiempo a pensar mucho, cuando sonó el timbre de la puerta y
aparecieron mis abuelos. Mis padres los habían invitado a cenar.
- Hola ¿qué tal habéis pasado la tarde? -les pregunte dándoles un
fuerte abrazo.

- ¿Hola, cariño muy bien! Fuimos a dar un paseo por la playa con el
perro y luego vinimos para aquí. -dijo mi abuela con un tono suave.

- ¿Qué nos habéis preparado para cenar? - pregunto mi abuelo


ansioso, porque tenía mucha hambre después de dar el largo paseo.

- ¡Pues no sé! Papá trajo pescado, pero tenía un trozo de plástico


dentro, así que no se si lo podremos comer- contestó.

Mi abuelo se quedó super sorprendido, a él le encantaba el pescado. De


pronto apareció mi madre por el salón y dijo que no, que pescado no lo
íbamos a cenar, porque podía estar contaminado. Durante la cena, mi
abuelo me empezó a contar historias sobre cuando él iba a pescar al río y
muchas veces a la Playa de San Lorenzo: “Me acuerdo de que me pasaba
horas pescando y traía un montón de peces que luego tu abuela preparaba
al horno para cenar. ¡Estaban exquisitos! ¡Y jamás encontramos un trozo de
plástico dentro de ellos! “ - contaba nostálgico mi abuelo.
Durante la cena, mis padres y mis abuelos estaban hablando de sus cosas.
Yo, mientras tanto, estaba pensando en los pobres peces. No se me quitaba
de la cabeza la imagen del pescado con un plástico dentro.
A la mañana siguiente, llamé temprano a mi abuelo y le dije que si podíamos
ir a dar un paseo por la playa ya que quería hablar con él.
- ¡Por supuesto Lara, me encantaría ¡- me respondió él muy contento,
porque iba a pasar un tiempo con su nieta preferida.
Cuando llegamos a la playa le conté lo que me pasaba.
- Abuelo, es que me dan pena los peces y me gustaría hacer algo para
ayudarles-le expliqué muy preocupada por el tema.
- ¿Habías pensado en algo? - me pregunto mi abuelo.
- Pues…… quería que me ayudases tú. ¿Qué podríamos hacer? - le dije
con la intención de que se ofreciera a ayudarme.
- Pues a ti que se te da bien andar con el ordenador – se río mi abuelo-
Podrías hacer unos folletos diciendo `` El mar es de todos, no lo
ensucies´´ y los podríamos repartir por el paseo del muro y también
los podrías llevar al colegio- me sugirió mi abuelo.
- ¡Me parece buena idea abuelo, comenzaré esta tarde! - contesté
entusiasmada.
Nos pasamos varios días repartiendo los folletos por el muro y un día sin
darnos cuenta ,l e repartimos uno a la alcaldesa.
- ¡Hola! ¿cómo te llamas? - me pregunto la alcaldesa.
- ¡Hola, me llamo Lara! – conteste sonrojada.
- ¿Porque haces estos folletos? – me preguntó muy interesada por el
tema.

Estuvimos mucho tiempo hablando y le dije lo que había


pasado. La alcaldesa se quedó sorprendida y me
contestó que le parecía una buena idea y me felicito
por ello. Me dijo que, si todo el mundo pensase así,
el problema se solucionaría y los mares estarían
limpios.

A partir de ese día, cada vez que veo que la gente tira basura en la playa,
intento explicarles las consecuencias que tendrá sobre el mar y sobre la salud
de las personas.
Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar. Lo abrió
y encontró un trozo enorme de plástico. Me puse a pensar en cómo habría
sido su vida en el mar.
Aquel pescado era una pequeña sardina de escamas plateadas y ojos
brillantes, que tenía unas largas aletas. ¿Cómo habría acabado así?
La vida de aquella sardina comenzó hace dos años, en la zona costera del
Mar Mediterráneo. Se recorría esa zona una y otra vez, todos los días, junto
con más sardinas que también vivían en esa zona. Hasta que un día decidió
separarse del banco de peces para irse a explorar. Se acercó a una bonita
playa, muy grande, plagada de gente; que había ido a pasar el día y tomar
el Sol. Después, pasó por el océano profundo; donde había muchos peces
que nadaban alegremente y bonitas algas de muchos colores.
Al final, llegó a una parte del mar donde había un desagüe de una oxidada
tubería que, aunque al principio le daba miedo, luego se acercó y le
encantó, porque para ella era genial ponerse cerca y notar el chorro de agua
que esta tubería expulsaba. Tanto le gustó, ¡qué se quedó a vivir allí! Todos
los días comía plancton de esa zona. Pero ese plancton no era normal,
porque tenía unos extraños puntos brillantes de colores. No se preocupó
por ello y lo siguió comiendo. Lo que no sabía, era que aquellos puntos
brillantes eran plásticos que expulsaba la tubería. Una vez, hasta se comió
un trozo de plástico enorme. La sardina siguió viviendo allí, jugando con el
chorro de agua y comiendo aquel plancton con plástico.
Tras dos meses ahí, se quedó sin comida. Entonces, notó un intenso dolor
de barriga de tanto plástico que había comido. ¡Le dolía tanto, que no se
podía mover!
Apareció un barco de pesca a lo lejos. Se fue acercando poco a poco. Tiró
una red y fue hacia allí. Aquella sardina, con su fuertísimo dolor de barriga,
no pudo moverse ni escapar. La red la atrapó y la pescó.
Y así fue como esta sardina acabó así. Un momento, ese trozo de plástico
me suena de algo. ¡Ya s! ¡Es la capa de mi muñeco, la que se calló por una
alcantarilla!
UN MAL GESTO
Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para
cenar. Lo abrió y encontró un trozo enorme de plástico. Me
puse a pensar en cómo había sido su vida en el mar.

Imaginé que un pez más pequeño, buscando alimento, que


hubiese ingerido por confusión ese trozo de plástico por error
y, que tiempo después, hubiese sido devorado por nuestro
pez. Un pez depredador más grade.

Le di unas cuantas vueltas más al asunto… ¿Cómo habría


llegado ese trozo de plástico al mar? ¿Y si unos
irrespetuosos excursionistas, haciendo una ruta de montaña
a kilómetros del mar, hubiesen tirado su bolsa de basura a
un pequeño y estrecho riachuelo?

Esa bolsa comenzaría un largo viaje arrastrada por la


corriente hacia un río mayor, rompiéndose poco a poco, al
enredarse con rocas, palos… para finalmente alcanzar el
mar. Esos trozos se esparcirían con las corrientes marinas,
por todo el océano, pudiendo acabar en el estómago de
muchas especies marinas, incluido nuestro pez.

Al final, la conclusión que saco es todo esto, es que un gesto


irresponsable con el medio ambiente perjudica a seres vivos
de cualquier parte del planeta.
¡SOLO NO PUEDES, CON AMIGOS SÍ!
Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar.
Lo abrió y encontró un trozo enorme de plástico. Me puse a
pensar en cómo habría sido su vida en el mar. Lo primero que se
me ocurrió, es preguntarle a mi madre, lo cual siempre funciona.
Pero ella me respondió que no tenía ni la más remota idea. Así que
me quedé sin descubrir cómo había llegado a ese pez.
Esa misma noche de viernes estábamos viendo, a la vez que
cenábamos, un documental sobre el medioambiente, que
explicaba que pasaba si los plásticos llegaban al mar. Lo que nos
pareció demasiado extraño era que el trozo de plástico, que había
en ese enorme pez, era de color amarillento y parecía muy
gastado y erosionado por el mar, es decir, muy viejo, y, por tanto,
no entendía cómo podía haber estado tanto tiempo en el mar. Por
ello pensé que los plásticos que hay en el mar tardan muchos años
en descomponerse y, por dicha razón, probablemente llevaremos
toda la vida comiendo micro plásticos.
Al día siguiente le propuse una idea mi hermana Anastasia y le
dije:
-Oye Anastasia ¿Qué te parece si hacemos una campaña para
limpiar los océanos? -. Le expuse como si de una idea loca se
tratase.
- ¿No te parece muy raro que a nuestros once años hagamos esas
cosas? -. Me dijo con cara de asombro.
- ¡No, a mí me parece una idea excelente! Creo que así podríamos
concienciar a las personas, para que no se perjudiquen a ellos ni a
los animales que viven en el océano-.
-Pueeesss.... ahora que lo dices, es un plan perfecto-.
Y así fue como mí hermana y yo empezamos a hacer una campaña
para limpiar los océanos.
Lo primero que pensamos fue en el nombre de la campaña, debía
tener un nombre que atrajera a las personas, para que se
animasen a limpiar los océanos con nosotros. Después de horas
pensándolo decidimos que se iba a llamar “Los océanos de hace
millones de años”
Mi hermana se encargó de hacer los carteles para la publicidad y
yo me encargue de subir videos a internet. Además, nuestros
padres Pepe y Eliana, nos ayudaron con el tema de los
patrocinadores, para ganar un dinerillo extra.
Nuestro local de reunión era un bajo que había debajo de nuestra
casa y que nos cedió mi abuela. Poco a poco, el negocio fue
creciendo y empezábamos a ganar dinero con los patrocinadores.
Cuando ya éramos casi más de 200 personas decidimos hacer una
asamblea para decidir nuestra primera intervención, que consistió
en ir a limpiar. Para organizarnos, decidimos dividirnos en
equipos: El primer equipo se iba a dedicar a limpiar la arena; El
segundo equipo iba a subir en un bote y con unas varas quitar
bolsas; El tercer equipo se iba a dedicar a hacer submarinismo y
quitar los plásticos que se quedaron en el fondo.
Esta fue nuestra estrategia para todos los días. El primer día fue
un éxito total, pero a medida que iban pasando los días se iba
complicando más. Hasta tal punto que un día se nos rompió el
bote y tuvimos que comprar otro y eso nos costó mucho dinero.
Otro día cayó una tormenta gigantesca. Pero nada que no se
pudiera superar.
Un día que estábamos haciendo jornada doble, de mañana y de
tarde, la alcaldesa de Gijón pasó por el Muro de San Lorenzo y nos
vio trabajando muy duro. Después de una semana nos dimos
cuenta de que habíamos salido en el periódico. El artículo decía:
“Un grupo de Gijoneses han estado durante casi cuatro meses
limpiando la bahía de Gijón” y por ello nos pusimos muy
contentos, porque todo nuestro esfuerzo estaba siendo visto por
los habitantes de nuestra ciudad. Gracias a esto, el Ayuntamiento
nos ayudó a reformar nuestro local, para poder dar charlas a los
vecinos de nuestra ciudad sobre nuestro proyecto y así involucrar
a más personas para la campaña.
Después de esta intervención seguimos trabajando, pero
teníamos un objetivo que era ayudar a todas las personas, para
que no comieran micro plásticos que pudieran haber ingerido los
peces, a la vez que intentábamos salvar a todos los animales del
océano.
Mi hermana y yo nos dimos cuenta de que todo esfuerzo tiene
siempre su recompensa y que uno solo no puede, pero con amigos
sí.

Una campaña solidaria


Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar.
Lo abrió y encontró un trozo enorme de plástico. Me puse a
pensar en cómo habría sido su vida en el mar ¿Cómo habría
llegado ahí?
Entonces, empecé a pensar en la cantidad de plástico que
utilizamos a diario las personas y me di cuenta de que gran parte
del plástico que usamos acaba en el mar.
Pero no sólo es culpa del plástico que tiramos, sino que también
es culpa de la basura que tiramos al mar, que muchos de los
animales marinos comen. Si seguimos haciendo esto, en pocos
años la mayoría de las especies marinas se extinguirán por la
contaminación del agua. Debemos empezar a reciclar, reusar y
reutilizar para cambiar esto.
Un día, en la televisión, empezaron a hablar sobre la
contaminación del agua. Estaban hablando con un biólogo sobre
por qué la mayoría de los peces que comemos contienen plástico.
- ¿Por qué pasa esto, doctor Martínez? -preguntó la presentadora
preocupada.
- ¡Bueno! En gran parte se debe a los plásticos que hay en el agua,
ya que los peces piensan que es comida y se lo comen -dijo el
doctor Martínez con voz tenue, pero con firmeza.
- ¿Y cómo podríamos solucionarlo? - volvió a preguntar la
presentadora.
- Pues reciclando, reusando y reutilizando el plástico que tiramos
– respondió de forma asertiva el doctor Martínez.
- Gracias por responder a mis preguntas - agradeció la
presentadora.
- Es un placer – dijo el doctor Martínez.
Después de terminar el programa, empecé a reflexionar sobre lo
que había escuchado. Pensé en hacer una campaña para dejar de
contaminar, así que llamé a mi mejor amigo Alejandro.
- Ale, quiero hacer una campaña para de contaminar los mares.
¿Me ayudas? - pregunté a Alejandro muy emocionado y exaltado.
- ¡Vale, cuenta conmigo! - respondió Alejandro lleno de júbilo.
- ¡Gracias, Ale! Creo que deberíamos llamarla “Stop polluting our
seas” ¿Qué te parece? - Le pregunté lleno de gozo.
- ¡Bien! Ahora hay que difundir nuestra campaña - dijo Alejandro
muy ansioso.
Así que nos pusimos manos a la obra creando carteles con
mensajes de nuestra campaña. ¡Hicimos cómo mil carteles! ¡Fue
increíble!
Una semana más tarde, al menos cien personas se habían unido a
nuestra campaña y los plásticos que la gente tiraba al mar se
habían reducido en un 20%. ¡Hasta nos habían dado un premio
por ello! Cuando quisimos darnos cuenta, nuestra campaña había
llegado al mundo entero y los plásticos del mar se habían reducido
otro 40%.
Y así el mundo se había convertido en un lugar mejor.
LA HISTORIA
DEL SALMÓN
Esta noche de una llena, mi padre y
yo, decidimos ir a comprar un
suculento y delicioso salmón para
cenar. Pero, cuando decidimos
empezar a comerlo vimos que tenía
unos micro plásticos, entonces me
puse a investigar sobre cómo era la vida de un salmón.

Entonces, fui a revisar la etiqueta sobre el pescado que estaba en la basura y


ponía lo siguiente:
“El pescado era un salmón de primerísima calidad, (según el supermercado,
aunque yo personalmente no me lo creía) de escamas plateadas y unas forzudas
aletas que le servían para nadar”
De momento, eso no me servía absolutamente para nada, ahí fue cuando se me
ocurrió la idea de ir a buscar en el todopoderoso Google, como era la vida de un
salmón corriente.
¡Y atención...! Esto era lo que decía:
“Los salmones viven unos 10 años, pero en libertad su esperanza de vida es
considerablemente menor debido a la pesca y otros depredadores”
¡Era la primera vez que Google no me servía! ¡Ya me he cansado de buscar!
¿Pero es tan difícil averiguar cómo era la vida de un salmón? Después de eso,
me marché enfadado a dormir.
Al día siguiente, después de ir al colegio, se me
ocurrió la idea de ir a preguntarle a mi abuelo, que en
sus tiempos jóvenes era el mejor pescador de la
ciudad (según él, claro). Su casa era muy grande y
estaba repleta de anzuelos, cañas de pescar y
cuadros en los que se veía a la gente pescando.
- ¡Hola, abuelo! - le dije muy contento nada más que
entré por la puerta gris de su enorme patio-
- ¡Hola, Francisco! - me contestó alegremente y con una suave sonrisa dibujada
en su arrugada cara por una vida dura de trabajo en el mar-
-Abuelo, ¿te puedo hacer una pregunta? - le pregunté a mi querido abuelo, al
que tanto quiero y con el que pasé tantas tardes después de salir del colegio-
- ¡Pero, si ya me la has hecho! - me exclamó extrañado haciéndose el gracioso,
decir que tiene un gran sentido del humor-
- ¡En serio, abuelo! ¿Te puedo hacer una pregunta? - le volví a preguntar, porque
si algo tenéis que saber de mí, es que soy muy insistente cuando algo quiero
saber-
- ¡Sí, claro, adelante! - me respondió mi abuelo-
- ¡Vale! ¿Tú sabes cómo es la vida de un salmón? - le pude preguntar finalmente-
- ¡Por supuesto! La vida de un salmón comienza en el río, mientras madura,
luego cuando ya es un adulto se va al mar, donde se hará una casa y, luego,
cuando sea aún más mayor, volverá al río donde nació y pondrá más huevos. -
me contestó mi abuelo confiado de que su explicación me había satisfecho todas
mis posibles preguntas-
- ¡Pero entonces! ¿Cómo acaban los plásticos en el salmón? - le pregunté
interesado e impaciente por conocer su respuesta-
- ¡Si me dejases terminar...! ¡Bueno! ¿Por dónde iba? ¡Ah sí! Lo que te conté
antes era un caso normal, pero claro, ahora como hay muchos más plásticos, a
veces se da el caso en el que el salmón se separa de su banco, para comer
alguna que otra cosilla, y esa cosilla ¡no es nada más ni nada menos que un
trozo de plástico, que va digiriendo y le va estropeando todos sus órganos, con
lo cual, al final, el pobre pescado acaba en la red de los pescadores contaminado
la cadena alimentaria! Por eso te dije el otro día en la playa, que no tirases ese
palo del chupachups- me contesto mi abuelo a la vez que aprovechaba para
regañarme de nuevo por lo sucedido el otro día en la playa-
- ¡Abuelo, gracias por contarme la historia! - le respondí muy satisfecho, porque
por fin ya había encontrado la respuesta de cómo había llegado al salmón el
plástico a su estómago-
- ¡De nada Francisco, nunca te acostaras sin saber una cosa más! - me dijo mi
abuelo mientras se reía y me acariciaba la cabeza-
Por primera vez eso de ``nunca te acostarás sin saber una cosa más´´ era
verdad. La cosa, ¡más bien la moraleja, más que la cosa!, es que no tengo que
tirar basura al suelo o al mar. Además de haber confirmado que mi abuelo, a
pesar de sus años y no haber ido a la universidad, me ha sorprendido mucho,
porque ha sabido más que Google.
Un gran proyecto
Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar. Lo abrió
y se encontró con un trozo enorme de plástico. Me puse a pensar en cómo
habría sido su vida en el mar y mis padres me dijeron que había muchos
animales acuáticos con este problema, porque todo lo que tiramos llega al
mar. Yo me quedé paralizada. Lo primero que pensé fue que sea como sea
tenía que hacer algo. Pero antes me informé lo suficiente preguntando a
profesores, a mis padres, consultando libros...
A la semana siguiente, la profesora de Ciencias de la Naturaleza nos dijo
que había montañas de basura por los mares y que muchos peces mueren
pensando que el plástico es comida y se lo comen. Entonces, pensé que lo
único que teníamos que hacer era que todo el mundo dejase de utilizar
plástico. Se lo dije a mis padres y me dijeron que era imposible conseguir
que toda la gente no utilizase plástico. Y fue así como le pregunté a mi
profesora lo siguiente
- Señorita Catalina ¿Puedo pasar a su despacho? - Dije con voz temblorosa
a causa de los nervios y la emoción de poder compartir mi gran idea para
salvar a los peces.
- ¡Claro que sí puedes Lucía! - Me contestó con voz dulce y cariñosa.
- ¡Gracias, señorita! - Respondí con voz suave y susurrante.
- Me gustaría preguntarle, qué podría hacer para poder ayudar a los
animales acuáticos, que sufren por los plásticos que tiramos-pregunté muy
emocionada, porque la admiraba mucho.
- A ver Lucia. Es un poco difícil que puedas ayudar a todos esos animales,
pero igualmente sí que hay cosas que puedes hacer para ayudar- Me explico
detalladamente.
- ¡Cuenta cuenta!- Exclamé muy emocionada.
- ¡Mira! Si tus padres te dejaran, podrías hacer una pequeña asociación
enfocada a ayudar a los animales acuáticos. Puedes empezar con unas diez
personas y, si hacéis bien vuestro trabajo, puede llegar a ser un gran
proyecto – explicó muy decidida y convencida de sus palabras.
- ¡Gracias, señorita Catalina! - Respondí entusiasmada.
En veinte minutos ya había llegado a mi casa y le conté todo a mis padres.
Al principio, no estaban muy convencidos, pero después de insistir y que
hablasen con mi profesora, para que les explicara más detalladamente
como sería el proyecto, accedieron.
Así que me puse manos a la obra y en tres meses éramos más de cien
personas.
Sin duda, fue la mejor experiencia de mi vida.
EL ATÚN DE PLÁSTICO
Esa noche mi padre trajo el pescado del supermercado para cenar. Lo abrió
y encontró un trozo enorme de plástico. Me puse a pensar en como habría
sido su vida en el mar.
Según la lata el atún, venía del Mar Mediterráneo; un mar tranquilo,
transparente, perfecto para un atún cómo aquel. En el cole, nos explicaron
que, los peces grandes como los atunes, vivían junto a su familia y se
alimentaban de otros peces más pequeños.
Probablemente, esos peces se estuviesen alimentando de plásticos, que
luego acabarían dentro de aquel pobre atún. También, pensé en cómo
cazaron a ese atún. En mi pueblo, pescan los atunes con una caña de pescar,
pero no creo que a ese atún lo cazasen con una caña de pescar.
Seguramente, un barco pesquero enorme lanzase una red gigante que
atrapase miles de peces, entre ellos la familia del atún. En un documental
de la tele, los peces mordían la red de plástico y se lo tragaban.
Luego, cuándo mi padre me mandó limpiar la mesa, me di cuenta de que el
trozo de plástico me era familiar. Era de color rojo intenso y con unas letras
blancas muy difuminadas. Estaba un poco curvado, después de un largo
rato me di cuenta de lo que era una lata de mi refresco favorito. Desde ese
momento, decidí que iba reciclar todo lo que pudiese para que nadie se
encontrara un plástico en lata de una conserva.

También podría gustarte