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Falso
amanecer
Los engaños del
capitalismo global
m PAI DOS
■r Barcelona •Buenos Aires •México
Título original: F alse Dawn
Originalmente publicado en inglés, en 1998, por Granta Publicatioes, Londres
John Gray se reserva el derecho moral de ser identificado como autor de esta obra
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción de esta obra
por cualquier método o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,
y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN : 84-493-0774-0
Depósito legal: B-47.303/2001
Agradecimientos ................................................................................. 9
Hay muchas personas sin las cuales no se habría podido escribir este
libro. Sin el estímulo de Neil Belton no lo habría empezado y mucho me
nos acabado; su apoyo inagotable y sus críticas incisivas han sido funda
mentales en todas las etapas de su elaboración. No se podría pedir más
de un editor.
Muchas personas fueron lo suficientemente amables como para co
mentar toda o parte de esta obra: David Barron, Nick Butler, Colín Clar-
ke, Tony Giddens, Will Hutton, James Sherr, G eoff Smith y George Wal-
den me hicieron valiosos comentarios y las conversaciones que mantuve
con ellos han aguijoneado mis reflexiones sobre muchos de los temas del
libro. Jane Robertson me hizo muchas sugerencias de gran valor en la
etapa de la edición de esta obra.
Dado que no he aceptado todas las sugerencias que me hicieron las
personas que leyeron el libro y que ninguna de ellas aceptaría todo lo que
en él sostengo, asumo, como suele hacerse, toda la responsabilidad sobre
su contenido.
N o t a a l a r e im p r e s ió n
1. Soros, George, Soros on Soros, Nueva York, John Wiley, 1995, pag. 194.
2. Polanyi, Karl, The G reat Transform ation: The P olitical and Econom ic O rigins o f
our Time, Boston, Beacon Press, 1944, pag. 140.
3. Polanyi, Karl, op. cit., pag. 140.
12 Falso amanecer
L a c o n s t r u c c ió n d e l l ib r e m e r c a d o e n l a In g la t er r a
DE PRINCIPIOS DE LA ERA VICTORIANA
5. Moore, Barrington, Social O rigins o f D ictatorship and Democracy: Lord and Pea
san t in the M aking o f the M odern World, Harmondsworth, Penguin Books, 1991, pags.
21-22 y 25.
20 Falso amanecer
11. Macfarlane, Alan, The O rigins o f English Individualism , Oxford, Basil Black-
well, 1978, pag. 199.
26 Falso amanecer
13. Véase una valoración equilibrada de los datos sobre las ganancias y los costes
sociales de la economía de mediados de la era victoriana en Church, R. A., The G reat
Victorian Boom 1850-1873, Londres, Macmillan, Studies in Economic and Social His-
tory, 1975.
14. La descripción de la ley de educación de 1870 proviene de Taylor, A. J., op. cit.,
pág. 57.
15. Barnett, Corelli, The C ollapse o f British Power, Stroud, Glos, Alan Sutton Pu-
blishing, 1984, pág. 493.
28 Falso amanecer
Keynes, que estaban dispuestos a limitar los poderes del Estado para mo
derar los efectos de las fuerzas del mercado, aliviar la pobreza y promover
el bienestar social. En la primera década de este siglo, los defensores del
«nuevo liberalismo» encontraron en Lloyd George a su primer y más im
portante arquitecto político.
El lento crecimiento de la legislación social del último cuarto del si
glo XIX fue seguido por un veloz avance hacia un Estado del bienestar.
Tanto la filosofía como las políticas que habían creado el libre mercado
fueron descartadas y las inseguridades económicas interactuaron con los
imperativos de la competencia entre los partidos en una democracia
emergente. El resultado fue la desaparición de la influencia política del
laissez-faire.
Sin embargo, la clásica ilusión liberal que presentaba al libre mercado
como un sistema autorregulador se mantuvo aún a lo largo del período de
entreguerras. Esta fue la idea inspiradora de los recortes de gastos de-
flacionarios que empeoraron la «gran depresión». Incluso el cr^cirrjien-
to de los movimientos fascistas que se alimentaron de los trastornos eco
nómicos de la Europa de la posguerra no bastó para eliminar la fe en los
mercados autocorrectores. Sólo la catástrofe de la segunda guerra mun
dial sacudió lo suficiente a la ortodoxia económica como para llevarla a
aceptar las ideas keynesianas.
No obstante, las economías controladas del período de posguerra no
surgieron de una conversión intelectual desde el laissez-faire. Nacieron del
horror inspirado por los colapsos económicos y las dictaduras que habían
llevado a la segunda guerra mundial y de la decidida negativa de los vo
tantes británicos a volver al orden social de los años de entreguerras.
La idea de un orden económico internacional autoestabilizador pere
ció con las dictaduras totalitarias, las migraciones forzosas, los bombar
deos de saturación de los aliados y el horror sin límites del genocidio nazi.
En Gran Bretaña, la idea fue eliminada por la experiencia de una econo
mía de guerra, mucho más eficiente que la de la Alemania nazi, en la que
el desempleo era desconocido y los estándares en nutrición y salud eran
más altos para la mayoría de lo que lo habían sido en tiempos de paz.
El laissez-faire experimentó un anacrónico y efímero retomo a la iida
política durante las décadas de 1980 y 1990. El declive de la productividad
y los conflictos sociales e industriales del corporativismo británico fueron
los catalizadores de la intervención del Fondo Monetario Internacional en
la gestión de la economía británica en 1976. Esta intervención inició la rá
Desde la «gran transformación» al libre mercado global 29
E l f a l s o a m a n e c e r d e l l ib r e m e r c a d o g l o b a l
libertades del mercado son naturales y las limitaciones políticas sobre los
mercados son artificiales. La verdad es que los libres mercados son cria
turas engendradas por el poder estatal y se mantienen sólo mientras el
Estado es capaz de impedir que las necesidades humanas de seguridad y
de control de riesgo económico encuentren expresión política.
En ausencia de un Estado poderoso consagrado a un programa eco
nómico liberal, los mercados serán inevitablemente estorbados por una
miríada de limitaciones y regulaciones. Estas surgirán espontáneamente
como respuesta a unos problemas sociales específicos, no como elemen
tos de ninguna gran estrategia. Los parlamentarios que promulgaron las
leyes de fábricas (Factory Acts) en las décadas de 1860 y 1870 no preten
dían reconstruir la sociedad o la economía según un plan preestablecido
sino que respondían a determinados problemas de la vida laboral —peli
gros, suciedad, ineficacias— a medida que se volvían conscientes de
ellos. El desvanecimiento del laissez-faire fue una consecuencia no desea
da de una multitud de este tipo de respuestas no coordinadas. (
Los mercados con limitaciones son la norma enloda sociedad, mien
tras que los libres mercados son producto del artificio, de la estrategia y
de la coerción política. El laissez-faire debe planificarse centralmente; los
mercados regulados simplemente existen. El libre mercado no es, como
los pensadores de la «nueva derecha» han imaginado o afirmado, un don
de la evolución social. Es un producto de la ingeniería social y de una in
quebrantable voluntad política. Fue posible en la Inglaterra del siglo XIX
sólo porque entonces se carecía de instituciones democráticas operativas,
y duró mientras esa situación se mantuvo.
Las implicaciones de estas verdades para el proyecto de construcción
de un libre mercado global en una era de gobierno democrático son pro
fundas. Consisten en que las reglas del juego del mercado deben ser ais
ladas de la deliberación democrática y de la rectificación política. La de
mocracia y el libre mercado son rivales, no aliados.
La contrapartida natural de una economía de libre mercado es una
política de inseguridad. Si «capitalismo» significa «libre mercado», en
tonces ninguna opinión es más equivocada que la creencia de que el fu
turo está en el «capitalismo democrático». En el curso normal de la vjjla
democrática, el libre mercado tiene siempre una vida corta. Sus costes
sociales son tales que ninguna democracia puede legitimarlo durante
mucho tiempo. La verdad queda demostrada por la historia del libre
mercado en Gran Bretaña, y la entienden bien los pensadores neolibe
Desde la «gran transformación» al libre mercado global 31
rales más abiertos que están planificando la construcción del libre mer
cado global.
Los que están intentando diseñar un libre mercado a escala mundial
siempre han insistido en que el marco global que lo defina y proteja debe
estar situado más allá del alcance de cualquier legislador democrático.
Los Estados soberanos firman para ingresar en la Organización Mundial
del Comercio, pero es esa organización —y no los legisladores de ningún
Estado soberano— quien determina qué es lo que debe considerarse
como libre comercio y qué es lo que lo limita. Las reglas de juego del
mercado deben elevarse más allá de toda posibilidad de revisión median
te alternativas democráticas.
El papel de las organizaciones transnacionales como la OMC es pro
yectar el libre mercado a la vida económica de toda sociedad. Lo hacen
intentando lograr la adhesión a las reglas que liberan a los libres merca
dos de los mercados limitados o imbricados que existen en toda socie
dad. Las organizaciones transnacionales sólo pueden lograr este objetivo
si son inmunes a las presiones de la vida económica democrática.
La descripción de Polanyi de la legislación necesaria para crear
una economía de mercado en el siglo XIX se aplica con la misma fuer
za al proyecto del libre mercado global de la actualidad, como lo han
indicado la Organización Mundial del Comercio y otras instituciones
similares.
1. Polanyi, Karl, The G reat Transform ation: The P olitical an d Econom ic O rigins o f
our Time, Boston, Beacon Press, 1944, pág. 140.
2. Véase Ai Camp, Roderic, Politics in M exico, Oxford y Nueva York, Oxford Uni
versity Press, 1996, págs. 219-220.
36 Falso amanecer
El e x p e r im e n t o t h a t c h e r ia n o
ciar esa ruptura con el orden de posguerra de Gran Bretaña; no fue ca
paz de reformar las relaciones industriales británicas.
El thatcherismo empezó como una respuesta local a un problema bri
tánico. En su agenda política inicial, el punto más importante era la refor
ma de los sindicatos. Margaret Thatcher entendió que el corporativismo
británico —la coordinación triangular de la política económica por parte
de gobierno, patronos y sindicatos— había dejado de ser un instrumento de
creación de riqueza o una garantía de cohesión social para convertirse en la
causa de conflictos industriales y de discordias respecto a la distribución
del ingreso nacional. Durante gran parte de la década de los ochenta, el tér
mino «thatcherismo» se usaba para expresar esa percepción de las cosas.
Los primeros años de la era Thatcher no estuvieron inspirados por
ninguna doctrina política coherente. Puede que, en efecto, la propia idea
del thatcherismo como ideología haya sido inventada por la izquierda.
Unos cuantos marxistas perspicaces, especialmente Martin Jacques, el
editor de la revista pionera Marxism Today, estuvieron entre los primeros
en darse cuenta de que los gobiernos de Thatcher estaban marcando una
ruptura irreversible con la socialdemocracia británica de posguerra.
Sin embargo, para cuando Thatcher fue derribada, una inmadura
ideología de la «nueva derecha» había impregnado las ideas de su go
bierno, lo que se evidenciaba en políticas tan fatídicas como la del poli
tax. Un círculo de locura y soberbia se había cerrado alrededor de That
cher y de sus consejeros. Dentro de ese círculo, Thatcher quedaba prote
gida de las críticas públicas y de las provenientes del terreno de los ne
gocios que señalaban que sus políticas —no sólo las referentes al poli tax
sino, sobre todo, las relativas a las relaciones de Gran Bretaña con la
Unión Europea— eran impulsadas, más que por las necesidades prácti
cas, por la ideología.
El gobierno de John Major, que siguió al de Thatcher en 1990, no
suavizó sus políticas; simplemente, éstas se aplicaron de manera más
mecánica. L a red ferroviaria británica fue privatizada en cuatro compa
ñías de alto nivel, una iniciativa impopular para todo el mundo excepto,
para unos pocos accionistas de la compañía ferroviaria, y que sólo sir-,
vió para agravar las dificultades electorales del último gobierno de l^fajor.
Por consiguiente, cuando Thatcher fue derribada del poder, no se aban
donó el proyecto de reconstruir el libre mercado sino que más bien se le
dio una larga segunda oportunidad. Así, Gran Bretaña estuvo sometida a
políticas de libre mercado durante casi dos décadas.
La construcción de los mercados libres 39
3. Dicey, A. V., Lectures on the R elationship between Lato and Public Opinión in
V-unl/tml Jiiriñ o the Nineteenth C entura. Londres, 1905, pág. 306.
La construcción de los mercados libres 41
privatizaciones ni siquiera fue iniciada por los tories, sino que fue llevada
a cabo por los laboristas, cuando Denis Healey anunció la venta de parte
de las acciones del Estado de British Petroleum. De hecho, las privatiza
ciones apenas estaban presentes en la agenda del thatcherismo inicial.
No figuraban en absoluto en el programa electoral de 1979 y surgieron
por primera vez en una administración tory en 1982, cuando la falta de
fondos necesaria para la modernización de la industria británica de tele
comunicaciones obligó al gobierno a plantearse lo que entonces se en
tendió como un paso revolucionario: la privatización de una importante
empresa de utilidad pública.
Esa primera privatización no estuvo impulsada por una doctrina sino
por la lógica de los acontecimientos. Una industria que necesitaba ur
gentes inyecciones de capital y que era consciente de que no podía obte
ner fondos públicos, controlados por el erario público, no tenía otra op
ción que ir a buscarlos a los mercados de capitales. Para ello necesitaba
ser privatizada. En una de las abundantes ironías de ese período, la pri
vatización de british Telecom tuvo tanto éxito, que la compañía pudo em
prender su modernización tecnológica en base a sus propios recursos.
La privatización surgió por primera vez en el programa electoral tory
de 1983. La lista de las propiedades estatales privatizadas durante los
años siguientes en el marco de las políticas neoliberales es larga y sustan
ciosa. En 1979, las. instituciones gubernamentales eran dueñas de la ma
yor parte del carbón, acero, gas, electricidad, agua, ferrocarriles, líneas
aéreas, sistemas de telecomunicaciones, centrales nucleares y astilleros, y
tenían una participación significativa en los sectores del petróleo, banca,
navegación y transporte por carreteras. Antes de 1997, casi todo esto ha
bía pasado a manos privadas. Además, un buen millón de ex ocupantes
de viviendas municipales habían pasado a tener vivienda en propiedad.
Paralelamente a esta privatización de propiedades estatales tuvo lu
gar una nacionalización global de las instituciones de gobierno local y de
intermediación: el Servicio Nacional de Salud, las escuelas, los antiguos
politécnicos y las universidades, las cárceles, la administración de justicia
y las autoridades policiales sufrieron procesos de reorganización. Todas
estas instituciones fueron apartadas de la dirección de los gobiernos lo
cales democráticamente elegidos y situadas bajo el control de organismos
paraestatales no elegidos y de NextSteps Agencies que sólo rendían cuen
tas, si es que lo hacían, al gobierno central. En 1995, esos organismos pa
raestatales empleaban a más personas y gastaban más dinero que los go
42 Falso amanecer
8. Hay un estudio sobre algunos de esos datos en la obra de Ruth Lister, «The Fa
mily and Women», en Kavanagh, D. y Seldon, A., The M ajor Effect, Londres, Macmi-
llan, 1994.
9. Pueden encontrarse datos sobre Swindon que tienden a confirmar las vincula
ciones entre la movilidad del mercado de trabajo y la destrucción de la familia en Ijj’An-
cona, Matthew, The Ttes T h atB in d, Londres, Social Market Foundation, 1996.
10. Estudio dirigido por Paul Gregg y Jonathan Wadsworth en la London School
of Economics, citado en el Ohserver, 10 de enero de 1997, pág. 10.
11. Fuente: Biblioteca de la Cámara de los Comunes, compilación de Peter Hain
(parlamentario). Citado en el Independent, 23 de diciembre de 1996.
L a construcción de los mercados libres 45
cada de los noventa, esta política se haya vuelto en contra de los conser
vadores. En términos sociales y económicos, la política de acabar con las
viviendas municipales fue uno de los principales elementos del surgi
miento de una cultura de dependencia neoliberal. Los gastos en subsi
dios a la vivienda durante 1996-1997 fueron estimados en una cantidad
superior a los once mil millones de libras esterlinas. Esto equivale al
u % del producto nacional bruto británico y más de diez veces más que
el coste total de los subsidios a la vivienda en 1979-1980.12 El gasto públi
co en vivienda social fue reemplazado, a unos costes varias veces superio
res, por reembolsos de alquileres y ayudas para el pago de hipotecas. El
precio de la privatización de la vivienda municipal en Gran Bretaña ha
representado un aumento colosal de la dependencia de los individuos
frente a la asistencia pública.
Lo más significativo de todo esto son las diferencias entre la expe
riencia británica y las de otros países europeos que no han experimenta
do un período prolongado de políticas públicas neoliberales, así como
las sorprendentes similitudes entre la situación británica y la estadouni
dense. Incluso en la política penal existe una notoria correlación. La tasa
de encarcelamiento británica es mucho más alta que la de cualquier otro
país de la LIE (aunque mucho más baja que la de EE.UU.) y crece con ra
pidez. Entre 1992 y 1995 la población carcelaria británica aumentó en
casi un tercio (a más de 50.000 individuos).
Las cifras correspondientes a las tasas de criminalidad son más difí
ciles de obtener, e interpretarlas resulta particularmente complicado. De
todos modos, las tendencias generales no llevan a engaño. En 1970, la po
licía tenía conocimiento de menos de 1,6 millones de delitos importantes
en Inglaterra y Gales; en 1981, eran 2,8 millones.13A finales de 1990, la ci
fra de delitos registrados llegaba a 4,3 millones; para 1992, la cifra co
rrespondiente era de 5,6 millones. Además, el British Crime Survey de
1992 sugería que la cifra real se acercaba al triple de la oficial.14
Al mismo tiempo, los gastos del Estado destinados a la aplicación de
la ley aumentaron de manera constante. Entre 1978-1979 y 1982-1983,
los gastos de las fuerzas policiales aumentaron casi una cuarta parte en
términos reales. El número de policías aumentó de cerca de 10.000 a más
de 120.000 en el primer gobierno de Margaret Thatcher.15 (Estos aumen
tos en los sueldos y en el número de policías no tuvieron lugar durante las
administraciones de John Major.) En términos globales, durante el pe
ríodo thatcheriano se dio una tendencia al aumento de los delitos de todo
tipo y de la mayor parte de los gastos estatales destinados a la aplicación
de la ley, una tendencia semejante a las observadas en el experimento de
Nueva Zelanda y en Estados Unidos de Ronald Reagan.
Un reciente informe sociológico contiene un buen resumen de las
consecuencias del thatcherismo con respecto a la criminalidad y al orden
social:
17. Joseph Row ntree Foundation Inquiry into lncom e an d W ealth, vol. 1, York, fe
brero de 1995, Joseph Rowntree Foundation, pág. 15.
18. Joseph Row ntree Report, op. cit., vol. 2, pág. 23.
48 Falso amanecer
La p e r d ic ió n d e l c o n ser v a d u r ism o
21. Hayek, F. A., The Constitution o f Liberty, Chicago, Henry Regnery, 1960.
L a construcción de los mercados libres 53
bios sociales impuestos a los individuos por los imperativos de los libres
mercados. De estas necesidades surgen las insolubles contradicciones
que provocan el hundimiento del proyecto.
La revolución permanente de los libres mercados niega todo valor al
pasado. Anula los precedentes, corta los hilos de la memoria y dispersa el
conocimiento local. Al privilegiar las opciones individuales por encima de
todo bien común, hace que las relaciones se vuelvan revocables y provisio
nales. En una cultura en la que la libre elección es el único valor indisputa
do y en la que siempre hay deseos por satisfacer, ¿qué diferencia hay entre
iniciar un proceso de divorcio y negociar la compra o la venta de un coche
de segunda mano? Los ideólogos del libre mercado niegan con indigna
ción la existencia de una lógica del libre mercado que convierta a toda re
lación en un bien de consumo. Sin embargo, es una lógica muy evidente en la
vida cotidiana de las sociedades en las que prevalece el libre mercado.
«Si la democracia y el capitalismo son más eficaces cuando están im
pregnados de tradiciones culturales surgidas de fuentes no liberales, en
tonces está claro que la modernidad y la tradición pueden coexistir en un
equilibrio estable durante extensos períodos de tiempo»,22 es la blanda
opinión de Francis Fukuyama. Desde luego, y como tanto Karl Marx
como Max Weber reconocieron, la modernidad y la tradición no pueden
reconciliarse con tanta facilidad. En este período tardomodemo, la glo-
balización opera contra las tradiciones heredadas del inicio de la era
moderna. Cuando un Estado tardomodemo se desprende de su lastre
en favor del mercado mundial, lo que hace es echar por la borda esas tra
diciones heredadas. Por mucho que se intente, la ingeniería social tory es
incapaz de reconstruir la delicada telaraña de tradiciones que las nuevas
tecnologías y los mercados descontrolados han destruido.
Era quizá predecible que en nuestros tiempos, los gobiernos domi
nados por conservadores confesos actuarían a favor de la modernización
forzosa de las sociedades que gobiernan. N o menos predecible era la in
capacidad de los ideólogos neoconservadores de comprender el dilema en
el que las sociedades dominadas por el libre mercado están atrapadas.
El hecho de que el capitalismo individualista subvierta las tradicio
nes culturales con más éxito que cualquier gobierno constituye un tribu
to a los poderes del mercado y una enseñanza sobre los límites de la ac
22. Fukuyama, Francis, Trust: The Social Virtues and the Creation o f Prasperity,
Nueva York y Londres, The Free Press, pág. 351.
54 Falso amanecer
ción del Estado. Resulta curioso que los mismos pensadores de derecha
que sostienen que los Estados son impotentes en la vida económica pu
sieran tantas esperanzas en la actuación estatal en ingeniería social. To
davía más incoherente es que el pensamiento de la «nueva derecha» que,
al igual que el marxismo corriente, sostiene que los cambios económicos
determinan el comportamiento, descuide tan sistemáticamente los efec
tos de liberar los mercados sobre el matrimonio, la familia y la incidencia
de la criminalidad.
El actual dilema de la derecha es que el conservadurismo cultural no
está entre sus posibles opciones. Está condenada a dudar entre promover
el libre mercado a cualquier coste cultural o asumir unas posturas quijo
tescas de elitismo cultural. No puede mantenerse en un equilibrio estable
en mayor medida de lo que el libre mercado es capaz. Oscila, incierta
pero incesantemente, entre un pesimismo razonable sobre el pasado his
tórico reciente y un optimismo salvaje sobre el futuro próximo.
Actualmente, la derecha gusta de imaginar que es la voz d^l pasado.
En realidad, su rimbombante radicalismo y sus"nostalgias decadáítes la
atan irrevocablemente y sin remedio al caos del presente.23
El utopismo reaccionario de la derecha es una empresa costosa y pe
ligrosa. La paz y la estabilidad son lo último que puede esperarse en las
sociedades que permiten que la derecha las gobierne. Las políticas de
apuntalar las formas tradicionales de la vida familiar y reprimir los peo
res síntomas de la criminalidad poco pueden hacer para restaurar las ins
tituciones y comunidades que el libre mercado ha desmantelado. El des
tino de la derecha en la era tardomoderna es destruir lo que queda del
pasado en un vano intento de recuperarlo.
Pocas visiones del futuro han sido tan engañosas como las concep
ciones —permanentemente de moda— de Herbert Marcuse o de Michel
Foucault que prevén un control capitalista perfeccionado de la sociedad.
El capitalismo tardomoderno puede encarcelar a las personas en prisio
nes de alta tecnología y controlarlas mediante cámaras de vídeo de vigi
lancia en sus lugares de trabajo y en plena calle, pero no los encajona en
24. Véase la excelente y polémica obra de Will Hutton, The State We’re In, Lon
dres, Jonathan Cape, 1995, que contiene una potente crítica al «cortoplacismo».
56 Falso amanecer
25. Kelsey, Jane, Econom ic Fundam entalism , Londres y East Haven, C T jP luto
Press, 1995, pág. 5. Me siento muy en deuda con el indispensable estudio de Kelsey so
bre el experimento neozelandés.
26. Kelsey, op. cit., pág. 271.
27. Kelsey, op. cit., pág. 297.
28. Kelsey, op. cit., pág. 275.
La construcción de los mercados libres 59
29. Véase un ejemplo de esta retórica en Murray, Charles, Losing G round: A m eri
can Social Policy, 1950-1980, Nueva York, Basic Books, 1984.
60 Falso amanecer
30. Al respecto, véase The Econom ist, 5 de noviembre de 1994, pág. 19.
31. Kelsey, op. cit., pág. 348.
La construcción de los mercados libres 61
Refo r m a s d e m e r c a d o v e r s u s d e s a r r o l l o e c o n ó m ic o e n M é x ic o
32. «México replays loan early», Financial Tim es, 16 de enero de 1997, pág. 6.
64 Falso amanecer
33. Ai Camp, op. cit., pag. 215; Lustig, N., M exico: The Rem aking o f an Economy,
Washington, Brookings Institution, 1992, capitulo 2.
34. Castaneda, Jorge G ., The M exican Shock: Its M eaning fo r the U .S., Nueva York,
The New Press, 1995, pag. 34.
La construcción de los mercados libres 65
37. Salinas, Carlos, «A New Hope for the Hemisphere», New Perspective Quar-
terly, invierno de 1991, pág. 128.
38. Castañeda, op. cit., pág. 184.
La construcción de los mercados libres 67
Hay, desde luego, una clase media en México [...] pero constituye una
minoría: entre un cuarto y un tercio de la población. La mayoría —pobre,
urbana, de piel oscura y a menudo apartada de las características de la vida
moderna de Estados Unidos y de otros países industrializados (educación
pública, atención sanitaria y vivienda decentes, empleo formal, seguridad
social, derecho a votar, a entrar al servicio del Estado, a formar parte de un
jurado, etc.)— sólo se mezcla con sus semejantes: vive, trabaja, duerme y
reza apartada del pequeño grupo de los muy ricos y de la amplia pero sin
embargo restringida clase media [...]. Las décadas siguientes a la revolu
ción mexicana —hasta los años cincuenta, quizá— permitieron cierta mo
vilidad ascendente, alguna mezcla y, desde luego, el advenimiento de una
nueva élite económica y de una emergente clase media. En los años ochen
ta, México se había convertido otra vez en un país de tres naciones: la mi
noría criolla de élites y la clase media alta, que viven en medio del lujo y la
comodidad, la vasta y pobre mayoría mestiza, y la muy miserable minoría
que en la época colonial se conocía como la «república de los indios»: los
pueblos indígenas de Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Puebla,
Chihuahua y Sonora, todos ellos conocidos actualmente como «el México
profundo».41
39. Pérez Correa, Fernando, «Modernización y mercado del trabajo», E ste P aís, fe
brero de 1995, pág. 27. El estudio se cita en Ai Camp., op. cit., pág. 220.
40. Uno de esos estudios apareció en la revista Forbes, invierno de 1994.
41. Castañeda, op. cit., págs. 35-36,38.
68 Falso amanecer
más, tanto para los pobres rurales como para los urbanos. En 1995, la
economía mexicana había sufrido una contracción del 7 %. Un millón de
puestos de trabajo se perdieron, en un país en el que, debido al creci
miento de la población y a la estructura de edades, alrededor de un mi
llón de nuevos trabajadores entran cada año al mercado laboral. Según la
agencia estadounidense de valoración de créditos Standard and Poor’s,
la crisis bancaria que siguió a la devaluación tuvo un coste del 12 % del
producto nacional bruto del país de 1996, más del doble de los costes de
la privatización del sistema bancario en 1991-1992. Según unas estima
ciones no oficiales, el desempleo (el visible y el oculto) puede haber afec
tado a una cuarta parte de la fuerza de trabajo.45
Lo absurdo de la reforma neoliberal mexicana tiene que ver en par
te con el hecho de que alrededor de la mitad de la población constituye
una subclase de excluidos. Los incrementos de riqueza provocados por
la reforma del mercado no han beneficiado ni siquiera a las clases medias,
y aún menos al submundo de los pobres. Las teorías que defienden el
«goteo» de la prosperidad hacia las clases menos favorecidas no son
plausibles en países avanzados como Estados Unidos y Gran Bretaña. En
México son ficciones borgeanas.
La revuelta indígena y campesina de Chiapas que empezó el 1 de ene
ro de 1994 con ataques de la guerrilla a la ciudad colonial de San Cristóbal
de las Casas tuvo muchas causas locales. Las demandas eran fundamen
talmente reformistas, no revolucionarias. Tenían que ver con las injusticias
que sufrían distintos pueblos indígenas mayas con respecto a la tenencia
de tierras. La revuelta del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) —así llamado porque reverenciaba la memoria del revoluciona
rio mexicano Emiliano Zapata— fue al mismo tiempo un acto de resis
tencia contra la hegemonía neoliberal en México.
Sin embargo, el EZLN carecía de un programa coherente aplicable a
México en su totalidad. Su líder, el enigmático subcomandante Marcos
(más tarde identificado como el profesor universitario Rafael Sebastián
Guillén), defendía un híbrido de ideas maoístas y posmodernas. No obs
tante, el movimiento se demostró capaz de afectar al poder del Estado
mexicano, aunque no de desplazarlo.
En esto, los zapatistas no difieren de los movimientos guerrilleros de
otros países latinoamericanos de los últimos veinte años. El 29 de diciem
47. Véase The Tim es, «Mexican drug lords aided by brother of former President»,
18 de febrero de 1997, pág. 15.
48. Sobre el arresto del alto funcionario antinarcóticos mexicano, véase Financial
Times, «Top Mexican official held over drugs link», 20 de febrero de 1997, pág. 4. So
bre las alegaciones contra el gobernador de Sonora, véase el G uardian, «Governor aids
mexican drug trade», 24 de febrero de 1997, pág. 10. Sobre la afirmación de que «el po
der de los cárteles de la droga en México es mucho mayor que el que las autoridades me
xicanas se atreven a admitir», véase Crawford, Leslie, «Drugs scandal hits US-Mexico
trust», Financial Times, 28 de febrero de 1997.
72 Falso amanecer
dos. Es difícil saber qué es lo que dio apoyo a esta creencia. ¿Alguien po
día pensar que, en una cultura política en la que el engaño es una virtud,
Carlos Salinas había vuelto a nacer como neoliberal, como un cuáquero
fiscal del credo de Chicago? Sin embargo, Estados Unidos apoyó a Sali
nas de manera consistente cuando estaba en el gobierno y en el período
inmediatamente posterior, en el que se le consideró como candidato po
tencial para dirigir la Organización Mundial del Comercio.
Los decisores políticos estadounidenses estaban ciegos a la opacidad
de esa cultura política que imaginaban poder transformar. Debían de creer
que, pese a toda apariencia, estaban tratando con una cultura que no era
radicalmente diferente de la suya. No entendieron que, como ha manteni
do el gran escritor mexicano Octavio Paz, «el núcleo de México es indio,
no europeo».49
Paz podía haber añadido que, en la medida en que sí son europeas,
es de esperar que la cultura y la sociedad mexicana no se resistirán menos
que otros países europeos a los valores estadounidenses. Si conjprendie-
ron estos hechos, los decisores políticos estadounidenses los interpretaron
como una prueba del subdesarrollo crónico de México. El consenso de
Washington confiaba en que México, junto al resto del mundo, pronto «se
volverá como nosotros».
Los efectos de la reforma del mercado en México han sido perversos,
incluso desde un punto de vista estadounidense. Debe suponerse que el
principal interés de Estados Unidos en México es mantener la estabilidad
política del país. Sin embargo, las políticas neoliberales han convertido a
México, que era un país latinoamericano excepcionalmente estable, en
un país que se enfrenta a un futuro político sumamente problemático. En
este sentido, la filosofía económica que ha guiado a la política estadouni
dense reciente ha operado en contra de los intereses estratégicos de E s
tados Unidos.
Los gestores de fondos que invirtieron en México antes de la deva
luación eran conscientes de que sus importantes beneficios provenían de
la asunción de un gran riesgo. (Una de las consecuencias de la concesión
de la ayuda financiera de emergencia fue que se transfirió el coste de
ese riesgo a la economía mexicana.) No entendieron que gran p ártele ese
peligro se derivaba de los absurdos inherentes a un programa de moder
49. Paz, Octavio, «The Border of Time», New Perspectives Q uarterly , invierno de
1991, pág. 36.
La construcción de los mercados libres 73
L as c o n s e c u e n c ia s d e l a c o n s t r u c c ió n d e l l ib r e m e r c a d o
LO QUE LA G LOBALIZACIÓN NO ES
1. Schumpeter, Joseph, «The Instability of Capitalism», Econom ic Journ al, vol. 38,
septiembre de 1928, pág. 368.
2. Held, David; Goldblatt, David; McGrew, Anthony; Perraton, Jonathan, «The
Globalization of Economic Activity», New P olitical Economy, vol. 2, n° 2, julio de 1997,
págs. 257-277, pág. 258. Véase también, de los mismos autores, G lobal Flows, G lobal
Transform ations: Concepts, Theories and Evidence, Cambridge, Polity Press, 1997. Me
76 Falso amanecer
siento muy en deuda con David Held por permitirme leer su innovadora contribución,
a la que me he referido anteriormente, antes de que fuera publicada.
Lo que la globalización no es 77
Así, los precios locales —ya sea de bienes de consumo, de activos fi
nancieros como acciones y bonos, e incluso del trabajo*— dependen cada
vez menos de la situación local y nacional y fluctúan junto a los precios
del mercado global. Las empresas multinacionales quiebran la cadena de
producción de sus productos y sitúan sus eslabones en diferentes países
del mundo, dependiendo de cuáles les reporten más ventajas en un mo
mento dado. Los productos que venden las multinacionales se identifi
can cada vez menos con un país en particular y cada vez más con una
marca mundial o con la propia empresa; las mismas imágenes —en el
terreno de la propaganda y en el del ocio— se reconocen en muchos paí
ses. La globalización equivale a separar las actividades sociales del co
nocimiento local situándolas en redes en las que los acontecimientos
mundiales las condicionan y en las que ellas condicionan a los aconteci
mientos mundiales.
La globalización suele equipararse con una tendencia hacia la homo
geneidad. También esto es algo que la globalización no es. Los mercados
globales en los que el capital y la producción se-mueven libreníenffe a tra
vés de las fronteras funcionan precisamente debido a las diferencias entre
localidades, naciones y regiones. Si los salarios, especializaciones, infraes
tructuras y riesgos políticos fueran los mismos en todo el mundo, el
crecimiento de los mercados mundiales no habría tenido lugar. No se po
drían obtener ganancias mediante la inversión y la manufacturación en el
mundo entero si las condiciones fueran similares en todas partes. Los
mercados globales prosperan gracias a las diferencias entre las distintas
economías. Ésa es una de las razones de que la tendencia a la globaliza
ción tenga un impulso tan irresistible.
Si el capital de alta movilidad y variable evita entrar en una región o
país determinado debido a la carencia de infraestructuras, de trabajado
res capacitados o de estabilidad política — como ha ocurrido con Africa
central y oriental, ignoradas por el capital de inversión privado durante
las décadas pasadas— esas partes del mundo verán aumentada su pobre
za, y sus diferencias con respecto a las áreas que resultan más atractivas
para el capital productivo se incrementarán. Si las nuevas tecnologías se
extienden desde los países occidentales en los que se originaron hacia
Asia oriental, no transportarán con ellas las culturas económicas —3 a s va
riedades de capitalismo— que las produjeron; al contrario, fertilizarán y
reforzarán las culturas económicas propias de esas regiones. Cuando las
nuevas tecnologías entren en economías de las que estuvieron excluidas
Lo que la globalización no es 79
L a g l o b a l iz a c ió n antes d e 1914 y e n l a a c t u a l id a d
*
5. Nierop, Tom , System s and R egions in G lobal Politics, Londres, John Wiley, 1994,
capítulo 3.
6. Micklethwaite y Wooldridge, op. cit., pág. 245.
Lo que la globalización no es 83
15. Ruigrok, W. y van Tulder, R,, The Logic o f International Restructuring, Londres,
Roudedge, 1995.
16. Hirst, Paul y Thompson, Graham, «Globalization», Soundings, vol. 4, otoño de
1996, pág. 56.
17. Véase Micklethwaite y Wooldridge, op. cit., págs. 243-244.
86 Falso amanecer
E s c e p t ic is m o a n t e l a g l o b a l iz a c ió n
18. Ohmae, Kenichi, The E nd o f the N ation-State: The R ise o f R egional Econom ies
Londres, HarperCollins, 1995, pag. 7.
Lo que la globalización no es 87
H ip e r g l o b a l iz a c ió n : u n a u t o p ía e m p r e sa r ia l
que tiene lugar algo parecido a la competición perfecta. Según esta con
cepción ilusoria, las empresas transnacionales pueden moverse libremen
te y sin costes alrededor del mundo para maximizar sus beneficios, las di
ferencias culturales han perdido todo impulso político sobre gobiernos y
empresas, y, como en los mercados perfectamente competitivos de la teo
ría económica, se considera que los participantes de este modelo de la
economía global — Estados soberanos y compañías multinacionales, por
ejemplo— disponen de toda la información que necesitan para tomar sus
decisiones.
En realidad, están navegando en una niebla de riesgos e incertidum
bres de cuyos peligros sólo ellos son conscientes. L a imagen de un mun
do sin fronteras gobernado por transnacionales sin hogar es una utopía
empresarial, no una descripción de una realidad presente o futura.
Kenichi Ohmae se adscribe a esta concepción utopista: «Durante más
de una década, algunos de nosotros hemos estado hablando de la progre
siva globalización de los mercados de bienes de consumo, como los va
queros Levi’s, las zapatillas deportivas Nike y los fulares Hermès, un pro
ceso impulsado por la exposición global a la misma información, a los
mismos iconos culturales y a los mismos anuncios [...]. En la actualidad,
sin embargo, el proceso de convergencia es más veloz y profundo. Va mu
cho más allá del gusto y afecta dimensiones mucho más fundamentales re
lacionadas con las concepciones del mundo, la mentalidad e incluso los
procesos cognitivos». Ohmae llega a la conclusión de que esta convergen
cia cultural que impulsa el mercado hace del Estado-nación una institu
ción marginal en la vida económica: «En una economía sin fronteras, los
mapas centrados en los Estados que solemos usar para tratar de entender
la actividad económica son deplorablemente engañosos. Debemos [...]
enfrentamos por fin a la embarazosa e incómoda verdad: la de que la vie
ja cartografía ya no sirve. Se ha convertido en una mera ilusión».25
En la misma tónica, Nicholas Negroponte afirma que «igual que una
bola de naftalina, que pasa directamente del estado sólido al gaseoso, es
pero que el Estado-nación se evapore [...]. Sin duda, el papel del Estado-
nación cambiará de una manera fundamental y no habrá más sitio para el
nacionalismo que el que hay para la viruela».26 Bryan y Farrell escriben:
25. Ohmae, Kenichi, The E nd o f the Nation-State, The R ise o f R egional Econom ies,
Londres, HarperCollins, 1995, pags. 15,19-20.
26. Negroponte, Nicholas, Being D igital, Londres, Hodder and Stoughton, 1995.
92 Fabo amanecer
G l o b a l i z a c i ó n y c a p it a l is m o d e s o r d e n a d o
32. Me siento en deuda, en algunos aspectos, con el análisis de Lash, Scott y Urry,
John, en su obra The E n d o f O rganised C apitalism , Cambridge, Polity Press, 1987.
96 Falso amanecer
33. Véase Strange, Susan, Casino C apitalism , Oxford, Basil Blackwell, 1986.
98 Falso amanecer
El c a p it a l ism o a n á r q u ic o y e l E st a d o
34. Véase van Craveld, Martin, On Future War, Londres, Brassey, 1991, donde hay
una brillante exposición sobre el declive de la guerra clausewitziana.
Lo que la globalización no es 101
[...] una ley o principio gen eral relativo a la circulación d el dinero, que
e l señor M acleod ha llam ado, de m anera muy apropiada, la ley o teorem a
de G resham en honor a sir Thom as G resham , quien percibió esta verdad
con claridad hace tres siglos. E sta ley, expresada sucintam ente, consiste en
que el mal dinero expulsa al buen dinero, pero el buen dinero no pue
de expulsar al mal dinero.
W. S . J evons1
De c ó m o e l m a l c a p it a l ism o e l im in a a l b u e n o
2. Sobre las importantes críticas al libre comercio global con las que me siento en
deuda, véase Daly, Hermán E., «From Adjustment to Sustainable Development: The
Obstacle of Free Trade», en The C aseA gain st Free Trade: GATT, NAFTA, and the Glo-
halization ofC orporate Power, San Francisco, Earth Island Press, 1993, págs. 121-132.
Véase también, Mander, Jerry y Goldsmith, Edward, The C ase A gain st the G lob al Eco-
nomy and For a Tum Toward the Local, San Francisco, Sierra Books, 19%.
106 Falso amanecer
menos habitables. Al mismo tiempo, el precio que deben pagar esas po
cas sociedades lo suficientemente ricas como para mantener su medio
ambiente local habitable aumentará; y si a pesar de ello esas sociedades
siguen imponiendo los costes de la contaminación y otros costes sociales
medioambientales sobre las empresas, los beneficios caerán y el capital
emigrará.
Otra alternativa que pueden adoptar las sociedades es la de aplicar
políticas en las que el control de la contaminación se pague directamen
te con fondos públicos. Puede que con esas medidas consigan proteger
su medio ambiente local de algunos tipos de degradación, aunque no
conseguirán aislarse del impacto global de la contaminación local de los
países más pobres. Como demostró Chemobil, algunas clases de conta
minación tienen un alcance muy amplio.
El l ib r e c o m e r c io g l o b a l d e s r e g u l a d o y l a m o v il id a d
INTERNACIONAL DEL CAPITAL
[...] la in seg u rid ad im agin aria o real d el cap ital cu an d o éste no e stá b a jo
el con trol in m ed iato d e su d u eñ o , ju n to con la reticen cia n atu ral d e to d o
h o m b re a d ejar el p a ís d e su n acim ien to y su s relacio n es p o n ié n d o se a
108 Falso amanecer
11. Lind, Michael, The N ext A m erican N ation: The New N ationalism and the
Fourth Am erican R evolution, Nueva York, The Free Press, 1995, pag. 203.
12. Debo estos ejemplos a «Who competes? Changing landscapes of corporate
control», The Ecologist, vol. 26, n° 4, julio-agosto de 1996, pag. 135.
114 Falso amanecer
a bajo coste. Las nuevas tecnologías ejercen una presión hacia la baja en
los ingresos de muchas ocupaciones incluso en ausencia de un libre
mercado global. La sustitución de tecnología por trabajo humano crea
unos dilemas que ninguna sociedad (excepto, quizá, Japón) ha conse
guido resolver.13
Ricardo reconoció que las innovaciones tecnológicas podrían des
truir empleos. N o compartía la moderna creencia según la cual de los
efectos colaterales de las nuevas tecnologías, surgirían automáticamente
nuevos empleos. Como él mismo señaló, «del descubrimiento y el uso de
maquinaria puede esperarse la disminución del producto bruto, y siem
pre que ello ocurra resultará perjudicial para la clase trabajadora, dado
que algunos perderán el empleo y llevará a parte de la población al paro
[...] la opinión que mantienen las clases trabajadoras de que el empleo de
maquinaria es a menudo negativo para sus intereses no está fundada en
prejuicio ni error, sino que es conforme a los principios correctos de la
economía política».14
Como se ha señalado, el capital emigrará ados países en K>s ^ue los
bienes para los consumidores de los países ricos puedan producirse con
los costes de trabajo más bajos,15 y éstos rara vez serán los países en los
que los bienes se consumen. Como ha comentado William Pfaff, «evi
dentemente no es ninguna coincidencia que el poder de negociación del
sindicalismo occidental haya sufrido un declive importante y progresivo
desde que empezó la globalización. Hasta los años setenta, la inversión
en general estaba confinada al trabajo local de producción para un mer
cado nacional. Cuando resultó no sólo posible desde el punto de vista
tecnológico sino también económicamente ventajoso manufacturar bie
nes para consumidores de países ricos en los mercados de trabajo pobres
y desregulados de Asia, América latina o África, los trabajadores de los
13. Al respecto, véase Rifkin, Jeremy, The E nd o f Work: The Decline o f the G lobal
Labor Force and the Dawn o f the Post-M arket E ra, Nueva York, G. P. Putnam, 1995.
14. Ricardo, David, Principles o f P olitical Economy and Taxation, Londres, J. M.
Dent, 1991, págs. 266-267. Véase una argumentación más reciente que apoya la de Ri
cardo en Samuelson, Paul, «Mathematical vindication o£ Ricardo on machinery», Jour-
n al o f P olitical Economy, vol. 96, 1988, págs. 274-282 y Samuelson, P., «Ricajdo was
right!», en Scandinavian Jou rn al o f Econom ics, vol. 91,1989, págs. 47-62.
15. Véase Minford, Patrick, «Free trade and long wages - still in the general inte
rest», Jou rn al des Econom istes et des Etudes H um aines, vol. 7, n° 1, marzo de 1996, págs.
123-129.
De cómo los libres mercados globales favorecen las peores clases de capitalismo 115
16. Pfaff, William, «Job security is disappearing around the world», International
H erald Tribune, 8 de julio de 1996, pág. 8.
17. Véase Wood, Adrian, North-South Trade, Em ploym ent and Inequality - Chan
ging Fortunes in a Skill-Driven World, Oxford, Clarendon Press, 1994 y «How trade
hurts unskilled workers», en Jou rn al o f Econom ic Perspectives, vol. 9, n° 3, págs. 57-80.
Véase también Minford y otros, «The Elixir of Growth», en Snower y de la Dehesa
(comps.), Unemployment Policy, Londres, Centre for Economic Policy Research, 1996.
Existe un contraargumento que subraya la importancia de los controles a la inmigración
como medio por el que los Estados-naciones puedan proteger a sus trabajadores contra
la competición globalizada, especialmente en el sector de los servicios no comercializa-
bles. Según este punto de vista, la globalización del trabajo estaba más avanzada a fina
les del siglo xix que en la actualidad. Véase Cable, Vincent, D aedalus, vol. 124, n° 2, ju
nio de 1995.
116 Falso amanecer
18. «Living with tax rivalry», Fin ancial Tim es, 14 de enero de 1997.
De cómo los libres mercados globales favorecen las peores clases de capitalismo 117
19. Véase una crítica de la teoría de Rawls en mi obra Liberalism s, Londres, Rout-
ledge, 1989, capítulo 6.
118 Falso amanecer
22. Soros, George, «Can Europe work? A plan to rescue the union», Foreign Af-
fairs, septiembre-octubre de 1996, vol. 75, n° 5, pág. 9.
120 Falso amanecer
dones, los votantes suecos hicieron volver a los socialistas al poder, aunque
éstos habrían de enfrentarse al mismo dilema.24
24. Greider, William, One World, Ready or N ot: The M anic Logic o f G lob al C apita
lism , Nueva York, Simon & Schuster, 1996, pág. 281.
25. El argumento de que fue su voluntad de que el Estado actuara como empleado
de último recurso, y no su activa política de empleo, lo que permitió a la Suecia social-
demócrata evitar el desempleo generalizado, se desarrolla convincentemente en Free
man, R. B., Swedenborg, B. y Topel, R., Reform ing the W elfare State: Econom ic Troubles
in Sw eden’s W elfare State, Estocolmo, Centre for Business and Policy Studies, Occasio
nal Paper n° 69, 1995.
122 Falso amanecer
El l ib r e m e r c a d o g l o b a l v e r s u s l o s m e r c a d o s s o c ia l e s e u r o p e o s
Alemania es el caso test para quienes piensan que los mercados socia
les de la posguerra pueden sobrevivir en un libre mercado global. Las se
ñales no son alentadoras. Las mismas condiciones que lo hicieron tan exi
toso durante las décadas posteriores a la segunda guerra mundial están
actuando en detrimento del modelo alemán actual. El modelo alemán de
la posguerra tenía dos piedras angulares: un Estado del biengsta£ genera
lizado y unas corporaciones empresariales en Tas que el interés de una se
rie de accionistas estaba representado en los órganos de gobierno de las
empresas. Esas dos piedras angulares han sido sacudidas por el entorno
competitivo en el que Alemania se encuentra desde la reunificación.
Quienes apoyan el «modelo del Rin» del capitalismo alemán no han
entendido que el nicho que lo protegía de la competencia en el que el
mercado social alemán se desarrolló desapareció con la reunificación de
Europa, la industrialización de Asia y las nuevas presiones que impulsan
a la desregulación competitiva. Michel Albert percibe claramente que la
rivalidad económica que domina actualmente el mundo es el capitalismo
contra el capitalismo,26 y sin embargo no consigue aprehender su lógica.
Reconoce que la internacionalización de los mercados financieros y el
crecimiento del comercio mundial están implicados en las dificultades
del modelo del Rin, pero todavía espera que la «liebre estadounidense»
sea superada por la «tortuga del Rin», por más que reconoce la posibili
dad de que el mal capitalismo expulse al bueno.27
La economía social de mercado alemana difiere fundamental y radi
calmente del capitalismo de libre mercado estadounidense. Contede de
recho de voto a las partes interesadas — empleados, comunidades loca
26. Albert, Michel, Capitalism A gainst C apitalism , Londres, Whurr Publishers, 1993.
27. Albert, op. tit., pag. 191.
De cómo los libres mercados globales favorecen las peores clases de capitalismo 123
34. Sobre el acuerdo sindical entre la Osram e IG Metall, véase Marsh, Peter, «A
shift to flexibility», Fin ancial Times, 21 de febrero de 1997, pág. 14.
De cómo los libres mercados globales favorecen las peores clases de capitalismo 129
1. Stillman, Edmund y Pfaff, William, The Politics ofH ysteria: The Sources ofTwen-
tieth Century Conflict, Londres, Víctor Gollancz, 1964, págs. 222-223.
132 Falso amanecer
E l a s c e n d i e n t e n e o c o n s e r v a d o r e n E s t a d o s U n id o s
2. Kissinger, Henry, Dtplom acy, Nueva York, Simón & Schuster, 1994, pág. 811.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 135
4. Stockman, David, The Triumph o fP o litics: The C risis in Am erican Governm ent
an d H ow it A ffects the World, Nueva York, 1986, pág. 422.
140 Falso amanecer
Se trazó la línea que concluía con la era liberal del gobierno estadou
nidense cuando, en agosto de 1996, el presidente Clinton firmó la ley de
reforma de la seguridad social. Al liberar al gobierno federal de la mayor
parte de sus responsabilidades en el terreno de la protección social, Clin
ton anuló la reforma más importante de Roosevelt. En el clima político
creado por la influencia neoconservadora, puede que Clinton no tuviera
posibilidad de elección para hacer lo que hizo: evitar los peores excesos
de la plataforma republicana de derechas aplicando la parte de ésta que
contaba con apoyo electoral.
Freud creía que la civilización exigía un equilibrio en el que los indi
viduos intercambiaban autorrealización por seguridad. Concebía la polí
tica como la administración racional de la represión que ese intercambio
necesariamente supone. Esta concepción ilustrada casa poco con la prác
tica política de Estados Unidos de los últimos años del siglo XX. Hay mu
chos estadounidenses preparados para intercambiar seguridad por la
búsqueda de la felicidad, pero a menudo se muestran reticentes a admi
tir que están haciendo ese intercambio. - " <■
Una de las tareas de un líder político es la de conciliar las elecciones
que su sociedad ya ha hecho. En el caso de Clinton, su tarea ha sido la de
crear la ilusión de que una sociedad en la que la elección individual es el
único valor indisputado puede satisfacer la necesidad humana de estabili
dad. Clinton lo ha hecho en connivencia con el pueblo estadounidense,
manteniendo el autoengaño de que una política de ley y orden puede ser
un sustituto de las instituciones sociales que los libres mercados han des
truido. Actuando como un chamán político a través del cual las contra
dicciones de su cultura pueden articularse sin percibirse ni resolverse,
puede que Bill Clinton resulte ser el prototipo de político hábil del período
posmoderno.
Como otras ideologías ilustradas, el utopismo de mercado inspira
a sus seguidores una orgullosa falta de atención hacia la historia. Nunca
se cansan de contarnos que las ideas tienen consecuencias; no se han
dado cuenta de que raramente esas consecuencias son las que se espera
ban o ansiaban, y nunca son sólo ésas. Entre las consecuencias de la cons
trucción del libre mercado estadounidense en los años ochenta se,cuen
ta la nüeva inseguridad económica de las clases medias estadounidenses.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 143
La n u e v a i n s e g u r i d a d e c o n ó m ic a e s t a d o u n i d e n s e
Puede que éste sea un retrato preciso de Estados Unidos durante la presi
dencia Reagan, pero no lo describe tal como es a finales de los años noventa.
Estados Unidos ha dejado de ser una sociedad burguesa. Se ha con
vertido en una sociedad dividida, en la que una mayoría ansiosa está apre
tada entre una subclase sin esperanzas y una superclase que rechaza toda
obligación cívica. En los Estados Unidos de la actualidad, la economía po
lítica del libre mercado y la economía moral de la civilización burguesa
han tomado rumbos divergentes, y es muy posible que para siempre.
Aquel aburguesamiento que fue el tema de innumerables libros de
texto de sociología ha dado marcha atrás. Esa teoría predecía la integra
ción a largo plazo de la clase trabajadora en la clase media. Se apoyaba en
las tendencias que se dieron en la mayoría de los países occidentales
avanzados durante la generación siguiente a la segunda guerra mundial.
Sociólogos, economistas y políticos practicantes de todos los partidos
consideraban que el aburguesamiento era una tendencia imparable a lar
go plazo. Ahora no están preparados para su retrocesión.
La clase media está redescubriendo la situación de inseguric&d eco
nómica y desposesión que afligía al proletariado del siglo XIX. Desde lue
go que, por más que hayan estado estancadas durante los últimos veinte
años, las rentas de la clase media estadounidense siguen siendo mucho
más altas que las de los obreros de ahora o de entonces. De todos modos,
con su dependencia cada vez mayor de unos puestos de trabajo día a día
más inseguros, la clase media estadounidense se asemeja al proletariado
clásico de la Europa del siglo XIX. Está experimentando unas dificultades
económicas similares a aquellas que afrontaron los obreros que perdie
ron el apoyo protector de las instituciones de protección social y los sin
dicatos de trabajadores.
Otro riesgo endémico es el del derrumbamiento de la familia. El in
cremento del riesgo económico que produce la transformación del capi
talismo en los Estados Unidos de finales del siglo XX tiene lugar en una
sociedad en la que las familias son más frágiles y están más divididas que
en casi cualquier otro país. En 1987, la duración media de los matrimo
nios estadounidenses era de siete años.8
¿En cuántos hogares estadounidenses se come en familia? ¿Cuántos
niños viven en el mismo barrio o en la misma ciudad que sus padres? Si
8. Statistical A bstract o f the U nited States: 1991, Washington DC, tablas 129,133,
págs. 87-88.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global Í45
9. Puga, D., The R ise and F all o f R egional Inequalities, Londres, Centre for Econo
mic Performance, noviembre de 1996.
10. The State o f W orking A m erica, Washington, Economic Policy Institute, diciem
bre de 1996.
146 Falso amanecer
11. Layard, Richard, «Clues to Prosperity», Fin ancial Times, 17 de febrero de 1997.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 147
L a d e s ig u a l d a d c r e c i e n t e y l a m a y o r ía e s t a d o u n i d e n s e
Entre 1973 y 1993 [...] los ingresos del 60% de los estadounidenses
más pobres cayeron un 3,2 %, desde el 34,9 al 31,7 %. Esa diferencia en las
cifras parece pequeña, pero el 3 % de la renta nacional de Estados Unidos
no es una cantidad trivial. Estamos hablando de alrededor de 200 miles de
millones de dólares que solían ir las tres quintas partes más pobres de la
población y que ahora van a una quinta parte más rica [...]. Durante todo el
período, desde finales de los años setenta, la economía de Estados Unidos ha
El g r a n e n c a r c e l a m ie n t o e s t a d o u n id e n s e
tales, federales o locales; esto equivale a uno de cada ciento noventa y tres
habitantes, o trescientos setenta y tres de cada cien mil. (Compárese esta
proporción con la de ciento tres de cada cien mil individuos correspondien
te a la llegada de Ronald Reagan a la presidencia en 1980.) Tres millones
y medio de estadounidenses estaban en libertad vigilada o bajo palabra.23
La tasa de encarcelamiento estadounidense de finales de 1994 era cua
tro veces mayor que la de Canadá, cinco veces mayor que la de Gran Bre
taña y catorce veces mayor que la de Japón. Sólo la Rusia poscomunista
tenía una mayor proporción de ciudadanos entre rejas.24 En California, al
rededor de ciento cincuenta mil personas están en la cárcel. La población
carcelaria californiana es ocho veces más numerosa que a principios de la
década de los setenta y supera a la de Gran Bretaña y Alemania juntas.25
A principios de 1997, alrededor de uno de cada cinco estadouniden
ses adultos varones estaba entre rejas y alrededor de uno de cada veinte
estaba bajo libertad vigilada o bajo palabra. Esta es una proporción diez
veces mayor que la de los países europeos.26
La tasa de encarcelamiento varía considerablemente entre los dife
rentes sectores de la población. En 1995, alrededor del 7 % de la pobla
ción negra estadounidense pasó algún tiempo en la cárcel.27 Los negros
tienen aproximadamente siete veces más probabilidades de entrar en pri
sión que los blancos. Uno de cada siete hombres negros ha estado preso
en algún momento de su vida. En 1992, más del 40 % de todos los hom
bres negros de entre dieciocho y treinta y cinco años de edad que vivían
en el distrito de Columbia estaban en la cárcel, en libertad vigilada, en li
bertad bajo palabra a la espera del juicio o eran prófugos de la justicia.28
Estas cifras sugieren que las desigualdades de raza y de clase social se
entrelazan en Estados Unidos de manera semejante a lo que ocurre en al
gunos países latinoamericanos.29 Asimismo, justifican la idea de «brasili-
30. Lind, Michael, The N ext Am erican N ation, op. cit., pág. 216. Sobre la revitali-
zación del racismo conservador en Estados Unidos, véase Lind, Michael, Up frrrni Con-
servatism : Why the R ight is W rongfor A m erica, Nueva York, The Free Press, *996, ca
pítulo 8.
31. Véase una potente argumentación favorable a la reforma de la política de dro
gas de EE.UU. en Soros, George, «A new leaf for the law», G uardian, 22 de febrero de
1997.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 153
lidades de aprender a leer y podía esperar vivir dos años más (sesenta y
seis años) que un niño nacido en Nueva York.37
Las altas tasas de criminalidad y de encarcelamiento de EE.UU. van
en paralelo a unos niveles igualmente excepcionales de litigios y de nú
mero de abogados. Estados Unidos tiene por lo menos la tercera parte de
los abogados en activo del mundo. En 1991, había alrededor de 700.000
abogados, y se estimaba una cifra de alrededor de 850.000 para prin
cipios de siglo. En la actualidad, hay más de 300 abogados por cada
100.000 estadounidenses, comparados con 12 por cada 100.000 en J a
pón, algo más de 100 por cada 100.000 en Gran Bretaña y algo menos de
100 por cada 100.000 en Alemania.38 Los pagos por indemnizaciones por
responsabilidad civil ascendieron a alrededor del 2,5 % del PNB de E s
tados Unidos en 1987, cuando en Japón era de alrededor de ocho veces
menos (0,3 % ).39
Estas cifras de encarcelamientos, crímenes violentos y litigios retra
tan una sociedad en la que la ley se ha convertido casi en la qpica institu
ción social que funciona y donde las cárceles'están entre los potos me
dios de control social que quedan.
Las comunidades privadas valladas, cuyas altas paredes y mecanismos
de seguridad electrónicos protegen a sus habitantes de los peligros de la so
ciedad de la que han desertado, son la contrapartida de las cárceles esta
dounidenses. Son un símbolo del vaciamiento de otras instituciones socia
les —la familia, el barrio, incluso la empresa— que en el pasado mantenían
a la sociedad en funcionamiento. La combinación de cárceles de alta tecno
logía, comunidades de propietarios valladas y empresas virtuales es recono
cible como un emblema de Estados Unidos de principios del siglo xxi.
En los Estados Unidos de finales del siglo xx, el libre mercado se
ha convertido en un mecanismo de una modernidad perversa. Los pro
fetas de los Estados Unidos de hoy no son Jefferson ni Madison y menos
aún Burke, sino Jeremy Bentham, el pensador británico ilustrado del si
glo XIX que soñaba con una sociedad hipermodema reconstruida según
el modelo de una cárcel ideal.
37. Kristof, N. D., y Wudunn, S., China W akes: The Struggle fo r the Soul o f a R ising
Power, Londres, Nicholas Brealey Publishing, 1995, pág. 16.
38. Statistical A bstract o f the U nited States: 1991, Washington DC, tabla 320, pág.
188; tabla 2, pág. 7; tabla 319, pág. 188.
39. Lipset, op. cit., págs. 227-228.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 155
P o r q u é l a h i s t o r ia n o s e h a a c a b a d o
40. El artículo original de Francis Fukuyama, «The end of history», fue publicado
en N ational Interest, en el verano de 1989. Su libro The E n d o f History and the L ast M an, en
el que la tesis del artículo original se reafirma sin revisiones importantes, fue publicado
en 1992 por The Free Press, Nueva York.
41. En un artículo de octubre de 1989, en respuesta a Fukuyama, escribí: «estamos
retrocediendo a una época que es histórica en sentido clásico, y no hacia adelante a la
era vacía y posthistórica proyectada en el artículo de Fukuyama. La nuestra es una épo
ca en la que la ideología política, tanto la liberal como la marxista, tiene una influencia
cada vez menor sobre los hechos, mientras que unas fuerzas más antiguas y más pri
mordiales, de tipo nacionalista y religioso, fundamentalista y pronto, quizá, maltusianas,
se enfrentan entre sí [...]. Si la Unión Soviética se acaba desintegrando, esa catástrofe be
néfica no inaugurará una nueva era de armonía posthistórica sino una vuelta al clásico
terreno de la historia, un terreno de rivalidades entre las grandes potencias, diplomacias
156 Falso amanecer
E l « c h o q u e d e c i v il i z a c i o n e s » v e r s u s l a e v a n e s c e n c ia
de « O c c id e n t e »
42. Huntington, Samuel P., The C lash o f C ivilizations an d the Rem aking o f W orld
Order, Nueva York, Simón & Schuster, 1996 (trad. cast.: Choque de civilizaciones, Bar
celona, Paidós, 1997).
158 Falso amanecer
44. Kaplan, Robert D., The Ends O f the Earth: A Journey at the Dawn o f the
Twenty-Eirst Century, Nueva York, Random House, 1996, pág. 270.
160 Falso amanecer
L a r e a l id a d d e f in a l e s d e l s ig l o x x :
E st a d o s U n id o s v e r su s e l r e st o
48. Huntington, Samuel, «The West v. the rest», G uardian, 23 de noviembre de 1996.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 163
E st a d o s U n id o s c o m o u n a n a c ió n p o s t o c c id e n t a l e m e r g e n t e
nica y tradiciones culturales. ¿Por qué habríamos de esperar que una po
blación en la que los estadounidenses descendientes de europeos se está
volviendo una minoría acepte las tradiciones culturales y políticas europeas?
Y, desde luego, ¿por qué se habría de considerar deseable algo así?
Una población que dejará de ser predominantemente europea pro
ducirá unas élites políticas que dejarán de ser culturalmente afines a los
países de Europa. Esta es una evolución que ya es evidente en las trans
formaciones que tuvieron lugar dentro de las clases políticas estadouni
denses cuando finalizó la presidencia Bush. La vieja élite de la Costa Este
cuya visión del mundo se había configurado con la segunda guerra mun
dial y con la guerra fría y que culturalmente se mantenía leal al atlantis-
mo, ya se ha vuelto políticamente marginal.
Esto no significa que las nuevas élites se sientan hispánicas o asiáti
cas. En general se están volviendo más específicamente estadounidenses,
pero la identidad estadounidense que encarnan ya no es un producto de
una ideología europea de principios de la era moderna. Encarnan la
identidad de una nación postoccidental emergente.
Australia y Nueva Zelanda son quizá los ejemplos más claros de la
transformación de viejas colonias europeas en Estados multiculturales
postoccidentales. Son sociedades multiculturales más logradas que Esta
dos Unidos, en parte porque no se ven obligadas a soportar la carga de la
ilusión de tener encomendada una misión universal.
vilizar las preocupaciones de los votantes con respecto a las nuevas desi
gualdades económicas de Estados Unidos en beneficio de sus respectivas
campañas.
Puede que el hecho de que sólo en la campaña de 1996 de Pat Bu-
chanan los temas de justicia económica ejercieran un impacto importan
te en la corriente principal de la vida política estadounidense sea un au
gurio de lo que depara el futuro. Buchanan aunó cuestiones de justicia
económica a una cultura de guerra fundamentalista y a una hostilidad na-
tivista hacia el resto del mundo. Pese al atractivo populista de esa combi
nación, Buchanan fue rápidamente marginado, y ese es el destino proba
ble de cualquier futura campaña electoral similar.
Se mantienen las dudas sobre si el manifiesto descontento entre los
votantes puede suscitar alguna respuesta de la corriente principal de la
política estadounidense. A través de una reglamentación laxa de las con
tribuciones financieras a las campañas electorales, el dinero tiene más in
fluencia en Estados Unidos que en cualquier otra entidad pqlíti^a occi
dental. ¿Qué razón hay para suponer que semejante sistema político
pueda responder eficazmente al descontento de una angustiada mayoría?
Sin embargo, una entidad política en la que el descontento popular se ex
presa principalmente a través de movimientos que están al margen de la
vida política no es una democracia operativa.
Los neoconservadores han identificado el libre mercado con la pre
tensión de Estados Unidos de ser el ejemplo de las naciones modernas.
Se han apropiado de la imagen que Estados Unidos tiene de sí mismo
como modelo de civilización universal al servicio de un libre mercado
global. Para un público alimentado de semejantes ilusiones, los próximos
años serán traumáticos.
En las economías más exitosas del mundo, el libre mercado es un em
blema de atavismo, no un símbolo del futuro. Los países de Asia oriental
son muy diferentes entre sí, en sus instituciones políticas, en sus sistemas
económicos y en sus tradiciones culturales. Lo que tienen en común es su
rechazo al apego casi religioso a los libres mercados evidenciado en la po
lítica estadounidense y su repudio al ideal ilustrado de civilización univer
sal que el libre mercado global encarna.
El servilismo hacia los dogmas del libre mercado no puede engen
drar la modernización en este final de siglo. En la lucha entre el libre
mercado estadounidense y los capitalismos dirigidos de Asia oriental, es
el libre mercado el que pertenece al pasado.
Estados Unidos y la utopía del capitalismo global 169
53. Sobre el «modelo californiano», véase Leadbeater, Charles, Britain - the C ali
forn ia o f Europe, Londres, Demos Occasionai Paper, 1997.
170 Falso amanecer
universal orientándose cada vez más hacia adentro. Esto permitirá filtrar
las percepciones y eliminar cualquiera que pueda perturbar su confianza
en que el mundo está avanzando a su manera.
Sin embargo, Estados Unidos no se retirará al aislacionismo y al
proteccionismo. Demasiados intereses empresariales se verían afectados
por esa retirada. El constante recurso a la «producción plantación», en
la que la manufacturación se sitúa en zonas de bajos costes laborales en el
extranjero, ha llevado a que una quinta parte de todas las importaciones
a EE.UU. provengan de subsidiarios extranjeros de empresas multina
cionales estadounidenses.54 El capital estadounidense vetará la protec
ción comercial. En los próximos años, el aislamiento estadounidense no
será económico o militar sino cognitivo y cultural.
El credo estadounidense actual según el cual EE.UU. es una nación
universal supone que todos los humanos nacen estadounidenes y se con
vierten en otra cosa por accidente o por error. Según este credo, los valo
res estadounidenses son compartidos por toda la humanidacj, o lo serán
pronto. Desde luego que estas fantasías mesiánicas son corriente. En el
siglo XIX, eran Francia, Rusia e Inglaterra quienes afirmaban ser naciones
universales. Ahora, incluso más que en el pasado, ésta es una peligrosa
presunción.
Estados Unidos ha incorporado las ilusiones y las supersticiones de
la Ilustración a la imagen que tiene de sí mismo. En otras épocas, esto po
dría importar menos. En la actualidad, puede hacer imposible la tarea
más difícil de la época: la de idear formas de coexistencia pacífica y pro
ductiva de pueblos y regímenes que siempre serán diferentes.
L o s bolcheviques [...] representan una filo so fía de vida forán ea, que
no puede im ponerse a l pueblo sin producir unos cam bios de in stintos, há
bitos y tradiciones tan profundos que agotan com pletam ente las fu en tes
vitales de la acción, causando ap atía y desesperación entre las víctim as ig
norantes de la Ilustración m ilitante.
B ertrand R ussell 1
1. Russell, Bertrand, The Practice and Theory o f Bolshevism , Londres, George Allen
y Unwin, 1920, pag. 118.
2. Shestov, L., A ll Things A re Possible, Londres, Martin Seeker, 1920, pag. 238.
172 Falso amanecer
C o m u n is m o d e g u e r r a s o v ié t ic o y t e r a p ia d e c h o q u e
POSCOMUNISTA
6. Hasta 1991 no se publicó un estudio serio sobre la vida y la obra de Taylor. Véa
se Wrege, Charles D. y Greenwood, Ronald ] ., Federick W. Taylor: Myth an d R eality ,
H om ew ood, Illinois, Irwin, 1991.
7. Véase Figes, op. d t., pág. 744.
8. Figes, op. d t., pág. 724.
176 Falso amanecer
11. Nekrich, M. y Heller, A., U topia in Pow er: The H istory o fth eSo v iet Union from
1917 to the Present, Nueva York, Summit Books, 1986, págs. 115-136.
12. Citado en Nekrich y Heller, op. cit., pág. 120. La fuente citada figura como Pro-
kopovich, Narodnoe khoziaistvo SSR , 1, pág. 59.
13. Becker, J., Hungry G hosts: C hina’s Secret Fam ine, Londres, John Murray, 19%,
pág. 38.
14. Becker, op. cit., pág. 38.
178 Falso amanecer
que ver con la creencia de Lenin en que la sociedad no podría ser socia
lista hasta que estuviera formada mayoritariamente por proletarios in
dustriales.
El dogma marxista de que las explotaciones agrícolas debían indus
trializarse era el núcleo del proyecto bolchevique de la modernización de
Rusia. El resultado de la colectivización y la «deskulakización» (la elimi
nación del campesinado rico) fue que las tradiciones del campesinado
ruso fueron virtualmente destruidas. Algunas técnicas agrícolas sobrevi
vieron en las pequeñas parcelas privadas, de las que a menudo dependió
la supervivencia de las personas corrientes, tanto en el período de la te
rapia de choque poscomunista como en el de la colectivización soviética.
Sin embargo, el precio de la política bolchevique de obligar a Rusia a
aceptar una modernización según el modelo de desarrollo industrial eu
ropeo del siglo XIX fue el permanente debilitamiento de su capacidad de
alimentarse a sí misma.
Según las estimaciones de Conquest, entre 1930 y 1937, pnce millo
nes de campesinos murieron en la Unión Soviética y otros tres r&illones
y medio perecieron en el gulagP Ellman ha calculado que entre siete y
ocho millones de personas murieron de hambre en la URSS en 1933.1516
El resultado fue el mismo, aunque a una escala aún mucho mayor, cuan
do Mao usó la colectivización agrícola soviética como modelo para la
modernización de China.
En la última década del zarismo se había emprendido otro camino
hacia la modernización. En una ley promulgada el 9 de noviembre de
1906, el primer ministro reformista P. A. Stolipin había liberado a los campe
sinos de las obligaciones que tenían hacia sus comunas y los había auto
rizado a pedir una participación en ellas, que ahora serían propiedad pri
vada. A consecuencia de ello, entre 1906 y 1916, poco menos de la cuarta
parte de los hogares campesinos de la Rusia europea rellenaron solicitu
des para hacerse con la propiedad privada de sus parcelas. .
Hay una controversia considerable sobre los efectos de las reformas
de Stolipin. No puede saberse si éstas podrían haber impedido la revolu
ción en Rusia si Stolipin no hubiera sido asesinado en 1911 y si la prime
ra guerra mundial no hubiera desviado a la Rusia zarista de su sqpda re
15. Conquest, Robert, H arvest o f Sorrow, Oxford, Oxford University Press, 1986.
16. Ellman, Michael, «A note on the number of 1993 famine victims», Soviet Stu
dies, 1989, citado en Becker, op. cit., pag. 46.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 179
20. «Russian farm reform’s fruit; a rural underclass», International H erald Tribune,
2 de abril de 1997.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 181
T e r a p ia d e c h o q u e : o t r a u t o p ía o c c id e n t a l
tico era una de esas utopías, pero también lo eran las reformas de G or
bachov y las políticas de terapia de choque que siguieron al colapso so
viético.21
El sistema soviético que Gorbachov intentó renovar no era refor
mable. Carecía de legitimidad política en Rusia y en el «extranjero pró
ximo» de las nacionalidades soviéticas. Fuera de su enorme sector mili
tar, la economía soviética sólo funcionaba en la medida en que albergaba
mercados negros y mercados grises. La «era del estancamiento» de Brez-
nev fue, para algunas personas de varias regiones de la Unión Soviética,
una era de despegue económico, ya que institucionalizó la corrupción y
permitió el florecimiento del intercambio de mercado.
El programa de reformas de Gorbachov empezó como una campaña
anticorrupción. Su objetivo principal fue el de lograr una «aceleración»
(;uskoriniye) de la economía. Uno de sus primeros resultados fue el en-
lentecimiento económico, seguido por el colapso. El sistema soviético de
planificación centralizada no pudo funcionar sin esos mercado^ que con
denaba como criminales.
Las políticas de terapia de choque que fueron impuestas tras la desa
parición del régimen soviético eran, en parte, apenas el reconocimiento
de que el sistema económico anterior había sufrido un colapso generali
zado. Pero también eran un intento de reconstruir Rusia sobre el mode
lo de otra utopía occidental. Eran políticas que habían logrado algunos
de sus objetivos en otros países, aunque en Rusia resultaron inoperantes.
Cuando se aplicó la terapia de choque, a finales de 1991, era imposible
que se produjera una transición gradual a partir de la planificación cen
tralizada. La vieja economía soviética ya estaba prácticamente desin
tegrada. Las políticas de Gorbachov de reforma estructural de la econo
mía (perestroika) y de liberalization política (glasnost) habían producido
un caos. No sólo las instituciones de planificación centralizada sino gran
parte del aparato del Estado soviético se habían derrumbado y se carecía
de la maquinaria necesaria para aplicar un programa de reformas gra
duales. El desmantelamiento por etapas de las viejas instituciones y polí
ticas no era una de las opciones posibles del primer gobierno poscomu
nista ruso.
21. H e analizado la última etapa del zarismo en «Totalitarianism, reform and civil
society», en mi libro Post-liberalism , op. cit., págs. 164-168. Véase también Gatrell, P.,
The Tsarist Economy 1850-1917, Londres, B. T. Batsford, 1986.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 183
• 22. Gray, John, «The risks oí collapse into chaos», Financial Tim es, 13 de septiem
bre de 1989, pág. 25.
23. Hice un análisis del golpe de Estado soviético a poco de producirse en mi mo
nografía The Strange Death o f Perestroika: Causes and Consequences o f the Soviet Coup,
Londres, Institute for European Defence and Strategic Studies, septiembre de 1991.
184 Falso amanecer
dor de un tercio del PNB,24 eran unos rasgos únicos. En términos más
generales, la inexistencia en Rusia de unas instituciones civiles semejan
tes a las que había hecho de Polonia el primer país poscomunista, junto
a la ausencia de una tradición de comercio privado legítimo, hizo que las
precondiciones necesarias para una terapia de choque exitosa estuvieran
ausentes, ya que ésta supone una sociedad fuerte y una economía robusta,
por más que esté reprimida, y no puede crear estas condiciones, por tan
to, cuando se la aplica en ausencia de ellas, los resultados que se obtienen
son predeciblemente perversos.
El abandono de la terapia de choque en 1993-1994 dejó claro que
Yeltsin se había dado cuenta de que la situación de Rusia, así como su
historia, hacía que cualquier trasplante de un modelo económico occi
dental resultara imposible.
Los costes y el fracaso de la terapia de choque son innegables, pero
ello no significa que hubiera una política alternativa plausible de refor
ma económica a finales de 1991. Era lógico sostener que los capibios par
ciales eran imposibles en la situación catastrófica"de 1991-1993, aunque era
poco razonable esperar que las políticas que se habían aplicado con cier
to éxito en Bolivia o en Polonia tuvieran resultados similares en Rusia,
dadas las circunstancias imperantes.25
Muchos de los costes humanos causados por estas políticas no po
dían evitarse, fueron impuestos al gobierno de Yeltsin como un sino his
24. O ECD Econom ic Survey: The R ussian Federation, París, Centre for Coopera-
tion with Economies in Transition, 1995.
25. Véase mi monografía, Post-Com m unist Societies in Transition; A Social M arket
Perspective , Londres, Social Market Foundation, 1994, reimpresa como capítulo 5 de mi
libro Enlightenm ent’s Wake: Politics an d C ulture a t the C ióse o fth e M odern A ge, Lon
dres y Nueva York, Roudedge, 1995. Véanse las potentes críticas a la terapia de choque
en Steele, Jonathan, E tern alR u ssia, Londres, Faber, 1994; Goldman, Marshall, L o st Op-
portunity: Why Econom ic Reform s in R ussia H ave N ot Worked, Nueva York, Norton,
1994; Ellman, M., «Shock Therapy in Russia: Failure or Partial Success?», R adio Free
Europe/R adio Liberty Research Report, 3 de abril de 1992.
Jeffrey Sachs respondió a mi crítica en Understánding Shock Therapy, Londres, So
cial Market Foundation, 1994. Samuel Brittan hizo una útil descripción de las jjiferen-
cias entre mis propios puntos de vista y los de Jeffrey Sachs en «Post-communism: the
rival models», Financial Tim es, 24 de febrero de 1994; una descripción más extensa del
debate entre Sachs y yo puede encontrarse en Skidelsky, Robert, The W orld A fter Com-
munism , Londres, Macmillan, 1995, págs. 166-172. Véase también Skidelsky, Robert
(comp.), R u ssia's Stormy path to Reform , Londres, Social Market Foundation, 1995.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 185
28. Sachs, Jeffrey, «Nature, nurture and growth», The Econom ist, 14 de junio de
1997, pág. 24.
29. Véase una defensa de los puntos de vista de Sachs en Sachs, Jeffrey, Understan
ding Shock Therapy , op. cit.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 187
33. Véase una versión moderada del argumento de que la terapia de choque no fue
aplicada de manera consistente en Rusia en Layard, Richard y Parker, Jon, The Corning
K ussian Boom , Nueva York, The Free Press, 1996, págs. 65 y sigs.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 189
34. Truscott, Peter, R ussia F irst: Freaking with the West, Londres, I. B. Tauris,
1997, pag. 128.
35. Wolf, Martin, «Russia’s missed chance», Financial Tim es, 18 de marzo de 1997,
pag. 18.
190 Falso amanecer
va» que oculta los verdaderos niveles de desempleo «de la manera más
cruel posible».40
El creciente desempleo fue el resultado de un colapso de la actividad
económica de proporciones históricas. Desde 1989, las dimensiones de
la economía rusa se han reducido a la mitad, una caída mayor que la que
sufrió Estados Unidos durante la «gran depresión». A mediados de 1997,
el PNB ruso seguía cayendo, con lo que la contracción de la actividad
económica rusa desde 1991 era de alrededor del 40 % .41
El Estado ruso ha dejado de pagar a muchos de sus empleados y de
pendientes. Según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales
de Washington: «El gobierno no ha estado pagando a sus empleados, a
las fuerzas armadas, médicos, maestros y científicos [...]. Los salarios,
sueldos y transferencias de sesenta y cinco a sesenta y siete millones de
ciudadanos estaban atrasados a finales de 1996 [...]. Los treinta y seis mi
llones de pensionistas [...] no recibían a tiempo sus pensiones».42
La dificultad para medir los verdaderos niveles de desempleo en Ru
sia proviene del número creciente de muertes prematuras. La cifra de
personas en edad laboral que murieron por causas vinculadas al consu
mo de alcohol aumentó más del triple entre 1990 y 1995.43 El número de
suicidios de hombres en edad laboral subió un 53 % entre 1989 y 1993.44
Otra causa de muertes prematuras en la Rusia postsoviética es la crimi
nalidad: en 1994 fueron declarados treinta mil asesinatos en Rusia, una
tasa per capita tres veces superior a la de EE.UU. y veinte veces más alta
que la británica y la europea.45
Los rusos tienen veinte veces más probabilidades de morir a con
secuencia de un envenenamiento accidental que los estadounidenses.46
Parte de la explicación reside en uno de los legados del período soviéti
co: un nivel de contaminación que no tiene igual en^ ninguna parte del
mundo fuera de China. Murray Feshbach y Alfred Friendly explican en
su obra pionera Ecocidio en la URSS que la contaminación era parcial
mente responsable de la creciente mortalidad infantil en la Unión Sovié
tica, que había llegado a unos niveles semejantes a los de los países del ter
cer mundo y las ciudades estadounidenses: «Después de reducir la tasa
de mortalidad del primer año de vida de los niños desde un 80,7 de cada
mil en 1950 a un 22,9 en 1971, la URSS — un caso único en las naciones
industrializadas— vio subir nuevamente la mortalidad infantil, según cál
culos oficiales, a 25,4 de cada mil en 1987, más o menos el mismo nivel
que Malasia, Yugoslavia, East Harlem o la ciudad de Washington». Fesh
bach y Friendly concluyen: «Aunque los vínculos entre degradación me
dioambiental y enfermedad son, de manera inevitable, suposiciones más
que hechos demostrados, hay pocas dudas sobre las dimensiones de la
contaminación en sí misma. Pocas áreas industrializadas de la Unión So
viética están libres de riesgos medioambientales y el 16 % rea te
rrestre del país, en la que vive una quinta parte de la población, sufre al
gún tipo de enfermedad ecológica grave».47
La contaminación medioambiental que Feshbach y Friendly docu
mentan fue un legado de la actitud bolchevique hacia la naturaleza.48 En
esto, como en la mayoría de los demás aspectos, los bolcheviques eran acé
rrimos seguidores de Marx. Consideraban que, en el mejor de los casos, la
naturaleza era un recurso explotable de acuerdo con los objetivos del hom
bre, y en el peor, un enemigo que se debía conquistar. La actitud prome-
teica occidental hacia el mundo natural guió las políticas soviéticas durante
la vida del régimen. Ésta fue también una de las causas de su colapso.
La lenta respuesta que el gobierno soviético dio al desastre de Cher-
nobil fue una de las razones que provocaron la expansión de los prime
ros movimientos políticos populares en la URSS. Estos movimientos medio
ambientales movilizaron unas amplias coaliciones a partir de la oposición
a los vastos proyectos de construcción de embalses en Siberia. Junto a
los movimientos nacionalistas en el «extranjero próximo» soviético, fue-
47. Feisbach, Murray y Friendly Jr., Alfred, Ecocide in the U SSR: H ealth tfid Natu-
re underSiege, Londres, Aurum Press, 1992, págs. 4 ,9 .
48. H e analizado la destrucción soviética del medio ambiente natural y sus vincu
laciones con el humanismo marxista en mi libro Beyond the New R tght: M arkets, G o
vernm ent and the Common Environm ent, Londres y Nueva York, Roudedge, 1993,
págs. 130-133.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 193
terminable de todo aquello que es esencial para vivir una existencia de
cente: desde el de los salarios reales, la asistencia social y la asistencia sa
nitaria hasta el de las tasas de nacimientos y de esperanza de vida; desde
el de la producción industrial y agrícola hasta el de la educación univer
sitaria, la ciencia y la cultura tradicional; desde el de la seguridad en las
calles hasta el de la persecución del crimen organizado y del robo de los
burócratas; desde el de las todavía enormes fuerzas militares hasta el de
la salvaguardia de los mecanismos y materiales nucleares».58
Las esperanzas que sus partidarios occidentales y rusos albergaban con
respecto a la terapia de choque eran ilusorias. El sistema de Adam Smith de
libertad natural presupone la existencia de un Estado eficaz, incluyendo la
regulación legal. Sin ello no puede confiarse en los beneficios del intercam
bio de mercado, que se convierte en cambio en otro sistema de explotación.
En Rusia, la terapia de choque de Gaidar fue aplicada por un gobier
no que estaba en estado ruinoso. La regulación de la ley no existía. No
había existido en Rusia desde 1917. Gran parte de la población rusa rece
laba del intercambio de mercado y temía que condujera a la explotación.
Estos prejuicios populares expresaban viejos recelos rusos con respecto al
comercio, recelos reforzados por la experiencia de los mercados negros
soviéticos; el anarcocapitalismo que nació de la terapia de choque que su
frió el ruinoso Estado soviético los reforzó aún más.
A n a r c o c a p it a l is m o e n l a R u s ia p o s c o m u n is t a
58. Cohen, Stephen E , «In Fact, Russians are deep in terrible tragedy», Internatio
n al H erald Tribune, 13 de diciembre de 1996, pág. 8.
196 Falso'amanecer
59.
«
H e considerado la última época del zarismo con más detenimiento en «Totali
tarianism, reform and civil society», en mi libro Post-liberalism , op. cit., págs. 164-168.
Sobre los niveles de represión mucho más bajos en la Rusia zarista que en la Unión So
viética, véase Dziak, John D., Chekisty: a H istory o f the K G B , Lexington, Mass., Le
xington Books, D. C. Heath, 1988.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 197
65. Handelman, Stephen, Com rade Crim inal, New Haven y Londres, Yale Univer-
sity Press, 1995, págs. 335-336.
66. Las estimaciones provienen del Servicio Nacional Británico de Inteligencia Cri-'
minal. Citadas en Truscott, op. cit., pág. 138.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 201
tieron sobre cómo corromper a los oficiales del nuevo régimen que per
cibían en el horizonte.67 Algunos de los principales beneficiarios de la cri
minalidad organizada rusa no son los propios criminales sino los funcio
narios estatales que ellos sobornan.
En palabras de Handelman, «los que ganaban miles de millones eran,
en su mayoría, los mismos que ganaban millones en la era soviética, ya sea
organizando ventas de bienes estatales en el mercado negro o mediante el
sistema bizantino del soborno. El viejo Estado, en efecto, había provoca
do la criminalización del nuevo».68
La situación de corrupción y de anarquía de las instituciones estatales
colapsadas que heredó el primer gobierno poscomunista fue una de las ra
zones por las que la terapia de choque no pudo tener en Rusia la limitada
eficacia que tuvo en otras partes. Otra razón fue la militarización de la eco
nomía soviética. En ninguno de los países en los que se aplicó la terapia
de choque, la producción militar era tan importante en la vida económi
ca. Suponer que las prescripciones del liberalismo económico smithiano
podían ser operativas en semejantes circunstancias era una insensatez.
Cuando el Estado soviético se derrumbó, dejó tras de sí el complejo
militar industrial (CMI) más grande del mundo. Este empezó a colapsar-
se enseguida, y la terapia de choque aceleró su descomposición. El CMI
soviético en descomposición resultó ser un terreno fértil para las bandas
criminales carroñeras rusas. Según Handelman:
70. Golovanov, Yaroslav, «Mech i molet» (La espada y el martillo), Vek, 1993. Esta
fuente es citada por Arbats, Yevgenia, R G B : State within a State, Londres y Nueva York,
I. B. Tauris, 1993, pág. 388, nota 56.
71. Arbats, op. cit., págs. 335-336.
72. Truscott, op. cit., pág. 114.
73. Sherr, James, «Russia: geopolitics and crime», The World. Today, febrero de
1995, pág. 36.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 203
74. Rogers, Jim, «N o new money for an oíd empire», Financial Times, 5 de octubre
de 1990, pág. 2.
204 Falso amanecer
L a R u s ia e u r o a s iá t ic a
75. Véase un excelente análisis sobre el papel político de la idea europea en los paí
ses poscomunistas en Judt, Tony, A G rand Illu sion ? A n Essay on Europe, Londres y
Nueva York, Penguin Books, 1997.
Anarcocapítalísmo en la Rusia poscomunista 207
79. Nekrich y Heller, op. cit., pág. 178. He analizado brevemente el movimiento eu-
roasiático en «Totalitarianism, reform and civil society», Post-liberalism , op. c it.f págs.
177-178.
80. Véase una útil descripción del pensamiento de Leontiev en Berdyaev, N., Leon
tiev, Londres, Geoffrey Bles, The Centenary Press, 1940.
81. Truscott, op. cit., págs. 2 , 5-6.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 209
sión entre el Norte rico y el Sur pobre. Rusia está a caballo entre los dos.
Aunque geográficamente pertenece al Norte, los euroasiáticos consideran
que económicamente forma parte, más bien, del Sur. Incluso si las reformas
tienen éxito, afirman, habrán de pasar treinta años antes de que Rusia pue
da ingresar en el club de los países ricos. Incluso entonces, sus intereses se
guirán siendo diferentes de los de otros Estados del Norte. La relación que
tiene Rusia con el Sur pobre no la tiene ningún otro país del Norte. En par
ticular, Rusia tiene fronteras con el Sur pobre: con el transcáucaso, con los
Estados de Asia central y con China. Y tiene que ser particularmente cui
dadosa en sus relaciones con las naciones islámicas, ya que siete de sus ve
cinos son musulmanes y la propia Rusia alberga a dieciocho millones de
ellos. En ese sentido, en 1995, estaba envuelta en tres guerras que involu
craban a naciones no rusas: en Tayikistán, en Chechenia y en Bosnia [...].
Por su propia seguridad, por lo tanto, Rusia no puede darse el lujo de ig
norar a sus vecinos del sur y del sudeste.82
84. «Attitude is what gives Russians the edge», Times EducationalSupplem ent, 1 de
enero de 1992.
Anarcocapitalismo en la Rusia poscomunista 211
85. Sobre la fuerza de la familia rusa en tiempos soviéticos, véase Mehnert, Klaus,
Soviet M an and H is World, Nueva York, 1961, capítulo «Family and Home».
86. Layard y Parker, op. cit., pág. 106.
212 Falso amanecer
1. Kuan Yew, Lee, entrevista, New Perspectives Q uarterly , vol. 13, n° 1, invierno de
1996, pág. 4.
2. Umehara, Takeshi, «Ancient Japan shows post-modernism the way», New Pro
gressive Q uarterly, 9, primavera de 1992, pág. 10.
3. Shi, Qiao, entrevista, New Perspectives Q uarterly, vol. 14, n° 3, verano de 1997,
págs. 9-10.
214 Falso amanecer
4. Ridley, Jasper, L ord Palm erston , Londres, Constable, 1970, pág. 387.
El ocaso de Occidente y la ascension de los capitalismos asiáticos 215
M o d e r n iz a c ió n l o c a l : e l c a s o p a r a d ig m á t ic o d e J a p ó n
6. Véase una deliciosa descripción de este período único en Perrin, N oel,^jw /«g
Up the G un: ] ap arís Reversión to theSw ord, 1543-1879, Boston, Nonpareil Books, 1979.
7. Véase Walworth, Arthur, Black Ships O ff Japan, Nueva York, Alfred Knopf,
1946.
8. Perrin, op. cit., pág. 91.
El ocaso de Occidente y la ascension de los capitalismos asiáticos 217
10. Waswo, Ann, M odem Japanese Society 1868-1994, Oxford, Oxford University
Press, 1996, pág. 102.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 219
11. Kennedy, Paul, The R ise and F all o f the G reat Pow ers, Londres, Fontana, 1988,
päg. 266.
12. Sayle, Murray, «Japan victorious», New York Review o f Books, 28 de marzo de
1985, pâg. 35.
220 Falso amanecer
16. Searjeant, Graham, «Economically, jails cost more than corner shops», The Ti
m es, 11 de diciembre de 1995.
222 Falso amanecer
17. Las cifras están tomadas del informe de la O C D E para enero de 1997, según las
cita Wolf, Martin, «Too great a sacrifice», Financial Tim es, 14 de enero de 1997.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 223
L a fr a c a sa d a m o d e r n iz a c ió n d e C h in a :
EL MODELO SOVIÉTICO DE MAO
19. Tsuru, S., Japan 's Capitalism , Cambridge, Cambridge University P re s| 1993.
20. H e examinado la concepción de Mili sobre una economía en estado estaciona
rio con mayor detenimiento en mi libro Beyond the New R ight: M arkets, Governm ent
and the Common Environm ent, Londres y Nueva York, Routledge, 1993, págs. 140-154.
21. Zedong, Mao, citado en Becker, Jasper, Hungry G hosts: C hina’s Secret fam in e,
Londres, John Murray, 1996, pág. 37.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 225
Una vez más, Mao siguió el ejemplo soviético cuando adoptó una ac
titud prometeica hacia el medio ambiente, una actitud hasta entonces
nada común o desconocida en China. Din-ante el periodo maoísta, el uso
implacable que se hizo de la tecnología y la negación, basada en la doctri
na marxista, de que China pudiera sufrir un problema maltusiano de po
blación causaron un agotamiento de los recursos naturales del país y una
devastación medioambiental todavía peor que la de la Unión Soviética.
Ninguno de estos rasgos del régimen de Mao es propio de las tradi
ciones chinas. En una época tan reciente como la de finales del siglo XIX,
muchos chinos creían que los ferrocarriles perturbarían la armonía natural
de la naturaleza y, en deferencia a estos sentimientos, la primera vía férrea
construida en China, cerca de Shangai, fue comprada por el gobierno y
desmantelada.22 Los enormes embalses y las absurdas campañas contra
los insectos emprendidas bajo el régimen de Mao ponían en práctica al
gunos aspectos del proyecto de la Ilustración de subyugamiento de la na
turaleza trasmitido a China desde el marxismo clásico a través del ejemplo
soviético.
Tampoco el totalitarismo tenía precedentes en la historia de Chi
na. Como ha sostenido Simón Leys, «en la medida en que es totalitario,
el maoísmo presenta unos rasgos que son extraños a las tradiciones políticas
chinas (por más despóticas que algunas de esas tradiciones puedan haber
sido), mientras que parece notoriamente similar a unos modelos por lo
demás foráneos, como el estalínismo y el nazismo».23 La afirmación de que
el régimen totalitario de Mao es un desarrollo del despotismo tradicional
chino no cuadra con el papel incomparablemente más coactivo e invasor
¡ del Estado maoísta.
; Leys tiene razón cuando señala que la práctica política china ha sido
[ a menudo despótica. El derecho se ha desarrollado en China desde hace
í mucho tiempo, pero la institución de un poder judicial, independiente
en sus funciones del poder ejecutivo del Estado, es casi desconocida.
Además, en los escritos de la escuela legalista había algo similar a una fi
losofía política de despotismo ilimitado, aunque nunca ha habido en la
historia china un régimen tan invasor como el de Mao. En palabras de
22. Spence, Jonathan D., The Search fo r M odem China, Nueva York, Norton, 19
[- pags. 249-250.
{ 23. Leys, Simon, The Burning Forest: Essays on Chinese Culture and Politics, Nue
va York, Henry Holt, 1983, pag. 114.
226 Falso amanecer
Ley: «A mediados del siglo XVI, los funcionarios chinos eran un grupo de
unas diez a quince mil personas en una población total de alrededor
de ciento cincuenta millones. Este pequeño núcleo de gestores se concen
traba exclusivamente en las ciudades, cuando la mayor parte de la pobla
ción vivía en los pueblos [...]. La gran mayoría de los chinos podían pasar la
vida entera sin haber tenido nunca un contacto con un sólo representante
del poder imperial».24
En la China clásica, el gobierno nunca fue tan invasor como en la ma
yor parte de los Estados modernos y nunca se acercó ni remotamente al
grado de control que alcanzó el régimen maoísta. Según Mehnert: «N i si
quiera en los días del Primer Emperador, en el siglo ni d.C., y desde lue
go nunca desde entonces, ha conocido el pueblo chino un gobierno tan
severo y totalitario como el del Estado comunista».25
La decadencia del núcleo de la cultura tradicional china, la familia y
el clan, empezó en el siglo xix. El colapso de la dinastía Quing en 1912
fue el fin de un largo proceso de descomposición. Los mandatjnes creían
que era posible adoptar nuevas tecnologías de Occidente dejando intac
tos el Estado y la sociedad de China. En los tiempos finales de la era
Quing se hizo un intento de apropiación de tecnologías occidentales, es
pecialmente vías férreas, y alrededor del inicio del nuevo siglo se proce
dió a reorganizar el ejército. Se consideraron diversas reformas institu
cionales, en especial con respecto a las relaciones del gobierno central y
los gobiernos locales, pero no se llegó a mucho y, en 1912, las institucio
nes políticas de la China Quing se derrumbaron.
Se declaró la república, pero la modernización no había empezado
realmente. La guerra con Japón y el conflicto entre los nacionalistas del
Kuomintang y los comunistas profundizó la decadencia de la sociedad
china tradicional, sin que se implantaran unas instituciones modernas.
El régimen de Mao marcó una línea divisoria en la historia de China.
Representó el triunfo absoluto de una estrategia de modernización consis
tente en la emulación de un modelo soviético, occidental. Al mismo tiem
po, lanzó una serie de ataques sucesivos sobre lo que quedaba de la vida
tradicional en China. De todos modos, el núcleo de la sociedad china se ha
mantenido lo suficientemente intacto a través de los grandes avatafes del
27. Mehnert, op. cit., pág. 87. La investigación a la que Mehnert se refiere la de
Lossing Buck, John, Chínese Farm Economy, Nanking, 1937 (en nota a pie de página en
Mehnert, pág. 493). La esposa de Buck, Pearl S. Buck, ganó el premio Nobel de litera
tura por su novela h a buena tierra.
28. Becker, Jasper, Hungry G hosts: China’s Secret Fam ine, Londres, John Murray,
1996, pág. 37.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 229
Las teorías marxistas que adoptó la élite intelectual china eran poco
aplicables a la situación o a la historia chinas. Sin embargo, fueron la base
del modelo de modernización que Mao Zedong impuso a China. Fue la
aplicación de una modernización occidental al estilo soviético, durante el
«gran salto hacia adelante», lo que causó la peor hambruna de la larga
historia de China.
Mao estableció las colectivizaciones agrícolas — a las que algunos
miembros del partido comunista chino se oponían por considerarlas « so
cialismo agrario falso, peligroso y utópico»— emulando a Stalin: «Dado
que Kruschev, en ese momento a cargo de la agricultura, estaba aplican
do los planes de Stalin de crear unas colectivizaciones aún mayores: unas
granjas gigantes, tan grandes como provincias, organizadas en torno a
agrociudades».30
El resultado fue desastroso. En la China de 1957, antes del «gran sal
to hacia adelante», la media de edad de los que morían era de 17,6 años;
en 1963 era de 9,7. La mitad de los muertos en China en 1963 tenían me
nos de diez años de edad.31
La modernización de Mao fracasó por muchas razones, pero una de
las principales fue el hecho de que el proyecto soviético al que emulaba
era incompatible con las necesidades de una economía moderna. En la
economía que los comunistas heredaron del régimen nacionalista del
Kuomintang había muchas grandes empresas estatales. No fue hasta
mediados de la década de 1950 que se emprendió la colectivización de la
dujo una plaga de los insectos que los gorriones controlaban y el consi
guiente daño en las cosechas.
La «guerra contra la naturaleza» soviética fue emulada por otras po
líticas que incluso fueron más destructivas. Se construyeron presas en
toda China. La mayoría se hundieron poco después, pero algunas sobre
vivieron hasta la década de 1970. Cuando las de la provincia de Henan se
derrumbaron, se produjo el peor accidente de ese tipo de la historia de
China, con casi doscientos cincuenta mil muertos.3435
El legado de Mao a sus sucesores fue un nivel de degradación me
dioambiental más grave, por sus consecuencias, que el de Rusia porque
coincidió con un problema de sobrepoblación. La magnitud del daño
medioambiental infligido por el régimen de Mao está explicada en el es
tudio pionero de Vaclav Smil, La mala tierra: Degradación medioambien
tal en China?5
El problema maltusiano de China está reconocido por el gobierno,
que aplica una política de hijo único que representa uno de los principa
les puntos de diferenciación con el maoísmo. Sin embargo, por más que
se siga aplicando ese programa, la población de China crecerá alrededor
de una cuarta parte —unos trescientos millones de personas— en los
próximos veinte años. Una parte de este aumento se deriva del creci
miento de la población durante el período maoísta, cuando se estimula
ba a los individuos a crear familias numerosas.
Fuera de Bangladesh y Egipto, China es el país en desarrollo con me
nos tierra cultivable del mundo. Alrededor de una décima parte del te
rritorio chino, en el que viven casi dos tercios de la población y del que
se obtienen las tres cuartas partes de toda la producción, está por debajo
del nivel de inundación de los grandes ríos. El crecimiento de la pobla
ción tiene un impacto directo en el uso de la escasa tierra cultivable chi
na, haciéndola todavía más escasa. Como ha señalado Smil: «Durante los
últimos cuarenta años, China ha perdido alrededor de la tercera parte de
su tierra cultivable debido a la erosión del suelo, la desertización, los pro
yectos energéticos (hidroestaciones, minas de carbón) y la construcción
E l c a p it a l is m o c h i n o
45. Véase un intento de comparar las empresas chinas y japonesas como tipos idea
les en Tam, Simon, «Centrifugal versus centripetal growth processes: contrasting ideal
types for conceptualizing the developmental patterns of Chinese and Japanese firms»,
en Clegg y Redding, op. cit., págs. 153-184.
46. Koo, H ., «The interplay of state, social class, and world system in east Asian de-
velopment: the cases of South Korea and Taiwan», en Deyo, F. C., (comp.), T h e^oliti-
cal Economy o f the New A sian Industrialism , Ithaca, Nueva York, Cornell University
Press, 1987, págs. 41-61.
47. Biggart, N. Woolsey, «Institutionalized patrimonialism in Korean business», en
Orru, M.; Biggart, N. Woolsey y Hamilton, G. G., The Econom ic O rganization o f E ast
A sian C apitalism , Thousand Oaks, Londres y Delhi, Sage, 1995, págs. 215-236.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 237
La m o d e r n iz a c ió n e c o n ó m ic a d e C h in a a pa rtir d e 1979
50. Sobre las ideas de Biggs, véase Serwer, Andrew, «The end of the world is nigh - or
is it?», Fortune, 2 de mayo de 1994. Biggs expresó sus opiniones en el contexto de un de
bate sobre el libro de Robert Kaplan, The Ends o f the Earth: A Journey at the Dawn o f the
21st Century, Nueva York, Random House, 1996. Kaplan dta a Biggs en las págs. 297 y 300.
51. El mejor estudio sobre Deng es el de Evans, Richard, Deng X iaoping and the
M aking o f M odern C hina, Londres, Penguin Books, 1997. Véase una útil evaliAción
sobre el impacto de Deng en Goodman, D. S. y Segal, Gerald, China W ithout D eng, Sid
ney y Nueva York, Tom Thompson, 1997. Véase también Shambaugh, D., (comp.), Deng
X iaoping: P ortrait o f a Chinese Statesm an, Oxford, O xford University Press, 1995, y
Maomao, Deng, D eng X iaoping: My Father, Nueva York, Basic Books, 1995.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 239
53. « “Thoughts of Jiang” spell end to state planning», The Tim es, 8 de agosto de
1997, pág. 12.
54. Véase al respecto Little, Ian, Ticking W inners: The E ast A sian Experience, Lon
dres, Social Market Foundation, 1996, capítulo 5.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 241
cil evaluar su PNB actual. Los hechos son difíciles de determinar e inclu
so la base de cálculo es discutible, pero si el sistema estándar de conta
bilidad nacional de las Naciones Unidas se usa como medida, en lugar de
la paridad de poder de compra, entonces la economía de China (sin con
tar Hong Kong) es algo mayor que la de España y más pequeña que la
de Italia. En cambio, el PN B de Hong Kong es de alrededor de la cuarta
parte del de la China continental. Una razón de esta discrepancia es la enor
me población de China; otra es el bajo nivel de los salarios. China es un
país que se está desarrollando con rapidez, no una economía capitalista
madura.
Sea cual fuere el PNB de China, la estabilidad de su régimen actual
depende de que el rápido crecimiento económico prosiga. Aunque el cre
cimiento no se detenga, sus beneficios serán distribuidos desigualmente, y
gran parte de China quedará estancada en la pobreza. En 1992, según el
Banco Mundial, Shangai y Guangdon tenían unos ingresos per capita de
más de ochocientos dólares; en Guizhou, en el interior, eran de alrededor
de doscientos veintiséis dólares. Las costas sur y oriental tienen unos in
gresos medios per capita de alrededor del doble de los de las zonas mucho
más pobladas del sur y el centro de China.55
Es posible que estas desigualdades aumenten. Los trabajadores mi
grantes constituyen alrededor del 10 % de la población china: son unos
ciento veinte millones de personas.56 El Ministerio de Trabajo de China ha
previsto que el desempleo alcanzará, en el año 2000, a doscientos sesenta
y siete millones de personas, una quinta parte de la población.57 Este pro
nóstico se hizo antes de que se anunciara, a finales de 1997, la decisión de
privatizar la mayor parte de las empresas chinas de propiedad estatal.58
Puede que los trastornos sociales y económicos provocados por la refor
ma del mercado sean lo suficientemente importantes como para poner en
peligro la integridad del Estado chino.
Las instituciones del Estado en China se han vuelto más débiles, un
efecto colateral de la liberalización económica. La corrupción es endémi
55. Woolf, Martin, «A country divided by growth», Fin ancial Tim es, 20 de febrero
de 1996.
56. MacFarquhar, op. cit., pág. 16.
57. Pfaff, William, «In China, the Interregnum won’t necessarily be peaceful», In
ternational H erald Tribune, 25 de febrero de 1997.
58. Véase Poole, Teresa, «China ready for world’s ultímate privatisation», Indepen-
dent, 12 de septiembre de 1997, pág. 11.
242 Falso amanecer
59. «Socialism “leaves its post” in Shanghai», Guardian , 11 de marzo de 1997, päg. 11.
60. MacFarquhar, op. d t., päg. 16.
El ocaso de Occidente y la ascensión de los capitalismos asiáticos 243
61. Rohwer, Jim, A sia R ising, Londres, Nicholas Brealey, 1996, pág. 162.
244 Falso amanecer
Es posible que no sea del todo viable imitar los logros de Singapur,
pero si el régimen chino estuviera dispuesto a abandonar gradualmente
los restos de su herencia leninista totalitaria y a convertirse en un Estado
moderno y neoautoritario, podría tener una legitimidad política durade
ra. Una China construida según el modelo de Singapur no sería una apro
ximación mejorable a la democracia occidental sino un ejemplo de mo
dernización autóctona semejante a la de Japón.
¿ A s ia m o d e r n a y r e t r a s o o c c i d e n t a l ?
62. Véase una defensa de los valores asiáticos desde el punto de vista islámico en
Ibrahim, Anwar, «A global convivencia vs. the clash o f civilizations», New Perspectives
Q uarterly, vol. 14, n° 3, verano de 1997, págs. 31-43.
246 Falso amanecer
63. Véase una argumentación asiática que defiende que las economías sirven a sus
culturas madre en Mohamad, Mahathir e Isihara, Shintaro, The Voice o f A sia, Tokio,
Kodansha International, 1995.
Capítulo 8
LO S FIN ES D E L LAISSEZ-FAIRE
1. Soros, George, «The capitalist threat», The A tlantic M onthly, septiembre de 1996.
2. Gardels, Nathan, «Two Concepts of Nationalism: an interview with Isaiah Ber
lin», New York Review o f Books, 21 de noviembre de 1991, pág. 21.
248 Falso amanecer
3. Marx, Karl, C apital, voi. 1, Moscú, 1961, pág. 486, citado por Cohen, G. A., K arl
M arx's Theory o f H istory: A Defence, Oxford, Clarendon Press, 1978, pág. 169.
4. Schumpeter, Joseph, Capitalism , Socialism an d Democracy, Londres, Unwin Uni
versity Books, 1996, pág. 83.
Los fines del laissez-faire 249
La idea de economía global plural rompe una de las líneas más fuer
tes del pensamiento occidental moderno. Karl Marx y John Stuart Mili
creían que las sociedades modernas de todo el mundo se convertirían en
réplicas de las sociedades occidentales. Occidente sería necesariamente
el modelo de sus imitadoras laicas, las culturas de la Ilustración. La vida
económica se desvincularía del parentesco y de las relaciones personales;
el capitalismo promovería en todas partes el individualismo y el cálculo
racional. Si se estableciera el socialismo, éste desarrollaría la economía ra
cional preconizada por el capitalismo. Modernidad y evolución de una ci
vilización mundial única eran lo mismo.
La historia ha falsificado este credo de la Ilustración. Existen muchas
variedades de sociedades modernas. Igual que Japón, China y Rusia en
el siglo XIX, Singapur, Taiwán y Malasia se están desarrollando actualmen
te como países modernos tomando prestados, selectivamente, algunos
rasgos de las sociedades occidentales, aunque rechazándolas como mo
delo. Las variedades nativas del capitalismo que están surgiendo en Chi
na y en el resto de Asia no pueden quedar limitadas al marco que se ha
diseñado para reproducir el libre mercado estadounidense, ya que los
gobiernos de estos países no aceptarán unas políticas cuyo efecto sea el
de separar las economías de sus culturas originarias, algo que las volvería
incontrolables.
El desarrollo de una economía mundial podría constituir un gran
avance para la humanidad. Sería el comienzo de un mundo multicéntri-
co, en el que las diferentes culturas y regímenes podrían interactuar y
cooperar sin que hubiera ni dominación ni guerra. Pero con el vano in
tento de construir un Ubre mercado universal no se está logrando que
surja un mundo de esas características a nuestro alrededor.
En un mundo en el que las fuerzas del mercado no están sometidas a
ningún control ni reglamentación general, la paz se ve constantemente
amenazada. El capitalismo de «tala y quema» degrada el medio ambien
te e inflama las luchas por los recursos naturales. La consecuencia prác
tica de las políticas que promueven una intervención gubernamental mí
nima en la economía es que, en cada vez más regiones del mundo, los
Estados soberanos son arrastrados a competir no sólo por los mercados
sino por su propia supervivencia. Tal como está organizado actualmente,
el mercado global no permite que los pueblos del mundo coexistan ar
mónicamente sino que los obliga a rivalizar entre sí por el control de los
recursos sin instaurar ningún mecanismo que permita conservarlos.
250 Falso amanecer
5. El análisis de Soros sobre los procesos reflexivos en los mercados puede encon-'
trarse en su libro The Alchemy o f Finance: Reading the M ind o f the M arket, Nuevé York,
Simón y Schuster, 1987, primera parte, y en su libro Underwriting Democracy, Nueva
York, The Free Press, 1991, tercera parte. Un análisis en cierto modo paralelo es el de
uno de los grandes pensadores económicos olvidados de este siglo, Shackle, G. L. S., en
su libro Epistem ics and Econom ics: A Critique ofEconom ic D octrines, Cambridge, Cam-
Los fines del laissez-faire 251
7. Tobin, Jam es, «A proposal for international monetary reform», Eastern Econo-
m ic Journ al, julio-octubre de 1978, págs. 153-159.
Los fines del laissez-faire 255
¿ E l f in d e l c o n s e n s o d e W a s h in g t o n ?
8. The State in a Changing World: World Developm ent Report 1997 , World Bank,
Oxford, Oxford University Press, 1997, pág. ii. Véase una aguda crítica de las políticas
de desarrollo del Banco Mundial en Caufield, Catherine, M asters o f Illusion: The World
Bank and the Poverty o f N ations, Londres, Macmillan, 1996.
9. W orld Bank, op. cit., pág. 19.
10. W orld Bank, op. cit., pág. 59.
258 Falso amanecer
D espu és d e l l a is s e z -f a ir e
«
El período inmediatamente posterior a la guerra fría estuvo domina
do por las visiones alucinatorias de un «nuevo orden mundial». Esa era
ya ha terminado. El panorama internacional del próximo siglo puede
describirse sólo de manera aproximada, aunque las principales fuentes
Los fines del laissez-faire 261
11. Véase Calder, Kent E., A sia’s Deadly Triangle: H ow A rm s, Energy and Growth
Threaten to D estabilize A sia-Pacific, Londres, Nicholas Brealey, 1997, págs. 50,120,122.
12. Sobre el nuevo peligro nuclear, véase Ude, Fred Charles, «The second coming
of the nuclear age», Foreign A ffairs, vol. 75, n° 1, enero-febrero de 1996, págs. 119-128.
262 Falso amanecer
el que la escasez de los recursos es cada vez mayor. Sin embargo, en nin
guna agenda histórica ni política figura el proyecto de construir un mar
co regulador para la coexistencia y la cooperación entre las diversas eco
nomías del mundo.
La competencia en el mercado global y las innovaciones tecnológicas
han interactuado para damos una economía mundial anárquica. Esta eco
nomía está destinada a convertirse en el terreno de importantes conflictos
geopoliticos. Thomas Hobbes y Thomas Malthus son mejores guías para
el mundo creado por el laissez-faire que Adam Smith o Friedrich von Ha-
yek; el mundo actual es un mundo de guerra y de escasez en una medida
al menos equivalente a la de la benevolente armonía de la competencia.
Lo más probable es que el régimen de laissez-faire no sea reformado
sino que se vaya fracturando y fragmentando a medida que la creciente
escasez de recursos y los conflictos de interés entre las grandes poten
cias mundiales hagan cada vez más difícil la cooperación internacional.
Las perspectivas son las de una anarquía internacional cada vez más
profunda.
¿Nos permitirán los recursos de racionalidad crítica que hemos he
redado de la Ilustración enfrentarnos a los desórdenes que su proyecto
más reciente ha creado o impulsado? ¿O la anarquía global en la que es
tamos sumidos es un destino histórico contra el cual debemos luchar
pero que no seremos capaces de superar? Seguramente sería una de las
ironías más negras de la historia el que el proyecto de la Ilustración de la
creación de una civilización mundial terminara en un caos de Estados
soberanos y de pueblos sin Estado luchando por las necesidades de la
supervivencia.
La expansión de las nuevas tecnologías en todo el mundo no está
consiguiendo aumentar la libertad del hombre. Más bien ha conducido a
la emancipación de las fuerzas del mercado del control social y político.
Esa libertad que estamos concediendo a los libres mercados hará que, en
el futuro, la era de la globalización se recuerde como una etapa más en la
historia de la servidumbre.
POSFACIO
percibido como una crisis del capitalismo asiático es en realidad una cri
sis emergente del capitalismo global. Pocas dudas caben de que nos esta
mos acercando a un gran trastorno del sistema económico internacional.
Podemos apostar con bastante seguridad que dentro de unos pocos años
será difícil encontrar una sola persona que admita haber apoyado alguna
vez el régimen global que en la actualidad los expertos insisten en consi
derar inmutable.
Falso amanecer sostiene que el libre mercado global no es una ley de
hierro del desarrollo histórico sino un proyecto político. Los grandes fa
llos de este proyecto ya han causado mucho sufrimiento innecesario. Sin
embargo, la meta confesada del Fondo Monetario Internacional y de
otras organizaciones transnacionales similares es establecer una econo
mía global según el modelo de los libres mercados angloamericanos. Los
mercados globales son mecanismos de destrucción creativa. Igual que
ocurrió con los mercados en el pasado, los libres mercados no avanzan a
un ritmo suave y constante sino que progresan en ciclos de despegue y de
quiebra, de manías especulativas y crisis financieras. Igual que el capita
lismo del pasado, el capitalismo global logra su prodigiosa productividad
actual mediante la destrucción de las viejas industrias, ocupaciones y mo
dos de vida, pero a una escala mundial.
Joseph Schumpeter entendió el capitalismo mejor que cualquier otro
economista del siglo XX y percibió que no preservaba la cohesión de la
sociedad y que, abandonado a sí mismo, era bien capaz de destruir la ci
vilización liberal. Por eso, Schumpeter aceptó que el capitalismo debía
ser domesticado. Se necesitaba la intervención gubernamental para re
conciliar el dinamismo del capitalismo con la estabilidad social. Lo mis
mo ocurre con los mercados globales de la actualidad.
Los actuales creyentes en el laissez-faire global repiten a Schumpeter
sin entenderlo. Creen que, al promover la prosperidad, los libres merca
dos fomentan los valores liberales. No se han dado cuenta de que, aun
que el líbre mercado global cree unas nuevas élites, engendra también
nuevas variedades de nacionalismo y fundamentalismo. Al corroer las ba
ses de las sociedades burguesas y al provocar una inestabilidad a gran es
cala en los países en desarrollo, el capitalismo global está ponierjflo en
peligro a la civilización liberal y también está haciendo cada vez más di
fícil que las distintas civilizaciones puedan convivir en paz.
El laissez-faire global puede haberse convertido en una amenaza para
la paz entre los Estados. El actual sistema económico internacional care-
Posfacio 267
El argum ento d e Fa l so a m a n ec er
corta vida. La norma son los mercados regulados que surgen espontá
neamente en la vida de toda sociedad. El libre mercado es un producto
del poder estatal. La idea de que los libres mercados y el gobierno míni
mo van juntos, idea que forma parte del bagaje de la «nueva derecha»,
es una inversión de la verdad. Dado que la tendencia natural de la socie
dad es controlar los mercados, los libres mercados sólo pueden crearse
mediante el poder de un Estado centralizado; son hijos de un gobierno
fuerte y no pueden existir sin ellos. Éste es el primer argumento de Falso
amanecer.
El argumento está bien ilustrado con la corta historia del laissez-faire
en el siglo XIX. El libre mercado se estableció en la Inglaterra de media
dos de la época victoriana en unas circunstancias excepcionalmente fa
vorables. Inglaterra tenía una larga tradición de individualismo. Durante
siglos, los pequeños terratenientes agrícolas constituyeron la base de su
economía, pero sólo el uso del poder del Parlamento para reformar o
destruir los viejos derechos de propiedad y crear nuevos derechos — tra
vés de las leyes de cercamiento que privatizaron gran parte de las tie
rras comunales del país— dio lugar a un capitalismo agrario de grandes
latifundios.
El laissez-faire surgió en Inglaterra como producto de una conjun
ción de circunstancias históricas favorables y del poder sin controles de
un Parlamento en el que la mayor parte del pueblo inglés no estaba re
presentado. Para mediados del siglo XIX, gracias a los cercamientos, a
las leyes de pobres y a la abrogación de las leyes de cereales, la tierra, el
trabajo y el pan se habían convertido en mercancías como cualquier
otra; el libre mercado se había convertido en la principal institución
económica.
Pero el libre mercado duró en Inglaterra apenas una generación. (Al
gunos historiadores incluso han defendido la hiperbólica afirmación de
que nunca hubo una era de laissez-faire.) A partir de la década de 1870,
la legislación acabó gradualmente con la existencia del libre mercado.
Cuando estalló la primera guerra mundial, los mercados habían sido en
gran medida re-regulados para satisfacer las necesidades de sanidad pú
blica y de eficiencia económica, y el gobierno proporcionaba activamente
una amplia gama de servicios de importancia vital, especialmente escue
las. Gran Bretaña siguió teniendo una variedad de capitalismo conside
rablemente individualista, y el libre comercio sobrevivió hasta la catás
trofe de la «gran depresión», pero el control político sobre la economía
Posfado 269
L a d e p r e s ió n a siá t ic a y l a e c o n o m ía d e b u r b u ja d e E st a d o s
U n id o s : ¿ E l c o m ie n z o d e l f in d e l l a is s e z -f a ir e g l o b a l ?
2. Cifras citadas por Larry Elliot a partir de las estimaciones del Dresdner Klein-
wort Benson en «Fairytale turns to horror story», G uardian, lunes 20 de julio de 1998,
pág. 19.
278 Falso amanecer
¿ P u e d e J a p ó n p r e se r v a r s u c u l t u r a e c o n ó m ic a e s p e c í f i c a ?
4. «Forget Tigers, keep an eye on China», Guardian , 17 de diciembre de 1997, pag. 17.
286 Falso amanecer
5. Mallaby, Sebastian, «In Asia’s Mirror: From Commodore Perry to the IM F», The
N ational Interest, n° 52, verano de 1998, pag. 21.
Posfacio 287
¿ H ay f u t u r o para l a s e c o n o m ía s s o c ia l e s d e m e r c a d o e u r o p e a s ?
¿S e pued e h acer a lg o ?
11. Véase una útil exploración filosófica sobre el mercado y el bienestar humano en
O ’Neill, John, The M arket: Ethics, Knowledge and Politics, Londres y Nueva York,
Routledge, 1998.
Posfacio 295
12. Véase una incisiva crítica a las filosofías sobre el progreso económico basadas
en el libre mercado en Bronk, Richard, Progress and the Invisible Hand, Londres, Litde,
Brown and Co., 1998.
296 Falso amanecer
Taiwan:
— ingresos y salarios, 120-121
— modernización económica, 234-235,
243
Tawney, R. H., 229
Taylor, F. W„ 174-175
Thatcher, Margaret:
— caída, 39-40
— consecuencias de políticas, 38-50,50-55
— desarrollo del thatcherismo, 37-39
— desregulación, 57
— influencia en el mundo, 29
— objetivos de libre mercado, 15-16,36
Thompson, Grahame, 85, 86-87, 89-90,
93,119
Thyssen, 126
Tobin, James, 254
Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN), 63 , 68, 94
Trotsky, León, 174
Truscott, Petter, 189-190, 194,208
Turquía:
— modernización, 215
— movimientos políticos, 132
Umehara, Takeshi, 213
Unidad Revolucionaria Nacional Guate
malteca (URNG), 70
Unión Europea, 38, 48, 51, 77, 129, 206
Unión Soviética:
— colapso, 65-66,77, 104, 157
— comunismo de guerra, 171-181
— criminalidad organizada, 198-200
— influencia en China, 224-225
— «nueva política económica», 179
— perestroika , 65-66, 71, 179, 182-183
— utopía de la Ilustración, 13-14
Véase también Rusia