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Veinte años de lecciones aprendidas por una


paciente convertida en sanitaria
 
 

Montse Reus
Dietista-nutricionista y técnica superior en dietética
Las personas de referencia que han leído este libro opinan...
«Montse es una de las personas que más sabe sobre hipotiroidismo y que ofrece un enfoque más
global para abordarlo. Aquí combina su experiencia y la de sus pacientes para explicar lo que
implica este trastorno y, sobre todo, para mejorar la calidad de vida de todas las personas que lo
sufren».
Marcos Vázquez, creador del movimiento Fitness Revolucionario, divulgador y autor del
bestseller Invicto: logra más, sufre menos.

«Montse y yo compartimos muchos aspectos de profesión y pasión, pero, sobre todo, el hipotiroidismo.
Ahora estás ante un auténtico tratado e historia de vida, pero no cualquier historia: una que relata
cómo una condición tan compleja y en ocasiones frustrante puede convertirse en tu peor desgracia o
en tu mayor oportunidad de autoconocimiento y crecimiento. Gracias por motivar y enseñar al mundo
a elegir la segunda».
Dra. Gabriela Pocovi, dietista-nutricionista y doctora en medicina y salud pública.

«Cuando hablo del nivel 6 de empoderamiento en salud, pienso en Montse Reus. Más allá de sanarse
a ella misma en una larga trayectoria de estudio, esfuerzo y descubrimiento personal, ha mostrado el
camino de la salud a miles de personas con hipotiroidismo. En este libro nos desvela aprendizajes
vitales fundamentales para pacientes y profesionales. Gracias».
Dra. Sari Arponen, doctora en Ciencias Biomédicas (PhD), especialista en medicina interna y
autora del bestseller Es la microbiota, idiota.

«Montse hace nudismo con su alma en este libro que tiene los tres ingredientes de las buenas
narraciones: (1) Capta tu atención. Su voz, casi de confesión, no te suena a otros libros de salud que
hayas leído. (2) Entiendes perfectamente lo que quiere expresar. Es didáctico y carente de ese
barroquismo de otros autores de similar línea editorial, esos que parece que te van a descubrir un
nuevo continente y luego te cuentan una obviedad. (3) Te emocionas con lo que está contando.
Porque, como en todas las vidas, hay bajadas a los infiernos y duros vuelos por llegar a los cielos, y
Montse se muestra así, vulnerable y verdadera, como los protagonistas de las grandes historias.
Deslícense por sus hojas».
Sergio Ituero, director creativo de Damenáme y profesor de Storytelling.

«Siempre he admirado a esta clase de personas como Montse, que viven la vida con arrojo, sacando
aprendizajes de todo, incluso de cada revés de la vida. Cuando tropieza se levanta otra vez, con más
fuerza si cabe. A nivel profesional, es una mujer libre, brillante y trabajadora. A pesar de las
dificultades de la vida, nunca ha dejado de ser quien es: una mujer honesta. En este libro no solo
encuentras información muy valiosa sobre hipotiroidismo, sino sobre la vida misma».
Dra. Miriam al Adib, ginecóloga y autora de los libros Hablemos de vaginas y Hablemos de
nosotras.

«De sus lágrimas, su inconformismo, su inteligencia y su valentía surgió cada palabra de estas
páginas».
Dra. Isabel García, médica endocrina con visión integrativa.

«Un libro que empieza con una tragicomedia que te mantiene en vilo, vivida y narrada por una
paciente y luego profesional. Agrupa experiencia y conocimiento, rompe con los viejos moldes y tiene
un tono necesario para acercarse a las personas afectadas. Si te encuentras perdida en tu
hipotiroidismo este libro puede ser más que una brújula; puede ser tu salvavidas».
María Hernández Bascuñana, nutricionista clínica experta en inmunonutrición y vitamina D.

«Este es un libro que engancha. Es muy fácil de leer y da muchísima información. No solo de
hipotiroidismo, sino también de otros factores necesarios para disfrutar de una buena salud
emocional. Tiene razón cuando dice que es un libro con toques personales. Montse ha sido muy
valiente a la hora de abrir sus experiencias y sentimientos. A mí me ha emocionado mucho, ya que he
pasado por situaciones difíciles en la vida y que alguien exprese mis emociones, como ella lo hace,
reconforta».
Dra. Núria Roure, psicóloga especialista en trastornos del sueño.

«Magnífica narración sobre lo que hay detrás de un hipotiroidismo. No es solo un documento


fantástico para llegar a un diagnóstico no siempre sencillo, sino también una guía para un
tratamiento integrativo, que te empodera para recuperar la salud con cambios en los hábitos de vida,
con ciencia y mucha consciencia. Audaz, inteligente y divertida, Montse es capaz de compartir toda
esta información tan valiosa de forma tan amorosa, generosa y transparente. Así como es ella.
Maravillosa».
Dra. Camino Díaz, médico de familia, especialista en medicina integrativa.

«Decir Montse Reus es transmitir optimismo. Es relacionarla con algo bonito, porque es realmente lo
que transmite cuando comunica. Sin embargo, todo eso que es fácil en apariencia, puede que no lo
haya sido tanto. Llegar hasta hoy es fruto de un largo camino de sufrimiento y desesperación, que
supuso un punto de inflexión en el nacimiento de la Montse de ahora. Gracias por explicar esa
experiencia de superación y por servir de espejo para que muchos se sientan identificados y puedan
seguir tu camino para encontrar la mejor versión de ellos mismos».
Dr. Sergi Gòdia, médico de familia y psiconeuroinmunólogo clínico.

«Este libro es un buen testimonio escrito de todo lo que Montse ha hecho por cambiar el mundo. Es
un precioso ejemplo de cómo ante la adversidad surgen las genialidades. Ella es el fruto de su afán de
cuidar de la salud, la suya y la de los demás, de otra forma. Nos conocimos a través de ese hilo tan
maravilloso que es la revolución de la ciencia de la nutrición. Noto que hemos crecido juntas y me
siento muy orgullosa de haberla encontrado en mi camino. Esta obra puede ayudarte tanto si sufres
hipotiroidismo como si no, pues sus enseñanzas son aplicables a infinidad de situaciones.
Enhorabuena».
Paloma Quintana, dietista-nutricionista y autora del libro Cocina, come y pierde grasa.

«Un libro muy didáctico escrito desde el corazón. Hay que ser muy valiente para mostrarse como
Montse lo hace. Estoy segura de que ayudará a muchas mujeres que están viviendo el hipotiroidismo
junto a uno de los procesos más duros que puede vivir una mujer, la infertilidad. Ella ha sabido darle
la vuelta y convertirla en una fortaleza y una herramienta maravillosa, para ella y para todo el que
lea este libro».
Antonia González, directora y especialista en fertilidad en Mujeres Onêt.

«En este libro se habla de la función tiroidea en mayúsculas. En él encontrarás uno de los secretos
más importantes a la hora de analizar los síntomas que sentimos: nuestra salud no se debe mirar
como una foto, sino como una película. Nuestra salud es un proceso vivo, está influenciada por todo
aquello que vivimos (y no solo la comida), y todo tiene su tiempo y su momento. Montse hace un
trayecto introspectivo en el que nos invita constantemente a reflexionar, y sobre todo nos muestra su
inspirador relato de superación personal. Ojalá nos contagiemos de su entusiasmo y seamos capaces
de reconocer que nunca es tarde para mejorar».
Pau Oller, dietista-nutricionista, fisioterapeuta y experto en salud hormonal.

«Tengo la suerte de conocer a Montse desde hace años. Durante este tiempo ha sido un privilegio
acompañarla en su constante crecimiento como profesional y persona. Si hay alguien que puede
ayudarte a conocer de manera más profunda tu hipotiroidismo y descubrir las herramientas
terapéuticas que pueden ayudarte a mejorarlo, esa es Montse Reus. Ha pasado por todas las fases de
la enfermedad hasta remitir los síntomas y conoce tanto la parte teórica como la práctica. Su forma
de explicar tiene algo que no se consigue en ningún máster de Nutrición o Medicina. Si sufres de
hipotiroidismo, es tu referente».
Joaquim Lamora, fisioterapeuta experto en dolor crónico y fibromialgia.

«Si te han diagnosticado hipotiroidismo, este libro es tu brújula para encontrarte y mejorar tu salud
de forma coherente sin perderte en los momentos difíciles. Montse Reus en este libro nos demuestra
que es posible tener hipotiroidismo y encontrarse bien. Además, nos explica cómo logró transformar
su condición de salud en una oportunidad para el cambio».
Mar Puig, fisiosexóloga y actiente (paciente activa) de hipotiroidismo.

«Montse Reus es una experta en hipotiroidismo self-made, en el mejor sentido de la palabra. Usó su
propia experiencia personal, en un principio muy limitante, para darle la vuelta y reinventarse a sí
misma constantemente. En calidad de experta en el tema, se recicla y actualiza cada día para ayudar
a cientos de personas a estar mejor. ¡No puedo dejar de recomendarla!».
Jose Segurado, coach de Salud y autor de Elijo Vida. Cómo me recuperé de esclerosis múltiple
tomando las riendas de mi vida.

«Si te han diagnosticado de hipotiroidismo, este libro se convierte en un imprescindible para


comprender tu enfermedad, cómo te afecta y, lo más importante, lo que puedes hacer al respecto. De
paciente a nutricionista —y con la sinceridad y honestidad que le caracteriza—, Montse Reus realiza
un recorrido retrospectivo por su trayectoria y comparte sus vivencias, sensaciones, frustraciones y
alegrías. Te explica por qué no se conformó con las recomendaciones que le habían dado, cómo se
puso las pilas y decidió tomar las riendas de su vida. Se ha convertido en mi referente en
hipotiroidismo, y sus lecciones aprendidas ayudan muchísimo a mis propios pacientes. Es una
luchadora que contagia rápidamente su energía a cualquiera que se le acerque, presencial o
virtualmente. ¿Te atreves a cambiar el chip?».
Dra. Susan Judas, médica de familia experta en medicina evolutiva y salud intestinal.

«Un libro didáctico y entretenido que muestra a través de la experiencia personal de la autora la
manera de tomar las riendas de la salud sin esperar la curación de manos de otros.  Es una buena
forma de adentrarse en el mundo de las personas afectadas por el hipotiroidismo. Leerlo te permite
sumergirte en la necesidad del autoconocimiento y de buscar respuestas a lo que estás viviendo,
dejando de considerar “normal” aquello que se ha aceptado socialmente. Con su lectura aprenderás
a vivir en equilibrio y saludablemente a pesar del diagnóstico.  Montse tiene una gran capacidad
divulgativa sobre este tema. Sus conocimientos basados en el rigor científico son de aplicación muy
práctica, no solo por su experiencia personal y su formación como nutricionista en este campo; a ello
se le añade todo lo aprendido en la consulta y en el Método Reshape acompañando a miles de
pacientes».
Dra. Emma Esteve, ginecóloga con visión integrativa.

«Este libro es una lección para superar una enfermedad autoinmune. Una gran lección de vida en la
que el autocuidado gana la batalla. Las historias que en él se cuentan te enganchan como una serie y
sus lecciones aprendidas se revelan como una guía para pasar a la acción. ¡Te conduce a un viaje
hacia el amor propio que no te puedes perder!».
Cristina Soler, psicóloga experta en el autoconocimiento de las personas con diagnóstico de
autoinmunidad.

«Un libro nudista en toda su extensión. Así como uno se debe desnudar delante del terapeuta para que
este pueda ayudarle en su proceso de curación, Montse aquí se desnuda para que podamos entender
que solo desde ese estado de sinceridad, aceptación y persistencia es posible hacer el camino hacia el
cambio. Desatarse los cordones es un comienzo».
Ander Fernández, dietista y enfermero.

«Gracias por tu generosidad. Por ser tú en un mundo de clones. Por alzar la voz por muchas. Este
libro es vitamina e inspiración para seguirnos guiando por nuestra propia voz».
Txell Costa, consultora estratégica de Marketing y Negocios y autora de Working happy y
Liderar en femenino.

 
 

 
 
Dedicatoria y nota importante sobre este libro
Este libro va dedicado a ti, querida amiga con hipotiroidismo, porque en el
preciso instante en que decidiste invertir en él para conocer mejor tu
enfermedad, empezaste el gran cambio de tu vida.
Deseo que lo compartido aquí haga posible transformar tu salud y recuperar
el control que te ha sido arrebatado.
Lo he escrito con la intención de que sirvan mis luchas (algunas de ellas
fallidas) a tus muchas victorias.
Antes de empezar a leerlo, asegúrate de bajarte el material complementario
gratuito disponible en mi página.
Te permitirá sacarle todo el jugo a este libro. Además, encontrarás múltiples
recursos GRATIS para tu hipotiroidismo (independientemente de si decides
comprar el libro o no).
Allí tienes a tu disposición contenidos y mis últimas actualizaciones sin
ningún tipo de coste.
A lo largo del libro irás encontrando enlaces (versión ebook) para acceder a
recursos extra.
Haz clic en el enlace siguiente:

https://montsereusdietista.com/libros/
¡Muchas gracias y nos leemos pronto!
Cómo vencí mi hipotiroidismo, de la A a la Z

Copyright® Montserrat Reus Martí, 2022


https://montsereusdietista.com/
@montsereusdietista
Ilustraciones: Robert Orduña Díez
@robert.zeta.art
Portada y maquetación: Pablo D. Rodríguez

https://dragonbookcovers.com/
Servicios de corrección: Myriam Zaragozí
 
Poema «Washingtonia»: Mireia Companys
http://www.mireiacompanys.com/

Todos los derechos reservados por la autora.


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medio —salvo pasajes breves para reseñas o citas, siempre y cuando se citen las fuentes— de los
textos, gráficos o fotografías de este libro sin la autorización expresa de la autora.

Antes de hacer algo inmoral para obtener un beneficio personal, plantéate si ese conflicto afectará a tu
tiroides e impedirá la creación de futuras obras que puedan ayudarte a seguir transformando tu vida.

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La información presentada en esta obra es simple material informativo y no pretende servir de
diagnóstico, prescripción o tratamiento de cualquier tipo de dolencia o trastorno.

Esta información no sustituye la consulta con un médico o profesional con competencias oficiales en
el ámbito de la salud.

El contenido de la obra debe considerarse un complemento a cualquier programa o tratamiento


prescrito por un profesional sanitario competente.

La autora queda exenta de toda responsabilidad sobre daños y perjuicios, pérdidas o riesgos,
personales o de cualquier otra índole, que pudieran producirse por el mal uso o interpretación errónea
de la información aquí proporcionada.
ÍNDICE
Prólogo por la
Dra. Elisabet Juncà Creus, médica endocrina
I - El porqué y para quién de este libro
II -
Introducción o cómo sacar el máximo partido a tu inversión
A -
Así empieza todo o 2001: odisea de mi hipotiroidismo
B -
«Bueno, solo es hipotiroidismo»
C -
«¿Cómo es que no adelgazas
con la dieta?»
D -
Digestiones cada vez peores
E -
Emociones mal digeridas
F -
¿Fértil o infértil?
G -
Ganas de morir
H -
Hijos no, FIV tampoco
I -
Instinto animal o la historia de mi infidelidad
J -
¡Joder! ¡Eso no se puede hacer!
K -
Kilos, calorías y demás tonterías
L -
La vuelta al cole con
niebla mental
M -
Más consultas, más clases, menos vida
N -
No, eso nunca funcionará.
O -
Open-minded, mindset o cómo decidirse
P -
¿Por qué te metes en estos líos? Impaciente y antisistema
Q -
¿Qué significa sentirse hipotiroidea?
R -
Retomar el control
S -
¿Seguir posponiéndote? Tú vas la primera
T -
¿Te han dicho que es subclínico? Lo dudo
U -
Un trabajo de por vida: cuidarte
V -
Vivir sin culpa, haciéndote responsable de (casi) todo
W -
Washingtonia, déficit de naturaleza y exceso de pensamientos
X -
Equis de sexo y de placer
Y -
«Y se levantó y dijo no»
Z -
Zona de confort y gratitud
Conclusión
Epílogo
¿Te ha gustado este libro?
Mi currículum oficial y extraoficial
Tu diario de transformación
Agradezco
 

Prólogo por la
Dra. Elisabet Juncà Creus,
médica endocrina
E ste libro es una auténtica maravilla, un espejo donde sentirse reflejada, un
regalo para las miles de personas afectadas por esta enfermedad autoinmune
que andan dando tumbos para aliviar el desespero, la incomprensión y la
frustración que supone el no encontrarse bien ni física ni psicológicamente y,
a su vez, tener la sensación de no ser escuchadas ni comprendidas.
La obra, que está dividida en varios capítulos, es didáctica y ligera. Se trata
de un relato muy personal que revela detalles tan íntimos e impactantes que
no dejarán a nadie indiferente. Es probable que compartir estos momentos
privados liberen a Montse de algunas presiones que lleva años arrastrando y
precisaba soltar. Hay que ser valiente para dar este paso, y sin duda ella lo
es.
En el campo profesional, Montse Reus es una nutricionista colegiada bien
reconocida en nuestro país, no solo por haber sido docente en el mismo
instituto donde se graduó, sino por su dilatada experiencia en consulta
nutricional autoinmune.
A título personal puedo afirmar, como todos los que la conocemos, que es
imposible ignorar que se trata de una persona con alta capacidad intelectual
y una actitud inquieta. Montse no se contenta con los convencionalismos,
sino que va más allá y, gracias a su persistencia, conocimientos, habilidades
de comunicación y empatía, consigue lo que se propone. En este caso, el
objetivo era volver a encontrarse bien.
A pesar de haber tocado fondo, tras llegar a un punto de fatiga física y
mental que estremecerá al lector, no dejó de insistir hasta conseguir
remontar. Solo hay que comparar sus fotos actuales con las de hace diez
años: simplemente son dos personas distintas. El sobrepeso, la fatiga, la
niebla mental, la debilidad de entonces eran evidentes. Hoy es una persona
de aspecto saludable, fuerte física y mentalmente, que se ha capacitado para
aprender a mejorar su condición autoinmune. Actualmente, lidera un
proyecto de éxito: el Método Reshape Hipotiroidismo, gracias al cual está
ayudando a miles de personas afectadas de problemas de tiroides a mejorar
su calidad de vida.
En este libro tan personal, Montse Reus nos regala su lado más privado,
comparte el curso clínico de su enfermedad, relata con detalle las múltiples
consultas a las que acudió, las respuestas que obtuvo por parte de los
diferentes profesionales a los que consultó, el respeto y la obediencia que
mostró por cada indicación recibida, aunque algunas resultaran terriblemente
crueles. Nos explica cómo se fue deteriorando en cuerpo y mente al ir
avanzando por el circuito marcado, es decir, obedecer, realizar la indicación
e incluso algunas veces sufrir las increpaciones de los profesionales de la
salud.
Pese a insistir en lo imprescindible que resulta el manejo médico de la
enfermedad y demostrar el máximo respeto por el colectivo sanitario, hay un
claro mensaje dirigido a la profesión médica con visión autoritaria,
jerárquica, y desactualizada: es preciso actualizar la metodología de abordaje
de la enfermedad tiroidea autoinmune. Es necesario cambiar la visión
limitante que supone centrarse solo en los datos analíticos —a veces no
actualizados— y realizar un abordaje multidisciplinar de la entidad clínica,
centrado en capacitar y proporcionar la máxima información y estrategias al
paciente.
El objetivo es que el paciente deje de temer a su patología y conozca sus
procesos, que sepa claramente en qué consiste el tratamiento y no se sienta
en manos del duende de la pócima mágica , esperando obtener resultados
milagrosos solo con la medicación. En definitiva, animarlo a conocer las
múltiples causas y factores de la tiroiditis autoinmune; a descubrir cómo la
alimentación, la actividad física y el cambio de hábitos contribuyen a crear
un círculo virtuoso de mejoría continua.
En última instancia, la voluntad de Montse es que no se repitan situaciones
como la suya; por ello, pide la actualización de las guías médicas aportando
datos científicos y respaldando cada uno de ellos con detalles en el Método
Reshape.
Montse es una bomba de fuerza y positividad. Transmite serenidad y, a su
vez, desprende energía. Se podría decir que su experiencia es la
demostración práctica y táctil de que hay otra realidad posible, que se puede
gozar de una calidad de vida estupenda abordando la enfermedad desde la
raíz. Nos lo demuestra a diario contagiándonos a todos de vitalidad en sus
redes sociales.
Quiero agradecerle que haya tenido el coraje de escribir este libro; que se
haya desnudado por completo para ayudar a otras personas a encontrarse
mejor. Gracias por brindar a las personas afectadas tanta información de
calidad para que no tengan que invertir tantos años de su vida en alcanzar el
equilibrio, el bienestar y la energía de la que ella goza ahora.
Me satisface escribir el prólogo de su libro autobiográfico. Para mí es un
auténtico regalo contribuir a algo que mejorará la vida de las personas con
tiroiditis autoinmune. Los profesionales médicos que tenemos visión
integrativa, que creemos realmente en el poder que tiene el cambio de
hábitos sobre muchas enfermedades, hemos encontrado en profesionales
actualizados como Montse Reus el encaje perfecto para trabajar en equipo.
Dra. Elisabet Juncà Creus

Médica especialista en endocrinología y nutrición


 

I
El porqué y para quién de
este libro
«Caminando en línea recta no puede uno llegar
muy lejos».

El principito, Antoine de Saint-Exupéry

E ste libro sigue el hilo temporal de mi vida, desde el año anterior a mi


diagnóstico en 2001 hasta unos meses antes de su publicación. Son más de
veinte años de lecciones aprendidas, primero como paciente y después como
profesional de la salud. En él revivo recuerdos felices y algunos de ellos
dolorosos. También comparto experiencias y pensamientos íntimos que hasta
ahora no había publicado. Es una cita a solas contigo. Una charla entre
amigas que se lo cuentan todo, tanto las penas como las alegrías, para poder
así procesarlas juntas, aprender y, sobre todo, avanzar.
Ojalá mi experiencia te ayude en tu camino. Deseo que te sirva para
encontrar la salida del túnel oscuro en el que estás inmersa a causa de tus
numerosos malestares, derivados de un hipotiroidismo desatendido.
Al final de cada capítulo, encontrarás una serie de lecciones aprendidas. Son
reflexiones y aspectos prácticos para aplicar en tu vida en la medida que tú
consideres. Los últimos capítulos están escritos con la finalidad de llamarte a
la movilización. Mi intención es darte motivación y estrategias para que
traces un camino de poder.
Nada me gustaría más que ser capaz de transmitirte lo fuerte que llegarás a
ser cuando adquieras el conocimiento, la estrategia y la mentalidad
necesarios para cuidar bien de ti misma. Te convertirás en la influencer más
importante de tu vida, y también la de los tuyos. Porque cuando te
encuentras bien, todo lo que te planteas es posible y puedes atender mejor a
tus seres queridos.
Dicen que para alcanzar una vida plena debemos plantar un árbol, tener un
hijo y escribir un libro. Este libro sale de mis entrañas. Las mismas que no
pudieron engendrar debido a mi esterilidad, fruto del hipotiroidismo. Deseo
que mi hijo-libro sea muy fructífero para ti.
Es un libro políticamente incorrecto, lo sé. Tal vez en el ámbito sanitario
más convencional se echarán las manos a la cabeza, como ya hicieron
cuando lanzamos Reshape en 2018.
Este enfoque convencional es el mismo que nos dice:
 
«Tienes que estar bien, porque tus analíticas están bien».

«Lo único que puedes hacer en hipotiroidismo es tomarte la pastilla».


«Nada de lo que te pasa tiene que ver con el hipotiroidismo».

Decidí aprender las normas del sistema desde dentro. Para ello, me formé en
dos grados universitarios del ámbito de la salud. Y como no tengo tiempo
para sentarme a esperar a que el sistema se actualice, decidí:
 
pasar a la acción para cambiar el sistema;
dirigir mis esfuerzos a transformar las bases, es decir, a las pacientes
como tú.

Sí, tú, que te sientes sola, incomprendida y ninguneada por un protocolo de


tratamiento incompleto. Tú tampoco tienes por qué esperar. Aquí tienes
conocimientos, estrategias y planes de acción para empezar a mejorar desde
hoy mismo. ¿Comenzamos?
Si tienes curiosidad por dar un paso más, y quieres hacerlo acompañada por
toda la comunidad Reshape, accede a la página de premios del libro para
consultar los contenidos GRATIS del Método y muchas sorpresas más en:

https://montsereusdietista.com/libros/

Puntualización para los compañeros profesionales

de la salud
Este libro:
 
está escrito con la voluntad didáctica de reflejar mis aprendizajes;
no pretende ser un manual para tratar al paciente hipotiroideo;
es la vivencia de una paciente, y está narrada para que te pongas en la
piel de quien padece esta enfermedad.

En él comparto las razones que me han llevado a ser profesional de la salud


y que podrían resumirse en el hartazgo del vacío que encontré, como
paciente, al otro lado de la mesa en la consulta.
Si tú, que eres profesional de la salud, me estás leyendo significa que algo
está cambiando. Me hace feliz y te lo agradezco. Mi deseo es que cada vez
más profesionales se acerquen a una visión integradora de la vida del
paciente. Y que lo hagan desde la comprensión de su dolor y de la
actualización en la práctica clínica.
No podemos seguir empleando parámetros desfasados para valorar al
paciente —los que encontramos en cualquier analítica— y dejar de lado sus
síntomas: el verdadero indicador de la progresión del paciente. Dichos
parámetros, su crítica y mi propuesta están expuestos en este libro.
Por último, quiero aclarar un punto importante que quizás eches de menos.
Se trata de las referencias científicas. Más allá de las que aparecen en la
carta de refutación del capítulo P no encontrarás ninguna otra. Si te apetece
consultar las referencias científicas de los argumentos que expongo en este
libro, y muchas más, dispones de más de trescientas en el método Reshape.
Además, en el método Reshape encontrarás:
 
pautas para usar en tu consulta;
esquemas lógicos y fáciles para transmitir conceptos complejos a tus
pacientes;
contenidos nuevos cada mes;
Masterclasses de temas específicos.

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II
Introducción o cómo sacar el máximo
partido a tu inversión
«Contar nuestra historia significa salir de nuestro
escondite y regresar a la fuente.

Es el único modo de realmente encontrar la


libertad».

L’impronta dell’anima. Alla ricerca del nostro volto


interiore, Marc Gafni

H e tardado más de veinte años en poder escribir este libro. Ha sido un


largo proceso de aprendizaje, durante el cual he pasado de ser una paciente
pasiva a una profesional de la salud determinada a divulgar sobre mi
enfermedad: el hipotiroidismo. Mi motivación es enorme.
En mi proceso he descubierto que gran parte de nuestro sufrimiento, el de las
pacientes hipotiroideas, es evitable. Este sufrimiento es consecuencia
muchas veces (salvo honrosas excepciones) de la incomprensión y
desactualización que encontramos al otro lado de la mesa en la consulta. Esa
carencia se refleja en afirmaciones como: «Tienes que estar bien, porque tus
analíticas están bien», mientras que tu realidad es muy distinta:
 
Quieres hacer planes, pero no lo consigues.
Le pones voluntad, pero no tiras.
Te esfuerzas, pero no rindes.
Quieres llegar a todo, pero no puedes con tu alma.
Sientes que estás metida en un pozo que te arrastra cada vez más hacia
el fondo.

Estas sensaciones han sido mi realidad durante años, así que tomé una firme
decisión:
 
No quiero que ninguna persona tenga que pasar por ello por
desconocimiento (propio o ajeno).
No quiero que a nadie le falten estrategias para recuperar su salud y
bienestar.

Dado que soy impaciente e inquieta por naturaleza, en lugar de esperar a que
alguien externo me dictara lo que tenía que hacer, hace años que me dispuse
a aprender, relacionar conceptos y aplicar estrategias para mejorar.
En primer lugar, me apliqué estos principios durante años hasta conseguir la
remisión: alcanzar anticuerpos anti-TPO negativos y una TSH optimizada,
no sufrir apenas síntomas y no necesitar medicación.
Más adelante, con dos titulaciones sanitarias bajo el brazo y la consulta
repleta de pacientes que aprendían a vivir su hipotiroidismo con bienestar (y
muchos de ellos con menos medicación), descubrí que me resultaba
imposible cubrir la demanda asistencial.
Fue entonces, en 2018, cuando decidí crear el Método Reshape
Hipotiroidismo, el primer curso online para pacientes, gracias al cual más de
2700 alumnos consiguieron transformar su estado de salud.
Sin embargo, sentía que faltaba un paso más para poder llegar a los miles (e
idealmente millones) de personas afectadas por esta enfermedad silenciada.
Así nació este libro.
Te confesaré algo. Cuando me senté a escribir, en la Barcelona recién salida
del confinamiento por el COVID-19, la idea inicial era un tanto distinta. Se
podría decir que el libro me ha escrito a mí y no al revés. En un principio, la
intención era crear una recopilación de historias. Escribiría una por cada
letra del abecedario con los síntomas más habituales del hipotiroidismo —
aumento de peso, bocio, caída del cabello, dolores, depresión, estreñimiento,
fatiga, gastritis, hipercolesterolemia, irritabilidad, etc.— e incluiría un
capítulo final con recomendaciones.
No obstante, algo dentro de mí me urgió a escribir sobre mi historia
personal, a dejar constancia de todas las lecciones aprendidas y a compartir
las reflexiones que provocaron que dejara de ser pasiva y retomara el control
sobre mi salud (y mi vida).
En mi experiencia, los pasos esenciales para afianzar un estilo de vida
saludable son:
 
Descubrir y modelar cómo nos relacionamos con nosotras mismas.
Pasar a la acción y cambiar todo lo necesario para cuidarnos mejor.
La mejoría (o desaparición) de los síntomas acabará siendo una
consecuencia de lo anterior.

Lo que NO es este libro:


 
un manual de instrucciones
un protocolo
una guía de menús
una dieta de exclusión de alimentos
una lista de suplementos.

Lo que SÍ espero que sea este libro:


 
una invitación a reflexionar y detectar los aspectos en desequilibrio de
tu vida
una estrategia para pasar a la acción y forjar una relación amorosa
contigo
inspiración para desencadenar un proceso de cambios sostenibles en el
tiempo
una serie de recomendaciones para prevenir complicaciones futuras,
cimentando las bases de un estilo de vida saludable
un legado de salud para ti y para los tuyos.

Mi deseo es que la lectura te resulte amena y te permita identificar aquellos


aspectos clave a los que, en este momento de tu vida, debes prestar atención
para poder actuar en consecuencia.
No tengo formación como escritora, aunque escribo desde bien pequeña. El
proceso de la escritura me ha ayudado a entender lo que ocurría a mi
alrededor, a interiorizar cómo me afectaba y a intuir lo que podía hacer al
respecto. Ojalá este libro te sirva para lo mismo: comprender y actuar desde
este preciso momento.
El libro se divide en dos partes:
 
Capítulos de la A a la N: experiencias personales y lecciones
aprendidas
Capítulos de la O a la Z: hoja de ruta para pasar a la acción.

En ambas partes encontrarás centenares de lecciones aprendidas. Mis


consejos son que:
 
anotes en tu diario de transformación del anexo 2 aquellas lecciones
con las que te sientes más identificada (encuentra una versión editable e
imprimible en la página de extras gratuitos del libro al final de este
apartado);
subrayes las más importantes para ti y sobre las que puedes actuar ya;
descartes las propuestas que ya tengas afianzadas o bien las que no se
adecuen a tu caso;
apliques las propuestas de acción paso a paso y a tu ritmo para que sean
sostenibles.

Te doy las gracias por adelantado por la confianza que has depositado en mí
comprando este libro. Deseo de corazón (y de tiroides*) que te merezca la
pena. Si disfrutas su lectura, te agradeceré que me dejes una opinión en las
reseñas de Amazon (el enlace al mismo lo encuentras en la página web que
te dejo más abajo). Esto me ayudará a llegar a más personas y a plantearme
futuras publicaciones.
Además, tu opinión tiene PREMIO.
Cuando la hayas publicado en Amazon, mándame impresión de pantalla o
fotografía de esta a mi correo electrónico personal (
montse@academiareshape.com
).
En agradecimiento, te haré llegar una nota personal con un capítulo inédito y
su ilustración a todo color. Se trata de una precuela, y en él te comparto mis
aventuras cinco años antes del primer capítulo de este libro. Descubrirás
cómo fue cuando viví en Holanda y ya empecé a notar los síntomas del
hipotiroidismo.
Muchas gracias por adelantado.
A continuación, te dejo el enlace a la página desde dónde puedes acceder a
los premios gratuitos del libro (incluyendo el anexo 2. Tu diario de
transformación, en su forma editable e imprimible) y al enlace de mi libro en
Amazon:

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* ¿Qué tiene que ver la mariposa con la tiroides y con los cambios? En los libros de medicina, se
conoce a la tiroides como
la glándula con forma de mariposa
. La mariposa es un animal lleno de luz,
resultado de una etapa de profunda transformación en la oscuridad. El efecto mariposa es aquel que se
da cuando un pequeño cambio en las condiciones de un lugar concreto del mundo puede llegar a
provocar grandes alteraciones en la otra punta del globo. Como el batir de las alas de una mariposa
puede generar un tornado. En este libro, mi intención es usar el efecto mariposa a nuestro favor. Deseo
que los pequeños grandes cambios que iniciarás con él constituyan la (re)evolución que quieres para tu
vida.
 

A
Así empieza todo o 2001: odisea de mi
hipotiroidismo
C uando me diagnosticaron de hipotiroidismo, tenía apenas veinticinco
años cumplidos, pero me sentía como una abuela de ochenta. Justo unos
meses antes del diagnóstico, había terminado un año muy duro de estudios
en Londres. Cursé un Master of Science en la prestigiosa University College
London, en su exigente facultad de arquitectura The Bartlett, en concreto en
la Unidad de Planificación del Desarrollo (DPU).
Ese año me cambió en muchos sentidos. Era la primera vez que pasaba un
año entero lejos de casa de mis padres, en Barcelona. Estaba muy
emocionada, porque tenía la oportunidad soñada de estudiar en Londres, una
ciudad que me atraía por lo moderna y llena de posibilidades, y por contar
con las mejores universidades del mundo. Y lo podía hacer gracias a la beca
del British Council que había ganado tras un arduo proceso de selección
entre centenares de alumnos de toda España.
Así, lo que en un principio me hizo sentir tan afortunada terminó siendo una
de las experiencias más agotadoras de mi vida. Sin duda hubo momentos
bonitos, que guardo con estima en mi memoria. Al máster asistíamos
alumnos de diecinueve nacionalidades distintas de todo el mundo, de entre
un total de veinticinco. Resultó muy estimulante descubrir esa mezcla de
culturas, acentos y formas de vivir tan diferentes. Esos años, hice amistades
que aún hoy están en mi corazón.
En contadas ocasiones, que son las que recuerdo con mayor intensidad, pude
disfrutar de la actividad vibrante de la ciudad: un par de salidas al parque
para disfrutar de conciertos y festivales, un concierto en el Albert Hall
durante la visita de mis padres, varias visitas a la Tate Modern y una película
en el Soho tras la cual coincidí con la mismísima Madonna a la salida.
Llegué a Londres la mañana del 13 de septiembre de 2001. Sí, solo dos días
después del fatídico ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Londres
me acogió gris, fría, lluviosa y con un ambiente tenso. Policías en cada
esquina, controles, miedo en las caras de los usuarios del metro.
En el hotelito Cavendish de Tottenham Court Road nos ofrecieron la suite
del ático por el mismo precio que la habitación doble más humilde. Nosotros
y una pareja de franceses éramos los únicos cuatro huéspedes de un hotel
con 230 habitaciones. Digo nosotros porque al traslado me acompañó mi
pareja, quien acabaría siendo mi marido y que, hoy en día, es mi exmarido.
Pero sobre este tema, que también tiene que ver con el hipotiroidismo, te
hablaré más adelante.
Llegamos ese jueves 13 y él se marchó el domingo 16, porque el lunes 17 yo
tenía la welcome session en la universidad. Durante cuatro días
aprovechamos para visitar algunos puntos turísticos, como la Torre de
Londres, la Tate Modern, Saint Paul’s Cathedral, Covent Garden…, todo
vacío de turistas. En la City me sorprendió el ambiente febril que se vivía en
la hora punta. Recuerdo la sensación del cielo pesado sobre la cabeza que
nos acompañó esos primeros días. Luego empezó a caer esa lluvia boba
típica de Londres y ya no paró durante semanas.
El primer día de clase fue muy estimulante. De forma casi automática me uní
al grupo de latinas: dos chicas colombianas, una chica argentina y una
portuguesa. Es curioso, porque al mismo máster asistía un chico asturiano
que también venía becado, pero nunca llegué a congeniar demasiado con él.
Ese lunes 17 por la tarde trasladé todas mis cosas, cual pesado caracol, desde
el hotel hasta la Residencia Universitaria de Langton Close, ubicada en un
callejón sin salida a medio camino entre King’s Cross y el Bloomsbury.
Estaba deseando ver cómo sería mi habitación, donde pasaría la mayor parte
del tiempo y que consumiría el 70 % del importe de mi beca.
Me dieron el apartamento 4H y mi habitación era la número 3. El suelo
enmoquetado del pasillo que conducía al apartamento daba muestras de
haber presenciado mucha actividad universitaria. Emocionada, abrí la pesada
puerta antiincendios del apartamento y me dirigí a mi habitación, esperando
encontrar un espacio bonito y acogedor.
Muy a mi pesar, lo que encontré fue un espacio minúsculo donde a duras
penas cabía el mobiliario. Era más propio de una celda de monasterio que de
un piso de estudiantes. En esa estancia, que no pudo ni acoger mi enorme
maleta (se quedó esperando en el pasillo), parecían darse codazos los
muebles. Una cama individual estrechísima, un armario minúsculo y una
mesa de estudio en la que no cabían ni cuatro libros. Las vistas no eran
mucho mejores. Daban a un cementerio en la parte sombría del edificio.
«Como mínimo se ve verde», pensé.
Esa tarde me dispuse a hacer un tetris a fin de colocar todas mis cosas en la
minihabitación. En una de las paredes había un plafón de corcho recubierto
de tela antiincendios, que aproveché para colgar fotos de momentos bonitos.
Poco imaginaba que eso sería mi ancla en los meses venideros.
—¡Esta ciudad cambia tanto cuando hay luz! Lástima que todos los cursos
empiezan de cara al otoño —‍me decía Gaby, de México.
La conocí a los pocos días de llegar. Yo la veía como una veterana, porque
llevaba un año estudiando su doctorado y el año anterior había cursado el
mismo máster.
—El máster es agotador —me siguió advirtiendo Gaby—. Son horas y horas
de leer, de esforzarte en escribir, de prepararte presentaciones orales en este
idioma tan diferente al nuestro. Y, sobre todo, el ritmo trepidante que te
obligan a seguir. No hay tiempo para hacer pausas. Siempre hay entregas.
Pensé para mí que, al haber sido buena estudiante toda la vida, partía con
ventaja. Me engañaba. Y no era solo por la presión que te ponían en la
universidad, sino por mi forma de ser. Era una pauta aprendida desde
pequeña: lo primero y lo primordial era lo intelectual. Lo secundario era
disfrutar de la vida y del tiempo libre.
Echando la vista atrás, me doy cuenta de lo cómoda y efectiva que es esta
forma de funcionar. Te permite no tener que confrontar la vida desde las
relaciones humanas y tener buenos resultados académicos. El único
problema es que a medio-largo plazo es difícil ser feliz.
Gastaba mis energías en el estudio y rendía porque sacaba buenas notas,
aspecto que era un compromiso adquirido con la beca.
—El alumno becado por el British Council pondrá todo su empeño en la
excelencia académica —nos advirtieron el día de la ceremonia de entrega de
la beca.
Lo tenía tan interiorizado que cuando había alguna celebración, salida o
excursión casi siempre me dolía la garganta o tenía la regla. Mi
menstruación había sido muy dolorosa desde el día que me vino, con apenas
once años. Todos me decían que era normal. Ahora me doy cuenta de que
ese dolor llevaba muchos años reflejando mi nivel elevado de inflamación
interna. Y durante el año en Londres empeoró por mi pésimo estilo de vida.
Invertía mi tiempo en lo que de verdad creía que era importante: el estudio.
Y luego no me quedaba energía para vivir el resto de las experiencias. La
enfermedad o el malestar eran el argumento para no tener que dedicar parte
de mis pocas energías a actividades poco productivas (desde el punto de
vista académico). Era muy buena estudiando, pero muy mala disfrutando la
vida.
Esta pauta, tan arraigada en mi forma de ser —fruto de lo aprendido y
valorado en casa desde pequeña —‍, me acompañaría durante años. En cierto
modo, aún sigue en mí, aunque ahora desde un lugar de consciencia. Lo
positivo es que, tal y como te explico en las lecciones aprendidas al final de
este capítulo, ahora aprovecho esta forma de funcionar para proveerme de
tiempos de desconexión y placer.
Volviendo a mi vida londinense, recuerdo una de las pocas fiestas a la que
asistí con una mezcla de cariño, nostalgia y miedo. ¿Te apetece que te lo
cuente? Resulta que me invitaron a una fiesta de inauguración en Candem —
un barrio bastante alejado del mío y que, por aquel entonces, no era
demasiado seguro y menos aún de noche y sola—; así pues, quedé para ir
con una amiga de la India, Menaka, que vivía en una residencia cercana.
Partimos a media tarde. Como estábamos en el mes de octubre era ya casi
noche cerrada. Llegamos rápido con el metro desde King’s Cross.
La fiesta estuvo bien: ganchitos, magdalenas, patatas fritas, música y alcohol
ligero. En mi caso, la bebida se limitó a un par de cervezas, que en seguida
me subieron a la cabeza (como siempre en que he bebido alcohol y que tiene
mucho que ver con el hipotiroidismo, pero de eso te hablo en las lecciones
aprendidas).
Recuerdo divertida cómo Yousef, que era de Jordania y se había instalado
con su familia en Cambridge por ser una ciudad más tranquila que Londres,
nos explicaba cómo cada noche que cogía el tren en King’s Cross se le
acercaban personas para ofrecerle todo tipo de servicios y productos.
«Menos mal que no tengo que ir por esa zona de noche», pensé para mis
adentros.
A eso de medianoche, Menaka me dijo que estaba muy cansada y con ganas
de llegar a casa, dado que al día siguiente tenía una entrega para la
universidad. Así pues, salimos a buscar el bus nocturno, deseando no tener
que esperar demasiado en mitad de la fría noche londinense.
Emocionadas, vimos cómo un autobús se acercaba a la parada, así que
subimos sin pensarlo. Una vez dentro, preguntamos a una pasajera a dónde
iba.
—A Tottenham —respondió.
Nos sentimos muy afortunadas, porque Tottenham Court Road estaba a
quince minutos a pie de nuestras residencias. Sin embargo, al cabo de tres
cuartos de hora, nos dimos cuenta de que el paisaje de la ciudad nos era
extraño y estaba muy oscuro. Las calles de la periferia de Londres, al menos
en esos tiempos, estaban muy mal iluminadas. Así que me decidí a preguntar
al conductor cuándo llegaríamos a Tottenham Court Road. Me respondió que
el destino era el barrio de Tottenham y no la céntrica calle que nosotras
esperábamos.
Al ver mi cara de susto, el conductor nos recomendó que bajáramos en
aquella misma parada, que en dirección contraria pasaría enseguida otro
autobús en dirección opuesta y con parada final en la céntrica King’s Cross.
Así fue cómo nos plantamos en plena madrugada londinense en un lugar
totalmente desconocido. Y, además, sin la capacidad para ubicarnos.
Nuestros móviles prehistóricos tenían mucha batería, pero nada de mapas ni
GPS.
Recuerdo a Menaka diciendo asustada:
—¿Llamamos a una de esas casas?
Le respondí que estaba loca. ¿Cómo íbamos a llamar a casa de alguien en
mitad de la noche? Esperaríamos, porque el bus tenía que estar al caer.
Entonces, a lo lejos vimos acercarse a un tipo con capucha y nos entró
mucho miedo.
—¿Nos escondemos detrás de estos arbustos?
Yo repliqué que cómo nos íbamos a meter en casa de alguien, que nos
podíamos buscar un buen lío. Por suerte, el tipo estaba paseando un
miniperrito y no nos dijo nada más que buenas noches .
Entonces Menaka rompió a llorar. Llevaba horas sobre unos altísimos
tacones y tenía ganas de llegar a casa.
—¡Hay que llamar ya a la Policía!
¿Pero qué le íbamos a decir a la Policía? ¿Que nos habíamos perdido y que
estábamos hartas de esperar al bus? ¿Que nos llevaran a casa?
Tampoco teníamos el teléfono de ninguna compañía de taxis o de minicabs .
Así que nos sentamos a esperar. De repente, a lo lejos, apareció un puntito de
luz, que pronto se convirtió en dos. ¡Era el bus, por fin! De un salto me
planté en la calzada moviendo agitadamente las manos para que parara.
Cuando subimos, el conductor nos dijo enfadado que no hacía falta hacer el
molino para que parara. El bus iba medio vacío, con algún que otro borracho
a bordo. Nos sentamos al lado del conductor.
Al llegar a King’s Cross, bajamos y se nos acercó un grupo de chicos.
—Eh, chicas, ¿venís con nosotros?
Aterrorizadas, empezamos a caminar más rápido, las dos con tacones,
heladas y agotadas. Finalmente se cansaron de seguirnos y nos dejaron en
paz. Dejé a Menaka en su residencia y corrí hasta llegar a la mía
torciéndome el tobillo varias veces por el camino. Ni que decir tiene que, al
día siguiente, ninguna de las dos tenía energía para nada. Yo me sentía como
una zombi y ese agotamiento me duró días.
Ese año, la pauta de pasar episodios de estrés periódicos se repitió mucho:
por las entregas, por las presentaciones o por los problemas de convivencia
con alguna compañera del piso. Cuando se producía algún desequilibrio en
esa vida tan acotada que vivía, tardaba días en recuperarme. Con el tiempo
entendí que tenía mucho que ver con mi hipotiroidismo.
Ahora soy consciente de que, en la evolución de mi enfermedad, tuvieron
mucho que ver mis pautas malsanas de ese año:
 
cero actividad física
comer mucho y mal
cero exposición solar
exceso de estrés mental
horarios antinaturales.

Mi día típico se desarrollaba entre moquetas: las de las paredes y el suelo de


mi habitación, las del pasillo de mi residencia e incluso las de las aulas de la
universidad. Y es que el departamento al que acudía era una casa
enmoquetada de estilo victoriano que la universidad tenía alquilada. El
máximo ejercicio que practicaba consistía en abrir y cerrar las puertas
antiincendios, esas pesadas puertas con el topito blanco que estaban por
todos lados. Por último, mis pautas de alimentación eran bastante
inapropiadas:
 
Desayunaba a base de leche de soja con cereales azucarados. Evitaba la
leche de vaca desde hacía unos años porque no me sentaba bien.
A media mañana, solía picar algo tipo galletitas, scones con miel (unos
bollos que se calentaban en la tostadora).
A mediodía, cuando almorzaba en la residencia de estudiantes, casi
siempre me preparaba un plato de pasta y de postre un yogur. Y cuando
lo hacía fuera —por ejemplo, en la universidad—, solía comer un
sándwich y una bolsa de patatas fritas con una chocolatina de postre.
La merienda era mi momento de placer diario. Salía en busca y captura
de un muffin doble de chocolate de la máquina de vending del sótano
de la residencia. Me negaba a comprarlos en el supermercado para no
atiborrarme. Y, no obstante, cada tarde, me descubría bajando a
comprar como poseída por el alien del dulce.
Para cenar, solía prepararme algo a la plancha con una ensalada para
acallar el remordimiento que me asediaba por los tropiezos de todo el
día. Aunque, a veces, el antojo era más poderoso y me comía una pizza
precocinada.

Como resultado, mi vida en Londres acarreó un aumento de peso similar al


que se produce durante el embarazo: engordaba a un ritmo de 1 kg/mes, con
la diferencia de que yo estuve doce meses. Mi vida transcurría sentada o
estirada. Estudiar, comer y dormir. O intentarlo, porque tuve épocas de
insomnio, que han sido de las peores de mi vida.
Al terminar el curso, además de sufrir sobrepeso, estaba exhausta. Me
agotaba sin razón aparente, me ahogaba al mínimo esfuerzo, se me caía el
pelo a puñados y además tenía el ánimo por los suelos. Poner la lavadora, ir
de compras, cocinar… Todo se me hacía una montaña.
Además, sufría de una sensación de frío constante. Me llegué a comprar dos
edredones de plumas. Y el insomnio me acechaba. Recuerdo lo duras que se
hacían las noches en las que se disparaba la alarma antiincendios, cuando
nos obligaban a salir del edificio en mitad del frío. Lloraba de puro
cansancio. Y de vuelta (siempre era una falsa alarma de alguien que había
fumado en la habitación) me era casi imposible conciliar el sueño. Al día
siguiente estaba destrozada.
Londres fue duro y bonito. Ahora, echando la vista atrás, veo que fue una
oportunidad repleta de aprendizajes que me gustaría compartir contigo. Te
los dejo a continuación.
En el próximo capítulo descubrirás cómo me diagnosticaron de
hipotiroidismo casi por casualidad.
Lecciones aprendidas: capítulo A

1. Cuando no tienes energía para disfrutar de (casi) nada en esta vida,


pero debes cumplir con un compromiso (y sobre todo con la
autoexigencia), todo pasa ante tus ojos con la sensación de no estar
viviendo.
En estos casos, es importante dedicarte un tiempo cada día a parar y respirar
de forma consciente. Priorizar y organizarte.
¿Sabías que una de las estrategias más transformadoras que puedes aprender
es usar de forma regular la palabra no ?
Descubre mis 10 claves para romper con el círculo vicioso del agotamiento
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.
2. La planificación de las tareas es la forma más efectiva de obtener
resultados positivos en cualquier ámbito.
Hoy en día, del mismo modo que programo mis tareas en el calendario,
también hago lo mismo con mis espacios de placer, ya sea para quedar con
una amiga, salir a entrenar cada día, lavarme el pelo con atención o escribir.
¿Tú también priorizas en tu vida espacios de autocuidado o para reforzar tus
vínculos?
Lo que recuerdo con nostalgia de otras épocas de mi vida son las
experiencias bonitas. No guardo memoria emocional de las horas pasadas
estudiando, ni haciendo tareas para la universidad. Priorizar más las primeras
y hacer lo esencial de las segundas hubiera sido lo adecuado para transitar
más feliz por esta experiencia única.
¿Tú también sientes que has dedicado demasiado tiempo al estudio o a
trabajar y te falta nutrirte de experiencias distintas?
3. Busca siempre el contacto con el exterior, con la luz del sol, con los
ritmos de noche-día.
Te ayudarán a informar a tu cuerpo sobre cómo y cuándo tiene que segregar
hormonas y neurotransmisores tanto de activación como de relajación.
¿Sabías que es imprescindible este contacto con los ritmos naturales?
Si pasas muchas horas dentro de casa o en la oficina, con poca exposición
solar, revisa tus niveles de vitamina D y supleméntate. Siempre hazlo a
través de un experto y mediante analíticas de forma regular (como mínimo
cada 6 meses). ¿Sabías que un nivel de suficiencia teniendo hipotiroidismo o
autoinmunidad es de alrededor 50 a 80 ng/ml de vitamina D en sangre?
Si quieres aprender más sobre la vitamina D, otros suplementos para la
tiroides y muchísimos temas más explicados por los especialistas más
actualizados, accede a la página de extras gratuitos del libro para ver los
contenidos del Método Reshape y muchas sorpresas más.

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4. Respétate con la comida y no busques en ella compensar la falta de
otros placeres.
Si echas en falta otros placeres, plantéate por qué es, dales espacio y sobre
todo pasa más tiempo al aire libre. Visualiza tus atracones, adicciones o
compensaciones como un síntoma. Y si es necesario busca ayuda. Revisa las
pautas que encuentras al final de este libro.
¿Qué está faltando o fallando en tu vida? ¿Qué buscas en la comida que no
encuentras en tu día a día? ¿Qué otras actividades placenteras te gustaría
concederte?
5. La intolerancia al frío es un síntoma típico del hipotiroidismo.
Si tienes la sensación de llevar el invierno dentro, si por más ropa que te
pongas sientes frío y malestar, revisa tus parámetros de la tiroides.
¿Eres de las que incluso en verano pasa frío y siempre tiene que llevar
encima una chaqueta, por si acaso?
Descubre la relación entre el hipotiroidismo y el frío, además de mis 7
pautas para mejorar ambos en este artículo gratuito de la Academia Reshape
.
6. Estar muy ocupada es una excusa para justificar tu autoimagen.
Las visitas de mis padres, hermano, novio o amistades siempre coincidieron
con épocas de mucho trabajo, y eso me servía de argumento para no estar
tanto por ellos. Ahora me doy cuenta de que siempre había demasiado
trabajo en mi vida, cuando en realidad lo que estaba haciendo era justificar la
imagen de persona aplicada y responsable que me había construido para
agradar y triunfar.
¿Tú qué imagen te has construido para agradar?
7. Beber alcohol con hipotiroidismo es muy mala elección.
Solemos tener déficit de alcohol deshidrogenasa en el estómago (una
sustancia que inicia la digestión), además de ser una sobrecarga tóxica para
el hígado, el gran órgano convertidor de hormonas tiroideas. Sí, el hígado es
imprescindible para que nuestras hormonas de la tiroides cumplan bien su
función. Así que tolerancia cero con esta droga legal.
Puedes leer más detalles al respecto en este artículo gratuito de la Academia
Reshape
.
¿Sigues disfrutando de tus encuentros sociales alrededor de una(s) copa(s) de
alcohol?
8. Llevar tacones es perjudicial para tu salud.
Para la espalda, las rodillas, los pies... Te limita los movimientos saludables
y puede ser lesivo incluso al cabo de poco tiempo.
¿Aún sigues llevándolos de forma habitual? ¿Sabías que existen zapatillas
con punta ancha y planas que permiten caminar de forma más cómoda y
saludable? Se llama calzado minimalista y te cambia incluso el humor.
9. Las capacidades que desarrollé en esa época me permitieron estudiar
en inglés cualquier temática que me motivara.
Fue muy útil para desarrollar mis conocimientos sobre hipotiroidismo. Por
ello, gran parte del Método Reshape incluye la traducción al español de
conceptos que solo están disponibles en inglés. Además de explicártelo con
palabras más sencillas.
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B
«Bueno, solo es hipotiroidismo»
A gotada, con sobrepeso, el cabello cayéndoseme a puñados, con las reglas
más irregulares y dolorosas de mi vida, triste y con la sensación de tener la
energía de una persona anciana. No sabía qué podía estar pasando, pero sí
notaba que ya no era la misma. En menos de un año había envejecido
décadas de golpe.
En verano del 2002 regresé unas semanas a casa, a Barcelona, y aproveché
para ir al médico. La sensación que me alarmaba más era el hecho de
ahogarme al más mínimo esfuerzo, por lo que pedí cita con el neumólogo, el
médico especialista de los pulmones.
Recuerdo la visita de valoración de mis pruebas de esfuerzo como si fuera
hoy.
—Señorita, todas las pruebas de capacidad pulmonar están bien. No le
ocurre nada a sus pulmones —‍concluyó el médico.
—Y, entonces, ¿qué me ocurre? —pregunté preocupada.
Era finales de julio y, aunque fuera hacía calor, en la consulta de este doctor
el aire acondicionado estaba tan fuerte que yo llevaba la chaqueta puesta y
un pañuelo en el cuello, mi punto débil.
—¿Tiene usted frío siempre? —preguntó, observando mi atuendo.
Yo le dije que sí, que era terrible ese frío que me acompañaba casi siempre.
Entonces, me pidió que me quitara el pañuelo del cuello. Se acercó a mirarlo
y palparlo con cara de concentración.
—Tiene el cuello un poco grueso, ¿se ha dado cuenta? ¿Hay antecedentes de
problemas de tiroides en su familia? —preguntó.
Me quedé pensando y le dije que creía recordar que a mi abuelo paterno le
habían tratado con yodo radiactivo de joven.
—Vamos a investigar por ese lado. Le pediré analíticas y con los resultados
pide cita con la doctora endocrina del piso de abajo —me ordenó.
Salí de la consulta confusa y preocupada.
El día que fui a recoger las analíticas tenía una mala sensación en el cuerpo.
No era como la ansiedad normal que llevaba arrastrando desde hacía tanto
tiempo y que siempre me ha dado malvivir. Tenía miedo. La recepcionista
del laboratorio me dio el sobre con los resultados y, como no estaba cerrado,
me senté allí mismo, en la sala de espera, a echarles un vistazo.
Al verlos una descarga de miedo se apoderó de mí. Un sudor frío me recorría
la espalda y un mal presagio me empezó a presionar la garganta. Había
varios valores alterados en la analítica. Algunos de ellos tenían que haber
estado por debajo de 100, ¡y yo los tenía a más de 5000! Una idea terrible
me vino a la cabeza: «Me voy a morir seguro; estoy muy mal. Será un cáncer
o una enfermedad muy mala, como el sida».
Mil ideas malignas me acechaban. Me levanté aguantando las lágrimas y me
acerqué a la recepcionista.
—Disculpe, ¿usted sabe qué significan todos estos asteriscos? —le pregunté.
—Señorita, por favor, yo no soy quién para interpretar sus analíticas. Pida
hora con su médico —respondió al verme tan compungida.
¿Sabes por qué se me pasó por la cabeza que fuera sida? ¡Por los
anticuerpos! El valor más elevado de toda la analítica, el de más de 5000,
indicaba «anticuerpos anti-TPO» y otro valor que estaba a más de 1000 se
refería a «anticuerpos anti-TG». También aparecía un valor «TSH = 15»,
cuyo valor de referencia era 10. Este último no me preocupaba tanto, pero la
temida palabra anticuerpos solo la había oído en relación con el sida y el
VIH.
Estaba aterrorizada. Ese mismo día llamé para preguntar si podía avanzar la
cita con la endocrina, pero me dijeron que era imposible.
Recuerdo decirle implorando a la persona que me atendió:
—Es que estoy muy mal. Me ha salido todo mal.
La recepcionista intentó tranquilizarme diciendo que los resultados de
endocrinología suelen ser procesos largos y que seguro podía esperar los
cinco días que faltaban hasta mi cita, pero que si me sentía muy mal no
dudara en acudir a urgencias. Entonces dudé. ¿Estaba lo suficientemente mal
como para ir a urgencias?
Tenía la certeza interior de que algo grave me estaba pasando, pero mis
síntomas no eran agudos, más allá de la ansiedad y de no poder dormir. Era
como si no reconociera mi propio cuerpo y echaba mucho de menos la
persona que solía ser antes de encontrarme así. Decidí esperar.
Entré con cara de circunstancias a la visita con la endocrina.
—Doctora, el neumólogo me ha aconsejado venir a verla. Los resultados de
los pulmones estaban bien, pero yo me agoto al más mínimo esfuerzo y me
ha pedido estas analíticas. ¿Qué me pasa y por qué está todo mal? —le
pregunté con un hilo de voz.
La doctora abrió el sobre de la analítica con el ceño fruncido. Yo la
observaba intentando adivinar lo que pensaba y lo que me iba a decir.
Recuerdo que tenía ganas de hacer de vientre de lo nerviosa que estaba.
Entonces me miró con una media sonrisa.
—Bueno, solo es hipotiroidismo de Hashimoto —repuso mirándome como
si fuera lo más normal del mundo.
—¿Y eso qué significa? —pregunté, con los ojos muy abiertos.
—Es una enfermedad autoinmune. Se llama así porque la descubrió un
doctor japonés. Lo único que ocurre es que tu sistema inmune ataca a tu
glándula y esta va dejando de funcionar de forma progresiva. Es muy
habitual en mujeres. Pero no pasa nada porque, por suerte, tenemos un
medicamento que, tomado de forma diaria y de por vida, te proporcionará la
hormona que te falta. Y ya estará todo arreglado. Es la mejor enfermedad
crónica que puedes tener. No debes preocuparte por nada y olvídate de ella.
Solo toma la medicación —explicó muy segura.
—Pero, pero… ¿Autoinmune? ¿Y por qué? ¿Y qué puedo hacer para
pararlo? ¿Y si hoy me ataca a la tiroides y mañana a otro lado? ¿Y por qué
he engordado tanto y estoy tan agotada? También se me cae mucho el pelo y
mis reglas están fatal de dolor e irregulares —pregunté intentando encontrar
algún sentido a todo lo que me pasaba. La sensación era que me acababa de
decir algo muy grave y, a su vez, le estaba quitando importancia para que no
me preocupara.
—A ver, esto es genético, te ha tocado. Y no tiene por qué causarte más
problemas. Casi seguro que alguien más en tu familia lo tiene. No puedes
hacer nada más que tomarte la pastilla religiosamente cada mañana media
horita antes del desayuno. Empezaremos con media pastilla de la dosis más
baja y dentro de unos meses la iremos subiendo. Y cuando tu glándula deje
de funcionar, dentro de unos años, terminarás tomando la dosis máxima.
Iremos haciendo seguimiento anual de tus analíticas —expuso tan natural y
tranquila.
»Y para tu sobrepeso pide cita con nuestra nutricionista; en recepción te la
darán. Para el pelo, pide cita con un dermatólogo y para la regla, con la
ginecóloga, porque no tienen nada que ver con tu hipotiroidismo —
concluyó.
Salí de allí con una sensación agridulce. Por un lado, estaba contenta de
poder ponerle una etiqueta a mi agotamiento. Pero, por otro, el hecho de
tener que tomar una pastilla para el resto de mi vida, teniendo solo
veinticinco años, me parecía algo terrible.
Fui a la farmacia de al lado de casa a encargar la medicación.
—Bienvenida al club de la tiroides. Somos muchas las mujeres que tomamos
esta medicació n‍—‍ comentó la farmacéutica, que me conocía desde bebé,
como si se tratara de una celebración.
Yo me quedé pensando: «¿Mujeres? ¡Si solo soy una chica de veinticinco, y
no quiero tener que tomar medicación para siempre!».
Lo que más me preocupaba era la caída del cabello —me veía fatal—, así
que pedí cita con el dermatólogo. Lo primero que me dijo (sin nuevas
analíticas) era que mi caída no tenía nada que ver con el hipotiroidismo. Se
trataba de una AAF (alopecia androgénica femenina), dado que estaba
afectando a la zona frontal de forma difusa. Y lo segundo, que estaba de
suerte, porque él era un experto en trasplante capilar femenino.
—Aún no estás para operar, pero si sigues así pronto lo estarás —anunció,
quitándole importancia.
Por el momento me tenía que aplicar minoxidil cada noche para parar la
caída. Y me aconsejó que aprovechara la visita con la ginecóloga para que
me recetara pastillas anticonceptivas.
—Eso te ayudará mucho a regularte, a mejorar tu acné y a frenar la caída.
Además, te las puedes tomar siempre hasta que decidas quedarte embarazada
—aseguró el médico, y añadió—: A mí me irá genial, porque así tendré la
seguridad de que no te quedarás embarazada ahora. Y así podré recetarte
otro medicamento: el finasteride, que es más potente y que frenará en seco el
avance de tu alopecia.
Parecía que todo fueran ventajas.
Repitió tanto la palabra androgénica que le pregunté cómo podía saberlo.
Me dijo que ya tenía tal ojo clínico que no necesitaba más analíticas, y que
además ahora con la pastilla anticonceptiva todo se arreglaría. Puntualizó
que el Eutirox era necesario para el hipotiroidismo, pero que este no tenía
nada que ver con la caída del cabello. Para él, estaba claro que la causa era la
AAF. Salí de la visita aún más triste: loción, más pastillas, futura
operación…
En la visita con la ginecóloga el mensaje fue claro y meridiano desde el
primer momento.
—Todos estos problemas que tienes se acabarán con las antibaby —
sentenció.
—¿Qué son los antibaby ? —pregunté con ignorancia.
—Hija, son pastillas anticonceptivas. Te lo regulan todo: el cabello, el acné,
los dolores y las alteraciones de la regla. Además, no tendrás que estar
sufriendo por quedarte embarazada —anunció mostrando una sonrisa
enorme.
—Pero si por eso no hay problema, yo siempre utilizo preservativo con mi
pareja —puntualicé.
—Mira: mejor así, con las pastillas no hará falta que lo uséis —respondió
entusiasta.
—Pero si yo estoy viviendo en Londres y él aquí. Y ahora en septiembre,
cuando termine el máster en Londres, empezaré a trabajar en Alemania. Así
que lo veo poco —quise aclararle.
—Bueno, pues cuando os veáis lo disfrutaréis más que con el preservativo,
que es un rollo —rebatió dando por zanjado el tema.
Le comenté que, además, solía tener muchos picores vaginales de forma
recurrente, en especial los días antes de la regla.
—Eso es candidiasis, una infección provocada por hongos en la vagina. Tú,
cada vez que tengas molestias, te haces una tanda con estos óvulos que te
receto y problema resuelto. —Y se puso a escribir la receta.
—Cada dos meses suelo tener muchas molestias al orinar. Noto picor,
incluso dolor a veces. Me preocupa que estas molestias sean tan recurrentes
—apunté.
—Bueno, eso es muy habitual. Cada vez que tengas molestias te tomas un
sobre de antibiótico y problema solucionado. Y llévate unos cuantos, si te
vas a ir fuera. Te llevas varias cajas de antibiótico y de los óvulos por si
acaso. Las antibaby las puedes empezar a tomar ya mismo cuando termines
la siguiente regla —‍
‍ concluyó.
Así que salí de esa consulta bien aprovisionada con otra larga lista de
fármacos. Tenía la sensación de que, a cada médico que iba, la solución era
ir agregando pastillas. Lo vivía fatal porque llevaba años sin tanta
medicación de forma recurrente. Y ahora volvía a tener que tomar un
montón. Cuando era pequeña, recuerdo enfermar sobre todo de faringitis y
otitis de repetición. Para ello, me daban tandas de antibióticos que me
dejaban agotada durante días. Más adelante, supe que esos tratamientos en
mi infancia tuvieron que ver con mi autoinmunidad de adulta.
Empecé con muchas esperanzas a tomar el Eutirox y los primeros meses
tuve la sensación de mejorar bastante, sobre todo en relación con el
agotamiento. Otros síntomas, que por aquel entonces aún no relacionaba con
el hipotiroidismo, seguían dándome mala vida: descomposición intestinal
alternada con estreñimiento, insomnio, ansiedad, dolores articulares... Nunca
lo relacioné con mi cuadro de hipotiroidismo por la sencilla razón de que
nadie me lo preguntó jamás.
Mi sensación en cada visita médica era de que disponía de tan solo un
minuto para explicar todos mis problemas. Y luego me interrumpían y me
daban la receta con las pastillas mágicas que lo arreglarían todo. La visita
con la nutricionista para abordar mi sobrepeso decidí dejarla para
septiembre, cuando volviera a casa por unas semanas. Tenía demasiado que
hacer en agosto como para encima ponerme a dieta.
Agosto en Londres fue muy duro, con el esprint final para terminar la tesina
del máster. En septiembre, tuve que empaquetar todo lo que había sido mi
vida ese año en tan solo unos días. Luego volví a Barcelona durante unas
pocas semanas y, acto seguido, viajé a Freiburg im Breisgau, en Alemania,
con un contrato de prácticas de medio año de duración.
Ese tiempo que pasé en casa en septiembre lo aproveché para descansar un
poco. Hacerme a la idea de que me volvía a marchar al extranjero, quedar
con la familia y amistades y visitar a la nutricionista para que me pautara una
dieta para controlar el sobrepeso, que fue toda una experiencia. Te lo explico
en el capítulo siguiente.
Por el momento pasemos a las lecciones aprendidas en este.
Lecciones aprendidas: capítulo B

1. Los síntomas del hipotiroidismo pueden ser decenas.


Pueden afectar a cualquier órgano y tejido. Más allá de los clásicos —fatiga,
estreñimiento y sobrepeso— ‍existen muchísimos más.
¿Te han preguntado alguna vez qué otros síntomas estás sintiendo?
¿Qué cambios has notado en tu cuerpo y en tu mente?
¿Echas de menos la persona que solías ser antes?
Tienes una lista (no exhaustiva) de los síntomas en este artículo gratuito de
la Academia Reshape
.
2. La ansiedad y la depresión son típicos del hipotiroidismo.
¿Te han preguntado si padeces de estas alteraciones?
¿O si has notado cambios al respecto, por ejemplo, empeorando tu cuadro?
Una pastilla para cada síntoma no es la solución. Salir de la consulta de cada
especialista con un carro de pastillas tampoco. Si te han recetado pastillas
para todo tienes siempre derecho a preguntar:
 
¿Por qué me recetas esto?
¿En qué va a mejorar mi evolución?
Y, sobre todo, ¿qué efectos secundarios puede tener en mi cuerpo?
¿En qué puedo mejorar mi estilo de vida para encontrarme mejor?

3. La caída del cabello es muy habitual en hipotiroidismo.


La buena noticia es que existen pautas para frenarla y también para mejorar
la calidad del cabello.
En este artículo del post gratuito de la Academia Reshape te comparto mis
10 consejos para tener un cabello más sano
.
4. Las pastillas anticonceptivas no regulan nada.
Solo inhiben tus ciclos hormonales. Son silenciadoras de los síntomas, pero
la causa (o causas) de fondo siguen latentes. Así que cuando te las receten,
exige que te lo justifiquen muy bien. Y si no te convence, pide cita con otro
ginecólogo con visión integrativa y actualizada. Es tu derecho.
¿Te han recetado pastillas anticonceptivas para «regularte»?
5. El hipotiroidismo puede parecer una enfermedad fácil de gestionar
dentro de los parámetros convencionales de la medicina, pero no lo es.
La solución radica en esperar a que la glándula esté lo bastante mal para
pautar medicación. Pero…
¿Y la causa raíz de por qué se produce dicha alteración en la glándula?
¿Sabías que la inflamación crónica autoinmune que subyace a nuestro
diagnóstico es la cuestión clave?
¿Crees que esta se soluciona con la medicación, que solo va a parchear el
síntoma?
Encontrarás más información sobre nuestro abordaje terapéutico en este
artículo gratuito de la Academia Reshape
.
La medicación para la tiroides ayuda, y es imprescindible en la mayoría de
los casos para suplir lo que no puede producir tu glándula, pero hay mucho
más que puedes hacer para encontrarte mejor cambiando ciertos hábitos en
tu vida.
Lo irás descubriendo en este libro.
 

C
«¿Cómo es que no adelgazas
con la dieta?»
V olvamos al momento en el que ya había terminado mis estudios de
máster en Londres y había conseguido una plaza como estudiante en
prácticas en Freiburg im Breisgau, en el corazón de la selva negra alemana.
Durante las pocas semanas que estuve en Barcelona, entre Londres y
Freiburg, pedí cita con la nutricionista. La visita duró veinte minutos. Me
pesó, me midió, me dijo que me sobraban quince kilos y que siguiera las
pautas que me daba en una hoja. Tendría que volver al cabo de un mes, justo
antes de marcharme a Alemania.
Empecé la consulta preguntando:
—Tengo hipotiroidismo recién diagnosticado. ¿Puede tener relación con lo
que me he engordado el último año? ¿Y con el hecho de que tenga malas
digestiones, estreñimiento y diarreas puntuales? —‍ y añadí—: Además, la
leche de vaca me sienta fatal.
—Tiene poco que ver. Te has engordado porque has comido demasiado y
además no te has movido —‍ respondió—. Si te sienta mal la leche de vaca,
la mejor opción son estos productos a base de soja con probióticos.
Y me dio unas muestras de una marca nueva de soja que era «muy buena»,
según ella.
—¿Qué son los probióticos? —pregunté al encontrarme por primera vez con
esa palabra. Poco intuía yo que la comprensión de ese concepto y del de
microbiota acabaría ocupando un lugar tan importante en la mejoría de mi
enfermedad años después.
—Son bichitos buenos para mejorar tu flora intestinal. Te irán muy bien, ya
verás —me aclaró animada.
Salí de allí con energías renovadas pensando que por fin lo tenía todo de cara
para perder peso y mejorar mi salud intestinal. Seguí muy juiciosa las pautas
y adelgacé medio kilo en un mes, un resultado que estaba muy lejos de mis
expectativas.
La dieta consistía en:
 
desayuno: bebida vegetal de soja con cereales Special K o All Brand;
media mañana: minibocadillito de jamón dulce o de queso desnatado;
almuerzo: un bol pequeño de arroz acompañado de media pechuga de
pollo a la plancha o pescado blanco con ensalada. Una rebanada de pan
integral. Y a la ensalada como máximo podía ponerle una cucharada de
postre de aceite de oliva;
merienda: un yogur de soja natural o del sabor que quisiera o una pieza
de fruta del tiempo;
cena: judía verde hervida con una tortilla de un huevo (los lunes), una
rodaja de salmón (los martes), un trozo de lomo (los miércoles), una
rodaja de merluza (los jueves), un trozo de pavo (los viernes), dos
sardinas (los sábados) y un filete de ternera (los domingos). De postre,
otro yogur o una pieza de fruta.

Al regresar a la consulta al cabo de un mes, justo antes de partir para


Alemania, le dije que la dieta me estaba costando mucho porque siempre
tenía hambre y que, teniendo en cuenta todo ese esfuerzo, creía que había
adelgazado muy poco.
La nutricionista me pesó y me preguntó inquisidora:
—¿Cómo es que casi no has adelgazado con la dieta que te di? —Me miró
con cara de incredulidad—. ¿Seguro que la has estado haciendo bien? ¿O
has hecho transgresiones? —me espetó frunciendo el ceño.
Me sentí juzgada y mal.
—He procurado cumplirla al máximo, pero sigo encontrándome mal de la
barriga y veo que no pierdo peso —respondí con la cabeza baja.
—Bueno, entonces ha llegado el momento de que te pongas las pilas con el
ejercicio y vayas a aeróbic como mínimo tres veces a la semana —me
aconsejó.
—Lo he intentado, pero estoy agotada. Además, después de una sesión de
aeróbic me duelen las rodillas y la espalda durante días —puntualicé.
—Entonces, natación —apuntó resuelta, casi sin dejarme acabar la
explicación.
—De pequeña hice natación durante años, pero no me gusta nada. El olor a
cloro me marea, la piel se me queda muy seca y tengo mucho frío al entrar y
salir de la piscina —repuse sin querer parecer impertinente y con cara de
pena.
La nutricionista puso los ojos en blanco.
—Me da igual, lo tuyo es cuestión de balance energético, como todas las
personas que tenéis sobrepeso. Si le metemos más —gestualizó el típico
gesto de comer— de lo que gastamos, engordamos. No hay más, es así de
simple.
Y dio por concluida la explicación. Me sentí fatal, culpable, juzgada,
perezosa y gorda. Decidí que en mi nueva etapa en Alemania incorporaría
más ejercicio que en mi anterior etapa en Londres y que seguiría la dieta
tanto como pudiese. ¡Ilusa de mí! Lo que me esperaba en Alemania era más
de lo mismo. Incluso peor en algunos aspectos. Te lo explico en el siguiente
capítulo.
Lecciones aprendidas: capítulo C

1. La soja no es buena amiga de la tiroides y menos tomada junto con la


medicación.
Interfiere en su absorción, tiene efecto bociógeno (empeora el
funcionamiento de la glándula), es bastante indigesta, suele inflamar el ya de
por sí alterado intestino de las personas con autoinmunidad y, además,
interfiere en la absorción de otros micronutrientes importantes (hierro, yodo,
etc.).
¿Tomas muchos productos con soja? Si es así, plantéate reducirlos al
mínimo.
2. La idea del
balance energético
está cada vez más en desuso.
El concepto de balance energético es un concepto clave para la vieja escuela
de la nutrición. Según este, debe existir un equilibrio entre el número de
calorías ingeridas y el número de calorías gastadas. El problema es que esta
forma de plantear la nutrición es muy parcial, porque no es lo mismo
isocalórico (mismas calorías) que isometabólico (los efectos sobre tu
cuerpo). Y contar calorías sirve de muy poco, por no decir de nada.
Te voy a confesar algo: nunca he contado calorías excepto para los ejercicios
de la universidad. Por ejemplo, la misma cantidad de calorías en forma de
azúcares rápidos hará que al cabo de poco tengas hambre, mientras que si
son en forma más saciante (verduras, carne, pescado, grasas buenas) te
sentirás sin necesidad de picotear durante horas. La clave está en encontrar
una alimentación nutritiva. Y, sobre todo, en incorporar actividad física
regular en tu vida.
¿Aún sigues contando calorías?
¿Sabías que no hace falta apuntarte a actividades agotadoras para estar en
forma? De hecho, demasiados ejercicios aeróbicos no son beneficiosos para
las personas con hipotiroidismo.
¿Trabajas la fuerza? No necesitas pesas, al menos al principio; puedes
trabajarla con el propio peso del cuerpo: sentadillas, dominadas, flexiones.
Te recuerdo que el músculo es el mayor patrimonio de la salud y la juventud
de tu cuerpo.
3. Las dietas NO FUNCIONAN, y menos en las personas que tenemos
hipotiroidismo.
Lo peor que le puedes hacer a una persona con hipotiroidismo es prescribirle
una dieta baja en calorías, porque la estrategia metabólica del cuerpo será la
de reducir la conversión periférica de la hormona tiroidea y generar más
hipotiroidismo tisular, lo cual provocará un gran efecto rebote cuando
vuelvas a comer normal o como antes .
La estrategia más sensata es hacer un cambio de hábitos. ¿Cómo?
Aumentado la ingesta de alimentos nutricionalmente densos y adecuados
para tu hipotiroidismo. En el Método Reshape dedicamos mucho tiempo a
explicártelo para que puedas hacer tus propias pautas y no dependas de
nadie. La libertad del conocimiento en la alimentación es una de las armas
más poderosas de Reshape.
Revisa las pautas que encontrarás al final de este libro y descubre muchos
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D
Digestiones cada vez peores
H icimos el trayecto de Barcelona a Freiburg en bus durante una larga y
fría noche de finales de octubre de 2002. Me acompañó mi novio, quien,
nada más llegar al hostal, cayó enfermo con una gripe que se alargó tres días.
Ese fue el tiempo que tuve para buscar un alojamiento definitivo para mi
estancia en Alemania. Así pues, mientras él se quedaba sudando en la cama,
yo me calcé gorro, guantes, tres pares de calcetines, bufanda, botas y abrigo
y me fui a la búsqueda de una habitación.
Una compañera con la que había estudiado Ciencias Ambientales en
Barcelona, y que ya llevaba medio año viviendo en Freiburg, me ayudó a
entender los anuncios del diario, que estaban en alemán. Sin embargo, tras
explicar en la llamada que solo hablaba inglés, la mayoría de los
interlocutores me rechazaban, alegando que no nos íbamos a entender bien.
Al final, tuve lo que podríamos llamar suerte y encontré una habitación en
Mozartstrasse, en una de las zonas más caras. De hecho, el alquiler mensual
equivalía al importe íntegro de mi salario como becaria: 400 €. La cogí a la
desesperada, pensando que no encontraría nada más y fue un error. Pero eso
lo supe más adelante.
La habitación era amplia y daba a un pequeño monte. Estaba cerca del centro
medieval de la ciudad. Una preciosidad de la arquitectura centroeuropea, con
una iglesia gótica impresionante y casitas que parecían de cuento. La
tranquilidad y la paz de esa ciudad contrastaban con el frenetismo de
Londres. Al cabo de un tiempo de vivir en Freiburg me daría cuenta de que
ese excesivo sosiego fue uno de los factores que contribuyeron a que me
sintiera sola.
Alemania —y en concreto esa ciudad pequeña y provinciana— tenía unos
ritmos muy distintos a los de Londres. A las cinco de la tarde todos los
comercios cerraban, y los fines de semana estaban abiertos solo el sábado
hasta la una. Sábado tarde y domingo no veías a nadie por la calle. En esas
fechas, finales de otoño, la gente se refugiaba en su casa o bien hacía
excursiones a la naturaleza. Esto último me habría gustado, pero mi núcleo
de amistades no hacía ese tipo de planes y no disponía de coche, por lo que
me veía forzada a quedarme en casa.
Además, estaba el trabajo. Siempre he sido muy entregada a mis
responsabilidades —quizás incluso demasiado (creo que eso ya lo empiezas
a saber)—, pero es que la organización en la que hacía mis prácticas era
digna de una secta. Esta imagen me la dio una compañera de trabajo que
llevaba un tiempo allí.
—Aquí sabes cuando entras, pero nunca sabes cuando sales. Esto es como
una secta —me dijo entre susurros un día ante la fotocopiadora.
El horario era infinito. Entrabas a las nueve de la mañana, pero no había una
hora de cierre clara. Y había tanto por hacer que lo habitual era salir de allí
pasadas las ocho de la tarde. Así, entre semana mi vida discurría en un bucle:
me levantaba con el tiempo justo para arreglarme (nunca he sido de
madrugar hasta hace bien poco, que he recuperado mis energías matutinas) y
dirigirme al trabajo. El desplazamiento lo hice en bicicleta unos días, pero
luego, cuando empezó a hacer frío de verdad, la cambié por el tranvía.
En el trabajo, la pausa del desayuno no existía. Parabas para almorzar a las
doce del mediodía. Cerca del trabajo había un restaurante bastante
económico de pasta fresca que era mi preferido. Solíamos ir con alguna
compañera. Después de media hora, volvíamos a trabajar y me pasaba la
tarde picoteando cosas dulces para aguantar el ritmo. A última hora, ya
exhausta, volvía a casa, devoraba algo rápido y me iba a dormir.
Cuando empecé a trabajar, aún sin tener idea de la inversión de horas que iba
a suponer, me apunté a la Volkshochschule para aprender alemán y conocer a
otras personas fuera del círculo laboral. Sin embargo, las clases empezaban a
las seis de la tarde, por lo que nunca llegué a ir. A esa hora aún estaba
abducida por el trabajo en la oficina.
Entonces empezaron a llegar noticias terribles desde casa. A mis abuelos
maternos les diagnosticaron de cáncer —a mi abuelo de colon y a mi abuela
de pecho—, que se les extendió a otras partes del cuerpo. Al padre de mi
novio, con tan solo cuarenta y nueve años, le diagnosticaron de cáncer de
pulmón. También es verdad que llevaba fumando desde los doce años,
cuando su propio padre le puso el primer cigarrillo en la boca.
—Toma, para que termines fumando a escondidas, mejor te lo doy yo —dijo
con autoridad.
Así de extendido estaba el adoctrinamiento de las bondades del tabaco por
aquel entonces. Da para reflexionar sobre lo que hoy en día nos dicen que
también es bueno o al menos inocuo, ¿verdad?
Recuerdo con tristeza mi vida en esa época. Estaba siempre pendiente de las
noticias en casa, me sentía lejos de mi familia y sin red de apoyo. Mi
compañera de carrera, que me había ayudado al principio, regresó a
Barcelona al terminar su beca de prácticas. Por suerte, otra muy buena amiga
consiguió plaza en la misma organización, así que decidimos buscar un piso
para vivir juntas.
Avisé al casero de que iba a dejar la habitación y me dijo que era imposible
rescindir el contrato y que, en todo caso, si me quería ir debía pagar el resto
del alquiler pendiente hasta finalizarlo, es decir, medio año y una
penalización. En total eran más de 3.000  €, una cantidad de la que no
disponía. No quería tener que pedir dinero a mis padres y además lo veía
muy injusto, porque la habitación se podía alquilar otra vez desde el
momento en que yo me fuera.
La situación se aceleró porque, justo al llegar mi amiga, encontramos una
oportunidad que no podíamos dejar escapar. Se trataba de un pisito a las
afueras. Un piso entero de tres habitaciones para nosotras solas, con el techo
abuhardillado y vistas al bosque. Estaba un tanto lejos del centro, pero se
podía llegar con el tranvía y caminando unos quince minutos. Y solo costaba
500 € al mes.
Mi madre, que siempre ha sido muy proactiva en esto de luchar por las
causas perdidas, tuvo una idea. Envió un burofax al casero de Mozartstrasse
diciendo que yo tenía el derecho de abandonar el alquiler de la habitación. Y
entonces él respondió con otra carta, adjuntando poderes de un abogado y
amenazando con mil atrocidades si dejaba el alquiler impagado. Allí aprendí
que lo que yo había firmado —sin saber lo que estaba haciendo al no
conocer el idioma— era un contrato total por seis meses con posibilidad de
fraccionamiento mensual. Según esa carta, la deuda me perseguiría fuera
adonde fuera.
Finalmente, después de mucho llamar al casero e implorarle mis razones,
alegando que en nada me tendría que ir porque en casa tenía a media familia
enferma, atendió a razones. Pero todo el proceso resultó ser un mal trago. De
hecho, los nervios que sufrí por culpa del alquiler, sumado a las noticias que
recibía de casa y al trabajo tan fatigante, me llevaron a una situación muy
apurada. Y es que siempre me encontraba mal.
Sufría de un frío interior que no desaparecía por más abrigada que fuera,
padecía de dolores de cabeza que me duraban días, un síndrome
premenstrual tremendo cada mes (había decidido no tomarme las
anticonceptivas mientras estuviera lejos de casa), muchísima ansiedad,
cándidas vaginales cronificadas y, sobre todo, una sensación de estar
desbordada por las cargas de la vida.
En diciembre, por Navidades, volví a casa. Justo tres días antes de
Nochebuena falleció el padre de mi novio. Fue todo muy rápido y traumático
para mi pareja y su familia. Mi salud intestinal, que estaba afectada desde la
época londinense, empeoró: el reflujo iba y venía, las digestiones se me
alargaban durante horas, alternaba días de estreñimiento con diarrea, tenía
hinchazón, en especial en las últimas horas del día, y cólicos durante la
noche que a veces me impedían descansar, lo cual empeoraba el cuadro de
insomnio que llevaba arrastrando.
En marzo de 2003, cuando terminé mi periodo de prácticas en la
organización de Freiburg, me ofrecieron un puesto de trabajo fijo. Tenía dos
opciones ante mí: quedarme y desarrollar mi carrera profesional allí o bien
volver a casa, donde no tenía ninguna oferta laboral, pero sí a mi familia y a
mi pareja sufriendo.
Recuerdo como si fuera ayer las sabias palabras de mi supervisora en la
organización, una chica de mi edad que llevaba dos años trabajando allí,
lejos de su familia:
—Valora bien esta opción que se abre ante ti Montse —dijo con seriedad—.
Esta organización está llena de mujeres exitosas, trabajadoras, pero lejos de
nuestras familias y sintiéndonos muy solas.
De hecho, la sensación de ser extranjera la sentí en todos los países en los
que viví: Holanda, Londres y Alemania. Si bien mi situación siempre fue de
privilegiada estudiante o asalariada, la nostalgia me acompañaba adonde iba.
La definiría como una añoranza del lugar al que pertenecía cuando estaba
lejos de él. Decidí, pues, regresar a casa.
Pronto encontraría una nueva ocupación. Una de las personas que entrevisté
durante mi trabajo en Alemania estaba empleada en la Diputación de
Barcelona. Le hizo gracia mi perfil de ambientóloga, con un máster en
Planeamiento Urbano y trabajando en proyectos europeos en una
organización alemana. Así pues, cuando se enteró de un puesto vacante que
encajaba con mi perfil en el departamento contiguo al suyo, me avisó para
enviar el currículum. Tuve la suerte de que me seleccionaron para
entrevistarme.
Terminé mi experiencia en Alemania con la salud maltrecha, pero feliz de
volver a casa y más aún con la esperanza de esa entrevista de trabajo. La
tenía el lunes 28 de abril, un día después de mi santo. Nada más recibirme, la
persona que me entrevistó me felicitó. Me sentí especial y ese detalle me
hizo confiar en que la entrevista saldría rodada. Encajaba con el perfil que
buscaban: alguien con dominio del inglés, conocimientos en la gestión de
proyectos europeos de desarrollo urbano y que pudiera aportar la visión de
las ciencias ambientales al departamento de Obras Públicas para el que
trabajaría.
Empecé entusiasmada, feliz con el jefe que tenía, contenta con los
compañeros del departamento y muy agradecida porque, por fin, tenía un
sueldo de verdad. Poco podía intuir yo entonces que ese trabajo que durante
años me apasionó, terminaría por hacerme sentir como en una cárcel.
A pesar de las alegrías laborales, mi salud intestinal seguía maltrecha, así
que decidí pedir cita con un médico digestólogo. No era la primera vez que
acudía a uno; ya tenía experiencia de años antes. Pero eso te lo cuento en el
capítulo siguiente. Ahora veamos las lecciones aprendidas.
Lecciones aprendidas: capítulo D

1. La digestión refleja mucho de lo que está pasando en tu cuerpo.


Si siempre te encuentras mal después de comer —si tienes pinchazos,
hinchazón, excesivos gases, si se te alargan las digestiones, etc.—, es que
algo pasa. Puede ser que una temporada empeores por un episodio de
nerviosismo, pero no se le puede achacar todo a esa causa. Investiga, pide
ayuda, pide pruebas. Y, sobre todo, cuídate. Revisa las pautas que encuentras
al final de este libro.
¿Sientes dolor de barriga a menudo después de comer? ¿Se te hincha la
barriga al cabo de un rato y, de forma especial, al final del día?
2. Después de una época estresante recuerda revisar tu tiroides.
Las circunstancias traumáticas o muy estresantes pueden hacer mella en ti.
Es importante que después de pasar por estos episodios pidas una revisión
del panel completo de tu tiroides para monitorizar si necesitas reajustes en tu
medicación. Y, sobre todo, si necesitas ayuda para la gestión emocional de lo
que ha ocurrido o te está ocurriendo.
¿Y tú? ¿Revisas tu tiroides de forma anual o más a menudo si pasas
momentos de mucho estrés? ¿Pides ayuda cuando no sabes cómo gestionar
tus emociones?
Te explico más detalles sobre el panel de tiroides completo y el rango de la
TSH en este artículo gratuito de la Academia Reshape
.
3. El frío crónico o intolerancia al frío es un síntoma habitual.
Tu cuerpo a duras penas puede generar calor, está en modo ahorro ; por esta
razón, es muy habitual sufrir de intolerancia al frío, y, de hecho, puede ser
uno de los primeros síntomas del hipotiroidismo.
Te explico más detalles sobre cómo vencerlo en este artículo gratuito de la
Academia Reshape
.
 

E
Emociones mal digeridas
C inco años antes de mi vida en Londres, ya había acudido a un médico del
aparato digestivo, preocupada por las molestias en la boca del estómago.
Tenía muchos ardores recurrentes, sobre todo por la noche al acostarme.
En esa primera visita, el doctor me sentó bajo un foco, me agarró bien fuerte
la lengua con una gasa para protegerse los dedos y con una especie de
manguera larga y fina con la punta iluminada se puso a observar el fondo del
cuello y la garganta. Recuerdo las arcadas y el agobio. Hizo un gesto de no
me gusta lo que veo y me liberó de esa tortura momentánea.
Me explicó la situación.
—Ese reflujo te está dañando la garganta y tienes el esófago inflamado; por
eso tienes molestias y dolores tanto en la boca del estómago como en la
garganta, tan a menudo irritada —diagnosticó—. Ya verás como con el
protector de estómago que te voy a dar todo se solucionará. Te tomas dos
cápsulas cada mañana en ayunas y vuelves a venir dentro de un mes.
«Bienvenido, omeprazol, a mi vida» pensé yo, cuando al cabo de una
semana ya no tenía el molesto reflujo nocturno que me impedía incluso
conciliar el sueño.
Al cabo del mes, volví y el doctor repitió la maniobra: tirón de lengua,
lamparita y, esta vez, una expresión de satisfacción.
—Ya está. ¡Solucionado! Si es que los problemas de faringe los
solucionamos mejor los digestólogos que los otorrinos —exclamó
victorioso.
Más allá de esa batalla entre especialidades médicas, me dejó intrigada cómo
seguirían las pautas, así que le pregunté:
—¿Y ahora qué? ¿Se ha solucionado el problema de forma definitiva? ¿Qué
debo hacer con la medicación del protector gástrico?
—Mujer, esto te lo puedes tomar siempre sin problemas —me respondió
muy seguro.
— ¿Siempre? ¿Para el resto de mi vida? —exclamé entre sorprendida y
asustada. No dejaba de pensar que a mis veinte años ya tomaba la misma
medicación que mi abuelo de setenta.
—Bueno, si no a temporadas. Tú cuando notes molestias te lo tomas una
semana —aclaró.
Así pues, el omeprazol se quedó integrado en mi botiquín como un comodín
por si acaso tenía molestias. Compartía espacio con el paracetamol y el
ibuprofeno, ambos para los dolores de regla y mis casi diarios dolores de
cabeza.
Siempre he sido una persona nerviosa, con tendencia a la ansiedad, y
precisamente mis síntomas empeoran cuanto peor está mi intestino. A
menudo me han hecho creer que el problema estaba en mi cabeza.
—Te preocupas demasiado por todo, y eso hace que tus digestiones sean
peores y que tengas diarreas. Esa solía ser la explicación habitual que me
daban los médicos.
Con los años he descubierto la doble vía: lo que ocurre en el sistema
digestivo afecta al cerebro tanto o más como al revés. No es que estuviera
mal del estómago por darle demasiado a la cabeza, sino más bien mi
problema intestinal agravaba mi ansiedad. Por aquel entonces, no era
consciente de esta complejidad en el funcionamiento de mi cuerpo, así que
estaba a merced de las indicaciones de los distintos especialistas.
A veces creo que si no hubiera tenido una mutua de salud me habría
ahorrado algunas intervenciones médicas que me preocuparon y medicaron
en exceso. Ahora, con la experiencia acumulada, entiendo que lo que estaba
sintiendo en mi cuerpo era un cuadro inflamatorio producido por una mala
salud intestinal. Y esto acabó detonando mi enfermedad autoinmune.
Algunas decisiones que tomé en el camino la agravaron y otras la mejoraron,
por eso me he animado a escribir este libro. Mi deseo es que nadie más tenga
que pasar por ello.
Pero volvamos al momento en el que entré a trabajar en la Diputación, llena
de ilusión. No tardé mucho en darme cuenta de que yo era una pieza
minúscula en un engranaje enorme, con inercias centenarias, donde sería
difícil poner en práctica ideas innovadoras. Si bien tenía una buena relación
con mi jefe y mis compañeros de oficina, la enorme estructura de la
institución en la que se enmarcaba mi trabajo hacía que muchas de las
propuestas no prosperaran.
En los catorce años que estuve en la Diputación, llegué a gestionar un
programa de más de dos millones de euros anuales. Esto implicaba una gran
complejidad de gestión de todo el procedimiento administrativo. Con esta
carga, me quedaba poco espacio para la reflexión y la innovación. Creo que
este fue uno de los detonantes que me llevaron, más adelante, a buscar otra
carrera en la que sí pudiera innovar de forma constante.
Pero vayamos por partes. La rutina diaria de mi larga trayectoria en la
Diputación no sería algo con lo que me sentiría cómoda hoy en día. Juzga
por ti misma. El despertador sonaba a las 6:45 h de la mañana. Lo golpeaba
con odio y refunfuñando. Me tomaba el Eutirox y me arrastraba con los ojos
llorosos de sueño hasta la ducha. Esta tenía que estar bien caliente, porque
muchas veces me levantaba con un intenso frío interno y con la sensación de
estar totalmente agarrotada.
Después de la ducha, salir del baño era una tortura. Corría a vestirme con
mucha ropa. Siempre he llevado mal la humedad de Barcelona, en especial
durante el invierno. Desayunaba Special K con la leche de soja bien caliente
y salía corriendo de casa. Estaba nerviosa porque siempre llegaba tarde. Y a
primera hora ya me sentía agotada y agobiada por los mil temas que me
rondaban en la cabeza.
Me metía en el metro abarrotado. No hacía falta agarrarse a ningún poste;
íbamos tan apretados que nos sosteníamos entre los pasajeros. Llegaba al
trabajo, encendía el ordenador y empezaba a responder los centenares de
correos que tenía pendientes. Tenía que gestionar las incidencias de más de
trescientos municipios. A eso de las diez se me acercaba alguna compañera a
invitarme a desayunar con ella. Íbamos a alguna cafetería cercana. Pedíamos
el bocadillo del día y una bebida. Charlábamos un ratito y al cabo de media
hora volvíamos al trabajo.
Después de esa pausa llegaba la gran llanura : un espacio de tiempo eterno
hasta la una del mediodía, momento en el que me asediaba un hambre feroz,
aunque aún faltaran más de dos horas para salir a comer. Para superar ese
bache tenía una buena provisión de galletitas, tortitas de arroz inflado,
chocolates y algunas veces galletas saladas. En cualquier caso, ese espacio
de tiempo se me hacía interminable. Me sentía cansada. A mi alrededor
había bastante movimiento: teléfonos sonando, reuniones, pisadas yendo y
viniendo del largo pasillo que me quedaba junto a la mesa… Salía del
trabajo drenada.
Llegaba a casa y me preparaba algo rápido para comer o me compraba algo
para llevar. Y siempre había algún premio de postre. A menudo terminaba de
almorzar pasadas las cuatro y luego me entraba un sueño terrible. Solía hacer
una siesta, que trataba de no alargar mucho, y que además me provocaba
ardores e indigestión. El resto de la tarde hasta la hora de cenar la pasaba
leyendo algo, cotilleando en Facebook o echada en el sofá viendo la tele.
Para cenar, no solía tener mucha hambre ni tampoco ganas de cocinar, así
que muchas veces me preparaba un par de tostadas con algo de embutido o
una tortilla. Otra receta que me encantaba era la sopa (de tetrabrik) con
queso emmental rallado. Acto seguido, me quedaba un rato viendo la tele —
alguna serie tipo House , Lost o Madmen— y luego me iba a dormir.
Y entonces aparecían los malestares. Muchas noches me encontraba fatal y
me desvelaban los cólicos. Sentía náuseas y luego ganas de ir al baño. En
ocasiones, acababa vomitando la cena y teniendo diarrea. Al día siguiente
estaba agotada. Cuando llegaba el viernes y el fin de semana, a menudo
estaba tan cansada que era incapaz de disfrutar de nada.
Algunas veces, tras pasar una noche infernal y levantarme destrozada,
decidía acercarme al médico de familia.
—No es que estés enferma, sino que te han quitado la salud con tanto estrés.
El día que aprendas a tomarte la vida de otra manera no tendrás estos
episodios de nervios que se te ponen en la barriga —‍
‍ sentenciaba.
Otras veces, me visitaba con algún otro médico de urgencias del centro de
atención primaria.
—Te podríamos pasar el tubo por todos lados, pero seguramente no te
íbamos a encontrar nada. Lo tuyo es síndrome del intestino irritable. A
algunas personas nerviosas como tú les pasa —concluía muy seguro.
Visto con perspectiva, creo que estos médicos tenían en parte razón. Es
cierto que la ansiedad y el estrés diarios hacen estragos en nuestro sistema
digestivo. Sin embargo, con lo que he aprendido, puntualizaría que un
estómago e intestinos hechos trizas por una mala alimentación y un mal
estilo de vida también genera un sistema nervioso inflamado, que trae
consigo depresión, ansiedad y malestar emocional. Es una carretera de doble
sentido.
Así pues, finalmente decidí pedir cita con un médico especialista del sistema
digestivo a través de mi mutua privada de salud. El digestólogo, al saber que
mi tío tenía problemas con la digestión del trigo, me pidió una analítica con
las pruebas genéticas de la celiaquía y una biopsia de duodeno.
Al comentarle que, además, tenía muchas indigestiones, ardores y reflujo
repuso contento:
—Con la prueba mataremos dos pájaros de un tiro: revisaremos celiaquía y
helicobacter pylori .
Y le desgrané a toda prisa los síntomas que hacía años que me acompañaban.
Creo que me dejé la mitad con la urgencia de exponer tantos malestares en
tan poco tiempo. El médico concluyó que también haríamos pruebas de
intolerancia a la lactosa y a la fructosa/sorbitol.
El día de la prueba de la celiaquía y del helicobacter pylori , estaba muy
asustada porque me tenían que sedar y pasar el tubo hasta el intestino.
Recuerdo la sensación de frío y fragilidad al estar tumbada en la camilla.
—Ahora empieza a contar hacia atrás desde diez —me indicó la enfermera.
Sentí un líquido helado que empezaba a recorrerme las venas desde la
muñeca izquierda, donde tenía la vía, y no recuerdo haber llegado a contar el
siete. Al despertar estaba en un sitio distinto, desorientada y notaba el
interior de la garganta arañado. Mi madre fue a recogerme y me acompañó a
casa.
Al cabo de unos días, tenía cita para recoger los resultados. El doctor me
explicó que, según la endoscopia, no tenía ni helicobacter pylori ni atrofia en
las vellosidades; por tanto, podíamos descartar la celiaquía. La genética sí
que me salía positiva (DQ2+), pero según él eso no quería decir nada. Que
podía y debía seguir comiendo alimentos con gluten, porque de lo contrario
me podían llegar a faltar nutrientes.
Las pruebas de la lactosa y del sorbitol/fructosa me parecieron largas y
tediosas. Dos mañanas enteras sentada en una sala con veinte personas más.
A primera hora de la mañana, nos dieron un vaso enorme con la mezcla
correspondiente (lactosa un día y fructosa/sorbitol el otro) y al cabo de
media hora nos hicieron soplar dentro de una bolsa. Cada tres cuartos de
hora repetíamos esta operación. Entretanto, yo era una ventosidad andante.
Me avergonzaba tener que soltarlas en la sala de espera, así que procuraba ir
al baño, pero siempre había cola y, además, tampoco podía moverme
demasiado según las indicaciones.
El médico concluyó que el resultado de las pruebas era claramente positivo,
por lo que me derivaría a la nutricionista del equipo para que me pautara la
dieta correspondiente. Le pregunté si algo de todo lo que sentía en el
estómago y en los intestinos podía tener relación con mi diagnóstico de
hipotiroidismo autoinmune.
—Rotundamente no —afirmó.
La visita con la nueva nutricionista duró veinte minutos. Como aún tenía
sobrepeso, me dio tres hojas: una dieta de 1500 kcal, un listado para sustituir
los alimentos con lactosa por otros sin lactosa y otro de alimentos prohibidos
para intolerantes a la fructosa/sorbitol.
Salí de allí con esos tres papeles y con la sensación de que cada vez iba
sumando mayor complejidad a mi vida. Poco me imaginaba que lo más duro
estaba por llegar. Te lo cuento en los siguientes capítulos. Por el momento, te
dejo con las lecciones aprendidas.
Lecciones aprendidas: capítulo E
1. Los medicamentos antiinflamatorios no esteroideos (AINE) son malos
compañeros de vida para tu estómago, intestino e hígado.
La aspirina, el paracetamol y el ibuprofeno (AINE) no deben tomarse a la
ligera; solo bajo estricta prescripción médica y durante el tiempo
imprescindible. El mecanismo de acción de los AINE interfiere en el proceso
fisiológico de resolución de la inflamación. Sería lo equivalente a dejar el
campo de batalla sin limpiar. Al próximo ataque, el conflicto sería aún más
complicado de solucionar. Soy más partidaria de emplear pautas de estilo de
vida antiinflamatorias y fitoterapéuticos que sí favorecen la resolución de
dicha inflamación. Mi preferida es la mezcla de cúrcuma y jengibre.
¿Y tú? ¿Sueles usar estos fármacos a menudo? ¿En qué situaciones lo haces?
¿Sabías que la mayoría de los dolores de regla y de cabeza tienen una causa
inflamatoria que resuelve con pautas de estilo de vida?
2. Los inhibidores de la bomba de protones (como el omeprazol) no son
buenos amigos de la absorción de vitaminas y minerales.
A no ser que estén prescritos por el médico por razones precisas y durante un
periodo concreto, es mejor no tomarlos por tu cuenta. Se ha observado que el
uso a largo plazo provoca déficits en la absorción de la vitamina B12.
¿Sabías que la mayoría de los ardores de estómago en las personas con
hipotiroidismo son causadas por el déficit de ácido en el estómago?
Por consiguiente, la solución no está en disminuir aún más su acción ácida,
sino en eliminar los alimentos que nos provocan gastritis (azúcares, harinas,
aceites refinados, cacao y alcohol).
3. Existe una relación directa entre la inflamación intestinal y los dolores
de cabeza y de regla.
Si no puedes pasar una regla sin tomar antiinflamatorios, si tienes dolores de
cabeza recurrentes, préstale atención. Puede ser por múltiples causas. Desde
la falta de hidratación hasta la endometriosis. Tener dolor de regla no es
normal y los anticonceptivos no lo curan, lo único que hacen es inhibir el
ciclo hormonal de la mujer.
¿Te han dicho que tomando anticonceptivos mejorarán tus ciclos?
Permíteme que lo dude; pide una segunda opinión médica con alguna
ginecóloga que esté más al día.
4. Sobre la complejidad de las pruebas de la celiaquía, te recomiendo
leer el libro de la doctora Sari Arponen .
¡Es la microbiota, idiota! Es el mejor libro de divulgación sobre salud
intestinal que he leído y dedica un capítulo entero al diagnóstico de la
celiaquía y de la sensibilidad al gluten no celíaca. Lo ha escrito la gran Dra
Sari Arponen. Descubre más sobre este libro magnífico aquí
.
5. Las galletas o tortitas de arroz inflado son una mala estrategia para
tu salud, tu estómago y tu saciedad.
Estas inocentes tortitas de arroz o cereales inflados que se venden como light
son, en realidad, bombas de relojería preparadas para hacerte subir el azúcar.
Opta por la fruta y los frutos secos tomados con moderación. Cada bocado
debe masticarse con consciencia, no para reducir la ansiedad.
¿Tú también creías que esas tortitas eran sanas? Si es así, la publicidad ha
hecho un gran trabajo, pero tú lo has hecho aún mejor leyendo esto y
cuestionándolo.
 

F
¿Fértil o infértil?
¿Es esa la cuestión?
Ll evaba años viviendo en pareja con mi novio y nos íbamos a casar, así
que con una mezcla de miedo e ilusión nos adentramos en la aventura de la
concepción. Tras dejar las pastillas anticonceptivas, que llevaba años
tomando, mi periodo parecía haberse vuelto loco. Tenía sangrados que
duraban semanas y dolores menstruales que se alargaban días y días.
Decidí visitarme con una ginecóloga. Tras hacerme una revisión, me
confirmó que todo estaba normal. Y que lo que me ocurría era habitual
después de haber tomado las anticonceptivas durante tanto tiempo; que el
ciclo podría tardar unos meses, o incluso un año, en regularse y que para el
dolor me tomara ibuprofeno.
Aproveché para compartir mis preocupaciones.
—Por tener hipotiroidismo autoinmune, ¿puede ser que me cueste más
quedarme embarazada y tirar adelante el embarazo?
Me respondió muy segura:
—Para nada, no hay ninguna relación. Tú te tomas el Eutirox y ya eres tan
normal como el resto de las mujeres de tu edad. Ten en cuenta que a los 30
no es que sea tarde, pero tampoco te lo puedes pensar demasiado. Si no, se
os pasa el arroz y luego todo son problemas —aseguró.
Cuando llevábamos medio año intentándolo y no pasaba otra cosa que llorar
con cada nueva menstruación, empecé a indagar. Compré varios libros sobre
el tema, los leí con fervor y me metía todas las tardes en foros online de
fertilidad.
La aventura de ser papás se convirtió para mí en una amarga desventura.
Miro atrás y me doy cuenta de que fue el periodo más infeliz de mi vida. Me
he preguntado muchas veces por qué lo viví con tanto dolor y creo que tiene
que ver con mi forma de ser.
Toda la vida he conseguido lo que quería. Solo tenía que proponérmelo y
poner suficiente esfuerzo personal. He obtenido las mejores calificaciones,
una beca para estudiar en el extranjero en una universidad prestigiosa, he
conseguido buenos empleos e incluso sacarme unas duras oposiciones.
Mi forma de pensar está muy relacionada con la noción de «si le pongo
suficiente empeño lo consigo». Si me esfuerzo mucho, le dedico tiempo y lo
priorizo, obtengo resultados porque me lo merezco. En el fondo, es un
pensamiento mágico e infantil: la vida nunca es tan sencilla. Sin embargo, en
esa época era mi forma de funcionar y por eso me llegué a frustrar y
obsesionar tanto en un proceso que no atiende a razones.
Me tomé el reto de quedarme embarazada como mi absoluta
responsabilidad. Dedicaba muchos esfuerzos en hacerme experta en lo que
me estaba pasando. Allí empecé a intuir que quizás sería buena idea pedir
cita con otro médico más.
Así pues, decidí visitarme con un ginecólogo que me recomendaron en un
foro, porque decían que tenía un trato humano y hacía partos respetados.
Tenía una consulta privada en Barcelona. Recuerdo llamar para pedir cita y
sorprenderme muchísimo de que fuera él mismo quien cogiera el teléfono.
Me dio cita para la semana siguiente, que justo me había bajado la regla.
Llegué a la consulta muy triste pensando: «Ya verás como ahora tendrás que
pagar dos veces la visita, que vale un pastón, porque con la regla no podrá
examinarte».
Esa fue mi primera experiencia en la consulta privada de un médico
integrativo y aluciné. La visita duró una hora y media. Me preguntó sobre
infinitos temas que no me imaginaba que guardaran relación con mi
fertilidad: cómo fue el parto de mi madre al nacer yo, a qué edad me tuvo, la
edad de mi padre, el ambiente en casa durante mi infancia, si íbamos al
pueblo y salíamos a menudo de la ciudad, si era feliz con mi matrimonio,
con mi trabajo, con mi vida, si le encontraba sentido al levantarme cada
mañana, si los fines de semana aprovechaba para salir de la ciudad y caminar
por la naturaleza, por qué me teñía el pelo con mechas, si usaba perfume y
cosmética perfumada, si me movía, cómo eran mis heces y mis digestiones,
además del historial sobre mi ciclo menstrual y sus dolores. Una visita
repleta de visión integrativa.
También me hizo preguntas con las que me sentí muy identificada: si me
obsesionaba el no poder quedarme embarazada y qué planes alternativos
había ideado al respecto, desde tratamientos de fertilidad a la adopción, y
qué implicaba cada opción.
Me mostró láminas ilustradas de anatomía para que me hiciera una idea de
qué aspecto tenían los órganos en el cuerpo y me inspeccionó con un espejo
para que tuviera presentes las partes de mi vulva.
Salí de allí con la citología hecha, porque dijo que con el sistema que él
usaba no interfería el sangrado de la regla con los resultados, y con una
petición de histerosalpingografía y una analítica completa para el día 21 del
ciclo, además de un seminograma para mi marido.
Obviamente, pregunté en el foro sobre esa prueba y me asusté: experiencias
terribles de mujeres que narraban dolores intensos. Personas que tenían
reacción al contraste usado. Dantesco. Imagínate lo desorientada que estaba
entonces que, tras leer en algún sitio que las algas servían para eliminar la
radiación del cuerpo, me di un hartón de comerlas antes y después de la
prueba. ¡Con razón luego me dolía la garganta!
El día de la histerosalpingografía estaba aterrorizada. Me temblaban las
piernas cuando me pidieron que subiera a la mesa de radiología. Noté un
helor terrible al sentarme. A continuación, me introdujeron el espéculo
helado en la vagina y noté un líquido frío que me inundaba las entrañas. Y
nada más. Nada del dolor que tanto había temido. Me pidieron que bebiera
mucha agua después de la prueba.
A mi pareja, lo del seminograma no le hizo ni pizca de gracia, porque no
concebía que el problema lo pudiera tener él. Aun así, se hizo la prueba.
Con todos los resultados me dirigí a la consulta del ginecólogo, que estuvo
largo rato revisándolos.
—Las tuberías las tienes bien —dijo refiriéndose a mis trompas.
—El seminograma no está para tirar cohetes, pero tampoco es una desgracia
como para echarle las culpas a él de todo. Tu progesterona es mejorable. —
Y continuó—: Con todo esto, te diría que fueras a ver a un especialista en
fertilidad o que pidieras a tu médico de cabecera la derivación a tu centro de
referencia de fertilidad. Ya tienes treinta y uno y no te puedes entretener
demasiado —concluyó.
¿Qué crees que hice? Como supongo que ya me vas conociendo, has
acertado: aposté por las dos vías.
Por privado, pedí hora con un doctor que había leído en el foro. Se trataba
del responsable de fertilidad de un hospital público de referencia. Y, además,
visitaba por privado en una consulta impresionante en el centro de
Barcelona. Me dieron cita al cabo de un mes.
Ese tiempo lo aproveché para pedir la derivación de fertilidad a mi médico
de cabecera de la Seguridad Social, y nos asignaron la primera visita al cabo
de diez meses. Me alegré de tener el comodín de la visita privada, porque
tengo muy mala espera.
A la visita por privado me acompañó mi marido, dado que él también era
parte implicada y había obtenido unos resultados mejorables en su
seminograma. El doctor nos atendió durante media hora, durante la cual
apenas me miró a la cara y se mostró muy categórico.
—Probemos con la inseminación artificial antes de pasar a una fecundación
in vitro —recomendó. Y aclaró, mirando a mi marido—: Tu semen no está
tan mal y además eso es muy oscilante en los hombres.
—¿Hay algo que podamos hacer para prepararnos mejor para el tratamiento?
—pregunté llena de esperanza.
—A ver, tú te tomas el Eutirox y el ácido fólico, ¿verdad? —me preguntó.
—Sí, claro —aseguré.
—Entonces poco más se puede hacer —concluyó.
—¿Y para mejorar el semen de él? —pregunté, intentando tener en cuenta
todas las variables de la ecuación.
—Nada de lo que hagáis afecta demasiado —repuso muy seguro.
En esa época, llevaba unos meses yendo a clases de cocina terapéutica en
una escuela de formación profesional de Barcelona: el Instituto Roger de
Llúria. Además, había empezado allí mismo un curso anual sobre dietética
naturista y oriental con la doctora Olga Cuevas. Así pues, un día después de
clase me acerqué a preguntarle si conocía a alguien que me pudiera ayudar.
Me habló de la Mutua de Terapias Naturales de la misma escuela y de
Yolanda García, una psicóloga y naturópata experta en la materia. Además,
me enumeró los beneficios de la acupuntura. Sentí que se me abría una
puerta. Una posibilidad que no me habían planteado los médicos
tradicionales. Entusiasmada, volví a casa y se lo conté todo a mi pareja.
—Te estás obsesionando demasiado con este tema de la dieta y las terapias
alternativas. Nosotros ya comemos bien y llevamos una vida sana. —Dejó
claro su punto de vista—. No veo que podamos hacerlo mucho mejor, y
además el doctor ya nos dijo que no afectaba —puntualizó muy seguro.
Aun así, lo arrastré a la visita con Yolanda, que nos expuso su opinión llena
de sentido común.
—La fertilidad es multifactorial. Hay muchísimos aspectos sobre los que
podemos incidir para mejorarla, como la alimentación, el ejercicio físico, la
gestión del estrés, las emociones reprimidas y el descanso de calidad, pero
aun así puede que el resultado no sea inmediato. Se necesitan meses para
mejorar la fertilidad de la pareja. Sois muy jóvenes; por lo tanto, calma y
paso a paso —recomendó.
En seguida me asaltaron dos ideas.
—¿Y si hacemos acupuntura? —pregunté—. He oído que puede ayudar.
—Puede ayudaros, claro. Os derivaré a Aurora, que es muy buena —propuso
Yolanda.
Y seguí:
—¿Y psicoterapia para mí? Creo que la necesito. Estoy llevando muy mal
esta frustración —confesé.
—Claro que te ayudaría a digerir mejor el duro proceso por el que estás
pasando —apuntó.
Sentí que, por fin, alguien me comprendía y empatizaba conmigo. Así que
me apunté a todo.
Seguí las pautas sobre el estilo de vida de Yolanda: aumentar proteínas y
alimentos ricos en omega-3, comer más verduras, poner el foco en el
descanso y la gestión del estrés y hacer más ejercicio. Empecé psicoterapia
con ella y arteterapia con otro profesor del centro. Y, junto a mi marido, nos
hicimos varias sesiones de acupuntura. Estaba convencidísima de que lo iba
a conseguir y de que me iba a quedar embarazada con la primera
inseminación artificial.
El cóctel hormonal para controlar la ovulación me sentó fatal. Me sentía
muy hinchada y sobre todo con un estado de ánimo muy volátil. Pasaba de la
euforia desarmada a los pensamientos más negativos. Aproveché las
ecografías de control de la evolución de los folículos para comentárselo al
doctor. Me dijo que era normal que las mujeres nos volviéramos muy
sensibles con este tema, y además con el tratamiento.
—Os voy a dar una buena noticia. Están creciendo dos folículos. No es que
sea lo ideal para un posible embarazo, pero así con una sola vez ya lo tienes
todo hecho. Y si al final esta no sale, en la segunda que hagamos te pondré
menos dosis de hormonas —dijo mirando la pantalla.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Dos folículos significa que puedo quedarme embarazada de gemelos? —
exclamé ilusionadísima.
—Poder sí que puedes, pero ahora hace falta que todo vaya bien —respondió
rebajando el tono de mis expectativas.
Ese día me fui a dormir soñando con la idea de que, en un solo tratamiento
de fertilidad —y además del baratito, ya que la inseminación artificial es
mucho más accesible que la fecundación in vitro — conseguiría mi sueño de
ser madre de dos hijos. Además, ya los visualizaba. Iban a ser niño y niña.
Todo estaba saliendo perfecto . En ese momento, no me imaginaba que esa
emoción duraría tan poco y que acabaría tornándose en la opuesta. Te lo
cuento en el siguiente capítulo. Ahora veamos las lecciones aprendidas en
este.
 
Lecciones aprendidas: capítulo F
1. Cuidado con los foros y los grupos.
Con el tiempo y la experiencia, tanto mía como la de todas las pacientes que
han pasado por mi consulta, puedo decirte que los foros y los grupos son un
arma de doble filo. Por un lado, están muy bien porque encuentras una
comunidad de personas que están transitando por algo parecido y esto brinda
mucho apoyo emocional. En especial si, como en mi caso, no hay nadie en
tu entorno que tenga estos problemas y los consejos que recibes no son de
gran ayuda.
Sin embargo, puedes perder el sentido crítico sobre algunos aspectos. Tengo
la sensación de que las personas que entramos en estos foros buscamos
encontrar al especialista X que nos solucione el problema, o los suplementos
A, B y C que nos ayudarán a mejorar. Y nada más lejos de la realidad. La
mejoría de tu salud nunca dependerá de forma exclusiva de algo o alguien
externo. Es un trabajo de crecimiento personal. Y a veces corres el riesgo,
como me pasó a mí o a algunas de mis pacientes, de salir del foro con una
lista de veinte suplementos que pueden ser más contraproducentes que
beneficiosos. O terapias raras o estrategias que implican gastarte una
cantidad ingente de dinero y tienen poca efectividad.
¿Te fías demasiado de los foros? ¿Son tu única fuente de información?
2. Cuidado con las algas.
Si tienes problemas de tiroiditis (inflamación de la tiroides) autoinmune,
tanto si es hipotiroidismo como hipertiroidismo, mucho cuidado con el
exceso de algas y la correspondiente cantidad de yodo. Es más, en un
contexto de déficit de selenio, el consumo de algas puede agravar incluso
más el cuadro de inflamación de la glándula. No digo que nunca las tomes;
solo que no deben tomarse en grandes cantidades.
¿Tomas algas a menudo? No me refiero a salir alguna vez a comer japonés,
sino a si están presentes de forma habitual en tu dieta.
También existen algunos preparados para adelgazar que contienen
concentrados de algas. Mucha precaución con ellos, por favor. He observado
repuntes de autoinmunidad tras tomarlos en algunas de mis pacientes.
3. Mejor optar por folato en lugar de ácido fólico.
Las personas con autoinmunidad solemos tener alterada la gestión de las
vitaminas del grupo B (ciclo de metilación de la B6, B9 y B12). La
metabolización del ácido fólico puede estar disminuida —que vaya por
delante que no es la forma natural de la vitamina B9—; así pues, en lugar de
tomar un suplemento con ácido fólico, que suele ser el habitual porque
también es el más barato, mejor optar por uno de folato metilado. Ya sabes
que no soy amante de los suplementos porque sí, ni bajo supervisión, así que
antes de tomar nada, pide cita con alguien que sepa lo que hace.
¿Te han recetado ácido fólico o folato alguna vez?
4. Revisa qué proyecto de vida hay detrás de tus ganas de quedarte
embarazada.
Esta pregunta me la lanzó Yolanda en la segunda visita y aún hoy me
resuena. En mi caso, me metí en el proyecto bebé por presión social y por la
necesidad de encontrarle sentido a mi existencia. Además, como pareja,
habíamos hablado muy poco sobre la idea de ser padres. Creo que antes de
tomar una decisión en este sentido, debe haber una reflexión profunda tanto
individual como de pareja.
¿Qué expectativas estás cargando sobre las espaldas de tu futuro/a hijo/a?
5. ¿Una TSH > 2 y problemas para quedarte embarazada? ¡Alerta roja!
Busca ayuda. La TSH debe estar como mucho en 2 para conseguir un
embarazo y que este prospere más allá del primer trimestre. Cada vez existe
mayor evidencia al respecto.
¿Quieres quedarte embarazada y no te han revisado la tiroides? Insiste.
¿El valor está por encima de 2 y te dicen que no pasa nada? Busca otra
opinión médica. En el Método Reshape te detallamos los valores óptimos y
todo lo que tienes que pedir a tu médico para que te valore el panel
completo.
Empieza hoy con las Masterclasses gratuitas del programa
.
6. Los problemas de fertilidad son multifactoriales (y su mejoría
también).
Tal y como me dijo Yolanda García en su día, no suele existir una sola causa
que explique la infertilidad ni una sola que la mejore de hoy para mañana.
Desde mi experiencia, un elevado porcentaje de mujeres con problemas de
fertilidad de origen desconocido tiene alteraciones en el funcionamiento de
la glándula tiroides. La forma de alteración más común de la glándula es la
tiroiditis autoinmune.
Esta enfermedad autoinmune es la causa del 90 % del hipotiroidismo en el
mundo industrializado. Hoy en día, se sabe que los anticuerpos anti-TPO
también afectan al ovario, y cada vez hay más estudios sobre la interrelación
entre la tiroiditis y la endometriosis, así como entre el hipotiroidismo y el
síndrome de ovario poliquístico (SOP). Parece que a los problemas les gusta
ir de la mano, ¿verdad? La buena noticia es que las pautas para mejorar
todos estos cuadros también son compartidas.
Esa es la razón por la que tantas alumnas del Método Reshape están
celebrando su embarazo después de aplicar las pautas durante unos meses:
porque el estilo de vida antiinflamatorio mejora las causas de fondo de los
estados de salud que están afectando a la fertilidad.
Te invito a descubrir más sobre el Método Reshape accediendo a las
Masterclasses gratuitas
mencionadas en el punto anterior.
 

G
Ganas de morir
Y a te avanzo que este capítulo es el más largo y duro del libro. Puedes
saltártelo si ves que te remueve demasiado. Me ha resultado muy difícil
escribirlo, porque me ha trasladado a la época más triste de mi vida. Mi
deseo es que ninguna otra mujer tenga que volver a pasar por lo mismo. Y
por eso las lecciones aprendidas del final del capítulo son tan tajantes.
La noche anterior a mi primera inseminación artificial no pude dormir.
Sentía una mezcla de ilusión y de miedo. Estaba muy ilusionada porque
sabía que dentro tenía dos ovulitos válidos y dispuestos a ser fecundados. A
su vez, también tenía pánico de que algo saliera mal y de no conseguir el
ansiado positivo. O bien que lo consiguiera, pero algo no fuera bien durante
el embarazo. A mi lado, mi marido roncaba y dormía a pierna suelta. Y yo
sentía envidia.
Su postura a lo largo de todo este proceso fue la de quitarle importancia.
—Intentémoslo sin obsesionarnos. —Eso último iba por mí—. Solo
necesitamos que salga bien una vez. Y si no sale bien, ya pensaremos en más
opciones. Por suerte, hoy en día la ciencia nos puede ayudar y mucho —
argumentaba tan tranquilo.
A mí ese pragmatismo me sacaba de quicio. Estaba enfadada contra un no sé
qué externo a mí, que me impedía alcanzar mi ansiado sueño de ser madre.
En esos momentos sentía que solo así tendría sentido mi vida. Además,
estaba muy asustada por las consecuencias en mi salud física y emocional si
al final tenía que pasar por un proceso de fertilidad fallido tras otro. ¡Lo
había leído tantas veces en el foro! La desesperación de las mujeres que lo
intentaban todo: inseminación artificial, fecundación in vitro ,
ovodonación… Salían con el vientre vacío y los bolsillos secos.
Me daba rabia que algo tan esencial en la vida, como era tener hijos,
resultara tan caro por la sanidad privada: las consultas, las pruebas, la
medicación. Lo encontraba un gran negocio que se aprovechaba de la
desesperación de las personas. Además, llevaba muy mal los tiempos de
espera. Siempre he sido impaciente y durante esos días las horas pasaban
lentas y mi ansiedad crecía por momentos.
El día de la inseminación nos citaron por la tarde. Por la mañana el doctor
atendía en el hospital público, por lo que mi marido aprovechó para llevar la
muestra de semen. Esa tarde estaba agotada, así que fuimos en taxi en lugar
de recorrer las cuatro paradas de metro. Recuerdo cómo me temblaban las
piernas al subir al potro obstétrico.
—Tranquila, que esto no es nada —dijo el doctor restándole importancia.
Y yo pensé rabiosa: «¿Cómo que nada? He puesto todas mis energías e
ilusiones en este momento. Ya me estoy imaginando embarazada. ¿¡Y usted
me dice que no es nada!?». Por supuesto, no lo dije en voz alta; en lugar de
eso, esbocé media sonrisa y bajé la cabeza asintiendo.
Con una cánula me introdujo el semen, que habían preparado con
anterioridad en el laboratorio, en el útero. Yo había leído en algún lado que
si la cánula tocaba la pared del útero había menos opciones, porque este se
irritaba. Así que intentaba visualizar que no estaba tocando.
Me sacó de mi visualización la voz del doctor.
—Bueno, esto ya está. Ya puedes bajar. Y a partir de ahora vida normal.
Recuerda que no hay nada que puedas hacer para que esto vaya bien o mal.
Solo ponerte los óvulos de progesterona —me dijo.
—Me noto la vagina muy irritada —aproveché para comentarle.
—A veces, la medicación para la fertilidad puede activar la candidiasis en
mujeres propensas a padecerla. Ponte este óvulo de tratamiento solo esta
noche y andando —respondió resolutivo—. Si la prueba de embarazo sale
positiva dentro de diez días, me avisas. Y si sale negativa también para
planificar un nuevo ciclo de inseminación —añadió.
Esos diez días los viví en una nebulosa. Nada de lo que pasaba a mi
alrededor me importaba. Ni el trabajo ni mi relación de pareja, que seguía
con su estrategia de quitarle trascendencia a esos momentos que yo sentía
como cruciales. Era un compás de espera-desespera larguísimo. Mi vida
discurría fuera de mí. Estaba como desconectada. Dentro de mí solo sentía
una ansiedad constante.
Intentaba ser positiva e imaginar dos embrioncitos creciendo rápido, pero
tampoco notaba nada especial, más allá de la hinchazón del vientre y de unos
pechos que sentía como melones maduros y colgantes. Duros, tensos y
dolorosos.
Al cabo de nueve días, no hizo falta comprar una prueba de embarazo.
Empecé a manchar marrón. Y no presagié nada bueno. Dos días después, era
una menstruación dolorosísima en toda regla. Sentí que la tierra se hundía
bajo mis pies. Y que un manto de tristeza y desesperación lo teñía todo.
Estaba insoportable. Le gritaba a mi marido por cualquier tontería. En el
trabajo todo me lo tomaba como un ataque y, muy a menudo, me escondía en
el baño para llorar.
Llegó el día de la visita con el doctor.
—Bueno, no pasa nada, lo volveremos a intentar —dijo con cara de póker
mirando a mi marido.
La rabia me invadía: «Claro, coño, como que quien tiene que pincharse y
pasar por esto no eres tú. Y por ciclo te llevas un buen desembolso. Y
tampoco eres tú quien siente que se le va la vida en esto».
Otro ciclo: más pinchazos en el vientre, insomnio, cánula, nervios, vagina
irritada al rojo vivo, óvulos antifúngicos y de progesterona, estado de ánimo
bajo mínimos, manchas marrones, regla. Tristeza.
Siguiente ciclo: más pinchazos en el vientre, más ansiedad, cánula, otra vez
vagina al rojo vivo, antifúngicos, progesterona, pechos-melones dolorosos,
compás de espera, manchas marrones. Tristeza profunda.
Llevábamos tres intentos fallidos.
En la siguiente visita le dijimos al doctor que ya nos tocaba cita por la
Seguridad Social. Y que era justo con su equipo del hospital público de
referencia. Así que los próximos pasos los daríamos allí.
—Si después de los tres ciclos de inseminación artificial que te entrarán
ahora por la pública aún no te has quedado embarazada, entonces os
derivaremos a fecundación in vitro sin problemas —expuso como si nada.
Me quedé pensando: «¿Cómo que sin problemas?». Yo ni siquiera
contemplaba esa opción. No quería pasar por una in vitro . Quería que
alguna inseminación funcionara. Decían que todo estaba correcto. Según
ellos, el semen era suficiente y de calidad normal. Mi útero estaba bien y mis
analíticas estaban bien. Entonces, ¿por qué no prosperaba? Esa espera me
desquiciaba aún más.
—¿De verdad que no podemos hacer nada de nada? —insistí.
—No, ya te dije que no puedes hacer nada —respondió—, así que deja de
preocuparte.
La verdad es que tampoco tenía energías para mucho más. Mi vida se
limitaba a ir tirando a medio gas. Me sentía superada por toda la situación.
No tenía herramientas emocionales para confrontar esas derrotas. Sentía que
me estaba fallando a mí misma, que había algo en mí que no servía.
Entonces empecé a pensar que quizás no estábamos destinados a estar juntos
y esa era la forma que tenía la naturaleza de decirlo: no pudiendo tener hijos.
En agosto de 2011 pasamos quince días en Cerdeña. Recuerdo que un
pensamiento me asaltaba una y otra vez mientras recorríamos las estrechas
carreteras de la isla. Un pensamiento que se hacía cada vez más obsesivo: el
encuentro con la muerte. Se repetía dentro de mi cabeza como una canción
macabra. Si moría estando de vacaciones, como mínimo sería un bueno
momento del año para morir.
A cada instante me inundaba la tristeza. Veía a los niños jugando en la playa
y lloraba. Veía embarazadas en cada rincón y lloraba. Recuerdo un día en
que sentí una pulsión de muerte muy intensa. Estaba visitando bajo el sol
abrasador de agosto las ruinas de Su Nuraxi, pertenecientes a una
civilización ancestral que habitó la isla milenios atrás: la cultura nurágica.
Tenía la sensación de estar viviendo una existencia desacoplada de mi
cuerpo y de mi tiempo. Como si mi vida no fuera real.
A principios de septiembre, tuvimos la primera visita en el hospital. Al abrir
la puerta de la consulta, detrás de la doctora que nos visitaba, me recibió una
pared inmensa repleta de fotos de bebés. Centenares de caritas de bebés, con
firmas de gratitud de los progenitores. Verlas me dio esperanza y envidia a la
vez. ¿Por qué esas mujeres lo conseguían y yo no? Observaba las fotos y se
me saltaban las lágrimas. Mi marido hablaba por mí; yo no podía.
Habíamos acordado no comentar los tres intentos fallidos de inseminación
artificial que habíamos realizado por privado. No queríamos que nos
descartaran por no ser elegibles. Queríamos agotar los tres tratamientos
extras que nos entraban por la Seguridad Social. Aun así, le contamos a la
doctora que llevábamos tres años de búsqueda infructuosa.
—En tal caso, no tiene sentido que os hagamos las inseminaciones. Os
haremos solo el estudio inicial de fertilidad y os llamaremos para dentro de
dos años, cuando os toque el turno para la in vitro —concluyó de forma
rotunda.
Los ojos se me abrieron como platos y la rabia inundó mi cuerpo. Tenía
ganas de hacer algo muy malo. Salí de allí refunfuñando. Mi marido solo
alcanzaba a decirme:
—Calma, calma. —La intención era buena, pero no funcionaba.
—¿Cómo coño quieres que me calme? Si lo único que nos ofrecen es esperar
dos largos años hasta la puñetera in vitro —le espeté—. ¡Yo quiero
quedarme embarazada ahora! —le grité impaciente entre sollozos.
Entonces ocurrió algo muy extraño. El día previsto para recoger los
resultados del estudio de fertilidad, la misma doctora nos dijo:
—¡Buenas noticias! En el estudio no ha salido nada raro, así que después de
tu siguiente regla ya puedes empezar con el primer ciclo de inseminación.
Voy a buscarte la medicación. —Y salió de la consulta.
Mi marido me miró ojiplático.
—Ahora sí que estoy alucinando. ¿Pero no nos dijo que no tenía sentido
hacer la inseminación?
—¡Chist! Tú no digas nada, a ver si por una vez tenemos suerte —amenacé,
levantándole el dedo.
Mientras la doctora me daba las instrucciones sobre la medicación, yo
asentía con interés, fingiendo que era mi primera vez. Tenía muy pocas
ganas de volver a empezar el proceso, pero aún tenía menos ganas de esperar
dos años sin hacer nada. Me iba a volver loca.
En el foro, algunas chicas me hablaron de una ginecóloga integrativa y pedí
cita con ella. Visitaba en un lugar muy especial: el Centro de Salud Familiar
Marenostrum. Nada más entrar, percibí que era una doctora diferente. Me
miraba a los ojos con cariño. Le expliqué el periplo que había recorrido y los
tratamientos que tenía pendientes para conseguir el ansiado embarazo.
Lo primero que me preguntó fue:
—¿Quién se está encargando de revisar a fondo tu tiroides?
—Me han dicho en fertilidad que todo está bien —respondí.
Y entonces dio en el clavo con algo que nunca antes me habían consultado.
—¿Cómo te sientes tú con respecto a todo este proceso?
Sentí un nudo en la garganta, que se aliviaba con el mar de lágrimas
sobrevenido.
—Me siento frustrada, sola, triste, rabiosa y harta de todo —alcancé a decir
entre sollozos.
De repente sucedió algo inaudito en la consulta de una doctora. Puso la
mano sobre la mía con afecto. La noté cálida y reconfortante, como la de una
madre. Era la primera vez desde que había empezado todo este proceso que
me sentía comprendida y respetada.
Dejó que llorara un buen rato y con mucho cariño continuó:
—Sabes que tú decides, ¿verdad? Es tu cuerpo el que está en juego en todo
esto. Y tú puedes decir «basta» cuando quieras sin tener que dar
explicaciones. —Y añadió—: Y te puedes rebotar contra quienes te
presionan para que te quedes embarazada, ya sea tu suegra, tu madre, tu
marido o una amiga. Tú eres la única con derecho a decidir sobre este tema
—concluyó devolviéndome todo el poder que había perdido por el camino.
Esas palabras llenas de fuerza resonaron en mi interior y algo hizo clic muy
adentro.
—Además, estoy organizando un grupo de apoyo para las mujeres que estáis
pasando por este duro proceso. Nos reunimos los viernes, cada quince días,
en la sala de actividades de mi otra consulta.
Ese grupo se convirtió en mi tabla de salvación.
Lloré y me emocioné infinito con mis compañeras de fatigas. Me servía
como válvula de escape. Allí estaban la ginecóloga, otra doctora amiga suya
que era acupuntora y una psicóloga. Nos explicaban los detalles de cómo
funcionaban los procesos de fertilidad. Además, nos brindaban apoyo y
estrategias para encontrarnos mejor. Y sobre todo mucha comprensión.
Me di cuenta de lo importante que era para mi supervivencia mental y física
pertenecer a un grupo de mujeres. ¡Hasta entonces me había sentido tan sola!
El grupo era como un oasis al que acudía cada quince días. Aun así, seguía
con pensamientos negativos y muchas noches me las pasaba sin dormir y
con mucha ansiedad.
Pedí cita con el médico de cabecera, que me conocía de hacía años, y al
verme tan hundida me derivó a la psiquiatra. Me dieron cita al cabo de un
mes, cuando estaba en lo más bajo de mi estado anímico.
La psiquiatra lo tuvo claro tras cinco minutos de escucharme.
—Señora, todos sus problemas se acabarán el día en que usted, por fin, se
quede embarazada. Por el momento le receto pastillas para dormir, un
antidepresivo suave y un ansiolítico moderado. Aprenda a confiar en la vida
y todo le irá bien.
Salí de la visita muy confundida y tomé una decisión arriesgada: antes de
empezar con ese nuevo carro de medicamentos, pediría cita individual con la
psicóloga del grupo de apoyo. Y ella fue otra de mis tablas de salvación. Con
ella, pude compartir pensamientos muy oscuros, como la rabia que sentía
contra otras mujeres. Las que sí lo conseguían sin esfuerzo.
Era abril de 2012 y yo acababa de cumplir los treinta y cinco. Una
compañera de trabajo nos anunció radiante que estaba embarazada.
Recuerdo las ganas de arañarla que me sobrevinieron, tanto a ella como a su
orgullosa barriga. La inseminación de febrero no había salido bien y la de
principios de abril se tuvo que cancelar por lo que relato a continuación.
En la visita de control del crecimiento de los folículos, el doctor, al que ya
conocíamos de la consulta privada, no se levantó de la mesa. Mandó solo al
médico residente a tomar las medidas de mis folículos.
—Tienes que aprender a tomar las medidas de los folículos. Verás que es
fácil. Me las vas cantando y yo las voy anotando —le dijo.
El médico veterano se quedó esperando en la mesa charlando con mi marido
mientras yo me dirigía hacia el ecógrafo. Yo desconfiaba de ese médico por
su inexperiencia. Lo intuí dudar ante la imagen. Además, cuando le dio las
medidas no me cuadraban para nada. Yo ya llevaba a mis espaldas cuatro
inseminaciones artificiales. Sabía que alrededor del día nueve del
tratamiento, el folículo dominante debía de estar ya bastante crecido como
para estallar. El doctor ni tan siquiera se levantó a comprobarlo; apuntó las
medidas que le indicaba el médico novato desde la otra habitación.
—En tal caso, aún no estás a punto. Hoy es viernes, así que el siguiente
control lo haremos el lunes. Tú sigue pinchándote, que el folículo aún no
tiene el tamaño suficiente —concluyó.
—Pero es muy raro, doctor. En mis anteriores inseminaciones, a estas alturas
del ciclo el folículo ya estaba lo bastante grande —le insistí con un hilo de
voz y un nudo en la garganta fruto del miedo.
—Bueno, pero esta vez no es así —me replicó.
Y me callé por no llevarle la contraria, pero intuía que la medida estaba mal.
En los procesos anteriores, a esas alturas el medicamento para ovular me
tocaba al día siguiente.
Todo el fin de semana lo pasé hecha un manojo de nervios. Comía
porquerías para sentirme algo mejor, pero luego venía el bajón y acababa
aún más triste y desesperanzada.
Llegó el lunes por la mañana y, como de costumbre, tuve que avisar en el
trabajo de que me ausentaría unas horas para ir al médico.
—Montse, tú vas mucho al médico. ¿Te pasa algo? —preguntó la nueva jefa,
con quien no tenía muy buena relación.
— No, solo son controles —respondí bajando la cabeza como si fuera algo
malo.
Por suerte, el hospital se encontraba junto al trabajo, porque cada minuto que
pasaba fuera sentía que estaba perdiendo tiempo. En esa época tenía mucha
carga de responsabilidad: concursos de adjudicación de más de un millón de
euros, que requerían mucho esfuerzo para redactar los pliegues de
condiciones, sumado a la propia gestión del programa anterior, que afectaba
a más de trescientos ayuntamientos a los cuales había que entregar de forma
puntual el mobiliario urbano y hacer un seguimiento. En definitiva, sentía
que no podía con mi vida, que todo eran obligaciones. Me sentía drenada e
incomprendida, a excepción del pequeño remanso de paz que me
proporcionaban la psicóloga y las sesiones grupales cada quince días.
Ese lunes, cuando me informaron de que el folículo ya no estaba, que había
ovulado durante el fin de semana y que tenían que anular la inseminación
artificial, sentí unas ganas irrefrenables de abofetear al médico.
—Yo ya les comenté el viernes durante la revisión que llevo varias
inseminaciones, y que cuando estoy en el día nueve del ciclo mi folículo ya
suele ser lo bastante grande. Creo que el viernes hubo un error en la toma de
las medidas —alcancé a decir.
—Tranquila, que no pasa nada. Este ciclo no cuenta, así que aún te quedan
dos más. Y si no funcionan, dentro de un añito y medio ya entraréis en el
proceso de in vitro —me respondió restando importancia a todo el duro
proceso.
Salí del hospital llorando y rabiando. Ya no podía más. Estaba harta de
pinchazos, de no conseguirlo nunca, de notarme defectuosa. Me sentía muy
triste y, sobre todo, sentía ira contra mi pareja. ¿Por qué, si era un proyecto
conjunto, yo me tenía que llevar la peor parte?
Él se masturbaba el día que tocaba y ya estaba listo, pero yo tenía que cargar
con todos esos tratamientos que intuía que no le hacían ningún bien a mi
cuerpo. ¿Por qué él no lloraba y solo pateaba la pelota hacia adelante? ¿Por
qué cuando le decía que estaba fatal me decía que todo se arreglaría y que lo
que tenía que hacer era estar tranquila? Necesitaba que nos enfadáramos
juntos, que maldijéramos la vida juntos, que rabiáramos juntos y, sobre todo,
necesitaba dejar de sentirme tan sola ante tal cabreo.
Hacía muy poco que le habíamos contado a la familia que llevábamos un
año intentándolo con tratamientos de fertilidad. Y, si bien intentaban aportar
calma, yo lo recibía fatal. Mi madre, por ejemplo, con la mejor intención, me
escribió un mensaje largo del que recuerdo esta frase: «¿Sabes que en la
historia hay muchas mujeres que no pudieron tener hijos y así consiguieron
objetivos mucho más trascendentes en sus vidas?».
Yo me lo tomé fatal. ¿Por qué me decía eso? ¡Yo quería tener hijos y ya!
Como todo el mundo que tiene pareja, que tiene una edad, una hipoteca y
planes de ser padres. Desearlo era lo normal, y lo que tocaba ahora . Me
sentía fuera de la norma, rara, incapaz. La vida me empujaba hacia una
dirección y yo no conseguía avanzar. Me sentía desfallecer.
Recuerdo de forma muy vívida la tarde del lunes 23 de abril de 2012,
coincidiendo con la festividad de Sant Jordi. Al salir del trabajo no tenía
ganas ni de pasear por los puestos de libros de la Rambla de Catalunya. Y
eso que yo trabajaba en esa misma avenida, para mí la más bonita de
Barcelona. En lugar de eso, me fui a casa directa en metro. Eran las cuatro y
media. Aún no había comido, pero tampoco tenía hambre, pues me había
pasado las últimas horas picoteando con ansiedad.
Me detuve en uno de los miradores del puente de Vallcarca. Desde allí podía
observar nuestro edificio. Nuestro piso en los bajos de la calle Mare de Déu
del Coll. Podía ver nuestras dos ventanas en el balcón minúsculo. Parecía
todo tan pequeño, tan insignificante. Como mi propia vida.
En ese mismo piso, había disfrutado de episodios muy bonitos: cenas con
amigos, con la familia, tardes de calma, momentos de pasión en nuestra
cama, en el sofá… El mismo sofá en el cual, años atrás, me había propuesto
matrimonio. Nos habíamos casado, querido y respetado hasta que llegó este
problemón que no sabíamos cómo gestionar.
Y yo, en lugar de comunicarme, me sentía incapaz. Tenía un nudo en la
garganta que me aprisionaba las palabras. Estaba harta de vivir así, en un
compás de espera eterno. Quería que el problema se solucionara ya. Y no
quería pensar en la adopción. Ya no tenía energías para nada. Había entrado
en una espiral que me arrastraba hacia un pozo.
Sentía el puente bajo mis pies, y fantaseaba con que se pudiera derrumbar en
cualquier momento. Caerme y morir. Quizás si lo hacía, podría descansar al
fin y ser feliz en otro plano de existencia. Quizás mi vida ya no tenía sentido,
tan grande era esa sensación de frustración, de desmotivación por cada uno
de los aspectos de mi vida. No me hacía feliz ni mi trabajo, ni mi pareja, ni
mis planes de futuro. Lo veía todo negro desde hacía tiempo. Y no tenía
visos de mejorar si seguía con más y más tratamientos infructuosos. Quizás
la solución pasaba por dejar de existir de esta forma que ya conocía.
Apoyé medio cuerpo sobre la barandilla del mirador y miré hacia abajo.
Podía hacerlo. Solo se trataba de dejarme ir y todo ese sufrimiento habría
terminado. Me quedé ahí, contemplando esa posibilidad durante un buen
rato.
Era un día bonito que olía a primavera. Ese viernes 27 sería mi santo: el Día
de Montserrat. Una montaña santa, símbolo de fortaleza, resistencia y de
energía poderosa. Saber que podía tomar la decisión de terminar con todo
cuando yo quisiera me dio paz. Entonces pensé: «Este viernes, coincidiendo
con mi santo, tengo círculo de apoyo. Y este jueves, cita con la psicóloga.
Les comentaré a mis compañeras de fatigas estos pensamientos fúnebres».
Esas mujeres, cuyo nombre ahora ya no recuerdo, me salvaron la vida. Ellas
también compartieron conmigo los pensamientos oscuros y depresivos que
vivieron durante los tratamientos. Por lo visto, podía ser un efecto
secundario del que no nos habían avisado. ¿Por qué no nos avisaron? ¿Por
qué nadie nos dijo que si teníamos este tipo de pensamientos destructivos
debíamos buscar ayuda?
No quiero que ninguna persona tenga que volver a pasar por algo así.
Ese proceso infructuoso, que viví con tanto dolor en esos momentos, me
cambió la vida. Aquí van mis lecciones aprendidas. Y en el próximo capítulo
te cuento qué giro decisivo decidí tomar.
Lecciones aprendidas: capítulo G
1. Insisto. Si tu TSH está por encima de 2, estás teniendo problemas
para quedarte embarazada y te dicen que no guarda relación, pide otra
opinión médica.
Ya he comentado este punto en el capítulo anterior, pero lo repito aquí por si
acaso. Creo que puede ser crucial para garantizar el éxito de tu embarazo y
de tu tratamiento de fertilidad.
En mi caso, la TSH solía estar alrededor de 4,5-5 durante todos esos
tratamientos. Nunca sabré si con una TSH menor lo habría conseguido.
¿Te han dicho que una TSH por encima de 2 está bien? Ponlo en duda y
busca otra opinión médica.
En el Método Reshape te detallamos los valores óptimos y todo lo que tienes
que pedir a tu médico para que te valore el panel completo.
Empieza hoy con las Masterclasses gratuitas del programa aquí
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2. Si tu TSH está bien, pero tus anticuerpos están altos, es hora de
actuar.
Empieza a incorporar medidas para disminuir los marcadores de
autoinmunidad. En el Método Reshape te lo explicamos en detalle.
¿Sabías que una estrategia de vida antiinflamatoria no solo contribuye a
mejorar las opciones de tu embarazo, sino que, una vez conseguido, ayuda a
que este sea más saludable?
Si solo te miden la TSH, pide una segunda opinión médica.
Es necesario observar también la T3L. Es el parámetro más importante para
saber si tus células tienen suficiente cantidad de hormona tiroidea activa. Y
las de tu aparato reproductor (ovarios, endometrio) también son sensibles a
ella.
¿Te han analizado alguna vez la T3L?
Descubre los detalles del panel completo de tiroides en las Masterclasses que
te he enlazado en el punto anterior.
3. Infórmate muy bien sobre el porcentaje de éxito de cada tipo de
tratamiento de fertilidad.
En mi caso, empecé con los tratamientos sin ser consciente de los
porcentajes de éxito. Por aquel entonces, las inseminaciones artificiales
estaban alrededor del 12 %. Solo lo supe al final por un hilo del foro. Este
porcentaje, hoy en día, es algo mayor: entre un 15 % y un 20 %.
La fecundación in vitro está alrededor del 40  %, algo que tampoco sabía
entonces.
Con el tiempo y los avances, es previsible que estos porcentajes mejoren.
¿Te han informado de los porcentajes de éxito de las técnicas a las que te vas
a someter?
4. Si estás pasando por procesos de fertilidad infructuosos y tienes
pensamientos negativos, busca apoyo profesional.
No es normal tener los pensamientos que yo tuve y que, por lo visto, muchas
mujeres de mi círculo de apoyo también habían tenido. No es normal pensar
que tu vida deja de tener valor por no poder procrear. No es normal hundirte
en la miseria como persona por no conseguir ser madre.
Si te encuentras en un punto en el que los pensamientos funestos te
sobrepasan, y si además estás en tratamiento hormonal para fertilidad, estate
atenta y busca apoyo y ayuda lo antes posible.
¿Me prometes que te cuidarás lo suficiente como para pedir ayuda si ves que
tu ánimo decae?
5. Mi madre tenía razón. Hay muchas otras formas de realización más
allá de tener hijos.
Tener hijos es una decisión que debemos tomar por nosotras mismas y no
por presiones sociales o de la pareja o «porque toca» o «porque se te pasará
el arroz». Y las mujeres que no podemos o no queremos tener hijos, también
podemos contribuir a la sociedad desde otros muchos ámbitos. Ser
fructíferas, dejar un legado y ayudar a que este sea un mundo mejor.
¿Qué te gustaría aportar a la sociedad si al final decides no tener hijos?
 

H
Hijos no, FIV tampoco
A finales de mayo de 2012 me sometí a la quinta inseminación artificial.
Tenía el convencimiento de que saldría tan mal como todas las anteriores.
Cada vez estaba más frustrada y enfadada con el mundo.
—Recuerda que solo necesitamos que funcione una vez —me repetía mi
marido.
A mí aquello no me servía, y cuando a los diez días de la intervención
empecé a manchar marrón se me derrumbó el mundo. Estábamos a
principios de junio. Hacía un tiempo precioso y yo me sentía incapaz de
apreciarlo. Como si me hubiera quedado suspendida en ese compás de
espera durante tanto tiempo que ya nada tuviera sentido.
En el foro leía las historias de mujeres que lo intentaron todo para
conseguirlo y lo único que consiguieron fue perder dinero, energías y la
salud por el camino. Había llegado a un punto en el que estaba convencida
de que yo sería otra de ellas. Me preocupaba mucho que, además de no
lograrlo, el proceso estuviera afectando a mi salud física y emocional. Nadie
te habla de los efectos secundarios de los tratamientos ni de los riesgos que
entrañan para tu salud. Pero si los buscas, los encuentras. Y asustan.
Sin embargo, cuando preguntaba a los médicos de reproducción asistida, me
decían que no había mayor riesgo del habitual. Y que los porcentajes de
cáncer hormonodependiente de pecho, ovario, útero, etc. de las que
pasábamos por estos tratamientos eran similares a los de la población
normal.
No me creía nada. Tenía miedo. Estaba viviendo en un estado de alarma y de
enfado constante. Aún hoy, cuando lo recuerdo, me duele no haber sabido
cuidar más y mejor de mí misma. Cultivar mis aficiones, nutrirme de vida,
confiar y disfrutar más de todo lo bueno que tenía a mi alcance. Mi
sensación constante era que la vida me debía algo. Me debía el sueño de ser
madre. Y a cambio me entregaba dolor, sufrimiento y riesgo. Sentía una
furia interna terrible contra todo.
A través de una persona cercana que conocía a otro gran experto en
fertilidad de otro hospital de referencia, conseguimos visita con él por
privado. Me pregunté por qué los grandes expertos en fertilidad femenina
suelen ser hombres. Esta pregunta tiene un calado muy profundo sobre cómo
se construyen las carreras profesionales, así que no voy a entrar en detalles,
pero sí que me gustaría apuntar aquí algo con respecto al sufrimiento.
Creo que los hombres no pueden llegar a empatizar con el sufrimiento que
acarrea este proceso para el cuerpo y la salud mental de las mujeres que
tenemos que transitar por él. Nos hablan muy seguros de porcentajes, de
procedimientos, de grosores y tamaños, de números. ¿Pero qué hay de
nuestra angustia?
Una vez más la visita duró no más de diez minutos.
—Tenéis que seguir con el proceso; ahora le toca el turno a la fecundación in
vitro , que es la solución para muchos casos como el vuestro de infertilidad
de origen desconocido. Este verano descansad y a la vuelta, con energías
renovadas, empezamos el tratamiento in vitro —sugirió.
Me quedé sintiendo el peso de aquellas palabras y pensando cosas terribles.
En primer lugar, ¿por qué decía «descansad» en plural? La única agotada por
todas estas tandas de medicación era yo. Mi marido contribuía con una
simple masturbación cada vez, mientras yo ponía toda la carne en el asador.
No era justo. Segundo: ¿qué energías renovadas? Yo ya no quería ni oír
hablar del tema.
—¿El tratamiento para la fecundación in vitro es como el de la inseminación
artificial? —pregunté.
—Es más fuerte e incluye una pequeña intervención —me respondió,
quitándole importancia.
En mi cabeza una voz me decía de forma tajante: «No vas a volver a pasar
por todo esto, Montse. Si con las cinco inseminaciones ya has acabado harta,
imagínate con la in vitro ».
—¿Y suele funcionar a la primera? —inquirí sabiendo la respuesta.
Miró a mi marido (y no a mí) y respondió en un tono tranquilo.
—Algunas veces sí, otras veces no. Esperemos que vosotros seáis
afortunados. Si no, se pueden hacer dos o tres ciclos más.
Mi voz interior volvió a manifestarse alta y clara: «¿Cómo que vas a volver a
pasar por todo esto? Te vas a dejar los ahorros y, además, ¡vas a salir con las
manos vacías y el vientre más destrozado de lo que ya lo tienes! ¡Y una
mierda! A tomar por saco todo ».
—De acuerdo, muchas gracias por las aclaraciones —respondí bajando la
cabeza y tragándome la angustia.
Entonces pasó algo inesperado que lo cambiaría todo.
Era la verbena de San Pedro, que se celebra el día 29 de junio y coincide con
la fiesta mayor del pueblo de mis abuelos, donde mis padres tienen una
casita. Fuimos con mi marido a pasar la noche, porque daban un concierto al
aire libre en el precioso hotel rural que acababan de abrir a las afueras.
Actuaba Anna Roig i L'Ombre de ton Chien, un grupo con un estilo muy
personal que combina canción francesa, jazz, tango, bolero y pop y liderado
por Anna, la vocalista. Hacía una noche preciosa. Habíamos salido
caminando del pueblo un grupo de unas cien personas con antorchas para
iluminarnos el camino. El calor del verano acariciaba el ambiente. De fondo
se oía el canto de los animales nocturnos: cigarras, grillos y sapos. De
repente me di cuenta: ¡hacía tanto que no salía de la ciudad! Todo ese tiempo
me había quedado en una cárcel esperando la sentencia.
Hablé un ratito con mis primas, mis tíos y alguna conocida. Me veía a mí
misma como un muñeco. Ahí estaba yo dando conversación, aparentando
que todo estaba bien, en un entorno privilegiado y sintiéndome destrozada
por dentro. Un fallo de la creación: infértil de origen desconocido, estéril,
subfértil —no sabía ni que nombre tenía lo que padecía—, pero sabía que era
injusto.
Y daba igual el nombre que le pusieran a mi condición. El tratamiento
propuesto era el mismo: pinchazos, malestar, sentirme hundida y, encima, no
conseguir nada más que perder dinero, esperanzas y energía. Mi cabeza no
dejaba de pensar una y otra vez, en un bucle obsesivo: «Nunca lo
conseguiré». La noche era perfecta, tenía una buena vida y allí estaba yo,
sintiendo que nada valía la pena. Esa noche, mientras mi marido roncaba de
forma plácida, yo lloré como venía haciendo cada noche durante los últimos
seis meses.
Al día siguiente, seguimos nuestro camino hacia el sur. El destino era un
pequeño pueblo a orillas de un río donde mi marido tenía una reunión de
trabajo con sus compañeros de proyecto. Vendrían todos con sus familias.
Así que aparecieron cargados con bebés y niños. Yo lo veía como una ofensa
más que me hacía la vida. Todo el mundo podía tener hijos menos yo. ¿Por
qué yo no podía?
En la casa donde nos alojábamos había una piscina pequeña. Yo ni me había
enterado cuando nos enviaron la información. Así que una amiga de la
universidad, que también formaba parte del grupo de trabajo en el que estaba
mi marido, me prestó un bikini. Ella, mujer previsora como la que más, se
había traído dos.
Recuerdo probármelo en la habitación, mirarme al espejo y no reconocerme.
Era una extraña en mi propio cuerpo: estaba hinchada y me veía enorme,
fofa y con los pechos caídos. Le devolví el bikini con el pretexto de que me
acababa de venir la regla y no me apetecía. Era mentira.
En la piscina chapoteaban mi amiga, los niños del grupo y los padres y
madres. Me sentía ajena a todo y no tenía ganas de participar en nada. En
mitad de los meses de esplendor veraniego, yo vivía mi propio invierno del
alma.
Sin embargo, esa misma noche estaba a punto de ocurrir algo que lo
cambiaría todo. Si fue para bien o para mal, dejo que lo juzgues tú misma en
el siguiente capítulo.
Lecciones aprendidas: capítulo H
Si no te has atrevido a leer el capítulo anterior, en este repetiría las mismas
lecciones que allí expongo y además añadiría las siguientes.
1. Los tratamientos de fertilidad ponen tu estado de ánimo al límite.
Busca ayuda para transitar por ellos.
Muchas veces las personas de tu entorno inmediato, sobre todo si no han
pasado por ello, no pueden entender lo mal que nos sentimos las mujeres que
nos sometemos a estos procesos. Por lo tanto, busca apoyo profesional si ves
que no puedes con el peso del tratamiento.
¿Te has sentido desbordada durante el proceso de fertilidad?
2. Aunque estés pasando una mala época, tiene que haber espacios de
placer en tu vida.
Parte de mi mala gestión de todo este proceso fue caer en el grave error de
no dejar espacios para el placer más allá de pensar en el embarazo, leer sobre
el embarazo y acudir al grupo sobre fertilidad. Todo lo demás en mi vida
quedó relegado a un segundo plano, esperando a conseguir el ansiado
objetivo. Y, claro, esa situación resultaba insostenible, porque nunca lo
conseguía.
¿En tu vida existen espacios de placer más allá de la búsqueda del
embarazo?
 

I
Instinto animal o la historia de mi
infidelidad
S i has venido directa a este capítulo, es señal de que te gusta el morbo. No
te preocupes; es habitual. Yo también lo haría. Nos gusta curiosear en los
aspectos más oscuros de la vida de los demás (si nos lo permiten, claro). Te
avanzo que, en este capítulo y en el siguiente, lo vas a poder hacer en la
intimidad de la mía. De paso, intentaré compartir contigo mis aprendizajes
durante el trayecto. Si te has perdido los ocho capítulos anteriores, te
recomiendo que los leas. Allí encontrarás explicaciones valiosas para tu
hipotiroidismo o el de tus pacientes.
Dicen que una forma de valorar la calidad de las relaciones es observar de
qué forma terminan. En mi caso, es obvio que lo hice fatal. Para compensar,
dicen que las mejores personas somos las que cometemos las peores
infidelidades. No lo digo yo, se lo leí a un reconocido sexólogo. Según él, la
persona infiel «reincidente» tiene todo un mundo paralelo montado que le
permite sostener una doble vida a escondidas.
La persona infiel primeriza, sin embargo, a menudo comete el gran error de
enamorarse del ideal que está proyectando sobre el sujeto de su infidelidad.
Empieza a fantasear sobre cómo sería una nueva vida con él. Construye un
nuevo mundo de ilusión, que poco tiene que ver con la realidad. Suele ser
una huida hacia adelante de una pareja que lleva tiempo sin funcionar bien.
Eso fue lo que me ocurrió a mí.
Como explicaba en el capítulo anterior, nos encontrábamos en la casa de un
pueblo donde habíamos ido a pasar el fin de semana por motivos de trabajo
de mi marido. Y las familias de los reunidos estábamos invitadas. Yo me
encontraba en uno de los momentos más tristes de mi vida. Con mucho
desgaste por los cinco tratamientos de fertilidad infructuosos y ante la
perspectiva de tener que empezar otra vez después del verano. Me agotaba
solo de pensar en entrar otra vez en el temido bucle: pinchazos, malestar,
dolor, ansiedad, ilusión, regla, desesperación. Una montaña rusa de
emociones.
La tarde del último sábado de julio apareció Antón, el alcalde del pueblo,
con una caja de frutas de verano de su propia cosecha para agasajarnos. Iba
sin camisa, estaba muy moreno, se le veía fuerte y seguro de sí mismo. Era
alto, calvo y lucía una amplia sonrisa. Tenía un punto prepotente que lo
hacía muy atractivo.
Recuerdo la primera vez que me miró. Sentí que me estaba escaneando y
rápidamente supe que le gustaba. Era una sensación que hacía tiempo que no
sentía. Me di cuenta de que le resultaba deseable y, de repente, fue como
volver a ser consciente de que tenía un cuerpo para algo más que para
engendrar. También podía desear y ser deseada. Algo que había olvidado en
los últimos años.
Fuimos todo el grupo a cenar juntos. Y, por casualidades de la vida, entre la
multitud, él acabó sentándose frente a mí. Se pasó toda la cena contando
anécdotas divertidísimas sobre los mil aspectos de su vida. La alcaldía en un
pueblo pequeño y rural y las vivencias como campesino cultivador de fruta
daban para muchos chistes.
Recuerdo reír a carcajadas hasta que me dolió la tripa. Era muy ocurrente,
imitaba muy bien los acentos de una zona cercana al pueblo, conocida por
tener un dialecto muy peculiar. Fui feliz toda la cena. A mi marido, que
estaba sentado a mi lado, se le salían los ojos de las órbitas. Supongo que no
podía creer cómo su mujer —tras un largo año arrastrándose, triste o de mala
leche —de repente lloraba de la risa.
—Te ha caído bien, ¿verdad? –me preguntó cuando nos quedamos solos.
—Me ha encantado —respondí sabiendo muy bien a quién se refería.
Al día siguiente, habíamos quedado para visitar unas ruinas cercanas, pero el
alcalde no apareció. Yo no podía dejar de pensar en por qué no había venido,
cuando nos había dicho que le encantaría hacernos de guía.
Fuimos a comer al bar del pueblo, el mismo donde habíamos cenado la
noche anterior. Era un espacio enorme y ruidoso, situado junto al
polideportivo. Al ser domingo, tratarse de un grupo grande y estar lleno de
turistas, tardaron una hora en servirnos.
Cuando ya íbamos por el postre, uno de los del grupo preguntó curioso:
—¿Qué sabemos del alcalde?
Yo llevaba todo el santo día preguntándome lo mismo.
—Sí, menudo personaje —me descubrí a mí misma diciendo en voz alta.
Justo en ese momento, él hacía su aparición estelar por la puerta del
comedor.
—Bueno, ¿qué os han parecido las ruinas? —preguntó escaneándonos a
todos y buscando mi cara, achinando los ojos y clavándolos en los míos.
—Espectaculares —respondió una chica.
—¿Habéis comido bien? He avisado al restaurante de que os trataran bien
porque yo no llegaba a tiempo.
Viéndolo ahora con perspectiva, me doy cuenta de que el tío tenía una
absoluta actitud de gánster. Con una mirada de poder y un pretendido control
sobre la situación. Una forma de moverse que decía «aquí mando yo», y una
seguridad en todo lo que decía y en que las cosas se harían como él deseaba.
—Ahora iremos todos juntos a ver lo mejor de la región: mis frutales. Podéis
recoger todo lo que queráis para vuestras casas —propuso de forma tal que
nadie se atrevió a oponerse.
Creo que mi sonrisa de oreja a oreja y la cara de ilusionada se podían divisar
desde el pueblo de al lado. Temía que como ya habíamos terminado la visita
y la comida y era bastante tarde, nos tocara despedirnos y volver a
Barcelona. Pero no, él quería que fuéramos a ver sus frutales. Me sentía
como una niña a la que invitaban a jugar al parque.
Le seguimos en caravana detrás de su furgoneta y llegamos a unos campos
preciosos, de un verde vivo, que contrastaba con la canícula del verano.
Melocotoneros perfectos, alineados, regados y cuidados. Al llegar, nos habló
un poco de las fincas que tenía. Esa en concreto se llamaba La Vall y las
condiciones peculiares la hacían ideal para producir una fruta muy dulce.
Nos había traído allí porque, al día siguiente, empezaba la cosecha y así
podíamos escoger las mejores piezas para nosotros.
—Coged las que queráis. Aquí os traigo cajas para cada uno —nos dijo
señalando la parte de atrás de su furgoneta.
Nos dispersamos entre los frutales y, como quien no quiere la cosa, se me
acercó con la excusa de continuar el hilo de conversación de la noche
anterior sobre la productividad de los árboles.
—Mira, Montse —empezó. Era la primera vez que oía mi nombre en sus
labios y me pareció que tenía una sonoridad distinta—. Mis árboles, al estar
bien nutridos y cuidados con mucho mimo, son productivos, fuertes y dan
frutos de carne tersa, jugosa y sabor muy dulce.
Escogió una fruta del árbol, le clavó un bocado y me la ofreció mirándome a
los ojos.
—Cuidado, muerde lejos de mi mordisco —me advirtió.
Yo estaba paralizada y embelesada al sentirlo tan cerca, compartiendo
mordiscos. Y solo alcancé a decir:
—Ah, sin problemas. Tu mordisco no me molesta.
Me di cuenta de que sonaba a insinuación. Y, en efecto, era la fruta más
dulce que había probado en mucho tiempo. Cerré los ojos, degustando.
—¡Mmm! Está buenísima, muy dulce —exclamé volviendo a abrir los ojos y
mirándolo.
—Cariño —exclamó mi marido acercándose por detrás del árbol. Ni me
había dado cuenta de que andaba por allí—. ¿Me ayudas con esto?
Aterricé de repente en la realidad de que no estábamos solos. De repente, me
acordé de todo el grupo y de que todos podían vernos flirtear a pleno sol. Y
no pudo importarme menos. Quería repetir esa sensación. Esa pulsión que
sentí con ese hombre.
Así pues, ya de vuelta a la monotonía de Barcelona, lo busqué por Facebook.
Él se había encargado muy bien de explicar que su cuenta personal era muy
divertida, porque salía disfrazado y participando en una competición de su
pueblo. No me costó encontrarlo. Al ver sus fotos, pensé en lo cachondo que
debía de ser. A su lado seguro que no te aburrías ni un momento.
Y ese mismo lunes, desde el trabajo, le pregunté por mensaje privado una
tontería sobre un artículo que tenía que escribir sobre la sandía. Pasó todo el
día y no me respondió. A la mañana siguiente, allí estaba su mensaje de
vuelta. Pedía disculpas porque solo tenía Facebook en el ordenador y este
estaba en el Ayuntamiento.
Su intención era poder responderme más rápido, así que me proponía hablar
por correo electrónico, que sí que lo tenía instalado en el móvil. Esa noche
me llegó un correo que decía: «Estoy en la barraca del huerto, es
medianoche, la luna está enorme y mientras me tomo un refresco, mi cuerpo
está aquí pero mi mente no deja de pensar en ti». Tras leerlo tuve que
esconderme en el baño de casa para que no se me notara la cara de
entusiasmo. Le respondí de inmediato: «Yo también pienso mucho en ti y me
gustaría mucho que volviéramos a vernos, sin tanta gente de por medio».
Me propuso quedar ese sábado por la mañana. Estaba en plena cosecha, pero
se lo podía combinar para estar a las nueve en Barcelona, donde yo le dijera.
Por casualidades de la vida, justo ese sábado estaba apuntada a un curso de
fitoterapia, así que no tenía ni que inventar una excusa para disponer de la
mañana libre. Le pedí su número de teléfono para poder enviarnos SMS (en
esa época aún no teníamos WhatsApp).
El jueves y el viernes pasaron lentos y tediosos. Con muchas tareas estúpidas
en el trabajo y una inquietud interna creciente. No sabía lo que iba a pasar,
pero si sabía lo que deseaba que pasara. La noche del viernes fue una de las
más calurosas de ese verano en Barcelona. El calor no solía darme
problemas para dormir —al contrario que mi insomnio crónico—, pero esa
noche no pegué ojo porque no dejaba de pensar en él.
Me sentía un poco como en las noches de Reyes de mi infancia. Se lo
comenté nada más levantarme y me dijo que él también estaba nervioso. Me
levanté mucho antes de que sonara el despertador. Eran las seis y media.
Todo a mi alrededor olía a verano.
—¿Tan pronto te levantas? —me preguntó mi marido medio dormido.
—Sí, ya no tengo sueño y quiero ir con calma —mentí.
De calma, poca; en mi interior estaba aceleradísima. Me duché, me vestí
informal, con un pantalón corto y algo ajustado, y mi top rojo preferido de
tirantes. No recuerdo tan siquiera despedirme de mi marido. Di por sentado
que se habría vuelto a dormir siendo sábado. Él solía levantarse más tarde.
De camino hacia el metro, casi iba dando brincos. Tenía una energía
desbocada. Hacía una década y media que no me sentía así. Llegué al punto
de encuentro más de media hora antes. Era una plaza grande, ruidosa y con
mucho tráfico. Habíamos quedado delante del Hotel Catalonia. Me dedicaba
a observar los coches desde la acera. Entretanto, la agitación iba creciendo y
una vocecita me decía: «¿Estás haciendo bien? ¿Esto es lo que quieres
hacer? Estás quedado con un tío que apenas conoces. ¿Y si te ve alguien
conocido?».
En mitad de ese torrente de dudas me descubrió el claxon de una furgoneta.
¡Su furgoneta! Él y su mirada brillante llena de entusiasmo estaban dentro.
Me acerqué fingiendo tranquilidad, cuando en realidad tenía el corazón
desbocado. Me abrió la puerta desde dentro, doblando medio cuerpo sobre el
asiento del copiloto. Todo olía a tierra, estaba lleno de papeles desordenados
y la alfombrilla tenía restos de barro.
Nos dimos dos besos y allí pude olerlo. Olía fuerte, seguro de sí mismo y
tenía unas mejillas cálidas, rojas por el sol de las muchas horas de cosecha.
—Hola, preciosa. ¡Qué felicidad encontrarnos! Mira, te he traído esto —dijo
alargando la mano hacia la guantera.
Sacó de allí una rosa blanca, pequeña, preciosa, enrollada en un papel donde
había escrito: «Esta rosa de mi huerto es del rosal más bonito que tengo. A tu
lado todo queda velado; tú lo llenas todo de luz». Nunca me había
emocionado tanto leer algo así dirigido a mí. Y eso que con mi marido nos
habíamos llegado a escribir centenares de correos durante los dos años
(discontinuos) que yo había vivido en el extranjero.
Recuerdo cómo, al verme las lágrimas, me cogió de la mano. Las suyas eran
cálidas y muy suaves. No esperaba algo así de un trabajador del campo. Se
me acercó y me abrazó. Detrás, un taxi impaciente tocó el claxon. Tenía
razón. Estábamos ocupando un espacio reservado para ellos. Arrancó y
empecé a darle indicaciones.
—Sigue por aquí. Ahora a la derecha. Coge la calle Lleida. Dobla a la
izquierda en esta callecita y ahora para aquí un momento y hablamos —dije
con un hilo de voz.
Sentía tal cantidad de emociones a flor de piel que no podía ni describirlas,
pero sí que tenía clara mi propuesta.
—Mira, eso de allí es un hotel de parejas —dije señalando hacia la izquierda
—. Me gustaría poder estar a solas contigo en un lugar donde no temamos
que nadie nos pueda ver.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Tienes condones? —pregunté muy segura.
—No, no me lo esperaba —respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
—Pues vamos a comprar. Creo que por aquí hay una farmacia.
Él aparcó en carga y descarga y yo entré en la farmacia con tal ansiedad que
parecía que fuera a atracarla.
—¿Quieres una caja de doce o de veinticuatro? —me preguntó la
farmacéutica.
—Doce está bien, gracias —respondí mientras sacaba el dinero. No quería
pagar con tarjeta.
Volví y arrancamos. Dimos dos vueltas antes de encontrar la entrada al hotel.
Era un barrio de callejuelas intrincadas. Nada más acceder a la entrada del
aparcamiento del hotel, un hombre vestido de frac corrió una cortina negra
ante la furgoneta. Y un segundo hombre, también de frac, corrió otra en la
parte trasera. Le pidieron las llaves de forma muy amable y nos invitaron a
bajar abriéndonos la puerta a cada lado. La recepción estaba ahí mismo. Un
tercer hombre en frac nos dio la bienvenida.
—Una habitación estándar cuesta 40  € por una estancia de 24  h. Cuando
quieran salir, deben llamar al número cinco y los vendremos a buscar. No
pueden salir solos de la habitación —puntualizó.
Pagamos a medias 20 € en metálico cada uno.
Nos acompañó un cuarto hombre en frac por un sinfín de ascensores,
pasillos y corredores. En algunos se oían gritos femeninos de placer y
gruñidos masculinos de disfrute. Nos indicó nuestra puerta, la abrió y
sentimos el aire acondicionado como un hachazo de frío. Antón se dio
cuenta de inmediato y pidió que lo apagaran.
—Sobre todo recuerden que cuando quieran salir deben llamar al número
cinco. No pueden salir solos —‍repitió insistente.
El mayordomo cerró la puerta tras de sí y nos quedamos solos por primera
vez.
Era una habitación decorada al estilo francés, con paredes rojas, ribetes
blancos y un espejo enorme en el techo a la altura de la cama. Había muchas
luces encendidas, supuse que en un intento de contrarrestar que las ventanas
fueran opacas y no se pudieran abrir.
Toda yo era un batiburrillo de emociones. Por un lado, una fuerte atracción;
por el otro, un miedo intenso por estar haciendo algo muy malo. Aun así, no
podía parar. Mi cabeza iba a mil y me sentía muy agitada. Como una especie
de temblor interno que se tradujo en uno externo.
—Bueno, no está nada mal la chocita: pocas vistas, pero arregladita —
exclamó Antón tras echar una ojeada a su alrededor.
Su voz me devolvió al momento presente. Al mirarme, se dio cuenta de que
estaba temblando. Se me acercó.
—Ven aquí, pequeña.
Me abrazó con intensidad, con la intención de protegerme y de calmarme. Y
lo consiguió. No era sexual; era un abrazo fraternal y de amistad.
En el siguiente capítulo seguiremos en la habitación, pero ahora quiero
compartirte mis lecciones aprendidas.
Lecciones aprendidas: capítulo I
1. Se calcula que entre un 30 % y un 50 % de las personas son infieles a
sus parejas.
Esto no es ningún argumento para defender mi infidelidad ni la de nadie.
Solo es una cifra que me gustaría compartir para reflexionar sobre el tipo de
sociedad que hemos construido alrededor de la exclusividad sexual.
¿Has sentido alguna vez la pulsión de ser infiel? ¿Te has parado a pensar por
qué te ocurre y con qué tipo de persona te ha sucedido?
2. Que alguien te atraiga mucho desde el punto de vista sexual puede
tener muchos significados.
Si ves que te está ocurriendo, mi consejo sería que antes de cometer la
infidelidad hicieras terapia de pareja. Algún aspecto anda desajustado
cuando se llega a ese punto.
¿Crees que puedes canalizar esa energía que sientes por otra persona para
mejorar la relación con tu actual pareja?
3. Los hechos tienen consecuencias.
Hay actos que suponen un punto y aparte en las relaciones. A partir de ese
momento, por más disculpas que se pidan, por más que uno lo sienta o esté
arrepentido, no hay vuelta atrás.
Valora muy bien las consecuencias de tus actos, sobre todo en el campo de la
infidelidad. Suelen acarrear rupturas definitivas.
 

J
¡Joder! ¡Eso no se puede hacer!
S entí su calor, su cariño y también su deseo, que poco a poco fue
despertando el mío. Recuerdo que me agarró de la cintura para acercarla a la
suya y entonces me di cuenta. Esa era la razón que nos había traído hasta
allí. Ese deseo irrefrenable que los dos habíamos sentido desde el primer
instante en que nos conocimos.
Mis labios buscaron los suyos y se unieron en el beso más dulce y
apasionado que me habían dado jamás. Nuestras manos delirantes
empezaron a buscar el calor de la piel bajo la poca ropa de verano. Se desató
una pasión sin precedentes. Era querer sentirme viva, gozada y gozosa. Era
un deseo infinito cuando su cuerpo rozaba el mío.
Estaba tan excitada que me sentía flotando en la nube del orgasmo infinito
incluso antes de la penetración. Y cuando lo sentí dentro de mí, lo acogí con
un ansia animal. Después de ese sexo adimensional y nirvánico, ya me podía
morir. Así es como lo sentía, todo me daba igual; por fin podía morir
teniendo la certeza de que había disfrutado, de que había vivido el placer
más intenso como mínimo una vez en mi vida.
Sudorosa, extasiada y agradecida, desfallecí encima de él.
—Eres lo más bonito que he visto nunca —dijo mirándome.
Me sentía poderosa, segura y liberada. Con el tiempo me di cuenta de que
esa experiencia de placer sexual no dependía tanto del otro, sino de conocer
lo que nos gusta y combinarlo con una buena dosis de excitación. Sin
embargo, para llegar a ese punto aún me faltaban unos cuantos años y
muchos baches por superar. Ahora lo sé.
Volviendo a esa habitación del hotel para parejas, lo recuerdo diciendo que
le apetecía seguir, pero que quizás fuera hora de ir comer algo.
—¿Quizás juntos por aquí cerca? —preguntó con cara de pillo—. Luego
tengo que volver al pueblo, ya que tengo varios asuntos por resolver, entre
ellos la cosecha de todo el año.
Salimos de allí llamando al número cinco. Nos vinieron a buscar y ya estaba
su furgoneta a punto con el motor arrancado y entre dos cortinas. «¡Qué
nivel de organización reina en esta casa! Ojalá otras instituciones
funcionaran así», pensé para mí.
Fuimos a comer a un restaurante sirio de la calle Blay. Pedimos platos
diferentes, pero nos dábamos de comer el uno al otro. Parecíamos dos
adolescentes. No nos quitábamos los ojos de encima. Cuando me despedí de
él en la rotonda de Drassanes se me encogió el mundo otra vez. ¿Tenía que
volver a mi realidad? De camino a casa, me reía sola recordando las
sensaciones del encuentro, y tenía su olor impregnado en la piel. Cogí un
camino más largo de lo habitual porque no quería volver. ¡Estaba tan harta
de mi vida tal y como la tenía montada!
Fue abrir la puerta de casa y notar otra vez el peso de las obligaciones tan
poco satisfactorias que me aguardaban. Sin perspectivas de mejorar o con las
mismas de siempre y que ya no me valían. Nada nuevo ocurriría ya, si yo no
lo provocaba. Me metí en la ducha con la excusa de que había sudado mucho
volviendo de clase.
Esa tarde de sábado, y todos los días que siguieron, me sentí distanciada de
mi propia vida, del día a día tedioso. Mi percepción era como si la otra
Montse, la que era capaz de disfrutar, se hubiera quedado atrapada en esa
habitación del hotel para parejas. Y entonces cometí el error de aferrarme a
él, a lo nuevo, al otro , como a un clavo ardiente. En mi interior, lo elevé a la
categoría de íntimo amigo-amante a quien le contaba todo, le consultaba
todo y de quien lo esperaba todo. Ahora sé que cuando demandas a alguien
externo lo que, en realidad, es un déficit interno, terminas sufriendo en
extremo.
El siguiente encuentro fue en casa de una amiga, a quien le estaba cuidando
los gatos y las plantas mientras estaba de vacaciones. Esa tarde él estaba
muy callado, como si escondiera algo. Pero yo pensaba que la ocasión tenía
que darse sí o sí, al ser nuestra atracción tan fuerte.
Hoy en día, echando la vista atrás, aún no consigo entender por qué me
obsesioné tanto con él. Lo veía como la mejor alternativa a mi vida de
entonces. Estaba dispuesta a romper con todo y con todos, ir a su pueblo,
vivir allí: todo con tal de estar cerca de él. Sin embargo, él no quería que me
acercara ni a diez  kilómetros. Me dijo que estaba inmerso en un difícil
proceso de separación con su mujer y que tenía un hijo pequeño. Según él,
su mujer lo tenía «muy controlado».
Yo me lo creía todo y no me importaba en absoluto tener que soportar
aquello con tal de conservar la esperanza de construir un futuro juntos. Para
hacerlo posible y legítimo, el primer paso que decidí dar fue dejar a mi
marido. Era una decisión que me dolía mucho, porque nos unían años de
relación y experiencias (tanto buenas como malas) en común. A pesar de
ello, sentía la necesidad de esa ruptura para poder comenzar algo nuevo.
Decidí decírselo el primer día de nuestras vacaciones de verano. Nunca lo he
pasado tan mal a la hora de verbalizar una mala noticia. Fui sincera; le
expliqué que me había enamorado de otro.
—Esto lo haces para hacerme daño, ¿verdad? —me preguntó con los ojos
empañados.
—Lo hago porque ya no puedo vivir más así —respondí tajante. Y me fui de
casa.
Excepto en un par de ocasiones puntuales (incluida la firma del divorcio),
nunca más nos hemos vuelto a ver. Y me consta que no guarda un buen
recuerdo de mí. No se lo reprocho; le hice mucho daño. Solo deseo que él
haya encontrado lo que deseaba junto a su nueva esposa.
Un día volviendo del trabajo, cuando ya nos habíamos separado, me
encontré con un amigo suyo por los pasillos del metro.
—¡Joder! ¡Eso no se puede hacer, Montse! —me riñó desde la prepotencia
de la superioridad moral.
No le respondí. Bajé la cabeza. Sentía el peso de la culpa.
Luego, con el tiempo, he revisado ese momento y si hubiera tenido más
energías me habría quedado muy a gusto replicándole que al menos yo no
actuaba como él. Su estrategia era ser infiel a sus novias, con la diferencia de
que ellas no se enteraban porque él no se lo contaba. Aun así, ese chico tenía
razón en algo. Él se refería a la forma de romper con mi marido. Yo la
extrapolo a la forma tan dependiente sobre la que empecé a construir la
nueva relación con Antón.
Busqué un piso de alquiler en un barrio distinto al que vivía y adopté a
Lluna, mi gatita, con dos meses. Fue mi fiel compañera en esa montaña rusa
emocional en la que estaba subida. Como relato a continuación, me di cuenta
de mi error gracias a ella.
Antón venía cuando le apetecía a mi nuevo pisito. Hacíamos el amor e
íbamos a cenar las noches que a él le convenían. Nunca pasaba una noche
entera en casa. Siempre había asuntos más importantes y urgentes que
atender: que si el hijo, que si la cosecha, que si sus funciones como alcalde...
Empecé a intuir que yo era su entretenimiento. Me tenía a buen recaudo,
lejos de su casa y de miradas indiscretas. Yo le había hablado de él a todo mi
entorno (familia y amistades), mientras que él solo lo había compartido con
un primo hermano suyo muy cercano, que sabía que le guardaría el secreto.
Su actitud era esquiva cuando yo organizaba alguna cena con las pocas
amistades que me quedaron después del divorcio. Recuerdo un fin de año en
el que me estuvo prometiendo toda la tarde que vendría y finalmente no
apareció con la excusa de su hijo.
Siempre lo echaba de menos; tenía dependencia de él. Sin embargo, cuando
lo tenía delante, excepto en los momentos de sexo, algo me hacía sentir
incómoda. ¡Era todo tan contradictorio! Cuando salíamos a cenar por mi
barrio, miraba a todos lados de forma paranoica, como de policía en guardia
controlándolo todo. Además, cuando le sugería presentarle a amistades o
familia se ponía nervioso. Hasta que una noche pasaron dos cosas que me
hicieron despertar. Fue gracias a Lluna, mi gatita querida.
Era enero, hacía mucho frío. Caía la noche del viernes, que era de los pocos
días de la semana que nos veíamos. El sábado no podía nunca, pues tenía
obligaciones ineludibles. Llegó más de una hora tarde. Yo estaba cansada de
tener la sensación de estar siempre pendiente de él, mendigándole tiempo y
sabiendo que nunca se quedaría a dormir. Me sentía utilizada.
Abrí la puerta y él vio a Lluna, que había llegado a casa dos días atrás. Su
primera reacción fue la de agarrarla bien fuerte por el cuello y levantarla del
suelo. La gatita se quedó congelada, con los ojos muy abiertos.
—¡Déjala, la estás asustando! —le grité con tono de súplica.
—Así es como se coge a los gatos para que hagan caso —respondió rotundo
—. Voy al baño, que llevo meándome desde Tarragona.
Mientras se lavaba las manos con la puerta abierta, le conté que le había
hablado de él a una persona que nos conocía a ambos. De repente, vi cómo
se le transformaba la cara. Estaba lleno de rabia y dio un puñetazo contra la
pared, haciendo repicar el espejo.
—¡Te dije que no le contaras nada de mí a nadie! ¡Y menos a personas que
me conocen! Es peligroso, muy peligroso —exclamó furioso mientras se me
acercaba con el dedo levantado.
Yo estaba muerta de miedo.
—Lo siento —alcancé a decir con un hilo de voz.
—Con sentirlo no basta. La has cagado. ¡Me voy! —gritó mientras deshacía
el camino hacia la puerta de entrada.
Cogió su abrigo y salió dando un portazo. ¿Qué hice yo? Correr tras él, en
zapatillas, sin abrigo y gritando.
–¡Espera, Antón! ¡Acabas de llegar! Seguro que estás muy cansado. Ven y lo
hablamos con calma —le imploré medio ahogada, mientras media calle se
volvía al verme con esas pintas.
—No hay nada de lo que hablar —exclamó dándome la espalda.
Se metió en la furgoneta y salió disparado como un poseso.
Al cabo de dos días me llamó pidiendo disculpas alegando que no podía
dejar de pensar en mí. Por suerte, durante ese lapso, me tomé el tiempo para
revisar cómo me sentía tras descubrir aquella forma de actuar tan violenta.
—Tú estabas acostumbrada a un ligero viento de cara y ese hombre es una
tormenta constante —me expuso una de mis mejores amigas—. Eres como
Lluna, una gata que siempre sabe caer sobre las cuatro patas y seguir.
Aprovecha para estar bien tú sola, y valora si te merece la pena estar con
alguien que te hace sentir tan inestable en cada momento.
Nunca le estaré lo bastante agradecida por cómo llegaron a calarme estas
palabras de permiso y comprensión.
Le dije que no quería volver a verle. Siguió insistiendo un tiempo. Solía
llamarme una vez por semana, los jueves, con voz de arrepentido. Supongo
que su intención era venir a divertirse el viernes. Yo respondía que no podía.
Hasta que llegó un día en que se cansó y ya no supe nada más de él. Hace un
par de años me enteré de que lo detuvieron por agresiones a su pareja.
Lecciones aprendidas: capítulo J
1. Más vale sola que mal acompañada.
Si estás en una relación que te desestabiliza, te hace sentir pequeña, te hace
sentir culpable, es que algo falla y no eres tú.
¿Has pasado por relaciones así? ¿Has conseguido salir de ellas?
2. Un divorcio a tiempo puede ser el principio de una nueva etapa.
Vista mi experiencia, creo que hoy en día sería lo bastante lista como para
detectar que mi amante es un depredador y lo apartaría de mi vida. Sin
embargo, en mi caso ese detonante me sirvió para tener la fuerza de decir no
a un matrimonio en el que me sentía atrapada e infeliz. Quizás fue necesario
pasar por una mala relación para terminar con un buen divorcio.
¿Has pasado por un divorcio? ¿Cómo lo has vivido? ¿Te ha servido lo
aprendido para no cometer los mismos errores en la siguiente relación?
3. El sexo puede ser muy bueno e intenso; la relación no tiene por qué
serlo.
En mi mágico pensamiento de aquella época, creía que por tener una
conexión sexual tan potente con mi amante ya tenía que significar algo. No
tiene por qué. Había algo malsano en la forma de entendernos tan bien en la
cama y tan mal fuera de ella. Que dos personas encajen a nivel sexual no
implica que lo tengan que hacer en las demás esferas de su vida en común.
¿Has tenido enganches sexuales que no han funcionado en otros ámbitos?
4. Si trata mal a los animales, algo está fallando .
Cuando vi a Lluna, tan pequeñita e indefensa, agarrada de aquella manera
tan innecesaria por el pescuezo solo para demostrar quién mandaba allí, intuí
que algo en el fondo de esa persona no estaba bien.
¿Tú también intuyes el fondo de las personas según cómo tratan a los
animales?
5. La violencia nunca es justificable.
Si tu pareja comete actos violentos, no hay nada que lo justifique. No tienen
por qué ser solo físicos; pueden ser verbales. Nada justifica que nadie te trate
mal. Y, si lo hace, no es una buena relación.
¿Me prometes que buscarás ayuda si te sientes atrapada en una mala
relación?
 

K
Kilos, calorías y demás tonterías
U no de los aspectos de mi vida que ha ocupado más pensamientos y
acciones a lo largo de los años han sido los kilos de más. Se trata de un tema
que siempre se ha abordado entre las mujeres de mi familia, y muchas veces
desde el juicio. Revisar cómo se ha construido la relación familiar y social
en torno al cuerpo ideal de la mujer suele servir para detectar ideas
heredadas y nocivas.
Recuerdo que en mis estancias y viajes al extranjero solía engordar. Y así, de
vuelta a casa, me esperaban unas valoraciones que, aun hechas con buena
intención, no conseguían el mejor de los efectos (por ejemplo, cuando volví
de Londres con sobrepeso). Un día, al ponerme un bikini, mi madre se quedó
mirándome con cara de asombro.
—¿Así piensas ir a la piscina de casa de tu novio? ¿Con esa celulitis
horrorosa que se te ha puesto en los muslos y esos michelines en la barriga?
—dijo sentenciando.
Comentarios como este y otra infinidad de ejemplos que encontramos en la
sociedad (portadas de revistas, modelos, actrices…) acaban construyendo
una autopercepción muy negativa. Nunca puedes llegar a ser como ese ideal
imposible y retocado. Siempre hay algo que falla, así que intentas estar a la
altura con las pocas herramientas prácticas y emocionales que tienes a tu
disposición: la dieta y la culpa.
Hasta donde mi memoria alcanza, siempre he hecho temporadas de dieta. En
mi familia, las mujeres también se controlaban las unas a las otras: «De esto
no comas tanto, que engorda», «Solo un trocito pequeño y ya», «Esto solo
hoy, postre no» solían ser comentarios habituales entre ellas.
Pero también tenían para repartir entre las conocidas: «¿Has visto cómo está
Fulanita desde que se ha casado?», «Desde que ha tenido el niño se ha
dejado», «Uy, pero ¡¿cómo se pone Menganita ese vestido tan ceñido que le
marca todo?! En lugar de disimular esas caderas y ese pecho
desproporcionado que tiene parece que lo luzca».
Así pues, cuando mi hipotiroidismo hizo su aparición —con un
enlentecimiento metabólico que me hacía engordar—, el proceso fue muy
destructivo y obsesivo. Las dietas hipocalóricas de 1500  kcal que me
prescribían las nutricionistas en aquellos momentos me frustraban aún más.
Pasaba hambre y además no conseguía la pérdida deseada. Cuando volvía a
comer normal , el efecto rebote era enorme. Peregriné por varias dietas. A
continuación, relato los efectos y aprendizajes de cada una de ellas.
Las dietas bajas en kilocalorías y con la pirámide de alimentos oficial
como base
Estas son las dietas convencionales que estudiamos los nutricionistas en la
carrera. Son las que me pautaron al tener sobrepeso vinculado con
hipotiroidismo, y nunca me han ayudado. Ni a mí ni a la multitud de
pacientes que pasaron por mi consulta al acabar de hacerla. Son pautas
basadas en racionar, pesar, contar kilocalorías y distribuir los alimentos en
cuatro o cinco ingestas.
En estas dietas, los lácteos son desnatados; los huevos, restringidos al
máximo; la proteína, limitada al menor requerimiento, y la base son
farináceas: tostadas para el desayuno, arroz en la comida, galletas María a
media tarde, media patata por la noche…
Son dietas en las que las grasas buenas brillan por su ausencia y que
conducen a nuestra salud al desastre y a la inanición. No funcionan, y menos
aún cuando tienes hipotiroidismo. La razón es que, al ir justos de proteínas,
faltos de grasas buenas y, además, ingiriendo tan pocas kilocalorías, nuestro
cuerpo entra en estado de alerta. Y la transformación periférica (en órganos y
tejidos) de la hormona T4 (inactiva) a la hormona T3 (activa) se ve
enlentecida. Es decir, estamos propiciando un hipotiroidismo tisular o celular
con este perfil de dietas.
Además, generan una mentalidad de dieta : no como de esto porque estoy a
dieta; me quito esto y lo otro porque estoy a dieta; si me salto la dieta me
siento mal; estoy harta de la dieta; me salto la dieta; a ver cuándo se acaba
esto, etc.
En mi experiencia, estas dietas solo sirven para una cosa: tirarlas a la basura.
De hecho, cuando las veo, me entran unas ganas terribles de pedir a quien las
pauta que las pruebe, y que luego, si considera que son tan fáciles de llevar a
cabo y sostener, que las paute. Dudo mucho que lo consiguieran más allá del
mes y medio. Son deficitarias en los alimentos más interesantes: la proteína
y las grasas buenas, y están repletas de harinas poco interesantes
(nutricionalmente poco densas).
En hipotiroidismo, estas dietas no nos suelen funcionar por lo que he
mencionado arriba. Al empeorar aún más la conversión de la T4 a la T3 (de
la hormona inactiva a la hormona activa), el efecto rebote es peor. Sin
embargo, en la consulta muchas veces nos hablan desde el juicio y la
incredulidad cuando en realidad el metabolismo se ha enlentecido por la
propia dieta restrictiva. Esto provoca que aún nos sintamos más frustradas e
incomprendidas.
A menudo estas pautas están repletas de alimentos proinflamatorios: pan,
lácteos, productos light , desnatados y procesados varios. Es cierto que si
una persona se estaba alimentando fatal —comida precocinada o comida
rápida a diario, como hamburguesas, pizzas, bocadillos, patatas fritas,
frankfurt , cerveza y alcoholes varios— y no estaba consumiendo verduras ni
fruta, este tipo de dietas pueden ayudar a que, como mínimo, se reduzca la
carga de alimentos perjudiciales y mejore algo el perfil nutricional.
Dependiendo del punto de partida en el que cada uno se encuentre, todas las
dietas pueden funcionar. Si pasas de comer fatal a controlar un poco,
acabarás adelgazando. Otra cosa es la relación saludable que establezcas con
respecto a la comida y la mentalidad de dieta.
La macrobiótica
La primera dieta no convencional que probé fue la macrobiótica. La descubrí
a través de una amiga, cuya madre era una gran defensora de este estilo de
vida alimentario basado en cereales integrales y legumbres cocinados con
esmero.
El desayuno típico consistía en una crema de mijo o avena hervida (tipo
porridge ) con algunos frutos secos para darle un toque dulce. A mediodía,
abundaba el arroz integral y las legumbres con un aliño de algas. Y la cena
incluía verduras salteadas y un poco más de arroz y legumbres.
Esta dieta parte de la base de que los humanos, al tener más dientes molares
que incisivos, estamos preparados para comer más cereales que carne. Es
una dieta en la que se excluyen muchísimos alimentos, y en que las horas
ante los fogones son muchas, por las cocciones largas y respetuosas de los
cereales y legumbres. De vez en cuando, se come algo de pescado y algún
huevo. La carne se excluye casi por completo, igual que los lácteos.
Es una dieta que, en mi caso, me llevó a perder muchos kilos, pero también
empeoró mucho mi salud intestinal. Mis deposiciones eran en aquella época
siempre pastosas. Como yo venía de años de estreñimiento crónico, pensaba
que eso era genial.
Llegué incluso a apuntarme a un retiro de fin de semana, durante el cual nos
enseñaban a masticar cincuenta veces cada bocado antes de tragar, a cocinar
los cereales y las legumbres con algas y a elaborar nuestro propio gomasio ,
un aliño que combina sésamo y algas secas. La mayor parte de la atención
del retiro giraba en torno a las horas de cocina y el acto de comer.
Con mi mentalidad obsesiva, me compré todos los libros de los grandes
referentes, los leí, los creí ciegamente y los apliqué a pies juntillas. En mi
época macrobiótica pasé por un periodo de exclusión de todos los alimentos
de origen animal. No era algo que pudiera sostener por muchos meses. Las
proteínas de origen vegetal y sus dificultades digestivas intrínsecas
provocaban que me encontrara aún peor.
A mi alrededor, mi familia y amistades estaban preocupados por mi visible
pérdida de peso. Vivía convencida de que lo estaba haciendo bien, porque así
lo había leído. Nunca permitas que esto ocurra en tu vida: aplica siempre una
actitud crítica.
Por suerte, llegó el día en que, tras asistir a las clases de Lucía Redondo en el
instituto Roger de Llúria, oí hablar de un estilo de alimentación basado en la
evolución humana: la dieta paleo. Descubrirla fue como si llevara toda la
vida siendo católica y, de repente, alguien me demostrara que Jesús nunca
existió. Esta frase es de mi querida Yolanda García, y la encuentro muy
acertada. Entonces me metí en la paleo más estricta, el AIP.
El protocolo autoinmune de la dieta paleo (AIP)
Este tipo de alimentación es también muy restrictivo. Quedaba fuera todo lo
que hasta entonces había sido la base de mi alimentación: los cereales y las
legumbres. Volví a comer carne, pescado, huevos (solo la yema), muchas
verduras y algo de fruta.
¿Y sabes qué pasó? Que mis intestinos mejoraron en un 70 %. Ahora bien,
seguía estando en bajo peso y tenía la energía por el suelo. Me volví una
forofa de esta dieta. Toda mi vida giraba en torno a ella. Dedicaba mucho
esfuerzo a pensar qué comprar y cocinar. La quería hacer perfecta para estar
perfecta de salud, y porque así tenía la sensación de que controlaba mi
propia vida.
¿Sabes qué sucedió? Que enfermé. No por la dieta en sí, sino por el desgaste
de llevarla a la práctica de forma tan perfeccionista. También tuvo mucho
que ver el agotamiento mental producido por un estrés sostenido que no
tenía una salida a través de la actividad física. No me movía. Y por eso no
mejoraba. Tenía los intestinos mucho mejor, pero estaba en muy baja forma
física. Aún tardaría años en conseguir el hábito del ejercicio que me
cambiaría la vida. Te lo cuento más adelante en el capítulo Y .
Mientras tanto, mi motivación fue la de volver a estudiar para entender cómo
ayudarme a estar mejor. ¿Adivinas qué? Dietética y luego Nutrición. La
vuelta al cole bien pasados los treinta y siete y con problemas de
concentración fue toda una aventura que te explico en el siguiente capítulo.
Lecciones aprendidas: capítulo K
1. Las dietas veganas altas en proteína de soja no son buenas aliadas del
hipotiroidismo.
En hipotiroidismo es aconsejable excluir la proteína de soja y sus derivados.
La razón es que interfiere en la absorción del Eutirox, además de ser
bociógena (interfiere en el funcionamiento de la glándula tiroidea).
¿Y una dieta vegana sin soja? En mi experiencia en consulta con personas
veganas de largo o medio recorrido, su hipotiroidismo empeoró. Además,
cuando fue necesario mejorar su perfil tiroideo, solo lo consiguieron
volviendo a comer proteína animal. La razón es que la cantidad de proteína
vegetal necesaria para alcanzar los requerimientos es elevada, y esta suele
ser irritante para el tracto intestinal.
2. Todas las dietas son
buenas
dependiendo de tu punto de partida.
Y todas las dietas son malas si te enfocas de forma obsesiva en ellas como
única herramienta terapéutica. Además, en mi experiencia, esta obsesión
esconde muchas veces una huida: la de tener la mente ocupada de forma
constante.
¿Quizás existen otros aspectos de tu vida que no puedes o no quieres
modificar aún, porque implican cambios más incómodos o profundos en tu
estilo de vida?
Estés en el lugar en el que estés, la alimentación debe ser un puntal más,
pero no el único.
Mi consejo es que busques ayuda de una persona profesional formada en
nutrición o dietética que además entienda la complejidad de la condición
tiroidea.
Si quieres empezar a andar en la dirección adecuada, dispones del método
Reshape para hipotiroidismo. Empieza GRATIS aquí
.
3. Tú eres mucho más que la cifra que marca la báscula.
El peso no es un buen indicador del progreso de tu salud. Sentirte esclava del
veredicto de la báscula es maltrato. Cuando tu felicidad, tu aprobación y tu
autoestima dependen de esa cifra, ¡ha llegado el momento de regalársela a
alguien que te caiga mal!
Bromas aparte, ¿tu felicidad sigue dependiendo de lo que te dice la báscula?
¿Sabías que el peso no es un buen indicador de tu progresión?
La composición corporal puede ser muy distinta con el mismo peso. Por
ejemplo, mi peso actual es el mismo que el de hace años, cuando me
encontraba muy mal y estaba tan inflamada. La razón es que en esa época
mis kilos de más eran principalmente de grasa. Hoy en día he aumentado la
masa muscular gracias al ejercicio y a las pautas de alimentación
antiinflamatorias de Reshape.
4. ¿Entonces qué dieta recomiendas?
Ninguna, mi recomendación es no hacer dieta. El concepto dieta lleva
implícito una restricción temporal para conseguir un objetivo (normalmente
de pérdida de peso). Hacer dieta no sirve de nada. Nos genera vínculos
malsanos con la comida. Alimentos premio frente a alimentos sanos.
La clave nunca es ponerse a dieta. La clave es aprender a integrar en tu vida
una pauta de alimentación 100 % adaptada a tu estado de salud, y que dicha
pauta se convierta en tu forma habitual de comer. Te doy más detalles en el
capítulo Y.
¡Alerta, spoiler! Ya te avanzo que solo mejorar la alimentación sirve de muy
poco.
 

L
La vuelta al cole con
niebla mental
D esde pequeña he sido siempre muy estudiosa. Es una actividad que se me
da bien y que fomentaron mucho en casa. No tengo claro cuál de los dos
aspectos va antes. Quizás la razón de que el estudio sea mi fuerte es
precisamente porque en casa se valora mucho. Desde los cinco años estuve
compaginando los estudios de primaria (y luego de secundaria) con el piano.
Llegué hasta séptimo curso en el Conservatorio de Música del Liceo. Lo
dejé de forma temporal por una lesión, pero ya no volví más. Descubrí que la
vida sin tener que pasar largas horas al piano podía ser más divertida.
No obstante, soy consciente de que lo mental ha sido siempre prioritario en
mi vida. Mucho más importante que prestar atención a lo físico. Recuerdo
cuando de pequeña le pedí a mi madre que me apuntara a atletismo como
extraescolar. Mi profesor de gimnasia descubrió que yo corría muy rápido —‍
los sprint se me daban especialmente bien— y me lo propuso. La respuesta
de mi madre fue clara.
—Cariño, el estadio está lejos, terminarás tarde y de noche, allí hace frío y
además puede ser peligroso. Es mejor que te dediques al piano, que además
sabes que a tu padre le hace mucha ilusión —argumentó.
¿Y a mí? ¿Qué me hacía ilusión? La experiencia de aprender piano, en mi
caso, no fue maravillosa. Recuerdo a una profesora muy peculiar, la Srta.
Pomares, que nos daba clases a mí y a otra niña del colegio en el comedor de
su casa, un espacio atiborrado de objetos decorativos de gusto sobrecargado.
Iba siempre muy maquillada, con los ojos pintados con una raya negra y
gruesa y un moño alto. Fumaba entre lecciones, de manera que todo olía a
tabaco mezclado con ambientador. Además, era muy estricta. Antes de ir,
siempre se me ponían los nervios en la barriga; tenía miedo de no hacerlo
bien y que me riñera.
Nunca hice otro ejercicio físico que el de las pocas clases de gimnasia del
colegio. Se me daba bien, pero mi tiempo libre era para estudiar piano. En
casa, le llamábamos de broma «la bestia negra», al ser un instrumento
enorme lacado en negro. Era buena tocando a base de repetir y repetir, pero
nunca me enseñaron a tocar de oído; me limitaba a leer las partituras.
Llegó un momento, a mis doce años, que dejé de ir a la Srta. Pomares y
continué mi formación en el Conservatorio del Liceo. Ensayaba largas horas
entre semana y aún más durante los fines de semana. ¡Pobres vecinos!
Recuerdo que una vez —seguramente hartos de oírme repetir por enésima
vez la machacona Marcha Turca de Mozart— salieron al patio de luces a
acompañar el ritmo de la música repicando en la base de una olla.
Tantísimas horas repitiendo los mismos movimientos no podía ser sano.
Terminé con tendinitis en los dos codos, muy dolorosa. A partir de ese
momento descubrí lo que era vivir sin tener que estudiar largas horas sentada
al piano. Lo dejé y me apunté a clases de teatro. Fue de lo más divertido que
he hecho nunca. Mi primer beso me lo dio a los quince años un compañero
de clase practicando una escena de amores adolescentes. Rara sensación
porque el chico además no me gustaba nada.
Acabé los estudios de secundaria y, tras un buen examen de acceso a la
universidad con una nota media que me permitía escoger (un 8,3 sobre 10),
me metí en la carrera de Ciencias Ambientales, que justo ese año había
obtenido el reconocimiento oficial de licenciatura. Hasta entonces, llevaba
cuatro años siendo un grado universitario propio de la Universitat Autònoma
de Barcelona, que a su vez se inspiró en los estudios que existían desde hacía
una década en la Universidad de Berkeley.
Ese año, la nota de corte para entrar era de 7,5 sobre 10. Así pues, la actitud
era de mucho estudio y bastante competencia por sacar buenas notas. Hice
buenas amistades en la carrera y viví momentos muy bonitos. Desperté a la
vida adulta: conocí a mi primer amor, viajé sola de Erasmus a Holanda, me
uní al grupo de teatro y a una asociación de estudiantes internacionales
(AEGEE), aprendí a trabajar en grupo, a cambiar de una disciplina de
ciencias a otra de letras en el mismo día, corrí descalza por el césped
maltrecho del campus, estudié durante infinitas horas en la biblioteca, olí
reactivos en el laboratorio, aprendí a dudar y a reunirse en asamblea para
reclamar derechos.
Hace cuatro años tuve que volver al campus para pedir un certificado de mi
expediente en papel y presentarlo para el grado de Nutrición. La Autònoma
me recibió con menos césped, más edificios y me inundó de recuerdos, de
olores y de sensaciones.
Al terminar la carrera, mi ilusión era estudiar el máster de especialización en
Londres. Presenté mi solicitud para dos becas y me concedieron una. Es la
experiencia que te relato en el primer capítulo: cómo, a mi modo de ver, el
cóctel de lo vivido durante mis estudios allí contribuyó a detonar mi
hipotiroidismo.
Años después de dejar la universidad, tuve que volver a hincar los codos al
máximo. Esta vez para lo que sería mi mayor reto: sacarme las oposiciones y
hacerlo con la niebla mental propia del hipotiroidismo. La niebla mental es
una sensación de resaca que te impide concentrarte, recordar y rendir
mentalmente como antes. Es difícil describirla si no la has vivido. En mi
caso, estudiar para las oposiciones cargando con ella me supuso un esfuerzo
titánico. Lo achacaba a que ya no tenía edad para estudiar como cuando
estaba en la carrera o en el máster. Me saqué las oposiciones a los treinta
años.
En esa época, no tenía herramientas para ser consciente de la relación directa
entre la dichosa niebla y mi estado de salud. Ahora es uno de los primeros
síntomas por los que pregunto en la consulta. Y suele ser de los más
habituales. Por aquel entonces, pasaba largas horas cada día y casi todo el fin
de semana haciendo resúmenes, esquemas, intentando fijar la información
como podía. Fueron dos años de mucha renuncia. Estaba obcecada en
sacarme la plaza de funcionaria, porque yo lo percibía como la solución
definitiva hasta el día en que me jubilara.
Recuerdo dormir tan poco y tan mal los días previos a los exámenes de la
oposición que llegué medio zombi. Eran tres pruebas: un test interminable de
preguntas sobre legislación y procedimiento administrativo, la redacción de
dos temas al azar entre un total de treinta diferentes (relacionados con la
plaza a la que optaba de Políticas Públicas) y la defensa de una propuesta
práctica ante un Tribunal.
Vivía con mucha ansiedad, nervios y agotamiento. Tenía muy mal humor y
muchas ganas de que aquello terminara. Llegó un punto en el que me
resultaba indiferente el resultado.
El día del examen más complicado me llamó una amiga para saber cómo me
había ido.
—He decidido que, si apruebo esta oposición, nunca más volveré a estudiar.
De hecho, ni siquiera voy a volver a tomar apuntes en las charlas formativas
del trabajo —dije sin pensarlo.
Estaba furiosa con el hecho de tener que estudiar en esas condiciones: una
temática muy árida, con cantidades enormes de textos a memorizar y con
una mente abotargada. Después de esos tres exámenes, que fueron bien,
tardé meses en recuperarme. Así pues, cuando a los treinta y siete me decidí
a estudiar el grado técnico en Dietética, lo hice desde un lugar muy distinto
al que me encontraba cuando estudié para las oposiciones.
Empecé en el mundo de la nutrición con la determinación de mejorar mi
propio caso. Me apunté a «Cocina Terapéutica» en el IFPS Roger de Llúria
con el profesor Gabor Smit. En sus clases de cocina fui feliz. Se trataba de
un curso monográfico de un año de duración. Este curso se complementaba
con la teoría impartida en otro, el de Dietética Naturista y Oriental, con la
gran Dra. Olga Cuevas. Ella fue quien, viendo mi motivación en clase y mis
ganas de aprender, me animó a tomarme en serio esta disciplina.
Decidí empezar Naturopatía, pero entonces pasó algo que me hizo cambiar
al ciclo de Dietética. Los alumnos de Naturopatía compartíamos las clases de
fisiopatología con los alumnos de Dietética. Allí trabé amistad con una
compañera unos años mayor que yo, Marián, quien me hizo la siguiente
reflexión.
—Estamos en un país que sufre de titulitis oficialitis . ¿Por qué no te animas
a sacarte el ciclo de Dietética, que es una formación oficial?
Así fue como empecé a estudiar el grado de Técnico Superior en Dietética
(TSD) en la que, para mí, es la mejor escuela con visión integrativa, el IFPS
Roger de Llúria. Tengo buenos recuerdos de mi etapa de estudiante del TSD,
pero también es verdad que calculé mal mis energías. Como siempre que
algo me apasiona, hice arrancada de caballo y parada de burro.
Al ver que los estudios de TSD eran dos largos años de dedicación absoluta,
y con mi propia ansia de querer avanzar rápido y de conseguir ese cambio
profesional que tanto me atraía, me impuse demasiada presión. Me matriculé
en demasiadas asignaturas a la vez y mi vida se convirtió en un bucle poco
sostenible: levantarme antes de las seis, estudiar algo, llegar al trabajo a las
ocho, salir corriendo a las tres, comer algo rápido en el trayecto del metro,
salir a las nueve de la noche, llegar a casa tarde y agotada. Los fines de
semana los dedicaba casi al completo a estudiar.
No tenía vida más allá del trabajo y el estudio. No realizaba ninguna
actividad física. Tenía que dedicarle mucho esfuerzo al estudio porque la
niebla mental me seguía acompañando. Además, con las prisas apenas tenía
tiempo de cocinar platos sanos. Me exigía sacar buenas notas, como siempre
ha sido mi forma de hacer. Darlo todo en los estudios, porque era lo más
importante y la mejor forma de valorarme y sentirme valorada. Entonces la
vida me dio una advertencia que no pude pasar por alto.
Tras una semana muy dura y exigente en el trabajo, y con dos exámenes
trimestrales en el ciclo de Dietética, me empecé a sentir más agotada de lo
habitual. Notaba una fuerte presión en la zona del riñón derecho, que, lejos
de remitir, parecía que iba a más y me provocaba dolor al orinar. El viernes
por la tarde tenía un examen de microbiología complicado, así que no quería
prestarle demasiada atención a mi cuerpo. Debía tener la mente clara y
enfocada.
Durante el examen sentía unos escalofríos que me recorrían la espalda,
punzadas intermitentes en la zona del riñón y mucha ansiedad. Salí del
examen casi sin despedirme de mis compañeros, lo cual era muy poco
habitual. Al llegar a casa no tenía ganas de nada; ni siquiera cené. Me
preparé una infusión de manzanilla y me metí en la cama con la bolsa de
agua caliente para intentar calmar la zona, con Lluna a mis pies haciéndome
compañía.
Intenté dormir, pero los pinchazos iban a más; apenas podía moverme. Me
doblaba del dolor. Busqué el teléfono de urgencias de la mutua para pedir
una visita a domicilio. Se me hacía imposible la idea de salir de la cama para
ir a urgencias. La médica que me atendió me dijo que era preciso que me
desplazara al hospital más cercano para que me hicieran pruebas.
A duras penas, y sintiéndome lo más miserable del mundo, me levanté, pedí
un taxi por teléfono y me presenté en el hospital Quirón a las dos de la
madrugada. Caminaba tan lento y echada hacia adelante que, al verme llegar,
la chica de Admisiones salió a ayudarme.
—¿Viene usted así y sola? —exclamó sorprendida.
Sentí caer el peso de aquellas palabras sobre mí. Sí, estaba sola y me sentía
desamparada. A todas las citas médicas importantes había ido siempre
acompañada. De jovencita, con mi madre. Y luego, ya de mayor, con mi
pareja. Ahora estaba sola y me sentía sola. Me tragué las lágrimas y la pena
que me inundaba, pues no quería parecer una niña pequeña y ridícula.
Al cabo de una hora me atendieron dos doctoras muy jóvenes. Imaginé que
estaban haciendo la residencia. Me hicieron una prueba de tira reactiva en
orina y salieron glóbulos rojos y blancos. Me dieron unos golpecitos en la
zona, haciéndome estremecer de dolor. Me dijeron que tenía que tomar
antibióticos durante dos semanas y luego repetir una analítica de orina
completa y una ecografía y, como prevención, beber mucha agua.
No entendía nada. ¡Pero si yo siempre estaba bebiendo! De hecho, siempre
he tenido mucha sed, sed permanente diría yo, de la que no cesa al beber.
Sensación perenne de boca seca. Por eso, siempre iba con la botella encima.
Más adelante, descubriría que este es un síntoma típico de la inflamación
crónica autoinmune.
Tardé semanas en reponerme de aquel bache; tuve que ir a exámenes de
recuperación. Ese episodio me ayudó a entender que mi cuerpo me estaba
dando señales de alarma. Pedí cita para revisarme la tiroides y salieron los
peores valores en años. Me doblaron la dosis y pasé a tomar Eutirox de 100
microgramos de Levotiroxina (T4) diarios.
Reflexioné y decidí que no podía seguir así. Aunque tenga esta tendencia al
autoabuso interiorizada y vuelva a ella a menudo, también soy capaz de
decir basta . Decidí dejarme algunas asignaturas para el año siguiente y me
planteé terminar los estudios invirtiendo los años que hicieran falta, pero con
calma.
Entonces sucedió algo en el trabajo. Me encontraba en una situación que ya
era complicada por la sobrecarga de tareas, y me pedían asumir aún más
responsabilidades. Yo no estaba de acuerdo y la relación con mi jefa era muy
tensa. Me sentía incómoda, bajo una gran desconfianza y también algo
manipulada. Me informé de las opciones que tenía a mi alcance para irme.
Los funcionarios no tenemos subsidio de paro. Por lo tanto, podía escoger
entre medio año de permiso sin sueldo, o bien una excedencia (también sin
remunerar) de como mínimo un año y un máximo de cuatro con reserva de
plaza. Para lo primero necesitaba el permiso de mi jefa. Para lo segundo no.
Durante todo este tiempo no tendría ningún ingreso. Así que debía calcularlo
muy bien.
Por más números que hiciera, la decisión la tomé desde lo emocional. Como
siempre. Recuerdo que dar aquel paso me parecía saltar al abismo. Me
sacaba de la que había sido mi zona de confort y seguridad durante catorce
años. Ya no tendría ni un sueldo seguro, ni catorce pagas, ni un mes de
vacaciones pagadas, ni once días de asuntos propios por año. Además,
dejaba de trabajar en un ámbito donde tenía mi red de relaciones y una buena
reputación labrada durante largo tiempo.
Dejar de ver a mis compañeros de trabajo, cuando casi habíamos crecido
juntos, fue duro. Dejar de fichar, de rendir cuentas, de cumplir el
procedimiento administrativo y, sobre todo, poderme liberar de tantas horas
diarias ocupadas en tareas que suponían mucho desgaste mental fue una
liberación.
Decidí acogerme a la excedencia con reserva de plaza. Durante todo este
tiempo no cobraría nada, pero me reservarían la plaza en caso de que deseara
volver. La versión oficial, tanto para mi familia como para mis amigos y
compañeros de trabajo, fue que me daba un año de margen. Si salía bien,
perfecto. Si no, ya volvería. Intentaba también convencerme a mí misma.
—Verás que un año no es nada —me respondió una amiga que también
había dejado la Administración Pública para construir su alternativa
profesional.
Yo pensaba que un año era mucho tiempo, sobre todo cuando cada mes
tienes que pagar facturas y los estudios en una escuela privada. Entré en
modo ahorro . Reduje mis gastos al máximo: ni salidas a cenar, ni viajes, ni
ropa nueva, ni ningún capricho. Modo ahorro y una mentalidad abierta a
nuevas oportunidades.
La excedencia empezó el 1 de noviembre de 2014, y para enero de 2015 ya
tenía programadas dos conferencias sobre hipotiroidismo. Las hice junto a
mi querida profesora Lucía Redondo Cuevas. Ese primer medio año de 2015
creo que fue el periodo en el que impartí más conferencias. Un total de seis,
incluyendo dos talleres de cocina. Hablé de hipotiroidismo, de anemia, de
autoinmunidad, de adelgazamiento y de dieta paleo.
Subir al escenario para divulgar sobre salud fue todo un reto. La noche
anterior a mi primera conferencia casi no dormí. Estaba muy nerviosa, temía
quedarme en blanco o que me preguntaran sobre temas que no controlaba.
Sin embargo, al empezar a hablar y ver lo atentas que estaban las personas
del público, volví a sentir lo que era disfrutar de estar allí arriba, en el
escenario. Ese momento compensaba todos los esfuerzos y nervios.
Además, haber cogido la excedencia me permitió poner el turbo en los
estudios y terminar el Técnico Superior en Dietética ese mismo año. En
junio de 2015 ya tenía el título de dietista. De repente, todo encajaba. Había
hecho espacio en mi vida para dejar crecer esa nueva profesión que tanto me
motivaba, y no necesitaba volver a mi antiguo trabajo porque para
septiembre ya tenía tres ofertas de trabajo aguardándome.
Empezaba un nuevo curso con un ritmo trepidante. ¿Sería capaz de
aguantarlo? Lo descubrirás en el siguiente capítulo; por ahora te dejo con las
lecciones aprendidas.
Lecciones aprendidas: capítulo L
1. Cuando estás metida en el bucle es difícil imaginarte fuera de él.
Miro hacia atrás y me veo en mi anterior vida profesional. Estaba tan
inmersa en el bucle de funcionaria que no podía ni tan siquiera imaginar
todas las opciones que existían fuera de él.
La falsa seguridad que te da un empleo fijo es una trampa mental muy
potente. Te hace acomodarte, renunciar a otras opciones y quedarte en ese
lugar conocido por miedo a lo que puedas perder. Acabas aceptando un
empleo que no te hace feliz y al que dedicas muchas horas de tu vida.
¿Tienes un gran sueño al que te gustaría dedicar más tiempo? ¿Quizás vivir
de él? Valora los pros y los contras y date una oportunidad.
2. La niebla mental —problemas de concentración, memoria a corto
plazo, despistes constantes— son síntomas del hipotiroidismo.
Si te ocurre, es señal de que debes priorizar un buen descanso en tu vida y
acompañarlo de las pautas para rescatar tu tiroides que irás encontrando en
este libro.
3. Soñar en grande es un permiso que puedes concederte siempre que lo
desees.
A partir de los sueños que una vez creíste imposibles podrás empezar a
trazar tu plan para llevarlos a cabo. Por eso, una de mis grandes pasiones
actuales es ayudar a los compañeros de profesión a escalar su modelo de
servicios. O acompañar a las personas que están empezando a dar el salto
profesional en el campo de la salud.
Puedes ver mi forma de trabajar en el ámbito del crecimiento profesional en
mi perfil de Instagram de @montsereusmentora
¡ATENCIÓN! Mi perfil de Instagram para divulgación sobre hipotirodismo
y salud es este otro: @montsereusdietista
 

M
Más consultas, más clases, menos vida
S alí agotada de mi anterior profesión para meterme en otra muy
apasionante, aunque aún más extenuante. ¿Conoces el dicho «Sarna con
gusto no pica, pero mortifica»? Ese fue mi caso durante los tres primeros
años tras dar el paso de técnica gestora del sector público a nutricionista en
el privado. ¿Valió la pena? En muchos aspectos, sí. En otros, ahora lo haría
distinto, por lo que me gustaría compartir contigo mis aprendizajes.
Todo empezó en mayo de 2015, cuando la misma escuela de Dietética donde
había estudiado el Grado Técnico Superior en Dietética (TSD) me ofreció
dar clases en el curso siguiente. Empezaba en septiembre y yo terminaba mis
exámenes finales y la presentación de mi proyecto final ese mismo junio. Y
no era una sustitución cualquiera; debía ocupar el puesto que dejaba la gran
Lucía Redondo Cuevas, quien llevaba ocho años impartiendo de forma
excelente la asignatura más compleja: alimentación equilibrada. En ella
aprendíamos la bioquímica y las características nutricionales de los
alimentos a lo largo de tres trimestres.
La directora saliente de la escuela, la emblemática Dra. Olga Cuevas, me
llamó a su despacho para ofrecérmelo.
—Hemos pensado en ti para ocupar el puesto de Lucía. Nosotras dejamos la
escuela para dedicarnos a otros proyectos. Yo me jubilo y ella se traslada a
Valencia para hacer su doctorado. Tenemos plena confianza en que lo harás
muy bien —anunció, segura de mí (más que yo misma).
—¡Oh! ¡No me lo esperaba y me encanta el reto! —respondí con los ojos
abiertos como platos—. Me siento afortunada y asustada a partes iguales.
La consigna era, además, que debía crear de nuevo todos los materiales de la
asignatura: el dosier de apuntes para los alumnos, las presentaciones que
usaría en clase, el dossier de ejercicios y los exámenes. Todo debía estar a
punto para cuando empezara el curso en septiembre. En paralelo, también
debía elaborar una propuesta de programación para que la revisara la
coordinadora de estudios, mi querida Yolanda García.
Además de impartir las clases presenciales, me ofrecieron hacerme cargo de
esa misma asignatura en su versión virtual. En tal caso, debía adaptar los
apuntes, porque en esa modalidad la asignatura duraba cuatro meses (en
lugar de los nueve presenciales). Todo debía ser más comprimido. A cambio,
daría menos clases y me encargaría de la moderación del foro de los
alumnos de la asignatura y de la corrección de los trabajos.
Ese mismo año también empezaba un nuevo proyecto pasando consulta en
un centro multidisciplinar con visión integrativa. Al saber de ello, la nueva
directora del Roger de Llúria me ofreció visitar también en la Mutua de
Terapias Naturales vinculada al instituto. Me sentía feliz, pero un tanto
abrumada de asumir tanta responsabilidad.
Por un lado, temía que si dejaba algo fuera luego me arrepentiría. Por otro
lado, también sentía muy reciente la advertencia de agotamiento de mi
cuerpo. Debía priorizar. Aún resuenan en mí las palabras del profesor Marc
Vergés.
—Los profesionales nos definimos tanto por las opciones que escogemos
como por las que rechazamos ‍—‍ me aconsejó cuando le pregunté qué haría
él en mi lugar.
Decidí definirme a través de lo que me hacía más ilusión: dar clases
presenciales. Eso significaba que alguno de los trimestres tenía que dar doce
horas de clase a la semana. Esas horas se repartían en bloques de tres horas
seguidas de clase y en turnos alternos de mañana y de tarde. No sabía ni
cómo conseguiría que los alumnos no se me durmieran en clase de
bioquímica.
Creo que impartir estas sesiones tan largas ha sido uno de los mayores
aprendizajes de mi vida. Tenía que hacer inventos cómicos para conseguir
retener la atención de los alumnos, y a veces sobre temas muy áridos. Me
inventaba historias como el «Kamasutra de los átomos» para que
aprendieran los distintos tipos de enlaces atómicos entre el carbono, el
oxígeno, el hidrógeno y otros elementos de la bioquímica. O la historia
poliamorosa de Romeo y Julieta en la cadena de transporte de electrones de
la respiración celular. Estar expuesta a la mirada de veinte pares de ojos que
te atienden durante varias horas con mayor o menor interés, en función del
tema y del día, me curtió.
¿Sabes de lo que aprendí más con diferencia? No fue ni de preparar las
clases ni de impartirlas. Fue de sus preguntas. Me encantaba observarlos tan
atentos cuando las preguntas eran complejas. Y cuando notaba que perdían
la atención, tenía otro truco. Se trataba de exponerles casos clínicos que yo
veía en la consulta. Abrían los ojos como búhos. Se les activaban las
neuronas de inmediato y buscaban propuestas para ayudar a resolver
distintos problemas con la alimentación. Les repetía que la asignatura de
dietoterapia la cursarían en segundo. Aun así, les gustaba tanto que, siempre
que podía, les establecía vínculos entre lo que estaban aprendiendo y la vida
real.
Considero que este legado es lo más importante que me llevé de mis estudios
de TSD. Al tener la suerte de asistir a una escuela donde buena parte del
profesorado pasaba consulta, el aprendizaje práctico era diario, muy
diferente a lo que viví después en el grado de Nutrición.
Durante las clases, me encontraba también con otra situación curiosa. A
menudo, al terminar las tres horas de clase o durante la pausa, se me
acercaban los alumnos en fila a preguntarme sobre su salud. Me traían
analíticas suyas o incluso de sus padres, parejas, hermanos y me pedían
consejo. Les agradecía la confianza, pero les derivaba a algún compañero
para que les hiciera la visita en condiciones.
Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. Había noches en las que me
tenía que quedar hasta las tantas a corregir exámenes o a terminar de
preparar la clase que daría al día siguiente. Lo que nadie sabía hasta hoy es
que dar clases me resultaba tan agotador que acababa empapada de sudor. En
las pausas tenía que ir al baño, enrollarme papel de secar las manos a la
cintura, a modo de faja, y así evitar quedarme horas con la ropa mojada y
agarrar un resfriado.
En las pausas, también acudía al refugio: la sala de profesores. Era un
espacio muy agradable donde compartía retos y reflexiones con los
profesores de todo el instituto. ¡Aprendí tanto de los sabios consejos de las
personas más veteranas!
Impartir clases fue una experiencia preciosa, pero estaba mal pagada. Y no
me importa decirlo alto y claro. El esfuerzo que supuso para mí redactar
todos los materiales, impartir las clases, corregir exámenes, pasar notas en
un programa que era el diablo informático o acudir a largas reuniones de
claustro no estaba recompensado. Los honorarios del profesorado en general,
y de la formación profesional en particular, no compensan, teniendo en
cuenta el esfuerzo que implica.
Además, en aquella época la carga de pacientes en la consulta para la que
trabajaba era elevada. Y una vez descontada la comisión que tenía que dejar
allí, los números tampoco terminaban de salir. Para cada paciente yo
dedicaba el doble de horas: las de visita y las de preparar todas las pautas y
responder a largos correos de dudas y apoyo al paciente. Tampoco se puede
decir que fuera un negocio lucrativo. Tenía una larga lista de espera (de
meses) que no podía cubrir porque no disponía de más horas ni de más
energías.
Estaba empezando a descubrir cómo el entusiasmo con el que había
arrancado en esa nueva profesión se transformaba en un desgaste
insostenible. Y, por si fuera poco, durante el segundo año de clases en el
Roger de Llúria y la consulta para la que trabajaba, empecé a estudiar el
grado de Nutrición Humana. No quería que se me cerraran puertas, sobre
todo en la docencia, por no tener el título universitario superior.
Llevaba desde enero de 2015 cruzando de forma regular la península ibérica
para asistir a los cursos de Nutrición Avanzada que impartía la prestigiosa
empresa NutriScience en Lisboa. No tenía ni idea de portugués cuando
empecé, y al cabo de unas cuantas clases ya incluso lo hablaba: así de
motivada estaba.
Lo que aprendí con NutriScience, y en especial del profesor Pedro Carrera
Bastos, fue incomparable a todo lo anterior. Tenía (y tiene) una capacidad
docente arrolladora y un conocimiento integrativo y funcional de la nutrición
basada en pruebas científicas excelente. Pedro fue pionero en divulgar los
beneficios de una nutrición basada en la coherencia evolutiva humana.
Fueron él, y el también gran profesor Fernando Mata, quienes me
propusieron ser coordinadora de un nuevo proyecto: NutriScience
Barcelona. Era una responsabilidad enorme que me hacía mucha ilusión,
pero al añadirse a la larga lista de actividades que ya estaba asumiendo, te
puedes ir imaginando lo que pasó.
Organizar congresos y cursos presenciales para centenares de asistentes y
con ponentes que venían de lejos implicaba esfuerzos organizativos enormes
por mi parte. En aquella época me sentía como pollo sin cabeza, corriendo
de un lado a otro, atendiendo las urgencias e imprevistos de cada una de las
cuatro actividades que ejercía según iban apareciendo: las clases
presenciales, los pacientes de la consulta (con la presión añadida de la lista
de espera), la coordinación de los cursos de NutriScience Barcelona y,
encima, estudiar el grado de Nutrición para el cual teníamos que entregar
tareas cada semana. Vivía saltando de obligación en obligación y sin tiempo
para hacer otra cosa que no fuera trabajar o estudiar.
Recuerdo cómo empecé a darme cuenta en la vigilia del primer Congreso
Internacional de NutriScience, en enero de 2017. Teníamos más de 200
personas inscritas, ocho ponentes (algunos venían del extranjero) y debía
resolver un montón de incidencias de última hora. Por casualidad, me
encontré en la tienda ecológica del barrio a un alumno del Roger de Llúria,
que estaría de prácticas en el Congreso del día siguiente.
—¿Cómo llevas tanta agitación? —me preguntó, dando en el clavo.
—Voy tirando —respondí a toda prisa—. Mañana nos vemos. Ahora te
tengo que dejar, o de lo contrario no llegaré a todo.
Venía de una tarde de pruebas técnicas en la sala de conferencias. Pedro me
había aconsejado hacer cambios en mi presentación del día siguiente y
Fernando me pedía que actualizara la lista de personas inscritas. Tenía que
hacer un montón de tareas esa misma noche. Y venía de una semana bien
intensa de preparación de los exámenes para mis alumnos y de estudio para
los míos, que serían al cabo de poco.
Esa noche dormí fatal. Al día siguiente, apenas pude comer por los nervios
de que todo saliera bien. Y durante la presentación para el Congreso me noté
muy baja de energías. Era sábado y terminamos tarde. Al día siguiente, me
tocaba levantarme pronto para corregir los exámenes y estudiar para los
míos. Y el lunes empezaba otra semana igual de exigente que la anterior.
Durante el año y medio que fui coordinadora de NutriScience en Barcelona,
aparte del Congreso Internacional, organicé los siguientes cursos:
«Inflamación crónica: causas y protocolos» con Pedro Carrera Bastos,
«Actualización en análisis clínicos» con Pedro Carrera Bastos y Fernando
Mata y «Nutrición y suplementación deportiva» con Fernando Mata. En
algunos de ellos, el ponente fue el profesor Gabriel de Carvalho, que venía
de Brasil para impartir los siguientes cursos: «Programación de la nutrición
en el embarazo», «Nutrición funcional y función tiroidea», «Salud
gastrointestinal y nutrición», «Salud hormonal y nutrición» y, por último,
«Análisis clínicos aplicados a la nutrición». Todos ellos recibieron muy
buena valoración por parte de los asistentes. Estaba previsto un segundo
Congreso Internacional en octubre de 2018, pero nunca se llegó a celebrar.
En el próximo capítulo sabrás por qué.
Un ajetreado domingo de mayo de 2018, durante una pausa en mis estudios,
me paré a pensar: «Desde que dejé la Diputación en noviembre de 2014,
¿cuántos fines de semana enteros he tenido para mí sin tener que trabajar?
¿Sin tener que preparar pautas para los pacientes, responder correos,
organizar la logística de los cursos de NutriScience, corregir exámenes o
hacer los míos propios para el grado? ¿Cuándo he hecho algo que no fueran
obligaciones?». Revisé el calendario y la respuesta fue demoledora: ninguno.
Con razón me encontraba cada vez peor, con más insomnio y ansiedad.
Tenía que parar, o de lo contrario acabaría de nuevo en Urgencias.
Para añadir más presión al asunto, los estudios del grado me pesaban como
una losa. Horas y horas de trabajos y de memorización de datos para cumplir
con unos exámenes en los que te preguntaban sobre aspectos muy teóricos y
alejados de la realidad de lo que ves en la consulta. Esos estudios eran una
forma de entender la nutrición que, bajo mi punto de vista, estaba
desactualizada. Cuando intenté rebatir a los profesores, me llevé bajadas de
nota, algún suspenso y diversas amonestaciones. Incluso me amenazaron con
abrirme un expediente por replicar a una profesora. Tenían razón. Actuaba
desde el enfado contra ese sistema. No era correcto enfocarlo así.
Decidí dejar de luchar contra el sistema. Estaba claro que no lo cambiaría
desde dentro. Iría a la base y entregaría mi conocimiento directamente a las
personas implicadas: las pacientes. Me centraría en mi labor divulgativa, que
era mi punto fuerte. Y me enfocaría en remover conciencias entre las
personas diagnosticadas de hipotiroidismo. Decidí alejarme de las batallas de
egos profesionales.
Llevaba años sembrando la semilla de un cambio de paradigma en mis
charlas para el público general, en la consulta y en mis publicaciones en
redes sociales. Ahora quería dar un paso adelante y devolverle el poder a la
persona afectada. No sabía el cómo, pero sabía el porqué. No quería que
nadie tuviera que pasar por lo mismo que yo. Estaba harta del ninguneo de
los síntomas que padecemos las personas con hipotiroidismo y quería llegar
a muchas personas a la vez.
Y entonces reapareció Diego en mi vida. Te lo cuento en el capítulo
siguiente. Antes vayamos con las lecciones aprendidas en este.
Lecciones aprendidas: capítulo M
1. Cuidado con todo lo que aceptas.
Cuando se abren ante ti varias opciones, valora bien tus fuerzas y prioriza.
Quien mucho abarca poco aprieta y al final explota. Empieza planteándote el
porqué. ¿Por qué quieres dedicar esfuerzos a este proyecto? ¿Por qué haces
lo que haces? ¿Lo que haces te acerca o te aleja de lo que quieres que acabe
sucediendo? Si sigues actuando igual durante días, semanas o meses, ¿dentro
de un año dónde estarás?
Recuerda que tienes a tu libre disposición una gran palabra: el no . Sin
argumentaciones, sin matizaciones, sin justificaciones.
2. Dar clase es precioso pero muy agotador. Valora mucho a los
profesores de tu entorno.
Es de los trabajos en los que estás más expuesto a las críticas, y la energía de
sostener varias horas de clase es de lo más exigente que he vivido. Es muy
bonito cuando los alumnos tienen interés y están motivados, pero no siempre
es así. Levantar el ánimo de una clase cuando están dispersos o cansados es
una ardua tarea. Valora a quien se dedica a esta profesión porque, además, no
suele estar bien pagada.
3. Pasar consulta es transformador pero muy demandante. Valora a
quien te atiende.
Pasar consulta es un acto de servicio y comunicación complejo. Tienes que
ser capaz de comprender lo que espera el paciente de ti. Además, debes
compartir lo que tú percibes de su caso de forma respetuosa. Uno de los
retos es animarlo a hacer cambios en aspectos de su vida que quizás lleven
arraigados mucho tiempo. Puede ser muy frustrante para ambos si la relación
terapéutica no funciona. La dedicación de alguien que te visita no es la hora
de la consulta; son los años de formación y experiencia que lleva a cuestas.
Y, como ocurre en cualquier relación, si no funciona puede ser muy
agotadora para ambos.
 

N
No, eso nunca funcionará.
Así nace Reshape
S i hay un dicho que sea especialmente cierto es el de que la vida da
muchas vueltas. En uno de los cursos de NutriScience que coordiné me
reencontré con Diego de Castro, antiguo compañero de estudios de la época
del Roger de Llúria. Distinguí su cara amable y sonriente de entre los
centenares de asistentes.
—¿Cómo estás, Montsecita? Se te nota muy activa, metida en muchos
bailes. ¿No estás cansada? —me preguntó poniendo las palabras exactas a
cómo me sentía. Es una habilidad que tiene Diego desde que lo conozco.
—La verdad es que estoy agotada; contenta por tanta actividad, pero quisiera
bajar revoluciones —‍ le respondí haciéndome aún más consciente de la
pesada losa que cargaba.
Estaba atravesando un momento agridulce. Visto desde fuera, estaba
teniendo éxito: mi nombre era conocido, daba clases, tenía la consulta llena,
organizaba congresos y estaba sacándome otra carrera. Sin embargo, me
sentía vacía. Y creo que eso era el reflejo de mi vida personal.
En lo privado, las cosas no me iban demasiado bien. Estaba en una relación
con una persona que había sufrido mucho en el pasado y que, de vez en
cuando, estallaba en ataques de rabia contra el mundo. Tenía, además,
muchas obsesiones con la toxicidad en la que vivimos. Se apuntaba a las más
variopintas teorías y le gustaba posicionarse por encima de los demás. Él
había despertado y los demás seguían como borregos lo que les dictaban
desde arriba. Había momentos en los que se me hacía insoportable estar con
él.
Cuando me pregunto ahora por qué estaba inmersa en esa relación, llego a la
conclusión de que era por dos circunstancias: la primera, el miedo a estar
sola. La segunda, el hecho de que él vivía en un pueblo a 60 kilómetros de
Barcelona, nos veíamos relativamente poco y no convivíamos. Los períodos
en que sí lo hacíamos —por ejemplo, en vacaciones— acabábamos
discutiendo de una forma muy amarga.
Así pues, por más brillante que pudiera parecer desde fuera, sentía mi vida
como una auténtica carga de responsabilidades. Lo bueno del caso es que me
estaba empezando a cansar de todo. Empezando por ese novio conspiranoico
al que dejé con buenas palabras. El gran error fue tener que pasar por una
relación liana (te explico lo que significa en «Lecciones aprendidas») para
llegar a ese punto.
Esa otra relación resultó también ser un desastre. Empecé a salir con una
persona del sector de la alimentación. Estaba muy ilusionada, pero poco a
poco empezó a opinar sobre lo que debía y no debía hacer con mi vida
profesional. Según él, debía crear dos tipos de tarifas: la rápida y la normal.
En la rápida, las personas pagarían el doble y podrían saltarse la lista de
espera de meses para que las visitara. A tal fin, debería reservarme un día a
la semana para atender a esos nuevos pacientes que estuvieran dispuestos a
pagar más. Además, debía montar una estrategia de promoción de
actividades y talleres copiando el exitoso modelo de una influencer de moda.
Y, por último, me instaba a hacer colaboraciones no pagadas con sus
productos y servicios. Por suerte, esta vez empecé a ver de qué iba todo al
cabo de poco y la relación se acabó a los cuatro meses escasos.
En paralelo a toda esta maraña de líos emocionales y cargas profesionales,
Diego reapareció en mi vida para hacerme de Pepito Grillo. La primera vez
que lo vi fue en la clase de la asignatura de fitoterapia, en el Roger de Llúria,
y pensé que era una persona llena de luz. Nos hicimos buenos compañeros
de clase y amigos, e incluso llegué a preguntarle si tenía pareja, sondeando si
estaría dispuesto a algo más que una amistad. Por su respuesta, me quedó
muy claro que no le interesaba más allá del cariño de una buena amiga. Así
que entablamos una relación casi terapéutica en aquella época de
estudiantes.
En aquel entonces, Diego trabajaba de camarero y encargado en el Shams,
un bar de estilo chill out con hamacas, sofás y mesas-cama de la Calle Sant
Lluís en Gracia. Era un sitio con mucho encanto y él lo convertía en un
refugio para personas que, como yo, nos sentíamos solas. En esa barra
hablamos de dificultades y sueños. Allí le explicaba mis novedades
amorosas (muchas veces desastrosas), mis descubrimientos con nuevas
pautas de alimentación y mis ganas enormes de dejar mi trabajo como
funcionaria en la Diputación.
Forjamos una amistad a base de compartir momentos de comunicación de
mucha calidad, algo extraño hoy en día. Después el bar cerró, él terminó dos
años antes que yo la formación y yo entré en un estado de hiperactividad
profesional, sin tiempo para nada. Así pues, cuando Diego reapareció en mi
vida unos años más tarde, estoy segura de que la providencia me lo envió
para cuestionarme cómo me sentía, del mismo modo que lo hizo durante
nuestra época de estudiantes.
Me propuso quedar para comer juntos y ponernos al día. Recibí la propuesta
con una mezcla de sensaciones: por un lado, me ilusionaba quedar, pero por
el otro tenía reticencia a invertir tiempo del que no disponía en esos
momentos tan atareados. En honor a nuestro vínculo del pasado, decidí
aceptar.
Quedamos en mi restaurante saludable preferido: el Maai. Allí, además de
servir unos platos deliciosos, hay una energía muy buena. He cerrado
grandes tratos en este sitio. Diego me explicó que andaba metido en varios
temas: consulta, cursos, alimentos ecológicos y un infoproducto.
—Un info… ¿qué? —pregunté al oír esa palabra por primera vez.
—Es un curso online para pacientes que quieren perder peso pero no saben
por dónde empezar —‍ me aclaró—. Se llama Reshape Adelgaza, y a mi
socio Fer Orpinell y a mí nos gustaría que fueras afiliada.
—Afi… ¿qué? —volví a preguntar.
—Se trata de que revises el curso, veas si te gusta y, en ese caso, nos hagas
promoción en tus redes sociales. Por cada venta que venga de tu parte te
daremos el 50 %. Quiero que vivas la experiencia de lo que es irte a dormir y
despertarte al día siguiente con un ingreso extra —me aclaró.
—Pero eso es muy raro, ¿no? ¿Por qué tendría alguien que comprarse un
curso si puede ir a la consulta de una dietista? —pregunté incrédula.
—Es la diferencia entre que te digan lo que tienes que hacer (y muchas veces
no lo cumplas) y aprender por ti misma las estrategias más efectivas.
Entender cómo integrarlas para siempre en tu vida —me respondió,
abriéndome la puerta a una opción que nunca me había planteado.
—¡Ah! Bueno, pues probemos y a ver qué pasa —le respondí llena de
curiosidad.
Hice una campaña muy ligera durante una semana: un par de publicaciones
alrededor del sobrepeso y algunas stories . Al cabo del mes había generado
más de 500 € de beneficio y un buen volumen de ventas para el programa.
Era la primera vez en mi vida que no tenía que estar trabajando durante
horas para tener rentabilidad financiera.
La siguiente vez que nos encontramos, Diego me preguntó inquisitivo:
—¿Cuántas personas tienes en lista de espera ahora mismo?
—Tengo medio año de lista de espera —respondí.
—¿Y no se sienten frustradas cuando les dices que no las puedes atender? —
preguntó haciéndome reflexionar.
—Sí, y a mí me genera mucha ansiedad, porque les tengo que decir que no
puedo atenderlas pronto. Muchas veces me cuentan lo mal que están, y yo sé
lo que es estar ahí y no saber por dónde seguir. Así que me duele mucho
decirles que esperen, pero no puedo coger más pacientes al día —le
argumenté.
—Y en consulta, ¿cuánto tiempo dedicas a explicar lo mismo a cada
paciente? —siguió preguntando.
—Uf, más de la mitad del tiempo es para que entiendan lo básico sobre la
inflamación crónica autoinmune, los distintos detonadores, la teoría de la
mimicidad molecular y por qué excluir ciertos alimentos y potenciar otros es
esencial para empezar a salir del bucle de malestar. Además, les hago
hincapié en la importancia del estilo de vida —respondí repasando de forma
rápida lo que tenía más presente, pero dejándome la mitad de los conceptos.
—Ahora imagina que llegaran doscientos pacientes a la vez y que estuvieran
atentos escuchando tus detalladas explicaciones sobre todo lo que tienen en
común. Lo que repites visita tras visita, los conceptos esenciales que
necesitas transmitirles para que entiendan lo que les ocurre y, sobre todo, los
pasos que pueden hacer al respecto
»Además, ¿no sería mucho más efectivo si lo pudieras explicar con
imágenes y esquemas que les ayudaran a entender los conceptos más
complejos? ¿Y que les pudieras explicar de forma ordenada los pasos a
seguir?
—¡Vaya! ¡Eso sería un sueño! —exclamé— ¿Estás pensando en un congreso
para pacientes?
—Estoy pensando en un Reshape Hipotiroidismo —respondió abriéndome
un mundo.
—¡Claro! Y así podremos llegar a todas las personas que están en lista de
espera y no puedo atender —‍ exclamé abriendo los ojos como platos—.
¿Pero eso cómo se hace?—pregunté imaginándome que sería muy complejo,
sobre todo desde el punto de vista técnico.
—Tranquila, que lo haremos juntos. Vamos paso a paso. Lo primero que
debes tener claro es el producto mínimo viable —aclaró.
—¿El qué? —pregunté extrañada.
—El producto mínimo viable son los contenidos mínimos que debe incluir tu
curso online para que tenga suficiente entidad. Sería como el guion básico
—me aclaró.
Todo aquello que me contaba Diego me resonaba y me daba miedo a partes
iguales. Me quedé pensando: «¿De dónde voy a sacar el tiempo para crear
todos los contenidos de Reshape Hipotiroidismo, si ya trabajo todos los días
de la semana?». Así que decidí cortar por lo sano. Necesitaba hacer espacio
en mi vida para acoger ese nuevo proyecto que tanto me entusiasmaba. No
podía seguir cargando con todo lo que ya llevaba y, además, añadir la
creación de Reshape. Mi salud estaba en juego.
Comuniqué al instituto Roger de Llúria que el año siguiente solo impartiría
el turno de tarde. Rebajé mis expectativas respecto a las notas del grado y
me dejé un par de asignaturas para la segunda convocatoria. Hablé con
Pedro Carrera Bastos y con Fernando Mata y les comuniqué que, por
desgracia, no podía seguir como coordinadora, pero que les podía
recomendar a una persona muy capaz. En la consulta pedí un aumento del
porcentaje que recibía por mis visitas. La respuesta fue negativa, así que opté
por montar la mía propia en un centro de terapias cerca de casa donde
alquilaban despachos por horas.
¿Sabes cuál fue el resultado de aquellas decisiones? Tal vez estés tentada de
pensar que me fue bien, ¿verdad? Pues resulta que no. Pasé a cobrar la mitad
por las clases, pero seguía teniendo muchas tareas docentes por cumplir.
Dejé de percibir los ingresos extra por la coordinación de los cursos de
NutriScience Barcelona. En la consulta no podía atender a demasiados
pacientes al día, porque de lo contrario no podía prestar el servicio con la
calidad que yo esperaba. Además, algunos de ellos anulaban la visita a
última hora y yo tenía que pagar igual el alquiler del despacho. Decidí tomar
una decisión estratégica y solo me arrepiento de no haberla tomado antes:
subir el precio por hora de la consulta.
Eso último me costó horrores, y tenía mucho que ver con la relación que
tengo con el dinero y que me han inculcado desde pequeña: el valor de lo
que entregas frente al precio que pagan las personas. Tenía una serie de
resistencias internas. Sabía que lo que yo entregaba en la consulta, y todo lo
relacionado con ella —correos aclarando dudas, gestión de cambios de
agenda, aclaraciones, cambios estratégicos en la vida de las personas que
acompañaba—, valía mucho más de lo que las personas estaban invirtiendo,
pero no me atrevía a subir el precio de la visita.
Llegó un punto en el que cuando alguien me anulaba la cita, me sentía
incluso liberada. Estaba claro que la relación que había trabado con la
consulta debía cambiar. Pedí una sesión con Txell Costa, consultora
estratégica de Marketing y Negocios, quien me hizo reflexionar sobre tres
aspectos.
En primer lugar, contabilizar lo que representaba económicamente la
consulta: más allá de la hora (u hora y media) de entrevista con el paciente,
los correos para gestionar la agenda, el seguimiento posterior y las horas
dedicadas a elaborar y corregir pautas.
En segundo lugar, yo tenía la idea de subir ligeramente los precios a los
nuevos pacientes y mantener la cuota a los antiguos, pero Txell me aconsejó
que no lo hiciera. Tenía que subir el precio de la consulta a todos por igual.
El servicio y el conocimiento que yo ofrecía tres años atrás no eran los
mismos que entonces. Había cursado formaciones avanzadas precisamente
para tener más herramientas y así ayudar mejor a los pacientes. Subiría el
precio en general.
Para terminar, al subir el precio de la consulta, el compromiso del paciente
era mayor. Este llevaría a cabo las pautas con mayor interés y obtendría
mejores resultados. Todo ello se traduciría en mejores testimonios, que
atraerían a nuevos pacientes con mayor predisposición. Estos nuevos
pacientes tendrían mayor implicación, tanto de pago como de incorporar los
cambios, porque entenderían el valor transformacional de lo que yo les
entregaba.
En definitiva, gracias a Txell me decidí a dar el paso. Es obvio que hubo
objeciones, sobre todo por parte de las pacientes más antiguas, que estaban
acostumbradas a pagar la mitad. Algunas se enojaron y dejaron de venir. Fue
algo que tuve que aprender a gestionar. No podía seguir entregando tanto
tiempo y valor a cambio de un precio tan bajo.
Las nuevas pacientes que llegaron con las nuevas condiciones bien
explicadas estaban encantadas. Tenían un nivel de compromiso y voluntad
muy alto. Subir tarifas fue una de las mejores decisiones que he tomado.
Liberarme de tantos cargos profesionales fue otra.
De repente, empecé a disponer de tiempo de calidad para dedicarme a un
nuevo gran proyecto: el Método Reshape Hipotiroidismo. Era lo más
ambicioso y diferente que había hecho hasta entonces: crear un curso online
para pacientes con el objetivo de cambiar la vida a las personas con
hipotiroidismo. Hacerlo desde la entrega de todo el conocimiento y la
estrategia aprendidos conmigo misma y con mis pacientes.
Llevaba varios meses enfrascada en la creación de los contenidos de
Reshape cuando, por casualidad, me crucé en un evento del sector con una
persona referente. En el pasado, habíamos tenido una buena relación de
amistad, así que al encontrarnos nos emplazamos para comer y compartir las
novedades en nuestras respectivas vidas.
El día de la cita, le expliqué entusiasmada la idea de Reshape: llegar a
muchas personas que sufrían los numerosos síntomas del hipotiroidismo.
Descubrirles cómo muchos de sus malestares tenían que ver con la
enfermedad. Y, sobre todo, proporcionarles un plan estructurado de cambios
que abarcara los distintos aspectos de su estilo de vida, con el objetivo de
alcanzar el bienestar y sostenerlo. La fecha del diagnóstico no era
importante: tanto las personas recién diagnosticadas como las que llevaban
años encontrándose mal podían beneficiarse de las pautas de Reshape.
Al otro lado de la mesa, mi colega atendía mis apasionadas explicaciones
con cara de póquer.
—¿Qué te parece la idea? —le pregunté interesada en su punto de vista.
—No, eso nunca funcionará. Es más, creo que puede destruirte como
profesional —contestó de forma rotunda.
¡Sonaban tan terribles sus palabras! De repente sentí un miedo atroz. ¿Y si
tenía razón? ¿Y si estaba a punto de cometer un error? ¡Había renunciado a
tantas actividades profesionales y personales para acoger este nuevo
proyecto! Y ahora una persona que conocía mucho mejor el mercado que yo
me advertía de forma rotunda de que iba a ser un fracaso. Me estremecí.
—¿Por qué? —alcancé a preguntar con un hilo de voz.
Sus argumentos me dejaron temblando. Te los explico en el siguiente
capítulo. Vayamos a las lecciones aprendidas primero.
Lecciones aprendidas: capítulo N
1. Lo personal influye en lo profesional y viceversa.
Cuanto peor he estado en mi vida personal, peores han sido mis resultados y
las decisiones que he tomado en lo profesional. Debe existir un equilibrio
entre ambos aspectos de tu vida. La felicidad y la estabilidad de la vida
personal son condiciones para el éxito profesional. Y rendir de forma
eficiente en tu vida profesional mejorará a su vez tu vida personal.
¿Cuánto tiempo dedicas a tu trabajo? ¿Y a tu vida personal? ¿Sientes que
existe un buen equilibrio entre ambos?
2. No tengas miedo a estar sola.
Una relación liana consiste en aferrarte a una relación nueva para dejar una
relación tóxica. Es una mala práctica que yo he realizado durante muchos
años en mi vida. Te impide pasar por las etapas de cierre necesarias para
empezar algo nuevo con las energías renovadas y no por la necesidad de
estar en pareja.
¿Te has visto alguna vez envuelta en una relación liana ? ¿Has dejado pasar
un tiempo prudencial entre relaciones para empezar con ilusión renovada?
3. Trabajar demasiado es una excusa para no vivir.
Qué gran refugio puede ser estar muy ocupada, ¿verdad? Te da la excusa
perfecta para no tener que vivir la vida en plenitud ni cuestionarte aspectos
de fondo. Solo hay un problema, y es que no suele hacerte feliz. Mi
propuesta es que dediques un espacio diario a cultivar algún placer creativo
que te guste.
¿Estás siempre tan ocupada que no tienes tiempo para nada? Revísalo. ¿De
qué estás huyendo? ¿Qué aspecto de tu vida no quieres confrontar para
necesitar ese nivel de hiperactividad?
4. Aumenta tu valor y crecerá el compromiso.
En la consulta del profesional de salud muchas veces nos encontramos ante
la dicotomía sobre el precio/hora. Mi experiencia al respecto es que cuando
aumentas tu valor —es decir, aumentas lo que ofreces al paciente,
empezando por estar al día en formación—, esto debe reflejarse en el precio
que aporta el paciente.
También hay una relación directa entre lo que una persona está dispuesta a
invertir en su salud y lo que está dispuesta a cambiar para estar mejor. Lo
hemos visto en los miles de personas que se han inscrito en el Método
Reshape. Cuando una persona establece ese nivel de compromiso y
autorresponsabilidad, su mundo empieza a cambiar.
Puedes decidir si ha llegado tu momento de unirte al Método, viendo
primero estas Masterclasses GRATIS aquí
.
5. Las afiliaciones a programas con los que te sientes identificada
pueden ser una buena estrategia para obtener unos ingresos extra.
Cuando conoces un programa, te gusta y además estás dispuesta a
promocionarlo como embajadora, puedes obtener un beneficio económico
recomendándolo. Seguro que lo has visto en los influencers que sigues. Tú
también puedes serlo. Actualmente, muchas de las personas que han sido
alumnas del Método Reshape, que lo conocen bien por dentro, han mejorado
tanto que incluso lo recomiendan. La mejor forma de compensar esa
recomendación es precisamente ofreciéndoles un porcentaje por ello. Este
proceso se denomina afiliación y es una manera muy orgánica de conseguir
ingresos adicionales. Primero, para cubrir la inversión inicial que has hecho
adquiriendo el curso y luego, ingresando un extra.
Si eres alumna del Método Reshape, tienes capacidad fiscal para facturar y
te gustaría ser afiliada nuestra, puedes escribirnos a
afiliacion@academiareshape.com
indicando en el asunto “Ya soy alumna y
quiero ser afiliada” y te informaremos de los pasos a seguir.
6. Entrégale el poder de decisión sobre tu vida profesional solo a
aquellas personas a las que les pagarías por una sesión de consultoría.
¿De quién estás dispuesto a escuchar su opinión sobre tu proyecto
profesional? ¿Es alguien que solo habla desde su experiencia? ¿Alguien que
no conoce en detalle lo que haces? Piénsatelo dos veces. Confía solo en las
personas a las que remunerarías para que te asesorasen.
Si quieres, puedes seguirme en Instagram @montsereusmentora
para más
consejos profesionales.
¡ATENCIÓN! Mi perfil de Instagram para divulgación sobre hipotirodismo
y salud es este otro: @montsereusdietista
 

O
Open-minded, mindset o cómo decidirse
—Tu Reshape Hipotiroidismo no creo que funcione —afirmó rotunda mi
cita, que era una experta en divulgación—. Y no lo hará por estas tres
razones:
»Primero, las personas de la calle no tienen cultura de formación en la edad
adulta y menos online . Aún menos sobre un tema —esta enfermedad tan
concreta— del que muchos no se sienten responsables. Las decisiones al
respecto es algo que delegamos en los médicos.
»Segundo, la práctica habitual de la medicina es la de minimizar el efecto de
la alimentación sobre la progresión de las enfermedades crónicas como el
hipotiroidismo. Es más, te puedes poner al sector médico en contra y, en
especial, a los endocrinos de la vieja escuela (abro paréntesis para avanzarte
que en esto tenía mucha razón, tal y como verás en el siguiente capítulo).
»Tercero, ¿qué crees que harán todos los dietistas y nutricionistas que te
conocen? Se apuntarán a tu curso, y con él accederán a un gran beneficio
profesional a un precio muy bajo. Por lo que dices, tendrán acceso a tus
pautas y acabarán siendo tu competencia low cost . ¿Te das cuenta de que
vas a compartir con ellos lo que te hace única? En lugar de montar una
formación para profesionales con los precios habituales, que suelen ser de
2000  € para arriba, estás ofreciendo un Método Reshape a un precio
regalado, teniendo en cuenta lo que se llevarán.
»Y entonces, cuando te quedes sin pacientes, ¿de qué vas a vivir? Hasta
ahora tenías la consulta llena y con una larga lista de espera porque solo tú
tenías estos conocimientos, pero ahora todo lo que sabes lo vas a hacer
público. Cuando hayas compartido todos tus secretos, cualquiera lo podrá
hacer, o incluso puede que también te pongas en contra a los nutricionistas,
porque les quitas pacientes. Si los pacientes se hacen conocedores de lo que
les ocurre y de las pautas a seguir, ya no los necesitarán.
»En definitiva, no veo que sea una buena idea por ningún lado —sentenció
tajante.
Me fui a casa con la cola entre las piernas, cabizbaja y sintiendo el peso de
esos negros vaticinios. Compartí estas reflexiones con Diego y él lo tuvo
claro en una sola frase.
—Estos augurios se basan en la forma de ver el mundo de esta persona en
particular: competencia y desconfianza. —Y prosiguió—: Es una persona
sesgada, y te diría que incluso con cierta envidia de tu despegue. Hay
personas que miden sus éxitos en función de los fracasos de los demás.
»Esta persona sabe que eres muy buena divulgadora e intuye que en el
momento en que hagas algo propio, y más en tu campo de
superespecialización, vas a arrasar —concluyó Diego.
Dejé reposar estas dos posturas contrapuestas en mi interior e hice lo que
siempre hago para poder procesar lo que me ocurre: escribir durante varios
días mis pensamientos, sobre todo antes de acostarme. A finales de esa
semana empecé a intuir con claridad lo siguiente:
1. Quería que Reshape Hipotiroidismo se convirtiera en todo lo que yo
habría deseado saber cuando me diagnosticaron la enfermedad para no tener
que atravesar tanto sufrimiento.
2. Todas las personas somos capaces de entender los conceptos científicos
más complejos cuando nos los explican de forma lógica y simplificada. Y
ese es mi punto fuerte: ser capaz de explicar la ciencia como si fueran
historias.
3. Las personas enfermas, cuando entendemos las razones de fondo de lo que
nos ocurre y nos ofrecen un plan práctico para mejorar, nos sentimos al fin
con el control de nuestras vidas y recuperamos el poder que nos han
arrebatado.
En conclusión, decidí apostar por las personas con hipotiroidismo. Ofrecer
esta oportunidad a quienes estaban sufriendo y tenían la motivación de
cambiar sus vidas desde la responsabilidad y el autocuidado. Tal y como a
mí me habría gustado que hicieran en su día.
Era abril de 2018 y me encontraba en una encrucijada profesional y
personal. Por una parte, sentía que no podía seguir como estaba, dispersando
energías en proyectos tan dispares: dar clase, pasar consulta, estudiar para el
grado y crear los contenidos del Método Reshape Hipotiroidismo. Por otra,
sentía que mi vida personal se estaba resintiendo. No tenía tiempo ni
energías para mis amistades, tenía a la familia arrinconada y limitaba los
encuentros a una comida semanal en casa de mis padres y poco más.
Además, mi vida de pareja no funcionaba ni con ruedas. Tenía una relación
que no estaba cuidando porque no me quedaban fuerzas. Aún recuerdo
cuando le dije que ese año no podría hacer ninguna escapada veraniega
porque debía avanzar con Reshape.
En mayo de 2018, llegaron los exámenes finales de mis alumnos más los
míos del grado. Pasado ese bache, me encerré en casa a pasar calor todo
junio. Estaba sudando la gota gorda mientras ideaba cómo tendría que ser el
curso. Quería ofrecer una oportunidad que fuera más allá del discurso oficial
del «tómate la pastilla y haz dieta».
¿Cómo me habría gustado que me ayudaran cuando, a pesar de tomarme la
pastilla, me seguía encontrando mal y no adelgazaba con la dieta? O cuando
no conseguía mi ansiado embarazo. O cuando no podía dormir y me
atenazaba la ansiedad. Hice un ovillo con todo ese sufrimiento, intentando
que no se me atragantara otra vez al revivirlo.
Toda la experiencia acumulada se me aparecía ahora como un montón de
barro fresco. Podía moldearlo y crear una bonita vasija para contener el
conocimiento. Quería ayudar a las personas a ser más felices y a vivir con
bienestar, y a la vez prevenir complicaciones futuras. Tenía claro que de
nada servía pautar dietas a los pacientes, por más que yo fuera dietista,
puesto que el cambio verdadero empieza cuando entendemos los porqués de
lo que nos ocurre.
Decidida, elaboré un esbozo de todos los contenidos que conformarían la
primera parte de Reshape y que se llamaría «Entendiendo lo que me pasa».
Me quedó un primer apartado enorme. Era tan largo que Diego se asustó
cuando lo vio.
—Para cambiar tu vida con hipotiroidismo, primero debes entender lo que te
pasa. Y para entender lo que te pasa, te lo tienen que explicar de forma
lógica y con detalle —argumenté.
»Cuando los pacientes nos adueñamos del conocimiento sobre nuestra
enfermedad, somos imparables y pasamos a tener criterio. Sabemos si quien
tenemos delante con bata blanca está o no al día y hasta qué punto lo que nos
dicen es 100 % aplicable a nuestras vidas.
Este es el poder secreto de Reshape que tanto molesta al sistema: Reshape se
salta todo el escalafón jerárquico de toma de decisiones respecto a la salud y
va directamente a la base de la pirámide: los pacientes. Por eso es
profundamente antisistema. Y precisamente por ello me acabaría
encontrando con un comunicado de la SEEN (Sociedad Española de
Endocrinología y Nutrición) tras afirmar en una entrevista para el diario
ABC que las personas con hipotiroidismo podemos mejorar, y mucho,
incorporando cambios en nuestro estilo de vida.
Te cuento la historia que puso en jaque a Reshape en el siguiente capítulo.
Por el momento, en las lecciones aprendidas de este capítulo me gustaría
compartir contigo mi manifiesto para un #hipotiroidismofeliz.
Lecciones aprendidas: capítulo O
Manifiesto de Montse Reus para un hipotiroidismo feliz
No creo en:
 
suplementos, dietas o terapias milagrosas. Cada uno debe recorrer su
camino personal y no hay una fórmula mágica que funcione igual de
bien para todo el mundo;
aconsejar algo que yo no haya probado antes. Siempre he sido mi
propio conejillo de indias;
esperar a que la medicación lo resuelva todo;
dejar de tomar la medicación para la tiroides cuando es necesaria. Al
contrario, puede hacerte empeorar mucho. Lo he vivido en mis propias
carnes. Dejarla sin supervisión puede exacerbar tu inflamación;
pasar consulta gratis por redes sociales. Por encima de todo, respeto a
las personas que saben marcar límites saludables.

Sí creo en:
 
que los pacientes con hipotiroidismo tenemos derecho a conocer las
causas de nuestra enfermedad;
que las personas podemos entender los conceptos científicos y médicos
más complejos, siempre y cuando nos los expliquen de forma lógica y
sencilla;
que las personas con hipotiroidismo tenemos derecho a conocer qué
más podemos hacer para estar mejor, más allá de tomar la medicación;
que las personas con hipotiroidismo tenemos derecho a recibir
información sobre la evolución de nuestra patología;
que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de responsabilizarnos
de nuestra salud y de cuidarnos y tratarnos con amor;
que cuando los pacientes dejamos de ser seres pasivos y asumimos la
responsabilidad de nuestra salud, somos imparables;
que un diagnóstico de enfermedad crónica puede transformar tu vida
para bien. Podemos convertir la enfermedad en un camino. Una brújula
vital que te indicará cuándo vas bien y cuando no;
que gran parte del sufrimiento de las personas diagnosticadas de
hipotiroidismo es evitable. Y el enfoque oficial no suele hacer lo
suficiente por nosotras;
el poder de la autoformación y el momento «¡Ajá!» que se produce
cuando todo encaja. Es señal de que vas por el camino correcto;
la democratización del conocimiento, que hasta ahora estaba solo al
alcance de las personas que podían invertir en consultas privadas
especializadas;
la capacidad de convertirnos en expertos en lo que nos ocurre, tanto en
nuestro cuerpo como en nuestra mente;
que en la vida no hay mala suerte, sino oportunidades para aprender,
abrirte a nuevas formas de hacer y amarte mejor.
 

P
¿Por qué te metes en estos líos?
Impaciente y antisistema
U na seguidora mía con hipotiroidismo, que había mejorado siguiendo las
pautas que comparto en redes, me propuso una entrevista. Es periodista y
trabaja en la edición semanal de «Salud y bienestar» del diario ABC.
Fue una entrevista telefónica que discurrió de forma amena. Ella ya me
conocía y sabía mi forma de orientar la relación con esta enfermedad que
compartíamos. Me preguntó sobre alimentación, ejercicio físico, descanso y
también sobre el Método Reshape, dado que en esos momentos estábamos
en fase de prelanzamiento. Era diciembre de 2018.
Lo positivo de esa entrevista es que me ayudó a que más personas se
interesaran por el Método Reshape. Lo negativo es que a la SEEN (Sociedad
Española de Endocrinología y Nutrición) no le pareció bien que una dietista
anduviera diciendo que el hipotiroidismo puede mejorar con cambios en el
estilo de vida en un periódico de renombre. Muestra de ello es que publicó
un comunicado oficial desacreditándome profesionalmente y puntualizando
en su parte final lo siguiente:
«El hipotiroidismo es una patología, en general, bastante más compleja que
no puede ni debe enfocarse como algo solucionable con una serie de
medidas dietéticas y de cambio en los hábitos de vida. Lamentamos que un
medio de comunicación de esta categoría se haga eco de unos datos tan
faltos de rigor científico».
Además, pidió a una médica endocrina de un hospital importante que
escribiera un artículo tildando de bulo el hecho de que los cambios en la
alimentación pueden mejorar el hipotiroidismo, apuntando a que una dieta
sin gluten puede incrementar el riesgo de padecer diabetes tipo 2 y
recalcando el único tratamiento efectivo: tomar la medicación.
La entrada en el blog de «Salud sin bulos» de la endocrina de la SEEN
«Un medio de comunicación nos ha sorprendido con este titular:
“Hipotiroidismo: cómo debes cambiar tu dieta y tus hábitos”. La noticia nos
empieza contando que Montse Reus es dietista especializada en
hipotiroidismo. Aquí encontramos el primer bulo: un especialista en
hipotiroidismo solo puede ser alguien con la licenciatura en medicina,
habitualmente con la especialidad de endocrinología; otra cosa es que se
considere paciente experta. La dietista propone que para tratar
adecuadamente el hipotiroidismo hay que seguir una serie de
recomendaciones dietéticas y de actividad física.
Entre otras cosas, nos indica eliminar o reducir el gluten, algo que no solo no
tiene ninguna evidencia en el control de esta enfermedad, sino que además
ya hay estudios que demuestran que las personas que no son celiacas pueden
tener efectos perjudiciales derivados de la eliminación del gluten de la dieta
como un riesgo mayor de desarrollar diabetes tipo 2. ¿El ejercicio y el
descanso son fundamentales? ¡Pues claro! Para todos con y sin
hipotiroidismo. Por supuesto no podían faltar las infusiones. Nadie duda de
que sienten muy bien y sean saludables, pero sobre el hipotiroidismo, efecto
nulo.
Pues bien, para entender por qué todo lo que se cuenta se puede considerar
un bulo vamos a explicar en qué consiste el hipotiroidismo y así
entenderemos su tratamiento.
La glándula tiroides. Como cualquier otra parte del cuerpo, la glándula
tiroides puede dejar de funcionar. Eso es lo que significa el hipotiroidismo,
que la glándula tiroides deja de funcionar en mayor o menor grado,
reduciendo la producción o bien dejando de producir hormonas tiroideas por
múltiples causas (autoinmunes, cirugía del tiroides, irradiación de este, etc.).
Las hormonas tiroideas tienen múltiples funciones y efectos en el
metabolismo, el colesterol, el corazón, etc., y su deficiencia puede causar
numerosos síntomas, entre ellos somnolencia, cansancio, frío, estreñimiento,
dificultad para la concentración, síntomas pseudodepresivos, etc.
Evidentemente, si esta situación de deficiencia hormonal no se trata puede
llevar a una situación muy grave. Afortunadamente, desde hace muchos años
disponemos de lo que el hipotiroidismo necesita para ser correctamente
tratado, la hormona tiroidea sintética, llamada levotiroxina. Este
medicamento oral restaura los niveles adecuados de la hormona y revierte
los signos y síntomas del hipotiroidismo.
¿Cuánto dura el tratamiento del hipotiroidismo? Una o dos semanas después
de comenzar con el tratamiento empieza a notarse la mejoría. El tratamiento
suele ser de por vida. El primer control se realiza a los 2-3 meses del inicio
de tratamiento, y aunque la dosis es bastante estable a lo largo de la vida
puede haber necesidad de ajustarla, por lo que suele realizarse al menos un
control anual. Para una adecuada absorción es necesario tomarla en ayunas y
tener en cuenta alimentos que pueden interferir en su absorción, como el
café y la soja, y algunos medicamentos, como el hierro y el calcio.
La levotiroxina no provoca efectos secundarios si se utiliza en la dosis
adecuada.
En conclusión, un estilo de vida saludable es beneficioso para todos, pero no
hay evidencias de que determinados alimentos o estilos de vida influyan en
el control del hipotiroidismo (más allá de las interferencias con la absorción
de la levotiroxina indicadas), que a su vez tiene un tratamiento
farmacológico sencillo, efectivo y barato».
Esta entrada de la doctora incluía dos referencias científicas: una genérica de
la clínica Mayo sobre la definición de hipotiroidismo y otra de un artículo
sobre la relación entre dietas sin gluten y el aumento del riesgo de diabetes
tipo 2.
Quizás esta última afirmación te haya llamado la atención. Te diré que es
muy fácil comer mal y sin gluten si lo haces con alimentos procesados
gluten free . Estos productos contienen menos fibra y más azúcares que sus
equivalentes con gluten. Por eso, el artículo referenciado llegaba a esta
conclusión. Se trataba, además, de estudios observacionales, en los que la
relación causa-efecto no es directa. Además, el mismo artículo científico
apuntaba a que: «muchos de los participantes que entraron en el estudio lo
hicieron antes de que las dietas gluten free fueran populares. Por lo tanto, no
había demasiados datos de las personas que se abstenían de comer gluten».
Me dolió leer las palabras de esa médica. No porque vinieran de ella, ya que
no la conozco, sino porque encarnaban a la perfección la forma paternalista
como solemos ser tratadas las pacientes con hipotiroidismo. No sé qué
opinas tú al respecto, pero yo —y muchas de mis pacientes— lo he vivido
durante muchos años como un «tómate la pastilla y calla. Si no te encuentras
bien con la pastilla, eso no es por culpa de la tiroides; es por culpa tuya:
estarás estresada o no sabes cómo gestionar tu vida».
Decidí escribir una réplica (que nunca recibió respuesta). Era una larga carta
en la que argumentaba con más treinta referencias científicas la relación
entre inflamación, estilo de vida y autoinmunidad. Además, le instaba a que
habláramos y le compartía mis cuatro sueños sobre cómo me gustaría que
fuera la atención al paciente con hipotiroidismo.
Esta fue la parte final de mi réplica:
«Por último, doctora, me gustaría apuntar mis cuatro sueños. Sería muy feliz
si pudiéramos tendernos la mano para conseguir que se hicieran realidad de
forma colaborativa:
1. Reducir el rango de normalidad de la TSH a un máximo de 2,5
microUI/ml, tal y como lleva más de 19 años pidiendo la Sociedad
Americana de la Tiroides y la Asociación Americana de Endocrinólogos
Clínicos (26, 27). Dicho descenso es apuntado por el prestigioso estudio
Wickham (con un seguimiento de más de 20 años a una amplia cohorte de
personas) e indica como una TSH mayor de 2 microUI/ml está asociada al
desarrollo del hipotiroidismo (28). Por lo tanto, y teniendo en cuenta que la
TSH es el parámetro analítico menos sensible al estado real del paciente
(29), sería un gran sueño que esta recomendación de casi cuatro lustros se
tuviera en cuenta. Además, algunos estudios apuntan a que la TSH
aumentada (incluso dentro del rango de laboratorio) incrementa el riesgo de
enfermedad cardiovascular, cáncer y mortalidad (30).
2. Valoración de los niveles de la T3L en los diagnósticos y seguimientos de
los pacientes hipotiroideos. Este es el indicador más fiable, según la mayoría
de las fuentes actualizadas, para la valoración del daño tisular asociado al
hipotiroidismo y al riesgo cardiovascular vinculado a él (26, 27).
3. A todas las mujeres que, como yo, un día nos tuvimos que someter a un
tratamiento de fertilidad (precisamente en un hospital de referencia como el
suyo) se nos tuviera en cuenta que una TSH por encima de 2,5 microUI/ml
es un predictor importante del fracaso de los procesos de fecundación in
vitro (31) y se le prestara mucha atención a ello para evitar mayores
sufrimientos.
4. Me gustaría que la Sanidad dejara de estar tan desnutrida y que, al lado
del especialista en endocrinología, estuviera también un compañero dietista-
nutricionista o TSD para animar a las personas a mejorar su alimentación, a
orientarlas a consumir más comida real, nutritiva, saciante y sin necesidad de
“dietas” de batidos o de contar calorías, dado que está demostrado que esas
restricciones hipocalóricas dan lugar a más hipotiroidismo periférico,
alteración del peso setpoint y efecto yoyó (24, 25, 32, 33).
Muchas gracias. Sin más, doctora, mi mano tendida para todo lo que Ud. o
su equipo pueda desear de mí, inclusive si están interesados en mi pequeño-
gran proyecto formativo para pacientes, en el que tenemos a varios
facultativos también entre los alumnos. Estaría encantada de podérselo
explicar en persona cuando Ud. desee. Le dejo el enlace donde podrá
consultar el índice de contenidos:
https://academiareshape.com/programa/hipotiroidismo/
Feliz fin de semana a todas; especialmente a las hipotiroideas que me leen,
que sé que son muchas y cada vez mejor informadas gracias a que estos
debates van saliendo a la luz pública. Es genial y un gran avance que estos
temas puedan aparecer en los medios de comunicación generales o en el
portal donde Ud. colabora.
Cuanto más hablemos de ello, más podremos empoderar a los pacientes para
que puedan disfrutar de mejor calidad de vida, que en definitiva debería ser
el motor y la base de toda la práctica clínica, tanto la del facultativo como la
del dietista: ayudar a que el paciente se sienta mejor, más allá de la pastilla,
que obviamente es necesaria, pero muchas veces insuficiente. Porque cuando
las analíticas estándar (TSH, T4) están bien, pero el paciente continúa con
sintomatología hipotiroidea, algo falla, y detrás de ese “fallo” hay mucho
sufrimiento y mucha pérdida de calidad de vida.
Por último, doctora, le dejo con unas pocas referencias en las que baso mis
argumentos en esta carta dirigida a Ud. En el curso online que tengo en
marcha, cada argumento está documentado con estudios. De hecho, el total
de referencias científicas de todo el curso son más de trescientas».
Todo ese barullo mediático puso en jaque el proyecto. El equipo Reshape
temíamos que si la SEEN instaba al Colegio de Médicos —y este al Colegio
de Dietistas— a que nos defenestraran, todo el proyecto se iría al garete.
Estábamos en una calma tensa. Expectantes al siguiente paso. Buscamos
apoyo legal para estar preparados en caso de que se desatara la ira oficialista
.
Mientras tanto, fue muy bonito recibir el apoyo público de las pacientes,
seguidoras y compañeras de profesión. Me llegaban mensajes de ánimo de
personas que afirmaban que les había cambiado la vida y que habían podido
sentir en sus carnes lo que es pasar del modo
supervivencia al modo
bienestar gracias a mis pautas.
En lo simbólico, estas réplicas y contrarréplicas ejemplifican la tensión que
se vive entre dos enfoques contrapuestos:
 
El oficial: no puedes hacer nada más que tomarte la pastilla.
El alternativo: cambiando tu estilo de vida no necesitas tomar
medicación.

No estoy de acuerdo con ninguno de ellos.


Al final la sangre no llegó al río. El prelanzamiento de Reshape fue todo un
éxito. Se apuntaron más de doscientas personas, y en la fase de lanzamiento,
cuatrocientas más. Los tres socios de Reshape —Diego de Castro, Fer
Orpinell y servidora— estábamos felices, porque podíamos ayudar a muchas
personas a transformar sus vidas con hipotiroidismo. Desde entonces, hemos
ayudado a más de 2700 personas a hacerse dueñas de su salud.
Para cerrar este capítulo, me gustaría aclarar mi postura actual sobre el tema
de la medicación. He llegado a ella después de dar muchos bandazos como
paciente y de acumular varios años de experiencia profesional en la consulta.
Te la comparto con las lecciones aprendidas.
Referencias:
24. Holtorf, K.: «Peripheral thyroid hormone conversion and its impact on TSH and metabolic
activity».
Journal of Restorative Medicine
. 2014; 3: 30.

25. Larsen PR.: «Thyroid-pituitary interaction: feedback regulation of thyrotropin secretion by thyroid
hormones».
New England Journal of Medicine
. 1982. Ene. 7; 306 (1):23-32.

26. J. R. Garber et al.: «Clinical practice guidelines for hypothyroidism in adults: cosponsored by the
American Association of Clinical Endocrinologists and the American Thyroid Association»,
Thyroid
,
vol. 22, n.º 12, p. 1200 –1235, dic. 2012.

27. P. W. Ladenson et al.: «American Thyroid Association guidelines for detection of thyroid
dysfunction»,
Archives of Internal Medicine
, vol. 160, n.º 11, p. 1573, jun. 2000.

28. M. P. J. Vanderpump et al.: «The incidence of thyroid disorders in the community: a twenty-year
follow-up of the Whickham Survey»,
Clinical Endocrinology
(Oxford), vol. 43, n.º 1, p. 55–68, jul.
1995.

29. Meier, P. Trittibach, M. Guglielmetti, J. J. Staub, and B. Müller: «Serum thyroid stimulating
hormone in assessment of severity of tissue hypothyroidism in patients with overt primary thyroid
failure: cross sectional survey».
British Medical Journal
, vol. 326, n.º 7384, p. 311–2, feb. 2003.

30. K. Inoue, T. Tsujimoto, J. Saito, and T. Sugiyama: «Association between serum thyrotropin levels
and mortality among euthyroid adults in the United States»,
Thyroid
, vol. 26, n.º 10, p. 1457–1465,
oct. 2016.

31. D. W. Cramer et al.: «Serum prolactin and TSH in an in vitro fertilization population: is there a
link between fertilization and thyroid function?»:
Journal of Assisted Reproduction and Genetics
,
vol. 20, n.º 6, p. 210–215, 2003.

32. R. V. Agnihothri et al.: «Moderate weight loss is sufficient to affect thyroid hormone homeostasis
and inhibit its peripheral conversion»,
Thyroid
, vol. 24, n.º 1, p. 19–26, ene. 2014.

33. R. B. Harris: «Role of set-point theory in regulation of body weight»,


FASEB Journal
, vol. 4, n.º
15, p. 3310–8, dic. 1990 .
Lecciones aprendidas: capítulo P
Mi postura sobre el abordaje de esta enfermedad.
La medicación es necesaria; sobre todo para no estresar aún más a la
glándula. Un grave error que cometí, y que retrasó años mi mejoría, fue
negarme a tomarla. En esa época no entendía que cuando tu fábrica está en
llamas (tu glándula tiroides es una fábrica de hormonas) lo peor que puedes
hacer es forzarla a trabajar doble turno. Esto es precisamente lo que ocurre
cuando nos negamos a tomar la medicación.
Breve repaso del funcionamiento del eje tiroideo.
La tiroides es una humilde trabajadora. Su jefa se llama hipófisis y está
ubicada en la base del cerebro. Cuando la hipófisis detecta niveles
insuficientes en sangre de hormona tiroidea, envía una orden de trabajo a la
tiroides.
Esta orden de trabajo es la TSH (siglas en inglés para hormona estimulante
de la tiroides ). La TSH sube para estimular a la glándula tiroides a trabajar
más.
Cuando la ya de por sí dañada glándula tiroides se ve forzada a trabajar más
estando en unas condiciones deplorables (inflamada), las llamas de la
inflamación se hacen aún más grandes y la dejan aún más desvalida.
¿Cómo rompemos este círculo vicioso?
Gracias a la medicación. Su función es la de suplir lo que la glándula no
alcanza a producir por estar medio en llamas (inflamada), y así le ofrece la
opción de recuperarse.
¿Significa eso que lo único que podemos hacer las personas con
hipotiroidismo es tomar la medicación?
No. Además de tomarnos la medicación, podemos hacer mucho más
precisamente para aprovechar el efecto positivo de esta medicación y
también para ayudar a calmar la causa raíz de que nuestra glándula esté mal:
la inflamación.
Te propongo un nuevo círculo, esta vez virtuoso.
Invirtiendo tus esfuerzos en estar mejor, a medida que avanzas en la
recuperación de tu salud, vas a sentirte capaz de hacer lo que deseas en la
vida.
Creo firmemente que gran parte del sufrimiento asociado al
hipotiroidismo es evitable.
El hipotiroidismo es una enfermedad silenciosa, agotadora, deprimente e
insidiosa.
Se trata de una enfermedad que es menospreciada por un sistema centrado en
el fármaco, en priorizar los valores analíticos (desfasados) por encima de
cómo se encuentra el paciente, y muchas veces en el ninguneo del síntoma.
Seguiré siendo antisistema mientras el sistema no cambie.
No pienso quedarme de brazos cruzados esperando a que el enfoque
sanitario incorpore la visión integrativa y actualizada de esta enfermedad. Se
calcula que los nuevos hallazgos que se publiquen hoy tardarán del orden de
quince a veinte años en llegar a la práctica clínica habitual.
¿Voy a esperar tanto tiempo aun teniendo indicios claros de la mejoría que
experimentan las personas que cambian su estilo de vida? ¡No! Voy a poner
todo mi empeño, primero como paciente y luego como profesional de la
salud, para avanzarme a ese cambio de paradigma. Porque cuando una
entiende lo que le ocurre y tiene claro qué pasos seguir, ya no hay vuelta
atrás.
Un paso muchas veces necesario es hacer entender a tu entorno qué significa
sentirse hipotiroidea . En el siguiente capítulo le pongo palabras a mi forma
de verlo, deseando que te sea de ayuda.
 

Q
¿Qué significa sentirse hipotiroidea?
E l título inicial de este capítulo era «¿Qué significa ser hipotiroidea?». Sin
embargo, he decidido que no quiero seguir potenciando la identificación
personal con nuestra condición de salud.
 
No somos nuestro diagnóstico.
No somos hipotiroideas.
No somos Hashimoto.

Somos personas con un diagnóstico crónico que vivimos nuestros síntomas


de forma silenciosa, y muchas veces silenciada por el sistema sanitario
imperante.
¿Sería diferente si no se tratara de una condición que afecta de forma
mayoritaria a las mujeres? Mi teoría es que sí. Creo que si esta enfermedad
afectara de forma más equitativa a ambos géneros sería más estudiada y se
tendría más en cuenta el complejo cuadro clínico que acarrea. O quizás no, y
estoy sesgada por mi experiencia como paciente y como profesional de la
salud. En cualquier caso, vamos a seguir con el objetivo de este capítulo.
¿Te sientes como Nicole Kidman?
Vivir padeciendo hipotiroidismo es como estar en la piel de aquel personaje
de Nicole Kidman en la película Los otros : el fantasma eres tú, solo que aún
no lo sabes.
 
Tú sigues con tu vida, tus obligaciones, tus rutinas, pero hay un
desajuste entre cómo percibes la realidad y cómo la vives, que muchas
veces te desborda.
Transitas el día a día sin sentirte bien en tu propio cuerpo.
Tienes momentos en los que, a base de fuerza de voluntad, cumples con
lo que te has comprometido, pero luego estás tan agotada que te quedas
sin energías para hacer nada más.
No puedes pensar con claridad, sobre todo a primera hora del día, a
media tarde y a última hora.
Te levantas con la mente espesa y el cuerpo embotado. Lo sientes
contracturado muy a menudo.
Te cuesta recordar aspectos de tu día a día que antes controlabas sin
problemas.
Cuando te dices: «De eso ya me acordaré», pero no te lo apuntas, te
olvidas al cabo de cinco segundos.
Tienes la energía justita para cumplir con el trabajo y las obligaciones
imprescindibles, pero luego no te quedan fuerzas para disfrutar.
A menudo piensas: «¿Cómo voy a hacer planes extra si ya me he
vaciado cumpliendo con lo básico?».
Varias veces por semana te das cuenta de lo mucho que hay que hacer
en casa o en el trabajo, y te sientes abrumada porque crees que nunca
llegas a todo.
Pasas por momentos en los que quieres hacerlo todo perfecto porque
tienes un repunte de energía —‍te sientes por unos instantes como antes
de que todo esto llegara a tu vida—, pero luego te quedas tan agotada
que ya no puedes ni disfrutar las últimas horas del día (que en teoría
deberían ser de descanso y de desconexión).
Hay muchas cosas que te sientan mal, tanto alimentos como emociones
mal gestionadas.
Pasas épocas de estreñimiento y las alternas con heces pastosas.
Las cándidas se adueñan de tu vagina, en especial los días antes de la
regla.
Te sientes hinchada como un globo después de comer y, sobre todo, al
final del día.
Te cuesta concentrarte, pensar con claridad, rendir como solías hacerlo
antes.
Cuando haces algo de ejercicio intenso terminas para el arrastre, y
prácticamente no puedes hacer nada más ese día ni al día siguiente.
En tu memoria hay una huella con los nombres, lugares, fechas y datos
que necesitas recordar, pero no consigues verlos con claridad, ni que
estén a tu disposición cuando los necesitas.
Después de comer, sientes que necesitas una siesta para poder rendir un
mínimo por la tarde.
Te levantas de la siesta algo recuperada, pero con ansia de comer dulce.
Esa especie de alien que te pide comer muy dulce o muy salado, según
el día y la hora, suele asomar la cabeza a media tarde, cuando aprieta el
cansancio. Allí está él pidiéndote que le des de comer.
Sabes que, si le das de comer lo que le apetece, luego te sentirás peor,
tendrás remordimientos y te castigarás cenando poco (o no cenando).
Puede que a medianoche te entre un hambre insaciable, salgas de la
cama y acabes atracando los restos de la cena o incluso un bollo o lo
que haya en la nevera. Y luego vuelven los remordimientos que te
llevarán a hacer compensaciones.
Incluso cuando lo haces bien, hay noches que casi no duermes por
malestar digestivo. No sabes por qué.
Te despiertas molida a palos, las horas transcurren muy lentas en la
cama. Todo lo intuyes terrible y hay mil problemas que te atormentan.
Sabes que, si al día siguiente tienes que madrugar, esa noche dormirás
fatal por la ansiedad. Y tu mente y tu cuerpo estarán como si te hubiera
pasado un camión por encima.
Si un día sales y comes de más o te pasas con el alcohol —o lo mezclas
con pasta, pizza o azúcares —‍, esa noche la pasarás en vela.
De hecho, toleras fatal el alcohol y enseguida te sube. Luego la resaca
te dura lo que no está escrito.
Incluso te ha pasado que, tras una cena algo extraordinaria, no has
podido dormir de los pinchazos en la barriga, escalofríos en la espalda o
ganas de ir de vientre, que se han materializado en unas heces blandas y
pestilentes.

«Eso será síndrome del intestino irritable».


Acudes al médico y te dice que todo es normal, que quizás sea una infección
estomacal o bien que tienes algo muy habitual: intestino (o colon) irritable.
 
Incluso puede que te hayan hecho pruebas y hayas salido intolerante a
la lactosa o a la fructosa.
Has hecho dietas bajas en algún alimento y al principio mejoraste, pero
al cabo de un tiempo retrocedes.
Con la llegada del otoño todo se tiñe de pesimismo, y tú te sientes morir
un poquito más en esa estación.
Sigues sin saber qué hay de malo en ti que te impide encontrarte bien.
Añoras la persona que solías ser, el silencio en el cuerpo y el bienestar
de no tener que preocuparte por cómo te sentirás mañana.
El invierno avanza y es la peor estación. No toleras el frío, te duele todo
con su llegada. Te haces pequeñita. Te harías una bolita y no saldrías al
mundo exterior. Te quedarías en un rinconcito hibernando, y quizás así
te recuperarías por fin para cuando llegara la primavera.
Ha llegado un punto en que esa fatiga que sientes se ha adueñado de tu
voluntad.
No es un cansancio que se recupere descansando; es un cansancio
celular.
Con la llegada del buen tiempo, te gustaría tener más energía y ganas de
practicar actividades al aire libre, pero sigues estancada (o incluso peor
que el año anterior).

Tus analíticas están bien. Tú tienes que estar bien, ¿verdad?


Acudes al médico y te dice que todo está normal, que si estás cansada es
astenia y que tus analíticas están bien. Que te tomes la pastilla y que no te
quejes o que vayas al psicólogo.
No obstante, tú intuyes que hay algo que no encaja en tu vida. Incluso tus
menstruaciones están alteradas. Algunas veces han sido reglas muy cortas;
otras, ciclos en los que ni siquiera te viene. A veces tienes manchas
marrones antes de que te venga. En ocasiones, han sido muy dolorosas y te
sientes fatigada los días antes de menstruar. Para el dolor te recomiendan
ibuprofeno. Estás harta de que la única solución a los dolores sea tomarte un
antiinflamatorio (además, has leído que es malo para la salud de tu
intestino).
Tienes dolores de cabeza. Dolores articulares que te recuerdan a los
achaques de tu abuela. Dolores musculares y contracturas cuando haces
algún esfuerzo extra, o incluso sin hacerlo.
Y esa hinchazón de piernas con el calor. Esos párpados hinchados como un
pulpo a primera hora de la mañana. Y esa joroba que te está saliendo de
tanto aguantar el peso de una vida agotadora.
Notas una opresión en la garganta. Una especie de grito que no puede salir.
El cuestionamiento
Una sociedad que desprecia el sufrimiento evitable de las personas con
hipotiroidismo (o cualquier otra enfermedad crónica) no es una sociedad
sana.
Por eso has empezado a indagar, a preguntarte si quizás haya algo que esté
en tu mano hacer para encontrarte mejor. Quizás todas estas alteraciones
tienen que ver con la causa raíz de tu estado de salud. Esa causa raíz parece
estar oculta a los ojos del sistema de salud que te atiende, pero tú la intuyes.
Y no te vas a conformar. Estás harta del ninguneo hacia los síntomas que
sientes de forma tan cruda en tu cuerpo.
Has decidido retomar el control de tu salud y tu vida. Te cuento cómo
conseguirlo en el siguiente capítulo.
Lecciones aprendidas: capítulo Q
1. El hipotiroidismo no te mata rápido; es una enfermedad insidiosa que
puede tardar años en diagnosticarse.
Se calcula que, de media, el diagnóstico suele tardar de diez a quince años.
La razón es doble: por un lado, los síntomas del hipotiroidismo son poco
específicos. Por otro lado, los rangos de valoración de la TSH están tan
desactualizados que hasta que no estés muy mal no te darán la razón ni te
diagnosticarán. Además, no suelen indagar más allá de este valor (la TSH),
que es parcial, cuando en realidad deberían comprobar el panel completo:
TSH, T4L, T3L, anticuerpos antitiroideos (anti-TPO y anti-TG).
Además, intuyo que la invisibilización de nuestra enfermedad se debe, en
parte, a que se trata de una condición que afecta en su gran mayoría a las
mujeres y da síntomas genéricos. Así, mientras la práctica clínica siga
sesgada por parámetros de género, se nos seguirá ninguneado e
infantilizando.
Dentro de este marco conceptual del hipotiroidismo, que es tan parcial,
siempre existirá una explicación paternalista para menospreciar nuestros
síntomas: «Eso será porque estás muy estresada o porque estás criando a los
hijos o porque trabajas fuera y dentro de casa o porque tienes a personas
mayores a cargo o porque no te puedes quedar embarazada o porque tus
reglas te drenan mucha energía…». Y, claro, desde este punto de vista, es
normal que las mujeres con hipotiroidismo estemos siempre mal y que
debamos aceptarlo como algo natural.
No es natural, solo es algo normal para una ciencia heredera de años de
hegemonía masculina que no tiene en cuenta ni las diferencias entre géneros
ni las características específicas de la salud de la mujer.
2. El hipotiroidismo se cuela en todos los ámbitos de tu vida.
El hipotiroidismo no solo condiciona tu vida hoy, sino que impide tu avance
personal y tu desarrollo profesional futuros. Te hace más propensa a la
depresión, te da mala noche y peor despertar, agota tu cuerpo y nubla tu
mente.
Subyace a muchos problemas de fertilidad, caída del cabello, malestares
intestinales, dolores crónicos, migrañas, fibromialgias y otras enfermedades
de componente autoinmune, como endometriosis, psoriasis, enfermedades
inflamatorias intestinales (Crohn y colitis), lupus, artritis reumatoide, etc.
3. El hipotiroidismo es (marca con una X todas las afirmaciones que se
apliquen a tu caso):
 
Sentir que el cuerpo no puede llegar donde solía hacerlo.
La sensación de resaca instaurada de forma permanente en tu cuerpo
(sin tomar ni gota de alcohol).
Habitar un cuerpo que se ha convertido en un desconocido.
Meterte en la cama agotada y tener los ojos abiertos como platos y los
músculos tensos como resortes.
Levantarte al día siguiente más cansada de lo que te acostaste.
Querer jugar con tus hijos, nietos o sobrinos y no poder.
Sentir que tu pareja tiene ganas de hacer el amor y a ti no te apetece
casi nunca.
Querer aprovechar el fin de semana y que te cunda solo para ordenar
media estantería.
Querer explicar cómo te sientes y ser incapaz de hacerlo.
Cargar con un cuerpo pesado y una mente ansiosa e ineficiente.

Si has marcado más de tres, ha llegado el momento de aprovechar esta


oportunidad que te ha brindado la vida para convertir tu enfermedad en tu
brújula.
4. Convertir tu enfermedad en tu brújula vital.
Lo bueno de esta enfermedad es que te guía en tu camino. Cada vez que te
desvíes de la recuperación, tu cuerpo te avisará trayéndote síntomas antiguos
o presentándote nuevos. Cuando mejores, te recompensará con un estado de
vitalidad como hacía tiempo (quizás años) que no sentías. Quizás no sea
todo lo fácil y rápido que te gustaría, pero te puedo asegurar que será el
mejor proceso de crecimiento personal de tu vida.
¿Lo hacemos juntas?
Puedes ver nuestra forma de trabajar en estas Masterclasses GRATIS del
Método Reshape
.
 

R
Retomar el control
Mi funcionamiento durante años

C uando miro atrás, me doy cuenta de que he pasado la mayor parte de mi


vida pendiente de los demás y olvidándome de mí misma, siempre
procurando caer bien, cuidando el más mínimo detalle para que los de mi
alrededor se sintieran a gusto. Cuando conocía a una pareja nueva, mi vida
giraba alrededor de intimar con ella y crear un ambiente propicio a sus
gustos. Cuando organizaba una celebración en casa, intentaba que todos
estuvieran a gusto, tan pendiente de que no fallara nada que apenas
disfrutaba de la fiesta en sí.
En el trabajo siempre me he esforzado mucho por caer bien. De hecho, soy
de las pocas que se dirigía a sus jefes de forma amable y esforzándose por
hacer las tareas de acuerdo con sus gustos (aunque algunas veces creyera que
no tenían razón).
He claudicado ante deseos de suegras, cuñadas y amistades. He intentado
siempre estar bien con ellas, aunque eso significara no poder hacer lo que a
mí me gustaba. Durante años, me he quejado tan poco —reclamando casi
nada de lo que en realidad quería— que incluso he llegado a olvidar lo que a
mí me motiva. En ese incansable complacer a los demás me he abandonado,
desgastado y vaciado. Ese desgaste energético para con los demás
contribuyó a empeorar mi hipotiroidismo.
Durante todos mis años de docilidad absoluta, me he sentido con pocas
fuerzas y sin capacidad de confrontar los conflictos. Teniendo una mente
espesa y lenta, es difícil dilucidar lo que una desea de verdad. Hasta que no
pasó algo grave en mi entorno, y me sentí profundamente defraudada, no
levanté la cabeza y aprendí a decir no . Esa traición fue un trauma, pero
también ha significado la oportunidad de recuperarme. Un volver a
priorizarme como cuando era pequeña y pataleaba.
Ahora pataleo por mi tiempo, mis gustos y mi creatividad. Ahora sé que
cuando digo no , soy fiel a mí misma y no termino rodeada de personas que
me quieren modelar a su gusto, sino que me aceptan tal y como soy.
Pasar a retomar el control de mi vida, mis prioridades y mis gustos también
me ha ayudado a retomar el control de mi salud. Ya no dependo única y
exclusivamente de lo que me dice el médico de turno; ahora entiendo lo que
me ocurre y sé qué puedo hacer al respecto para mejorar a diario.
Creo que es un círculo virtuoso: cuanto más me priorizo y más me cuido,
mejoro aún más rápido. Aunque a algunas personas no les gusten mis
cambios, yo soy ahora más dueña de mi vida que nunca.
A continuación, te relato cómo puedes dar ese salto tú también.
Patrones de comportamiento en las personas con hipotiroidismo o
autoinmunidad
Nuestra psicóloga de referencia en el Método Reshape, Cristina Soler,
también está afectada de autoinmunidad y se ha recuperado de un Marsh 3
con pautas de estilo de vida (que van más allá de hacer dieta estricta sin
gluten). Es toda una campeona. La escala de Marsh es la forma de medir el
nivel de lesión del intestino de las personas con celiaquía. El nivel más grave
es el 3, cuando las vellosidades intestinales están atrofiadas.
Pues bien, Cristina, en su afán por comprender si existen patrones de
comportamiento comunes entre las personas con autoinmunidad, se ha
dedicado a estudiar el tema a fondo y lo ha contrastado en su dilatada
experiencia en su consulta de autoconocimiento (consulta individual para
analizar la personalidad y así orientar mejor tu vida).
Ella habla de la necesidad de conocernos mejor para avanzar, y destaca tres
aspectos clave:
1. En autoinmunidad el cuerpo se ataca a sí mismo; le falla el sistema de
reconocimiento de lo propio.
2. Sería conveniente saber si este mismo mecanismo de autodestrucción
orgánica también lo tenemos activado a nivel psicológico para trabajarlo y
mejorar nuestra salud, tanto mental como física.
3. Existen tres señales de activación del mecanismo de autodestrucción
psicológico:
a) perfeccionismo
b) no expresar emociones
c) dificultad para decir: «Yo voy primero».
Seguramente estarás pensando que es fácil decirlo, pero muy difícil llevarlo
a la práctica. ¿Cómo desactivamos estos mecanismos? A continuación,
comparto varias estrategias efectivas. ¿Empezamos?
Perfeccionismo estéril
El perfeccionismo es la autoexigencia de querer tenerlo todo bajo control. Es
una forma de automachacarse muy nociva para tu salud. Como quieres que
todo salga perfecto, lo antepones todo a cuidar de tu salud.
Cristina Soler nos propone el siguiente ejercicio para liberarnos de esa carga.
Coge papel y lápiz y escribe tus frases de permiso para no ser perfecta. Te
pongo mis ejemplos:
«Me doy permiso para no ser la trabajadora/pareja perfecta».
«Me doy permiso para equivocarme una y mil veces en mi proyecto
profesional».
«Me doy permiso para no llevar una alimentación 100 % perfecta todos los
días».
«Me doy permiso para no llegar a todo lo que tengo que hacer cada día».
Para desactivar este mecanismo de autodestrucción psicológica, Cristina
también nos recomienda lo siguiente:
 
Perdónate por todo aquello que has hecho y seguirás haciendo mal.
Aprende a que te importe un comino lo que los demás piensen de ti.
Es mejor hecho que perfecto.

Y yo añadiría:
 
Puedes escribirte cartas de perdón a ti misma.
Puedes imaginarte que en tu destino estaba escrito que te equivocaras
para que aprendieras algo más importante.
Puedes agradecer a tus errores que te hayan hecho crecer como persona
y profesional.
Expresar menos emociones que una estatua de mármol
Otro patrón de comportamiento que Cristina ha observado en consulta
cuando el paciente padece de autoinmunidad es la dificultad para reconocer
y expresar las emociones. También existen dificultades para gestionarlas y
recuperarse de las tensiones emocionales. Para desactivar este mecanismo de
autodestrucción psicológica, el mejor camino es el autoconocimiento.
Cuanto más me conozco, mejor autorregulo mis emociones.
Autocontrol emocional no significa reprimirse; es buscar la mejor manera de
expresar las emociones: a la persona adecuada, de la forma apropiada y en el
momento oportuno.
Como ejercicio para liberar esta carga, Cristina nos recomienda lo siguiente:
 
Intento poner nombre a la emoción que estoy sintiendo: lo escribo.
Me doy permiso para sentirla.
Busco una salida saludable para vehicularla.
Entiendo su mensaje y lo utilizo como aprendizaje.

Quizás te sientas abrumada al leer estas pautas. Déjame que te recuerde que
este proceso puede tomar años, pero que no hay problema: tienes toda la
vida para mejorar. Y aún quedan varios capítulos para ir aprendiendo más
herramientas. En el siguiente, abordaremos el punto c) , la dificultad para
decir «yo voy primero».
Lecciones aprendidas: capítulo R
1. Busca ayuda profesional si te sientes abrumada por todo lo removido.
De la misma forma que vamos a consulta médica o de la nutricionista
cuando tenemos problemas de salud o relacionados con la alimentación,
también podemos acudir a un profesional de la psicología cuando lo
necesitamos.
Si sientes que las reflexiones que te comparto a lo largo del libro te abruman,
busca ayuda.
En el Método Reshape, tenemos sesiones periódicas grupales, algunas de
ellas con Cristina, para trabajar estos aspectos. Con Diego trabajamos
aspectos relacionados con el hambre emocional , es decir, esas ganas de
comer para reprimir o tapar emociones. No se trata de hambre real o
fisiológica, sino que es el mecanismo aprendido (muchas veces desde
pequeños) de tapar las emociones negativas con comida.
Recuerda que puedes ver una pequeña muestra GRATIS del método Reshape
aquí
.
Además, si deseas un espacio seguro e íntimo para trabajar tus emociones, es
ideal que recurras a un especialista en psicología.
2. Hacer terapia psicológica ha sido una de las mejores inversiones de
mi vida.
En las épocas en las que he estado peor, una de las claves para salir del
bache ha sido el apoyo de la psicoterapia. He tenido varias terapeutas a lo
largo de mi vida y me han ayudado a procesar situaciones que me
desbordaban.
Acudir al psicólogo es de gran ayuda y te permite reservar un espacio y un
tiempo de calidad en tu agenda para tratar aspectos que tal vez de otra forma
no abordarías. Muchas veces, cuando nos rodean circunstancias que no
sabemos cómo gestionar, se enquistan y generan más problemas en el futuro.
3. La expresión de las emociones se puede canalizar mediante distintas
vías creativas.
Una de ellas es la terapia psicológica, como te comentaba en el punto
anterior. En mi caso, otra muy efectiva ha sido el arteterapia: teatro, danza,
música, escritura, etc. Cada una de ellas es un instrumento potentísimo para
dar salida a las emociones y sentirte bien en tu cuerpo. Y muchas veces las
puedes usar para obtener resultados creativos, ¡como este libro!
 

S
¿Seguir posponiéndote?
Tú vas la primera
¿Cuántos años más vas a seguir posponiéndote?

E xisten tareas que se pueden aplazar durante un tiempo, pero si nunca te


pones al frente de tu lista de prioridades, nunca llegará el momento de cuidar
de ti misma. No me refiero al momento hedónico de darte un capricho
comiéndote una chuchería. Estos momentos-premio que te tomas
precisamente para compensar el poco espacio de placer que hay en tu vida.
No se trata de esto. Y, de hecho, cuando tus incentivos giran alrededor de
momentos-premio vinculados con la comida, es señal de que algo va mal.
Me refiero a tiempo de calidad a solas contigo misma para ocuparte de tus
asuntos más importantes. Empezando por la salud, que es el patrimonio más
preciado del que dispones, ¿no crees? Es verdad que nunca es tarde. Tanto
da si te decides a los treinta como a los setenta; siempre hay margen para
cuidar más y mejor de una misma.
Si bien nunca es tarde, en hipotiroidismo, cuanto antes empieces, mejor. Es
aconsejable adelantarse a las circunstancias en lugar de esperar a que la
enfermedad siga progresando. ¿Por qué? Para empezar, las personas con una
enfermedad autoinmune tenemos tres veces mayor riesgo de desarrollar otras
enfermedades autoinmunes con el paso del tiempo. Hoy padecemos de
tiroiditis de Hashimoto, que nos da mala vida, pero ¿y si mañana es otra
enfermedad más grave?
Con todo ello no estoy queriendo decir que lo que te pase sea culpa tuya, ni
mucho menos. Sin embargo, responsabilizarte de forma consciente sobre lo
que puedes hacer para estar mejor es una estrategia vital muy aconsejable.
¿Pero qué mosca te ha picado?
Atención: tomar la decisión de responsabilizarte de tu vida de forma
consciente afectará a tu sistema familiar y de relaciones. Tienes que estar
preparada.
Cuando tú —como madre, hija, esposa, pareja o amiga— dejas de dar
prioridad a otras personas como hasta ahora venía siendo el caso, puede que
tu sistema de relaciones se resista y se queje. Es parte del proceso. Ahí es
cuando te das cuenta de que no puedes vivir para los demás de forma
constante, y de que parte del proceso pasa por decir:
 
«Eso no lo voy a seguir haciendo. Tú te encargas a partir de ahora».

O bien:
 
«Yo estoy ocupada ahora mismo encargándome de mis prioridades;
encárgate tú».

Y sostienes esta decisión. En ese punto, aparecerán muchas resistencias,


tanto ajenas como internas.
Las resistencias ajenas aparecerán en forma de comentarios como:
 
«Ya no eres la misma».
«Te has vuelto una egoísta».
«¿Qué mosca te ha picado?».

Las resistencias internas aparecerán en forma de:


 
sentimientos de culpa por no ser tan buena y cumplidora como antes;
sensaciones de peligro por dejar de gustar o de ser amada.

¿Y qué haces entonces?


Empieza a recorrer el camino hacia el bienestar
1. Busca un espacio sagrado, un rincón físico y un espacio temporal en tu día
a día. No es algo para los fines de semana o para una vez cada quince días.
Es algo urgente , porque vivir bien es un asunto urgente. Y priorizarte, aún
más.
2. Busca un tiempo cada día. Seguro que, si te quitas de Instagram,
Facebook, TikTok o la red social de turno a la que dedicas más atención, lo
tienes. No pongas excusas y hazlo. Es el momento del día para reflexionar
sobre cuestiones profundas:
 
¿Cómo he llegado a estar así?
¿Cómo me siento?
¿Qué es lo que intuyo que debo hacer para estar mejor?
¿Por dónde empiezo hoy mismo?
¿Qué es lo primero que puedo cambiar en mi día a día?

3. Felicítate porque esta tarea es de valientes. Puede que algunas de las


respuestas sean muy disruptivas para tu vida y tu entorno:
 
Dejar relaciones difíciles con los demás, contigo misma o incluso con la
comida.
Poner tierra de por medio en relaciones de pareja o familiares.
Confrontar situaciones enquistadas.
Dejar de ser sumisa y obediente para gustar.

He observado que un rasgo de personalidad bastante común en las personas


afectadas por hipotiroidismo y autoinmunidad es la tendencia a tragar
(aunque notemos un nudo en la garganta) y no decir lo que necesitamos;
aceptar situaciones injustas para nosotras, y no decir lo que sentimos de
forma asertiva. Callar y luego quizás estallar tarde y mal.
Aceptamos situaciones abusivas para con nosotras. El origen de este abuso
puede ser externo (jefes, parejas, familiares…) o interno (excesivo
perfeccionismo y rumiación). Tanto en un caso como en el otro, nos
agotamos incluso antes de empezar; no terminamos lo que nos hemos
propuesto, con lo que nos sentimos peor, y nos sometemos a mucha presión.
Dos frases que han cambiado mi vida
 
Mejor hecho que perfecto.
No es culpa mía.

Así pues, vamos a relajarnos y a disfrutar desde la toma de responsabilidad


con nosotras mismas.
A. Revisa la forma como te hablas: tu diálogo interno.
 
¿Lo haces desde el autoamor y te tratas con cariño?¿ O bien te calificas
con adjetivos nefastos y te criticas?
¿Te hablas y te tratas como si fueras lo que más amas de tu vida?
¿Sabes quién es la persona más importante de tu vida? ¿La única que
puede conseguir que estés mejor y que te mantengas en un buen estado
de salud a largo plazo?

B. Mírate al espejo y dedícate unas palabras de amor como harías con tu


mejor amiga.
C. Hazlo cada día.
 
Lo primero, justo después de levantarte.
Lo último, antes de acostarte.

Sostén el hábito por un mínimo de veintiún días y empieza a notar cómo


cambia la relación contigo misma.
Lecciones aprendidas: capítulo S
1. Vencer la dificultad de decir «yo voy la primera».
Este patrón de comportamiento es habitual en las personas con
hipotiroidismo y autoinmunidad. Me lo explicó Cristina Soler, nuestra
psicóloga de referencia en el equipo Reshape. Las personas afectadas por
esta condición de salud tienden a anteponer las necesidades del entorno
familiar o del trabajo a las suyas propias sin procurarse los cuidados físicos,
mentales o emocionales que necesitan.
La dificultad para decir basta , llegar al límite y no saber parar hasta que lo
hace un nuevo brote de tu enfermedad.
Es esa sensación de dejarte siempre para la última.
2. Ejercicio para liberarte de la carga.
El ejercicio que nos propone Cristina Soler es muy potente. Debes dedicarle
algo de tiempo en tu apretada agenda, y lo ideal es hacerlo a primera hora de
la mañana:
Piensa en cuáles son tus creencias respecto a cuidar de ti misma. ¿De dónde
provienen esas creencias? ¿Son tuyas propias o heredadas de tus padres?
¿Son creencias beneficiosas para ti? ¿Qué cambiaría en tu vida sin ellas?
3. Conoce el principio de la intención positiva.
Cualquier conducta, aunque no sea buena para ti, tiene detrás una intención
positiva . Esto quiere decir que obtienes algún beneficio. ¿Qué beneficio
obtienes de no cuidar bien de ti? Quizás es útil porque crees que así te
querrán más o porque te sientes más valorada por los demás si antepones
todo a ti misma.
Reformula la intención positiva:
 
«Cuidando de mí también puedo ser valorada por los demás, porque yo
estaré mejor conmigo misma, tendré más salud y podré ser mejor
trabajadora, madre, pareja, amiga, hija…».
También es importante que reflexiones sobre lo siguiente:
 
«El precio que pagaré por no hacerlo es...». Continúa tú misma la frase.

Entonces:
 
«Decido estar bien primero yo, para luego poder ayudar a los demás».
«Decido cuidar de mí sin ser un acto egoísta».
«Decido pedir lo que necesito; es una buena manera de cuidarme».
«Doy espacio en mi vida para escucharme desde el amor hacia mi
cuerpo y hacia mis pensamientos».

Dedica cada día un espacio a trabajar todo lo que te hemos propuesto aquí
Cristina Soler y una servidora. Puedes verlo como una cita de noviazgo
contigo misma. El mismo amor con el que quedarías con tu pretendiente es
hora de ofrécetelo a ti misma.
Recuerda que estás construyendo la relación más importante y duradera de
tu vida: la relación contigo misma.
 

T
¿Te han dicho que es subclínico? Lo dudo
—Hola, Montse. Me llamo Susana, tengo treinta y cinco años y el médico
me ha dicho que mi hipotiroidismo es subclínico y que no debo preocuparme
antes de tiempo —empezó explicándome en la consulta—. Me ha dicho que
esperaremos a que la cosa avance para medicarme y que no puedo hacer
nada para evitarlo.
—¿Y tú cómo te encuentras? —le pregunté, mordiéndome la lengua sobre lo
que pensaba de esa propuesta.
—Bueno, yo sabiendo que es subclínico y que no tengo de qué preocuparme
creo que debería encontrarme mejor de lo que estoy —respondió preocupada
—. De un tiempo a esta parte, lo que estoy notando es mucho desasosiego.
No sabría como definirlo; quizás lo que más se parecería es una agitación
interna. Me produce una ansiedad casi permanente, me agota, aunque luego
no pueda dormir bien y me levante más cansada de lo que me he acostado.
Y siguió desgranando sus sensaciones:
—He tenido que dejar apartados algunos proyectos personales que me
hacían mucha ilusión, porque ya no rindo como antes.
»Mi trabajo es bastante estresante y tengo que apuntarlo todo, hasta el más
mínimo detalle, porque si no me olvido de cosas básicas. Incluso
instrucciones que me acaban de dar y que antes hacía casi sin pensar. Ahora
todo me cuesta un gran esfuerzo mental y físico.
»A cada poco, debo preguntarme: «A ver. ¿Qué iba a hacer ahora?».
»La sensación es como si hubiera una especie de huella medio borrosa en mi
memoria. Antes podía recordar todo sin tanto esfuerzo.
—¿Has notado algún otro síntoma que te preocupe o algo diferente a hace un
tiempo? —le inquirí.
—¡Sí! Pero no sé si tendrá alguna relación. Mis reglas son más irregulares y
dolorosas que antes —‍añadió—. El endocrino me ha dicho que no tiene que
ver con el hipotiroidismo y que vaya a la ginecóloga para que me recete
anticonceptivas, pero yo no lo veo nada claro.
—Ciertamente las alteraciones menstruales pueden ser uno de los primeros
síntomas del hipotiroidismo. ¿Y alguna cosa más que notes cambiada en tu
cuerpo? —insistí.
—Bueno, hay un tema que me da mucha vergüenza —dijo sonrojándose y
bajando la cabeza—. Se trata de la falta de deseo sexual. No es que yo fuera
superfogosa, pero antes me apetecía de vez en cuando. Sin embargo, ahora
nunca tengo ganas. Podría pasar meses sin hacerlo. Noto como si no tuviera
energía para ello y para tantas otras cosas.
Aquí se quedó callada unos instantes y luego me habló con el corazón en la
mano.
—Voy tirando como puedo con mi vida a cuestas, pero sí que es verdad que
me noto muy alicaída. De hecho, tengo pensamientos muy negativos sobre
mí y sobre los demás. Los tengo con mucha más frecuencia que antes. Tengo
la sensación de que todo lo malo me va a pasar a mí o a los míos.
»Es una especie de certeza funesta que me persigue de forma intermitente.
Sobre todo, cuando más me atenaza es a medianoche. Muchas veces me
levanto con un sobresalto, sin venir a cuento de nada. No hay ruidos fuera ni
dentro de casa, pero yo me temo lo peor: sufro de un miedo infundado de
que vayan a entrar a robar.
»En esos momentos, intento relajarme. Pero para entonces mi cerebro ya se
ha puesto en alerta máxima: “Vamos a pensar en todo lo terrible que puede
pasar”. Y me vienen ideas muy pesimistas sobre lo que me puede suceder en
el futuro inmediato y a largo plazo. Me angustia, no descanso y luego me
siento agotada cuando suena el despertador.
El caso de Susana es un claro ejemplo de los síntomas iniciales del
hipotiroidismo.
Por más que le pongan la etiqueta de subclínico (consulta las «Lecciones
aprendidas» a continuación para entenderlo), no significa que no te esté
afectando. De hecho, cuando te ponen esta etiqueta es porque ya existe una
alteración hormonal de los valores de TSH. Dicha TSH (hormona
estimulante de la tiroides) es el parámetro más insensible para medir lo que
ocurre en tu cuerpo.
Cuando la TSH está alterada, los otros parámetros (en especial la falta de
T3L) ya llevan tiempo provocando un hipotiroidismo en tus células y tejidos.
Por eso te encuentras tan mal.
Te han dicho que es subclínico, que no te afecta, pero mientras tanto tu
sigues:
 
postergando tus planes de futuro profesional y personal para cuando te
encuentres bien;
esperando ese ansiado positivo que no llega después de año y pico
llorando tras cada regla;
aplazando tus ilusiones de empezar ese nuevo proyecto porque no
tienes energía;
rehuyendo el sexo porque hace mucho tiempo que perdiste el deseo;
llorando cada vez que te cepillas por la caída del cabello;
imaginando qué feliz serías si, por fin, tuvieras ganas de jugar con tus
hijos, nietos o sobrinos sin sentirte agotada;
añorando cuando tenías fuerzas para cocinar comidas ricas para ti, tu
familia y tus amistades;
recordando cuando podías arreglar toda la casa y luego salir a pasear
con tu mejor amiga;
deseando poder volver a apuntarte a cursos y aprovecharlos al máximo;
aplazando vivir la vida en plenitud porque este cuerpo cansado ya no te
sigue el ritmo;
posponiendo la felicidad de ir de excursión (o de viaje) porque estás
demasiado agotada al cabo de media hora de caminar;
sintiéndote veinte años mayor de lo que dice tu fecha de nacimiento;
cargando con un sobrepeso que no guarda relación con tu siempre
eterna dieta;
sin poder ir al gimnasio dos días seguidos porque tu cuerpo desfallece;
sintiéndote frágil e incapaz de confrontar la incertidumbre de tu vida si
sigues así;
llorando la pena de que todo te siente mal y sin saber qué comer para
estar mejor;
intuyendo que ya no tienes fuerzas para conseguir lo que deseas;
sintiendo que estás en lo más hondo del pozo y que no sabes cómo
hacer para salir de él;
intuyendo que tu hipotiroidismo de subclínico no tiene nada y que ya
lleva tiempo fastidiándote la vida;
pensando en que no vas a esperar el veredicto de un juez
desactualizado;
decidiendo actuar para estar mejor desde hoy.

Descubre en las lecciones aprendidas porque el hipotiroidismo subclínico no


existe.
Lecciones aprendidas: capítulo T
1. Agotamiento, pesimismo y problemas para dormir suelen ser los
síntomas iniciales del hipotiroidismo.
También lo son la hipercolesterolemia no atribuible a la alimentación, las
alteraciones menstruales, los problemas de fertilidad y la larga lista de
síntomas que repaso a lo largo de este libro. Si en tu familia existen
antecedentes de problemas de tiroides (sea hipo o hiper), pide que te la
revisen. Y ten muy presente lo siguiente.
Ponte en alerta si:
 
te miran la TSH y está por encima de 5 microUI/ml, pero como tienes
la T4 «bien» (dentro del rango), te dicen que tú tienes que estar bien;
te miran la TSH y está entre 2,5 y 5 microUI/ml, pero ya no te miran
nada más.

¿Qué puedes hacer si tu TSH está por encima de 2,5 microUI/ml y te


encuentras mal?
Hay varias opciones: una es encargar un panel de tiroides completo en un
laboratorio privado. Escribe en el buscador «panel de tiroides completo» y tu
ciudad y te saldrán opciones económicas. A continuación, busca un
profesional de la medicina que esté al día y pueda darte un diagnóstico
afinado.
En paralelo, empieza a formarte con todo lo que te ofrecemos en Reshape,
accede a las Masterclasses GRATIS aquí
.
2. El hipotiroidismo subclínico no existe.
Es un diagnóstico basado en parámetros desactualizados. Te explico por qué.
Subclínico significa que no tiene clínica, es decir, que no da síntomas. Los
síntomas del hipotiroidismo pueden afectar a cualquier tejido u órgano del
cuerpo. Si te encuentras mal, pide que te revisen bien la tiroides.
Se calcula que la mitad de las personas con problemas de tiroides no tiene
aún diagnosticada la enfermedad. La referencia para diagnosticar el
hipotiroidismo es la TSH. Este parámetro es insensible y sus valores están
desactualizados; por lo tanto, nos da poca información. Cuando digo que la
TSH es insensible me refiero a que cuando está alterada (por encima de
2,5  microUI/mL) ya suele dar sintomatología por déficit de T3L en los
tejidos (hipotiroidismo tisular o celular). La realidad es que muchos médicos
no se preocupan hasta que no está por encima de 5  microUI/mL. Para
entonces, el hipotiroidismo ya suele haber hecho mella en buena parte de
tejidos y órganos*.
Reducir el rango de normalidad de la TSH a un máximo de 2,5 microUI/ml,
tal y como lleva más de diecinueve años reclamando la Sociedad Americana
de la Tiroides y la Asociación Americana de Endocrinólogos Clínicos (26,
27), podría beneficiar a muchas personas. Dicho descenso es apuntado por el
prestigioso estudio Wickham —con un seguimiento de más de veinte años a
una amplia cohorte de personas— e indica cómo una TSH mayor de
2 microUI/ml está asociada al desarrollo del hipotiroidismo (28).
Por lo tanto, y teniendo en cuenta que la TSH es el parámetro analítico
menos sensible al estado real del paciente (29), sería un gran sueño que esta
recomendación de casi cuatro lustros se tuviera en cuenta. Además, algunos
estudios apuntan a que la TSH aumentada ( incluso dentro del rango de
laboratorio) incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular, cáncer y
mortalidad (30).
3. Cómo debería valorarse si existen alteraciones tiroideas.
 
Valoración de los niveles de la T3L en los diagnósticos y seguimientos
de los pacientes hipotiroideos: este es el indicador más fiable, según la
mayoría de las fuentes actualizadas, para valorar el daño tisular
asociado al hipotiroidismo y el riesgo cardiovascular asociado (26, 27).
Valoración de anticuerpos antitiroideos anti-TPO y anti-TG (ambos y
no solo los anti-TPO) para diagnosticar si el origen de la alteración es
autoinmune (como en el 90  % de los casos de hipotiroidismo en los
países industrializados).
En el caso de las mujeres que, como yo, un día nos tuvimos que
someter a un tratamiento de fertilidad, se debería tener en cuenta que
una TSH por encima de 2,5 microUI/ml es un predictor importante del
fracaso en los procesos de fecundación in vitro (31) y debería
prestársele mucha atención para evitar mayor sufrimiento y más
tratamientos.

4. ¿Por qué no nos revisan todos los parámetros y con rangos


actualizados?
Me lo he preguntado muchas veces. A mi entender, creo que se debe a que la
medición de la TSH es el parámetro más económico que existe dentro de
todo el panel de la tiroides. Medir la T4L o la T3L o los anticuerpos (anti-
TPO y anti-TG) representa una inversión económica mayor por parte del
sistema sanitario.
¿Pero acaso no es peor el sufrimiento asociado a padecer una enfermedad no
diagnosticada?
Muchos de los profesionales de la salud trabajan con los rangos de
normalidad que les proporciona el laboratorio y no se plantean ir más allá.
Los rangos de normalidad incluyen población que aún no está diagnosticada
pero que ya tiene la tiroides alterada; por lo tanto, no son rangos 100  %
afinados.
Si solo te miran los valores marcados en asterisco, y si estos valores,
además, están desfasados, aun cuando tú le digas que te encuentras mal,
terminarán diciéndote la famosa frase: «Tienes que estar bien, porque tus
analíticas están bien». Y eso no es verdad.
El panel de una tiroides sana para mí sería:
 
TSH por debajo de 2,5 microUI/mL.
T4L en la mitad superior del rango.
T3L en el cuarto superior del rango.
Anti-TPO y anti-TG por debajo 6 UI/mL.

Creo firmemente que una gran parte del sufrimiento vinculado al


hipotiroidismo es evitable. Y que las pacientes podemos hacer mucho para
encontrarnos mejor y prevenir futuras complicaciones.
Si intuyes que es tu momento de descubrir todo lo que puedes hacer (tengas
o no diagnóstico en firme), accede a la página de premios del libro; allí
encontrarás contenidos GRATIS del Método y muchas sorpresas más.

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* El hipotiroidismo celular o tisular es el que sientes en tu cuerpo por los niveles bajos de T3L.
Empieza a darse mucho antes de que los niveles de TSH se vean afectados.

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Referencias:
26. J. R. Garber et al.: «Clinical practice guidelines for hypothyroidism in
adults: cosponsored by the American Association of Clinical
Endocrinologists and the American Thyroid Association», Thyroid , vol. 22,
n.º 12, p. 1200 –1235, dic. 2012.
27. P. W. Ladenson et al.: «American Thyroid Association guidelines for
detection of thyroid dysfunction», Archives of Internal Medicine , vol. 160,
n.º 11, p. 1573, jun. 2000.
28. M. P. J. Vanderpump et al.: «The incidence of thyroid disorders in the
community: a twenty-year follow-up of the Whickham Survey», Clinical
Endocrinology (Oxford), vol. 43, n.º 1, p. 55–68, jul. 1995.
29. Meier, P. Trittibach, M. Guglielmetti, J. J. Staub, and B. Müller: «Serum
thyroid stimulating hormone in assessment of severity of tissue
hypothyroidism in patients with overt primary thyroid failure: cross sectional
survey». British Medical Journal , vol. 326, n.º 7384, p. 311–2, feb. 2003.
30. K. Inoue, T. Tsujimoto, J. Saito, and T. Sugiyama: «Association between
serum thyrotropin levels and mortality among euthyroid adults in the United
States», Thyroid , vol. 26, n.º 10, p. 1457–1465, oct. 2016.
31. D. W. Cramer et al.: «Serum prolactin and TSH in an in vitro fertilization
population: is there a link between fertilization and thyroid function?»,
Journal of Assisted Reproduction and Genetics , vol. 20, n.º 6, p. 210–215,
2003.
 

U
Un trabajo de por vida: cuidarte
M i objetivo con este libro está claro: ayudarte a convertir tu enfermedad
en una oportunidad de transformación. Para ello, un paso previo es alcanzar
la mentalidad de:
 
priorización (te hablo de ello en el capítulo S);
autocuidado (te hablo de ello aquí): de la misma forma que trabajas
cada día, cuidarte también es una labor diaria;
responsabilización (te hablo de ello en el capítulo V).

Si hace veinte años me hubieran dicho que se podía vivir así de bien, no
lo habría creído.
Imagina por un momento cómo te sentirías en la situación siguiente: te
levantas descansada y con la mente fresca. Te sientes fuerte. Bebes un vaso
de agua y, en ayunas, entrenas a buen ritmo durante 45 minutos. Después del
entreno tomas una ducha bien fría revitalizante y sientes cómo tu cuerpo es
capaz de generar calor al salir. Tienes la mente enfocada y rindiendo al
máximo.
Te concentras en las tareas creativas y productivas que más esfuerzo
requieren. Al cabo de una hora de concentración máxima, tomas un
desayuno nutritivo y haces un descanso de veinte minutos al aire libre.
Expones tu piel al sol todo el año.
Vuelves a la carga con las tareas pendientes. Ahora tocan las más pesadas:
responder correos, reuniones online , etc. Llega la hora de comer y tienes
casi todo despachado. Te da tiempo de prepararte una comida nutritiva:
verduras salteadas y un filete; de postre, una pieza de fruta del tiempo.
Después de comer te regalas veinte minutos de descanso lejos de pantallas
para refrescar tu mente.
Por la tarde puedes elegir: dedicarle un rato más a la creatividad o bien
terminar de atender los temas que quedaron pendientes por la mañana.
Luego dispones de tiempo y energía para las actividades de la tarde: recoger
a los niños y jugar con ellos, dar un paseo, un entrenamiento suave, leer por
placer… Lo que te apetezca.
Por la noche, te preparas una cena ligera y temprana. A continuación, puedes
tener una conversación con tu pareja, tu familia, una amistad o bien leer un
libro. En cualquier caso, no hay pantallas estimulantes de por medio ni te
dedicas a comparar tu vida con la que muestran los demás en sus redes
sociales.
Pones luces de tonos rojizos y anaranjados a última hora para empezar a
segregar melatonina. Escuchas música relajante o sigues leyendo algo que te
gusta y te entran ganas de dormir. Te vas a la cama. En tu habitación la
iluminación nocturna también es rojiza, y antes de dormir agradeces el día
productivo y satisfactorio que has tenido. Si hay temas pendientes para el
siguiente, los anotas en una hoja de tu diario y los dejas reposar allí.
Duermes del tirón y te levantas descansada y fresca como una rosa. El fin de
semana tienes tiempo de adentrarte en la naturaleza y recargar aún más la
mente y el cuerpo.
Si hace apenas dos años alguien me hubiera dicho que esta agradable rutina
diaria y semanal sería la mía, no le habría creído. Toda mi vida he estado
metida en un bucle de malestar, mal dormir, problemas para rendir tanto a
nivel físico como mental…
¿Qué quiero decirte con todo esto?
No soy especial, ni yo ni las más de 2700 personas que han pasado por el
Método Reshape y que hemos transformado nuestras vidas con
hipotiroidismo. Se trata de tener claras las estrategias clave. Quizás te suene
raro, pero es tan fácil (o tan difícil) como esto.
Reflexiones sobre un proceso de larga duración
Cuando un diagnóstico de enfermedad crónica llega a nuestras vidas, suele
ser el resultado de una progresión insidiosa de años. Sin (apenas) darnos
cuenta, vamos empeorando, nos van mermando las energías, nos aparecen
achaques, no conseguimos bajar peso por más dietas que hagamos, tenemos
dolores y ya no rendimos como antes.
Se calcula que, desde el inicio de una enfermedad autoinmune como la
tiroiditis de Hashimoto hasta que nos dan el diagnóstico, suelen pasar del
orden de diez a quince años.
Cabe destacar que existen eventos que pueden acelerar el proceso de
aparición. Se trata de episodios traumáticos o de periodos de mucho estrés,
como la famosa tiroiditis postparto, que se calcula que afecta de forma
transitoria a un tercio de las mujeres que dan a luz, la mitad de las cuales
acabarán desarrollando una tiroiditis autoinmune de por vida.
Hago un paréntesis aquí para insistir en que si después de parir te encuentras
muy agotada y te dicen sin más que es la depresión postparto (el famoso
baby blues ), no te conformes. Pide que te revisen el panel completo: TSH,
T4L, T3L, anticuerpos anti-TPO y anti-TG.
Otros momentos vitales que pueden detonar la tiroiditis son los grandes
cambios hormonales:
 
la menarquia (cuando nos viene la regla)
el embarazo y el posparto
la menopausia (cuando se nos va la regla).

En mi caso, tengo serias sospechas de que cuando a los once años me vino la
regla, justo después de una mononucleosis que me dejó postrada en la cama
durante tres meses, apareció el hipotiroidismo en mi vida. La fatiga que no
remitía fue uno de los primeros síntomas, junto con los dolores y
desequilibrios menstruales. Aun así, tardaron catorce años en diagnosticarme
y fue casi por casualidad (tal y como te cuento en los dos primeros
capítulos).
¿Sospechas de algún momento o acontecimiento que pudiera desatar tu
hipotiroidismo?
Apuntes sobre las analíticas
Me permito recordarte que una TSH por encima de 2,5 microUI/mL y
síntomas de hipotiroidismo (sobre todo agotamiento) debería hacernos
sospechar. Para hacer una revisión a fondo deberían mirarnos todos los
parámetros: TSH, T4L, T3L y anticuerpos anti-TPO y anti-TG.
Para descartar un componente tiroideo:
 
TSH por debajo de 2,5 microUI/mL
T4L en la mitad superior del rango
T3L en el cuarto superior del rango
Anti-TPO y anti-TG por debajo 6 UI/mL

Respecto a los anticuerpos, los anticuerpos positivos indican autoinmunidad


contra la tiroides. Aunque ninguno de los otros parámetros esté alterado,
deberíamos ponernos sobre alerta y empezar a actuar sobre nuestro estilo de
vida. Se calcula que en el 90  % de los casos de anticuerpos positivos, la
tiroiditis progresará lo suficiente como para provocar un hipotiroidismo.
Ese momento en el que los anticuerpos son positivos pero el resto de los
parámetros están bien (TSH, T4L y T3L) es el óptimo para empezar a
incorporar cambios y prevenir males mayores.
Por último, me gustaría aclarar también que tú no eres tus analíticas; eres
más que un valor analizado en un momento concreto. La mejor forma de
valorar los progresos que irás haciendo es a través de los síntomas, es decir,
a través de cómo te encuentras.
Convertir tu diagnóstico en una brújula vital
Tanto si tienes un diagnóstico de hace años y arrastras síntomas de larga
duración como un diagnóstico de hace poco y con síntomas de aparición
reciente, en ambos casos, tu labor es ponerte manos a la obra para cuidarte
desde este preciso momento. Es la mejor estrategia para empezar a estar
mejor y prevenir futuras complicaciones.
Por eso afirmo que tu diagnóstico es una gran oportunidad, y lo puedes
convertir en la mejor brújula de tu vida. Tu condición de salud te guiará; te
dirá cuándo vas por buen camino. También te avisará con malestares y
dolores varios cuando te estés desviando.
La gestión del estrés es una pieza clave
Es obvio que todas podemos sufrir episodios de mucho estrés, o incluso de
sufrimiento, pero si siempre estás estresada y preocupada por todo y por
todos, entonces es muy difícil mejorar.
En el capítulo R y el capítulo S te he hablado sobre los perfiles de
personalidad asociados a nuestra condición de salud. Tenlo en cuenta y
trabájalo cada día. Ahora quiero explicarte cómo mejorar el estrés en tu vida.
Lo haré de la única forma que sé: compartiendo mi experiencia en las
lecciones aprendidas.
Lecciones aprendidas: capítulo U
Mi decálogo para liberarte del estrés innecesario en tu vida:
 
1. Deshazte de las condiciones de trabajo o relaciones de pareja abusivas.
2. Busca tiempo a solas y alejada de estímulos y distracciones. Visualízate
sana, relajada y feliz.
3. Habita plenamente el silencio de tu cuerpo.
4. Respira aquellas partes que notas desajustadas; en especial, proyecta luz
en tu tiroides.
5. Disfruta de cada momento con plena consciencia de que no volverá.
6. Di «no puedo» antes de que sea demasiado tarde. Pide ayuda cuando la
necesites.
7. Da salida al estrés a través del movimiento: entrena, trabaja de pie (con
una mesa elevable) o sal a caminar.
8. Entabla una relación amorosa, de respeto y de autocuidado contigo
misma.
9. Escoge muy bien a quién o a qué dedicas tu tiempo y esfuerzos.
Olvídate de agradar a todo el mundo.
10.                   Toma consciencia de que estamos aquí de paso y para aprender. Y
que la cuenta atrás ya ha empezado.

En el siguiente capítulo descubrirás cómo vivir sin culpa haciéndote


responsable.
 

V
Vivir sin culpa, haciéndote responsable
de (casi) todo
L a culpa es una carga muy pesada. Nuestra sociedad occidental la ha
incentivado para mantener los mecanismos de control sobre la mayoría de
las personas, así como el poder en beneficio de una élite. No es este el lugar
para hacer análisis sociológicos, porque no es mi especialidad, pero quiero
que tengas en cuenta que sentirte culpable es un mecanismo que tienes
aprendido desde muy pequeña. Y que afecta mucho a tu relación con tu
cuerpo y tu salud.
Mi experiencia con la responsabilización de mi salud
Durante años he creído que mi salud era algo ajeno a mí, algo que ocurría
por equis factores externos, y que alguien externo debía controlar. Mi visión
era parecida a la de una niña. Como cuando vas al colegio y tienes que hacer
exámenes, pero sin que el resultado dependiera de mí.
En este contexto era muy fácil enfadarme con los médicos, nutricionistas o
demás personal sanitario porque ellos no me encontraban la solución. O bien
resignarme a estar mal —la frase famosa que tantas veces me dijeron en
consulta: «Tus analíticas están bien; por lo tanto, tú tienes que estar bien.
Tus malestares no son por el hipotiroidismo»— y sentirme afortunada dentro
de lo malo: «Tienes suerte de que esta es una enfermedad muy fácil; todo
queda controlado cuando te tomas la medicación».
A estas alturas del libro, ya sabrás que ni la medicación es una panacea, ni tu
salud es responsabilidad de otros, ni tú tienes la culpa de haber terminado
sufriendo esta enfermedad. Las enfermedades autoinmunes tienen un
componente genético: se calcula que el peso de los genes es de un 25 % a un
35  %. La mayoría de los factores que hacen que acabes detonándola y
progresando son debidos al estilo de vida: entre un 65 % y un 75 %. Por lo
tanto, no debes sentirte culpable de tener esta enfermedad, aunque sí que
eres en gran parte responsable de cómo evolucionará.
Sé que esta última frase te puede haber caído como una losa enorme. Nos
ocurre a muchas personas cuando nos damos cuenta de ello. Si lo miras bien,
en el fondo es una gran oportunidad, ya que te confiere un poder muy grande
para mejorar por ti misma.
¿Y si te dijera que no tienes la culpa de nada de esto?
No eres culpable de:
 
tu sobrepeso;
sentirte agotada;
tu esterilidad;
tus desajustes menstruales;
tu caída del cabello;
tu piel reseca;
tu falta de deseo sexual;
tus problemas de concentración;
tu niebla mental;
tus dolores articulares o musculares;
tus malestares intestinales.

Tampoco es culpa tuya:


 
el ninguneo generalizado que recibimos las personas con hipotiroidismo
cuando nos quejamos de nuestros síntomas;
el menosprecio al sufrimiento, en gran parte evitable, que se nos hace
desde el sistema convencional de salud;
la desactualización imperante que está presente en gran parte del
sistema de salud respecto a los valores analíticos;
el desconocimiento en la mayoría de la práctica clínica sobre los niveles
óptimos de T3L y la necesidad de monitorizarlos para valorar el grado
de hipotiroidismo tisular que sentimos;
el poquísimo tiempo del que disponen los médicos para revisar nuestros
casos;
la falta de conocimiento del rol que desempeñan los autoanticuerpos
(anti-TPO y anti-TG) sobre la progresión de la tiroiditis (también sobre
otros órganos distintos a la tiroides);
que el sistema de educación en el campo de la salud sea
farmacocentrista por los intereses enormes de las grandes industrias
(alimentaria y farmacéutica);
el desconocimiento, por parte de muchos profesionales de la salud, de
la importancia crucial del estilo de vida para acompañar la mejoría del
problema de fondo: la inflamación crónica;
la ignorancia respecto a lo importante que es adoptar un estilo de vida
saludable, tanto en la evolución del propio hipotiroidismo como en la
progresión hacia otras enfermedades autoinmunes.

No, no eres culpable de todo lo anterior, pero conocerlo te dará mucho


poder sobre tu salud.
Una vez eres consciente de que todo lo anterior no es culpa tuya, entra en
juego tu responsabilidad.
Tú decides:
 
empezar a cuidarte;
decir no a aquello que sabes que te provoca un nudo en la garganta;
reservarte cada día un ratito para ti, para aprender sobre tu enfermedad
y tomar decisiones sobre los pasos a seguir;
priorizarte, escogerte a ti primero, porque cuando tú estás bien, todo tu
entorno lo está;
darte cuenta de que la responsabilidad última sobre tu salud está en tus
manos.

A continuación, te comparto mis lecciones aprendidas sobre cómo vivir sin


culpa de una forma responsable.
Lecciones aprendidas: capítulo V
1. Nunca eres demasiado mayor ni demasiado cobarde para empezar de
nuevo con las manos vacías.
¿Qué significaría para ti empezar de nuevo? ¿Darte una nueva oportunidad?
Lo que signifique para ti dependerá del punto en el que te encuentres y el
punto al que ansías llegar.
Sé gentil contigo misma de acuerdo con tus posibilidades.
Ahora imagina si por un momento tuvieras energía, inspiración y medios,
¿cómo sería tu vida? Visualízalo con todo lujo de detalles, desde que te
levantas hasta que te acuestas.
2. La forma como me relaciono conmigo misma marca cómo vivo mi
vida y cómo influyo en la de los demás.
En el ejercicio anterior, ¿te has imaginado viviendo de una determinada
forma con respecto a los demás?
Muchas veces ocurre, porque nos han enseñado a centrarnos en lo que ocurre
fuera.
 
¿Qué pasaría si te relacionaras contigo poniéndote en primer lugar?
¿Qué relación te gustaría cultivar contigo misma?
¿Le das tiempo de calidad a dicha relación?
¿Desde qué estado de ánimo incorporarías los autocuidados en tu día a
día?

Te doy algunas ideas de lo que me viene a la cabeza cuando te hablo de


autocuidados:
 
tiempo a solas para sentir cómo habito el silencio de mi cuerpo. En este
ejercicio me acompaña mucho la atención plena a mi respiración
tiempo para entrenar cada día
tiempo para hablar con mi familia, amistades y pareja sin pantallas de
por medio
tiempo para cultivar mi creatividad escribiendo
tiempo para descansar veinte minutos a mediodía al sol y una siesta
corta después de comer
tiempo para dar un paseo por la tarde sin necesidad de ir a comprar
nada
tiempo para procurarme buenos alimentos y cocinarme rico
tiempo para dormir
tiempo para leer y agradecer
tiempo para adentrarme en la naturaleza de forma periódica: te cuento
por qué este aspecto es clave en el siguiente capítulo.
 

W
Washingtonia, déficit de naturaleza y
exceso de pensamientos
T engo una gran amiga, poeta, escritora y profesora de universidad, que
durante el confinamiento escribió este poema en honor a la washingtonia,
una palmera alta, esbelta y de tupida cabellera.

Washingtonia
Hemos huido por el nombre de una washingtonia,
los ojos rebeldes, la boca llena de los viajes
que nos han sido vedados. Nos ha manchado las manos
el arañazo de unas ramas anhelantes.
Lejos. Todo es ahora y lejos
desde el perímetro aislado de nuestros días.
Los pecíolos que danzaban con el aire del paseo
y encuadraban horizontes. Los amores fatales
abandonados sobre la arena en blanco y negro
de una playa de Florida. Los errantes
deshechos de lluvia que se alejaban tras el espejo.
En la estancia soleada, masticamos sílabas
con sabor de mojito y de espera rendida.
Acentos esdrújulos en forma de transatlántico
nos ofrecen atajos. Todo es lejos,
y abrimos las ventanas para dejar atrás
el aliento marchito de un tiempo que se nos va.
Con la mirada, trepamos por el nombre de una washingtonia,
la lengua enroscada a un verde remoto.
Se nos agolpan en la garganta frutos y ramas.
En el perímetro aislado de nuestros días
crecen, salvajes, palabras y hojas.
Mireia Companys Tena, 2020
 
Recuerdo que, durante ese mismo periodo, el confinamiento pandémico, yo
subía a la terraza comunitaria dos veces al día. Cada vez que lo hacía me
entraban ganas de llorar al ver a los pájaros volando. Me sentía atrapada,
angustiada, temerosa por todo lo que podía pasar, tanto a mí como a otras
queridas amigas médicas y sanitarias que atendían en urgencias.
Me decía a mí misma: «Tú no estás tan mal; solo estás evitando al bicho y
no tienes que salir a luchar contra él. Ellas sí que son valientes». Este
pensamiento era un alivio momentáneo, ya que al cabo de poco volvía a
sentirme triste y cansada. ¿Por qué, después de tanto tiempo de estar bien,
ahora me sentía tan mal? Creo que los dos componentes claves de mi
malestar eran el miedo y el déficit de naturaleza.
Muchas personas —entre las cuales me incluyo, por desgracia— sentimos
que la naturaleza es algo que visitamos; no es algo en lo que vivimos. La
concepción de la naturaleza como continuo entre lo que somos, a lo que
pertenecemos y donde vivimos ha desaparecido en la mayoría de nuestras
atribuladas vidas urbanas. Y esto nos enferma.
No te estoy diciendo que lo dejes todo para irte a vivir al campo (a no ser
que lo desees, claro está). Lo que sí que te propongo para acelerar tu camino
de sanación son las siguientes estrategias para mejorar la conexión
contigo misma y con la naturaleza.
1. Pon plantas en casa que te ayuden a estar en contacto con seres vivos.
Además, existen varios tipos de plantas que ayudan a limpiar el aire. Mi
querida amiga y gran amante de las plantas Edurne, de Eva Muerde la
Manzana, ha elaborado esta lista:
 
Crisantemo (Chrysantemum sp. o Chrysantemum morifolium)
Cinta (Chlorophytum comosum)
Dracaena (Dracaena sp.)
Helecho (Nephrolepis exaltata)
Espatifilo (Spathiphyllum sp.)
Lengua de tigre (Sansevieria trifasciata)
Ficus (Ficus benjamina)
Hiedra común (Hedera helix)

2. Adéntrate en la naturaleza como mínimo una vez por semana.


Sea verano, invierno, haga buen tiempo o llueva, cada fin de semana
necesitamos reconectar con la naturaleza. Los japoneses lo llaman baños de
bosque . Yo los llamo oasis de cordura natural en medio de nuestras vidas
de artificialidad .
Te hablo con más detalles sobre los beneficios de conectar la naturaleza en el
capítulo Y . Ahora seguiré, con tu permiso, en este con una de las
herramientas terapéuticas más potentes que existen: los animales.
3. Adopta un compañero de vida no humano (solo si vas a ejercer una
tenencia responsable).
Adoptar un compañero de vida gatuno o perruno y dedicarle tiempo de
calidad, atención, cuidados y presencia puede cambiarte la vida. Compartir
tu vida y tu espacio con un animal no humano puede ser de lo más
terapéutico para ti. Al mismo tiempo, el animal abandonado consigue su tan
ansiado hogar.
Mi consejo es que no compres, sino que adoptes. Y que lo hagas a través de
instituciones que te generen confianza. Visítalas e infórmate antes de dar el
paso. Pagar por un ser vivo que ha sido producido para luego venderlo es
incentivar un mercado que presenta muchas sombras y muchos abusos
detrás. Esto no significa que todos los criaderos de animales sean ilícitos,
pero no hay nada más satisfactorio que devolverle la vida y la dignidad a un
animal que lo ha perdido todo.
 
El mejor pedigrí es el de un animal que ha sido rechazado, abandonado
o extraviado, y al que tú le estás ofreciendo compañía, así como la
calidez y la seguridad de tu hogar.
Recuerda adoptar por las razones adecuadas y meditando muy bien los
pros y contras. Nunca por capricho. Infórmate antes de las obligaciones
y gastos que la adopción va a implicar durante toda su vida.
Incluso cuando no estés en casa, durante el día o cuando te marches de
vacaciones, debes hacerte responsable de él.
Tu dedicación y esfuerzo será compensado con el amor más sincero y
entregado que experimentarás jamás.
Recordar su mirada, incluso cuando no lo tienes delante, te generará
una sensación de confort enorme.
Llegar a casa y que te esté esperando ilusionado cada día como si fuera
el primer día te da una alegría incomparable.
Debes ser consciente de que ese vínculo inestimable que establecerán
contigo será más efímero de lo que deseas, dado que ellos viven pocos
años (una media de doce a quince años).
Son los mejores maestros: viven el presente al 100 % en plenitud, sin
expectativas, simplemente estando.

Y sobre este último aspecto, el de vivir en el presente, también te quiero


hablar ahora.
4. Deja de identificarte con tus pensamientos.
Los humanos solemos pasarnos el día saltando del pasado al futuro en
nuestros pensamientos. Esto nos genera depresión —debida al exceso de
pasado y arrepentimientos— y ansiedad, debida al exceso de futuro y
preocupaciones. Ninguna de estas dos situaciones nos hace bien.
Cuanto más incentivas a tu mente a vivir alejada de la realidad de lo que
sucede en el momento, más refuerzas estas pautas de pensamiento. Cuanto
más piensas en el pasado o en el futuro, más creerá tu cerebro que esos
pensamientos son importantes para ti y, por lo tanto, más pensamientos
similares te propondrá.
Esto ni me lo he inventado yo ni es algo fantasioso. Es ciencia. Mi amigo
David del Rosario le dedica un libro entero para que comprendas cómo
funciona el mecanismo y qué puedes hacer para vivir menos apresado por
tus pensamientos. También nos enseña a reeducar al cerebro para vivir en
plenitud y sin cometer el error de identificarnos con nuestros pensamientos.
El título del libro es toda una declaración de intenciones: El libro que tu
cerebro no quiere leer , y me gustaría compartir contigo una de las muchas
perlas de conocimiento que contiene: «El sistema nervioso construye un
pensamiento acerca de aquello que se encuentra en el foco de la atención
haciendo uso de recuerdos, planes futuros y condiciones presentes».
En el libro, David nos abre las puertas a una nueva forma de funcionar. El
nivel de atención que damos a cada pensamiento será la vara de medir que
usará tu cerebro para proponerte más pensamientos en la misma línea. ¿Y
sabes qué? Tú no eres tu mente. Quizás te identifiques tanto con ella que no
te has dado cuenta de esta realidad. Tú eres más cuerpo que mente.
Conclusión: a tu mente la puedes mandar callar para habitar más tu cuerpo.
Te dejo el enlace para que puedas profundizar más:
El libro que tu cerebro no quiere leer.
Lecciones aprendidas: capítulo W
1. Estrategias para mandar callar a la charlatana.
Beti Costillas es una mujer valiente, ha superado un cáncer de pecho y está
en proceso de remisión de su hipotiroidismo autoinmune. Tuve la suerte de
tenerla de paciente, alumna del Método Reshape Premium y oradora en el
Summit Reshape Hipotiroidismo. En este evento nos enseñó una estrategia
de mindfulness infalible: Beti llama a su mente por su nombre, Antonia, y
cuando se acelera o se cree muy importante, se la imagina sentada a su lado
y le dice lo siguiente: «Antonia, ¡ya me estás cargando!», y le advierte de
que no siga por esos derroteros.
Desde que escuché esta estrategia, decidí bautizar a mi mente con el nombre
de Cecilia, el primer nombre que me vino a la cabeza. ¿Quizás sea porque
Santa Cecilia es la patrona de los músicos y cuando mi Cecilia se pone a
hablar es como una de esas canciones pegadizas que te asedian todo el día?
A mi Cecilia le gusta mucho llamar la atención y que esté todo el rato
pendiente de ella y deje de lado mi cuerpo. Así pues, cuando se pone muy
intensa, la llamo por su nombre y le digo alguna de estas frases:
 
«Cecilia, ¿quieres calmarte un rato? Ahora vamos a sentir, cuidar,
dormir, descansar, disfrutar […] con Montse».
«Cecilia, ya sabes que cuando Montse está mal, tú terminas agotada; así
que no te creas tan importante y ayúdame a cuidar de ella callando tú un
rato».
«Cecilia, dame un respiro. Ahora vas a dejar por un rato de imaginar y
de proponerme pensamientos que no puedo atender y vamos a
enfocarnos en sentir la respiración calmada de Montse».

Tengo que confesarte que Cecilia se me resistía al principio. Su estrategia


era proponerme otros pensamientos. Todos ellos eran muy urgentes e
importantes. Cecilia quería que desatendiera mi cuerpo y solo centrara mi
atención en ella.
Poco a poco, a base de repetirle las frases de arriba, de hacerlo con toda la
intención del mundo y de centrarme en la respiración, Cecilia se ha ido
acostumbrando. Incluso cuando me despierto en medio de la noche y me
aturulla, consigo que se calme y evito entrar en una tormenta madrugadora
de pensamientos (la mayoría de ellos terribles).
¿Y tú? ¿Te sientes abrumada por tus pensamientos? ¿Has probado distintas
estrategias para mejorarlo?
Este proceso de calma mental y aterrizaje corporal también ha mejorado
mucho, en mi caso, cuando he incorporado los ejercicios que he aprendido
de Fer, mi querido socio del Método Reshape, en sus fabulosos cursos
Reshape Respira y Reshape Revitaliza.
Encuentras más información sobre la Academia Reshape y todos nuestros
cursos aquí
.
2. El gran tema: la adicción a las pantallas.
Han irrumpido en nuestra vida y la han monopolizado porque son muy
adictivas, especialmente las redes sociales, que nos atrapan durante horas.
Estas redes están diseñadas para alimentar nuestros circuitos cerebrales de la
recompensa; nos ofrecen chutes de dopamina (un neurotransmisor muy
potente) que no son equiparables a los niveles obtenidos de forma habitual
por otros medios.
Además, su luz es disruptora de nuestros mecanismos de sincronización día-
noche, que tan necesarios son para descansar y recuperarnos. Cada me gusta
, cada comentario, cada novedad nos dispara recompensas cerebrales
equiparables a otras adicciones. Además, son una interferencia brutal a la
hora de conseguir el estado de calma.
« Followers/likes checking is the new smoking » (consultar el número de
seguidores/ me gusta es la adicción al tabaco de nuestros tiempos).
El gran problema que detecto, en mi caso, es que genera un estado de alarma
crónico y pensamientos-premio: «hago esto y miro Instagram», «me siento
en el sofá y miro Instagram», «tengo un ratito de trayecto y miro Instagram»,
«mira qué ha colgado menganita en Instagram», etc.
Te propongo algunas reflexiones:
 
¿Cuántas horas pasas en redes? ¿Lo has calculado alguna vez? Dicen
que la media son unas dos horas al día.
¿Cómo te sientes cuando te comparas con otras personas (quienes
obviamente solo nos muestran su cara bonita)?
¿Qué es lo primero que haces nada más levantarte por la mañana? ¿Y lo
último que haces antes de irte a dormir?

Si por las respuestas a estas preguntas intuyes que tu adicción a las redes te
está afectando demasiado, te propongo seguir con estas:
 
¿Qué vacío estás intentando llenar con tu adicción? Esta suele ser la
razón de fondo.
¿En qué momentos te pasa? Cuando estás aburrida, estresada, has
discutido, huyes de una realidad que no te gusta…
¿Estás dejando de hacer otros planes —llamar a mamá, papá, una
amiga, descansar más, crear más, pasear más— por culpa de la adictiva
pantalla?
¿Cuánto hace que no estás 48 horas seguidas sin conectarte? ¿Y 21
días?

Por último, te dejo con uno de los aprendizajes más potentes que he vivido
de forma reciente:
 
Cuando hay suficiente naturaleza, y le prestas plena atención, el
estímulo artificial de la pantalla sobra.
¿Eres capaz de ir de excursión sin grabar a cada momento?

Un libro que me ha ayudado mucho a recuperar mi atención, a ser consciente


del nivel de adicción a Instagram y lo nocivo que estaba siendo para mi (a
todos los niveles) es el siguiente:
Indistractable
de Nir Eyal
 

X
Equis de sexo y de placer
¿Qué lugar ocupa en tu vida el placer en general y el sexual en
particular?

V ayamos por partes y empecemos por el deseo sexual. Me gustaría que me


dijeras si te identificas con esta historia.
—Verás, Montse, me da vergüenza hablar de este tema, pero me está
preocupando y afecta a mi relación de pareja. Lo que pasa es que, sobre todo
en los últimos años, ya no tengo casi nunca deseo sexual. Me ha
desaparecido —dijo Lidia con un hilo de voz.
—¿Cuánto tiempo hace que te sientes así? —pregunté para dilucidar si podía
tener que ver con su condición de tiroides.
—A ver, yo nunca he sido muy sexual. Por ejemplo, de adolescente, mis
amigas disfrutaban hablando de morreos, chupetones, meter mano, pollas y
follar. Y a mí me daba apuro —me explicaba echando la vista atrás.
»Me gusta el vínculo, el tacto, el afecto, las caricias… Todo ello me hace
sentir querida. Pero ha llegado un punto en que cuando mi marido se pone
cariñoso es porque está buscando sexo. Algunas veces hacemos el amor,
pero a mí no me apetece. De hecho, es que ni siquiera pienso en ello con
deseo, es como si no tuviera necesidad de hacerlo.
»Es como si esa llama (o más bien llamita) que tenía de más joven (ahora
tengo ya cuarenta y siete) se me hubiera apagado por completo hace tiempo.
No es solo que no me apetece, es que me da una pereza enorme tener que
invertir tiempo y energías que no tengo en algo que sé que no disfrutaré y
que me dejará aún más cansada.
»A su vez, también sufro porque sé que esta actitud no es buena para la
relación. Y me siento culpable cuando mi marido me busca y yo no consigo
ponerme en situación.
—¿Qué tal es la relación con tu marido? —le pregunté para ir descartando
factores.
—La verdad es que me sigue atrayendo, y lo quiero con locura, pero
sencillamente nunca tengo ganas.
»Siempre me ha costado llegar al orgasmo. Me da la impresión de que tengo
que invertir un montón de esfuerzo para alcanzarlo. Y muchas veces estoy
en mitad del acto sexual y mi cabeza se dispara con mil pensamientos.
»El otro día, mientras mi marido me practicaba sexo oral con todas sus ganas
me vino una idea como un flechazo: me había olvidado de meter la olla del
caldo en la nevera antes de irnos a la cama y si se quedaba fuera toda la
noche se echaría a perder. Quería que terminara pronto para levantarme y
guardarla en la nevera, porque si nos alargábamos demasiado, seguro que me
olvidaría.
»Además, yo con la penetración no voy a ningún lado. Necesito trabajarme
el clítoris un buen rato. O que me lo trabajen. Pero normalmente el otro se
cansa y yo misma me canso de que el orgasmo no llegue todo lo rápido que
desearía.
»He probado con un vibrador que compré por Amazon, muy bien valorado
por lo rápido que llegabas al orgasmo, y, aun así, tengo la sensación de tardar
un montón, de hacerle esperar y de perder ambos el tiempo.
»No sé cómo decirlo. Siento ansiedad por la impaciencia que me imagino
que debe de estar pasando el otro. En fin, que estoy cansada de tener que
invertir en este aspecto tan poco fructífero de mi vida tantas energías. Y
miedo me da, ahora con la premenopausia, que mi poca libido termine por
desaparecer por completo.
Tras su exposición, me empezó a preguntar con ansia.
—¿Es normal lo que me sucede? ¿Nunca más volveré a tener ganas y menos
ahora que me acerco a la menopausia? ¿Qué puedo hacer? —Acto seguido
me confesó lo que en realidad quería—. Tampoco es que de repente quiera
volverme una bomba sexual, pero sí que me gustaría que me apeteciera y
dejar de vivir la relación sexual como una obligación para que pase a ser un
momento de disfrute.
Lecciones aprendidas: capítulo X
1. Las razones por las que el hipotiroidismo afecta al deseo y al goce
sexual.
Le explico a Lidia que existen causas fisiológicas y psicológicas que afectan
a nuestro deseo sexual cuando padecemos hipotiroidismo:
 
Fisiológicas : los órganos genitales también tienen receptores de la
hormona tiroidea en su forma activa (T3L). Si hay un déficit de esta,
como ocurre en el hipotiroidismo, tenemos mucha menor actividad y
por tanto nos cuesta mucho más todo: lubricar, sentir deseo, llegar al
orgasmo, gozar.
Psicológicas : la falta de energía generalizada en el hipotiroidismo hace
que nos pongamos en modo ahorro . Como hacer el amor no es una
necesidad para la supervivencia inmediata, es una de las actividades a
las que se suelen destinar menos recursos energéticos.

Además, cuanto menos lo practicamos, menos pensamos en él y menos


ganas tenemos. Es un bucle al que debemos prestar atención y destinar
medios para romperlo. En primer lugar, mejorando nuestro hipotiroidismo a
partir de pautas de estilo de vida. En segundo lugar, haciendo espacio para el
sexo y el deseo en nuestra vida. Este segundo objetivo se consigue
agendando momentos de sexo (en pareja o a solas) de forma regular, por
ejemplo, una vez por semana. Pensar en escenas estimulantes, leerlas, verlas
en alguna película, excitarnos y, si nos apetece, masturbarnos o hacer el
amor.
2. Consejos de nuestra fisiosexóloga de referencia y un consejo de amiga.
Mar Puig es fisiosexóloga de referencia, experta en suelo pélvico y, además,
embajadora del Método Reshape Hipotiroidismo y ponente del Summit
Reshape Hipotiroidismo. Fue precisamente durante este último cuando nos
explicó los detalles del deseo sexual y cómo mejorarlo. Le he pedido que me
haga un resumen para el libro de nuestra entrevista de 45 minutos. En ella,
Mar Puig nos explicaba lo siguiente:
«Si has perdido el deseo, no va a volver de hoy para mañana. La clave está
en la constancia, en mimarlo cada día. Dedícate un poco de tiempo —
tampoco hace falta mucho—; pequeñas dosis al día son suficientes para ir
nutriendo poco a poco tu deseo.
 
Planifícate. Sí, parece muy poco romántico, pero este es el primer
paso. Si no planificas en tu agenda diez minutos para ti, siempre
encontrarás excusas, y otras tareas que no nutren tu deseo te robarán
tiempo.
Juega con tu cuerpo. Ponte frente a un espejo, mírate, sonríe, baila y
dile cosas bonitas a esa persona que tienes delante. ¡Sedúcete a ti
misma!
Regálate pequeños placeres. Momentos sensuales y de intimidad
contigo (un masaje, un baño caliente, hacerte la manicura, acariciarte el
pelo, leer una novela erótica…) o con tu pareja (besos, abrazos,
caricias, masajes, cosquillas, conversaciones calientes…).
Conecta con tu suelo pélvico. Muévelo, tócalo y siéntelo. Estos
músculos juegan un papel importante en la respuesta sexual, así que
trátalos con mucho cariño y mantenlos en forma».

Y aquí va mi consejo de amiga para ti, basado en mi propia experiencia.


Una de las formas más deliciosas de aumentar tu autoamor —no te estoy
hablando de masturbación aún, sino de las muestras de cariño y apreciación
hacia ti misma— es meterte en la cama contigo misma.
 
Descubre la sensación deliciosa de meterte desnuda en ella.
Céntrate en sentir el calor que desprende tu cuerpo, el tacto suave de tu
piel.
Acaríciate mientras te dices piropos: qué suaves son mis curvas, qué
bonitos mis pechos, me gusta sentir mi pelo, me gusta mi olor, qué
bonita soy, date besos a ti misma…

Hazlo cada día durante 21 días seguidos y te aseguro que empezará a


cambiar la forma como te percibes. Te sentirás más bonita y segura sin
necesidad de depender de nadie.
3. El placer va más allá del sexo.
Por último, pero no por ello menos importante, reserva un espacio para el
placer en tu vida (más allá del sexo). Si tu vida transcurre obligación tras
obligación, habrá poco tiempo de disfrute y entrarás en el bucle del
autoabuso. Es difícil salir de él si no le pones consciencia, y nos hace mucho
mal a las personas con autoinmunidad o hipotiroidismo, porque nos agota
aún más. Y cuando nos sentimos mal, exhaustas y sin espacios de disfrute,
¿qué acaba pasando? Nos vamos al lado oscuro y entonces compensamos
esas carencias con la comida o con otras adicciones (incluido pasar horas en
Instagram o atracarnos de comida).
Así que tan importante es tener claras nuestras obligaciones como tener
claras nuestras pasiones: aquello que te hace vibrar, aquello que consigue
que se te ilumine el rostro cuando hablas. Aprender a estar bien con una
misma y, sobre todo, a solas es uno de los mejores aprendizajes de esta vida.
Garantizado.
Cuando aprendes a estar bien sola en contacto con tus pensamientos
(quitándoles la importancia que te he explicado en el capítulo anterior) y
haciendo lo que te apasiona, tanto si se trata de algo creativo-activo (escribir,
pintar, bailar, cantar…) como imaginativo-pasivo (leer, escuchar música o
podcasts inspiradores, asistir a una formación…), se produce un renacer.
Te advierto que tu entorno inmediato, acostumbrado a verte siempre
pendiente de los demás, quizás no vea con buenos ojos que reclames tus
momentos de soledad y creatividad.
En estos casos ten bien presente lo siguiente:
 
Si esperas a que tu entorno esté bien para encontrar la paz, nunca
llegará.
Si buscas paz en tu interior, en el camino todo tu sistema cambiará (y
harás limpieza de lo que no debe estar en él o de las personas que te
están vampirizando).

Aprender a decir que no a los demás es parte del proceso. Al principio puede
costar. Luego te sale solo. Sin excusas, sin explicaciones: «No y punto».
Te explico con todo lujo de detalles cómo utilizar esta palabra, la más
poderosa del universo, en el siguiente capítulo.
 

Y
«Y se levantó y dijo no»
L a palabra no es para mí la palabra más poderosa que existe en el
diccionario de la persona afectada por hipotiroidismo. Aprender a usarla a
menudo te dará la oportunidad de transformar tu salud y también tu vida. Te
cuento cómo ha sido mi experiencia al respecto.

Empiezo a decir
no
Llevaba muchos años encontrándome mal y estaba harta de no encontrar
alivio en las pobres pautas nutricionales que me daban para el sobrepeso, el
trato paternalista que recibía por parte del sector sanitario y que nunca me
explicaran los porqués de mi condición de salud, tan solo el famoso:
«Tómate la pastilla, que es lo único que puedes hacer para estar mejor».
¿Mejor por qué? ¿Por decreto ley? ¿Porque tú lo digas y cuando comento
que no mejoro me respondéis que no puedo hacer nada más? ¡Estoy harta!
Empecé a intuir que debía de haber otras opciones. Así inicié mi camino de
aprendizaje y de estudio que he descrito en la primera parte del libro (del
capítulo A al M). En el proceso, aprendí a decir que no. Le dije que no a
formas de hacer en mi vida que fui descubriendo que me hacían mal. Son
años de idas y venidas las que te resumo en este capítulo.
En esencia, se trata de ir modelando estos tres aspectos del estilo de vida:
 
alimentación
movimiento
descanso y desconexión

Para cada uno de ellos, voy a compartir contigo los cambios principales que
yo he ido incorporando con el tiempo para conseguir la remisión de mi caso
particular. Esto no significa que todos se apliquen a tu caso ni que sea una
receta infalible.
Quiero que lo tomes como referencia y que, sobre todo, actúes sobre los que
más te resuenen en este momento concreto de tu vida.
 
1. Alimentación
Mis
no
en relación con la alimentación
No a llenarme de comida cuando lo que necesito es un abrazo.
No a esa falsa sensación de subidón después de comer bollos, pastel,
chocolate o helados.
No a ese pico de energía falso que me proporcionan los productos
azucarados (que luego se convierte en un bajón).
No a despertarme por la mañana pensando en desayunar cuando no hace ni
doce horas que he cenado.
No a vincular los dulces a premios (por rendir, por aguantar, para compensar
mi soledad).
No a vincular lo salado a cuando estoy cansada (embutido, aceitunas
rellenas, patatas fritas).
No a vivir por y para la comida (recetas golosas, pensar todo el rato en
comer).
No a estar picoteando todo el día ( snacks light , chocolates, galletitas).
No a la imposición de las cinco comidas al día (con tres hay más que
suficiente).
No a que mis fuentes de proteína sean procesados: salchichas,
hamburguesas, embutidos, etc.
No a tomar zumo en lugar de fruta.
No a tenerle miedo a comer fruta entera (la fruta es amiga).
No a la leche de vaca, aunque sea desnatada (que es peor aún en términos de
asimilación) o sin lactosa (que sube aún más el azúcar en sangre).
No al bol de cereales para desayunar (aunque sean Special K, All -Bran o
integrales).
No a los postres lácteos cargados de ingredientes y azúcares (o
edulcorantes), aunque sean 0 % de materia grasa o light .
No a las chucherías (gusanitos, ositos, Lacasitos, nubes).
No a cenar un plato precocinado por la noche mientras veo la tele.
No al Aquarius, Nestea o a la Coca-Cola, aunque sean cero o light .
No a los productos elaborados con listas enormes de ingredientes
impronunciables, llenos de códigos extraños, con nombres compuestos o que
no reconozco como alimentos.
No a la celebración diaria o semanal con cerveza (y patatas bravas).
No a los apegos malsanos a la comida.
No a que la única satisfacción del día sea en torno a la comida.
No a dar la razón a las personas que me dicen «un día es un día», «por un
poco no pasa nada» o «la vida son dos días» cuando sé que me va a sentar
mal.
No a obsesionarme con comprar carne de pasto o pescado salvaje cuando
aún hay otros hábitos tóxicos que no he mejorado (fumar, beber alcohol,
necesitar un café para despertarme).
No a obsesionarme con comprar ecológico cuando no me lo puedo permitir.
No al café para acompañar la medicación para la tiroides. Tampoco al
descafeinado (ambos interfieren con su absorción).
No a comer dulces procesados justo antes de ir a dormir para calmar la
ansiedad.
No a todo lo light , en bolsas de color rosa, bajo en grasa o con edulcorantes.
No a buscar una dieta milagrosa que lo cure todo.
No al AIP (protocolo autoinmune) por ser demasiado obsesivo.
No a la dieta keto por no ser beneficiosa para la gran mayoría de las mujeres
con hipotiroidismo.
No a la obsesión por lo que como (cuándo lo cocino, cuándo lo compro).
No al modo dieta , el pensamiento dieta, la restricción porque «estoy a
dieta».
No a contar calorías o pesar alimentos.
No a las grasas y las harinas refinadas.
No a confirmar que lo estoy haciendo bien con la báscula cada mañana.
No a premiarme con la comida
No a castigarme con la comida.
No a calmar mi ansiedad comiendo mal, rápido o de pie.
No a comer a escondidas.

En mi opinión, comer debería ser:


 
uno de los mayores actos de amor y respeto hacia una misma;
gratitud hacia quien ha hecho posible que me alimente: sobre todo hacia
los animales, que han dado la vida para darme vida, las personas que
los han criado, las que han cultivado los vegetales, las que los han
traído hasta la tienda y las personas que los han cocinado;
lentitud y presencia plena en cada bocado;
un momento de contacto con una misma (lejos de pantallas,
distracciones y discusiones);
mirar a la comida con amor hacia quien lo ha cocinado (en especial si
has sido tú misma);
un momento de calma, un oasis en medio de un ajetreado día.

Mis lecciones aprendidas para disfrutar de un plato sano

Un menú completo para cada una de las tres comidas del día (desayuno
incluido) es aquel que contiene:
 
Verdura fresca y de temporada . Solo si puedo permitírmelo compro
ecológico. Si no puedo, no me estreso: compro lo más fresco posible
(mercado). Si tampoco llego, acepto supermercado o congelado. Hago
lo mejor que puedo con mis circunstancias diarias.
Carne, pescado y huevos . Agradezco al animal que ha dado la vida
para que yo pueda alimentarme y gozar de vitalidad.
Grasas saludables . A los ya mencionados huevos y pescado azul,
añado frutos secos con moderación ‍ —siempre crudos, idealmente
remojados durante la noche en la nevera (pero si no puedo, no me
estreso)—, aceite de oliva virgen (el que está etiquetado solo como
aceite de oliva contiene refinados que no me interesan), aguacates (solo
si son de producción cercana), coco (solo si es de comercio justo y
ecológico).
Frutas de temporada . Todas las que me sientan bien las tomo de
postre o entre horas si me apetece. Disfruto la fruta entera con su pulpa
y su piel (si es comestible, claro).
Algún lácteo fermentado de cabra o de oveja (kéfir, yogur) en
cantidades moderadas (medio vaso). Esto lo hago puntualmente y no
cada día.

Además, escojo carnes frescas al corte. Ya te he comentado que excluyo, en


la medida de lo posible, los procesados (salchichas, hamburguesas y
embutidos). Si puedo, compro ecológico y de pasto. Si no puedo, lo acepto y
compro opciones convencionales. Priorizo la carne de ave por delante de
vacuno y cerdo, pero voy rotando entre las tres.
Los pescados son abundantes en mi alimentación. Alterno pescado blanco
con pescado azul pequeño (sardina, caballa, boquerón, anchoas, melva,
jurel). Me aseguro de que este tipo de pescado azul esté presente en mi
alimentación tres veces a la semana para tener acceso a los preciados ácidos
grasos omega 3 (EPA/DHA). El salmón de piscifactoría no es lo ideal, pero
puntualmente lo acepto.
Los huevos los escojo del número cero (ecológicos). Si no puedo pagarlos,
no me estreso y opto por los del uno. Es bueno comer huevos si te sientan
bien. Hasta dos al día son una opción saludable, muy saciante y con la
proteína más completa que existe. Los como enteros, es decir clara y yema.
Esta última no la descarto nunca: sería un atentado, dado que es un potosí de
nutrientes y contiene colina, que es buena para mis células neuronales.
Ten en cuenta que el desayuno no es una comida diferente al almuerzo o la
cena. También sigue las mismas pautas que he mencionado. Evito los
desayunos clásicos basados en harinas y dulces.

El acto de comprar y cocinar

Cuando voy a comprar, me imagino que voy con mi bisabuela María: «No
compres eso, que no tengo ni idea de lo que es», me grita al oído. La pobre
era muy sorda cuando yo la conocí.
Mis zonas de acción son los frescos: verduras, frutas, carnes, pescado,
huevos y frutas.
De forma puntual, puedo comprar algún congelado: pescado y verdura.
Intento tomar decisiones informadas cuando escojo los alimentos y priorizo
los productos de proximidad.
Escojo la sal marina sin refinar, porque es la que conserva el perfil ideal de
minerales del mar.
Uso aceite de oliva virgen especialmente para cocinar, porque es más
estable.
Agradezco a toda la cadena de producción de alimentos que haya hecho
posible que tenga acceso a esta variedad.
Escojo alimentos de comercio justo en los sectores en los que existe
explotación humana (incluso infantil): chocolate, café, té y azúcar de caña.
Celebro cada elección que hago con criterio y que revierte en mi salud.
Agradezco a la madre Tierra que sigue produciendo a pesar de todo lo malo
que le hacemos.
Me cocino rico, con amor, intención y presencia.
Escojo cocciones respetuosas con los alimentos: plancha, vapor, escaldado,
horno. Si alguna vez tengo que freír o saltear, siempre con aceite de oliva
virgen.
Evito salsas procesadas (kétchup, mayonesa, barbacoa). Preparo mayonesa
casera cuando me apetece esa salsa.
Trato de no beber mucha agua durante la comida. Si tengo mucha necesidad
de beber es porque no estoy masticando e insalivando lo suficiente. A lo
sumo, me sirvo medio vaso de agua con el zumo de medio limón para
ayudar a la digestión.
Me hago amante de hierbas y especias, que dan sabor y alegría a mis platos.
Amo la mezcla de cúrcuma y pimienta negra por su efecto antinflamatorio.
Adoro el jengibre por su acción digestiva y para entrar en calor en invierno.
Lo suelo tomar en infusión entre horas. Me hago un termo grande de litro y
voy bebiendo.
Después de comer me siento llena en un 80 %.
Me permito un descanso de unos 15 a 20 minutos medio estirada después de
comer para mejorar la digestión.

Mis
no
en relación con la suplementación

No me aferro a la suplementación como si fuera una medicación mágica e


inocua. La tomo con criterio, bajo seguimiento y a temporadas concretas.
No tiene sentido suplementar si antes no he tomado decisiones cruciales en
mi vida. La suplementación es el tejado; soy consciente de que no sirve de
nada si no he construido antes buenos cimientos (alimentación, descanso,
movimiento y gestión del estrés).
No me dedico a tomar veinte suplementos diferentes. Me centro en los que
son específicos y necesarios para mi caso concreto. A continuación, te
planteo los que suelo encontrarme en déficit de forma más habitual en
consulta.

Los déficits habituales de micronutrientes

Advertencia : siempre se deben contrastar con analíticas y revisión previa


de los síntomas.
 
vitamina D y vitamina C
selenio, magnesio, zinc, hierro
vitaminas del grupo B (en especial B12)

No voy a entrar aquí en dosificaciones ni formulaciones, no hasta que no me


asegures que el resto de las pautas del libro las has puesto en práctica.
La suplementación es la punta del iceberg. ¿Cómo llevas el 98% restante de
tu vida?

2. Movimiento
Mis
no
en relación con el entrenamiento
No llevo una vida sedentaria porque soy consciente de que me ha traído
problemas de salud.
No me paso el día poniéndome excusas para no moverme. Por más que mi
cerebro no quiera que esté pendiente de mi cuerpo, le digo «basta» y me
muevo.
No me culpo si no encuentro la motivación para entrenar sola en casa.
No me quedo en la queja si tengo malestares o dolores. Me sigo moviendo
hasta donde puedo.
No me machaco en el gimnasio un día y luego estoy muerta los tres
siguientes. No hago opciones pendulares de todo o nada; hago progresiones
y adaptaciones.
No priorizo el ejercicio cardiovascular por encima de la fuerza.
No me siento mal por lo que no hago.
No me comparo con otras personas, ni por lo que pueden hacer ni por cómo
lucen sus cuerpos.
No entreno a última hora de la tarde o de la noche, y mucho menos bajo
potentes luces blancas que me van a alterar el ritmo del sueño.
No me muevo solo dentro de espacios cerrados y con luz artificial.
No me siento culpable si durante las vacaciones de verano o de Navidad no
entreno. Es más importante lo que ocurre el resto del año.
No me escudo detrás de: «es que ya tengo una edad» o «yo es que esto no
puedo hacerlo».
No me dejo arrastrar por la energía de las personas que no entrenan, no se
cuidan y no desean que los demás lo hagan.
No me miro al espejo para verme por fuera.
No busco gustar porque esté en forma.

Mis lecciones aprendidas para disfrutar del movimiento

Añado movimiento a mi día a día (subir escaleras, bajar una parada antes,
reservarme espacio para entrenar).
Busco opciones cerca de casa que me gusten entre la oferta disponible de
salas, gimnasios, entrenador/a personal.
Busco si hay algún grupo cerca de donde vivo (o bien organizo uno) con
un/a entrenador/a personal en el parque.
Si noto que me he hecho daño entrenando, o que al empezar a entrenar tengo
problemas, busco ayuda profesional cualificada para que adapte las pautas a
mis posibilidades.
Priorizo la fuerza porque sé que el músculo es mi mejor antiinflamatorio y
mi mayor patrimonio antienvejecimiento.
Puedo hacer fuerza con el propio peso del cuerpo: sentadillas, flexiones,
dominadas, burpees, lunges… O bien puedo optar por peso: kettlebells ,
mancuernas, barras…
Me agradezco lo que estoy haciendo y me animo a progresar.
Reconozco los progresos cuando me siento más fuerte y con más masa
muscular.
Intento entrenar, en la medida de lo posible, cuando hay luz del sol a primera
hora de la mañana.
Procuro tener momentos de actividad física al aire libre y a plena luz del sol,
aunque solo sean 10-15 minutos al día.
Dejo atrás mis miserias y limitaciones e intento hacerlo lo mejor que puedo.
Me amo lo suficiente como para entender que las razones de quien no quiere
entrenar no tienen por qué aplicarse a mi caso.
Miro hacia adentro, siento mi cuerpo y le agradezco que se esté poniendo
fuerte. Me amo y por eso me muevo.

3. Descanso y desconexión
Mis
no
en relación con el descanso y la desconexión
No me acuesto pasadas las 23:00 h porque más allá de esa hora mi descanso
no será tan reparador.
No me llevo el móvil a la habitación porque interfiere en mi descanso: tanto
la luz que desprende (que confunde a mi cerebro) como la agitación que me
produce mirar redes.
No tengo nada enchufado en la mesilla de noche (ni móvil cargándose ni
reloj despertador con cable ni lamparita).
No tengo un cable de luz que pase a la altura de mi cabezal: su campo
electromagnético podría interferir en mi descanso.
No me quedo viendo la tele hasta que me quedo dormida.
No tengo encendidas luces de color blanco brillante a partir de la tarde
noche.
No llevo un horario antinatural y alterado, como ir a dormir pasada la
medianoche o levantarme más tarde de las 9:00 h.
No me echo una siesta de una hora, porque sé que luego no descansaré bien
por la noche. Máximo, 40 minutos de siesta.
No me paso la tarde noche enganchada a las redes, porque entonces me
comparo y me siento infeliz.
No discuto a gritos, ni actúo desde la reactividad. En especial, lo evito por la
tarde noche y no tolero que nadie cercano lo haga.
No quiero malentendidos ni malos rollos.
No inicio críticas sobre alguien con otra persona.
No me culpo por los errores del pasado: sobre lo que dije, hice o las
decisiones que tomé.
No me regodeo en lo que no me gusta de mi cuerpo.
No vivo en mi mente ni en mis pensamientos. Soy consciente de que son
simples propuestas que me hace mi cerebro, y por tanto modulables.
No soy solo mente; por lo tanto, no vivo en ella.
No me enfoco de forma obsesiva en lo que está mal de mi trabajo o de mi
vida.
No estoy pendiente de estímulos externos cuando estoy aburrida.
No busco estímulos brillantes y ruidosos cuando estoy cansada.
No me pongo a hacer fotos con el móvil cuando estoy en la naturaleza.
No estoy en línea cuando estoy en la playa o la montaña.
Mis lecciones aprendidas en relación con el descanso y la desconexión

Antes de ir a dormir, opto por actividades analógicas que pongan mi cerebro


en modo
descanso : escuchar música tranquila o leer un libro.
Enciendo en casa luces anaranjadas y rojizas cuando llega el atardecer para
empezar a generar melatonina.
Intento llevar un horario lo más ajustado posible a las horas de luz y
oscuridad. Me acuesto antes de las 23:00 h y me levanto antes de las 8:00 h.
Si echo una siesta, me aseguro de que sea de solo unos 15-20 minutos;
máximo, 40 minutos. El punto justo para desconectar y no interferir con el
descanso nocturno.
Cuando una persona tiene ganas de discutir, le pido aclaraciones sobre cada
uno de los puntos que argumenta sin implicación emocional y de forma muy
educada: «Perdona, me gustaría entender mejor tus razones. ¿Serías tan
amable de aclararme lo que quieres decir con…?».
Cuando tengo un problema de relación con una persona, intento poner de mi
parte para mejorarlo o bien valoro si tiene sentido seguir con esa relación en
mi vida.
Cuando me sorprendo pensando con nostalgia sobre mis errores del pasado,
me centro en agradecer lo bueno que me ha traído.
Soy consciente de que mi cerebro es un órgano más, cuya función es
proponer pensamientos. Para saber si estos son los que me interesan,
utilizará mi nivel de atención. Así que le puedo hablar y decirle: «Gracias,
cerebro, por alertarme. Ahora ya me ha quedado claro. Puedes pasar a pensar
en otros aspectos».
Cuando tengo pensamientos circulares y rumiación excesiva lo escribo todo,
sin filtro, durante media hora y luego paro y conecto con mi cuerpo.
Tengo la consciencia de que soy más cuerpo que mente. Así pues, entre mis
deberes, está el de conectar con él varias veces al día: mientras estoy
entrenando, paseando o incluso escribiendo.
Respiro el silencio que hay en mi cuerpo. Lo habito de forma plena
enviándole luz en los puntos que noto desajustados (y siempre visualizando
mi tiroides como una mariposa luminosa).
Para salir de los bucles negativos utilizo recursos como la aromaterapia
científica y me traslado a la naturaleza, que todo lo calma.
En los momentos de aburrimiento, disfruto de la conexión con algo que
intuyo que es más grande que yo y vivo con sosiego mis momentos de
soledad.
Busco refugio en la naturaleza cuando estoy demasiado alterada.
El móvil no entra en mi habitación nunca, bajo ninguna excusa.
Tengo el teléfono en modo avión o fuera de la habitación también cuando
escribo o estoy haciendo alguna actividad creativa.
Tomo pausas largas de conexión para no estar pendiente de lo que ocurre
fuera y poner orden en lo que siento dentro. Mis dos paradas anuales de 21
días sin redes son sagradas.
En la playa me dedico a escuchar el mar; en la montaña, a observar los
árboles y escuchar los sonidos de los pájaros y el viento.
En ambos sitios, cuando me adentro en el agua, me concentro en sentir mi
piel bañada por el frescor y respiro la alegría de poder hacerlo.
Soy consciente de que vivo en plenitud cuando habito mi cuerpo.
 

Z
Zona de confort y gratitud
¿En qué momento la zona de confort se convirtió en zona de
aceptación?
Querida lectora:

S abes muy bien el punto en el que te encuentras ahora mismo en tu vida.


Has aceptado —o quizás debería decir que te has resignado— a seguir con tu
vida sabiendo que habrá días mejores y otros peores. Que algunas veces la
fatiga te arrastrará hasta el fondo. Que esa agitación interna te dará malvivir,
aunque por fuera todos te digan que te ven muy tranquila.
Has integrado el malestar en tu vida. En algunos momentos del día te
arrastras, y aun así sigues adelante a base de fuerza de voluntad, cumpliendo
en el trabajo, con la familia, con las amistades… ¿Cuándo cumples contigo
misma? Haces un esfuerzo extra para poner esa lavadora, hacer la cena para
todos, encargarte de ese proyecto sabiendo que tu resistencia física no puede
seguir el ritmo que le impone tu cerebro desbocado.
Te sorprendes constantemente pensando y buscando soluciones a problemas
que muchas veces no son ni tuyos (aunque tú te los hagas tuyos). Tragando y
callando —a veces llorando— siempre a escondidas. Sintiendo rabia porque
las cosas sean así y no poder seguir el ritmo de antes. Llamándote floja a ti
misma (incluso escuchándolo de los demás). Cayendo tú misma en tu propia
trampa. Te dices: «No tengo fuerzas para llegar a X, pero si le pongo más
empeño quizás lo consiga un poquito». Te robas horas de descanso para
seguir esforzándote, e incluso duermes mal desde hace tiempo y notas que
descansas a medias.
Has aceptado incluso pequeñas violencias diarias —por parte de tu superior
o de tu pareja—, que te instan a seguir cumpliendo con las tareas cuando no
puedes más. De hecho, al principio del confinamiento, incluso agradeciste
tener que bajar el ritmo por obligación, pero de un tiempo a esta parte tu
agotamiento y tu insomnio han empeorado.
Estás metida en una maraña. Cuando preguntas si lo que sientes podría tener
que ver con tu hipotiroidismo, al otro lado de la mesa de la consulta te suelen
decir que no, que todo lo que tienes es estrés. Pero tú añoras la persona que
solías ser.
Tu zona de confort se ha convertido en una zona de aceptación. Aceptas
estar mal. Te has acostumbrado. Y sigues adelante con todas tus
obligaciones a cuestas, cual caracol. Con la concha bien repleta de tareas
pendientes, que muchas veces no son ni tan siquiera tuyas, aunque te las
hayas cargado igual.

Mi propuesta para ti es la incomodidad


Te voy a hacer una propuesta que quizás al principio no te apetezca, pero te
puedo asegurar que provocará en ti muchos cambios si sientes que el
momento de salir del bucle es ahora.
Si estás harta de estar irritable, agotada, hambrienta a todas horas,
sobrepasada; si tu zona de confort ya no es sostenible a medio-largo plazo, te
propongo que nos adentremos juntas en una zona de incomodidad natural.
Sí, mi propuesta, aunque amorosa, va a ser algo disruptiva en tu vida, ya que
implicará:
 
sentir hambre real;
pasar frío y calor;
cansar tu cuerpo con ejercicios;
calmar tu mente con la respiración;
decir «¡no!» y «¡yo estoy aquí!»;
priorizarte e invertir en tu salud;
dejar de hacer y de pensar tanto hacia afuera;
buscar tu tiempo y tu espacio hacia adentro.

¿Empezamos? Quizás te sientas abrumada al principio. Puede que creas que


ya tienes bastante con lo tuyo, como para, encima, ponerte a cambiar(te). En
el fondo te sientes bien en tu zona de confort (aunque haya poco confort en
ella). Esto es así porque te has acostumbrado: es tu zona de seguridad.
Quizás te preguntes qué pasará contigo y tu sistema (familiar y profesional)
si cambias. Cuando tú cambias, todo cambia. Déjame que te avance un
aspecto delicado: habrá a quien tu nueva yo no le guste nada. Esas personas
—incluidas algunas de la familia— estaban demasiado bien acostumbradas a
que tú cargaras con lo suyo.
Algunas personas se quedarán a tu lado apoyándote, otras intentarán
rezagarte, otras te chantajearán para que no cambies, otras te amenazarán
con mil miedos que son más suyos que tuyos. Por eso es tan revolucionario
lo que te propongo y, en algunos casos, puede significar romper con el
sistema abusivo que se ha organizado alrededor de tu enfermedad.
Mientras te has sentido pequeña, débil y agotada, han podido aprovecharse
de ti. Cuando pasas a tener la fuerza para decir no , dejas sin recursos a las
personas que te han estado exprimiendo. Y eso es todo un fastidio para ellas.

Cambios de 3 en 3 cada 3 semanas


Te dejo una lista de cambios. Mi consejo es que empieces a incorporarlos en
tu vida de tres en tres. Una vez afianzados estos tres durante tres semanas
(21 días), añades los tres siguientes. Empieza por los tres que consideres más
fáciles y asequibles, afiánzalos y luego añade los tres siguientes. Puedes ir
incorporándolos según lo factibles que te resulten.

Exponte al frío
A fin de mejorar la conversión de la hormona inactiva (T4) a la hormona
activa (T3), la que hace que te sientas bien, empieza tomando duchas frías
todo el año. No hace falta que aguantes toda la ducha; pueden ser solo los
últimos treinta segundos para luego subir a un minuto. No hace falta que te
mojes la cabeza, pero sí el cuerpo.
Mientras estás expuesta al frío, concéntrate en la exhalación del aire. La
inspiración entra por sí sola, pero en la exhalación debes concentrarte en
sacar todo el aire lentamente para mandarle la señal de calma al cerebro.
Después de afianzar las duchas, puedes seguir con aguas naturales: mar, ríos
o lagos, lo que tengas más cerca.

Abandona el apetito hedónico y deja que llegue el hambre real


Deja de ingerir un alimento o bebida concreta solo porque te apetezca eso en
especial. La sed de Coca-Cola es una imposición del marketing y del adicto
sabor dulzón más las burbujas.
Pasa a comer abundantes alimentos de verdad y menos veces al día. Dos o
tres veces al día es lo ideal.
Deja pasar de tres a cuatro horas entre comidas durante el día. Puedes tomar
infusiones sin añadirles ni azúcar ni edulcorantes. La de jengibre es ideal
para entrar en calor y mejorar las digestiones. La de menta, para refrescarte.
No picotees. Si te entran ganas de picotear: primero bebe un vaso de agua,
segundo respira, tercero pregúntate qué es lo que de verdad echas de menos
en estos momentos para necesitar comer.
Es ideal si puedes cocinar tú misma los alimentos con las pautas que te he
enseñado en el anterior capítulo.
Deja pasar al menos doce horas entre la cena del día anterior y el desayuno
del día siguiente.
Invierte en salud: prioriza comprar comida fresca y de temporada antes que
otros placeres mundanos (como tomar algo en un bar).

Gestiona de forma más eficiente tus relaciones humanas


Dile no a quien corresponda y cuando corresponda, tanto en el ámbito
familiar como en el círculo de amistades o incluso en el trabajo.
Aprende que hay veces que no hace falta argumentar. Tan solo di: «Esto no
lo voy a hacer y punto».
Delega responsabilidades (en casa y en el trabajo). Si todos los de tu entorno
están acostumbrados a que tú cargues con lo suyo, que aprendan a ocuparse
ellos mismos. Ahora ha llegado el momento de que cada uno se haga
responsable de sus mochilas.
Aprende a gestionar los conflictos que puedan aparecer con este nuevo rol
tuyo de poder. Tendrás que confrontarlos y mantenerte fuerte. Entiende que
el conflicto no es intrínsecamente malo; peor es callar y tragar durante años.
Y seguir enferma por ello.

Descansa, desconecta y recomponte


Busca tiempo de calidad a solas. Agéndate citas individuales para conocerte
mejor y quererte más. Puedes usar alguna técnica de arteterapia (pintura,
escritura, baile, música) o apuntarte a clases (online o presenciales) de algo
que te motive.
Deja de caer en el autoabuso con ese perfeccionismo estéril. Te hace mal y
lo sabes. Recuerda: mejor hecho que perfecto.
Concédete más tiempo para descansar y dormir: nada de pantallas hasta una
hora antes de irte a la cama.
Adéntrate en la naturaleza durante horas como mínimo una vez a la semana.
Practica ejercicios de fuerza como mínimo dos veces por semana. No es
negociable; te salvará la vida.
Decide andar este camino de crecimiento personal acompañada de personas
que busquen el mismo objetivo. Juntas, cuando estamos alineadas y aliadas
para ayudarnos las unas a las otras, llegamos más lejos. Puedes hacerlo
formando parte de mi comunidad en redes o bien comprometiéndote de
forma más efectiva apuntándote al Método Reshape*.
* Quiero aclarar que el método Reshape no es el único camino; simplemente
es el más efectivo y eficiente que conozco. En mi caso, tuve que recorrer un
largo y difícil proceso antes de crear el sistema más completo para
transformar la vida de las personas con hipotiroidismo. Lo hice porque no
quería que nadie más tuviera que pasar por lo mismo.
Una de las grandes ventajas de entrar a Reshape es que tienes una gran parte
del trabajo hecho: la ardua tarea de desgranar lo esencial de lo superfluo.
Reshape va directo a lo efectivo. Te aleja del ruido de tantos mensajes
contradictorios que hay en el mundo online . La razón de su efectividad es su
base científica y mi larga experiencia como paciente hipotiroidea.
Funciona. No es que lo diga yo. Lo atestiguan las más de 2700 personas que
ya están aplicando este método para transformar sus vidas con
hipotiroidismo.
¿Te unes a la revolución #YoSoyReshaper?
Empieza hoy con el contenido gratuito que te comparto aquí
.

Crea una zona de gratitud para sostener tus cambios


Sé por experiencia propia, y por las de la comunidad Reshape, que es difícil
abandonar la zona de falso confort cuando estamos mal. Muchas veces
cuesta empezar a implantar los cambios necesarios. Nos resistimos porque
tenemos miedo y, a menudo, falta de energía. Por eso sé que es tan
importante sostener la salida de esa antigua zona de confort con una zona de
gratitud.
La gratitud es la energía de vibración más elevada y es la actitud vital que lo
hace todo posible.
Solo por haber llegado hasta aquí ya tienes mucho a lo que puedes
agradecer:
Agradece haber invertido dinero y tiempo en comprar y leer este libro.
Agradece lo que has descubierto con él y deja que vaya calando en tu
interior, vaya resonando y vaya cambiándote.
Agradece (aquí viene una difícil) que esta enfermedad haya llegado a tu vida
para servirte de brújula. Gracias a ella te has motivado a cambiar. Y estás
construyendo un legado de salud personal muy valioso; no solo para el año
en curso, sino para los que te quedan por vivir.
Agradece que estás en este punto exacto de tu vida ahora mismo. Quizás en
otro momento no te habrías atrevido a investigar ni a cambiar nada. Ahora
estás en un momento poderoso y transformador.
Agradece a tu cuerpo que te ha permitido pasar por todo lo vivido hasta
ahora. Forja una alianza con él y prometeos amor mutuo: tú cuidarás de él y
él se irá recuperando poco a poco. Juntos llegareis tan lejos como os
propongáis.
Agradece cada noche (mejor si es por escrito) lo bueno y lo no tan bueno
que te haya traído el día. Apunta tus (pre)ocupaciones para el día siguiente.
Cuanto más concretas sean tus preguntas, mayor claridad obtendrás al
levantarte por la mañana.
Agradece cada gesto de cuidado que te dedicas, desde prestarte atención
amorosa cuando te hidratas la piel con productos ecológicos hasta cuando
decides tomar tu ducha fría, invertir en salud con alimentos frescos y de
temporada, cocinarte rico o escoger bien fuera de casa. En definitiva, cada
gesto de responsabilidad respecto a tu salud.
Agradece lo bueno que haces por ti, porque también lo será para los que te
rodean. Si tú estás bien, todo está bien. Todos —pareja, amigos, compañeros
de trabajo— percibirán tus cambios para bien o para mal. Lo bueno de este
proceso es ir descubriendo a quiénes quieres cerca porque se alegran de que
estés bien.
Toma consciencia de lo efímero de la vida. Cada instante merece que lo
vivas en plenitud. No puedes controlar cómo y cuándo morirás; solo puedes
influir en cómo serás recordada a través de todo lo bueno que construyas en
la vida. Empieza por una buena salud y relación contigo misma, para que sea
el punto de partida en la consecución de otros logros que pueden cambiar el
mundo (empezando por el tuyo).
Sé tu prioridad número uno. No es egoísmo; es reequilibrar una de las causas
de fondo de tu enfermedad. Cuando dejas todo por los demás, no dejas nada
para ti. Tus acciones al respecto —ya te he comentado— pueden traer
conflicto: transítalo, resuélvelo y toma decisiones. Ya va siendo hora de que
seas la primera.
Por último, cada vez que te sientas sobrepasada, asustada, agitada o triste,
recuerda que tienes a tu mejor aliada a tu disposición: la respiración.
Conecta con ella, visualiza cómo entra y sale de ti, llenándote de luz y
serenidad. Solo entonces toma decisiones.
La base de tu salud la construyes hoy con cada una de las decisiones que
tomas. Por ello, plantéate lo siguiente: ¿esta decisión que estás a punto de
tomar te aleja o te acerca a lo que quieres conseguir en un año?
 

Conclusión .
Tu invitación a seguir
¡Uf! Estoy segura de que ahora mismo debes de sentirte abrumada, como
si hubieras corrido una maratón. Te entiendo. Las lecciones aprendidas y las
estrategias que te acabo de compartir son el resultado de veinte años de dar
muchos bandazos y de centenares de pruebas y errores.
¡Cómo me hubiera gustado tener un libro así cuando me diagnosticaron! De
hecho, esta es una de las razones por las que lo he escrito. Deseo que, en
lugar de sentirte sobrepasada, te des cuenta de que, con él, dispones de un
valioso atajo.
En este libro te he compartido lo que considero más efectivo para las
personas con hipotiroidismo. Ten en cuenta que antes de publicarlo aquí:
 
lo he probado durante más de una década en mí misma (llegando, hace
unos tres años, a la remisión del diagnóstico y a no necesitar
medicación);
ha pasado la prueba de los pacientes que han asistido a mi consulta
(centenares);
ha pasado la prueba definitiva con las miles de personas apuntadas al
Método Reshape (más de 2700 desde el año 2018).

Por tanto, en esta obra pongo a tu disposición la esencia que te llevará a


mejorar tu estado de salud. Espero que el tiempo destinado a leer este libro
haya sido una buena inversión para ti. Mi objetivo es ahorrarte tiempo,
dinero y muchos de los errores que cometí en su momento. Te animo a que
reflexiones sobre lo siguiente; han sido afirmaciones estratégicas en mi vida:
 
Aquello que priorizas y en lo inviertes es aquello en lo que avanzas.
Sin inversión (de tiempo y dinero) no hay nunca suficiente
compromiso.

De los errores es de lo que más he aprendido. Y el principal fue, durante


mucho tiempo, encomendar el 100 % de la responsabilidad sobre mi salud a
manos ajenas. En realidad, buscaba a alguien que me indicara de forma
precisa qué tomar, qué hacer y qué no.
Ahora sé que cuando una quiere de verdad transformar su salud (y su vida)
no puede delegarlo. Debe transitar el proceso y ver la enfermedad como un
camino. Deseo que el tuyo sea muy fructífero y que los aprendizajes te
lleven al mayor bienestar emocional, físico y mental que puedas desear.
También te advierto que el paso firme del camino muchas veces se quiebra:
dudamos, nos distraemos (o nos distraen). En esos momentos es cuando
pertenecer a una comunidad de personas que está pasando por lo mismo que
tú —o que andan unos pasos por delante— cobra una importancia crucial.
De ahí que la comunidad Reshape sea cada día más nutrida.
En esta apacible tarde de verano, te imagino leyéndome unos meses más
tarde repleta de dudas. Seguro que sientes mucha resistencia a salir de tu
zona de confort (o de resignación). Me permito recordarte que pocos retos se
pueden superar permaneciendo en la zona de confort.
A mi parecer, el arte del proceso está en agradecer lo bueno que has vivido y
avanzar para conseguir algo aún mejor en la vida, con la finalidad de que
cuando dejemos este mundo, nuestro entorno nos recuerde por haber
intentado vivir una existencia en plenitud y no por habernos resignado a
vivir como supervivientes.
¿Empezamos juntas y vemos hasta dónde nos lleva el camino?
#YoSoyReshaper
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Accede a la página de premios del libro; allí encontrarás contenidos GRATIS
del Método y muchas sorpresas más.

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Epílogo .
Sobre la autora, el libro y tú
E stoy escribiendo estas líneas la mañana del día 24 de junio de 2021. Es el
día de San Juan y la noche ha estado protagonizada por los petardos
atronadores, la música a todo trapo, las olorosas barbacoas en las terrazas de
los vecinos y los clamores de celebración. Toda una agitación para mí.
Incluso he tenido que cerrar la ventana para evitar que entrara el ruido y el
hedor a pólvora, y he abierto la puerta de la habitación para no ahogarme de
calor. El resultado: mi cama se ha convertido en un constante ir y venir de
gatos durante toda la noche.
Así pues, me siento a escribir cansada pero feliz como si estuviera en una
nube. En primer lugar, porque he terminado de redactar el libro que con tanta
ilusión empecé. Y en segundo lugar, porque en estos momentos de mi vida
una noche de insomnio es un hecho excepcional. Una experiencia muy
distinta a las épocas de insomnio vividas años atrás, durante las cuales
transitaba el día con una sensación de resaca no alcohólica y un agotamiento
que no mejoraba descansando.
Me siento agradecida por haber tenido la inspiración y la voluntad de
escribir hasta aquí durante más de un año. No sé cuánto tiempo tardaré en
pasar al ordenador las más de doscientas hojas escritas en papel y pluma*, y
luego añadir las maravillosas ilustraciones que está preparando Robert,
mandarlo a corrección, maquetación y tenerlo todo a punto para su
publicación electrónica y en papel. Estoy nerviosa porque no sé si el libro te
gustará, ya que nace de la necesidad de compartir lo aprendido desde un
espacio de vulnerabilidad.
Dicen que tener muchos seguidores en Instagram no es garantía de que
quieran leer un libro tuyo. De hecho, a las personas cada vez nos cuesta más
concentrarnos y encontrar tiempo para leer. No sé si creérmelo. Lo que tengo
claro es que yo creo en ti. Porque empezaste curiosa este libro y, ahora que
has llegado hasta aquí, deseo que te haya servido. Ojalá haya conseguido
llenarte de energía y ganas de seguir tu camino hacia la mejoría con paso
firme.
También dicen que suelen transcurrir del orden de diez a quince años entre
que aparecen los primeros síntomas de autoinmunidad (tiroiditis) hasta que
llegamos a:
 
experimentar una cantidad significativa de problemas (signos y
síntomas del hipotiroidismo);
contar con analíticas que incluyen el panel tiroideo. Muchas veces solo
nos miran la TSH, dejando de lado los valores más cruciales: T3L, T4L
y anticuerpos;
tener un nivel de TSH lo bastante elevado (recordemos que se trata del
parámetro menos sensible, y que a partir de 2,5 microUI/ml y síntomas
ya se debería sospechar);
alcanzar un valor de TSH superior a 5 microUI/ml, o incluso a 10
microUI/ml, para que nos hagan caso. Y, aun así, muchas veces nos
dirán que es subclínico y que no se puede hacer nada más que esperar (a
que la glándula esté lo bastante mal);
ser diagnosticadas de tiroiditis autoinmune de Hashimoto como causa
del hipotiroidismo generalizado que está sintiendo nuestro cuerpo.

Me gustaría reiterar aquí mi opinión respecto al mal llamado hipotiroidismo


subclínico . Voy a ser clara: lo subclínico no existe, aunque por desgracia se
sigue usando este concepto hoy en día. Es un diagnóstico desfasado, como
ya he explicado con detalles en el capítulo T , y que resumo a continuación.
Para la práctica clínica desactualizada, subclínico significa que no estamos
tan mal como para tener síntomas. Nuestra TSH está alta, pero los valores de
las hormonas (T4 y T3) son «suficientes» porque están dentro del rango.
La realidad es que cuando los valores de T4L y T3L no están óptimos (en la
mitad superior del rango) ya pueden dar síntomas de hipotiroidismo en
nuestras células, incluso con una TSH que solo esté ligeramente elevada
(entre 2,5 - 5 microUI/ml).
Insisto sobre el concepto de subclínico porque, por desgracia, aún se sigue
usando para quitarle importancia a lo que nos pasa. Las consecuencias son
que se pierde un tiempo precioso en el que podríamos empezar a actuar
desde el estilo de vida para ayudar a que la tiroiditis no progrese tanto ni tan
rápido.
No es lo mismo, ni tendrá las mismas consecuencias en nuestra vida, que te
diagnostiquen en la etapa fértil (como a servidora) que cuando ya hemos
pasado la menopausia (mi madre). En mi caso, me ha impedido engendrar
hijos y me ha llevado a convivir durante años con la fatiga. En ninguna de
estas dos situaciones, los profesionales de la salud que me atendieron
establecieron relación con el hipotiroidismo. Tuve que ser yo quien se
pusiera las pilas y empezara a buscar estrategias para comprender lo que me
ocurría y qué podía hacer al respecto.
Hay momentos en los que aún siento nostalgia por la maternidad no vivida.
Otros momentos, en los que doy las gracias. Sin ese poderoso estímulo, sin
esa frustración enorme, estoy segura de que nunca habría cuestionado el
enfoque que se le daba a mi enfermedad ni habría buscado otros recursos
para mejorar(me). ¿Ha valido la pena? Para mí, sí.
De ese no-hijo, ha surgido un aprendizaje vital que me ha permitido:
 
aceptar que no siempre se puede conseguir lo que una busca (por más
que una lo desee);

agradecer a las dificultades, porque pueden transformarse en un


horizonte inmenso de posibilidades;
vivir la enfermedad como un camino de crecimiento personal y
profesional;
convertir un diagnóstico en un poderoso motor de cambio en mi vida (y
en la de miles de personas);
convencer a las personas con hipotiroidismo de que pueden dejar de ser
pasivas para convertirse en parte activa de su mejoría.

Hace algunos años, una médica de cuyo nombre prefiero no acordarme me


dijo que estaba cansada de visitar hipotiroideas por «pesaditas». Insinuó que
hacíamos mucho drama y que nos inventábamos síntomas. Afirmaba
categóricamente que, si las analíticas estaban bien, teníamos
(obligatoriamente) que estar bien y dejar de quejarnos de una vez por todas.
En este libro he intentado reflejar el sufrimiento de una persona con
hipotiroidismo, incluyendo las penurias derivadas de tener que escuchar
opiniones insensatas como esta.
Intuyo que la invisibilización de nuestra enfermedad se debe, en parte, a que
se trata de una condición que afecta en su gran mayoría a las mujeres y da
síntomas genéricos.
Dentro de este marco conceptual del hipotiroidismo, que es tan parcial,
siempre existirá una explicación paternalista para menospreciar nuestros
síntomas: «Eso será porque estás muy estresada o porque estás criando a los
hijos o porque trabajas fuera y dentro de casa o porque tienes a personas
mayores a cargo o porque no te puedes quedar embarazada o porque tus
reglas te drenan mucha energía». Y, claro, desde este punto de vista, es
normal que las mujeres con hipotiroidismo estemos mal y que debamos
aceptarlo como algo natural.
No es natural; solo es algo normal para una ciencia heredera de años de
predominio del enfoque masculino y que no tiene en cuenta ni las diferencias
entre géneros ni las características especiales de la salud de la mujer.
No quiero quitarle importancia a la enorme y desequilibrada carga que
siguen llevando muchas mujeres en sus múltiples roles, además del de
cuidadoras (de otras personas, del hogar). Mi experiencia es que, en
hipotiroidismo, hay una desventaja añadida a esa realidad social. Y es que
nosotras sufrimos de un estado de agotamiento celular que dificulta aún más
poder confrontar las demandas del día a día. Pero no voy a quedarme en el
papel de víctima. Voy a luchar. ¿Te unes?
Parte de mi lucha consiste en que este libro te sirva para poder armarte de
estrategias y energías para priorizarte y recuperarte. Te aseguro que se
puede, aunque por el camino tengas que hacer limpieza de temas estancados
y aprender a cuidarte.
Porque cuando las pacientes dejamos de ser pasivas y tomamos las riendas
de nuestra salud, somos imparables.
¿Te sumas a la (re)evolución de tu hipotiroidismo (y vida)?
#YoSoyReshaper
#HipotiroidismoFeliz
#MétodoReshape
Accede a la página de premios del libro

https://montsereusdietista.com/libros/
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* Escribo en papel y con pluma porque considero que es la forma más directa de acceder a lo que
siento, sin filtros, sin pantallas ni intermediarios. Lo hago siempre a primera hora de la mañana. Antes
de hablar con nadie o de abrir ningún aparato electrónico. Es mi espacio de conexión más íntimo.
Directo del corazón a mi libreta de creación. Y, por si tenías curiosidad, he tardado dos meses en pasar
a limpio los escritos al ordenador.
 

¿Te ha gustado este libro?


F elicitaciones y muchas gracias por leer el libro entero. Deseo que pongas
en práctica lo que te haya resonado y que te ayude en tu camino de
transformación.
Si tienes un minuto, significaría mucho para mí que dejaras una opinión en
la tienda online de Amazon. Tu reseña es muy importante a la hora de
animar a otras personas a leerlo, y lo considero un favor personal enorme.
De hecho, es la herramienta más potente que existe para darlo a conocer y
que tenga éxito, lo cual me permitirá seguir creando recursos para ti.
Además, tu opinión tiene PREMIO.
Cuando la hayas publicado en Amazon, mándame impresión de pantalla o
fotografía de esta a mi correo electrónico personal (
montse@academiareshape.com
).
En agradecimiento, te haré llegar una nota personal con un capítulo inédito y
su ilustración a todo color. Se trata de la precuela, y en él te comparto mis
aventuras cinco años antes del primer capítulo de este libro. Descubrirás
cómo fue cuando viví en Holanda y ya empecé a notar los síntomas del
hipotiroidismo.
Muchas gracias por adelantado.
Encuentras el enlace a mi libro en Amazon aquí: 

https://montsereusdietista.com/libros/
Si tienes preguntas, comentarios o quieres contactarme, también lo puedes
hacer a través del formulario de mi web.
¡Mi más sincera gratitud y mejores deseos para ti!
MONTSE
 

Anexo 1
Mi currículum oficial y extraoficial
V ivimos en un país de titulitis (guiño al capítulo L). Así pues, para quien
pueda interesar, aquí queda la lista de mis «logros» profesionales. Lo pongo
entre comillas porque el precio personal que implica no siempre ha
compensado, pero eso tú ya lo sabes si has leído la primera mitad del libro.

Titulaciones universitarias
 
Graduada en Dietética y Nutrición Humana (2019). Número de
colegiada: CAT001758.
Técnica superior en Dietética y Nutrición por el IFPS Roger de Llúria
(2015).
MSc por la University College London (2002). Becada por el British
Council y la CAM.
Licenciada en Ciencias Ambientales por la Universitat Autònoma de
Barcelona (2001).

Actividad docente
 
Profesora invitada en el Máster de Nutrición Clínica de la Universidad
Alfonso X. Asignatura de Dietoterapia (octubre 2019). Ponencia: «Rol
de la micronutrición en el hipotiroidismo».
Profesora del ciclo técnico universitario de Dietética en el IFPS Roger
de Llúria. Asignatura presencial de Nutrición Equilibrada. Tres años de
docencia (2015 - 2018).
Profesora invitada por la Universitat de Vic. Grado de Nutrición
Humana y Dietética. Asignatura de Microbiología (mayo 2017).
Ponencia: «Enfoque nutricional en inflamación crónica de bajo grado».

Divulgación y formación para pacientes de hipotiroidismo


 
Escritora del libro que tienes entre manos (2021).
Cocreadora del Método Reshape para Hipotiroidismo con más de 2700
alumnos (2018 - actualmente).
Más de seis años de experiencia en consulta con centenares de
pacientes con hipotiroidismo (2015 - actualmente).
Articulista del blog de la Academia Reshape (2019 - actualmente).
Podcast «Transforma tu hipotiroidismo» (2019 - actualmente).

Conferenciante nacional e internacional


 
Congreso Mundial en Ciencia de los Alimentos, Nutrición y Salud
(septiembre 2019). «Role of micronutrition in hypothyroidism caused
by autoimmune thyroiditis of Hashimoto».
Clínica Rafa Nadal de Mallorca (abril 2018). Ponencia:
«Autoinmunidad e inflamación».
Tercer Summit Paleo (octubre 2017). Ponencia: «Casos clínicos en
hipotiroidismo. Estrategias y resultados».
Organic Festival (junio 2017). Ponencia junto a Jose Segurado:
«Enfermedades autoinmunes».
Clínica Rafa Nadal. Mallorca (mayo de 2017). Taller: «Cocina para
enfermedades autoinmunes».
Primer Congreso Internacional NutriScience de Nutrición Funcional,
Barcelona (enero 2017). Ponencia: «Nutrición e hipotiroidismo».
Tercer Congreso Internacional de Nutrición Funcional. Lisboa (octubre
2016). Taller junto a Óscar Picazo y Andreia Castro: «Bioquímica na
Cozinha».
Clínica Rafa Nadal. Mallorca (noviembre 2016). Ponencia: «Nutrición
y enfermedades autoinmunes».
Segundo Summit Paleo (octubre 2016). Ponencia: «Causas y
tratamiento del hipotiroidismo y de las enfermedades autoinmunes con
el protocolo autoinmune de la paleo».
Charlas divulgativas sobre salud, nutrición e hipotiroidismo para
centenares de asistentes a los Festivales Soy como Como (mayo 2016 y
septiembre 2017); charlas sobre hipotiroidismo, anemia, autoinmunidad
y talleres de dieta paleo (enero 2015 - julio 2015); conferencia sobre
alimentación infantil en Manresa (septiembre 2015) y biocultura (mayo
2015).
Articulista de la revista digital sobre salud y nutrición Soy como como
(2012 - 2016).
Coordinadora de congresos y cursos de nutrición clínica
avanzada
 
NutriScience Barcelona (mayo 2018). «Analíticas clínicas aplicadas a
la nutrición funcional». Prof. Gabriel de Carvalho.
NutriScience Barcelona (mayo 2018). «Nutrición y salud hormonal».
Prof. Gabriel de Carvalho.
NutriScience Barcelona (marzo 2018). «Nutrición y suplementación
deportiva». Prof. Fernando Mata y prof. Carles Tur.
NutriScience Barcelona (enero 2018). «Salud gastrointestinal y
nutrición». Prof. Gabriel de Carvalho.
NutriScience Barcelona (octubre 2017). «Programación nutricional
saludable durante el embarazo». Prof. Gabriel de Carvalho.
NutriScience Barcelona (octubre 2017). «Nutrición y tiroides». Prof.
Gabriel de Carvalho.
NutriScience Barcelona (junio 2017). «Analíticas clínicas». Prof. Pedro
Carrera Bastos y prof. Fernando Mata.
NutriScience Barcelona (mayo 2017). «Inflamación crónica». Prof.
Pedro Carrera Bastos
Primer Congreso Internacional NutriScience de Nutrición Funcional,
Barcelona (enero 2017).

Formaciones de ampliación de los conocimientos universitarios


 
Formación virtual: «Hashimoto’s Update» (junio 2020 - mayo 2021).
Kharrazian Institute. Prof. Datis Kharrazian, DHSc.
«Experto en patologías digestivas», Barcelona (octubre 2020). Prof.
Pablo Zumaquero y Prof. Isabel Pérez, dietistas nutricionistas.
«Interpretación de análisis para dietistas y nutricionistas» (julio 2020).
IFPS Roger de Llúria. Prof. Dra Anna Armengol.
«Curso avanzado en vitamina D, salud y enfermedad» (junio 2020).
EISANE. Prof. María Hdz. Bascuñana, dietista-nutricionista.
«Suplementación en alteraciones y patologías relacionas con el sistema
digestivo» (junio 2020). IFPS Roger de Llúria. Prof. Marc Vergés,
dietista-nutricionista.
«Disfunción menstrual». NutriScience online (octubre 2019). Prof. Pau
Oller, dietista-nutricionista.
«Fertilidad y modulación hormonal». NutriScience Portugal. Lisboa
(octubre 2019). Dra. Bettina Moritz.
Sexto Congreso Internacional de Nutrición Funcional. NutriScience
Portugal. Lisboa (octubre 2019). Varios ponentes.
«Actualización en el manejo clínico nutricional de enfermedades
digestivas» (febrero 2019). CINUSA. Dr. Ismael San Mauro y Sara
López, dietistas nutricionistas.
«Introducción al cannabis medicinal» (marzo 2019). MEDCAN. Dr.
Eliot Ramírez.
«Micronutrición, fuentes alimenticias y suplementación» (2018 - 2019).
Dra. Daniel Seixas.
Quinto Congreso Internacional de Nutrición Funcional. NutriScience
Portugal. Lisboa (octubre 2018). Varios ponentes.
«Introducción a la aromaterapia» (octubre 2018). Laura Mestres,
farmacéutica.
«Alimenta tu fertilidad» (agosto 2018). Soy Como Como. Yolanda
García.
«Dietoterapia para el sistema inmune» (julio 2018). IFPS Roger de
Llúria. Prof. Marc Vergés, dietista-nutricionista.
«Analíticas clínicas aplicadas a la nutrición funcional». NutriScience
Barcelona (mayo 2018). Prof. Gabriel de Carvalho.
«Nutrición y salud hormonal». NutriScience Barcelona (mayo 2018).
Prof. Gabriel de Carvalho.
«Nutrición y suplementación deportiva». NutriScience Barcelona
(marzo 2018). Prof. Fernando Mata y Prof. Carles Tur.
Curso virtual: «Protocolo autoinmunidad». NutriScience Barcelona
(febrero 2018). Prof. Pedro Carrera Bastos.
«Salud gastrointestinal y nutrición». NutriScience Barcelona (enero
2018). Prof. Gabriel de Carvalho.
«Nutrición celular activa». Barcelona (noviembre 2017). Prof. Alonso
Miras.
«Programación nutricional saludable durante el embarazo».
NutriScience Barcelona (octubre 2017). Prof. Gabriel de Carvalho.
«Nutrición y tiroides». NutriScience Barcelona (octubre 2017). Prof.
Gabriel de Carvalho.
«Programación de una gestación saludable». NutriScience Portugal.
Lisboa (octubre 2017). Prof. Marcello Carvalho, dietista-nutricionista y
bioquímico.
«Nutrición, microbiota y enfermedades neuropsiquiátricas».
NutriScience Portugal. Lisboa (octubre 2017). Prof. Murilo Pereira,
bioquímico.
Cuarto Congreso Internacional de Nutrición Funcional. NutriScience
Portugal. Lisboa (octubre 2017). Varios ponentes.
«Analíticas clínicas». NutriScience Barcelona (junio 2017). Prof. Pedro
Carrera Bastos y Prof. Fernando Mata.
«Inflamación crónica». NutriScience Barcelona (mayo 2017). Prof.
Pedro Carrera Bastos.
«Interpretación de analíticas aplicada a la nutrición funcional».
NutriScience Portugal. Lisboa (febrero 2017).Prof. Marcello Carvalho,
dietista-nutricionista y bioquímico.
Tercer Congreso Internacional de Nutrición Funcional. NutriScience
Portugal. Lisboa (octubre 2016). Varios ponentes.
«Interpretación de analíticas clínicas en nutrición deportiva».
NutriScience Portugal. Lisboa (octubre 2016). Prof. Marcello Carvalho.
«Nutrición funcional y cáncer». NutriScience Portugal. Lisboa (octubre
2016). Prof. Sérgio Veloso.
«Analíticas clínicas funcionales». NutriScience Portugal. Lisboa (junio
2016). Prof. Gabriel de Carvalho, farmacéutico y dietista-nutricionista.
Seminario sobre autoinmunidad, el rol de la nutrición y estilo de vida.
NutriScience Portugal. Lisboa (febrero 2016). Prof. Pedro Carrera
Bastos, dietista-nutricionista y bioquímico.
«Fundamentos de inmunología». NutriScience Portugal. Lisboa
(febrero 2016). Prof. Marcelo Macedo.
«Hormonas tiroideas» (enero 2016). PNI-Regenera. Prof. Pau Oller.
«Gut, microbiota and thyroid for practitioners». Londres (enero 2016).
Kings College. Dr. Michael Ruscio.
Webinar sobre inflamación, nutrición y ejercicio físico (febrero 2015).
IICEFS. Prof. Pedro Carrera Bastos.
«Inflamación y autoinmunidad». NutriScience Portugal. Lisboa (abril
2015). Prof. Pedro Carrera Bastos, dietista-nutricionista y bioquímico.
Obesity Tour. Lanzarote (agosto 2015). Prof. Walter Sánchez y Dr.
Antonio Sánchez Oliver.
«Nutrición basada en la evidencia y la evolución». NutriScience
Portugal. Lisboa (mayo 2015). Maelán Fontés, fisioterapeuta
especialista en dolor crónico.
«The gluten trilogy». NutriScience Portugal. Lisboa (enero 2015). Dr.
Tom O’Bryan.

Formación y actividad en marketing


 
Copywriter de la Academia Reshape (2018 - actual).
Certificación en Copywriting por la escuela de Maïder Tomasena (2020
- 2021).
Closer de Ventas Premium en el campo de la salud con Isabel Anthony
(2020 - 2021).
Storytelling con Sergio Ituero. Crehana (2020).
Locución con Mario Arvizu. Crehana (2020).

Actividad profesional previa


 
Funcionaria de carrera (grupo A1, técnica gestora de Políticas
Públicas). Diputación de Barcelona (2003 - 2014). Responsable del
Programa de Mobiliario Urbano de la Diputación, premiado con el
European Award of Environmental Local Initiatives de Fomento de la
Sostenibilidad 2010.

Aficiones
 
Leer por placer y para aprender.
Observar a mis gatos, los mejores maestros.
Adentrarme en la naturaleza.
Entrenar con mi tribu cada día.
Escribir para entenderme.
Cocinar y comer rico y sano.
Tomar el sol desnuda (todo el año).
 

Anexo 2
Tu diario de transformación
Accede a la página de extras GRATIS del libro; allí encontrarás la tabla
editable e imprimible de Tu diario de transformación y muchas sorpresas
más.

https://montsereusdietista.com/libros/
 

Agradezco
A ti, porque has llegado hasta aquí, por invertir en este libro, leerme y abrir
tu mente.
A mis abuelas, porque me enseñaron cuán valioso es que una mujer
disponga de independencia económica para cumplir sus objetivos vitales.
A mi abuelo materno, que me enseñó el valor de los alimentos cultivados por
uno mismo y nuestra conexión con la naturaleza. A mi abuelo paterno, por
enseñarme que las mujeres debemos confrontar las situaciones de
desigualdad y dotarme de pensamiento patrimonial.
A mis padres y a mi hermano, por apoyarme siempre, incluso en los
momentos malos.
A mi cuñada y a mi hermano, por su cariño y por ser tan valientes de traer a
este mundo a Joana y criarla con tanto amor.
A Robert, mi pareja, por ilustrar este libro, por su sensibilidad y su
compañerismo en nuestra vida juntos. Por sacarme de mi mundo de papel
cuando me aturullo y por sus gestos diarios de cariño y cuidado.
A mis socios, Diego de Castro y Fernando Orpinell, por ser tan buenos
compañeros de proyecto y por hacer posible la Academia Reshape, la
creación conjunta del Método Reshape Hipotiroidismo y su apoyo a este
libro.
A la Dra. Elisabet Juncà, mi endocrina de referencia en el Método Reshape y
en mi vida. Le agradezco infinito el prólogo y sobre todo su forma de pasar
consulta, porque si hubiera más doctoras como ella, las pacientes de
hipotiroidismo no andaríamos tan perdidas.
A Marcos Vázquez, por las oportunidades de colaborar con él, por ser un
maestro en el estilo de vida y en el pensamiento estoico, por su actitud
crítica y búsqueda incansable, por ser pionero e inspiración constante.
A Julia Cameron, por descubrirme en «El Camino del escritor» cómo
escribir este libro.
A Ana Nieto, por enseñarme la estrategia de cómo autoeditar un libro.
A Maïder Tomasena, por enseñarme el enorme poder del copywriting .
A Sergio Ituero, por despertarme el interés por el storytelling .
A Myriam Zaragozí, porque en su labor como correctora ha ido más allá de
lo esperable.
A Txell Costa, por inspirarme constantemente sobre liderazgo en femenino.
A Cristina Soler, por su incansable búsqueda sobre cómo ayudar al bienestar
emocional de las personas con autoinmunidad.
A Yolanda García, por ser tan buena consejera y profesora en el Roger de
Llúria.
Al resto del profesorado del Roger de Llúria y en especial a Marc Vergés,
también gran consejero y profesor de Dietoterapia.
A la Dra. Olga Cuevas, la maestra pionera, por abrirme la puerta a un nuevo
mundo profesional.
A Lucía Redondo Cuevas, porque gracias a ella descubrí mi camino en la
alimentación saludable.
A Pedro Carrera Bastos y Fernando Mata, por ser grandes maestros y por
confiarme la coordinación de NutriScience Barcelona.
A Airam Fernandez (alias Paleo Boss) por confiar en mi tres veces para sus
maravillosos Summits Paleo.
A mis compañeras en Soy como Como, por confiar en mí cuando solo me
conocían en casa. En especial a: Montse Vallory, Jordina Casademunt,
Aurore Didier, Neus Elcacho, Martina Ferrer, Glenn Cots, Yolanda García,
David Gasol, Mireia Segarra, Carla Zaplana, Núria Roura, Lluca Rullan,
Pilar Rodrigáñez, Mareva Guillioz, Gina Estapé, Cristina Manyer y Maria
Camps.
A Mireia Companys, mi querida amiga de la época universitaria, por su arte,
sus poemas y nuestros momentos de terapia mutua. Y por cederme su
precioso poema «Washingtonia» sobre la necesidad de acercarnos más a la
naturaleza.
A David del Rosario, por descubrirme una nueva manera de entender mi
cerebro.
A Beti Costillas, por ser una mujer sabia e inspiradora.
A Miryam Cambronero, por recordarme la importancia de la meditación
para recuperarme de mi condición de salud.
A Jose Segurado, por hacerme reflexionar sobre la diferencia entre ser
hipotiroidea (identificarme con mi enfermedad) y tener una enfermedad que
puede remitir. Conocerle, compartir palestra y leer Elijo vida (el título de su
inspirador libro) me marcó.
A Mar Puig, porque lo que empezamos metidas en una piscina de hielos se
ha convertido en una cálida relación de amistad y compañerismo.
A todos los profesionales que participaron en el Summit Reshape
Hipotiroidismo, porque a ellos sí que me habría gustado encontrarlos al otro
lado de la mesa de consulta cuando me diagnosticaron: Dra. Elisabet Juncà,
Dra. Sari Arponen, Dra. Susan Judas, Dra. Gabriela Pocovi, Dra. Miriam al
Adib, Dra. Emma Esteve, Dra. Gemma Safont, Dr. Sergi Gòdia, Dra. Núria
Roure, Dr. Diego Martinelli, Dra. Eugenia Benzaquén, Dra. Camino Díaz,
Dr. Enrique Esteve, Dra. Rosa Rivera, Marcos Vázquez, María Real Capell,
Paloma Quintana, Pau Oller, María Hernández Bascuñana, Mar Puig,
Joaquim Lamora, Miryam Cambronero, Cristina Soler, Toñi González, Beti
Costillas y Venu Sanz.
A las tres doctoras de Slow Medicine Revolution, por su labor divulgativa y
colaboración con el Método Reshape: Dra. África Villaroel (endocrina), Dra.
Sari Arponen (internista) y Dra. Susan Judas (médica de familia).
A la Dra. Adriana Bonato, el Dr. Guillem Hernández, Dra. Elisabet Juncà y
la Dra. Isabel García, porque fueron los primeros médicos con visión
integrativa que conocí. Su manera de ejercer la profesión y la forma cómo
establecían la relación con el paciente me abrió un mundo de posibilidades
que me sirvió de inspiración como sanitaria.
A Blanca García-Orea, por ser la nutricionista más influyente de todo el país
y hacerlo tan bien, en especial por su labor de siembra tan importante entre
los peques.
A Pau Oller, Gina Estapé, Mireia Galtés, Josep Cuenca, Rocío Ripoll y
David Castillo por ser tan buenos compañeros de estudios del grado de
Nutrición.
A Edurne de Eva Muerde la Manzana, por su amistad y por ser tan buena
divulgadora en el campo de la salud.
A Josep Solé, mi exjefe de la Diputación, por valorarme y continuar nuestra
amistad después de que me fuera.
A todos mis excompañeros de la Diputación, por ser tan buenos compañeros
de trabajo. En especial a Laura Guerrero, por su apoyo en momentos
difíciles.
A mis amigas de Ambientales —Glòria Carrera, Mireia Tarradell y Marta
Jofra—, por jugar papeles decisivos en momentos cruciales de mi vida.
A mis amigas del máster en Londres, porque fueron familia en esos
momentos difíciles.
A mis exparejas, porque con cada uno de ellos aprendí a amar mejor. Y
especialmente a Enric, porque con lo vivido juntos nos hicimos adultos.
A mis compañeros de estudio y profesores del Roger de Llúria, porque fue
muy divertido estudiar con ellos y apasionante dar clase a su lado; en
especial a aquellos alumnos que terminaron siendo también amigos, como
María Zapata y Ander Velado.
A mis compañeros de estudio del grado de Nutrición. Sin ellos lo habría
dejado ya el primer año.
A las colaboradoras de la Academia Reshape —Hellen, Elvia y Marielena—,
porque sin vosotras Reshape no tendría ni tanto color ni tan buen sabor.
Al Restaurante Maai y su maravilloso equipo: Vicky, Elena y Ángeles. En su
sala y delante de su deliciosa comida han surgido grandes ideas como el
Reshape.
A mi entrenador Marc Vallès de A Run de Terra y a mis queridos
compañeros de entrenamiento. En especial a ti, Ferran, porque nuestros
piques hacen que sea más divertido entrenar cada mañana y a ti Blanca por
hacer frente común en los temas sensibles.
A mis pacientes, mis grandes maestras y compañeras de camino. En
especial, a las alumnas de Reshape Premium por crear una comunidad de
cercanía y confianza.
A todas las personas que han pasado por mi vida, porque de una forma u
otra, como modelos o contramodelos, habéis contribuido a que hoy en día
sea quien soy y tenga tan clara mi misión en esta vida.
A todos y cada uno de los más de 2700 alumnos del Método Reshape, por
confiar lo suficiente en ellos mismos y querer transformar sus vidas con
hipotiroidismo.
Table of Contents
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