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CUARTO DÍA

«Ángel mío, es en la respuesta de mi llamado, como todos mis hijos reciben cada gracia que ellos
imploren de mi Inmaculado Corazón. Tu convicción, puesta dentro de la Consagración a mi
Corazón maternal, permite que el Espíritu Santo se mueva dentro de ti, a través de Mí. Te lo digo
otra vez para que lo recuerdes: será cuando ya no sientas la tierra bajo tus pies, cuando tú
constatarás que estas en vuelo hacia mi abrazo. Ángel mío, nunca dudes de las palabras que te he
dicho sobre el deseo de Dios Padre para la santa ejecución de mi triunfo: Es en esta unión
concedida entre mis escogidos, y la conformidad a la voluntad de Dios, como la afirmación de la
convicción será inspirada en cada uno de sus corazones»

Diciembre 7 de 1992

Guía: Se necesita una gracia excepcional para llevar el alma al estado en que este intercambio
celestial de corazones pueda ocurrir; se necesita un fuego abrasador. La consagración levanta el
alma hasta el punto donde Dios se mueve hacia ella para elevarla por encima de la capacidad
humana de amar; en esencia, Dios levantará el alma al conocimiento del Cielo. El alma, puede
moverse humanamente hasta el punto donde Dios puede corresponder a ella y atraerla hasta el
momento del intercambio, pero solo Dios puede atraer el alma a este nivel espiritual. Se necesita
un amor divino e intenso para causar la transformación del alma y del corazón, hasta el punto de
la fusión necesaria para que se realice tal milagro. Si la base para la consagración no está puesta
dentro del alma, el alma no puede moverse libremente hasta el punto que debe alcanzar para que
ocurra el intercambio. Es el esfuerzo por parte del alma, el que alimenta el deseo de amar de
Nuestra Señora, pero solo Dios como mediador puede realizar el acto divino del intercambio en el
acto de la consagración. La preparación debe ser vista con tanta importancia como el acto mismo
de la consagración; de otra manera el alma no podrá recibir la gracia diseñada específicamente
para la consagración.

Dirección: ¿Cómo es que los deseos fervientes hacen volar el alma a Dios?, los buenos deseos dan
fuerza y coraje y disminuyen el trabajo y la fatiga de ascender la montaña de Dios. El que no tiene
un deseo ardiente para obtener la santidad durante los tiempos difíciles, no podrá llegar nunca a
la perfección. Nosotros no debemos descansar en nuestro deseo intenso para alcanzar la santidad,
sino que debemos correr continuamente para poder obtener la corona de pureza adornada con
virtud; esta es una corona incorruptible que Nuestra Señora desea tanto colocar sobre nuestra
alma a través de nuestra consagración a su Inmaculado Corazón.

Meditación: ¡Oh Inmaculado Corazón de María!, ruega para que mi corazón se abra ante la gracia
que lo transformará en imitación al tuyo. Haz que yo pueda obtener, por el poder del Espíritu
Santo, el deseo que me mueva hacia ti y que mi corazón pueda ser conducido hacia el momento
del intercambio; que sea creado un fuego abrasador que pueda arder tan brillantemente, para que
el milagro de la transformación pueda envolver mi corazón y mi alma y ser levantada hasta las
alturas prometidas por Dios.

«¿Quién subirá hasta el monte del señor?, ¿Quién entrará en su recinto santo? El que tiene manos
inocentes y puro corazón, el que no pone su alma en cosas vanas, ni jura con engaños» (Salmo
24:34)
Historia del Santo Rosario
7 de octubre

El Santo Rosario “Corona de Rosas”

Origen del Rosario.

El Santo Rosario, compuesto fundamental y sustancialmente por la oración de Jesucristo (el


Padrenuestro), la salutación angélica (el Avemaría) y la meditación de los misterios de Jesús y de
María, constituye, sin duda, la primera plegaria y la primera devoción de los creyentes. Desde los
tiempos de los Apóstoles y discípulos ha estado en uso, siglo tras siglo, hasta nuestros días7 . 11
Sin embargo, el Santo Rosario -en la forma y método de que hoy nos servimos en su recitación -
sólo fue inspirado a la Iglesia -en 1214- por la Santísima Virgen que lo dio a Santo Domingo para
convertir a los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió en la forma siguiente, según lo narra
el Beato Alano de la Rupe en su famoso libro intitulado De Dignitate Psalterii8 . “Viendo Santo
Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró
en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia y
a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplina para calmar la
cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de
tres princesas celestiales y le dijo: «¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la
Santísima Trinidad para reformar el mundo?»- Oh Señora, tú lo sabes mejor que yo –respondió
él–; porque después de Jesucristo, tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación. «–Pues
sabes– añadió ella– que la principal pieza de combate ha sido el salterio angélico, que es el
fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones
endurecidos, predica mi salterio»9 . Levantóse el Santo muy consolado. Inflamado de celo por la
salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento repicaron las campanas para reunir
a los habitantes, gracias a la intervención de los ángeles. Al comenzar él su predicación, se
desencadenó una terrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos
repetidos hicieron palidecer y temblar a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron a
una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en lugar prominente, levantar los brazos al cielo por
tres veces para pedir a Dios venganza contra ellos, si no se convertían y recurrían a la protección
de la Santa Madre de Dios. Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del
Santo Rosario y hacer que se la conociera más. Gracias a la oración de Santo Domingo, se calmó
finalmente la tormenta, él prosiguió su predicación explicando con tanto fervor y entusiasmo la
excelencia del Santo Rosario que casi todos lo habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciando a
sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y costumbres en la ciudad”.

Beato Aano de la Rupe

Después de que, por la misericordia divina, cesaron estas calamidades, la Santísima Virgen ordenó
al Beato Alano de la Rupe –célebre doctor y famoso predicador de la Orden de Santo Domingo del
convento de Dinán en Bretaña– renovar la antigua cofradía del Santo Rosario, a fin de que –ya que
la susodicha cofradía había nacido en esa provincia– un religioso del mismo lugar tuviera el honor
de restaurarla.
Este bienaventurado Padre comenzó a trabajar en tan noble empresa en el año 1460, sobre todo,
después de que el Señor –como lo cuenta él mismo– le dijo cierto día desde la Sagrada Hostia,
mientras celebraba la santa Misa, a fin de impulsarlo a predicar el Santo Rosario: «¿Porqué me
crucificas de nuevo?»

¿Cómo, Señor? respondió sorprendido el Beato Alano.

Tus pecados me crucifican -respondió Jesucristo-. Aunque preferiría ser crucificado de nuevo a ver
a mi Padre ofendido por los pecados que has cometido. Tú me sigues crucificando, porque tienes
la ciencia y cuanto es necesario para predicar el Rosario de mi Madre e instruir y alejar del pecado
a muchas almas... Podrías salvarlas y evitar grandes males. Pero, al no hacerlo, eres culpable de
sus pecados. Tan terribles reproches hicieron que el Beato Alano se decidiera a predicar
intensamente el Rosario. 20 La Santísima Virgen le dijo también cierto día, para animarlo más
todavía a predicar el Santo Rosario: «Fuiste un gran pecador en tu juventud. Pero yo te alcancé de
mi Hijo la conversión. He pedido por ti y deseado -si fuera posible- padecer toda clase de trabajos
por salvarte -ya que los pecadores convertidos constituyen mi gloria- y hacerte digno de predicar
por todas partes mi Rosario». Santo Domingo, describiéndole los grandes frutos que había
conseguido entre las gentes por esta hermosa devoción que él predicaba continuamente, le decía:
“Mira los frutos que he alcanzado con la predicación del santo Rosario. Que hagan lo mismo tú y
cuantos aman a la Santísima Virgen, para atraer mediante el Santo ejercicio del Rosario a todos los
pueblos a la ciencia verdadera de la virtud”.

Promesas de Nuestra Señora del Rosario, según los escritos del Beato Alano.
1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi
Rosario.
3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las
herejías.
4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina.
Sustituye
en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas
celestiales y eternas.
5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido
porla desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en
gracia si
es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y
serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos
tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los
bienaventurados de la corte celestial.
14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos
de mi Unigénito Jesús.
15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de
predestinación de gloria.

La Batalla de Lepanto: En ltiempos de Santo Padre Pío V (1566 - 1572), los musulmanes
controlaban el Mar Mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana. Los reyes
católicos de Europa estaban divididos y parecían no darse cuenta del peligro inminente. El Papa
pidió ayuda pero no le hicieron mucho caso hasta que el peligro se hizo muy real y la invasión
era certera. El 17 de septiembre de 1569 pidió que se rezase el Santo Rosario. El 7 de octubre de
1571 se encontraron las dos flotas, la crisitana y la musulmana, en el Golfo de Corinto, cerca de
la ciudad griega de Lepanto. La flota cristiana, compuesta de soldados de los Estados Papales, de
Venecia, Génova y España y comandada por Don Juan de Austria entró en batalla contra un
enemigo muy superior en número y buques de guerra. Se jugaba el destino de la Europa
cristiana. Antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el Santo Rosario con mucha devoción.
La batalla de Lepanto duró hasta altas horas de la tarde pero, al final, los cristianos resultaron
victoriosos.

Mientras la batalla transcurría, en Roma el Papa recitaba el Rosario en su capilla. En eso, el Papa
salió de su capilla y, por aparente inspiración, anunció a todos los presentes y con gran calma
que la Santísima Virgen le había concedido la victoria a los crisitanos. Semanas mas tarde llegó
el finalmente el mensaje de la victoria de parte de Don Juan de Austira, quién, desde un
principio, atribuyó el triunfo de cristiano a la poderosa intercesión de Nuestra Señora del
Rosario. Agradecido con Nuestra Madre, el Papa Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de
las Victorias y agregó a las Letanía de la Santísima Virgen el título de "Auxilio de los Cristianos".
Más adelante, el Papa Gregorio III cambió el nombre de la fiesta a la de Nuestra Señora del
Rosario.

II. El culto a la Santísima Virgen

971 "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La


piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto
cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con
un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la
Santísima Virgen con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se
acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto
[...] aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración
que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo
favorece muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana,
como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).

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