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VLADIMIRO SOLOVIEF

RUSIA
Y LA
IGLESIA UNIVERSAL
V l a d im ik o S o l o v ie f ,

por José María Labra.


Colección
S OL Y L Ü N A
Vireciof:
JUAN CARLOS G07EN SCH E

T itu lo del original francés:


LA RU SSIE ET l ' e GLISE t'NIVERSELLK

Traducción:
INSTITUTO ((SANTO TOMAS DÉ AQU1NO»,
CÓRDOBA (REP. ARGENTINA)

Prólogo;
OSVALDO LIRA

Con un dibujo de José María Labra.

E p ic jo n e s y P u b l i c a c i o n e s E s p a ñ o l a s , í>. A
PROLOGO
]N /Iucho ha llovido sobre R usia desde que Solovief
la estudió en sus relaciones con la Iglesia U niversal.
Lo que en justicia podríam os llamar la aventura
rusa, o sea su incorporación más o menos efectiva a la
civilización occidental, constituye en su hondo y g i­
gantesco dram atism o uno de los episodios históricos
más emocionantes por que ha debido pasar jam ás na­
ción alguna. E s la epopeya de un gran pueblo que,
europeo de raza y cristiano de religión, se ve, no obs­
tante, por diversas circunstancias de clima espiritual,
privado de toda comunicación con sus herm anos de
raza y religión occidentales, m ás cultos, progresistas
y emprendedores. Su filiación bizantina en el orden
religioso y, en el político, la lucha secular por la he­
gem onía entablada entre el N orte y el S ur, entre Mos­
cú y K iev, actúan como m uralla infranqueable que
impide al pueblo ruso alzar la vista por encima de sus
fronteras p ara dirigirlas hacia el Occidente. Con la
decisión de la lucha en favor de Moscú y la consi­
guiente unificación de la nación moscovita en tiem pos
del zar Alexis bajo la égida de la que, andando el tiem ­
po, habría de ser por antonom asia la ciudad del K rem ­
lin, no llega a despejarse por entero el ambiente, aun-:
que se había y a dado un gran paso en este sentido;
quedaba aún por resolver el problem a religioso. No
X II P R O t'O G O
llegó a advertirlo el hijo del zar Alexis al lanzarse, con
la precipitación y vehemencia con que se llevan siem­
pre a la práctica los deseos largam ente-contenidos, por
el camino de una occide.ntalización que él creyó inte­
gral ; no advirtió que toda etapa de extraversión colec­
tiva supone resuelto el más fundam ental de todos los
problem as, que es el religioso, y que, por dejarlo en
suspenso con su institución del Santo Sínodo, term i­
naría por venirse al suelo su colosal em presa política.
P a ra la nación, mucho más aún que p ara los indi­
viduos, ser equivale a hacer. Cuando la persona in­
dividual deja de actuar, le queda por lo menos el re­
curso de refugiarse en su condición de substancia, que
a su vez'encuentra asegurada su vigencia en el exis­
tir, desde que persiste en su seno la actividad vegeta­
tiva. El caso de la nación, empero, es m uy distinto.
L a nación es un todo moral, no ►físico como creyeron
. * f
Hegel y Spengler. Su existencia se nos aparece asi,
bajo su aspecto ontológico, como de orden puram ente
accidental, viniendo a consistir, a! fin de cuentas, en
la unidad brotada de la convergencia de entendim ien­
tos y voluntades —de almas, en u.na palabra— en tor­
no al mismo ideal. Ese carácter de accidente le impone
hallarse en continua actividad, porque si el acto corre­
lativo de la esencia sustancial es la existencia, el que
corresponde al accidente es la operación. Podem os de­
jar inactiva a nuestra esencia hum ana por las condi­
ciones que la afectan, como a todas las esencias, de
inm utabilidad y necesidad; pero para la nación, inac­
tividad suena lo mismo que m uerte. Esa es la razón
por qué a la etapa de unificación nacional sucede siem­
pre otra de aspiraciones im periales. No se pueden de­
jar inactivas fuerzas nacionales puestas ya en tensión.
No podía R usia en modo alguno constituir excepción
a esta regla. P o r eso, cuando el imperioso zar Pedro
ju zg a suficientemente unido a su pueblo, no vacila en
hacérselo sentir al Occidente, a ese Occidente que ante
sus ojos ávidos se presentaba como dechado de civili­
zación y de cultura. P a ra los limítrofes, el expediente
es pura y sim plem ente la guerra. Y vienen Carlos X II
: >*-. . ,
P R O ’L O G O XI I I

y Poltava, Ingria y Carelia, y, por último, su corona­


miento triunfal , San Petersburgo. P a ra los más ale­
jados, es el rum or mismo de sus victorias, aviso bien,
elocuente de que en la inm ensidad de las llanuras orien-.
tales se ha alzado un nuevo poder político, con el cual
deberá contarse de ahí adelante, y que, al correr de
tres siglos escasos, acabará por suplantar a los occi­
dentales en el predom inio europeo.
Aquí comienza la segunda y gran tragedia rusa
— la prim era había sido el cristianizarse en el cisma— :
el Occidente, con quien entra e.n contacto, es una cul­
tura que, bajo apariencias de plenitud, se encuentra
en trance apresurado de disolución. La E uropa de
fines del xvn es la Europa de W estfalía, la que, tras
una larga serie de guerras y desolaciones atroces, lo­
gra, al fin, en M ünster y Osnabriick, su anhelo de
aniquilar en definitiva esa pervivencia, que aún du­
raba, de los tiempos medievales. Y esto debe tenerse
en cuenta si se quiere com prender, en parte por lo me­
nos, ese giro de cobardías y claudicaciones, de tole­
rancia aparente y degradante tiranía, de entremezcla
m onstruosa, en fin, de la verdad con la m entira, que
va asumiendo, hasta el punto de parecer hacer de ella
su carácter distintivo, la época repulsiva que estamos
viviendo. W estfalía significa el triunfo legal —legal,
no legítim o, ; por Dios !— de la revolución m oderna
luterano-cartesiana. H asta entonces, y desde que F e­
lipe el Herm oso había concluido con el predom inio
político de los P apas por su triunfo sobre Bonifa­
cio V IH , subsistían aún, si bien debilitados y no poco
alterados en su auténtica fisonomía, ciertos jirones de
cristiandad medieval. No era m ucho, pero sí lo Sufi­
ciente, para que un buen día, v. gr., la nación espa­
ñola em puñara en sus m anos evangélicas la gloriosa
m utilada insignia y se lanzara no sólo a conquistar
para la fe y civilizar el continente americano, sino tam ­
bién a restaurar en el propio reducto europeo, señorío
del m undo entonces, la unidad cristiana. Fracasada en
su aspecto europeo la empresa, los débiles restos me­
dievales se recogen en E s p a ñ a ; fuera, comienza el rei-
x iv P R OL ÓGÓ
nado incontestable deS espíritu m oderno. U rgía, pues,
sancionar cuanto antes jurídicam ente el fracaso. De
ahí W estfalía. En adelante, la E uropa de Lutero y de
Descartes, liberada de Sa pesadilla española, no encon­
trará obstáculo alguno en sus propósitos de asegurar
el triunfo definitivo de la revolución internacional.
Con esa E uropa, luterana en religión, cartesiana
en su pensam iento hum ano, establece contacto la R u ­
sia de Pedro el Grande. Y como no había entrado aún
España, felizmente para ella, a form ar parte de esa
Europa, porque .no habían tampoco venido aún a go­
bernarla los Borbones, resulta que para el pueblo ruso
quedó sum ida en las tinieblas de lo ignoto la única
nación que, por experiencia propia, habría podido dar­
le lecciones eficaces acerca de lo que constituye para,
el cristiano la auténtica cultura. La falta absoluta de
contacto entre la R usia de Pedro el Grande y la E s­
paña de la Casa de A ustria puede considerarse como
una de las mayores desgracias para el m undo moder­
no, sin que esto im plique considerar como ideal la
época española de Felipe IV y el R ey hechizado. E sta­
dista de extraordinarias cualidades a la vez que terri­
blem ente superficial, el zar P edro corre como un alo­
cado tras un orden social-económico que no tolera re­
gulación alguna de orden m o ra l; es la economía car­
tesiana, proyección colectiva de un cuerpo hum ano que
ha venido a encontrar fuera del alma su formaíización
sustancial. No podía el espíritu ruso resistir la prueba,
enervado como se hallaba por la anémica religiosidad
de tipo bizantino ; no podía contener los ím petus arro­
lladores de un progreso que los mismos pueblos de
Occidente, aún vigorizados por su conexión de dieci­
séis siglos con el centro universal de la O rtodoxia, se
habían sentido impotentes para reprim ir. Y comien­
zan m uy pronto a palparse los frutos de aquel gigan­
tesco equívoco. Dos siglos de guerras victoriosas no
son obstáculo para que en 1876 pueda ya afirm ar la
intuición profética de Dostoiewsky en El Adolescente
que la sociedad rusa se encuentra en vísperas de un
trem endo cataclismo que la habrá de subvertir hasta
p r ó l o g o XV

en sus cimientos. Seguram ente que la profecía perm a­


neció ignorada del gran público, porque la recom pen­
sa con que los climas históricos de decadencia suelen
prem iar a los genios es el menosprecio, cuando no, lo
cual es mucho peor, la conspiración del silencio. Tal
parece haber acontecido entonces. P o r lo menos, no
parece haber hecho gran mella en Solovief, ya que
varios años después, le vemos aún, no obstante su
íntim a am istad con eí novelista, confiado en la tras­
cendental pseudomisión religiosa de su patria. E ntra­
mos aquí, al referirnos ahora a ella, en la .tesis central
de su filosofía de la H istoria.
P a ra Solovief, aparece, en efecto, como imposible
que logre ía Iglesia im plantar en este m undo el reino
de Dios sin el concurso de algún poder político. Su
asom brosa inteligencia le perm ite encontrar, en la his­
toria misma de la sociedad fundada por Jesucristo, un
magnífico argum ento a posteriori en favor de su tesis.
Es un hecho — es é! quien lo indica— que cuando, por
incapacidad o rebeldía del poder político, se vió obli­
gada la Iglesia a asum ir por cuenta propia la cristia­
nización de la vida civil, vino a resentirse su específica
misión religiosa hasta el punto de adquirir cierta fiso­
nomía externa más o menos profana. E s que espíritus
como San Gregorio V II o Inocencio III aparecen sólo
m uy de tarde en tarde en la H istoria. De aquí que,
conscientes de los peligros a que se exponían como vi­
carios de Cristo si se entregaban por sí propios a la.
gestión de negocios temporales, los P apas buscasen
constantem ente la colaboración del poder político. Dos
imperios, el bizantino y el germ ánico, elegidos por el
sucesor de San Pedro para tan excelsa misión, no su­
pieron responder a las esperanzas en ellos cifradas :
los emperadores bizantinos, por su odio más o menos
solapado, pero siem pre específico a la vez que irre­
conciliable, hacia lo católico; 1os monarcas germ ánicos,
por no haber com prendido plenam ente el problem a so­
cial y político del cristianism o. En cuanto a los esfuer­
zos desplegados a espaldas y con prescindencia de la
Iglesia por las naciones modernas, más vale no insis­
XVI P R OL O G Ó

tir en ellos. Si ya al señalarnos sus frutos nos habla


Solovief de! m ilitarismo universal que transform a pue­
blos enteros en ejércitos enemigos, de antagonism os
sociales profundos e irreconciliables, del relajamiento
progresivo de toda fuerza moral en los individuos re­
velado en el número siem pre creciente de locuras, crí­
menes v suicidios, ¿q u é habría pensado ahora, al con­
tem plar los horrores en que, presa de incontenible an­
gustia, se debate la H um anidad entera, y el odio, ver­
daderam ente diabólico en su abyección, sobre el cual,
como sobre cimiento seguro, piensan los actuales in­
sensatos dirigentes de la política internacional edificar
el orden futuro del género hum ano ?
Ante el fracaso más o menos definitivo de bizanti­
nos y germ anos, Solovief vuelve sus m iradas hacia la
patria. ¿ No sería, tal vez, ella, la sania R usia, en opo­
sición al Occidente laico y ateo, la nación destinada
por la Providencia para asumir, en definitiva conjuga­
ción con la Iglesia, la misión de cabeza tem poral de
la cristiandad ? En el carácter profundam ente m onár­
quico del pueblo ruso, unido a ciertos hechos proféti-
cos de su pasado, así como en la masa enorme y com­
pacta de su Imperio, junto con el contraste que ofrece
ia pobreza y el vacío de su existencia actual —actual
entonces— si se les com para con la gran fuerza latente
de su espíritu nacional, ve Solovief otros tantos sín­
tom as precursores de la misión providencial de su pa­
tria. Y como m ientras se encuentre fuera de la U ni­
dad, no puede pensarse en la trascendental colabora­
ción, todos los deseos del filósofo son de que cuanto
antes dé aquélla el paso decisivo, el que vendrá a va­
lorizar sus actualm ente estériles a la par que innega­
bles cualidades, convirtiéndolas en otros tantos ins­
trum entos eficaces para la instauración, en este valle
de lágrim as, del reino de Dios.
Toda esta argum entación de tipo histórico, m ara­
villosamente conducida por Solovief en la introduc­
ción de su R u s i a y l a I g l e s i a U n i v e r s a l , viene a
justificarse en la concepción que nuestro pensador tie­
ne de la Iglesia, concepción asombrosa en su hondura
P&OLOÚO XVÍI

y que 'no por ser rigurosamente ortodoxa deja de re­


vestir caracteres de la más agresiva originalidad.
Después de insistir en las primeras páginas de su
obra sobre las incongruencias y mentiras del espíritu
revolucionario moderno, nos hace ver «que la verdad
fundamental, la idea específica del cristianismo es la
unión perfecta entre lo divino y lo humano, la cual,
realizada individualmente en Cristo, se halla también
en vías continuas de serlo socialmente en la Humani­
dad cristiana, cuyo elemento divino está representado
por la Iglesia (concentrada en el pontificado supremo),
mientras que el humano corre por cuenta del Estado.»
Pero para que lo divino y lo humajio sean uno, según
lo imploraba Jesucristo en la oración sacerdotal a su
Eterno Padre, necesitan enlazarse de suerte que pue­
da descubrirse en la resultante, que es la Iglesia con­
siderada en su más amplio sentido, un triple aspecto:
de realidad objetiva, primero, independiente de nos­
otros mismos —o sea, el Reino de D ios que viene a
nosotros, la Iglesia exterior y objetiva— ; luego, de
realidad traducida en acción —o sea el Reino de Dios
manifestado por nosotros, no para nosotros, como en
el primer caso—, y, por último, de realidad manifes­
tada en nosotros. Más brevemente podríamos decir que
dichos aspectos se reducen a la Iglesia propiamente
dicha o templo de Dios, con su unión jerárquica o
sacerdotal; al Estado cristiano o cuerpo vivo de Dios,
con su unión correspondiente que es la real en el sen­
tido de regia, y, por último, a la sociedad cristiana
perfecta o esposa de Dios, representada por la unión
profética, predominando respectivamente en ellos el
elemento divino, el elemento humano, y su libre, re­
cíproca y mutua conjunción.
La circunstancia misma de que, al haber institui­
do por sí propio Jesucristo el organismo jerárquico
para nosotros, poca o ninguna ingerencia pueda ofre­
cerse en él a nuestra actividad, y de que, por otra par­
te, la sociedad perfecta o esposa de Dios, sólo se nos
puede revelar por ahora como un ideal allá en el hon­
dón de nuestra alma, hace que Solovief concentre ex-
Í
jfV ítt PkÓ LOGO
clusivamenie sus m iradas y deseos sobre el Estado cris­
tiano, sobre aquel aspecto de la Iglesiá late sumpta en
que, por predom inar el elemento hum ano, se ofrece
anchd campo a nuestra iniciativa, la cual, desde 'lue­
go, es preciso m antener siempre conectada con la
gracia. Si alguna evolución cupiera en la Iglesia jerár­
quica, será la de tipo perfectamente hom ogéneo, en la
cual .ta.nto el dogm a como la organización social van
actualizando sus puras posibilidades, sin intervención
alguna de elementos extrínsecos. E n este hermetismo
eclesiástico por una parte, y, por otra, en el fluir his­
tórico de la H um anidad con su inevitable aportación
de factores colectivos inéditos, a la vez que form alm en­
te extrínsecos a la vida teológicodogm ática, encuentra
Solovief, y con razón, la justificación a friori de la
tesis que con tanta agudeza dejó establecida en el te­
rreno histórico. El templo de Dios, de suyo, no puede
alegar derecho alguno sobre las actividades extrarre-
ligiosas, y como éstas necesitan dejarse penetrar por
el influjo sobrenatural para que con ellas, entre otros
elementos, venga a constituirse la sociedad perfecta
o la esposa de Dios, cuya génesis es la razón de ser
de la H istoria, la colaboración del Estado cristiano o
cuerpo vivo de Dios se impone como necesaria. A hora
que la posición del Estado respecto de la Iglesia es la
del instrum ento frente a la causa principal, porque
siendo su obj.etivo inferior al de la sociedad eclesiás­
tica, tam bién lo será" su esencia.

E s preciso distinguir en la obra de Solovief dos


aspectos netam ente diferenciados : sus vaticinios his­
tóricos sobre R usia, y luego, su concepción teológica
de la Iglesia. Pero antes de proseguir, conviene dejar
establecido que su ortodoxia es irreprochable y que,
por tal motivo, no se hará cuestión de ella en estas
someras aclaraciones. Críticos de excepcional compe­
tencia, tales, v. g r., como ese insuperable experto en
m ateria de Iglesias orientales que es monseñor D ’H er-
bigny, S.. J., la .han analizado con sagacidad y juz­
gado de auténtico valor. Porque Solovief dió, no sólo
P RO LO G Ó

al cerrar su introducción a la obra que aqu^ analiza­


mos, sino con su vida ejemplar Joda entera, ese amén
decisivo que tantos y tantos com patriotas suyos ha­
brían podido dar si, a defecto de cierta excepcional pe­
netración de espíritu que, por desgracia, es privilegio
de m uy pocos, hubiesen dispuesto de un clero ilustra­
do y, sobre todo, independiente y apostólico, capaz
de enseñarles sin compromisos ni titubeos la senda de
la verdad, No. Solovief hom bre sólo puede desper­
tar la más profunda, afectuosa y ardiente admiración.
Su vida inmaculada, su virtud heroica, su pasión por
la unidad del cuerpo místico de Cristo, subyugan. Es
en eL orden histórico, y sólo en él, donde es posible
dirigirle reproches, porque sus previsiones acerca del
porvenir de su patria han resultado enteram ente fa­
llidas.
Solovief se nos presenta en "este punto como un
gran fracasado. Contra lo que sucedía hace medio si­
glo, R usia ha dado ya su palabra al mundo. Ni ras­
tros quedan ahora de la antítesis entre <da gran fuer­
za latente de su espíritu nacional' y el vacío de su exis­
tencia actual», que tanto preocupaba a nuestro pen­
sador. Dicha fuerza dejó, no hace mucho, de estar la­
tente para saltar de un golpe a pleno estado de paten­
cia ; para salir a ñor de tierra histórica moderna con la
violencia más arrolladora y demoníaca de que haya
recuerdos, de seguro, en los anales cristianos. No nos
referimos aquí a ia abolición de la propiedad privada,
ni a los veinte millones de muertos de ham bre por las
trem endas experiencias económicas de los prim eros
años de la dominación soviética, ni siquiera a los cam­
pos d e , concentración y atroces m atanzas colectivas
con que el partido com unista logró afianzarse en el po­
d er; no. Todo eso, con ser tan horrible, sólo puede ad­
quirir carácter de esencial para las m entalidades bur­
guesas; para aquellas mismas que con su m aterialis­
mo taimado, mezquino y repugnante han encajado en
pleno rostro el latigazo violento de una lógica irrepro­
chable que ellas, en su obcecada cobardía, no se ha­
bían atrevido nunca a adoptar como norm a de su vida
XX PRÓLOGO

práctica. T odo eso no son más que indicios, proyec­


ciones exteriores, consecuencias. Lo peor es el haber
erigido como norm a suprem a de todo un orden polí­
tico la negación radical de la trascendencia hum ana.
Cierto es que, í!n principio, de modo nada más que
implícito, la revolución luterano-cartesiana apuntaba
tam bién allí; pero la experiencia nos enseña que mu­
chas veces quien profesa determ inados principios re­
trocede sin vacilar ante sus consecuencias si el acep­
tarlas significase para él rechazar los valores m ás fun­
dam entales y más caros a la persona hum ana. T al ha­
bría sido, a no dudarlo, el caso del propio Descartes,
Es que nuestro espíritu encierra, por fortuna, ciertas
virtudes extrain te lectivas —¡p e rd ó n !, extrarradona-
les— que sirven como regulador a nuestros raciocinios.
Lo horrible de lo que podríam os llam ar la palabra
rusa es, precisam ente, el haber arrancado de todo un
pueblo esas fuerzas de resistencia, o, por lo menos, el
haberlas reducido a una im potencia .tal que, en et or­
den práctico, equivale a una verdadera supresión. No
sólo no ha em prendido R usia el cam ino que para ella
vaticinaba esperanzado Solovief, sino que le ha vuel­
to además radicalm ente la espalda. No sólo no h a ve­
nido a colocarse bajo la égida de Pedro, sino que, fren­
te a la Internacional católica, se ha constituido en ca­
beza visible de la Internacional anticatólica. La mi­
sión rusa va consistiendo hasta ahora en lanzar al ros­
tro atrozm ente pálido de la E uropa de W e stfalía ; de
la E uropa luterano-cartesiana; de aquella E uropa que,
en su odio inextinguible hacia la universalidad, hacia
So católico, abom inó de E spaña y de la Casa de A us­
tria hasta el punto de no encontrar sosiego sino tras
de haberlas arruinado en su poder político, todas aque­
llas conclusiones encerradas, como en m atriz propia,
en la revolución m oderna que esa misma E uropa en­
gendró. L a misión de R usia se va reduciendo a aislar
y llevar luego'm ediante tenebrosa alquim ia hasta g ra ­
dos inauditos de condensación el virus luterano-carte­
siano, p ara inyectarlo en el organism o de Occidente,
provocando así en él reacciones m ortales. Después de
PROLOGO
iodo, no habrá hecho sino pagarle en igual gnoneda.
Desde este punto de vista, la enorm e im portancia h is­
tórica de Lenín consiste en haber cerrado el ciclo abier­
to por ese cardenal de Richelieu contra el cual se le­
vantó la indignación cristiana, adem ás de española, de
Quevedo y Saavedra Faiardo, y que tan certeramente
ha sido calificado por Belloc como destructor de la
unidad católica de Europa. La labor del comunismo
ruso se reduce a someter al imperio de la lógica la vida
política m oderna. No se puede com batir contra él con
paliativos, ni mucho menos aún adoptando sus pro­
pios métodos, como ouiere por ahí tanío espíritu pseu-
docristiano oue. por lo visto, considera la lucha entre
las dos ideologías más extrem adas y trascendentales
oue han aparecido en eí escenario de la H istoria como
sim ple contienda de personas. No. El remedio contra
la G. P . U . no es la Gestapo, ni contra la Gestapo, la
violación, en nom bre de la libertad, de los principios
fundam entales de la justicia y del derecho. Así como
el comunismo, proyección social, la más violenta y
extremada, del ateísmo no reconoce, al fin de cuentas,
más adversario real oue el cristianism o, es sólo recu­
rriendo a la forma más integral —íbam os a decir tam ­
bién más violenta .y extremada— de cristianismo, a la
católica, apostólica, romana, vivida en, su plenitud,
cómo podrá vencerse al com unism o. M ientras esta
¿rran verdad no se convierta en clima histórico de ho­
gaño, habrá que seguir desconfiando, por no decir des­
esperando, de la salvación de E uropa.
Este es el grande, el tráfico fracaso de Solovief.
E spíritu de envergadura a n álo g a'a la de Dostoiewsky,
pensó, al igual de ó!, que su patria se encontraba en
vísperas de una catástrofe interior, eso sí. que a con­
secuencias de contiendas internacionales. H asta le se­
ñaló de antem ano, con categórica seguridad, sus fu­
turos —ahora pasados y vencidos— adversarios. Las
fierrotas militares provocarían, según él, la anarquía
interna, a cuyo térm ino, su optim ism o incorregible le
hacía ver, como iris de paz, la integración de esa pa­
tria purificada por el dolor, en la cristiandad de Pedro.
X XII P RO L O G O

A p e s a r l e todo, persistimos en ia idea del fracaso, y


de un fracaso que, a no mediar algún milagro de la
Providencia, no lleva trazas de rectificación. E s que
en el pensam iento de Solovief, la anarquía anuncia­
da debía cum plir respecto de su patria misión seme­
jante a la desem peñada por el dolor en la vida sobre­
natural del cristiano, actuando a modo de aquellas no­
ches místicas con que el E spíritu Santo va purifican­
do las alm as destinadas por El mismo a los más ex­
celsos grados de perfección : bajo la presión de tanto
sufrimiento, la nación moscovita reconocería prácti­
camente sus errores, resolviéndolos en la aceptación
fervorosa de la unidad. Es aquí donde comienza ei
fracaso de nuestro pensador. La anarquía hizo presa,
efectivamente, en Rusia, pero —y esto es lo gravísi­
mo— no la postró. Al contrario, dentro de ella ha en­
contrado el pueblo ruso esas inagotables energías que
íe han perm itido triunfar en la contienda más colosal
que han presenciado los hombres, a la vez que m ás de­
cisiva para su porvenir histórico nacional. H oy día
el Im perio ruso, borradas por sendos triunfos las de­
rrotas que en 1905 y 1917 le habían inflingido, respec­
tivamente, Japón y Alemania, se presenta ante los
ojos de la burguesía aterrorizada más fuerte y am ena­
zante que nunca. Es él, principalm ente, quien venció
al ÍII Reich, conquistando de este moclo para sí pro­
pio la hegem onía en el Viejo M undo, Y naturalm en­
te que tales circunstancias, lejos de redimirlo de la ca­
tástrofe moral en que se halla sumido, sólo pueden con­
tribuir a confirmarlo más y más en ella, porque no
ha de ser la victoria conseguida en virtud de ciertos
y determ inados principios lo que ha de decidir a aban­
donarlos a un pueblo que sólo se deja convencer por
el testim onio de la fuerza.
¿ Cómo pudo un espíritu tan lúcido engañarse has­
ta ese extrem o?
P ara centrar la cuestión hay que tener en cuenta
que, en sus años de juventud, Solovief militó en el
partido de los eslavófilos, donde no pudieron menos
de cobrar bríos, no obstante la am plitud de criterio
P RO L O G O X X III

que bebió, en el ambiente del hogar, las inveteradas


preocupaciones nacionalistas que todo ruso, sólo por
serlo, lleva ya ahincadas en su espíritu. Utópico sería
exigirle a ,un nacionalista de cualquier país compren­
sión del extranjero en cuanto tal y posición objetiva
e imparcia! (lo cual no es lo mismo que «indiferente»)
respecto de la tierra de sus m ayores. En el error de
Solovief, como casi en todo error histórico, hay ante
todo falsa perspectiva frente a un hecho real. Si com­
paramos, en efecto, la R usia de los zares con una Ale­
m ania presa en su mayor parte de la herejía; con una
Francia que, infiel a su condición de hija prim ogéni­
ta de la. Iglesia, sólo se preocupa —¡ trascendental pre­
ocupación !— de arruinar el poderío de la Casa de
A ustria, pactando, a fin de lograrlo, con las fuerzas
antieuropeas, para vivir, por ultim o, de los postulados
de su Revolución ; con una Italia, con una Inglaterra,
constituidas en enemigas irreconciliables del Pontifi­
cado y de la unidad católica, todas las ventajas esta­
ban de parte de Rusia, sin que pueda alegarse la.exis­
tencia en dichos países de núcleos fuertes de auténti­
cos católicos, porque aquí se habla de naciones en
cuanto Estados en forma, para ajustarnos a la expre­
sión de M ax Scheler, y no bajo el aspecto de conglo­
merados de células sociales. El hecho es que, en toda
E uropa, no quedaban más que E spaña y la m onar­
quía austrohúngara más o menos libres de contam i­
nación ; pero esta última, por su predom inio sobre los
eslavos centroeuropeos, no podía ser considerada por
Soloviev sino como un poder político del todo efímero,
m ientras que en lo relativo a E spaña se encontraba,
como ya queda dicho, en la más absoluta ignorancia.
Y aquí llegamos a la segunda causa del engaño de
Soloviev : su desconocimiento absoluto de la realidad
espiritual hispánica. El haber tenido noticias acerca
de ella habría, ampliado considerablemente sus hori­
zontes, descubriéndole aspectos nuevos y mucho más
perfectos que los que él había visto, de llegar a la co­
laboración leal, sincera y continuada entre la Iglesia
y el Estado. E ra E spaña la única nación que en el oct
XXIV PROLOGO

cidente europeo podía erguirse, limpia la frente y se­


rena la mirada, ante la santa Rusia, para oponerle un
sentido religioso mucho más auténtico, porque sin des­
conocer !a importancia de la contemplación .— ¿ podría
desconocerla la nación de Santa Teresa de Jesús y de
San Juan de la Cruz, de San Pedro de Alcántara v
de frav Juan de los Angeles?— , sabía intensificarla
hasta el extremo de hacerla fructificar en acción. So­
loviev no supo nunca que la levenda de San Nicolás
y San Casiano con que comienza e! libro primero de
su obra encontró durante sielos amplía margen de
aolicación, fuera de los dominios en que entrecruza­
ban sus influencias la Iglesia y el Sacro Imperio, en
el admirable proceso histórico de la Contrarreforma.
Esnaña era en la catolicidad lo que Rusia dentro del
cisma : una nación que pudo llamarse santa con mu­
chos meiores títulos oue R u sia ; pero que no quiso ha­
cerlo porque su hondo sentido humano le hacía ver
el desacato envuelto en la atribución He tan augusto
calificativo a cierta entidad de orden formalmente te­
rreno como es en sí la nación. Lo repetimos: la des­
gracia de Solovief estuvo en haber ignorado a Espa­
ña, y, por ignorarla, en creer otie para constituirse en
brazo armado de Dios se reouería necesariamente «una
masa enorme y compacta de Imperio». Para no. per­
der el sentido de las proporciones, debió haber sabido
que la nación española «sin apenas soldados, y con
sólo su fe, creó un Imperio en cuyos dominios rio se
ponía el sol». Eran los seis millones de españoles, y
no los dieciséis millones de franceses, ni los veintitan­
tos de alemanes, los que dominaron el mundo en el
sigilo xvi; esto no lo supo Solovief, como tampoco
llegó á saber jamás que la evangrelízación del conti­
nente americano se debió no a iniciativas particulares,
sino a la voluntad oficial decidida y categórica de los
reyes españoles, de aquellos excelsos jefes políticos que
conquistaron para su nación, con su actitud, el título
de monarquía misionera. Debió haber sabido, por úl­
timo, que hubo un momento de la Historia —aquel
momento extraño y superior de la especie humana, de
*

PROLOGO XXV

que habla Taine— en que el Sacro Imperio romano-


germánico cumplió dignamente su cometido de cabe­
za temporal de la cristiandad y brazo armado de la
Iglesia ; precisamente, cuando la diadema de Carlo-
mae'no fué a reposar en las sienes augustas de otro
Carlos, del César español Carlos V. De haberlo sa- ^
bido, ¡ cuántos motivos de meditación habría encon­
trado su inteligencia privilegiada en el hecho miste­
rioso de que la única vez en que la universalidad de jure
inherente al Sacro Imperio vino a fraguar en univer­
salidad de fado fué cuando su misión excelsa se halló
confiada a la decisión apostólica, la valentía y las ar­
mas españolas !
Solovief, como buen ruso, es mesiánico. Anida en
el alma rusa una especie de creencia instintiva de ha­
llarse predestinada para cierta misión trascendental por
el mismo D ios. Parece como si la convicción inque­
brantable del hebreo respecto de sí propio de pertene­
cer a1 pueblo escogido y predilecto de la Divinidad
se hubiera transfundido al alma rusa, sin considerar
que lo que en el hebreo es creencia definida apoyada
en e! hecho oerfectamente histórico de la promesa de
Dios a Abraham, no podría pasar, en el ruso, de vag^o
e inconsistente sentimentalismo. La única convicción
aceptable de tipo mesiánico para un pueblo no. elegi­
do de antemano por lo que es, es hacerse elegir por lo
que haga. Ese es el caso del pueblo español. Porque
mesiánico, no hay duda que lo e s ; eso sí, que con un
mesianismo no cerrado ni exclusivista, sino amplio,
abierto, generoso, consistente en querer —a veces has­
ta exageradamente— míe todos reconozcan la Verdad,
así, con mayúscula. Consciente de la profunda dife­
rencia que le separa de quienes han sido y continúan
siendo aún los depositarios de la promesa —porque
los dones de Dios son irrevocables (Rom ,, X I, 29)— ,
el pueblo español comprendió desde el principio que
para él no había más salida que hacer, como pueblo,
padecer violencia al reino de los cielos, porque sabía
aue sólo los violentos lo arrebatan (Matth., X I, 12).
De ahí que el español se da por entero, para obligar a
XXVI P R OL O G O

Dios a fijarse e n él ; es decir, para provocar su predi­


lección. Los españoles saben perfectamente que el ex­
clusivismo judío tiene plazo fijado, trascurrido el cual
habrá de resolverse en la integración real, efectiva y
universal del género hum ano en el R eino de D ios — si
s u ,caída es la riqueza del mundo y su menoscabo la
riqueza de los gentiles, /cuánto más lo será su plem-
tud! (R om ., X I, 12)— , y de que, en consecuencia, se­
ría ridículo en pretender adoptar actitudes de predi­
lecto ya desde el principio, cuando se sabe que la pre­
dilección está ahí como simple y difícil norte por con­
seguir. Descúbrese en la actitud patriótica del ruso
análogo racismo al que denunciaba M aeztu en los pue­
blos nórdicos y aún en F ran cia; eso si que de tipo
mucho m á s ' peligroso, porque se encuentra apoyado,
falsam ente apovado, en motivos religiosos. Oyendo a
Solovief, es imposible evitar la im agen de la oración
de aquel hom bre que creía no ser como los demás hom ­
bres, y que, precisamente, por creer que no lo era,
atrajo sobre su cabeza la reprobación de la Verdad ab­
soluta, ¿N o sería éste, tal vez, el caso de R u sia?
Ateniéndonos, pues, al aspecto histórico de la obra
de Solovief y juzgándolo a la luz de los acontecim ien­
tos posteriores, se impone 1a. sensación de su fracaso.
Al analizar, empero, su concepto de la Igleisia v su
•manera* de fundam entarlo en el misterio mismo de la
T rinidad, es imposible, ante tal derroche'de poderío
intelectual, no sentirnos pre&a de la más profunda ad­
miración.
Toda la doctrina de Solovief acerca de la Iglesia
viene a constituir un comentario hondo y certero so­
bre el gran pensam iento paulino de oue lei plenitud
de la ley es el am,or fR om ., X I I I, 10). P a ra él, la Ig le­
sia es, como para Bossuet, Jesucristo difundido y co­
m unicado; como para Helio, la ocupación de la carne
por el Verbo. P orque ambos pensam ientos Jio cons­
tituyen en realidad más que uno solo, que es el m is­
mo, utilizado como fundam ento por San Pablo al acon­
sejarnos que nos revistamos del hombre nuevo, crean­
do según Dios en justicia y santidad de verdad (E ph.,
P R O L O G O X X V II
fc
IV, 24). El germen de la vida eterna, sembrado por
el bautism o en los surcos del alm a, está destinado de
suyo a desarrollarse v com penetrarse de! todo con el
organism o psíquico del hom bre. D entro del alma del
justo, se realiza un proceso santificador — desforman­
te— . cu vas etapas ¡guardan, por su naturaleza v la
posición lograda en el conjunto, estrecha analogía con
ese fenómeno tan sencillo en apariencia a la vez que
tan misterioso en su íntima realidad, que es la resolu­
ción de la sim iente en árbol, o del principio generador
masculino en un ser sensitivo. El santo o sim plem ente
el cristiano normal —que eso y no otra cosa es el san­
to— , al igual de los seres orgánicos, es una síntesis,
una resultante de haberse conjugado la naturaleza hu­
mana con las posibilidades divinizadoras de la gra­
cia. En uno v otro caso se verifica !a colusión del p rin ­
cipio activo v del p a siv o ; de las virtudes vegetativas
o el principio masculino con los jugos pronios de la
tierra o la sangre m aterna; del principio divino con
el ser mismo del hom bre. P o r eso la santificación exi­
ge tiempo. No por carencia de virtualidades en la gra­
cia, sino porque la naturaleza hum ana, estragada por
la culpa original, no puede normalmente, a no ser por
una suspensión m ilagrosa de las leyes establecidas, do­
blegarse instantáneam ente ante e! influjo divjno. Qui
te creavil sino te. non te redemit sine te; este gran
pensam iento agustiniano encuentra aquí su plena apli­
cación. Si en alguna ocasión debe entrar en juego la
libertad, indudablem ente que es al jugarse e! hom bre
su destino eterno. Entonces es cuando debe m ostrarse
más dueño, más señor de sí m ism o; más hombre, en
sum a. Porque nunca el hom bre es má.^ hombre que
cuando se entrega en manos de D ios. Y lo normal es
que se vava entregando paulatinam ente, aunque la de­
cisión de hacerlo sea instantánea.
Las obras de Dios son arm onía. Al modo como la
simiente va bebiendo silenciosa los jugos de' la tierra
o el germen anim al se va alim entando de la sangre
m aterna, así también el principio vital divino va ab­
sorbiendo las fuerzas naturales del hombre y dándoles
XXV III T R O L O GO
9
perfil sobrenatural. Con una diferencia, sin' embargo,
y es que, por privilegio del espíritu, no hay aquí sus­
titución de esencias. La naturaleza hum ana se va poco
a poco deificando sin dejar de ser hum ana. Así es como,
m anteniendo por e! preciso influjb de la gracia su con­
dición hum ana con más y más perfección, la esencia
v facultades del hom bre, supuesto que no opongan
resistencia, llegarán un día a ser tam bién deiformes,
divinas. Así es como m ientras el hombre viejo es sín­
tesis de alma y cuerpo, el hom bre nuevo lo es de na­
turaleza y gracia.
P ero eso es el térm ino, la culminación y cima del
oroceso. Al iniciarse éste, el complejo organism o so­
brenatural, aunque y porque está en germen dentro
del alm a justificada, le permanece a ésta, como reali­
dad definitiva, en cierto .modo extrínseca. L a semilla
puede resolverse en árbol, pero no es árbol; el p rin ­
cipio generador hum ano puede resolverse en hom bre,
pero no es h o m b re ; el germen de la vida eterna puede
resolverse en un santo, pero no es un santo. Aún no
han llegado, ni sicmiera comenzado, a diferenciarse en
é! las funciones sobrenaturales cuyo desarrollo lo h a­
rán fraguar, con el concurso del alma donde reside, en
un santo de Dios, Este permanece aún, como organis­
mo constituido, en las penum bras-de la pura posibili­
dad. P o r eso es que Solovief, al contem plar a la Igle-
&\? .TVHPjVto tów¡s\\5' ¿te X'.Íííf, As ¿fesri.'h.ní' .o.o.fn.p .reali­
dad inicialmente extrínseca al cristiano. Porque el
cristiano, evidentem ente, al comienzo, no es Jesucris­
to, Lo será cuando, nutriéndose de los jvgos de la na­
turaleza hum ana, el germ en de vida eterna, haya com­
pletado su desarrollo y conseguido la estatura que para
el alm a en cuestión le hubiere asignado desde toda
eternidad la Providencia divina. Lo cual tampoco h a ­
brá de conseguirse sino cuando el alm a hum ana, por
su parte, se hubiere dejado absorber totalm ente por la
g rac ia.'D e aquí se deduce una consecuencia capital si
se considera además que, no ya en cuanto participada
por el alma sino en su propia e intrínseca realidad, la
gracia es la vida m ism a de Dios ; la de que inevitable-
PkÓLÓÚo XJtíX
mente ha de actuar como vínculo de unión de los cris­
tianos entre sí y de todos ellos con el mismo Dios por
Jesucristo. U n a vez actualizadas sus posibilidades to­
das de divinización, ¿ra no será exterior el alm a a la
Deidad, sino que, al contrario, vendrá a sum ergirse
en el seno de donde fué engendrado el Verbo antes de*
la aurora; pero entonces Dios vendrá tam bién a hacer
mansión ep ella. Cuando el templo de Dios, por reite­
ración de este proceso, haya venido a compenetrarse
, con .todos los cristianos, o sea —para usar Ja expresión
propia de San Pablo— , cuando el cuerpo de Cristo
haya alcanzado su estatura perfecta (Eph., IV , 13),
entonces el Verbo eterno se habrá encarnado, ep cier­
to modo, en la hum anidad predestinada, comenzando
en tales m omentos a ser realidad venturosa la socie­
dad perfecta, la esposa de Dios.
El estado cristiano, lo que Solovief denomina la
Iglesia en cuanto cuerpo viviente de Dios, viene a ocu­
par así en la mente del gran ruso la posición excep­
cional de tránsito desde el templo de Dios hasta la es­
posa de Dios, con lo cual estas dos últimas realidades
quedan a su vez constituidas, por lo mismo, en p rin ­
cipio y térm ino, respectivamente, de un gigantesco
movimiento histórico : el de la H um anidad predesti­
nada en m archa hacia su divinización. La historia uni­
versal se nos viene a revelar bajo esa luz como el pro­
ceso de integración de ia H um anidad en /a Deidad.
j Visión de sublim e grandeza ! ¡ Cuán lum inosa se nos
aparece ahora la misión del E stado cristiano, del cuer­
po viviente de Dios ! Colaborador necesario de la Igle­
sia considerada como unidad jerárquica o sacerdotal,
la unidad regia recibe por misión fundbmental plas­
mar lo que puede ser plasm ado, el elemento hum ano,
para con ello, como principio pasivo, hacer fraguar la
esposa de Dios. Llegam os aquí a la plena justificación
a priori del pensam iento de Solovief. Desde el mo­
mento en que la condición de cristiano no es connatu­
ral al h o m b re; en otras palabras, desde que la realidad
subsistentísim a que es la Vida misma divina adquie­
re, por su existencia intencional en el ser hum ano, ca-
XXX P R O L O G O

racteres de accidente predicam ental, se impone, ia ne­


cesidad absoluia de un proceso integrador —g u ard a­
das, por supuesto, las distancias— ae la propia esen­
cia hum ana en lo divino, y, por Jo mismo, debe adm i­
tirse, también como de necesidátl absoluta, la existen­
cia de cierta realidad que venga a constituir un instru­
mento en manos de la Unión jerárquica, desde el mo­
mento en que se abre un campo de acción dentro de
cuyos límites el templo de Dios carece form al y direc­
tam ente de autoridad.
Las últimas palabras del párrafo anterior dejan vi­
brando en el am biente la invitación a una objeción :
¿ P o r qué esta especie de deficiencia en el templo de
Dios ? ¿ P or qué no podría quedar en m anos de ia uni­
dad jerárquica integralm ente, de suerte que le vinie­
ren a resultar ociosas y aun contraproducentes las co­
laboraciones, la misión fundam ental de cristianizar el
m undo, de establecer el reino de los cielos en los cam­
pos de la H istoria? Porque toda misión que de lejos
o de cerca implique relación con el destino eterno del
hom bre parece, a prim era vista por lo menos, más pro­
pia de la Iglesia que del Estado. No obstante, Solovief
ha visto y juzgado con adm irable acierto, justam ente
aferrado a su noción básica de que la Iglesia es la pro­
yección de Jesucristo en la H um anidad, ha tenido que
im presionarle el hecho de no haber el Verbo eterno,
en el poderío infinito de su divinidad, absorbido o ani­
quilado la naturaleza hum ana asum ida, sino, al con­
trario, intensificádola hasta un grado en cierto modo
tam bién infinito. Es que de tal m anera supera la acti­
vidad divina las posibles resistencias de la creatura, que
a fuerza de tem arlas en cuenta llega a prescindir abso­
lutam ente de ellas. Perm ite Dios las líneas torcidas en
el m undo porque es el único que puede con ellas escri­
bir derecho. P o r eso no encontró som bra de obstáculo
en que una esencia hum ana existiese con la existencia
divina del Verbo. N ingún abismo sería tan hondo que
su poder no lograse colmarlo. P o r eso no podía —ha­
blamos de su potencia ordenada— dejar encomenda­
das a su Iglesia jerárquica misiones que podía realizar
P R OL O G O ■XXXI

mejor el E stado cristiano, entre las cuales estaba, aun­


que las apariencias digan lo contrario, aquella de pro­
porcionar la m ateria de la sociedad perfecta, de la es­
posa de Dios.
Cuando contem plam os ia persona adorable de Je­
sucristo, lo prim ero que pos Jlam a la atención, sobre
todo si dirigim os nuestras m iradas a los postreros ins­
tantes de su vida terrena, es la disyunción, absoluta en
que, respecto de sus padecimientos y de su muerte, se
hallaban —tenían que hallarse— su hum anidad y su
divinidad. Su naturaleza divina debía, por supuesto,
m anifestarse infinitamente refractaria al sufrim iento,
no tanto por lo que éste supone de dolor, sino, ante
todo, por lo que implica de pasividad. Nada podría
maitifestarse tan opuesto al Acto puro como el ser pa­
sivo. En esta oposición irreductible de su divinidad a
todo cuanto pudiere significar pasividad y, en conse­
cuencia, m utación o contingencia, debemos ver la
raíz de lo que, inicialmente, aparecía como deficiencia
en la Iglesia y, por lo mismo, de la introducción que
opera Solovief, del Estado cristiano en la obra de la
redención. El tránsito desde el templo de Dios hasta la
esposa de Dios será todo ío. sublim e que se quiera, pero
envuelve, al fin y al cabo, como todo movimiento, una
imperfección ra d ic a l: la de la contingencia. De aquí
que no podía incum bir a la Iglesia jerárquica, repre­
sentante, en la unión profética, del elemento divino de
la unión hipostática, y, por divino, inm utable y abso­
lutamente perfecto, encargarse de lo concerniente al
elemento hum ano m utable e imperfecto. H abría habi­
do en ello un no sé qué de violento y subversivo, in­
compatible con la serenidad característica- que, como
reflejo im ponderable de la arm onía y de la paz infini­
tas, se exhala siempre de la obra de Dios.
Para fundar su actitud, Solovief recurre a la no­
ción trascendental de la unidad, completamente echa­
da al olvido. E s curioso. M ientras que de las restan­
tes propiedades metafísicas del ser en cuanto tal se
hace un uso más o menos acertado, la unidad, aun por
parte de muchos sedicentes discípulos de Santo T o ­
x x x íí P É Ó L O ÓO

más, queda reducida a un valor puram ente negativo,


a la simple carencia de partes actuales o posibles. N a­
turalm ente que por tal camino sólo se llega a la nada...
No se toma en cuenta !a afirmación, fecunda en conse­
cuencias, del Doctor Angélico de que ja unidad de­
signa ante todo al ser, con el cual se identifica en rea­
lidad, y sólo indirectamente, connotándola, la carencia
de partes. Sólo dándosele carácter positivo puede ope­
rarse su identificación con el prim ero de los trascen­
dentales, evitando, al mismo tiempo, la posición hege-
liana de suprim ir toda diferencia real entre lo que es
y lo que no es. Identificada con el ser, la unidad habrá
de correr siempre su misma suerte. Tam bién su con­
cepto podrá resolverse en analogía de atribución, se­
gún la cual podrá afirmarse —sin perjuicio de recono­
cer como unas, en cierto modo, a las propias creatu-
ras— que el único ser donde se realiza tal concepto con
plenitud absoluta es la Esencia divina : sólo Dios es
absolutam ente uno. Pero hay unidad y unidad, lo’Cual
no le pasa inadvertido a Solovief. Siguiendo fielmente
los pasos de Santo Tom ás, descubre por una parte la
que califica él de unidad negativa, solitaria y estéril,
fácil de identificar con la predicamental de los escolás­
ticos, y por otra, la perfecta, la que «en el goce sereno
de su propia superioridad, dom ina a su contrario (la
pluralidad o división), sometiéndosela a sus leyes» y a
través de la cual no resulta dificultoso descubrir aque­
lla que los mismos escolásticos denom inan metafísica
o trascendental. Efectivam ente, nada impide a la pri­
m era m ultiplicarse indefinidamente m ediante el proce­
so llamado por los alem anes die schlechte Unendiich-
keit —«le m auvais infini»—, m ientras que la segunda,
por poseer lo que en filosofía escolástica se llama «uni­
versalidad in causando», expresión que traduce Solo­
viev por la del «ser uni-total», es asimismo rigurosa­
m ente única, porque en sí misma lo posee todo. Pero
el pensador ruso no se detiene aquí. Penetrando con su
asom brosa inteligencia en el centro mismo del orden
trascendental, descubre una verdad c a p ita l: que, como
todo en Dios es necesario, lo serán tam bién aquellas
P R O L O G O X X X III

disecciones form alm ente hum anas que nuestro enten­


dimiento opera en su divina esencia conocidas bajo el
nombre de atributos divinos, entre los cuales se halla
el de su unidad. Y como por el mismo motivo Dios
es necesariamente trino, deduce Solovief —¡ deducción
capitalísim a y de proyecciones inagotables !— que la
unidad absoluta es necesariamente trina. E n otras pa­
labras, que, por ser infinitam ente uno, Dios es T ri­
nidad.
Sin vacilar, Solovief aplica esta unidad a la Igle­
sia. Es que a lo largo de su gran sistematización doc­
trinal late inequívoco y pujante el pensam iento de
que, si aür¡ las creaturas son en alguna m anera Dios,
no ciertam ente al modo como lo afirqian los panteís-
tas, sino porque todo el ser del efecto no puede m ante­
nerse ni un ápice fuera de su causa adecuada, la Ig le­
sia integral, lo que taru repetidas veces denom ina él la
esposa de Dios o encarnación definitiva de la Sabidu­
ría diyina, debe participar en grado infinitam ente más
intenso de la vida propia del Acto puro. Si las creatu­
ras vivientes —o, para ser más exactos, Jas raciona­
les— llevan en su entraña ontológica el sello indeleble
de la inagotable fecundidad divina, como !o demues­
tra San A gustín en sus celebérrim as trinidades, va­
lorizadas con el visto bueno casi infalible del Doctor
Angélico, ninguna de ellas lo podrá ostentar con el
derecho y la energía de la,sociedad fundada por Jesu­
cristo. Es que la Iglesia no es creatura. Como orga­
nismo divino, es la prolongación de Jesucristo, de cuya
vida participa. P ero no im porta. A un considerando en
elia los elementos creados que la integran, se verifica
en ella lo que Soloviev llama la inversión de lo divino.
El cosmos es el reflejo invertido de Dios, una especie
de Dios al rev és; por eso, a la autonom ía perfecta del
Acto puro m anifestada en su unidad perfecta, así como
en ia sim ultaneidad de sus personas, y luego en la li­
bertad con que extrajo al m undo de la nada, responde
con la triple heteronom ía de su extensión, sucesión
temporal y causalidad mecánica. E n la Iglesia, hum a­
na por sus células materiales, pero divina por su prin-
3
ÜX3ÍIV P RO LO G O

cipio vital, la heteronom ía debe hallarse sujeta a la


autonom ía. La unidad de que disfruta es la perfecta,
la del ser uni-total, ya que es inm ultiplicable, por ser
universalidad, como lo es e! Ser divino. P or eso su tri­
nidad no ha de ser puram ente intencional como las
que .en el ser hum ano descubre San A gustín, sino, en
cierto modo, física, e n titativ a; en una palabra, trini­
dad de hipóstasis. Y viene entonces )a original apli­
cación que hace Solovief de esta pluralidad de perso­
nas en el seno de Dios a la propia Iglesia. En ésta se
encuentra un poder —el Pontificado suprem o— cuya
misión es asegurar ia coherencia del organism o, tal
y como en la T rinidad queda garantizada por la cuasi
prioridad ontológica del Padre, y que, al igual del
Padre, engendra una verdadera potestad filial —la del
m onarca— para que am bas a dos, en abrazo análogo
al del Padre con el H ijo, den origen a la proyección
en* ei orden colectivo hum ano del Espíritu Santo, o
sea la esposa de Dios, la sociedad perfecta.
Na vamos a seguir paso a paso las especulaciones
teológico-metafísicas en que el genio de Soloviev se
despliega con una profundidad y grandeza m uy pocas
veces logradas por el entendim iento hum ano. Sólo que­
remos senalaf dos de sus méritos principales como
aportación perdurable de su obra.
El prim ero es haber tomado en serio el misterio de
la Santísim a T rinidad. Entendám onos. No queremos
decir que el pecado de irreverencia contra el prim ero
y m ás fundam ental de nuestros dogm as sea cosa fre­
cuente por parte de los cristiano-católicos, n o ; pero sí
que su papel en la vida ordinaria de la generalidad de
ellos es prácticam ente nulo. Jamás se piensa que la se­
m ejanza del hom bre con Dios de que se habla en el
capítulo prim ero del Génesis es semejanza con la T ri­
nidad beatísima, y que si a las creaturas irracionales,
como simples vestigios que son del poder creador, les
basta con reflejar en su entraña ontológica la causali­
dad de Dios, las dotadas de inteligencia y libre albe­
drío deben participar además de esa m isteriosa corrien­
te vital establecida entre las Personas mismas divinas.
p r o l o g o JíxxV
Pasaron ya los tiempos de un A gustín o un Cirilo de
A lejandría; hoy día las verdades trinitarias muy poco
¡es dicen a los cristianos, y si se alude de cuando en
cuando a ellas es para calificarlas con el epíteto, des­
pectivo en su tonalidad, de teologías. No se ve hoy
día que en la generación etcfna del Verbo, donde el'
Padre de las luces traspasa toda entera su esencia ab­
solutamente inalterable al H ijo, debemos hallar nos­
otros la suprem a lección de darse por completo en el
cumplimiento del plan divino, m ientras que ia expi­
ración infinita con que Padre e H ijo comunican la
misma esencia poseída en común a la tercera de las
Personas divinas debe ser para todo cristiano el pa­
radigm a de un orden necesario, absoluto, en que la fe
y la experiencia de Jo divino han de constituir la nor­
ma de toda actividad que se pretenda a sí propia diri­
gida hacia la posesión de nuestro últim o fin. No se
piensa hoy día en que allá en la T rinidad y sólo en
ella podrem os encontrar la razón explicativa suficien­
te de. la repugnancia que el hom bre siente hacía el ex­
clusivismo especulativo por una parte, y por otra, ha­
cia el impulso incontrolado; en una palabra, hacia el
racionalism o y el fanatism o, extremos ambos de los
cuales equidista un Concepto o Verbo, o Logas, que
a la vez es H ijo, y un E spíritu, que, al proceder inme­
diatam ente de un am or subsistente, encuentra su ju s­
tificación erx el propio V erbo-eterno del Padre.
La segunda aportación de Solovief es el haber per­
cibido con pasm osa intensidad la analogía de atribu­
ción existente entre Dios y 1a creatura. Es un hecho
que, a fuerza de insistir en la analogía de proporcio­
nalidad, concediéndole una prim acía que, si es legí­
tima de suyo, lleva visos de convertirse en injusta ex­
clusividad, no se da lo que le corresponde a la de atri­
bución. Prácticam ente, por obra y gracia de un m ani-
queísmo inconsciente, quedan D ios y el m undo eri­
gidos como dos absolutos frente a frente. Al insistir
el pensador ruso, con su concepción del Ser uni-total,
en que nada existe ni puede existir fuera' de Dios, echa
por tierra ese supuesto , absurdo y, por absurdo, este-
XXXVÍ P R Ó LÓ G Ó

rilizador y radicalm ente incompatible con el senti­


miento hondo de la propia nada. ¿ Cómo sería posible
levantar el corazón a Dios, orar, en una palabra, si
no partim os de la base de que la oración no puede te­
ner más fundam ento que nuestra om ním oda y abso­
luta indigencia ? P orque no hay duda de que en So
débil, o, más bien, en lo inexistente de dicha urgente
convicción, reside la ineficacia tan frecuente de la ora­
ción, mucho más que en la posible inconveniencia de
las cosas mismas que pedim os. Es decir, en resumen,
que carecemos de fe. Solovief, en cambio, nos presen­
ta con trem endo relieve esa incapacidad fundam ental
de la creatura para dar razón de sí propia, para poder
presentar un solo valor auténticam ente positivo que
no radique en el libre beneplácito divino. Y como u ti­
liza como punto de partida la analogía misma del ser
trascendental, corta de raíz toda objeción aun a aque­
llos que militan, fuera de las fronteras del cristianis­
mo. Quien leyere con m irada lim pia las páginas su ­
blim es por él consagradas al M isterio trinitario sentirá
que, espontáneam ente, instintivam ente, florece en sus
labios, brotado del corazón, un fervoroso y límpido
acto de fe.
Consecuencia necesaria o, si se prefiere, un mero
nuevo aspecto de su aportación, se presenta en su con­
cepción de la Iglesia uni-total. Nunca, que sepamos,
se había insistido antes de Solovief y con razones tan
acusadam ente decisivas en la trascendencia de la so­
ciedad eclesiástica respecto del poder civil, y, sobre
todo, en las consecuencias tan prácticas en su aplica­
ción, que en ella se encierran. Eso sólo sería va más
que suficiente para afirm ar que no fué estéril el paso
de Solovief por este valle de lágrim as. H oy día, sobre
todo, cuando la soberanía en cierto modo integral de
la única Iglesia verdadera se ve com batida con cinis­
mo o hipocresía, según se trate de totalitarios o demo-
liberales, pero siem pre con diabólico encarnizam iento,
reconforta ver a una de las inteligencias indudablem en­
te más preclaras con que ha contado la cristiandad pro­
clam ar sin am bajes ni equívocos el carácter integral
P R O L O G O XXXVI1

del poder que le ha sido otorgado a Jesucristo aún en


este m undo. Es repudiar tota! y categóricam ente la so­
ciedad laica ; es adm itir como única solución verdadera
a la mal llam ada cuestión social, el régim en de unión
—que, para el caso, equivale al de subordinación, aun­
que extrínseca, por parte de la autoridad política—
entre la Iglesia y el Estado. E n la actitud de Solovief
se halla asim ism o implícita ia condenación tajante de
aquella cristiandad de tipo laico preconizada por Ma-
ritain como sucedáneo moderno de la subordinación
instrum ental practicada durante ia Edad M edia por
parte de la nación cristiana respecto de la Iglesia. No.
La nación y ia Iglesia no se pueden considerar como
<Jos causas principales; a lo menos, no se las puede
considerar exclusivam ente tales. La causalidad de la
Iglesia —siempre, naturalm ente, que se la mire como
lo que es en realidad, como el cuerpo místico de Jesu­
cristo, de cuya propia vida vive— ocupa, respecto de
la del Estado, posición rigurosam ente análoga a la deí
propio Acto puro frente a la de las creaturas. Sí, por
c ie rto ; éstas son. verdaderam ente causas, así como son
verdaderam ente se re s; pero queda, no obstante, siem ­
pre en pie, para tem perar esta analogía de proporcio­
nalidad propia— Dios es a su ser como cada creatura
;i 1 suyo propio—, aquella otra de atribución, por la
cunl podemos afirm ar que la única razón suficiente para
atribuir cierta dosis determ inada de ser a una cual­
quiera de entre las creaturas estriba en constituir un
moro efecto del Acto puro. De esta m anera, la crea-
tura es sólo en virtud de su conexión con la C ausali­
dad infinita. Cosa semejante puede decirse del poder
político respecto de la unión sacerdotal o jerárquica :
el Estado es sólo en virtud de su conexión con la Igle­
sia —lo cual no quiere decir, por supuesto, que ésta
vaya a intervenir en los negocios tem porales; afim iar,
lo equivaldría a negarle ai Estado su carácter filial para
«signarle el de siervo o esclavo— . Lo demás sólo po­
drá calificarse de anorm al, de m onstruoso; nunca, em­
pero, como conforme a las norm as intrínseco-esencia-
Irs de la sociedad civil hum ana.
X X X V II I P R O L O G O

E n e! paso de la subordinación, instrum ental a otra


m ás de acuerdo con la condición de causa principal
ostentada por el elemento subordinado, late up grave
error histórico : el de considerar a las naciones m oder­
nas más avanzadas en su proceso intrínseco de desarro­
llo que las medievales. M uy al contrario de lo que sue­
le creerse, las naciones del siglo s u r ■ —época en que
llega a realizarse, con perfección inigualada antes y
después, la árm onía de los dos poderes suprem os—- ge
encontraban más desarrolladas que las de hoy día. Lo
dem uestra la norm alidad de que gozaba el funciona­
miento de sus órganos peculiares : m onarca, consejos,
órganos representativos. H oy día, en cambio, reina en
el campo político una macrocefalia a te rra d o ra : el po­
der político ha logrado absorber los órganos naciona­
les para realizar por sí propio v directam ente las fun­
ciones todas de la sociedad. ¿ Y eso va a constituir des­
arrollo? ¿ P odría señalarse como signo de evolución
diferenciada un engendro corporal hum ano en que to­
das las m anifestaciones vitales —locomotrices, asim i­
ladoras, etc.— fueran realizadas directam ente por la
cabeza, por carecer el resto de su mole de toda clase
de órgano,- ni constituir más que un m ontón de carne
hom ogénea ? P ues ese error de M aritain lo evita am ­
plia y elegantem ente Solovief al percibir a través de
los perfiles propios de la autoridad civil los de la so­
ciedad eclesiástica identificados con .todo lo que en
aquellos hubiere de verdadera perfección, tal y como
las perfecciones del Verbo eterno son exactamente las
mismas de su P adre celestial. P o r eso no puede, en
rigor, hablarse de una potestad indirecta de la Iglesia
en los negocios políticos, en cuanto éstos llegaren a
rozar el orden religioso, sino de poder, absolutam ente
directo en negocios que, por una u otra causa, siendo
'.materialmente políticos, han venido a volverse formal­
mente religiosos. Y como esta conversión puede llegar
a aco.ntecerles a cualquiera de ellos, es perfectamente
lícito afirm ar que a todos ellos sin excepción se extien­
de en potencia —ya que el poder adquirir perfiles re­
ligiosos equivale a poseerlos ya en potencia— la auto-
PROLOGO xxxix
ridad directa de,la Iglesia. En tales circunstancias, la
fam osa cristiandad laica de M aritain resulta un puro
mito.
Considerada ya en su doble aspecto fundam ental,
R u s ia y la I g l e s ia U n iv e r s a l deja en último térm ino
cierta penosa impresión : la de una síntesis doctrinal
magnifica que aún permanece esperando adecuada apli­
cación. Todos los aciertos de Solovief en el campo
especulativo truécanse desgraciadam ente en fracaso
t cuando desciende al orden de la política histórica. Su
habitus metafísico, uno de los más excelsos, sin duda
alguna, que haya jam ás poseído e! espíritu hum ano,
no pudo reem plazar en él cierta falta de penetración
histórica, no tan rara como podría creerse en aquellas
inteligencias que, arrebatadas hasta el tercer cielo na­
tural de la especulación metafísica, se m uestran inca­
paces de descender hasta la observación de la realidad
concreta ; en resumen,-, que ses ailes de géant Vem-pe-
chent de marcher. Y esto debe tom arse muy en cuenta
si queremos no dejarnos arrastrar por esa especie de
inclinación m orbosa que los snobs de hoy día, tan in­
conscientes, superficiales e imbéciles como todos los
snobs, están-, sintiendo hacia la 'R u sia victoriosa. No.
La cultura rusa no es la nuestra. El pueblo ruso no
ha sido plasm ado al calor de la cátedra de Pedro, lo
cual es más que suficiente para que tratem os de de­
fendernos y nos defendam os incansable y tenazmente
de su influjo. A hora que, para im pregnar de eficacia
nuestra defensa, la debemos m ontar en nombre no de
ideologías m etafísicamente insostenibles, que por ser­
lo han m ostrado ya tam bién su completa inutilidad en
el orden de lo histórico, sino recurriendo a los p rin ­
cipios eternos del Unico que dijo — porque era el úni­
co que podía decirlo— yo soy la Verdad, C ontra la
seducción de R usia, los cristianos tenemos dos traba­
jos fundam entales por realizar : el prim ero, rescatar de
manos del comunismo las verdades que son patrim o­
nio inalienable del cristianism o, num erosas, por cier­
to ; el segundo, rechazar categórica, decidida e inape­
lablemente Ja actitud vital com unista, recordando con
XL PROLOGO
San Pablo algo que los cristianos de la actualidad he­
mos olvidado : que nuestra conversación está en los
cielos. Así, manteniéndonos equidistantes a la vez de
una mal entendida transigencia y de las torpezas deí
cerrilismo, lograremos la única finalidad que debemos
perseguir en este mundo : el establecimiento, en nues­
tras almas, del reino de Dios.

O sv a l d o L ira
Madrid.
En ia festividad de Santo
Tom ás de Aquíno, 1946.
a d v e r t e n c ia p r e l im in a r
JCj L pensamiento de Solovief puesto en la apocatás-
tasis, o reintegración universal, tanto como sus m e­
dios de expresión tomados de la filosofía y de la Escri­
tura, dan a sus definiciones cierto aire de novedad, rela­
tivamente a temas que la Iglesia católica ha explicado
y definido con extremo rigor teológico. Hem os creído
oportuno, pues, sujetándonos a los principales capítu­
los del dogma aludidos f o r el teólogo ruso dar a conti­
nuación un resumen de lo que la Iglesia enseña respec­
to de Dios, la Eucaristía y relativamente a su propia
naturaleza divino-humana.

* * *

He aquí la Doctrina Católica :


Dios es uno, eterno, excelso y bienaventurado sobre
toda cosa-, infinito en inteligencia, voluntad y en toda
perfección. Substancia espiritual única por naturaleza,
absolutamente simple e inmutable, debe ser declarado
distinto del mundo en realidad y por esencia. Es libre
al ejecutar sus obras ad extra, su poder es infinito y
habría podido hacer las cosas distintas de lo que son.
Dios es la única fuente de toda verdad y poder, así,
pites, no existe un doble principio del mundo, bueno
44 VLAD1MIR0 SOLOVIEF

y malo. E l es el M ism o que anuncian el A ntig u o y el


Nuevo Testam entos.
L a revelación de Jesucristo nos enseña que en la
unidad de la naturaleza divina existen Tres Personas,
con una esencia o coesenciales, una substancia o con­
substanciales, y que, por ello, son coiguales, coeternas,
coomnipotentes, inseparables en el ser, al crear, prin­
cipio único de las operaciones ad extra, aun en la E n ­
carnación del Verbo. L a primera persona es el Padre,
substancia simple e indivisible, el Cual no es creado,
ni hecho, ni engendrado, ni de otro alguno proceden­
te, que al engendrar no se desprende de algo de su subs­
tancia, porque lodo lo tiene de sí y por sí. E l es P rin­
cipio sin principio, omnipotente, invisible, inmortal,
incomprensible, inmutable, Creador d.el cielo y de la
.tierra, de las cosas visibles e invisibles. L a segunda
■persona es el H ijo, consubstancial al Padre, El H ijo
no es creado, sino engendrado de la substancia del P a­
dre, de todai eternidad, y es H ijo no por adopción, sino
por naturaleza. Por E ste son hechas todas las cosas,
como ejemplar y modelo de ellas. E l se encarnó por
nosotros los hombres, para salvarnos. L a tercera per-
sona de la> Trinidad es el E spíritu Santo, que procede
del Padre y del H ijo como de un m ism o principio. N o
es Padre de Cristo ni alma del m undo. E l es inspira'
dor de la L ey, de los Profetas y de ambos Testam en­
tos, causa de la Encarnación, en cuanto ésta es m ani­
festación del infinito amor dé Dios. E spíritu vivifica­
dor, habita en la Iglesia y en las almas justas, es en­
viado a los A póstoles y a los fieles y obra en ellos;
enseña a los concilios, universales, opera en los sacra­
mentos, es recibido con la gracia santificante, infunde
Í0f tilte Dones, particularmente en la Confirmación
y tñ la colación de las órdenes sagradas.
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 45

Estas tres Personas, realmente distintas, son un


solo Dios; cada una está toda en las otras y cada una
es verdadero Dios. E n ellas nada hay primero ni últi­
mo, y la Deidad, que no disminuye considerada en
cada una de ellas, no aumenta en las tres. Dios no ha
de ser llamado triple, sino trino, y no un Dios distinto
en tres Personas, sino en tres Personas distintas. Esta
verdad revelada es un misterio.
Dios trino creó el mundo de la nada, cuando lo qui­
so, no de toda eternidad, sino en el comienzo del tiem­
po; no por necesidad, sino libremente por su bondad.

* * *

L a Eucaristía, o «acción de gracias», es el tercero


de los sacramentos. H a sido denominado así en me­
moria de la ceremonia con que Jesucristo lo instituyó
en la última Cena y también porque al reproducir el
Sacrificio del Calvario damos a Dios infinitas gracias
por los beneficios que de El recibimos. Es símbolo de
la unión mística de la Iglesia con su cabeza, que es
Cristo, y por medio de Este con Dios. Lo es también
de ¡a unión que reina entre todos los fieles y que hace
de ellos un solo cuerpo místico. E n la Eucaristía está
Jesucristo real y verdaderamente presente (mediante la
transubstanciación, o sea la substitución de las subs­
tancias del pan y del vino por el Cuerpo y Sangre del
Señor), bajo las especies (accidentes o apariencias) del
pan y del vino. A sim ism o, Jesucristo está presente por
entero en cada una de las especies consagradas y tam­
bién en la menor partícula de ellas. Este sacramento de
la unión es el más augusto de todos, por virtud de la
Presencia Real del Señor en él. E s llamado por la Igle­
sia mysterium fidei, misterio de fe, en la consagración
46 VLADIM1RO SOLOVIEF

del vino, porque sólo la fe puede mostrarnos la verdad


de este efecto incomprensible y sublime. La materia de
la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de v i d ; a éste
se mezcla un poco de agua, significando la -Anión d?l
Pueblo fiel con Jesucristo. La forma del sacramento son
las pcblabras del Señor que expresan el efecto produci­
do por aquél: uEste es mi Cuerpo», «Este es el calis de
m i Sangre...» Los efectos que la Eucaristía produce en
quienes la reciben dignamente son: la unión con Je­
sucristo, el aumento de la gracia y de las virtudes, el
perdón de los pecados veniales, la nutrición espiritual
del alma, la extinción de las pasiones, el crecimiento
de la caridad. Es, en resumen, prenda de la gloria f u ­
tura. Si los alimentos materiales son asumidos por el
que los toma y transformados en el cuerpo, al que nu­
tren, la Eucaristía, en cambio, transforma en otro Cris­
to c l I que la recibe.

* * *

L a Iglesia es sociedad instituida por Jesucristo y


que, encabezada por Este, forma con El un solo cuerpo
místico. Salió del costado de Cristo, es sobrenatural
en su esencia y fin, sociedad perfecta e independiente,
visible y reconocible mediante notas o signos que le
son propios y la distinguen de otras religiones, a saber:
es una, santa, católica y apostólica. Es jerárquica y está
presidida por un Jefe que tiene potestad suprema para
apacentarla, regirla y gobernarla^ Como sólo a ella fué
confiado el tesoro infinito de los méritos de Jesucristo,
todo el que quiera ser salvo debe pertenecer a ella, al
menos de deseo. Se ingresa a ella por el bautismo. E n
su seno contiene a predestinados y fieles, a perfectos
y pecadores, príncipes y reyes, orientales y occidenta­
R U S I A Y LA I GL E S I A UNIVERSAL 47

les. L a Iglesia Católica tiene por derecho divino, po­


testad y oficio de conservar y exponer con certidumbre
infalible, la doctrina revelada, mediante la asistencia
indefectible del Espíritu Santo. Esta infalibilidad re-
side en el Papa y en los concilios universales confirma
dos f o r éste, y tiene como objeto las cosas tocantes c
¡a fe y las costumbres. Igualmente tiene jurisdicción
omnímoda y directa en materia religiosa y por lo m e ­
dios indirecta en lo temporal, 'Le pertenece la adminis­
tración de los sacramentos, la predicación de la pala­
bra divina, la colación del orden sagrado y vigilancia
del estado religioso, la dirección de los estudios teoló­
gicos, la interpretación de la Sagrada Escritura. S u ju ­
risdicción se extiende sobre principes y reyes, las na­
ciones, la vida pública, la familia y la educación ; pue­
de declarar nulas las leyes' injustas. Tiene autoridad
sobre las ciencias y la filosofía, aun en materia no de­
finida; pero no se opone a la justa libertad de sus in­
vestigaciones, y su acción es beneficiosa para la cul­
tura humana. E l Estado no debe ser separado de la
Iglesia, E n la consumación de los siglos la Iglesia, es­
posa de Jesucristo, reinará con Este para siempre.

* * *

Para terminar, indicaremos brevemente los puntos


con que los «ortodoxos» pretenden justificar su *actitud
de separación. Solovief tiene razón al decir que, en ’rea­
lidad, la única cuestión importante para los teólogos
herederos de Focio y de Miguel Cerulario es la del pri­
mado del Pontífice romano. E n el capítulo I I I del pri­
mer libro expone, además, otros motivos puramente ar­
tificiosos, creados para conveniencia de la controver­
sia, pero que de ningún modo corresponden a la teolo-
48 VLAD1MIR0 SOLOVIEF

gia implícita en la fe y en la piedad tradicionales del


pueblo ruso.
Por ejemplo, aun cuando oficialmente se niega el
Purgatorio, existen oraciones por los difuntos y se ofre­
ce por ellos el sacrificio de la m isa. Tampoco admite la
Iglesia rusa la visión beatífica de las almas antes del
Juicio universal; pero en R usia se llama «bienaventu­
rados))i a los Santos, se celebran sus fiestas, se veneran
sus im ágenes y con todo el fervor que corresponde a la
creencia en un estado correspondiente a la unión glo­
riosa con D ios. Respecto a la Inmaculada Concepción,
es singular advertir que entre los orientales cristianos
se ha creído en ella muchos siglos antes que en Occi­
dente. E l m ism o Focio terminaba así una homilía so­
bre la A nunciación: «María es la Virgen sin mancha,
siempre Virgen, la hija inmactúada de nuestra estirpe,
escogida como esposa del R e y y Señor del Universo
entre todos los habitantes de la tierra.»
Con razón Solovief puede calificar de ideólogos en­
ceguecidos por el odio contra R o m a » a quienes se atre­
ven a renegó# de una creencia tan manifiesta y cons­
tante de ia Iglesia Oriental .griega y rusa.
E l aFilioque» es una dificultad definitivam ente zan­
jada por el Concilio de Florencia del año 1438, el cual
aceptó como idénticas la fórm ula habitual de los P a­
dres orientales: «El E spíritu Santo procede del Padre
por el H ijo » ; y la de los Padres latinos: «El Espíritu
Santo procede del Padre y del H ijo.»
E n consecuencia sólo queda en pie la animadver­
sión típicamente protestante por el Pontificado y Solo­
vief da cuenta de la inanidad doctrinaria, de-la con­
tradicción histórica y del daño espiritual que para los
eslavos comporta mantener el distanciamiento con
R om a, roca indefectible de la cristiandad.
R U S I A Y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 40

* * *

Vladimiro Sergievitch Solovief nació en Moscú el


16 de enero 1853, y murió en el año 1900, en una
finca del Príncipe Troubetzkoi, en las afueras de la
capital de Rusia. E s uno de los más grandes pensado­
res rusos contemporáneos; ateo desde su precoz ado­
lescencia, llega en la juventud a la fe con el ardor del
converso. E n una época que se encuentra en directa
relación de causa a efecto con estos tiempos que hoy
tenemos la alegría combativa de vivir, el escritor ruso
xt¡ entregó a la dura tarea de hacer que la suprema
oración de Cristo por la Unidad, fuera más escuchada.
Durante los primeros años de su actuación en los
ambientes universitarios de Moscú y San Pelersburgo,
sufrió continuos ataques por sus ideas, pero llegó más
larde a conquistar una extraordinaria influencia que
más se debió a su comunicativa espiritualidad que a
sus dotes indiscutibles de maestro.
La juventud de Solovief se encuentra marcada po.r
iodos los cambios profundos que sufrió la sociedad
rusa en la segunda mitad del siglo X I X . E n ella se
dan cita tan opuestas reacciones que, en parte, expli­
can la idea de fenómeno extraño, heterogéneo y desga­
rrado que el hecho ruso tiene para el occidental eu­
ropeo. Movimientos revolucionarios en ebullición y
tendencias absolutistas que se im ponen; corrientes
eslavistas fieles a la ortodoxia tradicional frente a in­
cipientes tendencias católicas y a un ateísmo militan-
lti de mística oscura que despuntaba ya como nueva
religión, de la Humanidad, todos estos movimientos
finl espíritu y de la carne aparecen al mismo tiempo en
una especie de autolaceración desesperada que había
4
50 VLAD1MIRO SOLOVIEF

de poner a R usia en el dilema de ser la avanzada tem­


poral da la doctrina de Cristo, como Solovief tañías vo­
ces soñara, o la fuerza diabólica destructora de todo
l oque pudiera recordar el nombre de Dios, como desde
1917 ha venido realmente a ser.
E n cualquier campo el idealismo y el materialismo
se hallan presentes por entonces. 5oIo se abre paso lo
que ep extremo, apasionado y total; y nada hay en R u ­
sia que no lo sea en las últimas décadas de su historia.
A padres idealistas y creyentes que luchan entre sí
divididos en occidentalistas y eslavófilos, suceden hijos
nihilistas que tienen por Dios la destrucción y el ani­
quilamiento. Y de entre éstos hay quienes vuelven des­
engañados al ideal cristiano.
E n el resto de Europa, mientras tanto, las corrientes
intelectuales dejan de lado todo lo que puede consti­
tuir un problema religioso. Solovief deberá moverse
en su camino hacia Cristo en medio de las amarguras
que le ofrece un mundo hostil. E n su patria sólo en­
cuentra el odio o la persecución de m u c h o s ; en el resto
de Europa, la indiferencia de los más. Sin embargo
ya le había precedido Dostoieivsky en la búsqueda len­
ta de un cristianismo positivo (1), y más tarde Tolstoy
sufrirá la crisis que lo convierte en el apóstol de un di­
fuso cristianismo moralisador y deformado que de nue­
vo se aleje del verdadero camino de retorno a la
Verdad.
E l catolicismo de Solovief limita en R usia el campo
de su prédica a círculos superiores de la sociedad; así
los príncipes Sergio y Eugenio Troubetskoi se con-

(1) La am istad profunda que existió entre el novelista y el


filósofo, está reflejada en el personaje de Aliocha, el iluminado,
el puro, de «Los herm anos Karainasof», en el que Dostoiewski
quiso dibujar la alta figura moral de Solovief.
R U S I A Y LA I G L ES I A U N I V E R S A L 51

vierten en sus más fervorosos seguidores. Con todo


como su doctrina se apoya en tina intuición demasiado
personal no es grande el número de discípulos que le
aceptan en bloque, aunque sí es considerable el de
quienes reconocen o revelan el sello que deja el contac­
to con su gran personalidad.
L a influencia de Vladimiro Solovief en el carr^po de
la filosofía ss m u y considerable, principalmente en el
dominio de la teoría del conocimiento. Sus escritos so­
bre filosofía moral y filosofía de kv historia han dejado
huellas bien visibles en pensadores tan diferentes com.o
el príncipe Eugenio Troubestkoi y Nicolás Berdiaeff.
Pero su presencia no se concreta a la esfera, propia­
mente filosófica o religiosa; ejerce también una defini­
da grmitación sobre la gente de letras. Crítico litera­
rio y admirable poeta,, lleva* a la poesía en expresión
simbólica sus intuiciones filosóficas y místicas. E s el
gran precursor de los simbolistas rusos de fin del sin­
glo X I X que renovaron profundamente la poesía sa­
cudiéndola de preocupaciones sociales y de rencores
sombríos a cambio de darle un sentido espiritual más
alto aunque, las más de las veces, desganado y melan­
cólico.
E n los últimos años del escritor su figura ascética
denotaba la existencia de una intensa vida interior que
le ganó unánime concenso de santidad. E s en esta se­
gunda parte de su vida cuando Solovief se convierte
en el apóstol de la unión de las iglesias, «La unión de
las iglesias prepara la unión del género humano», ha
escrito. uNingún pueblo puede vivir en sí, por sí o para
sí, pues, la vida de cada uno no es más que una partí- ■
cipación en la vida general de la humanidad». Y ha-
blando de Rusia, dice: «una Nación no es lo que ella •
piensa de sí misma en el tiempo, sino lo que Dios f i e n -.
52 VLADIMIRO SOLOVIEF

sa de ella en la eternidad», y él cree que Dios le asigna


a su patria la más grande misión temporal: ser el bra­
zo secular de la Iglesia.
S u pensamiento, original y nuevo, despierta gran
interés en los medios católicos intelectuales de Francia,
Alemania y Rusia. Algunos de sus libros al servicio
de esa idea ¡os escribe directamente en francés — como
el que hoy damos en su versión castellana— para difun­
dir con mayor eficacia su idea por Occidente.
Se puede decir en justicia que pocos hombres en los
tiempos actuales han hecho lo que él para que las igle­
sias ortodoxas integren con R o m a una gran unidad
bajo un solo pastor. A él se debe en primer término
la corriente de verdadera comprensión que hoy existe
entre muchos intelectuales católicos y ortodoxos, por­
que supo hacer resaltar con auténtico espíritu de cari­
dad que las diferencias que separan a ambas iglesias
son punto menos que secundarias al lado de los innu­
merables vínculos que las unen.
INTRODUCCION
años hace que Francia —centinela avanzado
de la hum anidad— quiso inaugurar otra época de la
historia proclam ando los derechos del hombre. E s ver­
dad que el Cristianism o, muchos siglos antes, había
conferido a los hombres el derecho y el poder de ser
hechos hijos de Dios : «edoken autois exousian techna
Theou genesthai» («Íes dió —a cuantos Le recibieron—
el poder de ser hijos de Dios») (1). Pero en la vida
social de la cristiandad, ese poder soberano del hom ­
bre estaba casi olvidado y la nueva proclamación
francesa no era del todo superñua. No hablo de los
abusos de hecho, sino de los principios reconocidos
por la conciencia pública, expresados por las leyes, rea­
lizados en las instituciones. La cristiana América pri­
vaba por un instituto legal a los negros cristianos de
toda dignidad hum ana y los entregaba a merced de
!a tiranía de sus amos, que tam bién profesaban la re­
ligión cristiana. E ra una ley la que en la piadosa In ­
glaterra condenaba al cadalso a todo hombre que para
no morir de ham bre sustrajera alim entos a su rico ve­
cino. E ra, por fin, una ley y una institución la que en

(1) Ev. John., 1, 12.


se VLADIMIRO SOLOVIEF

Polonia y en la «santa» R usia perm itían al señor ven­


der como ganado a sus siervos (1). No pretendo juz­
gar las cuestiones particulares de Francia ni decidir
si la Revolución —según lo afirman escritores distin­
guidos y más competentes que yo— ha hecho a ese
país más mal que bien. Pero no debe olvidarse que si
cada nación histórica trabaja más o menos por el m un­
do entero, Francia tiene el soberano privilegio de ejer­
cer un influjo universal en el dominio político y social.
Si el movimiento revolucionario ha destruido m u ­
chas cosas que debían ser destruidas, si ha barrido,y
para siempre m ucha iniquidad, ha fracasado m isera­
blemente en el intento de crear un orden social fu n d a -■
do sobre la'ju sticia. La justicia es sólo la expresión
práctica, la aplicación de la verdad, y el punto de p a r­
tida del movimiento revolucionario era falso. P ara con­
vertirse en principio positivo de instauración social, la
afirmación de los derechos del hom bre exigía, ante
todo, una idea verdadera respecto del hom bre. La de
los revolucionarios es conocida : no veían ni compren­
dían en el hom bre más que la individualidad abstrac­
ta, un ser de razón despojado de todo contenido po­
sitivo .
No me propongo revelar las interiores contradiccio­
nes de! individualism o revolucionario, m ostrar cómo
«el hom bre»'abstracto se transform ó de pronto en «ciu­
dadano» no menos abstracto, ni cómo el individuo li­
bre y soberano se vió fatalm ente esclavo y víctim a sin
defensa del E stado absoluto o de la «nación», es decir,
de una banda de oscuros personajes llevados por el tor-

(1) H a de recordarse que, en 1861, R usia hizo acto de justi­


cia emancipando a los siervos.
R U S I A y LA I G L ES I A UNIVERSAL il

bellino revolucionario a la superficie de la vida públi­


ca a quienes hizo feroces la conciencia de su nulidad
intrínseca. Sería, sin duda, m uy interesante e instruc­
tivo seguir el hilo dialéctico que une los principios
de 1789 a los hechos de 1793, Pero me parece más im­
portante todavía comprobar que el protón pseudos
(mentira prim ordial) de la Revolución —el principio
del hombre individual considerado como un ser com­
pleto en sí y para sí— que esta falsa idea del indivi­
dualismo no había sido inventada por los revoluciona­
rios, ni por sus padres espirituales, los enciclopedis­
tas, sino que ella era consecuencia lógica, aunque im­
prevista, de una doctrina anterior seudocristiana o se-
micristiana, causa radical de todas las anom alías en la
historia y en el estado actual de la cristiandad.
La hum anidad ha creído que, profesando la divi­
nidad de Cristo, quedaba dispensada de tom ar en se­
rio sus palabras. Ciertos textos evangélicos han sido
arreglados de m anera que pudiera sacarse de ellos lo
que se quisiera y contra otros textos que no se presta-
lian a arreglos se hizo la conspiración del silencio. Se
lia repetido sin descanso el m andam iento : «Dad al
César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»,
tiara sancionar un orden de cosas que daba todo a
César y a Dios nada. Con la palabra : «Mi R eino no
rs de este m undo», se ha tratado de justificar y con­
firmar el carácter pagano de nuestra vida social y po­
lítica, como si la sociedad cristiana tib ie r a pertenecer
fatalm ente a este m undo y no al R eino de Cristo. En
cuanto a las p a la b ra s : «Se me ha dado toda potestad
<‘ti el cielo y en la tierra», no se las citaba. Se acep­
taba a Cristo como sacrificador y como víctim a expia­
toria, no se quería a Cristo R ey. S u dignidad real fué
reemplazada por todas las tiranías p ag an as; pueblos
58 VLADIMIRO SOLOVIEF

cristianos repitieron e1 grito de la plebe judaica : «No


tenemos rey, sino a César.» Así ha visto la H istoria
y aú.n vemos nosotros el extraño fenómeno de una so­
ciedad que profesa como religión el cristianism o y que
permanece pagana, no sólo en su vida, sino en cuanto
a la ley de su vida.
Dualism o tal es una quiebra moral más que una in­
consecuencia lógica. Claram ente se lo advierte en el
carácter hipócrita y sofístico de los argum entos de or­
dinario empleados para defe.nder ese estado de cosas.
«La esclavitud y Jos castigos crueles —decía treinta
años ba un obispo célebre en R usia— no son contra­
rios al espíritu del Cristianism o, porque el sufrim ien­
to físico no obsta a la salvación del alm a, único objeto
de nuestra religión.» Como si el sufrim iento físico in­
fligido a un hom bre por otro hombre no supusiera en
óste una depravación moral, un acto de injusticia y de
crueldad ciertamente peligrosos para la salvación de
su alm a. Aun adm itiendo —lo que es absurdo— que la
sociedad cristiana pueda ser insensible al sufrim iento
de los oprim idos, ¿ puede ser indiferente al pecado de
los opresores? E sa es la cuestión.
Más que la esclavitud propiam ente dicha, la escla­
vitud económica ha encontrado defensores en el m un­
do cristiano. «La sociedad y el E stado —dicen— no
están obligados a tom ar medidas generales y regula­
res contra el pauperism o ; basta con la lim osna volun­
taría ; ¿acaso no cfijo C risto que siem pre habría po­
bres en la tierra?»
Sí, siem pre habrá pobres, así como siem pre habrá
enferm os; ¿ prueba esto acaso la inutilidad de las me­
didas sanitarias? La pobreza en sí misma no es un
mal, tampoco la enferm edad; el rnal está en quedar
indiferente ante los sufrim ientos del prójim o. Ni se
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 50

trata tan sólo d r los p o b res; tam bién los ricos tiene1!
derecho a nuestra compasión, ¡P o b res ricos! Se hace
lo posible por desarrollarles la joroba, y luego se les
invita a entrar al Reino de Dios por el orificio imper­
ceptible de la caridad individual. Y a se sabe, por lo
demás, que una exégésis bien inform ada ha creído que
«el ojo de la aguja» no era otra cosa que la traducción
literal de! nom bre hebreo dado a una de las puertas de
Jerusatén {negeb'^ha-khammath o Khour-hahham-
math (*), difícil de pasar para los camellos. No sería,
pues, ¡o infinitam ente pequeño de una filantropía indi­
vidualista, sino el camino estrecho y arduo, pero, así
y todo, practicable, de la reforma social lo que el E v an ­
gelio propondría a los ricos.
Se querría lim itar a la caridad la acción social del
cristianism o; se querría privar a !a moral cristiana d^
toda sanción legal, de todo carácter obligatorio. M o­
derna aplicación de la antigua antinom ia gnóstica (el
sistem a de M arción, en particular), tantas veces a n a te ­
matizada por la Iglesia. Que todas las relaciones entre
los hom bres estén determ inadas por la caridad y el amor
fraternal es, sin duda, la voluntad definitiva de Dios,
el objeto de su obra; pero en la realidad histórica
—como en la oración dominical— el cumplim iento de
la voluntad divina en la tierra sólo tiene lugar después
de la santificación del nombre de D ios y del adveni­
miento de su R eino. El nom bre de Dios es la verdad
y su R eino la justicia.' Luego el triunfo de la caridad ,
evangélica en la sociedad hum ana tiene como condi--:
ciones el conocimiento de la verdad y la práctica de:
la justicia.

(1) «Puerta del Austro o S ur; u Ojo de la aguja». O tros es­


criben : K h o f hammajath.— (N. del T.)
60 VLADIMIRO SOLOVIEF

■A la verdad, todos son uno, y D ios —la unidad


absoluta— es todo en todos. Pero esta unidad divina
es ocultada a nuestros ojos por el m undo del mal y de
la ilusión, consecuencia del pecado del hom bre univer­
sal. L a ley de este m undo es la división y el aislam ien­
to de las partes del Gran Todo. La-m ism a hum anidad,
que debería ser la razón unificante del universo mate­
rial, se ha visto fraccionada y dispersa en la tierra y
no ha podido alcanzar por sus propios esfuerzos más'
que una unidad parcial e inestable (la m onarquía uni­
versal del paganism o). Esta m onarquía, representada
prim ero por Tiberio y Nerón, recibió su verdadero p rin ­
cipio unificante cuando «la gracia y la verdad» se ma­
nifestaron en Jesucristo. R eunido con Dios, el género
hum ano halló de nuevo su unidad. P a ra ser comple­
ta esta unidad debía ser triple : debía realizar su per­
fección ideal basada en un hecho divino y en el me­
dio de la vida hum ana. Puesto que la hum anidad está,
realmente separada de la. unidad divina, necesita que
esa unidad nos sea dada prim ero como un objeto real
que no depende de nosotros mismos : el R eino de Dios
que viene hacia nosotros, la Iglesia exterior y objeti­
va. Pero, una vez reunida a esta unidad extrínseca, la
hum anidad debe traducirla en acción, asim ilarla por
su propio trabajo : el R eino de D ios padece fuerza, y
los que se esfuerzan le poseen. M anifestado prim ero
para nosotros y luego por nosotros, el R eino de Dios
debe revelarse por últim o en nosotros con toda su per­
fección intrínseca y absoluta, como am or, paz y gozo
en el E spíritu Santo.
La Iglesia Universal (en el am plio sentido de la
palabra) se desenvuelve así como una triple unión di-
vino-hum ana. La unión sacerdotal, en que el elemento
■divino, absoluto e inm utable dom ina y form a la Igle­
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 61

sia propiam ente dicha, el Tem plo de Dios. La unión


real, en que dom ina el elemento hum ano y que forma
el Estado cristiano (Iglesia, como cuerpo vivo de Dios).
La unión profética, por fin, en que lo divino y lo h u ­
mano deben compenetrarse en una conjunción libre y
recíproca, form ando la sociedad cristiana perfecta.
(Iglesia, como Esposa- de Dios).
La base moral de la unión sacerdotal o de la Iglesia
propiam ente dicha es la fe y la p ie d a d ; la unión real del
Estado cristiano está fundada en la ley y la ju stic ia ; el
elemento propio de la unión profética o de la sociedad
perfecta es la libertad y el amor.
La Iglesia propiam ente dicha, representada por el
orden jerárquico, reúne la hum anidad a Dios m ediante
la profesión de la verdadera fe,y la gracia de los sacra­
mentos. Pero sí la fe que la Iglesia comunica a la hum a­
nidad cristiana es una fe viva, y si la gracia de los m is­
terios sagrados es una gracia eficaz, 1a unión divino-
hum ana resultante no puede quedar confinada en el do­
minio especialmente religioso, sino que debe extenderse
a todas las- relaciones públicas de los hombres, regene­
rar y transform ar su vida social y política. Aquí se abre
un campo de acción propio para la hum anidad. Aquí
la acción divi.no-humana no es ya un hecho consum ado
como en la Iglesia sacerdotal, sino una obra a ejecutar.
Se trata de realizar en la sociedad hum ana ¡a verdad d i­
vina; se trata de practicar la verdad. Ahora bien, en su
expresión práctica, la verdad se llama justicia.
La verdad es la existencia absoluta de todos en la
tmidad, es la solidaridad universal que está eternam ente
en Dios, que fué perdida por el H om bre natural y re­
conquistada en principio por el H om bre espiritual :
Cristo. Trátase, pues, de continuar, mediante la acción
hum ana, la obra unifícadora del H om bre-D ios dispu­
62 VLADIMIRO SOLOVIEF

tando el m undo al principio contrario del egoísmo y de


la división. Cada ser particular : nacional, clase, indivi­
duo, e.n cuanto se afirma para sí y se aísla de la totali­
dad divi no-hum ana, obra contra la verdad, y si la ver­
dad vive en nosotros, debe reaccionar y m anifestarse
como justicia. De ese modo, después de haber reconoci­
do la solidaridad universal (la unitotalidad) como ver­
dad, después de haberla practicado como justicia, la
hum anidad regenerada podrá experim entarla como su
esencia interior y gozarla completamente en espíritu dtf
libertad y de am or.
Todos son uno en la Iglesia por la unidad de la je­
rarquía, la fe y los sacram entos; todos son unificados
en el Estado cristiano por la justicia y la ley; todos d e ­
ben ser uno en la caridad natural y la libre cooperación,
fistos (res modos, o, mejor dicho, tres grados de la uni­
dad, están indisolublemente ligados entre sí. P ara impo­
ner la solidaridad universal, el Reino de Dios, a las
naciones, clases e individuos, el Estado cristiano debe
creer en ellos como en la verdad absoluta revelada por
Dios mismo. Poro la revelación divina no puede dirigir­
se inm ediatam ente ni listado como tal, es decir, a la
hum anidad natural y extra-divina. Dios so ha revelado,
ha confiado su verdad y su gracia a la hum anidad ele-
gida, santificada y nrgrinizada por él mismo, a sa b er:
la Iglesia. Para someter la hum anidad a la justicia abso­
luta, ei Estado (producto a su vez de las fuerzas hum a­
nas y de las circunstancias históricas) debe justificarse
sometiéndose a !a Iglesia que le sum inistra la sanción
moral y religiosa y la base real de su obra. Es no menos
evidente que la sociedad cristiana perfecta o unión pro­
fética, el reino del am or y de la libertad espiritual, supo­
ne la unión sacerdotal y real. Porque para que la verdad
y la gracia divina puedan determ inar completamente y
R U S I A 7 LA I GL ES I A U N I V E R S A L 63

transform ar interiorm ente el ser moral de todos, es ne­


cesario que antes tengan fuerza objetiva en el mundo,
que estén encarnadas en un hecho religioso y m anteni­
das por una acción legal, que existan como Iglesia y
como Estado.
Siendo un hecho consumado la institución sacerdotal
y un ideal la fraternidad perfectamente libre, es sobre
todo el térm ino medio —el Estado en su relación con el
cristianism o— el que determ ina los destinos históricos
de la hum anidad.
La razón de ser del Estado en genera] es defender a
la sociedad hum ana contra el mal que se produce exte­
rior o públicam ente, contra el mal manifiesto. Como
verdadero bien social es la solidaridad de todos —la
justicia y la paz universales— , el mal social no es otra
cosa que la solidaridad violada. La vida reai de la h u ­
m anidad nos presenta una triple violación de la so­
lidaridad universal o de la justicia; ésta es violada:
1) Cuando una .nación atenta contra la existen o la li­
bertad de otra nación. 2) Cuando una clase de la socie­
dad oprime a otra. 3) Cuando un individuo se subleva
abiertam ente contra el orden social cometiendo un
crimen.
M ientras hubo en la hum anidad histórica varios E s­
tados particulares absolutam ente independientes uno
de otro, el cuidado inmediato de cada uno de ellos en el
dominio de la política exterior se limitó a defender esa
independencia. Pero la idea o más bien el instinto de
solidaridad internacional existió siempre en la hum ani­
dad histórica, traduciéndose ora por la tendencia a la
m onarquía universal —tendencia de la que resultó la
idea y el hecho de la pas romana (pax romana)—, ora,
entre los judíos, por el principio religioso que afirm aba
la unidad de naturaleza y el común origen de todo el
64 VLADIMIRO SOLOVIEF

género hum ano —de todos ios bené-Adam—, idea lue­


go completada por la religión cristiana que sobrepuso a
esa unidad natural la comunión espiritual, de todos los
hom bres regenrados y convertidos en hijos del segun­
do Adán, Cristo —los bené-M(zssiah.
E sta nueva idea fué realizada —por cierto muy in­
completam ente— en la C ristiandad de la Edad Media,
que, a pesar de su estado turbulento, m iraba en general
a toda guerra entre naciones cristianas como guerra in ­
testina, como pecado y como crimen. Después de haber
quebrantado la base de esa unidad imperfecta pero real
—la m onarquía papal— , las naciones modernas se han
visto forzadas a buscar un substituto a la idea de la cris­
tiandad católica en la ficción del equilibrio europeo. S in­
ceramente o no, la paz universal es por todos reconocida
como el verdadero objetivo de la política internacional.
Debe, en consecuencia, reconocerse dos hechos de
igual evidencia: 1.") iixiste una conciencia general de
la solidaridad hum ana y una necesidad de unidad in­
ternacional, de la pax christiana o si se quiere humana.
2.°) Tal unidad no existe actualmente, y el prim ero de
los tres problem as sociales está hoy tan poco resuelto
como en el m undo antiguo. La misma cosa es cierta
en lo que se refiere a los otros dos problemas.
L a solidaridad universal supone que-cada elemento
del gran todo —cada nación, cada sociedad y cada in­
dividuo— tiene no sólo el derecho de existir, sino que,
además, posee un valor propio e intrínseco que no p e r­
mite convertirlo en simple medio del bienestar gene­
ral. La idea positiva y verdadera de la justicia puede
ser expresada con la fórm ula siguiente : cada ser p a r­
ticular (así colectivo como individual) tiene siempre un
lugar propio en el organism o universal de la hum ani­
dad. El Estado antiguo, que ignoraba esta política po-
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 65

sitiva, se defendía y m antenía el orden social exterm i­


nando a los enemigos en la guerra, reduciendo a escla­
vitud la clase de los trabajadores, torturando y m atan­
do a los crim inales. El Cristianism o, que atribuye un
valor infinito a todo ser hum ano, debía cambiar total­
mente el carácter y la acción del Estado. El mal social
perm anecía idéntico en su triple manifestación inter­
nacional, civil y crim in al; el Estado debía, como an­
tes, com batir el mal en esas tres esferas, pero el objeto
definitivo y los medios de lucha no pdían ser los mis­
mos. No se trataba ya de defender a un grupo social
particular. Este objeto negativo era reemplazado por
una obra positiva : en -presencia de las discordias n a ­
cionales, era necesario establecer la solidaridad univer­
sal ; contra el antagonism o de clases y el egoísmo de
los individuos era necesario reaccionar en nombre d?
la verdadera justicia social. El E stado pagano trataba
al enemigo, al esclavo o al crim inal. El enemigo, el
esclavo y el crim inal no tenían derechos. El Estado
cristiano sólo trata con miembros de Cristo, dolientes,
enfermos, corrom pidos; debe apaciguar el odio nacio­
nal, reparar la iniquidad social, corregir los vicios in­
dividuales. El extranjero tiene en él'derecho de ciudad ;
el esclavo, derecho a la em ancipación; el crim inal, d e ­
recho a la regeneración moral. En la ciudad de D ios no
existe enemigo ni extranjero, esclavo ni proletario,
crim inal ni condenado. El extranjero es un herm ano
que vive distante ; el proletario, un herm ano desgracia­
do a quien debe socorrerse; el crimina], u.n herm ano
caído a quien debe rehabilitarse.
De esto se sigue que hay tres cosas absolutam ente
inadm isibles en el Estado cristiano : prim ero, las gue­
rras inspiradas por el egoísmo nacional, las conquis­
tas que erigen a una nación sobre las ruinas de otra,
éa Vl a d i m iro so Lo vibf

porque para el Estado cristiano la solidaridad univev ■


sal o la paz cristiana constituye el interés dominante ;
luego la esclavitud civil y económica que convierte a
una clase en instrumento pasivo de otra, y, por ú lti­
mo, las penas vindicativas (sobre todo, la pena de m uer­
te) que la sociedad aplica al individüo culpable para
convertirlo en baluarte de la seguridad pública. A l co­
meter un crimen, el individuo prueba que considera a
la sociedad como simple medio y al prójim o como in s­
trum ento de su egoísmo. No debe responderse a esta
injusticia con otra, rebajando la dignidad humana en
el crim inal mismo, reduciendo a éste al nivel de una
instrum entalidad pasiva con una pena que excluye su
m ejoram iento y regeneración.
En el dominio de las relaciones temporales, en A
orden puramente humano, el Estado debía realizar la
solidaridad absoluta de cada uno y de todos represen­
tada por la Iglesia en el orden espiritual con la unidad
de su sacerdocio, de su fe y de sus sacramentos. A n ­
tes de realizar esa unidad era necesario creer en e lla ;
antes de llegar a ser cristiano de hecho, el lisiado debía
abrazar la fe cristiana. Este prim er paso fué dado en
Constantinopla, pero toda la obra cristiana del Bajo
Imperio se reduce a ese comienzo.
L a transform ación bizantina del Imperio román i
inaugurada por Constantino el G rande, desarrollad-i
por Teodosio y fijad a por Justiniano, sólo produjo un
Estado cristiano nominal. Las leyes, instituciones y
parte de las costum bres públicas, conservaban ciertos
caracteres del viejo paganism o.
L a esclavitud se perpetuó como institución legal y
la vindicta de los crímenes (sobre todo, de los delitos
políticos) era ejercida, según derecho, con refinada
crueldad. Un contraste así entre el C ristianism o pro-
A usiá y la iglesia Un i v e r s a l

fesado y el canibalism o practicado se personifica m uy


bien en el fundador del B ajo Im perio, aquel C onstan­
tino qfte creía sinceramente en el Dios cristiano, que
honraba a los obispos y discutía con ellos sobre la T ri­
nidad y que al propio tiempo ejercía sin escrúpulos el
derecho pagano de marido y padre condenando a m uer­
te a Fausta y C rispo.
Tan m anifiesta contradicción entre la fe y ja vida no
podía, empero, durar m.ucho sin que se produjeran
tentativas de conciliación. En vez de sacrificar su rea­
lidad pagana, el Imperio bizantino, para justificarse,
intentó alterar la pureza de la idea cristiana. Este com­
prom iso entre la verdad y eí error es Ja esencia propia
de todas las h e re jía s —a veces inventadas y siempre,
salvo algunas excepciones individuales, favorecidas
por el poder im perial— que afligieron a la cristiandad
desde el siglo iv hasta el siglo IX.
L a verdad fundam ental, la- idea específica del cris­
tianismo es la unión perfecta de lo divino y de lo hu­
mano, cumplida individualm ente en Cristo y en víatí j
de cumplirse socíalmente en 1a hum anidad cristiana, /
donde lo divino está representado por la Iglesia (con­
centrada en el pontificado supremo) y lo humano por
el Estado. Tal íntima relación del Estado con la Igle­
sia supone el prim ado de ésta, puesto que lo divino es
anterior y superior a lo humano. L a herejía atacaba,
justamente, la unidad perfecta de lo divino y lo hum a­
no en Jesucristo para zapar por la base el vínculo or-
gánico de la Iglesia con el Estado y para atribuir a
este último una independencia absoluta. A sí se com­
prende por qué los emperadores de Ja segunda Rom a,
que querían conservar en la cristiandad el absolutismo
del Estado pagano, se mostraban tan favorables a to­
das las herejías que sólo eran variaciones m últiples d i *
68 VLADIMIRO SOLOVIEF

un tema único : Jesucristo no es el verdadero H ijo d*


Uios consubstancial al P a d re ; Dios no se en carn ó;
la naturaleza y la humanidad están separadas*de la D i­
vin id a d ; no le están u nid as; por consiguiente, el E s­
tado humano puede a justo título conservar su inde­
pendencia y suprem acía absoluta. He aquí, para C ons­
tancio o para V alente, una razón suficiente para sim ­
patizar con el a rria n is m o .— La humanidad de Jesucris­
to es una persona completa en sí, y sólo unida con ¿1
V erbo divino por una re la c ió n ; conclusión p ráctica;
el Estado humano es un cuerpo completo y absoluto,
que sólo se encuentra en una relación exterior con la
religión. Esta es la esencia de la herejía n esto rian a, y
ya se advierte por qué cuando ella apareció el E m p e­
rador- Teodosio II la tomó bajo su protección e hizo -o
posible por sostenerla.
— En Jesucristo la.h um an id ad está absorbida por
¡a D ivinidad. Esta herejía parece precisamente lo con
trario de la anterior. No es así, sin em b arg o; si la p re­
misa es distinta, la conclusión es absolutamente ia
misma. Puesto que la hum anidad de C risto ya .no exis­
te, la encarnación es un hecho pretérito, y la natura­
leza y el género humano quedan absolutamente fuera
de la D ivinidad. Cristo llevó a los cielos todo lo que le
pertenecía, dejando la tierra a César. Con un instinto
exacto, el mismo Teodosio II, sin detenerse en la apa­
rente contradicción, trasladó todos sus favores del nes-
fcnanism o vencido al m onojisism o naciente, haciéndo­
le aceptar form alm ente por un concilio casi ecuméni­
co (el pillaje de Efeso). Y luego que la autoridad de un
gran papa hubo prevalecido sobre la del concilio heré­
tico, los emperadores, más o menos secundados por
la jerarquía griega, no dejaron de intentar nuevos com­
prom isos. El henoticon del emperador Zenón (causa
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL 69

de la prim era escisión prolongada entre Oriente y Oc­


cidente : el cisma de Acacio), los pérfidos intentos de
ju stin ian o y Teodora, fu erontseguidos por una nueva
herejía im perial, el m onotelism o. No hay voluntad ni
acción hum anas en el H om bre-D ios; su humanidad
es puram ente p a s iv a ; está exclusivam ente determina­
da por el hecho absoluto de su. D ivinidad. Negación
de la libertad y de la energía hum anas, es el fatalism o
y el q u ietism o; la humanidad no tiene nada que hacer
en la obra de su salvació n ; Dios opera solo. Som eterse
pasivamente al hecho divino, representado en cuando
a lo espiritual por la Iglesia inm óvil y en cuanto a lo
(emporal por el poder sagrado del divino A ugusto :
he aquí todo el deber del cristiano. Sostenida durante
más de cincuenta años por el Im perio y por toda la je ­
rarquía oriental, a excepción de algunos monjes que
tuvieron que buscar refugio en^Roma-, la herejía mo-
liotelita fué vencida solamente en C onstantinopla (en
080) para ceder pronto el lugar a un nuevo com prom i­
so imperial entre la verdad cristiana y el anticristia-
nismo. , *
La unión sintética del C reador y de la criatura no
se detiene, en el cristianism o, en el ser racional de!
hombre, sino que abraza también su ser corporal, y
por intermedio de éste, a la naturaleza material de'
unívei so entero. El compromiso herético intentó en
vano sustraer (en principio) a la unidad divino-hum a-
iia : primero, la su stancia misma del ser humano, de •
clarándola, ora absolutamente separada de ¡a D iv in i­
dad (en el nestorianism o), ora haciéndola desaparecer
completamente en ella (en el m onofism o); segundo,
ia voluntad y la acción humanas, el ser racional de-
hombre, absorbiéndolas en la operación divina (el mo-
nolclismo). Después de esto só!o quddaba, tercero, la
70 VLADIMIRO SOLOVIEF

corporeidad, el ser exterior del hombre, y mediante


él, de toda la naturaleza. Negar toda posibilidad de re­
dención, de santificación y de unión con Dios a! mun­
do material y sensible, he aquí la idea fundam ental de
la herejía iconoclasta.
Jesucristo resucitado en la carne demostró que la
existencia corporal no quedaba excluida de la reunión
divino-hum ana y que la objetividad exterior y sensi­
ble podía y debía convertirse en el instrumento real y
en la imagen visible de la fuerza divina. De ahí el cul­
to de. las santas imágenes y de las reliq uias; de ahí la
creencia legítim a en los m ilagros materialmente con­
dicionados por esos objetos sagrados. P or lo cual, com ’
batiendo contra las imágenes, los emperadores bizan­
tinos no atacaban solamente una costumbre religiosa,
un sim ple detalle del culto, sino una aplicación nece­
saria e infinitam ente im portante de la misma verdad
cristiana. P retender que la divinidad no puede tener
expresión sensible o manifestación exterior, que la
fuerza divina, no puede emplear para su acción medios
visibles y representativos, *fes quitar a la encarnación
divina toña realidad- Era eso, más que un com prom i­
so, la supresión del cristianism o. Como en las herejías
precedentes, bajo la apariencia de una discusión pura­
mente teológica se ocultaba una grave cuestión social
y política, igualm ente el movim iento iconoclasta, so
pretexto de reform a ritual, quería trastornar el organis­
mo social de la C ristiandad. L a realización m aterial
de lo divino, significada en el dominio del culto por
las santas im ágenes y las reliquias, está representada
en el dominio social por una institución. En la Iglesia
cristiana h ay un punto m aterialm entte fijado, un cen­
tro de acción exterior y visible, una imagen y un ins­
trumento del poder divino. La sede apostólica de Rom a
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 71

— ese m ilagroso icono del cristianism o universal—


quedó directamente empeñada en la lucha iconoclasta,
porque todas las herejías term inaban por negar la rea­
lidad de la encarnación divina, cuya perpetuidad en
el orden social y político estaba representada por Rom a.
Y la historia nos muestra, en efecto, que todas las he­
rejías activam ente sostenidas o pasivam ente aceptadas
por la m ayoría del clero griego hallaban un infranquea­
ble obstáculo en la Iglesia rom ana y venían a desha­
cerse contra esa roca evangélica. A sí ocurrió, sobre
todo, co,n la herejía iconoclasta que, renegando de toda
forma exterior de lo divino en el .mundo, atacaba direc­
tamente a la cátedra de Pedro en su razón de ser como
centro objetivo y real de la Iglesia visib le.
El imperio seudocristiano de Bizancio debía librar
una batalla decisiva contra .el papado ortodoxo, que
era, no solamente guardián infalible de la verdad cris­
tiana, sino, además, (a prim era realización de esa ver­
dad en la vid a colectiva del género humano, Leyendo
las conm ovedoras cartas del Papa G regon o'II al Isáu-
rico bárbaro, se siente que estaba allí en juego la exis­
tencia misma del C ristianism o. El final de la lucha no
era dudoso. L a últim a de las herejías imperiales con­
cluyó como las precedentes, y con ella el círculo de los
compromisos teóricos o dogm áticos entre la verdad
crist&na y el principio pagano, intentados por los su­
cesores de Constantino, quedó definitivam ente cerra­
do. A la era de las herejías im periales siguió la evolu­
ción del bizantism o «ortodoxo». P ara comprender bien
esa nueva faz del espíritu anticristiano debemos remon­
tar hasta sus fuentes en el precedente período.
La tram a de esta curiosa evolución está formada
por las victorias y derrotas sucesivas de tres partidos
principales a los que invariablem ente hallamos en el
72 VLADIMIRO SOLOVIEF

im perio y la Iglesia de Oriente, en toda la historia de


las grandes herejías orientales, durante los cinco si­
glos que van desde A rrio hasta los últim os iconoclas­
tas. En’ prim er fugar, vemos a los adherentes de las
herejías formales, habitualmente excitados y sosteni­
dos por la corte im perial. En cuanto idea- religiosa, re­
presentaban la reacción del paganism o oriental contra
1a verdad cristiana; como idea política eran adversa­
rios jurados del gobierno eclesiástico independiente
fundado por Jesucristo y representado por la sede apos­
tólica de R om a. Comenzaban por reconocer un poder
lim ita d o af César que los protegía, no sólo en la ad­
ministración de la Iglesia, sino también en materia
dogm ática. Y cuando et César, movido por la m ayo­
ría del pueblo ortodoxo y por el temor de favorecer al
Papa, concluía por abandonar a sus propios clientes,
ios jefes del partido herético buscaban más sólido apo­
yo en otra parte explotando las tendencias particula­
ristas y sem ipaganas de las diferentes naciones eman­
cipadas o en vías de emanciparse de! yugo romano. Ei
arrianism o — religión im perial bajo Constancio y V a-
lente, pero abandonada por sus sucesores... dominó así
durante siglos a godos y lo.ngobardos; así el nestoria-
nismo, traicionado por su protector Teodosio II, fué
acogido durante cierto tiempo por los sirios orientales,
y el m onofisismo, expulsado de Bizancio a pesar de
todos los esfuerzos de los emperadores, llegó a ser la
religión nacional definitiva del Egipto, la A bisínía y
la A rm enia.
En el polo opuesto de este partido herético, triple­
mente anticristiano — en sus ideas religiosas, en su
se.cularismo y en su nacionalism o— hallamos al par­
tido absolutam ente ortodoxo y católico que defendía la
idea pura del cristianism o contra todo compromiso pa­
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL 73

gano y al gobierno eclesiástico libre y universal con­


tra los atentados clcl cesaropapismo y las tendencias del
particularism o nacional. No tenía este partido de su
parte a las potestades terrestres, ni contaba más que
con representantes aislados en el alto clero, pero se
apoyaba en el poder religioso más grande de aquellos
tiempos : los monjes, y también en la fe sencilla de la
masa de los fieles, al menos en las partes centrales del
imperio bizantino. Además, estos ortodoxos católicos
hallaban y reconocían en la cátedra central de San P e­
dro el poderoso paladión de la verdad y libertad reli­
giosas. Para caracterizar eí valor m oral y la im portan­
cia eclesiástica de este partido, basta decir que era el
partido de San A tanasio el G rande, de San Juan C ri­
sóstomo, de San F laviano, de San Máximo, confesor,
y de San Teodoro Estudíta.
P e ro no fu ero n el p a rtid o fra n ca m en te herético ni
el partido verdaderam ente ortodoxo quienes fijaron por
largos siglos los destinos del Oriente cristiano. ‘El p a ­
pel decisivo de esta historia fué desempeñado por un
tercer partido que, aun cuando ocupaba un lugar in­
termedio entre los otros dos, no difería de ellos sólo
por simple.s matices, sino que tenía una tendencia per­
fectamente determinada y seguía una política profu n ­
damente meditada. La gran m ayoría del alto clero
griego pertenecía a ese partido que podemos denom i­
nar sem iortodoxo, o, más bien, o rto d o x o -an ticató lico .
Sea por convicción teórica, sea por rutina, sea por ape­
go a ia tradición común, estos sacerdotes sentíanse muy
atraídos por el dogma ortodoxo. En principio nada ob­
jetaban contra la unidad de la Iglesia U n iversal, pero
con la condición de que el centro de la unidad se ha­
llara entre ellos, y puesto que de hecho tal centro es­
taba en otra parte, preferían ser griegos antes que
74 VLADIMIRO SOLOVIEF

cristianos y aceptaban una Iglesia dividida más bien


que la Iglesia unificada por un poder, a sus ojos ex­
traño y enemigo de su nacionalidad. Como cristianos
no podían ser césaropapistas en p rin c ip io ; pero como
patriotas griegos, ante todo, preferían el césaropapis-
mo bizantino al papado rom ano. Su 'mayor desgracia
era que los autócratas griegos se distinguían en su
m ayor parte como heréticos y hasta como heresiarcas,
y lo que les parecía más insoportable era que las ra­
ras ocasiones en que los emperadores tomaban a la
ortodoxia bajo su protección eran justamente aquellas
en que el Im perio y el Papado estaban de acuerdo.
T urbar este acuerdo, vincular a los emperadores a la
ortodoxia separándolos del catolicismo, ese fué el prin­
cipal objetivo de ia jerarquía griega. Con ese objeto,
y a pesar de su sincera ortodoxia, estaba pronta a ha­
cer concesiones aun en materia dogmática.
L a herejía form al y lógica repugnaba a aquellas
piadosas p erso n as; pero no ponían muchos reparos
cuando el divino A ugusto se dignaba ofrecerles el dog­
ma ortodoxo u.n tanto arreglado a su sabor. Preferían
recibir de manos de un emperador griego una fórm u­
la alterada o inconclusa antes que aceptar la verdad
pura y completa de parte de un P a p a ; el henoticon
de Zenón reem plazaba con ventaja, en su opinión, la
epístola dogmática de San León el G rande. En los
seis o siete episodios sucesivos que presenta la histo­
ria de las herejías orientales,_ la línea de conducta se­
guida p or el partido seudoortodoxo era siempre la
misma. En los comienzos, cuando triunfaba la here­
jía imponiéndose violentam ente, aquellos hombres
prudentes, en su pronunciada aversión por el m arti­
rio, se sometían, bien que con disgusto. Gracias a su
pasiva aceptación, podían los heréticos reunir asam ­
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL 75

bleas generales tanto o más numerosas que las de los


verdaderos concilios' ecunémicos. P ero luego que la
sangre de los confesores, la fidelidad de las masas po­
pulares y la amenazadora autoridad del pontífice ro­
mano habían obligado al poder im perial a renunciar
al error, los involuntarios herejes volvían en masa a
la ortodoxia y, como los obreros de la hora nona, re­
cibían su am plio salario. Como pocos de los heroicos
confesores sobrevivían a las persecuciones, eran los
prudentes quienes gozaban de la victoria de la v e r­
dad. Ellos eran m ayoría en_ los concilios ortodoxos,
así como lo habían sido en los conciliábulos heréticos.
Y si no podían rehusar su adhesión a los representan­
tes del P apa, que les enviaba una fórm ula exacta y
definitiva del dogma ortodoxo, si aun en el prim er
momento expresaban esa adhesión con entusiasmo más
o menos sincero, el triunfo manifiesto del papado les
tornaba pronto a su sentim iento dominante : el odio
celoso contra la sede apostólica. Entonces se emplea­
ban todos los esfuerzos de una voluntad tenaz y todas
las invenciones de la astucia, para contrabalancear los
éxitos del papado, para p rivarlo d e ' su legítim a in­
fluencia, para oponerle un poder usurpado y ficticio.
El P apa les había servido contra la h erejía; pero, una
vez vencida ésta, ¿n o era posible prescindir del P a p a ?
¿ No- podía el patriarca de la nueva R om a suplañtar
al de la antigua ? Y así, a cada triunfo del pontificado,
sucedía en Bizancio invariablem ente una reacción an­
ticatólica que arrastraba a los mismos ortodoxos de
buena fe, pero poco perspicaces. Esta reacción par­
ticularista duraba hasta qüe una nueva herejía más o
menos im perial venía a perturbar a las conciencias or­
todoxas y a recordarles la utilidad de un m agisterio
verdaderam ente eclesiástico.
70 VLADIMIRO SOLOVIEF

Cuando, tras cincuenta años de dominación en el


imperio de Oriente, el arrianism o oficial fracasó en sus
tentativas de invadir la Iglesia occidental, y cuando
un español, bendecido por los pontífices de R om a y
de M ilán, llegó a Constantinopla para restaurar en
ella la ortodoxia, el papel preponderante que el pa­
pado había desempeñado en¡ la gran lucha y en el
triunfo definitivo del verdadero dogma trinitario no
dejó d¿ excitar los celos de los prudentes jerarcas g rie­
gos, quienes, sem iarrianos bajo Constancio y V alen-
te, se hicieron excelentes ortodoxos con Teodosio. R e­
unidos en 380, en una asamblea que un gran santo de
ese tiempo (3) caracterizó con expresiones demasiado
conocidas, se constituyeron por sí solos en concilio
ecuménico, como si toda la cristiandad occidental no
existiera, reem plazaron arbitrariam ente el símbolo de
Nicea (ese común estandarte de la ortodoxia univer­
sal, asi en Oriente como en Occidente) por una nue­
va fórm ula de procedencia exclusivam ente o rie n ta l;
y coronaron su obra anticanónica concediendo al obis­
po de C onsfantinopla (que sólo era sufragáneo del arz­
obispo de Heraclea) la dignidad de prim er patriarca
de la iglesia oriental en perjuicio de las sedes apostó­
licas de A lejan d ría y de Antioquía, confirmadas en
sus derechos por el gran concilio de Nicea. Si los so­
beraneas pontífices hubieran sido en general tan ambi­
ciosos como se intenta presentarlos, o más bien, si 'a
defensa de sus legítim os derechos Ies hubiera sido
más cara que la conservación de la paz universal, la

(3) San Gregorio el Teólogo (San Gregorio Nacíanceno.)


El concilio a que alude es el conocido por*II.° de Constantino-
pla, reunido a iniciativa de Teodosio. Su ecumenicidad fué reco­
nocida por el concilio de Letrán en 1215. (N. . d e l T . )
RUSIÁ Y LA IGLESIA UNIVERSAL 77

•separación de las dos Iglesias hubiera sido inevitable. ■


desde 3 81. P ero la generosidad y espíritu cristiano del
P apa D ám aso supieron prevenir esa calamidad.
Considerando que el sím bolo de Constantinopla
era tan ortodoxo como el de 'Nicea, y que el artículo
suplem entario sobre el E spíritu San to tenía su razón
de ser (en vista de la nueva herejía de los pneumató-
macos que negaban que el E spíritu procediera del P a ­
dre, haciendo de la tercera hipóstasis una simple cria­
tura del Hijo), el Papa aprobó, en su nombre y en el
de toda la Iglesia latina, el acto dogmático del conci­
lio griego, confiriéndole así el valor de verdadero con­
cilio ecuménico. En cuanto a la usurpación del pa­
triarcado por la sede de C onstantinopla, fué dejada
pasar en silencio.
T odavía más grande que ep las luchas arrianas del
siglo iv fué el papel del pontificado en el siguiente s i­
glo, en ia historia de las principales herejías cristoló-
gicas. La m ayoría de los obispos griegos (nuestro ter­
cer partido) se comprometió inicuamente con su pasi­
va participación en el «pillaje de Efeso», en el cual
ios prelados ortodoxos debieron asistir al asesinato de
San F laviano y además suscribir una profesión de fe
herética. En contraste con esta crim inal debilidad, el
papado apareció con todo su poder moral y majestad
en la persona de San León el G rande. Los nun\erosos
obispos griegos que habían participado en el pillaje
de Dióscoro, debieron pedir perdón humildemente en
Calcedonia a los legados del P apa León, que fué acla­
mado como jefe divinam ente inspirado de la Iglesia
U n iversal. Homenaje tal a la justicia y a la verdad era
cosa demasiado fuerte para la mediocridad moral de
aquellos jerarcas corrom pidos. L a reacción anticató­
lica se manifestó de inmediato y en el mismo concilio
18 Vl a d i m iro s g l o v Ié P

de Calcedonia. Después de haber aplaudido con entu­


siasmo Ja epístola dogmática del P apa corno la «m is­
ma palabra del bienaventurado apóstol Pedro», los
obispos bizantinos intentaron substituir a esa p ala­
bra apostólica una fórm ula equívoca que dejaba la
puerta abierta a la herejía (4). Habiendo fracasado,
transportaron su acción anticatólica a otro terreno,
proclam ando en una sesión ilegal^ la prim acía de ju ­
risdicción del patriarca im perial, sobre todo ei Orien-
• te y su igualdad con el Papa. Con todo, este acto, di­
rigido contra el soberano pontífice, debió ser hum il­
demente sometido por los griegos a la confirmación
del mismo Papa, quien lo anuló. De ‘ese modo, a p e­
sar de todo, el concilio de Calcedonia quedS para la
H istoria como brillante triunfo del papado. El parti­
do de los ortodoxos anticatólicos no podían resignar­
se a sem eja n te resultado. L a reacción fué esta vez de­
cisiva y persistente; Como la ortodoxia pura era de­
masiado romana, se hicieron concesiones a Ja herejía.
El patriarca Acacio favoreció ei «henoiicon» del em­
perador Zenón, compromiso con el monofisismo. E x­
comulgado por el Papa, tuvo el triste privilegio de dar
nombre al prim er cisma form al entre Oriente y Occi­
dente. P ero las circunstancias principales de esta re­
acción anticatólica im pidieron que se transform ara en
escisión definitiva. El partido semiortodoxo había
caído en descrédito en el cisma de Acacio por las con­
cesiones que tuvo que acordar a la herejía manifiesta,
concesiones que, como turbaban la conciencia religio­
sa de los fieles, no satisfacían en m anera alguna las

(4) Este triste episodio resulta algo atenuado en las actas


del concilio, pero aparece con m eridiana claridad en el relato
del historiador eclesiástico Evagrio. •
R Ü SIÁ Y L a ÍGLÉSÍÁ UNIVERSAL lú

pretensiones de los herejes. Estos, alentados después


de haber rechazado con desprecio al «henoticon», en­
cendían la agitación en Egipto, amenazando separar­
lo del Imperio. P or otra parte, los religiosos ortodo­
xos, exasperados por la traición de la jerarquía, fo­
mentaban revueltas en S iria y el A sia .Menor, y hasta
en C onstantinopla'la.m uchedum bre aplaudió al mon­
je que pegó al manto del patriarca cismático la bula
de excomunión .lanzada por el Papa.
No era de buena política mantener tal estado de
cosas, y, a iniciativa del gobierno imperial, los suce­
sores de Acacio se mostraron cada vez más concilia­
dores, P o r últim o, bajo el em perador Justino el V ie­
jo, se concluyó la paz eclesiástica, con ven taja y ho­
nor para el papado. P ara probar su ortodoxia y ser
recibidos en la comunión de la Iglesia rom ana, los
obispos orientales se vieron obligados a aceptar y su s­
cribir sin reservas la fórm ula dogmática del Papa
Hormisdas, es decir, a reconocer implícitamente ia au­
toridad doctrinaria suprema de la sede apostólica (5).
La sumisión de los jerarcas griegos no era sin cera;
continuaron soñando en ponerse de acuerdo con los
monofisistas contra la sede de San Pedro. Pero sus
sordos manejos no impidieron una nueva m anifesta­
ción del poder pontificio (consignada en los libros li­
túrgicos de la iglesia grecorrusa) cuando el Papa San
Agapito, llegado a Constantinopla por razones polí­
ticas, depuso, por su propia autoridad, a un patriarca
sospechado de monofisismo, lo reemplazó por un or-

(5) Juan, patriarca de Constantinopla, escribía al Papa :


«prima salus est quia iil sede apostolica inviolabilis semper
catholica custoditur religio.» (Labbe, Concil, V III, 451-2.)
80 ' VLADIMIRO SOLOVIEF

todoxo y obligó a co d o s los obispos griegos a suseri


bir de nuevo la fórm ula de Hormisdas.
Entre tanto, las arm as de Justi.niano" triunfaban
en A frica y en Ita lia ; R om a era recobrada de manos
de los ostrogodos, y el P apa quedaba convertido de
hecho en súbdito del emperador bizantino. En estas
condiciones, y bajo la influencia de las veleidades mo-
nofisistas de su esposa, Justiniano cambió de conducta
con el jefe de la Iglesia. El partido anticatólico le­
vantó cabeza, y el P apa V igilio, prisionero en Cons­
tantinopla, tuvo que sufrir todas las consecuencias de
una reacción victoriosa. El doctor supremo de la Igle­
sia dejó a salvo su ortodoxia, pero se vió profunda­
mente hum illado en su dignidad de jefe soberano del
gobierno eclesiástico, y m uy luego un obispo de Cons-
lantinopla se creyó bastante fuerte como para usurpar
el título de patriarca ecuménico. Este obispo, ortodo­
xo en su doctrina, asceta ejem plar en su vida privada,
realizaba el ideal del gran partido anticatólico. Pero
una nueva fantasía im perial bastó para disipar la ilu­
sión de esa precaria ortodoxia. En el proyecto del em-
peradoi Heraclio, el monotelismo, reuniendo a los or­
todoxos con los monofisistas moderados, debía resta­
blecer la paz en el imperio, consolidar la religión grie­
g a y em anciparla definitivam ente de toda influencia
romana.
El alto clero de todo el Oriente adoptó sin reserva
esas ideas. Las sedes patriarcales fueron ocupadas por
series ininterrum pidas de herejes más o menos celo­
sos, y el monotelismo llegó a ser durante medio siglo
Ja religión oficial de todo el imperio griego, así como
el sem iarrianism o lo había sido en tiempos de Cons­
tancio. Los campeones heroicos de la ortodoxia, al­
gunos monjes, con San M áximo Confesor a ia ca­
ñ ü S lA V LA IGLESIA UNIVERSAL 8Í

beza, se refugiaron en Rom a. Y tí na vez más el após­


tol Pedro confirmó a sus herm anos.
L arga sucesión de Papas, desde Severino hasta
San A gatón, opusieron al error im perial inquebran­
table resistencia, y uno de ellos, San M artín, arran ­
cado del altar por soldados y arrastrado como crim i­
nal desde R o m a hasta C onstantinopla y de allí a C ri­
mea, dió su vid a por la fe ortodoxa. T ras cincuenta
i años de lucha, .triunfaron, p or fin, la verdad religiosa
y la fuerza m oral. El poderoso im perio, con sa clero
mundano, capituló una vez más ante un pontífice po­
bre y desarm ado.
El concilio de Constantinopla (sexto ecuménico)
glorificó a la sede apostólica de R om a como autori­
dad inaccesible al e rro r; los obispos griegos repitie­
ron para el P apa A gatón las aclamaciones con que los
padres de Calcedonia habían saludado otrora a San
León el G rande. P ero de nuevo una poderosa reacción
vino a suceder a ese momento de entusiasmo. S i los
verdadero héroes de la ortodoxia, como San M áximo
Confesor, no hallaban palabras bastante fuertes con
qué exaltar la dignidad y los méritos de la sede de
Roma, los ortodoxos anticatólicos, aunque beneficián­
dose de sus méritos, recelaban demasiado de su digni­
dad para reconocerla como hecho consumado. H um i­
llados e irritados por la larga lista de herejes y here-
fliarcas que habían manchado la cátedra de C onstan­
tinopla y ,que debían ser anatematizados por el con­
cilio, los obispos griegos inventaron como desquite la
herejía del P ap a H onorio e im pusieron esta fábula a
la desprevenida sencillez de los legados rom anos. No
contentos cop ello, algunos años después del conci­
lio, se reunieron de nuevo en C onstantinopla en el
palacio im perial (in T rullo ) e intentaron, p o r m edio
$
v l a d im ir o s o l o v ie f

de absurdas ficciones, atribuir autoridad ecuménica a


ese conciliábulo, ora presentándolo, contra toda evi­
dencia, como continuación del sexto concilio; ora (así
es la doblez habitual de la mentira) haciendo de él un
epílogo del quinto y sexto concilios bajo el extraño
nombre de q u iñ i-se x to : El propósito de tan absurdos
fraudes aparece claram ente en ciertos cánones publi­
cados por los padres del Trullanum , que condenaban
muchos usos disciplinarios y rituales de la Iglesia ro­
m ana. E ra esa una anticipada justificación del cisma,
y si éste no se produjo desde entonces, dos siglos an­
tes de Focio, fué gracias al em perad or' iconoclasta
León el Isáurico, que m uy luego vino a enredar ios
artificiosos planes de los ortodosos anticatólicos.
Fué ésta la más violenta, pero también La última
de las herejías im periales. Cojn ella quedaban agota­
das todas las negaciones indirectas y disfrazadas de
la idea cristiana. Condenados los iconoclastas, el dog­
ma ortodoxo fundam ental — la unión perfecta del crea­
dor y de la criatura— quedaba determinado en todas
sus partes y se convertía en hecho consumado. Pero
el séptim o concilio ecuménico, en 787, que terminó
ja obra, había sido reunido bajo los auspicios del Papa
A d rian o I y aceptado como norm a de sus deci­
siones una epístola dogmática de este pontífice. Era,
por consiguiente, otro triunfo del p ap ad o ; no podía
ser, entonces, «el triunfo de la O rtodoxia». La hora
de ésta sonó medio siglo más tarde, cuando, tras de
una reacción iconoclasta relativam ente débil (la de
la dinastía armenia), el partido de los ortodoxos anti­
católicos consiguió, por fin, vencer, en 842, sin ayuda
del Papa, los últimos restos de la herejía im perial y
englobarla con todas las otras en un solemne anate-
RUSIA Y LA 1GLÉS1A UNIVERSAL 63
t

ma (6). L a ortodoxia bizantina podía, en efecto, triun­


far en 8 42; su luz y su gloria, el gran Focio, surgía
ya en la corte de la piadosa em peratriz Teodora (la que
hizo matar cien mil herejes paulicianos) para pasar
pronto al trono de los patriarcas ecuménicos.
El cisma inaugurado por Focio (867) y consumado
por M iguel C erulario (1054) estaba íntimamente lig a­
do al «triunfo de la ortodoxia» y realizaba acabada­
mente el ideal soñado desde el siglo iv por el partido
de los ortodoxos anticatólicos. Establecido definitiva­
mente el dogma verdadero, condenadas sin apelación
lodas las herejías, probada la inutilidad del Papa, sólo
restaba coronar la obra separándose form alm ente de
R om a. E ra asimismo la solución que más convenía a
los emperadores bizantinos, quienes comprendieron al
fin que no valía la pena herir (mediante com prom i­
sos dogmáticos entre el cristianism o y el paganism o)
la susceptibilidad religiosa de sus súbditos y arro jar­
los en brazos del papado, cuando se podía conciliar
m uy bien cierta estricta ortodoxia teórica con un es­
tado político y social puramente pagano. Hecho m uy
significativo y poco advertido : desde 842 no hubo ya
un solo em perador herético o h eresiarca en C onstan­
tinopla y la concordia entre la Iglesia y el Estado grie­
gos no fué seriamente turbada ni una sola vez.
Los dos poderes se comprendieron y se dieron la
m ano; quedaban reunidos por una idea com ú n : la
negación del cristianism o como fuerza social, como
principio motor del progreso histórico. L os em pera­
dores adoptaron la o rtodoxia para siempre como dog-

(6) El recuerdo de este acto ha sido perpetuado con una


fiesta que lleva el nombre de «Triunfo de la ortodoxia»; en ella
se repite el anatem a de 842,
84 VLADIMIRO SQLOVIEF

raa abstracto y los jerarcas ortodoxos bendijeron in


¿esculo, scBculorum el paganism o de la vida pública.
Y como sine sanguine nullum factu m , una magnífica
hecatombe de cien mil paulicianos selló la alianza del
B ajo Im perio con la B aja Iglesia.
Esta pretensa ortodoxia bizantina no era otra cosa
que el reingreso de la herejía. El verdadero dogma
central del cristianism o es la unión íntima y completa
de lo divino y de lo humano sin confusión ni división.
L a necesaria consecuencia de esta verdad (para lim i­
tarnos a la esfera práctica de la existencia humana) es
la regeneración de la vida social y política por el es­
píritu del E vangelio, son el Estado y la sociedad cris­
tianizados. En lu gar de esta unión sintética y orgá­
nica de lo divino y de lo humano, se procedió confun­
diendo los dos elementos, dividiéndolos, absorbiendo
y suprim iendo uno u otro. Se confundió prim ero lo
divino y lo humano en la majestad sagrada del Empe­
rador A sí como en la idea confusa de los arríanos
C risto era un ser híbrido, más que un hombre y me­
nos que un Dios, del mismo modo el césaropapismo
— este arrianism o político— confundía sin unirlos el
poder tem poral y el poder espiritual y hacía del autó­
crata algo más que un jefe de Estado, sin poder hacer
de él un verdadero jefe de la Iglesia.
S e separó a la sociedad religiosa de la sociedad
profana, confinando a la prim era en los monasterios
y abandonando el forum a las leyes y pasiones paga­
nas. E¡ dualism o nestoriano, condenado en teología*
llegó a ser la base misma de la vida bizantina. P or
otro lado se redujo el ideal religioso a la contempla-
íió n pura, es decir, a la absorción del espíritu hum a­
no en la divinidad, ideal manifiestamente monofisita.
En cuanto a !a vida moral, se le quitó su fuerza acti­
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL * 86

va im poniéndole como ideal suprem o la ciega sum i­


sión al poder, la obediencia pasiva, el quietismo, es
decir, la negación de la voluntad y de la energía hu­
manas, herejía monotelita. Y , por último, exageran­
do el ascetismo, se intentó suprim ir la naturaleza cor­
poral, destru ir la im agen viva de la encarnación d ivi­
na, aplicación inconsciente, pero lógica, de la here­
jía iconoclasta.
T al contradicción profunda entre la ortodoxia pro­
fesada y la herejía practicada era un germen de muer­
te para el imperio bizantino, y constituyó la verdade­
ra causa de su ruina. Era justo que pereciera y justo
también que pereciera a manos del Islam . El Islam
es el bizantinism o consecuente y sincero, libre de toda
contradicción interna. Es la reacción franca y com­
pleta del espíritu oriental contra el cristianism o, es
un sistema en que el dogma está íntimamente vincu­
lado a las leyes de la vida, en que la creencia indivi­
dual está en perfecto acuerdo con el estado social y
político.
Sabem os que el movimiento anticristiano m anifes­
tado en las herejías im periales había rematado en dos
doctrinas, durante los siglos v n y v m : la de los mo-
no ielitas, que negaba indirectamente la lib ertad hu­
m ana, y la de los ico n o clasias , que rechazaba im plí­
citamente la fen o m en alid ad d iv in a . L a afirmación di­
le c ta y exp lícita de estos dos errores constituyó la esen­
cia religiosa del Islam, que sólo v e en el hombre una
form a finita sin libertad alguna y en Dios una liber­
tad infinita sin' form a alguna. F ijos así, Dios y el hom ­
bre, en los dos polos de 3a existencia, quedan exclui­
das tocia filiación entre ellos, toda realización descen­
dente de lo divino y toda espiritualización ascendente
de lo humano, y la religión se reduce a una relación
86 VLADIMIRO SOLOVIEF

puram ente exterior entre el creador omnipotente y la


criatura privada de toda libertad, que no debe a su
dueño más que un simple acto de ciego rendim iento
fese es el sentido de la palabra islam ). E xpresar este
acto de rendimiento en una breve fórm ula de oración
que debe repetirse invariablem ente cada día en horas
fijas, ese es todo el fondo religioso del espíritu orien­
tal, que d ijo .co n M ahoma su últim a palabra. A tal
sim plicidad de la idea religiosa corresponde un co n ­
cepto no menos sim ple del problem a social y político :
e1 hombre y la humanidad no tienen que realizar ma­
yores p ro g re so s; no hay regeneración moral para si
individuo ni, con m ayor razón, para la sociedad; todo
se reduce al nivel de la existencia puramente n a tu ra l;
el ideal queda reducido a proporciones que le aseguran
inmediata realización. L a sociedad musulmana no po­
día tener otro objeto que la expansión de su fuerza
m aterial y el goce de los bienes de la .tierra. L a obra
del Estado musulmán (obra que mucho le costaría no
ejecutar con éxito), se reduce a propagar el Islam me­
diante las arm as, y gobernar a los fieles con poder ab­
soluto y según las reglas de justicia elemental fijadas
el K o ra n . A pesar de la inclinación a la mentira
verbal, inherente a todos los orientales como indivi­
duos, ja perfecta concordancia entre las creencias y
las instituciones da a toda la vida musulmana un ca­
rácter de veracidad y honradez que el mundo cristia­
no no ha podido alcanzar nunca. Sin duda 5a cristian­
dad en conjunto.está en vías de progreso y de tran s­
form ación, y la misma elevación de su ideal no per­
mite juzgarla definitivamente a base de sus diferentes
i stados pasados y actuales. Pero eí bizantinism o, que
lu é hostil en p rin cip io al progreso' cristiano, que qui­
so reducir toda la religión a un hecho consumado, a
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL - 87

una fórm ula dogmática y a una ceremonia litú rg ic a ,


este anticristianism o disim ulado bajo máscara ortodo­
xa, debió sucumbir en su im potencia moral ante el an-
1¡cristianism o franco y honrado de! Islam . Es curio­
so comprobar que la nueva religión con su dogm a fa ­
talista apareció en el momento preciso en que el em­
perador Heraclio inventaba la herejía monotelita,
decir, la negación disimulada de la libertad y la ener­
gía hum anas. Se quería consolidar la religión oficial
con este artificio, reducir a la unidad E gipto y el A sia.
Pero E gipto y A sia prefirieron la afirmación árabe al
expediente bizantino. S i no se tuviera en cuenta el
iargo trabajo anticristiano del B ajo Im perio, no ha­
bría nada más sorprendente que la facilidad y rapi­
dez de la conquista musulmana. Cinco años bastaron
para reducir a existencia arqueológica tres grandes pa­
triarcados de la Iglesia oriental. No hubo que hacer
con version es; nada más que desgarrar un viejo velo.
La historia ha juzgado y condenado al B ajo Im pe­
rio, No solamente no supo cum plir su misión (fundar
el Estv.do cristiano), sino que se consagró a hacer fra ­
casar ía obra histórica de Jesucristo. No habiendo
conseguido falsificar el dogma ortodoxo, lo redujo a
letra m u erta ; quiso zapar por la base el edificio de la
paz cristiana atacando al gobierno central de la Igle-*
sia U n iv e rs a l; reemplazó en 1a vid a pública la ley del
E vangelio por las tradiciones del Estado pagano. Los
bizantinos creyeron que, para ser cristiano de verdad,
hastaba conservar los dogm as y ritos sagrados de la
ortodoxia sin cuidarse de cristianizar la vida social y
política; creyeron lícito y laudable encerrar al cristia­
nismo en el templo y abandonar la plaza pública a los
principios paganos. No han podido qhejarse de su
suerte. Han tenido lo que querían : les quedaron el
: S5 VLADIMIRO SQLOVIEF

dogm a y el rito, y sólo el poder social y político cayó


tn manos de los musulmanes, herederos legítim os del
paganism o.
La misión de fundar el Estado cristiano, repudiada
por el imperio griego, fué transferida al mundo roraa-
nogermáníco, a los francos y alemanes. Esta transm i­
sión fué cumplida por el único poder cristiano que te­
nía el derecho y la obligación de hacerlo : el poder
de San Pedro, poseedor de las llaves del R eino. A d ­
viértase la coincidencia de las fechas. La prim era pie­
dra del futuro imperio de Occidente fué colocada con
el bautismo y consagración del rey franco Clodoveo,
en 496, época en que el cisma de Acacio, tras de alg u ­
nas infructuosas tentativas de acomodamiento, pare­
ció que iba a separar definitivam ente de la Iglesia ca­
tólica a toda la cristiandad oriental. El sincronism o del
año 754 es más notable to d a v ía ; en el preciso momen­
to en que un gran concilio iconoclasta confirmaba en
Constantinopla, con apariencias de autoridad ecumé­
nica, la últim a y más violenta de las herejías im peria­
les, especialmente dirigida contra la Iglesia romana,
el P apa Esteban consagraba en R eim s (o en San D io­
nisio, ¿quién me lo d irá?) al padre de Carlom agno,
d icién d o le: Quia ideo vos Dom inus per humilitatem
*meam mediante S . P etr o unxit in reges ut per vos sua
sancta exaltetur Ecclesia et princeps apostolorum suam
recipiat justiiiam . La realeza carolingia se vinculaba
al papado con un nexo de filiación directa. El Papa,
díce una añeja crónica, per auctoritatem apostolicam
jussit P ipinum regem fieri.
Este acto con sus consecuencias necesarias (la con­
quista de Italia por los francos, la donación de P ep i­
no y la coronación de Carlom agno oomo emperador
romano) constituyó la causa real y próxim a de la sepa­
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 89

ración de las Iglesias'. T ransfiriendo el cetro im perial a


un bárbaro occidental, el P apa llegaba a ser doble­
mente extraño y hostil a los griegos. P ara quitarle
todo punto de apoyo en C onstantinopla, bastaba que
Jos emperadores renunciaran definitivam ente a sus v e ­
leidades heréticas, lo que habría permitido la unión
de todos los «ortodoxos» bajo el estandarte anticató­
lico. Esto no tardó en o cu rrir; el «triunfo de la orto­
doxia» y el cisma de Focio fueron la respuesta bizan-
lina a la coronación de C arlom agno. No se trataba de
una disputa teológica ni de una rivalidad jerárq uica;
era el viejo imperio de Constantino, que no quería
ceder sitio a la nueva potencia occidental nacida de la
íntima alianza entre el papado y el reino franco. Todo
el resto sólo era pretexto y accesorio. Lo que confir­
ma este modo de ver es que, después de Focio, el cis­
ma quedó suspendido durante un siglo y medio, ju s­
tamente en la época en que la cristiandad occidental,
lecién organizada, parecía caer en ru in as; cuando el
papado, sujeto a una oligarquía depravada, perdía su
dignidad moral y religiosa y la dinastía carlovingia
se consumía en luchas intestinas. Pero, una vez res­
taurado el poder imperial, cuando pasó a las fuertes
manos de los reyes alemanes, y la sede de San Pedro,
til mismo tiempo, fué ocupada de nuevo por hombres
apostólicos, el movimiento anticatólico de C onstanti­
nopla estalló con violencia y la, separación quedó de­
finitivam ente consumada.
El imperio francogerm ánico hizo esfuerzos since­
ros para cum plir la misión que le imponía su dignidad
de Estado cristiano. A pesar de sus vicios y desórde­
nes, la nueva sociedad occidental ofrecía una enorme
ventaj'i sobre eUimperio bizan tin o: tenía conciencia
de sus males y profunda necesidad de librarse de ellos;
90 VLADIMIRO SOLOVIEF

testigos, los innum erables concilios convocados por


ios Papas, los emperadores y los reyes, para efectuar
reform as morales en la Iglesia y aproxim ar el estado
social al ideal cristiano. El éxito de esas reform as era
incom pleto; pero h ay que advertir que esto preocu­
paba, que no se quería aceptar en principio la contra­
dicción entre la verdad y la vida, como lo hizo el m un­
do bizantino, que nunca pensó conciliar su estado so­
cial co.n sü fe, que nunca emprendió reforma moral
alguna, que en sus concilios sólo se interesó por fór­
mulas dogm áticas y pretensiones jerárquicas.
Peí o, haciendo la debida justicia a Carlom agno y
Otón el G rande, a San Enrique y a San Luis, es me­
nester confesar que, en resumen, la m onarquía de la
Edad Media — tanto bajo la form a ficticia del Impe­
lió romano como bajo la form a efectiva de reino na­
cional— no llenó la misión del Estado cristiano, no
consiguió organizar definitivam ente la sociedad se­
gún el ideal cristiano. A quellos mismos grandes sobe­
ranos estuvieron m uy lejos de comprender el proble­
ma so cial'y político del cristianism o en toda su pleni­
tud, si bien su concepción, por imperfecta que fuese,
pronto resultó demasiado elevada para sus sucesores.
L a regia general fué la política del emperador E nri­
que IV y del rey Felipe el Hermoso, y no la de sus
tantos predecesores; esa política preparó la reform a
de L ulero y justificó anticipadamente la Revolución
.francesa. El im perio alemán engendrado por el ponti­
ficado romano rom pió ese lazo de filiación, m anifes­
tándose como riv a l del papado. Fué el prim er y más
im portante paso en la senda revolucionaria. L a riva­
lidad entre el hijo y el padre no podía ser pricipio or­
gánico de orden social. A gotando stis fuerzas duran­
te dos siglos en una lucha anticristiana, atacando ’a
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL 91

base misma de la unidad católica, el imperio alemán


perdía de hecho y de derecho su suprem acía interna-
f'ional. Sin cuidarse de este ficticio imperio romano,
los estados europeos constituyéronse como cuerpos
completos y absolutamente independientes. Y fué to-
Ja v ía el papado quien, en tanto se defendía contra los
ataques del imperio alemán, debió tomar a su cargo
!a gran obra que aquél era indigno e incapaz de eje-
rutar.
No tenemos para qué alabar o defender aquí la
obra histórica de un G regorio V I I o de un Inocen­
cio III. E lla ha tenido, en este siglo, apologistas y pa­
negiristas entre distinguidos historiadores protestan­
tes, como V o ig t, Hurter, Neander. En todo cuanto
ios grandes P apas medievales, fuera del dominio pu­
ramente espiritual, han hecho por la cultura de los
pueblos europeos, por la paz internacional y por el
buen orden social, existe tanto m ayor mérito cuanto
que con ello llenaban una función que no les corres­
pondía de inmediatez. L a zoología y la medicina co­
nocen casos en que un organism o joven y vigoroso,
lesionado en uno de sus órganos esenciales, transfiere
tem poralm ente la función de éste a otro órgano sano,
al que denominan órgano vic ario , «vikarirendes Or-
fa n » . El papado im perial o el imperio papal de Ino­
cencio III y de Inocencio IV fué ese órgano vicario.
Pero ello no podía durar indefinidamente. S e necesita­
ban hom bres totalm ente excepcionales para poder apli­
carse a las particularidades de una política mundana
vasva y complicada, subordinándolas siem pre al ob­
jetivo espiritual y universal. Después de los Papas
que elevaron la política a la altura de una acción mo­
ral, hubo necesariamente otros más numerosos que
rebajaron la religión hasta el nivel de las cosas mate-
92 VLADIMIRO SOLOVIEF

ríales. S i los altos hechos del imperio psntifical han


sido glorificados por historiadores protestantes, su de­
cadencia súbita está atestiguada por el más grande
de ios escritores católicos, que, en versos inm ortales,
clamaba por otro C arlom agno que pusiera fin a la fu ­
nesta confusión de los dos poderes de la Iglesia ro­
mana. ( D a n t e , In fern o , canto X I X ; P u rg a to rio , can­
tos V I, X V I.)
S i, en efecto, consideramos el estado político y so-
'ial de Europa hacia el fin de la Edad Media, debe­
mos confesar que el pontificado, privado de su órg a­
no secular y obligado a acum ular am bas funciones, no
pudo dar una organización verdaderam ente cristiana
.1 la sociedad que gobernara. La unidad internacio­
nal, la paz cristiana no existían. Los pueblos estaban
entregados a luchas fratricidas y solamente una in­
tervención sobrenatural pudo salvar la existencia na­
cional de F rancia. (Santa Juana de A rco.)
L a constitución social de Europa, que tenía como
base la relación entre conquistadores y conquistados,
conservaba siem pre un carácter anticristiano de des­
igualdad y opresión. La vida pública, dominada por
í-'i ÍSIg'üWíJ A t Vil YT&iíCA-
queable entre el noble y el villano, y por el espíritu
de violencia que convertía a cada país en teatro de
guerras civiles y rapiñas, y, por fin, una justicia pe­
nal cuyas atrocidades parecen insoiradas por demo­
nios del infierno, ¿cóm o reconocer en todo ello los ra s­
gos de una sociedad verdaderam ente cristiana ?
L a Iglesia, falta de un poder im perial sinceramen­
te cristiano y católico, no logró establecer la justicia
social y política en Europa. Las naciones y Estados
modernos, emancipados de la tutela eclesiástica desde
la R eform a, han tratado de superar a la Iglesia. Los
RUSIA y LA IGLESIA ÜNÍVÉRSAL &3

resultados de la experiencia están a la vísta. La idea


de la cristiandad (esa unidad m uy insuficiente, pero,
ron iodo, real, que comprendía a todas las naciones
•vuropeas) ha desaparecido. L a fdosofía revoluciona­
ria na realizado laudables esfuerzos para reem plazar
^sa unidad por la del género humano, yá sabemos con
qué éxito. M ilitarism o universal que transform a a pue­
blos enteros en ejercicios enemigos, inspirado a su vez
por odios nacionales que la Edad M edia no conoció
ja m a s ; antagonism o social profundo e irrecon ciliable;
lucha de clases que amenaza pasarlo todo a sangre
y fu eg o ; rebajam iento progresivo de la fuerza moral
de los individuos, manifestado por el número siempre
creciente de locuras, suicidios y crím en es: he aquí la
suma de los progresos que la E uropa secularizad a ha
hecho de tres o cuatro siglos acá (7).
L as dos grandes experiencias históricas, la de la
Edad Media y la de los tiempos modernos, parecen
probar con evidencia que ni la Iglesia privada dei mi­
nisterio de un poder secular distinto, pero solidario de
ella, ni el Estado secular abandonado a sus propias
fuerzas, pueden conseguir el establecimiento sobre la
tierra, da la justicia y la. tjaz. cxLStjAJMs,, La. a¿<anzsu v.v
•ima, ia unión orgánica de ambos poderes sin co n fu ­
sión n i d ivisión, es condición indispensable del v e r­
dadero progreso social. Se trata de saber si hay en el

(7) Hablo aquí del resultado general, porque sin duda ha


habido progresos parciales. Notemos, por ejemplo, la suaviza-
i'ión de las leyes penales, la abolición de la tortura. V entaja
considerable, pero ¿será definitiva? Si algún día estallara la
guerra social con toda la furia del odio largo tiempo contenido,
se verían cosas singulares. Hechos de mal augurio, actos m í-
Cfncianos han ocurrido ya en 1871 entre P arís y Versalles,
94 VLADIMIRO SOLOVIEF

mundo cristiano un poder capaz de reanudar con m e­


jores perspectivas la obra de Constantino y de C arlo­
m agno.
EL carácter profundam ente religioso y m onárqui­
co del pueblo ruso, ciertos hechos proféseos de su pa­
sado; ia masa enorme y compacta de su Imperio, la
gran fuerza latente de! espíritu nacional en contraste
con la pobreza y el vacío de su existencia actual, todo
esto parece indicar que el destino histórico de R usia
es sum inistrar a la Iglesia U niversal el poder político
que le es necesario para salvar y regenerar a Europa
y al mundo.
Las grandes obras no pueden ser ejecutadas con
medios pequeños. No se trata de un compromiso con­
fesional entre dos jerarquías, ni de un tratado dip lo­
mático entre dos g ob iern os; lo que ante todo debe es­
tablecerse es un vínculo moral e intelectual entre la
conciencia religiosa de R usia y la verdad de la Igle­
sia U niversal. Y para hacer aceptable a nuestro es­
píritu la verdad de un principio cuya aparición his-
ónca no;, »s extraña y aun hostil, es necesario remon­
tar nasía las razones prim eras de esa verdad en la idea
fundam ental del Cristianism o.
En el prim er libro de esta obra (parte crítica y po­
lémica) he querido m ostrar lo que falta a la R usia ac­
tual para poder cum plir su misión teocrática; en el
segtuido he exp uesto teoló g ica e históricam ente Jas
bases de lk unidad universal fundada por Cristo (la
m onaiquía eclesiástica), y en el tercero me he pro­
puesto relacionar la idea de la teocracia (la T rinidad
social) a la idea teosófica (la T rinidad divina) (8).

(8) En apoyo de mis opiniones he debido a veces emplear


la traducción literal de ciertos pasajes bíblicos. Me ha parecido
RUSIA V LA IGLESIA UNIVERSAL 95

Esta obra es resumen de otra más extensa en len­


gua rusa, en la cual trabajo desde hace siete años, pero
que no ha podido aparecer en mi patria. El prim er vo ­
lumen, publicado en A gram (Croacia) en 1887, fué
prohibido por la censura rusa. En tales condiciones,
tne ha parecido más práctico ab reviar mi trabajo y di­
rig irle a un público más extenso (9). Espero firmemen­
te ver el día en que mi patria obtendrá el bien que ne­
cesita prim ero : la libertad religiosa. Pero entre tan­
to, no me creo con derecho a guardar silencio, y he
visto en esta publicación francesa el medio más eficaz
de piucíam ar la verdad.
He suprim ido o reducido al mínimum en las dos
pnm cias partes de mi trabajo todos los asuntos en los
que lio podía hacer más que repetir lo que otros han
dicho m ejor que yo. Para los detalles concernientes al
estado de la religión y de la Iglesia en R usia me com­
plazco en rem itir a los lectores al tercer volum en de
la conocida obra de A natolio Leroy-Beaulieu : E l Im ­
perio de los ¿ a r e s . El lector occidental hallará tam ­
bién indicaciones útiles e interesantes en ei libro del
R . P . Tondini : E l P a p a de R o m a y los p ap as de las
Ig lesias o rie n ta le s .
P a ia .terminar este prefacio, demasiado largo, pon-

oonveniente acom pañar el texto hebraico, no para exhibir una


ciencia por lo demás elem ental, sino para justificar m i traduc­
ción, que podría parecer extraña y arbitraria. Como quiera que
no existe regla obligatoria absoluta para ía transcripción latina
de los vocablos hebreos, he procurado acomodar la mía a la
pronunciación francesa evitando, al mismo tiempo, complica­
ciones tipográficas.
(9) Por iguales motivos recordamos a los lectores el folleto
«I-'idée Russe», publicado en 1888 por Solovief, en París, edit,
Perrin, (Nota de .la edk, 1922.)
69 VLADÍMÍRO SOLOVIÉP

dré una parábola que hará más claros quizá mi pun­


to cié vista general y la razón de ser J e la presente obra.
A l partir para un largo viaje cierto gran arquitec­
to llamo a sus discípulos y les dijo : «Y a sabéis que
'ie venido aquí para reconstruir el principal santuario
del país, destruido por un terrem oto. L a obra ha co­
menzado ; he trazado el plano g en e ral, el terreno está
prepaiado y echados los fundam entos. V osotros me
reem plazaréis durante mi ausencia. He de volver, por
cierto; pero no puedo deciros cuándo. T rabajad, pues,
como si debiérais hacer todo sin mí. A hora es cuando
deberéis aplicar las enseñanzas que os he dado. T en­
go confianza en vosotros y no os im pongo todos los
detalles de la obra. Observad tan sólo las reglas de
nuesíio arte. Os dejo, por lo demás, las inconm ovi­
bles iundaciones del Templo echadas por mí y el pla­
no general que he trazad o ; esto os bastará si sois fie­
les a vuestro deber. Y o mismo no os abandonaré; en
espíritu y con el pensamiento estaré siempre con vos­
otros. » Y los condujo al lugar de la nueva iglesia, les
m ostió las fundaciones y les entregó el plano. D es­
pués de su partida los discípulos trabajaron de común
acuerdo, y pronto una tercera parte de la construc­
ción se elevó de tierra. Como la obra fuerar m uy gran ­
de y extremadamente complicada, los prim eros com-
pañeios no fueron suficientes, y fué necesario adm i­
tir otros, No tardó en producirse una grave disputa
entre ¡os principales jefes de Jos trabajos. A lg u n os
pretendían que, de las dos cosas legadas por el maes­
tro ausente — los fundam entos del edificio y el plan
geiieiai— solamente este últim o era im portante y obli­
gatorio, al paso que nada impedía abandonar las fun­
daciones echadas y construir en otro sitio. Com bati­
dos con energía por el resto de sus colegas, estas gen-
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 97

íes llagaron, en el calor del altercado, hasta afirm ar


(en contra de su propio sentimiento muchas veces ma­
nifestado) que el maestro no había echado ni indicado
nunca los cimientos del Tem plo y que eso era sólo
invención de sus adversarios. En cuanto a éstos, hubo
v a r o s que, a fuerza de defender la im portancia de las
fundaciones, cayeron en otro extremo y afirm aron que
lo único verdaderam ente serio en '.oda la obra era la
base del edificio echada por el m aestro; que su tarea
consistía exclusivam ente en conservar, reparar y fo r­
tificar la parte ya existente del edificio, sin pensar en
darle término, porque ■ — decían — ei cum plim iento de
la obia estaba reservado al maestro para su vuelta.
Los extrem os se tocan, y ambos partidos opuestos se
hallasen pronto de acuerdo sobre este punto : que no
convenía acabar el edificio. S ó lo el partido que procu­
raba conservar en buen estado las fundaciones y la
inconclusa nave se entregaba, para estos efectos, a
muchos trabajos secundarios y desplegaba infatigable
en erg ía, en tanto que el partido que creía poder dejar
de lado los fundam entos del Templo, después de v a ­
no.: esluerzos para edificar en otro sitio, declaró que
no había que hacer nada, que lo esencial en el arte
de arquitectura era, según ellos, la teoría, la contem­
plación de sus modelos y la meditación sobre sus re­
gí ts, y no la ejecución de un plan leterm inado, y que
si 'íl maestro les había dejado su plano del Templo, no
era n i m odo a lg u n o con objeto de hacerlos trab ajar
i’ n común en su construcción real, sino p ara que cada
uno de ellos, estudiando este plano- perfecto, pudiera
llegar a ser a su vez un consumado arquitecto. Y los
i r As celosos de entre ellos consagraron su vida a me­
ditar sobre el proyecto del Tem plo ideal, a aprender
y recitar de memoria todos ios días las explicaciones
7
Vl a d i m i r o s o l o v i e f

de c^e proyecto, dadas por algunos de los antiguos


compañeros según las palabras del maestro. P ero la
m ayoría se contentaba pensando en el Templo un día
por semana, y todo el tiempo restante So dedicaba cada
cual sus asuntos.
Entre estos obreros separatistas hubo, sin em bar­
go, algunos que, estudiando el planp del maestro ,y
sus explicaciones auténticas, advirtieron indicaciones
precisas de las que resultaba que ja base del Templo
había sido echada realmente y no debía ser cambiada
nunca; dieron, entre otras, con esta palabra del gran
arquitecto : «He aquí las fundaciones -inconmovibles
que yo mismo he echado ; sobre ellas debe ser cons­
truido mi Tem plo, para poder resistir siempre los te­
rremotos y toda acción destructiva.» Im presionados
con estas palabras, los buenos obreros tom aron la re­
solución de renunciar a su separatism o y de asociar­
se atiu continuo a los guardianes de ios cimientos para
to n u r parte en su obra de conservación. Hallóse, em­
pero, un obrero que dijo : «Reconozcamos nuestros
errores, hagam os justicia y honremos a nuestros an­
tiguos co m p añ eros; reunám onos con ellos junto al
gran edificio comenzado que cobardemente , abando­
namos y que eilos tuvieron el m érito inapreciable de
con.Mrrvar y guardar en buen estado. Pero debemos,
ante todo, ser fieles al pensamiento del maestro. Pues
éste no echó las bases para que nadie las tocara, sino
para que sobre eiias se construyera su Tem plo. Debe­
mos, pues, reunim os todos para levantar sobre las
fundaciones dadas el edificio entero. ¿T endrem os o
no tiempo bastante para concluirlo antes de ia vuelta
d fJl maestro ? ; ésta es otra cuestión que él mismo no
ha querido resolver. Pero él nos mandó expresam en­
te que trabajáram os para adelantar su obra y hasta ha
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 90

agregado que haríamos más que él.» E xtraña pareció


la exhortación de este obrero a la m ayoría de sus com-
pañí 'os. U nos lo llamaron utopista, otros lo acusa­
ron de orgullo y presunción ; pero la voz .de la con-
Jirncia les decía claramente que el maestro ausente es­
taba con él en espíritu y en verdad.

* * #

N. B ,— Como miembro de la verdadera y ven era­


ble Iglesia ortodoxa oriental o grecorrusa que no h a­
bla por sínodos anticanónicos ni por empleados del
poder secular, sino por la voz de sus grandes Padres
y Doctores, reconozco como juez supremo en materia
de religión a aquel que fué reconocido como tal por
San Ireneo, San Dionisio el G rande, San Atanasio el
G rande, S an Juan Crisóstom o, San Cirilo, San F la­
viano, el Bienaventurado Teodoreto, San M áximo
Confesor, San Teodoro Estudita, San Ignacio, etc.,
a saber : el apóstol Pedro, que vive en sus sucesores
y que no oyó en vano las palabras del Señ or : «Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Con­
firma a tus herm anos. A pacienta mis ovejas, apacien­
ta mis corderos.»
E spíritu inmortal del bienaventurado apóstol, mi­
nistro invisible del Señor en el gobierno de su Iglesia
visible, tú sabes que ella ha menester de un cuerpo
terrestre para m anifestarse. Tú le has dado ya por
dos veces un cuerpo social : en el mundo grecorrom a­
no prim ero y luego en el mundo rom anogermánico,
sometiéndole el imperio de Constantino y el imperio
de C arlom agno. Después de estas dos p revisoras en­
carnaciones, ella espera su tercera y últim a encarna­
ción. Todo un mundo lleno de fuerzas y de deseos,
100 _ VLADIMIRO SOLOVIEF

pero sin conciencia ciara de su destino, llama a la» puer­


ta de la historia universal. ¿C u á l es vuestra palabra,
pueblos de la p alab ra? V u estra masa no lo sabe to­
d a v ía ; pero potentes voces salidas de entre vosotros
lo haji revelado ya. Hace dos siglos un sacerdote croa­
ta lo anunció proféticam ente y, en nuestros días, un
obispo de igual nación lo ha proclamado varias veces
con elocuencia adm irable. Lo que dijeron los repre­
sentantes de los eslavos occidentales, el gran K riza -
nic y el gran Strossm ayer, sólo necesitaba el simple
am én de parte de los eslavos orientales. Este am én
ven g o a decirlo en nombre de cien millones de cris­
tianos rusos, en la firme y plena confianza de que no
me desautorizarán.
V u estra palabra, oh pueblos de la palabra, es la
teocracia iibre y u n iversal, la verdadera solidaridad
de todas las naciones y de todas las clases, el cristia­
nismo practicado en la vid a pública, la política c ris ­
tianizada ; es la libertad para todos los oprimidos, la
protección para todos los débiles, es la justicia social
y la buena paz cristiana.
1 Abreles, pues, portero de Cristo, y que la puerta
de fa H istoria sea para elfos y para ef mundo entero
la puerta del R eino de D ios !
LIBRO PRIMERO

ESTADO RELIGIOSO DE RUSIA


y É L ORIENTE CRISTIANO
I. L a leyenda r u sa , d e S an N ic o l á s y S an C a sia n o ,
Su APLICACIÓN A LAS DOS IG LE SIA S SEPARADAS,

S , » Nicolás y San Casiano, dice una leyenda popu­


lar rusa, enviados del P araíso para visitar la tierra,
vieron un día por el camino a un pobre paisano cuya
carreta, cargada de heno, había quedado atascada en
el cieno, y que hacía infructuosos esfuerzos para ha­
cer adelantar su caballo.
— Vam os a echar una m ano a ese buen hombre
— dijo S an Nicolás.
•— Me cuidaré bien de hacerlo — respondió S an Ca­
siano — ; temo ensuciar mi clám ide.
— En ese caso/espérame o bien sigue tu camino sin
m í— dijo San Nicolás, y metiéndose sin miedo en el
barro, ayudó animosamente al paisano a sacar su ca­
rreta del pantano.
Cuando hubo terminado y se reunió con su compa­
ñ ero ,-S an Nicolás, estaba cubierto de lodo, y su clá­
mide, sucia y desgarrada, parecía vestim enta de po­
bre. G rande fué la sorpresa de S an Pedro cuando le
vió llegar en ese estado a la puerta del Paraíso.
— ¡ Eh ! ¿ Quién te ha puesto así ? — le preguntó.
■San Nicolás contó lo sucedido.
104 VLADIMIRO SOLOVIEF

— Y tú — preguntó San Pedro a S an Casiano— , ¿ no


estabas con él en esa coyun tura?
— S í, pero no tengo costumbre de mezclarme en lo
que no rae im porta, y ante todo he pensado no alterar
la blancura inm aculada de mi clámide.
— Pues bien —dijo San P edro— , tú, S an Nicolás,
a causa de no haber temido ensuciarte con tal de librar
de contrariedades a tu prójim o, serás festejado en ade­
lante dos veces por año, y serás considerado como el
más grande santo después de mí por todos los cam­
pesinos de la santa R usia. Y tú, San Casiano, contén­
tate con el placer de tener una clámide inm aculada :
tu fiesta será sólo los años bisiestos, una vez cada cua­
tro años.
Bien puede perdonarse a S an Casiano su aversión
por el trabajo m anual y por el barro de las carreteras,
pero se equivocaría por completo si quisiera condenar
a su compañero por haber comprendido de diversa ma­
nera las obligaciones de los santos hacia la hum ani­
dad. Nos gusta mucho el ropaje puro y esplendente de
San C asian o ; pero desde que nuestra carreta está to­
davía en pleno barro, de quien tenemos necesidad es de
S an Nicolás, el santo intrépido siem pre pronto a ayu­
darnos.
L a Iglesia occidental, fiel a la misión apostólica,'no
ha temido hundirse en el fango de la vida histórica.
F ué durante largos siglos el ónico elemento de orden
m oral y de cultura intelectual entre las poblaciones
bárbaras de E u ro p a; tomó a su cargo toda la tarea del
gobierno material, así como la educación espiritual de
aquellos pueblos de espíritu independiente y de fero­
ces instintos. A l entregarse a este rudo trabajo el P a­
pado, como el S an Nicolás de la leyenda, curaba menos
de su pulcritud aparente que de las necesidades reales
R U S IA ¥ LA IG L E SIA U N IV E R SA L 105 ’
f
de la humanidad. P or su parte, la Iglesia O riental,
con su ascetismo solitario y su misticismo contem pla­
tivo, con su alejam iento de la política y de todos los
problemas sociales que interesan a la humanidad en­
tera, deseaba, ante todo, como San Casiano, llegar al
paraíso sin una sola mancha en su clámide. A quella ■
quiso emplear las fuerzas divinas y humanas p ara un
fin u n iv e rsa l; ésta, sólo trató de conservar su pureza.
He aquí el motivo principal de diferencia y la más pro­
funda causa de separación entre ambas Iglesias.
Se trata de distintos ideales de vida religiosa. El
ideal religioso del Oriente cristiano separado no es
falso, sino incompleto.
Desde hace mil años la cristiandad oriental ha iden­
tificado la religión con la piedad personal (1), y con­
sidera la oración como la obra religiosa ú n ic a. La
Iglesia Occidental, sin desconocer la piedad in d ivi­
dual como el verdadero g erm en de toda religión, quie­
re que este'germ en se desarrolle y produzca fru tos en
una actividad social, organizada para la g loria de D ios
y para el bien universal de la hum anidad. El O riental
ora, el Occidental ora y trab aja. ¿ Quién de los dos
tiene razón ?
Jesucristo fundó su Iglesia visible, no sólo para con­
tem plar el cielo, sino también para trabajar en la tie­
rra y com batir contra las puertas del infierno. E nvió
a sus apóstoles, no al desierto ni a la soledad, sino al
mundo para conquistarlo y som eterlo al R eino que no
es de este mundo, y les recomendó, no tan sólo la pu­
reza de las palom as, sino, además, la prudencia de las

(1) En la antigua lengua rusa se empleaba de ordinario el


término piedad (blagotchesiié) para designar a ¡a ortodoxia, y ef
de fe piadosa {blagotchesth'aia viera) en vez de fe ortodoxa.
10 6 1 VLADIMIRO SOLOVIEF

serpientes. S í se tratara nada más que de conservar la


pureza del alma cristiana, ¿ por qué toda esa organiza­
ción social de la Iglesia, para qué esos poderes sobe­
ranos y absolutos con que Cristo la ha provisto, dán­
dole facultad de atar y desatar sin apelación sobre la
tie rra y en los cielos ?
Los monjes de la santa montaña de A th os -— verda­
deros representantes de la Iglesia oriental aislada—
emplean todas sus fuerzas desde hace siglos en orar y
contem plar la luz increada del T abor (2). Tienen ra­
zón, ya que la oración y la contemplación de las cosas
increadas son indispensables para la vid a cristiana.
Pero, ¿ puede adm itirse que esta ocupación del alma
constituya la vid a cristiana e n te ra ? Pues en esto viene
a darse cuando se quiere colocar al O riente ortodoxo,
con su carácter particular y su tendencia religiosa es­
pecial; en el lu g ar de la Iglesia U n iversal. Tenemos
en Oriente una Ig le sia que o r a ; pero, ¿ dónde se halla
entre nosotros la Ig lesia que obra, que se afirm a como
fuerza espiritual absolutam ente independiente de los
poderes terrestres ? ¿ Dónde está, en Oriente, la Igle­
sia del Dios vivo, la Iglesia que en cada época dicta
leyes a la Hum anidad, que determina y desarrolla las
fórm ulas de la verdad eterna para oponerlas a las con-

(2) M ediante ciertos procedimientos fisiológicos y psicoló-


gícos que, en conjunto, han sido denominados entre nosotros
«operación m ental» (umnoié dielaniíé), los solitarios de Athos
alcanzan un estado extático en que experim entan sensaciones
singulares y pretenden ver la luz divina que se m anifestó cuan­
do la Transfiguración de Nuestro Señor, Lo m ás curioso es que
se considera este fenómeno como realidad subsistente y eterna.
En el siglo X IV se produjeron encarnizadas disputas en la Igle­
sia griega, para elucidar la naturaleza propia de la luz tabórica
y sus relaciones con la esencia de la Divinidad.
RUSIA V LA IGLESIA UNIVERSAL ¿07

tinuas transform aciones del error ? ¿ Dónde está la


Iglesia que trabaja por reform ar toda la vida social
de las naciones de acuerdo con el ideal cristiano y por
conducir a éstas al objetivo suprem o de la creación:
la unión libre y perfecta con el C read or?
Los partidarios del ascetismo exclusivo deberían
recordar que el Hom bre Perfecto sólo pasó cuarenta
días en el d esierto ; los contem pladores de la luz del
Tabor no deberían olvid ar que ésta apareció una soía
vez en la vid a terrestre de C risto, quien probó con su
ejem plo que la verdadera oración y la contemplación
verdadera no son más que el apoyo de la vid a aqtiva.
S i esta grande Iglesia, que no hace más que orar en
el curso de los siglos, no ha orado en vano, debe ma­
nifestarse como Iglesia viva que obra, que lucha y
que triu n fa. P ero es menester que lo queramos nos­
otros mism os. Es menester ante todo reconocer la in ­
suficiencia de nuestro ideal religioso tradicional, y ha­
cer since,ros esfuerzos para realizar una más comple­
ta concepción del cristianism o. P a ra eso no h ay que
inventar ni crear nada. Se trata sólo de devolver a
nuestra religión su carácter católico o universal, re­
conociéndonos solidarios de la parte activa del m un­
do cristiano, de ese Occidente centralizado y organi­
zado para una acción universal y que posee todo lo
que nos falta. No se nos pide que cambiemos nuestra
naturaleza'oriental o reneguem os el carácter específi­
co de nuestro espíritu religioso. Debe únicamente re­
conocerse sin reservas esta sim ple verdad : que nos­
otros, el Oriente, no somos más que una parte de la
Iglesia U n iversal y una parte que no tiene el centro
en sí misma y que, por coñsiguiente, nos es necesa­
rio reunir nuestras fuerzas particulares y periféricas
con el g ran centro universal que la Providericia ha co­
108^ VLADIMIRO SOLOVIEF

locado en Occidente. No se trata de su prim ir nuestra


individualidad religiosa y moral, sino de com pletar­
la y hacerla v iv ir una vid a universal y p rogresiva. El
deber nuestro consiste únicamente en reconocernos por
lo que somos en realidad : una parte orgánica del gran
cuerpo cristiano, y en afirm ar nuestra solidaridad es­
p iritual con nuestros herm anos del Occidente. Este
acto moral, este acto de justicia y de caridad, sería
por sí solo un progreso inmenso para nosotros y la con­
dición indispensable de todo progreso ulterior.
* S an C asiano no tiene nefcesidad de convertirse en
otro hombre ni de descuidar la pureza de su ropaje
inm aculado. Debe reconocer solam ente que su colega
tiene ciertas cualidades im portantes que a él le faltan
y en lugar de reñir a ese enérgico trabajador, debe
aceptarlo francam ente como compañero y guía en el
viaje terrestre que les queda por hacer.
II. S obre la razón d e se r de R u s ia .

jP E R O aquí me interrum pe la conocida voz de mis


compatriotas : «¡ Que no vengan a hablarnos de núes*
tras necesidades, de nuestros defectos y sobre todo de
nuestros deberes para con ese Occidente en decaden­
cia ! V ix íi. No lo necesitamos ni le debemos nada. Te­
nemos entre nosotros cuanto nos hace falta. In (sic)
O riente lu x (1). El representante verdadero y el defi­
nitivo producto del cristianism o es la santa R u sia.
¿ Y qué nos im porta la vieja R om a decrépita cuando
nosotros mismos somos la R om a del porvenir, la ter­
cera y últim a R om a (2). L a Iglesia O riental cumplió
su gran tarea histórica cristianizando al pueblo ruso,
ese pueblo que se identificó con el cristianism o y al
cual pertenece todo el p orven ir de la H um anidad.»
De esta m anera, el objeto definitivo del cristianism o

(1) T ítulo de una composición en verso, dedicada por un


conocido poeta a l extinto K a tk o f-
(2) Así han designado a la M oscovia, algunos monjes grie,
gos y rusos, después de la caída del Im perio bizantino, (Por ejem ­
plo, los startzí Philothé y D im itri G uerassim of),— {N. del T ,)
íto VLADIMIRO SOLOV1ÉF

en la historia y la razón de ser del género humano


se reducirían a la existencia de una sola nación. Pero
para aceptar sem ejante aserto debería prim ero recha­
zarse form alm ente la idea misma de la Iglesia U n i­
versal. S e nos propone un retorno al viejo judaism o
con la diferencia de que el papel excepcional del pue­
blo judío en ei pian de la Providencia está atestigua­
do por la palabra de Dios, en tanto que la im portan­
cia exclusiva de R u sia sólo puede ser afirm ada fu n ­
dándose en el testim onio de ciertos publicistas rusos,
tu y a inspiración dista mucho de ser infalible.
. P o r lo demás, como las ideas de nuestros patriotas
exaltados respecto de las bases de la fe religiosa, no
son completamente claras y definidas, debemos colo­
carnos en un terreno más general y exam inar sus pre­
tensiones desde el punto de vista puram ente natural
y humano.
El patriotism o ruso se obstina en repetir, desde
cuarenta o cincuenta años acá, en todos los tonos, una
frase invariable. «R u sia es grande y tiene que llenar
una misión sublime en el mundo.» ¿E n qué consiste
precisamente esta misión y qué debe hacer R usia — qué
debem os hacer n o so tro s m ism os — para cum plirla?
Esto queda siempre sin respuesta precisa. Ni los vie­
jos eslavófilos, ni sus epígonos actuales, ni el mismo
K a tk o f han dicho nada explícito al respecto (3). Han
hablado de la luz que viene de O riente; pero no pa­
rece en modo alguno que su inteligencia haya sido ya
ilum inada por esa luz y que hayan visto claro. Séa-
nos, pues, perm itido, haciendo justicia a los patrió-

(3) Los paneslavistas políticos querrían que R usia destru­


yera ai Imperio austríaco para form ar una confederación e s la v a ,.
¿ Y después?
RUSIA Y LA IGLESIA UNlVÉRSAL 111

ticos sentim ientos de estas respetables personas, plan­


tear la cuestión que ellos tratan de eludir, la gran
cuestión de la conciencia n a c io n a l: ¿ Cuál es ía razón
de ser R u sia en el m undo?
P o r siglos la historia de nuestro país tendió a un
solo fin : la form ación de una gran m onarquía nacio­
nal. L a reunión de U krania y de una parte de la R u ­
sia blanca a la R usia moscovita, con el zar A lejo , fué
un momento decisivo en esa obra hisótrica, porque
dicha reunión terminó con la disputa por la prim acía
entre la R u sia del Norte y la del Mediodía, entre M os­
cú y K ief, y dió alcance efectivo al título de «zar de
todas las R u sias». A p artir de ahí no ge pudo dudar
del éxito de la laboriosa tarea emprendida por los arz­
obispos y los príncipes de Moscú desde el siglo xiv,
Y es de lógica providencial que sea precisam ente el
hijo del zar A lejo quien, superando la obra de sus an­
tepasados, plantee atrevidam ente el problem a ulterior :
¿ Qué debe hacer R usia unida y convertida en E sta­
do poderoso ? L a respuesta provisoria dada por e l '
gran em perador a esta cuestión fué que R usia debía
ponerse a la escuela de los pueblos civilizados de Oc­
cidente para asim ilarse su ciencia y su cultura. E ra,
con efecto, todo lo que nos Tiacía falta por el momen­
to. P ero una solución tan sim ple y clara venía a ser
cada vez más insuficiente a medida que la joven so­
ciedad rusa ad elan tab a un g ra d o en la escuela eu rop ea ;
ahora se trataba de saber lo que ella haría después de
sus años de aprendizaje. La reform a de Pedro el G ran ­
de introducía a R usia en el arsenal europeo para en­
señarle a m anejar todos los instrum entos de la civili­
zación ; pero permanecía indiferente a los principios
e ideas de orden superior que determinaban la ap li­
cación de esos instrumentos. P o r lo cual dicha refor-
112 vlad im iro so lo vief

m a, con darnos medios de consolidación, no revelaba


el objeto definitivo de nuestra existencia nacional. S i
se preguntaba con razón : ¿ Qué debe hacer la R usia
b árb a ra ?, y si P edro había respondido bien dicien­
do : «Debe ser reform ada y civilizada», no es menos
ju sto preguntar : «¿ Qué debe hacer la R u sia reform a­
da por Pedro el G rande y sus sucesores; cuál es el ob­
jeto de la R usia actual ?»
Los eslavófilos han tenido el m érito de compren­
der todo el alcance de este problema, aun cuando no
hayan podido hacer nada para resolverlo. Como reac­
ción contra la poesía vag a y estéril del paneslavism o,
patriotas más prosaicos han afirmado en nuestros días
que no ,es indispensable que un pueblo tenga de sí
mismo una idea determ inada y procure un objetivo
superior dentro de la Humanidad, sino que basta ser
independiente, contar con instituciones apropiadas a
su carácter nacional y bastante poder y prestigio para
defender con éxito sus intereses m ateriales en los ne­
gocios del mundo. Desear todo esto para su patria,
esforzarse por hacerla rica y poderosa, esto es sufi­
ciente para un buen patriota. Lo cual im porta afirm ar
que las naciones viven solam ente del pan cuotidiano,
cosa ni cierta ni deseable. Los pueblos históricos han
vivid o no sólo para sí, sino también para la H um ani­
dad entera, adquiriendo con obras inm ortales el dete­
cho de afirm ar su nacionalidad. Este es el carácter dis­
tintivo de toda gran raza, j - el patriotism o que no com­
prende el valor de ello es patriotism o de m ala ley.
P o r cierto, no se indaga cuál es la misión histó­
rica de los A shantis o de los Esquimales. Pero cuan­
do una nación cristiana tan extensa y poblada como
la nuestra, con mil años de existencia y provista de
los medios exteriores necesarios para desempeñar un
R U SIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL .113

papei en la historia universal, afirm a su dignidad *de


gran nación y pretende ia hegem onía sobre los pue­
blos de la misma raza e influencia decisiva en la p o­
lítica general, se tiene el derecho de exigirle sus títu­
los, el principió o la idea que aporta al mundo, lo que
ha hecho y lo que todavía le resta p or hacer en bien
de la Hum anidad.
Pero, dicen, responder a estas cuestiones im porta­
ría anticipar lo porvenir. S í, si tratara de un pueblo
niño, de la R u sia kiéfica de San V ladim iro o de la
R u sia moscovita de Juan K a i ita. P ero la moderna
R usia, que desde hace doscientos años no deja de ma­
nifestarse en la escena de la h istoria universal, y que
al comenzar el siglo enfrentó a la m ayor parte de
Europa, esta R usia no debería ignorar por completo
adonde va ni lo que pretende hacer. Que el cum pli­
miento de nuestra misión histórica corresponda al por­
venir, lo aceptam os; pero es necesario que, al menos,
tengamos alguna idea de ese porvenir, y que en la
R usia actual se contenga un germ en vivo de sus fu ­
turos destinos.
No puede hacer gran cosa quien ignora lo que
debe hacer. Nuestros antepasados del siglo x v tenía
clara idea del p o rven ir que construían : el imperio de
todas las R usias. ¿ Podemos nosotros, para quienes ese
supremo objetivo de sus esfuerzos es ya un hecho
cumplido, ser menos conscientes que ellos de nues­
tro porvenir, podemos creer que será él realizado sin
nosotros y ajeno a nuestro pensamiento y a nuestra
acción ?
III. La verdadera o r t o d o x ia del pueblo r u so y
LA SEUDOORTODOXIA DE LOS TEÓLOGOS ANTICATÓLICOS.

T ^ t carácter eminentemente religioso del pueblo,


ruso, así como la tendencia mística que se manifiesta
en nuestra filosofía, en las letras (1) y las artes, pare­
cen reservar a R usia una gran misión religiosa. T am ­
bién hacia la religión se vuelven, de buen o mal g ra ­
do, nuestros patriotas, cuando se ven obligados a de­
clarar en qué consiste la vocación suprema de nuestro
país o «la idea rusa», como se dice hoy. Según ellos,
la ortodoxia o la religión de la Iglesia grecorrusa,
opuesta a las comuniones occidentales, constituiría el

(1) Nuestros mejores escritores modernos, cediendo a una


aspiración religiosa más fuerte que su vocación estética, han
debido dejar el estrecho terreno literario para actuar, con más
o menos éxito, como m oralistas y reform adores, apóstoles o pro­
fetas. L a prem atura m uerte de Pushkin nos impide apreciar
si la tendencia religiosa que sus obras más cumplidas revelan
era bastante profunda como para lleg ar a ser con el tiempo su
idea predom inante y hacerle abandonar el dominio de la poesía
pura, como sucedió a Gogol {la Correspondencia con mis am i­
gos), a D ostoievsky (el Diario de un escritor), a. Tolstoi (Con-
fisión, M i religión, etc.}. Parece que el genio ruso no encontrara
su expresión definitiva en ia producción poética, ni el medio
VLADIMIRO SOLOVIEF

fondo verdadero de nuestra esencia nacional. He aquí


a prim era vista un círculo vicioso de los más eviden­
tes. S i preguntam os cuál es la razón de ser histórica
de la Iglesia oriental separada, se nos responde : Es
haber formado y educado espiritualm ente al pueblo
ruso. Y , cuando queremos saber cuál es la razón de
ser de este pueblo, contestan : Es pertenecer a la Igle­
sia oriental separada. Conduce a este callejón sin sa­
lida la dificultad de determinar exactamente lo que se
entiende por 3a ortodoxia que se quiere monopolizar
en nuestro favor. T al dificultad no existe para las gen­
tes del pueblo que son verdaderam ente ortodoxas a
conciencia y en la simplicidad de su corazón. Interro­
gados con inteligencia sobre su religión, os dirán que
ser ortodoxo es ser bautizado cristiano, llevar una cruz
en, el pepho ó una'santa imagen cualquiera, adorar a
Cristo,' rogar sl' la muy inmaculada S an ta V irgen (2)
y a-todos los santos representados por las imágenes y
reliquias, santificar las fiestas y ayu n ar según el or­
den tradicional, venerar la función sagrada de ios obis­
pos y sacerdotes y tomar parte en los santos sacra- ’

adaptado a la encarnación de su ideal esencialmente religioso.


Si R usia está llam ada a decir su palabra al mundo, no será
desde las regiones brillantes del arte y de las letras, ni de las,
alturas soberbias de la filosofía y de las ciencias de donde esa
palabra descenderá, sino de las sublimes y humildes cimas de
la religión..M is lectores rusos y polacos hallarán la prueba deta­
llada de esta tesis en la segunda edición de mi obra L a cuestión
nacional en Rusia, cuyo capítulo últim o ha sido traducido al
polaco por el Sr. Benoni y publicado bajo el título : .Rusia y la
Europa.
(2) «M uy Irimaculada» o «toda .Inm aculada» (vseneporotch-
naia), es el epíteto constante que se agrega al nombre de la
Santa V irgen en nuestros libros litúrgicos, traducido del griego
panárrionos y de otros nombres análogos.
R USIA y LA IGLESIA UNIVERSAL Í17
mentos y en el servicio divino. E sta es la verdadera
ortodoxia del pueblo ruso y tam bién la nuestra. P ero
no es !a ’ de nuestros patriotas m ilitantes. Es claro que
la verdadera ortodoxia no tiene en sí nada de particu­
larista y no puede, en modo alguno, constituir un atri­
buto nacional o local que nos separe fatalm ente de
los pueblos occidentales; porgue la m ayor parte de
estos pueblos (la parte católica) tiene absolutam ente
el mismo fondo reiigioso que nosotros. Todo lo que
para nosotros es santo y sagrado lo es también para
ellos. P ara indicar un solo punto ese n c ia l: uno de
los aspectos característicos del catolicismo, el culto de
la Santa V irg en , es no sólo practicado por la R u sia
ortodoxa (3) en eeneral, síno que hasta h ay imágenes
m ilagrosas especiales-veneradas en común por los ca­
tólicos romanos y los ortodoxos ru so s; por ejemplo, la
S an ta V irgen de Czenstochowa en P olon ia. S i la p ie ­
dad es verdaderam ente el carácter distintivo de nues­
tro esoíritu nacional, el hecho de que los principales
emblemas d e . esta, piedad nos sean comunes con los
occidentales nos obliga a reconocer nuestra solidan-'
dad con ellos en lo que nosotros consideramos como
más esencial. En cuanto al profundo contraste que
presenta la piedad contem plativa del Oriente con la
r e l i g i ó n activa de los occidentales, es un contraste sub­
jetivo y puram ente humano que nada tiene que ver
con los objetos divinos de nuestra fe y de nuestro cul­
to, y, lejos de ser motivo de ju sta separación, debe­
ría más bien inducir a las dos grandes partes del raun-

(3) No excluyo de esta calificación a los viejos creyentes


propiamente dichos, cuyas diferencias con la Iglesia de Estado
no se refieren al verdadero objeto de la religión.
118 VLADIMIRO SOLOVIEF

do cristiano a una reunión más íntima para comple­


tarse mutuamente.
P ero bajo la influencia del mal principio que no
cesa de actuar aquí abajo, se ha exagerado la diferen­
cia para hacer de ella una división, Y en el momento
en que R usia recibía el bautismo de Constantinopla,
los griegos, bien que todavía en form al comunión con
R om a, tras del cisma tem porario de Focio (4), esta­
ban ya fuertemente penetrados del particularism o na­
cional alimentado por la rivalidad jerárquica, por la
política de los em peradores y las luchas de escuela.
R esultó de ello que el pueblo ruso, en la persona de
San V ladim iro, compró la perla evangélica cubierta'
de polvo bizantino. Él cuerpo de la nación, a quien
no ‘interesaban las ambiciones y odios clericales, no
com prendía nada de las ficciones teológicas resultan­
tes de e llo ; el cuerpo de la nación recibió y conservó
■la esencia del cristianismo" ortodoxo puro y simple, es
decir, la fe y la vida religiosa determ inada por la gra-
gnacia divina traducidas en obras de piedad y cari­
dad. Pero el clero (reclutado en un principio entre los.
grieens^ v la escuela eclesiástica, aceptaron la suce­
sión nefasta de los Focios y los Cerularios como par­
te integrante de la verdadera religión. Esta seudo-

(4) La ruptura definitiva que recién tuvo lugar más tarde,


en 1054, no fué por lo demás sino un simple hecho sin carácter
alguno de sanción legal y obligatoria, puesto que el anatem a de
los legados del Papa León IX no se dirigía contra la Iglesia
O riental, sino únicam ente contra la persona del patriarca Miguel
C erulario V contra «los partidarios de su locura» (locura, a de­
cir verdad, bien m anifiesta); y,' por su lado, la Iglesia oriental
nunca ha podido reunir un Concilio ecuménico, el que, según
nuestros mismos teólogos, es el solo tribunal competente para
juzgar de nuestras diferencias con el Papado..
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL .119

ortodoxia de nuestra escuela teológica, que nada tie­


ne de común con la fe de la Iglesia universal ni con
la piedad dei pueblo ruso, no contiene elemento po­
sitivo alguno, sino sólo negaciones arbitrarias produ-
\das y alim entadas por una polém ica artificiosa.

((Dios H ijo no p a rtic ip a en el o rden divin o de la


procesión del E sp íritu S a n to .»

« L a S a n ia V irg e n no ha sido in m acu lad a desde el


p rim er in stan te de su ex iste n cia .» (5).

«E l prim ado de ju risd icc ió n no pertenece■a la sede


de R o m a, y el P a p a no tiene la au to rid ad dog m ática
de p asto r y doctor de la Ig le sia U n iv e rsa l.»

Tales son las principales negaciones que exam ina­


remos más adelante. Bástenos com probar ahora que
dichas negaciones fto han recibido ninguna clase de
sanción religiosa ni- se apoyan sobre ninguna autori­
dad eclesiástica aceptada como obligatoria e infalible
por todos los ortodoxos. N ingún concilio ecuménico
ha condenado ni siquiera juzgado las doctrinas cató­
licas anatem atizadas por nuestros p olem istas; y cuan­
do se nos presenta a este nuevo género de teología ne­
gativa como la verdadera doctrina de la Iglesia U n i­
versal, no podemos ver en ello más que una preten­
sión exorbitante derivada de la ignorancia o la mala
fe. En segundo lugar, es evidente que esa falsa orto-

(5) Estos teólogos enceguecidos por el odio se atreven así


a renegar de la creencia m anifiesta de la Iglesia O riental, grie­
ga y rusa, que proclam a siempre a la S aftta V irgen toda Inm a­
culada, Inm aculada por excelencia.
120 VLADIMIRO SOLO V1EF

doxia no podría, como tampoco la verdadera, servir


de base positiva a ,<da idea rusa». En efecto, intente­
mos substituir por cantidades reales la X algebraica
de (a «ortodoxia» proclamada sin cesar con ficticio en­
tusiasmo por una prensa seudopatriótica. Según vos­
otros, la esencia ideal de R usia es la ortodoxia, y esta
ortodoxia que enarboláis especialmente contra el ca­
tolicismo se reduce para vosotros a las diferencias en­
tre ambas confesiones. El fondo verdaderam ente reli­
gioso que tenemos en común con los occidentales pa­
rece no ofreceros más que mediocre interés; son las
diferencias las que os interesan sobre todo. Pues bien :
en lúpar de ese vago término de «ortodoxia» poned
esas diferencias determ inadas y declarad abiertamente
que la idea religiosa d e -R u sia consiste en negar el.
üfiliofm e, la Inm aculada Concepción, la autoridad del
P ap a». Este últim o es el que os interesa particular­
mente. Los otros —y a lo sabéis— sólo son pretextos ,*
pero el Soberano Pontífice, ¡ ese es el enem igo! Toda
vu estra «ortodoxia», toda vuestra <üdea rusa», no es,
pues, en el fondo, más que una protesta nacional con­
tra la potestad universal del P apa. Pero, ¿e n nombre
de q u é? couúetvEa.
vuestra situación. Ese odio protestante contra la mo­
narquía eclesiástica, para hablar al espíritu y al co­
razón, debería ser justificado por alírún gran princi­
pio positivo. A la form a del gobierno teocrático que
desaprobáis deberíais oponer otra form a mejor. Y es
justam ente lo que os es imposible hacer. ¿Q u é clase
de constitución eclesiástica tenéis para ofrecer a los
pueblos occidentales? ¿Triáis a. preconizarles el go-
bierto conciliar, a hablarles de concilios ecum énicos?
i M edice cura te ip su m ! ¿ P or qué no ha opuesto el
Oriente un verd ad ero concilio ecuménico al de T ren-
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 121

to o al del V aticano? ¿D e dónde proviene ese silen­


cio impotente de la verdad frente ai error afirm ado
solemnemente ? ¿ Desde cuándo los guardianes de la
ortodoxia se han convertido en cobardes perros que
sólo se atreven a ladrar tras et muro ? No cabe d u d a ;
al paso que las grandes asam bleas de la Iglesia con­
tinúan ocupando un lugar de im portancia en !a doc­
trina y. en la vid a del catolicismo, el Oriente cristia­
no es quien, desde hace mil años, está privado de esta
manifestación valiosa de la Iglesia U niversal y nues­
tros mejores teólogos (Filareto de Moscú, por ejem­
plo) confiesan que es imposible un concilio ecuméni­
co en la Iglesia oriental mientras permanezca separa­
da del Occidente, Pero a nuestros pretendidos orto­
doxos nada les cuesta oponer un concilio im posible
a los concilios reales de la Iglesia católica y defen­
der su causa con armas que han perdido y bajo una
bandera que se les ha arrebatado.
El papado es un principio* positivo, una institu­
ción real, y si los cristianos orientales creen que ese
principio es falso, que esa instrucción es mala, a
ellos corresponde realizar la deseable organización
de 'la Ig-'iesia. B n 'tugar de eTio se nos remite a re­
cuerdos arqueológicos, sin dejar de confesar la im­
posibilidad de darles' alcance práctico. Pero no sin
motivo van tan leios nuestros anticatólicos a buscar
un punto de apovo para su tesis. ¿ S e atreverían,,
en efecto, a exponerse a las risas del mundo en­
tero* declarando al sínodo de San P etersburgo o al
patriarcado de Constantinopla verdaderos representan­
tes de la Iglesia U n iversa! ? P ero ¿cóm o hablar de re­
currir tardíam ente a los concilios ecuménicos cuando
debe confesarse por fuerza que y a no son p osibles?
Es nada más que un esfuerzo en el vacío que descu­
122 VLADIMIRO SOLOVIEF

bre por completo el punto débil de esta ortodoxia an­


ticatólica. S i la organización normal de la Iglesia U n i­
versal y la form a verdadera de su gobierno dependen
de concilios ecuménicos, es evidente que el Oriente
ortodoxo, fatalm ente privado de ese órgano indispen­
sable de la vida eclesiástica, no tiene y a la verdadera
constitución ni et gobierno regular de la Iglesia.
D urante ios tres prim eros siglos det cristianism o, la
Iglesia, cimentada por la sangre de los m ártires, n^
convocaba concilios universales porque no lo necesi­
taba. L a Iglesia oriental de hoy, paralizada y des­
membrada, no puede hacerlo a pesar de que lo nece­
sita. Nos vemos puestos, así, en la siguiente alter­
nativa : o confesar, con los sectarios avanzados, que
la Iglesia ha perdido desde hace cierto tiempo su ca­
rácter divino y ya no existe sobre la tierra, o bien,
para evitar tan peligrosa* conclusión, reconocer que la
Iglesia U niversal, privada de órganos gubernam en­
tales y representativos en Oriente, los posee en su par-'
te occidental. Esto im portaría reconocer una verdad
histórica confesada en nuestro tiempo por los mismos
protestantes, a saber : que el actual papado no es una
usurpación arbitraria, sino el desarrollo legítim o de
principios que se hallaban en actividad manifiesta an­
tes de la división de la Iglesia y contra los cuales esta
ig lesia no ha protestado nunca. Pero, si se reconoce
al papado como institución legítim a, ¿ qué será de la
«■idea rusa» y del privilegio de la ortodoxia nacional ?
No pudiendo fundarse nuestro porvenir religioso en
la Iglesia oficial, ¿ no se podría encontrarle bases más
profundas en el mismo pueblo ruso ?
IV . Los DISIDENTES R U SO S. VERDAD RELATIVA DEL
«R assk o l ». M o n se ñ o r F il a r e t o , de M o sc ú , y su

IDEA DE LA IGLESIA U N IVER SAL,

C Z u a n d o se quiere reducir la ortodoxia a la idea na­


cional rusa, débese lógicamente buscar la verdadera
expresión de esa idea entre nuestros sectarios indíge­
nas y no en los dominios de ia Iglesia oficial, griega
(Je origen y organizada a la alem ana por Pedro el
Grande. P rivad a de todo principio determinado y de
toda independencia práctica, este «ministerio de ne­
gocios espirituales de la confesión ortodoxa» no hace
más que reproducir el clericalism o im perial bizantino
atemperado por la bondad e indiferencia de nuestra
raza y por ía burocracia alem ana de nuestra adm inis­
tración. A bstracción hecha de las causas particula­
res que han producido el ra ssk o l (1) y que sólo tienen

(1) El nombre genérico de rasskol (cisma) se emplea entre


nosotros para designar especialmente a los disidentes que se
separaron de la Iglesia oficial por cuestiones rituales ; también
se Ies llam a staroveros (viejos creyentes). L a separación se con.
sum<5 en ¡os años de 1666 y 1667, cuando un Concilio reunido en
Moscú anatem atizó los viejos ritos.
124 VLADIMIRO SOLOVIEF

im portancia histórica, se puede afirm ar sin temor de


equivocarse que la razón de ser perm anente de este
cisma nacional es la manifiesta insuficiencia del go­
bierno eclesiástico ruso unida a sus exorbitantes pre­
tensiones. Som etida sin reservas al poder secular y
privada de toda fuerza interior, esta Iglesia, «estable­
cida» por el zar, no deja por eso de abusar del p rin­
cipio jerárquico arrogándose sobre el pueblo una
autoridad absoluta que sólo pertenece de derecho a
la Iglesia U niversal e independiente fundada por C ris­
to. L a inanidad de tales pretensiones, sentida más que
reconocida, ha inducido a una parte de nuestros disi­
dentes a hacer tentativas infructuosas para constituir
una Iglesia ortodoxa rusa independiente del Estado,
en tanto que otro más numeroso partido proclamó,
sencillamente, que la verdadera Iglesia ha desapare­
cido del mundo desde 1666 y que nosotros vivim os
bajo e1 reino espiritual del anticristo que reside en San
Petersb'urgo. Y a se comprende por qué razón los p ar­
tidarios de «la idea rusa» se guardan bien de regis­
tra r el rassk ol para ver si contiene esa idea enigmática.
LTna doctrina que proclam a que la m onarquía y la
Iglesia rusas se hallan bajo el im perio absoluto del
anticristo y que rem ite al fin del mundo toda esperan­
za de mejoramiento, es evidentemente poco propicia
para con el patriotism o excesivo que v e en la R u sia
tal como es, el segundo Israel, el pueblo escogido del
porvenir. No carece, empero, de interés advertir que,
precisamente aquellos que querrían im poner a R usia
una misión particular {los eslavófilos) están condena­
dos a ignorar o desconocer el único fenóm eno histó­
rico en que el espíritu religioso del pueblo ruso haya
manifestado cierta originalidad. P or otro lado, cier­
tos círculos de nuestros liberales y radicales «occiden-
Ü Ü S lA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 12S
talistas» (2) toman de buen grado bajo su protección
a nuestro protestantism o nacional, a pesar de sus for­
mas bárbaras, creyendo descubrir- en él ,el pensam ien­
to -de un m ejor porvenir para el pueblo ruso. En c u a n ­
to a nosotros, no teniendo m otivo alguno para depre­
ciar ni para encarecer este característico fenóm eno de
nuestra historia religiosa, podem os juzgarlo más ob­
jetivam ente, No desconocemos la gran parte que cabe
a la profunda ignorancia, a las tendencias ultradem o-
cráticas y al espíritu de rebelión en los orígenes dei
rassk ol. P o r eso no buscaremos en él ninguna verdad
superior, ningún ideal religioso positivo. Y , sin em­
bargo, debemos convenir que hubo siempre una chis­
pa del fuego sagrado en esa agitación grosera y aun
absurda de las pasiones populares. Había allí una ar­
diente sed de verdad religiosa, 3a necesidad urgente
de una Iglesia verdadera y v iv a . Nuestro p ro te stan ­
tism o nacional dirige sus tiros contra una m anifesta­
ción parcial e imperfecta del gobierno eclesiástico y
no contra el principio de la Iglesia visible. A un para
la fracción más avanzada de nuestros vie jo s cre yen ­
tes, es de tal modo indispensable una Iglesia real y
organizada, que, privados de elia, se creen ya bajo el
reinado del anticristo. E xcluyendo la ignorancia que
les induce a confundir a R u sia con' el universo, en el
fondo de todos estos extraños errores se encuentra la
idea o el postulatum de una Iglesia independiente del
Estado e íntim am ente ligada a toda .la vida social y
privada del pueblo, de una Iglesia libre, potente y
v iva . Y si, a la vista de la Iglesia oficial, rusa o g rie-

{2} En ruso, z a p a d n ik i , nombre que se da al partido lite­


rario opuesto a los eslavófilos y que defiende los principios de
la civilización europea.
ga, sin independencia ni fuerza vital, nuestros disi­
dentes declaran que no es la.verdadera Iglesia de C ris­
to, tienen perfecta razón.
La verdad negativa del rassko l es inconmovible.
N i las sangrientas persecuciones de siglos pasados, ni
la opresión burocrática m oderna, ni la polémica ofi­
cial de nuestro clero han podido modificar la tesis irre­
futable : N o existe verdad ero g o b ie rn o espiritual en
la Ig le s ia g reco rru sa . Pero la verdad de nuestro pro­
testantism o nacional se lim ita a eso. En cuanto los
v ie jo s creyentes, dejando la sim ple negación, preten­
den hallar una salida para sus necesidades religiosas
y realizar su ideal eclesiástico, caen en contradiccio­
nes y absurdos manifiestos y ha.cen el juego a sus ad­
versarios. Fácil les es a éstos probar contra los p o p o v t -
si (3), que una sociedad religiosa que ha estado pri­
vada por siglos del episcopado y que sólo ha resta­
blecido en parte esa institución fundam ental m edian­
te procedimientos anticanónicos, no puede ser conti­
nuación auténtica de la antigua Iglesia ni custodia úni­
ca de la tradición ortodoxa. No es menos fácil esta­
blecer, contra los b e z p o p o v ts i (4), que el reino del an ­
ticristo no puede tener una duración indefinida y que,
para ser consecuentes, los disidentes deberían recha­
zar, junto con la Iglesia actual, a la antigua que, se­
gún su opinión, fué destruida el año de gracia de 1666;
porque una Iglesia contra la cual han prevalecido las

(3) P artido m oderado que, por m edios ilegítim os, dispone


de un sacerdocio y a u n desde 1848, de un episcopado, que tiene
centro en A ustria, en F o n ta n a Alba.
(4) P artido rad ical que cree que el sacerdocio y todos los
sacram entos, excepto el bau tism o , desaparecieron com pletam ente
desde 1666.
puertas del infierno no puede haber sido la verdadera
Iglesia de Cristo.
Como hecho histórico, eí r a ss k o l manifiesta en sus
millares de m ártires —y en eso estriba su im portan­
cia— la profundidad del sentim iento religioso en el
pueblo ruso, el vivo interés que le inspira la idea teo­
crática de la Iglesia. Si, por una parte, es un hecho
feliz que la m ayoría de la población .haya perm aneci­
do fiel a la Iglesia oficial, ia cual, no obstante la au­
sencia de legítim o gobierno eclesiástico (5), ha con­
servado con todo la sucesión apostólica y la v a l i d e z
de los sacram entos, sería deplorable, por otra, que
todo el pueblo ruso se contentara con esta Iglesia ofi­
cial tal como se encuentra; ello probaría sin lugar >a
dudas que toda esperanza de renovación religiosa está
perdida. La vehemente y tenaz protesta de esos m i­
llones de campesinos nos hace prever la regeneración
de nuestra vida eclesiástica. P ero el carácter esencial­
mente negativo de ese movim iento religioso es prue­
ba suficiente de que el pueblo ruso, así como cualquier
otro poder hum ano abandonado a sus recursos, e s in­
capaz de realizar su suprem o ideal. Todas esas aspi­
raciones y tentativas por lograr una Iglesia verdadera
nada denotan fuera de una capacidad religiosa p a s iv a
que, para realizarse efectivamente en determ inada for­
ma orgánica, espera un acto de regeneración moral

(5) E l n o m b ram ien to de todos n u estro s obispos se h a ce en


form a ab so lu tam en te prohibida y co n d en ad a por el canon I I I
del Séptim o Concilio ecum énico, canon que, desde el p u n to de
vista de n u e stra m ism a Ig lesia, n u n c a h a podido ser abrogado,
por fa lta de concilios ecum énicos ulteriores. M ás a d e la n te volve­
rem os sobre este punto.
123 Vl a d im ir o so l ó v ié f

de procedencia m ás alta que el elemento puram ente


nacional y popular.
■ Si la Iglesia olicial gobernada por un empicado
civil no es más que una institución de Estado, ram a
secundaria de la, adm inistración burocrática, la Iglesia
soñada por nuestros disidentes tampoco sería a io sumo
niás que una Iglesia nacional democrática. A ambos
partidos falta la idea de la I g le sia U niversa l. El artícu­
lo del símbolo relativo a la iglesia u n a , santa, católica
y apostólica, por más que es cantado en cada misa y
recitado en cada bautizo, sigue siendo letra m uerta
para los viejos ortodoxos, así como para «ia Iglesia
dom inante». P ara los prim eros ia Iglesia es el pueblo
ruso, en su totalidad hasta los tiempos del patriarca
Nicon, y, después de él, e.n ia parte que permaneció
fiel al viejo rito nacional. En cuanto a los teólogos de
la. Iglesia oficial, tienen ideas tan vagas como contra­
dictorias sobre el particular. Pero lo que se halla en
todas sus variaciones y lo que les es común, no obs­
tante todas sus diferencias, es la carencia de fe po­
sitiva en la Iglesia Universal. H e aquí —para no con­
siderar sino un solo escritor que vale por muchos—
la teoría de la Iglesia expuesta por el hábil Filareto,
arzobispo m etropolitano de Moscú, en una de sus más
im portantes obras (6) :
«La verdadera Iglesia cristiana comprende todas
las Iglesias particulares que confiesan a Jesucristo
civenido en la carne». La doctrina de todas esas socie-.
dades religiosas es en el fondo la misma ve rd a d divi­
na, pero puede hallarse- mezclada con opiniones y erro-

(6) Conversación entre u n exam inador y u n convencido so­


bre la verdad de la Iglesia O riental.
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL .129

res hum anos. De ahí resultan, en la enseñanza de esas


Iglesias particulares, diferencias en cuanto al g rad a
de pureza. L a doctrina de la Iglesia oriental es más
pura que las otras y aun puede considerársela comple­
tam ente pura, puesto que no mezcla ninguna opinión
hum ana a la verdad divina. Pero como, por lo demás,
cada com unión religiosa tiene idénticas pretensiones
de pureza en cuanto a fe y doctrina, no nos conviene
juzgai a los otros, sin^o abandonar el juicio definitivo
al E spíritu de Dios que gobierna las Iglesias».
Tal es el sentim iento de M ons. Filareto y la m ejor
parte del clero ruso piensa como él. Lo que esta m ane­
ra de ver tiene de am plio y conciliador no debe ocul­
tarnos sus defectos esenciales. El principio de unidad
y de universalidad en la Iglesia está referido allí al
solo fondo común de ía fe cristiana, el dogm a de la
Encarnación. Pero esta fe verdaderam ente fundam en­
tal en Jesucristo, el H om bre-D ios, no es considerada
como germ en vivo y fecundo de ulterior desarrollo; el
teólogo moscovita quiere ver en él la unidad definiti­
va del m undo cristiano y la única que le parece nece­
saria. Se contenta con hacer abstracción de las dife­
rencias que existen en la religión cristiana, y se decla­
ra satisfecho con la unidad puram ente teórica obtenida
en esa form a. Es la unidad de la indiferencia am plia,
pero hueca, que no supone lazo orgánico alguno ni
éxig.e ninguna com unidad efectiva entre las Iglesias
particulares. L a Iglesia U niversal es'reducida a un ser
de raz ó n ; sus partes son reales, pero el todo no es más
que una abstracción subjetiva. Si no ha ocurrido siem ­
pre así, y si la Iglesia en su totalidad fué otrora un
cuerpo vivo, este cuerpo es hoy presa de la m uerte y
de la descom posición; lo único que se m anifiesta ac­
tualm ente es la existencia de las partes separadas, en
9
130 V L A b l M lR O SOLOVIEF

tanto que su nidad substancial ha desaparecido en las


regiones del m undo invisible.
Y tal idea de la I g le sia m u erta no es sólo una conse­
cuencia que nos parece contenida implícitam ente en la
tesis de nuestro ilustre teélo g o ; él h a cuidado de des­
cribirnos la Iglesia U niversal según la concibe con la
im agen de un cuerpo inanim ado compuesto de elemen­
tos heterogéneos y desunidos. Tuvo, en efecto, la ins­
piración de aplicar a la Iglesia de C risto la visión del
gran ídolo, referida en el libro de D aniel. La cabeza de
oro del ídolo es la Iglesia cristiana p rim itiv a , el pecho
y los brazos de p la ta son la «Iglesia que se fortifica y
extiende» (época de los m ártires); el vientre de bron­
ce es «la Iglesia abundante» (triunfo del Cristianism o,
época de los grandes doctores). P o r fin, la Iglesia ac­
tual, «la Iglesia dividida y fraccionada», está represen­
tada por los dos pies con los dedos en que la arcilla ha
sido mezclada el hierro p o r m ano de h om bre. Aceptar
seriam ente este símbolo siniestro es negar la Iglesia
de Dios fundada para' todos los siglos, la Iglesia una,
infalible e inquebrantable. El autor lo ha com prendi­
do muy luego, y en las ediciones ulteriores de su obra
ha excluido toda esa a le g o r ía , si bien no ha encontra­
do con qué reem plazarla. P o r lo demás, si lim itamos
la aplicación de dicha im agen a la Iglesia oficial gre­
co-rusa, se debe confesar que el em inente representan­
te de esta institución no carece de ingenio ni de im par­
cialidad. El hierro y la arcilla, confundidos por mano
de hombre, la violencia y la impotencia y una ficticia
unidad que sólo espera un choque para deshacerse en
polvo : no se podría p intar mejor el estado actual de
nuestro establecimiento eclesiástico.
V. Los E s la v ó filo s fttrsos V süs id iía s süfiR fe LA
Ig le s ia . N o ta s c r ític a s .

o n s e í s ' o r Filareto ha puesto al desnudo, sin que­


rerlo, el estado real de la Iglesia orienta! separada. Los
Eslavófilos han querido cubrir esa desnudez con el
transparente velo de una teoría idealista de la Iglesia
«en su unidad libre y viva, basada en la gracia divina
y la caridad cristiana». Como idea genera! de la Igle­
sia bajo el aspecto de organism o m oral, la doctrina de
los eslavófilos es perfectamente cierta, y ellos tienen
el gran mérito de haber insistido en prin cip io sobre la
unidad esencial e indivisible de este organism o, tan
desconocida por nuestros teólogos oficiales y nuestros
disidentes. P o r lo demás, los que opinen que los esla­
vófilos, al exponer la idea p o s itiv a de la Iglesia U n i­
versa l se quedan demasiado en vaguedades y genera­
lidades, encontrarán esta misma idea de la Iglesia,
desarrollada con mucha mayor am plitud y claridad
por ciertos escritores católicos, sobre todo el ilustre
M oehler en su adm irable libro D ie S y m b o lik der
C hristlichen K ir c h e (1).

.(1) O bra íau d ad a y citada a m enudo' en las Praelectiones


theologícae del d o g m atista oficial de la Iglesia latina, P. P erro-
ne. profesor del C ollegium rom anum y m iem b ro de la C om pa­
ñía de Jesús.
VLADIMIRO SO L0V1EP

« L a Ig le s ia es una», tal es el título que Khom iakof,


jefe del círculo eslavófilo en R usia, ha dado a un
opúsculo dogm ático que, aun cuando insignificante
en sí, merece ser- indicado como la única tentativa he­
cha por los eslavófilos para precisar y sistem atizar sus
ideas .teológicas. L a unidad de la Iglesia está determ i­
nada por la unidad de la Gracia divina que, para pe­
netrar a los hom bres y transform arlos en Iglesia de
Dios, exige de ellos fidelidad a la tradición común,
caridad fraternal y libre acuerdo de las conciencias
individuales como garantía definitiva de la veracidad
de su fe. Los eslavófilos insisten sobre este último pun­
to especialmente definiendo a la Iglesia verdadera como
la síntesis e sp o n tá n e a e interior de la u n id a d y de la
libertad en la c a n d a d .
¿ Qué .puede objetarse a sem ejante i d e a l ? ¿C uál es
el católico rom ano que, al m ostrársele la H um anidad
entera o una parte considerable de ella penetrada de
am or divino y caridad fraternal, poseyendo sólo un
alma y un corazón y perm aneciendo así en una libre
unión por completo interior, cuál es, digo, el católico
romano que querría imponer a tal sociedad la autori­
dad exterior y obligatoria de un poder religioso pú­
blico? ¿E xisten en alguna parte papistas que crean
que los serafines y querubines necesitan un P a p a que
los gobierne ? Y asimismo, ¿ dónde está el protestan­
te que, viendo la verdad definitiva realmente adquiri­
da por <da perfección de.ía caridad», insistiera todavía
en emplear el libre examen ?
La unidad, perfectamente libre e interior de los
; hombres con la D ivinidad, y entre ellos, es el suprem o
fin, el puerto hacia el que navegam os. Nuestros her­
m anos occidentales no están de acuerdo entre eílos en
cuanto a los medios más apropiados para lograrlo. Los
R U S I A Y LA I G L ES I A UNIVERSAL .133

católicos creen que es m á s se g u ro c ru z a r el m ar juntos


en una gran nave ya probada, construida por un maes­
tro célebre, gobernada por un experimentado piloto y
provista de todo cuanto es necesario para el viaje.
Los protestantes pretenden, por el contrario, que cada
cual debe fabricarse un barquichuelo a su gusto para
podr bogar con m á s libertad. E sta últim a opinión, por
errónea que sea, adm ite discusión, sin embargo. Pero,
¿ qué puede argum entarse contra estos seudo-ortodo-
xos, según los cuales el verdadero medio de llegar a
puerto es im aginarse que ya se está en él? P ues así
creen aventajar a las comuniones occidentales, las que,
a decir verdad, no han supuesto jam ás que la gran
religiosidad pudiera resolverse tan fácilmente.
La Iglesia es una e indivisible, lo que no le impide
contener esferas diferentes que no deben ser separa­
das, sino claram nte distinguidas, sin lo cual nunca se .
llegará a com prender nada del pasado ni del presente, ;
ni a hacer nada por ei futuro religioso de la H um ani­
dad. La perfección absoluta sólo puede pertenecer a
la parte superior de la Iglesia, que se ha apropiado ya
y asimilado definitivam ente la plenitud de la gracia ;
divina (la Iglesia triunfante o el reino de la gloria).
E ntre esta esfera divina y los elementos puram ente :
derrestres de la H um anidad visible, está el organism o 1
divino-hum ano de la Iglesia, invisible en su p o d e r m is- ;
tico y visible en sus m anifestaciones actuales, que par­
ticipa igualm ente de la perfección celeste y de las con- .
diciones de la existencia m aterial. E sta es la Iglesia
propiam ente dicha y ésta es lo que nosotros considera­
mos. Ella no es perfecta en el sentido absoluto, pero 1
debe poseer todos los medios necesarios para progre- '■
sar con seguridad hacia el ideal suprem o —la unión
perfecta de toda criatura en D ios— a través de obs- :
134 VLADIMIRO SOLOVIEF

táculos y dificultades innum erables y entre las luchas,


tentaciones y desfallecimientos hum anos.
L a Iglesia no tiene aquí abajo la unidad perfecta
del reino celeste, pero debe, sin em bargo, contar con
cierta unidad real, con un vínculo, orgánico y espiri­
tual al mismo tiempo, que la determíne como institu­
ción sólida, como cuerpo vivo y como individualidad
moral. Bien que no abrace'm aterial y actualm ente a
todo el género h u m a n o ; es, sin em bargo, universal
en virtud de que no puede atarse exclusivamente a una
nación o a un grupo de naciones cualesquiera, sino
que debe tener un centro internacional para propagar­
se en el universo entero. La Iglesia de aquí abajo, fun­
dada en la revelación divina, custodia del depósito de
la fe, no por ello tiene conocimiento absoluto e inme­
diato de todas las verdades; pero es infalible, es decir,
que no puede errar si determ ina en un momento dado
tal-o cual verdad religiosa y moral, cuyo conocimiento
explícito ha llegado a serle necesario. L a Iglesia te­
rrestre no es absolutam ente libre por cuanto está so­
metida a las condiciones de la existencia finita, pero
debe tener in d e p e n d e n c ia bastante como para poder
luchar continua y activam ente contra los poderes ene­
migos, para no perm itir que las puertas del infierno
prevalezcan contra ella.
Tal es la verdadera Iglesia de la tierra, la Iglesia
que, aun cuando imperfecta en sus elementos hum a­
nos, ha recibido de D ios el derecho, el poder y todos
los medios necesarios para elevar a la H um anidad y
d irig irla a su fin definitivo. Si no fuera una y uni­
versa!, no podría servir de base para la unidad positi­
va de todos los pueblos, y ésta es su misión principal.
Si no fuera infalible no podría guiar a la H um anidad
por el cam ino verd ad ero ; sería entonces como un cíe-
R U S I A y LA I G L E S I A U N I V E R S A L .135

go guiando a otro ciego. Y si, por último, no fuera


independiente, no podría llenar ninguna de sus fun­
ciones sociales, y, al convertirse en instrum ento de los
poderes de este siglo, faltaría por completo a su mi­
sión.
Los caracteres esenciales e indispensables de la
Iglesia verdadera son, al parecer, suficientem ente cla­
ros y determ inados. Sin em bargo, nuestros nuevos or­
todoxos, tras de haber confundido en sus nebulosas
reflexiones el aspecto divino y el aspecto terrestre de
la Iglesia, no encuentran dificultad alguna para iden­
tificar ese confuso ideal con la Iglesia' oriental de hoy,
la Iglesia greco-rusa tal como la vem os... L a procla­
man la sola y única Iglesia de D ios, la verdadera Igle­
sia U niversal, y m iran a las dem ás comuniones como
asociaciones anticristianas. A sí, al paso que aceptan
en p rin c ip io la idea de la Iglesia U niversal, los esla­
vófilos la excluyen de hecho y reducen la universali­
dad cristiana a una Iglesia particular que está por otra
parte, m uy lejos de responder al ideal que ellos m is­
mos preconÍ2an, Según su pensam iento, la verdadera
Iglesia es, ya lo sabemos, «la síntesis orgánica de la
libertad y de la unidad en la c arid ad » ; ¿es en 1a Igle­
sia greco-rusa donde encontrarem os esta síntesis? T ra­
temos de conservar la seriedad y veamos si es cierto.
V I, L ib e r t a d r e l ig io s a y l ib e r t a d e c l e s iá s t ic a .

H ,n el orden de la religión y de la Iglesiapuede en­


tenderse por libertad dos cosas m uy distintas : prim e­
ra, la independencia del cuerpo eclesiástico (clero y
fieles) en relación con el poder exterior de) E stado, y
segunda, la independencia de los in d iv id u o s en m ate­
ria de relig ió n ; es decir, el derecho concedido a cada
uno de pertenecer ab iertam ente a tal o cual comunión,
de pasar librem ente de una de ellas a otra, o de no per­
tenecer a ninguna y profesar im-Punsmente toda espe­
cie de creencias e ideas religiosas, así positivas como
negativas (í). P ara evitar confusiones llamaremos a
la prim era libertad eclesiástica, y a la segunda, liber­
tad relig io sa (2). Toda Iglesia supone cierta sum a de

(1) N o tra ta re m o s aquí de u n a te rc e ra clase de lib ertad : la


de diferentes cultos reconocidos p o r el E stad o . C ierta libertad
de cultos (en su sta tu s quo) se im pone p o r fuerza en u n im perio
corno R usia, que cu e n ta m ás de tre in ta m illones de súbditos
ajenos a la Ig lesia dom inante.
(2) L os térm in os u sados en este ú ltim o sentido — libertad-
de conciencia y libertad de confesión— d ebeiían ser desechados
por im propios. L a conciencia es siem pre libre y nadie puede
im pedir que un m á rtir confiese su fe.
133 VLADIMIRO SOLOVIEF

creencias comunes, y el que no las com parta no puede


gozar en la com unidad de iguales derechos que los
creyentes. El poder de reaccionar por todos los medios
espirituales contra los miembros infieles y de excluir­
las definitivam ente de la- com unidad, es uno de los
atributos esenciales de la libertad eclesiástica. En
cuanto a la libertad religiosa, sólo entra en el dominio
propio de la Iglesia de m anera indirecta : el único que
puede adm itir o restringir directam ente el derecho de
las personas a profesar abiertam ente lo que creen en
materia de religión es el poder tem poral del Estado.
L a Iglesia no puede ejercitar ;más que u n a influencia
moral para determ inar al Estado o ser más o menos
tolerante. N inguna Iglesia se ha m ostrado nunca in­
diferente a la propaganda de creencias extrañas que
amenazaran quitarle sus fieles. P ero se trata de saber,
qué arm as debe emplear la Iglesia para com batir a sus
enemigos ; ¿ debe lim itarse a los medios espirituales de
la persuasión, o debe recurrir al E s ta d o para usar de
sus arm as m ateriales, la coacción y la persecución ?
Ambos modos de lucha contra los enemigos de la Igle­
sia no se excluyen absolutam ente. Puede distinguirse
entre el error intelectual y la m ala voluntad, y obran­
do contra el prim ero por vía de persuasión, defender­
se de la segunda quitándole los medios de dañar (3).
Pero hay una condición absolutam ente indispensable
para que sea p o sib le la lucha e sp iritu a l: es que la
Iglesia m ism a posea la libertad eclesiástica, que no se
encuentre sujeta al E stado. El que tiene las manos ata­
das no puede defenderse por sus propios m edios; está

(3) A d m itim o s esta d istin c ió n en principio (itt abstracto),


pero estam os lejos de reco m en d arla com o reg la p ráctica.
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 130

obligado a confiarse en el socorro de otro. U n a Iglesia


de Estado completamente sujeta al poder secular y que
sólo existe gracias a él, ha abdicado de su poder espi­
ritual, y sólo puede ser defendida con cierto éxito con
arm as materiales (4).
En otros siglos, ia Iglesia Católica rom ana (que
siempre ha gozado de la libertad eclesiástica y que nun­
ca ha sido Iglesia de Estado), ai paso que luchaba con­
tra sus enemigos con las arm as espirituales de la en­
señanza y la predicación, autorizaba a los Estados ca­
tólicos a poner la espada tem poral al servició de la
unidad religiosa. H oy no hay Estados católicos; en
Occidente, el Estado es ateo y la Iglesia rom ana con­
tinúa existiendo y prosperando, apoyada únicam ente
en la espada espiritual, en la autoridad moral y en la
libre predicación de sus principios. P ero una jerar­
quía entregada al poder temporoa! y probando con
ello estar privada de fuerza interior, ¿ cómo podría ejer­
cer la autoridad moral de que ha abdicado? N uestra
institución eclesiástica actual ha abrazado exclusiva­
mente los intereses del E stado para recibir de él la ga­
rantía de su existencia am enazada por los disidentes.

(4) E sto lo confiesan con m u c h a ingen uidad n u estro s m is­


m os escritores eclesiásticos. P o r ejem plo, en u n a serie de a rtícu ­
los de la R evista ortodoxa (P ravoslavnoié Ó bozrenié) relativos
a la lucha del clero ru so co n tra los disidentes, el au to r, M . T chis-
tiakof, después de exponer ¡as h az a ñ a s del obispo P itirim , de
N ijni N ovgorod, cuyo celo e ra invariab lem en te apoyado por
las tro p as del vicegobernador R jev sk i, llega a la conclusión
que el célebre m isionero debía todos su s éxitos a e sta ayuda
del poder secular y al derecho de llev ar por la fu e rza a los disi­
dentes a escuchar su predicación. (Prav. O bozr., o ctubre 1887,
p. 34S). E n la m ism a revista, añ o 1882, puede h a lla rse p arecid as
confesiones sobre las m isiones con tem p o rán eas e n tre los p ag a­
nos de la S iberia O rien tal.
140 * VLADIM IRO SOLOVIEV

Siendo el fin puram ente material, los medios no pue­


den ser de diferente carácter. L^s m edidas de coacción
y de violencia consignadas en eí Código moral del Im ­
perio son las únicas 'arm as defensivas que nuestra or­
todoxia, se g ú n el E s ta d o , puede oponer a los disiden­
tes indígenas, así como a las comuniones extranjeras
que quisieran disputarle el imperio de las alm as. Si en
los últimos tiempos agentes clericales han hecho ten­
tativas de lucha contra los sectarios por medio de dis­
cusiones sem ipúblicas (5), la demasiado m anifiesta fal­
ta de buena fe de esos debates en que u n a de las partes
está predestinada a equivocarse siem pre y sólo puede
decir lo que le consienten sus adversarios, sólo ha ser­
vido para poner de relieve la im potencia'm oral de la
Iglesia establecida, dem asiado com placiente con los
poderes terrestres para ser respetada y demasiado im­
placable con las alm as para ser am ada. ¡ Y ella es la
que representaría la unión libre de las conciencias en
el espíritu de caridad !
Los eslavófilos, en su polémica anticatólica, han
cuidado confundir la libertad eclesiástica con la liber­
tad religiosa. Como la Iglesia católica no siempre fué
tolerante y no adm ite 'el principio de indiferencia en
m ateria de religión, era m uy fácil declamar contra el
despotismo romano silenciando la gran perrogativa de
la libertad eclesiástica, que sólo el catolicismo defendió

(5) Aludo a «las conversaciones (sobesied.ova.nia) con los


viejos creyentes» en K a zan , K alu g a y sobre todo en Moscú.
A p e sa r de las m o lestas condiciones de esta s d isp u tas y la
abstención de los jefes ¿dei rasskol, no siem pre salen gan an d o
los represen tan tes de la Ig lesia oficial. U n diario , L a Voz de
M oscú (Golos M oskvy), q u e se atrevió a im p rim ir en US85 actas
estenográficas de tales debates, tuvo que a rrep en tirse de' su
tem eridad. E ste diario y a no existe.
ru sia y LA I g l e s i a u n iv e r sa l mi

siempre entre todas las com uniones cristianas. Pero


cuando se trata de nuestra propia causa, la confusión
de sas libertades no sirve para nada, puesto que es
claro que no poseemos una ni otra. Y nadie ha expues­
to esta triste verdad con más fuerza y calor que e! di­
funto J. Aksakof, último em inente representante de
la antigua escuela eslavófila. No tenemos más que ci­
tar algunos pasajes notables de sus escritos (6).

(6) A ksak o f fué perseguido d u ra n te m ucho tiem po por la


adm in istració n ru sa a cau sa de la fran q u eza de sus críticas.
R ecién en los últim os años de su v ida com partid con K a tk o f
el privilegio de ex p resar lib rem en te su pensam iento, privilegio
exclusivo de am bos y que m urió con ellos.
VII. J- S . A k sa k o f, so b re la I g le s ia O fic ia l
en R u s ia .

_yOS cordones a ch selh an d de edecán general con


que fué condecorado por P ablo I, M onseñor Ireneo,
•arzobispo de P skof y m iem bro del Santo Sínodo,
representan de significativa m anera las relaciones de
la Iglesia y el Estado en R usia. E sta condecoración
laica y hasta m ilitar sobre la sotana del arzobispo no
debe parecem os r a r a ; ella prueba solamente que la
idea fundam ental de nuestra constitución eclesiástica
ha recibido, después de P edro el Grande, lógicos
desarrollos (1). Se sabe que la Iglesia rusa está gober­
nada por un Consejo adm inistrativo llamado colegio
espiritual o Santo Sínodo, cuyos miembros son nom ­
brados por el em perador y están subordinados a un
empleado civil o m ilitar (el p ro cu rad o r' superior del
Santo Sínodo), al que pertenece toda la iniciativa del
gobierno eclesiástico. L a diócesis (eparquías) están
gobernadas nom inalm ente por obispos nom brados por
el Jefe del E stado a recomendación del Sínodo; es de-

(1) O bras com pletas de J. S. A ksakof, t. IV , p. 119.


V L A D Í M lR O SÓ LO VIE#

cir, del procurador superior, que en seguida los des­


plaza a su gusto.
»Los grados jerárquicos del clero han sido consig­
nados en «la T abla de los grados» y puestos en co­
rrespondencia exacta con los grados militares. U n me­
tropolitano equivale a un mariscal («general comple­
to», según la expresión rusa), un arzobispo a un ge­
neral de brigada («mayor general»). En cuanto a los
sacerdotes, pueden, con un poco de celo, llegar ál gra-
.do de coronel. Pablo I ha sido consecuente, por lo tan­
to, al condecorar con cordones m ilitares a personajes
im portantes de la Iglesia (2).
»¿ Son éstos detalles 'insignificantes, cosas puram en­
te exteriores? P ero ese exterior refleja el estado inte­
rior de nuestra Iglesia. Incorporados al servicio del
Estado, los mismos servidores del altar se consideran
empleados e instrum entos del poder secular. Sj éste
recompensa los servicios del clero con condecoracio­
nes laicas, es porque el mismo clero está ávido de ta­
les recompensas (3). Desde los prim eros años de su
existencia el Sínodo de San P etersburgo se complació
en afirm ar su carácter de institución imperial, y nun­
ca dejó de citar al poder tem poral como verdadera
fuente de su autoridad, En todos los actos de su p ri­
mera época recordó sin cesar que el soberano «ha or­
denado» (povelieno) a todo el mundo, «a las personas
de toda ciase : eclesiásticos y laicos, que consideren al
Sínodo como un gobierno im portante y poderoso» y
que no debe dism inuir «la diginidad que le ha confe­
rido «Su M ajestad el Zar». Fácilm ente se concibe que
el elemento tem poral de que el Sínodo creía recibir su

(2) A ksakof, Ib id ., p, 120,


(3) Ib id ., p. 121.
ÉtisiA y La i g l e s i a ü n ívérsaL

fuerza, viniera a prevalecer necesariamente sobre los


demás elementos y a someter completam ente a esta ins­
titución híbrida que, sin dejar de presentarse como
órgano del poder secular, pretendía, sin em bargo, au­
toridad de concilio (4). La dignidad concedida por Su
M ajestad el Zar no podía ser dism inuida por nadie,
excepto S u M ajestad. Y así es cómo el procurador su ­
perior, Jakovlef, obtuvo una orden imperial que pro­
hibía severamente al Sínodo m antener corresponden­
cia directa con nadie; todas las comunicaciones («todo
papel», según la expresión rusa) relativas a los nego­
cios de la Iglesia debían ser transm itidos al procu­
rador.
»De esta m anera nuestra Iglesia aparece en su go­
bierno como una especie de oficina o cancillería colo­
sal que aplica ai oficio de apacentar el rebaño de Cris^
to los procedim ientos de la burocracia alem ana con
toda la falsedad oficial que le-es inherente (5). Desde
que el gobierno eclesiástico está organizado como un
departam ento de la adm inistración laica, y los m inis­
tros de la Iglesia cuentan en el número de los servido­
res del Estado, la misma Iglesia se transform a m uy
luego en función del poder secular, o, sencillamente,
entra al servicio del Estado. (Con «los derechos y pri­
vilegios del fisco-ltazna», que el código ruso atribuye
a la Iglesia establecida, penetró en su vida interior el
elemento fis c a l: kazenny.) En apariencia no se ha he­
cho más que introducir el orden necesario en la Igle­
sia ; en realidad, se le ha arrebatado su alm a. Al ideal
de un gobierno verdaderam ente espiritual se sustitu­
yó el de un orden puram ente form al y exterior. No se

(4) Ibid., p. 122,


(5) Ib id ., p. 124.
10
146 VLÁDIM1RÓ SO L O V IE F

trata únicam ente del poder secular, sino en particular


de las ideas seculares que penetraron en nuestro medio
eclesiástico y se apoderaron hasta tal punto del alma
y del espíritu de nuestro clero, que la misión de ía
Iglesia en su sentido verdadero y vivo ha llegado a
serle casi incomprensible» (6).
Confirm a este aserto una masa de tratados y pro­
yectos de reforma eclesiástica que el partido «inteli­
gente y progresista» de nuestro clero enviaba a Aksa­
kof, y que, sin excepción, tenían idéntico carácter de
secularismo antirreligioso (7).
«Unos recom iendan, para reanim ar el celo de los
predicadores, un nuevo sistema de recompensas ofi­
ciales a base de condecoraciones especiales. Insisten
otros en la necesidad de garantías formales asegura­
das por el E stado para defender al clero inferior con­
tra el poder episcopal. Y otros vinculan nuestro por­
venir religioso al aumento de las entradas eclesiásti­
cas, y querrían con ese fin que el Estado concediera
a las Iglesias el monopolio de ciertas ram as de la in­
dustria. Los hay que proponen introducir determ ina­
dos impuestos para la adm inistración de los Santos
Sacram entos ...A lgunos llegan a afirm ar que nuestra
vida religiosa no está suficientemente reglam entada
por el gobierno y piden otro Código de leyes y reglas
para la Iglesia. Y, sin em bargo, en el Código actual
del Imperio se encuentran más de mil artículos preci­
sando la tutela del Estado sobre la Iglesia y las fun­
ciones de la Policía en el dominio de la fe y la piedad.
»¿"Nuestro Código declara al gobierno secular con­
servador de los dogm as de la fe dom inante y guar-

(6) Ibid., p, 125, 126.


(7) Ib id ., p. 126.
rusiá y La iglesia Un iversal

dián del buen orden en la santa Iglesia?» Pues vemos


a este guardián, con la espada en alto, pronto a cor­
tar toda infracción a la ortodoxia establecida, menos
con la asistencia del Espíritu Santo que con Jas leyes
penales del Imperio ruso (8).
»E1 procurador superior del Sínodo, como jefe res­
ponsable de la Iglesia, presenta cada año ai E m pera­
dor un informe dei estado de esa' institución. N in g u ­
na diferencia ofrecen, en cuanto a form a y estilo, esos
informes con los de los otros m inisterios, por ejem­
plo el M in isterio de Vías de com unicación. En é¡ se
ven las m ism as divisiones y subdivisiones de m aterias,
sólo que, en lugar de los títulos : «c a m in o s », <<ferro­
carrilesD, arios navegables)), el informe del Señor pro­
curador superior contiene las rúbricas r uafirmación
y p ro p a g a c ió n de la, fe», «a c tiv id a d p a s to r a l », «m a n i­
festaciones del s e n tim ie n to religioso, de respeto a la
s a g ra d a p e rson a de S u M a je s ta d », etc.» (9). El infor­
me de 1866, analizado por Aksakof, term ina con la
conclusión característica: «La Iglesia rusa, infinita­
mente deudora de su prosperidad a la atención augus­
ta del soberano, ha entrado en el nuevo año de su
existencia con renovadas fuerzas y más grandes pro­
mesas para el porvenir» ( 10).
L a Iglesia ha abdicado su libertad eclesiástica; el
Estado ie ha garantizado, en cambio, su existencia y
su calidad de Iglesia dom inante, suprim iendo la li­
bertad religiosa en Rusia, «Donde no hay unidad viva
e interior, dice Aksakof, la integridad exterior sólo

{B) Ib id ., p. 84.
(9) Ib id ., p. 75.
(10) Ib id ., p. 77,
VLÁDtMÍRÓ só L o viéf

puede'ser sostenida por la violencia y el fraude» ( 11).


L a frase del patriota moscovita es cruel, pero jus­
ta. La unidad frágil y dudosa de nuestra Iglesia se
sostiene gracias a los fraudes y violencias protegidas
o ejercidas por el gobierno. Desde las actas inventa­
das de un ficticio concilio pontra un im aginario here­
je (12) hasta las falsificaciones recientes en la traduc­
ción de las actas de los concilios ecuménicos (publi­
cada por la Academia eclesiástica de K azan), toda la
acción ofensiva y defensiva de nuestra Iglesia no es
más que una serie de fraudes cum plidos en la más
perfecta seguridad, gracias a la protección vigilante
de la censura eclesiástica que previene toda tentativa
de descubrirlos. En cuanto a la violencia en m ateria
de fe, está en principio reconocida y desarrollada en
detalle en nuestro Código penal. 'J'oda persona nacida
en la Iglesia dom inante o convertida a la ortodoxia, es
acusada de crim en, si abraza otra religión, aunque fue­
ra cristiana, y debe ser juzgada por los tribunales en
la misma condición que los monederos falsos y los
salteadores de caminos. El que sin emplear ningún
medio coercitivo ni de violencia, con la persuasión
sola condujera a alguno a abandonar la Iglesia do-

(11) Ib id ., p. 100.
(12) Aludo a la s a cta s del pretendido concilio de K ief en
1157, que atribu y en a un hereje del siglo xli, M artín el A rm e,
nio, (que, por lo dem ás, no h a existido) todas las opiniones de
los «viejos creyentes» de los siglos x v n y xv in. E sta invención
era tan grosera e inverosím il que n u e stra escuela eclesiástica
m ism a llegó a avergonzarse de ella. P ero en los últim os tie m ­
pos ei o scurantism o oficial h a vuelto a poner sobre el tapete
la invención del obispo P itirim . (V er el artículo citado del
Prav. Obozr., oct. 1887, p. 306, 307, 314),
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 149

m inante queda privado de los derechos civiles y es


deportado a Siberia o metido en. la cárcel.
Tal severidad no es letra m uerta entre nosotros y
Aksakof tuvo ocasión de com probarlo durante una
cruel persecución contra cierta secta protestante en la
R usia m eridional.
«Suprim ir con la prisión la sed espiritual cuando
no se tiene con qui satisfacerla; responder con la pri­
sión a la necesidad sincera dé la fe, a las cuestiones
dei pensam iento religioso que d esp ierta; probar con
la prisión la verdad de la ortodoxia, es socavar po r la
base toda nuestra religión y entregar las arm as al pro­
testantism o victorioso. Con sem ejantes medios de de­
fensa, con procedimientos tales para establecer la ver­
dad ortodoxa, el celo de los pastores resulta superfluo
y pronto se desvanece; todo fuego sagrado debe ex­
tinguirse. Las severas prescripciones de los jefes ecle­
siásticos que, bajo pena de m ulta, obligan al clero a
fundar escuelas, no podrán obtener nunca verdadera
instrucción religiosa del pueblo y hasta — ¿ pero no se­
remos dem asiado escépticos?— hasta el reciente u ka-
se, que acuerda a los sacerdotes que trabajen en la
educación popular, derecho a la cruz de Santa A na d*3
tercer grado y a la dignidad de caballero, será insufi­
ciente para suscitar nuevos apóstoles» (13).
Y sin em bargo resulta que las leyes penales son
indispensables en absoluto para conservar a «la Igle­
sia dom inante».
Los más sinceros defensores de esta Iglesia (por
ejemplo, el historiador Pogodine, citado por nuestro
autor), confiesa que, una vez adm itida la libertad re-

(13) A ksakof, Ibid., p, 72.


150 VLADIMIRO SOLOVIEF

ligiosa en R usia, la m itad de los campesinos se pa­


sarían al rassko l y la m itad de la alta sociedad (en
particular las m ujeres) se haría católica. ¿ Qué signi­
fica semejante confesión ?, pregunta A k sa k o f: «Que
la m itad de los miembros de la Iglesia ortodoxa sólo
le pertenecen en ap a rien c ia ; que sólo están retenidos
en su seno por tem or de las penas tem porales. ¡ Este
es, pues, el estado actual de nuestra Ig le s ia ! Estado
indigno, afligente y horrible. ¡ Qué exceso de sacri­
legio en el recinto s a g ra d o ; la hipocresía reem plazan­
do a la verdad, el terror en lugar del amor, la corrup­
ción bajo apariencias de orden exterior, mala fe en la
defensa violenta de la verdadera fe; qué negación, en
la misma Iglesia, de los principios vitales de la Igle­
sia, de toda su razón de s e r ; la m entira y la incredu­
lidad allí donde todo debe vivir, ser y moverse por
la verdad y la f e ! ... Sin embargo, el más grave peli­
gro no es que el mal haya penetrado entre los creyen­
tes, sino que haya' recibido derecho de ciudadanía, que
esa situación de la Iglesia sea creada por la ley, que
semejante anom alía sea consecuencia necesaria de
la n o rm a aceptada por el Estado y por nuestra misma
sociedad (14).
«En general entre nosotros,■en R usia, en las cosas
de la Iglesia, como en todas las demás, lo que se tra ­
ta de conservar sobre todo es la apariencia, el deco-,
r u m ; esto basta a nuestro amor por la Iglesia, a nues­
tro am or perezoso, a nuestra fe holgazana. Cerramos
de grado los ojos y, en nuestro pueril temor por el es­
cándalo, nos esforzamos por ocultar a nuestra pro­
pia vista y a la vista del m undo entero todo el gran

(14) Ibid., p. 01.


R U S I A Y LA I G L ES I A UNIVERSAL

mal quej bajo un velo de conveniencias, devora como


un cáncer la esencia vital de nuestro organism o reli­
gioso (15). En parte alguna se tiene tanto horror a la
verdad como en los dominios de nuestro gobierno ecle­
siástico ; en parte alguna es más grande el servilismo
que en nuestra jerarquía espiritual; en parte alguna
«la m entira saludable» es practicada en tan vasta es­
cala como allí donde toda m entira debería ser aborre­
cida ; en parte alguna como allí se admite, so pretexto
de prudencia, tantos comprom isos que m engüen la
dignidad de la Iglesia y le quiten autoridad. L a causa
principal de todo es que no se tiene suficiente fe en
la fuerza de la verdad (Í6). Lo más grave es que todos
estos males de nuestra Iglesia los conocemos y nos
hemos conform ado con ellos y vivimos en paz. Pero
esta vergonzosa paz, estos deshonrosos compromisos
no pueden sostener la paz de la Iglesia, y si^fftifican,
para la causa de la verdad, una derrota, ya que no una
traición (17).
»Si debe creerse a sus defensores, nuestra Iglesia
es un rebaño vasto, pero infiel, cuyo pastor es la po­
licía que, a la fuerza, a latigazos, hace entrar en el
aprisco a las ovejas extraviadas. ¿ Responde sem ejan­
te imagen a la verdadera idea de la Iglesia de C risto?
Y si no responde, ya no es la Igelsia de Cristo, y en­
tonces, ¿qué es? U n a institución de E stado que pue­
de ser. útil a los intereses del E stado, para la discipli­
na de las costum bres. Pero no debe olvidarse que la
Iglesia es un dominio en qüe ninguna alteración' de

(15) Ib id ., p. 42.
(16) Ibi d. , p. 35.
(17) Ib id ., p. 43.
t
,152 VLADIMIRO SOLOVIEF

la base moral puede admitirse, en que no puede que­


d ar im pune n in g u n a infidelidad al principio vivifican­
te, en donde, si se miente, no se miente a los hombres,
sino a Dios. Si una iglesia es infiel- al testam ento de
Cristo es el fenómeno más estéril y anorm al del m un­
do entero, al que la palabra divina ha condenado an­
ticipadam ente (18). U na Iglesia que forme parte de
un Estado, es decir, de un «reino de este mundo», ha
abdicado su misión y debe com partir ia suerte de to­
dos los reinos de este m undo (19). No tiene en sí mis­
ma ninguna razón de ser, se condena a la impotencia
y a la muerte (20).
»La conciencia rusa no es libre en R usia, el pen­
sam iento religioso está in e rte ; (da abom inación de la
desolación» se instala en el lugar san to ; el soplo de
la muerte reemplaza al espíritu vivificante; la espada
espiritual —-la palabra— se cubre de orín, reem pla­
zada por la espada del Estado, y. ante el recinto de la
Iglesia, en lugar de los ángeles de Dios, p ara guar­
d ar sus entradas y salidas, vense gendarm es e ins­
pectores de policía, custodios de los dogm as ortodo­
xos, directores de nuestra conciencia (21).
Nb h e m o s o lv id a d o q u e lo s e slavófilos ven en nues­
tra Iglesia a la única y verdadera Iglesia de Cristo,
síntesis viva de la libertad y de la unión en el espíritu
de caridad. Y véase la conclusión a que llega el últi­
mo representante de deste partido después de un exa­
men imparcial de nuestros asuntos eclesiásticos : «Lo
que .falta a la Iglesia rusa es el saludable soplo del

.(18) Ib id ., p. 91, 92.


(19) Ib id ., p. 111.
1(20) Ib id ., p. 93.
(21) Ib id ,, p. 83,84,
R U S I A F LA IGL'ESIA U N I V E R S A L 153

espíritu de verdad, del espíritu de caridad, de) espí­


ritu de vida, del espíritu de libertad»" (22).
Así, según el insospechable testim onio de un orto­
doxo y de un patriota ruso eminente, nuestra Iglesia
nacional, a b a n d o n a d a p o r el E s p ír itu de V erdad y de,
Caridad, no es la verdadera Iglesia de Dios. P ara evi­
tar esta necesaria consecuencia, se acostum bra entre
nosotros a evocar ad hoc el recuerdo de las otras IgK
sias orientales (en !as que se piensa lo mismo). «No
pertenecemos a la Iglesia rusa, dicen, sino a la Igle­
sia ortodoxa y ecuménica de O riente.» Fácilmente su
concibe que los partidarios de la Iglesia oriental se-
parad a no pretendan nada menos que atribuirle u n i­
dad real y positiva. Queda por averiguar si, en efec­
to. posee tal unidad.

(22) Ib id ., p. 121.
V III. R e la c io n e s e n tr e la ig le s ia r u sa y la ig le s ia

g r ie g a , B u lg a r ia y S e r v ia .

-E /L cuerpo de la Iglesia oriental no es hom ogéneo.


Entre las diferentes naciones que Ja componen, dos
principales han dado nom bre a ésta, que se denom ina
oficialmente Iglesia grecorrusa. E ste dualismo nacio­
nal (que, dicho sea de paso, recuerda singularm ente
los dos pies de arcilla de que habla Mons. Filareto)
perm ite dar form a concreta a la cuestión de nuestra
unidad eclesiástica. Nos interesa conocer qué lazo real
y vivo une la Iglesia rusa a la Iglesia griega para for­
m ar con am bas un solo organism o m oral. Se nos dice
que rusos y griegos tienen una fe común, y que esto
es lo esencial. Pero es necesario saber lo que se en­
tiende por la palabra «fe» o ((religión» ( v i e r a ) . La
verdadera fe es aquella que abraza toda nuestra alm a
y se manifiesta como principio m otor y director de
toda nuestra existencia. L a profesión de una sola e
igual creencia abstracta, que no regule la conciencia
ni la vida, no constituye un vínculo social, ni puede
unir de veras a nadie y es, en sum a, indiferente saber
si esta fe m uerta es o no común a algunos. P o r el con­
trario, la unidad de la fe real llega a ser necesariam en­
150 VLADIMIRO SOLOVIEF

te una unidad viva y actuante, una solidaridad moral


y práctica.
Si la Iglesia rusa y la Iglesia griega no manifies­
tan con ninguna acción vital su solidaridad, su «uni­
dad de fe» es sólo una fórm ula abstracta que nada crea
ni obliga a nada. U n laico, preocupado por cuestiones
de religión, preguntó un día al m etropolitano Filare-
to (no se extrañe el lector de encontrar siempre ese
nombre bajo nuestra plum a; es el único personaje pú­
blico de efectiva im portancia que haya producido la
Iglesia rusa en el siglo xix), un laico preguntó, pues,
al ilustre prelado :
— ¿ Qué podría hacerse para vivificar las relacio­
nes entre la Iglesia rusa y la Iglesia m atriz?
•—P e r o ,'¿ y con qué motivo pueden m antener re­
laciones entre sí? — replicó el autor del catecismo gre-
eorruso.
A lgunos años antes de esta curiosa conversación
había ocurrido un incidente que perm ite apreciar en su
justo valor las palabras del prudente arzobispo. U n
m iembro eminente de la Iglesia anglicana y de la U n i­
versidad de Oxford, W illiam Palm er, quiso ingresar
a la Iglesia ortodoxa. F ué a R usia y a Turquía para
estudiar el estado actual del Oriente cristiano e infor­
m arse de las condiciones en que podía comunicar con
los ortodoxos orientales. En San P etersburgo y Mos­
cú se le dijo que no tenía más que abjurar los errores
del protestantism o ante un sacerdote, que en seguida
le adm inistraría el sacram ento del santo crism a (la
confirmación). Pero en Constantinopla supo que de­
bía ser bautizado nuevam ente. Como se sabía cristia­
no y no tenía razones p ara sbspechar de la validez de
su bautism o (por lo dem ás perfectamente aceptado por
la Iglesia rusa ortodoxa), consideró sacrilego un se­
&üsiá y LA ig lé Síá Un iv e r sa l is?

gundo bautism o. P o r otra parte, no pudo resolverse


a adoptar la ortodoxia de acuerdo con las reglas par­
ticulares de la Iglesia rusa, puesto que en ese caso
habría sido ortodoxo en R usia, perm aneciendo paga­
no para los griegos. El no quería unirse a una Iglesia
nacional, sino a la Iglesia ortodoxa universal. N adie
pudo resolver esta dificultad, y pasó a ser católico ro­
mano (1). Se ve que hay cuestiones que podrían y de­
berían establecer contactos entre la Iglesia rusa y su
metrópoli, y si se evita cuidadosam ente tocarlas es por­
que se sabe por anticipado que planteándolas con fran­
queza sólo se llegaría a un cisma form al. U n hecho
dom inante determ ina las relaciones reales de estas dos
Iglesias nacionales que perm anecen oficialmente en
comunión religiosa: el odio tenaz de los griegos para
con los rusos,, al que éstos replican con una hostilidad
mezclada de desprecio. Pero esa misma unidad oficial
pende de un hilo y toda la prudencia sacerdotal de
San P etersburgo y C onstantinopla basta apenas para
evitar que se rompa tan frágil lazo. No es ciertam ente
por caridad cristiana que trata de conservarse este si­
mulacro de unidad, pero se temé la revelación fatal :
el día de la formal ruptura entre la Iglesia rusa y la
Iglesia griega, todo el m undo sabrá que la Iglesia

(!) Se h a lla rá en nota al fin del volum en, alg u n o s detalles


históricos sobre la cuestión del segundo bau tism o de la Iglesia
greco-rusa. E stos hechos, que sin d u d a conocía P alm er, h an de-
bido confirm arlo con su resolución definitiva de no b u s c a r' la
verdad universal ai tí donde el m isterio fu n d am en tal de n u e stra
religión se h a convertido en in stru m e n to de la política nacional.
(L a nota prom etid a no fig u ra en la edición Stock de 1922.)
(N, del T.)
159 fL AD ÍM ÍRÓ SÓLOVÍEF

oriental ecuménica es no más que una ficción, que en


O riente sólo existen iglesias nacionales aisladas. Este
es el motivo real que impone a nuestra jerarquía' una
conducta prudente y m oderada frente a los griegos, la
cual consiste en evitar toda clase de relaciones con
ellos (2). En cuanto a la Iglesia de Constantinopla que,
en su orgullo particularista se denom ina «la Gran
Iglesia» y «la Iglesia 'Ecum énica», acaso se alegraría
si pudiera librarse de los bárbaros del N orte que son
obstáculo para sus tendencias panhelénicas. En época
reciente el patriarca de Constantinopla estuvo por dos
veces a punto de anatem atizar a la Iglesia rusa (3).
Sólo consideraciones puram ente m ateriales impidie­
ron el estallido; la Iglesia griega-de Jerusalén, de he­
cho completamente sujeta a ía de Constantinopla, de­
pende por otro lado, en cuanto a sus medios de exis­
tencia, casi exclusivam ente de la piedad rusa. Esta
dependencia m aterial en que el clero griego se halla
respecto a R usia data de m uy antiguo y constituye
actualm ente la única base real de la unidad greco-
rusa. Es evidente que un lazo así, puram ente exterior,
no puede, por si, hacer áe am bas Iglesias un so)o
cuerpo mora! dotado de unidad de vida y acción,

(2) E sta es tam bién la única razón p ráctica p o r la cual, a


despecho del sol y de los astro s, m an ten em o s el calendario ju ­
liano, N o podría cam biársele sin e n tra r en conversaciones con
los G riegos y esto es lo que m ás tem en n u estra? esferas cle­
ricales.
(3) En 1872, cuando el sínodo de S an P etersb u rg o rehusó
asociarse explícitam ente a la s decisiones del concilio griego que
excom ulgó a los B úlg aro s, y en 1884, cuando el gobierno ruso
soücitó a la P u e rta q u e n o m b ra ra dos obispos b ú lgaros en
diócesis que los G riegos consideran exclusivam ente suyas.
kuSlA Y LA I G L ES I A UNIVERSAL 159

Confirma además esta conclusión el hecho de la,s


Iglesias nacionales de menor im portancia que, bájo
la jurisdicción del patriarca de Constantinopla, for­
maban parte otrora de la Iglesia griega y pasaban a
ser autocéfalas a medida que recuperaban su indepen­
dencia política los pequeños Estados respectivos. Las-
relaciones de esas mal llamadas Iglesias entre sí y con
la metrópoli bizantina y la Iglesia rusa son casi nu­
las. Ni siquiera el trato puram ente oficial y de conve­
niencia m antenido entre S an P etersburgo y C onstan­
tinopla existe —que yo sepa— entre R usia y las nue­
vas Iglesias autocéfalas de R um ania y el reino helé­
nico. Respecto a B ulgaria y Servia ocurre todavía
algo peor. E s sabido que los patriarcas griegos, con
asentim iento del Sínodo de A tenas, excom ulgaron
en 1872 a todo el pueblo búlgaro por motivos de po­
lítica nacional.
Los búlgaros fueron condenados por su filetism o,
es decir, la 'tendencia a someter la Iglesia a divisiones
de raza y nacionalidad. L a acusación era exacta; pero
ese filetismo, herejía en los búlgaros, era la ortodoxia
misma entre los griegos.
Bien que, sim patizando con los búlgaros, la Igle­
sia rusa quiso situarse por sobre esa querella nacio­
nal. P a ra eso debería haber hablado .en nombre de la
Iglesia U niversal; pero, como ni rusos ni griegos te­
nían ese derecho, el Sínodo de San P etersburgo se
contentó, en lugar de hacer una declaración term inan­
te, con reñir a Ja jerarquía bizantina y, al recibir las
decisiones del concilio de 1872 con invitación de apro­
barlas, se abstuvo de pronunciarse. De ahí derivó un
estado de cosas imprevisto o, m ejor dicho, que se ha­
bía creído imposible según los cánones eclesiásticos,
iGd • VLa Dt m ir ó s ó L o v i EF
La Iglesia rusa continuó en comunión form al con la
Iglesia griega y en comunión real con la Iglesia búl­
gara sin haber protestado explícitamente contra el acto
canónico de excomunión que separaba a ías dos Igle­
sias y sin apelar —siquiera pro forma-— a un concilio
ecuménico. A náloga complicación ocurrió con Servia.
Cuando el gobierno ateo dei pequeño reino publicó
leyes eclesiásticas q y e establecían la jerarquía de la
Iglesia servia sobre una sim onía obligatoria (ya que
(odas las dignidades sacras debían ser com pradas a
precios fijos) y cuando, después de la arbitraria depo­
sición del m etropolitano M iguel y otros obispos, se
creó, con menosprecio de las leyes canónicas otra je­
rarquía, ésta, rechazada form alm ente por la Iglesia
rusa, compró en desquite la adhesión del patriarca de
Constantinopla. E sta vez fué (da gran Iglesia» quien
resultó en comunión con dos 'Iglesias que no lo esta­
ban entre sí. ¿ Será m enester añadir que todas estas
Iglesias nacionales sólo son Iglesias de Estado, ab­
solutam ente privadas de toda clase de libertad ecle­
siástica? Fácilm ente se advierte cuán nefasta influen­
cia debe ejercer tal humillación de la Iglesia sobre la
crisma, religión en esos d e s g r a c ia d o s p a íse s . E s bas­
tante conocida la indiferencia religiosa de los servios,
así como su m anía de emplear la ortodoxia como ins­
trum ento político en su lucha fratricida contra los
cioatas católicos (4). P o r lo que hace a Bulgaria, véase
un testimonio cuya autoridad no puede ser puesta en
duda. M onseñor José, exarca de B ulgaria, expuso en
un solemne discurso pronunciado en C onstantinopla,
:.mi ocasión de la fiesta de San M etodio (1885) el afli-
gente estado de la religión en su patria. La masa del
pueblo, dijo, es fría e indiferente. E n cuanto a la
clase culta es decididamente hostil a todo lo santo y
RÜSIÁ y LA i G L E S I Á U N Í V É k S A L Í6i

oólo el temor a los rusos impide abolir la Iglesia en


B ulgaria (5). No necesitamos probar que la condición
religiosa de R um ania y la del reino helénico no difie­
re esencialmente de lo que se ve entre servios y búl­
garos. En el informe presentado al em perador de R u ­
sia por el procurador del Santo Sínodo, publicado el
año último, se presenta bajo ios más som bríos colo­
res el estado religioso y eclesiástico de los cuatro paí­
ses ortodoxos de la península. Y, en efecto, no podría
ser él más m iserable. Pero lo verdaderam ente sorpren­
dente es la explicación que de ello da el documento ofi­
cial. De creer al jefe de nuestfa Iglesia la sola y única
causa de todos esos males sería el r é g im e n con stitu ­
cional : Si ello es así, ¿ cuál es entonces la causa del
deplorable estado de la Iglesia rusa ?

(5) E ste discurso h a sido reproducido in extenso en el diario


de K atk o f, G aceta de M oscú.
IX . U n a p r o f e c ía c u m p l id a . C r ít ic a d e l c é s A itó -
p a p is m o .

n am igo de Ansakof, miembro eminente como él


dei partido o círculo eslavófilo, jo rg e Sam arm e (1),
escribía en una carta particular, a propósito del con­
cilio Vaticano : «El absolutism o papal no ha extingui­
do la vitalidad del clero católico; esto debe hacernos
m e d ita r, porque un día u otro se proclam ará entre nos­
otros la infalibilidad del zar, o sea la del procurador
del Santo Sínodo, porque el zar no entrará para nada en
la cosa... ¿ H a b rá ese día uno sólo de nuestros obis­
pos, un solo monje, un solo sacerdote que proteste?

(1) D iscípulo ferviente de K h o m iak o f, sin las brillante»


cualidades de éste pero superior a él por la ciencia y el espíritu
crítico. Y ury (Jorge) F edorovitch S a m a rm e (+ 1876) h a sido be­
nem érito de R u sia tom ando p a rte activa en la em ancipación de
¡os siervos en ¡86Í, A p arte de esto su inteligencia cultiv ad a y *u
notable talen to h an sido (como ocurre a m enudo en R u sia) casi
estériles. N o h a dejado obras considerables ; se ha hecho n o ta r
com o escritor p articu larm en te por sus polém icas tendenciosas
contra los Je su íta s y los alem an es de las provincias b álticas. L a
c a rta que citam o s estaba dirig id a a u n a d am a rusa, la señora
A. O . Srtjirnof, y fechada el 10/22 D bre. de 1871,
V L A D IM IR O S O L O VIÉP

Lo dudo. Si alguno protesta será un laico, vuestro ser­


vidor, e Iván Sergievitch (Aksakof), si todavía somos
de este mundo. En cuanto a nuestro lam entable clero,
a quien vos consideráis m ás desgraciado que culpa­
ble (y acaso tengáis razón), perm anecerá mudo.»
Me complace recoger estas palabras, porque co­
nozco pocas profecías de este género que se hayan rea­
lizado tan exactamente. La proclam ación del absolu­
tism o césaropapista en Rusia, el silencio profundo y la
completa sumisión del clero, finalmente la protesta
aislada de un laico, todo ha sucedido como lo previera
Sam arm e.
En 1885, un documento oficial emanado del go­
bierno ruso (2) declaraba que la Iglesia oriental había
renunciado a su potestad entregándola en manos del
zar. Pocos advirtieron esa m anifestación. Sam arm e
había muerto hacía varios años. A ksakof tenía ya po­
cos meses de vida, pero publicó en su diario, L a R u s s ,
la protesta de un escritor laico que no pertenecía,, por
lo demás, al grupo eslavófilo. E sa única protesta, no
autorizada ni sostenida por representante alguno de
la Iglesia, hacía resaltar mejor, eji su aislamiento, el
deplorable estado de la religión en R usia (3). El ma-

(2) R eglas de exam en del E stad o p a ra la F acu ltad de los


derechos.
P ) Nota, para los lectores m so s. Yo n o firm é el a rtícu lo en
cuestión («La filosofía de E stado en los p ro g ra m a s de la U n i­
versidad», R u ss, septiem bre, 1885), p orque creía ex p resar el
sentim iento general de la sociedad ru sa. E ra u n a ilusión y hoy
puedo reivindicar el derecho exclusivo de esa vox clam antis in
deserto. P o r lo dem ás no h ay que olvidar que fu era de lo que
se llam a la sociedad, existen en R u sia de doce a quince m illo­
nes de disidentes que no h an esperado al añ o 18S5 p a ra p ro tes­
ta r contra e! cesaropapism o m oscovita y petersburgués.
R U S I A F LA I G L E S I A UNIVERSAL .168

nifiesto césaropapista de los burócratas petersburgue-


ses era, por otra parte, tan sólo la confesión form al de
un hecho consumado. N o puede negarse que la Igle­
sia oriental no haya abdicado efectivamente su poder
en favor del poder secu lar; nos preguntam os única­
mente si tenia derecho de hacerlo y si, después de h a­
berlo hecho, podía representar todavía a Aquel a quien
toda potestad ha sido dada en los cielos y sobre la tie­
rra. P o r más que se estrujen los textos evangélicos re­
lativos a los poderes eternos que Jesucristo legó a su
Iglesia, no se encontrará jam ás el derecho de entregar
esos poderes en m anos de un gobierno tem poral. El
poder que pretendiera reem plazar a la Iglesia en su
misión terrestre debería haber recibido, por lo menos,
iguales prom esas de estabilidad.
No creemos que nuestros jerarcas hayan renuncia­
do voluntariam ente y de propósito deliberado a su po­
der eclesiástico. Pero si la Iglesia oriental ha perdi­
do, a causa de los acontecimientos, lo que le pertene­
cía de derecho divino, es evidente que las puertas del
infierno han prevalecido contra ella y que, por con­
siguiente, ella no es la Iglesia inconmovible fundada
por Cristo.
Tam poco queremos hacer responsable al gobierno
secular de la anorm al situación de la Iglesia frente al
E stado. Este último ha tenido razón de m antener su
independencia y suprem acía respecto, a un poder es­
piritual que sólo representaba una Iglesia particular
y nacional se p a ra d a ■de la gran com unidad cristiana.
Al afirmar que el Estado debe someterse a la Iglesia
debe entenderse que es a la Iglesia establecida por
Dios, una, in d iv is ib le y u n iv e rsa l.
El gobierno de una Iglesia nacional separada no es
más que una institución histórica y puram ente hum a­
160 VLADIMIRO SOLOVIEF

na. Pero el jefe del Estado es. representante legítim o


de la nación com o tal, y si el clero quiere ser nacional
y sólo nacional, debe, de buen o mal grado, recono­
cer la absoluta soberanía del gobierno secular. L a es­
fera de la existencia nacional no adm ite en sí m is m a
sino un centro único : el jefe del E stado. El episco­
pado de una Iglesia particular no puede, relativam en­
te al Estado, pretender la soberanía del poder apos­
tólico más que uniendo realmente la nación al R eino
Universal o internacional de Cristo. C uando una Igle­
sia nacional no quiere someterse al absolutism o del
Estado, o sea dejar de ser Iglesia para convertirse en
departam ento de la adm inistración civil, debe contar
necesariamente con un apoyo real fuera del Estado
y la nación; unida a éstos por lazos naturales e his­
tóricos, debe al mismo tiempo pertenecer, en su cali­
dad de Iglesia, a un círculo social más 'vasto, con cen­
tro independiente y organización universal dél que
la Iglesia local rso puede ser más que un órgano par­
ticular.
P a ra resistir al absolutism o absorbente del E sta­
do, los jefes de la Iglesia rusa no podían apoyarse en
su metrópoli religiosa, que era, a su vez, una Iglesia
nacional sujeta desde mucho antes al poder secular.
No fué la libertad eclesiástica, sino el césaropapismo
lo que recibimos de Bizancio, donde este principio an­
ticristiano se desenvolvió sin obstáculos desde el si­
glo ix. La jerarquía griega, al rechazar el potente apo­
yo con que antes contaba en el centro independiente
de la iglesia U niversal, se vió por completo a merced
del Estado y de su autócrata. Antes del cisma, cada
vez que los em peradores grieefos invadían el dominio
espiritual y amenazaban la libertad de la Iglesia, los
representantes de ésta, San Juan Crisóstomo, San Fia-
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL .167

viano, San M áximo Confesor, San Teodoro E studita


o el patriarca San Ignacio, se volvían al centro inter­
nacional de la cristian-dad, recurrían al arbitraje del
Soberano Pontífice, y si llegaban a sucumbir,, vícti­
mas de la fuerza bruta, su causa, la causa de la verdad,
de la justicia y de la libertad, nunca dejaba de encon­
trar en R om a el inquebrantable sostén que le asegu­
raba un triunfo definitivo.
En aquellos tiempos la Iglesia griega era y se sen­
tía parte viviente de la Iglesia U niversal, ligada ínti­
mam ente al gran todo por el centro común de^ la uni­
dad : la cátedra apostólica de San Pedro. Tales rela­
ciones de dependencia saludable con el sucesor de los
suprem os apóstoles, con el Pontífice de Dios, tales
relaciones puram ente espirituales, legítim as y llenas
de, dignidad, fueron reem plazadas por la sum isión
profana, ilegal y hum illante, al poder de simples lai­
cos e infieles. Y no se trata aquí de un accidente his­
tórico, sino de la lógica de las cosas, que quita por
fuerza a toda Iglesia puram ente nacional su indepen­
dencia y dignidad y la somete al yugo, más o menos
pesado, pero siempre deshonroso, del poder tem poral.
E n todo país reducido a contar con Iglesia nacio­
nal, el gobierno secular (sea autocrático o constitu­
cional) goza de la plenitud absoluta de toda autoridad
y la institución eclesiástica sólo figura como m iniste­
rio' especial dependiente de la adm inistración genera!
del E stado. El E s ta d o nacional es un cuerpo real y
co m p leto , que existe por y para sí, y la Iglesia nacio­
nal es una parte, o mejor dicho cierto aspecto de ese
organism o social del tod o político, y existe para sí sólo
en abstracto.
E sta servidum bre de la Iglesia es incom patible con
su dignidad espiritual, con su origen divino, cop su
168 VLADIMIRO SOLOVIEF

misión universal. Además, el raciocinio demuestra, v


la H istoria lo confirma, que la coexistencia prolon­
gada de dos poderes v dos gobiernos igualm ente in­
dependientes y soberanos, lim itados a la m ism a re­
gión territorial, en el dominio de un solo Estado na­
cional, es absolutam ente imposible. Sem eiante diar'-
Quía acarrea fatalm ente un antagonism o nue debe ter­
m inar con el comoleto triunfo del gobierno secular,
poroue es él ouien renresenta realmente a la nación,
en tanto oue la THesIa, oor su mi^ma naturaleza, no
es institución nacional ni ouede llegar a serlo sino
p prHienHo su verdadera razón de ser.
Nos dicpn oue el EmDerador de R usia es hiio de
la Iglesia. Eso es lo que debería ser como iefe de uji
E stado cristiano. P ero para serlo efectivamente cé>-
rresoonde que la Iglesia eierza sobre él alguna auto­
ridad, que tenga un poder independiente y superior al
de! Estado. Con la mejor voluntad del m undo el frlo-
narca secular no podría ser de verdad hijo de luna
Iglesia de la que es jefe al mismo tiempo y a la cual
gobierna por medio de sus empleados.
La Iglesia en R usia, priv ad a de todo punto de
apoyo, de todo centro de unidad exterior al Estado
nacional, ha concluido necesariam ente por quedar so­
m etida al poder se c u la r; y este último, por no tener
nada sobre sí en la tierra, ni nadie de quien pudiera
recibir una sanción religiosa, una delegación parcia!
de la autoridad de Cristo, ha concluido, no menos ne­
cesariamente, en e! absolutism o anticristiano.
Si el Estado nacional se presenta como cuerpo so­
cial com pleto, capaz de bastarse a sí mismo, no pue­
de pertenecer como miembro vivo al cuerpo universal
de Cristo. Y si está fuera de este cuerpo ya no es E s­
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 169

tado cristiano y no hace más que renovar el antiguo


cesarismo que el cristianismo suprim iera.
Dios se hizo hom bre en la persona del Mesías ju­
dío en el momento en que el hom bre se hacía dios
en la persona del César rom ano. Jesucristo no atacó
a César ni le disputó el poder, pero declaró la verdad
a su respecto. Dijo que César no era Dios y que el
poder cesáreo estaba fuera del reino de Dios. D ar a
César la moneda que ha hecho acuñar y a D ios el res­
to, era lo que hoy llaman separación de la Iglesia y
el Estado, separación necesaria m ientras César fué pa­
gano, imposible desde que se hizo cristiano. U n cris­
tiano, sea rey o emperador, no puede quedar fuera del
R eino de Dios y oponer su poder al de Dios. El m an­
damiento suprem o, «dad a Dios lo que es de Dios»,
es necesariamente obligatorio para el mismo César si
quiere ser cristiano. El debe tam bién dar a D ios lo
que es de Dios, es decir, ante todo, el poder sobera­
no y absoluto sobre la tierra. Porque para com pren­
der bien la palabra sobre César que el Señor dirigió
a sus enemigos antes de su pasión, debe com pletár­
sela con aquella otra más solemne que, después de
resucitar, cfij’o a sus cfisctpuíos, a /os representantes
de su Iglesia : «.Se m e ha dado toda p o te sta d en el cie­
lo y en la tierra (M ath., X X V III, ^8). He aquí un tex­
to formal y decisivo que no puede, en conciencia, in­
terpretarse de dos m aneras. Los que creen de veras
en la palabra de Cristo jam ás adm itirán al E stado se­
parado del R eino de'D ios, al poder tem poral indepen­
diente y soberano en absoluto. H ay un solo poder en
la tierra, y éste no pertenece a César, sino a Jesucris­
to. Si la palabra relativa a la m oneda quitó a César
la divinidad, esta otra palabra le quita la autocracia.
Si quiere reinar en la tierra ya no puede hacerlo de
170 VLADIMIRO SOLOVIEF

por sí, debe juzgarse deleg ado de Aquel a quien toda


potestad ha sido dada en la tierra. M as, ¿ cómo ppdría
lograr esa delegación ?
Al revelar a la H um anidad el R eino de Dios, que
no es de este m undo, Jesucristo proveyó todo lo ne­
cesario para realizar el Reino en el m undo. H abiendo
anunciado en la oración pontifical que el fin de su obra
era la unidad perfecta de todos, el Señor quiso dar
base rea! y orgánica a esa obra fundando su Iglesia
visible y proponiéndole, como salvaguarda de su uni­
dad, un jefe único en la persona de San Pedro. Si hay
alguna delegación de poder en los Evangelios es ésta.
N inguna potencia temporal ha recibido de Jesucristo
sanción ni prom esa alguna. Jesucristo sólo fundó su
Iglesia y la fundó sobre el poder m onárquico de P e ­
dro : «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia.»
En consecuencia, el Estado cristiano .debe depen­
der de la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia mis­
ma depende del jefe que Cristo le dió. El César cris­
tiano debe, en definitiva, participar de la realeza de
Cristo por interm edio de Pedro. No puede poseer po­
der alguno sin aquel que recibió la plenitud de todos
los poderes, ni puede reinar sin aquel que tiene las
llaves del Reino. P a ra ser cristiano el Estado debe
estar sometido a la Iglesia de C risto ; pero a fin de
que tal sumisión no sea ficticia la Iglesia debe ser in­
dependiente del E stado, debe tener un centro de uni­
dad exterior al E stado y superior a él, debe ser de
veras la Iglesia U niversal.
En estos últim os tiempos ha empezado a com pren­
derse en R usia que una Iglesia puram ente nacional,
abandonada a sus propias fuerzas, llega a ser fatal-
' mente instrum ento pasivo e inútil del Estado y que
RUSIA y LA I GL ES I A UNIVERSAL 171

la independencia eclesiástica debe ser asegurada por


un centro de poder espiritual in ternacional. Pero, bien
que adm itiendo la necesidad de un centro así, se que­
rría crearlo sin salir de los límites de )a cristiandad
oriental. La creación futura de u.n casi-papa. oriental
es la últim a pretensión anticatólica que nos queda por
examinar.
5 Í. P rovecto d é ü ñ Ca s i papado En C o n s t a n t i n o p l a
v Jerusalén.

F ^ l deseo preconcebido de situar el centro de la Igle­


sia U niversal en Oriente a cualquier precio, revela ya
un amor propio local y un odio de raza más aptos para
producir divisiones que para fundar la unidad cris­
tiana. ¿N o valdría más, sin prejuzgar nada, buscar el
centro universal donde está? Y si no existe, ¿ n o es
puerii tratar de in v e n ta rlo ?
U na vez aceptada la necesidad de tal centro para
la normal existencia de la Iglesia, debe reconocerse
tam bién q u e el D i v i n o Jefe 7 F undador de Ja J gíesia
ha p r e v is to dicha necesidad y tío ha abandonado al
azar de los acontecim ientos y a la hum ana arbitrarie­
dad la condición indispensable de su obra. Si, cedien­
do a la evidencia, se concede que la Iglesia sin centro
internacional de unidad no podría ser libre y activa,
debe confesarse que el O riénte cristiano, privado de
tal órgano esencial desde hace mil años, no puede
constituir por sí solo la Iglesia U niversal. D urante
período tan largo ésta ha debido m anifestar su unidad
en otro lugar. Que la idea de hallar un gobierno cen­
tral para la Iglesia U niversal en alguna parte de O rien­
1.74 VLADIMIRO SÓ L O V lÉ P

te o de instituir un antipapa oriental, que esta idea


híbrida no tenga nada de serio ni de práctico, se ve
demasiado por la incapacidad de sus partidarios para
ponerse de acuerdo en la cuestión siguiente, así sea
a título de proyecto teórico o de p iu m d e s id e ñ u m :
l A cuál de los dignatarios eclesiásticos de Oriente po­
dría atribuirse esta problem ática misión ? El «patriar­
ca ecuménico» de C onstantinopla es candidato de unos ;
otros preferirían la sede de Jerusalén, «madre de to­
das las Iglesias». Si nos proponem os destruir aquí en
pocas palabras estas tristes utopías, no es a causa de
su im portancia intrínseca, que es absolutam ente nula,
sino tan sólo por consideración a ciertos escritores res-'
petables que, faltos de otro recurso, han querido opo­
ner tales ficciones a la idea de la verdadera reunión
de las Iglesias.
Si el centro de unidad no existe p o r derecho d iv i­
no, necesita que la actual Iglesia (a la cual consideran,
empero, como cuerpo completo), después de haber vi­
vido dieciocho siglos, cree por sí misma la condición
de su existencia. E s como si se im pusiera a un cuerpo
humano^ solo, privado de cerebro, la tarea de fabri­
carse este órgano central. Con todo, y como quiera
que el absurdo radical de su teoría no choca a nuestros
adversarios, nos es menester considerar sus proyec­
tos en detalle.
La Iglesia, al atribuir a uno de sus pastores pri­
m acía de jurisdicción, püede basar su elección, ya en
hechos de la historia religiosa consagrados por la tra ­
dición eclesiástica, ya en consideraciones de orden pu­
ram ente político. P a ra conferir un simulacro de san­
ción religiosa a sus pretensiones nacionales, los grie­
gos bizantinos han afirmado que su Iglesia había sido
fundada por el apóstol San A ndrés, a quien ellos IIa-
É.USIÁ y LA Í GL ÉS 1 A U N I V E R S A L

m an Protocleto (el prim ero llamado). El vínculo le­


gendario que une a C onstantinopla con este apóstol
no podría, aun cuando fuera más efectivo ( 1), confe­
rir ninguna prerrogativa eclesiástica a la ciudad im pe­
rial, puesto que ni la S agrada Escritura, ni la tradi­
ción de la Iglesia asignan a San Andrés ninguna clase
de prim acía en el colegio apostólico. Luego el após­
tol no podía comunicar a su Iglesia un privilegio que
él no había recibido. Y e.n 451, cuando el concilio ecu­
ménico de Calcedonia, los obispos griegos, queriendo
atribuir a la sede de C onstantinopla Ja prim acía dé
Oriente y el segundo lugar en la Iglesia U niversal
después del obispo de «la vieja Rom a», se cuidaron
bien de recurrir a San A ndrés y fundaron su proyec­
to, únicamente, en la dignidad .política de la ciudad
imperial ( b a s ile v o u s a p o l i s ) . Este argum ento, que en
el fondo es el único favorable a las pretensiones bi­
zantinas, no puede justificarlas en cuanto al pasado
ni para lo porvenir (2). Si la prim acía eclesiástica de­
pende de la condición de la ba silevou sa polis, la anti­
gua Rom a, que ya no poseía ese título, debía perder
tam bién en la Iglesia el prim er lugar que, siñ em bar­
go, nadie se atrevió a disputarle. M uy lejos de ello,
fué al papa mismo a quien los obispos griegos diri­
gieron sus hum ildes súplicas para que se dignara con-

(1) A la ciudad de P a tra s correspondió el privilegio de ser


con sagrada por el m artirio de S an A ndrés y de h ab er poseído
prim ero sus reliquias.
(2) T odavía nos ocuparem os de esta p rim era g ra n m an ife s­
tación del cesaropapism o bizantino, que en todo caso n a d a tiene
de com ún con la au to rid ad infalible de los decretos dogm áticos
form ulados por el concilio.
173 VLADÍMÍRÓ SÓLOVIEÉ

firmar, la prim acía relativa y parcial del patriarca bi­


zantino.
En cnanto a la cuestión actual de si la prim acía
debe pertenecer al patriarca establecido en la r e s i d e n ­
cia del em perador ortodoxo, ¿cóm o hacer ahora que
no hay em perador ortodoxo en C onstantinopla ni pa­
triarca en San Petersburgo ? Supongam os, empero,
vencida esta dificultad y a C onstantinopla convertida
de nuevo en la ciudad reinante del m undo ortodoxo,
residencia de un em perador de O riente, ruso, griego
o g recorruso; para la Iglesia sería la vuelta al césaro-
papism o del Bajo Im perio. Sabemos, en efecto, que el
prim ado facticio del patriarca imperial, fué la tum ba
de la libertad y de la autoridad eclesiásticas en O rien­
te. Los que, p ara evitar el césaropapism o de San P e­
tersburgo, quisieran transportarlo a C onstantinopla,
no harían más que echarse'al río p ara evitar la lluvia.
Jerusalén, centro sagrado de la teocracia nacional
del A ntiguo Testam ento, no tiene derecho alguno a la
suprem acía en la Iglesia U niversal de Cristo. La tra­
dición' indica al apóstol Santiago como prim er obispo
de Jerusalén. Pero, así como San Andrés, Santiago
tampoco tenía ninguna clase de prim acía en la Igle­
sia apostólica y no podía comunicar a su sede ningún
derecho excepcional. P o r otra parte, no tuvo sucesor
por largo tiem po. Al aproxim arse las legiones de Ves-
pasiano, los cristianos abandonaron la ciudad conde­
nada, la que en el siglo siguiente llegó hasta perder
su nom bre. L a restauración de Constantino encontró
a la sede de S antiago subordinada jerárquicam ente al
arzobispo m etropolitano de Cesarea en Palestina, como
el obispo de Bizancio lo estuvo hasta 381 al m etropo­
litano de H eraclea en Tracia. A un después Jerusalén
no fué por mucho tiempo más que un patriarcado pu-
RUS IA y LA IGLESIA UNIVERSAL ' -",177

trámente honorario y, cuando, por fin, obtuvo una ju ­


risdicción independíente, vino a ocupar el último lu­
gar en ei orden de las sedes.patriarcales. H oy «laf m a­
dre de todas las Iglesias» está reducida a una cama­
rilla al servicio del filetismo fanariota y propugna una
política exclusivamente nacional. P a ra hacer de Jerü-
salén el centro jerárquico de la Iglesia U niversal ha­
bría que excluir a la cofradía panhelenista y crear ex
nihilo un nuevo orden de cosás. P ero aún cuando tal
creación fuera posible en general, es evidente que sólo
podría ser realizada por R u sia a costa de la definitiva
rlsptura con los griegos. Pero, ¿ a qué se reduciría, en
ese caso, esta Iglesia U niversal, para la cual R usia
debe fabricar de punta a cabo un poder central e in­
dependiente? No habría ya siquiera ni Iglesia gre c o -
rusa, y el nuevo patriarca de Jerusalén no sería, en el
fondo, más que el patriarca de todas las R usias. No
serán, por cierto, los búlgaros ni los servios quienes
sostendrán la independencia eclesiástica. Y henos así
vueltos de nuevo a una Iglesia nacional, cuyo jefe je­
rárquico tendría que ser súbdito y servidor del E s­
tado .
L a manifiesta im posibilidad de encontrar o de crear
en Oriente un centro de unidad para la Iglesia U ni­
versal nos im pone el deber de buscarlo en otra p a rte ­
a n te todo, d e b e m o s reconocer lo que en rea lida d so­
m o s : un a p a rte orgánica d e l g r a n cuerpo cristiano, y
afirm ar nu estra' ín tim a so lid a rid a d con n u e str o s her­
m a n o s de O ccidente, que p o s e e n el órgano central que
n o s f a lta , E s te acto m oral, acto de ju stic ia y de cari­
dad, seria p o r si sólo un in m e n so p ro g re so para n o s ­
otros y la in d isp e n sa b le c o n d ic ió n de to d o p ro g r e so
ulterior.
LIBRO SEGUNDO

LA MONARQUIA ECLESIASTICA
FU N D A D A P O R JE S U C R IS T O
‘Z J tl ndrés, herm ano de S i m ó n P e d ro , era uno de los
d os que habían oído decir esto a Juan y que habían
se g u id o a Jesús. E ste halló p rim e ro a su herm ano S i ­
m ó n , y le dijo : H e m o s hallado al M e sía s. ( Q u e quie­
re decir el C r is t o .) Y le llevó a Jesús. Y Jesús le m iró ,
y dijo : T ú eres S im ó n , hijo de Jonás : tú serás llam a­
do C eph as, que se in terp reta P e d r o .» (Ev. San Juan,
I, 40-42.)
L a Ig le s ia g r e c o m s a , s e g ú n v im o s, pr e te n d e el
especial p a tro n a to de S a n A n d r é s . E l b ienaventurado
apóstol, en su b enevolencia hacia su hermano, lo p r e ­
senta al S e ñ o r y recibe de la boca d iv in a la p rim e ra
palabra sobre el d estino fu tu ro d$ S im ó n co m o p ie d ra
de la Ig le sia . N i en los Evangelios n i en los H echos de
los. Apóstoles, se a dvierte a¿ie S a n A n d r é s h a y a con­
cebido ja m á s se n tim ie n to s de e n v id ia contra S a n P e ­
dro o que le h a ya d isp u ta d o su p rem acía . Q ueriendo,
p o r n u estra parte, justificar la p re te n sió n de R u s i a
de ser la I g le s ia de S a n A n d r é s , tratarem os de im itar
su e je m p lo y de obrar con ig u a l espíritu de b e n e v o ­
lencia y solid arida d re lig io sa hacia la gran I g le sia que
está d irectam en te vin cu lada a S a n P e d r o . P r e s e r v á n ­
d o n o s del e g o ís m o local y n acional — origen de tantos
errores —, este espíritu n o s p e r m itir á so m e te r el d o g ­
m a de la p ie d ra eclesiástica a la esencia m is m a de la
v e r d a d d i v i n o h u m m a , p a ra sacar de ella las eternas
ra zon es de ese d o g m a .
I. L a PlEDKA DE LA IGLESIA.

¡ ^ ería demasiado largo exam inar aquí o enum erar


siquiera todas las doctrinas y teorías concernientes a
la Iglesia y su constitución. Pero si se quiere saber la
verdad pura y simple, en este problem a fundam ental
de la religión positiva, sorprende la facilidad provi­
dencial con que se puede averiguarlo.
Están perfectamente de acuerdo los cristianos en­
tre sí sobre este punto : que la Iglesia ha sido institui­
da por C risto ; pero se trata de ver cómo y en qué tér­
minos lo hizo. Ahora bien, no hay m ás que un solo
y único texto evangélico que habla directa, explícita
y form alm ente de la institución de la Iglesia. Este tex­
to constitutivo vuélvese m ás y más luminoso a medi­
da que la iglesia se desarrolla acrecentando las fórmas
determ inadas de su organism o, y así, los adversarios
de la verdad no encuentran hoy nada mejor que tru n ­
car la palabra creadora de C risto para adaptarla a su
punto de vísta confesional (1),
«Y vino Jesús a ¡as partes de Cesárea de Philip-
po; y preguntaba a sus discípulos, diciendo : «¿ Quién

(1) Así h a sido tru n cad o el texto en cuestión en el m ism o


catecism o «ortodoxo» de M ons. F iiareto , de M oscú.
184 VLADIMIRO SOLOVIEF

dicen los hom bres que es el H ijo del Hom bre ?» Y


ellos respondieron: Los. unos, que Juan el B autista;
los otros, que Elias, y los otros, que Jeremías, o uno
de los Profetas. Y Jesús les d ic e : ((Y vosotros ¿ quién
decís que soy yo?» R espondió Sim ón Pedro, y d ijo :
«Tú eres el Cristo, el H ijo de Dios vivo.» Y respon­
diendo Jesús, le dijo : «Bienaventurado eres, Simón
bar Joña, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino
mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo que tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Y a ti daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo
que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos,
y todo lo que desatares sobre la tierra, será tam bién
desatado en los cielos.» (M ath., X V I, 13-19.)
La unión de lo divino y de lo hum ano, que es el
objeto de la Creación, se ha cumplido individualm en­
te (hipostáticam ente) en la P ersona única de Jesu­
cristo, «Dios perfecto y H om bre perfecto, que une las
dos naturalezas de una m anera perfecta, sin confusión
ni división» (2).
En adelante, la obra histórica de Dios entra en una
nueva fa s e ; ya no se trata de una unidad física e in­
dividual, sino de una reunión moral y social. El H om ­
bre-Dios quiere unir a El, con unión perfecta, al gé­
nero hum ano sum ergido en el pecado y los errores.
¿ Y cómo va a proceder ? ¿ Se dirigirá separadam ente
a cada alma hum ana ? ¿ Se lim itará a un lazo puram en­
te interior y subjetivo?
No, responde, no : O ik o d o m iso tin ekklesian m o u :
Edificaré mi Iglesia.

(2) F ó rm u la del P a p a S an L eón el G ra n d e y del concilio


de C alcedonia.
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL ' 186

U n a obra real y objetiva nos es a n u n c ía la . Pero,


¿ la som eterá a .todas las divisiones naturales del g é ­
nero hum ano ? ¿ Se unirá, El, a las naciones particu­
lares como tales, dándoles Iglesias nacionales ih.de-
f e n d ie n te s?
No, puesto que su palabra no es «Edificaré m is
Ig le s ia s », sino m i Ig le sia : tin ekk lesia n m o u . L a H u ­
m anidad, reunida a Dios, debe form ar un solo edifi­
cio social, y se trata de encontrar -una base sólida para
esta unidad.
U na unión verdadera consiste en la unión recípro­
ca de los que se unen. El acto de la verdad absoluta
que se revela en el H om bre-D ios (o el H om bre per­
fecto) debe encontrar de parte de la H um anidad im­
perfecta un acto de adhesión irrevocable que la vincu­
le al principio divino. El Dios encarnado no quiere
que su verdad sea aceptada de una m anera pasiva y
servil, pide, en su nueva dispensación, ser recono­
cido por un acto libre de la H um anidad.
Pero es necesario que este acto libre esté a b so lu ta ­
mente en la ve rd ad, que sea in falible. Se trata de fun­
dar en la H um anidad caída un punto fijo e inquebran­
table sobre el cual pueda apoyarse de inm ediato la
acción edificadora de D ios; un punto donde la espon­
taneidad hum ana coincida con la V erdad divina en un
acto sintético, puram ente hum ano en cuanto a la for­
ma, divinam ente infalible en cuanto al fondo.
En la producción de la hum anidad física e indivi­
dual de Cristo, el acto de la om nipotencia divina no
exigía para su eficacia más que una adhesión em inen­
temente pasiva y receptiva de la naturaleza fem enina,
en la persona de la V irgen Inm aculada. La edificación
de la hum anidad social o colectiva de Cristo, de su
cuerpo universal (la Iglesia), pide menos y, a la vez,
180 VLADIMIRO SOLOVIEF

m ás que eso. M enos, porque la base hum ana de la


Iglesia no tiene necesidad de estar representada por
una persona absolutam ente p u ra e inmaculada, pues
no se trata aquí de crear una relación substancial e in­
dividua! o upa unión h ip ostática y c o m p le ta de dos
naturalezas, sino solam ente de fundar una conjunción
actual y m oral. P ero este nuevo vínculo (el que une
a Cristo con la Iglesia), menos profundo y menos ínti­
mo que el precedente (entre el V erbo divino y la na­
turaleza hum ana, en el seno de la V irgen Inm acula­
da), es más positivo —hum anam ente hablando— y
más vasto. M á s p o sitiv o , porque esta nueva conjun­
ción en el Espíritu y la V erdad exige una voluntad
v iril que vaya al encuentro de la revelación y una in­
teligencia viril que dé forma determ inada a la verdad
que acepta. M ás extenso, porque al form ar la base
constitutiva de un ser colectivo no puede lim itarse a
una relación personal, sino que debe ser perpetuado
como función social perm anente.
E ra preciso, pues, buscar en la H um anidad un
punto de cohesión activa entre lo divino y lo hum a­
no, para form ar la base o. piedra fundam ental de la
Iglesia. Jesús, en su presciencia sobrenatural, había
indicado de antem ano esa piedra. P ero para m ostrar­
nos que su elección está exenta de capricho, empieza
por buscar en otros lados el correlativo hum ano de la
verdad revelada.
Se dirige prim ero al sufragio u n iv e rs a l; quiere ver
si no puede ser aceptado, afirmado, reconocido, por
la opinión de la m ultitud, por la v o z del pueblo. « Q u e m
dicunt hom ines esse F iliu m H o m in is : ¿ P o r quién Me
toman los hom bres?» La verdad es una e idéntica, al
paso que las opiniones de los hom bres son m últiples
y contradictorias. L a voz del pueblo, que (según pre­
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 187

tenden) sería la voz de Dios, sólo ha respondido con


errores arbitrarios y discordantes a la pregunta del
H om bre-D ios. No hay conjunción posible entre ja ver­
dad y ios errores; ia H um anidad no puede entrar en
relación con D ios por el sufragio u n i v e r s a ll a Ig le­
sia de Cristo no puede estar fundada sobre la Dem o­
cracia,
Y no hallando la afirmación hum ana de la verdad
divina por medio del sufragio universal, Jesucristo se
dirige a sus elegidos, al colegio de los apóstoles, a ese
concilló ecuménico prim ordial. «F os autem quem m e
esse d i c itis : y vosotros ¿ p o r quién me tom áis?...»
Pero los apóstoles callan. Cuando se trató de exponer
las opiniones hum anas, los doce hablaron todos a la
vez ; ¿ por qué dejan ahora la palabra a uno sólo cuan­
do se trata nada menos que de afirm ar la verdad di­
vina ? Q uizá no estén entre ellos com pletam ente de
acuerdo. Quizá Felipe no perciba exactamente la re­
lación esencial entre Jesús y su Padre celeste'.. Quizá
Tom ás tiene dudas sobre el poder mesiánico de su
M aestro.
El últim o capítulo de San M ateo nos enseña que,
ni en la m ontaña de Galilea adonde fueron llamados
por Jesús resucitado, se m ostraron unánim es los A pós­
toles, ni firmes en la fe : Q u íd a m autem dubitaverunt.
(M ath., X X V III, 17.)
P a ra que el concilio atestigüe unánim e la verdad
pura y sim ple es preciso que el concilio esté concilla­
d o ; el acto decisivo debe ser un acto absolutam ente
individual, el acto de uno solo. N o es, ni la m ultitud
de los creyentes, ni el concilio apostólico,, es Simón
bar Joña sólo quien respopide a Jesús. R e s p o n d e n s
S im ó n P etru s d i x i t : T u es F ilius Dei vivi. R esponde
por todos los apóstoles, pero habla por su propia cuen-
188 VLADIMI RO SOLOVIEF

ta, sin consultarlos, sin esperar su asentim iento. C uan­


do los apóstoles repitieron, hace un momento, las opi­
niones del pueblo sólo expresaron errores. Si Simón
no hubiera querido decir más que las opiniones de los
apóstoles, seguram ente que no hubiera acertado con
la' verdad pura y sim ple. Pero siguió el impulso de
su espíritu, la voz de su propia conciencia, y Jesús,
al aprobarlo solem nemente, declara que ese m ovim ien­
to, por m uy individual que fuera, provenía sin em ­
bargo del Padre, es decir, que era un acto hum ano y
divino a la v e z ; una verdadera conjunción entre el Ser
absoluto y el sujeto relativo.
El punto firme, la roca o piedra inquebrantable
para apoyar la operación divino-hum ana, está encon-’
tra d o ; un solo hom bre que, asistido por Dios, res­
ponde en nombre del m undo entero, esa es la base
constitutiva de la Iglesia U niversal. N o reposa ni en
la unanim idad imposible de todos los creyentes, ni en
el acuerdo siem pre dudoso de un concilio, sino en la
unidad viva y real del príncipe de los apóstoles. Y en
adelante, cada vez que la cuestión de la verdad sea
planteada ante la H um anidad cristiana, no será ni del
sufragio universal, ni del consejo de los elegidos, que
recibirá respuesta determ inada y decisiva. Las opi­
niones arbitrarias de los hom bres sólo harán nacer he­
rejías ; y la jerarquía descentralizada y abandonada al
poder secular se abstendrá de hablar, o se m anifesta­
rá en concilios como el latrocinio de Efeso. U nicam en­
te en su unión con la piedra sobre la cual está funda­
da, la Iglesia puede reunir verdaderos concilios y, por
medio de fórm ulas auténticas, fijar la verdad. Y no
es esto una o p in ió n ; es un hecho histórico de tal ma­
nera im presionante que en épocas solem nes ha sido
confesado por el mismo episcopado de Oriente, envi-
MUS I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 189

dioso, como era, de los sucesores de San Pedro. No


ya sólo el adm irable tratado dogm ático de San. León
el Grande ha sido reconocido como obra de San P e ­
dro por los Padres griegos del cuarto concilio ecumé­
nico, sino que a Pedro se refirió igualm ente, en el
sexto concilio, la carta de A gatón (P apa que estaba
lejos de tener la autoridad personal de San León).
((El jefe y príncipe de los apóstoles, decían los P a ­
dres orientales, combatía con nosotros... Se veía la
tinta (de su carta), y P edro hablaba por A gatón.».
( K a i m e la n ephaineto, kai di A g a th o n o s ó Petros
ep h th é n g e to .) (3).
Y si no fuera así, si en la m anifestación activa de
la verdad pudiera la Iglesia Universal prescindir de
Pedro, que se nos explique esa mudez indecible del
episcopado de Oriente (que conserva, empero, la su­
cesión apostólica) desde el momento que se separó de
la cátedra de San P§dro. ¿ Será simple accidente ? j U n
accidente que dura desde mil años ! A los anticatóli­
cos que no quieren ver cuánto los separa su particu­
larism o de la vida universal de la Iglesia, sólo tene­
mos que proponerles esto : que reúnan, sin el concur­
so del sucesor de San Pedro, un. concilio que ellos m is ­
m o s puedan reconocer como ecum énico; y únicam ente
entonces habría lugar a exam inar si tienen razón.
Siem pre y por doquiera que Pedro no hable, sólo
las opiniones hum anas levantan la voz y los apósto­
les callan. Jesús no ha aprobado ni los sentim ientos
vagos y discordantes del pueblo, ni el silencio de los
e legidos; es la palabra decisiva, autoritaria y firme de
Sim ón bar Joña la que El ratifica. Y ¿ no es evidente

(3) Collectio c o n c i l i o m m (M ansi), t. XI, col. 658,


190 VLADIMIRO SOLOVIEF

que esa palabra, que ha satisfecho al Señor, no ne­


cesitaba de niríguna confirmación hum ana? ¿ N o es
evidente que guardaba todo su valor etiam síne con -
sen su Ecclesia, «aun sin e! consentim iento de la Igle­
sia», según la fórm ula del concilio vaticano?
Pedro form uló el dogm a fundam ental de la Igle­
sia, no m edíante una deliberación colectiva, sino (como
Jesús mismo lo atestigua) con Sa inm ediata asistencia
del Padre celestial. S u palabra estableció la fe cristia­
na por su fuerza propia, no por el consentimiento de
los otros : ex sese, n o n autem ex consensu E cclesia .
A las incertidum bres de la opinión la palabra de
Pedro opone la firmeza y la unidad de la verdadera
fe ; a las m ezquindades del sentim iento nacional con­
cerniente al M esías, opone la idea mesiánica en su for­
ma absoluta y universal.
La idea del M esías, crecida en el terreno de ¡a con­
ciencia nacional de Israel, tiende a exceder ese límite
en las visiones de los profetas posteriores al D estie­
rro ; pero el sentido real de esas visiones, llenas de
misterios y enigm as, apenas fué adivinado por los
mismos escritores inspirados. En cuanto a la opinión
pública de los judíos, continuaba siendo exclusiva­
mente n acio n alista; no podía ver en Cristo sino a un
gran profeta nacional (como Elias, Jerem ías, Juan
Bautista) o, a lo sumo, un dictador om nipotente, li­
bertador y jefe del pueblo escogido, como D avid o
Moisés. E sta era la opinión más exaltada que profe­
saba sobre Jesús el pueblo que le seguía; sabemos que
los mismos elegidos, aun al fin de ia vida terrestre
del Maestro, com partieron los sentim ientos populares.
(E vang. L uc., X X IV , 19-21.)
Sólo en la confesión de P edro la idea mesiánica se
desliga de todo elemento nacionalista y por vez pri*
& V S I A V LA I GL ES I A UNIVERSAL tát

m era reviste su forma universal definitiva : «Tú eres


Cristo, el H ijo de Dios vivo.n N o se trata ya de un
profeta o rey nacio n al; ya no es el Mesías un segun­
do Moisés o David, pues lleva en adelante el Nom bre
único de Aquel que jpor ser D ios de Israel, no lo es
menos de todas las naciones de la tierra.
Esta confesión de P edro que trasciende al naciona­
lismo judío inauguró ia Iglesia Universal de la N ue­
va Alianza. Y es ésta una razón m ás para que P edro
sea el fundam ento de la C ristiandad y para que el P a ­
pado (soberano poder jerárquico que, sólo él, ha m an­
tenido siem pre ei carácter universal b internacional de
la Iglesia), sea el heredero indiscutible de Pedro, el
poseedor real de todos los privilegios que Cristo con­
cedió al Príncipe de los Apóstoles.
II. El p r im a d o de S an P edro* com o I n s t it u c ió n
PERMANENTE, L A S T R E S PIED R A S DE LA C R ISTIAN DAD.

* I yo te digo que tú eres Pedro», etc.


De los tres atributos que según este texto consti­
tutivo pertenecen de derecho divino al prinfcipe de los
apóstoles ( 1,°, la vocación para ser la base del edificio
eclesiástico m ediante la profesión infalible de la ver­
dad ; 2 ° , la posesión del poder de las llaves; 3,°, el
poder de atar y desatar), únicam ente este último le es
común con los otros apóstoles. Todos los ortodoxos (1)
están de acuerdo en que el poder apostólico de atar
y desatar no ha sido atribuído a los Doce a título de
personas privadas, ni como privilegio pasajero, sino
que es origen y m anantial auténtico de un derecho
sacerdotal perpetuo que ha pasado de los apóstoles a
sus sucesores en el orden jerárquico, a los obispos y
sacerdotes de la Iglesia U niversal.
Pero si esto es así, las dos prim eras atribuciones
vinculadas de m anera más solem ne y más expresiva

(1) Y entre los no ortodoxos todos tos autores de b u en a fe,,


com o por ejem plo el em in en te pensador jud ío José Salvad or en
su libro Jesucristo y su obra,
13
194 V L A U I M1 K U ¿ r U L O V U í f

a San Pedro en particular, no pueden ser tampoco pri­


vilegios privados o accidentales (2). Y ello sería tanto
más imposible cuanto que al prim ero de estos privile­
gios ha unido el Señor expresam ente la perm anencia
y estabilidad de su Iglesia en su lucha futura contra
los poderes del mal.
Si el poder de atar y desatar acordado a los após­
toles no es una simple metáfora .ni un atributo p u ra­
mente personal y transitorio, sino, ai contrario, el
germ en real y vivo de una institución universal y per­
petua que abraza toda la existencia de la Iglesia, ¿ cómo
las ventajas particulares de San Pedro, proclam adas
en térm inos explícitos y solemnes, podrían ser imá­
genes sin consecuencia o privilegios personales y tem ­
porarios ? ¿ No deben aplicarse a una institución fun­
dam ental y perm anente, de la cual la persona histó­
rica'de Simón bar Jo.na sólo es la representación p rin ­
cipal y .típica"? El H om bre-D ios no fundaba institu­
ciones pasajeras; en todos sus elegidos veía a través
y más allá de su individualidad m ortal, los principios
y tipos perm anentes ‘de su obra.. Lo que decía al cole­
gio apostólico abrazaba al orden sacerdotal, a la Igle­
sia docente en su totalidad. La sublim e palabra* que
dirigió a Pedro solo, creó en la persona de este apóstol
único el poder soberano e indivisible de la Iglesia U ní-
versal en toda su duración y desenvolvimientos a tra ­
vés de los siglos futuros. Y si Cristo no quiso vincu­
lar al poder co m ú n de los apóstoles la institución ex­
presa de su Iglesia y la garantía de su perm anencia

(2) C onclusión plen am en te aceptada p or el notable escritor


israelita que acabam os de nom brar. E l ve en el p rim ad o de
Pedro la clave del edificio eclesiástico ta l com o fué indicado y
fundado por el m ism o C risto.
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL, 195

(pues no se dijo al colegio apostólico : «Sobre vosotros


edificaré mi Iglesia»), esto prueba con evidencia que
el Señor .no consideró al orden episcopal y sacerdotal
(representado por los apóstoles en común) como sufi­
ciente por sí mismo para constituir la base inquebran­
table de la Iglesia U niversal en su inevitable lucha
contra las puertas del infierno. Al fundar su Iglesia
visible, Jesús pensaba, ante todo, en esa lucha contra
el mal, y para asegurar a su obra la unión que da fuer­
za, antepuso al orden jerárquico una institución única
y central, absolutam ente indivisible e independiente,
que en sí y por sí poseyese la plenitud de los poderes y
promesas : «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edifi­
caré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevale­
cerán contra ella».
Todos los razonamientos en favor del poder cen­
tral y soberano de ia Iglesia U niversal tendrían, a
nuestros propios ojos, muy mediocre valor si fueran
siemples razonam ientos. P ero reposan sobre un hecho
divino-hum ano que se impone a la fe cristiana a des­
despecho de todas las interpretaciones artificiosas con
que se quisiera suprim irlo. No es nuestro intento ex­
p o n e rla necesidad abstracta de una institución que ha
recibido de Cristo su actualidad viva.
Cuando los teólogos orientales dem uestran la nece­
sidad del orden jerárquico de la Iglesia, sus argum en­
tos no podrían convencernos sin el heeho evangélico
prim itivo : la elección de los doce apóstoles para ense­
ñar a los pueblos hasta el fin de los siglos. Y en la
misma form a ,cuando queremos probarles la necesidad
de un centro indivisible de la misma jerarquía, es el
hecho de la elección especial de Pedor para servir como
punto de apoyo hum ano a la verdad divina en su lu­
cha perpetua contra las puertas del infierno; el hech’o
190 VLADIMIRO-SOLOVIEF.

de esa elección única, lo que da la base inquebranta­


ble a nuestros razonam ientos.
Si se entiende por Iglesia la reunión perfecta de la
hum anidad con D ios, el Reino absoluto del am or y ía
verdad, no se puede adm itir ningún poder ni autori­
dad en ia Iglesia, Todos los miembros de este R eino
Celeste son sacerdotes y reyes, bajo este respecto, igua­
les entre sí, y el solo y exclusivo centro de unidad, es,
entonces, el mismo Jesucristo. (Cf. A p o cal. X X I, 22,
23. N. de T.)
Pero no hablam os de la Iglesia en ese sentido,
puesto que no es ese el sentido en que Cristo habló de
ella. La Iglesia perfecta, ia Iglesia triunfante, el reino
de la gloria, suponen definitivam ente suprim idas todas
las potencias del mal y puertas del infierno, en tanto
que es, precisam ente, para combatir a éstas que Cris­
to edifica su Iglesia visible, y con ese fin le da un cen­
tro de unidad hum aon y terrestre, aunque asistido en
todo por Dios.
Si no se quiere caer en los extremos opuestos de
un m aterialismo ciego o de un idealismo impotente,
fuerza es adm itir que las necesidades de la realidad
y las exigencias del ideal concuerdan y van juntas en
el orden establecido por Dios. P ara representar en la
Iglesia el 'principio ideal de la hum anidad y la con­
cordia, Jesucristo instituye, como tipo original del go­
bierno conciliar, el colegio o concilio prim ordial de
los doce apóstoles iguales entre sí y unidos por el amor
fraternal. Y para que esa unidad ideal pudiera ser rea­
lizada en todo lugar y tiem po; para que el concilio de
los jefes eclesiásticos pudiera siempre y por doquiera
triunfar de lá discordia y reducir la variedad de las
opiniones privadas a la uniform idad de los decretos
p ú b lic o s; para que los debates pudieran concluir y ma-
RUSIA Y L A - I G L E S I A ' U N I V E R S A L 1OT

nifestarse realm ente la unidad de la Iglesia sin. expo­


ner esta unidad a los accidentes de las convenciones *
hum anas, para no edificar su Iglesia sobre estas are­
nas movedizas, el divino Arquitecto descubre la P ie­
dra sólida, la Roca inquebrantable de la m onarquía
eclesiástica y fija el ideal de la unanim idad sujetándo­
lo a un poder real y vivo.
Se nos dice que la piedra de la Iglesia es Cristo.
Jam ás cristiano alguno puso en duda esa verdad. Pero
no sería razonable, caso de ser sincero, el celo de quie­
nes para defender a Cristo de una injuria im aginaria,
se obstinan en desconocer su voluntad real y reniegan
del orden que El instituyó con tanta evidencia. P o r­
que no sólo ha declarado que la piedra de su Iglesia
es Sim ón, uno de sus apóstoles, sino que p ara impo­
nernos con más fuerza esta nueva verdad, para h acer-f
la más expresiva y evidente, hace de esa vocación (de
ser la piedra de la Iglesia) el nom bre propio y perm a­
nente de Sim ón.
H e ahí, pues, dos verdades igualm ente incontes­
tables : Cristo és la piedra de la Iglesia y Sim ón bar
Joña es la piedra de ja Iglesia, Si hay en ello contra­
dicción, no para ahí. Pues vemos a! mismo Sim ón P e ­
dro, único que recibió de Cristo este atributo excepcio­
nal, proclam ar, sin embargo, en una de sus epístolas
que todos los creyentes son piedras vivas del edificio
divino-hum ano. í .1 P etri, II, 4-5.) L a piedra única de
la Iglesia es Jesú s; pero sí creemos a Jesús, la piedra
de su Iglesia es, por excelencia, el corifeo de los após­
toles, y si creemos a éste, la piedra de la Iglesia es
cada verdadero creyente.
A 3a aparente contradicción de esas fres verdades
no tenemos m ás que oponerle su acuerdo real y lógica.
Jesucristo, única piedra del R eino de D ios en el or­
198 VLADIMI RO SOLOVIEF

den puram ente religioso o místico, coloca al príncipe


de los apóstoles y a su poder perm anente como piedra
fundam ental de la Iglesia en el orden social, para (a
com unidad de los cristianos; y cada miembro de esta
comunidad, unido a Cristo por el orden que El ha es­
tablecido, se convierte en elemento individual consti­
tutivo, en piedra viva de esta Iglesia que tiene a C ris­
to como fundam ento místico y (actualmente) invisible,
y al poder m onárquico de P edro como fundam ento so­
cial y visible. L a distinción esencial de esos tres .térmi­
nos hace resaltar .mejor su íntim a unión en ia existen­
cia real de la Iglesia, que no puede prescindir de C ris­
to, ni de Pedro, ni de la m uchedum bre de los fieles.
P a ra hallar algo contradictorio en la idea de esta triple
relación es m enester atribuírselo de antem ano, dando
a los tres térm inos fundam entales un sentido absoluto
y exclusivo, que no es; en modo alguno, el suyo propio.
Porque, en efecto, se o.ívida que el térm ino «piedra
(es decir, fundam ento) de la Iglesia» es un térm ino de
relación y que Cristo no puede ser piedra de la Igle-
cia sino en su unión determ inada con ía H um anidad,
que constituye la Iglesia. Y como quiera que esta
unión, en el orden social, se efectúa, en prim er lugar,
por una relación central que Cristo mismo ha vincula­
do a San Pedro, es evidente que las dos piedras (el
M esías y su principal apóstol), lejos de excluirse m u­
tuam ente, form an tan sólo los dos térm inos indivi­
sibles de una única relación ■.
E n cuanto a Jo que mira a la piedra o piedras de
tercer orden (la m ultitud de los creyentes), si está es­
crito que cada, cual puede llegar a ser una piedra viva
de la Iglesia, no se ha dicho que cada cual pueda ser­
lo por sí mismo o separándose de Cristo y de! poder
fundam ental que El instituyó.'
R U S I A y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 1W

H ablando en térm inos generalísim os, la base de


la Iglesia es la reunión de lo divino y lo hum ano. E sta
base, esta piedra, la hallam os en Jesucristo en cuanto
reúne hipostáticam ente la divinidad con la naturaleza
hum ana inm aculada; esta base volvemos tam bién a
hallarla en cada verdadero creyente, según se reúne
a Cristo por ia fe, los sacram entos, las buenas obras.
Pero, ¿ n o vemos que am bos modos de reunión entre
lo divino y lo hum ano {la reunión hipo.stática de la per­
sona de Cristo y la reunión individual del creyente
con Cristo), no bastan para constituir la unidad especí­
fica de la Iglesia en el sentido estricto de la palabra,
de la Iglesia, como ser social e histórico ? L a E ncar­
nación del V erbo es un hecho místico, no un principio
so cial; la vida religiosa individual tam poco procura
base suficiente a la sociedad o asamblea c ris tia n a ; se
puede vivir santam ente perm aneciendo solo en el de­
sierto. Y si, a pesar de todo, hay en la Iglesia, además
de la vida mística y la vida individual, vida social, es
por fuerza necesario que tal vida tenga una form a de­
term inada fundada sobre un principio de unidad que
le sea propio. Y cuando decimos que este principio
específico de la unidad social de la Iglesia no es inme­
diatam ente, ni Jesucristo, ni la m asa de los fieles, sino
el poder m onárquico de Pedro, por cuyo medio Jesu­
cristo quiso reunirse a la h um an ida d como a u n ser
social y político, nuestro sentim iento se ve confirm ado
por el hecho notable de que el atributo de ser piedra
de la Iglesia no ha conservado valor de nombre propio
y perm anente más que en el príncipe de los apóstoles,
que es así, él sólo, la piedra de la Iglesia en el sentido
especial y estricto de este térm ino, la base unificante
de la sociedad cristiana histórica.
Tres veceg únicam ente en toda la historia sagrada
200 VLADIMI RO S O L O V I E F

(de ambos Testam entos) ha ocurirdo que el Señor mis­


mo haya cambiado de nom bre a un hombre. Cuando
movido por fe sin límites A braham se consagró al
servicio de D ios vivo, Dios, cam biando su nom bre,
lo proclam ó P ad re de todos los creyentes («padre de
la m ultitud»). C uando Jacob en m isteriosa lucha opu­
so al D ios vivo toda la energía del espíritu hum ano,
Dios le dió un nom bre nuevo que lo señaló como pa­
dre inmediato de ese pueblo sin g u lar y tínico que ha
luchado y lucha todavía contra su Dios. Cuando el des­
cendiente de A braham y de Jacob, Simón bar Joña,
reunió en sí la iniciativa enérgica del espíritu hum a­
no y la asistencia infalible del P ad re celestial para gor­
mar la verdad divino-hum ana, el H om bre-D ios cam­
bió su nom bre y lo puso a la cabeza de los nuevos cre­
yentes y del nuevo Israel.
A braham , el tipo de la teocracia prim itiva, repre­
senta a la H um anidad que se consagra y se entrega
a Dios.
Jacob, el tipo de !a teocracia nacional judía, repre­
senta a la H um anidad que comienza a oponerse a
D ios.
P o r último, Simón Pedro, el tipo de ia teocracia
universal y definitiva, representa a la H um anidad que
responde a su Dios, que lo confiesa libremente y se
une a El por lazo recíproco e indisoluble.
L a fe ilim itada en Dios, que hizo de A braham el
padre de-todos los creyentes, se unió en P edro a la
afirmación activa de la fuerza hum ana que- había ca­
racterizado a Jacob-Israel. El príncipe de los apósto­
les reflejó en el espejo terrestre de su espíritu esta ar-'
rrionía de 1q divi.no y lo hum ano, cuya perfección a,b~
RUSIA Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 201

soluta veía en su M aestro,- y llegó a ser por ello e!


prim ogénito heredero por .excelencia dei'H om bre-D ios,
el padre espiritual de la nueva generación cristiana, la
piedra fundam ental de esta Iglesia U niversal, que es
cum plim iento y perfección de la religión abraham ita
y de la teocracia de Israel.
III. P edro y S atán.

IN J o fué en cuanto apóstol que Simón debió cambiar


de nom bre. E ste cambio, anticipadam ente anunciado,
no tuvo lugar cuando la elección y misión solemne de
los doce. Estos, con la sola exclusión de Sim ón, con­
servaron sus nom bres propios en el apostolado; nin­
guno de ellos recibió del Señor un apelativo nuevo y
perm anente de significado general y superior ( 1).
Fuera de Sim ón, los apóstoles sólo se distinguen
entre sí por sus caracteres naturales, asi como por las
diferencias o matices de sentim iento personal que su
M aestro podía tener a su respecto. Por el contrario,
el nombre nueva y sig n ificativ o que solamente Simón
recibe aparte dei apostolado común, no denota ni ras­
go alguno de su carácter natural ni personal afecto del
Señor hacia él, y depende únicam ente del papel p arti­
cularísimo que el hijo de Joña está llamado a desem pe­
ñar en la Iglesia de C risto. No le ha sido d ic h o : T ú
eres Pedro porque te prefiero a los otros ni porque

(1) N o h ab lo aquí .de los sobrenom bres o epítetos accidenta­


les y p asajeros, com o el d e B o a n e rg u e s dado a Juan y S a n tia g o .
204 * VLADIMI RO SOLOVIEF

tengas, naturalm ente, firmeza de carácter (cosa que,


por lo demás, no sería enteram ente conforme a la ver­
dad), sino : T ú eres Pedro, y sobre esta piedra edifi­
caré m i Iglesia.
La profesión de Pedro, que por espontánea e infa­
lible adehsión unía la H um anidad a Cristo y fundaba
la Iglesia libre del Nuevo Testam ento, no era una sim ­
ple manifestación de su carácter habitual, y por esto
no podía ser tam poco un accidental y pasajero im pul­
so de su alm a. ¿ P uede acaso adm itirse que por un im­
pulso así, por un m omento de entusiasm o, no sola­
mente se cam biara el nom bre a Sim ón como otrora
a Abraham y a Jacob, sino que este cambio hubiera
sido predicfio m ucho tiempo antes como destinado a
ocurrir infaliblem ente, dándosele así lugar determ ina­
do en los planes del S eñor? Y ¿q u é cosa más grave
hay en la obra m esiánica que la fundación de la Igle­
sia U niversal, expresam ente vinculada a Simón tran s­
form ado en P ed ro ?
La suposición de que el prim er decreto dogm ático
de San Pedro em anara sólo de su pura personalidad
hum ana y privada queda destruida, por lo demás, con
el testim onio directo y explícito de Cristo : N o te lo
reveló carne ni sangre, sino m i Padre, que está en los
cielos.
E sta profesión de P edro era, pues, un acto sui ge-
neris, un acto por el cual el ser m oral del apóstol en­
tró en relación especial con la D ivinidad. Y gracias a
esta relación, la palabra hum ana pudo m anifestar in­
faliblemente la verdad absoluta del V erbo y crear la
base inconmovible de la Iglesia U niversal, Y; como
p ara quitar todo género de duda al respecto, el relato
inspirado del E vangelio no tarda en m ostrarnos al
m ism o-Sim ón, poco antes proclam ado por Jesús Píe-
RUSIA y LA I G L E S I A UNIVERSAL 205

dra de la Iglesia y portero del reino de los cíelos, aban­


donado en seguida a sus propias fuerzas y hablando
(sin duda con las mejores intenciones del mundo, pero
sin asistencia divina) en el espíritu de su persona na­
tural y privada. «Después d e esto comenzó Jesús a de­
clarar a sus discípulos que convenía ir él a Jerusalén
y padecer m uchas cosas de los ancianos y de los es­
cribas y de los príncipes de los sacerdotes, y ser m uer­
to, y resucitar al tércero día. Y tom ándoles P edro apar­
te, comenzó a increparle diciendo : L ejos esto de ti,
S e ñ o r ; no será esto contigo. Y vuelto hacia P edro le
dijo : Quítateme de delante, S a ta n á s ; estorbo m e eres;
porque no entiendes las cosas que son de Dios, sino
las de los h o m b res .» (Ev. según S . M at X V I, 21-23.)
¿ Iremos, como nuestros polem istas greco-rueos, a
oponer este texto al precedente para destruir las pala­
bras de Cristo unas con 'otras? ¿P u e d e creerse que la
V erdad encarnada cam biara tan pronto de opinión y
suprim iera de golpe todo cuanto acababa apenas de
enunciar? ¿C óm o, por otra parte, conciLiar el «Bien­
aventurado» y el «Satanás» ? ¿ Cómo adm itir que la
«piedra de escándalo» sea, para el Señor mismo, la
piedra de su Iglesia, a la que !as puertas del infierno
no podrán conmover, que aquel que sólo piensa co­
sas hum anas reciba las revelaciones del Padre celes­
tial y obtenga las llaves dei R eino de D ios?
No hay m ás que una m anera de acordar textos que
el evangelista inspirado no ha yuxtapuesto sin razón.
Sim ón Pedro, como P astor y D octor supremo de la
Iglesia Universal, a quien Dios asiste y que habla por
to:!ns, es el testigo fiel y el explicador infalible de la
verdad divino-hum ana. En esta calidad es la base in­
moble de la casa de Dios y el llavero del R eino celes­
tial. El mismo Sim ón Pedro, como persona privada
206 VLADIMIRO SOLOVIEF

que habla y obra por sus fuerzas naturales y por su


entendim iento puram ente hum ano, puede decir y ha­
cer cosas indignas y hasta satánicas, Pero los defec­
tos y pecados personales son transitorios al paso que
la función social del monarca eclesiástico es perm a­
nente. «Satanás» y el «escándalo» han pasado, pero
Pedro ha quedado.
IV . La I g l e s ia como s o c ie d a d u n iv e r s a l . El p r in ­

c ip io DEL AMOR.

C ^ omo son las ideas y las instituciones lo que deter­


m ina la existencia de toda sociedad h u m an a,‘el bien­
estar y el progreso social dependen principalm ente de
la verdad de las ideas que dom inan en la sociedad y
del buen orden que reine en su gobierno. En cuanto
sociedad directam ente querida y fundada por Dios,
la Iglesia" debe poseer en grado eminente am bas cua­
lidades : las ideas religiosas que profesa deben ser in­
faliblem ente verdaderas, y su constitución debe unir
a la más grande estabilidad el más grande poder de
acción en la dirección preestablecida.
La Iglesia es, ante todo, una sociedad establecida
sobre la verdad. La verdad fundam ental de la Iglesia
es la unidad de lo divino y de lo hum ano, el V erbo
hecho Carne, el H ijo del H om bre reconocido como
Cristo, H ijo de D ios vivo. Bajo el aspecto puram ente
objetivo, la Iglesia es, por ende, Cristo mismo, la ver­
dad encarnada. Pero, para estar realmente fundada
sobre la verdad, la Iglesia debe estar reunida a esta
verdad, en cuanto sociedad humana, de manera de­
terminada.
VLADIMIRO SOLOVIEF

Puesto que la verdad no tiene existencia inm edia­


tam ente m anifiesta y exteriorm ente obligatoria en
este .mundo de apariencias, el hom bre sólo puede re­
unirse a ella m ediante la fe que nos vincula a la sus­
tancia interior de las cosas,- y presenta a nuestro espí­
ritu todo lo no exteriormente visible. Puédese, por con­
siguiente, afirm ar, desde el punto de vísta subjetivo,
que la fe es lo que constituye la base o «piedra» dé la
Iglesia. Pero, ¿ q u é fe? ¿ L a fe de quién? No basta el
sim ple hecho de una fe subjetiva en tal o cual perso­
na, La más vigorosa y sincera fe privada puede poner­
nos en contacto no sólo con la sustancia invisible de
la verdad y del soberano Bien, sino tam bíén con la
sustancia invisible del mal y de la m entira, cosa abun­
dantem ente probada por la historia de las religiones.
P a ra estar verdaderam ente unido por la fe a su objeto
deseable, la verdad absoluta, es necesario estar con­
form e con esa verdad.
La verdad del Hom bre-Dios, es decir, la unidad
perfecta y viva de lo absoluto y lo relativo, de lo infi­
nito y de lo finito, del Creador y la c ria tu ra ; esta ver­
dad, por excelencia, no puede lim itarse a un hecho
histórico, sino que revela, por medio de este hecho,
un principio universal que contiene todos los tesoros
de la sabiduría y todo lo comprende en su unidad.
L a verdad objetiva de' la fe es universal, y el ver­
dadero sujeto de la fe debe estar conforme con su obje­
to, de donde se sigue que el sujeto de la verdadera reli­
g ió n es necesariamente universal. L a verdadera fe no
puede pertenecer al hom bre individual y aislado, sino
a la H um anidad entera en su unidad, y el individuo
sólo puede participar de ella como miembro vivo del
cuerpo universal, Pero como la unidad real y viva del
género hum ano no se da inm ediatam ente en el orden
ÉÜSLi Y LA I ü LESIA UNIVERSAL 20á

físico, debe ser creada en el orden m oral. Los límites


de la individualidad finita que se afirm a como exclu­
siva, los límites del egoísmo natural, deben ser rotos
por el amor para hacer al hombre conforme a Dios, que
es am or. Pero un am or que debe transform ar a las frac­
ciones discordes del género hum ano en unidad reai y
viva (la Iglesia U niversal), no puede ser un sentim ien­
to vago, puram ente subjetivo e im potente; necesita
que se traduzca en una acción constante y determ ina­
da que procure realidad objetiva al sentimiento inte­
rior. ¿ Cuál es, entonces, el objeto real de este amor
activo ?
El am or natural, que tiene por objeto los seres que
nos son más próxim os, crea una unidad colectiva r e a l:
la familia. El amor natural más amplío, que tiene por
objeto a las gentes del mismo país y de la misma len­
gua, crea una unidad colectiva más vasta y complica­
da, pero siem pre real : la ciudad, el Estado, la na­
ción (1). El amor que debe crear la unidad religiosa
del género hum ano, o la Iglesia U niversal, debe, reba­
sar los límites de la nacionalidad y tener por objeto
la totalidad de los seres hum anos. Pero como el vincu­
lo activo entre la totalidad del género hum ano y el in­
dividuo no tiene como base, en este último, un senti­
miento natural análogo al que inspira la fam ilia o la
patria, para el sujeto particular este vínculo redúcese
por fuerza a la esencia puram ente .moral del amor, es
decir, a la abdicación libre y consciente de la propia
voluntad, del egoísmo individual fam iliar y nacional.

(1) N i la habitación en u n a m ism a com arca ni ia identidad


del lenguaje b astan por sí m ism as p a ra producir la u n id ad de la
patria. Esta es im posible sin el p atriotism o, es decir, sin un
amor especificado,
14
2íO VLADIMIRO SOLOVIEF

El amor por la familia y el am or por la nación son,


en prim er térm ino, hechos naturales que pueden pro­
ducir en segundo término actos morales. El amor
hacia la iglesia es esencialmente un acto moral,
el acto de someter la voluntad particular a la volun­
tad universal. Pero a fin de que la voluntad universal
no sea una ficción, es necesario que siempre se reali­
ce en un ser determ inado. Y puesto que la voluntad
de todos no es una unidad real, desde que todos no se
hallan en inmediato acuerdo entre sí, se necesita un
medio que los acuerde, a saber, una voluntad única
que puede unificar a todas las demás. Es necesario que
cada cual pueda, efectivamente, unirse al conjunto del
'género hum ano, m anifestar positivam ente su amor
por la Iglesia, vinculando su voluntad a una voluntad
única no menos real y viva que la suya, pero al pro­
pio tiempo universal y a la que todas las demás volun­
tades deben tam bién someterse. Pero 110 puede darse
una voluntad sin alguien que quiera y que manifieste
su querer, y dado que todos no son inm ediatam ente
unjo, es fuerza que nos unam os a todos en la persona
de uno solo para poder participar de la verdadera fe
universal.
Si cada hom bre particular no puede (como tam ­
poco la H um anidad entera en su estado natural de di­
visión) ser sujeto propio de la fe universal, necesita
que esta fe sea m anifestada por uno que represente la
unidad de todos. Tom ando esta fe verdaderam ente uni­
versal como regla de fe propia, cada uno ejerce con
ello un acto real de sumisión y de amor a la Iglecia,
acto que lo configura a la verdad universal revelada
a la Iglesia. Am ando a todos en uno solo (puesto que
110 puede amárselos de otro modo), cada cual parti­
cipa de la fe de todos determ inada por la fe divinam en­
R U S I A V LA I G L E S I A UNIVERSAL 21 í

te asistida de uno solo. Y este lazo perm anente, esta


unidad tan am plia y con todo tan firme, tan vivaz y
con todo tan inmutable, hace de la Iglesia Universal
un ser moral colectivo, una sociedad verdadera ,1 m u­
cho más vasta y complicada, pero no menos rea] que
una nación o un Estado.
El amor por la Iglesia se m anifiesta con una adhe-
sión constante a su voluntad y a su pensam iento vivo
representado por los actos públicos del suprem o jefe
eclesiástico. Este amor, que en su origen sólo es un
acto de moral pura, el cumplimiento de un deber por
principio (la obediencia al imperativo categórico, para
usar de la term inología kantiana) puede y debe con­
vertirse en fuente de sentim ientos y afectos no menos
vigorosos.que el amor filial o el patriotism o. Los que,
a pesar de querer fundar la Iglesia en el amor, no ven
la unidad eclesiástica más que en una tradición cris­
talizada y desde hace once siglos privada de todos los
medios de expresarse realmente, deberían considerar
que es imposible amar con amor vivo y activo a un
recuerdo arqueológico, a un hecho distante que, como
los siete concilios ecuménicos, es totalm ente descono­
cido para Sas masas y que sólo a los eruditos interesa.
El sentido real del am or por la Iglesia no existe más
que en aquellos que reconocen siem pre a la Iglesia un
representante vivo, padré común de los fieles, suscep­
tible de ser am ado como lo es un padre por su fam i­
lia o el jefe del Estado en un país m onárquico.
Es carácter formal de la verdad reducir a unidad
arm ónica los m últiples elementos de lo real. No ca­
rece de este carácter la verdad por excelencia, ¡a ver­
dad del H om bre-D ios que abraza en su unidad abso­
luta toda la plenitud de 1a vida divina y hum ana. A
Cristo, al Ser uno, centro de todos los seres, debe co­
V L A D I M I R O S O L O VI E F

rresponder la Iglesia, colectividad que aspira a la uni­


dad perfecta. Y en tanto no se realice dicha unidad
interior y perfecta, en tanto la fe de cada uno no sea
todavía en sí la fe de todos, en tanto la unidad de to­
dos no se m anifieste inm ediatam ente en cada uno, debe
ella efectuarse f o r intermedio de uno solo .
La verdad universal realizada perfectamente en uno
sólo, Cristo, atrae a sí la fe de todos determ inada infa­
liblemente por la voz de uno solo : el P apa. Fuera ds
esta unidad, como hemos visto, la opinión de la mu­
chedumbre puede ser errónea y la misma fe de los ele­
gidos queda indecisa, Pero ni una falsa opinión ni
una fe vacilante, sino una fe infalible y determ inada
es la que, reuniendo el género hum ano a la verdad
divina, constituye la base inmoble de la Iglesia U n i­
versal. E sta base es la fe de Pedro, que vive en sus
sucesores, fe que es personal para m anifestarse a los
hombres y que —m ediante la asistencia divina— es
sobrehum ana para ser infalible.
Y — no nos cansaremos de repetirlo— si se cree que
tai centro de unidad perm anente no es necesario, que
se intente siquiera m anifestar sin él la viviente uni­
dad de la \g \esia U niversal, que se intente pvod-úcir
sin él un acto eclesiástico que interese a la cristiandad
entera, que se intente dar respuesta decisiva y autori­
taria a una sola de las cuestiones que dividen las con­
ciencias hum anas. Pero, bien se ve que los actuales
sucesores de los apóstoles en Constantinopla o Peters­
burgo im itan el silencio de los mismos apóstoles en
Cesárea de Filipo’. ..
R esum am os en pocas palabras las reflexiones que
preceden.
L a Iglesia Universal está fu n d a d a sobre la verdad
afirmada por la fe. S ien d o u n a la verdad, la fe verda­
RUSIA y LA I G L E S I A UNIVERSAL 213

dera debe tam bién serlo. Y como esta unidad de fe


no existe actual e inm ediatam ente en la totalidad de los
creyentes (puesto que no son t.odos unánim es en ma­
teria de religión), debe residir en la autoridad .legal de
un solo jefe, garantizada por la asistencia divina y
aceptada por el amor y la confianza de todos los fie­
l e s . 'H e aquí la piedra sobre la cual Cristo fundó su
Ig le sia ; las puertas del infierno no prevalecerán con­
tra ella.
V. L as llaves d e l R ejn o .

C omo sí no quisiera dejar duda alguna posible s o ­


bre la intención y el alcance de s u s palabras relativas
a la piedra de la Iglesia, Jesús las completa confirien­
do explícitamente el poder de las llaves, la intenden­
cia suprem a de su Reino, al poder fundam ental de la
Iglesia instituido en la persona de Simón Pedro. «Y
a ti daré las llaves del R eino de los cielos.»
Debemos aquí, ante todo, excluir un contrasenti­
do que nuestros polem istas «ortodoxos» atribuyen a
3'es'üoisto, P a ra boira? lo rafe posible Va
entre Pedro y los otros apóstoles, se afirma que el po­
der de las llaves no es más que el poder de atar y desa­
inar. Después de decir : «Y a ti daré las llaves», Jesús
habría repetido la misma prom esa en otros térm inos,
Pero cuando se habla de llaves, debería decirse cerrar
y abrir en vez de atar y desatar, así como vemos, en
efecto, en el A pocalipsis (para lim itarnos sólo al Nue­
vo Testam ento) : <<0 eko n tin kleida tou D a vid , o
anoigon kai oudeis kleiei, kai kleiei, kai oudeis anoi-
g e i : El que tiene la llave de D avid, El que abre y nin­
guno cierra; cierra y ninguno abre.» (Apoc., I II, 7.)
VLADI MI RO S O L O V I E F

Se puede cerrar y abrir una habitación, una casa, una


ciudad, pero sólo se puede atar y desatar los seres y
los objetos particulares que se hallan en la habitación,
en la casa, en la ciudad. El texto evangélico en cues-r
tión es una m etáfora, pero metáfora no significa ne­
cesariam ente absurdo. La im agen de las llaves del
Reino (de la residencia real: beth-ha-m elek) debe re­
presentar por fuerza un poder más vasto y más gene­
ra.; que Ja im agen de atar y desatar,
Como el poder especial de atar y desatar fué dado
a Pedro en los mismos términos con que luego fué con­
ferido a los otros apóstoles (M ath., X V III, 18), es fá­
cil ver por el contexto de este último capítulo que este
poder inferior sólo m ira a los casos individuales («si tú
herm ano pecare contra ti», etc.), lo cual corresponde
exactamente al sentido de la m etáfora empleada por
el Evangelio. U nicam ente los casos de conciencia per­
sonales y los destinos de las alm as individuales caen
bajo el poder de atar y desatar dado a los otros após­
toles después de P edro. En cuanto al poder de las lla­
ves del Reino, conferido a Pedro únicam ente (tanto
en el sentido preciso de nuestro texto- como según la
analogía bíblica), no puede referirse más que a la to­
talidad de la Iglesia, significando un poder suprem o
■social y político : el gobierno general del R eino de
D io s'so b re la tierra. No se debe separar la vida del
alma cristiana de la organización de la Iglesia U niver­
sal ni confundirla con esta organización. Son dos ór­
denes de cosas diferentes, si bien íntim am ente ligados.
Así como la doctrina de la Iglesia no es un sim ple
compuesto de creencias personales, tampoco puede re­
ducirse el gobierno de la Iglesia a la dirección de las
conciencias individuales y de la vida moral privada.
Basada en la un id a d de la fe, la Iglesia Ü niversal, en
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 217

cnanto- cuerpo social, real y vivo, debe tam bién m ani­


festar un ida d de acción capaz de reaccionar con éxito
en cada momento de su existencia histórica contra los
refuerzos reunidos de los poderes enemigos que quie­
ren destruirla dividiéndola. En un cuerpo social vas­
to y complejo la unidad de acción supone todo un sis­
tema de funciones orgánicas subordinadas a un cen­
tro común que pueda moverlas en cada momento dado
en ía dirección querida. Así como ía unidad d e ia fe
ortodoxa está definitivam ente garantizada por la au­
toridad dogm ática de uno solo que habla por todos,
la unidad de acción eclesiástica está, de igual modo,,
condicionada necesariamente pro e] poder dirigente de
uno solo que se extiende a toda la Iglesia.
Pero en la Iglesia una y santa, basada en la ver­
dad, no podría el gobierno estar separado de la doc­
trina y el poder central y suprem o no puede pertene­
cer, en el orden eclesiástico, más que a aquel que, con
autoridad divinam ente asistida, representa y manifies­
ta, en el orden religioso, la unidad, la verdadera fe.
Por esto es que las llaves del R eino sólo fueron da­
das a aquel que es, por su fe, la P iedra de la Iglesia.
V I. E l g o b ie r n o de la I g l e s ia U n iv e r s a l , c e n t r o

de U n id a d .

T jk Iglesia no es solamente; ía reunión perfecta de


los hom bres con Dios en Cristo.; es además e l orden
social que la voluntad suprem a ha establecido para
cumplir en él y por él esa unión divino-hum ana.
Basada en la verdad eterna, ía Iglesia es perfección
de la vida en lo porvenir, como fué en eí pasado y es
todavía en el presente el camino que conduce a esa per­
fección ideal. L a existencia social de la hum anidad en
la tierra no puede quedar fuera de la nueva unión de
lo divino v de lo hum ano realizada en Cristo. S i los
elementos de nuestra misma vida m aterial son trans­
formados y santificados por los sacram entos, ¿ cómo
podría ser que el orden social y político, form a esen.
cial de la existencia hum ana, quede entregado inerme
a la lucha de los intereses egoístas, a la contradicción
de las pasiones mortíferas, al conflicto de las opinio­
nes falaces? P ues el hom bre es necesariamente un ser
social, el objeto definitivo de la operación divina en la
hum anidad es la creación de una sociedad universal
perfecta. M as no se trata de una creación ex nihilo.
La m ateria de la sociedad perfecta está dada : es la so­
ciedad imperfecta, la hum anidad tal cual es. E sta no
220 VLADIMIRO SOLOVIEF

queda excluida ni suprim ida por el R eino de D ios;


por el contrario, es atraída a la esfera del R eino para
ser regenerada, santificada, transfigurada.
Cuando se trata de unir a Cristo el ser individual
del hombre, la religión no se contenta con la com u­
nión invisible y puram ente espiritual, quiere que e!
hombre com ulgue con su D ios en la totalidad de su
existencia hasta con el acto fisiológico de la alim en­
tación. En esta comunión mística, pero real, la m ate­
ria del sacram ento no queda solam ente destruida y
aniquilada, sino que es transubstanciada, es decir, que
la substancia interior e invisible del pan y del vino
es exaltada a la esfera de la corporeidad divinizada de
Cristo y absorbida por ella, al paso que la actualidad
fenomenal o exterior apariencia de esos objetos per­
manece sin cambio alguno sensible para poder obrar
en las condiciones dadas de nuestra existencia física
uniéndola al cuerpo de Dios.
De igual modo, cuando se trata de ía vida colecti­
va y pública de la hum anidad, ella debe tam bién ser
místicamente transubstanciada sin dejar de conservar
las especies o exteriores formas de la sociedad terres­
tre. E stas m ism as form as, ordenadas y consagradas de
cierta m anera, deben servir de bases reales y de ins­
trum entos visibles a la acción social de Cristo en su
iglesia.
Desde el punto de vista cristiano la obra de D ios
en la hum anidad no tiene por objeto definitivo la ma­
nifestación del poder divino (idea m usulmana), sino
la unión libre y recíproca de los hom bres con D ios.
Y para cum plir tai obra el medio propio no es la ac­
ción oculta de la Providencia que conduce a indivi­
duos y pueblos por caminos desconocidos hacía fines
incom prensibles. E sta acción absoluta y exclusiva­
Í t i / SIÁ V LA I G L E S I A UNIVERSAL ¿2i

mente sobrehum ana es siempre indispensable, pero no


basta por sí sola. La hum anidad, sobre todo desde la
reunión real e histórica de lo divino y lo hum ano en
Cristo, debe tomar también una parte positiva en sus
destinos, debe com ulgar socialmente con Cristo.
Pero si deben los hom bres mortales participar aquí
abajo, real y actualm ente, del gobierno invisibfe y so­
brenatural de Cristo, es necesario que dicho gobierno
esté revestido de las especies sociales visibles y natu­
rales. P a ra obrar en la hum anidad imperfecta, y ju n ­
to con ella, la perfección de la gracia y de la verdad
divinas en Jesucristo, debe estar representada y ser­
vida por una institución social, divina en su origen,
objeto y poderes, y hum ana por sus medios de acción
adaptados a todas las exigencias de la vida histórica.
P a ra dirigir la vida pública de la hum anidad en­
tera hacia el am or divino y para determ inar la opinión
publica en el sentido de la verdad divina, es necesario
que haya en la Iglesia un gobierno universal divina­
mente autorizado. E ste debe tener caracteres definidos
y manifiestos para que todo el m undo pueda conocerlo
y debe ser perm anente para que siem pre pueda apelar­
se a él-, debe ser divino en su substancia p a ta im po­
nerse definitivam ente a la conciencia religiosa de todo
hom bre bien informado y bien intencionado, y debe
ser hum ano e imperfecto en su manifestación histó­
rica para que sea posible la resistencia moral, para
dejar sitio a las dudas, a la lucha, a las tentaciones, a
todo aquello que constituye el mérito de la virtud libre
y verdaderam ente hum ana.
P a ra form ar la prim era base de reunión entre la
conciencia social de la hum anidad y el gobierno pro­
videncial de Dios, para participar de la M ajestad di­
vina y estar, al mismo tiempo, adaptado a la actuali­
222 VLADIMIRO SOLOVIEF

dad hum ana, el poder suprem o de la Iglesia, adm i­


tiendo las diversas form as de gobierno que varían se­
gún ios tiempos y lugares, debe siem pre conservar,
como centro de unidad, su carácter puram ente m onár­
quico. Si la Iglesia U niversal tuviera un gobierno ex­
clusivamente colectivo, si su poder suprem o sólo es­
tuviera representado por un concilio, la unidad' de su
acción hum ana (que la vincula a la unidad absoluta
de la verdad divina) sólo podría tener dos bases : o el
acuerdo unánim e y perfecto de todos sus miembros o
la m ayoría de votos, como en las asam bleas laicas.
E sta últim a suposición es incom patible con la majes­
tad de Dios, que estaría obligada a acomodar en todo
momento su voluntad y su verdad a la agrupación for­
tuita de las opiniones y al juego de las pasiones h u ­
m anas. En cuanto a la unanim idad y la concordia com­
pleta y perm anente, tal estado de la conciencia social
podría, sin duda, gracias a su intrínseca excelencia
moral, corresponder a ía perfección divina y m anifes­
tar infaliblem ente la acción de Dios en la hum anidad.
Pero, s¡ el principio político de la m ayoría de votos
está por bajo de-la dignidad divina, el principio ideal
d t Vá 'ü flíiY l'iW ii'iíi'i W W b Ü T t o ,
queda por desgracia demasiado por encima de la ac­
tual condición hum ana.
La unidad perfecta que Jesucristo, en su oración
pontifical, nos presentó como objeto definitivo de su
obra, no puede ser supuesta como base real y m ani­
fiesta de ésta. El medio más seguro de no alcanzar nun­
ca la perfección deseada es im aginar que ya ha sido
alcanzada. La unanim idad y solidaridad consciente, el
am or fraternal, y la concordia libre, form an el ideal de
la Iglesia, ideal que todo el m undo acepta.
Pero !a diferencia entre una quimera y e! divino
RUSIA V LA I G L E S I A UNIVERSAL 223

ideal de ia unidad es que éste tiene un punto de apoyo


real (el dos m oi jtou stó de la mecánica social) para
ganar terreno poco a poco aquí abajo y triunfar g ra ­
dual y sucesivamente de todas las potencias de dis­
cordia.
Es absolutam ente necesario un principio de uni­
dad real e indivisible para resistir a las tendencias pro­
fundas y vivaces de división en el m undo y en la Igle­
sia misma. M ientras la unidad religiosa —unidad de
la gracia y la verdad— llega a ser en cada creyente la
esencia misma de su vida y el lazo perfecto e indiso­
luble que le une a todo prójim o, necesita que el p rin­
cipio de esta unidad universal exista objetivam ente y
obre sobre todo el m u n d o bajo las «especies» de un
poder social visible y determ inado.
La Iglesia una y universal es perfecta por la con­
cordia y unanim idad de todos sus miembros ; pero para
que pueda ser en medio de la actual discordia, le hace
falta un poder de unificación y de conciliación, poder
inaccesible a esa discordia y en continua reacción con­
tra ella, que se m antenga superior a,todas las divisio­
nes, que agrupe en torno suyo a todos los hom bres de
buena voluntad,, aue denuncie y condene todo cuanto
es contrario al R eino de Dios sobre la tierra. Cuando
se quiere el Reino, debe quererse tam bién al único
camino que puede conducir a él a la hum anidad co­
lectiva. Entre la actualidad odiosa de la discordia que
reina en este m undo y la deseable unidad del amor
perfecto en que Dios reina, está el camino necesario
de la unidad legal y autoritaria que vincula el hecho
hum ano al derecho divino.
El círculo perfecto de ¡a Iglesia Universal necesita
de un centro único, no para ser perfecto, sino para
ser. La Iglesia terrestre llamada a contener en sí la
224 VLADIMIRO SOtO Vl&F

m uchedum bre de las naciones, para continuar siendo


una sociedad real debía oponer a íodás las divisiones
nacionales un poder universal determ inado. L a Ig le­
sia terrestre que debía ingresar en el curso de la his­
toria y sufrir, en sus circunstancias y relaciones ex­
ternas, cambios y variaciones incesantes, necesitaba,
para regular su identidad, de un poder esensia! mente
conservador y con todo activo, inalterable en el fon­
do y dúctil en las form as. P o r últim o, la Iglesia te­
rrestre destinada a obrar y a sostenerse contra todas
las potestades del mal en medio de una hum anidad
inválida, debía contar con un punto de apoyo abso­
lutamente.firme e irrefragable, más fuerte que las puer­
tas del infierno.
A hora b ie n ; sábemos que, por una parte, Cristo
previó esta necesidad de la m onarquía eclesiástica con­
firiendo a uno solo el poder suprem o e indivisible,en
su Iglesia, y por otra, vemos que, de todos los pode­
res eclesiásticos del m undo cristiano, no hay m ás que
uno solo y único que m antenga perpetua e invaria­
blemente su carácter central y universal y que, al mis-
mp tiempo, según antigua y general tradición, esté
especialmente vinculado a aquel á quien Cristo dijo :
kTú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Igle­
sia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella.» La palabra de Cristo no podía dejar de cum ­
plirse en la historia cristiana, y el principal fenómeno
de esta historia debía tener una causa suficiente en la
palabra de Dios. ¡ Que se nos m uestre, pues, para la
palabra de Cristo a P ed *3 un efecto correspondiente
distinto de la cátedra de Pedro y que se descubra para
esta cátedra otra causa suficiente que no sea la prom e­
sa hecha a P edro I
Las verdades vivientes de la religión no se im.po­
Íí U S I Á y L A I G L E S I A UNIVERSAL 22S

nen a toda inteligencia como teorem as geométricos.


Correría, por lo demás, el riesgo de engañarse quien
creyera que las mismas verdades m atem áticas S o n uná­
nimemente aceptadas por todo el m undo tan sólo en
razón de su evidencia intrínseca; se concuerda en re­
conocerlas porque nadie está interesado en rechazar­
las. No tengo ¡a ingenua pretensión de convencer a
espíritus que sientan más poderoso atractivo por otras
investigaciones que no sean la verdad religiosa. Al
exponer las pruebas generales del prim ado perm anen­
te de Pedro como base de la Iglesia U niversal, sólo
me he propuesto ayudar ai trabajo intelectual de aque­
llos que se oponen a esa verdad no por intereses ni pa­
siones, sino solamente por errores inconscientes y pre­
juicios hereditarios, Continuando esta tarea debo aho­
ra, con la m irada siempre fija en el luminoso faro de
la palabra bíblica, abordar por un momento el domi­
nio obscuro y movedizo de la historia universal.

IS
V il. L as monarquías d e D aniel. « R o m a » y « A m o íí.» .

T yA vida histórica de la hum anidad comenzó en la


confusión de Babel (Gen., X I) y concluirá en la ar­
monía perfecta de la Nueva Jerusalén (Apoc., X X I).
Entre estos térm inos extremos, consignados en el pri-
jnero y en el último libros de la Escritura, se sitúa
el proceso de la historia universal cuya im agen sim-,
bólica nos es procurada por un libro sagrado que po­
dría considerarse como transición entre ei A ntiguo y
el Nuevo Testam ento, el libro del profeta Daniel
(Dan., II, 31-36).
Cotno cyiiera que. La b-um-3-nÁdad. terrestre 0.0 es. ni
ha de ser jam ás un m undo de puros espíritus, nece­
sita, para m anifestar y desarrollar la unidad de su vida
interior, un organism o social externo que debe hallar­
se tanto más centralizado cuanto más extenso y dife­
renciado llegue a ser. Así como la vida del espíritu
hum ano individual se manifiesta por medio del cuer­
po hum ano organizado, de igual modo el espíritu co­
lectivo de la hum anidad regenerada —la Iglesia invi­
sible— exige una organización social visible, imagen
e instrum ento de su unidad. Desde este punto de vis­
ta la historia de la humanidad se presenta como la
228 VLADIMIRO SOLOVIEF

formación sucesiva del ser social universal o de la


Iglesia una y católica, en el amplio sentido de la pa­
labra.
E sta obra se divide necesariamente en dos partes
principales : 1,°, la unificación exterior' de las nacio­
nes históricas o la formación del cuerpo universal de
la hum anidad, mediante el trabajo más o menos in­
consciente de los poderes terrestres bajo la acción in­
visible e indirecta de la Providencia, y 2,°, la anim a­
ción de este cuerpo por el poderoso soplo del H om bre-
Dios y su ulterior desarrollo por la acción com binada
de la gracia divina y las fuerzas hum anas, más o me­
nos conscientes. Tenem os así, en otros térm inos, por
un lado la formación de la m onarquía universal n a tu ­
ral ., y, por otro, la formación y desarrollo de la mo­
narquía espiritual o la Iglesia U niversal, sobre la base
y en el cuadro de la organización natural correspon­
diente.
La prim era parte de la gran obra constituye esen­
cialmente la historia antigua o pagana. La segunda
determ ina principalm ente la historia moderna o cris­
tiana. Establece la unión la historia del pueblo de
Israel, que, bajo una acción especial del Dios vivo,
preparó el medio orgánico y nacional en que apare­
cía el H om bre-D ios, que es el principio espiritual de
unidad para el cuerpo universal y el centro absoluto
de la historia.
M ientras la nación sagrada preparaba la corporei­
dad natural de! H om bre-D ios individual , las naciones
profanas elaboraban el cuerpo social del H om bre-D ios
colectivo, de la Iglesia U niversal. Como la obra del
paganism o era producida por esfuerzos puram ente hu­
manos que sólo indirecta e invisiblemente eran diri­
gidos por la Providencia divina, era inevitable que
R U S I A Y LA I GL ES I A UNIVERSAL 229

procediera m ediante ensayos y esbozos. Así, antes de


la efectiva m onarquía universal, vemos surgir m onar­
quías nacionales, con pretcnsiones de universalidad,
pero incapaces de lograrla.
T ras de la m onarquía asiriobabilónica (aquella car.
beza de oro del más puro y centralizado despotismo)
viene la m onarquía medopersa (porque el pecho y los
brazos de plata simbolizan un poder despótico menos
centralizado, menos puro, pero mucho más vasto en
cambio), que encierra en sus brazos toda la escena his­
tórica de entonces, entre la Grecia por un lado y la
India por otro. Luego viene la m onarquía macedóni­
ca de A lejandro el Grande, viene de cobre, que devora
a la H élade y el Oriente. Pero, a pesar de su abun­
dancia en el orden de la cultura intelectual y estética,
el helenismo fué impotente en la acción práctica, in­
capaz de crear un cuadro político y un centro de uni­
dad para la m uchedum bre de naciones que había in­
vadido. Como gobierno adoptó, sin cambio esencial
ninguno, el absolutism o de los déspotas nacionales que
encontró en Oriente, y, aunque impuso al m undo con­
quistado la unidad de su cultura, no pudo impedir que
se dividiera en dos grandes E stados nacionales helení-
zados a medias, el reino helenoegipcio de los Ptolo-
meos y el reino helenosirio de los Seléucidas. O ra en
guerra encarnizada, ora en inestable alianza por medio
de los casam ientos dinásticos, ambos reinos estaban
bien representados por los dos pies del coloso en que
el hierro del despotismo prim itivo se mezclaba al ba­
rro blando de una cultura decadente.
De esa m anera el m undo pagano, dividido entre
dos potencias rivales con dos centros políticos e inte­
lectuales —A lejandría y Antioqufa— carecía de base
histórica suficiente para la unidad cristiana.
230 VLADI MI RO S O LOVI EF

Pero existía una piedra — Capitoüi im m obile sa-


x u m — , una pequeña ciudad de Italia, cuyo origen es­
taba envuelto en fábulas misteriosas y significativos
m ilagros y cuyo mismo nom bre verdadero se ignora­
ba. E sta piedra, lanzada por la Providencia de! Dios
de la historia, fué a golpear los pies de barro del m un­
do grecobárbaro de Oriente, derribó y desmenuzó al
im potente coloso y se convirtió en un gran monte, El
m undo pagano logró un centro real de unidad. Se esta­
bleció una m onarquía verdaderam ente nacional y uni­
versal, que abrazaba al Oriente y al Occidente. No sólo
fué mucho más extensa que la más vasta de las mo­
narquías nacionales, contuvo no sólo muchos más ele­
mentos heterogéneos (de nacionalidad y de cultura),
sino que fué sobre todo poderosam ente centralizada
y transform ó a esos diversos elementos en un todo
real y activo. Eri lugar de un m onstruoso sim ulacro
compuesto de partes heterogéneas, la hum anidad, se
convirtió en cuerpo organizado y homogéneo : el Im ­
perio Rom ano, con un centro individual y vivo : Cé­
sar A ugusto, depositario y representante de todas las
voluntades unidas del género hum ano.
Pero, ¿ qué fué César y cómo llegó a representar
el centro viviente de la hum anidad ? ¿ En qué se fun­
dó su poder ? La larga y dolorosa experiencia conven­
ció a los pueblos de Oriente y Occidente que la divi­
sión y la lucha continuas son un mal y que es nece­
sario un centro de unidad para fundar la paz del m un­
do. E ste deseo vago, pero muy real de la paz y la uni­
dad, echó al m undo pagano a los pies de un aventu­
rero que reem plazaba con éxito las creencias y los
principios con las arm as de las legiones y con su pro­
pia audacia. L a unidad del Im perio tuvo así como
fundam entos únicos la fuerza y la suerte.
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 231

Si el prim ero de los Césares pareció ser digno del


triunfo por su genio personal, si el segundo lo justi­
ficó en cierta medida por su calculada piedad y su
prudente moderación, el tercero fué un m onstruo y
tuvo por sucesores idiotas y locos. El Estado univer­
sal que debía ser encarnación de la misma R azón so­
cial fué realizado en un hecho absolutam ente irracio­
nal cuyo absurdo se sostuvo sólo con la blasfemia de
ia apoteosis imperial.
El Verbo divino, unido individualm ente a la na­
turaleza hum ana y queriendo u nir a Sí socialmente el
ser colectivo de la hum anidad, no podía establecer
esta utiión ni sobre la discordia de una turba anárqui­
ca ni sobre la arbitrariedad de una tiranía. Sólo po­
día unirse á la hum ana sociedad por medio de u n p o ­
der fundada en la Verdad.
En el dom inio social no cuentan directam ente y
en prim er lugar las virtudes ni defectos personales.
Si consideramos malo y falso al poder imperial de la
R om a pagana, no es únicam ente a causa de los crí­
menes y locuras de un Tiberio y de un N e ró n ; sino
sobre todo porque el mismo poder imperial, represen­
tado, ya por Calígula, ya por A ntonino, se fundaba
en la violencia y estaba coronado por la m entira. El
emperador real —criatura im provisada de los legiona­
rios y pretorianos— era confirmado por la fuerza cie­
ga y g ro se ra ; el emperador ideal de la apoteosis era
una ficción impía.
Al falso hom bre-dios de la m onarquía política opu­
so, el verdadero D ios-H om bre, el poder espiritual de
]a m onarquía eclesiástica basado en la V erdad y el
Amor. La m onarquía universal, la unidad internacio­
nal debían subsistir, el centro de unidad no debía
cambiar de s itio ; pero el propio poder central, su ca­
232 VLADIMIRO SOLOVIEF

rácter ,su origen, su sanción, debían ser renovados,


Los mismos romanos tenían el vago presentim ien­
to de-esa m isteriosa transform ación. Si el nom bre vul­
gar de R om a significaba en griego fuerza, y si’un poe­
ta de la H élade en decadencia saludaba a los nuevos
señores en este nom bre: «Chaire m oi R o m a , thigater
A reo s : Saludaré a Rom a (la fuerza), hija de Marte» ;
los ciudadanos de la Ciudad Eterna, leyendo su nom ­
bre a la m anera semítica, creían descubrir su verda­
dera significación : A m o r . La antigua leyenda, reju­
venecida por V irgilio, vinculaba el pueblo romano y
en particular la dinastía de César, a la madre del Amor,
y m ediante ella, al Dios suprem o.
Pero su Am or era servidor de la muerte y su Dios
suprem o un parricida. L a piedad romana, su princi­
pal título de gloria y el fundam ento de su grandeza,
era un sentim iento verdadero referido a principios fal­
sos. Y justam ente se trataba de cam biar los principios.
Se trataba de revelar la verdadera Rom a, fundada
en la verdadera religión, Al reemplazar las innum e­
rables triadas de dioses parricidas por la única T rin i­
dad divina consubstancial e indivisible, era necesario
a’ar como r'una’am enío a i’a socfecíací umversaí, en íugai-
del imperio de la Fuerza, una Iglesia del Amor.
¿ Fué pura casualidad el que, para proclam ar su
verdadera .monarquía universal fundada no ya en el
servilismo de los súbditos y la arbitrariedad de un p rín ­
cipe mortal, sino en la libre adhesión de la fe y el amor
hum anos a la Verdad y la Gracia de Dios, Jesucristo
escogiera el momento de llegar con sus discípulos a
los confines de Cesárea de Filipo, la ciudad que un
esclavo de los Césares dedicó al genio de su am o?
¿ Fué casualidad también cuando, para sancionar de-
finitiva.rpente su obra fundam ental, Jesús escogió las
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 233

inmediaciones de Tiberíades y, frente a los m onum en­


tos que hablaban del señor actual de la falsa Rom a,
consagró al futuro señor de la verdadera Rom a, .indi­
cándole el nom bre .místico de la ciudad eterna y el
principio suprem o de Su nuevo R e in o : S i m ó n bar
Joña., me amas m as que estos?
¿ P o r qué, empero, el Amor verdadero que ignora
la envidia y cuya unidad nada tiene de exclusivo, debe
concentrarse en uno solo y revestir para su obra social
la forma m onárquica de preferencia a las otras?
Puesto que no se trata de la O m nipotencia de Dios,
que podría imponer exteriorm ente la verdad y la jus­
ticia a los hombres, sino del am or divino del cuel el
hombre participa por libre adhesión, la acción direc­
ta de la divinidad debe estar reducida al m ínimum .
E sta no puede ser totalm ente suprim ida, porque todo
hombre es m entira y porque ningún ser hum ano, tan ­
to individual como colectivo, entregado a sus propios
medios, podría m antenerse en relación constante y
progresiva con la D ivinidad. Pero el fecundo Amor
de Dios, unido a la Sabiduría divina quce in superfluis
non abundat, para ayudar a la hum ana debilidad y
dejar al mismo tiempo obrar f^s fuerzas de fa hum a­
nidad, escoge el camino en que la acción unificante y
vivificante' de la verdad y la gracia sobrenaturales so­
bre la masa de la hum anidad halla menos obstáculos
naturales y encuentra el medio social exteriormente
conforme y adaptado a la m anifestación de ía verda­
dera unidad. El camino que facilita la unión divino-
hum ana en el orden social y form a en la misma hu­
m anidad un órgano central unificante, es el camino
monárquico. P ara reproducir en todo momento la uni­
dad espontánea sobre la caótica base de las opiniones
independientes y de las voluntades discordantes, se-r
234 VLADfMIEO SOLOVIEF

ría menester cada vez una nueva acción inmediata y


manifiestamente m ilagrosa de Sa D ivinidad, una ope­
ración ex nihilo que se im pusiera a los hom bres y les
privara de su libertad mora!. Así como el Verbo di­
vino apareció en la tierra, r¡o en su esplendor celeste,
sino en la hum ildad de la naturaleza hum ana, y como
aun hoy para darse a los creyentes reviste la hum ilde
apariencia de las especies m ateriales, tam poco quiso
gobernar directam ente con su poder divino la sociedad
hum ana, y prefirió emplear como medio regular de
su acción social una form a ¿¡g unidad que ya existie­
ra en el genero hum ano : /a m onarquía universal, Bas­
taba para ello regenerar, espiritualizar, santificar esta
forma social, poniendo en lugar del principio de la
muerte, la violencia y el fraude, el principio eterno
de la Gracia y la V erdad, lin vez de un jefe de sol­
dados que, con espíritu d^ m entira, se pretendiera
dios, hubo que poner al jefe de los creyentes, que, en
espíritu de verdad, reconoció y confesó a su M aestro
como H ijo del Dios vivo. Í£n vez de un déspota fu­
rioso, que habría querido hacer del esclavizado gé­
nero hum ano su víctim a sangrienta, hubo que exaltar
a / m inistro am ante d ei 7?/o.s q Ue eferramo su sangre
por la hum anidad.
E n los confines de Cesarea y en la ribera del m ar
de Tiberíades, Jesús destronó a C ésar; no al César
deJ denario, ni al César cristiano del porvenir, sino
al de la apoteosis, al César soberano único, absoluto
y autónom o del universo, centro de unidad suprem o
p ara el género hum ano. Lo destronó creando un nue­
vo y mejor centro de unidad, un nuevo y mejor sobe­
rano fundado en la fe y el ar^or, la verdad y la gracia.
Y , al destronar el falso e im pío absolutism o de los
Césares pagsaos, jesú s confirmó y e.tómizd la monar-
V Íi I . É l «H i j o d f .l H o m b r e » y l a « P i e d r a »,

P
T ; L punto de vista que acabam os de exponer nos
perm ite com prender por qué la visión profética de las
grandes potencias paganas —tan completa y precisa
como puede serlo visión sem ejante— no hace mención
alguna de la mayor entre todas : el Im perio R om ano.
Es que éste no era una sim ple parte del informe co­
loso condenado a la ruina, sino el cuadro y el molde
material perm anente del R eino de Dios.
Las grandes potencias del m undo antiguo no han
hecho más que pasar por la h isto ria; sólo R om a vive
siempre. La roca del Capitolio fué consagrada por la
piedra bíblica, y el imperio romano se convirtió en la
grande m ontaña que, según la visión profética, debía
form arse de esa piedra. En cuanto a la piedra misma,
¿ qué puede significar sino el poder m onárquico de
aquel que fué llamado la P ie d ra por excelencia y so­
bre quién fué fundada la Iglesia U niversal, este m on­
te de Dios ?
De ordinario la imagen de la piedra m isteriosa del
libro de Daniel es aplicada al mismo Jesucristo. Debe
advertirse, con todo, que Jesús, que utilizaba con fre-
Vl a d im ir o so l o v íé f

cuencia al profeta Daniel en su. predicación, tomó de


éste para aplicarla a su persona no ya la imagen de
la piedra, sino otra designación que convirtió casi en
su nombre p ro p io : el H ijo del H o m b r e . Es el nom ­
bre que emplea en el texto fundam ental de San M a­
teo : «¿Q uién dicen los hom bres que es el H ijo del
H om bre.» Jesús es el H ijo del H om bre visto por el
profeta Daniel (Daniel, V II, 13). E n cuanto a la pie­
dra (Daniel; II, 34, 35, 45), no designa directam ente
a Jesús, sino al poder fundam ental de la Iglesia, a
cuyo prim er representante el mismo H ijo del H om ­
bre aplicó esta im agen : «Y yo te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra...»
N uestra m anera de ver está directam ente confirma­
da por el contexto de la profecía de D aniel. T rata ésta
de un Reino procedente de Dios, p e ro ' visible y te­
rrestre, que debe reem plazar a los grandes imperios
paganos después de haberlos dom inado y destruido.
La aparición y triunfo de este quinto R eino (que en
un texto paralelo es llamado «el pueblo de los santos
del Altísimo» —D an., V II, 18, 27— y que es, eviden­
temente, la Iglesia .U niversal) están representados
sim bólicamente po r la piedra que, tras de baber des­
m enuzado los pies del coloso, se hace un grande' m on­
te y llena toda la tierra.
P o r consiguiente, si (da piedra» de Daniel signi­
ficara directam ente a Cristo, habría que adm itir que
es C risto mismo quien se convirtió en «el gran mon­
te», es decir, en la m onarquía universal de la Iglesia
que sustituyó a los imperios paganos. Pero, ¿ por qué
habríam os de atribuir gratuitam ente al autor verda­
deram ente inspirado de ese libro maravilloso, tan con­
fusa e incongruente imagen, cuando existe una expli­
cación clara y arm ónica, no sólo admisible, sino sim ­
RUSIA y la íglésia u n iv e r sa l 23a

plem ente im puesta por la comparación de dichos tex­


tos proféticos con el texto evangélico respectivo ?
En aquéllos como en éste, en Daniel como en San'
Mateo, están el H ijo del H om bre y la Piedra de la
Iglesia. Pero, como es absolutam ente cierto que el
H ijo del H om bre del libro profético y el H ijo del H om ­
bre del Evangelio designan a idéntica persona, el M e­
sías, la analogía exige que la imagen de la P iedra
eclesiástica tenga, en ambos casos, igual sentido. M as
en el Evangelio la P iedra es evidentem ente el prín­
cipe de los apóstoles — «tú eres Pedro!»— , ergo la
piedra del profeta Daniel prefigura tam bién al depo­
sitario prim ordial del poder m onárquico en la Igle­
sia U niversal, piedra no arrojada por mano hum ana,
sino por el H ijo de Dios vivo y por el mismo Padre
celestial que reveló al m onarca de la Iglesia la ver­
dad divino-hum ana, causa prim era de su poder.
Señalem os asim ism o est^ coincidencia adm irable :
es el gran rey de Babilonia, representante típico de la
falsa m onarquía universal, quien vió en un sueño m is­
terioso al principal representante de la verdadera mo­
narquía universal. Lo vió bajo la im agen-significativa
de ht piedra q u e s e convirtió en- su n om bre propio.
Y vió tam bién el contraste perfecto de las dos m onar­
quías ; la una, que comenzando en la cabeza de oro ter­
m ina en los pies de barro que caen desmenuzados, y
la otra, que iniciada en una piedrecilla rem ata en in­
mensa m ontaña que llena el m undo.
IX. M o n s , F i l a r e t o df, M o s c ú , S a n J u a n C r i s ó s t o ­
m o, D a v i d S t r a u s s y de P ressensé sobre e l p r im a d o

de P ed ro ,

P rendidos a la evidencia, ortodoxos .de buena fe


nos dicen : «Es verdad que Jesucristo instituyó en la
persona de San Pedro un poder central y soberano
para ia Ig le s ia ; pero no vemos cómo y por qué habría
pasado tal poder a la Iglesia rom ana y al papado.»
Se reconoce a la piedra desgajada sin intervención
de manos hum anas, pero no se quiere ver la gran mon­
taña que de ella procede. Y , sin embargo, el hecho
está claram ente explicado en la E scritura S agrada por
medio de imágenes y parábolas que se saben de me­
moria, pero no por eso son mejor comprendidas.
Si una piedra que se transform a en monte no es
más que un símbolo, la transform ación de un germ en
simple y apenas visible en cuerpo orgánico infinita­
mente más grande y complicado es un hecho real.
Y ‘precisam ente con este hecho real explica el Nuevo
Testam ento por anticipado el desarrollo de la Iglesia,
grande árbol que fué al principio imperceptible g ra ­
no y que hoy procura amplío abrigo a las bestias de
la tierra y a !as aves del cielo.
Aun más, entre los mismos católicos ha habido
espíritus uítradogm áticos que, adm irando en justicia
ia encina inmensa que les cubre con su sombra, re-
16
VLADÍMlRO SOLOYIÉP

husan con todo adm itir que esa abundancia de for­


mas orgánicas haya surgido de tan sencilla y ru­
dim entaria estructura como la de una bellota ordina­
ria. D e creérseles, para que la encina provenga de la
bellota, ésta ha debido contener, diferenciada y m ani­
fiestamente, ya que no todas las hojas, al m enos to­
das las ram as del gr.an á rb o l; ha debido ser no sólo
substancialm ente idéntica a éste, sino además com pleta­
mente semejante. En cambio, otros espíritus de ten­
dencia opues.ta —espíritus ultracríticos— se ponen a
exam inar m inuciosam ente la pobre bellota por to­
dos lados. Como es naturai, no le encuentran nada de
parecido con la gran encina, ni entrelazadas raíces, ni
robusto tronco, ni ramas tupidas, ni hojas onduladas
y resistentes. «¡Todo h u m b u g /» (1), dicen, la bello­
ta no es ni puede ser otra cosa que bellota; en cuanto
a la gran encina con todos sus atributos, demasiado
sabemos de dónde viene ; la inventaron los jesuítas en
el Concilio V aticano. Lo vimos con nuestros propios
ojos... en el libro de Janus (2).
A riesgo de parecer librepensador a.lo s ultradog-
m atistas y de ser, al mismo tiempo, acusado de je­
suíta disfrazado por los espíritus críticos, debo afirmar
esta verdad totalm ente cierta : Sin género de duda, la
bellota tiene una estructura sencilla y ru d im e n ta ria ;
es imposible hallar en ella todas las partes constitu­
tivas de una gran encina, y, sin em bargo, ésta ha sa­
lido verdaderamente de la bellota sin ningún artificio

(1) H u m b u g : p a trañ a , c h a rla ta n e ría . P a la b ra inglesa.


(N. del T .)
(2) A lgún libro de d iatrib a an ticató lica en curs® en la E u ro ­
pa de aquella época. Solovief mezcla a su p en etran te a rg u m e n ­
tación la m ás donosa iro n ía.— (N. del T .)
R U S I A Y LA I GL ES I A UNI VERSAL 243

ni usurpación, sino con todo derecho y hasta con de­


recho divino. Porque Dios, que no está sujeto a las
necesidades del tiempo, del espacio o del mecanismo
material, ve en el germen actual de las cosas todo el
poder oculto de su porvenir, y El debió ver, determ i­
nar y bendecir en la bellotita la poderosa encina, como
en el grano de mostaza de la fe de Pedro distinguió y
anunció al árbol inmenso de la Iglesia católica que
debía cubrir con sus ramas la tierra.
H abiendo recibido de Jesucristo el depósito del so­
berano poder universal que debía subsistir y desen-,
envolverse en la Iglesia en el curso de toda su dura­
ción sobre Ja tierra, Pedro no ejerció personalm ente
el poder más que en la medida y formas que adm itía
el prim itivo estado de la Iglesia apostólica. La acción
del príncipe de los apóstoles era tan poco sem ejante
al gobierno de los P apas modernos como la bellota a
la encina, ío que no empece que sea el papado pro­
ducto natural, lógico y legítimo del prim ado de P e­
dro. E n cuanto al prim ado de éste, aparece tan claro
en los libros históricos del Nuevo Testam ento que nun­
ca fué discutido por los teólogos de buena fe, ya fue­
ran ortodoxos, racionalistas o judíos.
Y a citamos al eminente escritor israelita José Sal­
vador como testigo imparcial de la institución posi­
tiva de la Iglesia por Jesucristo y del preponderante
papel que en ella tocó a Pedro (3). Otro escritor, no

(3) P o r lo general los auto res p ro testa n tes no tienen tan


buena fe. Sin em bargo, los m ejores de en tre ellos confiesan ei
hecho, au n cuando hacen Inútiles esfuerzos p a ra explicarlo a
su m an era. V éase, por ejem plo, lo que dice de P ressensé en su
Historia de. los tres prim eros siglos del C ristianism o, Ira.
edic., t. I, p. 358/60: « D u ra n te todo este p rim er tiem po el
apóstol P edro ejerció p rep o n d eran te influencia, Se h a visto en
¿44 VLAD1M1R O S O L O VIEF

menos libre de todo prejuicio católico, David Strauss,


el conocido jefe de la escuela crítica alem ana, se vió
obligado a defender el prim ado de Pedro contra los
polem istas protestantes, a quienes acusa de preven­
ción manifiesta (4). E n lo que Se refiere a los represen­
tantes de la ortodoxia oriental, nada mejor que citar
de nuevo a nuestro teólogo único, Filareto, de Moscú.
Según él, el prim ado de Pedro es «claro y evidente» (5).
Después de recordar que Pedro recibió de Cristo la
especial misión de confirmar a sus herm anos, es de­
cir, a ios otros apóstoles, el eminente jerarca ruso con­
tinúa en los siguientes términos : «Aun cuando, en
efecto, la resurrección del Señor fuera revelada a las
mujeres miróforas, esto no confirmó a los apóstoles

el papel que entonces desem peñó u n a p ru eb a de su prim ado.


Pero, considerándolo m ás de cerca, se advierte que no hizo
m ás que desplegar sus dones n atu ra le s ( !) purificados y a u m en ­
tados por el E sp íritu divino.» « P o r Jo d em ás el relato de San
L ucas en nad a justifica las ideas jerárq u icas. Todo es n a tu ra l
y espontáneo en la co nducta de San Pedro. El no es ^presidente
de ojicio de u na especie de colegio apostólico.» (E videntem ente
f e í ’ rftsse T O é tDTíSTtTnSe am Ó £Y >l£ f e V& í& tw A tría í> •a v e ra »

pronunciado con la substancia del p rim ad o .) «Sólo obra con el


consejo de sus herm an o s» (al parecer según las ideas p ro te sta n ­
tes el consejo excluye la autoridad), «sea en la elección de un
nuevo apóstol, sea en Pentecostés, sea a n te e) pueblo, sea an te
el sanhedrin. P ed ro fué el m ás hum illado de ios prim eros cris­
tianos, por eso fué el m ás p ro n tam en te elevado.» Con b rom as
de m al género de e sta clase pretende el p ro testan tism o eludir
los textos form ales de la S a g ra d a E sc ritu ra , después de h a b er
proclam ado que la E sc ritu ra es la única fuente de la verdad
religiosa.
(4) Vida de ] estis, trad , L ittré. P arís, 1837, t, I, 11.a p arte,
p. 584, cf. p. 378.
(5) S erm o nes y discursos. F ilareto , m etropolitano de Moscú,
,1873, ssq. t. II , p, 214.
R U S I A Y LA I GL ES I A UNIVERSAL 245

en la fe d e ella (Lucas, X X IV , 11). Pero, una vez que


el Resucitado hubo aparecido a Pedro, los otros após­
toles, aun antes de la aparición que les fué com ún, di­
jeron con firm eza : «Ha resucitado el Señor verdade­
ramente y ha aparecido a Simón» (Lucas, X X IV , 34).
Y por último, cuando se trató de llenar el vacío deja­
do en el coro apostólico por ía apostasía de Judas, P e ­
dro es el prim ero en advertirlo y en tom ar una deci­
sión. Sí, en seguida del descenso del E spíritu Santo,
hubo que inaugurar solem nemente la predicación
evangélica, Pedro, levantándose..., etc. ¿S e trata de
echar las bases de la Iglesia entre los paganos y los
judíos? Pedro confiere el bautism o a Cornelio, y no
es la prim era vez que en él se cum ple la palabra de
C risto : «Tú eres P edro...», etc. (6).
Al dar este testim onio de la verdad, el elocuente
doctor de la Iglesia rusa m oderna es apenas débil eco
del aun más elocuente doctor de la antigua Iglesia
griega. San Juan Crisóstomo, refutó victoriosamente
por anticipado las objeciones contra el prim ado de P e ­
dro, que todavía hoy se sacan de ciertos hechos de la
historia evangélica y apostólica: la flaqueza de Si-
íítfStt w. el atóva ’p.TfocvpA -dt Vos sasteidolfis, so dispu­
ta con San Pablo, etc. R em itim os a nuestros lectores
ortodoxos a los argum entos del gran doctor ecum é­
nico (7). N ingún escritor papista podría afirmar con

(S) Ibítlem . — Mujeres miróforas : !as que llevaron los


arom as al Sepulcro del Señor (Luc. X X IV , I),
(7) Y a se sabe que la Ig lesia g reco rru sa atribuye en p a rtic u ­
lar este títu lo a tres an tig u o s je rarca s : S an B asilio de C esarea
llam ado el G rande, San G regorio de N acianzo, llam ad o el
Teólogo y San Ju a n C risóstom o. T ien en fiesta com ún el' 30 de
enero de n u estro calendario.
240 VLADIMI RO SOLOVI EF

m ayor fuerza e insistencia ei prim ado de p oder (no


sólo de honor) que corresponde a Pedro en la Iglesia
apostólica. Eí príncipe de los apóstoles, a quienes to­
dos fueron confiados (ate autos pantas encheiristheis)
por Cristo, pudo nom brar, según nuestro santo autor,
por propia autoridad al reem plazante de Judas, y si
en esa ocasión solicitó el concurso de los otros após­
toles no fué en m anera alguna por obligación, sino
porque así fué de su agrado (8).
L a S agrada Escritura nos habla del prim ado de
P e d ro ; su derecho al poder soberano y absoluto en
la Iglesia lo atestigua la tradición o rtodoxa; pero ha­
bría que estar privado de tocio tacto histórico y aun
del más simple buen sentido para buscar en la Igle­
sia prim itiva (no sólo la del tiempo en que «la mul­
titud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola
alma», sino la de mucho después) poderes fijados ju-
rídicamentee y que funcionaran según reglas deter­
m inadas. Siem pre se pretende encontrar en la bellota
las ram as de la encina, El germ en real y vivo del so­
berano poder eclesiástico que reconocemos en el prín­
cipe de los apóstoles, no podía m anifestarse en la pri-
mitiva Iglesia m á s q v e con }a iniciativa práctica q ue
P edro tom aba en todo negocio que interesara a la
Iglesia U niversal, como se ve en los E va ngelio s y
los H echos de los A p óstoles (9).

(8) Ioh. C hrys. Opp-, T , TX, col. 27, 30, 3¡.


(9) Si, p a ra reconocer el papel excepcional de Pedro en la
h isto ria del N uevo T estam en to , alg u n o s de n u estro s lectores
ortodoxos no juzg an suficiente la a u to rid ad de S an to s P ad res
como Ju a n C risóstom o, ni au n la de teólogos rusos com o M on­
señor F ilareto, quizá sean accesibles a u n a prueba estadística,
por decirlo así. C onsiderando que e n tre los discípulos inm ediatos
R U S I A Y LA I GL ES I A UNIVERSAL 247

D esde que h ay críticos que no ven .la perso n alid ad


de S an P a b lo en sus epístolas, siem pre los h a b rá que
no ad v iertan el papel p re p o n d era n te de S an P ed ro
en la fu n dación de la Ig lesia. N o nos detendrem os m ás
tiem po en refutarlos y pasarem os a la objeción que se
fo rm u la c o n tra la sucesión ro m an a del pescador ga-
Hleo.

de Jesú s n in g u n o tiene ta n to derecho a situación especial como


San J u a n , el discípulo bien am ad o , h e contado c u á n ta s veces
m encionan a Ju a n y cu án ta s a P ed ro los E vangelios y los
H echos. L a relación re su lta casi de 1 a 4. S an P edro es nom ­
brado 171 veces (114 en los E vangelios y 57 en los H echos)
y San Ju a n sólo 46 veces ( 38 en los E vangelios —com prendidos
los casos en que habla de sí m ism o ind irectam en te— y 8 veces
en los H echos).
X E l A pó sto l P edro y el P apado,

]EL l apóstol S an P ed ro tiene el prim ad o de p o d e r ;


pero ¿ por q u é h a de sucederlo en el prim ado el P a p a
de R o m a ?
D ebem os confesar que no entendem os en absoluto
el verdadero alcance de la cuestión así p lan tea d a. D es­
efe el m om ento en que se adm ite, en la Ig lesia U n iv e r­
sal, un p o d er fu n d am en tal y soberano establecido por
C risto en la p erso n a de S an P e d ro , debe ig ualm ente
adm itirse que ese p.oder existe en a lg u n a p arte . Y la
im p o sibilidad evidente de hallarlo fu era de R o m a es
ya, creem os, m otivo suficiente p a ra ad h e rir a la tesis
católica.
P u esto que ni el p atria rca d e C o n sta n tin o p la, ni
el S ínodo de S an P etersb u rg o , tienen ni pueden tener
la preten sió n de representar la P ie d ra de la Ig lesia
U n iversal, es decir, la u n id ad real y fu n d am en tal del
poder eclesiástico, es necesario, o bien re n u n ciar a la
u n id ad y acep tar el estado de división, de desorden y
servidum bre com o estado norm al de la Ig lesia, o bien
reconocer los derechos y el v alo r real del ú n ic o y e x ­
clu sivo poder existente que siem p re se h a m anifestado
com o centro de u n id ad eclesiástica.
350 VLADIMIRO SOLOVIEF

N in g ú n razonam iento puede a n u la r la evidencia


del hecho sig u ien te : fu era de R o m a no h ay m ás que
Ig lesias nacionales (como la Ig lesia arm enia, la g rie ­
ga), Iglesias de E stad o (como la Iglesia rusa, la a n ­
glicana), o sectas fu ndadas por p articu lares (como los
luteranos, calvinistas, irvingianos, etc,). S ó lo la Ig le ­
sia católica rom ana no es n i Ig lesia nacional, n i Ig le ­
sia de E stad o , n i secta fu n d ad a por un hom bre. E s la
única I g le s ia del m u n d o que c on se rv a y a firm a el p r in ­
cipio de la u n i d a d social u n iv e rs a l contra el e g o ís m o
de los in d iv i d u o s y el p a rtic u la r ism o de las n a c io n e s ;
es Ia ú n ic a que c o nse rv a y a fir m a la libertad del p o ­
der espiritua l co n tra el a b s o lu tis m o del E s t a d o ; es,
en u n a palabra, la ú n ic a contra la cual no h a n p r e v a ­
lecido ¡as p u e r ta s del in fie rn o .
«P o r su s fru to s los conoceréis.» E n el dom inio de
la sociedad religiosa, el fru to del catolicism o (para
los que han perm anecido siendo católicos) es la u m -
dad y la lib ertad de la Ig lesia. E l fru to dei p ro testan ­
tism o oriental y occidental p a ra los que a él se han
adh erid o es la división y la se rv id u m b re ; sobre todo
la división p a ra los occidentales, la servidum bre p a ra
los o rientales. Se puede pen sar y decir lo que se quie­
ra de la Ig le sia rom ana y del p a p a d o ; nosotros m is­
m os estam os m uy lejos de v er o de buscar en ellos la
perfección lo grada, el ideal realizado. Sabem os que la
p ied ra de la Ig lesia no es la Iglesia, que el fu n d a ­
m ento no es el edificio, que el cam ino no es el térm i­
no. T o d o lo que decim os es que el papado es el ún ic o
poder eclesiástico in te r n a c io n a l e i n d e p e n d ie n te , ía
única, base real y perm anente para la acción u n iv e r sa l
de la Ig lesia, E ste es un hecho incontestable y él b a s­
ta p a ra hacer reconocer en el P a p a al único deposita- '
rio de los poderes y p rivilegios que S an P e d ro recí-
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 251

híó de C risto . Y puesto que se tra ta de la m o n arq u ía •


eclesiástica universa! que debía ir a n su b sta n c ia r la m o­
n arq u ía u niversal política sin su p rim irla por com ple­
to, ¿ n o es n atu ra l que la sede exterior de am b as m o­
n arq u ías co rrespondientes h ay a seguido siendo la
m ism a? S i, com o heñios dicho, la din astía de Ju lio
C ésar debía ser reem plazada, en cierto sentido, p o r la
d in astía de S im ón P ed ro — el cesarism o por el p a p a ­
do— , ¿ no debía éste radicarse en el centro real del
im perio u n iv ersal ?
E) traslad o a R om a del so b eran o poder eclesiásti­
co fu ndado p o r C risto en la p erso n a de S an P e d ro , es
un hecho p a te n te atestig u ad o p o r la tradición de la
Ig lesia y justificado p o r la lógica de las cosas. E n
cu an to a sab e r có m o y en qué form as fué tran sm itid o
a( obispo de R o m a el poder de P ed ro , es un p ro b le­
ma de h isto ria que, por falta de docum entos, no p u e­
de ser resuelto científicam ente. C reem os con la tra d i­
ción ortodoxa, co n sig n ad a en nu estro s libros litú rg i­
cos, que h ab ien d o pasado S an P e d ro a R o m a fijó en
ella definitivam ente su sede y q u e an tes de m o rir él
m ism o nom bró su sucesor. L u eg o se ve a los P a p a s
elegidos p o r el pueblo cristian o de la ciudad de R om a,
h asta que h u b o quedado establecido el m odo actual
de elección p o r e¡ colegio ca rdenalicio. T enem os, por
otra p arte, desde el sigio II {los escritos de S an Iri-
neo), testim o n io s auténticos q u e p ru e b an que la Ig le ­
sia de R o m a era y a co n sid erad a p o r todo el m undo
cristian o com o centro de la u n id ad , y que el obispo
de R o m a g o zab a p erm anentem ente de au to rid a d su ­
perior, aun cuando las form as en que esta au to rid a d
se m an ifestara debiesen v a ria r necesariam ente según
los tiem pos, p a ra hacerse m ás d eterm in ad as e im po­
nentes a m edida que la estru c tu ra social de la Ig lesia
252 VLADIMI RO S OLOVI EF

• se com plicaba, diferenciaba y desarrollada de más


en m ás.
«De hecho — h ab la un h isto riad o r crítico y racio­
nalista— , en 196, los jefes elegidos de las Ig lesias in ­
ten tab an co n stitu ir la un id ad eclesiástica. U n o de
d io s, el jefe de la Ig lesia de R o m a, parecía atrib u irse
el papel de po testad ejecutiva en el seno de la com u­
n idad y arro g arse el oficio de so berano pontífice» ( 1).
P e ro no se tra ta b a solam ente del poder eje c u tiv o ; el
m ism o escritor hace, algo m ás adelante, la sig u ien te
confesión : « T ertu lian o y C ip rian o parecían 1 salu d aí
en la Ig lesia de R o m a a la Ig lesia p rin cip a l y, en cier­
ta m edida, g u a rd ia n a y reg u lad o ra de 1a. fe y de las
p u ras tradiciones» (2).
E l poder m onárquico de la Ig le sia U n iv ersal era
sólo un germ en ap en as perceptible, pero lleno de vida,
en el cristianism o p rim itivo. E n el siglo II el germ en
se ha desarrollado visiblem ente, como atestig u an los
actos del P a p a V íctor, así com o en el n i los de los
P a p a s E steb an y S an D ionisio, y en el IV los' del P a p a
Ju lio I. E n el sig u ien te siglo vem os ya a la au to rid ad
su p rem a y al poder m onárquico d e la Ig lesia rom ana
elevarse com o vigoroso arb u sto con el P a p a S an
L eón L Y , finalm ente, hacia el siglo ix, el p ap ad o es
ya el árbol m ajestuoso y potente que cubre eí u n iv er­
so cristian o con la som bra de su s ram as.
E ste es el g ra n hecho, el hecho principal, la m a­
nifestación y el cum plim iento históricos de la p alab ra
d iv in a : T ú eres P e d ro , etc. E ste hecho gen eral se há
p ro d u cid o p o r derecho divino, al p aso que los hechos

(1) B. Aubé. L es chrétiens dans l'E m fiire R o m a in , de la fin


des A n lo n in s au müie.u du l i l e , siécle, p. 69.
(2) Ib id ., p. 146.
RUSI A V LA I GLES I A U M VERS AL 253

p articu lares relativos a la transm isión dei poder so- *


berano, a la elección papai, etc., dependen del aspec­
to p u ram en te h u m an o de la Iglesia, y desde el p u n to
de vista religioso su interés es p o r com pleto secunda­
rio. T am b ién p a ra esto puede p ro cu rarn o s una com ­
paración el Im perio rom ano, que en cierto sentido p re ­
fig u rab a a la Ig lesia rom ana.
Com o R o m a era el centro indiscutible del Im perio,
el hom bre proclam ado E m p era d o r en R om a era inm e­
diatam en te reconocido por el universo entero, que no
p re g u n ta b a si quienes lo h ab ían llevado al poder su ­
prem o eran el S enado, los preto rian o s o los votos de
la plebe. E n casos excepcionales, cuando el E m p e ra ­
d o r era elegido fuera de R o m a p o r las legiones, su
p rim er cuidado era traslad a rse a la ciudad im perial,
sin cuya ad h esió n todo el m undo co n sid erab a provisio­
nal su elección. L a R o m a de los P a p a s vino a ser p a ra
la cristian d ad universal lo que la R o m a de los C ésa­
res p ara el un iv erso p ag a n o . El obispo de R o m a era,
p o r su m i s m a calidad, soberano p asto r y doctor de la
Ig lesia entera, y nadie tenía que preocuparse p o r el
m odo de su elección, que dependía de las circu n stan ­
cias y del m e d io histórico. E n g en e ra l, n o había, m á s
m otivos p a ra d u d a r de la leg itim id ad de la elección en
el caso del o b ispo de R o m a que en el de cualquier otro .
obispo. Y u n a vez reconocida la elección episcopal, el
jefe de la Ig lesia central, ocupando la cátedra de S an
P edro, poseía eo ipso todos los derechos y poderes
otorgados p o r C risto a la piedra de la Iglesia,
H u b o casos excepcionales en que la elección p o ­
día ser d u d o s a ; la historia ha conocido an tip ap a s. L os
falsos D em etrio s y P ed ro s I I I en n ad a dism inuyen la
au to rid ad de la m o n arq u ía rusa. T am poco los a n ti­
p ap as pueden p ro cu rar objeción a lg u n a contra el pa-
254 VLADIMIRO SOLOVIEF

' p ad o . T o d o lo que puede parecer anorm al en la h is­


toria de la Ig lesia pertenece a las especies h u m an as
y no a la s u b sta n c ia divina de la sociedad religiosa.
S i h a podido ocurrir que se em pleara vino falsificado
y aun envenenado p ara el sacram ento de la eucaristía,
¿ en qué h a afectado tal sacrilegio al m ism o sac ra­
m ento ?
Al p ro fesar que el obispo de R o m a es el v erd ad e­
ro sucesor de S an P ed ro y, com o tal, la p iedra in q u e­
b ra n ta b le de la Ig lesia y el portero del R ein o de los
Cielos, hacem os abstracción de si el p rín cip e de los
apóstoles estuvo c o rpo ra lm e n te en R om a. E s éste un
hecho atestig u ad o por la tradición de la Iglesia, así
la o rien tal com o la occidental, y que, personalm ente,
no nos ofrece d u d a a lg u n a . P ero si existen cristianos
de buena fe m ás sensibles que nosotros a las ap aren tes
razones de los sabios p rotestantes, no discutirem os el
p u n to con ello. A un adm itiendo que S an P e d ro n u n ­
ca h u b iera ido corporalm ente a R o m a, desde el p u n to
de v ista religioso puede afirm arse la tran sm isió n es­
p iritu al y m ística de su poder soberano al obispo de
la ciudad eterna. L a histo ria del cristianism o p rim i­
tivo nos ofrece u n brillante ejem plo de o tra com uni­
cación an á lo g a . S an P a b lo no se vincula a Jesucristo
en el orden n atu ral, no fu é testig o de la vida terrestre
del S eñ o r ni recibió su m isión en form a visible o m a­
nifiesta, y, sin em bargo, todos los cristianos lo reco­
nocen com o uno de los m ás g ra n d es apóstoles. S u ap o s­
tolado era un m inisterio público en la Ig lesia, y, sin
em b arg o , el origen de este apostolado (ia com unica­
ción de P a b lo con Jesucristo) es un hecho m ístico y
m ilag ro so . A sí com o u n fenóm eno de orden so b re n a­
tu ral form ó el lazo p rim o rd ial entre Jesucristo y S an
P a b lo e hizo de éste el vaso de elección y el apóstol
R U S I A y LA I G L E S I Á UNIVERSAL 25$

de los g en tiles, sin que su m ilag ro sa m isión im p id ie­


ra a ía ac tiv id ad ulterior del apóstol p artic ip a r de las
condiciones n atu rales de la v id a h u m an a y de los acon­
tecim ientos históricos, de ig u al m odo el prim er v ín c u ­
lo entre S an P ed ro y la cáted ra de R o m a —vínculo
del que nació el pap ad o — p u d o m uy bien dep en d er de
un acto m ístico y trascendental, lo que no q u ita en
m odo a lg u n o al papado, u n a vez constituido, el ca­
rácter de in stitu ción social re g u la r que se desenvuel­
ve en las condiciones o rd in aria s de la vida terrestre.
EJ p o ten te espíritu d e S an P ed ro , d irig id o p o r la
v o lu n tad o m n ip otente d e su M aestro, p a ra p erp etu ar
el centro de la u n id ad eclesiástica bien po d ía rad icar­
se en el cen tro de la u n id a d política p reform ado por
la P ro v id en cia y hacer al obispo de R o m a heredero
de su p rim ad o . E n esta hipótesis (que, no ío olvide­
mos, sólo sería necesaria si q u ed a ra positivam ente d e­
m ostrado que S an P ed ro no estuvo en R om a), el P a p a
debería ser considerado com o sucesor de S an P ed ro
en el m ism o sentido espiritual, pero p len am e n te real
en que ( m u t a t i s m u t a n d i s ) debe reconocerse a S an P a ­
blo com o v erd ad ero apóstol elegido y enviado por
Jesucristo, a quien, sin em bargo, sólo conoció e n 'u n a
visión m ilag ro sa.
E i ap o sto lad o de S an P a b lo está atestig u ad o en
los H e c h o s de los A p ó s to le s y consta de las m ism as
E p ísto la s de S an P a b lo . E l p rim ad o rom ano, como
sucesión de S an P ed ro , está atestig u ad o p o r la tra ­
dición co n stan te de la Ig le sia U n iv ersal. P a ra un cris­
tian o ortodoxo esta últim a p ru e b a no es su b stan cial­
m ente inferio r a la prim era.
P o dem os, sin duda, ig n o ra r có m o fué tra n s p o rta ­
da de P a le stin a a Italia la p ied ra fu n d am en tal de la
Ig le s ia ; p ero que h a y a sido en verdad traslad ad a y
256 VLADIMI RO SOLOVI EF

fijada en R o m a, es un hecho inam ovible que no p u e­


de ser desechado sin n eg a r la tradición s a g ra d a y la
m ism a h isto ria del C ristianism o.
E ste p u n to de v ista que su b o rd in a el hecho al p rin ­
cipio y que atien d e m ás a u n a v erd ad general que a
la exterior certeza de los fenóm enos m ateriales, no nos
es p ersonal en m odo a lg u n o ; es la opinión de la m is­
m a Ig lesia o rto doxa. C item os un ejem plo p a ra acla­
rar n u estro p en sam iento. E s históricam ente cierto que
el p rim er concilio ecum énico de N icea fué convocado
p or el E m p erad o r C o n stan tin o y no p o r el P a p a S an
S ilvestre. L a Ig lesia g recorrusa, em pero, en el oficio
de! 2 de enero con que celebra la m em oria de S an S il­
vestre, le discierne especiales alab an zas p o r haber
convocado los 318 P a d re s de N icea y por hab er p ro ­
m u lg ad o el d o g m a de la fe verd ad era contra el im pío
A rrio . No se tra ta de un error histórico, porque la h is ­
to ria del p rim er concilio era m uy conocida en la Ig le ­
sia o riental, sino la m anifestación de u n a v erd ad g e ­
neral que, p a ra la conciencia religiosa de la Iglesia,
era m ucho m ás im p o rtan te que ía exactitud m aterial.
T o d a vez que el prim ado de los P a p a s era reconocido
en p rin cip io , se consideraba n atu ra l referir a cada
P a p a todo hecho eclesiástico que tuviera lu g a r bajo
su pontificado. Y así, tom ando en cuenta la re g la g e ­
neral y co n stitu tiv a de la v ida eclesiástica y no los de­
talles históricos del caso p artic u la r, se atrib u y ó al
P a p a S an S ilv estre los honores y funciones que le p e r­
tenecían seg ú n el espíritu y no seg ú n Ja letra de la
h isto ria cristian a. Y se obró con razón al hacerlo, si
es cierto que la letra m ata y el esp íritu vivifica.
X I. El, Papa S an L eón el G ran de y el P r im a d o

i M o es esta la o p o rtu n id ad de exponer en su to ta­


lidad el desarrollo histórico del p ap ad o ni de re p ro ­
ducir los in n u m erables testim onios de Ja tradición o r­
todoxa que p ru e b an la legitim idad del p o d er soberano
de los P a p a s en la Ig lesia U n iv ersal.
P a ra d em o strar el fundam ento histórico de n u es­
tra tesis a aquellos de nuestros lectores no versados en
la h isto ria eclesiástica, nos b a sta rá deten ern o s en u n a
época m em orable en los fastos del pontificado, que es
b astan te a n tig u a com o p a ra im poner respeto a nues­
tros ortodoxos trad icio n aíistas y que, al p ro p io tiem ­
po, cae bajo la luz m eridiana de ia h istoria, está p e r­
fectam ente d o cu m entada y no p re sen ta en su s rasgos
esenciales nada de obscuro ni dudoso. E s la m itad del
siglo v, m om ento en que la Ig le sia rom ana estaba
d ig n am en te rep resen tad a p o r el P a p a S an L eón el
G rande.
E s in teresan te p ara nosotros ver cómo este p o n tí­
fice rom ano — y san to de la Ig lesia g reco rru sa, al p a r—
consideraba su p o testad y cóm o sus afirm aciones eran
recibidas p o r la porción oriental de la Ig lesia.
17
¿58 Vl a d im ir o so l o v ie f

E n u n o de su s serm ones, después de recordar que


sólo C risto es pontífice en el sentido absoluto de la
p alab ra, S an L eón p ro sig u e diciendo :
«P ero E l no h a descuidado la custodia de su reba­
no ; d e su p o d er p rin cip a l y eterno hem os aceptado el
don ab u n d a n te de la p o testad apostólica y su socorro
jam ás está au sen te de su ob ra. P o rq u e la firm eza de
la fe alab ad a en el p rín cip e de los apóstoles perp etu a
es, y así como lo que P e d ro creyó en C risto p e rm a ­
nece su b sisten te, de igual m odo perm anece su b siste n ­
te lo que C risto institu y ó en P ed ro ( e t sicut perma.net
q u o d in C h risto P e tr u s credidit, ita p e r m a n e t q u o d in
P etro C h r is tu s i n s t i t u i t ) . P erm anece, pues, el m an d a­
to d e ía verdad, y el b ien av e n tu rad o P ed ro , p ersev era n ,
do en la fu erza aceptada de la R o ca, no h a a b a n d o ­
nado el go be rn a lle de la Ig lesia que recibiera. D e modo
que, si ob ram o s y discernim os con justicia, sj algo
obtenem os de la m isericordia de D ios con sú p licas cuo­
tid ian as, es p o r o b ra y m éritos de aquel cuyo poder
vive y cuya au to rid ad resplandece en su sede.»
H a b la n d o de ¡os obispos reunidos en R o m a p a ra
la fiesta de S an P ed ro , S an León dice que con su p re­
sencia Vían querido h o n ra r «a aquel que ellos saben
que, en esta sede (de R om a), es no sólo el presidente,
sino tam b ién el prim ado de todos los obispos» ( 1).
E n otro discurso, después de h aber expresado lo
que podem os d en o m in ar v erd ad eclesiástica fu n d a m e n ­
tal, a saber, que, en el orden de la vida interior, la vida
de la gracia, todos los cristian o s son sacerdotes y re­
yes, p ero que son necesarias las diferencias y desigual-

(1) S. Leonis Magní. opp. ed. Migna, Parisiis, 1840 sqq.,


t. I, col. 145/7,
R usia y la Iglésíá u n iv e r sa l ■ ¿Stí

dades en la estru ctu ra exterior del cuerpo m ístico de


C risto, S an L eón ag re g a :
«Y, sin em b argo, sólo P e d ro es elegido en el orbe
e n te r o ; él es prepuesto a todo : al llam ado de todas
las naciones, y a los apóstoles, a los P a d re s de ia Ig le­
sia todos, a fin de que, bien que en el pueblo de D ios
haya m uchos sacerdotes y m uchos pastores, todos sean
em pero in m ediatam ente reg id o s p o r P ed ro , así com o
son p rin cip alm en te regidos g o r C risto. G ran d e p a rti­
cipación es ésta, bien am ados (m a g n u m c o n s o r tíu m ),
en el poder que la divina v o lu n tad h a concedido a este
ho m b re. Y si ella h a querido que los dem ás jefes tu ­
vieran a lg o com ún con él, n u n ca concedió sin o por
. m edio de él lo que no rehusó a los otros. «Y y o te.
d ig o » ; es decir, como mi P a d re te m anifestó mi d i­
v in id ad , así tam bién Y o te h ag o conocer íu excelencia,
«que tú eres P ed ro», es decir, si Y o soy la R oca invio­
lable, Y o ia p ied ra a n g u la r que de dos hago u n o ; Y o
el F u n d am en to fuera del cual nadie puede colocar otro,
tú eres tam b ién la R oca, p o rq u e p o r mi fuerza eres
consolidado y p o rq u e tienes en com ún conm igo p o r
p articip ació n lo que Y o ten g o com o propio p o r mi
poder \2 ).
«Eí p o d er de atar y d esatar h a pasad o tam bién a
los dem ás apóstoles, y por ellos a todos los jefes de la
I g le s ia ; pero no se ha confiado en vano a u n o solo lo
que a todos pertenece. P e d ro .e stá m unido de La fuerza
de todos, y la asistencia de la g ra cia d iv in a está de tal
m anera o rd en ad a, que la firm eza o to rg ad a por C risto
a P ed ro es co nferida p o r P e d ro a los apóstoles» (3),

i
(2) Ibid., col. 149.
(3) col. 1*1/2. C f., 4 » /3 2 .
260 VLADIMI RO SOLOVI EF

Com o P ed ro p artic ip a del poder soberano de C risto


sobre la Ig le sia U n iv ersal, asim ism o el obispo de
R o m a, que ocupa la sede de P ed ro , es el actual re p re­
sen tan te de ese poder.
<iP edro no cesa de p resid ir su sede, y su c o n s o r t i u m
con el P o n tífice eterno jam ás se .interrum pe. P o rq u e
aquella solidez que recibió —hecho E l m ism o p ied ra—
de C risto, que es la P ied ra, pasó a sus herederos, y
p o r do q u iera que se m anifiesta a lg u n a firm eza, es. que
aparece, sin du d a, la fuerza del p asto r p o r excelencia.
¿ Q uién que estim e la gloria del b ien av en tu rad o P e ­
d ro sería ta n ig n o ran te o ta n envidioso que p reten d iera
que existe a lg u n a p arte de la Ig lesia que no sea reg id a
p o r su solicitud, ni prospere co.n su socorro?» (4).
«A un cu an d o todos los pastores p articu lares m an ­
d an su s rebaños con especial solicitud y saben que
darán, cu en ta de las ovejas que les fueron confiadas,
em pero sólo N os debem os co m p artir el cuidado con to ­
dos, y la ad m in istración de cada uno es parte de n u es­
tra labor. P o rq u e como desde todo el orbe se recurre
a la sede del bienaventurado apóstol P ed ro , y aquel
am or hacia la Ig lesia U niversal que le fué encom enda­
do p o r el S eñ o r es tam bién exigido de nu estra d isp en ­
sación, sentim os sobre Nos un peso tanto m ás grav e
cuanto m ás g ra n d e es n u estro d eber p a ra con to ­
dos» (5).
L a g loria de S an P ed ro es p ara S an León in se p a ­
rable de la g lo ria de la ig lesia rom ana, a la que éi llam a
<da raza san ta, el pueblo escogido, la ciudad sacerdo-

(4) Ibid., col. 155/6.


,{5) Ib id,, col. 153.
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 261

tai y real, co n v ertida en cabeza del universo p o r la sede


sa g ra d a del b ienaventurado P edro» (6 ).
<(Este, jefe del orden apostólico, es destinado a la
ciudadela del Im perio R om ano, a fin de que la luz
de la verdad que se .revelaba p a ra salud de todas las
naciones, se d ifu n d a con m ayor eficacia desde la cabe­
za misma, a todo el cuerpo del m undo» (7).

(6) l U d . , col. 424.


(7) Ibid., col. 423.
XII. S a n L e ó n el G r a n d e y el P o d e r P a p a l

S e g ú n esa noción del poder so berano de P ed ro


que se p erp etú a en la Ig lesia rom ana, S an L eón no
podía co n siderarse de otro m odo que com o «rector del
universo cristiano» ( 1),- responsable de la p az y del
buen orden en todas las Ig lesias (2). «V elar asid u am e n ­
te por esta in m en sa tarea era p a ra él deber religioso».
«La razón de la pied ad (ratio pietatis), escribe a los
obispos de A frica, exige que con la solicitud que d e­
bem os, p or institución divina, a la Ig lesia U n iv ersal,
Nos esforcem os p o r conocer la v erd ad cierta de las co­
sas. P o rq u e el estado y el orden de toda la fam ilia del
.Señor serían q u eb ran tad o s si alg o de que el cuerpo
necesita lio se h allara en la cabeza» (3).
Igual sen tim iento se expresa con m ás desarrollo er)
la epístola a los obispos de S icilia : «N os som os solici­
tados p or los preceptos divinos y las adm oniciones
apostólicas p a ra que velem os con activo afecto p o r el

(1) Así es designado en la «constitución» del em perador


V alentiniano I I I , V er las o b ras de S an L eón, t. I, qoI, 637-
(2) Ibid., col. 664.
(3) Ib id ., c il.
264 VLA DI M I R O S O L O VI EF

estado de todas Sas Ig lesias. Y si se en co n trara en ellas


alg o reprensible debem os con d ilig en te cuidado ad v e r­
tir al culpable y a de ig n o ran c ia im prudente, y a de p re­
su n tu o sa u su rp ación. B ajo el im perio de la p a la b ra del
S eñ o r, que p en etró al bien av en tu rad o P ed ro con la
trip le repetición de la sanción m ística p ara que aquel
que am a a C risto apaciente las ovejas de C risto, !a re­
verencia de su sede que ocupam os, por la ab u n d an cia
de la gracia d ivina, N os o b lig a a ev itar cuanto po d a­
mos el p elig ro de la p e re z a ; p ara que no se b u sq u e en
vano en N os la profesión del S an to A póstol, con la que
se m anifestó com o discípulo del S eñ o r. P o rq u e aquel
que con neg lig encia apacienta el rebaño tran sm itid o
tan tas veces, queda convicto de no a m ar al soberano
pastor» (4).
E n su epístola ai p atria rca de C o n sta n tin o p la, San
F lav ian o , el P a p a , se atrib u y e el. deber de conservar
in tacta la fe católica, am p u tan d o las disensiones, de
ad v ertir con su au to rid a d (n o stra auctoriíate) a los de­
fensores del erro r y de fortificar a aquellos cuya fe es
p ro b a d a (5).
C u an d o el em p erad o r T eodosio II quiso interceder
an te S an León en favor del a rc h im a n d rita ' E u tiq u io
(iniciador de la herejía m onofisita), el S oberano P o n tí­
fice respondió que E u tiq u io po d ía ser perd o n ad o si re­
trac tab a las op iniones co ndenadas p o r el P a p a . E ste
decide d efin itiv am en te en la cuestión dogm ática. «E n
cu an to a lo que la Ig lesia católica cree y enseña sobre
el m isterio de la encarnación del S eñor, ello está p len a­

(4) Ib id ., col. 695/6.


(5) Jbíd., col. 733.
R U S I A y LA I GL ES I A UNIVERSAL 265

m ente contenido en el escrito que he enviado a mi h e r­


m ano y coepiscopo F laviano» (6).
S an León no ad m itía que eí concilio ecum énico de­
cidiera sobre el do g m a que y a h a b ía sido definido por
el P a p a (7). E n la instrucción que el P a p a dió a su le­
gado, el obispo P ascasino, le indicó su epístola d o g ­
m ática a F la v ian o como, la fó rm u la com pleta y d efin i­
tiv a de la v erd ad era fe (8 ). E n otra ca rta al em perador
M arciano, S an León se declara in stru id o p o r el espí­
ritu de D ios p a ra ap ren d er y enseñar la verd ad era fe
católica (9). E n u n a tercera carta al m ism o, hace sab er
que sólo h a pedido la convocación del concilio p a ra
restablecer la paz de la Ig lesia o riental (10), y en la epís­
tola d irig id a ai m ism o concilio, dice que lo acepta so­
lam ente «reserv ando el derecho y el h o n o r que corres­
ponde a la sede del bien av en tu rad o P ed ro el A póstol»,
y ex h o rta a los obispos orientales a «excluir e n tera­
m ente la au d acia de d isp u ta r c o n tra Ja fe d iv in am en ­
te inspirada», seg ú n él la ho determ inado en su ep ís­
tola d o g m ática. «No es perm itido, dice, defender lo
que no es lícito creer, puesto q u e en nu estras cartas en ­
viad as al obispo F laviano, de b ien av e n tu rad a m em o­
ria, N os hem os y a explicado m u y com pletam ente y
con la m ayor clarid ad (p len is sim e et lucidíssim e), se­
gú n las au to rid a d es evangélicas, las p alab ras proféti-
cas y la d o ctrin a apostólica, cual es la piadosa y p u ra

(6) Ibid., col. 7S3.


(7) E pístola de S an L e^n al em p erad o r M arciano. Ibidem .,
col. 918.
(8) Ib id ., col. 927.
(9) Ib id ., col. 930.
()0) Ib id ., col. 932.
tm VLADIMI RO SOLOVI EF

confesión tocante a.l m isterio de la encarnació* de


N u estro S eñ o r Jesucristo» (11),
V éase a h o ra los térm inos en que S an L eón p artici­
pa a los obispos galo s el resultado del concilio de C al­
cedonia":'
«Al ad h e rir el S an to S ínodo, con piadosa u n an i­
m idad, a los escritos de n u estra h u m ild ad reforzados
p o r la au to rid ad y et m érito de m onseñor el b ienaven­
tu rad o apóstol P ed ro , h a b o rrad o este oprobio abom i­
nable de ía Ig lesia de D ios» (la herejía de E u tiq u io y
de D ióscoro (12).
P ero , ap a rte de este resultado ap ro b ad o por el P ap a,
se sabe que el concilio de C alcedonia se señaló p o r un
acto de d istin to gén ero : en u n a sesión irre g u la r, los
o bispos o rien tales som etidos al p atria rca de C o n sta n ­
tin o p la, p ro m u lg aro n e! célebre canon vigésim oocta-
vo, p o r el cual discernieron a su jerarca el p rim ad o de
O rien te en d etrim ento de los p a tria rcas de A lejan d ría
v de A n tio q u ía. E s cierto que ellos m ism os declararon
p r o v is io n a l a dicho cánon y lo som etieron h u m ild e­
m ente al juicio de S an L eón. E ste lo rechazó in d ig n a ­
do, y se valió de esta nueva ocasión para afirm a r sus
p rin cip io s jerárq u ico s y la extensión de su po testad .
E n su ca rta al em perador hace notar, en p rim er tér­
m ino, que las pretensiones del p atria rca co n stan tin o -
polita.no, p o r fu n d a rse en consideraciones políticas,
no tienen n ad a de com ún con el prim ado de S an P e ­
dro, que es in stitución divina. « U n a es la razón de las
cosas seculares y ptra la de las cosas divinas, y fuera
de la R o ca única que el S eñ o r colocó por fund am en to
n in g u n a construcción será estable. Q ue le b aste (al pa-

(11) Ib id ,, col. 937/9. E p í s t o l a de S a n León.


(12) Ib id ., col. 937.
R U S I A V LA I G L E S I A UNIVERSAL 267

trlarca A n atolio) haber obtenido el episcopado de tan


g ra n ciu d ad con la ay u d a de v u estra pied ad y p o r el
asen tim ien to de mi favor. N o debe él desdeñar la ciu­
dad real, a la que no puede tra n sfo rm a r en sede apos­
tólica, y que en m odo a lg u n o espere poder au m en ta r
su d ig n id a d con ofensa de los otros. Q ue piense bien
en esto, pu esto que a mi es a quien está confiado el
G obierno de la Iglesia. Y o sería responsable si las re­
g las eclesiásticas fueran v io lad as por causa de com pla­
cencia m ía (¡ lejos esto de m í !), y si la v o lu n tad de un
solo h erm a n o tu viera m ás v alo r ante m í que la com ún
utilid ad de la casa universal del S eñor» (13).
«L as convenciones de los obispos que re p u g n a n a
los san to s cánones de N icea, N os las declaram os n u ­
las, y con la au to rid ad del b ien av e n tu rad o apóstol P e ­
dro, las an u lam o s enteram ente por definición g en e­
ral» (14).
E n su resp u esta a la sú p lica de los obispos del cuar­
to concilio, el p ap a confirm a su aprobación del decreto
dogm ático (form ulado seg ú n su epístola a F laviano),
así como la anulación del cánon vigés im octavo. «Con
qué reverencia — les escribe— la sede apostólica ob­
serva las reg las de los S an to s P a d re s, vriestra san tid ad
p o d rá ap reciarlo leyendo m is escritos en que h e recha­
zado las preten ciones del obispo co n stan tin o p o lítan o ,
y co m p ren d eréis que soy, con la ay u d a del S eñ o r, el
g u ard iá n de la fe católica y de las constituciones p a­
ternales (15).
A un cu an d o S an L eón, seg ú n acabam os de verlo,
no p en sa ra que después de las definiciones de su epís-

(13) E p í s t o la s de S a n L e ó n , etc. Ibid., col. 995.


(14) Ib id ., col. 1000.
(15) liii., co l 1027 ssg.
268 VLADIMIRO SOLOVIEF

tola fuese necesario u n concilio ecum énico en interés


de la verdad dogm ática, lo ju z g a b a m uy deseable des­
de ei p u n to d e v ista de la paz de la Iglesia, y la ad h e­
sión esp o n tán ea y unánim e del concilio a sus decretos
lo llenó de gozo. E sta libre u n id ad realizaba, a su en ­
tender, el ideal de las relaciones jerárq u icas. «El m éri­
to del oficio s a c e rd o ta l— escribía al obispo T eo d o re­
to de C ira— ad q u iere graflde esplendor donde q u iera
que la au to rid ad de los superiores es conservada de tal
m odo que en form a a lg u n a aparezca dism in u id a la li­
b erta d de los inferiores (16). E l S eñ o r no ha perm itido
que sufriéram os d etrim ento en nu estro s herm anos,
sin o lo que a n tes definió El p o r nuestro m inisterio lo
confirm ó en seg u id a p o r el inm odificable sentim iento
de la fra te rn id a d u n iv e rsa l; p a ra m ostrar que de El
procedía en v erd ad el «acto dogm ático» que, em itido
prim ero p o r la p rim era de todas las sedes, fué recibido
por el juicio de todo el universo c ristia n o ; p ara que
tam bién en eso los m iem bros estuvieren acordes con
la cabeza (17).
E s sabido que el sabio T eodoreto, acusado de nes-
toráwovwo, íw& üstttVpaji» fe
nia, p ero él m ism o consideraba provisional esta deci­
sión y se d irig ió al P a p a p a ra o b t e n e T de él u n a s e n t e n -
cia d efin itiv a. S an León le declaró ortodoxo en estos
térm inos : «En nom bre de n u estro D ios bendito, cuya
invencible v erd ad te m ostró p u ro de toda m ancha de
h erejía, s e g ú n el juicio de la sede a p o s tó lic a », y a g re ­
g a : «Nos reconocem os el especialísim o cuidado que
tiene de todos nosotros el b ien av e n tu rad o P ed ro , quien,

(16) Ib id ,, col. 1048.


(17) Ib id ., c.oI. 1046/7.
RUSI Á Y LA I GLESI A UNIVERSAL 26$

después de h ab er añrm ado e! juicio de su sede en la


definición de la fe, h a justificado a las personas in ju s­
tam en te condenadas» (18).
Al reconocer en el libre acuerdo el ideal de la u n i­
d ad eclesiástica, S an L eón d istin g u ía claram ente en
esta u n id ad el elem ento de la au to rid a d del elem ento
de consejo : la S a n ta S ede que decide y el concilio ecu­
m énico que consiente. T a i consentim iento de la fra te r­
nidad u n iversal lo exige el ideal d e la Iglesia. L a vida
eclesiástica es incom pleta sin la u n an im id ad de to d o s ;
pero sin el acto decisivo del p o d er central el consen­
tim iento u niversal m ism o carece de base real y no p o ­
d ría su rtir su efecto, como lo p ru e b a suficientem ente
la h isto ria de la Iglesia.
L a ú ltim a p a la b ra en toda cuestión de dogm a, la
d efinitiva confirm ación de todo acto eclesiástico co­
rresponden a la sede de S an P e d ro . P o r esto, es­
cribiendo al p a tria rc a de C o n sta n tin o p la, A natolio, a
p ropósito de un clérigo con tan tin o p o litan o , A tico,
quien d ebía re tra c ta r sus opiniones heréticas y som e­
terse al cu arto-concilio, S an León establece u n a dife­
rencia esencial en tre la parte que le es pro p ia en las de­
cisiones. d e l concilio ecum énica y la- ijarte ojie toca, ai
p atria rca g rieg o : «El (Atico) debe p ro fesar que m an­
te n d rá en todos los p u n to s la definición de la fe del
concilio calcedónlco. en la que tu caridad con sintió al
su scrib iría y que fu é c o n fir m a d a p o r la au to rid a d de
la sede a p o stó lic a » (19).
N o p o d ría fo rm u larse m ejor el principio co n stitu ­
tivo del g o b iern o eclesiástico que d istin g u ien d o en él,

(18) Ib id ., col. 1053.


(¡9) Ibid,, col. 1147.
I
VLADIMI RO SOLOVIÉf'

com o lo hace S an L eón, la a u to rid a d que c o n fir m a de


la caridad que c o n sie n te . No es, p o r cierto, u n a p ri­
m acía hon o rífica la que el P a p a reivindicaba con esas
p alab ras. L ejos de ello, S an L eón ad m itía perfecta­
m ente la ig u a ld a d de honor entre todos los o b is p o s ;
desde este p u n to de vista, todos eran p a ra él herm anos
y coepíscopos. E ra , por el contrario, la diferencia, de
p o d e r ¡o que afirm aba en térm inos explícitos. P a ra él
la fratern id ad de todos no excluye la au to rid ad de uno
sólo.
E scrib ien d o a A nastasio, obispo de S alónica, sobre
asu n to s que h ab ían sido confiados a su fr a te r n id a d p o r
la a u to rid a d del b ien av en tu rad o ap ó sto l P e d ro (20),
resum e así la noción del p rincipio jerárquico : «E ntre
los m ism os b ien av e n tu rad o s apóstoles existió, dentro
d e 'la sim ilitu d de honor, una diferencia de poder, y si
p ara todos era ig u al la elección, con todo, a u n o sólo
fué d ad a la preem inencia sobre los dem ás. De esta m a­
n era vino tam b ién la distinción de los obispos, y quedó
dispuesto, según un adm irable orden providencial, que
todos no p u d iera n arro g arse toda cosa, sino que en
cada p rovincia h u b iera alg u n o que poseyera sobre los
herm an o s el p r i m a d o de ju r is d ic c ió n (literalm ente) :
la p r im e ra se n te n c ia ) ; y de nuevo en las ciudades m ás
g ra n d e s fueron institu id o s aquellos que recibieron m ás
extensa carg a, y p o r esto el cuidado de la Ig lesia U n i­
v ersal co rresp onde a la sede ú n ica de P ed ro , y n ad a
debe sep ararse de su cabeza» (21 ).
E n cu an to a la g a ra n tía y sanción definitiva de ese
«adm irable ord en providencial», consisten, seg ú n S an

(20) Ibid., col. 668.


(21) Ibid., col, 079.
R u S i A y LA í g l é s i a u n iv e rsa l 21í

L eón, en que el jefe único de la Iglesia, a quien se re­


fieren los derechos y deberes de todos, no recibe su
p o d er de h u m an as instituciones ni de circunstancias
históricas, sin o que rep resen ta la p ie d ra in q u e b ra n ta ­
ble de la V e rd ad y de la Ju stic ia p u esta p o r el S eñ o r
m ism o com o b ase de su edificio social. N o co n sid era­
ciones de u tilid ad exclusivam ente, sino, sobre todo,
toda la ratio p ie ta tis es la que invoca aquel que recibió
la. ad m in istració n de ia Ig lesia entera e diurna in sti-
tuUone (22),

(22) Ibid., col. 646,


KIII. L as id e a s d e i. P a pa San L eón a pro ba d a s po r

los P adres g r ie g o s . E t. « l a t r o c i n i o » de E ftsso

F I n los escritos y actos de L eón í y a no sólo vem os


el germ en del pap ad o soberano, sino al papado m ism o
m an ifestándose en toda la extensión de su s atrib u cio ­
nes. P a ra no m encionar sino el p u n to m ás im p o r­
tante, fué p ro clam ad a la m ism a d o ctrin a de la infali­
bilidad ex cathedra. S an L eón afirm a que la a u to ri­
dad de la cátedra de S an P e d ro b a s ta por si sola p a ra
resolver u n a cuestión dogm ática fundam ental, y pide
al concilio ecum énico, no que d efina el do g m a, sino
que consienta, p o r la paz de ia Ig lesia, en ia definición
d ad a por el P a p a , el cual, p o r derecho divino, es el le­
gítim o g u a rd iá n de la v erd ad era fe católica.
Si esta tesis, que recientem ente fué desarrollada p o r
el concilio V aticano (en su c o n s titu tio d o g m á tic a de
E c c le sia C hrisii), es una herejía, com o entre nosotros
se lia p retendido, el P a p a S an L eón es uji hereje m a­
nifiesto y h asta un heresiarca, puesto que nadie antes
que él h ab ía afirm ado tal tesis de m anera tan explícita,
con ta n ta fu erza y tan ta insistencia.
V eam os, pues, cóm o acogió la Ig lesia ortodoxa las
a u to ritaria s afirm aciones del P a p a S an L eón. T om e-
18
274 VLADIMIRO SÓLOVlEF_

m os las actas de los concilios g rieg o s contem poráneos


de ese P a p a (los volúm enes V, V I y V II de la colec­
ción M ansi) y leam os los docum entos. A n te todo, h a­
llam os u n a n o table carta del obispo P ed ro C risólogo al
a rch im an d rita E u tiq u io . C uando el p atria rca de C o n s­
tan tin o p la , S an F lav ian o , después de h aber co n d en a­
do, de acuerdo con su sínodo, al arch im an d rita de uno
de ¡os conventos de la capital griega, E u tiq u io , p o r he­
rejía, se d irig ió al P a p a León p a ra obtener de él la con­
firm ación de la sentencia, E utiquio, sig u ien d o los con­
sejos que le dieron en la corte im perial, donde ten ía
poderosos protectores, trató de g a n a r a su causa a lg u ­
nos obispos o rtodoxos. R ecibió entonces, de uno de
ellos, P ed ro C risólogo, la sig u ien te respuesta :
«S obre todo, te aconsejam os, venerable herm ano,
q u e te su jetes con la m ás g ra n d e confianza a los escri­
tos del b ien av en tu rad o P a p a de la ciudad de R om a,
p o rq u e el b ien av en tu rad o apóstol P ed ro , que vive y
p resid e en su p ro p ia cátedra, da, a aquellos que b u s­
can, la verd ad de la fe. E n cuanto a nosotros, cuidado­
sos de la paz y de la fe, no podem os conocer en. causas
que conciernan a la religión sin el consentim iento del
obispo de R om a» (1).
P ed ro C risólogo, au n q u e g rieg o y escribiendo a
un g rieg o , era, em pero, obispo de R av en a, y por ende
occidental a m edias. P ero pocas p á g in a s m ás ad e la n ­
te descubrim os la m ism a d o ctrin a en el rep resen tan te
de la m etrópoli oriental, F laviano, santo y confesor
de la Ig lesia o rtodoxa :
«T odo este asunto, escribe al P a p a a propósito de

(!) C o n c ü io r u m a m ftliss im a collectio (Mansi), t. V,


col. 1, 349.
ÉUSlA Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 2l 5

la herejía de E utiquio, sólo necesita de vuestra única


sentencia que puede resolverlo todo p a ra la paz y tra n ­
qu ilidad. Y así, la herejía que se ha levantado y las
p ertu rb acio n es que han seguido qu ed arán su p rim id as
p o r com pleto, con la ay u d a de D ios, m ediante vuestro
g ra d o esc rito ; esto h a rá inútil la convocación de un
concilio, tan difícil p o r lo dem ás» (2 ).
D espués del san.to p atria rca de C o n sta n tin o p la o ig a ­
mos al sap ien tísim o obispo de C yra, T eodoreto, bea­
tificado p o r la Ig lesia g rie g a : «Si P a b lo — escribe al
P a p a L eón— , heraldo de la verdad, trom peta del E s ­
p íritu S an to , se rem itió al g ra n d e P ed ro , nosotros,
sim ples y peq ueños, debem os tan to m ás re cu rrir a
v u estro tro n o apostólico p ara recibir de vos ia cu ra ­
ción de las llag as que afligen a las Iglesias. P o rq u e
el p rim ad o p o r todas razones os pertenece. V uestro
trono está exornado p o r toda clase de p re rro g a tiv a s ;
pero, sobre todo, la de la fe, y el divino apóstol es se­
g u ro testigo cuando exclam a dirig ién d o se a la Ig lesia ■
de R o m a : — v u estra fe es d iv u lg ad a p o r todo el m u n ­
do— E s v u estra sede la que posee el depósito de los
P ad re s y D octores de la verdad, P e d ro y P ab lo , que
ilu m in a las alm as de los fíeles. E sta p areja d iv in a y
tres veces b ien av e n tu rad a apareció en O riente y d is­
trib u y ó su s ray o s p o r d o q u iera ; p ero fué en O cciden­
te donde quiso recibir la liberación de la vida y desde
allí alu m b ra ah o ra al universo. M anifiestam ente ellos
h an ilum inado v u estra sede y esto colm a vuestros bie­
nes (3).
»Y yo no ten g o m ás que esperar la sentencia de

(2) Ib id ., col. 1, 356.


(3) Ib id ., t, V I, 36, 37,
276 VLADIMIRO SOLOVIEF

V uestro tro n o apostólico. Y suplico y pido a V u estra


S a n tid a d qué a b ra — p ara mí,i el calum niado— V ues­
tro recto y Ju sto T rib u n a l; ordenad tan sólo, y correré
a recibir de V os mi doctrina, í;en la que sólo he q u eri­
do seg u ir las huellas apostólicas)) (4).
N o eran v an as palab ras, /ni frases de retórico, las
que d irig ían al P a p a los rep resentantes de la ortodo­
xia. Los obispos g rie g o s ten ían bu en as razones p ara
so sten er con firm eza la au to rid ad su p rem a de la sede
apostólica. El «latrocinio d f Efeso» acababa de m o strar­
les ad ocidos io que podía ser un concilio ecum énico
sin el P a p a . R ecordem os las in stru ctiv as c irc u n sta n ­
cias de este suceso.
D esde el sig lo iv, ía p arte helenizada de la Ig le ­
sia su fría con la riv alid ad y lucha continuas entre dos
centros je rá rq u ic o s:, el an tig u o p atria rcad o de A le­
ja n d ría y el nuevo de C o n sta n tin o p la. L as fases exte-
ñ o re s de esta lucha dependían p rin cip alm en te de la
posició que a d o p tab a la corte b izan tin a. Y si q uere­
mos saber cómo era deterniinada esta posición del p o ­
der secular respecto de los dos centros eclesiásticos
de O riente, com probam os un hecho notable. P o d ría
creerse a priori que el Im perio b izan tin o tenía que es­
coger, desde el p u n to de v ista político, entre tres lí­
neas de conducta : o sostener al nuevo patriarcad o de
C o n sta n tin o p la com o criatu ra suya puesta siem pre en
su s m anos y que no podía llegar a obtener nunca in­
dep en d en cia d u rable, o bien el cesarism o b izan tin o
(p ara 110 ten er que re p rim ir en sus dom iniso las ten ­
dencias clericales y p a ra libertarse de u n vínculo d e­
m asiado estrecho e im portuno) p refería tener el cen-

'(4) Ibid., col. 40.


RUSIA y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 277
tro del g o b iern o eclesiástico a lg o m ás distante, pero
siem pre d en tro de la esfera de su poder, y con este ob­
jeto so stenía al patriarcado de A lejan d ría, que llena­
b a am b as condiciones y te n ía de su p arte , adem ás,
p ara ap o y ar su prim ad o relativo (sobre O riente) la ra ­
zón trad icio n al y canónica, o. bien, p o r últim o, el g o ­
bierno im perial escogía el sistem a del equilibrio, p ro ­
teg ien d o ora a u n a, ora a o tra de las sedes rivales se­
g ú n las circu n stancias políticas. P e ro vem os que, en
realidad, no o curría nada de eso.
A un concediendo m ucho a los accidente in d iv id u a­
les y a las relaciones p u ra m e n te personales, debe re­
conocerse que había u n a razón gen eral d eterm in an te
de la co n d u cta de los em peradores b izantinos en 3a
lucha je rá rq u ic a de O rie n te ; p ero esta razón era dis­
tin ta de las tres consideraciones políticas que acaba­
m os de in d icar. S i los em peradores v aria b an en su s re­
laciones con los dos p atriarcad o s, apoyando ora a uno,
ora al otro, esas variaciones no dependían del p rin c i­
pio del eq u ilib rio . L a corte b iz a n tin a so stenía siem ­
pre, no al m ás inofensivo de los dos jerarcas rivales
en un m om ento dado, sino a aquel que estaba eq u i­
vocado desde el pu n to de v ista religioso o m oral. B as­
tab a que un p atria rca, y a de C o n stan tin o p la, ya de
A lejan d ría, fu e ra hereje o p asto r in digno, p a ra ase­
g u ra rse por m ucho tiem po, si no p a ra siem pre, la p ro ­
tección en érg ica del Im perio. Y , por el contrario, al
su b ir a la cátedra episcopal, en la ciudad de A lejan ­
d ro com o en la de C o n stan tin o , u n san to o un cam ­
peón de la v erd ad era fe d ebía p re p ara rse p o r a n tici­
pado a los odios y a las persecuciones im periales, in­
cluso al m artirio.
L a .tendencia irresistible del gobierno b izan tin o a
la inju sticia, la violencia y la herejía, esa invencible
278 VLADIMIRO SOLOVIEF

a n tip a tía por los m ás d ig n o s rep resen tan tes de la je­


rarquía cristiana, se revelaron m uv p ro n to . A cababa
ap en as el Im p erio de reconocer la religión cristian a
cuando y a perseguía a. la lum brera de la ortodoxia :
S an A tanasio. T odo el largo reinado de C onstancio,
hijo de C o n stan tin o el G rande, está ocupado por la
lucha co n tra el glorioso p atria rca de A lejandría, en
tan to que los obispos heréticos de C o n sta n tin o p la eran
p ro teg id o s p or el E m p erad o r. Y no era el poder dp
la sede alejan d rin a, sino la v irtu d del que la ocupaba
la que era in so rportable p ara el C ésar cristiano. C u a n ­
do, m edio sig lo m ás tarde, cam biaron las cosas, cu a n ­
do fué la cáted ra de C o n sta n tin o p la la que estuvo ocu­
p ad a p or un g ran santo, Juan C risóstom o, al paso
que el p atriarcad o de A lejan d ría h ab ía caído en m a­
nos de un hom bre de los m ás despreciables, Teófilo,
fué este ú ltim o e1 favorecido por la corte de B izancio,
v ésta se valió de todos los m edios p ara hacer perecer
a C risóstom o. ¿ S e ría quizá e1 carácter independiente
del gran orad o r cristiano 1o único que producía des­
confianza a1 palacio im perial ? Sin em bargo, la Ig le ­
sia de C o n stan tinopla tuvo poco después com o jefe
a un espíritu, no m enos indom able, a un carácter no
m enos independiente, N e s to rio ; pero como N estorio
reunía a dich as cualidades la de ser heresiarca defini­
do, recibió todos los favores del E m p era d o r T eo d o ­
sio II, que no escatim ó esfuerzo p a ra sostenerlo en su
lucha co n tra el nuevo p atria rca de A lejan d ría, S an
C irilo, ém ulo del gran A tanasio, ya que no p o r las
virtu d es priv ad as (5), al m enos p o r el celo ortodoxo

(5) No sabem os a qué alude aq u í Solovief. A caso refleje


las opiniones, p robadam ente parciales, de la H i s t o r i a de Só-
RUSIA Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 27&

y la ciencia teológica. E n seg u id a verem os p o r q u é el


g o b iern o im perial no co n sig u ió m antener al hereje
N estorio ni elim inar a S an C irilo.
P o co tiem po después cam b iaro n de nuevo los p a ­
peles. E l p atriarcad o de C o n sta n tin o p la tu v o en S an
F lav ian o al d ig n o sucesor de Ju an C risóstom o y la
sede de A lejan d ría pasó a un nuevo Teófilo, D ióscoro,
ap o d ad o «el F ara ó n de E g ip to » . S an F la v ian o era
ho m b re m anso y sin p re te n sio n e s; D ióscoro, m ancha­
do con todos los crím enes, se sin g u lariza b a p o r la am ­
bición d esm esu rada y p o r un tem peram ento d esp ó ti­
co al que debía su sobrenom bre. E ra evidente que,
desde el p u n to de vista p u ra m e n te político, el g o b ier­
no n ada ten ía que tem er de S an F lav ian o , en tan to que
las asp iracio n es d om inadoras del nuevo ((faraón» d e­
bían in fu n d ir ju sto recelo. P e ro S an F la v ian o era or­
todoxo, y D ióscoro ofrecía la g ra n v en taja de favore­
cer a la nueva herejía m onofisita. E n v irtu d de esto,
obtuvo la protección de la corte b izan tin a (6 ), v se
convocó a u n concilio ecum énico bajo sus auspicios
para d ar a u to rid a d legal a su causa.
D ióscoro ten ía todo de su p a r t e : el apoyo del b ra ­
zo secular, un bien discip lin ad o clero venido con él

crates. M ons. D uchesne dice que S an C irilo era considerado por


todos como hom bre de. vida irreprochable. (N. del T .)
(6) Lo m ás curioso y que da m á s brillan te confirm ación
a nuestra tesis (sobre la predilección de los em peradores b izan ti­
nos por la h erejía c o mo tal), es que e! m ism o em perador T eodo­
sio II, que h ab ía sostenido la h erejía n esto rian a , co n d en ad a a
su p esar p o r la Ig lesia, se convirtió en seguida en celoso p ro ­
tector de E u tiq u io y de D ióscoro que rep resen tab an u n a opi­
nión d iam etralm en te opuesta al nestorianism o pero ig u alm en te
herética.
280 VLADIMIRO SO LO V IE F '

de E g ip to y que le obedecía ciegam ente, u n a tu rb a


de m onjes heréticos, un considerable p artid o entre el
clero de los restantes p atriarcad o s y, p o r últim o, La
cobardía del m ayor núm ero de los obispos ortodoxos
que no se atrev ían a resistir abiertam en te u n error
cuando era p ro teg id o por ala sa g ra d a m ajestad del
divino A u g u sto ».
S an F la v ian o estaba an ticip ad am en te condenado, y
con él la m ism a ortodoxia debía h u n d irse en toda la
Ig lesia oriental, si ésta h u b iera quedado en tre g ad a a
su s p ro p ias fu erzas. P ero fuera dé ella existía u n p o ­
d er religioso y m oral con el cual estaban ob lig ad o s a
co ntar «faraones» y em peradores.
S i en la lu ch a de los dos p atriarcad o s orientales la
corte b izan tin a to m ab a siem pre p artid o p o r el c u lp a b i1*
y el hereje, la causa de la ju sticia y de la v erd ad era fe,
y a estuviera rep resen tad a p o r A lejan d ría o p o r C o n s­
tan tin o p la , no d ejab a nunca de h allar vigoroso apoyo
en la sede apostólica de R o m a, El contraste es, p o r
cierto, so rp re n d en te. Q uien p ersig u e sin descanso a
S an A tan asio es el em perador C o n s ta n c io ; qu ien lo
sostiene y defiende contra todo el O riente es el P a p a
Ju lio . E l P a p a Inocencio es quien p ro testa con energía
co n tra la persecución de que se hace víctim a a S an
J u a n C risóstom o, y él quien, después de m uerto
el g ra n san io , tom a la iniciativa p a ra re h ab ilitar su
m em oria en la Iglesia. T am b ién el P a p a C elestino a p o ­
ya con toda su au to rid ad a S an C irilo en su á n im o s1!
lucha co ntra la h erejía de N estorio p ro teg id a p o r si
b ra za secular, y no cabe duda de que, sin la ay u d a de
la sede apostólica, el p a tria rc a alejan d rin o , p o r m uy
enérgico que hubiese sido, no h a b ría podido vencer
las co n ju g ad a s fuerzas del poder im perial y de la
m ay o r p arte del clero grieg o . E l contraste entre ia
RUSIA V LA IG L E S I A UNIVERSAL 281

acción del Im perio y la del P ontificado podría ser com ­


probado am p liam ente a través de toda la histo ria de las
h erejías o rien tales, que, no solam ente eran siem pre fa ­
vorecidas, sin o a veces h asta in ventadas por los e m p e ­
radores, com o en la herejía m onotelita del em perador
H eraclio y la iconoclasta de L eón el Isáurico. D e b e­
mos, em pero, detenernos en el sig lo V, cuando la lu­
cha de los dos patriarcados, y en la in stru ctiv a h isto ­
ria del «latrocinio» de E feso.
E ra, pu es, notorio, seg ú n reiterad a experiencia, que
en las d isp u ta s de am bos jefes jerárq u ico s de O rien te
el P a p a occidental n o tenía preferencias ni prejuicios
y que siem p re tenía seguro su apoyo la causa de la
ju sticia y la v erd ad . D ióscoro, tiran o y hereje, no p o ­
día, desde luego, contar con R o m a con igual ay u d a que
su predecesor S an C irilo. El p lan de D ióscoro era o b ­
tener la p rim acía del poder en toda la Ig lesia o riental
m ediante la condenación de S an F la v ian o y el triu n fo
del p a rtid o egipcio, m ás o m enos, m onofista, cuyo jefe
era él, D ióscoro. No pu d ien d o esperar la a p r o b a c ió n
del P a p a p a ra realizar sem ejante p lan , resolvió lo g ra r
su objeto sin el P a p a y au n contra él.
E n 449 se reunió en E feso un C oncilio ecum énico
en form a. T o d a 1a Ig lesia o riental estaba allí rep resen ­
tada. T am b ién asistían los legados del P a p a S an L eón,
pero no se les p erm itió p re sid ir el C oncilio. P ro te g id o
p o r los oficiales im periales, rodeado de sus obispos
egipcios y de una tu rb a de clérigos arm ad o s de b asto ­
nes, D ióscoro ocupaba el tro n o com o un rey en m e­
dio de su C orte. L os obispos del p artid o ortodoxo
tem b lab an y callaban. « T o d o s —leem os en las «M e-
nias» ru sas (vida de San F la v ian o )— am aban m ás las
tinieblas que la luz y preferían la m entira a la v er­
dad, q u erien d o a g ra d a r al rey terrestre antes que al de
282 VLADIMIRO SOLOVIEF

los cíelos». S om etióse a S an F la v ian o a un juicio irri­


sorio. A lg u n o s obispos se echaron a los pies de D ió s­
coro im p lo ran d o m isericordia p a ra el acusado y fueron
m altratad o s por los e g ip c io s ; éstos g rita b a n a voz en
cuello : «¡ Q ue dividan en dos a los que.dividen a C ris­
to !». Se d istrib u y ó entre los obispos ortodoxos ta b li­
llas que no tenían nada escrito y en las que estaban
o b lig ad o s a p o ner sus firm as. Ellos sabían que en se­
g u id a se in scribiría allí u n a fórm ula herética. L a m a­
y o r p arte firm ó sin p ro testar. A lg u n o s quisieron ag re ­
g ar reservas, pero los clérigos egipcios les arran caro n
p o r la fuerza las tablillas, rom piéndoles los dedos a
palos. P o r últim o. D ióscoro se levantó y p ronunció en
nom bre del C oncilio sentencia de condenación contra
F lav ian o , quien quedaba depuesto, excom ulgado y
eritregado al b razo secular. F la v ian o quiso p rotestar,
pero los clérigos de D ióscoro se echaron sobre ál y lo
m altrataro n h asta tal pu n to , que dos días después
expiró.
C uando así triu n fab a n en un C oncilio ecum énico la
in iq u id ad , la violencia v el error, ¿ d ó n d e estaba la
Ig lesia infalible e inviolable de C risto ? E sta b a p re sen ­
te v se m anifestó. E n el m om ento en que S an F la v ia ­
no caía m altrecho por la b ru talid ad de los servidores
de D ióscoro, cuando los obispos heréticos aclam aban
ruid o sam en te el triu n fo de su jefe, en presencia de los
obispos ortodoxos tem blorosos y m udos, H ilario, diá­
cono de la Ig lesia rom ana, exclam ó : C o n trad ici­
tu r !» (7). N o era, por cierto, la aterro rizad a v silencio­
sa m u chedum bre de los ortodoxos orientales lo que
rep resen tab a en ese m om ento a la Ig le sia de D ios. T o d a

(7) Conciliorttm collectio (M ansi), V I, 908,


R U S I A y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 283

la p o ten cia in m ortal de la Ig le sia se h ab ía concentrado,


p ara la c ristian d a d oriental, en aquel sim ple térm in o
jurídico p ro n u n ciad o por un diácono rom ano : C o n ­
tradicitur,
E n tre nosotros se reprocha h ab itu alm en te a la Ig le ­
sia occidental su carácter em inentem ente jurídico y le­
g alista. Los principios y fórm ulas del derecho rom a­
no no tienen cabida, sin duda, en el R ein o de D ios,
pero «el latrocinio de Efeso» era m uy apropiado para
dar la razón a la justicia latin a. El «contradicítur» del
diácono rom ano rep resentaba el p rin cip io co n tra el he­
cho, el derecho contra la fuerza b r u t a ; era la firm eza
m oral im p ertu rb ab le frente al crim en triu n fa n te de los ■
u n o s y la co b ard ía de los o tro s ; en una p alab ra, era la I
R oca inm oble de la Ig lesia fren te las puertas del In - :
fierno.
L os asesinos del p atriarca de C o n sta n tin o p la no se
atrevieron a tocar al diácono de la Ig lesia rom ana. Y
en el espacio de sólo dos años el c o ntrad ic itu r rom ano
convirtió el «santísim o C oncilio ecum énico d e Efeso»
en el fdatrocinio de Efeso» ; provocó la deposición del
asesino m itrado, valió la canonización a la víctim a y
d eterm in ó la reunión del v erd ad ero C oncilio ecum é­
nico de C alcedonia bajo la p residencia de ios legados
rom anos.
X IV . É l C o n c il io de C a l c e d o n ia

T ^ l po d er central de la Ig lesia U n iv ersal es la b ase


inconm ovible de la justicia social p o rq u e es el ó rg a n o
infalible a la v erd ad religiosa. El P a p a L eón tra ta b a
no solam ente de restablecer el orden m oral q u e b ra n ­
tado en el O riente cristiano p o r las iniq u id ad es del p a ­
triarca alejan d rin o , pero adem ás de confirm ar a sus
h erm an o s o rientales en la fe v erd ad era am enazada por
la herejía m o nofisita. Ib a e;n ello la v erd ad específica
del cristianism o, la v erd ad del H o m b re D ios.
Ai sostener que Jesucristo después de ia en carna­
ción es exclusivam ente D ios p o rq u e su h u m an id ad
quedó ab so rb id a totalm ente por la div in id ad , los m o-
nofisitas trata b an de volver, sin sospecharlo acaso, al
D is in h u m a n o del p ag an ism o oriental, ese D ios que
consum e a toda c ria tu ra y que no es m ás que un abis^
rao insondable p a ra el espíritu h u m an o . E n el fondo
era la negación disim ulada de la revelación y de la e n ­
carnación p erm an en te. P e ro com o era una negación
d is im u la d a , cobijada por la g ra n au to rid a d teológica
de S an C irilo (que, insistiendo co n tra N estorio en la
u n id ad de la p ersona de Jesucristo, h ab ía dejado es-
286 VLADIMIRO SOLOVIEF

capar a su p lu m a una fó rm u la inexta : M ía p h y J s tou-


T h e o u L o g o u se sa rc h o m e n e (la naturaleza u n a del D ios
V erbo, encarnada), era necesario d a r u n a nueva fór­
m ula, clara y d efinitiva, de la v erd ad de la h u m an id ad
d ivina. T o d o el m undo ortodoxo esperaba esta fó rm u ­
la dei sucesor de S an P ed ro . El m ism o P a p a León es­
tab a convencido de la im p o rta n c ia .d e 1a cuestión.
«El S alv ad o r del gén ero hu m an o , Jesucristo — d e­
cía— , al establecer la fe que atra e los im píos a la ju s ­
ticia y los m uertos a la vida, d erram ab a en el espíritu
de sus discípulos las adm oniciones de su d o ctrin a y los
m ilag ro s d e su s obras, a fin de que C risto m ism o fue­
se reconocido com o H ijo único de D ios y com o H ijo
del H o m b re, P o rq u e u n a de estas creencias sin la otra
no ap ro v ech ab a p a ra la salvación, y era igu alm ente p e­
ligroso creer al S eñor Jesucristo sólo D ios y 110 hom ­
bre, o solam ente hom bre y no D ios (haciéndose, en el
p rim er caso, inaccesible a n u estra invalidez, y en J
seg u n d o , im p o tente p a ra salvarm e), P ero era necesa­
rio confesar a u n o y a otro, p o rq u e así com o la v erd a­
d era h u m an id ad es in h eren te a D ios, así tam bién la
v erd ad era d iv in id ad es inherente al 'H o m b re. Fué,
pu e s, para c o n f i r m a r ei c o n o c im i e n t o e m i n e n t e m e n t e
salu d ab le (salubérrim a™ ) que el S eñ o r in terro g ó a sus
discípulos, y el apóstol P ed ro , p o r revelación del E s­
p íritu del P a d re , su p eran d o lo corporal y so b re p u ­
jan d o lo h u m ano, vió con los ojos de la in telig en cia al
H ijo de D ios vivo y confesó la g lo ria de la D ivinidad,
p o rq u e co n sid erab a algo m ás que la sola su stan cia d a
carne y de sa n g re . Y de tal m anera se com plació en la
su b lim id ad de esta fe, que, declarado bien av en tu rad o ,
ad q u irió la sa g ra d a firm eza de la p ied ra inviolable,
fu n d ad a en la cual la Ig lesia debe prevalecer contra
las p u ertas del infierno y contra las leyes de la m uerte.
&ÚSÍ A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 287

Y p o r esto en el juicio de toda causa n ad a será ra ti­


ficado er* ios cielos m ás q.ue lo que fuere establecido
p«jr el a rb itrio de P ed ro (1).
Al p ro fesar que la función fun d am en tal de la a u to ­
ridad eclesiástica — la de a firm a r y d eterm in ar la v er­
dad cristian a— es perm anente en la cátedra de S an P e ­
dro que él o cupaba, León consideró de su deber o p o ­
ner a la nueva h erejía un nuevo desarrollo de la confe­
sión apostólica. E n su célebre epístola d o g m ática a
F lav ian o se co n sidera intérprete in sp irad o del p rincipa
de los apóstoles, y así lo consideró todo el O riente or­
todoxo. E n el lim o n a tio (2) de S an S ofronio, p atriarca
de Jeru salén en el siglo v n , hallam os la sig u ien te le­
y end a :
C uando S an León h u b o escrito su epístola a S an
F laviano, o b ispo de C o n sta n tin o p la, co n tra los im píos
E u tiq u io y N estorio, la puso sobre el sepulcro del su­
prem o apóstol P ed ro , y con oraciones, v ig ilias y a y u ­
nos, suplicó al soberano apóstol diciendo : S i he co ­
m etido erro r como hom bre, suple lo que falta a mi es­
crito y su p rim e lo que contiene de m ás, tú, a quien
N u estro S alv ad o r, S eñor y D ios, Jesucristo, confió
este tro n o y 1a Ig le sia entera. D e s p u é s d e p a s a d o s c u a ­
renta. días se la apareció el apóstol, m ientras oraba, y
le üijo : H e leído y he corregido. Y habiendo tom ado
su epístola del sepulcro del b ien aventurado P ed ro ,
León la ab rió y la halló c o rreg id a por la m ano del
apóstol» (3).

(1) S. L e o n i s M a g n i opera. (M igne), t. 1, col. 309.


(2) Especie de cresto m atía de relato s edificantes.
(3) V er en las M e m a s rus as, vida de S an L eón p ap a.
( Ment as , o m enologio, m artirologio por m eses.) (N. del T .)
tLA D IM IRO SOLOVIEF

E sa ep ístola, v erdaderam ente d ig n a de tal correc­


tor, d eterm in ab a con claridad y v ig o r adm irables la
v erd ad de las dos naturalezas en la persona única de
C risto, y hacía im posibles p ara el futuro en la Ig lesia
ios dos erro res opuestos, el de N estorio y el de E u ti­
quio. L a ep ístola de S an L eón no fué leída en el latro ci­
nio de E feso, lo cual constituyó la causa principa! de
casación invocada contra los decretos del falso co n ci­
lio. D ióscoro, que h ab ía podido o b lig ar a la asam blea
g en eral de obispos orientales a co n d en ar a S an F la v ia ­
no y a su scrib ir u n a fó rm u la herética, halló in esp era­
da resistencia cuando se atrevió a levantarse ab ie rta ­
m ente co n tra el P a p a . E ste, inform ado p o r sus legados
de lo ocurrido en E feso, reunió en seg u id a un C onci­
lio de obispos latinos en R om a, v con su aprobación
u n án im e condenó 3^ depuso a D iscoro.
E l ((faraón», que h ab ía vuelto en triu n fo a A lejan ­
d ría, quiso e n g a ñ a r al P a p a ; p ro n to hubo de ap ercib ir­
se que no ten ía que habérselas con v an as pretensiones,
sin o con un p o d er espiritual vivo, que p o r doquiera
im p o n ía a las conciencias cristian as. El orgullo y la
au d acia del u su rp a d o r eclesiástico se estrellaron con­
tra la verd ad era p iedra de la Iglesia. U san d o de todos
los m edios de violencia que le eran habituales, sólo
co n sig u ió fo rzar a d ie s obispos egipcios a que le p re s­
taran su s n o m b res p a ra condenar al P a p a León (4), E n
O rien te m ism o to d o el m undo m iró a éste im potente
insulto como un acto de dem encia, que acabó de p erd er
al «faraón» egipcio.
El em p erad o r T eodosio II, defensor de dos here­
jía s opuestas, p ro tector de N estorio y de D ióscoro, aca-

(4) C onciliorum collectio. (M ansi), V I, 510.


ÜÜSIA Y LA I G LE S IA VNIVÉRSAL 289

baba de m o rir. C on el advenim iento de P u lq u e ría y de


s u . nom inal esposo M arciano, se ab rió u n a brevísim a
fase en la que el G obierno im perial, seg ú n parece por
convicción relig iosa, se puso decididam ente al servi­
cio de la b u e n a causa. E sto bastó p a ra devolver en
O rien te el v alo r a los obispos ortodoxos y p ara atra e r
a la ortodoxia, que el nuevo em perador profesaba, a
todos aquellos que sólo se h ab ían pasado a la herejía
p or com placer a su predecesor. P ero el m ism o em pe­
rador ortodoxo tenía poca confianza en esos obispos
v ersátiles. P a ra él la suprem a au to rid a d en m ateria de
religión co rresp o n d ía al P a p a .
«En lo que concierne a la relig ió n católica y la fe
de los cristian o s — leem os en la ca rta im perial a S an
L eón— hem os creído justo d irig irn o s p rim eram en te a
tu sa n tid a d que es el in s p e c to r y el je fe de la fe d iv i­
n a (tente se n a g i o s y n e n e pisk o pe 'u ou sa n kai archou~
sa n tes theías p ís te o s )» (5), C on la au to rid ad del P a p a
(sou a u th e n to u n to s ) debe el fu tu ro concilio, se g ú n el
p en sam ien to del em perador, a le ja r 'd e la Ig le sia todo
error im pío e in a g u ra r u n a paz perfecta entre todos los
obispos de la fe católica (6 ). Y en o tra carta, que fué
poco después de la prim era, el em perador afirm a de
nuevo que el concilio deberá reconocer y exponer p a ra
eí O riente lo que el P a p a h a decretado en R o m a (7). L a
em peratriz P u lq u e ría usa del m ism o lenguaje, a se g u ­
rando al P a p a que el concilio «definirá la confesión ca­
tólica, com o lo exigen la fe y la p ied ad cristianas, con
tu au to rid a d (so u a u t h e n t o u n t o s ») (8 ).

(5) I bi d. , 93.
(6) I b i d . ,
(7) Ibi d. , 100.
(8) Ibi d. , tOl,
19
VLADIMIÉO SOLOVIEF

R eu n id o en C alcedonia el C oncilio ecum énico (en


451), b ajo la presidencia de los legados rom anos, el
prim ero de entre ellos, el obispo P ascasino, se levan­
tó y dijo : . «T enem os instrucciones del b ien av e n tu ra­
do o bispo apostólico de la ciudad de R om a, q u e es el
jefe de todas las Ig le sia s, y él nos prescribe no ad m i­
tir a D ióscoro en el seno del Concilio» (9). Y el s e g u n ­
do legado, L ucencio, explicó que D ióscoro estaba ya
condenado p o r h ab e r u su rp ad o el derecho de ju z g a r
y p o r h ab er convocado u n C oncilio sin consentim ien­
to de ta sede apostólica, lo que n u n ca h ab ía ocurrido
an tes y que estaba pro h ib id o (ofier o u d é p o te g e g o n e n
o ude e x o n g e n e s ih a i) ( 10).
D espués de larg a s conferencias, los re p resen ta n ­
tes del em perador declararon que D ióscoro no p artici­
p aría com o m iem bro en et C oncilio, pero que com pare­
cería com o acusado, p o rq u e después de ser condenad.-)
p o r el P a p a h a b ía in cu rrid o en nuevos m otivos de acu­
sación ( 11).
E l juicio fu é precedido p o r la lectura de la epísto­
la dogm ática del P a p a , a la que todos los obispos o r­
todoxos aclam aron diciendo : «P edro h a hab lad o por
boca d e L e ó n » (12), E n la sesión s i g u ie n te m u c h o s
clérig o s de ía Ig le sia de A lejan d ría p resen taro n una
sú p lica d irig id a «al santísim o y m uy am ado de D ios,
arzo b isp o universal y p atria rca de la g ra n d e R om a,
L eón y al S an to C oncilio ecum énico de C alcedonia».
E ra un acta de acusación contra D ióscoro, el que —de-

(9) Ib id ., s a o , 1
(10) Ibid.,
(11) Ib id ., 64S.
(12) Ib id ., 972.
RUSIA Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 291

cían los d em an d an tes—■, «tras de haber confirm ado W


* .
herejía en un concilio de b an d id o s y haber m uerto a
S an F lav ian o , intentó otro crim en m ayor aú n , la ex­
com unión del santísim o y sacratísim o trono a p o stó li­
co de la g ra n d e R om a» (13).
ES C oncilio no creyó tener derecho de ju z g a r n u e­
vam ente a un obispo ya ju zg ad o p o r el P a p a , y p ro ­
puso a los legados rom anos se p ro n u n c ia ra la sen ten ­
cia co n tra D ióscoro (14), cosa que hicieron en estos
térm inos, d esp u és de enum erar todos los crim ines d “l
p atriarca a leja n d rin o :
«El san tísim o y b ien av e n tu rad o arzobispo de la
g ran d e y a n tig u a R om a, L eón, p o r no so tro s y p o r el
santo Concilio aquí presente, con el tres veces b ie n ­
av en tu rad o y gloriosísim o apóstol P ed ro , que es la
roca y fu n d am en to de la Ig le sia católica y la base de
la fe ortodoxa, h a privado a dicho D ióscoro del ra n g o
episcopal y le h a privado de to d a d ig n id a d sacerdo
tal (15).
El solem ne reconocim iento de la a u to rid a d su p re ­
m a del P a p a en el C oncilio de C alcedonia fué co ro n a­
do con la ep ísto la de los obispos orientales a L eón, en
q ue Je atribuían ei m érito d e to d o io qu e s e había h e ­
cho en el C oncilio : «E res tú, le escribían, quien por
tus vicarios h as d irigido y m an d ad o ( h e g e m o n é v e s )
a toda la m uch edum bre de los P a d re s, com o la cabe­
za m an d a a los m iem bros ( o s k e f h a le m e ló n ) , m os­
trán d o les el verdadero sentido del dogm a» (16).

(13) Ibid., 1005, 9.


(14) Ibid., 1045.
(15) Ibid., 1048.
(16) Ibid.; 148,
292 VLADIMIRO SOLOVIEF

P a ra rechazar com o usurpación y error el p rim ad o


de po d er y la au to rid ad doctrinal de la sede rom ana,
no basta, com o se ve, declarar u su rp a d o r y hereje a
u n ho m b re com o S an León el G ra n d e ; es necesario
a!dem ás ac u sar de h erejía al concilio ecum énico de
C alcedonia y a toda la Iglesia 'ortodoxa del sigio v.
T a l es la conclusión que se d esprende con evidencia
de los testim o n ios auténticos que acaban de leerse.

F IN DEL LIBRO Ti
LIBRO TERCERO

EL PRINCIPIO TRINITARIO
Y SU APLICACION SOCIAL
J. E l P rin c ip io T r in ita r io y su a p lic a c ió n s o c ia l

T ,A v erd ad era Iglesia, tem plo, cuerpo y E sposa


m ística de D ios, es u n a com o D io s m ism o. P e ro hay
u n id ad y u n id ad . H a y la u n id a d negativa, so lita ria y
estéril, que se lim ita a excluir toda p lu ralid ad . E s u n a
sim ple negación que supone lógicam ente lo que nie­
g a y que se m anifiesta com o el com ienzo de u n nú m e­
ro in d eterm in ado, detenido a rb itra ria m e n te . P o rq u e
nada im pide que la razón ad m ita v arias u n id ad es sim ­
ples y ab so lu tam en te iguales en tre si, y que lu eg o las
m ultip liq u e h asta el infinito. Y si con razón los ale­
m anes han podido llam ar a tal fr o c e s s u s , «m al infi­
nito» ( d ie sch le c h te U n e n d l i c h k e i t ) ( 1), tam b ién la
sim ple u n id ad , que es su principio, puede ser d e n o ­
m inada m a l a u n id a d .
P ero h ay la un id ad v erd ad era, que no es op u esta

(1) E n alem án S c h l e c h t —m alo— y s c h ü c h t ■


— sim pl»—
son. en el fondo, un solo y m ism o térm in o , lo que h a producido
a H ege! ocasión de su a fo rtu n ad o retru écan o . P o r lo d em ás
A ristóteles h ab ía expuesto y a ia m ism a Mea, sin ju eg o de p a ­
labras.
296 VLADIMIRO SOLOVIEF

a la p lu rid ad , que no la excluye, pero que, en el goce


tran q u ilo de su p ro p ia superioridad, dom ina a su con­
trario y lo som ete a sus leyes. L a m ala u n id ad es el
vacío y la n a d a ; la v erdadera es el ser U n o que lo
contiene todo en sí m ism o. E sta u n id ad positiva y fe­
cunda, sin dejar de perm anecer com o es, su p erio r a
to d a realidad lim itad a y m últiple, contiene en sí, de­
term in a y m anifiesta fuerzas vivas, las razones u n i­
form es y las cualidades v ariad as de todo cuanto exis­
te. Con la profesión de esta unidad perfecta, que todo
lo produce y abraza, com ienza el Credo de los cristia­
nos : ín u n u m D e i ñ n P a ir e m O m n i p o l e n t e m ( P a n -
lo k rá io ra ).
D icho carácter de un id ad p ositiva (de u n i-to ta li-
dad o de u n i - p l e n ü u d ) pertenece a todo lo que es o
debe ser ab soluto en su género. T al es en sí D ios om -
’iip o ten te, tal es idealm ente la razón h u m an a que p u e­
de co m p ren d er toda cosa, tal debe ser, por últim o, la
v erd ad era Ig lesia esencialm ente universal, a saber, la
que ab raza en su viviente u n id ad a la h u m an id ad y
al m undo entero.
L a v erd ad es una y única en el sentido de que no
puede h ab er dos verdades absolutam ente in d ep en d ien ­
tes u na de otra, y con m ayor razón co n trarias u n a a
o tra. P ero en v irtu d de su m ism a unid ad , la verdad
única, com o no puede encerrar en sí nada lim itado,
a rb itra rio ni exclusivo, ni puede ser p artic u la r ni p a r­
cial, debe co n tener en un sistem a lógico las razones
de todo cu an to existe, debe b astar para explicar­
lo todo. .De igual m anera la v erdadera Ig lesia es una
v ú n ica p or cu an to no puede h ab e r dos verdaderas
Iglesias, in d ep endientes u n a de otra y con m ayor ra ­
zón en lucha u n a contra otra. P ero ju stam en te p o r ello
la v erd ad era Ig lesia, com o organización única de la
R US I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 297

vida d iv in ó -h u m ana, debe com p ren d er en un sistem a


real, to d a -la p len itu d de n u e stra existencia, debe d e­
term in ar todos los deberes, b a sta r a todas las necesi­
dades efectivas, responder a to d as las aspiraciones h u ­
m anas.
L a u n id ad real de la Ig le sia está rep resen tad a y
g aran tizad a p o r la m onarquía eclesiástica. P ero p o r­
que la Ig lesia, siendo una, d eb^ ser universal, es d e­
cir, ab razarlo todo en un orden determ inado, la m o­
n arq u ía eclesiástica no puede perm anecer estéril, sin o
que debe en g e n d ra r los p oderes con stitu tiv o s de la'
existencia social com pleta. Y si- fa m o n arq u ía de P e ­
dro, co n sid erad a como tal, nos ofrece el reflejo de la
un id ad d iv in a y al m ism o tiem po la base real e in ­
d ispensable p ara la unificación p ro g resiv a de la h u ­
m anidad, hem os de ver tam b ién , en el desarrollo u l­
terior de los p o deres sociales de la cristian d ad , no so­
lam ente el reflejo de la fecu n d id ad inm anente de la
D ivinidad, sin o, adem ás, el m edio real de v in cu lar
la to talid ad de la existencia h u m a n a a la p len itu d de
la vida d iv in a.
C u ando decim os que un ser vivo es, le atrib u im o s
necesariam ente una un id ad , u n a d ualidad y u n a tri­
nidad. U n id a d , puesto que se tra ta de u n ser. D u a ­
lidad, puesto que no podem os afirm ar que un ser es
sin afirm ar al m ism o tiem po que es algo, que tiene
u n a o b jetiv id ad d eterm in ad a. P o r con sig u ien te, las
dos ca teg o rías fundam entales de todo ser son : su
existencia com o sujeto real y su esencia objetiva o su
idea (su razón de. ser). P o r últim o, h ay u n a trin id a d
en el ser v i v o ; el sujeto del se r se vincula de tres m a­
neras diferen tes a la objetividad que esencialm ente le
pertenece : la posfte en p rim er lu g a r, p o r el hecho m is­
mo de su ex istencia, como realid ad en sí, cóm o SU subs-
VLADIMIRO SOLOVIEF

ta n d a in te rio r; en seg u n d o lu g ar, la posee en su ac­


ción' propia, que es necesariam ente la m anifestación
de dicha s u b s ta n c ia ; y, por últim o, la posee en el
sentim iento- o goce de su ser y de su acción, en esa
v u elta sobre sí m ism o que procede de la existencia
m an ifestad a p o r la acción. L a presencia, sucesiva, «í
no sim u ltán ea, de estos tros m odos d e existencia, es
in d isp en sab le p a ra co n stitu ir u n ser vivo. P o rq u e si
se so b reen tien d e que la acción p ro p ia y el sen tim ien ­
to suponen la existencia real del sujeto dado, no me­
nos cierto es que u n a realidad com pletam ente priva-
da de la facultad de o b ra r y de sen tir no sería un ser
vivo, sino cosa inerte y m uerta.
C o n sid erad as en sí m ism as las tres m aneras de ser
que acabam os de indicar, tienen, sin discusión, un ca­
rácter p len am ente positivo. Com o un sujeto real­
m ente existente es m ás que u n ser de razón, tam bién
un su jeío que obre y sien ta es m ás que u n a m ateria
p asiv a o u n a fuerza ciega. P ero en el orden natural,
los m odos co n stitu tiv o s de la existencia com pleta no
se hallan en toda su pureza en los seres creados ; ellos
son in sep arab les de ciertos lím ites y negaciones que
alteran p ro fu n d am en te su carácter positivo. S i, en
efecto, el ser vivo creado tiene existencia real, ésta no
le pertenece n u n ca com o hecho absoluto y p rim ordial,
su realid ad dep ende de u n a causa externa, él no es
ab so lu tam en te en s í. L a acción p ro p ia de un se r crea­
do tam poco es m anifestación p ura, sim ple y única de
su ser interior, sino que está necesariam ente d eterm i­
n ad a p o r el concurso d e las circunstancias y la influen­
cia de los m otivos exteriores, o, al m enos, se ve com ­
p licad a por la p o sibilidad ideal de o tra m anifestación.
P o r últim o, el sentim iento de sí m ism o en el ser crea­
do, com o procede de u n a existencia fo rtu ita y de una
RUSIA Y LA I G LE S IA U N I V E R S A L 299

actividad d eterm inada exteriorm ente, no depende del


ser m ism o en su calidad, en su ca n tid a d ni en su d u ­
ración. Y así, el ser finito, que ni existe p rim o rd ial­
m ente e n sí ni obra únicam ente p o r sí, tam poco p u ed e
volver com pletam ente a sí m i s m o y siem pre necesita
un com plem ento exterior.
E n otros térm inos, la existencia fin ita n u n ca tiene en
sí su razón de ser, y p a ra ju stific ar o explicar d efin iti­
vam ente el hecho de esta existencia es m enester referir­
la al ser ab soluto o D ios. Al a firm a r que E ste es, d eb e­
m os por fu erza atrib u irle los tres m odos constitutivos
B del ser com pleto. P u esto que la existencia real, la acción
y el goce, son atrib u to s p u ram en te positivos en sí m is­
m os, no pueden fa lta r en el ser ab so lu to . S i éste es, no
es como ser de razón, sino como re a lid a d ; si es realidad,
no es u na realid ad m uerta e inerte, sino un ser que se
m anifiesta p o r su acción p r o p ia ; si, finalm ente, obra,
no 1o hace com o fuerza ciega, sino con conciencia d e sí
m ismo, sin tien d o su ser, go zan d o d e su m anifestación.
P riv ad o de estos atrib u to s, E l no sería y a D ios, sino
n aturaleza inferior, m enos que un hom bre. P ero , por
ía m is m a ra zó n q u e D ios es D ios, e s decir, el s e r a b s o ­
luto y su p rem o , no debe atrib u írse le los tres m odos
con stitu tiv o s de la existencia com pleta m ás que en lo
'q u e tienen de esencial y positivo, quitán d o les toda n o ­
ción que no p ro v e n g a de la idea m ism a de ser y que
solam ente d ep en d a de la condición de ser co n tin g en te.
D e este m odo, y puesto que no p u ed e v en ir de n in ­
g u n a causa exterior, la existencia real es en D ios un h e ­
cho p rim o rd ial e irreductible. D ios es en S í y p o r S í. L a
realidad que posee en p rim er térm in o es p u ram en te in ­
terior, es su stan cia absoluta. Ig u a lm e n te la acción p ro ­
p ia o m anifestación esencial de D ios, q u e no p u ed e ser
d eterm in ad a n i com plicada p o r n in g u n a causa ex trañ a,
300 V L AD I M I RO S O L O V I E F

es sólo la r e p ro d u c c ió n p u ra y perfecta (absolutam ente


adecuada) de su p ro p io ser, de su su stan cia única. E sta
reproducción no puede ser ni nueva creación ni división
de ia su stan cia d iv in a ; 'no puede ser creada, puesto que
existe desde to d a eternidad y no puede ser dividida,
p o rq u e no es cosa m ateria), sino actualidad p u ra . Dios,
, que la posee en sí, m anifiesta p ara sí y se reproduce en
un acto p u ram en te interior. C on este acto El llega al
goce de sí m ism o, es. decir, de su su stan cia absoluta,
no sólo en cu an to existente, sino, adem ás, en cuanto
m an ifestada.
L a existencia com pleta de D ios no le hace, pues,
sa lir de sí m ism o, no le po n e en relación con n ad a ex­
terio r ; ella es p erfecta en sí m ism a y no su p o n e la exis­
tencia de alg o fu e ra de ella.
E n los tres m odos constitutivos de su ser, D ios se
relaciona ú n icam ente con su p ro p ia su stan cia. P rim ero ,
la posee e n si en el acto prim o (hecho absoluto). S e g u n ­
do, 1^. posee para sí, m anifestándola o p ro d uciéndola de
si m ism o en el acto seg u n d o (acción absoluta). T ercero,
la posee en la v u elta a sí, hallando en ella p o r el acto ter­
cero,-la u n id ad perfecta de su ser y de su m anifestación
(g o z o absoluto). N p puede g o za r de ella sin h ab e rla m a­
nifestad o ni puede m an ifestarla sin tenerla en sí, Y así,
estos tres actos, tres estados o tres relaciones (térm inos
que aq u í coinciden), ligados indisolublem ente entre sí,
son experesiones diferentes pero iguales de la D iv in id ad
entera.
M anifestando su su stan cia in terio r o reproduciéndo­
se p o r Sí m ism o, D ios no usa de interm ediario ni sufre
acción exterior a lg u n a que pu d iera alterar su rep ro d u c­
ción o h acerla in c o m p le ta ; por consiguiente, el p ro d u ci­
d o 'e s p erfectam ente igual al p ro d u cto r en todo, excep­
to en Ja relación m ism a que hace de u n o el p ro d u cto r y
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 301

deS o tro el pro ducto. Y, com o toda la D iv in id ad está


con ten id a en su reproducción, así tam bién está conte­
nida to d a en el gozo-que de ésta procede. E ste gozo, que
no depende de n in g u n a condición exterior, no p u ed e ser
un estado accidental inadecuado al ser absoluto d e D i o s ;
es resu ltad o directo y com pleto de la existencia y la ac­
ción d iv in as. D ios, en cuanto sujeto del goce, p ro c e d e
de S í m is m o en cuanto p r o d u c to r y p ro d u c id o . Y com o
el tercer térm ino (el P rocedente) sólo es determ inado*
p o r los dos prim eros, perfectam ente iguales entre sí,
no p u ed e d ejah de serles igual en todo, excepto en la
relación m ism o que hace q u e él proceda de ellos y no
vice versa.
Com o estos tres actos no son p a rte s sep a rad a s de la
su stan cia ab so lu ta, tam poco p u ed en ser fases sucesivas
de la ex isten cia divina. S i la idea de parte su p o n e el
espacio, la idea de fase su p o n e el tiem po. D escartan d o
estas dos form as de la n atu ra leza creada, debe a firm a r­
se que la su stan cia ab so lu ta está contenida en los tres
m odos de la existencia d iv in a, no solam ente sin d iv i­
sión, sino tam bién sin sucesión. A h o ra bien, esto su p o ­
ne en la u n id a d ab so lu ta de la su stan cia divina tres su ­
jetos relativ o s o .tres h ip ó stasis.
E n efecto, si ios tres m odos de ia existencia ab so lu ta
p u d iera n ser sucesivos, b a sta ría entonces un solo su je­
to ; u n a sola hipóstasis p o d ría hallarse sucesivam ente
en las tres d istin tas relaciones con su su stan cia. P ero
com o el ser ab soluto no puede cam biar en el tiem po, no
es su sceptible de evolución sucesiva, y los tres m odos
co n stitu tiv o s de su existencia com pleta deben ser en El
sim u ltán eo s o c oeternos. P o r o tra parte, es evidente que
un solo y m ism o sujeto (hipóstasis) no puede afirm arse
a la v e s com o no m anifestado, com o m anifestado y
como pro ced en te de su m anifestación. E s, pues, necesa*
302 VL A D I MI RO S OL OV T É F
*
rio ad m itir que cada u n o de los m odos de la existencia
d iv in a está rep resentado siem pre por un sujeto relativo
d istin to , eternam ente hipostasiado y que, p o r consi­
g u ien te, h ay en D ios tres hipóstasis coeternas.
E sta necesidad puede ser tam bién rep resentada desde
otro p u n to de vista. P u esto que en el p rim er m odo de
su existencia D ios (como no p roducido y no m an ifesta­
do, pero reproduciéndose y m anifestándose) es necesa­
riam ente sujeto verdadero o hipóstasis, y puesto que el
seg u n d o inod® de la existencia d iv in a (D ios com o re p ro ­
ducido o m anifestado) es perfectam ente igual al p rim e­
ro en todo, excepto en la diferencia específica de su
m u tu a relación, es necesario que siendo hipóstasis el
prim ero , tam bién lo sea el segundo. P o rq u e la única di­
ferencia relativa que los d istin g u e no depende de la n o ­
ción de hip ó stasis, sino de la noción de producir y de
ser p ro d u cid o . D e m odo que si el u n o es hipóstasis p ro ­
ductora, el otro es h ip ó stasis prod u cid a. Ig u al razo n a­
m iento es p len am en te aplicable al .tercer m odo dé la
existencia d ivina, que procede de los dos prim eros, en
cu an to D ios, cum plida su m anifestación, vuelve a sí
en el gozo ab soluto de su ser m anifestado. Q u itan d o de
esta ú ltim a relación ía idea de tiem po y ía im agen de
todo proceso sucesivo, llegam os a ad m itir necesaria­
m ente u n a tercera hip ó stasis coeterna a las o tras dos y
procedentes de am b as com o su u n id a d o síntesis d e fin i­
tiva, que cierra eí círculo de la v ida divina. El gozo en
D ios (D ios com o su jeto del goce) no puede no ser igual
a su acción y a su realidad p rim o rd ia l; si, pues, éstas
son h ip ó stasis d istin tas, aquélla tam bién lo será.
L a trin id a d de las h ip ó stasis o sujetos en la unidad
de la su stan cia ab so lu ta es u n a v erd ad que nos es co­
m un icad a p o r revelación d ivina y p o r la doctrina in fa­
lible de la Ig lesia, A cabam os de v er que esta verdad se
ÉÜSIA Y LÁ IGLESIA UNIVERSAL 303
»
im pone a la razón y puede ser ded u cid a lógicam ente si
se adm ite que D ios es en el sen tid o positivo y com pleto
de esta p a la b ra . N o sólo nos ha enseñado la revelación
divina que h ay tres hipóstasis en D ios, sino que, ad e­
m ás, las h a d esignado con nom bres específicos. N os
b astará co m p letar nuestro p recedente arg u m en to p a ra
dem ostrar que estos nom bres no son arb itrario s, sino
que responden perfectam ente a la m ism a idea trin ita ria .

N o t a d e i . t r a d u c t o r ; L a d em ostración precedente no se
funda en u na presunción de las tu e rza s de la razón. P resu p o n e
un a fe activa en D ios U no y la ilustració n consiguiente sobre­
n atu ral concedida a un entendim iento que busca, con intención
recta. T oda esta p r u e b a de la racio n alid ad de u n m isterio com o
el de la T rin id ad , es un esfuerzo no ilegítim o del esp íritu post
f i d e m siiscefitam.
Y a advirtió Solovief (cap, V I, lib, II , últim o p árrafo) que
«las verdades de la religión no se im ponen a la inteligencia
como teorem as geom étríeos»).
IÍ. L as tkes h ip ó s t a s ís d ív in a s . S e n t id o de süs

NOMBRES.

í ) l o 5 posee la existencia po sitiv a y co m p leta; E l


es el D ios vivo. Q uien dice vida, dice reproducción. L a
reproducción o generación es la cau salid ad f o r e x c e ­
lencia, la acción p ro p ia del ser com pleto y vivo. E n esta
cau salid ad perfecta, la causa p ro d u c to ra debe, en p ri­
m er lu g ar, c o n te n e r en sí a su pro d u cto o efecto, p orque
si no lo tu v ie ra en sí m ism a sólo p o d ría ser causa oca­
sional y no causa verdadera del p ro d u cto . E sta p rim e ­
ra fase de la v id a ab so lu ta, en que el efecto vivo a p a re ­
ce ab so rb id o en la u n id a d necesaria d e la seg u n d a , la
de la p roducción actual, en que el p ro d u cen te se d is tin ­
g u e actu de su producto, lo e n g e n d r a efectivam ente.
P ero q u ed a p ro b ad o que, no adm itiendo otra causa
secundaria o p artic ip a n te que h u b iera alterado la p u re ­
za de la acción pro d u cto ra, el pro d u cto inm ediato del
ser absoluto es necesariam ente la reproducción to ta l­
m ente ad ecu ad a de la causa p rim era. D e m odo que el
proceso eterno de la v id a d iv in a no p u ed e detenerse
en el seg u n d o térm ino, en la diferenciación o desdobla­
m iento del ser absoluto como p ro d u cto r y com o p ro ­
ducido. S u ig u a ld a d y la id en tid ad de su su stan cia
2Q
300 V L AD Í M ÍR O S O L O V Í É F

h acen q ue la m anifestación d e su diferencia actual y


relativ a (en el acto de la generación) term ine, necesa­
riam ente, en u n a nueva m anifestación de su u n id ad .
Y esta u n id a d p rim o rd ial, en que la causa ab so lu ta en ­
cierra y ab so rb e en sí a su efecto. P u esto que éste es
actu alm en te m anifestado y resulta ser ig u al al p ro d u ­
cente, am bos deben en trar, necesariam ente, en rela­
ción de recip rocid ad . C om o tal reciprocidad no existe
en el acto de la generación (en el cual el que en g e n d ra
no es en g e n d rad o y viceversa), exige necesariam ente
un nuevo acto, determ inado a la vez por la causa p ri­
m era y p o r su p roducto consustancial. Y puesto que
se tra ta de u n a relación esencial al S er divino, ese nue-
no acto no puede ser un accidente o estado pasajero,
sino que está de to d a eternidad, fijo o hipostasiado en
un tercer su jeto que procede de los dos prim eros y re­
p re sen ta su u n id a d actual y v iva en la m ism a su sta n ­
cia ab so lu ta.
D espués de estas explicaciones, fácil será ver que
los nom bres P a d re , H ijo y E sp íritu , dados a las tres
h o p ó stasis del ser absoluto, lejos de ser m etáforas, en­
cu en tran en la T rin id a d divina aplicación p ro p ia y com ­
p leta, al paso que en el orden n atu ral dichos térm inos
no pueden ser em pleados m ás que im perfecta y ap ro x i­
m adam ente. E n cu an to a los dos prim eros, an te todo,
cuando decim os P a d r e e hijo no querem os significar
con ello o tra idea que la de u n a relación de entera in ­
tim id ad entre dos hip ó stasis de la m ism a naturaleza,
esencialm ente ig uales entre sí, pero de las cuales la
p rim era d a ú n icam ente Ja existencia a la se g u n d a y
no la recibe d e ella, y la seg u n d a recibe únicam ente
su existencia de la prim era y no se la da. El padre,
en c u an to p ad re, no se d istin g u e del hijo sino en que
lo h a p ro d u cid o , y el hijo, en cuanto hijo, no se dis-
k u siA y La iglesia u n iv e r sa l 3o1

tin g u e del p ad re sino en que es producido p o r él.


E sto es todo lo que está contenido en la idea d e la
p atern id ad com o tal, P ero es evidente que esta idea
d eterm inada, tan clara y d istin ta, no puede ser a p lica­
d a en su p u re za y to talid ad a n in g u n a especie de los
seres creados que conocem os. N o en su totalidad, pues­
to que en el orden n atu ral el p ad re no es m ás que cau­
sa parcial de la existencia de su hijo, y el h ijo recibe
sólo en p arte su existencia del p a d re . N o en su pureza,
puesto que, a p a rte de la distinción especifica de haber
dado y no h ab er recibido la existencia, h ay entre los
p ad res y los hijos, en eí orden n a tu ra l, diferencias in­
dividuales in n u m erables, p o r entero ex trañ as a la idea
m ism a de p a te rn id a d y filiación. P a ra en co n trar la v e r­
d ad era aplicación de esta idea h a y que rem ontarse b a s­
ta el S er ab so lu to . E n El hem os visto la relación de
p atern id ad y de filiación en su pureza, porque el P a ­
dre es la sola y única causa del H ijo . E n él hem os vis­
to la relación en su totalidad, p o rq u e el P a d re d a toda
la existencia al H ijo , y ei H ijo no tiene en sí n ad a
m ás que lo que recibe del P a d re . E n tre ellos h ay d is­
tinción ab so lu ta en cuanto ai acto de existir y u n id ad
ab so lu ta en todo lo dem ás. S ien d o dos, pueden u n irse
en una relación actual y p ro d u c ir ju n to s o tra m anifes­
tación de la su stan cia ab so lu ta. P ero como esta su s­
tan cia les pertenece en com ún y exclusivam ente, el
producto de su acción recíproca no puede ser m ás que
la afirm ación explícita de la u n id a d que surge victorio­
sam ente de su diferencia actual.
Com o la u n id a d sintética del P a d re y del H ijo ,
m anifestados com o tales, no p u ed e ser representada
p o r el P a d re com o tal ni p o r el H ijo com o tal, debe
necesariam ente expresarse en u n a tercera hipóstasis,
a la cual conviene perfectam ente el nom bre de E sp íri­
308 VLADiMIRÓ SOLOVIÉF

tu bajo dos aspectos. P rim eram e n te el ser divino, en


esta tercer h ip ó stasis, p o r su desdoblam iento interior
(en el acto de la generación) llega a la m anifestación
dé su u n id ad absoluta, vuelve a sí, se afirm a v erd ad e­
ram ente infinito, se posee y goza de sí m ism o en la
p len itu d de su conciencia. Y este es el carácter espe­
cífico dei esp íritu, en su sentido interior, m etafísico y
psicológico, en cu an to se lo d istin g u e del alm a, de la
in telig en cia, etc. Y , p o r otra parte, al alcanzar la d i­
v in id ad su cu m plim iento interior en la tercer hipós­
tasis, es en ésta p artic u la rm en te en la que D ios posee
la lib ertad de o b ra r fuera de sí m ism o y de p o n er en
m ovim iento un m edio exterior. P ero , precisam ente, es
la lib ertad perfecta de acción o de m ovim iento lo que
caracteriza a! esp íritu en el sentido exterior o físico de
ia p alab ra p neu m a , spiritus, es decir, soplo, re sp ira­
ción. Y p u esto q u e en n in g ú n ser creado p o d ría h a­
llarse tal posesión perfecta de sí m ism o, ni tal libertad
ab so lu ta de acción exterior, se puede afirm ar, con ple­
no derecho, que n in g ú n ser del orden n atu ra l es espí­
ritu en el sentido pleno de ¡a p a la b ra y que el único esp í­
ritu , p ro p iam e n te dicho, es el de D ios : el E sp íritu
S an to .
S i es in d isp ensable a d m itir tres m odos h ip o stasia-
dos en el d esarrollo in terio r de la vida divina, es im ­
posible a d m itir m ás. T o m an d o com o p u n to de p a rti­
da la p len itu d de la existencia que es necesariam ente
p ro p ia de D ios, debem os decir que no b asta a D ios
existir sim plem ente en sí, sino que le es necesario m a­
m an ifestar para sí dicha existencia, y que tam poco
esto b asta si E l no g o za de esa existencia m anifestada,
afirm ando su id en tid ad ab so lu ta, su u n id a d inalte­
rable que triu n fa en el acto m ism o del desdoblam ien­
to in terio r, P e ro , d ^da esta ú ltim a afirm ación, e s te .
RUSIA ¥ LA IG LESIA UNIVERSAL 309

gozo perfecto de su ser absoluto, el desarrollo in m a­


nente de la v id a divina q u ed a cum plido. P o seer su
existencia com o acto p u ro en sí, m anifestarla p a ra sí
en u n a acción ab so lu ta y g o z a rla perfectam ente, es
todo cu an to D ios puede hacer sin salir de su in terio r.
Si E l hace alg o m ás y a no será en el dom inio de su
v id a in m an en te, sino fuera de sí, en un sujeto que no
es D ios.
A n tes de co n sid erar este nuevo sujeto, nótese b ien
que el d esarrollo trin ita rio de la vida, fijado e tern a­
m ente en las tres hipóstasis, lejos de alterar la u n id a d
del ser abso lu to o la M o n arq u ía su p rem a, no es m ás
que su expresión com pleta, y esto p o r dos razones
esenciales. E n p rim er lu g ar, la m o n arq u ía d iv in a es
expresada p or la un id ad indivisible y el lazo in d iso lu ­
ble entre las tres hipóstasis, que en m odo a lg u n o exis­
ten sep arad am en te. N o sólo el P a d re no es sin el H ijo
y el E sp íritu , así com o el H ijo no es sin el P a d re
y el E sp íritu , ni éste sin los dos p rim e ro s ; sino q u e
adem ás debe ad m itirse que el P a d re no es Padre-, o p ri­
m er p rin cip io , sino en cuanto e n g e n d ra al H ijo y es,
con éste, causa de la procesión del E sp íritu S an to .
E n g en eral, el P a d re no es h ip ó stasis d istin ta, y
especialm ente p rim era h ip ó stasis, sino en la relación
trin ita ria y en v irtu d de esta relación. E l no p o d ría
ser causa ab so lu ta si no tu v iera su efecto absoluto en
el H ijo y si no volviera a en co n trar en el E sp íritu .la
u n id ad recíproca y sintética de la causa y el efecto.
No de o tra m an era ocurre (m u ta tis m u ta n d is ) con
las dos o tras h ip ó stasis. P o r o tra parte, no o b stan te
esta m u tu a d ep endencia o m ás bien a causa de ella,
cad a u n a de las tres h ipóstasis posee la p len itu d a b ­
so lu ta del ser d ivino. E l P a d re n u n ca está lim itad o a
la existencia eri sí o ^ la realid ad ab so lu ta y p rim o r­
310 V LA D I M I R O S O L O V I E F

dial (acíus purus) ; traduce en acción esta realidad,


opera y goza, pero nunca lo hace solo, o pera siem pre
p o r el H ijo y goza siem pre con el H ijo en el E sp íritu .
P o r su parte, el H ijo no es únicam ente ia acción o
m anifestación a b so lu ta ; tam bién tiene el ser en sí y
el goce de este ser, pero no los posee, sino en su u n i­
dad perfecta con las otras dos h ipóstasis : El posee el
ser en sí del P a d re y el gozo del E sp íritu S an to . Y este,
p or últim o, com o un id ad ab so lu ta de los dos p rim e­
ros, es necesariam ente lo que ellos son y posee actu
todo lo que son ; pero lo es y lo posee por ellos y con
ellos.
C ada u n a de las tres h ipóstasis posee, así, el ser
ab soluto y p o r com pleto : en realidad, acción y goce.
C ad a u n a es, pues, verdadero D ios. P ero com o esta
p len itu d ab so lu ta del ser divino sólo pertenece a cada
u n a co n ju n tam en te con las otras dos y en y irtu d de!
lazo indisoluble que la une a ellas, resu lta de esto que
no hay tres dioses. P o rq u e p a ra ser com pletas las hi­
póstasis deberían darse aislad as. A h o ra bien, aisla­
da de las o tras n in g u n a de ellas p u ed e ser verdadero
D ios, ya que, en sem ejante condición, ni siquiera p u e­
de ser. E s lícito representarse a la S an tísim a T rin id a d
com o tres seres separados, p o rq u e de otro m odo no
p o d ría rep resen társela. P ero la insuficiencia de la im a­
ginación n ada p ru e b a co n tra la v erd ad de la idea ra ­
cional, clara y d istin tam en te reconocida p o r el p e n ­
sam ien to p u ro . E n verdad no h ay m ás que un solo
D io s indivisible, que se realiza eternam ente en las tres
fases hípostá.ticas d e la existencia a b s o lu ta ; y cada u n a
de estas fases, que sim pre es. in terio rm en te com pleta­
da p o r las o tras dos, contiene en sí y representa a la
D iv in id ad en tera, es verdadero D ios p o r la u n id ad y
en la u n id ad , y no p o r exclusión y en estado separado.
RUSIA y LA IGLESIA UNIVERSAL 311

E sta u n id a d efectiva de las tres h ip ó stasis resu lta


de la u n id ad del principio, y tal es la seg u n d a razón
de la m o n arq u ía divina o, p o r m ejor decir, un s e g u n ­
do aspecto de esta m o n arq u ía. S ólo h ay en la T rin i­
dad tina cau sa prim era, el P a d re , y de ahí proviene
un orden determ inado que hace dep en d er ontológica-
m ente al H ijo del P a d re y al E s p íritu S an to del P a ­
dre y del H ijo . E ste orden se b a sa en la m ism a re la­
ción trin ita ria . P o rq u e es evidente que la acción su ­
pone la realidad y que el gozo su p o n e a am bos.
III. La E SE N C IA D IV IN A Y SU T R IP L E M A N IF E S T A C IÓ N

D i o s es. E ste axiom a de la fe lo confirm a ia razón


filosófica que, conform e a su p ro p ia naturaleza, inves­
tig a el ser necesario y ab so lu to , aquel cu y a razón de
ser está ín teg ra en sí m ism o, que se explica p o r sí m is­
mo y que puede explicar to d a cosa.
P a rtie n d o de esa noción fu n d am en tal hem os d is­
tin g u id o en D ios : el trip le sujeto, supuesto p o r la
existencia com pleta, y su esencia objetiva o la su b s­
tan cia ab so lu ta poseída p o r dicho sujeto seg ú n tres
relaciones diferentes : en el acto p u ro o p rim o rd ial, en
la acción se g u n d a o m an ifestad a y en el tercer estado
o goce perfecto del m ism o. H e m o s m ostrado cóm o esas
delaciones, no pu d ien d o b asa rse ni en u n a división de
partes, ni en u n a sucesión de fases (condiciones am ­
b as ig u alm en te incom patibles con la noción de la D i­
v in id ad , su p o n en en la u n id a d de la esencia ab so lu ta
la existencia eterna de tres sujetos relativos o h ipós-
tasis consu b stanciales e indivisibles, a las que p erte­
necen, en sentido propio y em inente, los nom bres sa­
g ra d o s de la revelación c r is tia n a : P ad re , H ijo y E s ­
p íritu . A h o ra debem os definir y n o m b rar a la m ism a
314 VLADIMIRO S O L O V IE P }

ob jetiv id ad ab so lu ta, a la su b stan cia única de esta T ri­


n id ad divina.
E lla es u na. P e ro como no puede ser u n a cosa en­
tre varias, un objeto p articu lar, es la su b stan cia u n i­
versal o todo en la unidad. D ios, al poseerla, posee
en ella todo. E lla es la p len itu d o totalid ad ab so lu ta
del ser, an terio r y superior a toda existencia parcial.
E sta su b stan cia universal, esta u n id ad ab so lu ta del
todo, es la sab id u ría esencial de D ios (H o k h m ah , So-"
p h ia). L a cual posee en sí el poder oculto de toda cosa
y a su vez es p oseída por D ios, de trip le m anera. E lla
m ism a lo dice :
u Y h o v a ii qanani re ’skith darko, qedem m ifjalayv,
m e a s . D o m in u s possedit me capitulum vias suse,
o riens o p eratio num suarum , ab exordio.» T am b ién :
«M ejola m nissakti, merosh, m i q a d m e y - ’arets. A b
seterno o rd in atá sum , a capite, ab an terio rib u s té­
rras» (1). Y p ara com pletar y explicar esta trip le m a­
n e ra de ser, a g re g a todavía : « V a ’eh yeh ’eislo, ’amon,
v a ’eh yeh sk a ja sh u jim y o m y o m . E t eram a p u d eum
(scilicet D om inum , Y hovah), cuncta com ponens, et
delectabar p e r sin g u lo s dies. A b jeterno eram a p u d
eum » (2). El me posee en su ser eterno : « a capite cunc­
ta com ponens» : en la acción a b s o lu ta ; «antequam térra
íieret delectabar» : en el goce p u ro y perfecto. E n otras
p alab ras, D ios posee su su b stan cia uhica y universal,
o su sab id u ría esencial, com o P a d re eterno, com o H ijo
V com o E sp íritu S an to . L uego, teniendo u n a sola y -

(1) P rov., Sal. V I I I , 22/23. (H em os rectificado lig eram en ­


te la lectura hebrea. El texto latin o que u s a S. es algo d iferente
al de la V u lg ata. D ebe corresponder a a lg u n a de la s versiones
a n terio res a ¡a de S an Jerónim o.) (N. del T .)
(2) Ibtd., V IH , 30.
RUSIA y LA I G L E S IA U N I V E R S A L 315

m ism a su b stan cia objetiva, tos tres sujetos divinos son


consubstanciales.
L a S ab id u ría nos dice en qué consiste su acción :
en com poner el todo, ((eram cuncta com ponens». T a m ­
bién nos d irá en qué consiste su g o z o : «M sageqeth
Ifanayv b k h o l-je th ; m sa geq e th bthebhel 'artso, vsha-
jashujay ’elk-bn ey ’ A d a m . L u d en s coram eo om ni
te m p o re ; Judens in universo térra; ejus, et delicias
meas cum fiillis hom inis» (3). Ju g a n d o en S u p re sen ­
cia en todo tiem po, ju g an d o en el m undo terrestre, y
m is delicias con los hijos del H om bre.
¿ Q u é es, pues, ese ju eg o de la S ab id u ría d iv in a y
p or q u é tien e ésta sus delicias su p rem as en los hijos
del ho m b re ?
D ios, en su su b stan cia ab so lu ta, posee la to talid a d
del ser. E l es u n o en el todo y tiene todo en su u n i­
d ad. E s ta to talid ad su pone la plu ralid ad , p ero u n a
p lu ralid ad reducida a la un id ad , actualm ente unifica­
d a. Y en D ios, que es el eterno, esta unificación es
tam bién eterna. E n El la m ultiplicidad in d eterm in ad a
no existiendo nunca com o tal, nu n ca se ha producido
actu, sin o que de toda etern id ad h a estado som etida
y reducida a la u n id ad ab so lu ta seg ú n sus tres m odos
indivisibles : u n id ad del ser sim ple o en sí en el P a ­
dre ; u n id a d <^el ser activam ente m an ifestad a en el
H ijo , que es acción inm ediata, im agen y V erbo del
P a d r e ; y finalm ente, u n id a d del¡ ser p en e trad o del
gozo perfecto de si m ism o en el E sp íritu S a n to , que
es el corazón com ún del P a d re y del H ijo .
P e ro si el estado eternam ente actual de la su b sta n ­
cia ab so lu ta (en D ios) es ser todo en la u n id ad , su es-

(3) ibid„ V I I I , 30, 31.


3 Í6 VLAD1MIR0 S0L 0V 1E F /

tado potencial (fuera dfe D ios) es ser todo en la divi­


sión. E s la p lu ralid ad indeterm inada y anárq u ica, el
caos o to apetron de los griegos, die scklechte U nend-
lichkeit de los alem anes, el tho hu va b o h u de la B iblia.
E sta an títesis del S ér D iv in o es su p rim id a de toda
etern id ad , red u cida al estado de p o sibilidad p u ra por
el hecho m ism o, p o r el acto prim o de la exsitencia di­
v ina.
L a su b stan cia ab so lu ta y universal pertenece de
hecho a D ios. E l es, eterna y prim ordialm ente, todo
en la u n id a d ; es, y esto b asta p a ra que el caos no
exista. P ero esto no b asta a D ios m ism o, qu no sola­
m ente es el Ser, sino el S er perfecto. N o b asta afirm ar
que D ios es, debe p oderse decir p o r qué es. S u b sistir
p rim o rd ialm en te, su p rim ir el caos y contener a todo
en la u n id ad p o r el acto de su O m nipotencia, es el h e­
cho div in o que p ide su ragón p ro p ia. D ios no puede
co n ten tarse con ser de hecho m ás fuerte que el caos,
d ebe serlo tam bién de derecho. Y p a ra tener el dere­
cho de vencer al caos y reducirlo eternam ente a nada,
D ios debe ser m ás verdadero que él. El m anifiesta su
v erd ad o poniendo al caos no sólo el acto de su O m n i­
potencia, sin o adem ás una razón o idea. Debe, pues,
disting uir su to talid ad perfecta de la p lu ra lid a d caó­
tica y, a cada posible m anifestación de ésta, responder
en su V erbo con u n a m anifestación ídetü de la un id ad
verd ad era, con u n a razón que dem uestre la im p o ten ­
cia intelectual o lógica del caos que in te n ta m anifes­
tarse. C onteniéndolo todo en la u n id ad de la O m ni­
po tencia absoluta, D ios debe contener tam bién a todo
en fa u n id ad de la idea universal. El D ios fuerte debe
tam bién ser el D ios verdadero, la R azón su p rem a.
A las preten sio nes del caos infinitam ente m últiple
debe oponer, rio solam ente su S er p u ro y sim ple, sino
RUSIA Y LA IG L E S I A UNIVERSAL 311

tam bién un sistem a total de ideas, de razones o de v er­


dades eternas, cada u n a de las cuales represente, por
su vinculación lógica indisoluble con todas las o tras,
el triu n fo de la un id ad d eterm in ad a sobre la p lu ra li­
dad an á rq u ica, sobre el m al infinito. L a tendencia
caótica,, que em puja a cada ser p artic u la r a afirm arse
exclusivam ente como si fuera el todo, queda condena­
d a com o falsa e in ju sta por el sistem a de ideas eternas
que da a cada u n o un lu g ar d eterm in ad o en la to tali­
d ad ab so lu ta, m anifestando así, con la v erd ad de D ios,
su ju sticia y su equidad.
P ero to d av ía no b asta a la perfección d ivina el
triu n fo de la razón y la v erd ad . P u esto que el m al in­
finito o caos es .un principio esencialm ente irracional,
la m anifestación lógica e ideal de su falsedad no es
el m edio p ro p io de reducirlo in terio rm en te. L a verdad
se m anifiesta, se ha hecho la luz, pero las tinieblas s i­
g u en siendo lo que eran. «E t lux in tenebris lucet, et
tenebras eam non co m p reh en d eru n t.» L a verdad es
desdoblam iento y separación, es u n id ad relativa, p o r­
que afirm a la existencia de su contrario com o tal, ai
d istin g u irse de él. Y D ios necesita la un id ad ab so lu ta.
N ecesita p o d er ab raza r eri su u n id a d al m ism o p rin c i­
pio opuesto m ostrándose su p e rio r a él, no solam ente
p o r la v erd ad y la justicia, sino tam bién p o r la b o n d ad .
L a ab so lu ta excelencia de D ios debe m anifestarse .
no solam ente contra el caos, sino tam bién para él, d án ­
dole m ás de lo que merece, haciéndole p a rtic ip a r de
la p len itu d de la existencia absoluta, p robándole con
u n a experiencia interior y viva y no únicam ente por
la razón o b jetiva, la su p erio rid a d de la p le n itu d d i­
v in a sobre la p lu ralid ad vacía del m al infinito. A cada
m anifestación del caos sublevado la D iv in id ad debe
p o d er oponer, no tan sólo un acto de la fu e rza que
318 VL ADÍM1R0 SOLOYiKÍ-

su p rim e al acto contrario, no sólo u n a razón o u n a


idea que lo acuse de falsedad y lo excluya del ser ver-
■dadero , sino, adem ás, u n a gracia que lo penetre, lo
tran sfo rm e y ia conduzca librem ente a la unid ad .
E sta trip le unificación del todo, esta trip le reacción
victoriosa del p rin cip io divino contra el caos posible,
es la m anifestación interior y etern a de la substancia
ab so lu ta de D ios o d e la S ab id u ría esencial que, com o
sabem os, es todo en la .un id ad . L a fuerza, la verdad
y la g racia, o bien el poder, la ju sticia y la bondad, o
bien, asim ism o, la realidad, la idea y la vida, todas
estas expresiones relativas de la to talid a d absoluta son
definiciones o b jetivas de la su b stan cia divina que co­
rresponden a la T rin id a d de las h ip ó stasis que la p o ­
seen etern am en te. Y el lazo indisoluble entre las tres
P erso n a s del S er suprem o se m anifiestan necesaria­
m ente en la o b jetiv id ad de su su b stan cia única, cuyos
tres atrib u to s o cualidades p rin cip ales se com pletan
m u tu am en te y son ig ualm ente indispensables p ara la
D iv in id ad . D ios no po d ría p en e trar el caos con su b o n ­
d ad si no se d istin g u ie ra de él p o r la v erd ad y ta ju s­
ticia, y no p o d ría d istin g u irse de éi o excluirlo de Sí,
si no lo co ntuviera en su poder.
ÍV . É l A lm a d e l Mu n d o p r in c ip ió d e la C r e a c ió n ,
del E s p a c io , d e l T ie m p o y d e l a C a u s a l id a d m e c á n ic a

a podem os com prender lo que significa el juego


de la etern a S ab id u ría, de q u e E lla nos h a b la en la
S a g ra d a E scritu ra . E lla «juega» evocando delante de
D ios las posibilidades in n um erables de to das las exis­
tencias ex trad ivinas ab so rb ién d o las de nuevo en su
o m n ipotencia, su verdad ab so lu ta y su b o n d a d infi­
nita. E n este ju eg o de su S a b id u ría esencial, el D ios
uno y trip le, suprim iendo la fuerza del caos posible,
ilu m inandq sus tinieblas y p en e tran d o en su abism o,
se sien te interiorm ente y se p ru e b a a S í m ism o '4 de
toda etern id ad que es m ás poderoso, m ás verd ad ero
y m ejor que todo ser posible exterior a E l. E se ju eg o
de su S a b id u ría le m anifiesta que todo cu an to es po­
sitivo L e pertenece de hecho y de derecho, q u e E l po­
see etern am en te en S í m ism o u n tesoro infinito de to­
d as las fuerzas reales, de to d as las ideas verdaderas,
de todos los dones y de to d as las g racias.
E n las dos prim eras cualidades esenciales de la
D iv in id ad , D ios podría lim itarse a su m anifestación
in m an en te (1), al juego eterno de Su S ab id u ría. Com o

(1) In m a n e n te respecto de D ios y trascen d en te respecto de


nosotros.
320 VLADÍMIRO SOLOVIEF

o m n ipotente, como ju sto y verdadero, podría m uy


bien co n ten tarse triu n fa n d o en sí de la existencia a n á r­
q uica en la ce rtid u m b re interior de S u su p erio rid ad
ab so lu ta. P ero esto no b asta a la g ra cia y a la b o n ­
d ad. E n esta tercera- cualidad la S a b id u ría d ivina no
puede com placerse en un objeto p u ra m e n te ideal, no
p u ed e detenerse en u n a realización posible, en un
sim ple ju eg o . S i en su poder y en su v erd ad Dios es
todo, E l quiere en su am o r que todo sea Dios. Q uiere
que h a y a fu era de E l m ism o o tra n atu ra leza que d e­
v en g a p ro g resiv am en te aquello que E l es de toda eter­
n id ad : el todo absoluto. P a ra alcanzar la totalidad
d iv in a, p a ra e n tra r en relación libre y recíproca con
D ios, esta n atu ra leza debe estar sep a rad a de D ios y
al m ism o tiem po u n id a a E l. S e p a ra d a por su base
real, que es la T ierra, y u n id a p o r su cim a ideal, que
es el H o m b re . E n la visión de la tie rra y el hom bre
es donde, sobre todo, la S ab id u ría etern a desplegaba
su ju eg o an te el D ios del p o rv e n ir ¡ «m sageqeth bthe-
bhel ’artso, vsha ja sh u ja y ’eth-bney 'A d a m »
S ab em o s que la posib ilid ad de la existencia caóti­
ca, etern am en te co n ten id a en D ios, es su p rim id a e te r ­
n am en te p o r S u poder, co n d en ad a p o r S u v erd ad , a b ­
so rb id a p o r S u g ra cia. P e ro D ios am a al caos en su
n ad a y quiere que exista, p orque El sab rá devolver a
la u n id ad la 'ex istencia rebelde, El sab rá colm ar con
su -v id a a b u n d a n te al vacío infinito. D ios pone, pues,
en lib ertad al caos, se abstiene de reaccionar co n tra
él con su o m n ip o ten cia en el acto p rim o del Ser d iv i­
no, en el elem ento del P a d re y así hace salir al m u ñ ­
eco de su nada.
Si no se quiere n eg ar la idea m ism a de la D ivini­
d ad , no puede ad m itirse fu era de D ios u n a existencia
en sí, real y positiva. L o extradivino tío puede se r,'p o r
f iu .íM y La ig Lésía 32i

C onsiguiente, o tra cosa que lo div in o traspuesto o in ­


vertido. E sto lo vem os an te todo en las form as espe
cificas de la existencia fin ita q u e sep aran a nuestro
m undo de D ios. E n efecto, este m undo está co n su m i­
do, fuera de D ios, con las form as de la extensión, del
tiem po y de la causalidad m ecánica. P ero estas tres
condiciones no tienen nada de real ni positivo, no son
más que la negación y la trasposición de la existencia
divina en sus p rincipales categorías.
H em o s d istin g u id o en D io s : 1.°, ia objetividad
absoluta, rep resen tad a p o r su su b stan cia o esencia que
es el todo en u n id ad in d iv isib le ; 2 .°, la subjetividad
ab so lu ta o su existencia interior, rep resen tad a en su
to talid ad p o r tres hipóstasis indisolubles que se con­
dicionan y com pletan m u tu a m e n te ; por últim o, 3.°, su
relatividad, o relación con lo que no es E l m ism o, re­
p resen tad a p rim ero por el jueg o de la S a b id u ría d iv i­
na y luego p o r la creación (y, com o verem os m ás a d e ­
lante, p o r la E ncarnación).
El carácter general del S er divino en estas tres ca­
teg o rías o b ajo estos tres aspectos, es la autonom ía o
autocracia perfecta, la ausencia d e to d a determ inación
exterio?. D io s es autónom o en su su b stan cia objetiva,
p o rq u e siendo todo en sí m ism a no puede ser ésta de­
term in ad a p o r nada. E s autó n o m o en su existencia
subjetiva, p o rq u e ésta es ab so lu tam en te com pleta en
sus tres fases coeternas e hipostáticas, que poseen s o ­
lidariam en te la totalidad del ser. Y , p o r últim o, es
autónom o en su relación con lo que no es E l, p o rq u e
este otro es d eterm inado a ex istir p o r un acto libre de
la v o lu n tad d iv in a. L as tres categ o rías que acabam os
de enunciar no son, pues, m ás q u e form as y expresio­
nes diferentes de la autonom ía divina.
Por esto en el mundo terrestre, qua es sólo itna-
21
V L A D iM IR O SÚLÓVÍÉF.

g en in v ertid a d e la D iv in id ad , hallam os las tres for­


m as co rresp o n dientes de su heteronomiar- la exten­
sión, el tiem po y la cau salid ad m ecánica. Si Sa expre­
sión objetiva y su b stan cial de la au to cracia divina es
todo en-la u n id a d , om nia sim u l in uno, la objetividad
h eterónom a de la extensión consiste, p o r el contrario,
en que cada p arte del m undo extradivino está se p a ra ­
d a de to d as las d e m á s ; es la su b sisten cia de cada uno
fu e ra del to d o y del todo fuera de cada uno, la to tali­
d ad al revés. Y así n u estro m undo, en cu an to com ­
p u esto de p artes extensas, rep resen ta la objetividad
d iv in a in v ertid a. D e la m ism a m anera, si !a a u to n o ­
m ía su b jetiv a de la existencia divina se expresa en la
actu alid ad ig u al y el lazo íntim o e indisoluble de los
tres térm in o s de esta existencia que se com pletan sin
sucederse, la fo rm a h eterónom a del tiem po nos o fre­
ce, por el co n trario, la in d eterm in ad a sucesión de m o­
m entos que se dispu tan la existencia. P a ra g ozar de
la actu alid ad , cada u n o de estos m om entos debe ex­
c lu ir a iodos los otros, y todos, en lu g a r d<j com pletar­
se, se su p rim en y su p la n ta n m utuam ente, sin llegar
jam ás a la to ta lid a d de la existencia. P o r últim o, com o
la lib ertad cread ora de D ios es expresión definitiva de
su au tonom ía, la h eteronom ía del m undo extradivino
se m anifiesta com pletam ente en la causalidad m ecán i­
ca, en v irtu d de la cual la acción exterior de un ser
d ad o no es n u n ca efecto inm ediato de su acto interior, ¡
sino que debe ser d eterm in ad a por un encadenam ien­
to de causas o condiciones m ateriales independientes
del ag e n te m ism o.
E l p rin cip io ab stracto de la extensión es que dos
objetos, dos p artes del todo, no pueden ocupar a la
vez u n solo y m ism o lu g a r y que, igualm ente, un solo
o b jeto, u n a sola p a rte del todo no p u ed e hallarse st-
RUSIA V LA IG L E S I A UNIVERSAL 323

m u ltán eam en te en dos lu g ares diferentes. E sta es ta


ley de la división o de la exclusión objetiva en tre las
partes del todo.
.El p rin cip io abstracto del tiem po es que dos esta­
dos in terio res de u n sujeto (estados de concienciá, se-
g ú n la m o d ern a terminología) no pueden coincidir en
un solo m om ento actual, y que, igualm ente, un solo
estado de conciencia no puede conservarse com o ac­
tualm en te idéntico en dos m om entos diferentes de ía
existencia. E sta es la ley de la disyunció n p e rp e tu a
de los estados interiores en todo sujeto.
E n v irtu d del principio ab stracto de la causalidad
m ecánica, n in g ú n acto ni fenóm eno se produce espon­
táneam ente o de por sí, sino que es determ inado com ­
p letam en te p o r otro acto o fenóm eno que a su vez es
efecto de un tercero, y así sucesivam ente. E s la ley
de la vinculación pu ram en te exterior y ocasional de
los fenóm enos.
E s fácil co m prender que estos tres principios o le­
yes no ex p resan nada m ás que un esfuerzo g en eral
tendiente a fraccionar y a disolver el cuerpo del u n i­
verso, p riv án d o lo de todo nexo interior y a su s p a r­
tes de toda so lid arid ad . E ste esfuerzo o tendencia cons -
titu y e el fo n d o m ism o de la n atu ra leza ex trad iv in a o
caos. U n esfuerzo supone u n a voluntad, y toda v o lu n ­
tad , un su jeto psíquico o alma. C om o el m undo q u [i
esta alm a se esfuerza p o r p ro d u cir — el todo fraccio­
nado, desu n id o y solo vinculado con un lazo p u l i ­
m ente exterior— es io opuesto o el reverso de la to ta ­
lidad d ivina, el alma del m u n d o es tam bién lo opuesto
o el anticip o de la esencial S a b id u ría de D ios. E sta
alm a del m undo es u n a criatu ra y la p rim era de todas
las criatu ras, la materia prim a y el verdadero substra-
tu m de nuestro mundo creado.
324' V L A D I M I R O S O L O V Í K i-

C om o lo hem os dicho, nada puede su b sistir real


y o b jetiv am en te fuera de D io s ; en consecuencia, el
m u n d o ex tradivino n ad a m ás puede ser que el m un­
d o d ivino su b jetiv am en te trasp u esto e in v e r tid o r e s
decir, un aspecto falso o representación ilusoria de la
to talid a d d ivina. P ero esta m ism a existencia ilusoria
t

exige un sujeto q u e se coloque en u n falso pu n to de


v ista y produzca en sí la im agen desfig u rad a de la v er­
d ad . C om o este sujeto no puede ser D ios ni su S a b i­
d u ría esencial, debe adm itirse, como principio de la
creación p ro p iam ente dicha, un sujeto d istinto, un
alm a del m u n d o (2). E n cuanto c ria tu ra ésta no ex ist-
etern am en te en sí m ism a, pero existe de toda etern i­
d ad en D ios, en estado de potencia p ura, com o base
oculta de ía S a b id u ría eterna. E sta M adre posible y
fu tu ra del m undo ex tradivino corresponde, com o com ­
plem ento ideal, al P a d re eternam ente actual de la D i­
v in id a d .
E n su calidad de potencia p u ra e indeterm inada, el
alm a del m undo tiene un doble y variable carácter : la
d u alid ad indefinida (e aoristos d y a s ) ; puede querer
existir p a ra sí, fu era de D ios, puede situ arse en el fal­
so p u n to de vista de la existencia caótica y anárquica,
p ero tam bién puede an o n a d arse ante D ios, vincularse
librem ente al V erbo divino, reducir toda l a creación
a la u n id ad perfecta e identificarse con la S ab id u ría
eterna. P ero p a ra lograrlo, el alm a del m undo debe
a n tes existir realm ente com o d istin ta de D ios, El P a ­
dre eterno la creó, pues, reteniendo el acto de su om-

(2) E sta teoría del alm a del m undo es u n a rem iniscencia


platónica, pero g en ialm en te in se rta d a en la cosm ogonía c ristia­
na y librada de todo m aniqueism o, m ás o m enos im plícito, al
Sujetarla a. la doctrina de la creación ex-wihüo. (N. del T .)
RUSIA 1' L A I G L E S I A UNIVERSAL 325

nipotencia que su p rim ía de to d a etern id ad el deseo


ciego de la existencia an árq u ica. C onvertido en acto,
este deseo m anifestó al alm a la p o sib ilid ad del deseo
o p u esto ; y así el alm a m ism a recibió, com o tai, una
existencia in d ep endiente, caótica en su actualidad in ­
m ediata, p ero capaz de tran sfo rm arse en su contrario.
D espués de h aber concebido el caos, después de
haberle dado u n a realidad relativa (para sí), el alm a
concibe el deseo de liberarse de la existencia d is c o r­
dante, que se a g ita sin razón ni objeto en un te n e b ro ­
so abism o. A traíd a en todo sen tid o p o r fuerzas ciegas
que se d isp u tan la existencia e x c lu s iv a ; d esg arrad a,
fraccionada y p ulverizada en innum erable m u ltitu d de
átom os, ei alm a del m undo ex p erim en ta el deseo, v a g o
pero pro fu n d o , de la un id ad . C on este deseo atrae la
acción del V erb o (lo divino activo o en su m anifesta­
ción) que se revela a ella en el principio, en la idea g e ­
neral e in d eterm inada del universo, del m undo uno e
indivisible. E sta u n id ad ideal, que se realiza so b re
el fondo de la extensión caótica, tom a la form a del es­
pacio indefinido o inm ensidad. El todo reproducido,
representado o im ag in ad o por el alm a en su estado
d e división caótica, no puede dejar de ser todo ni p e r ­
der su u n id ad p o r com pleto. Y , puesto q u e sus p a r­
tes no quieren com pletarse y p en e trarse en una to ta­
lidad positiva y viviente, se ven obligadas, sin d e ja r
de excluirse m utuam ente, a p erm anecer ju n tas a p e­
sar de todo, a coexistir en la u n id ad form a! del espa­
cio indefinido, im agen p u ram en te exterior y vacua de
la totalidad o b jetiv a y substancia! de D ios.
P ero no b a s ta ai alm a la in m en sid ad exterior. E lla
quiere lo g rar tam bién la to talid a d in terio r dé la exis­
tencia su b jetiv a. E sta totalidad, eternam ente triu n fa n ­
te en la trin id a d divina, q u ed a im pedida, p ara el alm a
320 VLAD1M IR0 SOLOVIEF

caótica, p o r la sucesión in d eterm in ad a de m om entos


exclusivos e in diferentes denom inada tiem po. E ste
falso infinito, que en cadena al alm a, la determ ina h
desear el verdadero, y a este deseo responde el V erbo
div in o con la su g estió n de otra idea. E n su acción so­
b re el alm a, la trin id ad suprem a se refleja en el to rre n ­
te de la duración indefinida bajo la fo rm a de los tres
tiem pos. Al qu erer realizar p ara sí la actualidad total,
el alm a se ve o b lig ad a a com pletar cada m om ento dado
de su existencia con el recuerdo, m ás o m enos b o rro ­
so, de un p asad o sin com ienzo y con la expectativa,
m ás o m enos v ag a, de un p o rv en ir sin ñ n .
Y , com o base p ro fu n d a e inm utable de esta rela­
ción variable, quedan fijados p ara el alm a b ajo la fo r­
m a de los tres tiem pos, sus tres estados principales,
su s tfes posiciones respecto de la D iv in id ad . El e s ta ­
do de su absorción p rim itiv a en la u n id ad del P a d r?
eterno, su su b sisten cia etern a en El com o p u ra p o ten ­
cia o sim ple p o s ib ilid a d ,. queda definida como pasado
del alm a. E l estado de su separación de D ios, a causa
de la fuerza ciega del deseo caótico, co nstituye su pre­
sente. Y el reto rn o a D ios, la reunión con El, viene a
ser el objeto de sus aspiraciones y de su s esfuerzos, su
p orvenir ideal.
A sí com o p o r cim a de la división an árq u ica de las
p a rte s extensas, el V erbo divino establece p ara el alm a
la u n id ad form al del esp acio ; com o sobre el fondo de
la sucesión caótica de los m om entos, Eí produce la
trin id a d ideal de los tiem pos, así tam b ién , a base de
la cau salid ad m ecánica, m anifiesta la so lid arid ad con­
creta del todo en la ley de la atracción universal, q u p
reú n e, m ediante u n a fuerza interna, las' d ispersas frac­
ciones de la realid ad católica, p a ra h acer de ésta un
soló cuerpo com pacto y sólido, p rim era m aterializa*
RUSIA Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 327

ción del alm a del m undo, p rim era b ase de operación


p a ra la S a b id u ría esencial.
D e esta m anera, en el esfuerzo ciego y caótico que
im p o n e al alm a u n a existencia indefinidam ente d iv i­
dida en sus p artes, exclusivam ente sucesiva en su s mo-
m entos y mecánicamente d eterm in a d a en su s fen ó m e­
nos ; en el deseo contrario del alm a m ism a que asp ira
a la u n id ad y a la totalidad, y en la acción del V erbo
divino que responde a este deseo, ee la com binada ope­
ración de estos tres agentes, recibe el m undo inferior
o ex tradivino su realidad relativ a o, ’' 6,gún la expre­
sión bíblica, son echados los fú n d a m e n o s de la tie­
rra. P e ro tan to la B iblia com o la razón teosófica (3),
en la idea de la creación no sep a ran el m undo inferior
del m undo su p erior, la tierra d e los cielos.
H em o s visto, en efecto, cóm o la S a b id u ría etern a
evocaba las p o sib ilid a d e s'd e la existencia irracional y
an árq u ica p a ra oponerles m anifestaciones co rresp o n ­
dientes del po der, la v erd ad y la b o n d ad ab so lu ­
tas. E sta s reaccion'es divinas, que no son m ás que
juego en la v id a inm anente de D ios, se fijan y con­
vierten en existencias reales cu an d o las posibilidades
a n tid iv in a s que las provocan d ejan de ser p u ra s p o si­
bilidades. Y así, a la creación del m otld© in ferio r o
caótico n ecesariam ente corresponda la C r S I d ¿í) del
m undo su p erio r o ce le ste: « B ere’ ih i.lh h a r á . iTYi
eth h ash am ay im v ’eth h a ’arets.)

(3) D ebe advertirse que <iteos«fico», en la doctrina So-


iovief, corresponde a un sentido Totalmente tradicional sin reía--
ción alguna con las absurdas concepciones en.cetr.3 d 3 s bajf"
nombre de «teosofía», por Ja aventurera B J a v ^ k y . ( N , / '
V. E l M undo s u p e r io r . La L ib er t a d de los puros
i

E S PÍR IT U S

' \ ^ E R E ,S H I T H , en arche, o m ás b ie n : en k e p h a -
laio (1 ). I n principio, seu polius in capitulo.

¡ ^ e r í a necesario desconocer eji absoluto el gen io de


la len g u a h eb rea, así com o el espíritu goneral del a n ­
tig u o , O rien te, p ara creer que aquel jas p a la b r a s 'in i­
ciales del G énesis no ofrecen m ás q u e un adverbio i n ­
determ inado, como nuestros m odernos vocablos : E n
el p rin cip io , etc. C uando el hebreo em pleaba un su s­
tan tiv o , lo to m a b a en serio, es d e c b , pf-nsaba efecti­
v am ente en u n ser u objeto real d esignado p o r el s u s­
tan tiv o . A h o ra bien : es indiscutible que el vocablo
hebreo re ’skith , que se tra d u c e : arche, p r in á p iu m , es
un verd ad ero su b stan tiv o del g é n e io fem enino. JE!
m asculino co rrespondiente es rosh, capul, cabeza. E ste

(1) Así de como b e r e 's h ith ha sido (según atestiguan los


H e x a p lo s de Orígenes) traducido por Aquila, el célebre doctor
a quien el Talm ud aplica las palabras del salmo : «Tú eres
más beilo que los hijos del hombre», (El Salmo X LIV, 3 dice t*
S p e c io su s fo r m a p-r<e fiiiis h o m in w n .) (N. del T.)
330 VLADJMIRO SOLOV1EF,

últim o térm in o es em pleado, en sentido em inente, p o r


la teología ju d aica, p a ra d esig n a r d D>os, cabeza s u ­
p re m a y ab so lu ta de todo lo que existe.
P ero , ¿ qué p u ed e ser, desde este y u n to de vista,
re’shit, el fem enino de rosh ? P a ra tesp o n d er a esta
cuestión no necesitam os recu rrir a 'a s fa n ta sía s cabalís­
ticas, A h í está la B ib lia p ara d arnos u n a solución p e­
ren to ria. E n el capítulo V I I I de los H o v e rb io s de S a ­
lom ón, que ya hem os citado, la Sabidur* ■ su bstancial,
la H o k h m ah , nos dice (v. 2 2 ): Y h o v a h qanemi R E
’S H I T H darko., Jehová m e poseyó como principio
(femeni.no) de su cam ino. A sí, pues, la S a b id u ría e te r ­
na es la r e ’shith, el p rin cip io o cabeza fem enina de
todo ser, com o Jeh o v á E lo h im , el D ios tii-u n o , es el
rosh, p rin cip io o cabeza activa.
A h o ra bien, seg ú n el G énesis, D ios creó el cielo
y la tierra en esta re’shith, en su S a b id u ría esencial.
L o cual significa que esta S ab id u ría d iv in a no so la­
m ente rep resen ta la u n ito ta lid a d escíit.K'l y actual del
ser ab soluto o su b stan cia de D ios, sin o que tam bién
co n tiene en sí la potencia unificante del se r dividido
y fraccionado del m u n d o . S iendo u n id a d cum plida del
to d o en D ios, llega a ser adem ás u n id a d de D ios y de
la existencia ex trad iv in a. E s así la v erd ad era razón de
ser y el fin de la creación, el p rin cip io en que D ios
h a creado al cielo y a la tierra. S i Ef?a está en D ios
su b stan cialm en te y de toda etern id ad se realiza tam ­
bién efectivam ente en el m undo y se en carn a sucesi­
v am en te en él, reduciéndolo a u n a unidfld cada vez m ás
perfecta. E s re’shith en el p rincipio, idea fecunda de
la u n id ad ab so lu ta, potencia única quo debe unificar­
lo to do. E s M a lk h u th (B asileia, Jí;egnuin} al final, R e i­
no de D ios, u n id a d p erfecta y totalm ente realizada de!
C read ó r y la cria tu ra. N o es el alm a del xnundo; el
RVS1A Y LA IG LESIA UNIVERSAL 331

alm a del m undo es sólo el vehículo, <=i m edio y el su b s-


tratu m de su realización. E lla se aproxim a, al alm a del
m undo p o r la acción del V erbo y ¡a e.’eva sucesiva­
m ente a una identificación cada vez m ás com pleta y
real consigo.
El alm a del m undo, considerada en si m ism a, es
el sujeto in d eterm in ad o de la creación, igualm ente ac­
cesible al m al p rincipio del caos y al V erbo de D ios.
L a H o k h m a h , la S ophia, la S a b id u ría divina, no es
el alm a, sino el ángel custodio del m undo, cuyas alas
cubren a to d as las cria tu ras p a ra elevarlas poco a poco
al ser verdadero, com o un ave q u e cobija a sus pollue-
los. E s la su b stan cia del E sp íritu S an to que se m ovía
sobre las a g u a s tenebrosas del m undo naciente. V ’ruaj
(fem enino) ’^E lo h im m r a gep he th jal-finey h a m m a y im .
P ero sig am os el orden del sag rad o r e la to : B e r e -
*shith hará ’B lo h im ’eth hashamayinv v ’elh h a ’arets.
N o necesitam os in v estig ar cóm o debe entenderse aquí
el últim o térm ino : h a ’arets, T ierra. E l escriba in sp i­
rado nos lo explica en s e g u id a : u V ’ha’arets haythah,
dice, thohu vabohu. Y la T ie rra era el caos.» P ero
p o r T ie rra debe entenderse, en el relato bíblico de la,
creación, el caos, el universo inferior o extradivino en
su estado caótico, es evidente q u e el térm ino kasha-
m a y im , los cielos, relacionado p o r el sag rad o texto con
la tierra com o polo opuesto de la creación, nos indica
al universo su p e rio r o m undo invisible de las reaccio­
nes divinas, fijadas o realizadas d istintam ente, com o
contrapeso de 3a existencia caótica.
N o sin razón ese m undo in v isib le es d esignado en
hebreo (así com o en el an tig u o eslavo) con u n a p ala­
b ra en núm ero dual (expresado p o r el p lu ral de las len­
g u a s occidentales). E ste d ual corresponde a la d iv i­
sión prin cip al del m undo divino.
332 V IA D 1 M IR 0 SOLOVTEF-

S abem os que la causa eficiente (arche tes gene-


seos) de la creación, es el acto de voluntad por cí que
D io s se abstiene de su p rim ir con su om nipotencia 'a
realid ad posible del caos, o deja de reaccionar contra
esta p o sib ilid ad p o r la fuerza especial de su prim era
h ip ó stasis, lim itándose a reaccionar con la seg u n d a y
ía tercera, con la ju sticia y la bondad, 1a. verdad y J a
g racia.
P u esto que el P a d re E tern o , p rim era h ip ó stasis de
la S a n tísim a T rin id a d , se ha abstenido de reaccionar
co n tra el caos posible en su calidad específica (supri­
m iéndolo con su O m nipotencia), y que tal ha sido la
condición p rim era o causa eficiente de la creación (ra­
zón p o r la cuál D ios P a d re es por excelencia C reador
del m undo), resu lta de ello que, p ara co n stitu ir ía es-
esfera de las reacciones d iv in as co n tra el caos, no que­
dan m ás que las m an ifestatio n es específicas de las o tras
dos hip ó stasis, lo cual d eterm ina u n a d ualidad p rin ­
cipal en el universo invisible. Y así te n e m o s: 1.°, un
sistem a de reacciones creadoras (inm ediatas) del Ver­
bo, que form an el m u n d o ideal o inteligible p ro p ia­
m ente dicho, la esfera de las p u ra s inteligencias, de
las ideas objetivas, de los pensam ientos divinos hipos-
ta sia d o s; y 2.°, un sistem a de reacciones del E sp íritu
S an to , m ás concretas, m ás subjetivas y vivas, que for­
m an el m undo esp iritu al, la esfera de los espíritus p u ­
ros o ángeles.
E n la esfera creadora del V erbo y del E sp íritu S a n ­
to es donde la su b stan cia divina, la S a b id u ría esencial,
se d eterm in a y aparece en su calidad p ro p ia com o el
ser lum inoso y celeste separado de las tinieblas de la
m ateria terrestre. L a esfera p ro p ia jie l P a d re es la luz
absoluta, la luz en sí, que está fu e ra de toda relación
con las tinieblas, El H ijo o V erbo, es como la luz m a­
kUSIA V LA I GLES I A UNIVERSAL

nifestada, es el rayo de luz b lanca que ilum ina los o b ­


jetos exteriores, sin p en etrar en ellos, siendo reflejado
p o r su superficie. P o r úitim o, el E sp íritu S an to es el
rayo de luz que, refractado p o r el m edio extradivino,
se descom pone y crea, sobre este m edio, el espectro
celeste de los siete esp íritu s prim ordiales, com o otros
tan to s colores del arco iris.
L as intelig encias p u ra s que form an el m undo de
las ideas son seres absolutam ente contem plativos, im ­
pasibles e in m utables. E strellas fijas del firm am ento
del m undo invisible, superiores a todo deseo, a toda
v o lu n tad y, p o r ende, a toda lib ertad . L os puros espí­
ritus o áng eles tienen m ás com pleta o concreta exis­
ten cia su b jetiv a. A dem ás de la contem plación intelec­
tu al, conocen los estados afectivos y volitivos, d isp o ­
nen del m ovim iento y la libertad.
P ero la lib ertad de los p u ro s esp íritu s es m uy d i ­
ferente de la q u e nosotros conocem os en n u estra e x ­
periencia. N o hallándose som etidos a los lím ites de
^a m ateria, del espacio y del tiem po objetivos y a todo
ei m ecanism o del m undo físico, los ángeles de D ios
tienen la fa cu ltad de fijar su existencia u lterior m e­
dian te ei solo acto interior de su v o lu n tad . Son libres
de declararse p o r D ios o en co n tra de E l ; pero com o,
p o r su n atu raleza, en cuanto cria tu ras inm ediatas de
D ios, poseen d esde el p rincipio .una luz y una fuer 2 a
superiores, ob ran con conocim iento de causa y con
plen a eficacia y no pueden ya volver sobre sus actos..
E n v irtu d de la m ism a perfección y g ran d eza de su
libertad, sólo pueden ejercerla en un acto decisivo, de
u n a vez p a ra siem pre. L a decisión interior de su vo­
lu n tad produce, al no en co n trar n in g u n a trab a exte­
rior, todas su s consecuencias de inm ediato y agota
el libre albedrío.
334 VLADlMlÉO S0L0V1EF;

E l esp íritu p u ro que se p ro n u n c ia librem ente por


D ios e n tra i.nm ediatam ente en posesión de la S a b id u ­
ría d iv in a y viene a se r com o m iem bro orgánico e in ­
sep arab le de la D iv in id a d ; en adelante constituyen su
■ n atu raleza el am or a D ios y la v o lu n taria p artic ip a­
ción en la acción divina.
P o r su p arte, el esp íritu que se ha determ inado en
sen tid o co n trario, tam poco puede v aria r su resolución.
P o rq u e lo h a hecho sabiendo perfectam ente lo que ha-
cía y no obtiene n ad a m ás que lo que quería, Q uería
sep a rarse de D ios p o rq u e concibió aversión p o r D ios.
C om o su aversión no pu ed e tener m otivo alg u n o — p o r­
q u e no puede hallarse en D ios ni la so m b ra de m al
q ue ju stificara o ex p licara u n sentim iento hostil en
su co n tra— , esta hostilid ad es un p u ro y sim ple acto
de la v o lu n tad esp iritu al, que tiene en sí toda su r a ­
zón y es inaccesible a cu alq u ier m o d ificació n ; así vie­
n e ella a ser la m ism a naturaleza o esencia del ángel
caído. In d e p en d ien te de toda causa y circunstancia ex­
terio r y tem poral en su acto m oral, absolutam ente d u e­
ñ a de sí, la v o lu n tad a n tid iv in a es necesariam ente eter­
n a e irrevocable. A bism o infinito, en que el espíritu
rebelde es in m ediatam ente precipitado, p ero desde el
cual p u ed e irrad iar, seg ú n su condición, a través del
caos m aterial, la creación física y h a sta ios lindes del
m u n d o d iv in o . E l sab ía m uy bien, p o r cierto, que al
d eterm in arse c o n tra D ios no h ab ría de faltarle cam po
de a c c ió n ; p o rq u e la v o lu n tad d ivina h a b ía evocado
y a de la n ada el alm a del m undo, desp ertan d o en ella
el deseo caótico, base y m ateria de toda la creación.
E sta alm a del m u n d o es un p rin cip io indefinido e
in d eterm in ad o (apeiron kai aoriston) que h a de co ­
m u n icar siem p re su c a rá c te r^ e n cierta m edida, a todo
lo que provenga de ella. Por eso quedará una inraen-
RUSIA y L a IGLESIA VNIVÉRSÁL 335

s a zona m ixta entre D ios y su adversario, que d é a


éste el m edio d e n u trir su odio, d e realizar su rebelión
y p ro lo n g ar su lucha. P o r co nsiguiente, su existencia
no será inerte ni v a c ía ; ten d rá u n a actividad a b u n d a n ­
te y v a ria d a ; p ero la dirección g en e ral y la calidad
in terio r de todo cuanto h ag a , h an quedado d eterm i­
n ad o s an ticip ad am en te p o r el acto prim ordial de su
v o lu n tad que lo separó de D io s. E s p ara él de im po­
sib ilid ad ab so lu ta cam biar ese acto y volver a D ios.
L a d o ctrin a co n tra ria de O ríg e n es, rep ro b ad a p o r la
Ig le s ia ,'a d v ie rte tam bién que aquel espíritu tan ele­
vado y ricam ente dotado tenía m u y pobre idea de la
esencia del m al m oral, com o lo probó; por lo dem ás,
en otra circu n stancia, em pleando un procedim iento
p u ram en te m aterial y exterior p a ra librarse de las m a­
las pasio n es. .

l
VÍ. Los TIÍDÍS PRitfCIPÁLÉS GRAÜÓS DEL PROCESO
COSMOGÓNICO.

F j N la m ente divina, los cielos y la tierra, el m u n ­


do su p erio r y el m undo inferior, fueron creados j u n ­
tam en te en un solo principio que es la S ab id u ría su b s­
tancial, la u n id ad ab so lu ta del todo. L a unión de los
cíelos y la tierra , fu n d a d a en p rin cip io (re’shith), al
com ienzo de la o b ra creadora, debe realizarse de h e ­
cho en el proceso cosm ogónico e histórico que h a de
concluir en la . perfecta m anifestación de esa u n id ad
en el R ein o de D ios (M a lk h u th ).
L a unión realizada actu alm en te su p o n e u n a se p a ­
ración p revia, que se m anifiesta en la existencia caóti-
tica de la T ierra, existencia vacía y estéril, su m erg id a
en las tin ieb las (jo sh ek) y en el abism o (t h ’h o m ). H a ■
bía que colm ar el abism o, ilu m in ar las tinieblas, h a ­
cer fecundo el seno estéril y, p o r últim o, m ediante la
co m binada acción de los dos m undos, producir u n a
existencia sem iterrestre y sem iceleste, c a p a z .d e com ­
p ren d er en su u n id a d a la to ta lid a d de la c ria tu ra y
v in cu larla a D ios con libre y v iv ien te lazo, encarnando
en u na form a creada a la etern a S a b id u ría divina.
El proceso cósm ico es la unificación sucesiva del
m u n d o in ferio r o terrestre, cuyo orig en fué el estado
338 VLADIMIRO SOLOVIEÍ
I
caótico y d isco rd an te : tk o h u v a b o h u . E n ese proceso,
seg ú n lo revela el sag rad o relato del G énesis, vem os a
dos prin cip io s o factores productivos : el uno absolu­
tam en te activo, D ios con su V erbo y su E s p ír itu ; el
o tro que en p arte coopera con su p ro p ia fuerza al or­
den y p lan div inos y los realiza, y en p arte sólo o fre ­
ce un elem ento p u ra m e n te :pasivo y m aterial. E n efec­
to, cuando se tra ta de p ro d u c ir las p la n ta s y los a n i­
m ales, dice el te x to : ¡(Vayo’mer JE lo him , tad'she' ha
’arets deshe’ jeseb m a z ’riaj zeraj, etc.» «E t d ixit D eus :
g erm in e t térra h erb am virentem et facientem se ­
m en, etc.» Y en s e g u id a : u V atotse’ h a ’arets deshe’
jeseb m a z ’riaj zeraj Unúnehu, etc.» «E t p r o d u x i t
té rra herb am virentem et facientem sem en ju x ta g e­
n us su u m .» Y m ás a d e la n te : « V a y o ’mer ¿ E lo h im :
totse’ h a ’arets-. n e p h e s h jcuyah l ’m ina h, etc.» «D ixit
qu oque D e u s : PRODUCAT TERRA an im am viventem
in‘ g en ere suo.» E s, pues, evidente que D ios no
crea in m ed iatam ente las diferentes m anifestaciones
de la vida física, sipo que sólo determ ina, dirige y o r ­
d ena la fuerza p ro d u c tiv a de ese ag e n te llam ado tie­
rra, es decir, la n atu raleza terrestre, la m ateria prim a,
el alm a del m undo inferior.
E n sí m ism a dicha alm a es sólo u n a fuerza in d e ­
term in ad a y d esordenada, pero capaz de a sp ira r a la
u n id a d d ivina, deseosa de reunirse con los cielos. Y
sobre ese deseo obran el V erbo y el E sp íritu de D ios,
su g irien d o al alm a ig n o ran te las form as cada vez m ás
perfectas de la conjunción de lo celeste y lo terrestre y
d eterm in án d o la a realizarlas en el m edio del m undo
inferior.
P e ro com o el alm a de este m undo es en sí u n a d u a ­
lidad indefinida (aoristos dyas), \a m b ié n es accesible
a la acción del p rin cip io an tid iv in o que, no habiendo
A’ Í/.S’M V' LA [ G ^ É S I A UNÍVÉRSAt 339

pm lidn d o m in ar a la S a b id u ría superior, obsesiona a


su n n iiü p o inferior, el alm a del m undo, para o b lig a r­
la a perm anecer en el caos y en la discordia y, en lu-
y «'ir de realizar en form as arm ónicas y reg u larm en te
ascendentes la cori junción de los cielos y la tierra , lle­
varla a p ro d u c ir m onstruos desordenados y fa n tá sti­
cos. D e este modo el proceso cósm ico, que es, p o r un
lado, encu en tro pacífico, am or y m atrim onio de ios
agentes, celeste y terrestre, es, por el otro, lucha m or-
i tal entre el V erbo divino y el principio infernal p o r la
posesión del alm a del m u n d o . D e ello se sig u e q u e la
obra de la creación, en cu an to proceso doblem ente com ­
plicado, sólo puede producirse en form a lenta y g r a ­
dual.
Q ue ella no sea obra inm ediata de Dsos, la B iblia
acaba de declararlo form alm ente. Y el' hecho confir­
ma am p liam en te la p alab ra sag rad a. S i la creación de
nuestro m undo físico em an a ra directa y ex c lu siv a­
m ente de D ios mismo, sería u n a obra perfecta en a b ­
soluto, u n a producción seren a y arm ónica, no sólo en
el todo, sin o en cada u n a de sus p artes.
M as la realidad está lejos de corresponder a tal ídea.
S olam ente desde su p u n to de vista que todo lo a b a r­
ca (kol ’asher jas ah) ( 1), con u n a m irada — sub specie
ceternitatis— puede D ios declarar que la creación es
p erfec ta ; tob maod, valde bona. E n cuanto a las d ife ­
rentes p artes de la obra consideradas en sí m ism as, no
merecen en ía p alab ra de D ios m ás que u n a a p ro b a ­
ción relativa o n in g u n a. E n esto, com o en todo lo de^
m ás, la. B iblia está de acu erd o con la experiencia h u ­
m ana y la v erd ad científica.

(1) Gen. I, 3Í,


m v la d im iro so l o vief .

S i copsidéram os al m undo terrestre en su estado


sc tu a l y sobre todo en su h isto ria geológica y p aleo n ­
to ló g ica, m uy bien docum entada en nuestro tiem po,
descubrim os en él los aspectos característicos de un
laborioso proceso, d eterm inado por principios h etero ­
g éneos que so lam ente a la la rg a y m ediante grandes
esfuerzos alcan zan u n id a d estable y arm ónica. N ad a
se parece m enos q u e esto a u n a o b ra absolutam ente
perfecta que procediera directam ente de un solo arti-
f e x divino. N u e stra h isto ria cósm ica es un lento y d o ­
loroso alu m b ram ien to . V em os en ella sig n o s m anifies­
tos de lucha in terio r, sacudim ientos y convulsiones v io ­
lentas, tan teo s a ciegas, esbozos inconclusos de crea­
ciones fracasad as, nacim ientos m onstruosos y a b o r­
tos. T odos aquellos m o n stru o s anted ilu v ian o s, aq u e­
llos paleozoa, m egaterios, p lesiosaurios, ictiosaurios,
p terodáctilos, etc., ¿ p u e d e n acaso pertenecer a la crea­
ción perfecta e inm ediata de D ios ? S i cada especie
de esas cria tu ras m onstruosas fuera tob m a o d , valde
bona, ¿ p o r q ué h an desaparecido definitivam ente de
n u estra tierra, d an d o lu g a r a form as m ás acabadas,
m ás arm o n io sas y m ejor eq u ilib rad a s?
L a creación es u n proceso g ra d u a l y iaborioso. E sta
es u n a v erd ad bíblica y filosófica, tan to com o un dato
de ciencia n a tu ra l. C om o el proceso supone la im per­
fección, su p o n e p o r lo m ism o un pro g reso determ ina­
do, que consiste en la unificación cada vez m ás p r o ­
fu n d a y com pleta de los elem entos m ateriales y las
fuerzas an á rq u icas, en la tran sfo rm ació n del caos en
cosmos, en cuerpo vivo capaz de servir p a ra la encar­
nación de la S a b id u ría divina. S in entrai en detalles
cosm ogónicos, señ alaré únicam ente los tres p rin cip a ■
íes g ra d o s concretos del proceso unificador.
Ya indicamos el primer grado, determinado por la
RUSIA y LA IG LESIA U N IV E R S A L 341

gravitación universal, que hace del m undo in ferio r u n a


masa relativam ente com pacta y crea el cuerpo m ate­
rial del un iv erso. E sta es la u nid ad mecánica del todo.
A un cu an d o las p artes d e l'u n iv e rso sean u n a a o tra
exteriores, están lig ad as en co n ju n to p o r una cadena
in d iso lu b le: la fuerza de atracció n . P o r m ás que p er­
sistan en su égofsm o, éste es desm entido p o r la incli­
nación invencible que em p u ja a u n a hacía otra, m a­
nifestación p rim ordial del altruismo cósm ico. L o g ra
en ello el alm a del m undo su p rim era realización com o
u n id ad u n iv ersal v celebra su p rim era unión con la
d iv in a S ab id u ría .
, P ero , excitada por el V erbo creador, asp ira a m ás
perfecta u n id ad , y con esta aspiración se desp ren d e la
m asa p o n d erab le y tran sfo rm a su poder en o tra m a­
teria su tilizad a y rarificada que llam an cler. E l V erbo
se ap o d era de esta m ateria idealizada como del v ehícu­
lo pro p io de su acción form adora, proyecta flúidos im­
p o n d erab les hacia todas las p artes del u niverso, en ­
vuelve a los diversos m iem bros del cuerpo cósm ico en
u n a red etérea, m anifiesta las diferencias relativ as de
estas p artes, las pone en relaciones definidas y crea
así la S egunda un id ad cósm ica, m ás p erlecta e ideal :
la u nid ad dinámica realizad a p o r la luz, la electrici­
d ad y los dem ás im ponderables, que sólo son m odifi­
caciones o transform aciones del m ism o y ú nico a g e n ­
te. E l carácter de este ag e n te es el p u ro altru ism o , es
u n a expansión ilim itada, u n continuo acto de darse.
P o r p erfecta que sea en sí m ism a la u n id ad dinám ica
del m undo, sólo consigue envolver la m asa m aterial
en to d as su s partes, pero no se ap odera in terio rm en te
de ellas, no las p en e tra h a sta el fo n d o de su ser, no las
reg en era. E l alm a del m undo, la tierra, ve en el éter
342 VLADIMIRO SOLOVIEF.

lum inoso ¡a im agen ideal de su celeste am ado, pero


no se u n e realm ente a él.
S in em bargo, ella asp ira siem pre a- la unión, no
q u iere lim itarse a contem plar los cielos y los asiros
brillan tes, a b añ a rse en los flúidos etéreos. A bsorbe 'a
ius, la tran sfo rm a en fu eg o vital y, com o fru to de esta
nu ev a u n ió n , produce de sus en trañ as toda ánim a v i­
viente en los dos reinos de las p la n ta s y los anim ales.
E sta n u ev a u n id ad , la unidad orgánica, que tiene com o
base y com o m edio la m ateria in o rg án ica y los flúidos
etéreos, es tan to m ás perfecta cuanto con alm a más
activ a y u n iv ersal form a y g o b iern a un cuerpo m ás
com plicado. E n las p lan tas la vida se m anifiesta o b ­
jetivam ente en sus form as o rg á n ic a s ; eli? es, adem ás.
sentida p or los an im ales en sus m ovim ientos y efec­
tos su b je tiv o s; y, p o r últim o, es com prendida p o r el
ho m b re eti su p rin cip io absoluto.
L a tierra, vacía, ten eb ro sa e inform e en su origen,
lu ego g rad u alm en te envuelta por la luz, form ada y d i­
ferenciada, ta tierra , que, recién en la tercera época
cosm ogónica, sin tie ra vag am en te, y confusam ente ex ­
p re sa ra como en un sueño, su potencia oteadora en las
íwtmas '■nda "jegetaA —esas piYnv&ra'?, tDTii'¡mrá>-
nes del polvo terrestre con la belleza de ios cielos— ,
la tierra, que en ese m undo de las p lan tas, sale por
vez p rim era de sí m ism a en el libre m ovim iento de los
cu ad rú p ed o s y se eleva sobre sí en el vuelo aéreo de
:as aves, la tierra, d espués de hab er difundido su á n i­
m a v iviente en las innum erables especies -de la vida
v eg etal y an im al, se concentra p o r fin, en tra en sí y
reviste la fo rm a que h a de perm itirle en co n trar a D ios
cara a cara y recibir directam ente de E l el soplo de la
v id a esp iritu al. E n to n ces la tierra conoce al cielo y
es conocida p o r él. E n to n ces los dos térm inos de la
RUSIA y LA I G L E S I A UNIVERSAL 343

creación, lo divino y lo extradivino, lo su p erio r y lo


inferior, se convierten realm ente en uno, se un en ac­
tu alm ente y gozan con su u n ió n . P o rq u e no puede c o ­
nocerse v erd ad eram en te sino p o r u n a un ió n real, ya
aue el conocim iento perfecto debe ser realizado y la
unión real debe ser idealizada p a ra que llegue a ser
perfecta. P o r esto la unión p o r excelencia, la de los
sexos, es llam ada por la B iblia conocimiento.
L a S a b id u ría eterna, que es en p rin cip io ía u n id a d
de todo y enteram ente la u n id a d de los ap u esto s — u n i­
dad libre y recíproca— , h alla p o r fin un sujeto en el
cual y p o r el cual pueda realizarse com pletam ente. L o
encu en tra y se regocija. «M is delicias — dice— , mi
gozo p o r excelencia con los hijos del H o m b re .»
V II. T r ip le E n c a r n a c ió n d e la . S a b id u r ía D iv in a .

-|--A
J Z L t formaví.t F u tu ru s D eo ru m hom inem p u lv is (sic)
ex hum o. Vayiitser Y h o v a h /.Elohim ’etk-ha~’ A d á n
j a f har m in ha-’adamah ( 1).
S i la tierra en general significa el alm a del m undo
inferior, el polvo de la tie rra indica el estado d e a b a ­
tim iento o de an iq u ilam ien to de ella cu an d o d eja de
Exaltarse en el deseo ciego de existencia anárq u ica,
cuando, rech azando toda su g estió n inferna] y r e n u n ­
ciando con perfecta h u m ild ad a toda resistencia y a
to d a lucha co n tra el V erbo celeste, llega a se r capaz
de co m p ren d er su verdad, de u n irse a su acción y de
fu n d a r en sí el R e in o de D io s.' E ste estado hu m ild e,
esta recep tiv idad ab so lu ta d e la N aturaleza terrestre
qued an fijados objetivam ente con la creación del H o m ­
bre : h u m u s, huniilis, h o m o ; el alm a sensitiva e im a­
g in a tiv a del m undo físipo se convierte en el alm a ra ­
cional de la h u m an id ad . L leg a d a a la in terio r con­
ju n ció n con los cielos, co n tem pla ndo la luz in te lig i­
ble, p u ed e ab raza r en u n a ideal u n id ad (m ediante la

(1) Ver nota 1, pág. 278, en cuanto a la versión latina


utilizada por Sotevjef,' fN.' d e l'T .)
346 VLADIMIRO SOLOVIEF
*
conciencia y la razón) todo cuanto existe. S er u n iv er­
sal en idea, en su potencia racional im agen de D ios,
el hom bre debe llegar a ser efectivam ente sem ejante
a D ios realizando activam ente su u n id a d en la p len i­
tu d de la creación. H ijo de la tie rra p o r la v ida infe­
rior que ésta le procura, debe devolvérsela tran sfo r­
m ad a en luz y en espíritu vivificante. S i p o r él, por
su razón, la tierra se eleva h asta los cielos, p o r él tam ­
bién, p or su acción, los cielos deben descender y lle­
n a r la tierra. P o r él todo el m undo ex tradivino debe
co n vertirse en un solo cuerpo vivo, encarnación total
de la S ab id u ría d iv in a.
S ólo en el ho m b re la c ria tu ra se reúne a D ios de
m anera perfecta, es decir libre y recíprocam ente, p o r­
que, g racias a su doble naturaleza, es el hom bre el
ú nico que puede conservar su lib ertad y ser de conti­
n u o el com plem ento m oral de D ios, u n iéndose a El
cad a vez m ás ín tim am en te p o r u n a serie in in te rru m p i­
d a de esfuerzos conscientes y de acciones deliberadas.
E x iste u n a ad m irab le dialéctica en la ley v ital de
los d o s'm u n d o s. L a m ism a perfección so b ren atu ral de
la libertad del esp íritu puro, la au sencia de todo lím i­
te exterior^ hacen c^ue esa lib ertad , al m anifestarse
com pletam ente, se a g o te en un solo a c to ; el ser espi­
ritu al pierde su lib ertad p o r h ab e rla tenido en exceso.
Y , p o r el co n trario, las trab as y obstáculos que el m e­
dio extern o del m undo n atu ral op n e a ja realización
d e n uestros actos interiores, el carácter lim itado y con­
dicionado de la lib ertad h u m ana, hacen al hom bre m ás
libre que los ángeles, le perm iten conservar y ejerci­
tar de con tin u o su libre albedrío y seguii siendo, aun
después de la caída, activo cooperador de la o b ra d i ­
v in a. Por, esto la S ab id u ría etern a no h alla sus
delicias en los ángeles, sino en los hijos del H om bre.
RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL 347
*
L a p rim era razón de ser H o m b re es ía unión in ­
terior e ideal de la potencia terrestre y del acto divino,
del A lm a y del V erbo, y la seg u n d a, la libre realiza­
ción de esa un ión en la to talid a d del m undo extra-
d iv in o . H a y , pues, en este ser com puesto, centro y pe-
liferia, la p erso n alid ad h u m an a y el m undo hum ano,
el ho m b re in d ividual y el hom bre social y colectivo.
E l individuo h um ano, que es en sí o subjetivam ente
unión del V erbo divino y de la naturaleza terrestre,
debe com enzar a realizar o bjetivam ente o p ara sí esta
unión desdoblándose exteriorm ente. P a ta conocerse
realm ente en su unid ad , el hom bre debe d istin g u irse
de sí m ism o com a sujeto cognoscente o activo (hom ­
bre, p ro p iam en te dicho), y com o objeto conocido o p a ­
sivo (m ujer). Y así, el co n traste y la unión del V erbo
divino y la n atu raleza terrestre se reproducen p a ra el
h om bre m ism o en la distinción y unión de los sexos.
L a esencia o naturaleza h u m an a está rep resentada
■"ompletamente p o r el hom bre individua! (los dos se­
xos) ; el estado social n ad a .p o d ría a g re g a rle . P e ro
¿ste es ab so lu tam en te necesario p a ra la extensión y
desenvolvim iento de la existencia h u m ana, p a ra la
íealización actu al de todo lo que es potentia., co n ten i­
do en el in d iv iduo hu m an o . So'Io p o r la sociedad p u e­
de e 1 ho m b re alcanzar su objeto definitivo : la in te g ra ­
ción u n iversal de toda existencia ex íra d 'v m a. P e ro la
h u m an id ad n atu ra l (hom bre, m ujer, sociedad), tal
com o resu lta del proceso cosm ogónico, no contiene en
sí m ás que la posibilidad de tal in teg ració n ’. L a razón
y la conciencia del hom bre, el corazón y ei in stin to de
la m ujer, p o r últim o, la ley de so iid aiid a d o de al­
truism o que fo rm a la base de toda sociedad, no son
m ás que p refiguración de la v erd ad era un id ad divino-
b u m an a, g erm en que to d av ía debe crecei, florecer y
348 V L A D M I R O S O L O VIEF ■

d a r su fru to . El desenvolvim iento sucesivo de este g e r­


men se cum ple en el proceso de la h isto ria universal
y el triple fruto que d a es : la m u jer p erh -tta , o la n a ­
tu raleza div inizada, el ho m b re perfecto o el H om bre-
D ios, y la sociedad perfecta de D ios con los hom bres,
encarnación definitiva de la S a b id u ría eterna.
L a u n id ad esencial del ser h u m an o en el hom bre,
la m ujer y la sociedad, d eterm ina la u n id a d in d iv isi­
ble d e la encarnación d iv in a en la h u m ar.id ad . El h o m ­
b re p ro p iam ente dicho (el individuo m asculino) con­
tien e ya en si, in potentia, toda la esencia h u m a n a ;
sólo p ara realizarla actu debe, 1.*, desd oblarse u o b ­
jetiv ar su p arte m aterial en la perso n alid ad fem enina,
y 2 .°, m ultip licarse u objetivar la u n iv ersa lid a d de su
ser racional en u n a p lu ralid ad de exis;encías indivi­
duales, o rg án icam en te lib ad as y que form en un todo
solidario : la sociedad h u m ana.
Como la m u jer no es m ás que el com nlem ento del
ho m b re y la sociedad no es sino su extensión o m aní-
E stació n to tal, en el fondo no existe m ás que un solo
se r h u m an o . Y su reunión con D ios, bien que necesa­
riam en te trip le, no constituye m ás q u e u n solo ser
d iv in o -h u m an o : la S opkia, en carn ad a, cuya m anifes­
tación cen tral y perfectam ente personal es Jesucristo,
su com plem ento fem enino, la S a n tísim a V irg e n , y su
extensión u n iv ersal, la Iglesia. L a S an l^ V irg en está
u n id a a D ios con unión pu ram en te receptiva y p a s i­
v a ; así en g en d ró al segundo A dán, com u la tie rra en ­
g en d ró al p rim ero, an o n ad án d o se en la h u m ild a d p e r­
fe c ta ; de a h í q u e en esto r.o h ay a reciprocidad o co­
operación p ro p iam e n te dicha. Y en cu an to a la Ig le ­
sia, no está u n id a a D ios inm ediatam ente, sino m e­
d ia n te la E n carn ació n de C risto, cu y a continuación
es. A sí, pues, sólo C risto es verdaderam ente el H om -
ÜUSÍA Y L a IG LESIA UNIVERSAL 34&

b ie-D io s, el ho m bre inm ediato y recíprocam ente (ac­


tivam ente) u n id o a D ios.
D ios prestó su aprobación ab so lu ta a la creación
entera p ro clam án d o la tob m aod, valde bonaf al con­
tem p lar en su idea eterna a la S an tísim a V irg e n , .a
C risto y a la Ig lesia. E ste fué en v erd ad el m otivo p ro ­
pio del g ra n d e gozo que p ro d u cía a la S ab id u ría divi­
n a la idea de los hijos del H o m b re . E n tila vió a la
ú nica h ija de A d án p u ra e inm aculada, en ella al H ijo
del H o m b re p o r excelencia, ai solo J u s to ; en ella, por
últim o, a la m u ltitu d h u m an a unificada bajo la fo r­
m a de u n a sociedad basada en el am or y en la v e r­
d ad. B ajo esta form a contem plaba a su fu tu ra encar­
nación y en los hijo s de A d á n $ su s propio s h ijo s. Y
se reg o cijab a viendo cóm o ellos justificaban el plan
de la creación q u e E lia ofrecía a D ios : «Et justificata
est S ap ien tia a filiis suis» (M a th ., X I, lth.
L a h u m an id ad , reu n id a a D ios en la S an tísim a V ir­
g en, en C risto, en la Iglesia, es Sa realización de la S a ­
b id u ría esencial o su b stan cia ab so lu ta de D ios, su fo r­
m a creada, su encarnación. A la v erd ad f-s u n a sola y
m ism a form a substancial (d esig n ad a por la B iblia
r.omo semen mulieris, sciíicet Sophice (2 ), que se p ro ­
duce en tres m anifestaciones sucesivas v perm anentes,
realm ente d istin tas, pero esencialm ente indivisibles,
que se llam an : M aría, en su perso n alid ad fe m e n in a;
Jesús, en su p erso n alid ad m asculina y que conserva un
n om bre pro p io p a ra su aparición total y universal en
la Ig lesia perfecta del porvenir : }a P ro m etid a y E s­
p o sa del V erbo divino.
E sta trip le realización de la S ab id u ría esencial en
la h u m an id ad es u n a v erd ad religiosa que la C ristian -

(2) G en. III, 15,


350 VLADIM IRO SOLOVIEF

d ad ortodoxa p ro fesa en su d octrina y m anifiesta en


su culto. S i p o r S a b id u ría substancial de D ios sólo
h u b iera que en tender exclusivam ente la p ersona de Je­
sucristo, ¿ cóm o p o d ría aplicarse a la S a n tísim a V irgen
todos ios textos de los libros sapienciales que hablan
de dicha S a b id u ría ? A h o ra bien, esta aplicación, que
se h a hecho desde la época m ás p rim itiv a en los oficios
de la Ig lesia latin a tan to como en los de la Ig lesia
g rieg a , h a recibido en nuestros días sanción doctrinal
' n la b u la de P ío IX sobre la Inm acu lad a C oncepción
de la S an tísim a V irg e n . P o r otra p arte, hay textos de
la E scritu ra que los doctores ortodoxos y católicos a p li­
can y a a la S a n tísim a V irg en , ya a la Ig lesia : por
ejem plo el texto del A pocalipsis relativo a la m ujer ves­
tid a de sol, co ronada de estrellas y que tiene la luna a
su s pies. N o p o d ría, finalm ente, ponerse en du d a el
lazo íntim o y la perfecta an alo g ía que h ay entre la
h u m an id ad in d iv id u al y la h u m an id ad social de C risto,
entre su cuerpo n atu ra l y su cuerpo m ístico.
E n el sacram ento de la com unión, el cuerpo p erso ­
nal del S eñ o r se convierte m isteriosa, pero realm ente,
en el principio unificante de su cuerpo colectivo, la
co m u n id ad de los fieles. Y de este m odo la Iglesia, so­
ciedad h u m an a divinizada, tiene en el íondo la m is­
m a su b stan cia que la p ersona encarn ad a cíe C risto, su
h u m an id ad in d iv id u a l; y como ésta no tiene otro ori­
gen ní otra esencia que la n atu ra leza h u m an a de la
S a n tísim a V irg en , M adre de D ios, se sig u e de ello que
el o rg an ism o de la encarnación divino-hum ana, que
tiene en Jesu cristo un solo centro personal activo, tie­
ne tam bién en su trip le m anifestación u n a sola y m is­
m a base su b stancial : la corporeidad de la S ab id u ría
d ivina en cu an to oculta y revelada en eí m undo infe­
rior. E sta es el alm a del m undo com pletam ente con­
küSIA y LA IG LESIA UNIVERSAL 35Í

vertida, p urificada e identificada con la m ism a S a b i­


duría, com o la m ateria se identifica con la fo rm a en
u n solo ser concreto y vivo. Y la realización perfecta
de esta su b stan cia d ivino-m aterial, de este sem en ffl«-
lieris, es la h u m an id ad g lorificada y íesu citad a : el
Tem plo, el C uerpo y la E sp o sa de D ios
L a v erd ad cristiana bajo este aspecto definitivo — la
encarnación to tal y concreta de ía D iv in id ad — atra jo
p articu larm en te el alm a re lig io sa del puebio ruso, des­
de los p rim ero s tiem pos de su conversión al c ristian is­
mo. Al dedicar sus m ás an tig u o s tem plos a S a n ta S o ­
fía, la S a b id u ría substancial de D ios, dió a esa idea
u n a expresión pueva y desconocida p a ra los g rieg o s,
que identificaban la S o p h ia con el L o g os.
Al relacio n ar íntim am ente la S a n ta S ofía con la
M adre de D ios y con Jesucristo, el arte religioso de
nuestros an tep asados la d istin g u ía, em pero, claram en ­
te de u n a y otro re p resen tán d o la b ajo la fig u ra d e un
ser divino p artic u la r. P a ra ellos era la esencia celeste
.'ecubierta p o r las apariencias del m undo inferior, el
esp íritu lum inoso de la h u m a n id a d regenerada, el A n ­
gel custodio de la T ierra, ap arició n fu tu ra y definitiva
de la D iv in id ad .
A sí, al p a r de la form a h u m a n a individual de lo
divino, la V irg en M adre y el H ijo de D ios, el pueblo
ruso conoció y am ó, bajo el nom bre de S a n ta S ofía, a
la encarn ació n social de la D iv in id ad en la Ig lesia
U n iv ersal.
A esta idea, revelada al sentim iento religioso de
nu estro s aji.tepasados, a esta idea v erdaderam ente n a­
cional y ab so lu tam ente un iv ersal, nos es necesario d ar
ah o ra expresión racional. Se tra ta de fo rm u lar la v i­
viente P a la b ra que concibió la a n tig u a R u sia y que
la R u sia nueva debe decir al m u n d o .
VIII. E l H o m b r e M e s í a s . E l c a o s h u m a n o . E le ­
m e n t o s PRIM ITIV OS DE LA SOCIEDAD TRINITARIA

I n t e r m e d i a r i o en tre los C ielos y la T ierra, el H o m ­


bre estaba d estin ad o a ser el M esías universal que de­
bía salv ar ai m u n d o del caos u n ién d o lo a D ios, encar­
nado en las form as creadas la sab id u ría eterna. E sta
m isión im p o rtab a p a ra el H o m b re un trip le m in iste­
rio : 'D e b ía ser sacerdote de D ios, rey del m undo in ­
te rio r y profeta de su unión ab so lu ta. S acerdote de
D ios, sacrificándole su propio arbitrio, el egoísm o h u ­
m ano ; rey de la naturaleza inferior, d o m inándola con
la Jev; d i v i n a p r o f e t a de la u n ió n ,,a sp ira n d o a la to ta­
lidad ab so lu ta de la existencia y realizándola p ro g re­
sivam ente con la cooperación co n tin u a de la g ra cia y.
la libertad, regenerando y tran sfo rm an d o cada vez m ás
la n atu raleza extrad iv in a h asta su integración u n iv er­
sal y perfecta, é, cupokeíta siasis ton panto-n.
S om eterse a D ios y d o m in ar la n atu raleza p a ra
o liv arla, he aquí en dos p a la b ra s ia ley m esiánica. El
H o m b re la rechazó prefiriendo alcanzar el fin de in ­
mediato, p o r si m ism o, violando el orden d eterm in a­
do p o r la razón d iv in a. Q uiso unirse arb itra riam en te a
léi n atu raleza inferior, en v irtu d de su propio deseo,
n
¿54 VLADIMIR O SOL O ViEí :

creyendo ap ro p iarse con ello de u n a realeza incondí-


cionada, de u n a autocracia absoluta, igual a la de Dios.
N o quiso som eter su realeza a su sacerdocio, y a causa
de ello se hizo incapaz de satisfacer sus v erd ad eras a s ­
piraciones, de cu m p lir su m isión p rofética. E l deseo
deso rd en ad o de u n irse con la n atu raleza inferior debía
som eter, p o r fuerza, al H o m b re a ella, y, com o con­
secuencia inevitable, el hom bre contrajo las señales
d istin tiv as del m undo m aterial y extradivino, tra n s ­
fo rm án d o se según la im agen y la sem ejanza de éste.
P e ro y a sabem os que el carácter esencial de la n a tu ­
raleza fuera de D ios se expresa : 1.°, en u n a p lu rali­
d a d in d eterm in ad a en el espacio o división infinita de
las p a r te s ; 2 .°, p o r el cam bio indeterm inado en el tiem ­
po o d isyunción indefinida de los m om entos, y como
resu ltad o de esta doble división, 3 ° , p o r la tran sfo r­
m ación de toda cau salid ad en m ecanism o. E s verdad
que ese po d er de fraccionam iento infinito y de discor­
d ia u n iversal, carácter esencial del C aos, está lim ita­
do en la creación por la acción unificadora del V erbo
que, sobre el fondo caótico, construye el C osm os. P ero
en la n aturaleza inferior (antes de aparecer el h o m ­
bre) n o queda su p rim id o el fondo del C aos, persiste
com o fuego bajo la ceniza, como tendencia d o m in an ­
te, p re sta a re su rg ir en cualquier m om ento. E n esta ca­
lid ad es com o la potencia del caos ha pasado al hom bre
caído y ha creado eso que im propiam ente llam an la
h u m an id ad n atural y que no es m ás que la h u m an i­
d ad caótica.
E n dicha m asa h u m a n a d istin g u im o s claram ente
los tres rasg o s fun d am en tales de la naturaleza extra-
d iv in a. El fraccionam iento indefinido de las p artes m a ­
teriales en el espacio se traduce, en el género h u m a ­
no, p o r la p lu ralid ad in d eterm in ad a *y an árq u ica de los
ÍW SlA y I.Á I G L E S I A UNIVERSAL

in d iv id u o s coexistentes. A la disyunción indefinida de


los m om entos en el tiem po corresponde, en la existen­
cia de la h u m an id ad , la sucesión indeterm inada de las
generaciones que se disputan la actualidad y que van
su p lan tán d o se u n a a otra. P o r últim o, el m ecanism o
m aterial del m undo físico se com unica a la h u m an id ad
en la fprm a de la heteronom ia o fatalidad, que som ete
la v o lu n tad del hom bre a la fuerza de las cosas, su ser
in terior a la influencia d om inante del m edio exterior
y d e las circu nstancias tem porales.
Sabem os, sin em bargo, que la caída del H o m b re
p o d ía d iferir, pero no a n u lar su vocación. L as benéfi­
cas trab as del espacio, dei tiem po y de la causalidad
m ecánica, al paso que lo d istan ciab an de su fin su p re­
mo, le im pedían que se a p a rta ra de él ab so lu ta y defi­
n itiv am en te. L a p lu ra lid a d in d eterm in ad a de los in d i­
viduos, que considerada en sí m ism a com porta u n a
decadencia, es condición p rim era de salvación p a ra la
h u m an id ad , p o rq u e si u n a p arte de esta m uchedum ­
bre p ro p a g a cada vez m ás el pecado original, a g ra v á n ­
dolo con nuevos crím enes, siem pre quedan alg u n o s
ju sto s p a ra a te n u a r los efectos del mal y p ara p re p a ­
ra r el m edio a la fu tu ra salvación. G racias a esta nuil*
tiplicación ind eterm inada, A bel es reem plazado por
S eth , S aú l es su p lan tad o p o r D av id . S e g u n d a co n d i­
ción de salvación es la indefinida sucesión de las g e ­
neraciones. E sta s no desaparecen sin que cada u n a
deje alg o p a ra facilitar la obra de sus herederos, p ara
elaborar u n a form a histórica m ás perfecta, que s a tis­
fa g a m ejor las v erd ad eras asp iracio n es del alm a h u ­
m an a. Y así, lo que no podía m anifestarse en E va, ni
en T am a r, ni en R ah ab , ni en R u th , ni en B ethsabé,
se m&nifestó un día en M aría. P o r últim o, la hetero-
"nomi^ de n u estra existencia es la tercera condición de
356 V L A D I M I R O S O L O V I E F-'

salvación, no m enos indispensable que las dos prim e­


ras. P o rq u e si la v o lu n tad hum ana, buena o m ala, tu ­
v iera eficacia inm ediata, no h ab ría n d u rad o la h u m a­
n id ad ni la creación. E l fratricid a C aín se h a b ría p re­
cip itad o de in m ediato al fondo del infierno, sin cons­
tru ir u n a ciu d ad ni fu n d a r la civilización a n tig u a ; el
b u en S eth h ab ría subido al cielo o, p o r lo m enos, p a ­
sado a los lim bos como su herm ano Abel, sin procrear
los an tep asad o s de Jesucristo, y el m undo inferior, la
tierra , p riv ad a de su centro de un id ad y de acción, h a ­
b ría vuelto a caer en el triste estado de thoh u vabohu
en que se h allaba an tes dé la creación, Y nadie h a ­
bría, entonces, que hiciera el gozo y las delicias de la
S a b id u ría eterna.
S i, pues, nues.tra sujeción a las condiciones del
m u n d o m aterial es consecuencia de la caída y p en a del
pecado, vem os cóm o esta p en a es un b ien y esa con­
secuencia necesaria del m al es m edio necesario del
bien ab soluto (í).
C om o la tierra caótica no pudo su straerse a la ac­
ción cosm ogónica del V erbo, que la tran sfo rm ó en
un m u n d o eq u ilibrado, ilum inado y vivo, así tam bién
el caos h u m ano, creado por la caída del E d én , debió
ser som etido a la operación .teogónica del m ism o V er­
bo, que tiende a reg en erarlo en u n a h u m an id ad espi­
ritu al realm ente unificada, alu m b ra d a por la verdad
d iv in a y viviente de la vida etern a. L a form a del H o m ­
b re M esías, rechazada p o r el prim er A d á n , no fué
d estru id a en 1 la h u m an id ad natu ral, sino que quedó
red u cid a al estado de potencia latente perm aneciendo

(1) En este sentido la Iglesia canta, el Sábado S a n to :* « /0


fglix culpa!» (Ni del T.) »
RUSIA y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 357

en ella com o germ en vivo ■ — sem en mulieris, id est S o -


phicz— que se realiza parcial y pro g resiv am en te h asta
en carn arse p or fin en el seg u n d o A dán.
E ste proceso teogónico, la creación del H o m b re
trin ita rio , del H om bre M esías o del H o m b re D ios, por
el cual la S a b id u ría divina se encarna en la to talid a d
del universo, presenta, en el orden del tiem po, tres
g rad o s p rin cipales : 1.°, la serie de anticipaciones me-
sián icas en la h u m an id ad n a tu ra l o en ei caos h u m a ­
no, an tes del cristian ism o ; 2.°, la aparición del M esías
in d iv id u al en la persona de Je su c risto ; y 3.°, la tra n s ­
form ación m esiánica de ia h u m a n id a d entera o des­
arrollo de la C ristian d ad .
A n tes de Jesucristo 3a h u m an id ad , privada de cen­
tro real, no era m ás que un o rg a n ism o en p o te n c ia ;
de hecho sólo h ab ía ó rganos separados, trib u s, ciu ­
dad es y naciones, de las que a lg u n a s ten d ían a la d o ­
m inación u n iv ersal, ló cual co n stitu ía ya una an tici­
pación de la fu tu ra unidad. P e ro en cada u n a de esas
p artes aislad as de la h u m an id ad (asp irara o no a re­
em plazar el todo b ajo form a de m o n arq u ía universal)
h u b o desde el com ienzo cierta realización, en lo so­
cial, de la fo rm a m esiánica o trin ita ria que ten d ía a
represen tar, d en tro de lím ites m ás o m enos estrechos,
la to talid ad de la existencia h u m an a.
E sta form a trin ita ria .tiene u n a base general en el
ser h u m an o . L a existencia h u m a n a está fo rm ad a por
tres térm in o s p rin c ip a le s: 1 .®, los hechos cum plidos,
conservados por la tradición del p a s a d o ; 2 .°, los ac­
tos y trab ajo s im puestos p o r las necesidades del p re ­
sente, y 3.°, las aspiraciones a un estado m ejor, de­
term in ad as p o r el ideal m ás o m enos perfecto del p o r­
v en ir.
E x iste ‘evidente analogía, p ero tam bién diferencia
<358 - VLADI MJRO S O L O V I E F '

esencial,, entre dichos tres m odos constitutivos de la


existencia h u m an a y los tres m odos correspondientes
de la existencia divina, sin h ab lar del carácter hipos-
tático de estos ú ltim os. L a razón gen eral de tal dife­
ren cia es que en D ios, com o ser absoluto, el p rim er
m odo d eterm in a totalm ente al seg u n d o y los dos j u n ­
tos determ in an totalm ente al tercero, en el cuai ei ser
d iv in o se posee definitivam ente y goza de sí m ism o en
fo rm a com pleta. P o r el contrario, el hom bre —p a ra
n o m encionar ah o ra m ás que el tercer m odo de la sub­
je tiv id a d — no puede poseer actualm ente la totalidad
de ex isten cia; ésta es p ara él sólo un p o rv en ir m ás o
■m enos distante. E ste porvenir idealm ente anticipado
no puede ser o bjeto de gozo p ropiam ente dicho, sino
tan sólo de aspiración.
E n nuestra v id a m aterial o anim al, la form a trin i­
taria ya existe, p ero m ás bien com o sím bolo natural
q u e como realidad. E l hecho cum plido está represen­
tad o p o r la gen eración pasada, los padres o los ancia­
nos ; la actu alid ad es ia generación presente, los hom ­
bres de h o y ; p o r últim o, las aspiraciones n atu rales h a­
cia el p o rv e n ir se encarnan en los hijos, la generación
fu tu ra . Bien se ve que la form a trin ita ria p resen ta en
esto ‘un carácter p u ra m e n te relativo e ilusorio en el
f o n d o ; la v id a n a tu ra l se esfuerza p o r fijar los térm i­
n o s de 1a relación, pero sin lograrlo nunca, y cada g e­
neración p asa ig ualm ente p o r los estados de! p o rv e­
nir, de la actu alidad y del pasado, p a ra desaparecer
en el olvido y en la n ad a. C ada generación p re­
ten d e poseer toda la ac tu a lid a d ; pero, com o cada una
tien e igual derecho a ello, n in g u n a puede obtenerla
p o sitivam ente, y todas, después de v anos esfuerzos
p a ra retener ei to rre n te de la existencia tem poral, son
tra g a d a s p o r éste una iras Otra. P e ro este .continuo
RUSIA Y LA IG LESIA UNIVERSAL ’ 359

cam bio de generaciones no ag o ta toda la existencia hu-


’m ana, sólo afecta la h u m an id ad an im al. E stá adem ás
la h u m an id ad social, que nunca se h a contentado con
m an ten er y p ro seg u ir el hecho real de la existencia.
E n los estadios m ás inferiores de su desenvolvim ien­
to, la sociedad hu m an a h a concebido siem pre m ás allá
del hecho, un p rin c ip io ; m ás allá de la realidad, una
idea.
P a ra u n a sociedad hu m an a, el m om ento p resen te,
la actu alid ad, nunca es p u ra sucesión m ecánica en e!
tie m p o — sim ple f astea de su pasad o — ni an teced en ­
te p u ram en te m ecánico y tem poral —sim ple antea de
su p o rv en ir— ; la actualidad se v in cu la siem pre con los
otros dos térm inos p o r un lazo in terio r y espiritual que
une al p asa d o y al p o rv e n ir y que, si no detiene el
to rren te de la existencia m aterial, lo encauza ai m e­
nos por u n lecho y tran sfo rm a el m al infinitó del tiem ­
po n atu ral en un sistem a de desenvolvim iento h is ­
tórico.
E n to d a sociedad h u m an a (por b á rb a ra que sea,
fuera y por encim a de los intereses m ateriales del m o­
m ento) h ay u n a tradición re lig io sa 'y un ideal profé-
tico. E n lu g a r de su p la n ta r al p asa d o sin p ied ad , a la
m anera de esos salvajes q u e m atan y com en a su s p a ­
d res an cian os, se le conserva con pied ad filial com o
base y sanción perm an en te en la actualidad. Y en lu ­
g a r de aceptar al p o rv e n ir com o fatalid ad im placable
o sacrificarlo en el fuego del egoísm o, como los niños
quem ados en la estatua ard ien te d e M oloch, se le llam a
y evoca com o objetivo verdadero y verd adera razón de
ser del p resente, com o su aleg ría y su corona. P o r eso,
al fren te dé cada sociedad h u m an a, vem os u n a trin i­
dad m ás o m enos diferenciada de clases dirig en tes, qu?
se vinculan en parte, pero n u n ca se confunden, con la
360 VLAD1M1RO SO L O V IE F '

trip le relación n a tu ra l de las generaciones sucesivas.


E n p rim er lu g ar están los sacerdotes o sacrificado-
res q ue corresponden a los padres, a la generación vie­
ja. Y , en efecto, prim itivam ente, en la vida de las tri­
b u s y fam ilias dispersas, los padres de fam ilia llena­
b an las funciones sacerdotales y el h o g a r dom éstico
era el p rin cip al a lta r. S in em bargo, au n en ese estado
p rim itiv o , el p ad re rep resen tab a algo m ás que el h e ­
cho p articu lar de la p atern id ad n a tu r a l; p o r su d ig n i­
d ad sacerdotal se v in cu lab a con el hecho absoluto de
la p a te rn id a d d iv in a, con el pasado eterno que prece­
de y condiciona a to d a existencia. A diferencia de los
anim ales, en la p erso n a de los padres hu m an o s la ge­
neración m aterial se h a b ía convertido en institución
social y en poder re lig io so ; y si el p ad re vivo era sacer­
dote, m ediador en tre el presente y el pasado, el a n te­
p asad o difunto, al e n tra r en el m undo invisible se con­
fu n d ía con el m ism o pasad o absoluto, con ía D ivinidad
etern a viniendo a ser objeto de culto. C on efecto, el cul­
to d e los an tep asad o s es un elem ento universal de re ­
ligión (2). D e ese m odo el m inisterio del pasado in­
m ediato, de los p ad res vivos, de los sacerdotes, unía
"la actu a lid a d h u m a n a a u n pasado m ás rem oto y g e ­
neral, a los hechos m isteriosos que preceden y deter­
m in an con necesidad ab so lu ta n u estra existencia.
V em os, en seg u n d o lu g ar, la clase de los guerrero*

(2) L a tesis h a sido d esarro llad a en n u e stro tiem po con


cierta exageración p o r F u ste l de C oulanges, en L a Ciudad An­
tigua y con m uch a m ayor exageración por H e rb e rt Spencer,
en Sociología. No es difícil se p ara r el fondo verdadero y muy
im p o rta n te de estas ideas, de las conclusiones erróneas, las que
provienen (sobre todo en el sabio inglés) de un pu n to de vista
dem asiado exclusivo y lim itado.
RUSIA Y LA IG LESIA UNIVERSAL m
que, con la fu erza y la audacia, ase g u rab a n a la socie­
d ad los m edios reales de su b sisten cia y satisfacían las
necesidades u rg e n te s del m om ento. N atu ralm en te, esta
clase'se reclu taba sobre todo entre los hijos de las fa­
m ilias, la gen eración actual. Y , aun cuando la vieja
g eneración to m ara tam bién p a rte en las,em p resa s m i­
litares, no eran, sin em bargo, P ría m o o N éstor, sino
H écto r y A quiles, quienes m an d ab a n a los g u errero s,
bien que cediendo piadosam ente el p rim er lu g a r a los
ancianos cada vez que era necesario obtener, m edian­
te sacrificios, el favor de los dioses.
L a relación entre las dos p rim eras clases p rin c ip a ­
les de la sociedad corresponde b a sta n te exactam ente a
la que existe entre las dos g en eracio n es : la presente
y la p asad a de la vida n a tu ra l. P e ro si se p ro lo n g a ra
esta an alo g ía, si el porvenir del cuerpo social e s tu v ie ­
ra tam bién representado única o prin cip alm en te por
la generación fu tu ra , p o r los h ijo s que reem plazan a
su s pad res p a ra ser a su vez reem plazados p o r su p ro ­
p ia p ro g e n itu ra , la existencia social se co n fu n d iría con
el mal infinito de la v ida n a t u r a l ; y a no h ab ría histo ­
ria, ni pro g reso, sin o ún icam en te cam bio con tin u o e
in ú til. P e ro esto, p o r cierto, no es asi.
E n cada sociedad h a hab id o , desde los tiem pos m ás
rem otos, ap a rte de los sacerdotes y guerreros, o tra ca­
teg o ría de hom bres de todas las edades, sexos y esta­
dos, que an ticip ab a n el p o rv e n ir h u m an o y respondían
a las asp iracio nes ideales de la sociedad en que v iv ían .
E n la v id a n a tu ra l el tercer térm ino, en lu g a r de ser
v erd ad era u n id a d del seg u n d o y del prim ero, no es en
el fondo m ás que su sim ple repetición. L a generación
futu ra rep resen ta el p o rv en ir sólo d e m anera ilusoria
y efím era, com o en u n a serie in d eterm in ad a un m iem ­
bro no vale m ás q u e otro. E n el orden de la sucesión
362 VLAD1M1R0 S0L 0V 1E F *

n atu ra l la nueva generación, con v en ir después de


las viejas, no está p o r ello m ás ad elan tad a, ni m ás p ró ­
x im a al ideal y a la perfección. P o r esto es que el v e r­
d ad ero pro g reso social, independientem ente de 15 su ­
cesión indefinida de las generaciones, p id e que haya
rep resen tan tes reales del porvenir, hom bres efectiva­
m ente m ás ad elan tad o s en la vida esp iritu al, capaces
de satisfacer las aspiraciones de su s contem poráneos
y de indicar el ideal a la sociedad, en la m edida en que
ésta puede concebirlo y en que ellos .mismos pueden
realizarlo. A estos hom bres dei porvenir ideal doy el
n om bre genérico de profetas, con que v u lg arm e n te se
d e sig n a a los que predicen el porv en ir.
E n tre el que dice la b u en a v en tu ra y un verdadero
p ro feta h ay casi ta n ta diferencia com o en tre el jefe de
b an d id o s y el so berano legítim o de un g ra n E stado,
o bien entre el p a d re de fam ilia p rim itiv a que sacrifi­
ca a los m anes de su s an tep asad o s y el P a p a , que da
la b endición u r b i et orbi y abre el cielo a las alm as
del p u rg a to rio . P e ro , ap a rte de esta diferencia, que
dep en d e de la esfera de acción m ás o m enos am plia,
debe hacerse o tra d istinción. Se puede p red ecir el p o r­
v en ir no só'io en p a la b ra s, sino tam b ién en acciones,
an ticip an d o realm ente estados y relaciones que no p e r ­
tenecen a la condición actual de la h u m an id ad . E ste es
el p ro fetism o p ro p iam e n te dicho, que p re sen ta asim is­
mo grad acio n es y m odificaciones in d eterm in ad as. P o r
ejem plo, el b ru jo africano tiene o p reten d e tener la
fa cu ltad de d isp o n er de la lluvia y del buen tiem po.
E ste poder su p erio r de !a volu n tad h u m an a sobre las
fu erzas y fenóm enos de la n aturaleza m aterial, es a tri­
bu to del ser hu m ano, si éste se h alla en perfecta unión
con la D iv in id ad creadora y om nipotente. T a l unión,
aje n a p o r lo g en eral a. n u estro estado presente, no es
RUSIA y LA IG LESIA UNIVERSAL 363

' m ás que el obj.eto ideal, el p o rv e n ir distante a que as­


p ira d o s , y el ejercicio de un p o d er conexo a ese es­
tado fu tu ro es u n a anticipación del p o rv en ir o u n acto
profético.
P ero no es verdadero profetism o el del b ru jo ,
quien ni siq u iera conoce las condiciones relig io sa.-. y.
m orales del p o d er so b ren atu ral, y cu an d o realm ente lo
ejerce no es m ás que en form a p u ra m e n te em pírica.
P o r o tra p arte, aun en el caso que tal poder m ágico
no sea m ás que u n a pretensión frau d u len ta, es con todo
u n a anticipación — siquiera sólo fuese en el deseo o la
asp iració n — de u n estado su p erio r, de un p o rv en ir
ideal reservado al hom bre. Y p asa n d o del b ru jo a fri­
cano a u n verd adero tau m a tu rg o cristiano, com o S an
F ran cisco de A sís, encontram os en su s m ilagros el m is­
mo poder de la v o lu n tad h u m an a, que posee o p re te n ­
de poseer so b re las fu erzas de la n atu ra leza exterior el
m ago de u n a trib u salvaje. E n am bos casos dicho p o ­
der es lim ita d o ; p o rq u e la fuerza m ilag ro sa de los sa n ­
tos m ás g ra n d e s no ha sido n u n ca co n stan te en su d u ­
ración ni u n iv ersal en su aplicación. P ero la m ayor
diferencia está eft que el san to conoce y posee la co n ­
dición. in terio r p rin cip a l d el poder SQhteaajtu.ta.1 para,
el hom bre, la unión m oral con la D iv in id ad . Y así, su
poder, b asado en la su p erio rid a d m oral, es im agen
fiel y directa, a u n q u e débil y lim itad a, de la O m n ip o ­
tencia d ivina, que no es u n a fu erza ciega, sino conse­
cuencia lógica de la perfección in trín seca y esencial
del S er ab so lu to . E n la m edida en que el santo partid
cip a de esa perfección, p artic ip a asim ism o del poder
divino y p resen ta u n a anticipación d e nuestro estado
definitivo, no solam ente real, sino interiorm ente v er­
dadera, p erfecta en sí, au n cuando exteriorm ente i n ­
com pleta.
384 VLAD1M1R0 S OLO VIE P, '

C om parem os a h o ra en otro m u y distin to dom inio


del profetism o, a ün g ra n sabio g rie g o con un nabi
heb reo . P la tó n , en su Repú blica, indica el ideal de ía
sociedad h u m an a o rg a n iz a d a sobre los prin cip io s de
la ju sticia y la razón. E s la anticipación de u n porve-
n ir ^ 'n p arte realizado por la sociedad europea de la
E d ad M edia (3). P la tó n era, pues, p rofeta, pero como
'e l bru jo -african o es ta u m a tu rg o ; ni poseía ni conocía
siquiéra las. verdad eras condiciones en que debía rea­
lizarse su idea!. N o co m prendía que, p a ra la o rg a n i­
zación eq u itativ a y racional del ser social, no b astan
la ju sticia ni la razón h u m a n a s ; que el ideal de una
sociedad ju sta y sab ia pensado p o r un filósofo, debe
ser fecundado todavía p o r la acción m oral c o rresp o n ­
d ien te de p arte de la m ism a sociedad. P a r a o rg a n i­
zarse seg ú n el ideal del bien, la sociedad real, dom i­
n ad a p o r el m al, debe ser salvada y re g en erad a. P ero
la m editación a b stra cta no salva. A u n q u e el ideal p la ­
tónico an ticip ab a la verdad social, no poseía el cami­
no que conduce a ella y no podía in fu n d ir la vida a su
concepción. E n esto radica la esencial diferencia entre
el profetism o filosófico de los helenos *y el profetism o
religioso de los hebreos.
E l nabi israelita a quien se revelaba la verdad en
v irtu d de un vínculo p erso n al con el D ios vivo, el D ios
de la h isto ria, a n ticip ab a el porvenir ideal, pero no
con el p en sam iento abstracto, sino con el alm a y el co­
razó n . E l ab ría el cam ino, despertaba la vida. S us pro­
fecías com o las de P la tó n , contenían u n ideal de la
sociedad p e rfe c ta ; pero ese ideal n u n ca estaba sepa-

(3) C o n su ltar, e n tre otros, sobre la a n alo g ía en tre la R ep ú ­


blica p lató n ica y la R epública cristian a, a R g n k e en su Historia
U n iv e rsa l.
RUSIA y LA IG L E S I A UNIVERSAL 365

rado de la condición interior que d eterm in ab a su rea­


lización : la reunión libre y activ a de la h u m an id ad
con D ios. Y los verdaderos n e b iim sabían perfecta­
m ente que esa un ió n se consum a m ediante u n larg o
y com plejo proceso divino-hum ano, com o resultado da
u n a serie de acciones recíprocas y conjunciones entre
D ios y el h o m b re ; y lo sa b ía n ,/n o solam ente en g en e­
ral, sino que sab ían y p roclam aban en cada m om ento
dado lo que la h u m an id ad (por su ó rg a n o central p ro ­
visorio, la nación judía), d ebía hacer p a ra cooperar
eficazm ente al p ro g reso de la o b ra d iv in o -h u m an a. Su
acción era com pleta porque, p o r u n a parte, m ostraban
la m eta ab so lu ta en el p o rv en ir d istan te y, por otra,
indicaban p ara el presente el m edio eficaz de co n d u ­
cir a la h u m an id ad hacia ella.
R eu n ien d o , de esta m anera, bajo el térm ino g en e­
ral de profetism o .a todas las anticipaciones h u m an as
del p o rv en ir ideal, no desconocem os la diferencia esen­
cial e inm ensa que separa a los verdaderos profetas
del D ios vivo, .no tan sólo de los b ru jo s dem oníacos,
sino tam bién de los más sublim es genios de la h u m a ­
nid ad pro fan a.
IX . P r e p a r a c ió n m e s iá n ic a e n t r e l o s h i n d ú e s , l ó ¿
GRIEGOS Y LOS H E B R E O S.

JL1,n los orígenes de La historia, cada padre de fa­


milias es sacerdote o sacriñcador, cada hijo de fam i­
lia es guerrero con iguai derecho que los d e m á ^ y so­
metido sólo a jefes tem porarios. Pero, a .medida que
se extiende y organiza la unidad social, los sacerdotes
particulares comienzan a reunirse en un cuerpo único
que forma una sociedad especialmente religiosa, cle­
ro .más o menos concentrado en la persona de un sacer­
dote principal, de un pontífice. Al propio tiempo, la
parte activa de la población tiende a fijarse y organi­
zarse bajo las órdenes de un soberano, ya no sólo co­
m andante m ilitar en tiempos de guerra, sino además
jefe de la sociedad durante la paz, en .todos los nego­
cios y cuestiones prácticas derivadas de una vida so­
cial más complicada.
Cuando la sociedad ha dejado de ser sim ple fam ilia
y los m últiples intereses ya no llegan a concillarse de
inmediato gracias al parentesco natural y a la evidente
necesidad de una solidaridad estrecha, ocurren coli­
siones y luchas y llega a ser indispensable un poder
imparcial que restablezca el equilibrio. Por eso la prin-
im VLADIMIRO SOLOVIEF-

cioal función del soberano en ía paz es la de juez,


como lo vemos en los estados prim itivos. Conducir a
los pueblos a la g-uerra y juzgar sus litigios en tiempo
de paz, eran las dos principales necesidades que debía
satisfacer la institución m onárquica en sus comienzos.
M ientras los elementos fraccionados y dispersos del
cuerpo espiritual y del cuerpo natural de la hum ani­
dad se reunían así, bajo la acción del Verbo históri­
co, en unidades parciales de Iglesias y Estados rudi­
m entarios, el alm a de la hum anidad, reproduciendo en
más elevada escala las fases del proceso cosmogónico,
se esforzaba por entrar en conjunción cada vez más
íntim a con el E spíritu de la Sabiduría eterna.
En la India el alm a de la hum anidad, m anifestán­
dose prim ero en las intuiciones d.e los sabios y santos
del Bafihmanismo ortodoxo, luego en la doctrina del
sabio ortodoxo (1) K apila, fundador de la filosofía

(1) Sin que el pu n to de vista de Solovief quede por esto


invalidado, conviene a d v ertir que su inform ación sobre las doc­
trin a s hindúes era incom pleta. Y no p odía m enos de serlo
dados los medios do que en su época se disponía p a ra conocer­
las. Así m enciona en tre los darshan as ortodoxos ún icam en te al
S a n k h y a de K apila, cosa que puede so rp ren d er si se piensa
que éste sólo considera los principios (t a l l w a s ) de la s cosas den­
tro del m undo m an ifestad o , lo cual h a inducido a o rien talistas
como G arbe y O ítram are a llam arlo ((sistema re a lista y ateo».
¡ C u án to m ás significativos de la orientación m etafísico-m ística
del espíritu hindú son el Yoga, la M í m a n s a y el Vedanta, sin
los cuales, por lo dem ás, no puede entenderse e strictam en te la
cosm ogonía del S a n k h y a n i la cosm ología del V a is h e s ik a !
A sim ism o, la detención con que estim a la h eterodoxia bud ista
proviene de la im portancia que erró n eam en te se a trib u ía a ésta
a fines del siglo pasado. «El B udism o desapareció progresiva­
m en te de la In d ia a p a rtir del siglo IX.» (G rousset, H ist. del
E xtr, O riente, pág. 125), (N. del T>)
kUSÍA Y LA I GLESIA UNIVERSAL 369

«Sankhya» y definitivamente en la nueva religión de


Buddha Shakhia-M uni, reconoció y amó a lo Absoluto
particularm ente bajo su fbrm a negativa, como con­
trario de la existencia extradivina, de la naturaleza del
mundo. Fué la prim era vez que sintió profundam ente
la vanidad de la vida materia!,' concibiendo invencible*
disgusto por esta vida ilusoria, que más que vida es
m uerte, puesto que se devora continuam ente sin lograr
estabilizarse ni satisfacerse nunca.
Pero el disgusto de la falsa vida no revelaba to­
davía Sa verdadera. Y el alma hum ana, bien que afir­
mando, por boca de los hindúes, con certidum bre p e r­
fecta y adm irable fuerza, que lo absoluto no se halla
en la vida m aterial, que él no es la naturaleza ni el
mundo, no fué capaz empero de saber y de decir dón­
de se encuentra y qué es. Pero en lugar de reconocer
su incapacidad e investigar la causa de ello, la sabi­
duría india afirmó su im potencia como la últim a pa­
labra de la verdad y proclamó que lo Absoluto está
en la Nada, que es la no-existencia, el N irvana (2).
X.a India sirvió por un tiempo, en sus sabios, de
órgano nacional al alma universal de la hum anidad,
cuando hubo comprendido la vanidad de la existencia
natural y se arrancó a los lazos del deseo ciego. Fue-

(2) Sobre el m ism o ((Nirvana» existe u n a falsa concepción :


la de significar exclusivam ente, «no existencia» o «la N adan.
Si ésta pudo ser la idea de dos escuelas b u d istas, o tras dos, no
m enos an tig u as e im p o rtan tes, los S a rva stiva d in y los M aha-
sa m g h ika que, segú n L a V allée-P oussin, rep resen tan «proba-
blem ente al B udism o prim itivo», entienden por ((Nirvana» a
u n a residencia inm o rtal, m ás allá de la sensación, <iser superior
a la existencia», (Auct. cit, in R e m a rq u e s sur le N irvana,
S tu d ia catholica, R ev. U niv. Catholique de N im ég u e, 1924),
(N. del T.)
n
VLADIMIRO SOLOVIEF,

ron, en efecto, un acto universal de aquella alma ej


pensam iento y el sentimiento que se apoderaron de
B uddha y sus discípulos cuándo afirmaron que lo Ab­
soluto no es algo ni nada de lo que existe en la natu­
raleza. ES alma de la hum anidad debía pasar por esa
verdad negativa antes de concebir la idea positiva de lo
Absoluto. Pero la sabiduría, o mejor dicho, la locura
oriental, consistió en tom ar una verdad relativa y pro­
visional por la verdad completa y definitiva. No debe
culparse de esto al alma hum ana, sino ai alma de aque­
llos sabios y de las naciones que adoptaron su doctri­
na. Al m antenerse en un grado necesario, pero inferior,
del proceso universal, esas naciones no pudieron im­
pedir el progreso histórico; pero ellas m ism as.queda­
ron fuera del movimiento progresivo de la hum anidad,
h u n d io s en bárbaro particularism o. El alma universal
las abandonó y fué a buscar en otras naciones ó rg a ­
nos espirituales para sus nuevas uniones con la esen­
cia divina. i
Gracias a sus sabios, poetas y artistas inspirados,
la Hélade com prendió y amó a lo Absoluto, no ya como
la N ada del budismo, sino como la Idea platónica y el
m undo .ideal, sistem a eterno de las verdades inteligi­
bles reflejadas en el m undo por las form as sensibles
de la Belleza. El idealismo helénico encerraba una gran
verdad, más positiva y completa que el nihilismo in­
dio, pero que todavía no era la verdad perfecta y de­
finitiva, puesto que el m undo ideal aparecía en ella
en su aspecto puram ente teórico y estético y era con^
tem plado fuera de la realidad y de la vida, o realizado
exclusivamente en laá formas superficiales de la belle­
za plástica. ,Si el m u n d o ideal es m ás verdadero que
el inundo material, no puede ser im potente frente a
éste, debe penetrarlo, vencerlo interiormente, regene-
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 371

rprlo. La luz inteligible del m undo superior debe tra n s­


fundirse en la vida moral y práctica dei m undo infe­
rior; la voluntad divina debe hacerse asi en la tierra
como en el cielo.
ES Verbo de Dios no es únicamente el sol de la
verdad que se refleja,en el turbio torrente de la vjda
natu ral; es, asimismo, el ángel bienhechor que des­
ciende al torrente para purificar las aguas, para des­
cubrir, bajo el lodo de las pasiones y la arena de los
errores hum anos, la fuente de aguas vivas que corren
en la eternidad. La sabiduría griega, como la de los
hindúes, quiso detenerse definitivamente en .el grado
de verdad que había alcanzado. La última palabra de
la sabiduría helénica —-la filosofía neoplatónica— in ­
sistió más que Platón aún en el carácter puram ente
teórico o contem plativo de la vida práfclica. Según
Plotino, el sabio verdadero debe m antenerse ajeno a
todo ñn práctico, a toda aqtividad, a todo interés so­
cial. Debe huir del mundo, elevarse prim ero por la
meditación abstracta hasta el m undo inteligible para
ser luego, estáticam ente absorbido por el abism o sin
nom bre de la unidad absoluta. El Proteo de los erro­
res hum anos es un ser idéntico en el fondo y su identi­
dad se manifiesta sobre todo en los resultados definí-
tivos de sistem as heterogéneos en apariencia. Y así,
la final absorción en ló Absoluto inefable del neopla­
tonismo sólo se distingue en el nombre del N irvana
btídico.
Si las dos grandes naciones arias se lim itaron en
último térm ino a esa revelación negativa de lo Absolu­
to, la revelación positiva se preparó un órgano nacio­
nal en el pueblo semítico de los Hebreos. La vida y In
historia religiosa de la hum anidad se concentraron en
ese pueblo único porque sólo él buscaba en lo A bso­
372 VLADIMIRO SOLOVIEF

luto al Dios vivo, al Dios de la historia. El porvenir


definitivo de la hum anidad fué preparado y revelado
en ese pueblo porque sólo él'veía en Dios, no solam en­
te a E l que es, sino tam bién a E l que será, Y hovah, el
Dios jdel porvenir. L a salvación ha venido de los judíos
y sólo de ellos podía venir, porque ellos fueron los úni­
cos que com prendieron la verdadera salvación, no como
-absorción en el N irvana en un suicidio moral y físico,
ni cómo abstracción del espíritu en la idea pura con
una contemplación teórica, sirio como santificación y
regeneración de todo et ser hum ano m ediante una a c ­
tividad vital, moral y religiosa, m ediante la fe y las
obras, la oración, el trabajo y la caridad.
M ientras los hindúes y helenos, detenidos en a s ­
pectos parciales de la divinidad a los que tom aban por
el todo, transform aban de este modo la verdad en
erro r, los hebreos recibían con su religión revelada
el germ en vivo de la esencia divina en su verdad com­
pleta y definitiva.
No es que esa esencia se les hubiera manifestado
sim ultáneam ente en toda su perfección absoluta; por
el contrario, sus m anifestaciones fueron graduales y
m uy im perfectas; pero, con'todo, reales y verdaderas.
No fueron reflejos distantes- y rayos dispersos de la
idea divina, que ilum inaran el espíritu de un sabio ais­
lado, sino m anifestaciones substanciales de la misma
Sabiduría divina producidas por la acción personal del
Verbo y del E spíritu Santo, que se dirigían a toda la
nación en su ser social. La sabiduría divina no sola­
mente penetraba la inteligencia de los israelitas, sino
que además se apoderaba de su corazón y de su alma,
y al mismo tiempo se les m anifestaba bajo formas sen­
sibles.
En el A ntiguo Testam ento vem os, en efecto, una
R U S I A Y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 373

doble serie de manifestaciones divinas : los fenómenos


de la conciencia subjetiva con que Dios habla al alm a
de sus justos, los patriarcas y profetas, y las apari­
ciones objetivas mediante las cuales el poder o la glo­
ria divi.nos (la shekhinah) se m ostraban a todo el pue
blo, fijándose en objetos m ateriales, como el altar de
5os sacrificios o el Arca cíe !a alianza.
Este doble proceso de la regeneración 'moral y las
teofanías exteriores tenía que lograr sú objeto; am ­
bas corrientes teogónicas debían encontrarse y coinci­
dir en la creación de un ser individual, absolutam ente
santo y puro en su alma y en su cuerpo, que pudiera
encarnar en sí a Dios, no tan sólo moralmente, sino
además físicam ente, y reunir en su ser a Jacob y a ia
piedra de Bethel, a Moisés y el Arca de la alianza, a
Salomón y a su Templo.
Todos, o casi todos, los pueblos han sustentado la
idea religiosa de una m ujer divina y un hom bre divi­
no, de una V irgen M adre y de un H ijo de D ios que
descendiera a la tierra para luchar contra las fuerzas
del mal, para sufrir y vencer. P ero no puede negarse
que tales ídeas universales recién tomaron cuerpo y se
hipostasíaron realmente en el seno del pueblo judío, en
las dos personas históricas de la V irgen M aría y Je­
sucristo. U n fenómeno único como éste supone, sin
duda, una historia única, una preparación o educación
especial en dicho pueblo. Ta! conclusión debería resul­
tar obligatoria para los mismos racionalistas. Y , en
efecto, fuera de los hechos m ilagrosos propiam ents
dichos, un hecho general distingue ¡a historia del pue­
blo de Israel en el terreno social y político, que le con­
fiere esencial superioridad sobre Jas dos grandes n a­
ciones que, por Su genio original y creador, parece­
374 VLADJMIRO SOLOVIEF.

rían haber sido llamadas a desem peñar preponderante


papel en los destinos hum anos.
Al paso que el desarrollo nacional de hindúes y he-
leños se cumplió por la vía crítica y revolucionaria,
llegando a resultados negativos, el desarrollo del pue­
blo hebreo se efectuó en general de m anera orgánica
o evolutiva y llegó a un resultado positivo de inm en­
so valor universal : el Cristianism o. P or un lado no
vemos más*que im ágenes truncas y desfiguradas del
hom bre trinitario o de la forma m esiánica; por otro,
encontram os los tres elementos reales del mesianismo
social en su relación normal v arm ónica, prefiguran­
do y preparando la aparición del verdadero Mesías
personal. En la India la casta sacerdotal de los brah­
manes, representantes de la tradición religiosa, del
pasado sacro e inviolable, queriendo conservar para
sí una dominación exclusiva, oprim ían la vida actual
con su implacable legalismo, suprim iendo toda posi­
bilidad de movimiento libre del espíritu y de progre­
so social. Pero los sacerdotes que pretenden gobernar
al m undo inmediatamente, sucumben sin remedio ante
una fatal alternativa : o gobernar realmente, entrando
en los detalles m ateriales de Ja actualidad profana ,y en-
(onces comprometen su prestigio religioso rebajando
su diginiüad sagrada, y concluyen -por perder su au­
toridad ante la masa y con ello todo poder o bifen, c o n ­
servando el poder inmediato en la sociedad, quieren
seguir siendo verdaderos sacerdotes, en cuyo caso pier­
den en su gobierno el sentido de la realidad, y no pu-
diendo satisfacer las legítim as necesidades de sus go­
bernados, arruinan la sociedad si ésta les permanece
fiei, o son destituidos y reemplazados por los elemen­
tos activos del pueblo.
En la India la casta sacerdotal hubo de ceder a la
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 375

clase guerrera (los K shatriyas) gran parte de su predo­


minio, pero conservando lo suficiente para detener él
libre desenvolvimiento de la vida nacional. E sta luch.i
se complicó a causa de la acción creciente del tercer or­
den social (3), los sabios, que, alejándose cada vez níás
de la doctrina ortodoxa y la disciplina tradicional, con­
cluyeron por entrar en antagonism o abierto con los
brahm anes. La clase militar o real se dividió en esta lu­
cha, pero concluyó tom ando partido por. los represen­
tantes del pasado, v los profetas hindúes, los sabios de!
Budismo, tras crueles persecuciones, fueron expulsa­
dos de la India, Si. por un lado, la sabiduría negativa-
del budism o, hostilmente opuesta al presente y al pa­
sado, no era más que hueca y estéril utopía, por otro
lado, el sacerdocio y la realeza, al coaligarse contra la
nueva corriente dei pensam iento y suprim irlo con la
violencia, privaron a la India de toda libertad y le q u i­
taron toda posibilidad de progreso histórico.A pesar
de la superioridad de la raza aria, a pesar de las g ran ­
des cualidades del genio nacional, la India ha perm a­
necido desde entonces como esclava impotente, entre­
gándose sin resistencia a todos los dueños que la pre­
tendieron.

(3) D icho se está que la división de las «castas» in d ias


es un fenóm eno local que no debe ser confundido con lo s tres
m inisterios dirigentes que existen en toda sociedad. (Los b u d istas
no rep resen taro n al «tercer orden social». Sabífts, ascetas,
m onjes aún m endicantes, los h u b o an tes que S h a k ia m u n i. L as
especulaciones sobre lo A bsoluto son la su stan cia m ism a de los
U p an ish ad s y no fueron e x tra ñ a s al m edio todavía m ás an tig u o
en que se red actaro n los B rah rn an a. O b ten er la liberación de
lo contingente, la unión con el P rincipio Suprem o, fueron obje­
tos propuestos a todo h om bre t3e espíritu en la In d ia, desde si­
glos 'precedentes al innovador no m b rad o .) (N. del T .)
376 VLAD1M1R0 SOLOVIEF

El origen da la cultura india está caracterizado por


el predom inio de la clase sacerdotal, representante del
pasado v de la común tradición. Los orígenes de la
H élade histórica se caracterizan, a!' contrario, por la
dominación de la parte activa de la sociedad, los
guerreros, hom bres de la fuerza que se establece,
que quiere m anifestarse, que acomete empresas. La
superioridad de este elemento social fué en un princi­
pio eminentemente favorable al progerso de todas las
actividades hum anas, pero la cristalización de la clase
m ilitar en las ciudades y Estados vino luego a conver­
tirse en un peligro y en obstáculo para el libre movi­
m iento del espírifu nacional, determ inando su tenden­
cia revolucionaria. Reducida la sociedad a un solo cuer­
po puram ente político, degenera necesariam ente en
estado despótico, cualquiera sea por los demás su for­
ma de gobierno, Los hombres del presente, los hom­
bres prácticos que gobiernan los Estados absolutos
(R epúblicas o M onarquías), no creen -en el pasado y
temen al porvenir. Con todo, aunque faltos de verda­
dera piedad y de verdadera fe, admiten como inofen­
sivos y hasta útiles a los representantes de la tradición
religiosa, a condición de que éstos perm anezcan inac­
tivos. Conceden sitio de honor al sacerdote oficial, por
un lado, para dom inar a la ciega m uchedum bre, y por
otro, para servir de complemento decorativo al edificio
del Estado om nipotente. Pero miran con odio im pla­
cable a todo movimiento religioso libre y espontáneo,
a todo cuanto abra al alm a hum ana nuevos horizontes,
a todo lo que puede conducir a la hum anidad a su por­
venir ideal.
El gobierno ateniense, por democrático que fuese,
debía por fuerza desterrar a A naxágoras y envenenar
a Sócrates en nom bre de la Patria, es decir, del Estado
R U S I A Y LA I G LES I A UNIVERSAL 377

absoluto. En tales condiciones al movimiento progro


sivo del pensam iento'religioso y filosófico se ve condi’
cido fatalm ente a romper con los poderes del presente
y la tradición del pasado, con el Estado y la religión d p
Estado. E! pensam iento se torna cosmopolita, y si S ó ­
crates y Platón despreciaban a la democracia atenien­
se, Aristóteles desprecia todas las constituciones re­
publicanas de las ciudades griegas, prefiriéndoles la
M onarquía sem ibárbara de los macedonios; y, final­
mente, los filósofos cínicos y estoicos rechazan toda
idea de patria y de Estado, proclam ándose ajenos a
todo interés público. L a independencia y la organiza­
ción políticas de la Hélade fueron destruidas por la fi­
losofía y la religión filosófica, que nada crearon para
reemplazar a la patria en ruinas.
E l antagonism o entre las actualidad nacional, re­
presentada por las R epúblicas griegas, y el pensam ien­
to superior, el porvenir de la nación, representado por
el idealismo g rie g o ; esta lucha entre el Estado y la fi­
losofía fué fatal a uno y, a otro. El Estado perdió con
ello su, razón de ser; el ideal de los sabios careció de
aplicación concreta y viva. El Estado, que quiso apo­
yarse exclusivamente en la fuerza, pereció por la fu e r­
za, y la sabiduría, por desdeñar en exceso la realidad,
.se redujo a ser ideal abstracto e im potente. Y era justo
que así sucediese. Que la vida nacional de los griegos,
como la de los hindúes, hubiera logrado más positivo
resultado, era no solamente imposible, sino además
no deseable. Puesto que las dos ideas más elevadas
que inspiraron el genio de am bas naciones —el pesi­
mismo indio con su N irvana y el idealismo griego T>n
su absorción en lo absoluto— no encerraban una ni
otra la verdad definitiva, tampoco podían ni de­
bían recibir realización arm ónica duradera. U n pe­
378 VLADIMIRO SOLOVIEF'

simismo nihilista que creara una organización social


y un idealismo contem plativo como poder'que dism i­
nuyera la actualidad, s.erían contradicciones in adjecto.
Y si a pesar de esta contradicción intrínseca las dos
ideas nacionales imperfectas se hubieran fijado y e te r­
nizado en virtud de un equilibrio exterior de las fuerzas
sociales, la hum anidad no habria ganado nada co.i
(.lío; en lugar de una C hina habrían existido tres.
Si la historia de los hebreos ha presentado diferen­
te carácter y dado otros frutos, es porque la vida n a ­
cional de Israel se fundaba en” un principio religioso
completo y capaz de desarrollo orgánico. Aquél se ma­
nifestó en la form a trinitaria de la teocracia judía en
que los tres poderes sociales, desenvolviéndose en la
arm onía de una relación .normal, prefiguraban y pre­
paraban el R einado del Mesías verdadero. No olvida­
mos ni las infidelidades del pueblo judío ni sus repe­
tidos esfuerzos para destruir la im agen trinitaria de
la teocracia mosaica. Bien sabemos que el rey Saúl
m ató a los sacerdotes de Jehová en Nobe, y que los re­
yes posteriores, tanto en Sam aría como en Jerusalén,
persiguieron e hicieron perecer a los verdaderos pro­
fetas. Pero estos hechos demasiado ciertos no han de
im pedirnos reconocer tres verdades históricas incon-
. testables : 1.* Que la idea de la teocracia trinitaria, es
decir la cooperación orgánica y la arm onía moral en­
tres los poderes dirigentes de la sociedad completa,
idea totalm ente ajena a hindúes y helenos, estuvo siem ­
pre presénte a la conciencia de Israel. 2,°' Que esa idea,
en los m omentos más solemnes de la historia judaica,
. tom aba cuerpo y se realizaba efectivamente. 3.a Que
los representantes del progreso nacional, los hom bres
del porvenir, los que hacían la historia, en una pala­
bra, los profetas, nunca tomaron la vía revolucionaria
R U S I A Y LA I GL E S I A . U N I V E R S A L 379

puraj y sin dejar de fustigar con su palabra inspirada


los abusos de los sacerdotes y los príncipes nacionales,
nunca atacaron en principio al sacerdocio de A arón ni
á la M onarquía de David.
Moisés, el más grande de los profetas, no se arro­
gó el poder sacerdotal, que dejó a Aarón ni el mando
m ilitar, que confirió a Josué. Tam poco pretendía ejer­
cer exclusivamente el poder profético, que comunicó
a los setenta representantes del pueblo m anifestando
deseos de que todos los israelitas pudieran recibir el
don de profecía. Tam bién D avid, el rey teocrático por
excelencia, fué el restaurador y defensor del sacerdo­
cio ; nada hacía sin consultar el oráculo infalible (de
los U ritn y Thum m im ) vinculado al sumo sacerdote,
y al mismo tiempo, aunque profeta él mismo por d
don que le asistía, se inclinaba ante la autoridad m ora 1
del profetism o público. La historia teocrática del A n ­
tiguo Testam ento llega a su m omento culm inante — la
diferenciación acabada y la perfecta concordancia d?
los tres poderes— cuando hacia el fin del reinado de
David su hijo Salomón fué elevado al trono y ungido
rey por el sum o sacerdote Sadoc y el profeta N athan.
Y cuando después de los yerros y desfallecimientos de
los reyes de Judá y de sus rivales de Efraim , la gente
escogida del pueblo, aleccionada por la ruina de Sa­
m aría y de Jerusalem , por la cautividad de Nínive y
Babilonia, volvió a la tierra santa para restablecer la
sociedad de Jehová, bajo la protección persa, vemos
al profeta Zacarías insistir sobre la fórm ula trinitaria
de la teocracia restablecida, en la solidaridad y la a r ­
m onía entre el sacerdocio en la persona de Josué, hijo
de Joasedek, y el principado tem poral en la persona
de Zorobabel, hijo de Satathiel, dos poderes cuyo lazo
viviente y conciliador inspirado era él, el profeta.
380 VLAD1M1RO S O L O V I E F '

Los hijos de Israel nunca han olvidado que la so»


ciedad es ei cuerpo del H om bre perfecto, y que éste es
necesariamente trinitario : sacerdote del Altísimo, rey
de ¡a tierra y profeta de la unión divino-hum ana. Ese
pueblo singular anticipaba y preparaba el advenim ien­
to del Llombre Dios, no solamente con las intuiciones
de sus videntes, sino tam bíén con su constitución so­
cial y con el hecho mismo de su teocracia trinitaria.
Es sabido que entre los hebreos la unción sagrada
de los soberanos era común atributo de los pontífices,
de los reyes y'de los profetas, de m anera que el U ngido
por excelencia (el Mesías o Cristo) debía reunir en sí
los tres poderes. Y en efecto : El se manifestó como
Pontífice o sacrificador absolutam ente puro y santo,
ofreciendo al P ad re celestial el sacrificio completo de
su h u m an id ad ; como verdadero R ey del m undo y de
la naturaleza m aterial, a los que con su resurrección
sustrajo a la ley de la m uerte y conquistó para la vida
eterna; como Profeta perfecto, por último, indicando
a los hombres, a] ascender a los cielos, el fin absoluto
de su existencia y procurándoles, al enviar al Espíritu
Santo y fundar la Iglesia, las fuerzas y los medios ne­
cesarios para alcanzar dicho fin.
5Í.. S o b e r a n ía a b s o l u t a d e C r is t o . T r in id a d s o c ia l ,

SACERDOCIO Y PATERNIDAD.

. i \ s í como Dios posee, en la T rinidad de sus hipós­


tasis, la absoluta plenitud de sus substancia divina, su
cuerpo celeste o su sabiduría esencial, de igual modo
el H om bre Dios, en la trinidad de sus poderes mesiáni-
cos, posee completamente a la Iglesia U niversal, su
cuerpo divino-hum ano, celeste y terrestre a la vez, la
Esposa perfecta del Verbo encarnado. «Se me ha dado
todo poder en los cielos y sobre la tierra.» Este poder
i universal no es la om nipotencia divina que pertenecía
eternam ente al Verbo, y por consiguiente, no podía
serle d a d a ; .es el poder mesiánico del H om bre Dios,
poder que no se refiere al universo extradivino como
tal, sino al universo reunido con Dios, que coopera con
El y encarna en el tiempo Su esencia eterna. Si la ple­
nitud de dicho poder pertenece de derecho a Cristo
y sólo a El —puesto que sólo El ha podido merecer­
lo— , el ejercicio del poder divino-hum ano exige la
sumisión y la cooperación viva de la hum anidad m is­
ma. Luego, la acción de Cristo se ve condicionada por
el desenvolvimiento progresivo de la hum anidad gra­
dualmente atraída hacía la esfera divino-humana, ast*
382 VLADIMIRO SOLOVIEF

milada al cuerpo místico de Cristo, transform ada en


Iglesia U niversal.
Si Dios, si Cristo crucificado quisiera imponer a los
hombres su verdad y su voluntad en form a inm ediati
y sobren atu ral; si El quisiera salvar por fuerza al m un­
do, habría podido hacerlo, sin duda. Como antes de
su glorificación, habría podido pedir al Padre celestial
que enviara una legión de ángeles para defenderlo con­
tra los agentes de Caifás y los soldados de Piiatos. En
ese caso pronto habría conciuído la historia del m un­
do, pero en cSmbio no habría logrado su objeto; no
habría existido la libree cooperación del hom bre con
D ios; no habría habido verdadera unión ni conjunción
perfecta entre la criatura y el Creador, y la misma hu­
m anidad, perdido su libre albedrío, habría quedado
asim ilada al m undo físico.
Pero ei Verbo divino no se encarnó en la tierra para
dar la razón al m aterialism o. Después de su encarna­
ción ha subsistido la libertad hum ana, y la Iglesia
Universal tiene historia. Era necesario que Cristo, ele­
vado a los cielos, gobernara la Iglesia por intermedio
de ministros hum anos en quienes hubiese delegado la
plenitud moral y jurídica de los tres poderes mesiáni-
cos, sin comunicarles empero la eficacia inm ediata de
su om nipotencia, lo que habría trabado la libertad de
los hombres. Sabemos, en efecto, que Cristo, al fun­
dar la Iglesia, le delegó sus poderes, y mediante esta
delegación observó lo que podemos denom inar ía ra­
zó n de la T rin ida d : ratio Trinitatis.
L a T rinidad de Dios es la evolución de la unidad
absoluta que contiene en sí la plenitud del ser y se des­
pliega en los tres modos hipostasiados de la existencia
divina. Sabemos que la unidad absoluta en Ja T rinidad
está salvaguardada, prim ero, por la prim acía ontológi-
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 383

ca de la prim era hipóstasis, que es causa original o


principio de las otras dos, pero no viceversa; segundo,
por Sa consubstancialidad de las tres, que las hace in d i­
visibles en cuanto al ser, y tercero, por su perfecta so­
lidaridad, que no les perm ite obrar separadam ente. La
trinidad social de la Iglesia U niversal es evolución de
la m onarquía eclesiástica, que contiene en sí toda la
plenitud de los poderes mesiánicos desplegados en las
tres formas de la soberanía cristiana. Así como en la
D ivinidad, la unidad de la Iglesia Universal está sal­
vaguardada, primero, por la prim acía absoluta del pri­
mero de los tres poderes : el Pontificado, que es la
única soberanía directa e inm ediatam ente instituida por
Dios, y por ende, desde el punto de vista del derecho,
es la causa y condición necesaria de los otros d o s ; se­
gundo, por la com unidad esencial de dichos tres p o ­
deres, en cuanto se encuentran contenidos en el mismo
cuerpo de Cristo, participando de la misma substancia
religiosa, la misma fe, la misma tradición, los mismos
sacramentos, y tercero, por la solidaridad moral o co­
m unidad de objeto, que debe ser, para los tres, el ad­
venimiento del reino de Dios, la manifestación perfec­
ta de la Iglesia U niversal.
La com unidad religiosa y la solidaridad moral de
los tres_ poderes soberanos bajo el prim ado absoluto
del pontificado universal, constituye la ley suprem a,
el ideal definitivo de la C ristiandad social. Pero si en
Dios la forma de la unidad trinitaria existe actualm en­
te de' toda eternidad, en la Iglesia sólo se realiza g r a ­
dualm ente. De ahí que haya, no solamente diferencia
pero hasta cierto contraste entre la T rinidad divina y
la T rinidad social. El dato prim itivo de la existencia
divina es la unidad absoluta, cuyo despliegue inmedia­
to, perfecto y por ende eterno, es !a T rinidad. P o r el
384 VLADIM IRO SOLOVIEF

contrario, el dato prim itivo de la Iglesia es la plurali­


dad indeterm inada de la hum anidad natural caída. En
el ser divino la T rinidad es la forma en que se extiende
y despliega la unidad absoluta y positiva. En el ser
social del género hum ano, la T rinidad es la forma en
que la pluralidad indeterm inada de elementos particu­
lares queda reducida a unidad sintética. De tal m an e­
ra, el desenvolvimiento de la Iglesia es un proceso de
unificación, en relación, idealmente fija pero en reali­
dad variable, entre la unidad de derecho y la prurali-
dad de hecho, lo cual supone dos operaciones principa­
les : la centralización graduada del cuerpo eclesiástico
y ia acción unificante y sintética de la Iglesia centrali­
zada, tendiente a incorporarse la hum anidad entera.
Las hipóstasis de la T rinidad divina son absoluta­
mente simples en sí mismas, y su relación trinitaria es
perfectam ente pura e inmediata. Los poderes sobera­
nos de la sociedad trinitaria o Iglesia U niversal no son
simples, ni en sí mismos ni en las condiciones de su
realización. No son simples en sí mismos, porque no
son más que centros relativos de un todo colectivo. El
modo de su realización es complicado, no sólo por la
pluralidad indeterm inada del medio hum ano en que
deben manifestarse, sino tam bién por el hecho de qus
la revelación m esiánica perfecta encuentra en la, hum a­
nidad natural ensayos más o menos logrados de uni­
ficación parcial, sobre los que debe injertarse la obra
unificante de la Iglesia. Si esto facilita m aterialm en­
te la operación divim >hum ana, al mismo tiempo lé co­
m unica un carácter menos puro, menos regular y arm ó­
nico. El caos, sólo recubierto por la creación física,
afirm a siempre sus derechos en la historia de la hum a­
nidad natural, tanto como en la de la religión y la
Iglesia,
R U S I A y LA IG LE S IA UNIVERSAL 335

El objeto de la obra divi no-hum ana es salvar a to­


dos los hombres igualmente, transform ar a todo este
mundo en un sacerdocio real y profético, en una so­
ciedad de Dios e,n que los hom bres se hallen vincula­
dos inm ediatam ente con Cristo y no tengan necesidad
de sol —es decir, de pontificado especial—, ni de luna

—es decir, de soberano especial— , ni de estrellas ( 1),
es de^ir, dei profetismo considerado como función p ú ­
blica. Pero no basta afiím ar dicho objeto para que ya
quede logrado. Es demasiado evidente que el común
de los hom bres no posee individual y subjetivam ente
la piedad, la justicia y la sabiduría necesarias para en­
trar en inm ediata relación con la divinidad, para con­
ferir a cada uno la calidad de sacerdote, rey y profeta.
Necesita, por consiguiente, que esos tres atributos me-
siánícos se objetiven y organicen en la vida social y
pública, que se establezca en el organism o universal
una diferenciación determ inada, para que Cristo cuen­
te con órganos específicos de su acción sacerdotal, real
y profética.
Ai pie del Sinaí el pueblo de Israel dijo a Moisés :
«No podemos sufrir la presencia de Jehová; m oriría­
mos todos. L lé g a te tú y oye todas las cosas que te di­
jere el Señor Dios nuestro y nos las d irá s ; tú serás m e ­
diador entre nosotros y el A ltís im o para que poda­
m o s vivir». Y el Señor dijo a Moisés : i<He oído la voz
de las palabras que te ha dicho este p ueblo; bien han
hablado en todo.» (Deut, passim, y V. 27, 28.) Y por
orden de Jehová no solamente M oisés sirvió en per­
sona de m ediador entre la D ivinidad y ei pueblo, s i n n
que, además, declarando que el pueblo había sido lia

(1) Alusión a Apoc, X X I, 23.


VÍADIM 1RÓ SÓLÓVIÉF'

mado a ser m a lk h u th koha nim (reino sacerdotal,


Exod., X IX , 6 ), instituyó, segúp hemos visto, los
tres poderes m ediante los cuales Jehová debía ejer­
cer su acción social en Israel. El mediador hum ano dT
A ntiguo Testam ento prefiguraba así al mediador divi­
no-hum ano de la N ueva Alianza.
A unque Jesucristo anunció el Reino de los Cielos
que está dentro de nosotros, la gracia y la verdad, .aun
cuando proclamó la unidad perfecta, unidad del amor
y la libertad, como ley suprem a de su Iglesia, sin em­
bargo, procedió por vía de elección para organizar el
cuerpo eclesiástico y darle un órgano central. Todos
deben ser perfectam ente iguales, todos deben ser uno,
y, sin embargo, sólo a doce apóstoles fué delegado el
poder de Cristo, así como de entre los doce solamente a
uno fué conferido dicho poder en form a completa y
absoluta.
Sabemos que el principio de la existencia caótica
y extradivina se m anifiesta, en la vida hum ana natu­
ral, por la sucesión indeterm inada de las generaciones,
en cuya virtud la actualidad se apresura a suplantar al
pasado para ser a su vez suplantada de continuo por
un p orven ir ¡1usorio y efímero. C u a n d o los hijos pa­
rricidas llegan a ser padres no pueden sino engendrar
otra generación de parricidas, y así indefinidamente.
T al es la mala ley de la vida m ortal. P ara regenerar
la hum anidad, para darle la vida verdadera, era, pues,
necesario ante todo fijar el pasado hum ano organi­
zando una paternidad perm anente. La sociedad p u ­
ram ente hum ana asigna ya a la 'paternidad transito­
ria de la vida natural tres funciones distintas : el pa­
dre produce y sostiene la existencia del H ijo engen­
drándolo, proveyendo a sus necesidades m ateriales;
dirige el desarrollo moral e intelectual del adolescen­
RUSIA Y LA ÍG LESÍÁ ÜNÍYÉRSAL m

te, lo educa, y, por último, pasa a constituir para


el hijo adulto la memoria viviente y venerable de
su pasado. La prim er relación es, para el hijo la de
completa dependencia; la segunda impone al adoles­
cente el deber de la obediencia; la tercera sólo exigí
la piedad filial, sentimiento de libre veneración y am is­
tad recíproca. Si en la vida de fam ilia la paternidad
se manifiesta sucesivamente bajo esos tres aspectos,
en la vida social regenerada de la hum anidad entera
los reviste sim ultáneam ente. Porque siempre hay in d i­
viduos y pueblos que todavía han menester ser engen­
drados a la vida espiritual y recibir el alim ento reli­
gioso elem ental; hay pueblos e individuos que viven
en la infancia moral e intelectual; otros que, en cada
época, deben desenvolver como adolescentes sus fu e r­
zas y facultades espirituales con cierta lib e rta d ; pero
necesitan, con todo, ser vigilados de continuo y d iri­
gidos por el buen camino por la autoridad paterna,
que se manifiesta particularm ente, en este grado, como
autoridad pedagógica y docente. P o r último, siempre
hay, si no pueblos enteros, al menos individuos qu,-*
han llegado a la m adurez del espíritu ; la veneración
y el a m o r filial hacia la paternidad espiritual so n tan ■
to más grandes en ellos cuanto más conscientes y li­
bres son.
Desde otro punto de vista, existe necesariamente
una gradación jerárquica en la paternidad espiritual
según la extensión?, de las unidades sociales que com­
prende. La Iglesia, s eg ún sabemos, es la hum anidad
natural transubstanciada. Pero la hum anidad natural
está constituida según la analogía de un cuerpo físico
vivo. Este es una unidad compleja form ada por u n i­
dades relativamente simples de grados diferentes, en
relaciones complicadas de subordinación y coordina-
388 VLADIMIRO SOLOVIEF

cióji. Los grados principales de esta jerarquia física


son tres. El grado inferior está representado por las
unidades relativam ente simples, órganos elementales o
elementos orgánicos del cuerpo., En el grado medio
hallarnos los miembros del cuerpo 7 los órganos pro­
piam ente dichos, que son más o menos compuestos.
Por último, todos estos miembros y órganos están su b ­
ordinados a la unidad del cuerpo entero regido por
un órgano central. De igual modo en el cuerpo polí­
tico de la hum anidad natural que debía ser regenera­
do por el cristianism o, las unidades sociales relativa­
mente simples, tribus, clanes, comunas rurales, pe­
queñas ciudades, eran reunidas en colectividades com­
puestas, más o menos subdivididas, naciones más o
menos desarrolladas, provincias 'm ás o menos exten­
sas ; y, por último, todas las provincias y naciones sp
reunían en la m onarquía universal, gobernada por un
órgano social tínico, la ciudad de Rom a, ciudad qu?
concentraba en sí al universo entero, que. era a la vez
urbs et orbis.
E sta fué la organización que tuvo que transubstan-
ciar el cristianism o. El cuerpo de la hum anidad his­
tórica tuvo que ser regenerado en todas sus partes se­
gún el orden de su composición. Y puesto que Cristo
puso como base de la regeneración una paternidad es­
piritual, ésta debía constituirse según las diferencias
dadas de la articulación social. Hubo, pues, tres p rin ­
cipales grados en la paternidad espiritual o 1sacerdocio :
cada unidad social elemental, cada comuna irahsubs-
tanciada en Iglesia recibió un padre espiritual, un
sacerdote; y todos los sacerdotes en conjunto form a­
ron el clero inferior o sacerdocio propiam ente dicho.
Las provincias del Im perio, transubsíanciadas en epar.
quías o diócesis de diferentes órdenes, form aron cada
RUSIA y LA I G L E S I A UNIVERSAL 389

cual una gran fam ilia con el padre común en la p e r­


sona del «archíereus» u obispo, padre inmediato de los
sacerdotes a él subordinados y, m ediante ellos, de toda
la cristiandad de su diócesis.
Pero todas las sociedades espirituales del orden re­
presentado por el episcopado (iglesias particulares dé
las ciudades, provincias y naciones gobernadas por
pontífices de todas las dignidades : sim ples obispos,
arzobispos, m etropolitanos, prim ados o patriarcas) no
son más que .miembros de la Iglesia U niversal, que
debe m anifestarse distintam ente como unidad superior
que los comprende a todos. No basta la simple yuxta­
posición de partes, en efecto, para constituir un cuer­
po vivo. Este requiere una unidad formal o form a
substancial que contenga actu y de m anera determí ■
nada todas las unidades particulares, los elementos y
órganos con que está compuesto el cuerpo. Y si las
fam ilias espirituaies particulares en que se reparte la
hum anidad han de formar realmente una sola fam i­
lia cristiana, una sola Iglesia Universal, deben estar
som etidas a una común paternidad que presida a to­
das las naciones cristianas. Afirm ar que, en realidad,
no hay más que iglesias nacionales, es afirm ar que
los miembros del cuerpo existen en sí y para sí y que
el cuerpo mismo carece de realidad. Em pero Cristo
no fundó inm ediatam ente ninguna Iglesia p a rtic u la r;
Jas creó a todas en la real unidad de la Iglesia U niver­
sal, que confió a Pedro, representante superior y ú n i­
co de’ la paternidad divina respecto de toda la familia
de ios hijos del hombre.
No en vano Jesucristo refirió especialmente a la
primera hipóstasis divina, al P adre celestial, el acto
divino-hum áno que hizo de Sim ón bar Joña el prim er
padre social de la fam ilia hum ana entera y el infalible
VLAD1M1R0 SO LOVIEF

m aestre de escuela de la hum anidad. «No te io reveló


earne ni sangre, sino mi Padre, que está en los cie­
los.» La Santísim a T rinidad en su acción ad extra es
tan indivisible como en su vi'da interior. Si San P e ­
dro fué inspirado por Dios, lo fué tanto por Dios H ijo
y Dios Espíritu Santo como por Dios Padre. Y puesto
que de inspiración se trata, podría parecer más justo
m encionar especialmente al E spíritu Santo, que habló
por los profetas. P ero aquí precisam ente es donde ve­
mos la razón divina que ha determ inado cada pala­
bra de Cristo y el sentido universal de su discurso a
Pedro, Porque no se trataba de establecer si, en ese
«aso particular, Simón había estado inspirado por lo
alto (lo cual podía ocurrir tanto para él como para
cualquiera de sus colegas), sino de inaugurar en su
favor la institución tínica de la paternidad universal en
la Iglesia, imagen y órgano de la paternidad divina;
y al Padre celestial es a Quien, por excelencia, debía
ser referida la razón y sanción suprem as de esa insti­
tución.
Penoso es dejar el aire puro de los montes de G a­
lilea para afrontar los miasmas del Mar M uerto. Nues­
tros polemistas anticatólicos, si bien adm iten que las
iglesias parroquiales y diocesana necesitan sacerdotes
y obispos, padres visibles, órganos hum anos de la pa­
ternidad divina, no quieren oír hablar de un padre
común para toda la Iglesia U niversa!; Jesucristo es
el único jefe de la Iglesia, dicen. N ada, sin embargo,
impide que una parroquia y una diócesis estén g o b e r­
nadas por un m inistro visible, y todo ortodoxo reco­
noce sin dificultad en cada obispo y en cada sacerdote
a un vicario de Jesucristo; pero m otejan de blasfemos
? los católicos cuando dan ese nombre al primero de
Tos patriarcas, al sucesor de San Pedro, Pero, ¿reco ­
R U S I A Y LA IGLESIA U NI VERSAL 391

nocen realmente a Jesucristo, estos particularistas or­


todoxos, como Jefe de la Iglesia? Si fuera de verdad
para ellos el Jefe soberano, obedecerían a su palabra.
¿ Acaso para obedecer al M aestro se sublevan contra
el intendente que El mismo nom bró? P o r cierto, per­
miten que Cristo, en tal o cual parte de su reino visi­
ble, actúe por medio de m in istro s; pero creen eviden­
temente que ha traspasado los límites de su poder y
abusado de su derecho al dar a Pedro las llaves del
R eino entero. No otra cosa sería si cualquier súbdito
inglés, concediendo a la Em peratriz de las Indias el
poder de nom brar un gobernador en M adrás y un
juez de paz en Bombay, le discutiera el derecho de
nom brar el virrey de Calcuta.
Pero, podría decirse, la Iglesia U niversal en su to­
talidad trasciende los límites de la hum anidad terres­
tre, abraza a los santos del paraíso, las alm as del pu r­
gatorio y —añade K hom iakoff— las alm as de los que
no han nacido. No creemos que el P apa pretenda m a­
yorm ente extender su poder sobre las alm as que aún
no han nacido. H ablando en serio, no es la Iglesia
U niversal en su totalidad absoluta y eterna la que está
en cuestión, sino su totalidad relativa y tem poral, la
Iglesia visible en cada momento dado de su existencia
histórica. P a ra la Iglesia, como para el hom bre indi­
viduo, hay la totalidad invisible o alm a, y la totalidad
visible o cuerpo. El alma hum ana rebasa los límites de
la existencia terrestre, sobrevive al org'anismo físico, y,
en el m undo de los espíritus, piensa y obra sin la me­
diación del cerebro m aterial; pero si alguno pretendie­
ra concluir por ello que tam bién en su existencia te­
rrestre puede el hom bre obrar ipin cerebro, tal conclu-
sión sólo seria aceptable respecto de quien así razo­
nara.
392 VLADIM IRO SOLOVIEF.

Todavfa hay otra m anera de eludir con un razona­


miento general la necesidad de la paternidad universal.
Puesto que el principio paterno representa la tradición,
la memoria del pasado, se cree que basta a la iglesia,
para contar con la paternidad espiritual verdadera, con­
servar la tradición, y la memoria de su pasado. Desde
este punto de vista, la paternidad espiritual estaría re­
presentada únicam ente por los grandes antepasados di­
funtos de la sociedad religiosa, los padres de la Igle­
sia. Pero, ¿ por qué no extender tal razonamiento a las
iglesias particulares ? ¿ Por qué los fieles de una parro­
quia no se contentan, en m ateria de paternidad espiri­
tual, con los recuerdos históricos concernientes a los
primeros fundadores de su iglesia parroquial ? ¿ P or
qué necesitan, además, un padre espiritual vivo, un
cura perm anente ? Y ¿ por qué los habitantes de Moscú
no se satisfacen plenam ente con tener una tradición
sagra y el piadoso recuerdo de los prim eros jefes de su
Iglesia, los santos m etropolitanos P edro y Alejo, por
qué además quieren tener consigo un obispo vivo, re­
presentante perpetuo de esa antigua tradición ?
R elegar la paternidad espiritual de la Iglesia aí p a­
usado q&e s á t e ésrÁfite «íw /«cr­
ina ideal para nosotros, es desconocer la esencia m is­
ma, la razón de ser de aquélla. Más prudentes eran los
antepasados bárbaros de la hum anidad; ellos recono­
cían la supervivencia de los antepasados y aun hacían
de ella el principal objeto de su culto; pero, a fin d^
m antener a éste continuam ente, exigían que el ante­
pasado muerto tuviera siempre un sucesor vivo, alma
de la familia, sacerdote, sacrificador, intermediario per­
m anente entre la divinidad invisible y la vida actual.
Sin un solo padre común a toda la fam ilia hum ana,
■la vida terrestre de los hijos de Adán estará librada «’
RUSIA Y LA IG LESIA UNIVERSAL 393

todas las divisiones y la unidad no tendrá aquí abajo


más que una existencia ideal. L a unidad real quedaría
relegada a los cielos como la mítica Astrea, y el Caos
reinaría sobre la tierra. El objeto del cristianism o no
sería alcanzado. Porque el 'Verbo se hizo carne para
unificar el m undo inferior, para sacar a la tierra del
caos y vincularla con los cielos. P a ra fundar una Igle­
sia invisible, el Cristo docético de la gnosis, el Cristo
fantasm a, sería más que suficiente.
Pero el Cristo real fundó una Iglesia real sobre la
tierra y le dió por base una paternidad perm anente,
universalm ente distribuida en todas las partes dei or­
ganism o social, pero realm ente concentrada para el
cuerpo entero én la persona del padre común de todos
los fieles, el Pontífice suprem o, el anciano o sacerdote
por excelencia : el P apa.
El Papa, como tal, es inmediatamente padre de to­
dos los obispos y, m ediante ellos, de todos los sacer­
dotes; él es así padre c!e los padres. Y es de tradición
constante que el P apa es el único obispo que, desde los
más antiguos tiempos, haya sido llamado por los d e ­
más obispos no solamente «hermano», sino tam bién
«pacfre». Y no se trataba de o ifspos aisfados que re­
conocieron su autoridad paternal sobre ellos, sino de
asam bleas de todo el episcopado, tan imponentes, por
ejemplo, como el concilio de Calcedonia. Pero esta pa­
ternidad del P ap a para con la Iglesia docente o el cle­
ro no es su paternidad absoluta. Bajo ciertos respectos
no solamente los obispos, sino tam bién los sacerdotes,,
son iguales al P apa. E ste no lleva ninguna ventaja
esencial a un sim ple sacerdote en el m inisterio de los
sacramentos, excepto el del O rden, y, con relación a
éste, el P apa no tiene privilegio alguno sobre los otros
obispos. P o r esto el P ap a llama a los obispos no so­
394 VLADIMJRO SOLO VIEF

lamente sus hijos, sino tam bién sus herm anos, y ha


sido igualm ente llamado herm ano por ellos.
De esta m anera, en los límites de la Iglesia propia­
mente dicha, el P a p a tiene sólo una paternidad relati­
va y sin analogía completa con la paternidad divina.
El carácter esencial de ésta es que el Padre lo es de ma­
nera absolutam ente única, que sólo El es Padre, y que
el H ijo y el E spíritu, aunque participan de la divini­
dad, en modo alguno y erv ninguna m edida participan
de la paternidad divina. Pero los obispos y sacerdotes
(toda la Iglesia docente) participan más o menos de la
paternidad espiritual del P apa. En el fondo, dicha pa­
ternidad espiritual o poder sacerdotal no es en el P ap a
algo esencialmente diferente del poder análogo de los
obispos. El papado es la plenitud absoluta del poder
episcopal, así como éste es la plenitud relativa del po­
der de los sacerdotes.
s

X I. R ea leza y F il ia c ió n . P r o f e t is m o . L o s t r e s sa ­
cram entos DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.

K segundo poder social que debe engendrar el P a ­


l

pado, a sem ejanza de la paternidad divina, no es el de


los obispos, que tam bién son padres, sino un poder
esencialmente filial, cuyo representante ya no es padre
espiritual en form a alguna y bajo ningún respecto, así
como en la T rinidad el H ijo eterno es absolutam ente
H ijo y no posee la paternidad en ningún sentido. El
segundo poder mesiánico es la Realeza cristiana.
El príncipe cristiano, rey, em perador u otro cual­
quiera, es por excelencia el H ijo espiritual del Sum o
Pontífice. Si la unidad del Estado se concentra y rea­
liza en el Sum o Pontífice y si existe un vínculo de filia­
ción entre el Estado cristiano como tal y la Iglesia, tal
vínculo debe existir realmente y, por decir así, hipos-
táticam ente, entre el jefe del Estado y el jefe de la Ig le­
sia. Toca a la ciencia histórica exam inar en el pasado
y a la política oportunista determ inar para el presen­
te, las relaciones entre la Iglesia y el Estado pagano.
Pero si se trata del Estado cristiano, es indiscutible que
éste representa el segundo poder mesiánico, la Realeza
de Cristo, y que, como tal, es engendrado (en princi-
}
396 VLADIM IRO SOLOVIEF

pío) por el prim er poder mesiánico, la paternidad uni­


versal.
L a misión positiva del Estado cristiano es encar­
nar en el orden social y político los principios de la
verdadera religión. Estos principios son representados
y conservados por la Iglesia (en el sentido estricto de
la palabra), sociedad religiosa que tiene por base la pa­
ternidad espiritual concentrada en el P apa, organizada
en el episcopado y sacerdocio y piadosam ente recono­
cida por el cuerpo de los fieles. L a Iglesia, en este sen­
tido, es el hecho religioso fundam ental y el únic'o ca-
mino de salvación que Cristo ha abierto a la hum ani­
dad. Pero Cristo, ni en su obra ni en su persona, se­
para el camino de la verdad ni de la vida. Y si para
nosotros la verdad está basada en la doctrina de la Igle­
sia y la vida espiritual en sus sacram entos, no debe ol­
vidarse que los fundam entos no existen para sí m is­
mos, sino para el edificio completo. L a religión verda­
dera y viva no es una especialidad, un dominio sepa­
rado, un sitio aparte en la existencia hum ana. Reve­
lación directa de lo absoluto, la religión no puede ser
sólo a lg o ; o es todo o no es nada. Si se la reconoce debe
aceptársela como suprem o principio dirigente en todas
las esferas de la vida intelectual y práctica, y subordi­
narle todos Jos intereses políticos'y sociales.
Porque Cristo es no solamente sacerdote, sino tam ­
bién R ey, y su Iglesia debe unir al carácter sacerdotal
1a dignidad real. Así como reconcilia con Dios, m e­
diante el sacrificio perpetuo, a la naturaleza hum ana
viciada, y regenera y eleva a los hom bres con el m inis­
terio de la paternidad espiritual, la Iglesia debe pro­
bar, además, la fecundidad de ésa paternidad asocian­
do a Dios la vida colectiva entera.
P ara salvar al m undo que. «está puesto en el m a­
R U S IA Y LA IG LESIA U N IV E R S A L

ligno» (Joa., V, 19), el C ristianism o debe mezclarse con


el m undo. Pero a ñn A e que ios representantes hum a­
nos del hecho divino, los guardianes y órganos terres­
tres de la verdad trascendente y la santidad absoluta,
no comprometan en la lucha práctica contra el mal su
sagrada dignidad, y para que no olviden los cíelos al
querer salvar la tierra, su acción política no debe ser
inm ediata. Como el Padrd divino, que obra y se m a ­
nifiesta en la creación por el H ijo, su Verbo, la Igle­
sia de Dios, ía paternidad espiritual, el papado univer­
sal, debe obrar y m anifestarse tam bién en el 'fuero ex­
terno por medio del E stado cristiano, por la Realeza
del H ijo.
E l Estado debe ser el órgano político de la Iglesia,
el soberano temporal debe ser el Verbo del soberano
espiritual (í).
En esa form a, la cuestiófi de- la suprem acía entre
ambos poderes se resuelve por sí sola. Cuanto mejor
sean lo que deben ser, tanto m ás son iguales entre sí
y libres los dos. Cuando el Estado, lim itándose al po­
der secular, pide y recibe de la Iglesia su sanción mo­
ral, y cuando ésta, declarándose suprem a autoridad es­
piritual, confía al Estado su acción externa, existe en­
tre ambos u.n lazo íntimo, una dependencia m utua y,
sin embargo, toda colisión y toda opresión quedan
igualm ente excluidas. Cuando la Iglesia conserva y ex­
plica la ley de Dios y cuando el E stado se entrega a
ejecutarla, transform ando el orden social según la idea
cristiana, produciendo las condiciones prácticas y los
medios exteriores capaces de realizar la vida divino-
hum ana en la totalidad de lá'existencia terrestre, es evi-

(1) Subrayado por el traductor.


VL ABiM litÓ SÜLOVÍÉP;

dente que debe desaparecer todo antagonism o de p rin­


cipios o intereses, dando lugar a la división pacífica
del trabajo en una obra común.
Pero si dicha dependencia m utua de la Iglesia y el
Estado, que constituye su verdadera libertad, es conr
dicióñ indispensable para realizar el ideal cristiano en
la tierra, ¿ no resulta evidente que esa misma condición,
esa concordia y solidaridad d ejo s dos poderes sólo exis­
ten idealmente, y no en el hecho religioso y en la ac­
tualidad política?
L a Iglesia propiam ente dicha (representada por el
sacerdocio), cuya base general es la tradición sagrada,
considera principalm ente la vferdad religiosa como he­
cho consumado y atiende, sobre todo, al dato prim or­
dial de la revelación. Desde este punto de vista, la E n ­
carnación de Cristo, la realidad del H om bre-D ios (prin­
cipio fundam ental de la verdadera religión), es ante todo
un acontecimiento histórico, un hecho del pasado, que
se vincula a la' actualidad, por decirlo así, sub speci?.
preteriti, m ediante una serie de otros hechos religio­
sos que se producen regularm ente dentro del orden in­
m utable establecido desde el origen, de una vez por to ­
das : la enseñanza tradicional reproduciendo el depo ■
s itu m fidei, la sucesión apostólica transm itida unifor­
memente, el bautism o y los demás sacram entos deter­
m inados por fórm ulas invariables, etc. (2). Ese p rin c i­
pio tradicional, ese carácter inmutable y absolutam en­
te definido, es esencial a la Iglesia (en el sentido estric­
to), es su propio elemento. Pero si ella se confina en

(2} La presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía


es, sin duda, una actualidad viva pero esencialm ente m ística y,
como tal, no determina directa ni manifiestam ente la existen­
cia práctica y social de la humanidad terrestre.
R V É I A Ír L Á I G L E S I A (IX¿VERSAL 3§9

él exclusivamente y, satisfecha de su origen superior,


no quiere atender a otra cosa, da con ello razón al a b ­
solutism o del Estado, que, viendo en la religión una
cosa pretérita, venerable, pero sin finalidad práctica, se
creerá en el derecho de apropiarse toda la actualidad
viva y de absorberla por entero en la política de los in­
tereses tem porales.
«Yo soy la unidad —dice la Iglesia— ; abarco to­
das las naciones como a una sola fam ilia universal.»
«No me opongo —responde el E stado— ; que las
naciones de la tierra se unan en el orden místico e in­
visible; no discuto la comunión de los santos, ni la uni­
dad de las alm as cristianas en una misma fe, una sola
esperanza y un solo am or. Pero en cuanto a la vida
real, es otra cosa. A quí la nación separada e indepen­
diente es todo; su propio interés es el objetivo supre­
mo, su fuerza m aterial es el principio, y la guerra es
el medio. P o r lo cual las almas cristianas, divididas en
ejércitos enemigos, no .tienen más que darse muerte
m utuam ente en la tierra para apresurar su unión mís­
tica en los cielos.»
«Represento la verdad inm utable del pasado ab­
soluto —dice la Iglesia— ,» «Perfectam ente ^ re s p o n d e
el Estado más o menos cristiano—, para mí no quiero
más que el dom inio relativo y móvil de la vida prác­
tica. Venero la arqueología sagrada, me inclino ante
el pasado si quiere serlo de veras. No toco los dogm as
ni los sacram entos, con tal de que no se venga a inter­
venir en las actualidades profanas que me pertenecen
exclusivam ente : la enseñanza, la ciencia, la educación
social, la política interior y exterior. Yo soy la justicia :
s u u m cuique. U na institución divina no tiene nada que
hacer con todas esas cosas puram ente humanas. Los
400 VLADIMIRO SOLOVIÉFF

cielos, para D io s ; el templo, para el sacerdote, y todo


lo demás, para el César» (3).
¿ Qué daremos, entonces, a Cristo, que es al mismo
tiempo Hom bre y Dios, sacerdote y rey, soberano de
los cielos y de la tierra? Esa justicia egoísta, ese divor­
cio anticristiano de los dos m undos son naturales y
lógicos si sólo se m ira a la dualidad indeterm inada y
abstracta de lo espiritual y lo secular, de lo sagrado y
lo profano, olvidando al tercer término, a la síntesis
absoluta del Infinito y lo fin ito , eternamente cumplida
en Dios y que se cumple en la hum anidad por Cristo.
Es el propio espíritu del cristianismo lo que se olvida,
el acuerdo armónico del todo, la unión necesaria y li­
bre, única y múltiple, porvenir verdadero que satisface
al presente y resucita el pasado.
La Iglesia y el Estado, el Pontífice y el príncipe,
actualmente’separados y hostiles, sólo pueden hallar su
unidad verdadera y definitiva en ese porvenir proféti-
co, cuyas prem isas y condiciones determ inantes son
ellos mismos. P ara que sean solidarios, dos poderes de­
ben tener un solo objeto al que no puedan alcanzar más
que de mutuo acuerdo, cada cual según su carácter pro­
pio y con sus propios medios. Ahora bien, el objeto
común de la Iglesia y del Estado, del sacerdocio y la
realeza, no está representado verdaderam ente por uno
ni por otro de dichos poderes considerados en sí rnis-

(3) Toda teoría del E stad o «a se», todo agnoticism o po­


lítico, ya liberal, ya n acio n alista, quedan juzgados por Solo­
vief en fo rm a definitiva en estas páginas lum inosas. L a posibi­
lidad de vincular «sin confusión ni división» como él dice, ambos
poderes : el espiritual y el tem poral y, por consiguiente, la solu­
ción del viejo pleito reciben u n a fórmula doctrinaria acabada
del campeón de la unidad eclesiástica, (N. del T .)
R usia y la ig L esía u n iv e r s a l 401

mos o en su elemento específico. Desde este punto de


vista, cada uno de ellos tiene su fin particular y dis­
tinto del otro. Si la Iglesia debe perpetuar la tradición
religiosa, puede hacerlo muy bien por sí sola sin ayu­
da del Estado. Si éste tiene que defenderse contra el
enemigo v m antener el buen orden externo mediante
los tribunales y la policía, puede m uy bien bastarse a
sí mismo sin apelar a ta ayuda de la Iglesia cristiana.
Pero Cristo no reunió lo divino y lo hum ano en su
persona para dejarlos separados en su cuerpo social.
Sacerdote, R ey y Profeta, dió a !a sociedad cristiana
su forma absoluta en. Ia m onarquía trinitaria, H a b ie n ­
do fundado a la Iglesia en su Sacerdocio, sancionado
al Estado con su Realeza, proveyó asimismo a su u n i­
dad y progreso solidario, dejando al m undo la acción
libre y viviente de su espíritu profético. Y como el sacer­
docio y la Realeza del H om bre-D ios manifiestan su
esencia divina por medio de órganos hum anos, no pue­
de ocurrir otra cosa con su profetism o. H ay que adm i­
tir, pues, en el m undo cristiano un tercer m inisterio
principal, unidad sintética de Sos dos prim eros, qup
ofrezca a la Iglesia y al Estado el ideal perfecto de ¡a
H um anidad divinizada, como fin suprem o de su ac­
ción común.
El espíritu profético no ha podido agotarse y ex­
tinguirse en el cuerpo universal de Cristo. El donde
quiere sopla y habla a todo el mu.ndo, a los sacerdotes,
a los reyes y a los pueblos. Dice a los guardianes de la
tradición sagrada : «No se os ha confiado una tradi­
ción m uerta o inerte. La revelación del Dios vivo y de
su Cristo no puede ser un libro cerrado y sellado. C ris­
to no es únicamente un hecho pretérito, sino principal­
m ente el fundam ento del porvenir, del movimiento li­
bre y del verdadero progreso. Tenéis el depósito de la

402 VLADIMIRO s o l o v i e f -

f e ; ¿ es acaso éste un capital que debe esconderse en


un cofre o meterse bajo tierra? M inistros fieles del Se­
ñor : no imitaréis al siervo demasiado, prudente de la
parábola evangélica ; no reduciréis a hecho consumado
la doctrina de Cristo, Tam bién en la doctrina, que es
su verdad, Cristo es el principio y la piedra angular.
Haced, pues, del dogm a cristiano la base, sólida pero
amplia, el principio inalterable pero vivo de toda filo­
sofía y de toda ciencia; no lo confinéis en un dominio
separado, indiferente u hostil al pensam iento y al co­
nocimiento hum anos. La teología es ciencia d iv in a ;
pero el Dios de los cristianos se unió a la hum anidad
con unión indisoluble. La teología del Hom bre-Dios
no puede estar separada de la filosofía y la ciencia de
los hom bres. Sois ortodoxos en vuestra profesión de
fe, rechazáis por igual la herejía de Nestorio y la de
Eutiques : sed, pues, ortodoxos en la aplicación de
vuestra fe. Al realizar la verdad de Cristo en el terreno
intelectual de la cristiandad, distinguid, pero no sepa­
réis las naturalezas, m antened en vuestras ideas y doc~
trinas la unión interior, orgánica y viva de lo divino
y de lo hum ano, sin confusión ni división. Cuidad de
no admitir, como nestorianos inconscientes, dos cien­
cias y dos verdades completas e independientes una de
otra. Tam poco intentéis, a la m anera de los monofisitas,
suprim ir la verdad hum ana, la razón filosófica, los he­
chos de la ciencia natural e h istó ric a ; no exageréis su
importancia, mas no rechacéis deliberadam ente la cer­
teza de su testim onio en nom bre del dogm a cristian o ;
sería un desatinado, sacrificio que la Razón encarnada
no os exige y que Ella no podría aceptar.
«Pero no solam ente se os ha confiado el principio
absoluto de la ciencia, sino tam bién el principio del or­
den social, ¡ oh padres de la hum anidad reg en erad a!
R U S I A y LA I G L E S I A UNIVERSAL 403

Tam bién en esto, como verdaderos ortodoxos, debéis


seguir el camino real entre dos herejías opuestas: el
falso liberalismo nestoriano y el falso pietismo monofi-
sita. El prim ero.querría separar definitivamente ía Igle­
sia del Estado, lo sagrado de lo profano, como Nestorio
separaba en Cristo la hum anidad de la divinidad. El se­
gundo querría absorber el alma hum ana en la contem­
plación de lo divino, abandonando a su suerte al m un­
do terrestre, a los estados y las naciones ; ésta es la apli­
cación social del monofisismo que hacía perderse a la
naturaleza hum ana de Cristo en su ser divino. Pero
vosotros, pontífices ortodoxos, que tenéis en el verda­
dero dogm a cristológico la fórm ula infalible de la unión
libre y perfecta, m antendréis siempre el lazo íntimo que
une e! Estado hum ano a la Iglesia de Dios, así como
la hum anidad de Cristo estaba unida en El al Verbo
divino. Al absolutism o del Estado, que quiere hacerse
pagano y a.teo, no opondréis un clericalismo absoluto
que se encierre en sí mismo y se complazca en su ais­
lamiento ; no combatiréis al error con una verdad in­
completa, m antendréis la verdad social absoluta que
pide, al lado de la Iglesia, un Estado cristiano, la R ea­
leza de Cristo, im agen e instrum ento de la filiación di­
vina, del mismo modo que vosotros sois im agen de la
paternidad eterna. No os someteréis nunca al poder se­
cular, porque el Padre no puede estar sometido al Hijo,
pero tampoco intentaréis sometéroslo, porque el H ijo
es libre.
■«Pontífices y sacerdotes : sois ministros de los sa­
cramentos de Cristo. En el dogm a revelado, Cristo es
principio de todas las verdades o de toda la verdad,
única en el fondo,* infinitam ente múltiple en su conte­
nido material y triple en su form a constitutiva : teoló­
gica, filosófica y científica, así como Cristo es uno en
4Ó4 VLAD1M IR0 SOLOVtÉF

su hipóstasis, infinitam ente múltiple en cuanto contie­


ne y manifiesta el cosmos ideal, y triple en cuanto re-
une la substancia divina con el-alma racional del hom­
bre y con la corporeidad material. De igual modo, en
los santos sacram entos, Cristo es principio de vida,
de toda la vida, no solamente espiritual, sino también
corporal; no solam ente individual, sino tam bién so­
cial. Vosotros, sacrificadores, os halláis establecidos
para depositar en la hum anidad,el germ en místico pero
real, de la vida divino-hum ana, sem bráis en nuestra
naturaleza la m ateria divinizada, la corporeidad celeste.
El comienzo de esta obra, la fuente prístina de la vida
sobrenatural en el cuerpo de ia hum anidad terrestre,
debe ser un hecho absoluto que supera la razón hum a­
na, un misterio. Pero todo misterio debe ser revelado;
los elementos místicos que la gracia de los sacramentos
im planta en la naturaleza hum ana m ediante vuestro
m inisterio, deben germ inar, crecer y m anifestarse en la
existencia visible, en la vida social de la hum anidad,
transform ándola cada vez más en verdadero Cuerpo de
C risto. P o r consiguiente, esta obra de santificación no
corresponde al sacerdocio só lo ; ella exige también la
cooperación del E stado cristiano y de la sociedad cris­
tiana. Lo que el sacerdote comienza con su rito miste-
rioso, debe continuarlo el príncipe secular mediante
su legislación, y el pueblo fiel debe cumplirlo en su
vida.D
El espíritu profético del cristianism o dirá, pues, a
los príncipes y pueblos cristianos : ((La Iglesia os dis­
pensa los misterios de la vida y de la felicidad, a vos­
otros toca revelarlos y gozar de ellos. Disponéis del
bautism o, que es el sacram ento o m isterio de la liber­
tad. El cristiano, rescatado por Cristo, es, ante todo,
el hom bre libre. El principio eterno y absoluto de tal
R U S IA Y LA IG LESIA U N IV E R S A L 405

libertad se confiere con la gracia sacram ental y no p u e ­


de ser destruido por vínculos exteriores, por ía situ a­
ción social del hombre. Pero 'en el m undo cristiano,
¿deben esos vínculos contradecir el don de D ios? El
cristiano bautizado conserva su libertad aun siendo es­
clavo ; pero, ¿ debe serlo en una sociedad cristiana ?
Aboiid, pues, reyes y pueblos cristianos, los rastros
postreros de la ignom inia pagana, suprim id la esclavi­
tud y la servidum bre en todas sus formas, directas e
indirectas, porque son la negación del bautism o, n e g a ­
ción que, aun cuando impotente para destruir la g r a ­
cia interior, sin embargo, impide su realización exte­
rior. Pero nuestro Dios no es un Dios oculto, y si se
manifestó y encarnó, no ha sido sin duda para m ante­
ner en contradicción lo invisible con lo visible. No per­
mitáis, pues, que eí hom bre emancipado por el Dios
vivo se vea obligado a convertirse en servidor de cosas
m uertas, en esclavo de las m áquinas (4).
«Disponéis de la confirmación, sacramento o m iste­
rio de la igualdad. La Iglesia de Cristo comunica a
cada cristiano sin distinción la dignidad mesiánica, que
el primer Adán perdió y que restauró el segundo, dan­
do a cada uno la unción sagrada de los soberanos. S a ­
bemos que el estado social perfecto prefigurado por este
sacramento (el estado de m a lk h u th kohanim, re g n u m
sacerdotale) no puede realizarse de in m e d ia to p e ro v o s .
otros, poderosos de la tierra, no olvidéis por vuestra

(4) Solovief escribía esto dos años an tes de la R e r u m


N o v a ru m , pero en m om entos que la cuestión social estab a ya
plenam ente definida. ¡ Q ué nuevo valo r n o le a sig n an , adem ás,
los acontecim ientos de hoy, cuan d o el «m aquinism o)], puesto
al servicio de la sed de oro, después de h a b e r hecho esclavos,
engendra m u ltitu d es h a m b r ie n ta s ! (N. del T .)
406 VLAD1M1RO SO LO VIEF

parte que ese es el objeto verdadero del cristianism o.


M anteniendo a toda costa por interés egoísta las des­
igualdades sociales, justificaréis la reacción envidiosa
y el odio de los desheredados. Pfofanáis el sacramento
del Santo C rism a si transform áis a los ungidos del Se­
ñor en esclavos sublevados. La ley de Dios nunca ha
sancionado la desigualdad de nacimiento o de fortuna,
v si en vuestro conservatorism o impío erigís como p rin ­
cipio absoluto y eterno lo que sólo es hecho pasajero,
echáis sobre vosotros todos los pecados del pueblo y
toda la sangre de las revoluciones.
»Y vosotros, pueblo cristiano, sabed que al daros
ía Iglesia, con la confirmación, la dignidad mesiánica,
haciendo de cada uno de vosotros u.n igual de los pon­
tífices y de los reyes, no os ha conferido un título vano
e irrisorio, sino una gracia real y perm anente. A vos­
otros corresponde aprovecharos de ella. Porque en vir­
tud de esta gracia cada uno puede convertirse en órga­
no del E spíritu Santo en el orden social. Fuera del
sacerdocio y de la realeza, existe otro m inisterio sobe­
rano en la sociedad cristiana : el m inisterio profético,
que no depende de la cuna, ni de elección pública, ni
de ordenación sagrada. Es conferido válidam ente a
cada cristiano en la confirmación y puede ser lícita­
mente ejercido por quien quiera que no resista a la
gracia divina y que coopere a su acción con su liber­
tad. Por tanto, cada uno de vosotro¿, si quiere, pue­
de, por derecho divino y por la gracia de Dios, ejer­
cer el poder soberano con igual título que el P a p a y
el Em perador» (5).
(S) Se com prende que el m in isterio profético, determ inado
en su ejercicio solam en te por condiciones interiores y p u ra ­
m en te espirituales, np puede ten er c arácter ex teriorm ente obli­
g ato rio alguno. E l pro feta cristiano, que rep resen ta en la so-
R U S I A Y LA I G L E S I A U N I V E R S A L 4cf¡
¿ E s culpa del cristianism o si ese supremo derecho
que ofrece a todo el mundo, la m asa hum ana lo vende
a Satanás por un plato de lentejas?
L a igualdad de dignidad soberana, que por dere­
cho pertenece a cada cristiano, no es la igualdad de la
indiferencia. Todos tienen igual im portancia, cada cual
tiene para los demás un valor infinito; pero no todos
tienen la misma función. L a unidad del pueblo cristia­
no, basada en la paternidad divino-hum ana, es, la uni­
dad de una fam ilia ideal. La igualdad moral perfecta
entre miembros de esa fam ilia no impide que los hijos
reconozcan el prim ado y la autoridad del padre común,
ni que se distingan entre sí por vocaciones y caracte­
res diferentes. La verdadera y positiva igualdad, así
como la verdadera libertad, se manifiesta y realiza en
la solidaridad o fraternidad, por la cual muchos vienen
a ser como un o solo, El bautism o de la libertad y la
confirmación de la igualdad son coronados por el gran
sacramento de la comunión, cu m p lim iento de la ora­
ción de Cristo : ((Que todos sean uno así como tú, P a ­
dre, en mí y yo en Ti.»
Al unir a sus discípulos en una sola com unión, Je­
sucristo no quiso considerar las divisiones n acionales;
El extendió su fraternidad a todas las naciones. Y si
la comunión misteriosa del cuerpo divino es verdade­
ra y real, participando de ella realmente nos converti­
mos en herm anos sin distinción alguna de razas ni de
nacionalidades. Y si nos destruim os en nombre de pre­
tendidos intereses nacionales, somos, no ya m etafóri­
ca, sino muy realmente fratricidas.

ciedad h u m a n a el ideal absoluto, se ría inconsecuente e infiel


a su m isión si o b ra ra con m edios que sólo son propios de un
estado social im p erfecto .
X II. L os CUATRO SACRAMENTOS DE LOS «D E B E R E S »
DEL HOM BRE.

T ^os tres sacram entos del bautism o, !a confirmación


y la comunión, hacen a todos los cristianos libres,
iguales, herm anos unos de otros y a todos hijos de
Dios (incorporados en su ,H ijo único, Jesucristo), y
con ello les confieren la dignidad mesiánica y los de­
rechos .soberanos.
El hom bre tiene el derecho de ser hijo de Dios,
puesto que Dios le creó para eso. Pero, siendo hijo
de Dios por derecho y no de hecho, el hom bre tiene
í.V ,¡y;ví;A'fcgYc> -sÁ nisfíab w , wíVaWA -i'jvft
es en idea, de realizar su principio por su propia ac­
ción. De modo que los deberes del hom bre se deducen
de sus derechos soberanos, como condición que debe
llenar para usar de su soberanía.
Puesto que el hombre no' es hijo de D ios más que
en principio , su prim er deber es reconocer que ho- lo
es de hecho, reconocer la distancia inmensa entre lo
que.es y lo que debe ser. E sta es la condición negati­
va de todo progreso positivo, el deber hum ano por ex­
celencia, el deber de la hum ildad, fijado por la Igle­
sia en el sacramento de la penitencia o confesión. El
410 VLADIM IRO SOLOVIEF

protestantism o ha rechazado este sacram ento, para


asegurar por anticipado la impenitencia de sus adhe-
rentes. Pero más culpables que los protestantes here­
jes son los falsos ortodoxos que pretenden lim itar el
deber de la hum ildad a los individuos, abandonando
sin remedio los cuerpos sociales, Estados y naciones,
a la vanidad, el orgullo, el egoísmo, los odios fratri­
cidas. No era ese el sentim iento de los profetas del An­
tiguo Testam ento, que excitaban a penitencia a ciu­
dades, naciones y jefes de Estado. Tam poco era ese
el pensam iento del profeta singular del Nuevo Testa­
mento, que en sus epístolas a los ángeles de las igle­
sias, les reprochaba los vicios y pecados públicos de
sus comunidades.
E n el fondo, todo el mal hum ano, todos los peca­
dos y todos los crímenes individuales y sociales se re­
ducen a un vicio y enferm edad radical que no nos per­
miten ser realmente hijos de Dios : el principio caó­
tico, base prim ordial de todo ser creado, Reducido a
la impotencia (o potencia fu r a ) en el H om bre, pero
despertado de nuevo por 1a. caída de A dán, se ha con­
vertido en elemento fundam ental de nuestra existencia
lim itada y egoísta que, aunque fracción infinitamente
pequeña del ser verdadero, quiere hacerla centro úni­
co del universo. E sta afirmación egoísta que nos aisla
y separa de la verdadera totalidad divina, sólo por el
am or puede ser destruida. El am or es la fuerza que
nos hace superar interiorm ente los límites de nuestra
existencia determ inada, nos reúne al Todo por indi­
soluble lazo y, al hacernos realmente hijos Dios, nos
hace participantes de la plenitud de su Sabiduría esen­
cial y del gozo de su E spíritu.
L a obra de am or es la integración del hom bre y,
m ediante éste, de toda la existencia creada. H ay que
V LA IGLESIA U N IV E R S A L 411

cum plir una triple u n ió n : 1.° R eintegrar al'h o m b re


individual uniéndolo con unión verdadera y eterna a
su complemento natural : la m ujer. 2.° R eintegrar al
hombre social, reuniendo, con unión estable y deter­
m inada, el individuo a la colectividad hum ana. 3.° R e ­
integrar al hombre universal, restaurando su unión ín­
tim a y viva con toda la naturaleza del mundo, que es
el cuerpo orgánico de la hum anidad.
El hom bre está separado interiorm ente de la mu­
jer por el deseo de poseerla exteriormente, en nombre
de una pasión ciega e irracional. Am bos se reúnen por
la fuerza del am or verdadero que identifica las dos v h
das en su substancia absoluta, eternam ente fijada en
Dios y que sólo adm ite la relación m aterial como con­
secuencia última y realización exterior de la relación
mística y mora!. Este es el am or más concentrado y
concreto, y por ello'el más profundo e intenso; es la
verdadera base y el tipo general de todo amor y de toda
unión. La palabra de Dios lo prescribió y bendijo, y
la Iglesia perpetúa esa bendición en el sacramento del
m atrim onio, que hace del verdadero amor sexual la
base prim era positiva de la integración divino-hum ana.
Porque este amor santificado crea ios verdaderos ele­
mentos individuales de 1a sociedad perfecta, de la
S o p h ia encarnada.
Pero, para constituir al hom bre social, el elemento
individual (reintegrado por el verdadero m atrimonio)
debe reunirse con la form a colectiva determ inada.
El individuo está interiorm ente separado de la so­
ciedad por el deseo de valer y de dom inar exteriorm en­
te e.n nombre de su propia personalidad. R eingresa a
la unidad social mediante el acto moral de la abnega-
ción, subordinando su voluntad, su interés y todo su
egó a la voluntad y al interés de un ser superior retío-
412 VLADIM 1R0 SOLOVIEF

nocido como tal. Si el am or conyugal es, esencialmen­


te, la coordinación de dos existencias iguales, aunque
diferentes, el am or social se traduce necesariamente en
la subordinación determ inada de unidades sociales de
orden diferente. N o se trata en esto de quebrar el bru­
tal egoísm o del hom bre con un sentim iento intenso
que Jo fuerce a identificarse con otro ser (según ocurre
en el amor sexual), sino de vincular la existencia in­
dividual a una jerarquía general cuyos grados se de­
finen por la relación form al-entre el todo y sus partes,
más o menos considerables. P o r consiguiente, la per­
fección de! am or social no puede consistir en la inten­
sidad del sentim iento subjetivo, sino en su conformi­
dad con la razón objetiva que nos dice que el todo es
mayor que cada una de sus partes. El deber de este
amor es, pues, infringido y la realización del hombre
social es impedida no solamente pdr el simple egoís­
mo, sino tam bién, y sobre todo, por el particularism o
que nos lleva a separar el interés de los grupos infe­
riores (a los que estamos más estrecham ente vincula­
dos), del de los grupos superiores y m ás am plios. C uan­
do se separa el am or a la familia, corporación, clase
social o partido político propios del am or a la propia
patria, o cuando se quiere servir a esta últim a fuera
de la hum anidad o de la Iglesia U niversal, se separa
lo que Dios ha unido y se llega a ser un obstáculo para'
la integración del hom bre social,
El tipo y la realidad fundam ental de esta integra­
ción están dados en la jerarquía eclesiástica form ada
por el sacram ento del Orden. E ste es el triunfo del
am or soda!, porque ningún miembro de ese orden fun-,
ciona ni obra por sí mismo en nom bre p ro p io ; cada
cual es ordenado e investido por un superior, que re­
presenta otra unidad social más am plia. Desde el más
R U S I A Y LA I G L E S I A UNIVERSAL 413

hum ilde sacerdote hasta el P ap a —siervo dfe los sier­


vos de Dios— todos están libres en absoluto, en su m i­
nisterio sagrado, del egoísmo que predom ina y del par­
ticularism o que se aísla, cada uno es no más que ó r­
gano determ inado del todo social solidario, de la Igle­
sia U niversal.
Mas la reintegración hum ana no puede concluir en
el hombre social. La ley de la m uerte divide a la m is­
ma Iglesia U niversal en dos p a rte s: una visible so­
bre la tierra, y la otra, invisible, en. los cielos. Así que­
da establecido ei imperio de la m uerte. Los cielos y fa
tierra están separados por el deseo del hom bre de go­
zar inmediata y m aterialm ente de la realidad terrestre,
de la existencia finita. El hom bre ha querido experi­
mentar o gustar de todo m ediante la sensación exte­
rior. H a querido unir su espíritu celeste al polvo de
la tierra en uniórf periférica y superficial. Pero tal
unión no puede durar y debe concluir en la m uerte.
P ara reunir la hum anidad-espíritu con la hum anidad-
materia y para vencer a la muerte, necesita que el hom ­
bre se vincule al todo, no ya por la superficie sensi­
ble, sino m ediante el centro absoluto que es D ios. El
hombre universal es integrado mediante el am or di­
vino, que no solamente eleva al hombre hasta Dios,
sino que, al identificarlo interiorm ente con la D iv in i­
dad, le hace abrazar en Ella a .todo lo que es, unién­
dolo a la criatura con unión indisoluble y eterna. Este
amor hace descender la gracia divina hasta la natura­
leza terrestre y triunfa, no solamente del mal moral,
sino también de sus consecuencias físicas : la enfer­
medad y la muerte.
L a obra de este amor es la Resurrección final. Y la
Iglesia, que enseña la resurrección en su doctrina re­
velada form ulándola en el último artículo del Sím bo-
414 v la d im ir o s o lo v ie f

lo, ía prefigura e inaugura con el último de sus sacra­


mentos. Frente a la enfermedad y en peligro de m uer­
te, la Extrem a Unción es símbolo y prenda de nues­
tra inm ortalidad y nuestra integridad futura. El cielo
de los sacram entos, así como el cielo de la vida uni­
versal, se cierra con la resurrección de la carne, con
la integración de la hum anidad total, con la encarna­
ción definitiva de ia Sabiduría divina.

L aus D eo.
BIBLIOGRAFIA
OBRAS PRINCIPALES DE V. SOLOVIEF

1874 L a crisis de la filo s o fía o c cid en ta l (Moecú).


1877 Los p rin c ip io s filo só fic o s de una óiencia in te g ra l
(M oscú).
1880 C ritic a de los p rin c ip io s a b stra c to s ' (Moscú).
1885-87 H is to r ia y p o rv e n ir 'd e la T e o c ra c ia (Zagreb).
1883-88 L a c u e s tió n n a c io n a l en R u s ia (iMoscú).
1889 L a b elleza e n la N a tu r a le z a (M oscú).
1890 E l se n tid o g e n e r a l d el A rte (Moscú).
1890 C h in a y E u r o p a (M oscú).
1892-94 E l se n tid o d el a m o r (M oscú).
1896 M a h o m a (San P etersburgo).
(897-98 L a ju s tific a c ió n d el bien (S an P etersburgo),
1898 E l derecho y la m o r a lid a d (San P etersburgo).
1899 T re s co n ve rsa c io n es sobre la g u e rra , la m o r a l y la
R e lig ió n (San P etersburgo).
1882-84 L o s fu n d a m e n to s e sp iritu a le s de la v id a ■(S an P eters-
ü -ü } t a - í / i 'u t 'd í t e L ¡ ¿ n ijo a th . \ i %'i w j í t i a M x J j ,
S p ir itu a li detla v tta (Z anichelli, Bolonia, 1922) y fra n ­
cesa : L e s fo n d e m e n ts s p iritu e ls de la vie (B eauches-
ne, P arís, 1932),
E n francés Solovief escribió dos libros : L ’i i é e ru s te
(P arís, 1888, P errin ) y L a R u s s ie et l ’E g lise U n iv erselle {Pa­
rís, 1889, Sa vine).
Solovief ha sido trad u cid o al alem án, al fran cés y al
italiano. E n esos idiom as las obras -más asequibles, adem ás
de las ya citadas, son las siguientes : T re d isc o rsi in m e m o r ia
di D o s to ie v s k i (tíiiychnis, iy23); II bene n e lla n a tu r a u m a n a
(P ravia, 1925); O er K o m m e n d e T a g (S tu ttg a rt) y el volum en
de sus poesías com pletas (M. G rü n ew ald . V erlag, M ainz 1925);
L a J u s lífic a tio n d u B ie n (Aubier, P a rís, 1939).
H.ay u n a traducción c a stellan a de R u s ia y la Igles'ia u n i­
versal publicada en B uenos Aires.
Al g u n o s l i b r o s y e n s a y o s s o b r e s o l o v i e f

T ru b e tz k o i : W , S o lo v ie f (Moscú, 1912).
M ons. d 'H e rb ig n y : U n N n v m a n rtisse : V la d im ir S o lo v ie f
(B eauchesne. P arís, 191 í).
T a v e rn ie r : In tr o d u c tio n a la tra d u c tio n fra n g a ise de u T ro is
c o n v e rsa tio n s » (Plon, P arís, 1916),
Séverac : In tr o d u c tio n tx u n ch o ix de te x te s (P arís, M icbaud).
D. S tre m o o u k h o ff : V la d im ir S o lo v ie f e t so n ceuvre m e ss ia -
ñ iq u e (B e ü e s L e ttr e s . P arís, 1935).
M ons. d ’H erbigny : U av ve n ire religioso ru sso (M orceliiana.
Brescia, 1928).
L a n g e : V la d im ir S o lo v ie f, eine S e e le n s c h ild e n m g (M atth ias
G rünew ald-V erlag. M ainz, 1923),
K obilinskj-E llis : M o n a rc h ia S a n c ii P e tri (M atth ias G rünew ald-
* V erlag. M aínz, 1929).
H. P rag er : S o lo v ie v s u n iv e rs a listisc h e leb en sp h ilo so p h ie
(J. C. B. M ohr. T ü b in g en , 1925).
N im io de A nguín : S o lo v ie f y el c o n o c im ie n to (B uenos
Aíres, R ev ista «N úm ero», 1931).
Rodolfo M artínez E sp in o sa : F is o n o m ía de V la d im iro S o lo v ie f
(R evista «A rs», 1933, C órdoba. A rgentina).
L osski (N. O .) : u T h e P liilo so p h y o f V la d im iro S o lo v ie f » y «Sue*
cessiors o f V la d im iro S o lo v ie f » en T h e S la v o n ic R e v ie w .
(1923-1925).
INDICE
P ágs.

Prólogo ................................................................................................ 9
A dvertencia p r e l im in a r .................................................................. 41
Introducción .......................................................................... .......... 53

L IB R O P R IM E R O
C a p ítu lo I.— L a leyenda de S an N icolás y S an C asia-
no. Su aplicación a la s dos Ig le sia s sep arad as ......... 103
C a p ítu lo I I .— Sobre la razón de ser de R u s i a ................ 109
C a p ítu loI I I .— L a v e r d a d e r a o r t o d o x i a d e l p u e b l o r u s o
y la seudo ortodoxia de los teólogos anticatólicos ... 115
C a p ítu lo IV ,—L o s disidentes rusos. V erdad relativ a
del R a ssko l. M onseñor F ilare to de M oscú y su idea
de la ig lesia U n iv ersal ............................................ .......... ¡23
C a p ítu lo V .— Los eslavófilos rusos y sus ideas sobre
la Iglesia. N o tas críticas ................................................. 131
C a p ítu lo V I.— L ib ertad religiosa y libertad eclesiástica, 137
V I I /—J. S. A ksakof, sobre Ja Iglesia oficial
C a p ítu lo
en Rusia ................................................ ................................... 143
C a p ítu lo V I I I .— R elaciones en tre la Ig lesia ru sa y la
Iglesia g rieg a. B u lg aria y S e r v i a ..................................153
C a p ítu loIX .— U n a profecía cum plida. C rítica del C ésa-
ropapism o ..................................................................................... 163
C a p ítu lo X .— Proyecto de u n casi pap ad o en C o n stan -
tinopla y Jeru sa lé n .................................................................... 173

L IB R O S E G U N D O
C a p ítu lo I.—L a P ied ra de la I g l e s i a ....................................... 183
C a p ítu loI I . — E l p rim ad o de S an P ed ro com o In s titu ­
ción perm an en te. L a s T res P ied ras d e la c ristian d ad . 193
424 I N D I C E

Págs.

C a p ítu lo 111.—Pedro y Satán ... ........................................... 203


C apítulo IV .—L a Iglesia como sociedad universal. El
principio de amor .............................................. .............. . 207
C apítulo V .— Las llaves del R e in o ......................... .............. 2Í5
C apítulo V I.— El gobierno de la Iglesia Universal cen­
tro de Unidad ............................................................................ 219
C a p ítu lo V IL — Las monarquías de D aniel. B o m a y
A m or ......... .................................................................................. 227
C ap ítu lo V III.— E l H ijo del H om bre y la Piedra ......... 237
C apítulo IX .— Mons. Filareto de Moscú, San Juan Cri­
sóstomo, D avid Strauss y de Pressensé sobre el pri­
mado de Pedro .......................................................................... 24Í
C apítulo X ,— El Apóstol Pedro y el Papado ................. 249
C apítulo X I.—El Papa León el Grande y el Primado ... 257
Capítulo X II.— San León el Grande y el Poder Papal ... 263
C a p ítu lo X III.— L as ideas del Papa San León aproba­
das por los Padres griegos, E! pillaje de Efeso ......... 273
C apítulo X IV .— El Concilio de Calcedonia ... ................ 285

L IB R O T E R C E R O *

C apítulo I.—E l Principio Trinitario y su aplicación


social .............................................................................................. 295
C apítulo II.'—L as tres hipóstasis divinas. Sentido de sus
n o m b r e s ......................................................................................... 305
C apítulo III.— La esencia divina y su triple m anifes­
tación ......................................... ............. .................................. 313
Capítulo IV .— E l Alm a del mundo principio de la
Creación, del Espacio, del Tiempo y de la Causalidad
mecánica ............................... .................................................
C apítulo V ,— El Mundo superior. La libertad de los
puros espíritus . . . . ........ . ....................... .............................. 329
^ Capítulo V I,— L os tres principales grados del proceso
c o sm o g ó n ic o .............................................. ... ....................... 337
C apítulo V II.— Triple Encarnación de la Sabiduría D i­
vina ................................................................ ; ................ ......... 345
C a p ítu lo V III.— El Hom bre M esías. E l caos humano.
ElemÉfltí)s primitivos de la sociedad trinitaria .......... 553
INDICE 425

P ágs.

C a p ít u l o I X . — P r e p a r a c i ó n m e s i á n i c a e n t r e l o s h i n d ú e s ,
los griegos y los hebreos ....................................................... 367
C a p ítu lo X .— S o b e r a n í a a b s o l u t a de C r i s t o . ' T rin id a d
social, sacerdocio y p atern id ad ........................................... 381'
C a p ítu loX I.— R ealeza y F iliación. P rofetism o, L os tres
sacram entos de los derechos del hom bre ....................... 395
C a p ítu loX I I .— L os cu a tro sacram en to s de los D eberes
del hombre ............................ . .................................................. 409

<•
C O L E C C IO N

SOL Y LUNA

TEODORO HAECKER

V IR G IL IO , P A D R E 'DE O C C ID E N T E

STANISLAS FUMET

EL PR O C ESO D EL ARTE

HUMBERTO CLERISSAC, O . P.

E L M IS T E R IO D E LA IG L E S IA

LUIS GILLET

LA C A T E D R A L V IV A
#
VLADIMIRO SOLOVIEF

R U S IA Y LA IG L E S IA U N IV E R S A L

E S PREKSA

ERNESTO PSICHARÍ

V O C E S Q U E C LA M A N E N E L D E S IE R T O

E h rW iP A K A C IO K

CHFUSTOPHKR DAWSON

E L E S P IR IT U D E L M O V IM IE N T O D E O X F O R D

j-, HESSEN

C O R R IE N T E S E S P IR IT U A L E S D E L M O M E N T O
PRESEN TE

ILDEFONSO HERWEGEN

SAN B E N IT O
ACABOSE
DE IM PRIM IR ESTE LIBRO EN LOS
TALLERES DE ARTES GRÁFICAS
Juan B e n z a l, c a lle de H a rt-
ZENBUSCH, NÚM. 9 , M AD RID , EL
DÍA 25 DE JULIO DE 1 9 4 6 , FESTI­
VIDAD de S a n tia g o A p ó s to l,
p a tró n d e E spaña.

laus d eo

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