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«Queridos hijos: ¿Cómo se esconden del amor de mi Inmaculado Corazón?, vengo a traerles mi
mensaje de paz dentro del mundo. Para ayudarme en esta tarea, deben permitir que yo habite
dentro y a través de ustedes en sus consagraciones a mi Inmaculado Corazón; solo de esta manera
podrán participar en lo más profundo de mi Triunfo. Cuando mi Corazón sea infundido en los
suyos y los suyos se vuelvan míos, ustedes ganarán la victoria de la paz en la tierra. Queridos hijos:
les pido una intención en sus oraciones del Rosario; que todos los corazones se abran para
responder a mi petición por esta consagración global. Lo que yo deseo más que todo, es estar con
ustedes otra vez en este día. El próximo mes vendré con la abundancia de gracias del Espíritu
Santo dentro de mi Corazón para prepararlos para el momento de su FIAT».
Febrero 14 de 1993
Guía: El fundamento para la consagración se encuentra en un deseo magnético, este deseo atrae a
Nuestra Señora hacia nosotros y a nosotros hacia Ella; por medio de esta atracción, el fundamento
está puesto para continuar la preparación de la consagración. El Espíritu Santo como el esposo de
Nuestra Señora, viene del interior del corazón de Ella al nuestro; una vez que Nuestra Señora ha
hecho madurar nuestros corazones, el Espíritu Santo vendrá a cosechar ese amor tan santo;
porque todavía es a su Hijo a quien Ella lleva en cada corazón Nuestra Señora nos asegura que Ella
vendrá a habitar dentro de nuestros corazones, y con Ella viene la chispa del Espíritu Santo para
hacer fructífera nuestra consagración.
A través de nuestra consagración nosotros ganamos en esta gracia, pero es solo en la humildad
como nosotros podemos realizar y disfrutar de nuestra promesa; con el FIAT que haremos vienen
los bloques que forman el cimiento del Triunfo de Nuestra Señora dentro de nuestros propios
corazones. Humilla tu alma ante el señor y espera de sus manos cualquier cosa que busques.
Meditación: ¡Oh Inmaculado Corazón de María!, ten piedad de mí, ilumina mi alma y hazme ser y
sentir lo que yo soy y lo que yo merezco. Ayúdame a descubrir que las costumbres del mundo sólo
están llenas de tristezas y a encontrar los méritos del Cielo en las profundidades de la humildad.
Reina y abogada mía, asísteme para humillar mi corazón y mi alma ante la gloria de Dios,
concédeme la gracia de la humildad en el momento de mi consagración para que yo pueda imitar
la intensidad de tu propio FIAT.
Dice Jesús: «Mi lección para todas las mujeres casadas que sienten una pena acongojante es ésta:
imitar a María de viuda; y lo que Ella hizo fue unirse a Jesús. Se equivocan los que piensan que las
penas del corazón no hicieran sufrir a María. Mi Madre sufrió, sabedlo. Sufrió, sí, santamente -
todo en Ella era santo —, mas no por ello no sufrió intensamente. Igualmente se equivocan
aquellos que piensan que María amó tibiamente a su esposo, fundándose en que José era su
esposo de espíritu no de carne. No. María amaba intensamente a su José, al cual le había dedicado
seis lustros de vida fiel. Y José había sido para Ella un padre, un esposo, un hermano, un amigo, un
protector. Y Ella ahora se sentía sola, como un sarmiento si le talan el árbol que le servía de apoyo.
Su casa estaba como si la hubiera asestado su golpe el rayo; se dividía. Primero era una unidad
cuyos miembros se sostenían mutuamente; ahora venía a faltar el muro maestro. Éste fue el
primer golpe asestado a esa Familia, y fue símbolo del otro abandono, que ya estaba próximo: el
de su amado Jesús. La voluntad del Eterno había querido que fuera esposa y Madre; ahora, por
ésta 177 misma voluntad, habría de experimentar la viudez y el que su Hijo la dejara. Y María
responde, entre lágrimas, con uno de esos "síes" sublimes suyos: "Sí, Señor, hágase en mí según tu
palabra". Y ¿qué hace, en esa hora, para tener la necesaria fuerza?: se abraza a Jesús. María,
siempre, en las horas más graves de su vida, se había abrazado a Dios. Así lo hizo en el Templo,
cuando recibió la llamada al matrimonio; como en Nazaret, cuando fue llamada a la Maternidad, o
llorando al verse viuda, o, en Nazaret también, cuando tuvo que pasar por el suplicio de verse
separada de su Hijo; como en el Calvario, bajo la tortura que le supuso el verme morir. Aprended,
vosotros, los que lloráis. Aprended vosotros, que morís. Vosotros, que para morir vivís,
aprendedlo. Tratad de merecer las mismas palabras que Yo dije a José. Ellas serán vuestra paz en
medio de la batalla de la muerte. Aprended, vosotros, que morís, a merecer que Jesús esté a
vuestro lado para confortaros. Mas, aunque no lo hubierais merecido, tened la osadía, de todas
formas, de llamarme para que vaya a vuestro lado. Yo iré, llenas mis manos de gracias y consuelo,
lleno mi corazón de perdón y de amor, llenos mis labios de palabras de absolución y de palabras
de aliento. La muerte, vivida entre mis brazos, pierde toda su parte cruda; creedlo. Yo no puedo
abolir la muerte, pero sí puedo hacérsela dulce a aquel que muere confiando en mí. Ya dijo Cristo,
en su Cruz, por todos vosotros: "Señor, te confío mi espíritu". Lo dijo en su agonía pensando en la
de cada uno de vosotros, pensando en vuestros sentimientos de terror, en vuestros errores, en
vuestros temores, en vuestros deseos de perdón. Lo dijo con el corazón quebrado más que por la
lanzada por la congoja, por una congoja más espiritual que física; para que la agonía de aquellos
que mueren pensando en Él fuera dulcificada por el Señor, y para que el espíritu pasara de la
muerte a la Vida, del dolor al gozo, para siempre.