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Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo… y a volver a

empezar, ya no sabía ni qué día era, pasaba el tiempo y notaba cada vez más

como la monotonía se apoderaba paulatinamente de mi vida. Después de más

de 14 horas de trabajo (es lo que tenía ser una campesina), me quedaba

oteando las colinas semidesérticas de aquel lugar y en aquel momento en el

que desdichadamente me había tocado morar. Siempre llegaba a la conclusión

de que estaba desperdiciando mi vida, faenando en la huerta con jornadas

intragables para conseguir un escaso salario con el que no poder alimentarme

debidamente.

Estábamos recuperándonos de la crisis económica desencadenada por la

peste negra que había cesado hace bastantes años; y el índice demográfico

crecía progresivamente, aunque mucha gente desesperada con su situación se

marchaba a las Indias para hacer fortuna. Todo parecía ir a mejor. En cambio,

hubo una proliferación de hambrunas, como no, en las clases bajas. Yo

conozco a varias personas que no lo pudieron soportar.

Hartos ya de sufrir este martirio y de ver como morían nuestros seres cercanos

pensando en que nosotros seríamos los próximos, decidimos planear una

revuelta con el fin de reivindicar nuestros derechos.

Desafortunadamente, no sirvió de nada, al fin de al cabo éramos menos de 100

personas y esta fue disuelta en menos que canta un gallo.

No dormí esa noche. Pensaba que si me quedaba allí iba a morir de hambre,

ya que no podía emprender ninguna actividad artesanal debido a que no


poseía ningún conocimiento gremial; y parte de mi insuficiente sueldo y de

todas las cosechas iban destinados a la Iglesia por lo que apenas me

alcanzaba para comer.

Llevaba mucho tiempo pensando en escaparme a algún lugar lejano al margen

del pueblo para evitar el diezmo y otros impuestos; poder montar mi propia

cosecha y ser autosuficiente. El problema es que no me atrevía a viajar tan

lejos yo sola y también me daba pánico morir en medio del bosque devorada

por alguna fiera o incluso por el mismo cansancio y hambre.

Me desperté a media noche después de darle varias vueltas al asunto y decidí

embarcarme en el viaje.

No sabía lo que iba a tardar en encontrar un sitio adecuado, así que decidí

acercarme a las huertas para robar unas pocas verduras con el fin de aliviar el

hambre que pudiera tener durante el trayecto.

Esperé a que amaneciera para comenzar a andar por un bosque con la idea de

atravesarlo. Muchas veces pensaba que era una locura, que debía volver

porque apenas tenía conocimiento de hacia dónde estaba yendo y la fatiga se

estaba adueñando de mí. Finalmente, mi lado optimista le ganó el pulso al lado

pesimista y conseguí, al cabo de varios días caminando y con mucha sed,

llegar hasta la orilla de un pequeño río. No pude evitar chillar de alegría.

Empecé a explorar la zona y después de haber recorrido un kilómetro y poco,

encontré una pequeña casa. Me entró la curiosidad así que opté por llamar a la

puerta.

-Hola ¿Hay alguien ahí?

Se oyeron unos pasos y una voz de una mujer anciana respondió:

- ¿Quién eres?
- Me llamo Aldara, vengo caminando desde Almería hasta aquí huyendo del

hambre. ¿Sería tan amable de decirme dónde estamos?

La anciana abrió la puerta, me analizó un buen rato de arriba abajo y comenzó

a registrarme. Me quedé petrificada. Al terminar me invitó a pasar:

-Siento haberte incomodado, pero tenía que comprobar que no eras una

servidora de la Santa Inquisición. Me llamo Catalina y ahora mismo estamos a

unos veinte kilómetros de los Pirineos. Si deseas puedes quedarte aquí los

días que necesites.

- ¿En serio? Muchas gracias. Mi idea era plantar un huerto y convertirme en

una persona autosuficiente, en mi cabeza suena bien, pero me va a llevar a

mucho tiempo y trabajo todo, por lo que voy a tener que vivir un tiempo de la

caza o de la recolecta de frutos silvestres.

- Ah, ya entiendo. Yo es que no como animales, tengo un huerto a unos

setecientos metros aquí, si quieres puedo dejarte espacio para plantar tus

semillas.

- No sé cómo agradecerlo de verdad, intentaré devolverle el favor lo antes

posible.

Esa noche me quedé a dormir en su casa. El exterior daba a entender que era

una casa pequeña pero el interior lo desmentía. Era una casa peculiar, se

notaba que ella tenía dinero. Tenía numerosas alfombras, una chimenea

enorme, algunas telarañas, numerosos utensilios de cocina distribuidos por

toda la casa y una estantería abarrotada de libros de medicina, botánica,

biología, astronomía… Yo siempre había soñado con estudiar, pero al


pertenecer a una familia analfabeta y pobre no tuve más remedio que

olvidarme de ello.

Esa noche cenamos sopa, y pan. Al mismo terminar, caí en un profundo sueño.

Al día siguiente, fui al huerto con Catalina, a recoger hortalizas para comer y

hierbas. Justo al llegar a la casa, la anciana comenzó a leer y a mezclar

líquidos extraños con algunas de las hierbas. Me quedé sorprendida así que le

pregunté:

- ¿Qué estás haciendo?

-Estoy preparando una bebida que me es efectiva contra el dolor de cabeza-

respondió ella.

- ¿En serio? Los dolores de cabeza son horribles e insoportables. Si vendieras

tus bebidas podrías hacer mucho dinero.

- No, hija, no, aunque sé que podría aliviar a mucha gente, me matarían por

hereje. A mí me interesa mucho investigar la cura de enfermedades, pero la

gente considera que eso es insultar e invalidar a Dios. Piensan que no existe

nada más allá que la religión, todo lo que ocurre es por voluntad de Dios, la

cura y la enfermedad están en manos de él y todo lo que no tenga que ver es

tachado brujería.

- Ah ya, entiendo, perdón, por un momento se me había olvidado la existencia

de esas normas. Pues, a mí me encantaría aprender sobre esas cosas.

- No te lo recomiendo, Aldara. Tendrías que vivir toda tu vida aislada.

- ¡Me da igual! Si de todas formas vine aquí huyendo de la hambruna con el fin

de vivir sola y de mis propias cosechas, y, con suerte, te encontré.


-Bueno, si insistes te podría enseñar alguna que otra cosa.

- ¡Muchas gracias! No te arrepentirás.

Pasaron cinco años, Catalina y yo nos hicimos íntimas, éramos como madre e

hijas. Catalina me enseñó a leer, a escribir, a pensar y a saber preparar

pociones curativas a partir de los conocimientos de las propiedades de las

plantas y de minerales que ella me había enseñado. Estaba muy agradecida

por todo lo que Catalina me había enseñado y por haberme ofrecido hogar

durante años.

Un día cualquiera, fui a dar un paseo como solía hacer de costumbre y al llegar

a casa llamé a la puerta varias veces y nadie abrió por lo que le tuve que dar

una buena patada para poder acceder. Al entrar, llamé a Catalina varias veces,

pero no obtuve repuesta alguna. Después de un rato buscando por la casa

decidí ir al huerto a ver si estaba allí pero justo al salir desplacé el felpudo sin

querer y entonces me di cuenta de que había una carta por lo que decidí

abrirla. En el sobre vi que ponía que era de Catalina para mí. Se notaba que la

había escrito rápido ya que me costaba entender la letra. La carta decía así:

Hola Aldara,

Te escribo esta carta porque vienen ya a por mí, me ha tocado ya sufrir las

consecuencias de la brujería. Gracias por insistir en que te enseñase lo que sé,

ahora soy consciente de que mis descubrimientos y conocimientos no serán

derrochados sin más conforme me quemen en la hoguera. Únicamente te pido

un favor: huye de aquí, vete a un lugar más seguro y transmite mis

conocimientos a quien veas conveniente o monta alguna escuela clandestina,

por favor, que todo esto no quede en el olvido. Y si algún día la gente decide
confiar en los conocimientos del ser humano, saca a la luz todo. Me quedaría

muy tranquila si sé que mi trabajo realizado durante muchos años sirve para

hacer un bien. Me dijiste una vez que en cuanto pudieras me devolverías todo

lo que yo había hecho por ti y sólo quiero que hagas esto.

Te querré y te cuidaré siempre, esté donde esté.

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