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Universidad de Groninga
0. Introducción1
El presente volumen pretende ser una muestra de una teoría, no muy arraiga
da, por cierto, que se propone describir el uso de la lengua, española en este
caso particular, y, sobre todo, explicarlo.
Los autores reunidos en este libro estamos convencidos de que una descrip
ción lingüística sin justificación no tiene sentido desde el punto de vista
teórico, debido a que tal procedimiento es fundamentalmente arbitrario.
Anclados en la descripción, no se entendería, por ejemplo, por qué el fenó
meno denominado tradicionalmente a-personal se llama así. En efecto, es
sabido que en las emisiones en que el complemento directo de una acción es
una persona, se agrega la preposición a para evitar la ambigüedad con el
sujeto (Alcina Franch y Blecua 1975: 860), puesto que éste suele ser una
persona también, dado que éstas son las entidades más idóneas para ejecutar
acciones. A esto se añade que la lengua española se caracteriza por un orden
de palabras no fijo. Bajo estas circunstancias, en contraste con el holandés,
donde el orden de palabras indica justamente el rol de los actantes respecto de
la acción, el uso del a-personal en español constituye un medio muy econó
mico de evitar la imprecisión.
El nombre de 4a personal’ se debe, pues, a un hecho fundamentalmente
distribucional: esta a aparece sobre todo con personas, pero su función es la
de desambiguadora. Por ello, también sucede que en casos en que el sujeto no
es una persona y el complemento directo tampoco lo es, al mal se aplique el
mismo remedio, como ilustra el siguiente ejemplo, sacado de una muestra de
lengua hablada (Centro de Lingüística 1971: 176):
(1) Madrid ha barrido a todo el páramo de la meseta. [...] Todo este páramo ha sido el que
ha formado a España.
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De (1) puede desprenderse que se halla en juego exactamente el mismo
fenómeno: ya que las dos entidades relacionadas con la acción principal (el
verbo conjugado) son del mismo tipo, y, por ello, pueden aspirar a ser el
sujeto, el uso del a desambiguador quita cualquier duda sobre el papel de las
dos.
Lo presentado en esta introducción está basado e inspirado, sobre todo, en
Contini-Morava 1995 y Diver 1995; otros estudios básicos e igualmente
importantes son García 1975, Diver 1975 y Reid 1991, entre otros.
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sentido saussureano y formular hipótesis acerca del mismo. De lo observa
do arriba se puede sacar la conclusión de que la relación entre forma y signi
ficado tiene que ser de uno a uno, o sea, si no se observan diferencias de
forma y/o de distribución2, no hay motivo para creer que se trate de una forma
con dos significados distintos.
En las hipótesis formuladas dentro de esta teoría reina una serie de principios,
todos rclacionables con el objetivo básico de la lengua, es decir, la comunica
ción. Por ello, todos estos principios pueden conectarse, sin excepción, con
estrategias vinculadas al comportamiento humano, dado que la comunicación
entre los seres humanos es fundamentalmente eso: una instancia de compor
tamiento. Los cuatro principios fundamentales que se van a tratar abajo son:
el principio de la egocentricidad, el de la economía, el principio de la ¡conici
dad y, finalmente, el de la complejidad inferencial.
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entendimiento por parte del oyente, y sí implica una acción articulatoria
menos por parte del hablante, de modo que este fenómeno se puede ver como
un proceso económico. Por otra parte, es un fenómeno conocido que las
palabras muy largas que se hacen muy frecuentes, sufren pérdidas hasta de
sílabas enteras. Así, términos como bicicleta o bolígrafo se ven reducidos a
bici y boli. También es muy frecuente la reducción de los nombres de pila de
familiares o íntimos amigos, cuyos nombres se pronuncian con mucha fre
cuencia, a dos sílabas, como José María > Chema o Gabriela > Gabi, y
muchísimos más, siempre y cuando estas reducciones no provoquen confu
sión.
Cabe señalar que este fenómeno parece haberse gramatical izado totalmente
en el sentido de que las gramáticas normativas prescriben dicho uso del pro
nombre oblicuo. Sin embargo, en la lengua hablada, aparecen emisiones en la
que el pronombre está ausente, naturalmente cuando el hablante puede per
mitirse 'ese lujo’, desde el punto de vista comunicativo.
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más ¡cónico es que el nominativo sea la entidad más conocida en el contexto
que, por lo tanto, se menciona primero, para luego agregar la información
nueva de lo que hace, y al final la información más nueva de sobre quién o
qué se ejerce la acción. Otro ejemplo sería el orden en que aparecen los
hechos en el discurso: por lo general, el orden de los hechos presentados
linealmente en la lengua equivale al orden lineal del tiempo en el mundo real
en que ocurren.
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dificultad de inferir el mensaje de cierto enunciado observado: ¿cuál de los
múltiples significados tendrían las varias formas observadas en la oración?
Es mucho más coherente partir de la base de la unidad semántica del mor
fema y suponer un significado invariable para cada uno que, en cada contex
to, apunta en la dirección del significado resultante, tal como un vector resul
tante de varios vectores que funcionan en combinación en las matemáticas
(Diver 1995: 74). Así se podría ver el significado de la oración como el
resultante de los significados de los morfemas que la componen, siendo la
manera de analizar el significado total del conjunto de morfemas, a su vez,
otro ejemplo del principio de atención selectiva, pero ahora a nivel semántico:
eventuales aspectos semánticos de los morfemas implicados irrelevantcs
simplemente son ignorados. De este modo, el oyente es capaz de evitar la
complejidad ¡nferencial y concentrarse únicamente en el significado resultan
te del mensaje comunicativo.
3. Significación y explicación
Con este breve resumen teórico de las bases de las que se parte en el presente
volumen hemos querido poner de manifiesto cuál debe ser, desde nuestra
perspectiva, el objetivo principal del análisis lingüístico: explicar y justificar
los hechos del lenguaje. Para esto es necesario observar adecuadamente los
fenómenos lingüísticos, no tal como los describen y prescriben las gramáti
cas, sino como ocurren en la realidad y a partir de ello formular hipótesis
adecuadas con el fin de justificar los fenómenos (distribucionales) observa
dos. Estamos convencidos de que sólo de esta manera seremos capaces de
entender el fenómeno único a la especie humana: el uso de la lengua.
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En De Jonge & Di Lollo se demuestra cómo, mediante una investigación
llevada a cabo a través de cuestionarios, se puede aplicar un control externo
de los significados encontrados en estudios anteriores. Esto es importante, ya
que este control significa un medio para falsificar la teoría, aspecto funda
mental para cualquier rama científica.
En el trabajo de Martínez se ilustra cómo una distribución a primera vista
anómala de los clíticos le y lo se justifica si se toman en consideración las
características específicas de los hablantes de la comunidad lingüística en
cuestión.
Ocampo & Ocampo ofrecen un ejemplo claro de la búsqueda de un signifi
cado para todos los usos de una forma lingüística, el adverbio ya. Así, son
capaces de demostrar que este único valor hipotético de ya no sólo es capaz
de explicar sus usos temporales, sino también otros usos pragmáticos, sobre
todo los que ya no se pueden calificar como temporales.
De este modo, todas las contribuciones a este volumen apoyan la misma
idea: el significado del signo lingüístico es indispensable para desenrollar los
enigmas de la estructura lingüística, siendo ésta un producto fundamental
mente humano.
NOTAS
I. Agradezco los comentarios críticos a una versión anterior de esta introducción, tanto de con
tenido como de forma, de Angelita Martínez, que la han mejorado considerablemente. Todos
los errores que siga teniendo son de mi entera responsabilidad.
2. En el caso de homónimos, hay igualdad de forma, pero no de distribución. Así, todo hablante
del español sabe intuitivamente que casa en Juan se casa con María no es lo mismo que ca
sa en Juan se va a casa.
3. Cabe preguntarse por qué en España se dieron las dos posibilidades, y en América sólo una.
Es mi convicción que no se debe únicamente al andalucismo, sino también, si no sobre todo,
a la situación fundamentalmente bilingüe, o multilingüe en América. Es de esperar que los
hablantes de otros idiomas, que no poseían diferencias sutiles entre sibilantes como las del
español, ni siquiera se enterasen de que hubiera tal diferencia, con el efecto de que se perdie
ran inmediatamente al pasar al español los habitantes indígenas; véanse también las dificul
tades que tienen los aprendices del castellano en todo el mundo con entender y producir la
oposición s-O.
4. Se agradecen las enmiendas del español en esta contribución de Pilar García.
BIBLIOGRAFÍA
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