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Mario Paricio Calvo, Filosofía del lenguaje

Resumen/comentario:
Nagel, T. (1995), “El significado de las palabras” en ¿Qué significa todo
esto? Una brevísima introducción a la filosofía, México, FDE.
Se nos presenta un breve texto de Thomas Nagel, filósofo estadounidense versado
especialmente en filosofía de la mente y del lenguaje, estrechamente relacionadas por lo
general, además de sus estudios en filosofía política y moral. En este caso, el texto en
cuestión es un capítulo de un libro que afirma ser introductorio, ¿Qué significa todo esto?
Una brevísima introducción a la filosofía (1995). Aquí Nagel explora sucintamente nueve
problemas fundamentales en la historia de la filosofía. El que nos ocupa es el quinto
capítulo, “El significado de las palabras”, que nos introduce a la filosofía del lenguaje y,
como indica, su problema cardinal. Muy introductorio y presentando solo las preguntas
fundamentales de la filosofía del lenguaje, cumple con creces para lo que lo requerimos.
La filosofía del lenguaje se sitúa en primera fila a mediados del siglo XX con el giro
lingüístico, que, a través de distintos pensadores, vendrá a decir que para hacer filosofía
se requiere un estudio del lenguaje. Así, en línea con lo que hace nacer a la filosofía del
lenguaje y con cualquiera que trate de introducirse en esta rama, Nagel se pregunta, o,
mejor dicho, nos hace pensar en lo desconcertante, además de espléndido, que resulta el
que cierta ordenación de símbolos tenga significado.
El argumento que sirve de hilo conductor del texto es la relación entre una palabra, un
sonido o símbolos escritos muy concretos, y su posible uso tan enormemente amplio,
universal y quizás abstracto. Dicho de otra forma, como ya comentábamos, el texto trata
el significado, que traspasa espacio y tiempos muy alejados, de una palabra, algo muy
singular en el momento de reproducirse y aprendida de forma propia para cada sujeto. En
términos de Nagel, lo sorprendente es «ese alcance enorme pero específico, más allá de
tu experiencia, de abarcar todos los ejemplares de no importa de que material» (1995:35),
haciendo referencia a la palabra “tabaco”.
Entonces, el problema que aquí se hace evidente, y que ocupará (y ocupa) gran parte y la
base de la filosofía del lenguaje, es el de la relación entre la palabra y su significado. Dado
que dos hablantes muy separados en tiempo y en espacio, que difieran incluso en idioma,
como afirma Nagel, pueden referirse al mismo significado, ha de haber algo que no
dependa de nosotros mismos, de un sujeto concreto, que sirva de relación entre la palabra
que utilizamos y el significado al que nos referimos. Así, parece que nos estamos
preguntando por la referencia, aunque Nagel no nos introduce en esta cuestión y trata
simplemente la relación comentada.
No obstante, ¿podemos decir que lo que vincula una palabra con su significado está fuera
de nosotros? Parece que apuntaba a esto el primer planteamiento de la filosofía del
lenguaje, el naturalismo platónico. Cuando utilizamos una palabra o una expresión
lingüística parece que queremos transmitir una idea. Si la idea que queremos expresar se
encuentra en nuestra mente, y la idea es lo que media entre la palabra y su significado,
pues una palabra concreta vendría a objetivar una idea concreta acerca de un significado
universal o abstracto, la relación podría estar en nuestra mente. Mas esto, lejos de resolver

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o facilitar el problema, lo complica, obligándonos a tratar cosas como la idea o el concepto
y la mente (aquí se puede vislumbrar la relación entre filosofía del lenguaje y filosofía de
la mente). Es más, sería partir de supuestos muy atrevidos, como que una idea está en la
mente o que la idea es verdaderamente intermediaria entre palabra y significado.
Podríamos decir, con Nagel, y sin entrometernos demasiado con esto, que todos tenemos
en la mente una imagen que haga referencia al significado de la palabra que utilizamos.
Siendo así esto el elemento universal que nos vincula con el significado universal. Pero
es evidente que la imagen es particular, incluso empírica; esto es incompatible. «El
misterio del significado —afirma Nagel— es que parece no hallarse en ninguna parte»
(1995:38).
Como reacción a lo anterior, podríamos pensar que, en la mayoría de las veces, la imagen
en cuestión puede ser compartida o incluso inexistente, en tanto que la relación entre dos
hablantes es cercana y no se trata de aseverar o emitir juicios acerca de la realidad, sino
de comunicarse o tratar de motivar un acto más o menos inmediato. El ejemplo de Nagel
es el de afirmar algo como “pásame la sal”. No obstante, si bien esto es una de las
posibilidades del lenguaje, y quizá la más frecuente, por ser también la más simple, no
podemos tratar el lenguaje como si fuera esto, y será mucho más revelador tratarlo por
sus capacidades más complejas, como la de expresar juicios ontológicos. Lo que se dice
en una relación cercana y directa significa lo mismo siempre (o infinidad de veces) pese
a ser absolutamente concreto.
El último punto que trata Nagel es la cuestión social del lenguaje. La condición social del
ser humano es indispensable del lenguaje, y el lenguaje de la condición social. Hablar o
escribir es transmitir algo solo si otro nos entiende o, por lo menos, si entiende algo.
Hablamos gracias a una lengua con siglos de evolución social por su propio uso en
sociedad. Debemos tener siempre presente esto, que, aunque no lo toquemos aquí porque
este texto trata de ser muy introductorio, será a partir de lo cual nazca el giro pragmático,
pues para transmitir algo el lenguaje ha de ser, ante todo, útil.
Así, habiendo trazado alguna de las problemáticas y relaciones esenciales de la filosofía
del lenguaje, vemos lo complejo que resulta el lenguaje como objeto de estudio. Esto,
como ya hemos reiterado, parece deberse al salto entre la palabra y el significado. Si,
aunque en líneas generales, hemos afirmado que el significado de la palabra no puede
depender de algo que esté en nosotros mismos, pues es universalmente compartido
además de social, también parece decir mucho que sea algo objetivo. Esto es, por ser
compartido y social, si bien no depende (el significado) del sujeto, no puede ser ajeno a
los sujetos. Más claro, parece que, y en aparente relación con el giro pragmático, hemos
de tratar el lenguaje como un hecho intersubjetivo.

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