Está en la página 1de 466

Lady Red Rose

Lady Bird

Lady Red Rose


Lady Bird
HAVOC

Dark Queen
STAFF ___________________________3 8_____________________________ 121
NOTA DEL STAFF ___________________6 9_____________________________ 127
SINOPSIS _________________________7 10____________________________ 135
PRÓLOGO ________________________8 11____________________________ 142
MAKE ME ________________________9 12____________________________ 148
1 ______________________________10 13____________________________ 157
2 ______________________________15 14____________________________ 162
3 ______________________________18 15____________________________ 171
4 ______________________________23 16____________________________ 175
5 ______________________________27 17____________________________ 178
6 ______________________________34 18____________________________ 186
7 ______________________________44 19____________________________ 192
8 ______________________________50 20____________________________ 197
9 ______________________________56 21____________________________ 204
10 _____________________________59 22____________________________ 213
11 _____________________________64 23____________________________ 215
12 _____________________________68 24____________________________ 217
KILL ME _________________________69 25____________________________ 228
1 ______________________________70 26____________________________ 232
2 ______________________________75 27____________________________ 239
3 ______________________________82 28____________________________ 243
4 ______________________________93 29____________________________ 246
5 ______________________________97 KISS ME _______________________ 248
6 ______________________________99 PRÓLOGO _____________________ 249
7 _____________________________105 1_____________________________ 252
2 _____________________________258 20____________________________ 375
3 _____________________________264 21____________________________ 380
4 _____________________________269 22____________________________ 401
5 _____________________________274 23____________________________ 405
6 _____________________________278 24____________________________ 407
7 _____________________________284 25____________________________ 412
8 _____________________________292 26____________________________ 419
9 _____________________________297 27____________________________ 422
10 ____________________________299 28____________________________ 425
11 ____________________________305 29____________________________ 427
12 ____________________________310 30____________________________ 432
13 ____________________________312 31____________________________ 438
14 ____________________________319 32____________________________ 444
15 ____________________________329 33____________________________ 447
16 ____________________________346 34____________________________ 451
17 ____________________________354 EPÍLOGO ______________________ 455
18 ____________________________364 EPÍLOGO ADICIONAL _____________ 458
19 ____________________________370
Querido lector,

Quizás anteriormente hayas leído MAKE ME y KISS ME, traducciones que


fueron las primeras realizadas por este grupo hace ya tres años, con el paso del
tiempo hemos aprendido como grupo a superarnos y mejorar en cada traducción,
razón por la cual se tomó la decisión de reeditar los libros para una lectura más
amena.

Quisimos unir los tres libros en uno solo para que tu experiencia sea mejor, si
bien es cierto la autora aconseja leer los libros en el orden que quieras, para
nosotras el orden sugerido es este:

KISS OF DEATH SERIES

#0.5-Make Me

#1-Kill Me

#2-Kiss Me

MAKE ME, es la historia de fondo de UNA, pero si quieres entrar de lleno en


el romance entre NERO y UNA te sugerimos que comiences por KILL ME,
continues con KISS ME y termines en MAKE ME, el orden de lectura es tu
elección.

Sin nada más que agregar esperamos disfrutes esta historia.


Llaman a la bella asesina El Beso de la Muerte, y tengo lo único que ella quiere
por encima de todo.

Ella no es más que un peón para ponerme en la cima de la mafia de Nueva York.
Sin embargo, me encuentro deseando su violencia, sus labios... y eso podría hacer
que me maten.

En este juego de poder, ella es la reina perfecta para un maldito rey.

El chantaje nunca ha sido tan peligroso...


KISS OF DEAD es una historia completa.

La historia de Una se encuentra en Make Me. Advertencia: es muy oscura y a


veces perturbadora. Si quieres sumergirte de lleno en el retorcido romance de Nero
y Una, sigue leyendo.
KISS OF DEAD LIBRO 0.5
13 años

“Ella tiene fuego en su alma y gracia en su corazón”.

Desconocido

La vida tiene una forma de darte un destino de mierda. Haber nacido en una
familia amorosa, la oportunidad de ser alguien importante, y luego todo se
desmorona. Tus padres mueren en un accidente, no tienes familia que pueda
cuidarte y terminas en un lugar como este, un orfanato. Ahora sólo somos mi
pequeña hermana y yo, Anna. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaba protegida y
amada, me convertí en una protectora a la tierna edad de ocho. Hemos estado cinco
años en este lugar, y he aprendido cómo sobrevivir, porque se supone que esto es
un lugar que cuida de los niños, esa definición es aparentemente abierta a la
interpretación. He aprendido sin embargo... la única persona que alguna vez te
cuidará, eres tú mismo.

Sentada en el suelo del armario, espero a que los dos miembros del personal de
la cocina se vayan. Escucho el ruido de ollas y sartenes que se aquietan antes de que
se apaguen las luces, privándome de la pequeña porción de luz que tenía para mirar.
Espero hasta que oigo el clic de la cerradura, salgo de mi escondite. Mi estómago
gruñe ante la idea de la comida mientras voy de puntillas a través de la cocina y abro
la puerta de la despensa. Detectando una hogaza de pan, corto un par de rodajas y
dos manzanas, luego en silencio cierro la puerta de nuevo. El truco es no tomar
demasiado y arriesgarse a que se den cuenta. Entrar aquí no es difícil, fuera de ahí
viene lo complicado. Las cocinas están en el sótano y con la puerta cerrada la única
salida es a través de una pequeña ventana que conduce al suelo. Encuentro un paño
de repuesto y lo uso para envolver mi comida como un paquete. Saltando en una de
las tuberías de acero, me acerco a la ventana, tirando el viejo pestillo, lo
suficientemente fuerte para lograr soltarlo. Se abre con un fuerte crujido y hago una
mueca, con la esperanza de que la matrona no esté al acecho. He estado robando
comida de la cocina durante meses. Sé que lo sabe, pero todavía no me ha atrapado.

El gobierno ruso paga a orfanatos como este, una tasa básica por niño, para sus
alimentos, ropas y cuidado. Supongo que la matrona vio una oportunidad. Como
dije, la única persona en la que puedes confiar eres tú, y ella está definitivamente
cuidando de sí misma. Le gusta pensar en nosotros como ganado, si puede reducir
el costo de mantener a cada niño, así puede aumentar su beneficio. Nuestra comida
se raciona a una sola comida por día, y la ropa es pasada de niños mayores a los más
pequeños hasta que el material esté tan gastado que está desintegra. Anna tiene
calambres estomacales y se siente mareada debido a la falta de alimentos a veces, así
que robo un poco para ella. No es suficiente para que lo noten, pero por aquí, todo
se nota.

Empujo hacia arriba con mis manos y me arrastro a través de la ventana. Mi


camisa se atasca en el marco de metal oxidado y escucho el desgarro del material.
Mierda.

Retuerzo mi cuerpo, y la ironía es que el hambre me ha hecho lo suficientemente


flaca como para robar comida y escapar a través de la ventana de la cocina y así y
todo me atasco. Tan pronto como estoy lista, balanceo la ventana de nuevo a su
lugar. El gemido de las bisagras y el clic del pestillo es fuerte, y me congelo,
presionándome contra la pared del edificio mientras contengo la respiración. Mi
corazón late en mi pecho, el peligro de ser atrapada me da un subidón de adrenalina.
Empiezo a correr de nuevo, a través del pequeño patio antes de empujar hacia arriba
la ventana que conduce a la habitación de Anna y la mía. Lo compartimos con otras
dos chicas, pero en realidad no hablan con nosotras. Una de ellas hizo llorar a Anna
cuando llegaron hace unos meses, así que le dije que le cortaría el pelo mientras
dormía si alguna vez la miraba de nuevo. Ambas se niegan a siquiera mirarme a mí
o a mi hermana ahora. No es como si las amenazara con matarlas o algo así. No son
las únicas. Los otros niños se alejan de nosotras. No tenemos amigos. No nos hace
falta, porque nos tenemos la una a la otra y eso es todo lo que necesitamos.

Tiro mi pierna sobre el alféizar de la ventana y caigo al otro lado. Anna se sienta
derecha, presionándose contra la pared.

—Shh —susurro, colocando mi mano sobre su pierna.

—Me asustaste —Suspira.


Doy vuelta a mis ojos.

—¿Quién más va a pasar por la ventana? —Mantengo mi voz baja mientras me


doy la vuelta y lentamente deslizo la traba de la vieja ventana hacia abajo. Sé que
debo haber despertado a las otras chicas, y sé que me ven desaparecer algunas
noches, pero no dicen nada.

Pateo mis zapatos y corro la manta de la cama de Anna y subo. Ella se corre más
cerca de la pared, haciéndome espacio. Se supone que debo dormir en la litera
superior, pero no puedo, no recuerdo alguna vez dormir allí durante toda una
noche.

Anna tiene pesadillas y si no me acuesto con ella se despierta gritando.

—Aquí tienes. —Pongo el pequeño paquete en la cama y lo desenvuelve,


revelando las dos rebanadas de pan y las dos manzanas.

Anna recoge un pedazo de pan, colocando pequeños pedazos en su boca. Me


entristece ver a mi hermanita tomarse su tiempo, saboreando un pedazo de pan. Un
pedazo de pan. No siempre fue así. Nuestros padres eran buenas personas. Nos
cuidaron, nos amaban. Anna tenía sólo cinco años cuando murieron, y no puede
recordarlos en absoluto. Los terapeutas dicen que está reprimiendo los recuerdos,
como si su mente no quisiera recordar porque es demasiado triste, demasiado feo.
Me quedo solo con los recuerdos de una vida que podría haber sido, los fantasmas
de un tiempo mejor, y el horror de cómo fueron arrancados. No veo las cosas como
solía hacerlo. Aprendí rápidamente que las lágrimas no ayudan a nada y desear que
las cosas fueran diferentes no lo hace así. Recé y rogué, y pronto también me di
cuenta de que, si había un dios, seguramente él no nos ayudaría. Nadie nos ayudará.
Depende de mí. Nos sacaré de aquí algún día. Protegeré a Anna y construiré una
vida mejor para nosotras.

—Voy a guardar la manzana. —Anna sonríe brillantemente y pone una manzana


debajo de su almohada antes de acostarse. Me acuesto junto a ella y acaricio su pelo
rubio detrás de su oreja. Esos ojos azul zafiro suyos me miran, tan abiertos e
inocentes. Ojalá pudiera mantenerla inocente. Desearía poder protegerla de todo,
pero cada vez es más difícil.

La matrona ya me odia porque la desafío, y se mantiene muy al pendiente de mí.


Sólo espero que no me atrape robando comida.
Beso la frente de Anna.

—Te amo, bicho.

—Te amo. —Sus párpados comienzan a cerrarse y su respiración se tranquiliza.


Dejé que los sonidos de sus respiraciones suaves me adormezcan y así poder dormir.

Me despierto cuando algo choca con mi cara, el sonido de la piel que choca
contra mi cráneo. Mis ojos se abren e inmediatamente salto de la cama, parándome
lejos de la matrona. Ella se para con una mano en la cadera y una manzana en la
otra.

—Ven conmigo —dice con una sonrisa enfermiza y dulce en su cara. Anna se
acurruca contra la pared y puedo sentirla temblando.

—Está bien —le digo.

Sé lo que viene y no quiero que Anna lo vea, así que me levanto y sigo a la
matrona fuera de la habitación. Ella me lleva a su oficina al otro lado del orfanato y
abre la puerta, entra y se vuelve hacia mí. Cierro la puerta y me paro allí, mis ojos
fijos en la alfombra marrón desgastada.

Ella gira alrededor y me pega una cachetada tan fuerte que caigo sobre mis
rodillas. Escupo sangre en el suelo, paso mi mano por mi cara, sintiendo mi labio
partido. Se para, al lado mío, con su gesto más frio en su cara. Parece una maestra
de escuela con su pelo tirado en un rodete y su falda a la rodilla, rematado con un
cárdigan. Sí, parece una dama mayor muy agradable, excepto que no lo es. Esta no
es la primera vez que mi cara ha tenido un encuentro con su mano.

—¡Robando comida! —grita—. Desagradecida y mimada. He sido demasiado


indulgente contigo, Vasiliev. —No digo nada y ella apunta a una silla—. Siéntate. —
Me siento y grita para que alguien entre. Oigo la puerta abierta pero no le quito los
ojos de encima. Al mundo exterior parece una buena persona que dirige un orfanato,
pero no lo es, ella está lejos de eso. La veo por lo que es y ella lo sabe. Quienquiera
que haya entrado se acerca detrás de mí y ata mis muñecas a los brazos de la silla,
luego se aleja. Empiezo a entrar en pánico, tirando contra las restricciones.

—¿Qué está haciendo? —pregunto, levantando mi voz.

—Enseñarte disciplina. —Sonríe, colocando un cigarrillo en sus labios y


encendiéndolo. Nunca la había visto fumar.
Se levanta de su asiento detrás del escritorio y se acerca a mí.

La mirada en su rostro está llena de veneno.

—Aprenderás cuál es tu lugar, Una. No eres nada ni nadie, solo una huérfana no
deseada. ¡Dilo! —grita en mi cara, saliva volando de esos labios delgados y crueles.
El cigarrillo cuelga entre sus dedos y el olor de tabaco ondea alrededor de la
habitación.

La miro de nuevo desafiante, negándome a doblegarme, negándome a reconocer


lo que ella quiere de mí. La madera áspera de la silla muerde contra mis muslos
desnudos, expuestos por los pantalones cortos que estoy vistiendo. Los cinturones
de cuero que fijan mis muñecas a los brazos de la silla están desgastados, pero
todavía lastiman contra mi piel, dejando mis muñecas crudas cuando lucho contra
ellos. A la matrona le gustan los niños que se comportan bien y son dóciles. Yo no.
Sé lo que han planeado. Me niego a aceptar este destino y por encima de todo me
niego a aceptarlo para mi hermana.

—Te enseñaré tu lugar, chica —sisea—. Recuerda que te mereces esto. —Ella
toma el cigarrillo y lo apaga en mi hombro. Duele, realmente duele. Aprieto los
dientes, conteniendo las ganas de gritar.

El olor de la carne quemada llena mis fosas nasales y me atraganto contra el


dolor de mi propia piel derretida. Una sonrisa retorcida se forma en sus labios. Ella
disfruta de mi dolor, así que lucho contra mis propios instintos.

Levanto mi barbilla y enderezo mi columna vertebral. La miro a los ojos.

Esta no es la primera vez que abusa de mí, y no será la última. Sus castigos
pasaron de unas rayas rosas con un cinturón a través de mis muslos, a las rayas
sangrantes carmesí a través de mi espalda y varios golpes en la cara que implicaban
un diente astillado o dos. Por supuesto, cuantos más años han pasado, más resistente
me he vuelto. Tan resistente que puedo fingir que esto no me hace querer gritar y
llorar. Ni siquiera es el dolor lo que lo hace horrible, es el hecho de que cada vez que
me lastima, me recuerda que realmente estoy sola, que nadie vendrá y me protegerá.
Ella me mira y le devuelvo la mirada, escupiendo otra bocanada de sangre a sus
pies. Un día, la mataré por cada acto horrible que ha hecho. Pero tengo que
sobrevivir el tiempo suficiente para hacerlo.
“Todo en la vida es temporal”.

Desconocido.

Miro la grieta que atraviesa el viejo piso de azulejos. Mi corazón está latiendo
rápido y me aferro a la mano de Anna en un intento de detener mis temblores. Los
otros niños están alineados al lado de nosotros, cada uno deseando que un agujero
en el suelo se abra y los trague. Cualquier cosa para escapar del anuncio. Sus
respiraciones superficiales y de pánico sólo me recuerdan que no estoy a salvo, que
no estamos a salvo. Las uñas de Anna se clavan en mi palma, y el sudor resbala por
su piel, haciendo que apriete su agarre en mi mano. Intento bloquear el sonido de
los pasos pesados mientras un par de botas se abren paso, interrumpiendo el
pequeño parche de mosaicos en el que estoy enfocada. Trago fuerte y aprieto los
ojos, rezando a cualquier dios que pueda escuchar.

Como siempre, mis oraciones se encuentran con un silencio burlón. Me


estremezco cuando los dedos fríos me tocan la barbilla.

—Abre los ojos, chica. —Contengo el llanto que sube hacia mi garganta y abro
los ojos. La cara frente a mi es una que se fija en mi mente, la pesadilla con la que
cada niño aquí en el hogar se despierta gritando en la a mitad de la noche. Lo
conozco sólo como Volynshchik, es de un cuento de niños. El Volynshchik es un
hombre que alejaba a los niños de sus padres usando una pipa mágica. Sólo que este
hombre no aleja a los niños de sus padres y no necesita una pipa. Se lleva a los niños
que no tienen padres, los abandonados y los no deseados, los desesperados y los
descuidados.

Pero nada podría ser más aterrador que los susurros de su nombre, los cuentos
de lo que sucede con los niños que adopta... bueno, compra. Porque la matrona no
sólo mata de hambre y golpea a los niños, ella también los vende.
En el exterior El Volynshchik se parece a cualquier otro hombre, bajo, pelo
recortado, ligeramente gris, una cara que no es particularmente memorable, pero
son sus ojos los que me tienen temblando de miedo. sus ojos están completamente
vacíos de vida, son más animales que humanos.

—Esta es bonita —dice con una sonrisa enferma, nunca sacando esos ojos
helados de mí—. ¿Cuánto?

La matrona da un paso adelante, con las manos dobladas detrás de la espalda.

Ella estrecha los ojos hacia mí antes de dirigirse a él.

—Ella no es buena como puta.

La miro y ella retrocede, dejando caer la cabeza.

—No pregunte si lo era.

Me mira por el rabillo de su ojo.

—Ella es rebelde. No se doblega. —Presiona sus labios juntos—. Lo hemos


comprobado. —La fulmino con la mirada y el odio se arrastra sobre mi piel como
insectos. Froto mi mano libre sobre mi brazo izquierdo, ocultando la quemadura de
las marcas que ella hizo en mi piel hace sólo unos días.

Una sonrisa retorcida tira de sus labios cuando se vuelve hacia mí. Sus ojos se
arrastran sobre mi cuerpo de una manera que me hace sentir enferma del estómago.

—¿Edad?

—Trece —responde la matrona.

Me agarra la mandíbula lo suficiente como para que yo sepa que me va a dejar


un moretón. Esos ojos fríos se clavan en los míos y a pesar del miedo que me corroe
las tripas, lo miro fijamente.

Se ríe, me asusta.

—La llevaré. —No, no, no, no. Él se inclina cerca, soplando su aliento a vodka
sobre mi cara—. Y te romperé, niña. —Presiona sus labios contra los míos tan
suavemente y es más aterrador que si me hubiera golpeado. Cierro los ojos de nuevo,
luchando contra las lágrimas—. Lo prometo.
TODO LO QUE PUEDO oír es el golpeteo frenético de mi propio pulso en mis
oídos. Esto no puede estar pasando. Anna envuelve sus brazos a mi alrededor, el
sonido de sus sollozos se convirtió en un gemido agonizante mientras enterraba su
carita en mi pecho. Sus lágrimas me empapan la camisa, mojando mi piel. No puedo
pensar. Todo lo que puedo hacer es aferrarme a ella firmemente y la esperanza de
que algo o alguien me salvará. No tengo miedo por mí, tengo miedo por mi
hermanita, sola en este lugar, sola en el mundo. Sólo tiene diez años. Ella me
necesita. Una mano áspera cae sobre mi hombro, tirando de mí lejos de su alcance.

—¡No! —grito.

La matrona está detrás de Anna, manteniéndola en su lugar mientras me


alcanza, sus gritos se vuelven tan torturados que siento que mi corazón se rompe.
La imagen de ella se difumina a medida que las lágrimas llenan mis ojos.

—¡Suéltame! —Golpeo contra el hombre, pero él aplica más presión en mi


hombro hasta que se siente como si mis huesos pueden físicamente romperse bajo
su control—. Anna —sollozo. Lucho con él en cada paso del camino, negándome a
ir en silencio. Un brazo se envuelve alrededor de mi garganta y bajo la barbilla,
hundiendo los dientes en su antebrazo.

—¡Joder! —Me libera y caigo sobre mis manos y rodillas. Me arrastraré hacia ella
si es necesario. Un grito sube por mi garganta cuando unos dedos fuertes me rodean
el tobillo. Veo a mi hermana, su dulce rostro rojo y manchado de lágrimas. Entonces
algo golpea la parte posterior de mi cabeza y todo se vuelve negro.
“La inocencia es como una armadura pulida; adorna y defiende”.

Robert Bishop

Parpadeando abro mis ojos, me quejo y me estremezco de nuevo contra las luces
fluorescentes brillantes sobre mi cabeza. Mi cabeza está latiendo y mi cuerpo se
siente rígido y dolorido. De repente, todo viene a mi mente. Anna. Entro en pánico,
sentada en posición vertical. El movimiento hace que mi cabeza gire y mi visión se
nuble. Todo lo que puedo ver es concreto. Las paredes, el techo, el suelo, todo gris y
sombrío. Ni ventanas, ni nada. Estoy acostada en una cómoda cama, colgando de la
pared a través de dos cadenas. Es una celda de prisión. Noto una cámara de
seguridad en la esquina de la habitación arriba de la puerta, la luz roja parpadea.
Tiro mis rodillas a mi pecho y envuelvo mis brazos alrededor de ellos, luchando
contra las lágrimas. Aprieto los brazos más fuerte en un intento de detener el
violento temblor de mi cuerpo. Anna y yo nunca lo hemos tenido fácil, pero al menos
nos teníamos la una a la otra. Sólo que ahora, estoy aquí, y ella sigue allí a merced
de esa mujer malvada.

He oído historias de El Volynschik. Los niños que toma nunca se ven de nuevo.
Una lágrima recorre mi cara y trago el bulto doloroso en mi garganta. Salto cuando
la puerta chilla y luego se abre. En el momento en que lo veo, el miedo me invade
con tanta fuerza que creo que me voy a enfermar. Una sonrisa horrible sale de sus
labios a medida que se para cerca de mí. Me acurruco en una bola aún más apretada,
tratando de hacerme más pequeña. Otro hombre entra en la habitación,
permaneciendo junto a la puerta.

—Hola, niña. Mi nombre es Erik. —El Volynshchik tiene un nombre. Dirijo mi


mirada a un lugar en la cama justo a mi lado. No quiero mirarlo y no quiero que me
mire.
—Es bonita —dice el otro hombre de una manera que me hace temblar de miedo.

—¿Por qué crees que la traje de vuelta? —Se ríe—. Párate, chica —grita, pero yo
no me muevo. No puedo moverme. Mis extremidades están paralizadas en su lugar.
Grito cuando me alcanza, agarrando un puñado de mi pelo y arrastrándome de la
cama. Mis rodillas chocan con el suelo de hormigón y al caer el dolor llega hasta mis
piernas. Sus botas están justo delante de mí. Quiero llegar tan lejos de él como sea
posible, pero me quedo quieta, mirando el suelo a medida que las lágrimas caen por
mis mejillas de manera constante. Se agacha y sus callosos dedos agarran mi
mandíbula, forzando mi cara hacia arriba. Cierro los ojos y él se ríe.

—Cierra los ojos todo lo que quieras. ¿Recuerdas lo que te dije? —No digo nada,
pero siento su aliento perfumado de humo caliente en mi cara.

—Prometí que te rompería —susurra. Las palabras desencadenan algo en mí y


los instintos animales entran en acción, aparto mi rostro de él y me arrastro hacia
atrás, me puse de pie y presionándome contra la pared en la esquina más alejada de
la habitación.

Su risa resuena alrededor del pequeño espacio y un grito frustrado deja mis
labios. No voy a salir de aquí. Dos hombres adultos, contra mí, una chica. Van a
lastimarme y probablemente matarme, o peor, me harán una puta. Sé todo sobre
estas cosas, los lugares a los que envían a chicas de mi edad. Preferiría morir.

Su risa se corta e irrumpe en la habitación, llegando hasta mí. Arremeto contra


él, pero es un intento patético. Agarrando la parte superior de mi camiseta, la
desgarra, directamente hacia abajo por el medio. Grito y me acurruco en mí misma,
cubriendo mi cuerpo de él.

—Ni siquiera tiene tetas todavía —dice su amigo, escupiendo en el suelo.

Erik me agarra del pelo, tirando mi cabeza hacia atrás tan fuerte que lloro y me
obliga a ponerme de rodillas delante de él. Se acerca y me empuja hacia él hasta que
mi mejilla se presiona contra su entrepierna.

—No me importa. —Se ríe. La bilis me quema la parte posterior de mi garganta


y lucho contra el pánico inminente que me hace querer acurrucarme en posición fetal
y simplemente quedarme en blanco. Por unos pocos segundos mi mente me dice
que sólo lo acepte, que esto es lo que debo hacer para sobrevivir, pero en el momento
en que el pensamiento cruza por mi mente, retrocedo disgustada. Gruñe y arremeto,
golpeándolo entre sus piernas. Su sujeción en mi cabello se convierte en un doloroso
grito, pero luego me suelta. Retrocediendo tambaleándose, respira
entrecortadamente y se ahueca la entrepierna. Sé que durará poco, pero me deleito
en la pequeña victoria por un segundo.

—¡Pequeña perra! Sujétala. —Todo sucede a la vez, el piso de concreto me golpea


la espalda. Las manos agarran mis brazos y mi cuerpo, inmovilizándome. Grito y
mis uñas arañan su piel. El cuerpo de Erik cae sobre el mío como un peso de plomo
y un aliento caliente sopla sobre mi cara haciéndome desdichada. Pateo y arremeto
y cuando no hace nada, las lágrimas me ciegan. Tira de mis jeans tan duro que todo
mi cuerpo se sacude y me arrastra por el suelo. Lanza mis jeans a un lado y trato de
alejarme, para acurrucar mis piernas desnudas más cerca de mi cuerpo. Los dedos
se envuelven alrededor de mis tobillos, separándolos. Una sonrisa enfermiza
aparece sobre su rostro y se siente como si alguien tuviera un control sobre mi
corazón, apretándolo en su puño. Alcanza mis bragas de algodón y me las arreglo
para liberar un brazo, balanceándome contra él y abofeteándolo en la mejilla. Mi
palma retumba en su mejilla como un aplauso estruendoso en la habitación. Su
mano se aprieta alrededor de mi garganta y gruñe en mi cara, escupiendo sobre mí.
Jadeo para respirar, sacudiendo mi cuerpo inútilmente. Rueda las caderas entre mis
piernas, gimiendo, manchas negras salpican mi visión.

—¡Basta! —La voz viene de la puerta y Erik me lanza una última mirada y se
pone de pie. El tipo que me sostiene me libera como si estuviera en llamas.

—Quítate de encima de ella —dice la voz. Erik me mira una última vez y se pone
de pie. Me siento y corro hacia atrás a la esquina de la habitación, sosteniendo los
pedazos destrozados de mi camisa juntos mientras pongo mis rodillas sobre mi
pecho. No quiero estar aquí. Quiero estar en cualquier lugar menos aquí.
Presionando mi cara contra mis rodillas, cierro los ojos. Me imagino que estoy de
vuelta en el orfanato con Anna sentada a mi lado, con su dulce sonrisa en su cara.

Algo me roza la rodilla y me quejo, levanto mi cara. Un hombre se agacha frente


a mí. Tiene el pelo oscuro con unas pocas rayas grises en su sien, y los ojos del mismo
color que un cielo tormentoso. Lleva un traje con un chaleco bajo la chaqueta y una
corbata roja anudada cuidadosamente en la garganta. Una pequeña sonrisa toca su
rostro y sus ojos se encuentran con los míos, mirándome tanto tiempo que tengo que
mirar hacia otro lado. Sin embargo, no trata de tocarme. Lentamente, mete la mano
en el bolsillo de su chaqueta y saca una paleta, ofreciéndomela. Frunzo el ceño,
confundida. No confío en él y no se la acepto. Él se encoge de hombros y le quita el
envoltorio, se la mete en la boca antes de quitarse la chaqueta de los hombros y
lentamente me envuelve con ella. Agarro los dos lados y los jalo, cubriendo todo mi
cuerpo.

—¿Cómo te llamas? —pregunta. No respondo, y él se deja caer al suelo, sentado


en el sucio hormigón con su bonito traje, apoyando la espalda contra la cama. Todo
lo que puedo escuchar es que está chupando la paleta—. Mi nombre es Nicholai. —
Él estira las piernas y cruza un tobillo sobre el otro—. Nicholai Ivanov.

—Una —susurro.

—Eres fuerte. Una luchadora —dice, sosteniendo la paleta roja delante de su cara
e inspeccionándola.

—Por favor, déjame ir —susurro, luchando contra las lágrimas—. Quiero ir a ver
a mi hermana.

Inclina la cabeza hacia un lado, frotando una mano sobre su barbilla.

—Son los fuertes lo que sobreviven en este mundo, Una. Y los débiles mueren,
olvidados e intrascendentes. —Coloco mi pelo detrás de mi oreja y él sigue el
movimiento—. Puedo ofrecerte el mayor regalo de todos, palomita. Puedo hacerte
fuerte.

—¿Cómo?

Una sonrisa tira a un lado de su boca.

—Puedo hacerte una guerrera. —Se levanta y me ofrece su mano—. Si


sobrevives... y realmente espero que lo hagas, palomita.

ME COLOCO los pantalones vaqueros de nuevo y Nicholai me lleva por unas


escaleras a lo que parece una casa normal, excepto que tiene una prisión en el sótano.
Hay muchas mujeres aquí, la mayoría de ellas usando nada más que su ropa interior.
Todos sonríen a Nicholai, algún saludo o le soplan besos. Hombres armados están
de pie en las puertas, y todos inclinan la cabeza a medida que pasa. Me aferro a su
mano. No confío en él, pero confío menos en ellos. Después de todo, ¿no es Erik uno
de ellos? Y Nicholai me salvó de él. Cuando salimos uno de los hombres le llama y
él se da la vuelta.
—Estoy tomando esta. —Coloca una mano sobre mi cabeza y quiero encogerme
de hombros bajo su toque, pero no lo hago.

El hombre me mira y una sonrisa divertida aparece en su cara.

—¿Esa? —Se ríe—. Jefe...

—Borris, ¿necesito tu opinión? —La mano cae de mi cabeza mientras da un paso


hacia adelante, mirando al hombre. Todavía chupando esa paleta, y la libera con un
pop. Él no dice nada, sólo mira fijamente.

—No, jefe —murmura.

—Bien. —Me presiona una mano en la espalda y comienza a caminar en la


dirección opuesta—. Ven, palomita.

Camina hacia un coche deportivo negro y mantiene la puerta abierta para mí.
Entro y él se inclina sobre mí, agarrando el cinturón de seguridad y lo ajusta antes
de cerrar la puerta. No tengo idea a dónde está llevándome, pero tiene que ser mejor
que quedarse aquí con Erik. No tengo muchas opciones en este momento.
“La vida como realmente es, no es una batalla entre lo bueno y lo malo, sino
entre lo malo y lo peor”.

Joseph Brodsky

Conducimos de noche y eventualmente me duermo. Cuando me despierto, el


cielo nocturno se está volviendo gris. La radio está baja y Nicholai golpea los dedos
en el volante, tarareando junto con la canción. Enfoco mi mirada en la ventanilla,
temblando cuando veo la nieve sobre la tierra. Envuelvo mis brazos alrededor de mí
misma, acurrucándome en la enorme chaqueta de traje que cuelga de mis hombros.

Conducimos por un largo camino desierto, bordeado de árboles que dan camino
al bosque. Sus ramas caen fuertemente bajo el peso de la nieve, que brilla en la
oscuridad, reflejando la luna. Se ve encantador y aterrador, sin embargo, de alguna
manera se siente pacífico. Finalmente llegamos a una puerta alta, colocada en una
cerca de metal con eslabones de cadena, rematada con alambre de púas. No puedo
ver lo que está pasando al otro lado mientras una ráfaga de nieve cruza el camino
de los faros. Un solo guardia con un rifle se acerca a la ventana. Se ve congelado,
acurrucándose en su chaqueta y una corriente de aliento nebulizado deja sus labios.
Nicholai baja la ventanilla y un aluvión de aire frío entra, haciéndome temblar. El
apenas mira a Nicholai antes de correr para abrir la puerta como un ratón asustado.

—¿Quién eres? —le pregunto tan en silencio que no estoy segura de si realmente
me oyó.

Inclina la cara hacia mí y una pequeña sonrisa toca sus labios.

—Soy Nicholai Ivanov.

—¿Qué haces? —pregunto.

Suspira.
—Hago muchas cosas, palomita. Aprenderás todo al respecto muy pronto. Vas
a trabajar para mí.

Trago nerviosamente y el coche arranca otra vez.

—¿Haciendo qué? —susurro.

—No estoy seguro todavía, pero entrena duro, lucha como si tu vida dependiera
de ello y tal vez te convertirás en todo lo que podrías soñar. —Sonríe. El coche se
detiene y finalmente alejo mi mirada de sus ojos grises. Mi puerta se abre desde
afuera y un hombre en gris, azul y blanco con uniforme militar se encuentra en el
otro lado, esperándome. Disparo una mirada preocupada de nuevo a Nicholai—.
Volveré por ti muy pronto, palomita. Recuerda lo que dije. Lucha. —El soldado me
agarra del brazo y me saca del auto. Quiero llorar por el aire helado que me corta las
mejillas. La puerta se cierra detrás de mí y se escuchan las revoluciones del motor
alejándose, ruedas girando y pulverizando nieve para todas partes. Estoy sola, a
kilómetros de mi hermana y una vez más aterrorizada por la situación desconocida
en la que estoy a punto de entrar.

—Muévete. —El soldado me mete el cañón de su arma en la espalda y caigo


hacia adelante, luchando para alejarme de él.

El edificio frente a mí parece una especie de base militar, como un hangar,


enterrado entre la nieve como una parte del paisaje. Está bien escondido y
aparentemente vigilado. ¿Dónde diablos estoy?

NO SÉ cuánto tiempo llevo aquí. Otra sala de hormigón, otra prisión. Nicholai
nunca volvió. No hay ventanas aquí y no tengo idea si es de noche o de día. Mis
captores me traen comida tres veces al día, y esa es mi única medida del paso del
tiempo, mi única rutina, pero estoy empezando a pensar que eso no es confiable. A
veces se siente como si las comidas están a sólo cinco minutos de diferencia. Creo
que he estado aquí durante diez días. Dejan las luces encendidas todo el tiempo, lo
que hace que sea difícil dormir, y cuando me duermo, me despiertan. Me gritan sin
razón y me dicen que me van a matar. A veces simplemente sueltan alimentos
dentro de la puerta y salen, otros que vienen y me golpean por nada.

Estoy cansada y confundida, y me duele todo el cuerpo. Sólo quiero que todo
termine. Vivo en este estado constante de aprehensión, tratando de adivinar lo que
viene a continuación, pero sea lo que sea que creo que van a hacer, siempre está mal.
¿Por qué Nicholai me haría esto? Me traicionó. Confié en él. Ese fue mi error. ¿Por
qué me traería aquí? Pero entonces, ¿por qué no lo haría? Si hay algo que he
aprendido en mi corta vida es que las personas son intrínsecamente malvadas.
Quieren herir a los demás, y quieren que seas débil y vulnerable, así es mucho más
fácil aprovecharse. Me gustaría poder decir que era fuerte, y en el orfanato lo era.
Por Anna. Esto es diferente. La matrona no podía matarme. Esta gente puede y lo
hará. Lo veo en sus ojos. Me estoy volviendo paranoica, esperando el día que abran
esa puerta, me pongan un arma en la cabeza y tiren del gatillo.

Salto cuando la puerta se abre. El mismo tipo de siempre, entra con una bandeja
de comida.

—Por favor —suplico—. No soporto más. —He recurrido a esto, a la


mendicidad. Incluso si me matan, tiene que ser mejor que esto, la tortura. Temo a la
muerte, pero temo más a esto, este ciclo interminable, la espera, el no saber. ¿Y si
nunca me dejaran ir? ¿Qué pasa si me quedo aquí, aguantando esto para siempre?
¿Y si empeora y tratan de violarme como Erik iba a hacerlo? Nicholai me arrancó de
un infierno para empujarme a uno peor. Al menos Erik me habló. Estos hombres no.
Y no te das cuenta de lo mucho que anhelas la interacción con otros hasta que se ha
ido, hasta que pasas días con sólo tus pensamientos.

El tipo coloca la bandeja en el suelo junto a la puerta y sale sin decir una palabra.
Estoy lista para gritar, para golpear mi cabeza contra la pared, cualquier cosa,
cualquier cosa menos un minuto más en este lugar. No sé cuánto tiempo pasa, pero
la puerta se abre otra vez. Me quedo en la cama, mirando al techo. No hay caso en
tratar de hablar con él, porque nunca contesta. Aprendo rápido.

—Palomita. —Giro la cabeza al sonido de la voz, convencida de que mis oídos


me están engañando—. Siento no haber podido venir antes.

Las lágrimas pinchan mis ojos y sollozo mientras me siento en la cama. Me sonríe
cálidamente, pero no me muevo. No puedo. Es un truco. Estoy segura de ello. Pongo
mi espalda contra la pared y levanto mis piernas.

—Vamos, no seas así —murmura.

—Me dejaste —digo con prisa.

Aun así, sonríe.


—Me temo que es inevitable. Pero estoy de vuelta ahora.

Se mueve en la habitación, acercándose. No lo conozco, y me trajo aquí, me puso


en esta caja de hormigón... pero no he hablado con nadie en tanto tiempo ...

—Me lastiman —digo roncamente.

—Lo siento. —Se sienta en la cama junto a mí—. Estoy aquí a hora. Te extrañé.
— Acaricia mi sucio cabello enredado hacia atrás lejos de mi cara, metiéndolo detrás
de mi oreja—. No dejaré que te pase nada, palomita. —Pone mi cara entre sus manos,
frotando sus pulgares sobre mis mejillas, que se sienten permanentemente húmedas
por las lágrimas que no parecen dejar de caer.

Por primera vez me siento segura, sé que Nicholai es la única persona en la que
puedo confiar. El único. Él se preocupa por mí cuando nadie más lo hace. Me
protegerá. Tiro mis brazos alrededor de su cuello y me acerca. Inhalo el olor de humo
de cigarrillo y aunque debería odiarlo por la matrona, no lo hago. Me recuerda a él,
a su chaqueta. Eso me recuerda que me salvó.

—Mi palomita peligrosa —susurra. Me aferro a él y simplemente me sostiene,


haciéndome sentir protegida. No me he sentido protegida desde que murieron mis
padres.

—¿Estas lista? —pregunta.

—¿Para qué?

Me empuja hacia atrás y me mira a la cara.

—Para ser fuerte.


“La confianza de los inocentes es la herramienta más útil para los
mentirosos”.

Stephen King

Nicholai camina delante de mí, dando pasos en el concreto gris. No veo a nadie
más aquí, y me pone nerviosa. El eco de nuestros pasos me tiene mirando a mi
alrededor nerviosamente. Eventualmente se detiene en una puerta y se vuelve hacia
mí, con una sonrisa en su cara.

—Tienes cinco minutos. Hay ropa limpia para ti. —Hace gestos con su brazo
para que yo entre. Lo miro a él brevemente y luego abre la puerta. El suelo bajo mis
pies desnudos es de azulejo y puedo escuchar el eco constante del agua goteando.
Duchas. Hay un estante a la izquierda con algunas ropas negras dobladas. Cinco
minutos dijo. Me quito mis vaqueros sucios y la camiseta que me dieron en mi
primer día aquí. Hace un frío glacial y mis dientes castañetean mientras tiemblo
violentamente. Abro el agua de una de las duchas y está fría, pero no tengo tiempo
para esperar a que se caliente. Él dijo cinco minutos y no quiero arriesgarme a que
venga aquí para arrastrarme fuera. Salto bajo el agua fría y casi grito cuando toca mi
piel. Sin embargo, se calienta rápidamente y yo juro que el agua caliente nunca se
sintió tan bien. Hay un dispensador de jabón en la pared, y el jabón en gel huele a
limpiador de baño barato, pero no me importa. Me lo froto en el pelo y sobre mi
cuerpo, lavándolo hasta que el agua corra clara y me sienta limpia. Quiero estar en
este calor todo el día, pero no puedo. En el momento en que me seco y me visto ya
me siento más cuerda, como si psicológicamente hubiera lavado los efectos de mi
encarcelamiento. Estoy vestida con una camisa negra de manga larga y lo que parece
ser pantalones de combate.

Cuando salgo, Nicholai comprueba su reloj.


—Bien. Vamos. —A dónde vamos, no lo sé, pero le sigo de todas formas.

Camina delante de mí hasta el final del pasillo donde se detiene de nuevo frente
a una puerta y me hace un gesto para que siga adelante de él. Me hace sospechar,
como si quisiera que fuera primero y enfrentarme a lo que puede estar en el otro
lado. Sé que es ridículo. Si quisiera hacerme daño o matarme, seguramente lo haría.
Pero no puedo quitarme la paranoia.

Pongo mi mano en el pesado mango de acero y lo empujó hacia abajo.

Las bisagras chirrían fuertemente mientras la empujo para abrirla a un pequeño


pasillo con otra puerta delante de nosotros.

—¿Qué es esto? —pregunto.

—Tu nuevo hogar —dice en voz baja. Hay un teclado a la izquierda, y se inclina
a mi lado, introduciendo un código.

Cuando la puerta se abre, me quedo paralizada. Me empuja dentro y la puerta


se cierra detrás de nosotros, el golpe de metal pesado haciendo eco alrededor de la
gran sala. Un fuerte zumbido suena alrededor de la habitación, señalando el hecho
de que ahora estamos encerrados, encarcelados.

Entro en pánico y doy la vuelta, chocando con el pecho de Nicholai. Sus dedos
se envuelven alrededor de la parte superior de mi brazo y me hace girar alrededor
de él tan fuerte que casi me caigo. Sostiene mis hombros, obligándome a mirar a mi
alrededor. La habitación es amplia, y en su mayor parte es un espacio vacío. Todo lo
que está disponible en la pared está cubierta de armas. Pistolas y cuchillos, arcos
cruzados y espadas. Hay objetivos en la pared lejana y sacos de arena pesados
colgando en el centro de la habitación. La peor parte, sin embargo, es el concreto
desgastado bajo mis pies. El gris está manchado de sangre, convirtiéndolo en un
extraño tono de marrón con rayas rojas en algunos lugares.

Nicholai se mueve delante de mí, inclinándose y poniéndose al nivel de mis ojos.


Pone una mano en su bolsillo y saca una paleta, ofreciéndomela con una sonrisa. Se
la quito con dedos temblorosos, mientras saca otra y la desenvuelve.

—Quiero que conozcas a alguien. ¡Sasha! —grita y se mete la paleta en la boca.


Una figura se desplaza desde las sombras, moviéndose sobre el suelo con tanta
gracia, que sus pisadas no son nada más que un susurro. Se detiene justo a la
izquierda de nosotros y se pone de pie en posición vertical con las manos
entrelazadas a la espalda. No puede ser mucho mayor que yo, aunque es al menos
un pie más alto y muy musculoso, a pesar de tener esa mirada adolescente
desgarbada sobre él. Su pelo rubio dorado es corto, y su ropa es toda negra, una
camisa de manga larga y un pantalón igual que el mío. Los ojos verdes permanecen
firmemente fijos adelante y realmente me encuentro buscando, tratando de detectar
lo que está buscando en el lado más alejado de la habitación.

—Sasha, ella es Una. —Me da una breve mirada, pero no dice nada—. Ella se
unirá a ti y a tus camaradas entrenando. —Otra vez sus ojos me miran, persistiendo
sólo un poco de más tiempo esta vez.

—Encantado de conocerte. —Intento ser educada, pero inmediatamente me


siento estúpida.

Hay una incómoda pausa antes de que Nicholai vuelva a hablar.

—Sasha es uno de mis más brillantes hombres. Tengo grandes esperanzas en él


al igual que en ti. —Me asegura—. Él te cuidará, verdad, ¿Sasha?

Palmea el hombro del chico y asiente con la cabeza.

—Sí, Señor.

Nicholai sonríe alrededor de su paleta.

—Bien. Esto me hace muy feliz. Hazme sentir orgulloso, palomita. —Él guiña el
ojo y luego se dirige a la puerta.

Se está yendo. Por supuesto, sabía que lo haría, pero el pánico aumenta en mí.

No quiero que se vaya. ¿Y si me vuelven a meter en esa celda? Es el único en el


que puedo confiar aquí. Empiezo a moverme hacia donde él se retiró, pero Sasha me
pone una mano alrededor de la boca, usándolo para apretar mi cuerpo contra el
suyo. Sus dedos se clavan en mi mandíbula lo suficientemente fuerte como para
magullarme. Mi respiración se vuelve errática y lucho contra él. Sin embargo, él me
sostiene fácilmente, y miro como Nicholai me da una última mirada por encima de
su hombro antes de salir por la puerta. Tan pronto como se cierra Sasha me libera.
Me doy la vuelta y me alejo de él, manteniendo mis ojos firmemente fijos en él
mientras me alejo.
Suspira y estrecha los ojos con impaciencia.

—Madura, o morirás.

—¿A dónde va? ¿Por qué estoy aquí?

—Va a donde quiere. Él es el jefe, y tú estás aquí porque él piensa que tienes lo
que se necesita.

—¿Lo que se necesita para qué?

—Para ser uno de su élite. —Se acerca a mí, inclinando la cabeza hasta que puedo
sentir su aliento en mi cara. Él levanta una ceja—. Un asesino. Un sicario —dice las
palabras en voz baja, para hacer un efecto. Está tratando de asustarme, y está
funcionando, pero me niego a mostrarlo. ¿Un asesino?

—Un asesino. —Frunzo el ceño, respirando la palabra.

Me mira de arriba a abajo antes de encogerse de hombros.

—Bueno, eres una chica, pero si Nicholai te quiere... —Se da la vuelta y empieza
a caminar lejos—. Mantén el ritmo, y trata de pasar la primera semana. Él me pidió
que te vigilara. Prefiero que no mueras.

Corro detrás de él y empuja a través de una puerta, saliendo de la habitación.

Hay otro pasillo de hormigón con luces fluorescentes fuertes que parpadean
sobre nuestras cabezas. Abre una y se hace a un lado, permitiéndome caminar
delante de él.

En el momento en que entro, cuatro pares de ojos me mirarán fijamente. Dejo


caer mi mirada al suelo y espero. No estoy segura de quienes son.

—Esta es Una. Nicholai la trajo personalmente. Traten de no ser imbéciles. —Me


miran como si tuviera dos cabezas. Hay cuatro juegos de literas en la habitación y
los cuatro tipos están esparcidos a través de ellas. No hay ventanas, sólo la dura
iluminación.

—Pero... es una chica. —Un chico de pelo oscuro escupe la palabra como si fuera
algo sucio.

Una risa viene de uno de los otros, un chico alto que no tiene la camisa puesta.
—Nunca ha visto una antes.

Lanza algo y luego actúan como si yo no estuviera aquí. Libero el aliento que
había estado conteniendo y Sasha sacude su cabeza, gesticulando para que le siga.

—Esta es tu litera. —Señala un armario de metal—. Tu casillero. Hay un juego


de equipo básico en él, aunque no te quedará. El desayuno es a las cinco y el
entrenamiento empieza a las seis. —Se da la vuelta y cruza la habitación, tomando
asiento en una de las literas inferiores.

—No le hagas caso. Ha recibido demasiados golpes en la cabeza. —Miro al tipo


sin camisa. Sus antebrazos están reforzados contra la litera encima de la mía y
agacha la cabeza, parpadeando una sonrisa cegadora. Es el chico del póster de buena
apariencia de pelo oscuro y ojos marrones. Mis ojos se quedan un poco más de
tiempo del que debería en su torso musculoso, y me ruborizo, tratando de mirar en
cualquier lugar menos en él.

—¿Um, gracias?

—Alex.

Asiento con la cabeza.

—Encantada de conocerte, Alex. —Miro nerviosamente hacia Sasha, esperando


que me gritara por hablar con Alex, pero ni siquiera está prestando atención.

Alex sigue mi mirada y sonríe. Hay algo sobre él, una facilidad que se siente
fuera de lugar. Este lugar ya se siente como una tumba, una tumba de hormigón de
la que nadie sabe nada, un lugar donde los niños son entrenados para convertirse
en asesinos, aparentemente. Lo haré.

No moriré aquí. Casi me resigno a ese hecho, y aun así... Nicholai me trajo aquí.
Dijo que tiene fe en mí. Tal vez pueda hacer esto. Tal vez pueda ser fuerte. Tal vez
pueda convertirme en alguien temido, porque el miedo despierta respeto. Yo quiero
eso. Quiero ser poderosa. Por alguna razón quiero ser digna de Nicholai, la
esperanza, su fe. Quiero que se sienta orgulloso.

No es hasta que las luces se apagan y me pongo de espaldas en una habitación


oscura con cuatro chicos, que finalmente se me ocurrió esto es todo. Tienen que
haber pasado casi dos semanas desde que dejé el orfanato, y en esas dos semanas,
he estado encerrada en mi propio tormento personal. Aunque ni una sola vez en
todo este tiempo es que haya un punto final fijo. Honestamente, pensé que ellos me
matarían, pero si no lo hicieron, entonces yo sólo tenía la esperanza de que me
enviaran de vuelta al orfanato, de vuelta a Anna. Ahora, eso se ha ido. Este es el
punto final, acá es donde viviré o moriré. La única manera en que podría ver a Anna
de nuevo es si impresiono a Nicholai lo suficiente y me convierto en lo que él quiere
que sea. Eso no va a suceder pronto.

Me permito pensar en ella, algo que evité mientras estaba en esa celda. Debe
estar teniendo pesadillas horribles ahora mismo. La extraño mucho. Las lágrimas
me pican detrás de los ojos y luego empiezan a caer en un flujo constante. Presiono
mi mano sobre mi boca para callar mi respiración entrecortada y aprieto mis ojos,
dispuesta a controlarme, pero no puedo. Escucho los suspiros agravados de más de
uno de los chicos de la habitación. Deben pensar que soy una chica patética que no
durará ni dos minutos. Probablemente no lo haré. No sé cuánto tiempo he estado
acostada ahí tratando de sofocar el sonido de mis propias lágrimas, pero
eventualmente los resortes de la litera encima de mí gimen y yo sólo veo un par de
piernas en la oscuridad antes de que Alex salte al suelo.

Aspiro y me siento, mirando cómo se sienta en el borde de mi cama.

—Sigues llorando así, Titch 1, estos tipos te van golpear en el cuadrilátero mañana
—susurra, y puedo ver su brillante sonrisa en la oscuridad.

—Lo siento. —Mantengo mi voz baja.

Suspira y se acuesta en la cama a mi lado.

—Todos pasamos por eso una vez. Ven aquí.

Le frunzo el ceño.

—¿Qué estás haciendo?

Me agarra y me tira cerca de él, envolviendo sus brazos a mi alrededor.

—Estoy cansado. Duérmete.

1
Se utiliza como una forma de hablar o dirigirse a una persona pequeña.
Me quedo allí, mi cuerpo tenso. ¿Por qué hace esto? Estoy inmediatamente
sospechando de cualquier forma de bondad, porque bueno, es una rareza en mi
vida. No, es como él dijo, está cansado y yo lo mantengo despierto. Eso es todo.
Finalmente me relajo en su calor. Él permanece encima de la manta, el fino material
que divide nuestros cuerpos. Hace frío afuera, pero Alex sólo tiene puestos sus
pantalones de entrenamiento, aparentemente sin ser tocado por el aire helado. Sus
respiraciones se igualan casi inmediatamente y me concentro en él, en el constante
latido de su corazón junto a mi oído, es rítmico y la liberación de su aliento. Los
sonidos me adormecen.
UN AÑO DESPUÉS.
14 AÑOS

“Un niño es un diamante en bruto“.

Austin O'Malley

El puño de Alex choca con mi mandíbula y me tambaleo hacia atrás, escupiendo


una bocanada de sangre. Tiene al menos 40 libras más que yo, y tres años extra de
entrenamiento. Es bueno. Lanza otro puñetazo y me agacho, apareciendo y
golpeándolo en el riñón. El golpe no hace mucho, pero puedo ver el dolor escrito en
su cara y me da una presumida sensación de satisfacción. Soy la chica, la que se
suponía que era una puta. La favorita de Nicholai. Se burlan de mí, y me hacen saber
que no me ven como ninguna amenaza aquí en el ring, pero todo eso hace que sea
incluso más decidida a probarme a mí misma. Alex me lanza al suelo y sonrío,
porque aquí es donde soy mejor. Me las arreglo para retorcer mi cuerpo y envolver
una pierna alrededor de la parte trasera de su cuello. Veo el momento en que se da
cuenta de su error y trata de conseguir levantarse. Me levanta del tapete y me vuelve
a golpear, le sonrío mientras lo mantengo aprisionado con mi tobillo, apretando
contra su arteria hasta que sus ojos se pongan en blanco. Lo mantengo hasta que él
se desmaya, todo su peso cayendo sobre mí. Me tumbo allí sobre la alfombra,
jadeando y tratando de recuperar el aliento. Mis costillas gritan en protesta con cada
respiración y puedo sentir mi mandíbula hinchada ya. James, nuestro entrenador
aparece a la vista, flotando sobre mí.

—Bien. —Empuja el cuerpo inconsciente de Alex con su pie—y se da la vuelta.


No cree que una chica deba de estar aquí, entrenando con sus soldados,
especialmente una frágil y chica escuálida. Sus elogios se ganan con esfuerzo, pero
se valoran mucho más por esa misma razón.

Nicholai tenía razón cuando dijo que me haría fuerte. Esto, justo aquí, se siente
como un propósito. Me hace sentir como si cuando los monstruos vengan por mí,
pueda luchar contra ellos, por qué ellos lo harán, porque siempre lo hacen
eventualmente.

Sasha aparece sobre mí y me ofrece su mano. La tomo y salto a mis pies.

—Cualquiera pensaría que no te gusta la sangre —murmura en voz baja. Sus


ojos verdes se encuentran con los míos y él levanta una ceja. Sé lo que está pensando,
que soy aprensiva. Este no es el lugar para ser aprensivo. Nosotros somos soldados,
activos. Nos entrenan, nos condicionan para entumecernos para todo, especialmente
la sangre, la violencia y la muerte. Estoy bien con la sangre. Nos ponemos en fila
junto a Sunny y Adam, otros dos tipos en la unidad. No les gusto y no me gustan
ellos. No nos hablamos en absoluto.

—No me gusta el desorden innecesario —digo de plano—. ¿Por qué sacar sangre
cuando puedes vencer a un enemigo sin ella?

—Eres una chica —susurra. Quiero pegarle, pero no lo hago.

Alex gime desde el suelo. James está agachado a su lado, haciendo flotar un pote
de sales aromáticas bajo su nariz. Él tose y hace señas a James para que se aleje.

—Dios, eso huele a mierda. —Me mira y sonríe—. Te estás volviendo buena en
eso, Titch. —Se pone de pie y se acerca a nosotros, sacudiendo la cabeza. Lo miro
fijamente pero no digo nada más mientras se pone en línea a mi lado. Odio cuando
me llama Titch delante de los demás.

James está de pie delante de nosotros, encontrándose con cada uno de nuestros
ojos a su vez.

Levanta un dedo y me señala.

—¡La subestimas porque es mujer! —grita antes de ponerse delante de mí—. Y


debes aprender a usar eso para tu beneficio. Sus labios se enroscan ligeramente en
el costado y esto hace que la larga cicatriz que corre en diagonal por su cara, se
hunda en su piel. James es el tipo de hombre que asustaría a la mierda incluso a los
más soldados endurecidos, pero es un gran entrenador. Me dijo que el primer el día
que estuve aquí que no quería que fuera la mejor. Él quería que matara al mejor—.
¡Retirada! —grita.

Nos despedimos y nos dirigimos a las duchas. Los días aquí son agotadores y no
parece importar como de acostumbrados deberían estar tus músculos, todavía
duelen al final de cada día. Nuestros días consisten en entrenamiento en todo, desde
la lucha, hasta el tiro y el estado físico general. Luego está el lado mental, así como
el educativo. Estoy aprendiendo inglés, italiano, español y alemán. También
aprendemos táctica y estrategia, porque no es suficiente para matar a un objetivo,
primero tienes que acercarte y luego tienes que tener un plan de escape. Todo aquí
es como un asalto físico y mental, reentrenando tu cuerpo y tu mente para ver el
mundo bajo una luz completamente diferente. James a menudo nos dice que para
ser el mejor debes esperar lo inesperado y ser preparado para cualquier
eventualidad. La preparación en el conocimiento es clave a la supervivencia.

Entro en el vestuario y me despojo de mi sudoroso equipo de entrenamiento.


Soy la única chica aquí, y bueno, esta instalación no está exactamente orientada para
chicas. No recibo ningún tratamiento especial, incluyendo cuando se trata de las
duchas comunales. Renuncié a la modestia hace mucho tiempo. Estar desnuda es
sólo parte del curso, y no tengo tiempo para ser tímida al respecto. A los chicos no
les importa, aunque Alex se está volviendo cada vez más raro como Sasha ahora que
lo pienso. Entro en una de las duchas abiertas y abro el grifo. Como de costumbre,
se necesita unos pocos segundos para calentar. He aprendido a que me guste los
pocos minutos de agua fría. Es como una sacudida a mi cuerpo, recordándome que
estoy viva.

Tan pronto como el calor se activa en el agua, tranquiliza mis músculos


doloridos. Cuando me doy la vuelta encuentro a Sunny mirando hacia mi dirección.
Incluso después de un año apenas hablamos o reconocemos entre sí, y disfruta
tratando de hacerme sentir incómoda. Sus ojos caen sobre mi pecho y lo miro con
atención. Mi atención se dirige a mi izquierda cuando escucho un gruñido bajo.

Las duchas están separadas por tabiques divisorios que cubren a un adulto
promedio desde la mitad del muslo hasta el hombro. Alex está en el puesto a mi
izquierda y su mirada está firmemente fijada en Sunny, el músculo de su mandíbula
hace tic-tac mientras lo mira fijamente. La tensión es pesada en el aire y me
encuentro mirando entre los dos.
—Una, sal —dice Sasha en voz baja, apareciendo frente a mí y sosteniendo una
toalla como una pared, bloqueándome del resto de la habitación. Su cara es seria y
sus ojos se dirigen sutilmente hacia Alex—. Ahora —gruñe.

Pongo los ojos en blanco y le quito la toalla, saliendo de debajo del agua caliente.

—Es sólo piel, chicos. Me quejo, principalmente hacia Sunny—. No tengo ni idea
de por qué estás siendo tan raro. Ninguno de ellos dice nada, así que respiro
profundamente y me voy del baño, volviendo al dormitorio. Me pongo un par de
pantalones de ejercicio y una camiseta sin mangas, todo en negro, por supuesto y
voy a la cafetería. Sasha y Alex están normalmente conmigo, pero aparentemente
están ocupados teniendo su extraño momento de chicos con Sunny. Intento arrastrar
los dedos por el pelo, pero las hebras húmedas están enredadas sin esperanza
gracias a la falta de cualquier tipo de lavado real. Magda, cocina toda nuestra comida
en la cafetería. Es una señora agradable, pero muda. Ella me da una bandeja de
comida y sonrío y le doy las gracias. La comida aquí es buena, mucha carne para las
proteínas y carbohidratos para la energía. Está muy lejos de las raciones del orfanato.
Una vez más, mi mente trae recuerdos de Anna y casi inmediatamente lo alejo.
Pienso en ella y me siento culpable por dejarla sola, entonces me siento mal, así que
me niego a permitirme pensar en ella, lo que me hace sentir aún más culpable. Es
mejor dejarlo todo mientras estoy aquí, sin poder hacer nada al respecto. Es un
proceso de pensamiento sin sentido que no hace más que herirme.

Estoy a la mitad de mi comida cuando Sasha y Alex finalmente atraviesan la


puerta. Sasha tiene una mirada seria en su cara lo cual no es anormal, pero Alex se
pasea detrás de él, sonriéndome y mostrando un desagradable labio partido. Suspiro
y cruzo mis brazos frente a mí en la mesa, esperando que se sienten. Sasha se sienta
frente a mí y Alex se sienta a mi lado.

—Jesús, Titch, eres como una aspiradora. —Él sonríe, asintiendo con la cabeza a
mi bandeja. Adam y Sunny entran y yo instantáneamente me fijo en la hinchazón
del ojo izquierdo y la mandíbula magullada de Sunny. También está caminando
ligeramente encorvado. Alex es un pendenciero, irracional, cabeza caliente y cuando
golpea, hace el máximo daño.

—Te peleaste con Sunny. ¿Por qué? —le pregunto. Sasha deja caer sus ojos a la
mesa y parte del humor desaparece de los ojos de Alex.

—Se lo merecía —dice, y no echo de menos la violencia en su tono.


—Alex, te meterás en problemas. —Él se meterá en algo más que problemas.
Todo en este lugar se basa en la disciplina. Hay reglas estrictas, porque
honestamente, cuando pones a unos adolescentes juntos, entrenados en combate
letal, lo esperas. La lucha va en contra de todo lo que quieren y se castiga
severamente.

Su mano se posa en mi pierna y se aprieta sobre mi rodilla.

—Estaré bien, Titch. —Frunzo el ceño con sus dedos en mi muslo, y cuando
levanto la vista, Sasha me mira de forma extraña. ¿Qué es lo que pasa con ellos hoy?
Me pongo de pie y recojo mi bandeja—. ¿A dónde vas? —pregunta Alex.

—No tengo hambre. —Dejo la bandeja y salgo corriendo de la habitación antes


de que pueda decir algo más. No me gusta la tensión.

No me gusta la forma en que Alex está actuando, y tampoco la forma en que


Sasha sigue buscando algo entre nosotros.

Voy al dormitorio y me tiro en la cama con un resoplido. Me acuesto de espaldas,


mirando fijamente el marco oxidado de la litera encima de mí. Cerrando mis ojos,
escucho el silencio. Es raro y pacífico.

Me sobresalto cuando algo me roza la mejilla. Debo haberme dormida. Alex está
sentado en el borde de mi cama y una línea se hunde entre sus cejas mientras me
mira fijamente. Sus dedos me rozan la mejilla mientras sus ojos se fijan en mi cara.

—¿Por qué me miras así? —pregunto en voz baja.

Una sonrisa se dibuja en sus labios y el ceño fruncido desaparece.

—¿Estás molesta, conmigo Titch?

Pongo los ojos en blanco.

—No respondas la pregunta con otra pregunta.

Sonríe más.

—Así que estás enfadada conmigo. —Un mechón de pelo oscuro cae sobre su
frente y esos ojos oscuros se encuentran con los míos, que es todo lo que hay de Alex
en ellos.
—¿Por qué te pelearías con Sunny? —Suspiro.

El ceño fruncido vuelve y deja caer sus ojos en el lugar junto a mi cabeza. Él gira
un pedazo de mi pelo alrededor de su dedo hasta que las hebras rubias cortan en su
piel. El silencio se extiende hasta que finalmente vuelve a dirigir su mirada a la mía
otra vez.

—Te estaba mirando.

—Uh, es Sunny. Es un imbécil. Sólo lo hace para tratar de molestarme. —Alex


respira con fuerza—. No es un gran problema —aseguro.

Se pasa la mano por la cara y se niega a volver a mirarme. ¿Qué demonios le


pasa?

—Titch, no me hagas decirlo —gime.

Sasha entra y sus ojos van de mí a Alex.

—¿Qué está pasando Sasha? —Siempre me da respuestas directas—. ¿Por qué la


pelea con Sunny?

Incluso Sasha parece incómodo.

—Mira, Una, eres una chica. —Él levanta las cejas y yo me siento en la cama,
mirándolo fijamente. Se aclara la garganta.

—Y tú vives, duermes, te duchas con los chicos —termina Alex.

—Esto es un problema porque...

Sasha pone los ojos en blanco.

—Jesús, Una. Sunny te mira como si te deseara. — Levanta las cejas.

—Ya no pareces una niña, Titch —murmura Alex de forma incómoda.

Oh, Dios mío. Puedo sentir el calor subiendo por mi cuello hasta que se apodera
de mi cara y llega a la línea de mi cabello. Ambos negándose a mirarme a los ojos,
aunque Sasha es menos obvio sobre ello. Es cierto que en el último año, con una
dieta adecuada tengo finalmente relleno mi esqueleto. Mis caderas están llenas y
ahora tengo pechos, pero no es como si estuvieran ¡Enormes! Ciertamente no lo
suficientemente grandes como para quedar boquiabierto.

—Tienes razón, Sunny es un imbécil —dice Alex, como si tratara de alguna


manera hacer esto mejor. Ni siquiera puedo mirar a ninguno de ellos. Esto es
mortificante.

Unos minutos después Sunny y Adam entran. El silencio cae sobre la habitación
y la tensión se siente como un peso físico presionándome. Puedo sentir que todos
los ojos se centran en mí, así que me levanto camino a mi casillero, sacando mis
guantes. Prefiero estar en cualquier lugar menos aquí ahora mismo, así que, aunque
estoy cansada y me duelen los músculos, voy a la sala de entrenamiento.

Golpeo el pesado saco, sintiendo el peso del mismo contra mis nudillos. Cada
puñetazo rebota en mi brazo, haciendo que mis miembros duelan aún más. Presiono
a través de él hasta que me duelen las manos y mis brazos se entumecen.

—Cuidado, asesina. —Me doy la vuelta y encuentro a Alex recostado contra la


pared. Está sin camisa como de costumbre, no lleva nada más que sus pantalones de
entrenamiento. Sus manos están metidas profundamente en los bolsillos de sus
pantalones y sus tobillos están cruzados uno sobre otro.

—¿Qué quieres? —Le doy la espalda y lanzo otra ronda de puñetazos en la bolsa.
Me quedo quieta cuando siento su mano en mi hombro. Me rodea con sus brazos,
uno alrededor de mi cintura y uno sobre mi pecho. Puedo sentir el calor de su pecho
desnudo quemando a través de mí mientras se presiona contra mi espalda.

—Lo siento. —Respira junto a mi oreja—. No quise molestarte. —Presiona sus


labios en mi pelo y es algo que ha hecho miles de veces antes cuando se ha arrastrado
hasta mi cama por la noche. Nunca pensé nada de eso. Me ha dado consuelo en
momentos en que me he sentido sola y perdida. Es Alex. Es mi mejor amigo. Pero
esto de repente se siente diferente. El gesto no se siente como el simple acto de un
amigo consolando a otro. Esto es culpa de ellos, de él y de Sasha. Ellos tenían que
sacar a relucir lo de las tetas y hacerlo raro. Me tomo un momento y respiro
profundamente y me apoyo en su cuerpo. Se eleva sobre mí y sus gruesos brazos
envueltos alrededor de mí siempre me han hecho sentir como si nada en este mundo
pudiera tocarme. Me vuelvo alrededor y presiono mi mejilla contra su pecho,
escuchando el constante latido de su corazón. Ese rítmico golpe, golpe, golpes que
me han calmado para dormir muchas veces. Su mano acuna la parte posterior de mi
cabeza, acariciando mi pelo húmedo.
—No me molestaste. —Suspiro—. Los chicos son unos idiotas.

Se ríe.

—No voy a discutir contigo.

Alejo mi cara de su pecho y lo miro.

—Aún no me has explicado por qué golpeaste a Sunny —susurro—. Puedo


cuidar de mí misma.

Inclina la cabeza hacia atrás y lanza un pesado suspiro.

—No me gusta que él te esté mirando.

—¿Por qué? —digo, tan silenciosamente que no estoy segura de que me escuche.

Vuelve su mirada a la mía, estrechando sus ojos con impaciencia. Sus brazos se
aprietan alrededor de mi cuerpo, y me mira fijamente durante tanto tiempo, que el
tiempo parece detenerse mientras me pierdo en sus ojos. Y la forma en que me mira,
nunca me ha mirado antes así. Acerca su cara a la mía y el aliento se me atasca en el
pecho. Mi estómago se tensa, revoloteando con algo extraño. Este es Alex, mi Alex,
el chico que me sostiene cuando estoy triste, me defiende cuando no necesito que
me defiendan y me patea el culo por mi propio bien. Me enseñó a lanzar un
puñetazo, cómo volver a montar un arma en menos de diez segundos. Ahora, sin
embargo, se siente como nada de eso y todo a la vez. No puedo explicarlo. Se siente
como algo extraño y sin embargo cálido, familiar y seguro. Esos oscuros ojos suyos
me queman como si pudiera ver dentro de mi alma. Y luego caen a mis labios, se
quedan ahí. Estoy avergonzada y curiosa al mismo tiempo. Siento el rubor
floreciendo sobre mis mejillas. Mi respiración se entrecorta y su brazo deja la parte
baja de mi espalda. Él me quita un mechón de pelo de mi cara, y mis párpados se
cierran. Mi corazón salta y mi piel cosquillea bajo su tacto. Los dedos callosos trazan
mi mandíbula el aliento caliente sopla sobre mi cara antes de que sus labios rocen
los míos en una caricia ligera como una pluma. Me congelo, incapaz de moverme,
incapaz de respirar. Me besa, Alex me besa. Estoy demasiado confundida para
reaccionar. Sus labios son más suaves de lo que parecen, y sus dedos se deslizan por
el lado de mi cuello dejando hormigueos a su paso. Cuando él se separa abro los ojos
y dejo caer mi mirada en el desgastado suelo de hormigón bajo mis pies.
—Una... —empieza, pero no dice nada más. Finalmente levanto mis ojos a los
suyos y esta incómoda tensión parece persistir entre nosotros—. Lo siento. —
tartamudea.

Sacudo la cabeza.

—Está bien. —O al menos creo que lo está. Honestamente yo tampoco estoy muy
segura. Sus brazos todavía están rodeándome y el abrazo que se sintió simplemente
amistoso unos momentos ahora se siente como algo más.

—Pronto se apagarán las luces —dice, al retroceder y tendiéndome la mano. La


tomo y sus dedos se enredan con los míos mientras me lleva de vuelta al dormitorio.
Sunny y Adam nos miran fijamente cuando entramos. Sasha hace un deliberado
esfuerzo por ignorarnos.

Me cambio y me meto en la cama. Alex se sube a su propia cama y luego las luces
se apagan. La oscuridad se envuelve a mi alrededor, escondiendo todo, pero estar
aquí en la tranquilidad de lo oscuro donde más oigo y veo. Mis labios hormiguean
y presiono mis dedos contra ellos, recordando la sensación del beso de Alex. ¿Por
qué haría eso? Nunca he pensado en ser besada antes. Quiero decir, no es como si
hubiera un montón de espacio para cuentos de hadas en mi mundo. Besos y chicos...
esas son las cosas contado en las películas de Disney que solía ver cuando era joven,
antes de todo esto. Cosas de un lugar diferente, un tiempo diferente, cosas que no
pertenecen a este lugar. Alex y Sasha son mis mejores amigos, pero James siempre
nos ha dicho que somos desechables, por lo cual es que debemos ser los mejores.
Cualquier cosa menos y moriremos. Lo sé. Todo esto, habiéndolo abrazado de buena
gana para ser fuerte, para que Nicholai se sienta orgulloso. Y, aun así, Alex siempre
ha sido mi lugar seguro. En sus brazos, escuchando su risa despreocupada, casi
puedo pretender que esta no es nuestra vida, que sólo somos dos personas normales,
un chico y una chica. Quiero eso. Quiero ser fuerte, pero desearía no tener que serlo.
Desearía que este mundo no estuviera tan estropeado como necesito serlo.

Todavía estoy despierta, lo que se siente horas después. Puedo oír el pesado
sueño sacando respiraciones de los otros tipos en la habitación y ronquidos horribles
viniendo de la litera de Adam. El colchón sobre mi cruje, y luego aparece la pierna
de Alex, colgando al lado de la cama. ¿Se va a meter en mi cama? ¿Quiero que lo
haga? Espera, ¿por qué no querría que lo hiciera? Él siempre lo hizo. El beso, por
eso. No tengo muchas opciones porque no pregunta. Simplemente salta hacia abajo,
sus pies golpeando el suelo tan ligeramente que no hacen ningún sonido. Él tira del
borde de la manta y me encuentro arrastrando los pies, haciendo espacio para su
cada vez más amplio cuerpo en la pequeña cama. Él se mete a mi lado y no dice
nada. Me pongo de lado y lo miro fijamente se queda mirándome y puedo ver sus
ojos parpadeando en la oscuridad. Después de un rato sonríe, su brillante sonrisa
destacándose contra la oscuridad.

—¿Por qué sonríes? —susurro.

—Porque eres hermosa.

Me ruborizo y meto la barbilla, centrándome en su pecho.

—No seas estúpido.

—No hay nada de estúpido en ello. —Una sensación ligera se arrastra a través
de mi pecho y mi estómago se aprieta. Me rodea con sus brazos y me acerca,
besándome la frente. Sus labios permanecen en mi piel durante varios momentos
antes de apoyar su barbilla en mi cabeza. Respiro el olor familiar de él, y suspiro por
un momento conteniendo el aliento. Me sostiene así y me acaricia el pelo hasta que
caigo en un profundo sueño.
“Una de las claves de la felicidad es un mal recuerdo”.

Rita Mae Brown

—Respira. Haz una pausa. Siente los latidos de tu corazón. Desacelera,


contrólalo. Ahora aprieta el gatillo. —Miro fijamente el visor, enfocando en el blanco
de metal con forma de persona. Aplico presión sobre el gatillo y el rifle explota.
Observo cómo da en el blanco justo en el centro de la cabeza. Miro a James que está
de pie junto a mí, mirando a través de sus binoculares al objetivo a doscientos metros
de distancia. Me mira, con una expresión ilegible.

—Bien. —Se mueve por la línea comprobando a Sasha a mi derecha.

—¿Bien? —Alex se ríe desde mi izquierda. Lo miro y encojo los hombros. Las
armas que puedo manejar. Me gusta el control, la precisión. No es sobre la fuerza o
el peso corporal. Hay algo acerca de la distancia que encuentro atractivo. No soy
aprensiva, aunque admito que tengo miedo de tener que matar a alguien con un
cuchillo o algo así. Parece tan brutal e innecesario. Las armas son limpias, metódicas
y distantes.

Disparo unos cuantos tiros más y entonces James me toca el hombro.

—Ve a trabajar en el saco de boxeo —dice y yo casi me quejo. Odio el saco. En


cambio, aunque me levanto y hago lo que él dice, sigo trabajando en golpear el saco
por el resto de la mañana.

GRUÑO CUANDO mi espalda golpea la alfombra y Sunny aterriza sobre mí.


Sus piernas se extienden por todo mi cuerpo y sus puños golpean contra mi
antebrazo mientras le impido que se conecte con mi cara.

Él se ríe maniáticamente y me enfada, pero me niego a romper mi guardia. Él


pronto vacilará. Es arrogante y asume que soy débil. Hace una pausa entre los golpes
y su hombro izquierdo cae un poco. Es agotador. Rompo y me pongo en marcha,
dando un golpe con mi gancho derecho a su mandíbula, pero lo golpeo en la
garganta al mismo tiempo. Se atraganta y sus ojos se abren mucho. Su peso se
desplaza hacia atrás ligeramente y le doy un puñetazo en sus partes. Escucho el
gemido colectivo de dolor de cada tipo en la sala junto con Sunny. Es como si le
hubieran disparado con una pistola eléctrica. Todo su cuerpo se pone rígido y se
lanza a un lado. Yo ruedo sobre mis pies y camino hacia él. Probablemente debería
estar por encima de su mezquindad, pero no lo hago. Lo odio. Balanceo mi pierna
hacia atrás y aterrizo con una buena en su riñón antes de que James me grite.

—Sólo me aseguro de que se quede en el suelo. —Sonrío

Alex agacha su cabeza, escondiendo su sonrisa mientras yo caigo de nuevo en la


fila. Sasha está vigilando a su lado, su expresión estoica y seria como siempre.

—Alex, Sasha, les toca. —James señala a los dos y quitan sus camisas, viniendo
a pararse frente uno al otro. Lo llamamos el anillo, pero en realidad es sólo una
designada sección de la sala de entrenamiento en la que luchamos. No hay ninguna
cuerda, y ciertamente no hay aterrizaje suave. Si caes, es en el frío y duro hormigón,
y déjame decirte que duele.

Sunny viene finalmente cojeando de vuelta en la línea justo cuando Alex y Sasha
se paran uno contra el otro. Sasha tiene una mejor técnica, pero Alex tiene esta
brutalidad en la forma en que lucha. Son bastante parejos y James siempre los
enfrenta. Ya veo por qué. Si Alex toma más de la técnica de Sasha, y Sasha toma algo
del fuego de Alex, ambos serían imbatibles.

Unas lluvias de golpes se dan uno al otro hasta que ambos están ensangrentados
y con moretones. Ninguno de los dos parece tener la ventaja. Los he visto antes
intercambiar golpes como este durante horas. Al final, James pide tiempo y nos
llama de nuevo a la fila.

Empieza a hablar, pero mi atención se centra en el pesado zumbido de la puerta


principal al abrirse. Miro hacia la puerta, viendo a una figura entrar en la habitación.
Tengo que luchar contra una sonrisa cuando veo a Nicholai de pie, mirándonos. No
lo veo a menudo. Pasa por aquí de vez en cuando para ver cómo estamos.

—Retírense —grita James.


Los otros se dirigen directamente a las duchas, lanzando unas cuantas miradas
a Nicholai. Susurran sobre él, le temen. Cuando llegué aquí por primera vez
hablaban de él, diciéndome que es el gran jefe de la mafia rusa. Sé muy poco de la
mafia, o la bratva como la llaman aquí. Dicen que Nicholai es un hombre poderoso,
y supongo que debe serlo para entrenar sus propios soldados. También dicen que es
un hombre malo, pero todo eso depende de cómo definas lo que es malo. Para mí,
es de las únicas personas que alguna vez se ha preocupado por mí. No me importan
sus actos, es en lo que siempre pensaré cuando lo vea.

Cuando miro a sus ojos sólo puedo ver su bondad, y sólo puedo sentir gratitud.
Todos los chicos le llaman señor y sólo hablan cuando él les dice que lo hagan. No
soy como los chicos. Corro hacia donde él está parado hablando con James. Se ve
como siempre inmaculado en su traje y corbata. Su pelo canoso está peinado hacia
atrás y está bien afeitado, las afiladas facciones de su cara se estrellan contra esos
grises tormentosos ojos de él.

—¡Nicholai! —Sonrío.

—¡Una! —grita James, regañándome. Me estremezco contra la mordaz voz, pero


Nicholai levanta una mano, silenciándole.

Me presta atención y sonríe.

—Palomita te he echado de menos —susurra.

—Yo también te he echado de menos. —Extiende el brazo y con su pulgar


acaricia mi mandíbula magullada.

—James me dice que lo estás haciendo bien.

Me encojo de hombros

—Para una mujer.

El ríe.

—Oh, mi preciosa palomita… algunos de los grandes hombres de la historia han


sido puestos de rodillas por una mujer. Los matarás con tu mirada, los cortejarás con
tu inocencia y acabarás con ellos con una bala. —Me guiña el ojo—. Perfección. —
Me ruborizo y dejo caer los ojos al suelo—. Vine porque tengo un trabajo para ti.
Frunzo el ceño.

—¿Un trabajo?

Asiente con la cabeza.

—Un detalle de protección.

—Señor, no está lista —interrumpe James.

Nicholai suspira antes de meter la mano bajo su chaqueta y desenfundar su


arma. James se tensa y yo contengo la respiración por un segundo, esperando que
algo suceda. Se queda mirando a James todo el tiempo mientras gira el arma y me
la entrega. Tentativamente envuelvo mis dedos alrededor de la empuñadura
permitiendo que mi dedo índice acaricie el gatillo.

—Dispara a los objetivos, Palomita. Apunta a los objetivos al otro lado de la


enorme sala de hormigón. —Son unos cincuenta metros de donde estamos junto a
la puerta, pero esto es donde sobresalgo. Entrenamos diez horas al día y el combate
mano a mano es donde mi falta de fuerza me decepciona, pero con un arma en la
mano soy la mejor. Levanto el arma, tirando del seguro puesto. Miro hacia abajo,
tomo un respiro y disparo bala tras bala en una rápida sucesión. Un perfecto agujero
de bala se sienta en el centro de cada objetivo cuando termino.

Le pongo el seguro y le devuelvo el arma a Nicholai. Él está mirándome con los


ojos entrecerrados, una extraña sonrisa en sus labios

Se gira y palmea el hombro de James.

—Eres demasiado modesto, James. Un año y es un prodigio. —Los músculos de


la mandíbula de James se mueven erráticamente... pero no dice nada—. Trae a Sasha
por mí, por favor. —James se retira y Nicholai me sonríe—. Muy impresionante —
Señala su barbilla hacia los objetivos.

—Me gustan las armas —le digo y se ríe.

—Eres una bendición para mí. —Me pone la mano encima de la cabeza y trago
un bulto en la garganta.

—Yo... —Me detengo cuando Sasha se acerca a nosotros.


Su espalda está recta, su postura tensa, de la misma manera que siempre lo está
cuando está alrededor de Nicholai. Sasha dice que mi familiaridad con Nicholai es
una falta de respeto. Nicholai no parece pensar eso.

—Señor. —Una vez más, Sasha mira fijamente al frente, sin siquiera mirar a
cualquiera de nosotros.

—Tengo un trabajo para ustedes dos. Ven. —Introduce un código en el teclado


de la puerta y se abre de golpe. No he pasado por esa puerta desde que llegué aquí
hace un año.

Todo desde los dormitorios hasta las duchas y la cafetería está contenida dentro
de esta ala de la instalación, sellada. Vivimos, dormimos y entrenamos juntos, sólo
nosotros cinco. Por supuesto que nunca hablo con Sunny o Adam, así que en
realidad sólo somos nosotros tres. Sasha es como mi hermano, y Alex... Alex es mi
mejor amigo. Encontré un sentido de pertenencia aquí, pero eso no significa que no
sea duro. Estamos hechos para luchar hasta que sangremos, nos golpean, maltratan
y apenas capaces de mantenernos en pie. Y más allá de lo físico está lo mental.
Estamos hechos para sentarnos y ver horas y horas de imágenes de gente siendo
asesinada. Una bala de calibre 50 explotar, una cabeza entera de un hombre y una
granada desgarrar completamente un cuerpo en partes. Nunca nos dicen por qué,
simplemente nos obligan a ver las escenas horribles. La cosa es que, sin embargo, no
las encuentro tan truculentas ya. La normalidad es lo que sea que hagas, y esta es mi
normalidad. Cada faceta de mi vida está estructurada hacia la muerte y la
destrucción. Nicholai nos lleva por un pasillo hasta que llega a una habitación con
una pesada puerta de acero. Esta habitación no tiene un teclado, pero si una pantalla
sensorial contra la que presiona su pulgar. Emite un pitido y la puerta se libera. Mi
mandíbula se cae cuando entro. Nunca había visto tantas armas, desde pistolas de
mano hasta rifles de francotirador.

—Sírvanse, tomen lo que necesiten. —Extiende el brazo, invitándonos a entrar


en la habitación. Bien. Tomo una funda, la abrocho alrededor de mi cintura y recojo
una 9mm y un calibre 40. Compruebo los cartuchos de ambas y agarro dos de
repuesto. Encuentro una daga y una funda de muslo, atándola a mí pierna. Salgo de
la habitación y Nicholai, sin decir nada, me da la mano y hay una chaqueta que
parece haber salido de la nada.

—Hace frío afuera.


Sasha toma la otra chaqueta y me mira a los ojos por un momento. Si esto es una
actividad de carga de armas, entonces no puedo ayudar, pero me pregunto por qué
no se lleva a uno de los otros tipos. Ellos son mucho más experimentados que yo.

—Vamos. Llegamos tarde.


“Ya no estamos en el país de las maravillas, Alicia”.

Charles Manson.

Me siento en el asiento trasero junto a Sasha, mirando el mundo exterior pasar


por mi ventana. Nicholai está en el frente y un hombre que nunca antes había visto
conduce el gran SUV, bajando por la entrada cubierta de nieve, lejos del recinto.

Un bosque borroso pasa por la ventana y recuerdo haber visto esa misma fila de
árboles cubiertos de nieve cuando Nicholai me trajo aquí. Ese recuerdo en mi
memoria se siente como si perteneciera a otra persona, a otra chica de otro tiempo.
Esa chica era vulnerable y estaba asustada. Todavía soy vulnerable, todavía estoy
asustada, pero de cosas diferentes. Siempre he querido preguntarle a Nicholai sobre
mi hermana, pero algo siempre me detiene. Llámalo instinto, pero no creo que le
guste. Me pregunto cómo está. Espero que esté bien.

—Este trabajo... es un detalle de protección. —Nicholai dice sin dar la vuelta—.


No espero problemas, pero estén atentos y si hacen un movimiento equivocado,
disparen a matar. —Se voltea de su asiento y señala con un dedo entre los ojos que
conducen al punto de origen. Golpea el seguro en la parte inferior de la Colt .45 y lo
empuja en una funda de pecho mientras se da la vuelta.

—Manténganse cerca de todo... en una formación marcada.

—Sí, señor —responde Sasha.

— Sí, señor —respondo más tranquila.

He practicado disparos a objetivos más veces de lo que pueda contar, pero esto
es diferente. Estas son personas. Le doy a Sasha una mirada nerviosa y simplemente
niega con la cabeza ligeramente, apretando su mandíbula. No hagas preguntas,
simplemente sigue las órdenes. Somos soldados, y eso es lo que hacen los soldados. Nos
detenemos en lo que parece ser una fábrica en desuso de algún tipo. El hombre que
conducía saca un gran bolso de mano del maletero y luego desaparece. Tomo un
arma de mi funda con la palma de la mano, sintiendo el peso del metal
cómodamente en mi mano. Los ojos de Sasha se deslizan sobre el patio oscuro y
Nicholai simplemente se queda ahí, desenvolviendo una paleta y poniéndola en su
boca.

—Por aquí. —Comienza a caminar hacia uno de los edificios y se detiene frente
a una puerta lateral, permitiendo a Sasha entrar primero. Mi corazón late muy
rápido mientras escudriño las sombras, esperando que alguien salte.

Una mano me roza el hombro y salto.

—Tranquila, palomita. Recuerda tu entrenamiento —ronronea Nicholai.

—Despejado —grita Sasha.

Entramos y subimos unos escalones de hierro que nos llevan a un pasillo que da
a la planta de la fábrica de abajo. Es un buen punto de vista de todas las salidas.
Nicholai abre la puerta de una pequeña oficina. Hay papeles tirados en todas partes,
y el lugar parece como si no hubiera sido usado en años. Pulsa un interruptor y una
luz de emergencia arroja un bajo brillo por toda la habitación. Se sienta detrás del
barato escritorio y le da una patada con el zapato, todavía chupando su paleta.

—Sasha, quédate fuera. Una, ven a pararte detrás de mí. —Hago lo que me dice
y me muevo detrás de él. No tenemos que esperar mucho.

—Tres de ellos vienen de la entrada —dice Sasha unos minutos después.

—Llegan tarde —refunfuña Nicholai, empujándolos sus pies.

Sasha se pone a un lado de la puerta, permitiéndoles entrar. Son grandes y


corpulentos, todos de pelo oscuro y ojos oscuros. con la piel bronceada. Llevan trajes,
dando la impresión de hombres de negocios, pero no lo son. La forma en que sus
ojos se mueven en la habitación, centrándose en mí y luego Nicholai me pone en
alerta. Puedo ver el contorno de sus armas atadas contra sus pechos.

—Nicholai. —Uno de ellos dice con acento. Él me mira y sonríe—. Traes a los
niños para que peleen tus batallas ¿Ahora?
No puedo ver la cara de Nicholai, pero veo la forma en que los músculos de su
espalda se tensan, aunque aparentemente ignora el comentario. La conversación
cambia al italiano, y aunque estoy aprendiendo el lenguaje, no tengo ni de cerca la
fluidez necesaria para entenderlo todo. Creo que Nicholai dice algo sobre el dinero.
El tipo que habla frunce el ceño y lo que sea que esté diciendo, no está feliz. Los otros
dos permanecen tensos y en alerta. Llamo la atención de Sasha brevemente antes de
mirar al tipo a la izquierda. Me mira fijamente y una sonrisa retorcida tira de sus
labios mientras arrastra sus ojos sobre mi cuerpo.

Hace poner mi piel de gallina, pero yo me quedo quieta. De repente Nicholai


golpea la palma de su mano sobre la mesa, y parece que todo el mundo tiene un
arma en su mano en un instante. Parece que Nicholai tiene bastante efecto. Subo el
calibre 40, apuntando directamente a la cara del pervertido número uno. Su arma
apunta a Nicholai.

—Cuidado, cariño. No querrás hacerte daño.

Lo dice en un pésimo inglés. Mi inglés es mucho mejor que mi italiano. Nicholai


extiende sus manos, tratando de calmar la situación. No puedo quitarle el ojo de
encima al tipo que está delante de mí, pero algo sucede al otro lado de la habitación.
Escucho un grito de dolor, el crujido de los huesos va hacia el sur. Veo el dedo de
los chicos tirar del gatillo que apunta a Nicholai y yo reacciono. Disparo. La bala le
da entre los ojos y la cabeza se mueve hacia atrás antes de que su cuerpo lo siga. Mi
boca se abre y cae arrastro aire dentro de mí cuerpo a mis pesados pulmones. Lo
maté. La adrenalina inunda mis venas y mi mano tiembla alrededor del arma. Yo lo
maté. Al enfundar el arma, presiono mis pies al piso. El tipo que estaba hablando
está encorvado sobre el escritorio, una cuchilla le atravesó la mano, sujetándolo allí.
El otro tipo está de rodillas frente a Sasha, y Sasha tiene un arma que le clavó en la
parte posterior de su cráneo.

—¡Me debes el maldito dinero! —gruñe Nicholai, en ruso esta vez, poniéndose
en la cara del hombre—. Y aun así me insultas y añades a la herida tratar de
matarme. —Todavía está chupando su paleta. Inclinándose sobre el escritorio,
presiona la empuñadura del cuchillo. El hombre aprieta los dientes y gime de dolor.

—Gran error, amigo mío. —Él sacude la cabeza y luego asiente con la cabeza a
Sasha. El disparo parece ensordecedor, y veo como el hombre que estaba de rodillas
se cae hacia adelante, un agujero se hizo en la parte de atrás de su cráneo—. No me
gustan los traidores —dice Nicholai con calma antes de arrancar la hoja de la mano
del hombre y le corta la garganta. Un spray caliente le golpea en la cara y el pecho y
el hombre cae hacia adelante, ahogándose y jadeando en el escritorio mientras la
sangre sale de su cuello. Se extiende sobre la madera debajo de él hasta que corre
por el lado, golpeando la alfombra en un flujo constante. Esto es para lo que estamos
entrenando. Muerte y destrucción.

Nicholai entra en la base, y el coche se queda parado fuera del edificio. Sasha
sale y yo abro la puerta.

—¿Palomita? —Me detengo y se gira en su asiento, sonriendo hacia mí—. Estoy


muy orgulloso de ti. Estás lista para la próxima etapa de tu entrenamiento. —Frunzo
el ceño, pero de nuevo, no digo nada—. Serás magnífica. Tu nombre será temido, el
susurro de la muerte en el viento. —Suspira, una mirada de asombro cruza su rostro.
Algo incómodo me rodea el pecho, pero me lo trago—. Será difícil, pero debes
soportar. Debes sobrevivir. Sé fuerte, Palomita. Toma el regalo que estoy
ofreciéndote.

—Lo haré —digo en voz baja antes de salir del coche.

Una escolta nos lleva de vuelta al ala de entrenamiento. Mi mente está


parpadeando como un rollo de película defectuoso, sólo que es la misma imagen,
una y otra vez. Mi bala. La cara de ese hombre. Ninguna cantidad de videos puede
prepararte para eso. El dormitorio está vacío cuando volvemos. Sasha deja caer sin
palabras su equipo y se dirige a las duchas. Sólo... necesito un minuto. Hay un
espacio de un metro de ancho entre mi cama y la pared. Me calzo en la esquina, y
subo las rodillas al pecho. Me quedo mirando el dorso de mis manos, descansando
contra mis muslos. Están literalmente cubiertos de sangre, pequeñas gotas que
salpican mi piel en una fina niebla. Pensé que estaba lista, pero la muerte, la realidad
está lejos del ideal. Imaginé que simplemente jalaría el gatillo y no sería diferente a
disparar a uno de esos objetivos metálicos con forma humana. No sé qué esperaba
sentir. Supongo que nunca pensé en ello. En el calor del momento, cuando me
enfrenté a la posibilidad de que pudieran matar a Nicholai simplemente reaccioné.
No había ningún pensamiento o razón para ello. Es el segundo exacto después de
que hayas apretado el gatillo que tu mente empieza a sobre analizar. Nada podría
prepararme para la sangre, por la luz que sale de sus ojos, el golpe ensordecedor del
arma que señala el fin de su existencia. Había algo brutalmente humillante sobre
ello, el recordatorio de cómo de frágil es la vida humana realmente. Fue horrible,
pero más preocupante, había una extraña emoción al quitarle la vida. Yo nunca me
había sentido más poderosa. Nunca me he sentido más fuerte. ¿Qué es lo que Anna
pensaría de mí ahora? ¿Me vería tan fuerte, o ella me vería como un monstruo? En
el espacio de dieciocho meses he cambiado. La vida que tenía no era un paseo por el
parque. El hambre y el abuso eran factores diarios que me parecían tan horribles en
ese momento. Era la noción infantil de una niña cuya vida era una batalla de lo
bueno y lo malo. Esta vida es una batalla de mal y peor. No hay lugar para el bien,
sólo para la supervivencia. Sólo la fuerza. Sólo lo que debe hacerse. En mi mundo,
la humanidad misma es una debilidad, y ahora mismo me siento como si apenas
estuviera sosteniendo la mía. Es como si hubiera corrido y saltado de un acantilado,
dispuesta a convertirme en este asesino, sólo que cambié de opinión a medias y
ahora me aferro a una pequeña cornisa, me aferro a la forma más baja de lo que nos
hace fundamentalmente humanos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que la humanidad haya
hecho por mí? ¿Por qué me siento tan culpable?

—Una. —Miro arriba ante el sonido de la voz de Alex. Él está de pie al otro lado
de la litera, con los brazos apoyados contra el marco mientras se centra en mí. Ni
siquiera puedo mirarlo. Alex, a pesar de la brutalidad que ha visto todavía se las
arregla para ser bueno. Sonríe cuando no debería ser capaz de hacerlo, se ríe cuando
alguien, lloraría. Tal vez él también esté roto. Tal vez él también no se preocupa por
las cosas que deberían afectarnos. O tal vez sólo se las arregla para mantener su
humanidad mientras está aquí. Tal vez sólo es más fuerte que el resto de nosotros.
Se mueve alrededor de la cama y se detiene delante de mí. Veo como el cae sobre
sus rodillas y esos ojos marrones profundos se mueven sobre mi cara.

—Pareces salida de una película de terror, Titch. —Lentamente llevo mis ojos a
los suyos, esperando algún tipo de asco o juicio. Nunca llega.

—Maté a un tipo.

Suspira y apoya su espalda contra la pared, estirando las piernas debajo de la


cama. Pone su mano en mi rodilla y su pulgar golpea círculos rítmicos contra el
material de mis pantalones.

—Ese es el punto de ser un asesino. —Asiento con la cabeza. Tiene razón. Por
supuesto, esto es ridículo.

—Tienes permitido que te importe, sin embargo, no te hace débil.


Lo miro y me preocupa que me vea como soy, en lo que me estoy convirtiendo.
Alex es demasiado bueno para este lugar. Él todavía me ve como la inocente y rota
chica que entró aquí, pero se ha ido hace mucho tiempo y ¿me pregunto si él lo sabe?
Cuando abre sus brazos, voy hacia él, envolviéndolo. Me regodeo en su calidez e
inhaló su familiar y reconfortante aroma. La sangre y la muerte lentamente se
desvanecen hasta que no puedo sentirlas más. Presiona sus labios contra mi frente,
persistiendo contra mi piel durante largos segundos, a pesar estar cubierta de
sangre. Por unos momentos me entierro en él y le permito que me lleve a algún otro
lugar, uno que no sean las frías y grises paredes del dormitorio. Finjo que somos ese
chico y esa chica, los que podríamos haber sido. Normales. No monstruos y asesinos.
Seis meses después
15 años

“Deja que te defina, que te destruya o que te fortalezca”.

Desconocido.

La mano presiona la parte posterior de mi cuello, sujetándome por debajo del


agua. Intento contener la respiración, pero mi pulso está latiendo erráticamente, y
cuanto más duro late mi corazón más desesperados mis pulmones quieren respirar
aire.

Me levantan y arrastro un aliento ardiente a mis pulmones. La tortura es ahora


una parte tan importante de mi rutina diaria, como pelear y matar. Mi recuento de
cuerpos está ahora en doce. Doce muertes en sólo seis meses. Paso entre el trabajo
para Nicholai y estar aquí, entrenando, torturada. Cada día es una prueba de
resistencia, una batalla de la mente sobre el instinto básico. Siempre gano. Pero el
agua... el agua es su propia marca de miedo. He sido electrocutada, cortada,
quemada, golpeada, pero ninguno de ellos te acerca a la muerte como el agua. James
está de pie frente a mí, al otro lado del tanque de agua. Sus brazos están detrás de
su espalda como siempre, de negro es el material de su chaqueta estilo militar que
le aprieta el pecho. Me hace una mueca y la cicatriz que atraviesa diagonalmente su
cara se hunde en su piel haciendo que su expresión se tuerza y se vea deformado.

—Es aquí, en el límite de la muerte, cuando crees que no hay más remedio que
rendirse, que los fuertes se separen de los débiles. —Él asiente con la cabeza y yo
soy empujada de nuevo al agua. Otra vez siento el pánico y me tambaleo y otra vez
me aleccionan.
—Abraza a la muerte, sólo entonces puedes conquistarla. Él gruñe, y yo me veo
obligada a ir hacia abajo otra vez.

Esta vez, cuando llego al punto de no tener oxígeno, ellos no me dejan subir. Mis
pulmones queman y una especie de rabiosa desesperación pone garras en mi mente.
Es aquí, en el precipicio de la muerte donde es imposible pensar racionalmente. Es
aquí donde la mente puede ganar una batalla al cuerpo y el instinto desenfrenado
de supervivencia patea. Aguanto y aguanto, hasta que finalmente no puedo más.

Mi cuerpo se apaga y mi mente se cierra en sí misma, rechazando abrir la boca,


aunque lo necesite. La presión crece y crece hasta que siento que estoy a punto de
explotar. Quiero abrir la boca e inhalar, sólo que el aire nunca llega. Agua se mete
en mis pulmones y me da pánico, pero va acompañado de un extraño tipo de alivio.
Siempre he tenido miedo de morir, pero como mi cuerpo trata desesperadamente de
trabajar a través de su angustia, mi mente está tranquila. No hay nada que pueda
hacer, y una extraña clase de paz viene con ese conocimiento. Todo se vuelve negro.

Me despierto y me asfixio, sentada y tosiendo agua. Mis pulmones se sienten


crudos y tensos. Estoy tirada en el suelo junto a la orilla del agua. James se cierne
sobre mí y sobre el tipo que me sostuvo bajo el agua, él está, agazapado a mi lado.

—Felicidades, acabas de mirar a la muerte a la cara y ganaste. —Dice James.


Aunque no siento que haya ganado.

—Abraza la muerte, Una. Conviértete en ella. Sólo así no le temerás. — Él


camina y el otro tipo se levanta y lo sigue. Me siento allí, mis pulmones queman
mientras sigo tosiendo agua. Cuando finalmente se levanta y sale de la habitación,
encuentro a Nicholai esperando en el pasillo. Está apoyado en la pared, chupando
una paleta como siempre. Se mete la mano en el bolsillo y me ofrece una, pero yo
sacudo mi cabeza. Otra tos raída me sube por la garganta que se apodera de todo mi
cuerpo. Mis pulmones están tratando de purgar el agua y sé por experiencia que les
llevará días hacerlo.

—Lo estás haciendo bien, palomita. Me gustan los elogios de Nicholai. Me hacen
sentir que todo esto vale la pena, como si hubiera alguien en la ruta para mí.
Empezamos a caminar por el corredor y él envuelve un brazo alrededor de mi
hombro, tirando de mí hacia su lado.

—¿Sabes por qué te hago esto? Me hace un gesto. —Las descargas, el


ahogamiento, el dolor... — Sacudo la cabeza y no estoy segura de querer saberlo.
—No es porque me guste tu sufrimiento. Todo lo contrario. — Su expresión
parece genuinamente dolorida por un segundo antes de continuar.

—Te diré una historia. Había un hombre que una vez entrenó a un perro. Cada
vez que él alimentaba al perro y hacía sonar una campana. Pronto, cada vez que
llamaba la campana, el perro babeaba, tanto si recibía la comida como si no.—

La respuesta fue condicionada. Le miro, frunciendo el ceño...

—Los humanos son muy parecidos. Somos naturalmente condicionados por


nuestras propias mentes. Cuando se te empuja al agua, tu mente entra en pánico,
está condicionada por su propia necesidad de sobrevivir. Quiero que seas capaz de
anular tu propia mente, palomita. Hacer esto es tener un poder absoluto. Él sonríe
brillantemente. —Qué fuerte serás para conquistar la muerte y el miedo. Y más aún,
con cierto entrenamiento, puedes hacer cualquier cosa instintiva. Comportamiento
condicionado.

—La mente es algo increíble.

¿Es posible? No tener miedo, ni siquiera a la muerte en sí mismo... sería como


un robot.
6 meses después...

“La mejor protección que una mujer puede tener es el coraje”.

Elizabeth Cady Stanton

Me paro con las manos a los lados. Igor, uno de los nuevos matones se queda
detrás de mí. Puedo sentirlo, cada vez que respira, cada uno de sus movimientos.
Nicholai me dijo una vez que alguien podría estar condicionado, pero no podía
entender el alcance total de eso hasta que empecé a experimentar esta marca en
particular. Privada de todo toque humano, excepto el dolor. Condicionada durante
varios meses para sólo sentir dolor al tacto de otro. El reflejo de matar, Nicholai lo
llama así. Alex es mi única excepción, pero sus caricias inocentes no son suficientes
para superar las horas y horas de tortura diaria. Mi mente ya no es mía. Es como si
me hubieran programado. Igor cambia su peso y yo lo sigo quieta, vigorizante. Sé lo
que viene y quiero reaccionar, cada músculo exige que lo haga, pero eso no es parte
del ejercicio. Me toca el brazo y una descarga eléctrica me atraviesa el cuerpo. En el
momento en que su mano me deja los instintos arraigados, se activan y lo tengo en
su espalda, mis dedos envueltos alrededor de su manzana de Adán, en un instante.
Matar, matar, matar. Las uñas de mis dedos se clavan en su piel, sacando sangre
mientras corto su carne. Quiero arrancar su garganta. Se ahoga e intenta golpearme,
pero yo le agarro la cabeza con ambas manos y la golpeo contra el hormigón. Matar,
matar, matar... golpea en mi cerebro como un tambor. No puedo parar, siento su
cráneo agrietarse contra el hormigón y los charcos de sangre alrededor de su cabeza,
arrastrándose por el sombrío suelo gris, manchándolo. Eventualmente sus manos
me toman de los brazos y otra vez, su toque. Matar, matar, matar. Gruño y lucho hasta
que finalmente me liberan. Me pongo en cuclillas y me enfrento a Sasha y James,
jadeando fuertemente. James mantiene su fría expresión, mientras Sasha me muestra
una mirada lastimera, él sabe cómo es porque también está pasando por eso, excepto
que Sasha no puede ni siquiera esperar mostrar emociones.
—Palomita. —Miro a la izquierda donde estaba Nicholai observando. Ha estado
aquí mucho más últimamente. Observa las sesiones de entrenamiento y siempre me
habla después.

La mirada de orgullo en sus ojos siempre me ayuda a salir adelante. Hace que
esto valga la pena. Soy fuerte y él lo ve.

—Me haces sentir tan orgulloso. —Sonríe y da un paso hacia mí. Le permito que
se acerque a menos de dos pies y luego doy un paso atrás.

—No lo hagas —le pido. No quiero hacerle daño. No confío en mí misma para
no hacerlo. Me ofrece una sonrisa triste y levanta las manos deteniéndose.

—Esto es sólo parte del proceso, para hacerte la mejor —me asegura. La mejor...
parece una afirmación sin importancia ahora, pero lo entiendo. Este es mi propósito.

—Los sacrificios deben hacerse, Palomita.

Miro al otro lado de la habitación, fijando la mirada en Alex. Su expresión es


seria. Ha pasado mucho tiempo desde que vi la ligereza y sonrisa en sus ojos. El
entrenamiento lo ha quebrantado, pero aun así me ofrece una pequeña sonrisa.
Nicholai me despide y siento todos los ojos en mi espalda mientras me alejo.

Me he convertido en un monstruo de circo, más animal que humano. Cruel.


Salvaje. Eso es lo que pasa cuando te despojan de tu moral fundamental y te
programan para convertirte en un monstruo.

Voy a la puerta y me siento en el suelo, apoyando la espalda contra mi cama.


Sólo somos nosotros cuatro viviendo aquí ahora. Sunny se rompió en la primera
ronda de acondicionamiento de tacto y se lo llevaron lejos. No sé a dónde. Sasha
entra en la habitación y me da un breve vistazo, agarrando una toalla y dirigiéndose
a las duchas. Solíamos ser tan cercanos, pero por supuesto eso no podía durar. La
amistad es una forma de dependencia, y la dependencia es una debilidad. Ahora
somos simplemente dos personas que entienden lo que el otro está pasando, pero
estamos demasiado consumidos en nuestro propio tormento para ayudarse
mutuamente. Se cruza con Alex al salir. Alex viene y se sienta a mi lado. Me rodea
con su brazo. Lo han hecho de tal manera que no puedo soportar el toque humano,
pero es diferente con él. Es Alex, mi Alex. Su toque nunca podría evocar el miedo y
nunca podría hacerle daño. Me inclino hacia su hombro y siento su cálido aliento
soplando a través de las hebras de mi pelo.

—Cada vez es más difícil de ver —murmura. Odio ver a Alex pasar por eso
también, pero por supuesto que reacciona de la manera que siempre lo hace en una
pelea y sale balanceándose.

Inclino mi cara hacia arriba para poder verlo.

—Es necesario. —Sé que no está de acuerdo conmigo y no entiende mi lealtad a


Nicholai. Alex era el hijo de un soldado de la Bratva, su destino estaba trazado desde
la juventud. Ha estado aquí desde que tenía diez años.

No sabe hacer nada más. No sabe lo que es sentirse débil e indefenso. Nunca
entenderá mi gratitud hacia Nicholai. Esto es difícil, por supuesto que lo es. Si fuera
fácil, todos serían el mejor y no todos pudieran estar en la Élite.

—Desearía que no lo fuera. —Sus ojos se acercan a mis labios y él levanta su


mano, acariciando con sus dedos un lado de mi cara.

Esta es todavía la especificación de la calidez en mi frío y calculador mundo. El


único momento en que mi mente está en silencio, en paz. Alex es mi puerto seguro.
Envuelve sus manos alrededor de mi cintura y me empuja hasta que estoy a
horcajadas sobre él, sentada en su regazo. Él tira sus rodillas arriba, acunándome
entre su fuerte cuerpo y sus muslos. Sus manos me acarician la cara y yo le toco la
frente contra la mía hasta que respiremos el aire mutuamente.

—Te amo, Titch —susurra y yo aprieto mis ojos, luchando contra la ola de
emoción.

Lo amo, pero decirlo en voz alta, se siente demasiado real. Las dos mitades de
mí luchan, un lado diciéndome que esto es débil mientras que el otro se aferra a Alex
con cada fibra de su ser.

Una lágrima perdida cae sobre mi mejilla y presiona sus labios sobre mi piel,
atrapándola.

—No llores.

No quiero hablar o pensar en cosas, así que lo beso. Sus labios rozan sobre los
míos y cierro los ojos, encontrando consuelo en la dulce caricia de su boca contra la
mía. Todo se detiene por un momento. Él es la calma en un mundo de caos. Un
aliento de aire limpio en una atmósfera tóxica. Sin él no podría sobrevivir aquí. El
fuerte sobrevive, pero él es mi fuerza.

—El primero en sacar sangre gana —dice James, haciendo un gesto a Alex y a
mí hacia adelante. Salgo de la línea y me meto en el espacio abierto, conocido como
el anillo. Alex está de pie frente a mí, con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Cuando doy un paso a la izquierda él lo imita, siempre manteniendo una distancia
entre nosotros. Pongo la hoja en la palma de mi mano, envolviendo mis dedos
firmemente alrededor de la empuñadura. Espero que se mueva y lo hace. He visto a
Alex pelear y he luchado con él yo misma lo suficiente para saber que es hábil pero
impulsivo. Cuando te superan por unas cincuenta libras, la paciencia es la clave.
Brown no me llevará a ninguna parte aquí. Él me apura, y yo me agacho,
balanceando mi daga hacia su muslo. Nunca hago contacto. Bloquea el golpe, yendo
hacia mi brazo. Ruedo y me acerco por detrás, le clavo mi codo en la parte baja de
su espalda. Gruñe y luego se ríe a carcajadas. Bastardo arrogante. Le golpeo las
piernas y él se hunde con fuerza. Estoy a horcajadas en su cuerpo con una cuchilla
en la garganta antes de que pueda parpadear. Él sonríe, mordiéndose el labio
inferior. Sangre. Quieren sangre. Hago un ligero corte con la cuchilla sobre la base
de su cuello, apenas rasgándose la piel. Una fina línea de sangre, y lo empujo
rápidamente.

—Bien —me dice James antes de dirigirse a Alex.

—Arrogante, descuidado, indisciplinado. Decepcionante. —Alex se pone de pie


y no dice nada mientras vuelve a caer en la fila.

Y me siento mal, pero la verdad es que Alex siempre se reprime cuando pelea
conmigo. Deja su guardia abierta, sus ataques son descuidados. Él me da a mí la
victoria. Y cuando lo tomo, hago un esfuerzo concertado para hacerle el menor daño
posible. No sé por qué es así. Me preocupo por Sasha tanto como lo hago por Alex,
pero cuando peleamos Sasha y yo, es como un baño de sangre. Es despiadado y soy
brutal. Estoy mallugada durante semanas después.

Nicholai viene a pararse a mi lado mientras vemos a Sasha peleando con Adan.
Lo ha hecho durante los últimos dos días.

—Te contuviste con el chico —dice que sin quitar sus ojos fuera de Sasha.
—¿Por qué causar más daño del necesario? —pregunto, volteando mi cabeza
hacia él.

—Es uno de tus activos. No quiero romper tus activos. —Sonrío y él se ríe a
carcajadas.

—Rómpele todo lo que quieras, Palomita. Es desechable. Todos lo son, excepto


tú... y Sasha. —Las palabras me enferman el estómago, pero me aseguro de que no
se vea en mi cara. Él me toca el hombro y me estremezco, las voces rugiendo a la
vida en mi cabeza. Matar, matar, matar. Es como una cortina que desciende, cegando
a cualquier cosa y a todo lo demás—. Contrólalo, respira. Es...una ventaja tener tales
reflejos sobre un enemigo, pero tú debes ser sigilosa. Eres una asesina, pero debes
ser como la Flor de Adelfa, hermosa, delicada a la vista, pero mortal. Te daré las
armas, Palomita, pero debes controlarlas, esconderlas. Libéralas sólo cuando sea
necesario. Suelto y libero el aliento que había estado reteniendo—. Parece que el
entrenamiento está funcionando demasiado bien. Es curioso, sin embargo...no te
pones tensa cuando este chico te toca. —Señala con la cabeza hacia Alex y estoy
instantáneamente alerta. No puede saber sobre Alex y yo. No le gustaría.

—¿Cómo es eso? Si me toca es para golpearme, y yo devuelvo el golpe. —Una


sonrisa se dibuja en la comisura de los labios y no dice nada más, en cambio, toma
una paleta de su bolsillo y la desenvuelve antes de ponérsela en la boca.

Él lo sabe.
“Tal vez los desapegados, los no deseados, los no amados podrían crecer para
amar tan exuberantemente como cualquier otro“.

Vanessa Diffenbaugh.

Me despierto y estoy confundida por unos segundos, pero luego, mis ojos se
ajustan y veo al hombre de pie junto a mi cama, apuntándome con un arma.
Reacciono sin pensar, años de entrenamiento que se activan a la perfección. Agarro
su muñeca y la desvío antes de torcer mi cuerpo y darle una patada en el estómago.
Él tose y se dobla. Estoy de pie sobre él sosteniendo su propia pistola en la cabeza
cuando algo me golpea en el pecho. Mi cuerpo se convulsiona y luego se adormece
completamente. Dos hombres me llevan de la habitación. Intento llamar a Alex, pero
parece que no puedo encontrar mi voz. Nada parece funcionar, como si mi cerebro
hubiera sido cortado del resto de mi cuerpo.

Me arrastran por un largo pasillo y por unas escaleras antes de dejarme en un


suelo frío. Gimoteo y froto sobre un punto en mi pecho donde dos manchas de
sangre están floreciendo, haciendo mi camiseta pegajosa. Puntas de pistola eléctrica.
Hay gritos, una puerta siendo cerrada de golpe y luego el suave golpe de los dedos
en mi mandíbula.

—Palomita, despierta —gimoteo y me las arreglo para subir a ponerme en pie.


Me congelo cuando veo la figura encadenada a una pared de la habitación vacía.
Alex. Su torso está desnudo, cubierto de cortadas que sangran por su estómago. El
sudor se mezcla con la sangre, cubriendo los músculos cincelados de su cuerpo en
un brillo carmesí. Su oscuro pelo está húmedo con el sudor y unos cuantos mechones
sueltos caen sobre su cara.

—Alex —susurro su nombre y levanta la cabeza ligeramente. Las lágrimas me


pinchan en el fondo de los ojos y me muerdo el interior de mi mejilla para
detenerlas—. ¿Qué es esto? —susurro, incapaz de obligarme a mirar a Nicholai,
porque la verdad es que sé lo que es esto. Esto es porque escondí mis sentimientos
por Alex de él.

Nicholai da vueltas detrás de mí antes de ponerse de pie, justo al lado de Alex.


Agarra la mandíbula de Alex y le retuerce la cara por el costado, obligándome a
mirar los moretones, el desorden sangriento.

—Este chico, le tienes afecto, ¿no?

—Yo... —Me obligo a mirar a Nicholai—. Por favor. —Mi voz se rompe
ligeramente—. Es mi amigo. —Un rastro de lágrimas ruedan por mi mejilla y las
dejo caer.

Nicholai se precipita hacia mí.

—Shhh, shhh, palomita. —Él limpia mis lágrimas y mejilla—. Te ayudaré. —¿Va
a ayudar a Alex? —. Verás, este... amor, es como una debilidad paralizante.

—No. —Niego con la cabeza. Él saca su arma de la funda y toma mi mano,


obligando a mis dedos entumecidos a envolverlos alrededor de la empuñadura.

—Hago esto por ti, Palomita. —Él se pone a mi lado y yo miro fijamente el arma.

Mi mano tiembla, mi corazón golpeando mi pecho tan fuerte que mi pulso late
contra mis tímpanos, una sinfonía de miedo y angustia. Sé lo que se avecina. Por
supuesto que lo sé. Qué estúpida fui al pensar que llegaría a tener algo bueno.

—Por favor —ruego mirando a los ojos de Nicholai.

Su expresión se suaviza y se acerca, apartando un mechón de pelo lejos de mi


cara.

—Sé lo que estas destinada a ser, palomita. —Su pulgar se desliza sobre mi
mandíbula y yo cierro los ojos mientras más lágrimas caen por mi mejilla—. Pon una
bala en su cabeza, o pon una bala en la tuya —dice, con su voz repentinamente
dura—. No puedes vivir con una debilidad. Arréglalo de una manera u otra. —Sus
labios rozan un lado de mi cara.

Levanto mi mirada, por encima de su brazo a la pared lejana.


—Por favor, no me hagas hacer esto —ruego. Las lágrimas nublan mi visión y
no me importa que me vea débil.

Nicholai me mira con asco.

—Mira lo que te hace. Toma una decisión.

Las paredes de hormigón de la habitación parecen presionarme hasta que apenas


puedo respirar. La mano de Nicholai se desliza lejos de mi cara y da un paso atrás.
Mi dedo tembloroso descansa sobre el gatillo de la pistola y trago fuerte. Levanto
mis ojos hacia Alex, encadenado a la pared del fondo. Miro fijamente sus hermosos
ojos, tan llenos de dolor, tan llenos de anhelo. Sé más allá de toda duda que amo a
Alex. Es mi santuario, mi puerto seguro. Alex es el bueno en un mundo de maldad,
la hermosa luz en la fea oscuridad. Matarlo a él es matar cualquier resto de bien que
quede en mí.

Encuentro su mirada y aprieto el mango del arma. Sus ojos están resignados,
rogándome, pero no por el indulto. Está rogando que le dispare.

—Hazlo, Titch. Dispárame. —Oh, Dios. Mi corazón se hace añicos.

—Te amo. — Me ahogo. Las lágrimas recorren mis mejillas y un dolor agudo me
atraviesa el pecho.

—¡Dispárale, Una! —ruge Nicholai.

Con un grito desgarrador levanto el arma apuntando entre sus ojos.

—Perdóname —susurro un sollozo y aprieto el gatillo. Sus ojos nunca dejan los
míos mientras la bala le atraviesa el cráneo dejando un agujero en su frente. Su
cuerpo se desploma hacia adelante, sus brazos cuelgan contra las cadenas. El flujo
constante de la sangre golpeando el concreto es el único sonido que escucho.

Durante un largo momento me quedo ahí, mirando el cuerpo de Alex. Por dentro
estoy gritando, llorando, sollozando. Mi corazón se está fracturando en pequeños
trozos, destrozándose y desmenuzándose en polvo. Estoy rota, colapsando en mí
misma y el dolor es tan intenso que no estoy segura de que pueda sobrevivir. No
creo que quiera hacerlo. Mis pulmones se aprietan y mi corazón se agita en mi pecho.
Escucho el ruido del arma en el suelo, cayendo de mis dedos entumecidos.
Lloro por el chico que amé, por la chica que solía ser, una chica que nunca habría
hecho esto. Acabo de matar a la mejor persona que conocía, la única persona que
realmente se preocupaba por mí además de Nicholai, y fue Nicholai quien puso el
arma en mi mano, el que me obligó a hacer esto. Alex se preocupaba lo suficiente
como para rogarme que le disparara a él en lugar de a mí. Y soy lo suficientemente
monstruosa, que lo hice.

—Palomita. Una. —Levanto mi mirada hacia Nicholai, y mientras miro en él,


algo dentro de mí se rompe. El dolor, el ruido, todo se para. Me detengo. Dejo de
sentir. Es como si un interruptor se moviera en mi mente. Todo lo que me hizo ser
quien era, parpadea como bombilla rota. El entumecimiento que se produce es
pacífico, fácil. Abrazo el frío, desprendiendo todo con los brazos abiertos,
deleitándome en la oscuridad. Después de todo, ¿no viven los monstruos en la
oscuridad?
NICHOLAI

“El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”.

Ernest Hemingway.

Sonrío. Ahí está, mi palomita perfecta. Tan fuerte, ella siempre lo ha sido, mató
al chico, se deshizo de la debilidad, como sabía que lo haría. Lo veo, el exacto
momento en que la luz deja sus ojos. Todas las emociones que nos hacen a los
humanos tan débiles, se extingue en un abrir y cerrar de ojos.

Esos amplios ojos violetas suyos me miran. Acaricio una hebra de su pelo blanco
y rubio detrás de su oreja.

—Tan perfecta. Me haces sentir tan orgulloso. —Ella parpadea lentamente—.


Eres como la hija que nunca tuve.

Verla pelear es como poesía, verla matar es un arte, una bailarina haciendo girar
su arte en el gran escenario. Será exquisita. La muerte perfecta para cualquier
hombre que podría encontrarse en el extremo equivocado de su arma.

—A partir de ahora serás Una Ivanov, mi hija de nombre. —Me inclino y


presiono mis labios contra su frente. Ella se tensa, pero no hace ningún otro
movimiento—. Y tu nombre será susurrado con miedo, palomita.

SÍ. Inocente, hermosa y mortal. Ella será lo que los hombres codicien y teman
por igual. Mi flor de Adelfa. Un beso de la muerte.

Continuara…
KISS OF DEAD LIBRO 1
UNA

Golpeo mi moto contra el bordillo y dejo que ruede por el pequeño terraplén
hasta la arboleda. De una patada bajo el caballete, me quito el casco y el pelo me cae
suelto por la espalda. El aroma del bosque me envuelve, los pinos, la tierra, el musgo.
Después de los confines de la ciudad, es un respiro que me revitaliza. La ciudad es
demasiado ruidosa, los coches, la gente, abruma y adormece mis sentidos. Aquí
afuera, puedo oírlo todo y nada, porque reina el silencio, perturbado sólo por el
ocasional gorjeo de un pájaro.

Me subo la capucha y empiezo a trotar por la carretera, aferrándome a las


sombras mientras me acerco a la casa. Para el desprevenido, esto no es más que la
mansión de los Hamptons de un tipo con un montón de dinero, yo sé que no es así.
Esta es la fortaleza de Arnaldo Boticelli, el subjefe de la mafia italiana. No muchos
forasteros verán jamás el interior de esos muros, y yo siempre soy una forastera. Por
eso me contratan.

Espero a que los guardias se cambien y, aprovechando su pequeño momento de


distracción, me dirijo a la columna de piedra de dos metros de altura que hay a la
izquierda de la enorme puerta metálica, justo a la sombra del cuerpo de guardia. Me
agarro a la cornisa, me elevo, me lanzo hacia arriba y aterrizo al otro lado con un
giro silencioso. Al detenerme, mis sentidos captan el menor sonido y movimiento.
Sólo oigo el jadeo de un perro y las pisadas torpes de unas botas pesadas. Treinta
segundos es todo lo que tengo para llegar a la casa. Corro por el oscuro césped, pero
cuanto más me acerco, más arriesgado resulta. La mansión es como un palacio
moderno, hecho de paredes de cristal que permiten que la luz se derrame por todo
alrededor. Hay al menos tres francotiradores en el tejado, cuatro patrullas de
guardia rodeando el perímetro y seis rodeando directamente la casa.

Al examinar la casa, veo que una de las habitaciones de invitados del piso
superior tiene una ventana entreabierta. El enorme cristal está inclinado desde un
pivote central, y la habitación que hay detrás está a oscuras, una de las pocas que no
está iluminada como un árbol de Navidad. El guardia bajo la ventana parece
distraído, aburrido. Mis pies susurran sobre la hierba mientras corro detrás de él,
salto y rodeo sus caderas con los muslos para rodearle la garganta con el brazo. Se
tambalea un instante y vuelve a chocar contra la pared. Aprieto con más fuerza,
usando todo lo que tengo para aplastar su grueso cuello. Y entonces cae, golpeando
el suelo con un suave ruido sordo.

Ahora sólo tengo que escalar el edificio y colarme por la ventana del segundo
piso. Fácil.

Unos minutos después, me asomo a la puerta del despacho de Arnaldo. Afuera


hay dos guardias, ambos armados. Me bajo la capucha y salgo de atrás de la pared.
Los guardias centran su atención en mí y yo meneo un poco más las caderas al
acercarme a ellos. Ambos echan mano a sus armas y yo me tiro al suelo, arranco las
pistolas de las fundas de mis muslos y las pongo delante de mí. Los gatillos ceden
bajo mis dedos índices con un chasquido silenciado. Ambos forcejean durante un
segundo, tratando de alcanzar los pequeños dardos que sobresalen de sus cuellos,
antes de caer simultáneamente al suelo. Los dardos no son mi estilo, pero tampoco
queda bien entrar en casa de un cliente y matar a sus guardias personales. Aprieto
la bota contra el brazo de uno de los tipos, empujándolo hacia un lado para poder
abrir la puerta. Mis botas se hunden en la gruesa moqueta y cierro la puerta detrás
de mí.

Arnaldo levanta la vista de su enorme escritorio y sonríe, apretando los dedos


delante de sí. Por supuesto, me estaba esperando. Le dije que venía. Dos guardias
más permanecen en silencio detrás de él, con la espalda recta y sus fusiles de asalto
apuntándome. Mantengo la cara inclinada hacia el suelo, asegurándome que la
capucha proyecta mi rostro en la sombra.

—¿Van a dispararme, chicos? —En las peores situaciones, a menudo encuentro


que una sonrisa puede salvarte. Todo en la vida es cuestión de percepción. Lo que
tú hagas no importa, sólo la percepción que tenga tu oponente de lo que tú harás.
Sonríe cuando esperen que te acobardes, hazte la indefensa cuando esperen que
salgas a por todas. Después de todo, un enemigo impredecible es mortal.

—Una —me saluda Arnie con su marcado acento italiano antes de chasquear los
dedos, indicando a sus hombres que se vayan. Sabe que no hablaré con ellos aquí.
La puerta se cierra tras ellos y me hace un gesto para que me siente—. Gracias por
aceptar reunirte.
Ya soy consciente del hombre que hay detrás de mí, en la esquina de la
habitación, pero espero a ver si se mueve. Arnaldo es quien lo delata, sus ojos se
mueven un milisegundo antes de encontrarse de nuevo con los míos. Sonriendo,
dejo caer la pequeña hoja de plata del grueso brazalete que me rodea la muñeca
derecha. Tiene el tamaño de una horquilla grande, pero está afilada como una navaja
y tiene un alcance razonable. La mano sale volando detrás de mí mientras mantengo
los ojos fijos en Arnaldo. Oigo cómo la hoja se clava en la madera de la puerta con
un suave ruido sordo. Los labios del jefe de la mafia se curvan en la sombra de una
sonrisa.

—Fallaste. —La voz detrás de mí es áspera y profunda. Se acerca por detrás y


lucho por quedarme quieta cuando lo siento rozarme demasiado. Da vueltas delante
de mí y se detiene, separando nuestros cuerpos apenas unos centímetros. El objetivo
es intimidar, y me divierte. Es alto, mucho más que yo, pero mientras que la mayoría
de los hombres que Arnaldo conserva parecen voluminosos, éste es atlético. Tiene
los hombros anchos y la cintura estrecha. Sobre su esbelto cuerpo se dibujan unos
músculos afilados, fruto de la disciplina y el trabajo. Algunas mujeres ven a un
hombre así y piensan que es atractivo, pero yo estoy más allá de esas nociones
básicas. Me parece peligroso. Está de pie, despreocupado, con las manos en los
bolsillos del caro traje que envuelve su cuerpo como un guante. Irradia poder como
un faro, se despliega, se enrosca a mi alrededor y aspira todo el aire de la habitación.
Me gana la curiosidad e inclino la cabeza hacia atrás, arrastrando los ojos por su
pecho hasta llegar a su cara. Parece uno de esos tipos que salen en las revistas. Labios
carnosos, mandíbula cincelada, pómulos altos y pelo demasiado largo para ser
profesional. Todo en él grita correcto, rico, niño bonito, hasta que lo miro a los ojos.
Tienen el color de un whisky bien añejado y son casi completamente ilegibles, fríos
como el hielo. Lucho por no sonreír, porque todo en él grita desafío. Sus ojos se
entrecierran y veo que se contiene, que se pone una correa, porque hay algo raro en
él, algo frío y peligroso, con una crueldad que rivaliza con la mía. Me atrapa
desprevenida por un instante, pero es suficiente, porque me vio la cara. La idea no
me disgusta del todo, porque significa que quizá tenga que matarlo, y éste sería un
adversario muy interesante.

Levanto la mano y le rozo la oreja con el dedo, cubriéndolo con la sangre que se
acumula en el pequeño agujero.

—Nunca fallo. —Sus ojos me mantienen cautiva mientras me llevo el dedo a los
labios y lo chupo, saboreando su sabor cobrizo. No se inmuta, no se mueve—. Si te
quisiera muerta, estarías muerta. —Su expresión no vacila, no deja entrever lo que
está pensando. Es intrigante y exasperante a la vez.

—Bacio della morte —dice en un italiano fluido, su lengua acaricia las palabras
como una amante.

Beso de la muerte. Así me llaman los italianos.

—¿Sei spaventato? —respondo con una sonrisa burlona. ¿Tienes miedo? no


puedo evitar burlare de él, aunque dudo que éste tema nada. Ya sabes lo que dicen,
hay una delgada línea entre la valentía y la estupidez. Descubrirá que es una línea
muy fina cuando trate conmigo.

Ladea la cabeza y un mechón de pelo oscuro le cae sobre la frente. El movimiento


me recuerda a un depredador pesando a su presa, lo cual es risible. Sus ojos se clavan
en los míos más allá del punto en el que la gente normal empezaría a sentirse
incómoda. La forma en que me mira casi me hace querer apartar la mirada,
retroceder. ¡A mí! Nunca retrocedo ante nadie, porque hacerlo es percibir una
amenaza. Nadie me amenaza. ¿Quién es este hombre? Encarna el poder, lo ostenta
como un hombre que nació con él y, sin embargo, no le conozco, lo que significa que
no asume el poder. Curioso. Todo el mundo puede leerse como los datos de una hoja
de papel, sus miedos, sus esperanzas, sus fortalezas, sus debilidades... si sabes qué
buscar, te lo dirán todo. No me dice nada, no me revela nada, y eso me intriga. Lo
miro fijamente a los ojos, presionando, sondeando, buscando, y sin embargo él se
mantiene como un muro de hierro frente a mí, impenetrable y firme.

Finalmente, aparto mis ojos de los suyos y paso a su lado con desdén. Mi instinto
me advierte que es peligroso, pero la supervivencia y la dominación se basan tanto
en el farol como en cualquier otra cosa. Reconocerlo como un adversario digno en sí
mismo le otorga un poder que no estoy dispuesto a darle, porque yo soy el peligro
aquí, y si hace un movimiento, independientemente de quién sea, pronto sabrá por
qué.

Doy la vuelta a la mesa y Arnaldo se levanta de la silla, me abraza y me besa las


dos mejillas. Los italianos tienen sus costumbres y se enfadan si meas en sus
cereales, así que les sigo el juego, a pesar que el roce de su piel con la mía hace que
afloren instintos arraigados desde hace mucho tiempo. Lo comparo con un león que
se lanza contra los barrotes de una jaula, invadido por el instinto primario de matar.
Pero forjé una prisión de acero templado que mantiene a mi monstruo firmemente
encerrado, encadenado y oculto al mundo hasta que la necesito. Se aparta y suelto
el aliento que estuve conteniendo. Arnie es un oso de hombre, que siempre huele a
puros y whisky, pero es un cliente leal, y yo valoro la lealtad.

—Arnie, cuánto tiempo —le digo con indiferencia. Vuelve a sentarse y me ofrece
una copa que sabe que no tomaré, seguido de la silla en la que sabe que me negaré
a sentarme. Llevo cuatro años trabajando con él. Lo sabe muy bien.

—Me alegra decir que últimamente no necesité tus servicios. —Me muevo,
apoyando la espalda contra la pared, a un lado del escritorio de Arnie.

Miro al alto, moreno y guapo. Está de pie en la misma posición, sólo que ahora
nos mira de frente. Sigue con las manos en los bolsillos, dando la impresión de estar
relajado, pero ese hombre no tiene nada de relajado. Es consciente, observa, espera.
Frunce el ceño mientras me evalúa.

—Tiene que irse —digo inclinando la cabeza hacia él.

Arnie suspira y se echa hacia atrás en la silla.

—Esto le concierne. Además, no confío en que no me mates. —Sonríe.

—Oh, Arnie. —Sonrío dulcemente, deslizando los dedos bajo la fina capucha y
apartándola de mi cara—. Es bonito que creas que alguien podría protegerte si yo te
quisiera muerto. —Su rostro se vuelve serio cuando me dirijo a su escritorio,
contoneando las caderas a cada paso—. No te preocupes. Querría al menos veinte
para ti. —Le guiño un ojo. Como ya dije, este juego es cuestión de percepción. La
confianza es imprescindible, y el encanto hace mucho. No me gustan las tonterías.
Nunca interactuaría con un cliente cara a cara, pero hago una excepción con Arnie.
Pero incluso él debe recordar su lugar, porque jefe de la mafia, líder de un cártel,
puto presidente... la muerte no discrimina, se vende al mejor postor.
NERO

La forma en que camina, la forma en que habla, la forma en que juega con
Boticelli me tiene más interesado de lo que debería. Sé poco de ella, pero una cosa
puedo decir: no se la puede controlar. Las historias sobre ella son bien conocidas, la
asesina rusa que acabó con Salvatore Carosso, una pieza clave del cártel mexicano.
Si la viera por la calle, no la miraría dos veces. Y me doy cuenta que por eso es tan
buena. Por fuera parece una cosita bonita llena de amenazas vacías, pero una mirada
a sus ojos me hace sopesarla de forma muy diferente, porque ahí no hay nada. Ni
emoción, ni duda, ni conciencia.

Se acerca a la mesa de Boticelli y veo cómo se le contrae la mandíbula ante su


amenaza apenas velada, pero él no dice nada. No hace nada. Tiene al subjefe de la
mafia italiana mordiéndose la lengua como un perro azotado. La comisura de mi
labio se tuerce mientras intento no sonreír. Le tiene miedo. Sus ojos se clavan en mí,
como si fuera a salvarlo. No lo haré. Es un medio para conseguir un fin, pero no le
tengo ninguna lealtad más allá de lo que pueda hacer por mí. Es a ella a quien
necesito. Se sube al borde de su escritorio, de cara a mí, y cruza una pierna sobre la
otra, balanceando la bota de un lado a otro como si no le importara nada. Se apoya
con las manos en la espalda, estira su cuerpo esbelto y saca pecho. La tela de la blusa
le aprieta el pecho y mis ojos recorren todo su cuerpo. El pelo rubio le cae por la
espalda en ondas, haciendo que su piel lechosa parezca aún más pálida. Sí, ya veo
por qué está tan buena, porque si no supiera quién es, estaría deseando hundir mi
polla en ella. Es como la Barbie asesina. Es perfecta.

—Bien. Si quieres hablar delante de él, hazlo, pero... —Gira su mirada hacia mí,
entrecerrando esos inusuales ojos color índigo—. Traicióname, y te encontraré.

Hay dos tipos de personas en este mundo, los que amenazan y los que prometen.
Siempre aprecio a la gente que hace promesas. Sus ojos se clavan en los míos y la
miro sin decir palabra. No sabe que hablar de esta situación me perjudicaría mucho
más a mí que a ella. Pero pronto lo sabrá.
—De acuerdo. —Arnie resopla impaciente—. Esta es tu marca.

Le entrega una carpeta y ella la abre, hojea la página antes de cerrarla y tirarla
en el escritorio a su lado.

—Tres —dice simplemente.

El jefe entrecierra los ojos.

—¿Tres millones? Es un capo.

Ella echa la cabeza hacia atrás y luego gira el cuello hacia un lado, mirándolo con
una expresión de aburrimiento en el rostro.

—No es sólo un capo. Es Lorenzo Santos. Necesito tiempo para acercarme a él,
y el tiempo es dinero, Arnie.

Maldito Lorenzo. Es un idiota con la polla en la mano. Sólo tendría que mirarlo
y la seguiría ciegamente a degüello.

Arnaldo sonríe como un tiburón y coge el cigarro a medio fumar del cenicero de
su escritorio. Saca un mechero del bolsillo y lo enciende, dejando que la llama bese
el extremo ennegrecido del puro. Le da un par de caladas y exhala una densa nube
de humo.

—Acercarse no será un problema. Para eso está Nero. —Sacude el puro hacia mí
y la ceniza cae sobre el escritorio, esparciéndose por la madera. Los ojos de Una se
clavan en los míos, concentrados, estudiando—. Santos va a celebrar una fiesta de
compromiso dentro de dos semanas y tú serás su acompañante. —añade el jefe.

Sabe tan bien como yo que esa noche la seguridad será aún más estricta de lo
normal. Puede que entre, pero seguro que no saldrá. Es una misión suicida. Y una
prueba. Arnaldo piensa que nuestros intereses son los mismos, que esto es una
simple toma de poder. No lo es, pero por ahora, lo necesito de mi lado. Más
importante, lo necesito para ponerme en contacto con el mejor sicario que el dinero
puede comprar... o sicaria. Una Ivanov. Es escurridiza y completamente imposible de
contactar a menos que sepas algo. Arnaldo está al tanto. Las piezas están en el
tablero, sólo tengo que ponerlas en juego.

Inhala profundamente, sus fosas nasales se agitan.


—Bien, pero siguen siendo tres millones.

Salta del escritorio y camina hacia mí. Sus caderas se balancean con delicadeza,
su cuerpo se mueve como arte líquido. Se detiene frente a mí y levanta una mano
para pasarme las uñas perfectamente cuidadas por la mandíbula. Le rodeo la
muñeca con una mano, deteniendo su movimiento. No me fío una mierda de ella.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios rojo sangre y aprieto su muñeca
lo bastante como para magullar su piel de porcelana, lo bastante como para saber
que con un poco más de presión podría romper sus delicados huesos. Sus ojos brillan
con algo, pero ella no se inmuta, no se mueve, no deja de sonreír. Simplemente nos
miramos fijamente.

—¿Cómo dijiste que te llamabas? —Su expresión cambia, el interés brilla en sus
ojos.

—Nero.

—¿Nero...? —Dudo y su sonrisa se transforma en una sonrisa de oreja a oreja—


. Lo averiguaré, así que ahórrame el tiempo y la factura de Arnie.

No me cabe duda que tendrá la historia de mi vida en cuestión de horas.

—Verdi —le digo. Ella no reacciona, no responde en absoluto.

—Un don nadie —dice en voz baja—. Curioso.

—Un don nadie. —Estoy de acuerdo. Esbozo una sonrisa de satisfacción y le


suelto la muñeca, pasando los dedos por su brazo. Se pone rígida durante un
segundo, pero la atrapo.

Aprieta su cuerpo contra el mío y su aliento sopla sobre mi mandíbula, sus ojos
se posan en mis labios mientras inclina la cabeza hacia un lado. Estoy seguro que
muchos hombres fueron atraídos a la muerte por ese cuerpo firme y esos labios
carnosos. Yo no soy uno de ellos. Mantengo los ojos fijos en los suyos, esperando.

—Y sin embargo, aquí estás, arrimado al jefe —susurra, enarcando una ceja—.
Mucho en juego para un don nadie. —Chica lista. Se muerde un lado del labio
inferior—. Me gustas, Nero. —Pasa la palma de la mano por delante de mi chaqueta
antes de separarse de mí—. Creo que serías difícil de matar, y me encantan los retos.
—Sonríe y me guiña un ojo antes de caminar hacia la puerta sin prisa, como si
tuviera todo el tiempo del mundo. Se detiene, se vuelve a subir la capucha hasta que
sólo su pelo rubio le cae por encima del hombro y desaparece.

El juego está oficialmente en marcha.

INHALANDO EL HUMO, lo retengo, dejando que me queme los pulmones


antes de soltarlo. Estoy a un kilómetro y medio de la casa de Lorenzo, aparcada en
el camino de entrada de una casa vacía con un cartel de propiedad inmobiliaria en
el exterior. Una llega exactamente tres minutos tarde.

Levanto la vista cuando un Mercedes negro baja a toda velocidad por la calle.
Reduce la velocidad y se detiene junto a mi coche antes de apagar el motor. Tardo
un segundo en darme cuenta de quién es, porque su largo pelo rubio ahora es
castaño oscuro y le roza la mandíbula. La puerta se abre y el esbelto cuerpo de Una
sale del coche. Su cuerpo está cubierto por un vestido rojo que oculta cualquier rastro
de su piel y, sin embargo, se aferra a cada una de sus curvas. Si su objetivo es distraer
y seducir, no creo que tenga ningún problema. La mujer es una sirena. La muerte
envuelta en un lazo.

—Bonito vestido. —Me bajo del capó del coche y tiro el cigarrillo al suelo.

Apenas me dedica una mirada.

—Fumar te matará —dice, moviéndose hacia el lado del pasajero.

—Yo diría que es la menor de nuestras preocupaciones ahora mismo. —Abro la


puerta del conductor y me acomodo en el asiento de cuero.

Ella entra y cierra la puerta tras de sí.

—Habla por ti. El riesgo se calcula y está directamente relacionado con tu nivel
de habilidad.

—La arrogancia hará que te maten. —Doy marcha atrás para salir de la calzada
y, con un movimiento del volante, coloco el coche en la carretera.

Ella suelta una carcajada.


—Soy la mejor, Sr. Verdi. No es arrogancia, es un hecho. —Saca un pequeño
espejo del bolso y comprueba su pintalabios. El rojo hace juego con su vestido y
contrasta radicalmente con su piel pálida—. No acepto trabajos que puedan hacer
que me maten.

—¿Así que tienes un plan para salir? —Arnaldo me dijo antes que no hiciera
preguntas y la dejara hacer aquello para lo que la contraté, pero este no es el show
de Arnaldo, por mucho que él se crea el titiritero. Ojalá pudiera ser yo quien acabara
con Lorenzo, para poder sonreír ante su cuerpo moribundo y ver cómo se le escapa
su inútil vida. Pero necesito mantenerme distanciado de esto.

—¿Leíste el archivo que te envié?

—Sí, pero no había mucho para continuar. —Me envió un archivo detallando su
identidad falsa, así como vagos detalles sobre dicha identidad. Eso es todo—. ¿Eres
consciente del aumento de la seguridad?

La miro cuando no responde y veo la comisura de sus labios curvada hacia


arriba, hundiendo un pequeño hoyuelo en su mejilla.

—Había todo lo que necesitabas para desempeñar tu papel. No cuestiones mis


métodos y yo no cuestionaré por qué quieres muerto a tu hermano. —Vuelvo a
centrarme en la carretera, aprieto el volante y aprieto la mandíbula. Por supuesto
que descubriría que Lorenzo es mi hermano. Siento que su mirada me toca un lado
de la cara, pero me niego deliberadamente a mirarla.

—Medio hermano —digo apretando los dientes—. Y tengo mis razones.

—Cometes el error de pensar que realmente me importa.

—Necesito saber cómo va a acabar esto. No puedo ser culpable. —Mi voz baja
hasta apenas superar un gruñido.

Ella suspira dramáticamente.

—Entramos juntos. Poco después de llegar, me escabulliré. Tu hermano me


seguirá, trabajo hecho. No me verás después, así que no me esperes.

—¿De verdad crees que vas a salir?

Ella se ríe, un ligero tintineo que la contradice por completo.


—Sé que lo haré. Deberías preocuparte por ti. La chica que trajiste a la fiesta mata
a tu hermano... eso no te irá bien.

—Tengo eso bajo control. —Odio a mi hermano y él me odia a mí, pero él es el


capo y yo soy un buen ejecutor. Nuestra enemistad no es conocida públicamente.
Para todo el mundo, yo soy el hermano leal, dispuesto a matar por Lorenzo. Los
únicos que saben lo contrario son mis hombres más cercanos, Tommy, Gio y Jackson.
Sospecho que Lorenzo lo mantuvo igual; después de todo, las desavenencias en la
familia lo hacen parecer débil. Pero bueno, nunca fue el más avispado, así que podría
equivocarme. Para cuando alguien sea lo suficientemente valiente para expresar sus
sospechas, yo seré capo. Ahora me tienen miedo; entonces me tendrán terror.

Cuando llego a la casa, hay una fila de coches esperando para entrar. El
aparcamiento está en uno de los prados que hay frente a las puertas, y la gente espera
a pie mientras los soldados de Lorenzo cachean a los invitados al entrar.

Una se pasa una mano por la peluca y abre la puerta de un tirón. Alargo la mano
y la agarro del brazo para detenerla, pero antes que pueda, se zafa de mí y me golpea
con el mismo brazo en la garganta. La nuez de Adán me golpea la garganta y me
ahogo durante un segundo, con la vista nublada. Tardo un par de preciosos
segundos sin oxígeno en moverme. Mi instinto me dice que le agarre la nuca y se la
aplaste contra el salpicadero, pero eso no le haría mucho daño a la cara y la necesito
intacta para este trabajo. En lugar de eso, la agarro de la muñeca y aprieto, lo
bastante fuerte como para alejarla de mí unos centímetros. Puede que sea rápida,
pero es pequeña y yo soy infinitamente más fuerte. Me aparta el brazo y lo vuelve a
poner contra su costado. Sus fosas nasales se inflan y sus pupilas se dilatan. Aprieta
y suelta los puños una y otra vez mientras intenta dominarse.

—Te necesito ahora mismo, pero si vuelves a hacer eso, te meto una bala en esa
cabecita tan bonita que tienes —gruño, intentando controlar mi genio. No me gustan
las sorpresas y, desde luego, no me gusta que me venzan. Me crujo el cuello de lado
a lado en un intento de desalojar el dolor de garganta.

Se vuelve hacia mí y sus ojos añiles se clavan en los míos. Algo cambia entre
nosotros, la amenaza de la violencia palpitando como algo vivo.

—Si valoras tu vida, no vuelvas a tocarme cuando esté desprevenida.


—Lo que intentaba era advertirte que te cachearán. Si encuentran ahí aunque sea
tu útil navaja, se joderá todo. —Señalo el grueso brazalete de plata que lleva en la
muñeca.

Se da la vuelta y se apoya en el borde del asiento.

—No merecía la pena que me hirieran por esa información —balbucea, con una
pizca de acento ruso que suele ocultar muy bien.

Me río.

—Tomo nota. —Se cree a prueba de balas porque incita al miedo. Aquí no tiene
poder porque se basa en el instinto animal más básico. La supervivencia. La gente
hace lo que sea para sobrevivir, así que el miedo se convierte en un valioso aliado.
Yo aprendí hace mucho tiempo que sobrevivir no es vivir, así que o consigo lo que
quiero o muero en el intento. Siempre consigo lo que quiero.
UNA

Nos acercamos a la puerta, haciendo cola con los demás invitados. Nero me pasa
la mano por la cintura y la apoya en mi cadera. Aprieto los dientes, pero hago un
gran esfuerzo por mantener la mirada al frente y una sonrisa en los labios. Soy una
asesina, pero sobre todo soy una actriz. Puedo ser cualquiera, asumir cualquier
papel o identidad que me den, porque matar a alguien es la parte fácil. El problema
es acercarse, y créeme, cuando persigues al tipo de gente que yo persigo, quieres
estar cerca antes de dispararles. Tienen la costumbre de esquivar las balas y devolver
los disparos. Sus dedos rodean mi cadera y me agarran con más fuerza.

—Eres valiente —gruño en voz baja. Sus dedos se crispan y el calor de su palma
se filtra a través de la tela de mi vestido, marcando mi piel.

Suelta una carcajada.

—Quizá confío plenamente en tu capacidad para ser profesional.

—Hmm. —Sonrío a uno de los guardias que me mira mientras cachea a la mujer
que tenemos delante. Recorro mi cuerpo con la mano hasta que mis dedos cubren
los suyos y envuelvo suavemente su mano con ellos. Aprieto y él suelta un gruñido
bajo—. ¿Cómo de profesional crees que serás cuando te rompa la mano? —siseo,
sonriéndole dulcemente por el bien de nuestro público.

Se inclina y sonríe mientras me pasa un dedo por la mejilla.

—Ya, ya, Isabelle. Me la vas a poner dura antes de mi cacheo. —Se acerca hasta
que sus labios están junto a mi oreja—. Me encantan las mujeres violentas.

Y a mí me encanta hacer sangrar a los hombres. En el trabajo estoy concentrada,


tengo el control y, sin embargo, hay algo en él que hace que todo en mí quiera estar
a la altura del desafío que me lanza constantemente por el mero hecho de existir.
Para cualquiera que nos mire, debemos parecer una pareja que está tan enamorada
que no puede quitarse las manos de encima. La percepción lo es todo. Le aprieto la
mano con más fuerza y veo cómo la tensión se dibuja en su cara. Se aparta un poco
y yo lo suelto despacio, sin apartar los ojos de él mientras sus dedos recorren mi
cadera y me acarician el culo.

La pareja que nos precede se aparta y nos acercamos a los guardias.

—Extiende los brazos hacia los lados —me dice uno de ellos robóticamente.
Hago lo que me dice y respiro hondo mientras sus manos recorren mi cuerpo. Se
dirige a Nero mientras el otro me examina con un escáner de micrófonos. Por
supuesto, nunca se activa. Llevo encima todas las herramientas necesarias para
matar a Lorenzo, pero nada que pueda detectarse tan fácilmente ni siquiera
sospecharse. Cuando terminan, Nero sonríe y les desea un buen día en italiano antes
de ponerme la mano en la espalda.

—Antes de que me amenaces con dislocarme el hombro, recuerda que somos


pareja, Morte. Y créeme, cuanto más parezca que te deseo, más te deseará mi
hermano. —Baja la voz y, aunque nada de lo que dice este hombre debería
afectarme, extrañamente lo hace, lo suficiente como para llamar mi atención sobre el
hecho.

—A los italianos les gusta que todo quede en familia.

Me ignora mientras atravesamos los altos muros de piedra que rodean el patio
con jardín de la parte trasera de la casa. La propiedad me recuerda a una villa
tradicional de la Toscana, con el tejado de tejas de terracota y las flores que crecen
por el lateral de la enorme casa. Nada más entrar en el patio, la gente saluda a Nero.
Una vez más, su nombre no tiene mucho peso, y puedo verlo en la forma en que la
gente se acerca a él, y sin embargo ese poder sin esfuerzo suyo parece imponerse.
Rápidamente bajan la mirada cuando habla, incluso los hombres más viejos y hechos
que no le deben tal respeto. Pero no es respeto, es impulso, una reacción instintiva
que no pueden evitar. Nicholai lo amaría. Ascendería rápido en la Bratva con esa
habilidad. Los italianos son estúpidos. La habilidad no significa nada contra el linaje.
La última vez que lo comprobé, el hecho de que tu padre se follara a tu madre no
era razón para ganarse el respeto, pero así son los italianos.

Según el expediente, me presenta como Isabelle Jacobs, una chica totalmente


americana con la que está “saliendo”, sólo hasta que la familia encuentre una chica
italiana bien educada y le exijan que se case con ella, por supuesto. Otra vez las
tradiciones. Me tratan como tratan a todas las mujeres en la mafia, como un bonito
adorno cuyo único valor reside en mi capacidad para abrir las piernas. En mi línea
de trabajo, descubrí que la subestimación y el rápido rechazo de las mujeres juega a
mi favor.

Llevamos aquí veinte minutos cuando diviso a Lorenzo, y cuando lo hago, me


encuentro con que ya me está mirando. Lleva a su prometida del brazo. No debe
tener más de veinte años y parece aterrorizada. Bueno, estoy a punto de salvarla de
un matrimonio concertado. Sostengo la mirada de Lorenzo durante un rato y,
cuando no aparta la vista, le dirijo una pequeña sonrisa antes de dejar de mirarlo
como si me diera vergüenza. Cuando vuelvo a levantar la vista, su atención se desvió
ligeramente hacia Nero, a mi izquierda. Su mirada es pura animosidad. Nero tiene
a tres tipos mayores comiendo de la palma de su mano, riendo y hablando en
italiano, otra maniobra para excluirme de la conversación. Por supuesto, entiendo
cada palabra que dicen. Me aparto de Nero, que me dedica una breve mirada con el
ceño fruncido. Hago ademán de parecer enfadada y me marcho enfadada. Me acerco
a la pequeña barra abierta, empujando al grupo de esposas que están de pie junto a
ella, estrechando delicadamente sus copas de champán.

El camarero sonríe amablemente, como un pequeño pingüino con esmoquin.

—Vodka con hielo —le digo. Vierte el líquido transparente en el vaso y el hielo
cruje bajo el alcohol mientras me lo acerca.

—Una mujer a la que le gusta lo fuerte.

Una lenta sonrisa se dibuja en mis labios mientras me giro para mirar al dueño
de la voz sutilmente acentuada. Lorenzo no es tan alto como su hermano y desde
luego no tiene aires de poder, a pesar de ser capo. Tiene el mismo pelo oscuro y los
mismos ojos castaños, los mismos pómulos cincelados y la misma mandíbula, junto
con unos labios que estoy seguro que hacen caer rendidas a la mayoría de las
mujeres. Y sin embargo, Nero es de alguna manera más en todos los sentidos,
hablando desde un punto de vista completamente objetivo, por supuesto.

—Siempre. —Me llevo el vaso a los labios y bebo un sorbo, mirándolo por
encima del borde del vaso.

Se gira, apoya la espalda en la barra y deja que sus ojos recorran a los invitados
reunidos en el jardín.

—¿De dónde conoces a mi hermano?


—Me lo follo. —Las mujeres que están detrás de mí se ríen a carcajadas y yo
sonrío. Por supuesto que lo pilla. Tenía que hacerlo—. Veo que eres más del tipo que
se asienta. Enhorabuena. —Sus ojos se posan en mis labios—. Me encantan las bodas.
—Bajo la voz y dejo que mi mirada recorra su cuerpo mientras me muerdo el labio
inferior. Reconozco perfectamente su mirada. El punto del pulso en su cuello late
más rápido y sus pupilas se dilatan. Su respiración se acelera ligeramente y se mueve
sobre sus pies, probablemente porque sus pantalones le resultan un poco
incómodos—. Aunque no pareces entusiasmado ante la perspectiva. —Apoyo el
codo en la barra y levanto la cadera, acentuando la curva de mi cuerpo.

—Hmm, bueno, este mundo está lleno de tantas tentaciones —dice cada palabra
con cuidado—. Y tú te mereces una oferta mejor que la de mi hermano. —Casi sisea
las palabras, como si la mera idea lo ofendiera. Cuanto más habla, más claras se
hacen las diferencias entre Nero y él. Es cierto que Nero tenía la ventaja de saber lo
que yo era desde el momento en que me conoció. Pero la ingenuidad de Lorenzo, su
suposición que soy exactamente lo que parezco... bueno, es decepcionante. O tal vez
soy así de buena. Después de todo, me crearon para eso, para ser un camaleón, para
mezclarme y convertirme en lo que mi presa quiera que sea. Ahora mismo, quiere
que sea la chica buena con la que se acuesta su hermano. Quiere follarme y pegársela
a Nero. Doy un paso adelante, cerrando la brecha entre nosotros.

—Hazme una oferta mejor. —Levanto una ceja y me fijo en sus labios, que
lentamente se curvan en una sonrisa de satisfacción.

Eso es todo lo que necesita para coger mi vaso de la barra y beberse el vodka
restante antes de darse la vuelta y marcharse. Cruzo la mirada por el jardín del patio
hacia donde Nero está hablando con un pequeño grupo y sé que su atención estuvo
fija en mí todo este tiempo. Sus ojos se clavan en los míos, se entrecierran y su
mandíbula se tensa. Ignorándolo, sigo a Lorenzo fuera del patio. Se cuela por una
puerta lateral y susurra algo al guardia que está allí. El guardia asiente, y cuando me
acerco a él con una sensual sonrisa en los labios, se aparta sin decir palabra. Dejo
cierta distancia entre nosotros mientras sigo el camino de Lorenzo por los escalones
de piedra que conducen a una terraza acristalada adosada a la parte trasera de la
casa. Dentro, varias plantas se deslizan sobre el cristal y me asaltan los olores de
distintas flores. El sonido del agua corriente me invade los sentidos. A la mayoría de
la gente probablemente le parezca relajante, pero a mí me provoca una breve ráfaga
de imágenes que pasan por mi mente. Manos sujetándome, pánico, ahogándome,
recuperando el aliento para volver a ahogarme. Vuelvo a concentrarme en la tarea
que tengo entre manos, muevo el cuello de un lado a otro y respiro hondo para
centrarme de nuevo.

Lorenzo gira a la izquierda, bajo un pequeño arco que conduce a lo que supongo
que es la casa principal. Sube las escaleras y recorre un pasillo antes de detenerse
ante una puerta. Me mira por encima del hombro y me dedica una pequeña sonrisa
cuando la pesada puerta de roble se abre con un gemido.

La habitación es pequeña, con un par de sofás de cuero en el centro y un


escritorio al fondo. Estoy registrando todas las amenazas posibles, cualquier cosa
que pueda utilizar como arma en caso que algo salga mal y, lo más importante, un
plan de huida. Está la puerta por la que entré, por supuesto, pero que lleva de nuevo
a la casa, que puede estar fuertemente vigilada. Al fondo de la oficina hay dos
estrechas puertas de cristal que dan a un balcón de piedra. Esa es mi vía de escape
más probable en este momento.

El pestillo de la puerta se cierra con un fuerte chasquido y el silencio que deja


tras de sí es ensordecedor, como si el propio mundo contuviera la respiración de
repente, esperando el golpe de la muerte.

Las manos me rozan el cuello, pero esta vez no me inmuto, porque estoy
preparada. Estoy en el lugar de mi mente donde la muerte, la sed de sangre, va más
allá de cualquier sentimiento incómodo que pueda provocar. Es una parte de mí que
oculto, de la que me avergüenzo, pero no por una culpa fuera de lugar. No me
atribuyas méritos que no me corresponden. Me avergüenzo porque soy mejor que
eso. Me entrenaron para ser impasible, la élite, el guerrero silencioso. La muerte es
un trabajo, una necesidad, ni nos gusta ni nos disgusta, simplemente es así. Pero
para mí, en un mundo donde todo es un mapa de existencia gris, es mi único pico
de color. Es cuando le quito el premio final a otra persona cuando recibo un regalo,
un momento de alivio, un momento de dicha. Y la posibilidad de ese momento me
excita.

Sus labios rozan mi piel tan suavemente que los pelos de mi nuca se erizan.

—¿Quieres beber algo? —murmura.

Me vuelvo hacia él, colocándome deliberadamente a escasos centímetros de él.


Tengo cuidado de no inclinarme hacia él, de no provocar nada. Pero... Primero
necesito que tome esa copa.
—Tomaré lo que tú tomes. —Sus ojos brillan de lujuria, pero mantiene la
compostura mientras se acerca a un rincón y empieza a servir de la jarra de cristal.
Sin apartar los ojos de él, me quito el anillo de diamantes del índice derecho y lo
desprendo con la uña del pulgar. Lo meto en el bolso y guardo la piedrecita en la
mano. Cuando se da la vuelta con las bebidas, estoy sentada en el borde de su
escritorio con las piernas cruzadas. Sus ojos recorren mi cuerpo mientras me tiende
el vaso. Me lo llevo a los labios y bebo un trago del licor ámbar bien añejado. El sabor
picante y ahumado me baila en la lengua y entrecierro los ojos, desafiándole a que
se acerque. En cuanto dejo el vaso sobre el escritorio, se acerca a mí y me rodea la
nuca con una mano.

—Eres una mujer preciosa, Isabelle.

Sonrío.

—Así que sabes cómo me llamo.

Sonríe.

—Por supuesto. —Sus labios se pegan a los míos con tanta fuerza que me coge
por sorpresa un segundo, pero sólo una fracción de segundo. Su vaso sigue en su
mano entre nosotros, y me lo está poniendo demasiado fácil. Cruzo la mano por el
espacio que nos separa, rozo el borde del vaso y dejo caer la piedra en su bebida.
Hace un pequeño ruido de efervescencia, pero me agarro a su nuca y gimo en su
boca, cubriéndola con facilidad. Su lengua tantea mis labios, buscando la entrada,
pero yo lo empujo. Arquea las cejas, confuso.

—Creo que tengo que terminarme la copa por lo que me ofreces —bromeo,
rozando con los dientes el labio inferior y cogiendo mi vaso.

Resopla por lo bajo, se lleva el vaso a los labios y bebe un buen trago. Necesito
que se lo acabe. Vuelvo a inclinar el mío y me lo bebo entero. Él frunce el ceño y se
bebe otro buen trago que deja el vaso casi vacío. Es suficiente. Y el efecto es casi
instantáneo. Frunce el ceño y una suave tos le sube por la garganta. Pongo las manos
detrás del escritorio y me inclino hacia atrás. Tose de nuevo, agarrándose la
garganta.

—¿Qué...? —Me mira y veo el momento exacto en que se da cuenta de su error.


Abre la boca para gritar, probablemente a un guardia, pero lo único que sale es un
sonido ahogado. Su pecho se agita y una fina capa de sudor cubre su piel. Sus
rodillas se doblan y se golpean contra el duro suelo de baldosas con un crujido
implacable. Y ahí se queda, un hombre poderoso que cae de rodillas, jadeando y
murmurando incoherencias. Me bajo del escritorio y rodeo su cuerpo tendido.

—Cianuro. Es algo asqueroso. Vuelve tu propio cuerpo contra ti, impide que tus
células absorban oxígeno. —Inclino la cabeza hacia un lado, mirándole. Sus ojos me
fulminan con una mirada que no tiene ningún peso dada su posición actual. Me
agacho frente a él y le agarro la mandíbula para obligarle a mirarme—. Así que
mientras tú estás ahí, jadeando, tu cuerpo se está asfixiando por dentro. —Sonrío y
él me mira como si fuera a sobrevivir a esto y a cazarme hasta el fin del mundo. No
sería el primero en pensarlo. La mente humana es un animal extraño e incluso en el
último momento, cuando sabe que está perdida, que el cuerpo que tanto aprecia está
fallando, sigue teniendo esperanzas. La verdad es que, cuando nos vemos
empujados al límite de nuestra supervivencia, los seres humanos somos soñadores
y fantasiosos por naturaleza. Por muy realistas que seamos en la vida, la muerte lo
revela todo y se burla de nosotros con nuestra ingenua esperanza.

—¿Sabes quién soy? —le pregunto, poniéndome de pie y moviéndome a su


alrededor lentamente, sin prisas. No contesta, por supuesto, por el esfuerzo que le
supone respirar—. Me llaman Bacio della Morte. —Sus ojos me miran brevemente
antes de cerrarse—. Arnaldo te manda recuerdos. —Sus dientes rechinan y sé que
su corazón va a fallar en cualquier momento. Cae de espaldas y se desploma
torpemente sobre la alfombra. Aún respira, pero a duras penas. Sus pulmones no
son más que el reflejo tembloroso y desesperado de un cuerpo que falla. Cojo el
pintalabios y el espejo compacto del bolso de mano y me aplico una nueva capa,
asegurándome que sus besos desordenados no me mancharon la cara con la última
capa. El frenético latido de sus pulmones se ralentiza hasta que solo quedan unos
pocos jadeos, como un pez que se deja morir al sol. Y entonces se detiene. Su
respiración cesa y sufre un paro cardíaco. Caigo de rodillas junto a su cuerpo, me
inclino sobre él y espero el silbido delator del aire que sale de sus labios.

—Prosti menya. —Perdóneme. No soy una mujer piadosa. Vi demasiada maldad


en este mundo como para creer en un dios o en algo más grande que este infierno
de vida que tenemos. Este hombre no me hizo nada; es simplemente un trabajo, un
contrato pagado. Murió porque era débil. Yo sigo sobreviviendo porque soy fuerte
y hago aquello para lo que fui entrenada. Matar. Pido perdón porque, aunque tenga
que hacerlo, no debería disfrutar tanto como lo hago.
Como siempre, aprieto mis labios contra su frente de cera. Justo entonces, la
puerta se abre y me pongo en pie de un salto, ensanchando la postura y
agazapándome como un gato listo para atacar. Suelto un suspiro cuando me doy
cuenta que es Nero.

—¡Maldita sea! —le espeto.

Pasa la mirada de mí al cuerpo sin vida de su hermano en el suelo.

—Lo siento. Vienen por ti.

Joder. Nada más pronunciar las palabras, oigo la rápida aproximación de varios
hombres. Las escaleras gimen bajo su peso, y sé que si me quedo aquí, estoy muerta.

Voy a abrir de un tirón las puertas de cristal, pero están cerradas. Cojo la pesada
silla de cuero que hay detrás del escritorio con la intención de romper el cristal, pero
se oye un disparo antes que pueda hacerlo.

—¡Vete! ¡Corre! —sisea Nero, mirando hacia el pasillo y aferrando la pistola de


Lorenzo en la mano. Disparó al cristal. Me lanzo a través del estrecho hueco, mi
vestido se engancha en el cristal dentado que recubre el marco de la puerta. Estoy
en el primer piso, y no es tan alto, pero tampoco es un paseo. No voy a morir, pero
si me rompo un tobillo, mejor que mejor, porque si no puedo correr, estoy muerta.

Suena otro disparo, éste tan cerca de mí que oigo el agudo chasquido al romper
el aire junto a mi oreja. Quiero que esto parezca auténtico, pero juro por Dios que si
me dispara... Salto al balcón y me lanzo por los aires. Hay un momento de completa
ingravidez antes que golpee la hierba, cayendo en un rollo de satén rojo rasgado. Lo
lógico sería ir hacia la arboleda y saltar la valla por encima del límite de la propiedad,
pero precisamente por eso no lo hago. Me agacho contra el edificio y me aprieto
contra los ladrillos justo debajo del balcón. Las voces sobre mí gritan órdenes,
claman por mi sangre. Nero está ahí mismo, dándoles instrucciones para que
dupliquen la patrulla en la valla y no dejen salir a nadie. Me arranco la peluca y me
quito las horquillas del pelo, sacudiéndome los largos mechones. El vestido ya está
estropeado, pero agarro la tela del corpiño y la arranco, haciéndola jirones por la
mitad hasta que se me enreda en la cintura, revelando un vestido azul pálido sin
mangas debajo. Me desprendo del primer vestido y me engancho en la esquina del
edificio. Hago una bola con la tela roja y la peluca y me aseguro de esconderlas bien
en la base de un arbusto que hay junto a la casa. Mientras me dirijo hacia los jardines,
saco unas gafas de sol del bolso y me las pongo. Mi paso vacila sólo un segundo
cuando seis hombres trajeados y armados doblan la esquina y empiezan a correr
hacia mí.

—Señora, esta zona está prohibida —dice el primero, con expresión severa e
implacable.

Miro la pistola que tiene en la mano y trago saliva, dando un paso tembloroso
hacia un lado. Todo para aparentar, claro.

—Lo siento. Parece que perdí a mi novio. —Empujo un temblor en mi voz.

—Por favor, vuelve a la fiesta con los demás invitados —dice despectivamente.

Sonrío dulcemente, como la novia buena y obediente. No sospechan nada,


porque están buscando a una morena sexy y asesina con un vestido rojo, y con este
vestido, bueno, casi podría resultar dulce.

Doy la vuelta a la terraza acristalada de la parte trasera del edificio y me cuelo


por el hueco de la pared. Mantengo la mirada fija hacia abajo mientras paso junto al
guardia; aunque éste es un tipo diferente al que pasé antes. Cuando entro en el patio,
los invitados están visiblemente tensos. Todos los hombres parecen nerviosos, a lo
que no ayuda el hecho que ninguno de ellos tenga armas a mano. Para ellos, estar
sin armas es como estar desnudo. Las mujeres se apiñan nerviosas como las patéticas
ovejas que son, y me fijo en el estratégico círculo de hombres que las rodea, como si
fueran un gran tesoro que deben proteger. La atención de todos parece centrarse en
mí. Eso no puede ser bueno. Un carraspeo detrás de mí, y me doy cuenta que no es
a mí a quien están enfocando, sino a Nero. Está de pie detrás de mí en lo alto de los
escalones que descienden al jardín, el arco floral que lo rodea y contrasta con las
líneas duras y oscuras de su cara y su cuerpo. Desciendo un par de escalones,
escabulléndome de la vista de la multitud congregada.

—Señoras y señores. —Su voz es un estruendo profundo que estoy seguro que
pueden oír claramente incluso los más alejados—. No hay nada de qué preocuparse,
sólo un pequeño problema de seguridad. —Sonríe y es tan genuina, tan segura, que
incluso a mí me tranquiliza—. Por favor, disfrutemos de la fiesta mientras los
guardias se encargan. —Levanta su copa de champán llena y muestra una amplia y
perfecta sonrisa a los invitados. Hay algunos murmullos, preguntas, confusión. Él
hace caso omiso y se bebe de un trago la copa de burbujeante líquido dorado antes
de bajar los escalones y rodearme la cintura con una mano.
—No lo hagas. La gente hará preguntas —siseo.

Sonríe a alguien por encima de mi hombro.

—No, no lo harán. Quiero que lo vean. Ahora sonríe. —Le sonrío.

—Tengo que salir de aquí —digo apretando los dientes.

Me acerca y me rodea la cintura con los brazos.

—Tócame —me pide cuando mis brazos permanecen rígidos a los lados.
Cumplo su petición y deslizo una palma por su pecho y la otra por su nuca. Su boca
se acerca a mi cuello, pero no llega a tocarme—. No dejarán salir a los invitados hasta
que yo lo diga. —Y no puede aclararlo demasiado pronto, ya que necesita evitar
sospechas—. Baila conmigo. Actúa como si me quisieras. —Puedo oír la sonrisa en
su voz y me dan ganas de darle un puñetazo en el riñón.

—Prefiero cortarte —le digo, sonriendo dulcemente.

Me coge la mano y un extraño hormigueo me recorre el brazo, casi como


electricidad zumbando sobre mi piel. Frunzo el ceño al ver nuestros dedos
entrelazados. Me lleva al pequeño claro en medio del patio, donde hay un cuarteto
de cuerda sentado tocando el tipo de música que escucha Nicholai.

Me hace girar y yo pivoto sobre la punta del pie. Sé bailar. Bailar y luchar son
una misma cosa, un patrón, el encuentro de cuerpos, un enlace en el que debes leer
a tu pareja y seguirla o contrarrestarla. Me aprieta con la mano en la parte baja de la
espalda y me aprieta contra su duro cuerpo tan bruscamente que pierdo el aliento
en un grito ahogado. Sus labios carnosos se curvan hacia un lado y la sombra de un
hoyuelo se hunde en su mejilla cubierta de barba incipiente. Sigo cada uno de sus
movimientos. Nuestros cuerpos se mueven juntos como el agua caliente y la fría,
fluidos, diferentes y, sin embargo, exactamente iguales.

—Estoy impresionado —retumba contra mi oído.

—Estoy ofendida —respondo. Suelta una carcajada y su cálido aliento golpea la


piel de mi garganta—. Nero, tengo que salir de aquí.

Se aparta y me mira a los ojos, con una expresión tan dura y decidida que parece
capaz de derribar países enteros en ese momento.
—No dejaré que te pase nada. —Me abraza con más fuerza y de repente me doy
cuenta de que no me importa. Cualquier contacto es suficiente para darme ganas de
matar, pero... silencio. La necesidad palpitante está ausente.

—Ya soy mayorcita. —Tragándome la sensación de malestar en las tripas,


intento pasar por alto su comentario.

—Lo eres, Morte. —Me hace girar de nuevo, su agarre es firme e implacable
mientras me mueve por la pista de baile.

Lo preocupante es que le creo. Confío en él cuando dice que me protegerá,


aunque no necesite su protección. Nero Verdi es el hombre más peligroso que conocí
y, sin embargo, hay algo en él. No puedo precisarlo, pero ciertamente no soy tan
precavida como debería con un hombre como él. Me desconcierta y es inquietante.
Después de todo, la complacencia hará que te maten. Lo sé muy bien.
NERO

Se relaja en mis brazos y sus dedos se tensan, aferrándose a mi bíceps. Cuando


entré en aquella habitación, ella se cernía sobre mi hermano como una hermosa
vengadora, un ángel de la muerte andante que se abalanzaba sobre su víctima con
una expresión de lo más extraña, entre el alivio dichoso y la angustia. La forma en
que se mueve, la forma en que me mira incluso ahora es la de una depredadora, una
asesina, un demonio vestido, y mentiría si dijera que no me calienta la sangre.

Miro por encima de su cabeza y veo que dos guardias se acercan corriendo a un
par más en la puerta, hablando por radio. Les digo que se encarguen, mientras les
aseguro que debo volver a la fiesta para dar la ilusión de normalidad. Por supuesto,
ya se contará a los invitados lo que ocurrió realmente, pero ahora mismo, revelar la
verdad no sólo incitaría al pánico, sino que también parecería débil. El hecho de que
la mafia italiana diera un golpe dentro de sus propias paredes en una fiesta de
compromiso... bueno, eso es simplemente vergonzoso, pero Arnaldo planeó esto. Y
realmente, si la verdad sale a la luz, Lorenzo parecerá el débil, asesinado porque
intentaba follarse a otra mujer en su propia fiesta de compromiso. No puedo evitar
sonreír. Su padre se revolcaría en su tumba. Pero es este mismo hecho el que
mantendrá todo esto en silencio. La gente susurrará que fue mi cita quien lo mató,
pero nadie lo confirmará. Aparte de su seguridad directa, garantizo que nadie lo
sabrá. La reputación significa mucho más que la justicia en nuestro mundo.

—Están registrando a los invitados —respira Una contra mi garganta, con la voz
tensa. La hago girar y cambiamos de posición. Los guardias registran a los invitados,
los bolsos y, seguramente, a una misteriosa morena. Dudo que miren a Una, pero
podrían hacerlo. Después de todo, técnicamente ella nunca cruzó la puerta. Si lo
comprueban, estamos jodidos.

La hago girar de nuevo y sonrío, esperando que parezcamos la pareja perfecta.


Mantengo la mirada fija en los guardias que se acercan y veo cómo se acercan. La
gente que nos rodea empieza a ir más despacio, prestando más atención a los
guardias mientras se abren en abanico hacia los bailarines. Un destello de pánico
cruza los ojos de Una y me preocupa que haga algo precipitado, como convertir esta
fiesta en un baño de sangre.

—Señor —dice alguien detrás de mí.

Mierda. Agarro a Una por la nuca y la atraigo hacia mí, pegando mis labios a los
suyos. Se queda paralizada, sus uñas se clavan en mi hombro. Desciendo la mano
por su espalda, rozo su culo mientras acaricio con la lengua su labio inferior. Esto
tiene que quedar bien, lo bastante bien como para que la gente se sienta incómoda.
Se pone rígida e intenta apartarse de mí, oponiendo resistencia. Maldita sea. Ahora
mismo, nuestros destinos están entrelazados. Si la atrapan, a mí también.

Tomo el control, meto la mano en su pelo y lo agarro con fuerza, tirando de él.
En cuanto lo hago, suelta un suspiro agudo, sus labios se entreabren y su aliento
baila sobre mi lengua. El hielo se resquebraja centímetro a centímetro, hasta que la
siento blanda y flexible entre mis brazos. Sus dedos me recorren desde el hombro
hasta la nuca, las uñas rastrillando mi piel en un rastro ardiente que me hace sisear
contra sus labios y estrecharla más contra mi cuerpo. Sabe a champán y a peligro, y
todo en ella hace que la adrenalina corra por mis venas como una droga. El beso se
convierte en un campo de batalla, cuanto más rudo soy, cuanto más magullado es
mi agarre, más profundo cae ella. No hay nada dulce ni suave en él, sólo una pasión
brutal. Me muerde el labio con tanta fuerza que me hace sangrar y luego pasa la
lengua por la herida, haciéndome gemir. Tengo la polla pegada a la cremallera y el
calor me recorre la piel en una oleada. Por fin suelto mi mano de su pelo y ella se
aleja de mí, jadeando. Sus ojos se cruzan con los míos, esos iris lilas llenos de
confusión y lujuria. Parece horrorizada.

Estamos en medio de un mar de gente, pero solo la siento a ella. Se me eriza la


piel y aprieto la mandíbula mientras la necesidad y el deseo me recorren las venas.
Una es una herramienta, una asesina, el enemigo. Cualquier cosa. Es cualquier cosa
menos como la veo ahora mismo: alguien en el que quiero hundirme hasta las
pelotas. Lo personal y lo profesional deben mantenerse siempre separados en este
negocio, sobre todo cuando se trata de El Beso de la Muerte. Aprieto los ojos durante
unos segundos y respiro hondo antes de darme la vuelta y alejarme de ella. Ese beso
nos salvó, por ahora. Tengo que sacarnos de aquí.

Me acerco a Romero, el segundo de Lorenzo. Cruza los brazos sobre el pecho y


cuadra los hombros, mirándome de un modo que promete venganza. Para el mundo
exterior, Lorenzo y yo éramos hermanos. Sólo Lorenzo y yo, junto con nuestros
amigos más íntimos, sabíamos la verdad. Éramos enemigos acérrimos, y yo acababa
de ganar.

—Tenemos que empezar a sacar a los invitados de aquí.

Las cejas azabache caen sobre unos ojos igualmente oscuros mientras me evalúa.

—Voy a matarte —gruñe. Sonrío y noto que le palpita la vena de la sien.

Resoplo una carcajada.

—Ojalá pudieras. Tu intrépido líder murió, Romero. ¿Quién crees que ocupará
su lugar?

Gruñe, echándome en cara.

—Eres un cabrón. La familia nunca te apoyará.

Me río.

—Tienes razón, soy un cabrón.

Me regodeo sabiendo que Lorenzo, el primogénito de mi padre, su heredero, su


hijo, su mayor logro, era jodidamente débil. Y yo, el hijo bastardo no deseado, el
resultado de la infidelidad de mi madre, gané. Lo odiaría de verdad si no estuviera
realmente agradecido. Verás, Lorenzo tuvo su amor, y no le hizo ningún favor. No,
Matteo Santos me forjó. Su odio me hizo fuerte. Sus constantes recordatorios de lo
que soy me hicieron inteligente. Sus golpes físicos me hicieron un luchador. Aprendí
de él que el respeto y el poder no son un derecho de nacimiento. Tenía el poder de
su nombre, pero no importaba cuántas veces me golpeara, nunca sentí ni un ápice
de respeto hacia él. Mi único propósito es destruir su imperio, pieza a pieza. Yo lo
maté, y ahora su hijo se fue. A veces, desearía haberme quedado quieto, para que
hubiera estado aquí viendo caer a su hijo, para que hubiera muerto sabiendo que yo
tomaría el poder. Soy un bastardo, pero no significa nada porque me llevaré todo y
más.

—Saquen a los malditos invitados. Ahora —gruño.

Romero aprieta la mandíbula, los músculos de sus hombros se tensan


peligrosamente. Quiero que lo haga, de verdad. Pero se da la vuelta y se marcha.
Unos minutos después, los invitados empiezan a marcharse y no vuelvo a ver a Una.
Desapareció como una aparición, un fantasma en el viento.
UNA

Bajo las escaleras de un hotel, intentando pasar desapercibida mientras me dirijo


al estacionamiento subterráneo. Con mi vestido manchado de sangre y mi rifle
semiautomático, el ascensor no era precisamente una opción. Mi teléfono suena justo
cuando llego al nivel subterráneo y toco el auricular.

—No es un buen momento —gruño.

—Llevo una semana intentando localizarte. Dime, ¿cuándo es un buen


momento?

Nero.

—Estuve fuera de la red.

—No me digas.

Hay algo en él que consigue provocar un cierto nivel de irritación, me atrevería


a decir, enfado. Es una habilidad; realmente lo es, porque yo no me enojo. La ira es
una emoción inútil y sólo sirve para cegar la razón.

—Mira, ¿hay alguna razón para esta llamada? —jadeo.

—Por supuesto. Tengo un trabajo para ti.

—Que Arnie se ponga en contacto conmigo.

Suelta una carcajada.

—Oh, Una. Creo que ya superamos eso.

¿En serio? Este hombre.


—Yo no —le digo sin rodeos. La puerta al final de las escaleras se abre de golpe,
el sonido resuena en el hueco de hormigón vacío—. ¡Mierda! —Tengo una buena
ventaja, pero aun así prefiero salir limpia. Alguien dispara un par de tiros que
chocan contra la barandilla metálica a mi lado.

—Pareces ocupada. —Puedo oír la diversión en su voz.

—No me digas —gruño, empujando la puerta—. Mándame un mensaje con la


ubicación. Estaré allí mañana. —Cuelgo y acelero el paso, corriendo por el
estacionamiento. Me subo al Porsche aparcado bajo un semáforo roto y pongo la
mano en el botón de arranque. El motor ronronea y piso el acelerador a fondo,
haciendo que el coche escupa y gruña mientras los neumáticos chirrían contra el
asfalto.

Los hombres de Leng irrumpen en la calle justo cuando me alejo del hotel.
Estuvo cerca. Demasiado cerca.

Pulso la marcación rápida y escucho el tono del auricular.

—Una. —Olov contesta al primer timbrazo.

—Estoy a veinte minutos. Prepárate para salir inmediatamente —le digo,


hablando en un ruso rápido. Cuelga y me dirijo a toda velocidad hacia el aeródromo
privado de las afueras de Singapur.
NERO

Abro mi paquete de cigarrillos, saco uno y me lo pongo entre los labios. Me


siento detrás del mismo escritorio que utilizaba mi padre, el escritorio en el que se
sentaba Lorenzo hasta hace apenas dos semanas. Soy el capo de Nueva York. Sin
embargo, estos son tiempos peligrosos. Mantengo mi círculo íntimo cerrado, sólo
trato directamente con los tres tipos de esta habitación. Jackson se pasea frente a mi
escritorio, apretando y soltando los puños repetidamente. Gio está apoyado en la
pared del fondo, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Tommy
está sentado en uno de los sofás, con una copa en una mano y un cigarrillo en la otra
y la mirada perdida en la pared de enfrente. Tiene las mangas remangadas, los
antebrazos y la tela de la camisa blanca pintados de sangre. Las salpicaduras de un
degüello le salpican el cuello. Jackson y él estaban involucrados en un trato que se
fue al traste esta noche, y uno de sus hombres fue abatido. Fue un desastre. Pero era
de esperar. Cualquier adquisición será recibida con cierta resistencia. La gente
piensa que puede mover los postes, exigir nuevos términos, más territorio, mejores
precios. Es mi trabajo dejar claro que el único que va a renegociar aquí soy yo. El
poder es cuestión de percepción y miedo. Si tengo que pintar las calles con su sangre
para conseguir mi punto a través, lo haré.

—Deberíamos volver allí y matar a cada uno de ellos. —La mirada de Jackson se
cruza con la mía, cada músculo tenso por la necesidad de venganza. Es un tipo
grande, de hombros anchos y letal si le caes mal. Me reclino en la silla y me acerco
el encendedor a la cara. El fuerte chasquido del zippo plateado es el único sonido de
la habitación, aparte de su respiración entrecortada. Inhalo, introduciendo el humo
en mis pulmones, dejando que me llene y me queme por dentro.

—No.

—¡Joder! —grita, apartándose del escritorio—. ¡Levi está muerto por culpa de
esos hijos de puta! —Me quedo quieto, inclinando la cabeza hacia un lado mientras
lo miro. Me devuelve la mirada durante un largo rato antes de tragar saliva con
nerviosismo. Me levanto del escritorio y me muevo lentamente a su alrededor.
Todos los presentes parecen contener la respiración. Sólo me detengo cuando estoy
frente a frente con él. Hay una pausa, un momento tenso en el que nos miramos
fijamente. Es como un hermano para mí, pero hermano o no, nadie me cuestiona.

—No tienes derecho a pensar, Jackson. No puedes opinar —gruño en voz baja.
Le tiembla un músculo de la mandíbula y eso basta para enfadarme. Le rodeo la
garganta con una mano y aprieto lo suficiente para que se ahogue—. ¡Eres un puto
soldado! Lárgate. —Lo suelto y se aleja tambaleándose hacia la puerta.

Se detiene cuando se oye un fuerte clic detrás de mí, y se da la vuelta con la mano
echando mano a la pistola. Gio se aparta de la pared y apunta a las puertas francesas
de cristal que dan al balcón. Me doy la vuelta y entrecierro los ojos para ver en la
oscuridad del otro lado del cristal. Distingo a alguien de negro, agachado. Giro el
picaporte y la diminuta figura entra en la habitación como si fuera la dueña del
lugar. Una capucha negra oculta la mitad de su rostro, pero reconocería esos labios
pintados de rojo en cualquier parte.

—Chicos. —Una sonríe y en un abrir y cerrar de ojos me apunta con su pistola,


con un dedo rojo brillante sobre el gatillo. Levanta la cabeza lo suficiente para que
pueda distinguir sus ojos—. Nero. El poder te sienta bien. —Me guiña un ojo—. Que
salgan —ordena, moviendo la cabeza hacia los tres tipos, dos de los cuales la
apuntan con sus armas.

Se podría cortar la tensión de la habitación con un cuchillo, hasta que Tommy se


ríe.

—Me gusta —murmura alrededor de su cigarrillo, como si ella no tuviera una


pistola cargada apuntándome, y absolutamente ninguna conciencia para impedirle
apretar el gatillo.

Doy un paso adelante, acortando la distancia entre nosotros.

—Tan sociable como siempre, por lo que veo.

Su sonrisa se ensancha y arquea una ceja. Estoy bastante seguro que no va a


dispararme, pero la verdad es que no puedo predecir lo que hará porque juega con
sus propias reglas.

—No juego bien con los demás —dice, con un pequeño mohín en los labios. Sigo
acercándome a ella hasta que el cañón de su pistola me aprieta la frente.
—No vas a dispararme. Un capo vale, ¿cuánto? ¿Un par de millones? —Inclina
la cabeza y me mira con ojos depredadores—. No trabajas gratis. —Sonrío.

Sus ojos bailan peligrosamente y me recorre la sien con la pistola desde la frente.
Su aroma me asalta: vainilla y un toque de aceite de armas. Desliza el frío metal por
mi mejilla y mi mandíbula. Su cuerpo apretado está tan cerca que puedo sentir cada
respiración suya mientras sus tetas me presionan el estómago. Tiene esa mirada
despiadada, la misma que tenía después de matar a mi hermano. Esa mirada, la
pistola en mi mejilla... me pone la polla dura. Tengo que contener un gemido cuando
se inclina hacia mí, rozándome la mandíbula con los labios hasta llegar a la oreja.

—Envíalos. Fuera —ronronea y me mete la pistola por debajo de la barbilla con


fuerza suficiente para obligarme a echar la cabeza hacia atrás.

El cañón me muerde la piel y una risa baja me sube por la garganta. Sólo cuando
te enfrentas a la muerte recuerdas de verdad que estás vivo. La sangre me corre por
las venas y la adrenalina me recorre el cuerpo. Sonriendo, chasqueo los dedos,
haciéndoles un gesto para que salgan. Tommy se levanta y se va sin mirar atrás. A
ese cabrón no le importa una mierda. Jackson se mueve a continuación, y Gio es el
último, siempre leal, y demasiado serio.

—No puedes matarme a mí antes de que yo lo mate a él —dice Una, sonando


casi aburrida, leyéndolo sin siquiera dedicarle una mirada.

—Vete, Gio. —Quizá debería preocuparme más por ella, pero no va a


dispararme. Sé que no lo hará.

Suspira y sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. No me cabe duda


que está al otro lado. Pone el seguro y se enfunda la pistola en la cadera antes de dar
un paso atrás muy deliberadamente. Me dejo caer en la silla detrás de mi escritorio.
Durante un buen rato se queda de pie, observando cada centímetro de la habitación.

—Así que te quedaste con la casa fea.

—Una muestra de poder. —Odio esta casa, pero para la familia de Nueva York,
es la casa del capo. Residir en ella simboliza el poder que ahora tengo. Me importa
una mierda. Con gusto la quemaría hasta los cimientos con todos ellos dentro.

Se acerca a mi mesa y toma asiento frente a mí, cruzando lentamente una pierna
sobre la otra mientras se pasa una uña roja como la sangre por el muslo. Se echa la
capucha hacia atrás y la luz la alcanza de lleno por primera vez desde que entró aquí.
Su belleza es fría, casi inhumana, porque en el rostro juvenil de un ángel se esconde
la dura severidad de alguien que vio e hizo cosas indescriptibles. Hay un argumento
para todo, y no voy a fingir que soy mejor. Hice cosas que harían estremecerse hasta
al más duro de los hombres, pero se hicieron en nombre de algo. Poder, familia, más
poder... elige. Lo que Una hace, sin embargo... no lucha por nadie, ni siquiera por sí
misma. Veamos si puedo cambiar eso.

—Tengo un trabajo para ti.

Se ríe en voz baja.

—Vine aquí por cortesía, Nero. —Saca un cuchillo de la funda del muslo y lo
pasa casualmente entre los dedos—. Me ayudaste una vez. Pero no me llamas. No
me contratas. —Golpea el cuchillo contra el antiguo escritorio de madera con tanta
fuerza que sus nudillos se vuelven blancos alrededor de la empuñadura—. Eres un
capo —escupe, con esos ojos violetas clavados en los míos.

Suspiro. El problema con Una es que está en lo más alto de la cadena alimenticia
y nada entre tiburones. Aún no se dio cuenta que yo soy un puto tiburón,
revoloteando en las oscuras aguas justo debajo de todos ellos, esperando,
aguardando mi momento. Me levanto de la silla y le rodeo el cuello con la mano en
un santiamén, golpeándola contra el escritorio.

—Cometes el error de pensar que los meros títulos significan algo para mí.
Consigo lo que quiero, y lo que quiero ahora, Morte, eres tú —le gruño. Una amplia
sonrisa se dibuja en sus labios. Es la primera vez que la veo sonreír de verdad.

—Nero, dices las cosas más calientes. —Se mueve y me rodea la cintura con las
piernas. La miro con el ceño fruncido y entonces ella cierra los tobillos, apretando
los muslos a mi alrededor como una boa constrictora. Cuando reajusto mi agarre en
su garganta, se muerde el labio, como si le gustara. Aprieta las caderas y yo reprimo
un gemido cuando me acerca aún más, apretándome contra el hueco entre sus
muslos. Entrecierra los ojos y su cuerpo tiembla por el esfuerzo de intentar hacerme
daño. Mis riñones gritan en señal de protesta, pero mi polla suplica estar dentro de
ella. Tengo una polla kamikaze. Sus caderas se balancean y la fricción me obliga a
gruñir por lo bajo. La levanto del escritorio por la garganta y la mantengo a escasos
centímetros de mí.
—Eres desechable para mí, Una —le digo. Sus labios se separan, atrayendo mis
ojos hacia ellos, tan llenos y perfectos. Siento su respiración entrecortada en mi cara,
los latidos de su corazón bajo las yemas de mis dedos y, sobre todo, su coño
presionando mi polla. Se ríe, con la respiración entrecortada. Lucho con mi propio
control mientras camino por la delgada línea entre querer follármela y estrangularla.
Permanecemos así unos segundos, y es una tortura. ¡Mierda! No tengo tiempo para
esto. Finalmente, la suelto y me alejo de su cuerpo. Sus piernas se separan de mí y
tose, incorporándose y agarrándose la garganta.

—Tienes un agarre firme.

Me acerco a la pared y apoyo el antebrazo en ella. La necesito. No puedo matarla,


y en cuanto a follármela... por algo la llaman el “beso de la muerte”. Al parecer, mi
polla no recibió el memorándum.

—¡No tengo tiempo para esta mierda, Una!

Suelta una risa tintineante, tan en desacuerdo con la asesina que es.

—Me gustas, Nero. —Me giro para mirarla y veo cómo cruza las piernas sobre
el escritorio—. Te respeto y ascendiste en el mundo. —Señala la habitación que nos
rodea, la misma en la que mató a Lorenzo—. Pero no lo suficiente como para trabajar
para ti. Hay un orden, un equilibrio. Puede que a ti no te importen los títulos, pero
al mundo sí. Puedes pensar que soy desechable, pero déjame asegurarte que sólo
hay una Una Ivanov y mis servicios son muy demandados.

—Te pagaré.

Ella sonríe y se pasa la mano por su larga melena rubia.

—No podrías pagarme.

Respiro hondo y cojo el paquete de cigarrillos que llevo en el bolsillo. La veo


tensarse y, de repente, la hoja que clavó en mi escritorio está en su mano. Entrecierro
los ojos.

—Si te quisiera muerta, estarías muerta —repito las palabras que me dijo una
vez mientras saco el cigarrillo.

Se pone en pie, se sube la capucha y se dirige hacia las puertas por las que entró.
—Nos vemos, capo.

Me quito el cigarrillo apagado de la boca y lo sostengo, haciendo una pausa. Este


es, el momento crucial en el que todos mis planes triunfarán o fracasarán, porque
sin ella, todo se va a la mierda.

—Sé dónde está tu hermana. —Se queda paralizada y yo vuelvo a llevarme el


cigarrillo a la boca, encendiéndolo. Cuando le doy la primera calada, aún no se giró.
Espero, observando el rápido subir y bajar de sus hombros.

—No tengo hermana. —Su voz es como un trueno, rodando, creciendo.

Me resisto a sonreír. La tengo.

—Anna Vasiliev, nacida el 6 de marzo de 1991.

Se gira para mirarme y veo la indecisión escrita en su cara, la confusión, la


fractura. La calma fría y la indiferencia pura que componen a Una Ivanov, se
agrietan y se astillan. Bien podría haberme expuesto su yugular. Conseguir lo que
quieres de la gente es fácil, sólo tienes que encontrar su punto débil. Lo admito,
encontrar la suya fue difícil, hasta que hice que alguien fuera a Rusia y empezara a
escarbar. Tuve que pagar más dinero por información sobre ella de lo que creo que
habría pagado por el presidente. Por supuesto, Una Ivanov no es su verdadero
nombre. Nicholai Ivanov, jefe de la Bratva rusa, le puso ese nombre. Él piensa en
Una como su hija, y la llamó así. La mujer tiene aliados poderosos; le concedo eso.
Su verdadero nombre, Una Vasiliev. Huérfana. Hasta que desapareció a los trece
años. Supongo que no mucha gente se desviaría de su camino para encontrar a una
huérfana. En su mayor parte, ella es un fantasma.

La miro a los ojos y veo una chispa, esperanza. Quiere creerme. Quiere que lo
que digo sea verdad. Veo la división, la lucha dentro de ella. La esperanza frente a
la decisión racional e inteligente, porque la esperanza sin razón es una emoción tan
frágil y débil. Pero la debilidad es parte de la naturaleza humana. Una apenas parece
humana, siempre profesional, mesurada, mortal. ¿Será racional ahora o encontrará
una pizca de humanidad? ¿Corazón o cabeza? Esa es la cuestión.
UNA

Mi corazón martillea, el pulso en mi garganta late tan fuerte que apenas puedo
respirar. Nero da una lenta calada a su cigarrillo, observándome como un halcón,
buscando cualquier signo de debilidad. Lo que no sabe es que podría haberme dado
un puñetazo en el hígado, porque ahora me siento paralizada. ¿Cómo sabe lo de
Anna? Nadie sabe nada de la hermana de la que me separaron cuando la Bratva me
sacó de un orfanato hace trece años. Pasé años siendo entrenada, golpeada,
destrozada, solo para ser reconstruida en la encarnación del soldado perfecto. Los
Bratva me hicieron fuerte, me convirtieron en un guerrero, me hicieron exactamente
lo que querían. Una Vasiliev murió en ese lugar, despojada de todo lo que era.
Excepto Anna, porque nunca pude dejarla marchar, ni siquiera cuando quise, ni
siquiera cuando supe que mi obsesión por ella no me traía más que dolor y
preguntas sin respuesta.

Nunca la menciono, y mi silenciosa búsqueda de ella es mía. Encontrar a Anna


es casi imposible. Todas las respuestas están en la Bratva, un lugar en el que tengo
estatus y privilegios, pero si Nicholai se diera cuenta que tengo una debilidad, la
buscaría y la mataría él mismo. Y creería sinceramente que me está haciendo un
favor, liberándome. Tal vez lo haría, pero cuando pienso en mi hermana, mi inocente
y dulce hermana, un profundo dolor se entierra en mi pecho. Anna nunca fue fuerte.
Era dulce y buena, y dependía de mí. Protegí sus inocentes ojos de la fealdad del
mundo, me corrompí, vendí mi alma pedazo a pedazo, y lo hice voluntariamente,
para mantenerla a salvo, para mantenerla pura. Y eso fue sólo en el orfanato. Mi
mayor defecto en la vida es la incapacidad de protegerla. Pero ahora puedo... si
pudiera encontrarla.

¿Le creo a Nero? No le creo. Pero sólo escuchar su nombre salir de sus labios
hace que algo dentro de mí se mueva. Una puerta que cerré de golpe cuando tenía
quince años ahora está abierta por una rendija. Las emociones se filtran y lucho por
devolverlas a ese rincón oscuro de mi mente donde vive Una Vasiliev, la joven que
llora por su hermana, que sufre por todo lo que perdió, por todo lo que tuvo que
hacer para sobrevivir. Lo siento. Por primera vez en mucho tiempo, siento algo más
que el frío desapego que conlleva matar. Olvidé cómo se siente la ira... estar tan
consumida, tan completamente impulsado por esa única emoción. Estoy enfadada
conmigo misma, pero sobre todo estoy enfadada con Nero por usarla contra mí, por
acorralarme, a pesar que sé qué haría cosas mucho peores para conseguir lo que
quiere. Me siento amenazada, y eso nunca es bueno. Rodando los hombros y
cerrando los ojos, la rabia helada se encierra a mi alrededor, aprisionándome en sus
garras. Y el interruptor se activa. No tengo más control sobre él que el instinto de
respirar. Cuando abro los ojos, mis sentidos se agudizaron, mi visión se vuelve más
clara y puedo sentir cada una de sus respiraciones. La adrenalina corre por mis
venas. Mi mente percibe una amenaza y mi cuerpo responde automáticamente. Tras
años de entrenamiento, no es más que un reflejo, como cuando alguien te lanza una
pelota y tu brazo se mueve para atraparla. Estoy lista para luchar. Lista para matar.

—Encontraste un nombre. Bien hecho —digo. Incluso para mis propios oídos
sueno fría, eficiente. Nero levanta una ceja. Sus ojos se clavan en los míos y veo
cautela en ellos, pero no miedo, nunca miedo en él. Qué tontería—. ¿Qué pensabas,
Nero? ¿Qué te inventarías un nombre y me harías hacer el trabajo sucio como si fuera
tu mascota? —Una sonrisa tira de mis labios—. Fui muy amable contigo hasta ahora,
de verdad, pero no me mientas. No me enfades. Acabaré contigo y no volveré a
pensar en ti —susurro.

Su expresión permanece impasible, casi aburrida. Algo en mí se deleita con su


desafío tácito. Está de pie, con la autoridad y el poder desprendiéndose de él en
oleadas. El señor oscuro en el trono de la mafia.

—No estoy mintiendo. Y podrías matarme, pero entonces nunca lo sabrías,


¿verdad? —Esos profundos ojos marrones me sostienen la mirada, y la duda
empieza a apoderarse de mí.

¿Y si está diciendo la verdad? O quizá sólo quiero creerle. Odio que esto sea
siquiera un tema de discusión. Debería irme ya. No vi a Anna en más de trece años;
ella debería ser nada más que un fantasma para mí.

—Esto no es una trampa, Una. Es un simple intercambio de favores —dice con


voz profunda y melódica.

Me acerco al escritorio, apoyando las manos en él y dándole la espalda.


—Maldita mafia con sus favores. —Esto no me gusta. Soy intocable, pero ahora
mismo me siento como si me hubiera abierto la caja torácica y lo desafiara a clavarme
una cuchilla en el corazón palpitante.

Miro por encima del hombro.

—¿Qué quieres? —pregunto, y él sonríe, expulsando una larga bocanada de


humo por los labios. Soy el león hambriento que merodea fuera de los límites de una
trampa. Nero está colgando a Anna delante de mí como un trozo de costilla, y sabe
que voy a entrar. No puedo resistirme. Supongo que todos tenemos nuestras
debilidades, incluso yo.

—Simple. Me ayudas a destruir a mis enemigos.

Simple, dice. Sé todo sobre sus travesuras en las últimas dos semanas desde que
maté a Lorenzo. Resulta que Nero es el chico malo de la mafia, y considerando que
es la maldita mafia, eso es decir algo. Arnaldo lo nombró capo a raíz de la muerte de
su hermano, y ahora la mierda está golpeando el ventilador. Los italianos valoran la
familia y el honor por encima de todo. Resulta que Nero no valora ni lo uno ni lo
otro. Es un maldito despiadado, pero eso ya lo sabía. Lo tenía clavado desde el
momento en que lo conocí. Aun así, decapitar al segundo de Lorenzo fue extremo y
probablemente no esté en el manual de creación de equipos y liderazgo. A Nero
Verdi le salen enemigos por el culo. No tengo ningún deseo de compartirlos con él.

Volviéndome hacia él, cuadro los hombros e inclino la cabeza hacia un lado.

—Oí que tienes muchos enemigos, Capo. Mataste a tu propio hermano por el
trono. —Tsk—. Un asunto desagradable, sobre todo cuando los italianos valoran
tanto la familia.

Una sonrisa retorcida se dibuja en sus labios y el humo le rodea la cara,


elevándose y haciéndole parecer el mismísimo diablo.

—Ah, pero la pregunta es, ¿cuánto valoras a tu familia, Morte? —acentúa la


palabra, ronroneándola como si fuera un cariño.

Aprieto los dientes.

—¿Cuál es el trabajo?
Se acerca, saca un papel del bolsillo interior de su chaqueta y me lo tiende. Se lo
cojo y él se deja caer en la silla que hay detrás de su escritorio. Al desplegar la hoja
de papel rayado, encuentro cuatro nombres garabateados uno debajo del otro.

Marco Fiore

Bernardo Caro

Franco Lama

Finnegan O'Hara

Reconozco a tres de ellos y dos no son ratas callejeras. Bernardo Caro es otro
capo de Nueva York, y Finnegan O'Hara... bueno, está metido en todo y con todos.
Hay varios golpes en su cabeza. Ya estoy pensando en mis contactos, en cómo podría
llegar hasta ellos, a quién debería golpear primero... Levanto lentamente los ojos
hacia él. Me está mirando, con un codo apoyado en el escritorio y el dedo índice
dándose golpecitos en el labio inferior. Doblo el papel y se lo devuelvo.

—No puedo acertar a tantos en una sola red. —Tres de esos tipos son italianos.
Llamaría demasiado la atención, y en este negocio la atención nunca es buena.

Se encoge de hombros y aprieta los labios alrededor del cigarrillo mientras


aspira. La colilla brilla con un intenso color rojo cereza y me lanza una mirada
sombría.

—Entonces, buena suerte para encontrar a tu hermana. —El humo se escurre


entre sus labios mientras habla.

Aprieto los puños con tanta fuerza que las uñas me rompen la piel de la palma.

—No lo entiendes —gruño—. Mi forma de trabajar mantiene un delicado


equilibrio. Mis servicios son imparciales, por lo que gozo de cierta inmunidad
diplomática entre las organizaciones criminales. Si hago esto por ti, no dejaré mi
nombre en ello. Es malo para el negocio. —Por no mencionar que si alguien decide
que soy una amenaza o que estoy tomando partido, será temporada abierta sobre
mi cabeza. No tendré más remedio que volver a Rusia en busca de protección, y
puede que nunca encuentre a Anna.

Sacude la cabeza.
—Necesito que sepan que fuiste tú y no yo.

—¿Acaso importa? Alguien tiene que contratarme

Esto es un suicidio, pero es increíble lo que harías por lo que más quieres. Pase
toda mi vida sola, una isla rodeada de aguas tan profundas y oscuras, que nadie
podría esperar cruzarlas. Pero Anna... ella camina sobre el agua. Mis límites no se
aplican a ella, o a su fantasía al menos. Quién sabe en quién o en qué se convirtió
ahora.

—Si accedo a esto, llevará tiempo —digo a regañadientes.

—Tengo tiempo. —Sus labios se mueven hacia un lado—. Te pagaré tres por
cada uno. Más tu hermana. No hagas ningún otro trabajo hasta que esto termine y
te quedes conmigo.

Vaya, supongo que es más rico de lo que pensaba. Espera, ¿qué?

Inclino la cabeza y entrecierro los ojos.

—Sí, eso no va a pasar. No se me da bien la gente.

Sonríe.

—Nada de gente, sólo yo. Tengo un ático en la ciudad.

Lo fulmino con la mirada.

—¿Por qué? Tengo un apartamento en la ciudad. Seguro que ver a mi hermana


es suficiente incentivo para que confíes en mí.

Vuelve a su escritorio y apaga el cigarrillo en el cenicero de acero. Su cabeza


permanece inclinada hacia abajo mientras apaga la colilla.

—Mis razones son mías. Lo tomas o lo dejas.

¿Por qué me querría en su casa? Ahí es donde es más vulnerable.

—Aceptaré si me das pruebas. —Trago saliva, tratando de ocultar lo mucho que


esto significa—. Quiero pruebas que tienes algo sobre Anna.
—¿Para que puedas encontrarla tú misma y venderme? —Nos miramos
fijamente durante largos momentos, con sus ojos de whisky, tan duros y
calculadores. Finalmente, echa la silla hacia atrás y abre el último cajón. Saca una
fotografía y la sujeta contra su pecho hasta que levanto la vista y me encuentro con
su mirada—. Si me traicionas, si huyes, le enviaré esta fotografía a Nicholai Ivanov
—dice fríamente.

Mi expresión debe de delatar mi furia, porque coloca la foto sobre el escritorio.


Ignorándolo, me apresuro a mirar la foto. Está borrosa y distorsionada; la imagen
ampliada desde lejos. Está oscuro, pero hay una fila de chicas, todas atadas por las
muñecas. Hay dos hombres armados a ambos lados de las mujeres. En el centro de
la imagen hay una chica. No puede tener más de dieciocho años. Su pelo rubio y
blanco le cuelga sobre la cara y apenas puedo distinguir su perfil, pero es una cara
que reconocería en cualquier parte. Anna.

—¿De dónde sacaste esto? —susurro.

—Fue tomada hace tres años en Juárez. Vendieron un cargamento de esclavos al


cártel de Sinaloa.

Se me hiela la sangre y siento como si alguien me hubiera rodeado el corazón


con el puño.

—¿Una esclava? ¿En el cártel?

Aprieta los labios en una línea plana. No dice nada, pero su silencio es respuesta
suficiente. Aprieto los dedos contra el borde del escritorio y siento... todo. Siento...
todo. La emoción me sube por la garganta y me muerdo con fuerza el interior de la
mejilla en un intento de canalizarla, pero no puedo. Siento que mi corazón, dormido
durante tanto tiempo, se rompe, se astilla y se desangra. Me vienen recuerdos a la
mente, pero en lugar de verme a mí misma, imagino que es ella. Hombres
sujetándola, riendo mientras le arrancan la ropa del cuerpo, manos rodeando su
delicada garganta, uñas rasgando su suave piel mientras la obligan a separar las
piernas. Sólo que ella no lucharía como yo, y no tendría a un Nicholai para salvarla.
Mis uñas chillan en señal de protesta cuando agarro la madera con fuerza suficiente
para doblarlas hacia atrás. La rabia me desgarra la piel y no deseo otra cosa que
enrojecer los ríos de México hasta encontrarla. Las imágenes parpadean detrás de
mis párpados como un carrete de película defectuoso, y me dan ganas de gritar.
—¡Una! —Unos dedos me rozan la mandíbula y me estremezco cuando Nero me
arranca de los gritos de mi mente—. Mírame. —El corazón me late con fuerza y noto
la fina capa de sudor que me cubre la piel—. Una, mírame. —repite. Sus manos se
posan a ambos lados de mi cara, su agarre fuerte y deliberado, obligándome a
levantar los ojos.

Encuentro la mirada de Nero y sus perspicaces ojos buscan los míos. Estoy
congelada, atrapada entre el pasado y el presente, entre la realidad y la pesadilla. Su
pulgar me acaricia la mejilla y es cómo salir a la superficie después de haber estado
sumergida en el agua durante varios minutos. Respiro entrecortadamente,
absorbiendo oxígeno en los pulmones. Vuelvo a concentrarme casi al instante y
golpeo su pecho con la palma de la mano con tanta fuerza que él retrocede un paso
y me suelta las manos. Retrocedo y empiezo a dar vueltas alrededor del escritorio,
poniendo distancia entre nosotros. De todas las personas ante las que tener una
recaída...

—¿Tenemos un trato? —Su expresión se apaga una vez más.

Me duele la mandíbula de tanto apretar los dientes.

—Mataré a tu gente, pero quiero algo más que tu información sobre Anna. —
Levanta la barbilla—. Quiero que me ayudes a recuperarla. —Es un pequeño precio
a pagar. Por ella.

Sea cual sea su plan, debe ser importante porque asiente rápidamente.

—Hecho. —Vuelve a poner la foto en el cajón y lo cierra—. Tengo que ocuparme


de algo y luego te llevaré a casa. —Estupendo. Casi olvidé que voy a tener que vivir
con él.

PASAN QUINCE MINUTOS, y cuando Nero no vuelve me enfado y me aburro.


No soy un miembro del personal al que pueda tener a su entera disposición. A la
mierda. Salgo del despacho y me abro paso por la casa, escondiéndome en las
puertas cada vez que veo a alguno de sus hombres. Consigo llegar a la terraza
acristalada, donde salgo sin que nadie se dé cuenta. Atravieso el césped en pendiente
y aspiro el aire fresco de la noche, que ayuda a calmar mi mente acelerada.

Cuando estoy lejos de la casa, llamo a Sasha.


—Hola —responde en ruso. Sonrío. Sasha es una de las pocas personas en las
que confío en este mundo. Crecimos juntos, nos formamos juntos y nos convertimos
en lo que somos ahora. Es lo más parecido a un hermano que jamás tendré.

—Sasha, soy yo. —Me deslizo fácilmente en mi lengua materna, aunque se siente
extrañamente extraño. Estuve lejos tanto tiempo.

—Una. ¿Dónde estás?

—En un trabajo en Nueva York. —No digo más y él no pregunta. Esta es nuestra
vida, esto es lo que hacemos. Aunque se decepcionaría si supiera que me estoy
vendiendo ahora mismo, por no hablar que se lo diría a Nicholai. Fui a las
instalaciones de Nicholai cuando tenía trece años después que él me salvara de ser
violada y vendida como puta. Sasha estuvo allí desde los nueve años. Soy leal a
Nicholai porque es el único padre que conocí, pero veo sus defectos. Mataría a Anna,
y sé que lo haría porque me ama. En muchos sentidos, veo su lógica, incluso estoy
de acuerdo con ella. Pero no puedo permitirlo, no cuando se trata de Anna. Sasha,
por otro lado, es completamente leal a Nicholai. No tiene debilidades como una
hermana perdida hace mucho tiempo. Me preocupo por él como un hermano y él
también se preocupa por mí, pero en última instancia, me traicionaría antes de
romper la confianza de Nicholai. Tengo que tener cuidado—. Necesito un favor.

—¿Que?

—Pero tienes que prometerme que no dirás ni una palabra de esto a nadie. —El
tono suplicante de mi voz es realmente patético.

—Bien —dice, de mala gana.

—Necesito que localices dónde guarda sus esclavas sexuales el cártel de Sinaloa.

Se queda en silencio.

—¿Te das cuenta de que tienen miles de esclavas?

Suspiro y me pellizco el puente de la nariz.

—¿Buscas a alguien en concreto?

—Sí.
No dice nada durante unos segundos y suelta un largo suspiro.

—Bueno, ¿me vas a decir a quién?

—Ahora no estará bajo el mismo nombre. Buscas a una chica vendida al Sinaloa
hace unos tres años. Pelo rubio-blanco, ojos azules.

Se aclara la garganta.

—Vale, no puedo prometer nada, pero echaré un vistazo. —La otra especialidad
de Sasha es el hackeo. La web oscura, cuentas bancarias, correos electrónicos, incluso
grabaciones de CCTV. Si hay un rastro de Anna que encontrar, él lo encontrará. Lo
admito, es una posibilidad remota.

—Gracias. —Cuelgo y me paso una mano por el pelo. Ahora vivimos en un


mundo online, e incluso los delincuentes pasaron a una nueva era. Traficantes de
armas, de sexo, de drogas... puedes comprar lanzacohetes en la dark web. Los
traficantes de armas tienen su propia versión de eBay. Como siempre hicieron,
tienen una oscura y sórdida clandestinidad, incluso dentro de nuestro propio
Internet. Es aquí donde Sasha y yo a menudo encontramos nuestra presa. Pero no
nos confundan con una especie de buenos samaritanos. Las eliminamos por otra
persona que probablemente quiera ocupar su lugar o cuyo propio comercio ilícito se
vea amenazado. Así es como sigue girando el mundo, con los que tienen poder
obteniendo más a costa de los demás. La gente como Anna se vende y comercia
como ganado y, en su mayor parte, nadie puede tocar a los hombres que lo hacen.
De vez en cuando, sin embargo, alguien como yo sale de la nada. En muchos
sentidos, me robaron igualmente mi vida, pero tengo un propósito. Cuando
encuentre a Anna, y la encontraré de una forma u otra, voy a masacrar a cualquiera
que haya tenido algo que ver en su secuestro.

Puede que Nero sepa más o menos dónde está Anna, pero no voy a sentarme y
dejar que se tome su tiempo para encontrarla, sólo para conseguir lo que quiere de
mí. No soy el peón de nadie. Pero necesito más información. Si Sasha no puede
encontrar nada, entonces me quedo con Nero como mi única esperanza de
encontrarla. Eso no me gusta. Quiero matarlo y sonreír mientras lo veo desangrarse,
pero no puedo y no lo haré. Encontró a Anna. A pesar de los ilimitados recursos a
mi disposición y una reputación que tiende a hacer hablar a la gente, no pude
encontrarla. Él tuvo éxito donde yo fracasé. ¿Cómo? Busqué, pero supongo que
nunca pensé realmente que la encontraría, y ahora que me enfrento a la posibilidad,
ahora que la vi, de repente es algo más que un recuerdo que se desvanece.
Mis pensamientos se interrumpen cuando oigo pasos rozando la hierba. La
distracción es un bienvenido respiro de mis pensamientos, y una parte de mí espera
que sea un atacante. Necesito una pelea ahora mismo. Necesito que la violencia y el
derramamiento de sangre me recuerden lo que soy. Al escuchar, exhalo un suspiro
que me empaña la cara. A pesar de que los días son cálidos en abril, las noches siguen
siendo frías aquí en Nueva York. Claro que, comparadas con Rusia, son sofocantes.
No echo de menos esos inviernos helados en esa fortaleza de hormigón.

Cuando los pasos se acercan, veo acercarse a uno de los hombres de Nero, el más
tranquilo. Su traje negro se funde con la oscuridad como si formara parte de ella. Sus
ojos escrutan la noche mientras se acerca a mí, como si buscara alguna amenaza
oculta. Mantengo la cara inclinada hacia abajo, protegiéndola de su mirada.

—Soy Gio, el segundo de Nero —dice, con una voz demasiado culta para Nueva
York. Tiene todos los rasgos tradicionales italianos, excepto sus profundos ojos
azules, y es casi tan guapo como Nero, pero carece de ese filo despiadado que hace
que el capo sea más de alguna manera.

—¿Significa eso que debo confiar en ti?

Una sonrisa sin gracia se dibuja en su rostro.

—Significa que tiene mi lealtad. Y por ahora, tú también.

—Sabes que soy una amenaza para él.

—Nero no necesita mi protección. Confía en mí. —Le creo—. ¿Por qué estás
aquí?

En un suspiro, me quito la capucha de la cara. Es el segundo de Nero. No puedo


ocultarle mi rostro durante el largo periodo de tiempo que probablemente dure este
trabajo.

—No voy a huir si eso es lo que te preocupa. Hice un trato.

—Un trato con el que no estás contenta —replica.

Ladeo la cabeza y sonrío.

—¿De dónde sacaste esa idea? —Me sobresalto cuando dos formas negras bajan
hacia nosotros por los jardines en pendiente. Mis músculos se tensan, pero Gio no
se mueve. Cuando están a unos metros, veo que son perros. Dos dóberman negros
le rodean las piernas excitados hasta que les grita una orden y se sientan, uno a cada
lado.

—Bonitos perros —observo mientras me miran con atención.

—Son de Nero. Este es Zeus. —Pone la mano sobre el de la derecha—. Y George.


—Señala al de la izquierda. Es George quien rompe su vigilia, como si no pudiera
contenerse. Se levanta de un salto y corre hacia mí, con las orejas hacia atrás y
moviendo su pequeño rabo. Sonriendo, me inclino hacia él y le paso las manos por
su resbaladizo pelaje negro—. Muy débil, George —resopla Gio—. Menudo perro
guardián estás hecho. —Zeus se queda dónde está mientras George se apoya en mis
piernas, rogándome que le preste atención.

—¿Llamó George a su perro? —Lo miro y enarco una ceja.

Se encoge de hombros.

—Ven. Te lo enseñaré.

Miro hacia atrás, a la fea casa que está justo encima de nosotros en la colina.

—Me parece bien. ¿Dónde está Nero?

—Está inesperadamente ocupado.

—Bien, o me llevas con él o me voy. Y puedes decirle que no espero a nadie.

Se da la vuelta y empieza a caminar hacia la casa con una risita baja.

—Esto va a estar bueno.

A su lado, caminamos en silencio. El olor de los lirios nocturnos me asalta


mientras atravesamos los jardines. Las rosas adornan los parterres, sus pétalos
carmesí sangran contra la noche. Los perros se escapan y corren delante de nosotros
hacia el solárium de la parte trasera de la casa. Me pongo la capucha al entrar. Me
inquieta estar rodeada de tanta gente, que me vean. Gio me guía por un pasillo hasta
que llegamos a una puerta que da a unas escaleras de hormigón. Una ráfaga de aire
frío sube por ellas mientras descendemos al sótano, como dedos helados que nos
alcanzan. En la parte inferior, se acerca a una vieja puerta de metal oxidado y pulsa
un código en un teclado, lo que provoca un fuerte clic. Con un brusco empujón, abre
la vieja puerta, cuyas bisagras gritan en señal de protesta.

—Aquí tienes. —Se aparta y me hace un gesto para que me adelante. No me


gusta, pero me armo de valor y entro, sin perderlo de vista. Gio es la peor clase de
peligro. La primera impresión es que es simpático, inteligente, sonríe con facilidad
y tiene un aire de amabilidad. Todo en él te hace olvidar que te metería una bala en
la cabeza en cuanto te mirara si la situación lo requiriera. Pero no lo olvido. No llegó
a segundo de Nero por ser blando.

Cuando atravieso la puerta, se despliega ante mí una escena espantosa. La


habitación no es más que un gran espacio vacío con paredes y suelo de hormigón.
En el centro del suelo hay un desagüe que se inclina suavemente hacia él. Toda la
sala huele a sangre y a muerte, y el suelo está manchado con las pruebas de los actos
cometidos entre estas paredes. Me recuerda a las instalaciones en las que crecí,
hormigón y sangre. Justo encima del desagüe hay un cuerpo, suspendido por los
tobillos mediante gruesas cadenas metálicas que cuelgan de un gancho en el techo.
El hombre es apenas más que carne pulverizada, su rostro completamente
irreconocible. El grandullón que estaba antes en el despacho de Nero está de pie
frente a él, con las mangas de la camisa arremangadas y un par de nudillos de latón
en la mano. Sus dedos están cubiertos de sangre, que se extiende por sus antebrazos
y alcanza el borde de las mangas de su camisa. Nero y el otro tipo que estaba en la
oficina están a un lado. Nero está apoyado contra la pared, con un cigarrillo
colgando entre los labios. Casi parece despreocupado, pero yo sé que no es así.

—Este es Tommy. —Gio señala al tipo que se sienta a horcajadas en una silla
junto a Nero y éste levanta una mano, saludándome con la mano mientras sonríe.
Es el único aquí que no tiene el pelo oscuro y la piel aceitunada. Sus ojos verdes, su
piel pálida y su pelo castaño lo delatan como algo que no es italiano—. Y Jackson.
—Hace un gesto despectivo con la mano hacia el grandullón. Este es el círculo íntimo
de Nero, me doy cuenta. Cada capo, jefe o líder tiene uno. Tienes que tenerlo. Yo
tengo gente que uso para ciertas cosas. Nadie puede estar completamente solo. Es
imposible.

Suspirando, me acerco a la pared donde está Nero, preparado para ver cómo
flexionan los músculos y tratan al tipo de la cadena como una piñata. El brazo de
Nero está a un par de metros del mío, donde me apoyo contra el frío hormigón, pero
soy anormalmente consciente de él. Está de pie en su vigilia silenciosa, rey de todo
lo que vigila, y es todo lo que no dice ni hace lo que le hace tan formidable. Nicholai
siempre decía que el peso de un hombre reside en cómo es percibido, y la percepción
siempre puede alterarse. Un hombre que amenaza, un hombre que es visto como
violento, lo hace porque siente que tiene que demostrar algo. Nero quiere que
elimine a sus enemigos. Él no está haciendo un punto, lejos de eso, él está
deliberadamente tratando de quitarse de ella. No necesita amenazar ni matar,
porque sabe lo que es y confía en sus habilidades. Siento sus ojos clavados en mi
cara, pero los ignoro, cruzo los brazos sobre el pecho y pongo cara de aburrimiento.
La verdad es que, una vez que viste un interrogatorio, los vistes todos.

Gio se acerca al hombre suspendido y lo rodea con las manos metidas en los
bolsillos.

—¿Está muerto?

Jackson cruje el cuello hacia un lado con impaciencia. Es el más musculoso, el


más temerario de los tres, el más fácil de irritar o molestar, observo.

—Se puede arreglar.

—Si lo quisiéramos muerto, habría usado una bala y salvado tu camisa —dice
Gio, su voz como terciopelo al decir las palabras en voz baja—. Despiértalo.

Jackson coge un cubo de al lado y echa agua sobre el hombre inconsciente. Jadea
y se despierta de un tirón, agitándose contra la cadena como un pez en un sedal. Por
el rabillo del ojo veo que Nero deja caer el cigarrillo y lo aplasta bajo el zapato,
dejando una marca negra en el suelo de cemento. Da un paso al frente y el ambiente
de la sala cambia, como si la paliza sólo hubiera sido un calentamiento y todo
estuviera a punto de empezar.

Tommy se ríe por lo bajo y gira la cabeza hacia mí.

—Espero que no seas aprensiva.

No digo nada. La única razón por la que estoy aquí es porque tengo que esperar
a que Nero me dé su real decreto. No me gusta que me hagan esperar, y menos
cuando estoy esperando para ir a su apartamento... algo que ni siquiera quiero hacer.
Así que me quedo a un lado, observando cómo se pavonea el club de los chicos,
sopesándose las pelotas unos a otros. Aunque, diré que tengo curiosidad. Quiero ver
qué hace Nero que los tiene a todos con la respiración contenida, o quizás ni siquiera
lo saben.
Nero se para frente al hombre. Su silencio bien podría ser un disparo en la
habitación. Mete la mano en el bolsillo de la chaqueta, saca un paquete de cigarrillos
y coge uno para sustituir al que acaba de apagar. Sus movimientos son lentos,
metódicos, deliberadamente pausados, mientras guarda el paquete en el bolsillo y
saca el mechero. El leve chasquido da paso a la llama naranja brillante que baila
sobre la punta del cigarrillo hasta que brilla con un rojo intenso. Me fijo en cada
pequeño detalle intrascendente, porque él me lo exige, sin decir ni una palabra.
Tiene un don, y cuando por fin habla, todo el mundo le escucha.

—Debería saber, señor Chang, que siempre consigo lo que quiero. —Se endereza
el cuello de la chaqueta y se quita una pelusa inexistente.

—¡Esta vez no! —ronca el ahorcado, aunque se pierde en una tos ahogada.

Nero sonríe; es casi encantador y ciertamente desarmante.

—No saldrás vivo de aquí —le dice. Bueno, no va a decirle una mierda ahora.
No me malinterpretes, sabe que va a morir, estoy segura, pero la esperanza juega
malas pasadas a la mente humana. Es esa frágil esperanza la que les hace derramar
sus tripas, no una pena de muerte garantizada.

—¡Vete a la mierda! —El tipo escupe entre labios hinchados y dientes rotos. Se
balancea ligeramente cuando su peso se desplaza y la cadena emite un ominoso
crujido cuando los eslabones chirrían entre sí.

Nero suspira y luego aspira su cigarrillo. Por primera vez, me fijo en la forma en
que sus labios se fruncen alrededor del cigarrillo, y en cómo su mandíbula se
flexiona bajo una capa de barba oscura mientras aspira. Se da la vuelta y hace un
leve gesto con la barbilla a Gio, que sale inmediatamente de la habitación.

—Uno de mis hombres murió en tu emboscada —dice, con un tono


completamente neutro—. Creo que me vendiste. —Esta vez, el tipo no dice nada, y
el único sonido es el ronquido de su respiración. A mí me suena a pulmón perforado.
Nero se encoge de hombros—. De acuerdo.

Admito que estoy intrigada cuando Gio vuelve a la habitación llevando un cubo
de metal. Lo coloca a los pies de Nero, donde se inclina y saca una botella. Nero
asiente y retrocede mientras Gio abre la botella y la vierte sobre el hombre
suspendido. Sólo tardo un segundo en percibir el olor. Gasolina. El líquido empapa
el material de sus vaqueros, cae en cascada por su cuerpo destrozado hasta que tose
y se ahoga, intentando no inhalarlo.

—¿Qué haces? —pregunta aterrado.

Nero se agacha hasta quedar casi a su altura.

—Consigo lo que quiero. —Le da una última calada al cigarrillo y se lo lanza a


la cara. La brasa prende y las llamas desgarran su cuerpo. Sus gritos resuenan en la
habitación de cemento, acompañados únicamente por el sonido del fuego
desgarrando su piel. No soy ajena a la violencia, pero esa es una forma desagradable
de morir. Gio se mueve y saca algo más del cubo, pero no puedo ver con claridad
más allá de Nero, que permanece de pie tranquilamente, observando al hombre que
arde y grita como si estuviera observando una hoguera. Un siseo llena la habitación
y las llamas se extinguen al instante. Gio se para al otro lado del cuerpo humeante,
extintor en mano. ¿Lo apagaron? Lo prendieron fuego y luego lo apagaron. ¿Por
qué? Todo lo que puedo oler es pelo chamuscado y carne quemada, y el olor me hace
tragar bilis.

Le echan otro cubo de agua y vuelve a despertarse de un tirón, sólo que esta vez
debe de sentirse como si estuviera encerrado en el círculo íntimo del infierno. El grito
que sale de sus labios haría retroceder hasta al más duro de los hombres. Su piel está
en carne viva y destrozada, literalmente como si se hubiera derretido en el fuego.
Está completamente irreconocible, y no es que la ronda con los nudillos de bronce le
haya hecho muchos favores. Nero le mira fijamente.

—Doloroso, ¿verdad? —Los gemidos ininterrumpidos del hombre continúan—


. Te incineran los pulmones desde dentro, lo que significa que vas a morir. Tienes
horas, tal vez días, dependiendo de lo fuerte que seas. —Hace una pausa, y aun así
todo lo que el tipo puede hacer es gemir.

Maldición, sentiría pena por él si pudiera, pero honestamente, estoy


simplemente enamorada de Nero en este momento.

—Dame un nombre y te daré una bala. Si no, espero que disfrutes tus últimas
horas en esta tierra.

—Abbiati —solloza, la palabra apenas comprensible.


—Gracias. —Nero saca su pistola y dispara al tipo en la cabeza. El cuerpo se
queda inerte y la sangre brota por el desagüe. Me recuerda al cadáver de un animal
colgado en un matadero.

—Gio, Jackson, creo que Bruce Abbiati necesita una visita. —Nero dice
sombríamente—. Asegúrense de enviar un mensaje. —Vuelve a guardar su pistola
en la funda de su pecho y se acerca a mí—. Disculpa el retraso. —Luego sale de la
habitación sin mirar atrás.

Nero Verdi, a pesar de su refinamiento, es un monstruo sin límites. Ver a un


hombre arder, oír sus gritos y ni siquiera inmutarse... bueno, eso lo pone a mi nivel.
Como si no fuera lo suficientemente peligroso para mí. Es tan insensible y
despiadado como yo. Pero también es listo y astuto, y la inteligencia es el arma más
letal que puede poseer un hombre.
NERO

En cuanto entramos en el coche, noto su malestar. Está sentada en el asiento del


copiloto, con la espalda erguida y los dedos sobre el cuchillo que lleva en el muslo.

—¿Por qué?

—Tendrás que ser más específica.

—¿Por qué insistes en que me quede contigo?

Miro por el parabrisas los faros que atraviesan la oscuridad.

—Tengo mis razones.

—Bueno, compartir es cuidar.

Mis labios se crispan cuando vuelvo a mirarla y encuentro su intensa mirada


clavada en mí.

—Sé lo suficiente sobre ti como para saber que eres muy capaz con algunos
contactos extremadamente poderosos. Ahora mismo, entramos en algo que nos
beneficia mutuamente. Yo consigo lo que quiero y tú consigues lo que quieres.

—Sí, y yo acepté el intercambio de servicios, ¿no?

—Vamos, Una, no me digas que no buscarías una salida en cuanto tuvieras la


oportunidad. —Ella no dice nada—. Podrías hacerle una visita a Arnaldo, o intentar
encontrar a tu hermana tú misma, no es que llegues lejos, pero aun así.

Me detengo en un semáforo en rojo.

—No entiendo lo que quieres decir.


Alargo la mano y le paso un dedo por la mejilla, sabiendo que se siente
incómoda. Nunca tuve mujeres que se quejen de mi tacto, nunca conocí a una mujer
que no me rogara por ello. Todas quieren probar a un chico malo, un paseo por el
lado salvaje. Si sólo supieran exactamente con qué se están metiendo en la cama.
Una es diferente. No es una mujer normal, y definitivamente no me ve como el chico
malo follable. Me ve exactamente como soy y ni siquiera pestañea. Su piel es como
el satén bajo la yema de mis dedos mientras trazo una línea hasta la comisura de sus
labios, antes de agarrar su mandíbula.

—Si te quedas conmigo, no podrás ir por ahí planeando mi muerte en tu tiempo


libre.

Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios, aunque sus ojos brillan con algo
peligroso.

—¿De verdad crees que puedes retenerme contra mi voluntad?

Le devuelvo la sonrisa.

—Oh, no será contra tu voluntad. Porque en cuanto te alejes de mí, le daré a


Nicholai la información que tengo sobre Anna. —Su respiración se entrecorta
ligeramente, su pulso palpita errático bajo mis dedos. Dejo que una sonrisa de oreja
a oreja se dibuje en mis facciones—. Y a pesar de todas tus bravuconadas, no creo
que quieras eso, ¿verdad, Morte? —La tengo, anzuelo, línea y plomada. No tiene a
dónde huir, sólo a mí. Me convertiré en su salvador y en su pesadilla. Seré lo que
necesite que sea si ella interpreta el papel que yo necesito.

Su expresión facial se relaja de nuevo en una de indiferencia pasiva y actitud


franca.

—De acuerdo.

—¿De acuerdo?

Ella aparta su cara de mi agarre.

—Te pregunté por qué. Tú me lo diste. Puedo apreciar a un manipulador astuto,


Verdi.

Oh, ahora nos conocemos por el apellido. Resoplo cuando el semáforo se pone
en verde y me alejo.
—Por supuesto, si quieres que haga mi trabajo, entonces necesitaré mi equipo.
Por no hablar de la ropa. Tenemos que hacer una parada.

—Bien. ¿Dónde tienes que ir?

LOS FAROS SE DESLIZAN por las puertas metálicas enrollables de varios


almacenes. Zeus y George están sentados en el asiento trasero, con las orejas tiesas
mientras miran por el parabrisas. Paro el motor y salgo. Estamos en una zona
especialmente degradada de Brooklyn. Una valla de alambre rodea el solar y dos
luces de seguridad a ambos lados de la puerta iluminan de color naranja el pasillo
de hormigón que separa las dos filas de viviendas. Una cierra la puerta del coche y
empieza a caminar, su figura proyecta una larga sombra. Hay un solo guardia de
seguridad en la puerta. Este lugar es tan seguro como una caseta de jardín en el
Bronx. ¿Para qué demonios utiliza Una este lugar? Busco entre las sombras,
escuchando. Lo único que oigo es el zumbido lejano del tráfico, interrumpido de vez
en cuando por el claxon de un barco. La sigo, sintiendo el duro contorno de mi
pistola contra mi caja torácica. Me pican los dedos al sentir su peso en la mano, pero
me abstengo. Llámenme paranoico, pero viví demasiados tratos dudosos y tiroteos
posteriores en lugares como éste.

El sonido de una de las puertas metálicas al subir golpea el aire nocturno.


Alcanzo a Una cuando entra en el local abierto y enciende una luz. En la pared del
fondo hay varias taquillas metálicas, parecidas a las de los talleres de coches. Coge
un juego de llaves y abre una de ellas. Abre los cajones y empieza a sacar varias
armas, sacando los cargadores de las pistolas y comprobándolos antes de volver a
meterlos.

—Pásame una de esas bolsas, ¿quieres? —señala la pared de la izquierda, donde


cuelgan un par de bolsas negras vacías. Le tiendo una y ella mete Dios sabe cuántas
armas diferentes, y luego pasa al siguiente cajón. Granadas. En el siguiente,
cuchillos.

—¿Terminaste?

Me mira de reojo antes de cerrar la bolsa.

—Sabes que tengo armas. Y no vamos a derribar el Pentágono.


Me fulmina con la mirada.

—Me gustan mis armas.

—¿Y las granadas?

Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios.

—Bueno, las granadas siempre están a mano. —Sacudo la cabeza mientras me


echo la bolsa al hombro. Ella coge un maletín largo de acero de la esquina, seguido
de una de las bolsas con cremallera que hay contra la pared.

—También lo necesito. —Me señala un maletín de plástico negro que cojo—.


Bien, vamos. Vuelve a bajar la puerta metálica y coloca el candado en su sitio.

—Deberías buscar un sitio más seguro para guardar tus cosas.

Pasa a mi lado.

—Bueno, nadie guardaría nada de valor aquí, así que nadie se molesta en entrar.
—Se encoge de hombros. Eso dice ahora.

Entro en el estacionamiento de debajo de mi edificio y miro a Una. No me dirigió


la palabra desde que recogimos sus provisiones y, sinceramente, me parece bien. No
me importa mucho su bienestar emocional más allá de su habilidad para matar.
Salgo del coche, abro la puerta trasera y dejo salir a los perros. Camino hacia el
ascensor, echando un breve vistazo por encima del hombro para comprobar que me
sigue.

Sus pasos detrás de mí son tan silenciosos que casi me desconciertan. Lleva el
“silencio de ultratumba” a un contexto completamente nuevo.

Las puertas del ascensor se abren y entro. Parece un animal acorralado cuando
se desliza a mi lado, lista para huir en cualquier momento. Se queda un poco detrás
de mí, siempre tan estratega. Veo su reflejo borroso en las puertas de latón, e incluso
con esa visión limitada puedo ver la tensión en sus hombros. Está incómoda y
dispuesta a luchar.

Inspecciono el puño de mi chaqueta y me ajusto el borde de la camisa.

—No voy a saltar sobre ti, Una.


—Serías estúpido si lo hicieras —responde ella, con la voz tensa.

¿No va a ser divertido? Gio cree que estoy loco por traerla aquí. Quería que la
dejara en casa, pero sé que es imposible que se quede allí. Bueno... podría, pero no
sin masacrar a cada hombre que vea su cara antes de que nos separemos. La tensión
en esta pequeña caja de metal se vuelve asfixiante, hasta que estoy listo para abrir
las malditas puertas o apuntarle a la cabeza con una pistola y decirle que se deje de
estupideces. Por suerte para los dos, suena un pitido bajo antes que se abran las
puertas. Los perros trotan hacia delante, desapareciendo en la cocina donde Margo,
mi ama de llaves, les habrá dejado comida.

—El ascensor sólo funciona con llave, y la salida de emergencia tiene sensores y
sistemas de alarma en la puerta. Así que, si huyes, lo sabré. —La miro,
asegurándome que ve lo mortalmente serio que estoy. Sinceramente, no tengo ni
idea de cómo tratar a alguien como ella. Trato con hombres para los que las
amenazas y el apalancamiento sin duda funcionan. Ella es demasiado tranquila,
demasiado tolerante. Me hace sospechar. Nunca tuve que reprimir a alguien de su
habilidad, ni con sus contactos. Estoy seguro que podría pedir un favor a cualquier
pez gordo, incluso a Arnaldo. Después de todo, estoy fuera de la red aquí,
trabajando por mi cuenta, y no tengo ninguna duda que ella lo sabe. Sólo espero que
su hermana sea suficiente. Es cierto, ella podría ser capaz de encontrar a Anna por
su cuenta, pero tuve chicos enterrados en los cárteles durante años. Soy su mejor
opción. Se aleja de mí y se acerca a los ventanales que rodean todo el apartamento,
como una pared de cristal que la aprisiona aquí, por encima de Nueva York.

—Tu habitación está por aquí. —Subo las escaleras hasta el segundo piso. La
barandilla estilo balcón se extiende a lo largo del apartamento, con vistas a la sala
de estar de planta abierta de abajo. Mi paso vacila en la primera puerta, la habitación
más alejada de la mía, en la que pensaba meterla a ella, pero por alguna razón sigo
caminando y me detengo en la que está junto a la mía. Empujo la puerta y extiendo
el brazo en un gesto amplio.

—Deberías tener todo lo que necesitas, pero si no es así dímelo y Margo te lo


traerá.

—¿Margo? —Sospecha en su voz.

—Mi ama de llaves. No tengo novias.

Sonríe.
—Lo dices como si fueran mascotas. Mariposas en un tarro. —Se aleja unos pasos
y gira sobre sus talones para mirarme—. Me pareces de los que arrancan las alas a
las mariposas bonitas, Nero.

Una Ivanov. Hay algo en ella que constantemente se burla, provoca y se atreve.
Me acerco más a la habitación, acortando lentamente la distancia que nos separa
hasta que estoy lo bastante cerca como para ver sus ojos añiles en la oscuridad. La
forma más fácil de intimidar a alguien es meterse en su espacio personal. Es un
hábito cuando se intenta obligar a alguien a retroceder, pero con Una descubro que
tiene el efecto contrario. Ella se eleva ante la amenaza, haciendo que todo en mí se
incorpore y tome nota. Quiero ser indiferente a ella, necesito serlo, y sin embargo,
todo lo que hace capta mi atención. ¿Cómo no? Nunca conocí a una mujer como ella,
y sé que nunca la conoceré. No hay nadie como ella. Es la mejor, el beso de la muerte
en persona. Mis ojos recorren el contorno de sus labios carnosos, y de pronto
recuerdo exactamente cómo se sienten contra los míos, el latigazo de su lengua, el
violento rasguño de sus dientes...

—No te preocupes, dejaré tus alas en paz.

Sonríe y echa la cabeza hacia atrás para mirarme.

—Me confundes con algo bonito y frágil, pero te aseguro que las alas que tenía
me las arrancaron hace mucho tiempo —dice con indiferencia, pero capto un breve
destello de tristeza en sus ojos. Pero no lo dice por lástima, sino porque odia que la
vean delicada. Debería importarme una mierda, pero es como un rompecabezas en
el que no puedo resistirme a perder el tiempo.

—Bien entonces, sé una oruga fea. —Resopla y una breve sonrisa se dibuja en
sus labios, hundiendo un hoyuelo en su mejilla de porcelana. Una mariposa, aunque
sus alas sean de acero y su tacto pueda matar. Me obligo a alejarme de ella y salgo
por la puerta.

—Nero. —Me detengo al oír su voz—. Uh... —tartamudea sobre sus palabras y
me hace volverme hacia ella—. Podrías oír cosas esta noche. No entres aquí. —Antes
que pueda responder, cierra la puerta de un portazo.
UNA

—Ya aprenderás cuál es tu lugar, Una. No eres nada ni nadie, una huérfana no deseada.
Dilo. —La matrona del orfanato me grita a la cara, con la saliva saliendo de sus labios finos
y crueles. Un cigarrillo cuelga de sus dedos y el olor a tabaco recorre la habitación. Desafiante,
le sostengo la mirada, negándome a ceder. La áspera madera de la silla me muerde los muslos
desnudos, expuestos por el vestido de verano que llevo. Las correas de cuero que sujetan mis
muñecas a los brazos de la silla están gastadas, pero aún me rozan la piel y me dejan las
muñecas en carne viva. A la matrona le gusta hacer esto para asegurarse que los niños se
portan bien. Yo no lo hago. Sé lo que hacen con nosotros, lo que planearon. Me niego a aceptar
este destino y, sobre todo, me niego a aceptarlo para mi hermana.

—Bien. Recuerda que te lo mereces —gruñe, antes de agarrar el cigarrillo y


estampármelo en el hombro.

Duele, duele de verdad. Y luego ese olor, a carne quemada y piel derretida. Es la primera
vez que lo huelo, pero no será la última.

La escena cambia, la cara de la matrona se desdibuja y se transforma hasta que miro a


Erik. Las ataduras de cuero dan paso a unas manos ásperas y la silla de madera se convierte
en un suelo de cemento. Sé lo que ocurre aquí, y mi respiración se acelera, mi corazón late
tan deprisa que apenas puedo evitar un ataque de pánico. Me revuelvo contra las manos que
me sujetan, pero sólo consigo que me den una bofetada en la mejilla. Mi cabeza se echa hacia
atrás y siento un pinchazo en la piel.

El cuerpo de Erik cae sobre mí y su aliento caliente me golpea la mejilla.

—Te voy a romper —sisea.

Es en ese preciso momento cuando la parte de mí que aún tenía una pizca de fe en la
humanidad se hace añicos. Todo se convierte en un borrón de ropa rasgada y adrenalina.
Lucho y arremeto contra todo lo que está a mi alcance. En algún punto del caos me veo
desplazada y, en lugar de vivirlo yo misma, me convierto en una espectadora, y la chica que
está siendo sujetada se convierte en Anna. Sólo que ella no lucha, y Nicholai nunca llega para
salvarla. Las lágrimas me recorren la cara y grito mientras intento llegar hasta ella, pero no
puedo. Es como si tuviera los pies clavados en el cemento y lo único que puedo hacer es ver
cómo mi hermana pequeña se apaga y se convierte en nada más que un recipiente fracturado
ante mis ojos, su inocencia robada por monstruos que no tienen derecho a apoderarse de ella.

Despierto entre jadeos y aspiro a bocanadas de aire. Las lágrimas me recorren


las sienes, mientras el dolor delator de un grito se aloja en mi garganta. Tardo un
segundo en recordar dónde estoy. No recuerdo la última vez que permanecí en el
mismo lugar más de una o dos semanas, y los constantes viajes no dejan de
desorientarme. Las pesadillas me atormentan desde hace años. Bueno, más que
pesadillas son recuerdos. Toda mi infancia fue una larga pesadilla, así que tengo
material de sobra. Pero esto es nuevo. Es la primera vez que Anna se convierte en el
centro de mi tormento. Eso no fue un recuerdo. Yo no me rompí, pero Anna se
rompería. Ese pensamiento me hiela la sangre, y una vocecita en el fondo de mi
mente me suplica que espere, que espere que tal vez ese no sea su destino. Debería
saberlo. En este mundo no hay lugar para la esperanza, sólo para la fría realidad.

Las brillantes luces de la ciudad proyectan un tenue resplandor por toda la


habitación que proyecta sombras sobre la alfombra gris pálido. Todavía tengo el
pulso acelerado y la piel pegajosa por el sudor, así que me levanto y me dirijo en
silencio al cuarto de baño, en el otro extremo de la habitación. Sin encender las luces,
arranco la ducha y me desnudo antes de meterme bajo el agua caliente. Dejo que la
oscuridad y el agua me envuelvan, calmando la tensión de mi cuerpo. Debería odiar
la oscuridad, pero me encanta. Nos permite ser lo que somos, ocultar todas nuestras
partes imperfectas y antiestéticas. Con la luz llega la verdad, la realidad de nuestra
existencia de mierda. Cuando termino, salgo a la esterilla y me envuelvo en una de
las gruesas toallas.

Después de una pesadilla, siempre me quedo totalmente despierta y sin poder


dormir, así que salgo del baño y me aventuro por el apartamento con la esperanza
de encontrar un portátil o un dispositivo de datos de algún tipo. Para mi sorpresa,
encuentro todas mis cosas apoyadas en uno de los sofás del salón. George se levanta
de su cama en el rincón, mientras Zeus me ignora. Me cuelgo la bolsa negra al
hombro y me dirijo a mi habitación, pero me detengo cuando oigo un quejido detrás
de mí. George está de pie, viéndome marchar con la expresión más desconsolada de
su cara. No sé cómo un supuesto perro guardián puede ser tan lindo como cualquier
perro faldero, pero lo es.
—Vamos —le susurro. Agacha la cabeza mientras camina hacia mí y me sigue
escaleras arriba, con cara de oveja todo el rato—. Eres un bebé. —Me río.

Al volver a la cama, George se acurruca al final mientras yo rebusco en la bolsa


de viaje y encuentro un portátil en el fondo. Tengo un par de localizaciones en la
ciudad como la taquilla de Brooklyn, así como otras por todo el mundo. Armas,
pasaportes, dinero, un portátil y una muda de ropa a mano son siempre necesarios.
Nunca se sabe cuándo un trabajo puede salir mal y, por supuesto, está el escenario
del pícaro. Enfadar a la gente equivocada puede hacer que alguien ponga precio a
mi cabeza. En cuanto eso ocurre, tengo que desaparecer y huir a Rusia, y no es que
pueda ir a casa y hacer la maleta antes de hacerlo. Esta vida es una vida en la que
estás constantemente mirando por encima del hombro, pero es la única que conozco.

A veces me envían tras objetivos que parecen estar a caballo entre ambos
mundos. Jefes de cárteles que tienen mujer e hijos a los que despiden cada mañana
antes de salir a matar gente, traficar con drogas y vender putas. Sé mejor que nadie
cómo acaba eso siempre, con viudas y huérfanos. Pero cuando los veo jugar a tener
una vida normal, me confunde. No entiendo la motivación para ser normal, para
tener el estándar... la compulsión humana de amar y ser amado es una debilidad tan
paralizante, y sin embargo, incluso lo peor de la humanidad sigue queriendo una
cosa tan simple por encima de todo lo demás. No, no puedo ser normal. Me gusta la
adrenalina, la emoción de no saber si hoy será mi último día. Hace que cada
asesinato sea mucho mejor. Cada vez que doy un golpe, es matar o morir, y cada vez
que lo consigo, cada vez que gano, mi mundo gris se ilumina un poco más. Toda mi
vida es un juego de supervivencia que estoy decidido a conquistar.

Saco el flamante portátil de la bolsa y lo abro. En el bolsillo lateral del petate hay
un lápiz de memoria. No hay nada en él, por supuesto, toda la información que
tengo sobre las numerosas organizaciones criminales con las que trabajo la llevo
encima en todo momento. Tomo mi collar, una simple hoja de plata de unos dos
centímetros de largo. Parece bastante discreto, pero en realidad es un medallón.
Dentro hay una pequeña tarjeta de memoria, de las que se usan en los móviles. La
introduzco en una ranura del lápiz de memoria y la inserto en la unidad USB. Años
de información empiezan a descargarse en el disco duro del ordenador.

Cuatro nombres. Cuatro aciertos. Trabajo, analizo la información hasta que el sol
empieza a descolorarse en el cielo gris de la mañana. Aprendo mis objetivos, sus
conexiones.
Finnegan O'Hara es irlandés y, sinceramente, tiene un don para cabrear a mucha
gente. Es del IRA 2, está en lo alto de la mafia irlandesa en Europa y es dueño de la
mayoría de los puertos irlandeses. Si los italianos quieren pasar drogas a través de
Irlanda, que es el punto de exportación más fácil del continente, tienen que pasar
por Finnegan. Alguien tenía que dispararle eventualmente. Nero parece menos
comedido que muchos de los mafiosos con los que suelo tratar. No me sorprende
que lo esté eliminando.

Los otros tres: Marco Fiore, Bernardo Caro y Franco Lama son todos italianos, y
no tengo idea de por qué los quiere.

No conozco ninguna enemistad entre Nero y ninguno de ellos, pero ni siquiera


sabía quién era Nero hasta que lo conocí. Incluso ahora, no estoy segura de cómo
encaja en todo esto. Lorenzo y Nero eran hijos de Matteo y Viola Santos. Lorenzo
tomó el apellido y, sin embargo, Nero tiene el apellido de soltera de su madre, Verdi,
una familia poderosa por derecho propio, pero sin peso real aquí en América. Nero
mandó matar a su hermano, lo que no puede ser más disfuncional. ¿Así que es
simplemente una disputa familiar? Si es así, se intensificó bastante, y Arnaldo está
ayudando, así que ¿cuál es su juego?

Joder, esto es suficiente para darme dolor de cabeza. ¿Por qué me importa?
Nunca pregunto por una razón detrás de un trabajo. En realidad, estos son golpes
como cualquier otro, excepto que el pago es mi hermana perdida hace mucho
tiempo, y mi empleador insiste en que viva con él. Y por supuesto, está el hecho que
estoy literalmente poniendo mi cabeza en la guillotina, pero de nuevo, ¿importan las
razones? La única razón por la que estoy haciendo esto es para llegar a Anna. Pero
importa, porque está ahí, como una alarma sonando en mi mente. Confío en mis
instintos, y mis instintos me dicen que Nero no es simplemente el hijo picado de un
capo, en busca de venganza. Hay algo más. ¿Qué es lo que no veo?

Llevo aquí cinco días y apenas vi a Nero. Él permanece en su oficina la mayor


parte del tiempo, mientras yo paso todo mi tiempo investigando nombres,
ubicaciones, contactos. Un trabajo así lleva mucho tiempo ponerlo en marcha, y aún
no estoy segura de cómo voy a lograrlo. George se sienta a mis pies, esperando a
que le quite la corteza a la tostada mientras yo me siento en la barra del desayuno.

2
Es una organización paramilitar que tiene por objeto lograr una Irlanda unificada y que surgió debido a una
escisión del IRA Provisional.
Le doy una mientras ojeo los planos de uno de los clubes nocturnos de Bernardo. El
sol está empezando a salir, pintando la cocina de tonos rosas y naranjas. Supongo
que Nero no se despertó hasta que oigo un débil latido rítmico procedente de algún
lugar del apartamento. Frunciendo el ceño, me levanto y sigo el sonido, abriendo
una puerta que está justo al lado del ascensor. Es un gimnasio, con una cinta de
correr, un saco de pesas, varias pesas y maquinaria. Debe de ser una de las
habitaciones más grandes de su apartamento, y este lugar no es precisamente
pequeño.

Apoyada en el marco de la puerta, observo cómo sus pies golpean la cinta. Puedo
ver su perfil lateral desde donde estoy, pero no parece darse cuenta de mi presencia.
Está con el torso desnudo, con los pantalones cortos lo suficientemente bajos en las
caderas como para que pueda distinguir la línea de músculos que le recorre el
costado antes de unirse a la V de la parte delantera. Cada músculo se flexiona bajo
su piel bronceada mientras corre. El sudor brilla en cada centímetro de su cuerpo,
salpicándole la nuca antes de caer entre los omóplatos. Crecí entrenando con
soldados, en su mayoría hombres. Veo la figura masculina como una ventaja. Los
músculos equivalen a fuerza, nada más. Pero cuando observo a Nero, me fijo en la
elegancia de sus movimientos, en la forma en que cada línea y plano de su cuerpo
se funde con el siguiente. Es hermoso. Realmente no hay otra palabra. Su cuerpo es
un arma, una fuerza destructiva de la naturaleza. Y al igual que la hoja perfecta lleva
tiempo fabricarla, equilibrarla con exactitud, ese cuerpo es producto de la dedicación
y el sudor. Pone la mano sobre el botón de parada y la cinta de correr se ralentiza
rápidamente hasta que se detiene.

—Estás mirando fijamente —dice sin mirarme. Se pasa una toalla por la cara y
se vuelve hacia mí, con el pecho agitado—. Eso nunca es bueno cuando se trata de
ti.

—No pienso matarte. Todavía. —Entro en la habitación y me apoyo en la pared.

Él sonríe mientras se baja de la cinta y se acerca. Por primera vez veo los tatuajes
de su cuerpo: en el pecho lleva escrito un proverbio italiano, algo así como “el karma
es una puta”. Su brazo derecho está cubierto hasta el codo por una intrincada manga,
pero no puedo distinguir los detalles sin mirar fijamente. Se acerca demasiado y coge
la botella de agua que hay en la estantería de al lado. Me apoyo contra la pared, pero
su olor me envuelve. El sudor se mezcla con su gel de baño y está tan cerca de mí
que literalmente podría mover la mano un centímetro y tocarlo. El pelo húmedo le
cae desordenadamente sobre la frente mientras me mira fijamente.
—A lo mejor es que te gusta mirar. —Levanta la botella de agua, se la lleva a los
labios y bebe, mirándome con diversión en los ojos. Una gota de sudor le resbala por
la garganta y no puedo evitar seguir su recorrido por el pecho. Algo extraño se
instala en mis entrañas y aprieto la mandíbula. Me incomoda y, sin embargo, quiero
tocarle. Quiero saber si es tan duro e implacable como parece. Él lo sabe, porque me
pasa una mano por la cintura. Cuando me tenso, sonríe. Cree que simplemente me
está incomodando, pero es mucho más que eso.

Le agarro la muñeca.

—No lo hagas. —Le advierto.

Se inclina hasta acercar sus labios a mi oreja.

—¿O qué? —Se atreve con un susurro oscuro.

Le pongo la mano en el estómago y le clavo las uñas en la piel con fuerza


suficiente para hacerle retroceder unos centímetros. Su mirada se cruza con la mía,
mi respiración se entrecorta cuando sus abdominales se tensan y giran bajo las
yemas de mis dedos.

Nadie podrá decir que Nicholai no es un maestro entrenando asesinos. Solía


contarme que un tipo adiestró a un perro, le enseñó a salivar a la orden mediante un
simple condicionamiento. Hacía sonar una campana cada vez que le daba de comer,
de modo que el perro asociaba la campana con la comida. Yo fui entrenada de la
misma manera, condicionada a tener respuestas fijas. Nos privaban del contacto
humano, de la más mínima forma de afecto. La única vez que tocábamos a otra
persona era durante una pelea, bajo una lluvia de puñetazos más que de suaves
caricias. En las raras ocasiones en que recibíamos algún tipo de contacto fuera del
ring, éste iba acompañado deliberadamente de dolor, normalmente una descarga
eléctrica. Si añadimos a la ecuación un conjunto letal de habilidades de combate y la
naturaleza de la supervivencia humana, creamos un asesino de reflejos. Admitiré
que los reflejos me salvaron el culo más de una vez; sin embargo, a medida que
envejecía, las cosas cambiaron. Gran parte de mi trabajo implica la seducción, en la
que también fui entrenada. El resultado es una batalla constante, lo instintivo contra
lo necesario. Mi instinto es arrancar el brazo de Nero de su cuerpo, pero... no quiero.

—Hablo en serio, Nero.


—Y aun así, me estás tocando. —Sus ojos caen hacia mi mano extendida sobre
su estómago. No hace ningún movimiento para apartarse, simplemente espera. Me
doy cuenta que no recuerdo la última vez que toqué a otro ser humano
voluntariamente, no para ayudarlo en un trabajo ni para matarlo. No sé qué le pasa.
No es un soldado, ni un hermano de armas, ni un chico con el que crecí. Él no es
realmente un cliente, y ciertamente no es un éxito. Es... una anomalía, una excepción,
un extraño aliado. Me confunde a la vez que me deja asombrada por su salvajismo.
Se inclina hacia mí y mis uñas se clavan en su piel. Sus fuertes latidos recorren su
cuerpo y rebotan en mi brazo. Parpadeo y le arranco la mano. Soltando una pequeña
carcajada, da un paso atrás muy deliberadamente antes de abandonar el gimnasio.

Me quedo allí de pie, confusa y muy inquieta. Debilidad. Así es como se siente
la debilidad. Creo que le gusta. No me teme, así que quiere desafiarme, quiere verme
quebrarme. Bueno, esta situación de vida se va a poner incómoda muy rápido.
Cuando vuelvo a la sala de estar él no está allí. Cuando vuelve a aparecer, está
completamente vestido con un impecable traje gris oscuro y el pelo húmedo por la
ducha.

—Tengo que ocuparme de unos asuntos, volveré más tarde —dice brevemente,
silbando a los perros, que saltan para seguirlo mientras se dirige al ascensor.

—¿Qué? Volverás más tarde. ¿Hablas en serio?

Se vuelve hacia mí con expresión aburrida.

—Me estás recordando por qué no dejo que las mujeres se queden conmigo.

Entre risas, cojo uno de sus cuchillos de cocina y se lo lanzo. Le araña la chaqueta
antes de golpear la puerta de acero del ascensor y caer al suelo. Arquea una ceja y
levanta el brazo, mostrando el corte limpio a través del costoso material.

—Tu puntería es una mierda —gruñe, acercándose a mí.

—Lo es. Te apuntaba al pecho. —Me encojo de hombros—. Tus cuchillos de


cocina no están muy bien equilibrados. Pero, ahora que tengo tu atención, creo que
tenemos que volver a discutir nuestros términos. —Me ignora y pasa de largo,
subiendo las escaleras. Lo sigo—. Ves, eres muy rápido con tus amenazas, si me voy
irás a Nicholai. Toda esa mierda. —Entra en su dormitorio y se mete en el vestidor.
De nuevo, lo sigo—. Pero si vas a ver a Nicholai, él mismo encontrará a Anna y no
tendrás ninguna ventaja —digo, como si la idea me aburriera. Al menos entonces
podría matarlo. Me paro en la puerta del armario y le veo quitarse la chaqueta
estropeada y agarrar una idéntica de un hangar—. Así que...

—Así que nada —suelta, el tono en su voz me hace enderezarme y tomar nota.
Irrumpe en el espacio que nos separa y me agarra la mandíbula, forzando mi cabeza
hacia un lado hasta que sus labios están contra mi oreja.

Una fisura de miedo se instala en mi pecho y sonrío, sintiendo que el corazón


me martillea en el pecho. Siento. Un aliento caliente y furioso me roza el cuello y me
estremezco.

—No juegues conmigo, Una. No intentes negociar ni arrinconarme. —Su voz es


de una calma sepulcral—. Ambos sabemos qué quieres a tu hermana mucho más de
lo que yo te necesito a ti. Pero siéntete libre de ponerme a prueba y ver qué pasa. —
Me suelta, me aparta la cara de un empujón y sale furioso de la habitación.

Me quedo allí, sintiendo el subidón de adrenalina en mi organismo,


deleitándome con su emoción. Me asusta, y me gusta.
UNA

Tommy aparece unos minutos después que se vaya Nero. Entra en la cocina con
las manos en los bolsillos y silbando para sí mismo. Lleva el pelo castaño revuelto y,
aunque lleva traje, por supuesto, la chaqueta está desabrochada y la camisa abierta
hasta la mitad del pecho. Desde aquí también puedo olerle el whisky. Sentado en la
barra del desayuno, con el portátil delante, intento elaborar un plan para acabar con
Marco Fiore. Nero me dejó un archivo esta mañana por lo menos. Como deberes.
Estupendo.

—Al parecer, tú y yo tenemos una cita caliente. —Tommy guiña un ojo, subiendo
a un taburete frente a mí.

—Así que haces de mi canguro —digo sin dedicarle una mirada.

Se ríe, ladeando la cabeza.

—Bueno, hacer de canguro implica que necesitas supervisión. Yo diría más bien
que tienes que vigilar.

Suspiro.

—Bien. Entonces puedes ser útil. Necesito que me cuentes todo lo que sepas
sobre Silk.

Sus cejas se pellizcan.

—¿La casa de Marco?

—Sí.

—Es un local de striptease. Está allí todos los viernes y sábados.

Hoy es miércoles.
—Perfecto.

—No, no, no. —Vuelve a sacudir la cabeza y apoya los codos en la isla del
desayuno mientras se inclina hacia delante—. No lo conseguirás allí.

Huh. Así que Tommy sabe perfectamente por qué estoy aquí.

Sonrío.

—¿Sabes quién soy? —Me mira sin comprender—. Puedo llegar a cualquiera,
donde sea. —Se encoge de hombros y se reclina en la silla. Vuelvo a concentrarme
en la pantalla del portátil y estudio la vista de la calle Silk—. ¿Y sus strippers?

—Son estrictas. La mayoría italianas. No es imposible, pero podrías fallar.

—Lo que me jode para otra ruta. —Interrumpo. Lo veo asentir en mi periferia—
. ¿Seguridad?

Saca un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta.

—Marco es un cabrón sospechoso. Lleva siempre gente armada. —Saca un


cigarrillo y se lo aprieta entre los labios mientras una risa áspera le sube por la
garganta—. Eso sí, yo sería sombrío si me hubiera enemistado con Nero —murmura
mientras levanta el mechero y aprieta la llama.

—Así que hizo algo para cabrear a Nero. —No puedo evitar indagar, aunque
todas mis facetas profesionales me gritan que no lo haga.

Tommy exhala una larga bocanada de humo y esboza una pequeña sonrisa.
Cuando sus ojos se cruzan con los míos, sé que sabe que estoy presionando. Sabe
que no tengo ni idea de por qué estoy cazando a Marco. Y sin embargo...

—Apoyó a Lorenzo. —Se encoge de hombros—. No es fan de Nero y bueno,


quiero a Nero como a un hermano pero tiene un carácter desagradable con él.

—Ya veo. —No preguntes—. ¿De qué conoces a Nero? —Genial.

Se echa hacia atrás en su silla, mirándome con recelo.

—Crecimos juntos.
—Tú no eres italiano. —Por un momento pienso que le toqué la fibra sensible,
pero se encoge de hombros.

—Mitad italiano, mitad irlandés.

—Es un linaje desafortunado. —No aparto la vista de la pantalla. Los italianos y


los irlandeses se odian.

Se ríe.

—Sí, yo era el mestizo y Nero el bastardo.

—¿Un bastardo? —Jesús, no puedo parar.

Da una larga calada al cigarrillo.

—Eso dicen. En fin, éramos los marginados, así que nos unimos, supongo.

—Bueno, los italianos son muy de linaje —murmuro.

—Sí, lo son. —Me levanto, preparo dos tazas de café y pongo una delante de
Tommy. Se saca una petaca del bolsillo y se sirve un poco, guiñándome un ojo.

—Ya veo por qué ahora te toca hacer de canguro —comento secamente.

Se encoge de hombros. Juro que es imposible hacerlo enfadar. Quizá sea por eso
por lo que está aquí en vez de, por ejemplo, Jackson. Estoy segura que podría irritar
a Jackson, ponerlo en el suelo y salir de aquí sin mirar atrás. Juro que ya puedo sentir
las paredes presionándome. No es el hecho físico de estar aquí; es saber que no
puedo irme. Cuanto antes prepare un plan, antes podré salir de aquí y hacer lo que
mejor sé hacer. Tic tac.

Tommy recibe un mensaje a última hora de la tarde e inmediatamente se levanta,


cogiendo su chaqueta del respaldo de la silla. Agradezco que se vaya. Hace media
hora me llegó un correo de Sasha y estoy deseando leerlo, esperando
desesperadamente que tenga algo sobre Anna. Pasaron cinco días. Tamborileando
con el dedo en el borde del teclado, espero nerviosa a que Tommy se vaya. Se encoge
de hombros y me saluda antes de darse la vuelta y dirigirse al ascensor. En cuanto
se cierran las puertas, abro mi correo electrónico. El mensaje de Sasha no tiene asunto
ni texto, sólo un enlace a una página web.
Hago clic en él y aparece una página web. Es una web de cámaras web que me
hace tragar saliva. Está todo en español y hay varias ventanas, cada una con una
secuencia de vídeo. Hago clic en una y aparece una chica sentada en una cama. Está
completamente desnuda, con las rodillas recogidas hasta el pecho. El pelo oscuro le
cuelga sobre la cara y parece rota, como si le hubieran robado toda esperanza.
Normalmente, no me importaría. Lo consideraría un ejemplo más del mundo de
mierda en el que vivimos y seguiría adelante, pero la revelación del destino de Anna
me afectó. La chica se encorva sobre sí misma. Una bala sería mejor que esto. Me
armo de valor y sigo pasando por las distintas ventanas, cada una de las cuales es
una habitación de hormigón diferente, una cama manchada diferente, una mujer
destrozada diferente. Algunas de ellas están solas, otras están acompañadas por
hombres, y algunas están siendo violadas, sus cuerpos sin vida son maltratados una
y otra vez. Me detengo cuando veo a una chica de pelo rubio blanquecino. Un
hombre está de pie frente a ella, desabrochándose el cinturón. Ella se sienta en el
borde de la cama, con la cara hacia abajo y las manos en el regazo. Le agarra la
barbilla y le echa la cabeza hacia atrás. Se le cae el pelo de la cara y la veo.

—Anna —suspiro. Me doy cuenta enseguida que mi hermana está en ese lugar,
que es una de esas chicas. Debería apagar la cámara, pero no puedo. El hombre la
golpea en la cara y luego se le echa encima, se baja los vaqueros hasta los muslos y
la viola. Todo en mí se desgarra al verlo, y quiero apartar la mirada, pero no puedo,
porque si ella puede soportarlo, lo menos que puedo hacer es verlo. Ojalá supiera
que estoy aquí, que la estoy buscando. Lo peor es su aceptación. No lucha, no se
mueve, simplemente se rindió. ¿Pero yo no lo haría? Dios sabe cuánto tiempo lleva
soportando esto, una y otra vez, día tras día. Cuanto más la observo, más destrozada
me siento, hasta que estoy allí con ella, desesperada, desolada, destruida. El dolor
me inunda como un maremoto, una oscuridad tan profunda que no tiene fondo.
Anna está en el infierno y siento que estoy allí con ella, con esas imágenes grabadas
en mi mente. Me pongo en pie y camino hacia la ventana. Quiero encontrar a ese
hombre y arrancarle el maldito corazón del pecho. La desolación da paso a la ira, y
eso es bueno. Es bueno. La ira es una emoción mucho más manejable. Sobresaltada,
echo mano de mi cuchillo cuando noto que hay alguien justo detrás de mí. La mano
de Nero rodea mi muñeca y sus ojos se clavan en los míos mientras la punta de la
navaja se cierne a escasos centímetros de su pecho.

—Cariño, estoy en casa —dice secamente, con expresión sombría.

Me zafo de su agarre y empiezo a caminar de nuevo, intentando formular un


plan, contactos. Necesito entrar en México.
—Tengo que irme —le digo. Suspira, se acerca a la mesita y mira la pantalla del
portátil.

—No cambia nada.

—¿Estás bromeando? Mi hermana está en un sucio burdel, violada y golpeada.


Tengo que sacarla de ahí.

Se cruje el cuello de lado a lado.

—Lleva allí seis meses. Fue una esclava sexual durante siete años. Un par de
semanas más no la matarán —dice, su expresión no es más que gélida indiferencia.

—¿Lo sabías? —susurro, señalando el portátil. ¿Por qué me siento traicionada


por esa idea?

Enarca una ceja.

—¿No hicimos un trato para eso? ¿Tú matas a mis objetivos y yo me quedo con
tu hermana? Que yo recuerde, aún no mataste a nadie. —Sus labios se endurecen,
sus ojos oscuros se centran en mí, irradiando poder y arrogancia.

—Eso fue antes de saber dónde estaba. Voy por ella yo misma. —Lo empujo y
me dirijo a las escaleras.

—Si hubieras creído que podías atraparla tú sola, nunca habrías hecho un trato
conmigo —gruñe. Me detengo y me doy la vuelta. No se movió y sigue de espaldas
a mí, con la cara ligeramente torcida para mirar por encima del hombro—El trato
sigue en pie: tú te vas y yo me voy con Nicholai.

Me abalanzo sobre él y se gira en el último momento, recibiendo el puñetazo que


le doy en la mandíbula. Su cabeza se inclina hacia un lado, y cuando vuelve a
mirarme, sus ojos duros y furiosos me hacen retroceder un pequeño paso.

—Eres repugnante. —Escupo.

—Pregúntate esto, Morte... Encontraste esa página web bastante rápido,


teniendo en cuenta que estuviste buscando a tu hermana todo este tiempo. —Se frota
la mandíbula con la mano antes de acercarse lentamente a mí. Se detiene cuando su
pecho está apenas a un palmo del mío, pero no hace ningún movimiento para
tocarme—. Quizá no querías encontrarla. Al fin y al cabo, esa debilidad es la que te
trajo hasta aquí, a mi entera disposición. Se te podría perdonar que quisieras dejar
esas cosas enterradas. —Se aparta, mirándome con calculada indiferencia.

¿Tiene razón? ¿Podría haberme esforzado más por encontrar a Anna?

—No puedo quedarme sentada en este apartamento sabiendo lo que le está


pasando. —De repente, todo me parece demasiado. Siento la piel tensa y caliente, y
siento que las paredes se mueven, que se acercan sigilosamente. Tiro del cuello de
la camisa, que siento como si me asfixiara—. Tengo que salir.

Me agarra del brazo, y yo me agarro instintivamente. Me rodea la nuca con los


dedos y me gira, empujándome contra la ventana con el brazo retorcido a la espalda.
Me aprieta el pecho y siento cómo el animal rabioso que llevo dentro intenta salir de
su jaula.

—Basta —gruñe.

—Te voy a dar tres segundos para que me sueltes —le digo con calma. Por
supuesto, no lo hace, y echo la cabeza hacia atrás, golpeándole en la boca. Un dolor
sordo me recorre la parte posterior del cráneo, pero no me importa. Levanto la
pierna y le doy una patada al cristal, lanzándonos a los dos unos metros por la
habitación. Oigo cómo Nero se estrella contra la mesita de cristal. Salgo rodando de
él, completamente ilesa tras mi aparatosa caída. Él permanece aturdido en el suelo
y yo aprovecho mi oportunidad. Realmente me está dejando sin opciones. Si me
quedo, me arriesgo a que Anna siga en ese lugar durante semanas, y un día más es
demasiado. Si me voy, irá a Nicholai y Nicholai probablemente la matará. Eso me
deja una opción, matar a Nero y huir. Arrojándome sobre él, me pongo a horcajadas
sobre su cintura y le doy una lluvia de puñetazos en la cara. Tiene el labio partido
por el cabezazo y le chorrea sangre por la barbilla. Está aturdido, y tendré que
trabajar con eso. Nero es un adversario letal, y no tendré muchas oportunidades de
ganarle. Coloco mi mano bajo su barbilla, sujetándola firmemente con la palma. Con
la otra mano lo agarro del pelo y se lo retuerzo. Me detengo un segundo para reunir
la fuerza necesaria para romperle el cuello. No es tan fácil como parece.

—No quería tener que matarte, Nero —susurro. De verdad que no. Nero no es
un buen tipo, pero yo no soy una buena chica. Sus acciones son atroces, pero no es
nada que no haría yo misma. Me siento extrañamente conectada a él, como si la
oscuridad dentro de nosotros nos uniera de alguna manera. ¿Cómo puedes juzgar o
perseguir a alguien cuando es, de hecho, el reflejo de ti mismo? No lo miro y veo sus
actos; simplemente recuerdo los míos.
Sus ojos se abren de golpe y su mano me rodea la garganta, lanzándome hacia
un lado. El aire abandona mis pulmones cuando mi espalda golpea la alfombra y
forcejeo para zafarme, pero su cuerpo aterriza encima de mí, inmovilizándome
contra el suelo con su enorme peso. Lucho contra él, intento zafarme y crear
suficiente espacio para poder rodearlo con las piernas. No lo consigo. En el forcejeo,
mis uñas rasgan la piel, lo que lo hace gruñir y rodearme la garganta con los dedos.
Me aprieta con tanta fuerza que me asusto. Mi oxígeno se corta y mis latidos
aumentan.

Abraza la muerte.

Oigo la voz en mi cabeza, la voz de mi instructor. Pero no puedo. Mi mente está


demasiado libre, todos los instintos arraigados que conozco tan bien están ausentes
y la necesidad de sobrevivir me golpea. Nero se cierne sobre mí como todos los
demonios que tuve, burlándose y mofándose de mi propia debilidad. Sus ojos
oscuros me observan mientras fluctúo y me desvanezco. Manchas negras salpican
mi visión. Va a matarme.
NERO

Vuelvo los ojos hacia atrás y me fuerzo a soltar su delicado cuello, a pesar de
querer partirlo como una puta rama. Aspira entrecortadamente y sus ojos se abren,
centrándose lentamente en mi cara.

—Ibas a matarme, joder —le gruño.

Ella frunce el ceño.

—¿Y estrangularme qué era? ¿Un juego previo? Suéltame. —Intenta ser
autoritaria, pero resulta patética.

Le rodeo las muñecas con los dedos, se las subo por encima de la cabeza y se las
aprisiono con una mano. Apoyo la otra mano junto a su cabeza en un intento de no
apretar cada parte de mí contra ella, y eso no es por su bien, créeme. Esto no debería
ser caliente de ninguna manera, pero las mujeres violentas tienen un efecto en mí, y
no hay nada más violento que ella. Verla respirar entrecortadamente, con mi mano
alrededor de su delgado cuello... lo único que podría hacerlo más perfecto es que yo
estuviera hasta las pelotas dentro de ella. Ella trató de matarme y yo tengo una
maldita erección por eso.

—No voy a hacer tu puto trabajo —sisea entre dientes apretados, jadeando. Qué
boca tiene cuando está enojada.

Aprieto la mandíbula y acerco mi cara a la suya, aunque se niega a mirarme. Su


cabeza se agita de un lado a otro.

—Te tomé por inteligente, Morte. Actúas como una niña que intenta hacerse la
heroína ante su hermana.

Da un tirón contra mi agarre, sacudiendo su cuerpo en un intento de liberarse.


—No tienes intención de recuperarla, ¿verdad? Lucha de nuevo, pero eres débil.
Hace tiempo que perdiste la ventaja.

La agarro de la mandíbula y la obligo a mirarme.

—Te di mi palabra, ¿no? ¿Me estás poniendo en duda?

—Eres un mentiroso —dice en voz baja. Sus labios se separan y su lengua los
recorre durante un instante. Me cuesta apartar los ojos de su boca. Mi polla está dura
como una roca y sé que ella puede sentirla. Pero no me importa.

—No miento —digo distraídamente. Su pecho sube y baja con fuerza,


presionándome. Cuando vuelvo a mirarla a los ojos, están en mi boca. Maldita sea,
me lo pone difícil. Sus dientes rozan suavemente su labio inferior y lucho conmigo
mismo, porque, joder, es la última mujer del mundo a la que querría besar y, sin
embargo, es la única a la que desee tanto besar. Las mujeres no son más que un
momento de placer para mí, pero Una... bueno, Una sería un mundo de placer y
dolor. Quiero luchar con ella y domarla sólo para que se libere y lo vuelva a hacer.
Quiero estrangularla mientras me la follo y luego quedarme dormido, sin saber
nunca si volveré a abrir los ojos o si, por el contrario, me meterá una bala entre ellos.
Ella es un reto, la asesina inalcanzable. Podría enumerar todas las razones por las
que esto es malo, pero ahora mismo no se me ocurre ni una. Me atrae como un imán,
y yo lucho contra ella, pero al final...

Le agarro la mandíbula y jadea mientras le fuerzo la cabeza hacia atrás. Hay un


latido, un momento en que nuestros ojos se cruzan, y es la rabia lo que me lleva al
límite. Sin piedad, cierro mis labios sobre los suyos. Su puta boca. ¿Cuántos hombres
la besaron y vivieron para contarlo? Por un segundo se queda inmóvil, y entonces
sus labios se separan y su lengua se desliza sobre mi labio inferior ensangrentado.
Gime en mi boca, el sonido va directo a mi polla. Intenta soltarse las muñecas y yo
la suelto, pasando la mano libre por la curva de su cintura, el contorno de su cadera,
la tonificada longitud de su muslo con la navaja enfundada. Cuando poso mis labios
en su cuello, sus dedos se enredan en mi pelo y me acercan. Su pulso late bajo mis
labios y, cuando muerdo su suave piel, se estremece físicamente. La pequeña asesina
se ablanda y ronronea bajo mis caricias. Mueve las caderas y se frota contra mi dura
polla, obligándome a soltar un gemido. Es peligrosa y adictiva, el simple hecho de
besarla es un subidón de peligro, y enseguida recuerdo por qué cuando siento el frío
roce del acero en mi garganta. Chica lista. Sonriendo, aparto lentamente la cara de
su cuello y miro sus labios hinchados y manchados de sangre y sus ojos demasiado
brillantes.

—Última oportunidad —dice con voz vacilante.

Levanto una ceja, desafiándola. Me clava el cuchillo en la piel, el agudo escozor


de la hoja atraviesa la carne. La sangre caliente se desliza por mi garganta.

—Te pido que confíes en mí, Una. —Mantengo los ojos fijos en los suyos,
esperando que vea que lo digo en serio—. Confía. En mí —gruño. Parece tan
vulnerable, tan hermosamente salvaje.

—Nunca.

Aprieto con más fuerza la garganta contra su hoja y suelto un suspiro mientras
mi boca roza la suya.

—Si no confías en mi simple capacidad para cumplir mi parte del trato, entonces
cree en mi sentido básico de la autoconservación. —Respiro contra ella—. Tendría
que ser un hombre estúpido para arruinar al beso de la muerte, ¿no? —Ella cierra
los ojos.

—No si me matas.

Sonrío y miro fijamente sus labios.

—Eso sí que sería un desperdicio. —Sus ojos se clavan en los míos y parece estar
buscando algo. Finalmente, respira hondo antes de apartar la hoja de mi cuello.

—Bien, pero si me jodes, no habrá ningún sitio donde puedas esconderte, Nero.

—Qué mariposita más salvaje. —Sonrío y la empujo. Se pone en pie y no dice


nada, simplemente pasa a mi lado y se dirige a las escaleras. Tengo que reconocerle
el esfuerzo y la creatividad. Tengo la polla tan dura que me duele.

Me dirijo directamente a mi habitación y me desnudo mientras entro en el baño.


En cuanto estoy bajo el agua caliente de la ducha, me toco y empiezo a acariciarme
la polla. Aprieto los ojos y una escena se forma en mi mente. Es tan caliente y
retorcida. Me imagino a Una, de pie junto al cadáver de Lorenzo. Me mira y luego
se muerde el labio inferior, arrastrando los dientes sobre él mientras suelta la suave
carne. Se sube al escritorio y se sube lentamente la falda hasta que la tela se le
amontona en la cintura. No hay ropa interior, sólo una piel suave y lechosa y un
coño desnudo. Se abre de piernas y vislumbro la perfección. Se mete la mano entre
las piernas y empieza a pasar un dedo perfectamente cuidado por el clítoris. El ruido
que hace me hace gemir y apoyar la mano en la baldosa para estabilizarme. Coge
dos dedos y se los mete en el coño, gimiendo y retorciéndose, susurrando mi
nombre. El placer corre por mis venas y la electricidad me recorre el cuerpo en una
oleada. Un gruñido me abandona mientras me corro y veo cómo se va por el
desagüe.

Esto es a lo que me veo reducido, a pegarme una paliza en la ducha, porque la


asesina mortal que traje a mi casa intentó matarme. Una mujer hermosa con una
vena homicida siempre fue mi debilidad.

ME DESPIERTO con un grito espeluznante que me lleva instintivamente a


buscar mi pistola antes de darme cuenta que sólo es Una. Me paso una mano por la
cara y me doy la vuelta, oyendo otro grito, y luego otro. Por Dios. ¿La están
asesinando? Salgo de la cama y me quedo un segundo delante de su puerta. Me dijo
que no entrara, pero es mi maldito apartamento y necesito dormir. Llevo días así.
Abro la puerta de un empujón y me acerco a la cama. Está dando vueltas en la cama,
y parece como si estuviera librando una batalla en sueños.

—Una. —No se despierta, pero la tensión de su cuerpo parece casi dolorosa.


Suspiro y le empujo el brazo. En un abrir y cerrar de ojos, se levanta como un rayo
y me encuentro frente al cañón de una pistola de calibre 40. Por supuesto— ¿Vas a
dejar alguna vez de apuntarme con pistolas y cuchillos? —suspiro.

Su brazo vacila unos centímetros antes que finalmente lo baja. Dejó todas las
persianas abiertas y la luz omnipresente de la ciudad ilumina la habitación. Tiene
sombras oscuras bajo los ojos y, por una vez, no tiene ningún comentario inteligente
para mí. Se pasa una mano por el pelo y se apoya en el cabecero.

—¿Qué haces aquí?

—Me encanta oír gritar a una mujer, tanto como al que más, pero si no me la
estoy follando ni haciéndole daño, me resulta molesto. —Me fulmina con la mirada.

—De nuevo, tú eres el que me quería en tu apartamento, no yo. —Dios, nunca


va a parar con esa mierda.
—Sí, bueno, no esperaba que la gran asesina mala tuviera pesadillas nocturnas.
—Su mandíbula se aprieta, sus ojos brillan furiosos. Parece que le toqué la fibra
sensible.

Cuando me siento en el borde de la cama, se aparta de mí y se pone al otro lado.

—¿Qué haces ahora? —suelta.

—Dormir. —Me tumbo en la cama, ignorándola. Su aroma a vainilla y aceite de


armas me envuelve de inmediato.

—¿Aquí? ¿Quieres dormir aquí? —pregunta, con la voz entrecortada.

—Puedo dormir con tus lloriqueos. Cuando lloriqueas no estás gritando, así que
me lo quedo.

—Eres imbécil—refunfuña en voz baja. La ignoro y cierro los ojos—. Nero, en


serio... —Me empuja. —No vas a dormir en mi cama.

—En realidad, en mi cama. —Tengo un momento en el que me maravillo de lo


normal que es esta conversación. Casi podría ser amigo de Una si yo no fuera yo y
ella no fuera ella, pero incluso así, seguiría queriendo follármela. O tal vez no. Es su
sed de sangre lo que me pone la polla dura.

—Empiezo a preocuparme de que no tengas ningún sentido de la


autoconservación.

Sonrío.

—¿Es una amenaza, Morte?

—Yo no amenazo.

Sonrío más.

—Promesas, promesas.

Gruñe en voz baja.

—Estás loco.
Me levanto enseguida, claro, pero hay algo en su mal genio que me hace sonreír.
Tiene razón, estoy loco. Tengo dinero, respeto, poder, mujeres y un trabajo que
alimenta todos mis deseos oscuros y violentos. Tengo todo lo que quiero y necesito
y, sin embargo, Una hace que todo me parezca aburrido. Es peligrosa e impredecible.
Es todo lo que anhelo de la vida en un paquete mortal, y eso podría volverme loco,
pero si hay algo que aprendí en la vida es a aceptar las cosas como son.

El suave rastro de las yemas de unos dedos sobre mi pecho me saca del sueño.
Abro los ojos y me oriento mientras miro a mi alrededor antes de bajar la mirada y
encontrar la mejilla de Una apoyada en mi pecho desnudo. Mierda, me dormí aquí.
Me pasa el brazo por encima del cuerpo y sus dedos se deslizan por el pectoral
izquierdo, antes de recorrerme los abdominales músculo a músculo. Trago saliva
cuando su palma me presiona el bajo vientre y sus dedos rozan la cintura de mis
calzoncillos. Su respiración profunda y pausada es lo único que me impide tirarla
sobre el colchón y cogerla. En lugar de eso, aprieto los dientes y me quedo tumbado,
con la polla palpitando mientras miro al techo oscuro.
UNA

Siento el pecho cálido y macizo bajo mi mejilla y escucho los fuertes y rítmicos
latidos de su corazón, que laten como un tambor constante. Seguridad, familiaridad,
calidez... cosas que ansío. Cosas que nunca volveré a tener si no es aquí, en mis
sueños, con el chico al que amé. Hacía mucho tiempo que no soñaba con él. El peso
se mueve debajo de mí y mi estado de semi-sueño empieza a romperse. No quiero
que se rompa. Desesperadamente, intento aferrarme a él, pero la mañana siempre
acaba llegando.

—¿Alex? —grazno, rodeándolo con más fuerza con el brazo.

—Adivina otra vez.

Me despierto de un sobresalto y, en cuanto me doy cuenta que hay un cuerpo en


la cama conmigo, me pongo a la defensiva. Bajo la almohada, cojo el cuchillo y me
tiro encima del cuerpo duro que tengo al lado. Nero ni siquiera abre los ojos, pero
una amplia sonrisa se dibuja en sus labios cuando le paso la hoja por la mandíbula.
Durmió en mi cama. La ira nunca fue un problema para mí. Las emociones son
simplemente una respuesta forzada nacida de intentar parecer normal al mundo
exterior. Pero desde que mencionó a Anna, estuve fuera de control. Siento
demasiado. Diría que es sólo ella, pero no creo que sea así. Tiene la habilidad de
alterarme donde nadie más lo hizo. Saca cosas de mí que ni siquiera creía que
existieran. Me siento como un ovillo de hilo y Nero tira y tira, desenredándome. Y
al final, todo lo que quedará será un enredo imposible de recomponer. Me asusta y
añoro mi fría indiferencia, mi oscuro agujero donde nada ni nadie pueda tocarme.
Sus ojos se abren y me atrapan al instante.

—Cuidado, Morte.

—¿O qué?
Me agarra por las caderas y su cuerpo se balancea debajo de mí, apretando su
dura polla contra el vértice de mis muslos. Siento calor en el estómago y frunzo el
ceño. Una de sus manos me rodea la nuca y me empuja hacia delante hasta que
estamos cara a cara, con la espada entre los dos. El corazón me late con fuerza en el
pecho y cierro los ojos un segundo, escuchando ese pulso rítmico que me martillea
en los oídos. La vida. La electricidad.

—Mírame —me exige. Me encuentro con su mirada oscura, normalmente tan


calculadora. El color whisky de sus iris se arremolina, transformándose en un
dorado miel. Me rodea la muñeca con los dedos, aprieta con fuerza y aparta la hoja
de su garganta. Trago con fuerza, absorbiendo el oxígeno que tanto necesito. Es
como si aspirara todo el aire de la habitación con solo una mirada. Pienso en el beso
de ayer. Solo quería debilitarlo, pero el roce brutal de su lengua, la forma en que
toma sin disculparse... Nunca me sentí tan fuera de control, y nunca desee tanto esa
falta de control.

Su pulgar roza un lado de mi cuello justo cuando siento el afilado rasguño de la


hoja sobre mi clavícula. Tal vez debería sentirme amenazada, pero no es así. Todo
se ralentiza y sonrío al dejar de pensar y limitarme a sentir. Siento la frenética
descarga de adrenalina y deseo arremolinándose y mezclándose en algo tan potente
que me paraliza.

Todo mi ser se concentra en el punto exacto en el que su piel caliente presiona el


interior de mis muslos, donde la hoja permanece ominosamente. Su mano libre se
desliza por mi muslo y aprieto los dientes, luchando contra mi respiración acelerada.
Me digo a mí misma que me aleje, porque una parte de mí quiere recorrer esta línea
con él. Suelto un grito ahogado cuando las yemas de sus dedos rozan la costura de
mi ropa interior. Su mirada me marca mientras estudia cada uno de mis
movimientos, cada temblor, cada respiración desesperada. Cuando sus dedos se
deslizan por debajo de la fina tela, saco la mano, la agarro del brazo y lo obligo a
detenerse. Me mira con el ceño fruncido y me tuerce la muñeca, haciendo que la
hoja, aún agarrada entre mis dedos, se deslice sobre mi pecho en una línea ardiente.
Mi respiración se entrecorta y la sangre brota antes de derramarse lentamente sobre
mi piel. Mi agarre sobre él se suaviza lo suficiente como para que roce mi húmedo
coño, dejándome físicamente temblando mientras las voces opuestas en mi cabeza
alcanzan un crescendo. La luz de la luna que se cuela por las ventanas dibuja una
sonrisa en sus labios antes que me meta dos dedos con fuerza. Mis párpados se
cierran con una respiración entrecortada.
—Mírame, joder. —Su voz retumba en la oscuridad y mis ojos se abren de golpe.

Me mantiene secuestrada, mirándome mientras saca los dedos y vuelve a


meterlos. Me quedo boquiabierta con un gemido silencioso que se agita en mi
garganta y todo se desvanece. La lógica y la razón dejan de existir y lo único que
importa es que él me hace sentir esa necesidad; me hace desearle de esa forma que
todo lo consume. Nero es peligro y lujuria, rabia y deseo, y no debería gustarme,
pero me gusta. Nuestras miradas se cruzan mientras sus dedos se mueven dentro
de mí, lanzándome hacia un precipicio. El cuchillo se clava en una punta en el centro
de mi esternón y el calor me desgarra a medida que el empuje se vuelve más
agresivo. Mi interior se tensa y un gemido se escapa de mis labios.

—Córrete para mí, Morte. —Gime y la intensidad me aprieta hasta que me


derrumbo, sintiendo sus ojos clavados en mí y gimiendo incoherentemente mientras
mis uñas arañan su piel.

Permanezco allí, de rodillas, con las manos apoyadas en su sólido pecho


mientras intento recuperar el aliento. Nunca me sentí así, nunca me sentí tan poseída
por alguien. El cuchillo desaparece y él se lleva los dedos a los labios, untándolos de
humedad antes de metérselos en la boca. Mi corazón tartamudea sobre sí mismo y
me siento entre avergonzada y consumida por un deseo debilitante. No puedo
apartar los ojos de su boca mientras su lengua recorre sus labios. Luego se levanta
del colchón hasta que nuestros rostros quedan a un suspiro de distancia y sus labios
rozan los míos burlonamente. Su lengua me acaricia el labio inferior hasta que sólo
puedo saborearme a mí misma. Su polla me aprieta y me hace vacilar, el trance se
me escapa.

—Yo... —Empiezo, pero no tengo palabras. Me quito de encima y corro hacia el


baño en busca de espacio y claridad. Voy a golpear la puerta del baño, pero él está
allí, bloqueándola.

—No hagas esa mierda —me dice con calma, el deseo que vi en sus ojos hace
unos segundos sustituido por una ira latente.

—Vete a la mierda, Nero —le digo.

—¿Quién es Alex? —pregunta.


¿Qué mierda? La mención de su nombre hace que los recuerdos se agolpen en
mi mente en una ráfaga de imágenes. Ojos marrones, una sonrisa fácil, seguridad,
calidez, amor, y luego horror y angustia, muerte y destrucción.

—Alguien a quien maté.

Nero me mira con los ojos entrecerrados y la mandíbula rígida. No quiero


hablarle de Alex, porque de alguna extraña manera me recuerda a él. Son los ojos;
tienen exactamente el mismo color de ojos. Pero ahí acaba la similitud. Alex era
amable y bueno. Nero es malo y cruel. Alex era la luz en mi oscuridad. Nero sería
las sombras negras que perduran incluso en la oscuridad, llamándome,
seduciéndome.

Nos miramos fijamente durante unos segundos antes que yo le enarque una ceja.

—Tengo que ducharme. —Los números del reloj de la mesilla brillan, indicando
que son solo las cinco y media de la mañana, pero no me importa. Acepto cualquier
excusa para alejarme de él.

—Tommy está ocupado hoy, así que te llevo conmigo a una reunión —me dice
de repente.

Quiero decirle que se largue, porque no soy uno de sus soldados, pero
sinceramente, la idea de salir de este apartamento es demasiado buena para dejarla
pasar.

—Bien. Ahora, vete. —Arrastra sus ojos sobre mi cuerpo sin una pizca de
vergüenza y luego se da la vuelta y se va. Suspiro, apoyo las manos en el tocador y
miro mi reflejo en el espejo. Una línea irregular me recorre desde la clavícula hasta
el centro del pecho, justo por encima de la camiseta de tirantes. Es solo un rasguño,
y ya casi dejó de sangrar.

No quiero pensar en Nero y en lo que acaba de pasar ahí dentro. Me preocupa


más que haya pensado que era Alex. Eso es inquietante a muchos niveles, pero sobre
todo porque Alex fue la única persona que me hizo sentir segura, una seguridad
instintiva y profunda, un nivel implícito de confianza. Nero me hizo sentir esa
misma seguridad durante unos segundos, y no me gusta porque me da la sensación
que le está quitando algo a Alex, algo que no tiene derecho a quitarle. Puede que
Alex se haya ido hace tiempo, pero siempre será ese chico para mí, siempre fue “el
elegido”. Algunas personas tienen un pasado, demonios... el mío cabalga sobre mi
hombro constantemente esperando una oportunidad para morderme. Hice cosas
horribles, y la verdad es que me digo a mí misma que las hice para sobrevivir,
porque tenía que hacerlo, pero no existe el tener que hacerlo. Siempre hay una
elección. Elegí sobrevivir, costara lo que costara, incluso cuando costó la vida de
Alex. ¿Cuál es el precio de un alma humana? Porque estoy segura que ahora no
tengo ninguna. Cualquier alma que me quede se la venderé voluntariamente a Nero.
Si el diablo fuera una persona, sin duda sería él.

Paso un par de horas en mi habitación, evitando a Nero. Me espera en la cocina


con un expreso en la mano, vestido con un traje que realza cada línea de su cuerpo.
Me pregunto si alguien se creerá su sofisticada fachada. No me malinterpreten, es
inteligente y un astuto negociador, por no hablar de manipulador, pero bajo toda
esa astuta civilización es salvaje y está sediento de sangre, la más básica de las
cualidades animales. Nunca sentí eso más que cuando sus ojos estaban sobre mí y
sus dedos dentro de mí, su nombre en la punta de mi lengua. Quiero horrorizarme,
pero cuanto peor es, más me cautiva. Levanta los ojos brevemente y me estudia
mientras da un sorbo a su café. Una pequeña línea se dibuja en su entrecejo.

—Si se te ocurre pedirme que me vista así... —Le señalo—. Te voy a rajar. —Sus
labios se crispan y sabiamente mantiene la boca cerrada. Saco el cargador de la
pistola, la coloco en la barra del desayuno, cargo tres balas más y vuelvo a encajarla.
Siento sus ojos clavados en mí.

—¿Qué? —gruño sin levantar la vista.

—Esta no es realmente una reunión de armas.

Coloco la pistola en la funda y lo miro.

—Ese tipo de actitud es la que hará que te maten.

CUANDO LLEGAMOS al estacionamiento, Tommy está apoyado en un Range


Rover negro. Me sonríe.

—Una, hoy estás deslumbrante.

—Que te den.
Riéndose, abre la puerta trasera del todoterreno, pero Nero me pone la mano en
la espalda y me aparta. Me encojo rápidamente de hombros y miro por encima del
hombro para ver a los perros subir al todoterreno.

—Primero me hace de canguro y ahora le pides que haga de chófer de tus perros
—resoplo—. ¿Qué hizo para hacerte enfadar? —Las luces de un Maserati negro
parpadean y me dirijo a la puerta del copiloto.

Nero me mira por encima del techo del coche, con su habitual expresión de
máscara ilegible.

—Así no se mete en líos.

Subo al coche mientras él se pone al volante.

—Es mejor buscarse problemas que llevar perros de un lado para otro.

El motor ronronea.

—En esta ciudad, no hay nada más peligroso que ser irlandés e italiano —dice
en voz baja.

—Te preocupas por él.

—Para liderar hay que ser leal a los que te siguen. Mis chicos trabajan para mí y
yo los protejo. —Da marcha atrás al coche y vuelve a meter la marcha—. Así es la
mafia.

Hay algo en él que me tiene perpleja. La mafia nunca aceptaría de verdad a


Tommy. Como dije, son todo líneas de sangre. Y por lo que sé de Nero, no es
exactamente popular en la mafia. ¿Respetado? Sí. ¿Temido? Ciertamente.
¿Apreciado? No. Todavía no averigüé cuál es su juego en toda esta situación, y con
mi hermana en la balanza, quiero saberlo.

—¿De eso se trata todo esto, de la mafia? —pregunto, fingiendo sólo un vago
interés—. ¿Tu lealtad a ellos? —Los músculos de su mandíbula se tensan y luego
sufren un espasmo bajo su piel. No dice nada, así que aumento la presión—.
Conseguiste llegar muy alto... para ser un cabrón. —En el momento en que
pronuncio las palabras, siento que el aire cambia, como el crepitar de la electricidad
en la atmósfera antes de una tormenta. Exteriormente, no se mueve. Su mirada sigue
fija en la carretera, pero su postura se tensa y sus nudillos se vuelven blancos sobre
el volante.

—Deja de hablar, Una —dice con un gruñido grave.

Estoy cerca.

—Quiero saber qué hace un matón cabrón con el subjefe de la mafia italiana.
Quiero saber cómo alguien de tu talla pudo desenterrar a mi hermana. ¿Cómo es
que mandas a matar a tu propio hermano y te las arreglas para ser capo? —El coche
se detiene de golpe antes que salgamos del estacionamiento, empujándome contra
el cinturón de seguridad. Nos quedamos sentados un segundo, con el motor al
ralentí y ninguno de los dos dice nada. Me lanza una mirada gélida que me
inmoviliza.

—Si quisiera que supieras algo, te lo habría dicho. No confío en ti, Morte.

—Y tú no me dices nada, así que no confío en ti.

Sonríe.

—Sólo recuerda que esta situación es mutuamente beneficiosa. Me importa una


mierda si confías en mí, no necesito que lo hagas, ni tú a mí. Simplemente confía en
el hecho que yo tengo algo que tú quieres y tú tienes algo que yo necesito.

—Mentira. No me necesitas. Mi bala o la tuya, las dos acaban igual. Necesitas a


alguien a quien culpar. No sé si debería sentirme ofendida o halagada por ser yo a
quien decidiste poner una diana en la espalda.

Sus ojos recorren mi cara, mis labios, mi garganta. Me siento como un conejo
atrapado en una trampa, esperando a que el lobo feroz le dé un mordisco.

—Eres la excepción de todos —dice simplemente.

—¿Qué?

—Arnaldo, Nicholai, el cártel... todos hacen la vista gorda contigo.

Levanto la barbilla desafiante.

—Porque soy neutral. Ya te lo dije, no tomo partido.


—Ahora no tomas partido.

Oh, pero lo hago. Por Anna. Y por todo lo que digo que no confío en Nero,
extrañamente, creo que lo hago. Cada fibra racional de mí sabe que es peligroso.
Cada pieza arraigada de la formación está gritando que sé mejor. Y sin embargo...
¿no somos ya aliados de una manera retorcida? Maté a su hermano y esencialmente
lo hice capo. Él encontró a mi hermana donde yo nunca pude, y ahora estamos aquí,
haciendo trueques, tratando tentativamente de superar al otro. La cosa es que confío
más en él porque me está chantajeando. Puede que no entienda sus motivaciones,
pero sé que quiere algo y está dispuesto a dar a cambio. Es un concepto simple.

—Y ahora mi hermana está en el infierno, pero no la ayudarás hasta que mate a


tu lista, todos los cuales son prácticamente intocables.

—Si hay algo de lo que fui testigo en este mundo, es hasta dónde llega la gente
por amor. Incluso la propia muerte se ve afectada por su enfermedad —dice
fríamente.

—¿Vas a decirme qué estás haciendo para recuperar a Anna?

—No, sólo que sepas que puedo mover hilos y llegar a gente a la que tú misma
no podrías aspirar. —Se inclina y me pasa un dedo por la mejilla. Aparto la cara de
él, pero me agarra de la mandíbula y me arrastra hacia él. Si quisiera, podría
romperle la muñeca, pero no lo hago. Lo único que debería sentir es odio y
aborrecimiento por su contacto, pero no es así, porque cuando me toca así, no siento
el instinto de matar que tengo tan arraigado. Es como si todo mi condicionamiento
pudiera ser anulado por su crueldad. Es algo extraño, nunca ser capaz de tolerar el
contacto humano. Y en el momento en que puedo, lo anhelo, sin importar su forma.
Nero es una excepción a todo lo que conozco, como si estuviera por encima de las
leyes de la física.

—Y ahora soy tu perra rusa, encadenada y con correa, cumpliendo tus órdenes
—susurro.

Me arrastra hacia él, rozando sus labios con los míos.

—No eres una perra, Una. Eres un dragón, una cosa de mitos y susurros. —Sus
dientes me rozan el labio inferior y se me escapa un suspiro entrecortado—. Me
preguntas qué quiero. Es muy sencillo. Quiero poder. Contigo, lo quemaré todo
hasta los cimientos. —Una sonrisa maníaca se dibuja en sus labios y su oscuridad
me llama a todos los niveles, al monstruo que soy. Sus dedos aprietan con más
fuerza, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Disfruto del contacto, porque es
duro y furioso, pasión mezclada con odio.

—¿Cómo?

—El poder no es más que un juego de estrategia, un tablero de ajedrez. Tú eres


mi reina, Morte, la pieza más valiosa del tablero.

—La reina protege al rey —susurro. O en este caso, la reina es un escudo para el
rey.

—La reina se lo lleva todo. —Sus dedos se clavan en mis mejillas antes que sus
labios presionen contra los míos, ásperos y breves antes que me aleje de él como un
juguete no deseado.
NERO

—Quédate en el coche. —Abro la puerta de golpe. Ella sale y la fulmino con la


mirada por encima del techo—. ¿Estaba hablando en otro idioma?

Ella arquea una ceja.

—No salí de tu apartamento para sentarme en tu coche.

—No te traje conmigo para pasar el día. Te traje porque Tommy está ocupado…

—Ah, sí, llevando a Zeus a su cita con un árbol para mear.

—… y no se puede confiar en ti por tu cuenta.

—¿Así que ahora soy yo la indigna de confianza? Si mal no recuerdo, vine por
mi propia voluntad.

—Putas mujeres, son todas iguales, no escuchan una mierda —refunfuño,


dándole la espalda y dirigiéndome hacia la escalera.

—Cuidado, capo. Yo soy la que trajo la pistola, ¿recuerdas? —Se pone a mi lado
y, para mi sorpresa, lleva la pistola sujeta al muslo.

—Este es un edificio del gobierno.

—Entonces, toma la entrada de servicio.

Me detengo, la agarro del brazo y la giro para que me mire. Se tensa y sonrío.
Aprendí con ella que son los toques casuales los que la incomodan. Si la agarro por
el cuello o le doy un fuerte apretón en el brazo que se lo rompa, no le pasa nada. Si
le meto un dedo, es tentativa, pero parece que el placer puede alterar su sed de
sangre.
—Esto no es un asalto táctico. Te lo dije, no es un asunto de armas. Es una
reunión.

—Creía que eso era código mafioso para matar a alguien. —Ella levanta ambas
cejas como si esto debiera ser obvio.

—¿Qué? No. —Sacudo la cabeza—. Joder. Mira, suelta la pistola o espera en el


puto coche. —Pone los ojos en blanco y se desabrocha la funda del muslo,
agachándose y deslizándola por el suelo del estacionamiento hasta que se detiene
debajo del coche que tiene a cincuenta metros.

—¿Contento? —frunce el ceño. Miro el brazalete de su muñeca—. Ni se te ocurra.


—Pasa a mi lado contoneando las caderas de una forma de la que no creo que sea
consciente. Joder, qué bien le quedan esos pantalones.

Tengo una reunión concertada con Gerard Brown, también conocido como el
actual Jefe de la Autoridad Portuaria. Por supuesto, no se da cuenta que es conmigo
con quien se reúne, simplemente con el director de Horizon Logistics, una empresa
legítima que, casualmente, es de mi propiedad. Su secretaria nos acompaña a su
despacho, mirando a Una todo el tiempo. No la culpo. Nada en Una encaja en la
sociedad normal a menos que se la obligue. Dale un trabajo, dile que tiene que hacer
de esposa del alcalde y lo hará sin problemas, pero en su estado natural, la gente
desconfía de ella. Es lo mismo que un antílope puede sentir la presencia de un león.
Sus instintos les dicen que es peligrosa y, sin embargo, confían en lo que ven sus
ojos, que no es más que una mujer pequeña y bonita.

Gerard Brown es un tipo de mediana edad con barriga cervecera, un traje mal
ajustado y un bigote que parece robado del plató de una película porno de los
setenta. Dicho esto, es el hombre que controla todos los muelles de Nueva York.
Nada entra o sale sin su aprobación, y resulta que Finnegan O'Hara tiene su
aprobación. Es imposible saber si conoce la naturaleza de los negocios de O'Hara.

—Sr. Brown. Gracias por recibirme con tan poca antelación. —Me tiende la mano
y se la estrecho. Sus gruesas cejas se fruncen y entrecierra los ojos tras sus gafas.

—Lo siento, tendrá que perdonarme, pero no sé su nombre. Mi secretaria...

—Nunca me lo dijo —termino por él, tomando asiento en el sillón de cuero frente
a él. Él se sienta y apoya las palmas de las manos en el escritorio, mirando sutilmente
a Una, que está de espaldas a la pared, exactamente entre la ventana y la puerta—.
Soy Nero Verdi.

Su rostro palidece y se echa hacia atrás en la silla, tratando de poner la mayor


distancia posible.

—Señor Verdi. —Se tira del cuello de la camisa y una fina capa de sudor brota
de su piel.

Cruzo el tobillo sobre la rodilla y me rozo el pantalón con una sonrisa.

—Veo que mi reputación me favorece. Bien. Esto debería ir rápido entonces. —


Aprieta los ojos y traga saliva—. Tienes una relación laboral con Finnegan O'Hara.

—Por favor. No quiero problemas...

—Te encargas de sus envíos, lo que significa que sabes cuándo llegará el
próximo... cuándo llegará él. ¿No?

Sacude la cabeza.

—No, no lo sé.

—¿Qué clase de jefe no sabe lo que llega a sus propios puertos? —Fijo mi mirada
en él y se estremece visiblemente. Esto va a ser fácil.

—Por favor, yo no...

—Me estás aburriendo. —Una suspira, apartándose de la pared. Lo agarra por


el cuello y lo empuja de nuevo a la silla mientras ella toma asiento en el escritorio—
. ¿Cuándo viene a la ciudad? —Nada—. Voy a contar hasta tres —dice las palabras
tan dulcemente—. Uno, dos, tres. —La hoja en su muñeca cae en su mano y ella la
empuña, conduciéndola hacia su cara. Él grita y se frena. Hay un silencio, un
momento de tensión antes que él abra los ojos y encuentre la punta de la hoja a
milímetros de su ojo derecho. Ella le rodea la nuca con la mano libre y tira de él hacía
sí, acunando su cabeza contra su pecho como si fuera un niño pequeño—. No
necesitas los ojos para hablar, Gerard —susurra antes de acariciarle la mejilla con los
dedos. Luego guarda la hoja y baja de un salto del escritorio, volviendo a su sitio
junto a la pared.
La miro por encima del hombro y me acomodo en el asiento, porque tengo la
polla incómodamente dura. Maldita sea, es su forma de llevarlo todo, tan tranquila,
pero tan psicótica. Me vuelvo hacia Gerard y lo miro con el ceño fruncido. Está
temblando y a punto de desahogarse, porque si no lo hace, Una le sacará los putos
ojos de la cabeza. Lo sé y él lo sabe.

UNA SE ERIZA con actitud e impaciencia cuando entro en el ascensor. En


consecuencia, estoy agitado y enojado. Siento la piel demasiado tensa para mi
cuerpo y mi polla no cede. Empiezan a dolerme las pelotas, lo que da un nuevo
significado a las palabras “pelotas azules”.

En cuanto se cierran las puertas, me vuelvo contra ella, le pongo la mano en el


centro del pecho y la empujo contra la pared de espejo del ascensor. Entrecierra los
ojos, pero no hace ningún movimiento para detenerme.

—¿Te pedí ayuda en algún momento? —No estoy realmente enojado por ello.
Estoy así porque quiero follármela, pero eso no es racional.

Ella aparta mi mano de su pecho de un manotazo, lo que sólo sirve para eliminar
lo único que hay entre nosotros. Su pecho roza el mío, la tensión en esta caja metálica
confinada se vuelve asfixiante.

—La mierda civilizada no va contigo. —Sonríe, arrastrando su mirada de mis


ojos a mis labios y viceversa—. No finjas que no eres tan monstruoso como yo, Nero.
—Me pasa la mano por el pecho, el vientre y la entrepierna. Aprieto los dientes y
respiro agitadamente—. Eres peor.

Sus labios apenas rozan los míos y tengo que contener un gemido. Joder, joder,
joder. Por un segundo, pierdo la noción de todo lo que no es ella, su cuerpo apretado,
sus labios perfectos, sus palabras letales. Y entonces consigo controlarme.
Simplemente.

—Lo soy —acepto, dando un paso atrás y alisándome una mano en la parte
delantera de la chaqueta—. Pero sacarle los ojos a la gente... —Inclino la cabeza hacia
un lado—. No es propio de la mafia.

El ascensor suena y las puertas se abren. Pasa a mi lado.

—¿Sabes lo que más me jode de la mafia?


—Estoy seguro de que me iluminarás.

Se detiene junto al coche y gira sobre sus talones para mirarme.

—Si eres malo, sé malo. ¿Por qué llevas un sombrero blanco?

Antes que pueda responder, cae de rodillas sobre el sucio cemento del
estacionamiento y yo enarco una ceja. Pone los ojos en blanco.

—No es probable —refunfuña antes de bajar al suelo y meter la mano debajo del
coche, volviendo a salir con su pistola. Se pone en pie y se la abrocha. No me di
cuenta de lo desnuda que parecía sin ella hasta que se la volvió a poner. Mi mariposa
cruel. Mi reina letal.
UNA

—Entonces, ¿Finnegan va a estar aquí dentro de tres días? —Echándome hacia


atrás en mi asiento, subo una rodilla, apoyando mi bota contra el borde del caro
cuero de Nero.

—Sí, él y medio ejército de tipos del IRA.

El coche serpentea por las calles de Nueva York y el sol está empezando a caer
entre los rascacielos, pintando el cielo con rayas rosas y moradas.

—Bernardo y Franco no estarán en la ciudad hasta dentro de dos semanas —


murmuro.

—Vale, entonces vamos a O'Hara, luego a Marco y esperamos a Bernardo y


Franco.

—Oh, ¿ahora es “nosotros”?

—Siempre fuimos “nosotros” —comenta en voz baja mientras gira el coche en


un cruce—. No estás haciendo esto por mí, Morte. Me ayudas a mí y yo te ayudo a
ti. Recuérdalo.

Es un cabrón, de verdad. Suena su teléfono, el sonido a todo volumen por los


altavoces del coche. Pulsa un botón en el volante.

—¿Sí?

—Jefe, tengo aquí a un caballero que quiere hablar con usted. Parece que Los
Carlos creen que están recibiendo un trato injusto. —Creo que es Jackson, e incluso
puedo oír la diversión en su voz. Es el único de los tres cuya voz no me resulta muy
familiar.

—¿Dónde? —pregunta Nero.


—En el club.

—Voy para allá. —La línea se corta y él gira bruscamente el volante, haciendo
chirriar el coche por una carretera secundaria.

—¿Problemas en el paraíso? —exclamo.

Me mira y me sostiene la mirada mucho más tiempo del que debería, teniendo
en cuenta que está conduciendo.

—Lo normal, Morte.

Los Carlos son una banda menor aquí en la ciudad, muy implicada en las drogas
y aparentemente suministrada por Nero. Los italianos siempre llevaron el tráfico de
cocaína en Nueva York y probablemente siempre lo harán.

Finalmente, detiene el coche frente a un pequeño club de aspecto sucio en Hunts


Point, al sur del Bronx. Un par de tipos trajeados se quedan en la puerta, pistola en
mano. Cuando Nero sale del coche, hablan en un rápido italiano. Esto no es asunto
mío y no tiene nada que ver con el motivo por el que estoy aquí. Debería
mantenerme al margen y, sin embargo, abro la puerta. La curiosidad morbosa me
hace salir del coche. Me subo la capucha y sigo a Nero hasta la puerta, que no hace
ademán de detenerme.

Dentro, es un agujero de mierda. El suelo está pegajoso y las paredes y el techo


están tan manchados de nicotina que tienen un color marrón apagado. El humo
parece flotar en el aire como si fuera algo permanente. Un viejo tocadiscos situado
en un rincón reproduce música soul en voz baja, y frente a nosotros, desparramados
por el suelo de baldosas blancas y negras, hay dos cuerpos. Ambos son latinos, y
ninguno puede tener más de veinte años. Jackson está de espaldas a nosotros, codo
con codo con otro chico. Este tiene unos veinticinco años. Se acerca a Jackson, pistola
en mano. Otros diez tipos se despliegan tras él, de pie entre las mesas y sillas
desperdigadas que llenan el bar. Parece el escenario de una película de gánsteres.

Nero acerca una silla y toma asiento. Lentamente mete la mano en el bolsillo de
su chaqueta, saca un paquete de cigarrillos y desliza uno. Todos en la sala lo miran,
observan, esperan. Se coloca el cigarrillo entre los labios y lo enciende. El fuerte
chasquido del encendedor al cerrarse es como un disparo en la habitación. El tipo
de enfrente empieza a inquietarse y Jackson se aparta para colocarse detrás de Nero.
La sonrisa de su cara es en parte burlona y en parte genuinamente divertida. Yo
permanezco completamente apartada a un lado de la habitación, de espaldas a la
pared. El lugar más seguro en el que puedes estar es con una pared a tu espalda,
porque la gente no puede caminar ni disparar a través de las paredes.

Nero sigue sin decir nada y la tensión en la habitación hace que el joven se
retuerza.

—Mira, hombre, queremos una parte mayor. El cuarenta por ciento. —Mueve
los hombros de un lado a otro, haciéndose el gran hombre.

Nero se inclina hacia delante, apoyando los codos en los muslos separados. El
cigarrillo cuelga entre sus dedos, derramando la ceniza sobre el suelo de baldosas.
No podría parecer más fuera de lugar aunque lo intentara. Tan perfecto con su traje
caro, inmaculado y hermoso, oscuro y mortal. Diez hombres armados le hacen frente
y, sin embargo, nunca parece fuera de control. Nunca deja de ser el mayor peligro
de la sala.

Suspirando, se pone en pie y tiende la mano. Jackson coloca sin palabras una
pistola en la palma de la mano de Nero. Todos echan mano de sus armas, pero él
permanece relajado, arrogante, mientras se acerca al chico y lo mira fijamente a los
ojos antes de apuntarle con la pistola a la cabeza. El chico abre la boca, sus ojos se
abren de par en par... BANG. Mis dedos rodean la pistola, preparados, esperando la
inminente lluvia de balas. No se produce. Todavía no.

—¡Esta es mi puta ciudad! —ruge Nero, mirándolos uno por uno—. Y si


muerden la mano que les da de comer, los sacrificaré como a perros rabiosos. —
Apunta su arma al suelo y dispara dos tiros más al cadáver de su antiguo líder—.
¿Alguien más quiere una puta parte más grande?

Nadie dice nada. Le devuelve la pistola a Jackson y se endereza el puño de la


camisa. Tan civilizado, pero tan salvaje.

—Ahora, si tengo que venir a este agujero de mierda otra vez, si oigo siquiera un
susurro de un problema... —Levanta la vista, su expresión habla de destrucción y
guerra—. No los mataré. Mataré a sus mujeres, a sus novias, a sus putos hijos y a sus
madres. —Su voz se hace cada vez más fuerte hasta que es como un trueno,
retumbando en las paredes—. Les sugiero que no me pongan a prueba. —Y entonces
les da la espalda y se marcha.
Algunas personas hacen amenazas, palabras sin sentido y poses. Pero Nero no
tiene alma, y cualquiera puede verlo. Cuando dice que va a masacrar a tu familia, le
crees. ¿Quién dijo que no era mejor ser temido que respetado? De alguna manera
logra ambas cosas.

—¿Así que esa era la manera de la mafia? —Lo sigo hasta el coche. Me fulmina
con la mirada y se sube. Resoplo—. Creía que lo de ustedes era dejar a las mujeres
al margen.

—Yo juego con otras reglas.

Así es. Nero Verdi usará lo que tenga a su disposición para mantener a la gente
a raya, honor o ética sean condenados.

—Sabes, es en situaciones como esta en las que probablemente deberías tener tu


propia arma —digo, abrochándome el cinturón de seguridad.

Arranca el coche.

—¿Aún no te diste cuenta, Morte? No necesito armas. Sólo tengo que decir la
palabra y alguien muere. —Y no puedo evitar asombrarme de su pura arrogancia.
Ponerse en medio de diez tipos y disparar a su líder en la cabeza. Es como si fuera
invencible.

Cuando volvemos al apartamento, Tommy ya está allí, esperando. George corre


hacia mí en cuanto entro por la puerta, lloriqueando excitado. Tomo asiento en la
barra del desayuno, abro el portátil y miro la ventana minimizada de la esquina
inferior izquierda. Anna. Tal vez sea una retorcida forma de auto tortura, pero hago
clic y abro el cuadro. Está tumbada en la cama, esta vez sola. Su cuerpo demasiado
delgado se retuerce sobre sí mismo. Verla tan rota hace que me duela hasta el alma.
Me aprieto la frente con la palma de la mano y apoyo el codo en el costado, mirando
fijamente su imagen.

—Una. —No oí a Nero acercarse por detrás, lo cual es toda la prueba que necesito
que no estoy concentrada. Anna complica las cosas, pero no puedo ver más allá de
ella. Me rodea y pulsa un botón, cerrando la ventana—. No la mires —dice en voz
baja. Su cuerpo se queda tan cerca, justo detrás de mí, sin tocarme. Me aparta el pelo
del hombro, pero sus dedos no llegan a tocar mi piel. Por un segundo, siento deseos
que me toque, pero él retrocede y lo único que oigo son sus pasos mientras se aleja.
Necesito concentrarme. Dolor y sangre, la promesa de la muerte. Necesito recordar
lo que soy, sentir esa fría indiferencia, la metódica aplicación de la fuerza y las
consecuencias. No puedo salvar a Anna y necesito desquitarme con alguien, o con
algo.

Me encuentro en el gimnasio, mirando el saco de pesas. Enchufo el iPod y pongo


a todo volumen rock pesado hasta que el ritmo hace retumbar el suelo bajo mis pies.
Estiro el cuello de lado a lado y voy a por todas. La fuerza de mis puños desnudos
al chocar con la lona de la bolsa hace que mis nudillos se partan rápidamente. La
sangre cubre la bolsa y mis puños, pero no me importa. Me gusta el dolor, la
sensación del tejido cicatricial desgarrándose una y otra vez. Sólo me detengo
cuando mi cuerpo está empapado en sudor y mis pulmones se agitan en busca de
aliento. Un roce en el brazo me hace girar sobre mí misma, con los puños en alto.
Nero sonríe, pero la expresión se le escapa y sus ojos se entrecierran al mirar mis
manos manchadas de sangre.

—Rompiéndote los puños no vas a conseguir que vuelva antes —comenta


secamente. Esa sensación incómoda vuelve a instalarse en mi pecho, así que me giro
y golpeo la bolsa. Consigo tres golpes antes que sus brazos me rodeen y él cruce los
míos sobre mi torso, inmovilizándolos. Lucho por liberarme, pero acabo luchando
contra mí misma. Su aliento sopla sobre mi cuello en lentas y uniformes bocanadas—
. Para, Morte.

—Que te jodan, Nero. —Mi voz se quiebra ligeramente, la frustración y la


impotencia se filtran a través de ella.

Resopla una carcajada y me suelta. Me giro hacia él y sus ojos se clavan en los
míos un instante antes que se quite la chaqueta de los hombros y empiece a tirarse
de la corbata. La deja caer al suelo y empieza a desabrocharse la camisa. La tela se
desprende y deja al descubierto una piel bronceada sobre unos músculos duros. Los
tatuajes aparecen bajo el barniz de su caro traje.

—¿Quieres golpear algo? —Extiende los brazos—. No finjas que no quieres


dispararme.

Se mueve y yo recorro los músculos tensos de su estómago, tensos y preparados.


Apretando y soltando los puños ensangrentados, imito sus movimientos. La
comisura de sus labios se tuerce y aparece una mueca de arrogancia exasperante.
Siempre me enseñaron que, si un oponente te supera o te supera en tamaño, debes
dejar que venga por ti. Defiéndete y luego ataca. Ahora mismo, sin embargo, no
escucho nada de eso. Me impulsa la necesidad de descargar cada centímetro de mis
frustraciones en el rostro perfecto de Nero. Embisto y le doy un puñetazo en la
mandíbula. Su cabeza se inclina hacia un lado y escupe una bocanada de sangre.

—¿Te sientes bien? —pregunta con una sonrisa.

—No lo suficiente. —Le golpeo tres veces más y me deja, antes de encabritarse
y clavarme un puñetazo en las tripas. Toso y retrocedo un paso mientras fuerzo los
pulmones a respirar a pesar de tener el diafragma paralizado.

Cruje el cuello hacia un lado y rebota sobre las puntas de los pies, con los brazos
sueltos a los lados.

—No creas que voy a ser menos duro contigo porque seas una chica. —Nos
enfrentamos, recibiendo golpes y esquivándolos. Me agarra por el cuello y lo utiliza
para acercarme a él.

—Qué cruel, Morte —ronronea, con la respiración agitada. Jadeo y sus ojos se
posan en mis labios. Se acerca hasta que le doy un puñetazo en el estómago.
Gruñendo, me suelta y me golpea con fuerza en la cara. El sabor de la sangre en mi
boca me provoca una carcajada. Me abalanzo de nuevo sobre él, pero me quita las
piernas de encima y me golpea la espalda contra el implacable suelo del gimnasio.
Ruedo hacia delante, dispuesta a levantarme, pero él aterriza sobre mi espalda y
todo su peso me empuja contra la colchoneta.

Una mano me rodea la garganta por detrás y la otra me agarra la cadera. No


tiene vergüenza de presionar su polla contra mi culo, haciendo rodar sus caderas
contra mí. La lujuria y la rabia están tan unidas, mezclándose y arremolinándose en
algo explosivo y crudo. Sus labios me rozan el cuello y su aliento caliente y errático
sopla sobre mi piel, haciéndome estremecer.

—¿Terminaste? —me pregunta con un tono condescendiente.

Que lo jodan. Intento clavarle el codo, pero no puedo hacer una mierda desde
donde estoy. Se ríe y me agarra los dos brazos, inmovilizándolos junto a mi cadera.
Su cuerpo se mueve y se separa de mí. Unos labios cálidos rozan la franja de piel
que tengo al descubierto en la parte baja de la espalda y jadeo, estremeciéndome
bajo el breve contacto. Me da la vuelta y se me pone la piel de gallina cuando sus
labios rozan mi cadera. La sed de sangre se desvanece por un segundo, dando paso
a un tipo de lujuria completamente diferente. Lo agarro del pelo y le levanto la cara.
Sus ojos recorren todo mi cuerpo y su mirada me hace vacilar. Sus palmas se deslizan
por mi vientre, empujando el top hacia arriba. El ritmo de mi corazón se acelera más
y más cuanto más suben sus manos. Cuando su cara se cierne sobre la mía, apenas
puedo respirar. Le gotea sangre de la comisura del labio y ya tiene la mandíbula
salpicada de marcas rojas.

Cuando sus labios chocan contra los míos, empieza una lucha totalmente nueva.
Me rasga el labio partido con los dientes, siseo ante el escozor, lo agarro del pelo y
tiro con fuerza. Me rodea la mandíbula con los dedos y me echa la cabeza hacia atrás,
obligándome a separar los labios para él. No se limita a besarme, me lanza un guante
y me declara la guerra con cada violento movimiento de su lengua. Me empujo
contra su pecho y él retrocede un centímetro. Es entonces cuando lo abofeteo, sí, lo
abofeteo como una chica. Gira la cabeza hacia un lado y, muy despacio, vuelve a
mirarme. Esos iris de whisky se arremolinan peligrosamente y ahí está, el miedo,
extendiendo sus fríos dedos. Sonrío y me inclino hacia su contacto, disfrutando del
frenético latido de mi corazón, del temblor instintivo de mi cuerpo. Nero me asusta
y es un regalo tan raro, uno que nadie más me dio nunca.

Me agarra por el cuello, me levanta del suelo y me arranca la camisa por la


cabeza antes de dejarme caer como un peso muerto. Luego me tira del botón de los
pantalones y me los baja por las piernas. Apenas tengo tiempo de pensar en lo que
eso significa antes de que vuelva a estar sobre mí, con su duro cuerpo entre mis
piernas y sus ásperos labios moviéndose contra los míos.

Me tiene en una especie de trance, atrapada entre la lujuria y la rabia. Sólo puedo
sentirlo a él, sólo puedo pensar en sus manos sobre mí, su lengua en mi boca, su
cruda brutalidad. Quiero estar en el extremo receptor de Nero. Lo necesito en su
peor momento, que me haga temerle, y él me da todo eso y más, exigiendo y
tomando lo que quiere de mí. Bajo su contacto me siento viva. Me siento. Todo mi
entrenamiento, mi pasado, mi recelo hacia él, todo lo que sé qué debo hacer... todo
desaparece. Todo lo que importa es este momento exacto. Es el tipo de debilidad que
hace que te maten, pero ni siquiera puedo reunir la voluntad para que me importe.

Oigo el tintineo de la hebilla de su cinturón, siento el duro apretón de sus dedos


en mis caderas, el desgarro del material. Y luego nada más que la presión caliente
de su polla contra mí, empujando, amenazando. Me levanta las caderas y, casi sin
previo aviso, me penetra de un golpe brutal. El aire abandona mis pulmones y mis
uñas se clavan en su nuca, haciéndolo gruñir como la bestia salvaje que es. Mi coño
se aprieta a su alrededor mientras ondas de choque recorren mi interior. Nunca me
sentí tan invadida, y es a la vez incómodo y bienvenido. Su frente cae sobre la mía y
cierro los ojos, inhalando una bocanada de aire, aspirando el aroma de su colonia, el
rastro del humo del cigarrillo.

Un gemido entrecortado sube por su garganta.

—Te sientes tan jodidamente bien, Morte. —Lo saca y lo vuelve a meter,
arrancándome un grito ahogado—. Tan jodidamente apretada —gruñe contra mi
boca.

Quiero que deje de hablar y se limite a follarme, así que aprieto los labios contra
los suyos. Gime en mi boca, golpeándome con las caderas, empujándome hasta el
punto del dolor con cada embestida. Me gusta, lo necesito. El dolor es lo que me
impulsa; el dolor es lo que me lleva al límite. Cuanto más me folla, más rabioso se
vuelve hasta que sus dedos se clavan en mi piel y sus besos se convierten en
mordiscos. Todo en él es salvaje y animal. Me folla como si quisiera matarme, y yo
acepto la amenaza, desafiándolo mientras libra una dulce guerra en mi cuerpo.
Muerdo su labio inferior y mi boca se llena del sabor metálico de su sangre. Mi
núcleo empieza a tensarse, subiendo y subiendo hasta que siento que no puedo más.
Me agarra el pelo con una mano y me echa la cabeza hacia atrás. Su otra mano se
desliza entre nuestros cuerpos y me pellizca el clítoris al tiempo que me muerde el
cuello con fuerza. Me vuelvo loca. Grito, me retuerzo, me destrozo bajo él.

—Quiero destrozarte —gruñe, apretándome la mandíbula entre los dientes. El


orgasmo sigue y sigue, desgarrándome lentamente antes de recomponerme. Mi
cuerpo se debilita y él me penetra con fuerza y rapidez tres veces más. Entonces echa
la cabeza hacia atrás y el sonido que sale de sus labios es tan gutural, tan primitivo,
que me hace estremecer. Los músculos encordados de su cuello sobresalen y sus
abdominales se tensan mientras su cuerpo se sacude. Nunca vi a un hombre más
vulnerable ni más poderoso que en este momento. Finalmente se detiene y se inclina
hacia delante, apoyando las manos a ambos lados de mi cuerpo mientras se toca el
pecho con la barbilla. Una gota de sudor rueda por el centro de su pecho,
serpenteando entre las marcas de garras furiosas que estropean su piel.

Sólo cuando mi pulso se ralentiza y las secuelas de mi orgasmo se desvanecen,


empiezo a sentirme incómoda. Acabo de follármelo. Y eso es lo último que necesito
hacer, precisamente con Nero Verdi. Él sólo... me hace arder por él. Se alimenta de
cada elemento de mi naturaleza, avivando las llamas de mi violencia hasta que es
un infierno. Somos fuego y gasolina, la combinación perfecta, el desastre perfecto.

—¿Ahora te sientes bien? —Enarca una ceja.


Fingiendo indiferencia, pongo los ojos en blanco, lo empujo y me pongo en pie.
Ni siquiera me molesto en vestirme. Voy directo a mi habitación.

Una vez duchada, me tumbo en la cama, mirando al techo. Ya no sé ni lo que


hago. Tengo la sensación que todo lo que una vez fui se está desvaneciendo y me
estoy convirtiendo en algo completamente distinto. Soy Una Ivanov, el beso de la
muerte, implacable, eficiente, profesional. Es como si esa persona no existiera aquí,
en este apartamento. Me estoy convirtiendo en alguien que actúa por impulso, sin
pensar, llevada por la emoción y... las ansias. Esa máscara endurecida que llevé
durante tantos años ahora se me escapa, y no estoy segura de querer recuperarla. Es
cierto que no sentir nada siempre me mantuvo segura, centrada, eficiente, pero es
como si Nero me hubiera apretado un desfibrilador en el pecho y me hubiera dado
una descarga que me devolvió a la vida, primero con la ira y el odio, luego con mi
amor por Anna y el dolor que le siguió, y ahora... ahora esta lujuria que se siente tan
salvaje e incontrolable. A pesar de todos los condicionamientos arraigados y de
cualquier nivel básico de sentido común que me grite que no lo haga, no puedo
evitarlo. Nunca me sentí más viva que cuando sus labios están sobre mí, sus dedos
amenazando con dolor y placer. Nunca follé con un hombre porque quisiera, pero
con Nero ni siquiera lo siento como una elección, más bien como una necesidad.
Pero nada de esto cambia la realidad que ni siquiera debería tener una relación
profesional con él, y mucho menos lo que sea esto. Nicholai se avergonzaría de mí.

Llaman suavemente a la puerta antes que se abra un resquicio. Nero entra en la


habitación con un pantalón de chándal holgado. Lleva el pelo mojado de la ducha y
los mechones recogidos al azar.

—Necesitarás esto. —Me tiende unas vendas y se acerca a la cama. Me siento y


cruzo las piernas mientras él se sienta en el borde del colchón. Me coge por la
muñeca y tira de mi mano hacia él. Frunce el ceño mientras se concentra en mis
manos y me venda los nudillos desgarrados con manos fuertes pero suaves. El gesto
parece tan contradictorio con todo lo que él es. Ya tiene moratones en la mandíbula
de distintos tonos de morado.

—Deberías ponerte hielo en la cara.

Sus labios se curvan hacia un lado, pero su mirada no se aparta de mis manos.

—Eso estropearía tu trabajo. —Cuando termina, se levanta y se va. Y así, sin más.
No pretendo tener ni idea de... estas cosas, pero nunca estuve tan confusa. Tal vez
estamos fingiendo que no sucedió.
UNA

O'Malley's es un bar irlandés en Woodlawn. El exterior tiene ventanas tintadas


con pintura verde oscura desprendiéndose de los marcos y una vieja puerta de acero
que parece haber visto días mejores. Si no supiera ya que es el epicentro de la mafia
irlandesa de Nueva York, lo habría adivinado. Aunque, ahora mismo, Tommy y yo
no somos más que turistas ignorantes que se detienen en un auténtico bar irlandés.
Cuando entramos, prácticamente puedo sentir lo nervioso que está Tommy. Lo
convencí para que me trajera aquí después que Nero se fuera esta mañana temprano.
No estaba muy entusiasmado y sé que Nero probablemente se enfadaría si supiera
que estamos aquí, pero me pidió que hiciera un trabajo, y esta soy yo haciéndolo.

Los chicos sentados en el bar se giran y nos miran cuando entramos. Les sonrío
y lentamente centran su atención en mí. Tommy parece irlandés, pero no quiero que
se fijen demasiado. Si hay algo que se puede decir de la mafia es que todo el mundo
se conoce, y alguien de la ascendencia de Tommy será sin duda memorable.

El camarero apoya las manos en el borde de la gruesa barra de caoba y frunce


las cejas.

—Hola. ¿Me pones un vodka con hielo y un whisky? —Quiero que piensen que
sólo somos dos clientes que entraron por la calle. No es que este lugar atraiga
precisamente al transeúnte medio.

El hombre gruñe antes de darse la vuelta y coger los vasos.

—No le hagas caso, cariño —dice uno de los chicos con un marcado acento
irlandés y me guiña un ojo. Es un tipo de unos treinta años, con el pelo rubio oscuro
y unos ojos azules que bailan con humor—. No reconocería a una buena mujer
aunque le diera una bofetada en la cabeza. Y tú... —Desliza los ojos por mi cuerpo,
alisándose el cuello de la camisa con una sonrisa arrogante— ...eres una chica muy
guapa.
Ponerse la máscara de una chica normal y agradable es tan fácil como ponerse
una chaqueta. Sonriendo, apoyo el codo en la barra.

—Mi padre siempre decía, nunca confíes en un chico irlandés.

—Ah, ¿y eso por qué?

—Porque encantarías a los pájaros del cielo —respondo, arqueando una ceja.

—¡Sí! —Su amigo se ríe a su lado y le da una palmada en la espalda—. Este le


quitaría las bragas a una chica en un santiamén.

El camarero deja las bebidas en la barra y yo le doy algo de dinero antes de


darme la vuelta.

—Fue un placer hablar con usted. —Hay risas estridentes cuando me doy la
vuelta y el ambiente es mucho menos tenso que cuando entramos. Nos sentamos en
una mesa del rincón y me coloco de espaldas a la pared.

—No me gusta esta mierda —refunfuña Tommy, dando un fuerte trago al


whisky.

Suspiro.

—Tranquilízate. Nos sentaremos. Beberemos. Iré al baño dentro de un rato y


buscaré una salida. Entonces podremos irnos. —Quiero golpear a O'Hara aquí,
porque es el último lugar que esperaría, y el único sitio al que sé que vendrá.

Tommy tamborilea con los dedos contra su vaso. Cualquiera que lo mire sabría,
claro como el día, que está agitado. Decido acelerar las cosas y bebo mi copa antes
de levantarme. La puerta del fondo del bar conduce a un corto pasillo con aseos de
señoras y caballeros. Paso la puerta del baño y sigo el pasillo que engancha a la
derecha. Efectivamente, al final hay una salida de incendios, pero está cerrada,
literalmente encadenada y con candado. Mierda. Me doy la vuelta y me quedo
helada cuando veo al rubio del bar apoyado en la pared, con los brazos cruzados
sobre el pecho y una sonrisa irónica en la cara. Un cigarrillo cuelga de sus dedos y
se lo lleva lentamente a los labios, entrecerrando los ojos mientras el humo le rodea
la cara.

—¿Te perdiste?
Mierda.

Me pinto una sonrisa en los labios.

—Estoy buscando el baño.

Mueve la cabeza hacia el pasillo que tiene detrás.

—Te lo pasaste.

—Oh, gracias. —Me aprieto para pasar a su lado y él no hace ningún esfuerzo
por apartarse. No sé si está detrás de mí o si sólo quiere meterse en mis pantalones.
En el momento en que…

En cuanto entro en el baño, entro en un cubículo y cierro la puerta, apoyando la


espalda contra ella. Lo último que necesito es que me presten demasiada atención.
Necesito regresar cuando O'Hara esté aquí, pero si esto sirve de algo, no voy a pasar
desapercibida independientemente si el rubio me sigue o no. Este es un bar de la
mafia. Conocen a todos, ven todo. A menos que…

Abro el cubículo y rápidamente me lavo las manos antes de volver a salir.


Efectivamente, el rubio todavía está en su lugar, fumando su cigarrillo. Le lanzo una
mirada, asegurándome de mirarlo a los ojos antes de abrir la puerta. Camino
directamente hacia el bar.

—¿Tienes un bolígrafo? —le pregunto al barman. Me da uno, su ceño fruncido


todavía firmemente en su lugar.

Cojo uno de los posavasos de cartón con el emblema de Guinness por todas
partes. Garabateo el número de uno de mis teléfonos desechables junto con el
nombre Isabelle en el cartón gastado. Se lo entrego al amigo del rubio que me
observa todo el tiempo.

—¿Cuál es el nombre de tu amigo? —pregunto.

—Darren —responde antes de tomar un trago de su cerveza.

Asiento con la cabeza.

—Dale esto, ¿quieres?

Él se ríe, tomándolo de mí.


—Seguramente lo haré, cosita.

Me alejo y Tommy me sigue hasta la salida.

—¿Qué diablos fue eso? —sisea una vez que estamos afuera.

—Mi entrada. —Caminamos por la calle, alejándonos del bar.

—Nero me va a matar.

—Nero quiere a O’Hara muerto. Él puede aguantarse.


NERO

Me reúno con Gio en los muelles y me quedo en el embarcadero, observando


cómo la policía rodea un cargamento en el muelle doce. El sol empieza a ponerse y
están instalando focos de iluminación para trabajar. Se trata de un enorme
contenedor de transporte y hay que admitir que podrían estar buscando cualquier
cosa, pero no creo en las coincidencias. Se están preparando para una larga noche, y
tengo doscientos mil dólares en cocaína entrando en ese barco. Es sólo cuestión de
tiempo antes que la encuentren. Estoy sin blanca, no hay coca que salga a la calle, ni
ingresos que enviar al cártel. Quiero saber quién mierda me delató.

—Llama a TOMMY, dile que hable con sus contactos en la comisaría. Quiero
saber de dónde sacaron el chivatazo.

GIO SE ALEJA DE MÍ, con el teléfono en la mano. Mientras tanto, llamo a


Jackson porque estoy bastante seguro de saber exactamente quién es.

—Jefe.

—TENGO UN TRABAJO PARA TI...

EN CUANTO entro en mi apartamento, veo a George sentado justo fuera del


gimnasio. Cuando abro la puerta, me recibe el grito de dolor de Tommy seguido de
la risa de Una. Ella está en el suelo y él encima, con las manos apoyadas a ambos
lados de su pequeño cuerpo. Él tiene el torso desnudo y ella lleva pantalones de
deporte y un top que deja al descubierto su vientre. Parecería íntimo si ella no
tuviera una pierna enrollada alrededor de la nuca de él y su mano enredada
alrededor de su tobillo, ahogándolo. Aunque, él no parece del todo molesto con su
entrepierna en su cara.

—BASTA —le grita. Su cara se puso roja y en cualquier momento se va a


desmayar—. Ay, Tommy. —Ella le revuelve el pelo con la mano libre mientras él
pierde el conocimiento. Llevo todo el maldito día intentando llamarlo y no me
contestó, y ahora me lo encuentro aquí, encima de Una. Se desploma de nuevo en el
suelo, con el pecho agitado mientras el cuerpo inerte de Tommy descansa sobre ella.
Hoy ya se me quemó la mecha y la forma en que sus muslos lo rodean, su piel
desnuda contra la de ella... Algo caliente y rápido me desgarra. Una rabia irracional
se apodera de mí y estoy dispuesto a disparar al cabrón.

—¿PENSABA que no te gustaba que te tocaran? —Incluso yo puedo oír la nota


acusadora en mi voz.

Abre los ojos y levanta la cabeza.

—No me gusta.

Avanzo y pateo el cuerpo inconsciente de Tommy hacia un lado. Se tumba en el


suelo y yo me quedo de pie, mirándole el vientre y los pechos con ese top tan escaso.
Aprieto y suelto los puños, deseando follármela y pelearme con ella, preferiblemente
al mismo tiempo.

—ESO PARECE. —Me devuelve la mirada con los labios apretados.

TOMMY gime y se incorpora lentamente, agarrándose el cuello.


—Joder, Una, eso duele. —Ella se levanta de un salto y se encoge de hombros,
guiñándole un ojo y sonriéndole de verdad. De nuevo, no me gusta.

Lo agarro por el cuello y lo arrastro hasta que se pone de pie.

—¿Dónde demonios estuviste todo el día, Tommy?

Sus ojos se abren de par en par y su cara pierde todo el color.

—Yo... eh, aquí, jefe.

—TE LLAMÉ DIEZ PUTAS VECES. —Lo empujo antes de golpearle la cara con
los puños. Quiero destruir todo en mi maldito camino ahora mismo porque perdí.
Alguien se me adelantó—. Llama a la policía. Quiero saber quién les avisó de mi
envío. —Asiente rápidamente. Este es el único trabajo que le confío, manejar a la
policía, saber lo que saben. Por mí puede ser su puto mejor amigo mientras me
consiga lo que quiero, cuando yo quiera—. Ahora lárgate —le digo bruscamente. Se
pasa la mano por el cuello y se tambalea hacia la puerta—. Y, Tommy... no vuelvas
a tocarla. —Asiente y se aleja a toda prisa.

—¿QUÉ MIERDA? —Una me fulmina con la mirada. Cuando no contesto, pone


los ojos en blanco y se marcha. Cuando salgo, Tommy está al otro lado de la puerta
poniéndose la camiseta. Una se dirige al salón.

—LO SIENTO, JEFE. NO ME DI CUENTA... —Se interrumpe—. Quiero decir,


no es... Sólo dejé que me pateara el culo, eso es todo.

—DEJA DE HABLAR. Haz las cosas que por lo que te pago.


UNA

Me quito los pantalones de deporte y los tiro a un rincón con rabia. Está celoso.
¿Cuándo demonios nos metimos en un territorio donde los celos fueran un factor?
¿Qué es esto, la Edad Media? Y Tommy, ¿en serio? Joder. Entro en el baño y empiezo
a ducharme. Agarrándome al borde del lavabo me inclino sobre él, intentando
calmar mi pulso errático mientras espero a que el agua se ponga al rojo vivo. Cuando
levanto la vista, distingo una figura oscura en el reflejo empañado del espejo y me
doy la vuelta. Nero se apoya en el marco de la puerta, con sus gruesos brazos
cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.

—Fuera.

Me ignora por completo y se acerca.

—No. —Su cuerpo se aprieta contra el mío, empujándome contra el mostrador.


Se eleva sobre mí, el suave material de su camisa roza mi estómago desnudo
mientras sus dedos rodean mi mandíbula. Sus ojos son oscuros y turbulentos, la
amenaza acecha justo bajo la superficie. Irradia una tensión que hace que el corazón
me salte en el pecho como un animal asustado. Esta noche su humor es negro como
el carbón y mentiría si dijera que no me asusta.

—No dejes que Tommy te toque. —El ruido sordo de su pecho vibra contra mí.

Lo empujo, pero no se mueve.

—¿En serio estás celoso? ¿Te das cuenta que es totalmente irracional? —No dice
nada y niego con la cabeza—. Que te jodan, Nero.

—Con mucho gusto, pero no comparto, Morte.

—No soy tuya para compartir.


—¿No te parece? Lástima.

Me quita la mano de la cara y me rodea la nuca antes de pegar sus labios a los
míos. Le acaricio el cuello con las uñas e intento meter la rodilla entre sus piernas,
pero no consigo nada. Una carcajada retumba en mis labios antes que sus dientes
rocen mi labio inferior y su lengua pida entrar. Separo los labios y su lengua
arremete contra los míos como si fuera un asalto. No es un beso, es una declaración.
No sé cómo puede hacerme desear follármelo y degollarlo al mismo tiempo. La
niebla desciende hasta que sólo puedo pensar en él, sentirlo, olerlo. Es tóxico de la
forma más adictiva. Me suelta la mandíbula, me recorre la espalda con los dedos y
busca el broche de mi sujetador. Con un breve movimiento de muñeca, se suelta y
deja caer la cara sobre mi pecho. Jadeo cuando sus dientes me aprisionan el pezón,
y mis dedos vuelan hacia su pelo, necesitando más de su cálida boca sobre mí. Me
recorre los costados hasta que me agarra las bragas y me las desliza por los muslos.
Una vocecita en mi cabeza me grita que pare, pero él me debilita. Me agarra por la
cintura, me sube a la encimera y me clava los dientes en el cuello mientras me separa
los muslos. Los temblores me recorren la piel mientras lo veo mirarme, esos ojos
oscuros encendidos mientras los arrastra por mi cuerpo desnudo. Sigue
completamente vestido y busco los botones de su camisa, pero me agarra la muñeca
y me la aparta.

—Quiero ver cómo te destrozas, Morte. —Puedo ver su polla en los pantalones
desde aquí y, sin embargo, todavía no hace ningún movimiento para desvestirse..
Me roza la mejilla con los labios antes de pellizcarme la mandíbula entre los
dientes—. Quiero probar tu coñito apretado. —Y entonces se arrodilla delante de
mí, abriéndome las piernas hasta que mi coño queda completamente a la vista. Un
gemido de dolor escapa de su garganta antes de enterrar su cara entre mis piernas.
Mi boca se abre en un grito silencioso y me agarro a su pelo para acercarlo más. Su
lengua caliente me azota el clítoris y siento que me electrocuta todos los nervios. Sus
dedos se clavan en mis muslos, manteniéndome abierta a él, expuesta. No puedo
sentir nada más que ese punto exacto de presión donde su lengua se encuentra
conmigo, y el duro rasguño de su barba contra la suave piel del interior de mis
muslos. En cuestión de segundos gimo y me retuerzo, muevo las caderas contra su
cara y le suplico algo, lo que sea. Y entonces se detiene.

—Mírame —ruge.

Dejo caer los ojos sobre los suyos, jadeando pesadamente mientras lo veo
arrastrar lentamente su lengua por todo mi coño. Dios mío.
—Ahora dime que eres mía. —Una sonrisa retorcida ilumina su expresión antes
de introducir su lengua en mi interior. Es demasiado y, sin embargo, no es suficiente.
Me aprieta el clítoris con los dientes y gimo, con el cuerpo tembloroso, al borde del
abismo—. Dilo. —Sopla su cálido aliento sobre mi carne sensible. Aprieto la
mandíbula, negándome a decir las palabras que quiere oír. No caí tan bajo como
para concederle eso.

Suelta una carcajada y se levanta, cogiéndome la cara con las dos manos. Sus
labios se cubren de mi coño y los pega a los míos con tanta fuerza que sus dientes
chasquean contra los míos. El sabor salado de mí misma baila en mi lengua al
encontrarse con la suya. Y entonces se separa, alejándose un paso de mí.

—Como dije, qué pena. —Entrecierra los ojos y finge una sonrisa, pero puedo
ver la tensión en su mirada. Imita la mía. Me niego a renegar, aunque me palpite el
coño y sienta que todo mi cuerpo va a explotar. Se da la vuelta y sale del baño. Idiota.

HAGO un claro intento de evitar a Nero durante el resto de la tarde. No es que


sea difícil; estuvo en su despacho desde que salí de la ducha. Esta situación cambió
en lo que parece un abrir y cerrar de ojos. Pasé de ser la chica a la que chantajeaba a
la chica a la que se folló y ahora, aparentemente, cree que tiene algún tipo de derecho
sobre mí. Tal vez lo haga. Sé que nunca podría sentirme así por nadie más que por
él. Nero Verdi es una regla en sí mismo, una completa anomalía para todo. Pero él
no necesita saberlo. Ya le mostré demasiadas debilidades; no le daré más.

Le robo una camisa porque me quedé sin ropa limpia y, al parecer, no tiene
lavadora. Me lo imagino. Ni que fuera a lavar su propia ropa. Espero que se enfade
y que haga algo al respecto. Cómo me gustaría hacerlo sangrar ahora mismo. Cojo
el portátil, me voy al salón y me siento en el incómodo sofá. Me pongo manos a la
obra, ideando mi plan para acabar con los tres italianos de su lista en el plazo de una
semana. Esta situación con Nero se está precipitando rápidamente hacia un terreno
peligroso. Estoy perdiendo el control y necesito acabar con esto y salir antes que
pierda por completo la cordura. Estoy mirando la pantalla de mi portátil cuando
suena mi teléfono. No es mi teléfono normal, es mi teléfono prepago.

Lo cojo.

—Hola.
—Isabelle. —Ese acento irlandés prácticamente canta mi nombre falso.

—Darren. Pensé que nunca llamarías.

—Ah, pero ya sabes, lo bueno se hace esperar. —Fuerzo una risita femenina.

—Preferiría que no me hicieras esperar. Estoy libre el viernes por la noche,


invítame a salir. —Es atrevido, y normalmente esperaría a que él hiciera los
movimientos, pero estoy improvisando a lo grande, y senté un precedente cuando
le dejé mi número. Sólo puedo esperar que aprecie el atrevimiento.

Se ríe.

—La noche del viernes no es buena, cariño.

Dice al mismo tiempo que Nero entra en la habitación, apoyado en el marco de


la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Tiene una profunda línea entre las
cejas que hace que su expresión sea dura y amenazadora. Lo miro fijamente a los
ojos y sonrío con suficiencia.

—Qué vergüenza. No soy el tipo de chica a la que le gusta esperar —ronroneo


con demasiada seducción.

Hace una pausa.

—Tengo un asunto, pero podría organizar algo antes. ¿Tomamos algo?

—Me parece bien.

—Perfecto. Estoy impaciente. —Cuelgo.

—¿Quién era? —Su voz es tensa, llena de contención. Mis ojos rozan su pecho
desnudo, y no me cabe duda que es un movimiento deliberado.

Vuelvo a mirar el portátil y me encojo de hombros.

—Un trabajo.

—Mi trabajo es lo único de lo que tienes que preocuparte.

Levanto lentamente la mirada y enarco una ceja.


—Tu trabajo es temporal, y una vez que termine, seguiré adelante y volveré a
hacer exactamente lo que hacía antes de oír tu nombre, Nero Verdi —digo las
palabras con frialdad, recordando el hecho que no le pertenezco y que nunca le
perteneceré—. Pero tengo un plan que lo conseguirá.

Se mueve lentamente por la habitación y se detiene frente a mí, con las piernas
ligeramente abiertas y los hombros erguidos, me mira fijamente sentado en el sofá.
Sólo lleva un par de pantalones de entrenamiento, con las manos metidas en los
bolsillos, lo que lo hace parecer aparentemente informal, a pesar de su postura
intimidatoria. Tiene que dejar esa mierda conmigo.

Sonrío, me recuesto en los cojines del sofá y cruzo una pierna sobre la otra. Sus
ojos se tensan ligeramente y los músculos de su mandíbula palpitan mientras recorre
mis piernas desnudas, deteniéndose donde su camiseta extragrande llega a la mitad
del muslo.

—Dijiste que tenías un plan —dice con voz exigente e impaciente.

Suspiro y hago un esfuerzo deliberado por revisar el esmalte de mis uñas.

—Lo tengo.

Al cabo de unos segundos gruñe, gruñe de verdad.

—No tengo tiempo para tonterías, Morte.

Le fulmino con la mirada.

—Pues yo no tengo nada más que tiempo, ya que estoy encerrada en este
apartamento. —La verdad es que me gusta que se enfade. Es cuando Nero está
mejor, más excitante.

Una respiración sibilante a través de sus dientes, y sé que estoy caminando por
una línea muy fina. Bien. Saca las manos de los bolsillos y se inclina hacia delante,
agarrando el respaldo del sofá a cada lado. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos,
a apenas unos centímetros de distancia.

—Habla, joder. —Presiono su boca con los dedos y lo alejo de mí. Sus labios se
crispan bajo mi contacto y me muerde las yemas de los dedos. Aparto la mano y sus
dientes chasquean—. Habla.
—Ya te lo dije, no puedo pegarles a todos. Incluso si me encargo de Finnegan
por separado, tres muertes en una red es demasiado. No puedo hacerlo.

Sus cejas se juntan y su cara se acerca aún más a la mía.

—Teníamos un trato —apenas respira contra mis labios.

—No dije que no cumpliría mi parte —respondo—. Pero estos tipos no son
soldados cualquiera, Nero. Capos, ejecutores, viajan en manadas, manadas armadas.

—Eres baccio della morte. —Su lengua acaricia las palabras con elocuencia—.
No habría buscado lo mejor si fuera un trabajo fácil.

—Piénsalo, saldremos con una. ¿Con dos? Posiblemente, pero el tercero se va a


asustar. Cada uno que golpeo hace que el siguiente sea más difícil. La sorpresa es mi
fuerte. Lo perderé.

Por fin se aparta de mí y se sienta en el borde de la mesita de enfrente, con los


muslos separados y los codos apoyados en ellos. Se pasa el pulgar por el labio
inferior.

—¿Qué sugieres?

—Pedir una tregua.

Sus cejas se levantan.

—¿Una tregua? —Se ríe incrédulo.

—Convocar una reunión. Reúnelos a todos en una sala. Yo haré el resto.

Se ríe de nuevo y sacude la cabeza.

—No caerán en la trampa.

—¿Por qué no?

—Ah, Morte. Cualquiera de la mafia, cualquiera que me conozca, o que haya


oído siquiera mi nombre sabrá... —Ladea la cabeza y un rayo de maldad cruza sus
ojos—. Yo no hago la paz, hago la guerra. No hago treguas cuando puedo derramar
sangre en su lugar. —Un pequeño temblor recorre mi piel y sus palabras me aprietan
el estómago. Conocí a hombres como él toda mi vida y, sin embargo, no hay nadie
como él. Es tan salvaje, tan despiadado. Su arrogancia me molesta; su manipulación
me enfurece, aunque yo haría exactamente lo mismo si fuera él. Su salvajismo me
excita y su sed de sangre me encanta. El monstruo que es llama al que yo mantengo
encadenado, liberado sólo cuando mato, pero incluso entonces, atado, restringido a
muertes limpias y orgullo profesional. Nero pintaría esta ciudad de rojo y colocaría
un trono desde el que contemplar su imperio manchado de sangre en la montaña de
cadáveres. Quiere poder y no le importa cómo lo consiga. Tiene razón; nadie creería
que quiere la paz, pero, por supuesto, Nero tiene dos caras. Está el lado salvaje que
quiere bañarse en sangre, y luego está la sofisticada fachada que lleva con tanta
facilidad. Si se enfrentan a ese lado de él, tal vez crean que está asumiendo sus
nuevas responsabilidades.

—Ve a ellos como el capo. Finge que tienes en mente los intereses colectivos y
que estás dispuesto a dejar de lado las diferencias por un bien mayor. —Me mira
con el ceño fruncido, como si las palabras le ofendieran, y yo pongo los ojos en
blanco—. Lanza unas cuantas amenazas si sientes la necesidad de sacar la polla. Eres
Nero Verdi. —Levanto una ceja puntiaguda—. ¿Quieres poder? Tómalo. Tómalo.

—Ah, Morte, deberías saberlo mejor que nadie, siempre tomo lo que quiero. —
Sus ojos bajan hasta mi boca como señalando que eso es lo que quiere ahora mismo—
. ¿Y qué harás si los llevo allí?

—Matarlos a todos, por supuesto. Pero primero iremos por Finnegan.

Sacude la cabeza.

—No podemos atacar a Finnegan mañana. La situación cambió.

—¿Cambió cómo? No vamos a tener otra oportunidad pronto.

Me mira fijamente.

—Dije que no.

—Si se va del país, no voy a esperar semanas para pegarle otra vez, sentada aquí
mientras tú encuentras cualquier excusa para no ir por Anna.

—No. Mañana —gruñe.


Soltando un insulto, me pongo en pie, necesitando alejarme de él. Puede que no
vaya por Finnegan, pero no sabe que ya tengo una entrada. Necesito que esto ocurra.
Necesito terminar este trabajo y agarrar a Anna. No me importa lo que haga Nero.
UNA

Mi reloj marca las siete y media. Dije que quedaría con Darren a las ocho. Tommy
está sentado frente a mí jugando al solitario mientras yo finjo estar haciendo algo
constructivo en mi portátil. Apenas vi a Nero en los dos últimos días, y tengo la
impresión que está liado con la mafia. Está permanentemente irritable, bebiendo
como un pez y pasando casi todo el tiempo en la oficina. No me importa. Mientras
está centrado en otras cosas, me deja en paz, lo cual es bueno.

Sin mediar palabra, me levanto y me dirijo a mi habitación. Cuando llego ya hay


ropa en el vestidor. Todas son nuevas, con las etiquetas puestas. Elijo un sencillo
vestido negro. Dios sabe para qué pensaba que lo iba a necesitar, pero ahora me
viene muy bien. Me las arreglé para pedir un par de zapatos por Internet y Tommy,
por supuesto, abrió el paquete porque no soy de fiar y es probable que me envíen
bombas al apartamento o algo así. Cuando vio los zapatos, parecía muy confuso. Le
expliqué que a todas las chicas les gustan los zapatos y, por supuesto, me creyó,
bendito sea. Me pongo el vestido y los zapatos, me miro en el espejo, me pinto los
labios de rojo sangre y me paso los dedos por la larga melena rubia.

Tommy levanta inmediatamente la vista al oír el chasquido de los tacones en el


suelo de la cocina. Sus cejas se levantan tanto que prácticamente le tocan el
nacimiento del pelo.

—Vaya. Estás... estás increíble, pero ¿por qué vas vestida así?

Con una sonrisa, saco la pistola de detrás de mi espalda. Sus ojos se abren de par
en par y apenas tiene tiempo de intentar zafarse del taburete antes que le dé con la
culata en la sien. Pone los ojos en blanco y cae con fuerza. Me siento mal, pero es
necesario. Nero quiere dictar cómo se hace este trabajo, pero eso no formaba parte
del acuerdo. Me contrató para hacer un trabajo, y voy a hacerlo. Por toda su mierda
diciendo que estamos juntos en esto, no lo estamos. Como siempre, soy yo contra el
mundo.
Guardo la pistola de 9 mm en el bolso y saco la tarjeta llave del bolsillo de
Tommy antes de buscar papel y bolígrafo y garabatear una nota para Nero. Se va a
enfadar mucho. La idea me hace sonreír.

DARREN ESTÁ SENTADO en la barra cuando llego al lugar donde quería


quedar. Es un bar nuevo, a pocas calles de O'Malley's. La decoración es de acero
cepillado y suelos de pizarra, muy industrial. Me subo al taburete de al lado.

—¿Es bueno el vodka de aquí?

Se vuelve hacia mí y sus ojos recorren mi cuerpo con aprecio, una lenta sonrisa
se dibuja en sus labios.

—Estás impresionante. Y yo qué sé, soy un hombre de whisky. —Lleva unos


vaqueros ajustados y una camisa gris sin corbata. Darren Derham, sí, lo busqué, es
un tipo guapo. Pero también está muy arriba en la mafia irlandesa de este lado de la
ciudad. Trabaja estrechamente con Brandon O'Kieffe, que es el capo equivalente en
estas partes. Si consigo hablar con Darren es poco probable que sea cuestionado,
pero su posición también significa que es inteligente, precavido y cualquier cosa
menos ingenuo. La ventaja de ser mujer es que incluso los hombres más astutos
nunca sospechan nada, después de todo, ¿cuánto daño podría hacer una chica? Me
pide un vodka y el camarero desliza la bebida delante de mí. El hielo choca contra
el vaso y él me estudia mientras me lo llevo a los labios y bebo un buen trago.

—Isabelle, ¿qué te trae a Nueva York?

Inclino la cabeza hacia un lado. Es una pregunta sencilla, pero...

—¿Cómo sabes que no soy de Nueva York? —pregunto, añadiendo una sonrisa
seductora para asegurarme que no parezca a la defensiva.

—El acento. —Levanta la barbilla y coge su vaso de whisky—. No eres


americana. —Mierda, es bueno. Apenas tengo acento y hay que prestar mucha
atención para captarlo. Todos mis instintos me dicen que estoy preparada, pero los
reprimo. Sólo puedo pensar en que tengo que terminar esto. Nero me hace perder la
concentración, pero el hecho es que estoy encerrado en ese apartamento, trabajando
para él a cambio de Anna, por ninguna otra razón. Y después de su concurso de
meadas de la otra noche, ya no confío en sus motivaciones. No, tengo mi entrada.
Voy a ver a través de él. Es un riesgo medido, para Anna.

Así que sonrío y finjo una expresión ofendida.

—Y yo que pensaba que había dominado el acento neoyorquino.

Se ríe.

—Casi.

—Bueno, sólo estoy aquí por trabajo —le digo.

Asiente con la cabeza.

—¿De qué parte de Rusia eres?

Siento que mi expresión se tensa pero lucho contra ello, interpretando mi papel
a la perfección.

—De Moscú. Mi padre era abogado allí —miento con facilidad—. Pero siempre
quise venir a Estados Unidos. Ahora ni siquiera puedes fingir que eres de aquí —me
burlo.

Apoya los codos en la barra y me sonríe.

—Dublín, nacido y criado. También vine aquí por trabajo. —Se bebe el resto de
su copa. No se me escapa la ironía: dos personas en un bar normal, con aspecto
normal, fingiendo ser normales e intentando por todos los medios convencer al otro
de que lo son, pero él pertenece a la mafia y yo soy una asesina a sueldo.

Nos sentamos, ambos continuamos con nuestra fachada e intercambiamos una


agradable conversación. Nos hablamos de las personas que no somos, de las que
podríamos haber sido, supongo. Lentamente, me acerco a él y, cuando pongo la
mano en su muslo, apenas la reconoce, cómodo con mi contacto. Su mano se posa
sobre la mía en el muslo y se inclina hacia mí, con los labios tan cerca que estoy
segura que va a besarme, pero entonces suena su teléfono. Suelta un suspiro
frustrado y se aparta para cogerlo. Doy un sorbo a mi bebida mientras él habla con
quienquiera que esté al otro lado. El irlandés es esencialmente inglés, hasta que dos
irlandeses hablan entre sí y entonces es solo ruido. No entiendo nada de lo que dice.
Al final cuelga y, cuando se vuelve hacia mí, le dirijo una amplia sonrisa.
—Tengo que irme. —Suspira y no parece muy contento.

Yo pinto una expresión de decepción en mi cara.

—Ah, vale.

Me mira fijamente durante un buen rato y luego se pone en pie, apretando su


cuerpo contra mis rodillas y pasándome los nudillos por la mandíbula. El contacto
me incomoda.

—Ojalá pudiera llevarte conmigo, pero a menos que te guste un bar lleno de
irlandeses pervertidos, no creo que sea lo tuyo.

Me encojo de hombros.

—Resulta que me gustan los irlandeses pervertidos.

Se ríe.

—Me lo tomaré como un cumplido. —Vuelve a recorrer mi cuerpo con la


mirada—. Bien. Pero tú te lo buscaste.

Bueno, eso fue más fácil de lo que esperaba. Ahora, la siguiente parte es
considerablemente más difícil.

O'Malley está lleno esta noche. Los chicos están colgados de la barra, bebiendo
y riendo. Si no supiera lo que es este lugar y la naturaleza de esta gente, podría ser
cualquier bar de barrio un viernes por la noche. Todos sonríen a Darren y algunos
le dan palmadas en la espalda. Me lanzan miradas curiosas, pero solo duran unos
segundos. Aquí hay unas cuantas mujeres, la mayoría de ellas tumbadas sobre un
regazo u otro. Me aprieto el bolso y me gustaría tener la pistola preparada. Yo no
me meto en este tipo de situaciones. Me pongo a ello. Planifico y evito riesgos
innecesarios. Alguien me toca en el hombro y me doy la vuelta. Al segundo
siguiente, alguien me agarra de la muñeca, con un apretón demasiado fuerte para
ser amistoso. Controlo mis instintos más volátiles y mi mirada se desvía en busca de
Darren. No está.

—Eres nueva —dice una voz, en voz baja, desde detrás de mí.
Miro por encima del hombro al chico moreno que está a escasos centímetros de
mí antes de mirar al que está a mi izquierda, el que tiene la mano sujeta alrededor
de mi muñeca.

—Me haces daño —gimo patéticamente.

El que está detrás de mí se ríe.

—Si eres tan amable de seguirme. —Pasa a mi lado y me quita la bolsa de las
manos antes que me vea obligada a seguirlo. Esta es la razón por la que no hay que
ser desprevenida. Maldita sea.

ESTOY esposada a una silla y el moreno se pasea delante de mí. Finnegan


O'Hara. Debe de tener unos cuarenta años, las canas de su barba y las patas de gallo
de sus ojos son el único signo de envejecimiento. Es un tipo grande, de hombros
anchos y complexión gruesa, con un aire que sugiere que es capaz de mucho más
que manejar envíos. Dos de sus hombres están en la puerta, la única salida, y aquí
ni siquiera hay ventanas. El suelo bajo mis pies es de piedra tosca y las paredes son
de hormigón, lo que me recuerda a las instalaciones en las que me entrené, la
fortaleza rusa enterrada en la nieve. Las dos paredes están forradas de barriles y
huele a cerveza vieja; la bodega del bar. Aún no sé por qué me trajeron aquí abajo,
así que haré de mujer asustada hasta que jueguen sus cartas. Un torrente constante
de lágrimas corre por mi cara y mi pecho se estremece con cada respiración. A los
hombres, incluso a los más duros, no les gusta tener que lidiar con mujeres
emocionales y centrarán su atención sutilmente en otra cosa para evitar tener que
lidiar con ello. Así que, mientras sus hombres miran fijamente hacia delante y él mira
al suelo, yo consigo dejar caer en mi mano la pequeña hoja de plata del brazalete que
llevo en la muñeca. Puede que este brazalete sea lo más valioso que poseo. No es un
trabajo fácil, pero consigo introducir el extremo de la fina hoja en la cerradura,
moviéndola hasta que noto un pequeño chasquido.

—¿Sabes quién soy? —pregunta Finnegan, con expresión seria.

—No. —Sacudo la cabeza—. Por favor, suéltame —sollozo.

Resopla una carcajada antes de girarse hacia mí e inclinarse, agarrándome los


antebrazos. Aprieto los dientes, intentando no mostrar mi malestar.
—Sé exactamente quién eres, Una Ivanov. —Se me queda la cara en blanco, se
me cortan las lágrimas y mi respiración vuelve a la normalidad. No puedo actuar
más. Me atraparon.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Sus labios se crispan, y odio estar en la retaguardia. Nunca soy vulnerable, pero
ahora me tiene contra las cuerdas.

—Nero Verdi tiene una reputación, pero yo tengo los contactos en esta ciudad
—murmura, con su acento irlandés más marcado que el de Darren. Entrecierro los
ojos y no digo nada. Es una filtración del lado de Nero. Joder—. Y mis contactos me
son leales. Confían en mí para que los proteja.

—Si sabes quién soy, entonces sabes cuál es el costo de matarme. —Arqueo una
ceja, y no tengo que decir nada. Cuando dije que era inmune, no bromeaba. ¿Soy
una asesina? Sí. ¿Soy técnicamente un juego limpio? Sí. Pero, y este es un gran pero,
soy como una hija para Nicholai Ivanov. Las mafias, en su mayoría, tratan de ser
amistosas y mantener la paz donde pueden, pero los rusos... bueno, somos
impulsivos por naturaleza. Nadie quiere una guerra con Nicholai. Vi de lo que es
capaz y puede hacer que Nero parezca Papá Noel.

Se aparta y saca un paquete de cigarrillos del bolsillo, suelta uno y se lo pone


entre los labios. Lo enciende y se queda a unos metros de mí, echando una larga de
humo por la nariz.

—No tengo nada contra ti ni contra ese ruso loco de mierda. —Escupe al suelo—
. Pero tengo una pelea con Nero Verdi y, al parecer, contrató tus servicios, así que
tengo un trabajo para ti, señorita Ivanov. Quiero que mates a Nero Verdi por mí. Ni
siquiera lo verá venir.

Oh, cómo cambian las tornas.


NERO

Mi mirada se posa en el cuerpo tendido de Tommy en cuanto se abren las puertas


del ascensor. Me escondo detrás de la pequeña pared saliente que divide el vestíbulo
de la cocina y tanteo debajo de la mesa auxiliar que hay junto a la puerta del
gimnasio. Mis dedos rozan la pistola que está pegada a la parte inferior y la suelto
de un tirón. George y Zeus corren hacia mí entusiasmados y me relajo. Si todavía
hubiera alguien en el apartamento, me lo harían saber. Para eso los tengo. Voy hacia
Tommy, me agacho y le presiono el cuello con el dedo. Está bien, sólo inconsciente.
Una fea marca roja le cruza la sien y parece que le dieron una buena paliza. Le
sacudo el hombro y gime, con los párpados temblorosos antes de abrirse por fin.

—¿Jefe?

Suspiro.

—¿Dónde está Una? —Sé, sin siquiera tener que preguntar, exactamente adónde
fue, pero quiero oírlo decir las palabras. Quiero que me diga que la dejó ir.

—Me dejó inconsciente —dice, apartando los ojos de mi mirada escrutadora.

Me pongo en pie.

—¿Dónde está?

—No lo sé.

—¡Joder! —Apoyo las manos en la isla de la cocina y entonces me fijo en el trozo


de papel que hay en medio. Lo cojo y leo las palabras garabateadas.

Nero.

No te pongas así. Fui a hacer mi trabajo. No me esperes levantado.

Una.
O'Hara. Fue por el puto O'Hara, y él sabe que irá. ¡Mierda!

—¿A qué hora se fue?

—Sobre las ocho.

Son las diez y media.

Dejo caer mi cabeza hacia adelante.

—Se fue tras O'Hara. Dos horas es demasiado tiempo y él sabe que ella irá.
Probablemente esté muerta. —Digo las palabras con calma, pero no me siento
tranquilo. Me siento... enfadado, hasta el punto de querer destrozar este lugar.

—Puede que no lo esté. Ella... quiero decir... —balbucea.

Giro la mirada hacia él.

—¿Qué?

Se sienta frente a mí y apoya la cabeza en las manos.

—Tiene a un tipo, Darren.

—Tienes que hablar más rápido, Tommy —gruño.

—Mira, me obligó a llevarla a O'Malley's el martes —dice apurado—. Un tipo


intentó hablar con ella, así que le dio su número. Ella iba a usarlo como entrada para
llegar a O'Hara.

—¿Sabes algo más sobre este tipo?

—Derham, creo que dijo que su nombre era Darren Derham.

Bueno, esto se pone cada vez mejor.

—Encuéntrame detalles. Quiero familia, una esposa, una madre, cualquier cosa
que puedas encontrar. —Recojo mis llaves y saco otra pistola del cajón de la cocina—
. Me ocuparé de ti más tarde. —Esa mujer es incapaz de escuchar nada de lo que
digo y ahora arrastra a Tommy a esta mierda con ella. ¿Y a mí? Estoy corriendo de
cabeza tras ella por razones que no puedo empezar a explicarme ni a mí mismo.
JACKSON SE DETIENE en el callejón a la vuelta de la esquina de O'Malley. Lo
llamé de camino porque necesito refuerzos y, cuando se trata de luchar, Jackson
siempre está a mano. Sale del todoterreno negro y me mira con expresión tensa antes
de abrir la puerta trasera. Me pongo a su lado y miro fijamente a la mujer del asiento
trasero, con el estómago hinchado y la cara llena de lágrimas.

—No tengo ningún deseo de hacerte daño. Llama a Darren. Llama a Darren. Dile
dónde estás y que si no viene solo, voy a matarte. —Un sollozo desgarrado sale de
ella. Que me jodan, no tengo tiempo para esta mierda. Jackson le da un teléfono y
ella lo coge, con las manos temblorosas mientras sigue mis instrucciones.

—¡Darren! —grita, con la voz quebrada. Respira agitada varias veces, con
lágrimas y mocos corriéndole por la cara—. Estoy en el callejón a una manzana del
bar. Va a matarme.

Le arrebato el teléfono y me lo pongo en la oreja. El sonido de una música


apagada se oye de fondo, como si estuviera en un pasillo o en una habitación lateral
alejada del bar principal.

—Tiene algo que quiero, Sr. Derham. Así que va a venir a reunirse conmigo, a
solas, o le voy a volar los sesos a su preciosa noviecita por toda la puta calle sucia.
—Levanto la voz y cuelgo, tendiéndole el teléfono a Jackson.

—Apúntale a la cabeza. Si ves a más de un hombre doblar la esquina, dispárale.

—Oh Dios. —Empieza a gemir y a llorar antes de juntar las manos y empezar a
rezar en voz baja. No siento ninguna simpatía por esa mierda, ¿y sabes por qué?
Porque si te involucras con un mafioso, esto es de esperar. Y si ella no sabía que él
era mafioso... bueno, eso la hace estúpida. La mafia se trata de proteger a las mujeres
y mantenerlas al margen, crean estas reglas que las hacen intocables, se basan en el
honor, y funciona... hasta que llega un bastardo como yo. No tengo honor y usaré
cualquier medio necesario para conseguir lo que quiero. Si quiere quitarme lo que
es mío, puede estar seguro que le quitaré lo que es suyo.

Unos minutos después, una figura aparece en la boca del callejón. Está solo, pero
sus dedos rodean una pistola.

—¿Quién mierda eres tú? —pregunta con voz tensa.


—Soy el tipo que tiene una pistola apuntando a la cabeza de tu mujer. —Señalo
hacia Jackson, que tiene su arma apuntando al asiento trasero.

—¡Darren! —grita, y veo que sus ojos se entornan ligeramente y sus labios se
aprietan.

—¿Qué quieres? —pregunta con los dientes apretados.

Me acerco a él y le pongo la pistola bajo la barbilla. Me mira fijamente a los ojos.

—Quiero a Una.

—Ya estará muerta.

Le clavo el cañón de la pistola en la garganta con fuerza suficiente para que se


ahogue.

—Más te vale que no, porque en este momento, su vida está atada a la de la
querida Polly.

—O'Hara la tiene —dice entre dientes apretados.

—¿Dónde?

—En el sótano del bar.

—Gracias. Fuiste de mucha ayuda. —Aprieto el gatillo y un agujero sangriento


aparece en su garganta. Vio la cara de Una, sabe quién es. Es un riesgo. La chica
empieza a gritar y es lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
Jackson se apoya en la parte trasera del coche y luego se hace el silencio. Cierra la
puerta y abre el maletero, dándome una semiautomática.

—Agárrale los pies. —Levanto los hombros de Darren y Jackson coge sus
tobillos. No tengo tiempo de arreglarlo ahora, así que lo metemos en el maletero.

Sólo un tipo vigila la parte trasera del bar. Nos agachamos en las sombras detrás
de un contenedor y observamos un segundo.

—Jefe, estamos entrando en la fortaleza irlandesa —dice Jackson. No respondo


porque soy muy consciente—. ¿De verdad merece la pena que nos maten por ella?
¿Vale la pena? No lo sé. Todo lo que sé es que la quiero de vuelta. No estoy listo
para que mi pequeña mariposa cruel encuentre su final. Si alguien va a matarla, seré
yo.

—Ya veremos, ¿no? —Me pongo en pie. El guardia se vuelve hacia nosotros y
Jackson le dispara, el chasquido sordo del silenciador es el único sonido antes que
caiga al suelo. Espero que estén todos demasiado borrachos para prestarles
demasiada atención y, sinceramente, tiene razón, esta es su fortaleza. Es el último
lugar donde esperarían un impacto.

Disparo una bala a la cerradura y abro de un tirón la vieja puerta. No tengo ni


idea de dónde me meto, y no estoy seguro de que me importe.
UNA

—No trabajo gratis, Sr. O'Hara. Y honestamente, espero un cierto nivel de


cortesía profesional.

Se ríe.

—Lo demuestro no matándote.

Entrecierro los ojos, recostándome en la silla despreocupadamente.

—¿No te enteraste? Soy intocable.

Se acerca más.

—Nadie es intocable. Entonces, ¿qué harás? Trabajas para mí o te uso y te torturo


para sacarte información.

Echo la cabeza hacia atrás y me río.

—Perderías el tiempo. —Me levanto de la silla de un salto, cogiéndolo por


sorpresa mientras agarro el metal curvado de las esposas y le paso el borde dentado
por el cuello. Se tambalea un paso hacia atrás y consigo ver claramente al guardia
de la izquierda de la puerta. Lanzo la fina hoja que tengo en la otra mano contra el
guardia y le doy en un lado del cuello. La sangre brota de la pequeña muesca como
una manguera encendida. El otro guardia mira a su amigo antes de apuntarme con
su arma, pero yo me agacho detrás de su jefe, que me proporciona un amplio escudo
corporal. Por supuesto, O'Hara se recuperó de mi golpe anterior. Sólo fue una herida
superficial y, aunque hay mucha sangre, se encuentra perfectamente. La puerta se
abre de golpe y el rápido pop de los disparos silenciados hace que Finnegan me
agarre del pelo y nos gire hacia la puerta. Me obliga a ponerme delante de él y me
clava el cañón de la pistola en el cuello.
—Nero. —Apenas respiro. Está de pie en el umbral de la puerta, parece el
mismísimo diablo que viene a descargar su ira. Su pecho sube y baja
desgarradoramente y los músculos de su mandíbula palpitan bajo la piel. Jackson
permanece en el pasillo justo detrás de él. Su mirada se posa brevemente en la mía
antes de volver a vigilar.

—Vaya, vaya. Veo que por fin encontraste las pelotas para venir por mí —se
burla O'Hara, tirándome del pelo con más fuerza.

Nero inclina ligeramente la cabeza hacia un lado.

—Oh, no. Esto es culpa de Una —dice despreocupadamente, pero el significado


está muy claro: es culpa mía.

—Entiendo por qué la quieres de vuelta. —O'Hara me aprieta la cara contra el


pelo y olfatea. Frunzo el ceño e intento quitarle importancia—. Pero esto es un riesgo.
¿No es ese su trabajo?

La mirada de Nero se cruza con la mía, oscura y turbulenta, y no promete más


que dolor y venganza. Algo pasa entre nosotros, una comprensión mutua de la
violencia necesaria. Cualquier otra persona podría dudar, pero yo veo la diminuta
contracción del músculo de su hombro antes que levante el arma. Agarro la muñeca
derecha de O'Hara, la alejo de mí y le clavo el dedo en el nervio del antebrazo. Al
hacerlo, giro el cuerpo de lado. Suenan dos golpes y él cae. O'Hara cae de espaldas,
jadeando desesperadamente mientras una mancha roja se desangra lentamente por
el centro de su pecho. Nero viene a ponerse a mi lado y dispara un tiro a la cabeza
del moribundo. Sin mediar palabra, sale de la habitación. No hay tiempo que perder,
así que lo sigo y Jackson me sigue. Prácticamente puedo ver la ira arremolinándose
alrededor de Nero. Por una vez, sin embargo, está justificado. Siempre fui
meticulosa y sé que los errores y las acciones precipitadas son los que hacen que te
atrapen. Actuar por desesperación podría haberme matado. Y Nero... se supone que
estoy acabando con su objetivo para que no se le asocie con él, así que ¿por qué venir
por mí? Acaba de implicarse y ¿para qué? ¿Para jugar al caballero blanco?

Caminamos una manzana antes que gire en un callejón oscuro. Un todoterreno


negro y el Maserati están aparcados al amparo de la oscuridad.

—Entra en el coche —me dice sin mirarme. Me hace sentir como una niña
castigada, así que, por puro principio, me apoyo en la parte trasera del coche y cruzo
los brazos sobre el pecho.
—Lleva a la chica al hospital —le dice a Jackson. ¿Qué chica?— Y deshazte de él.

Nero me agarra del brazo y me empuja hacia el lado del pasajero del coche.

—No me empujes ahora, joder, Una. —Su voz retumba como un trueno que
indica que está a punto de caer una tormenta. Me empuja hacia el coche y se sube,
las ruedas giran junto al todoterreno mientras sale del callejón. La tensión en el coche
me envuelve, me oprime el pecho hasta asfixiarme. Su ira es palpable y su silencio
es, cuando menos, ominoso.

Cuando entra en el estacionamiento del apartamento, me muero de ganas de


salir del coche. No me apetece estar en otro espacio cerrado con él, pero lo sigo hasta
el ascensor y subo.

Cuando ya no puedo más, lo miro de reojo.

—¿Vas a decir algo? —le pregunto.

Cruje el cuello hacia un lado y echa la cabeza hacia atrás, flexionando la


mandíbula una y otra vez.

—Tienes suerte de que no te haya disparado yo mismo.

—Pensaba...

Me empuja de nuevo contra la pared del ascensor y golpea sus puños contra el
metal junto a mi cabeza con un fuerte estruendo.

—No puedes pensar, joder —sisea, soplándome un aliento caliente y furioso en


la cara. El corazón me late en el pecho con tanta fuerza que es lo único que oigo.
Cierro los ojos y trago saliva—. Me desobedeciste.

Me enfurezco.

—No soy uno de tus soldados, Nero. Me pediste que hiciera un trabajo. Cómo lo
haga no formaba parte del acuerdo.

Me agarra la garganta de la misma forma que siempre lo hace cuando está


enfadado.

—Sabía que irías, y mejor que creas que te habría matado. —El ascensor suena y
las puertas se abren, pero ninguno de los dos nos movemos.
—Son los riesgos del trabajo.

Su mano tiembla físicamente contra mi cuello antes de apartarse de mí y darme


la espalda.

—Maldita sea, Una. —Se pasa las manos por el pelo. Paso junto a él y siento que
me sigue—. Te contraté porque eres la mejor. Esta mierda... esto no es lo mejor.

Me vuelvo contra él, clavándole el dedo en el centro del pecho.

—¡Tú no me contrataste! Me chantajeaste. Hay una diferencia.

Su cabeza se inclina hacia un lado y me mira de esa forma que me hace dar un
paso atrás. Por supuesto, me sigue.

—Entonces, ¿qué? ¿Te sientes menospreciada así que te lanzas de cabeza contra
una bala entre los ojos?

—No, yo... —Sigo retrocediendo con él acechándome—. ¿Por qué te importa? Yo


no te comprometí. Él ya sabía que eras tú. —Mi espalda choca contra la isla de la
cocina y él coloca las manos a ambos lados de mí, agarrándose al borde—. ¿Por qué
te importa? —le repito. Necesito saberlo, porque ahora mismo estoy en caída libre
hacia lo desconocido y mi estúpido corazoncito espera que me atrape, empeñado en
que debe de haber una razón para que me haya salvado. Mientras tanto, mi cabeza
dice que se quedará parado y me verá caer al suelo y sonreirá mientras mi cuerpo se
rompe y se hace añicos delante de él.

Se inclina hasta que sus labios rozan mi cara, su aliento acaricia mis labios
mientras habla.

—Te lo dije, Morte, eres mía. —Entonces sus labios chocan contra los míos. Me
besa como si quisiera meterse dentro de mí y consumirme, y yo lo dejo, porque su
posesión, su brutal necesidad... la deseo. Nadie arriesgó nunca nada por mí, pero sé
que él arriesgó su vida viniendo por mí. A su manera retorcida y depravada, le
importo. Nadie se preocupó de verdad por mí desde que tenía ocho años. Nunca
supe que lo quería o lo necesitaba hasta este preciso instante. Nero me hace sentir
segura y darme cuenta de ello me estremece hasta la médula, porque él es cualquier
cosa menos seguro. No necesito protección y estoy segura que no necesito un
caballero blanco, pero quiero a esta criatura salvaje. Quiero su total falta de moral,
su violencia y su necesidad de poder y sangre. Le devuelvo el beso, le tiro de la
chaqueta y se la paso por los hombros. Se la quito encogiéndose de hombros
mientras sus labios se separan de los míos y me desgarran el cuello. Inclino la cabeza
hacia un lado para permitirle más acceso.

—Me pones muy furioso. Quiero follarte hasta que sangres —gruñe, y me
estremezco, con la respiración entrecortada en la garganta—. Y este puto vestido. —
Me coge la falda con brusquedad y me la sube, dejando escapar un gemido cuando
sus dedos me rozan las caderas. No llevo ropa interior porque el vestido es ceñido.
Me agarra por los muslos y me levanta con facilidad. Lo rodeo con las piernas y me
agarro a sus anchos hombros mientras se mueve. Me golpea contra la pared y uno
de los cuadros se balancea peligrosamente. No hay más que manos, dientes y labios
mientras me da la razón. Mis dedos se enredan en su pelo, tirando de las gruesas
hebras, deseando más, deseando su castigo tanto como su placer. Me muerde el
cuello con tanta fuerza que siento cómo sus dientes me perforan la piel. Agarro el
cuello de su camisa y se la arranco. Los botones se desparraman, golpeando la
baldosa como la lluvia en una tormenta, un respaldo adecuado para el huracán que
es Nero. Sus labios vuelven a golpear los míos, luchando, exigiendo, tomando. Su
piel desnuda y caliente me presiona la cara interna de los muslos y estoy tan
desesperada por él que meto la mano entre los dos y tiro de la hebilla de su cinturón.
Me consume esta inexplicable necesidad de sentirlo dentro de mí, y él me da lo que
quiero, empujándose los pantalones y los calzoncillos por encima de los muslos e
introduciéndome la polla. Es como la retribución y la salvación a la vez, dolor y
placer, luz y oscuridad, bien y mal... todo se mezcla hasta que las líneas que nos
definen desaparecen y ya no somos él y yo, sólo nosotros. Somos uno y el mismo, la
encarnación del otro, dos mitades astilladas de un todo fracturado.

Su frente presiona la mía y su mano me rodea la nuca, sujetándome,


obligándome a compartir el mismo aire que él. Le agarro la cara con las dos manos
y cierro los ojos, sintiendo cada áspero empujón de sus caderas, la pequeña punzada
de dolor que produce tenerlo enterrado tan profundamente dentro de mí. Escucho
cada gemido salvaje y cada respiración entrecortada, y lo abrazo todo, dejándolo
que me domine y me posea durante unos preciosos instantes.

El cuadro de la pared cae al suelo, el cristal se rompe y vuela por las baldosas.
Me folla con más fuerza, penetrándome hasta que no sé dónde acaba él y dónde
empiezo yo. Tiro la cabeza contra la pared y suelto un largo gemido. Sus labios se
posan en mi garganta, sus dientes rozan mi piel pero no llegan a morderla mientras
gime. Todo en mí se tensa y me aferro a él mientras mi cuerpo detona, enviando una
oleada tras otra de placer que desgarra mis músculos, incendiando mis
terminaciones nerviosas. Me gruñe en el cuello y me muerde el hombro mientras me
penetra con más fuerza y se endurece con un largo gemido. Apoya la mano en la
pared, junto a mi cabeza, y respira agitadamente contra mi cuello. Mi cuerpo tiembla
y el corazón me palpita en el pecho, golpeándome las costillas. Mis dedos se deslizan
por el lateral de su cuello mientras intento recuperar el aliento. Nos miramos
fijamente, sin decirnos nada y con una sola mirada. Me agarra el cuello con fuerza.

—La próxima vez que hagas algo así, te mataré yo mismo —dice, y yo sonrío.

Se marcha, dejándome allí sola.

MI MANO SE AGITA, mi corazón martillea en mi pecho tan fuerte que mi pulso


retumba contra mis tímpanos, una sinfonía de miedo y angustia.

—Por favor —le ruego, levantando los ojos hacia Nicholai.

Su expresión se suaviza cuando se acerca a mí y me aparta un mechón de pelo de la cara.

—Conviértete en lo que estás destinada a ser, palomita. —Su pulgar recorre mi


mandíbula y cierro los ojos mientras una lágrima resbala por mi mejilla—. Métele una bala
en la cabeza o métete una bala en la tuya —dice con dureza—. No puedes vivir con la
debilidad. Arréglalo de una forma u otra. —Sus labios rozan un lado de mi cara.

Levanto la mirada y miro por encima de su brazo hacia la pared del fondo.

—Por favor, no me obligues a hacer esto —le ruego. Las lágrimas me nublan la vista y
no me importa parecer débil.

Nicholai me mira con disgusto.

—¿Ves lo que te hace? Eres un arma y las armas no lloran. Toma una decisión.

Las paredes de hormigón de la habitación me aprietan hasta que apenas puedo respirar.
La mano de Nicholai se aparta de mi cara y da un paso atrás. Mi dedo tembloroso se apoya
en el gatillo de la pistola y trago saliva, odiando el hecho de ser tan débil. Levanto los ojos
hacia Alex, encadenado a la pared del fondo. Tiene el torso desnudo, cubierto de tajos que
sangran sobre su piel. El sudor se mezcla con la sangre, cubriendo los cincelados músculos
de su cuerpo con un brillo carmesí. Su pelo oscuro está húmedo de sudor y algunos mechones
sueltos le caen por la cara. Miro fijamente sus hermosos ojos verdes, tan llenos de dolor, tan
llenos de anhelo. Anhelo de lo que nunca podrá ser. Anhelo de una fantasía, de un sueño,
pero los sueños no existen en este lugar. Aquí es donde nacen y se crean los condenados, se
les da forma y se les moldea hasta que no queda nada más que el frío impulso de matar, de
tomar y destruir. Pensé que encontré un breve respiro en los brazos de Alex, un oasis en esta
versión deformada del infierno, pero me equivocaba. Porque no hay escapatoria de ti mismo,
de aquello en lo que te convertiste. Alex me hizo olvidar, sólo por un segundo. Me hizo sentir
cosas que no sentí desde que me secuestraron, desde Anna. Amor. Amabilidad.

Encuentro su mirada y aprieto el arma. Sus ojos están resignados, suplicándome, pero
no por el indulto. Me suplica que le dispare.

—Hazlo, Titch. —Mi visión se nubla con las lágrimas y un dolor agudo me atraviesa el
pecho.

—Te amo —me ahogo. Las lágrimas resbalan por mis mejillas y un dolor agudo me
atraviesa el pecho.

—¡Dispárale, Una! —ruge Nicholai.

Con un grito desgarrador, levanto la pistola y le apunto entre los ojos.

—Perdóname —susurro mientras aprieto el gatillo. Sus ojos se abren de par en par
cuando la bala le atraviesa el cráneo. Grito.
NERO

El sonido de los gritos me despierta. Con un gemido, salgo de la cama. Nada


más abrir la puerta, Una suelta otro grito, pero no viene de su habitación, sino del
piso de abajo. Al bajar las escaleras, la encuentro en el sofá. George está sentado en
posición vertical al final del sofá, observándola como si estuviera presenciando un
exorcismo.

—¡Alex! —grita, con voz chillona y tambaleante. Un pequeño gemido sale de sus
labios y ya no parece una asesina letal, sino más bien una niña asustada.

—Una. —Le doy un empujón en el hombro pero mantengo la distancia porque


no me gusta lo que sigue cuando se despierta. Se sienta como un rayo, jadeando
mientras sus ojos recorren la habitación. Su rostro se tuerce lentamente hacia mí,
aunque no puedo distinguir claramente su expresión en la oscuridad.

—¿Por qué estás en el sofá? —exclamo. Estoy cansado y este preciso momento
es la culminación de una serie de acontecimientos de mierda.

—Yo... —Tartamudea sobre sí misma y exhalo un suspiro impaciente antes de


alcanzarla y arrancarla del sofá.

—¿Qué estás...? —Me la tiro por encima del hombro y chilla antes de ponerse
rígida. Me da igual. La subo por las escaleras y la llevo por el pasillo hasta mi
habitación antes de tirarla en la cama. Gruñe, rebota en el colchón y cae
desparramada. Sigue llevando ese vestido negro que se le sube por los muslos,
dejando al descubierto unas piernas largas y tonificadas. Y, por supuesto, sé que no
lleva ropa interior.

Llevo mis ojos a su cara, pero no me mira. Se lleva las rodillas al pecho y las
rodea con los brazos. Espero que se queje, pero no lo hace. En lugar de eso, se
encierra en sí misma, como si yo no estuviera en la habitación. Durante largos
momentos, sólo reina el silencio entre nosotros, y casi puedo sentir su agitación
desde aquí. No me importa que tenga pesadillas, porque cualquier persona
medianamente cuerda en su situación las tendría. No se llega a ser el Beso de la
Muerte sin ver y hacer cosas horribles. Al cabo de un tiempo te insensibilizas, los
actos que antes parecían tan monstruosos se desvanecen lentamente en tu mente
hasta convertirse en algo normal. Las emociones que antes eran agudas y coloridas
se vuelven opacas y grises. No, las pesadillas no son asunto mío, pero el hecho que
siempre llame a ese Alex... eso me preocupa. Cuando dice su nombre, suena tan
torturada.

—¿Quién es Alex? —pregunto, mirándola fijamente.

—Ya te lo dije, alguien a quien maté.

—Mataste a mucha gente, Morte, y no estás gritando sus nombres en sueños. Así
que, preguntaré de nuevo, ¿quién es él? —No sé qué es lo que me irrita. Tal vez
porque este Alex parece ser la única grieta en su impenetrable armadura, además de
su hermana. Una no tiene resquicios, y para que él esté en algún tipo de nivel con
Anna, bueno, debe ser importante.

—Era. Era mi amigo —susurra, volviendo la cara hacia mí. Esos ojos índigo
sostienen los míos en la oscuridad, tan duros, tan tristes—. Y en cierto modo, lo
quería.

—No te creía capaz.

Vuelve a apartar la cara y anuda las sábanas entre los dedos. Cuando estoy
seguro que no va a decir nada más, empieza a hablar.

—Tenía quince años y era ingenua. Creía que lo quería y a Nicholai no le gustó,
así que me vi obligada a elegir entre él y yo. Me elegí a mí. Matar a Alex me convirtió
en lo que soy. Nicholai tenía razón al hacerlo. Alex era una debilidad, me hizo fuerte.
—Dice las palabras pero son robóticas, como si se las hubiera recitado a sí misma
cientos de veces.

Sabía que Nicholai estaba loco, pero incluso para mí, eso es bastante jodido. La
primera vez que intercambié a su hermana por el trabajo, lancé la amenaza de
Nicholai por pura corazonada, sin tener ni idea de si funcionaría o no. Pero oí
historias, tenía mis sospechas.
—Y por eso estás aquí —digo, mientras una pieza del críptico rompecabezas que
forma Una encaja en su sitio—. Por eso no encontraste a Anna, porque Nicholai la
mataría.

Ella asiente lentamente.

—No lo haría por despecho, sino para mantenerme fuerte. —Puedo ver que
realmente cree eso—. Los fuertes sobreviven y los débiles mueren, olvidados e
inconsecuentes. —Sacude la cabeza—. Estaría mejor muerta de todos modos.

—Probablemente. Suena cruel, pero no voy a mentirte. La situación de Anna es


un destino peor que la muerte.

Su mirada se dirige a la mía.

—Ella no es como nosotros, Nero. Era buena y pura. Prométeme que irás por
ella.

Me muevo alrededor de la cama, deslizándome bajo las sábanas. Su mirada me


sigue.

—Técnicamente, nuestro trato está roto. Tú no mataste a O'Hara.

Se pasa una mano por el pelo.

—Prométemelo —suplica. Nunca la vi tan desesperada. Tan frágil. Sus alas de


acero están arrugadas y rotas.

Suspiro.

—Tengo la intención de comprarla. Es la única forma de sacar una esclava de


Sinaloa. —Sus ojos escudriñan mi rostro, buscando el rastro de una mentira—. Pero
rompiste nuestro trato, así que ahora te propongo uno nuevo.

—¿Qué quieres?

—Quiero saber por qué tienes tanta lealtad a un hombre que te obligaría a matar
a un chico por el que profesas amor. Dímelo y nuestro trato se mantiene.

Ella deja caer la barbilla y un mechón de pelo claro cae sobre su cara, brillando
intensamente a la luz de la luna.
—Te diré por qué si me dices por qué querías muerto a tu propio hermano.

Sonrío y presiono con el dedo bajo su barbilla, obligándola a mirarme.

—Pero ese no es el trato, ¿verdad? —Me mira fijamente, esperando—. Bien,


Lorenzo era mi hermanastro. Odiaba a su padre y ambos me odiaban a mí.

—¿Por qué?

—Porque mi madre era una puta y yo un cabrón —digo rápidamente—. Tu


turno.

Aprieta los ojos y respira hondo, con los hombros subiendo y bajando.

—Mis padres murieron cuando yo tenía ocho años y Anna y yo estuvimos en un


orfanato, hasta que mi matrona me vendió a la Bratva a los trece años. Intentaron
violarme, convertirme en una puta, pero Nicholai me salvó. Dijo que yo era una
luchadora. —Aprieta la mandíbula y puedo ver la sed de sangre en sus ojos. Imagino
a Una joven, pequeña y asustada, pero tan inquebrantable como es ahora—. Él me
salvó. Me enseñó a luchar, me dio poder. —La forma en que lo dice hace que suene
como si un tipo le enseñara a una niña a dar unos puñetazos, pero yo sé que no es
así.

—Eras uno de los niños soldado de la Bratva. —Ella asiente. Ahora todo tiene
mucho sentido. La mafia rusa siempre “adoptó” huérfanos y los convirtió en
soldados, pero Nicholai Ivanov fue más allá. Creó su propia fuerza de asesinos de
élite. Son temidos y se habla de ellos en todo el mundo, pero Una es la joya de su
corona, la favorita, a la que llama hija. Porque él la salvó. Porque él la creó. Pero a
medida que las piezas encajan, de repente la veo como lo que realmente es. Las
mismas cualidades que nos hacen humanos le fueron arrancadas y, aunque es
realmente fuerte, también está irrevocablemente rota. Anna es su excepción, el
fantasma de humanidad dentro de Una. Es su falta de humanidad lo que me atrae
de ella, porque ambas somos monstruos rodeados de gente. La diferencia entre Una
y yo es que ella sigue luchando contra sí misma, de lo contrario no tendría pesadillas.
Anna es el bien, la redención a la que se aferra, y en ese sentido, entiendo
perfectamente por qué Nicholai la mataría. Hacerlo rompería a Una tan
completamente que desataría una criatura como ninguna otra. Ella sería perfecta—.
Si eres tan leal a él, ¿entonces dónde encaja Anna? —le pregunto.

Se mueve en la cama y se tumba a mi lado.


—Anna es mi única debilidad —dice simplemente—. Pero eso ya lo sabes. Haré
lo que sea por ella, incluso si eso significa enfrentarme a Nicholai —dice con fiereza.
Sí, Nicholai creó un pequeño monstruo, pero cuando haces uno tan fuerte, a menudo
pierdes el control, y tengo la sensación que el perro premiado de Nicholai está a
punto de morderle.

Anna puede ser la debilidad de Una, pero Una se está convirtiendo rápidamente
en la mía. Diría que me molesta, pero ¿cuál es el punto? Ella es como una
enfermedad que no se puede curar, infectándome, extendiéndose y consumiéndolo
todo hasta que me vuelvo loco por ella. Me está fracturando lentamente, forzando
su camino dentro de mí hasta que mis propias células se ven obligadas a evolucionar
y acomodarse a ella, aclimatándose a esta nueva necesidad. Es mucho más que un
cuerpo caliente en el que meter la polla. Es el Beso de la Muerte, y cuando la miro,
veo algo que nunca vi en nadie más: mi igual. Es la única que me desafía, y me
encuentro esperando su desafío, incluso deseándolo.

Por primera vez en mucho tiempo, quiero algo más que poder. La quiero a ella.
Ella será la joya de mi corona. Mi reina rota.

Me despierto con un aroma a vainilla y un sutil toque de aceite para armas. Mi


polla está dura como una roca y presiona contra algo cálido y suave. Abro los ojos y
estrecho mi brazo alrededor del pequeño cuerpo de Una. Mi pecho está pegado a su
espalda y su culo está justo ahí, apretando mi polla como si estuviera hecho para
ello. Frunzo el ceño porque me gusta la sensación de despertarme con ella y eso me
molesta. Peleamos y follamos y, en última instancia, Una es mía le guste o no, pero
esto... esto es demasiado... normal. Esto no es borrar la línea, es borrarla de una puta
vez. No importa lo que sienta por ella, todavía la necesito para hacer un trabajo.
Seguimos siendo Una y Nero, la asesina y el capo. La gente como nosotros no es
normal, y yo no lo quiero. Aparto el brazo de ella lentamente, dividido entre la
necesidad de alejarme y el deseo de hundir mi polla entre sus piernas. Salgo de la
cama y me meto en la ducha. El chorro caliente me baña y envuelvo mi polla dura
como una roca con la mano, acariciando su longitud e imaginando el cuerpo
desnudo de Una, esa mirada violenta que pone cuando me la follo. Se me traban los
músculos y el placer me recorre con tanta fuerza que me tiemblan las rodillas y tengo
que estirar la mano contra la pared de la ducha. Esto es lo que ella hace; casi me pone
de rodillas. Casi.
Cuando salgo de la ducha, Una ya se fue. Contesto un par de correos antes de
bajar las escaleras. La encuentro sentada en la barra del desayuno tomando un café.
Lleva pantalones de yoga y sujetador deportivo, y su cuerpo está cubierto de una
fina capa de sudor, supongo que de hacer ejercicio.

—Necesito que me ayudes con algo esta mañana. —Me acerco a la máquina de
café.

—Oh, ¿me dejas salir? —resopla.

Me muevo detrás de ella, colocando las manos a ambos lados de su cuerpo y


agarrando la barra del desayuno. Mi cara está a la altura de su cuello y puedo oler
el sutil aroma de su sudor mezclado con su champú. Rozo su piel con los labios y
ella se estremece.

—Con gusto te ataría a la cama y te dejaría allí, pero nos tendieron una trampa
y la venganza es una putada. —Le pellizco la piel y, cuando me alejo, sus labios
esbozan una sonrisa retorcida.

—Sí, lo es.

Dejo a Una y emprendo el largo camino hasta la casa de los Hamptons. No vine
mucho en las últimas dos semanas. Deje que Gio se encargue de la casa mientras yo
juego a mi estrategia. Gio me saluda en la puerta nada más salir del coche.

—¿Algún problema? —le pregunto.

—Ninguno. —Me acompaña mientras entro en la casa, que está llena de


actividad. Llamamos a un montón de hombres después de la cagada de anoche.
Estoy esperando un espectáculo irlandés de retribución.

Bajamos directamente al sótano y abro de un empujón la vieja puerta de acero


que da a la habitación principal, la misma en la que Una me vio prender fuego a
alguien. Es una celda a todos los efectos y una cámara de tortura cuando lo
necesitamos. Las paredes tienen un metro de grosor; no hay ventanas, ni escapatoria,
ni nadie que oiga los gritos. En el centro se sienta una figura solitaria. Tiene la cabeza
apoyada en el pecho, los brazos en la espalda y las muñecas y los tobillos atados a
la silla de plástico.
Saco el paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta, me pongo uno
entre los labios y lo enciendo. Me acerco lentamente a la figura tendida en medio de
la habitación, inhalo una profunda bocanada de humo y la retengo.

—¿Disfrutaste de tu estancia con nosotros, Gerard? —sonrío y me detengo frente


a él.

El jefe de la Autoridad Portuaria levanta la cabeza y entrecierra los ojos ante las
brillantes luces fluorescentes. Unas sombras profundas se instalaron bajo sus ojos,
pero aparte de eso, su rostro no tiene marcas. Cuando se trata de personajes
públicos, es prudente no marcarles la cara. El cuerpo... bueno, eso sí. Se balancea en
el asiento, pero no dice nada.

—Me jodiste, Gerard. —Me meto la mano en el bolsillo.

Sacude la cabeza débilmente.

—No te jodí.

—¡No me mientas, mierda! —Tiro el cigarrillo hacia sus pies—. Sé que hiciste
embargar mi envío. Sé que hablaste con O'Hara y le avisaste. No me cae en gracia,
Sr. Brown.

—¡No tuve elección! —grita con la voz entrecortada.

Inclino la cabeza hacia un lado y suelto un largo suspiro.

—Siempre hay elección. Ahora, voy a darte la oportunidad de hacer la correcta.

—No puedo ayudarte —dice, apretando los dientes—. No puedes secuestrarme.


Alguien se dará cuenta que me fui. Tengo mujer. Denunciará mi desaparición —dice
desesperado, y yo sonrío.

—Como dije, todos tenemos elección. —Saco el teléfono del bolsillo y marco el
número de Una, poniendo la llamada en altavoz. El tono de llamada resuena en las
paredes de hormigón de la habitación.

La línea hace clic y el sonido de una mujer sollozando llena la habitación.

—¿Gerard? —Su respiración se entrecorta.

—¡Hannah! —grita, pero el sonido de sus gritos se corta.


—Hola, Gerard —ronronea Una—. Te acuerdas de mí, ¿verdad? —Puedo oír la
diversión en su voz mientras juega con él como un gato con un ratón.

La mirada aterrorizada de Gerard se cruza con la mía y enarco una ceja.

—Es la rubia psicópata que te amenazó con sacarte un ojo, por si lo olvidaste. Es
hora de elegir, Gerard. Quiero el control de todos los muelles que tiene Finnegan
O'Hara. —Le doy la espalda y me alejo unos pasos—. Y tú quieres a tu mujer a salvo.
Yo consigo lo que quiero y tú consigues lo que quieres. Todo el mundo sale ganando.

Una gota de sudor se desliza por su frente.

—Por favor, no le hagas daño.

—Una no es conocida por su paciencia, ¿verdad, Morte?

—Me siento generosa. Contaré hasta tres. —Los gemidos de fondo se convierten
en gritos desesperados.

—Uno. Dos.

—¡No! —Gerard grita—. Por favor, por favor. Lo haré.

Sonrío.

—Es una buena elección, señor Brown, y le recuerdo ahora que si me traiciona,
si me decepciona, no piense que no iré al colegio de la pequeña Gracie o le haré otra
visita a su mujer.

Deja caer la cabeza hacia delante y resopla patéticamente.

—Por favor, no les hagas daño.

—Eso es cosa tuya, Gerard. Quiero todo lo que O'Hara tenía antes de su
desafortunado fallecimiento. —Le acaricio el hombro.

—¿Él... está muerto?

—Supongo que olvidé mencionarlo. Pensé que necesitabas el estímulo adecuado


para seguir siendo leal. Después de todo, las lealtades son tan frívolas hoy en día. —
Me giro hacia Gio—. Suéltalo y que lo lleven de vuelta con su esposa. —Salgo de la
habitación y me acerco el teléfono a la oreja—. Vale, ya puedes irte —le digo a Una.
—Esperaba que fuera más excitante.

—Puedes intentar hacerme sangrar más tarde si te sientes tan violenta.

—Recuerda que dijiste eso. —Cuelga y mi polla se pone dura sólo de pensarlo.
La mujer me tiene cogido por las pelotas.

—Nero. —Me doy la vuelta a mitad de la escalera. Gio está de pie en el umbral
y cierra la pesada puerta de metal tras de sí—. Entró André. —André Paro es el tipo
al que hay que ver en México, es una especie de intermediario que sirve de enlace
entre los cárteles y cierra tratos que nadie quiere cerrar en persona—. Le envié cien
de los grandes esta mañana. Está supervisando el traspaso de la chica a Rafael
mientras hablamos. —Rafael D'Cruze está en la cima del cártel de Juárez, y es mi
proveedor. No confío plenamente en él, pero la probabilidad que el de Sinaloa me
venda a Anna es escasa. El hecho que un italiano esté interesado en una esclava
sexual mexicana desconocida levantaría sospechas, mientras que Rafael tiene más
peso y respeto en Sudamérica. Si la venta viene de él, casi no pueden rechazarla. Por
supuesto, originalmente, planeé que ella se quedara con él hasta que Una completara
el trabajo, casi como un trato de paga mitad ahora mitad después, pero bueno, esto
ya no es un simple intercambio de favores. Las líneas se difuminan, y las
motivaciones se ponen en duda. No creo ni por un segundo que Una seguiría aquí
sin la influencia de su hermana, y no tengo intención de entregarle a Anna todavía,
pero a medida que pasan los días, el plan que tracé parece cada vez menos
importante. Sin embargo, para llegar al final del juego tengo que dejar que se
desarrolle. Tengo que dejar que caigan las fichas y darle a Una la oportunidad de
hacer aquello para lo que la busqué. El plan es lo que importa, todo lo que puede
importar, lo que significa que Una sigue siendo la reina, y por valiosa que sea, sigue
siendo sólo una pieza en el tablero.
UNA

Pasó una semana desde que Nero mató a O'Hara y ahora aquí estamos, listos
para acabar con el resto de su lista. Pidió una tregua y, por supuesto, ellos aceptaron,
porque son mafia y creen que hay honor entre ladrones, pero no conocen a Nero, o
simplemente no están prestando atención, porque lo tenía calado de un vistazo. Para
Nero, los límites no existen y la ética es irrisoria. Creo que eso es lo que me hace
desearlo. Hace mucho tiempo que no me siento realmente segura, pero Nero
consigue hacerme sentir protegida en un mundo en el que yo soy la depredadora,
porque a veces, para luchar contra los monstruos que hay debajo de la cama,
necesitas un monstruo propio.

Nero está de pie en la puerta del comedor, con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras me observa despojarme de mi rifle. Mi bebé, mi orgullo y alegría. En
realidad, es mentira, porque tengo doce réplicas exactas de la misma arma
almacenadas en distintos lugares del mundo. Es un rifle de asalto calibre 25 hecho a
medida. Limpio y engraso las piezas, repasándolas metódicamente, como un ritual.
Necesito esto; la calma antes de la tormenta. Esto... estar aquí con Nero; me está
desconcertando. Ahora más que nunca necesito aferrarme a mi fría indiferencia, al
entrenamiento que tengo tan arraigado.

No miro a Nero, pero le oigo acercarse.

—Bonita pistola.

Le dirijo una breve mirada.

—Gracias. —Lleva un traje negro con camisa blanca. Lleva la chaqueta colgada
del hombro. Lleva el pelo más arreglado de lo habitual y la confianza que desprende
con tanta facilidad parece forzada, incluso enmascarada tras la postura intimidatoria
que no puede apagar. Si yo soy un camaleón, Nero es un gran felino que ruge y
enseña los dientes, sin disculparse por lo que es. Lo irónico es que ni siquiera
necesita los dientes. Su poder está creciendo, incluso en el poco tiempo que llevo
aquí. Sasha está pendiente de mí. Le dije que estoy trabajando para los italianos.
Nada más. Pero me mantiene informada, me habla de los susurros del capo de
Nueva York, tan despiadado que el resto de la mafia le teme. Se oyó a Marco Fiore
llamar a Nero perro rabioso, y hablar así hará que lo maten.

—¿Nervioso? —sonrío.

Ladea la cabeza y la falta de confianza que vi hace un segundo desaparece. Me


rodea por detrás y lucho contra el impulso de girarme y mantenerlo en mi línea de
visión. Refuerzo la columna vertebral y me concentro en sacar una bala de la caja de
munición y colocarla sobre la mesa que tengo delante. Un temblor recorre mi piel,
la conciencia de la peligrosa presencia tan cercana, acechando justo detrás de mí.
Puedo tocarlo, y hasta cierto punto confiar en él, pero no del todo. Tratar con Nero
es como caminar sobre el filo de una navaja, sentir el frío mordisco de la hoja en la
planta de los pies y encontrar una enfermiza satisfacción en ello. Es un subidón de
adrenalina peligroso y retorcido, no muy distinto de la misma emoción que siento
cuando mato. Sus dedos me rozan el cuello y se me entrecorta la respiración cuando
me recoge el pelo con una mano. Me tira de la cabeza hacia un lado con tanta fuerza
que me arde el cuero cabelludo, pero el dolor desaparece cuando su aliento caliente
sopla sobre mi piel, seguido por el roce de sus dientes.

—No falles.

Meto una bala en la recámara.

—Nunca fallo.

—Bien. —Se aleja.

Calma. Concentración. La gélida anticipación de la matanza. Eso es lo que


necesito. Las imágenes que pasan por mi mente en este momento son cualquier cosa
menos...
NERO

Marco ya está aquí cuando llego. Está sentado a la mesa, con un puro humeante
en el cenicero frente a él. Tiene unos cuarenta años y el pelo oscuro y gris. Marco es
uno de esos tipos de la mafia sin un papel oficial, pero influyente. Está involucrado
en nuestros negocios legítimos, tiene el oído de Arnaldo... ese tipo de mierda. La
mafia consiste en hombres hechos, soldados, y el capo controla a los soldados. Hay
dos capos en Nueva York y yo soy uno de ellos. Gestiono los intereses de la familia,
me aseguro que la gente que nos paga esté protegida, controlo la entrada y salida de
drogas y armas de mi zona de la ciudad. O al menos eso es lo que piensa la mayoría.
Los hombres a los que invité a esta reunión, los hombres a los que quiero muertos,
son los que me ven tal y como soy en realidad. Soy alguien a quien no se puede
poner en una caja y etiquetar limpiamente. Lo que quiero va más allá de eso. Quiero
poder. Poder absoluto. Mataré a quien haga falta, compraré a quien no pueda y
destruiré todo lo que se interponga en mi camino. Lo ven y los pone nerviosos. Como
debe ser. Apoyaron a Lorenzo porque era un idiota y los idiotas son fáciles de
controlar. La clave del control es asegurarse que la gente al mando, la gente con el
supuesto poder, nunca tenga realmente ninguno. Lorenzo puede haber sido el capo,
pero la política es política, e incluso el presidente tiene que responder ante los que
están por debajo de él. Yo no lo hago. No lo haré, y ellos lo ven. Casi parece una
vergüenza matar a los pocos hombres astutos de mi organización, pero si no son
aliados entonces son enemigos y un enemigo sabio es un enemigo siniestro.

—NERO. —Marco se levanta, extendiendo los brazos a los lados para


abrazarme, pero también es una invitación a comprobar si lleva armas. Lo abrazo y
me besa las dos mejillas, sonriendo como si fuera su mejor amigo. Soy breve y miro
a los dos hombres que trajo. Él no lleva armas, pero puedo garantizar que ellos sí.
Gio se mueve detrás de mí y me doy cuenta que está pensando lo mismo. Lo traje a
él en lugar de a Jackson porque es inteligente y calculador. No imprudente.

UNOS SEGUNDOS DESPUÉS, Bernardo Caro y Franco Lama entran. Bernardo


es el otro capo de Nueva York y Franco es su salvaje mano derecha, con demasiado
poder para mi gusto. Bernardo me abraza como Marco, pero Franco se queda atrás.
Los tres tomamos asiento en la mesa.

—Es una pena que no nos hayas invitado a hablar antes —dice Marco en nuestra
lengua materna. Este es el meollo de su problema, el hecho que como nuevo capo no
me haya ajustado a las costumbres de mierda de rendir respeto a este cabrón. Lo
hice deliberadamente. Si quisiera hacer nuevos amigos, organizaría una fiesta del té.
Soy mucho más partidario de un baño de sangre. Por supuesto, para ganar cualquier
juego, necesitas alguien contra quien jugar. Marco, Bernardo y Franco no son más
que peones contrarios. Su presencia es necesaria para que yo pueda cruzar el tablero
y tomar el rey. Y lo haré.

Estoy mirando fijamente a Marco cuando la ventana de cristal detrás de él se


rompe. Dos disparos rápidos. Sus ojos se abren de par en par y cae boca abajo sobre
la mesa. Apenas tengo un segundo para alcanzarlo antes que Bernardo caiga
también. Se oyen disparos dentro de la habitación y los cuerpos caen al suelo
simultáneamente. Y luego, silencio. Gio está de pie con la pistola en alto, tras haber
matado a los guardias de Marco. Al otro lado de la mesa se oye un gemido sordo y
me acerco a Franco, que yace en el suelo sujetándose una herida de bala en el
abdomen.

ME MIRA fijamente, con una gotera de sangre en la comisura de los labios.

—No tienes honor —sisea.

SONRÍO.

—El honor es para la gente que tiene línea. Yo no la tengo. —Levanto mi pistola
y disparo un tiro a su cabeza. Ya está hecho.
UNA

Al mirar a Nero por el visor, me fijo en cómo aprieta los labios. Parece la imagen
de la sofisticación y la calma, pero puedo ver el sutil aleteo del músculo de su
mandíbula. Está enojado. Bueno, supongo que será mejor que me ponga manos a la
obra antes que pierda los papeles e intente quitarme toda la diversión.

Concentrándome en la nuca de Marco Fiore, inspiro y exhalo para calmarme y


aprieto el gatillo una vez para romper la ventana y otra para eliminarlo. El doble
estallido recorre el callejón que separa este edificio del que estoy disparando.
Marqué todos los objetivos de la sala, pero tengo que ser rápida. Bernardo se lanza
al suelo, pero le doy en un lado de la cabeza. Franco está casi fuera de mi vista. Me
asusto y apuro el tiro, dándole en las tripas. Joder. No me gustan las muertes
desordenadas, y desde luego no me gusta dejar ninguna posibilidad que sobrevivan.
Ya no está a la vista, así que si sigue vivo, Nero o Gio tendrán que acabar con él. Me
detengo un momento y espero. Nero aparece, porque por supuesto, sabe quién es el
tirador. Está a salvo. Le permito acercarse al cuerpo de Franco y dice algo antes de
apuntarle con una pistola y apretar el gatillo. Se queda mirando por la ventana y,
aunque sé que no puede verme, cuando miro por la mirilla me está mirando
fijamente. Alineo el disparo y sonrío mientras aprieto el gatillo, dándole en el
hombro. El impacto hace que su cuerpo se sacuda antes de caer. ¿Qué puedo decir?
Algo por lo que recordarme cuando me haya ido.

Sonriendo, me levanto del estómago, desmonto la pistola rápidamente y vuelvo


a guardar las piezas en el estuche. Y mi último regalo para Nero: una negación
plausible. Saco la carta del bolsillo, la reina de ases, y presiono los labios en el dorso
de la carta, dejando una marca de carmín rojo brillante. La tiro al suelo entre los
cuatro casquillos gastados. Los italianos vendrán a buscar y esto es lo que
encontrarán. O detienen su búsqueda allí mismo, o ponen precio a mi cabeza.

Al salir del apartamento abandonado, me tapo los ojos con la capucha y bajo por
la escalera de incendios. Mi Mercedes negro se oculta en la sombra en el callejón de
la parte trasera del edificio y corro hacia él. Subo al coche y me alejo de la escena del
crimen. Ya está, terminé. Me cargué a los chicos de Nero; cumplí mi parte del trato.
Me quedaré aquí el tiempo suficiente para asegurarme que cumple su parte y
luego... luego me iré. Anna y yo iremos a algún lugar donde nadie pueda
encontrarnos.

La libertad siempre pareció una perspectiva tan dulce y seductora y, sin


embargo, ahora que me enfrento a ella, no estoy segura de lo que realmente significa.
Nero es, en cierto modo, un captor, un villano que me soborna y me coacciona para
que cumpla sus órdenes y, sin embargo, en algún punto del camino se convirtió en
un oscuro salvador que ni siquiera sabía que necesitaba. Me hace sentir segura, y en
mi mundo la seguridad es como una gema rara y codiciada. Por primera vez en mi
vida, me debato entre lo que quiero hacer y lo que debo hacer, porque nunca quise
nada.

Cuando vuelvo al apartamento, Nero aún no regresó. Me meto en la ducha y me


pongo una de sus camisas después de secarme. Me aficioné innecesariamente a
ponérmelas.

Estoy en su dormitorio, sentada en el borde de la cama, cuando oigo abrirse el


ascensor. El kit de costura está aquí, y si ya lo cosieron, estará tan mal de analgésicos
que tendrá que dormir. Gio lo ayuda a entrar en la habitación y me mira con una
mirada calculadora.

—¿Vas a dispararle otra vez? —Me mira la pistola que llevo en el muslo y yo
sonrío. Nero frunce el ceño, pero se le escapa una mueca de dolor mientras se apoya
en la pared junto a la puerta.

—¿Me creerías si te dijera que fue por su propio bien? —Me muerdo el labio
inferior, intentando reprimir una sonrisa mientras miro a Nero.

—Puedes irte, Gio. —La calma en su voz es a la vez aterradora y excitante.

—Nero, estás sangrando.

—¡Vete! —dice esta vez con más mordacidad.

Gio suspira y me lanza una mirada dura.

—Si lo matas, te daré caza.


—Si lo quisiera muerto, estaría muerto. Aunque la caza sería divertida. —Le doy
un beso y él frunce el ceño antes de salir de la habitación—. Es demasiado serio.

Nero camina hacia mí. Mi corazón late con fuerza hasta que es lo único que
puedo oír, el hermoso crescendo que se eleva como una ola. Ahora mismo es una
promesa andante de dolor y venganza. El blanco de su camisa está teñido de
carmesí, a juego con la furia pintada en su rostro.

Se quita la chaqueta y se inclina sobre mí, obligándome a echarme hacia atrás.


Su rostro permanece a escasos centímetros del mío mientras me acaricia la mejilla
con los nudillos con demasiada suavidad. Suelto un suspiro tembloroso y me quedo
quieta, esperando. Pum, pum, pum, pum, pum. El corazón me late como el tambor
de una banda de música. Sus dedos dejan un rastro húmedo y pegajoso de sangre
en mi mejilla antes de pasarme el pulgar por el labio inferior. Prácticamente puedo
saborear su sangre en la lengua mientras toca la mía con la frente y cierra los ojos.
Todo mi cuerpo se tensa como un resorte a punto de estallar, y cada músculo me
duele por la tensión. Sus labios rozan los míos en el susurro de un beso e inhalo su
familiar aroma especiado, mezclado con el toque metálico de su sangre. Gimo
cuando su lengua acaricia la mía. Es una distracción de los dedos que me rodean la
garganta y aprietan con fuerza hasta cortarme el aire. Sonrío.

—Me disparaste, joder —gruñe.

Mi sonrisa se ensancha y sus ojos brillan peligrosamente.

—Negación plausible —le respondo recitando sus propias palabras.

—Debería matarte. —Una sonrisa cruel tuerce sus labios y jadeo cuando sus
dedos se tensan y me empujan a su encuentro.

—No puedes matar a tu reina.

—Ya no necesito a mi reina.

—¿Qué será entonces, Nero? ¿Matarme o besarme?

—Ah, Morte. Ambos, siempre ambos. —Me empuja hacia el colchón y su brazo
se bloquea, todo su peso presionando mi tráquea, cortándome por completo el
oxígeno. Me mira fijamente con fuego en los ojos. Y ahí está, su furia, rabia pura y
desenfrenada. El monstruo salió de su jaula y vino a jugar. Este es nuestro estado
natural. Él, con su mano en mi garganta, yo, luchando contra él a cada paso, sólo
para sucumbir finalmente.

Le agarro la muñeca, jadeando por la garganta cerrada. Me aprieta aún más y mi


corazón late muy deprisa, el miedo me consume, la adrenalina corre por mis venas.
Lo quiero, siempre lo quiero. Alargo la mano hacia él, le agarro el hombro y presiono
con el pulgar la mancha ensangrentada de su camisa, tratando de sentir el tejido
desgarrado y dañado a través del vendaje que Gio le aplicó al azar. Ruge y se echa
hacia atrás. Aprovecho la oportunidad y lo tumbo boca arriba.

—Pórtate bien —le digo, sentándome a horcajadas sobre su cuerpo e


inclinándome sobre él. Con el talón de la mano, le presiono el hombro, haciéndole
soltar un suspiro. Sin previo aviso, se levanta de golpe, me pilla por sorpresa y me
arranca la camisa del cuerpo en un arrebato de rabia. Me encanta que en el calor del
momento sea una criatura impredecible, dominada por su naturaleza violenta. Su
herida de bala no parece molestarle mientras le arranco los botones de la camisa. Sus
labios se mueven furiosos por mi cuello, besándome, mordiéndome, succionándome
por la columna de la garganta y por encima de la clavícula. Me tira sobre la cama y
me tumba boca abajo como si no pesara nada. Oigo el tintineo de la hebilla de su
cinturón, el susurro de la tela... Mi cuerpo tiembla de anticipación, la piel se me pone
de gallina mientras espero el calor de su contacto. Unos dedos se clavan en mis
caderas y me arrastran por el colchón antes que me levante las caderas. La piel
caliente de su pecho choca con mi espalda cuando me levanto sobre las manos y las
rodillas y su cuerpo se pliega sobre el mío. Las constantes gotas de sangre me
golpean el omóplato antes de rodar por mi costado y caer sobre la cama. Las
manchas rojas estropean el gris pálido de las sábanas, el carmesí se extiende y
mancha las fibras. La sangre y el sexo son una combinación embriagadora, la
evidencia de la violencia no hace más que alimentar el deseo que siento por él. Su
mano me toca la nuca y me empuja hacia la cama. Sin previo aviso, sus dedos me
penetran el coño, haciéndome morderme el brazo para ahogar un gemido.

—Jodidamente húmeda. Dispararme te gusta, ¿eh? —Me saca y me vuelve a


meter.

—Me gusta que te enfades.

—Oh, nena, estoy jodidamente enfadado. —Sus dedos me abandonan y apenas


tengo tiempo de registrar algún movimiento antes que su polla me penetre con tanta
fuerza que me quedo sin aliento. Se me escapa un sonido estrangulado de la
garganta al ahogar un gemido de dolor. No me da tiempo a recuperarme antes de
machacarme como si me odiara. Sonrío, saboreando cada centímetro de su rabia—.
Te voy a partir en dos antes que acabe, joder. —Y casi lo consigue. Todo el tiempo
siento el goteo constante de su sangre en mi espalda. Suelto un gruñido salvaje
cuando llega a un punto tan profundo que parece que intenta arrastrarse dentro de
mí.

—Sí, rómpeme, Nero —le suplico, esperando su clase de destrucción, buscando


un castigo y una salvación que sólo su furia desenfrenada puede infligir. Me penetra
aún más fuerte y el dolor se mezcla con un placer profundamente arraigado,
empujándome a un lugar que nunca antes sentí. Mi corazón se aprieta con fuerza y
todo explota hacia fuera, enviando oleadas de placer que recorren cada uno de los
músculos de mi cuerpo. Su nombre cae de mis labios una y otra vez como una
maldición, y él se pone rígido detrás de mí con un rugido. Cuando se separa, se
desploma instantáneamente sobre la cama. Me quedo tumbada, intentando
desesperadamente recuperar el aliento. Eso fue... incontrolable. Me pasé toda la vida
persiguiendo el control y la distancia, esforzándome por ser racional en todo
momento, y de repente, él me hace desear lo contrario de todas esas cosas.

Me gusta caminar por esa delgada línea, follar con él sabiendo que podríamos
matarnos el uno al otro en cuanto acabemos. Necesitándonos el uno al otro,
deseándonos el uno al otro, sabiendo que somos lo último hacia lo que cualquiera
de los dos debería correr, o quizá me equivoque. Tal vez somos exactamente lo que
el otro necesita. Abrazo a Nero, mi depravado reflejo me devuelve la mirada.

Giro la cabeza hacia un lado, mirándolo. Su pecho sube y baja en profundas


oleadas y una fina capa de sudor cubre su piel. La sangre se filtra constantemente a
través del vendaje de su hombro.

—Estás sangrando —susurro, rozando con los dedos el apósito húmedo y


pegajoso.

Sus dedos rodean mi muñeca, el agarre amoratado.

—No pasa nada. El médico no tardará en llegar.

Me incorporo y despego lentamente el vendaje de su piel. El limpio agujero de


bala bombea sangre sin cesar. Normalmente, no sería un problema, pero pasó una
hora desde que le disparé y ahora su ritmo cardíaco es elevado.
—Ahora vuelvo. —Me levanto y cojo una de sus camisas del armario. Abajo,
abro la funda de mi rifle y saco un cartucho de su sitio, encajado en el interior de
espuma. Luego cojo la varilla de limpieza que dejé antes en el comedor.

Cuando vuelvo al dormitorio, Nero no se movió. Está tumbado con los ojos
cerrados y una mancha roja se extiende por el edredón que tiene debajo.

—Necesito que te sientes. Esto te va a doler. —Abre los ojos y resopla mientras
sigue mis instrucciones.

—¿Más que un disparo?

—Mucho más. —Me mira fijamente y yo me encojo de hombros—. ¿Quieres


desangrarte?

Parpadea y tarda un largo segundo en volver a abrir los ojos. Coloco la punta de
la bala entre mis dientes y arranco la cabeza del casquillo. La herida está atravesada
y la única forma de curarla rápidamente... bueno, no es agradable, pero merece la
pena. Le quito el vendaje de la espalda y coloco la parte posterior del casquillo contra
la herida de bala. Lo miro rápidamente a la cara, respiro hondo y lo meto dentro.
Abre mucho los ojos y aprieta los dientes, gruñendo.

—¿Qué diablos estás haciendo?

—Deja de comportarte como un bebé. —Presiono la varilla de limpieza en el


extremo abierto del casquillo y empujo, forzando el casquillo a través de la herida
abierta. Gruñe y estoy seguro que va a golpearme antes que pueda atravesarlo del
todo. La bala sale por la parte delantera del hombro y la hemorragia se acelera. Nero
se balancea peligrosamente, su respiración se vuelve rápida y entrecortada.

La sangre le recorre el cuerpo, fluyendo por su musculoso estómago hasta


empaparle la costura de los calzoncillos. Cojo su chaqueta del suelo, saco el mechero
del bolsillo y le doy la vuelta. Frunce el ceño y lo mira con los párpados caídos.

—¿Qué haces con eso? —Ahora arrastra las palabras por la pérdida de sangre y
el dolor.

—Lo siento. Me hicieron esto y es el peor dolor que experimenté nunca. Viniendo
de mí, eso es mucho decir. —Acerco la llama a él, acercándola al borde de la herida.
Se enciende una pequeña chispa y ruge como una bestia herida. Cada músculo de
su cuerpo se contrae y una vena de su sien palpita erráticamente antes que se
desplome contra las almohadas. Se queda a la deriva, al borde de la consciencia, con
el pecho subiendo y bajando rápidamente. Al empujar el casquillo de la bala a través
de la herida, deja un reguero de pólvora. Enciéndela y cauterizará instantáneamente
la herida, matando cualquier infección y deteniendo la hemorragia. Curará la herida
mucho más rápido, pero duele más que la bala original.

Le levanto las piernas, las muevo y lo coloco en la cama. Cojo la pequeña


jeringuilla de morfina que dejé antes junto al kit de costura y se la introduzco en la
vena del interior del antebrazo. En unos segundos se le cierran los ojos y queda
inconsciente. Maniobrar su cuerpo inconsciente lo suficiente como para ponerle
vendajes en la herida de entrada y de salida no es tarea fácil. Pesa una tonelada.
Vacilo al borde de la cama, antes de decirme a mí misma que debería dormir con él,
para no perderlo de vista. El ritmo constante de su respiración me adormece.

La escena se desarrolla ante mí, exactamente igual que tantas otras veces. Nicholai se
coloca a mi lado y me pone la pistola en la mano temblorosa. La opresión me envuelve el
pecho, y la culpa y el dolor se apoderan de mí hasta ahogarme en sus turbias profundidades.
Miro hacia la pared del fondo, hacia donde está encadenado Alex; solo que esta vez no es Alex.
Nero me devuelve la mirada, su rostro perfecto y sin marcas, su torso duro y musculoso
desnudo y sin rastro de la sangre que suele aparecer en este sueño.

Nicholai me aparta el mechón de pelo de la cara.

—Conviértete en lo que estás destinada a ser, palomita. —Su pulgar recorre mi


mandíbula y cierro los ojos mientras una lágrima resbala por mi mejilla—. Métele una bala
en la cabeza o métete una bala en la tuya —gruñe con los labios rozándome la cara.

Abro los ojos y, en lugar de ver a Alex suplicándome que le dispare, Nero me exige que
lo haga. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y mi brazo se mueve por voluntad propia,
levantando la pistola como si yo no fuera más que una marioneta en una cuerda. El pánico
empieza a subirme por la garganta y mi respiración se vuelve frenética mientras intento
desesperadamente bajar el arma. Miro fijamente a Nero y se me saltan las lágrimas al darme
cuenta de lo que está a punto de ocurrir.

Me devuelve la mirada con una sonrisa arrogante en los labios.

—Haz lo peor que puedas, Morte.

Mi dedo se mueve sobre el gatillo y la explosión resuena en la habitación antes que su


cuerpo se desplome contra las ataduras.
—¡Nero! —grito y caigo de rodillas.

Despierto de un salto, jadeo, no puedo respirar. Tengo la vista nublada por las
lágrimas y todo el cuerpo me tiembla mientras lucho por respirar. Nero suelta un
gruñido de dolor y su mano se posa en mi cara antes de caer de espaldas contra las
almohadas, con la respiración entrecortada. Me froto con rabia las lágrimas
traicioneras mientras me deslizo fuera de la cama. Sólo oigo la voz de Nicholai en
mi cabeza:

—Eres un arma y las armas no lloran.

—¿Adónde vas, Morte? —Cada palabra que dice es tensa, y sé cuánto dolor debe
sentir.

—Volveré. —Aprovecho para ir a la cocina y agarrar el botiquín. Hay varios


analgésicos y un par de frascos más de morfina. Agarro una jeringuilla y una aguja
y vuelvo a la habitación. El recuerdo del sueño se repite en mi cabeza como una mala
película de terror, y me estremezco, no por la idea de haber tenido el sueño, sino por
el hecho que dispararle me haya alterado tanto. No recuerdo haber sentido nunca
tanta pérdida, ni siquiera cuando maté a Alex. Quería a Alex, pero en cierto modo
siempre supe que acabaría mal. Crecimos en el infierno y él nunca fue lo bastante
fuerte para soportar las atrocidades que allí se cometían. Era demasiado bueno,
demasiado amable, amaba demasiado y se sacrificaba demasiado. Nero, en cambio,
siempre me pareció indestructible, implacable, como un acantilado frente a un
huracán. Nero no es Alex, Nero es más. ¿Y no supe siempre que yo era un peligro
para él, igual que él era un peligro para mí? El sueño es demasiado cercano,
demasiado real.

Vuelvo al dormitorio, me siento en el borde de la cama y enciendo la lámpara de


la mesita. Nero entrecierra los ojos y vuelve la cara hacia mí. Está pálido, sin el
bronceado dorado habitual en su piel. Me mira fijamente y yo dejo de mirar los
frascos que tengo en la mano, concentrándome en abrir el paquete de jeringuillas.

Me agarra la barbilla con dedos fuertes y me obliga a mirarlo.

—No te escondas de mí, Morte.

—No lo hago.

Me pasa el pulgar por el rabillo del ojo.


—Eres jodidamente hermosa cuando lloras. —Aprieto los ojos y su pulgar
recorre mi mejilla—. Cuéntame tu sueño. Gritabas mi nombre. ¿Te hice daño? —
Abro los ojos y me centro en sus labios, porque no quiero mirarlo a los ojos—. Dime
qué podría hacer llorar a la Morte —susurra, retirando su tacto.

—Te disparé —admito.

—Sí, lo hiciste —dice secamente, esos ojos oscuros observándome de cerca.

Sacudo la cabeza.

—Yo te maté.

—Mataste a mucha gente.

—Esto... —La voz se me atasca en la garganta—. Esto fue diferente. Me sentí


como... como un monstruo —Gruño. No puedo decirle que la razón por la que me
siento tan mal es porque apretar el gatillo casi me destroza. No quiero preocuparme
por él.

—Porque lo eres. Abraza al monstruo que llevas dentro o déjate consumir por
él. Esa es la diferencia entre la brillantez y la locura, Morte.

Me señala con el dedo. Sin palabras, me subo a su regazo, a horcajadas sobre sus
muslos. Mis labios se pegan a los suyos y todo el ruido de mi cabeza se silencia,
porque nada fuera de él existe durante estos segundos. Esta conexión que tengo con
él me hace sentir segura, él me hace sentir segura, y eso me da mucho miedo porque
la gente como nosotros nunca está segura. Es oscuro y retorcido, pero yo también lo
soy, y quiero disfrutar de su depravación. Quiero que me abrace y sentirme
protegida sabiendo que él es lo que otros temen. Aprieto mi frente contra la suya y
cierro los ojos, respirándolo. Ambos sabemos que sea lo que sea, es temporal, pero
por ahora, quiero experimentar algo que nunca tuve. Esto. Esto. Nosotros.

CUANDO ME DESPIERTO por la mañana, Nero sigue fuera de sí. Le di una


dosis de morfina antes que nos durmiéramos anoche y su pecho sube y baja
uniformemente con respiraciones agitadas. Me rodea la cintura con el brazo y me
estrecha contra él. Rozo con los dedos la piel cálida y suave de su pecho, deseando
permanecer así de cerca de su calor abrasador, porque me hace sentir como si nunca
volviera a tener frío.
Salto cuando suena mi teléfono, zumbando contra la mesilla de noche como un
taladro neumático. Me apresuro a soltarme del agarre de Nero, lo cojo rápidamente
y miro la pantalla. Mierda. Salgo de la cama y cierro la puerta en silencio antes de
contestar.

—Nicholai.

—Ah, palomita. —Canturrea en ruso—. Te eché de menos.

—Yo también te eché de menos. —Es más una falsa costumbre que otra cosa,
pero siento afecto por Nicholai, una especie de vínculo.

—Tengo un trabajo para ti. Muy importante, un favor personal para un amigo.
Te lo pidió. —Mil pensamientos se agolpan en mi mente, pero el principal es que
tendré que marcharme, pero claro, lo haré. Siempre iba a tener que hacerlo.

—¿A dónde?

—A Miami. Tu vuelo ya está reservado desde el JFK esta tarde. —Mierda, qué
rápido—. Es un trabajo urgente. Tienes un plazo de cuarenta y ocho horas y luego
tu objetivo abandonará el país.

—De acuerdo. ¿Tienes algo para mí? —En la mayoría de los trabajos, tengo que
hacer mi propio reconocimiento, pero con sólo dos días, el cliente suele establecer
algún tipo de montaje y Sasha hace el resto.

—Tengo a Sasha aquí para ti. —Hay un momento de silencio antes que la voz de
Sasha llegue a través de la línea.

—Tu objetivo es Diego Rosso —dice. Diego Rosso es un traficante de armas


cubano con la desagradable costumbre de vender armas a casi cualquiera que quiera
comprarlas. De hecho, es el número dieciocho en la lista de los más buscados del
FBI, debido a su relación más bien amistosa con terroristas en Siria e Irak. Su nombre
apareció varias veces en los últimos años, y estoy familiarizada con su red.

—Miré los extractos de su tarjeta de crédito y parece que siempre que está en
Miami envía múltiples transacciones a una agencia de acompañantes. —Es todo
negocios—. Hackeé el servidor de la agencia y mañana tienen una reserva para un
tal señor Julián Torres, un alias suyo.

—¿La chica que reservó?


—Te estoy enviando su nombre y dirección ahora.

—Gracias. —Cuelgo y me quedo en el pasillo, apoyando la espalda en la pared


y apretando la parte superior del teléfono contra la barbilla mientras pienso en todo
lo que tengo que hacer para atar cabos. Sin embargo, no hay nada que pueda hacer
para irme bien, porque, por una vez en mi vida, el próximo asesinato perdió su
atractivo. Mi principal preocupación es Anna. Hice el trabajo de Nero, ahora él tiene
que hacer el suyo. Daré este golpe, pero volveré, y seguiré volviendo durante el
tiempo que él tarde en encontrarla. Bajando las escaleras, recojo mis cosas. Armas,
munición, dinero, el portátil. No puedo llevármelo, pero lo vuelvo a guardar en el
almacén. Luego subo las escaleras, dando cada paso despacio antes de caminar por
el pasillo. Mi mano se posa sobre el picaporte de la puerta de su habitación y casi no
quiero entrar. Podría dejarle una nota e irme, pero eso sería de débiles, y yo no soy
débil.
NERO

—¿Nero? —Me despierto al oír la voz de Una. Va completamente vestida con


sus pantalones de combate negros y su camisa de manga larga. Lleva el pelo suelto
alrededor de los hombros y una expresión preocupada empaña su rostro.

—¿Qué pasa?

—Cumplí mi parte del trato. Quiero a mi hermana —dice con frialdad.

La miro fijamente durante un segundo, intentando ver a través de su mierda


defensiva.

—Y la tendrás. Está en Juárez con uno de mis contactos.

Sus ojos se abren de par en par.

—¿La tuviste todo este tiempo?

—Desde la semana pasada. Tardará unos días en salir de México. —Me levanto
del colchón y lucho contra las ganas de volver a tumbarme mientras el dolor me
desgarra el lado izquierdo del cuerpo. Ella se levanta y da un paso atrás, cruzando
los brazos sobre el pecho. Con el brazo izquierdo pegado al cuerpo, me pongo en
pie y me dirijo al baño, ignorando a Una. Cada paso es como si alguien me diera un
puñetazo en el hombro, y Una no es mi persona favorita ahora mismo.

—Volveré dentro de unos días —dice con indiferencia. Me quedo paralizado a


medio camino de la habitación y giro lentamente. Ella se da cuenta de la expresión
de mi cara cuando me acerco y levanta la barbilla, poniendo la mandíbula
desafiante.

—¿Vuelves de dónde?

—De Miami. Nicholai me llamó para un trabajo.


Maldito Nicholai.

—Así que, ¿el amo chasqueó los dedos y te vas corriendo?

Aprieta los puños antes de respirar hondo. Su lealtad hacia él es inquebrantable


porque no conoce nada mejor. Nicholai es todo lo que conoce.

—Soy un asesino a sueldo, así que sí, cuando hay que matar a alguien, voy.

Nos miramos fijamente durante un largo momento, porque quiero detenerla y


ella lo sabe, pero no lo haré, y ambos lo sabemos también.

—Entonces ve.

—Ten cuidado —susurra, moviendo la barbilla hacia mi hombro.

—¿No debería decírtelo yo?

Una sonrisa irónica se dibuja en sus labios.

—Soy el Beso de la Muerte.

Incapaz de mantener la distancia entre nosotros, doy un paso adelante y le rodeo


la nuca con la mano libre, tirando de ella.

—No, Morte, eres mía. —Mis labios rozan su mejilla—. Recuérdalo. —Le doy un
mordisco en la mandíbula y retrocedo. Unas palabras que ninguno de los dos está
dispuesto a pronunciar se arremolinan entre nosotros, llenando el aire de tensión.
Me doy la vuelta y entro en el baño.

Cierro la puerta, apoyo la espalda en ella y espero a que se vaya. En cuanto oigo
que sus pasos se alejan, cojo lo que tengo más cerca, un bote de jabón de manos, y lo
lanzo contra el espejo. El cristal se rompe, se astilla y me devuelve mi propio reflejo
roto. Me duele el hombro. Me quemó literal y metafóricamente desde adentro,
porque la deseo hasta la irracionalidad. Una rabia posesiva se aferra a los bordes de
mi mente.

Sé cómo llega Una hasta sus clientes e imaginarla besando a otro tipo,
permitiendo que la toque, deseando que entierre su cara en su cuello para que ella
pueda debilitarlo y clavarle un cuchillo en la espalda... Lo veo todo tan claro y me
está volviendo jodidamente loco. Una es mía, y no puede escapar de eso.
UNA ESTUVO FUERA un total de seis horas, y por mucho que intento trabajar,
intentar no pensar en ella, no puedo. La idea de ella en un trabajo me atormenta, me
agravia. Sé que cuando seduce a un cliente no es real, pero ellos no, creen que tienen
derecho a ella durante unos minutos, y aunque los mate por las molestias, no es
suficiente.

Suena mi teléfono, sacándome de mis pensamientos. La pantalla muestra un


número sudamericano. Lo cojo.

—Sí.

—Nero, tengo información que podría interesarte. —Rafael. Su acento español


es leve pero inconfundible.

—¿Y cuánto me va a costar esta información?

—Considéralo un favor a un amigo. —Definitivamente no somos amigos.


Conocidos de negocios, pero no amigos—. Oí que conoces a la mascota favorita de
los rusos locos. —La ironía es que se está quedando con la hermana de dicha mascota
y ni siquiera lo sabe...

—¿Qué pasa con ella?

Hace una pausa y suelta un largo suspiro.

—Oí que es muy guapa, como su hermana. Sería una pena que encontrara su
final. —¿Cómo coño sabe que Anna es la hermana de Una? Nadie sabe que tiene una
hermana aparte de mí, ella y Anna, pero por supuesto él tiene a Anna. No se sabe
qué información intentará sonsacarle el cabrón. No digo nada porque en esta
situación las palabras son peligrosas. Resopla otra carcajada—. Cinco millones de
dólares es mucho dinero.

—¿Cinco millones de dólares por qué? —Me río bruscamente.

—El precio de su bonita cabecita, por supuesto. Oí que Los Zetas enviaron a su
mejor sicario por ella. Ahora está en Miami. Me pregunto si el ángel de la muerte es
tan bueno como dicen.

—Este favor tuyo, ¿tiene precio?


—Sólo recuérdalo. —En otras palabras, lo pedirá en algún momento—. Tick
tock, Nero. Corre capo, corre capo, corre, corre, corre. —Canta antes de reírse y
colgar.
UNA

Normalmente me encanta Miami, pero creo que me estoy enfermando de algo


y el calor y la humedad no ayudan a las náuseas que se instalaron en la boca de mi
estómago desde que salí de la casa de Nero ayer. El coche se detiene en una calle
tranquila a la sombra de una palmera y salgo.

El apartamento de Elaina Matthews está en un pequeño edificio cerca de South


Beach. Es indescriptible, con unas escaleras de hierro y un pasillo que recorre la
primera planta. Llamo a su puerta, espero y oigo el ruido de pasos al otro lado.

Abre la puerta en chándal, con un mechón de pelo rubio recogido sobre la


cabeza.

—¿Sí? —Sus cejas se fruncen.

Se me ocurren cientos de razones para que me invite a entrar, pero me duele la


cabeza y no me molestan las sutilezas. En lugar de eso, la golpeo con el hombro y la
empujo hacia el apartamento.

—¡Eh! —Doy un portazo y le clavo la aguja de la jeringuilla en el cuello,


apretando el émbolo. Se lleva la mano al cuello antes que sus párpados empiecen a
caer. La mezcla de ketamina y Rohypnol actúa rápidamente y la dejará inconsciente
durante al menos ocho horas. Cuando despierte, no recordará nada.

Eso la saca de la ecuación.

TIRANDO del dobladillo de mi diminuto vestido, doy un corto paseo por Ocean
Drive hasta el Hotel Beacon. La calle está abarrotada y parece un carnaval. Hay gente
por todas partes, artistas callejeros, chicas en bikini que suben y bajan con carteles
de bares. La acera está llena de mesas y sillas y los bares se extienden por la calle. La
gente se sienta a beber cócteles en vasos del tamaño de mi cabeza, con el líquido
humeante y burbujeante como el caldero de una bruja. Los coches se arrastran por
la orilla de la playa, Cadillacs cromados y deportivos de lujo que aceleran sus
motores y ponen a todo volumen música hip-hop. Es como una fiesta callejera, y la
verdad es que no me veo ni un poco fuera de lugar con mi vestido de mujerzuela.
La cantidad de gente y la música que suena en cada bar me sobrecargan los sentidos.
No puedo evitar querer escuchar y sondear a mi alrededor en busca de posibles
amenazas. Juro que siento que me miran, pero no percibo nada más allá del ruido.
Echo un vistazo por encima del hombro para ver si hay seguidores. La multitud es
tan densa que no podría saber ni siquiera si hay un atacante justo detrás de mí.

Acelero el paso hasta llegar al hotel. Es un edificio art déco, en pleno centro de
bares y discotecas, y sinceramente, si yo fuera un traficante de armas buscado, es un
lugar que elegiría. Si necesitara escapar rápidamente, podría desaparecer entre la
multitud en cuestión de segundos, colarse en cualquiera de los diez bares que puedo
ver desde aquí. Es un movimiento inteligente, pero no soy el FBI, no estoy aquí para
esposarlo. No huirá de mí.

Entro y respiro el aire fresco y acondicionado. El suelo de baldosas chasquea bajo


mis tacones y miro hacia la galería curva de arriba. Un bar se abre a mi derecha y
enseguida veo a Diego. La foto que me envió Sasha era una imagen de vigilancia
borrosa, pero es suficiente. Me acerco a él, me subo al taburete de al lado y pido un
vodka sin mirarle. El camarero se aleja para prepararme la bebida y yo giro la cara
hacia él.

Tiene el típico aspecto de Miami, con pantalones de lino y camisa blanca, los tres
primeros botones desabrochados. El vello negro de su pecho asoma por el hueco de
la camisa y una pesada cadena de oro cuelga de su cuello. Lleva el pelo rapado casi
hasta la cabeza. Supongo que es un tipo de aspecto normal.

—¿Julian?

Mira en mi dirección, con el vaso en una mano y un cigarrillo en la otra. En


cuanto aspiro el olor, me recuerda a Nero, el aroma del humo y la colonia cara. Diego
se lleva el cigarrillo a los labios, sonriendo alrededor de la punta del filtro y haciendo
que parezca el hábito sucio que realmente es. Mientras que Nero puede hacer que el
simple acto de fumar un cigarrillo parezca una obra de arte.

—¿Quién es usted? —Su acento es una extraña mezcla de americano, cubano y


español.
—Me llamo Isabelle. Me envía la agencia. —Le tiendo la mano y le dirijo una
sonrisa cegadora.

—¿Dónde está Elaine? —pregunta con voz sospechosa. Mierda.

—No pudo venir. La agencia pensó que yo podría gustarte. —Pongo toda la
seducción posible en mi voz y su expresión se suaviza.

Sus ojos patinan sobre mi cuerpo, fijándose en el punto donde el minúsculo


vestido se aferra a la parte superior de mis muslos. Se lleva la copa a los labios y
asiente. Jesús, cómo hacer que una chica se sienta bien consigo misma. El camarero
coloca mi bebida sobre la barra y yo le doy un gran trago a la mierda de vodka.

—¿Eres de Miami? —le pregunto.

Se bebe la copa y la golpea contra la barra con demasiada fuerza.

—No vine aquí para hablar contigo.

Sonrío porque voy a disfrutar matando a este.

—Por supuesto. —Me bebo el resto del vodka—. ¿Vamos?

Se levanta y me sorprende ofreciéndome la mano. La cojo y mis dedos rozan los


gruesos callos de su palma, lo cual es bueno, porque así no se dará cuenta de lo
callosas que tengo las manos. Puedo ponerme una máscara y convertirme en quien
quiera que sea, pero un luchador siempre es un luchador y las pruebas no pueden
ocultarse. Mis nudillos están llenos de cicatrices, con la piel blanca y plateada
marcada por las grietas que se abren y se curan una y otra vez. Me delató una o dos
veces.

Dejo que me rodee la cintura con la mano y lucho contra mis instintos menos
civilizados mientras me saca del bar. Pronto, le digo al pequeño demonio enfadado
dentro de mi cabeza. En cuanto me mete en el ascensor, me aprieta contra la pared
de espejos, con sus labios en mi cuello y sus manos en mis muslos expuestos. Las
puertas se abren, me arrastra fuera y yo le sigo el juego, dejando que me obligue a
retroceder por el pasillo. Cielos, ¿cuándo fue la última vez que el tipo echó un polvo?
Mi espalda choca contra una puerta y su mano está prácticamente en mi ropa interior
mientras tantea la tarjeta de la llave. Normalmente esto no me molestaría, mi frío
distanciamiento me permite verlo como parte del trabajo. Pero hoy tengo que
apretar los dientes y contener la bilis que me sube a la garganta. Sólo unos segundos
más. Sus labios se pegan a los míos y me empuja a la habitación.

La puerta se cierra con un chasquido y, en cuanto me sumerjo en la oscuridad,


me recorre una grieta de inquietud. Algo va mal.

—Eres una puta de mierda. —Nada más pronunciar las palabras, su mano me
rodea la garganta, casi haciéndome perder el equilibrio, y me arroja contra la mesilla
de noche. Gimo y parpadeo mientras mis ojos se adaptan a la débil luz que entra por
la ventana. Una lámpara se cayó al suelo a mi lado, la cojo y desenchufo la bombilla
mientras él me acorrala de nuevo. Me pongo en pie justo a tiempo para clavarle la
bombilla en la cara. Se rompe y le incrusta fragmentos irregulares en la piel. Grita
algo en español mientras la sangre le cae por la mejilla. Le doy en el riñón y él me
golpea tan fuerte en la cara que casi vuelvo a caer. Jesús, ¿quién es este hombre?

Escupo una bocanada de sangre y me golpeo en el cuello antes de ir por él de


nuevo. Por cada golpe que le doy, me da uno el doble de fuerte. La última vez que
luché así estaba entrenando. Esta es una lucha a muerte y ambos lo sabemos. Me
lanza sobre la cama, cae encima de mí y me rodea la garganta con las manos. No se
molesta en suavizar el agarre. No, el agarre es lo bastante fuerte como para
romperme el cuello, por no ahogarme. Le doy un golpe en la sien, pero no sirve de
nada. Con la mente en blanco, me obligo a pensar y a no dejarme llevar por el pánico.
Abrazo a la muerte. Mi mano derecha se interpone entre nuestros cuerpos, si tan
solo pudiera... consigo mover la muñeca lo suficiente para dejar caer la hoja de plata
de mi puño, y entonces le golpeo en la entrepierna con ella dos veces. Él ruge y se
aparta de mí de un salto. El preciado aire se filtra en mis pulmones y me hace toser
mientras ruedo sobre mi espalda. Me agarra por la nuca y me lanza al otro lado de
la habitación antes de seguirme e inmovilizarme contra la pared con el antebrazo en
la garganta.

—Vas a ser un buen premio, ángel de la muerte —me sisea en la cara—. Serás un buen
premio, ángel de la muerte. —Sólo los mexicanos me llaman así. ¿Qué demonios hice
para cabrearlos? Empuja todo su peso contra mi garganta y mis uñas rastrillan su
cara. Le clavo los pulgares en los ojos y gruñe... ¡BANG! El dolor me atraviesa el
antebrazo y él cae al suelo, muerto. Me giro hacia una figura sombría que se levanta
de la silla de la esquina de la habitación.

—Estás perdiendo tu toque, Morte.


Nero. ¿Qué demonios? Levanto el dedo y me agacho, apoyando las manos en las
rodillas mientras intento respirar por mi maltrecha laringe. Me miro el antebrazo y
veo una línea roja brillante, una quemadura de bala. Hijo de puta.

—Tenía esto. ¿Y qué demonios haces tú aquí?

Me enderezo cuando se acerca a mí, arrastrando los ojos lentamente por mi


cuerpo expuesto.

—¿Trabajando estamos? —Con la mirada perdida, tiro del dobladillo de mi


vestido que se subió, dejando al descubierto mi ropa interior.

—¿Por qué estás aquí?

Como una serpiente, me golpea con los dedos apretándome la barbilla hasta
hacerme doler. La ira se arremolina en sus iris como una tormenta inminente y los
músculos de su mandíbula se contraen irritados.

—¿Ibas a follártelo? —Su voz es un gruñido grave.

—¿Qué?

—¿Ibas a follarte al sicario? —repite, con un tono comedido y tranquilo, lo cual


siempre es preocupante. La tensión que desprende es densa y turbulenta, un
precursor de algo mucho más violento.

—Iba a matarlo. ¿O no te pareció romántico ese pequeño enfrentamiento? De


hecho, no respondas a eso. —Esa es la idea de Nero del juego previo perfecto.

—¿Si no hubiera intentado matarte? —Un aliento caliente me baña la cara y no


puedo evitar que mi corazón se acelere frenéticamente cuando su potente marca de
lujuria y miedo acaricia mis sentidos.

—Creo que no estás entendiendo lo importante, que es que intentó matarme.

Me echa la cabeza hacia atrás con un violento empujón, acercando sus labios a
mi oreja.

—Escucha con mucha atención, Morte. Puedes huir, puedes poner medio mundo
entre nosotros si quieres, no me importa. Pero eres mía. Ese coño es mío. Estos labios
son jodidamente míos. —Se aparta y me pasa el pulgar por el labio inferior—. Vuelve
a besar a otro hombre y no te gustará lo que pase después. —Mi estómago se aprieta
junto con su agarre. Por eso dejó que me diera una paliza, porque le dolió que el
mexicano me besara. ¡Es un trabajo! Nunca entenderé los celos.

—¿Me estabas siguiendo? —No contesta y niego con la cabeza—. Estás loco. —
Clavo mis uñas en su muñeca y su frente toca la mía al respirar hondo.

—Esto fue un montaje. Alguien te quiere muerta. Es uno de los mejores sicarios
que ofrecen Los Zetas.

—Alguien siempre me quiere muerta, Nero. —Aunque nunca tuve ningún


encontronazo con Los Zetas. Al menos puedo sentirme mejor por haber estado a
punto de que me dieran por culo. Esos hombres son unos cabrones.

Su agarre en mi mandíbula se suaviza, los dedos acariciando mi mejilla.

—¿Suficiente para pagar cinco millones por el golpe?

Abro mucho los ojos y miro el cadáver. Cinco millones. Por Dios.

—¿Cómo lo supiste?

—Tengo contactos. —Cada vez que creo que conozco el alcance del poder de
Nero, me sorprende—. ¿Nicholai te puso en este trabajo?

Mi mente comienza a girar a través de la red de traición potencial.

—Nicholai nunca me traicionaría.

—Eres un activo para él. Y un activo que ahora está comprometido. Si él no te


quiere muerta, entonces alguien más sí, y te está vendiendo río arriba. —Da un paso
atrás y se pasa las manos por el pelo. El ritmo de la música de la calle corta el silencio
que persiste mientras intento procesar la posibilidad de todo esto.

—No. —Sacudo la cabeza, rascándome con los dientes el labio inferior


sangrante. No lo haría, sé que no lo haría—. Se preocupa por mí. Me trata como a
una hija.

La mirada ardiente de Nero se cruza con la mía, con su ira apenas contenida
brillando a través de ella.

—Porque le conviene. No seas ingenua. No puedes confiar en él.


No, Nicholai es el único que se preocupó por mí aparte de Alex. Alex... el chico
al que disparé, el chico al que me obligó a disparar. Me aprieto la frente con el puño
cerrado y aprieto los ojos. Si dudo de Nicholai, entonces dudo de todo, de cada
momento que me llevó a este punto exacto de mi vida.

—Te está utilizando.

Lo fulmino con la mirada, sintiéndome acorralada y vulnerable.

—¿Como tú, quieres decir? ¿Y por qué debería confiar en ti? —Mi mundo se
desmorona a mi alrededor. ¿Y si todo es una farsa, incluso Nero?

Ladea la cabeza, su expresión fría e impasible.

—Porque eres mía.

Eso es, tres palabras que significan nada y todo.

—Me usaste, Nero.

—Sí, y tú harías exactamente lo mismo, Morte. —Tiene razón, recuerdo haber


pensado lo mismo esa primera noche cuando mencionó el nombre de Anna. La
primera regla de la negociación, encuentra algo que tu oponente quiera y úsalo.
Ambos carecemos de moral. Ambos nacimos del derramamiento de sangre y la
batalla. Sus nudillos acarician el costado de mi cuello y mi pulso se acelera—. Tú y
yo somos iguales, y ambos usaríamos todo lo que tenemos a nuestra disposición
para ganar. Así que, que vengan. Los destruiremos a todos. —Una sonrisa retorcida
tira de sus labios, y por un momento me siento entera, protegida, como si pudiera
confiar en él. Peor aún: que quiero hacerlo. Agarro un puñado de su espeso pelo y
acerco su cara a la mía. Me besa como si fuera dueño de una parte de mí, y lo es,
porque yo soy su reina y él es mi rey ensangrentado.
UNA

Compramos un coche al contado y nos ponemos en camino, de vuelta a Nueva


York. La teoría de Nero es que estaré a salvo entre sus filas hasta que averigüe quién
me quiere muerta, y entonces... los matamos. Eso es todo lo que tenemos por ahora.

Acerco las rodillas al pecho y apoyo la frente en ellas. Los confines del coche
vuelven a provocarme náuseas. Qué bien. Sólo llevamos dos horas de viaje.

—Sabes, deberías mantenerte al margen. —El resplandor azul pálido del


salpicadero proyecta una luz espeluznante sobre su rostro y sus labios se curvan
ligeramente.

—Morte, desde el momento en que te hice la proposición, estábamos atados. Si


alguien viene por ti, es por mí.

—Lo que significa que vendrán por ti —termino. Él asiente. Estudio su


reacción—. Ya sabes quién es.

—Tengo una idea. —Me mira brevemente antes de volver a la carretera—. El


golpe se produjo al día siguiente del tiroteo. Sólo un italiano se molestaría por la
muerte de otros tres italianos. Arnaldo sabe que me dispararon, pero joder,
sospecharía que sólo Gio y yo logramos escapar de una masacre.

—Aunque te ayudó con el asesinato de Lorenzo...

—Sí, pero pensó que yo podía ser controlado.

—Y ahora estás fuera de libro y de repente se dio cuenta que no se te puede atar.

Él asiente.
—Dejaste la tarjeta de visita. Me fui con una herida leve. Si sabe que trabajamos
juntos, por lo que a él respecta, acabo de morder la mano que me da de comer, y tú
también.

—Pero eso no explica por qué Nicholai llamó.

Endereza los brazos, apretando la espalda contra el asiento.

—No lo sé, pero no confiamos en nadie hasta que tengamos más con qué seguir.

—Todavía puedes volver. Puedo huir, y él tendrá que venir por mí. Te apoyó
para capo, así que admitir que fuiste contra él le haría parecer débil. Luego va tras
el beso de la muerte, y parece que busca venganza. Nadie sabría qué estuviste
involucrado.

Suelta una carcajada.

—Noble, Morte, pero ¿aún no lo resolviste? —Me mira y arquea una ceja—. Vivo
para la guerra.

—¿Y Anna? —Puede que Nero y yo estemos dispuestos a luchar, pero no pasé
por todo esto para salvarla, solo para arrastrarla a una zona de guerra.

—Ella estará a salvo —dice desdeñosamente, y al instante me hace sospechar.


Sin embargo, no hay mucho que pueda hacer ahora. Si no me salvo yo, no habrá
nadie que la salve a ella.

ME AGARRO al borde del retrete y vomito en él. Esto tiene que ser un nuevo
punto bajo en mi vida, enfrentarme a la asquerosa taza del váter de un baño de un
área de descanso.

—¡Una! —Nero golpea la puerta, haciendo sonar la cerradura metálica.

—Dame un segundo.

Es el segundo día de esto, y me siento como la muerte. No me pongo enferma,


pero me siento fatal desde antes de Miami. Aunque estamos a las afueras de
Washington, así que deberíamos estar en Nueva York en algún momento de esta
noche. Oigo voces fuera del baño, y parece que Nero está discutiendo con alguien
antes que se haga el silencio.

—Cariño, ¿necesitas ayuda? —pregunta una voz femenina muy acentuada.

Qué bien. Abro la puerta y sonrío amablemente.

—Estoy bien. Gracias. —Sus ojos recorren mi cara y me doy cuenta que tengo un
aspecto horrible. Es una mujer de mediana edad, rubia como el peróxido y
demasiado maquillada. En el pecho lleva una placa con su nombre: Wendy-Anne.
Sonríe amablemente y veo un destello de compasión en sus ojos antes de entrar a
empujones y cerrar la puerta.

—¿De cuánto estás?

La miro con el ceño fruncido.

—Perdona, ¿qué? —Me mira el estómago y yo la sigo con la mirada. ¿Qué


demonios está mirando?

—¿Cuánto tiempo llevas vomitando, cariño?

—Un par de días. —Esta es una de esas situaciones en las que me dan ganas de
darle un cabezazo, pero el movimiento probablemente me haría vomitar de nuevo.

Aprieta los labios formando una fina línea y mira por encima del hombro.

—Quédate aquí. Volveré enseguida. Le dije a tu amigo que te deje en paz. —Me
guiña un ojo y sale del baño. No tengo ni idea de lo que está haciendo, pero el
estómago se me revuelve de nuevo y me lanzo al retrete.

Cuando vuelve, estoy sentada en el suelo sucio esperando la siguiente ronda de


vómitos.

—Aquí tienes, cielo. —Me da una caja y la cojo, frunciendo el ceño al leer el
anverso.

—¿Un test de embarazo? —Levanto las cejas—. No estoy embarazada. Soy estéril
—le digo sin rodeos, devolviéndole la caja. Soy estéril desde los catorce años, todas
las Elite de Nicholai lo son.
—A mi hermana, Eileen, le ligaron las trompas. Y ahí está, con cuarenta años y
embarazada. —Sacude la cabeza, empujando la caja hacia mí—. No va a doler nada
descartarlo. —Se da la vuelta y sale de la habitación.

—¡No estoy embarazada! —le digo, pero me ignora y cierra la puerta. Me quedo
mirando la caja un momento, aterrorizada. Es imposible, así que esto está bien. Al
abrir la caja cae un palito blanco. Haberme criado con chicos no me enseñó nada de
esto. Diablos, crecí aprendiendo a matar gente. Esto no era algo en lo que hubiera
pensado, y mucho menos conocido.

Dos minutos nunca me parecieron tan largos. Dejo el bastón en la encimera y


recorro el cortocircuito que va de la puerta al fregadero, y casi me sobresalto cuando
la puerta suena.

—Una, tenemos que irnos, joder —dice Nero.

—Dame un minuto.

Esto es estúpido. No estoy embarazada. Levanto el bastón y las dos líneas rojas
aparecen en la ventanita. Leo las instrucciones tres veces. Dos líneas significa
positivo.

—¡Una! —Me sobresalto y dejo caer el bastoncillo. Me apresuro a recogerlo y


tirarlo a la papelera antes de abrir la puerta. Espero que mi expresión no delate lo
que estoy sintiendo en este momento, porque si es así, Nero pensará que alguien
murió.

—Vamos. —Paso junto a él y salgo por la puerta. Wendy-Anne me sonríe desde


detrás de la caja y yo le devuelvo una pequeña sonrisa. Esta sensación de
hundimiento se instaló en mis entrañas y me siento como si estuviera caminando
hacia mi propio funeral. Esto es imposible.
NERO

Cierro la cortina y miro hacia el estacionamiento del motel de mierda. La


probabilidad que alguien venga por nosotros aquí es escasa, pero sigo nervioso.

Una tiene una pistola en pedazos sobre la cama, limpiándola. Lleva una hora
haciéndolo, con las cejas fruncidas y la mirada perdida y distante. Sé que es Arnaldo
quien la atacó, tal y como sospechaba. Pero cuando puse en marcha todo este plan,
ni por un segundo pensé que la desearía tanto. Poseerla en cuerpo y alma. Quiero
estar a su lado y hacer sangrar a nuestros enemigos. Ya no es una herramienta; es la
aliada perfecta, el complemento perfecto para todo lo que soy. ¿Cómo dejas ir eso
cuando sabes que nunca volverás a encontrarlo? Una es mi obsesión personal, mi
debilidad y mi fuerza. Juntos, somos imparables.

Cruzo la habitación y le quito de la mano el cañón de la pistola que estuvo


limpiando durante los últimos diez minutos. Coloco un dedo bajo su barbilla y la
obligo a mirarme. Tiene una mancha de aceite de pistola en la mejilla, untada sobre
la piel de porcelana. Sus ojos índigo se cruzan con los míos.

—Sólo limpias las armas antes de matar a alguien. ¿Debería preocuparme?

Resopla y se deja caer sobre las almohadas.

—Me despeja la mente. —Vuelve a llevar una de mis camisas, que se levanta y
deja entrever su ropa interior. La visión de sus largas piernas desnudas es suficiente
para ponerme la polla dura. Sus ojos se desvían hacia el vendaje de mi hombro—.
Ven aquí, déjame ver eso.

Me acerco a la cama y ella se arrastra hasta mí, arrodillándose para poder quitar
el vendaje. Sus dedos son suaves pero firmes contra mi piel. Sus dedos son suaves
pero firmes contra mi piel. La herida sigue doliendo, porque eso es lo que pasa
cuando alguien te dispara y luego te prende fuego. Dejé de tomar los analgésicos
porque me nublan la mente y necesito claridad total.
—Esto tiene buena pinta —dice en voz baja.

—No gracias a ti.

—Sería mucho peor si no hubiera usado la pólvora.

—Sería mucho mejor si no me hubieras disparado.

—Sabes, estás muy obsesionado con eso. —Sus labios se tuercen en una sonrisa
y me agarro a su nuca para acercarla. Esos ojos añiles se posan en mi boca, sus labios
se separan.

—Supongo que me lo debes.

Cuando la beso, me sabe a sangre, a muerte y a todo lo que quiero. Mi mano


libre se desliza por su cuerpo y por debajo de su camisa hasta rozar su pecho. La
empujo hacia la cama y me meto entre sus muslos. Su pecho sube y baja
erráticamente, los dedos se me enredan en el pelo mientras la beso por encima del
hueso de la cadera y le subo cada vez más la camiseta por el cuerpo. Es jodidamente
hermosa: curvas tonificadas y piel pálida, llena de cicatrices, algunas plateadas y
otras moradas. Su cuerpo es el retrato de una vida dura y violenta, y todas y cada
una de sus cicatrices no hacen sino endurecerme más por ella.

Me tira del cinturón hasta que se desabrocha y me agarra la garganta,


clavándome los dedos a ambos lados de la nuez de Adán. Cuando me separo, me
empuja hacia el colchón. Luego se tumba encima de mí.

—Te encanta empujarme —gruño, agarrándola por el cuello. Siempre acabamos


aquí porque es nuestro sitio.

—Sabes que me gustas enfadada. —La agarro con fuerza y una sonrisa brillante
se dibuja en su cara. Parece tan perfecta: inocencia y seducción, todo envuelto con
un jodido lacito en la punta, como si estuviera hecha para mí. Cuando le toco el
pecho, su cuerpo se arquea y su pelo rubio cae en cascada por su espalda. Esos labios
carnosos se entreabren en un suave gemido y le meto el pulgar en la boca. Los
ruiditos que hace y el roce de su cálida lengua casi me hacen explotar. Me incorporo,
nos pongo cara a cara y la rodeo con los brazos hasta que cada centímetro de su
cuerpo desnudo se aprieta contra mí. Para el resto del mundo, ella es el susurro de
la muerte en el viento, temida y venerada. Y sin embargo, aquí está, tan bellamente
vulnerable y confiada en mis brazos. La siento como todas las partes de mí que ni
siquiera sabía que me faltaban, las partes que ni siquiera quería.

El encaje de su ropa interior se arrastra sobre mi polla mientras ella mueve las
caderas en un movimiento que no es sino pura tortura. No tengo paciencia cuando
se trata de ella, así que agarro la entrepierna de sus bragas y se las arranco. Sus dedos
se hunden en mi pelo, tirando, exigiendo. La agarro por las caderas, igual de
exigente, y la fuerzo a caer sobre mi polla. El temblor de su cuerpo es tan hermoso.
Su coño es lo más cerca que voy a estar del cielo. Me toca con la frente y cierro los
ojos, sintiendo su respiración acelerada sobre mi cara. Nos quedamos así un
segundo, ella aferrada a mis hombros mientras yo la aprisiono contra mí. Sus
caderas empiezan a moverse perezosamente y yo reprimo un gemido. Me follé a
Una muchas veces, pero cada vez es más intensa que la anterior. Es como un fuego
lento que abrasa todo lo que toca, y joder, si no quiero que me incinere. Recorro su
espalda con las manos, sintiendo los antiguos bultos y verdugones de cicatrices
desgastadas. Y cuando se corre, es como si el arte y la música se fundieran en una
obra maestra perfecta. Le muerdo el labio inferior y me trago sus gemidos mientras
su coño me aprieta. Es suficiente para que explote dentro de ella y me desplome
sobre el colchón.

Me vuelvo hacia Una, que está tumbada a mi lado, pero su expresión es distante,
indiferente. Algo le pasa, y diría que es la amenaza de muerte, pero como ella misma
dijo, siempre hay alguien que la quiere muerta. Es más que eso. Se levanta y entra
en el baño de mierda. La puerta se cierra tras ella y la cerradura encaja en su sitio.
UNA

Me aprieto la espalda contra la puerta del baño y cierro los ojos con fuerza. Esto
es demasiado duro; estar cerca de él es demasiado duro. Pensé que podría volver a
Nueva York y luego pensar en un plan, pero ¿a quién quiero engañar? No hay plan
para esto porque es la única eventualidad que no podría haber previsto. Miro mi
vientre plano, horrorizada e hipnotizada a la vez. Mi cabeza me dice que sólo hay
una opción, que tengo que ir a una clínica y solucionarlo. Pero el corazón que nunca
tuve hasta hace unas semanas está dudando, lo cual es ridículo. Es curioso que
cuando algo ni siquiera es una posibilidad, nunca piensas en ello. Y cuando de
repente te lo ponen delante, la reacción que te imaginas nunca llega. No soy tan
estúpida como para pensar que puedo tener un bebé. Es ridículo. Pero, nunca hice
nada bueno en mi vida y probablemente nunca lo haré. Traigo muerte y destrucción
donde quiera que vaya. No puedo soportar la idea de traer la muerte a algo tan
inocente, algo que desafía todas las probabilidades, y eso me convierte en una
hipócrita de la peor calaña.

Un plan comienza a formarse en mi mente y no es ideal, pero es lo mejor que


tengo en este momento.

—Una —llama Nero desde el otro lado de la puerta.

—¿Sí?

—Voy a buscar algo de comida.

—Ok.

Ahora, tiene que ser ahora. Una vez que esté en Nueva York será más difícil,
Nero estará cerca y si él no está entonces lo estarán sus hombres. En cuanto oigo el
portazo de la puerta del motel, me muevo. Sólo llevo una pequeña bolsa, con ropa
suficiente para unos días, algo de dinero, un par de teléfonos desechables y una
pistola. Es suficiente. Por el momento. Me pongo la ropa y cojo mis cosas
rápidamente. Tengo la mano en el pomo de la puerta cuando me detengo. No puedo
dejarlo así. No puedo explicarle todas las razones, pero puedo darle algo.

Cojo un trozo de papel, un membrete con el logotipo barato del motel. Me quedo
unos instantes con el bolígrafo sobre el papel. ¿Cómo le digo adiós con una nota
garabateada? Nada cambió y, sin embargo, todo lo hizo. Vino por mí, se jugó el
cuello, otra vez, y ahora me voy sin decir ni una palabra. Tal vez debería decirle la
verdad. Pero entonces esto es Nero. No es el tipo que tiene bebés; es el tipo que les
pone una pistola en la cabeza cuando sus padres no hacen lo que él quiere. Él no
necesita saber esto.

Nero.

No puedo quedarme contigo. Sé que estarías a mi lado y lucharías contra el mundo si te


lo pidiera, pero esta es mi guerra y no deberías ser una víctima de ella. Toma tu poder, vive
tu vida. Por favor, mantén a Anna a salvo. Volveré. Sólo tengo algunas cosas de las que
ocuparme. Espérame. La reina siempre protege al rey.

Una.

Él creerá eso, y me dejará huir. No puedo fingir que esto no está pasando, y no
puedo esperar que Nero pueda lidiar con ello. No somos esas personas con la cerca
blanca y las vidas normales. Somos asesinos, depravados y motivados por el tipo de
cosas que mantienen a la mayoría de la gente despierta por la noche. Todo se está
yendo a la mierda de golpe. Tiempo y espacio es lo que necesito para resolverlo sin
agobiarlo. Esto depende de mí, y es mejor así. Cuando dependes de otras personas
sólo te debilitas, y ahora no puedo permitirme la debilidad.

Dejo caer la nota sobre la cama, me subo la mochila al hombro y salgo de aquella
destartalada habitación de motel sin mirar atrás. En cuanto llego a la carretera
principal, asomo el pulgar y no tarda en pararme un tipo en una camioneta.

—¿Adónde vas, cariño? —me dice, echándose hacia atrás el sombrero de


vaquero.

—Al aeropuerto, por favor.

Ya estoy oficialmente en fuga. Que empiece la persecución.


KISS OF DEAD LIBRO 2
Mi corazón golpea contra mis costillas mientras estoy de pie en el salón del
apartamento de Londres, temblando de adrenalina. Me duelen los dedos de tanto
agarrar el cuchillo. Algo me toca el pie descalzo y miro el charco de sangre que se
extiende por el suelo de madera. Se desliza alrededor de mi pie como un río que se
abre paso alrededor de una roca. La sangre se extiende, brotando de la arteria
cortada del desconocido que está a pocos metros. Soy una isla en un mar de muerte
y caos. El carmesí salpica las paredes, rocía los muebles baratos y lo mancha todo de
una forma que nunca se borrará del todo. Cierro los ojos e inhalo el aroma metálico
mezclado con el persistente toque de pólvora. Ese olor es como el crack para mí. Me
recuerda que soy la muerte misma.

CINCO CUERPOS. Cinco hombres enviados aquí con el único propósito de


matarme. Llevo huyendo seis semanas y en ese tiempo me cazaron sin piedad.
Aunque, no esperaba menos. Cinco millones de dólares es una cantidad inspiradora
de dinero, y es actualmente el precio por mi cabeza. Sólo me queda un amigo en este
mundo. Una persona en la que puedo confiar. Sasha. Me ayuda a ir un paso por
delante, recurriendo a sus contactos para poder avisarme cuando se acercan. Pero
ese trabajo es cada vez más difícil porque tengo enemigos que vienen a mí desde
todas las direcciones. Sasha confirmó en las dos últimas semanas que, efectivamente,
Arnaldo Boticelli fue quien me dio el golpe, tal y como sospechaba Nero. Así que
ahora tengo al subjefe italiano buscando mi sangre. Nicholai también me está
buscando porque desafié su orden de volver a Moscú, y luego, por supuesto, está
Nero. Debería haber sabido que no me dejaría marchar sin más, que no se
contentaría con mi simple promesa de volver con él. Hace dos semanas apareció por
aquí, pero es el apartamento del piso de abajo que registré bajo uno de mis alias
conocidos. Este lo alquilo en efectivo. Sin nombre.

¿POR QUÉ ALQUILAR otro apartamento bajo un nombre que sé que van a
encontrar? ¿Por qué traerlos aquí? Porque soy Una Ivanov, y aunque por ahora esté
huyendo, no me escondo. Si me quieren, que vengan. Masacraré hasta el último de
los hombres de Arnaldo si es necesario. Pero hace una semana, no fueron los
hombres de Arnaldo los que aparecieron.

EL PISO DE ABAJO está equipado con alarmas y sensores. En el momento en


que alguien pone un pie dentro de ese lugar, lo sé. La alarma saltó, así que salí y me
dirigí a mi sitio al otro lado de la calle: una escalera de incendios resguardada a la
sombra de un oscuro callejón. Desde allí tenía una vista despejada del apartamento,
y fue allí donde vi a Nero. A través de la mira de mi rifle pude ver la dureza de su
mandíbula, la tensión detrás de sus ojos. De todas las personas que me persiguen,
Nero Verdi bien puede ser el que más temo. Puedes matar enemigos. Incluso puedes
luchar contra ti mismo, pero no puedes luchar contra el destino. No puedes matar a
la única persona por la que sientes algo, porque por muy despiadado y violento que
sea Nero, somos dos mitades de un todo, irremediablemente atraídos por la
oscuridad del otro. Anhelo el subidón que sólo su miedo puede provocar. Una vez
me dijo que podía huir, que podía poner medio mundo entre nosotros, pero que
siempre sería suya. Soy suya y él es el padre de mi hijo. Vino aquí, a Londres, lo que
hace que esto sea más peligroso que nunca. No podía saber lo del embarazo. Es una
criatura impredecible en los mejores momentos, pero esto... no puedo ni imaginar
cómo reaccionaría. Necesito tiempo. Seis meses más para ser exactos. Y entonces
volveré con él como dije que haría.

ÉL TIENE A mi hermana, después de todo.

Parpadeo y miro mi vientre, que no está del todo plano. Tengo que irme. Esta
vez me atraparon por sorpresa, se colaron aquí en mitad de la noche. Las alarmas de
abajo nunca sonaron. Me encontraron aquí, en mi apartamento. No puedo
deshacerme de estos cadáveres sin pedir ayuda, y la ayuda conducirá a mis
enemigos hacia mí como tiburones a una presa fresca. Cojo el teléfono desechable
que estuve usando y envío un mensaje a Sasha. Necesito una limpieza en el apartamento
para las cinco. Se hace de noche.

Me doy una ducha rápida. El agua corre carmesí mientras me froto las capas de
sangre de la piel. Limpio la condensación del espejo y miro fijamente mi reflejo.
Apenas me reconozco, y eso es bueno. Mi pelo, antes rubio y blanco, es ahora castaño
chocolate, aunque el tinte se está desvaneciendo en algunas partes. Encuentro una
tirita y me la pongo sobre la herida sangrante de la mejilla. Tengo la mandíbula
marcada con un rojo furioso y la garganta morada por el cinturón con el que uno de
ellos intentó estrangularme. Esto es Inglaterra. Los tiroteos son llamativos. Por
suerte para mí. Es mucho más fácil acabar con cinco tipos cuando no pueden
dispararte. Me pongo unos vaqueros y una sudadera holgada, y salgo con una sola
bolsa. Llevo dinero en efectivo, mi cuchillo, varios pasaportes falsos y un portátil.
Eso es todo. Camino por las oscuras calles hasta el cercano metro de Londres y me
dirijo a la estación Victoria. Desde allí compraré un billete con dinero en efectivo y
me largaré de aquí. Quizá vaya a Irlanda, o incluso a París, ¿quién sabe? Y cuanto
menos sepa, más difícil será que alguien me siga. La clave para correr es no tener un
plan, ser espontánea y, lo más importante, pasar desapercibida.

INCLUSO YO NO SÉ lo que voy a hacer a continuación, y Arnaldo tampoco.


UNA

Le entrego al tipo de detrás del mostrador un carné de conducir falso a nombre


de Sarah Jacobs. Le echa un vistazo y lo pasa por la fotocopiadora antes de
devolvérmelo junto con una llave.

—N24 —dice, con tono aburrido.

—Gracias. —Me subo la bolsa al hombro y bajo en ascensor hasta el


estacionamiento. El espacio N24 es un Mercedes negro de aspecto elegante. Me meto
en él y arranco el motor. No tengo tiempo que perder.

Salgo del aeropuerto JFK y me dirijo al puente de Brooklyn. Necesito


provisiones, armas, munición, explosivos, un chaleco antibalas. Debatí desaparecer
en Europa, pero no podía soportar la idea de huir de esa mierda italiana sin espinas.
Nero y Nicholai me dan infinitamente más miedo, pero Arnaldo no es nada y me
estoy aburriendo de matar a sus hombres por él. Estoy a punto de entrar
voluntariamente en la guarida del león para poder matar al macho de la manada y
montarle la puta cabeza.

Irrumpí en la casa de Arnaldo varias veces antes y conozco la mayoría de las


entradas. Cada sombra oculta y rincón libre de cámaras. Voy a distraer y conquistar.
Me acerco a pie a la puerta principal y me subo más la capucha, manteniendo la
cabeza baja y la cara oculta. Meto las manos en los bolsillos, envuelvo con los dedos
las dos granadas y deslizo los pasadores. Me arrodillo y las hago rodar hacia la
puerta. El metal tintinea sobre el asfalto; el sonido es un preludio inocente de la
carnicería que se avecina. Me doy la vuelta y me encorvo justo cuando explotan. El
calor me golpea la espalda y los escombros pasan volando a mi lado. Se oye un
crujido de metal seguido de un fuerte estruendo cuando la puerta se desploma. Me
levanto y corro hacia el bosque, a la derecha de la puerta, antes que los últimos
escombros se hayan asentado. Dos guardias salen tambaleándose de la pequeña
cabaña que hay junto a la puerta y reciben sendos balazos en la cabeza. Vuelvo a
guardar la pistola en la funda del muslo y me interno en el bosque, siguiendo el
muro perimetral hasta la parte trasera de la propiedad.

La parte trasera de la casa está iluminada como si fuera el 4 de julio, lo cual no


es ideal, pero la ventaja es que está poco vigilada. Hay, sin embargo, un guardia
armado con un rifle por lo general en el techo. Creo que la explosión en la puerta
bastará para distraer a la seguridad de tierra, pero suponer es morir. Me subo al
ancho muro y me detengo un segundo antes de dejarme caer al otro lado. La piscina
está frente a mí, proyectando una luz azul luminiscente sobre el césped. Con la
pistola en la mano, corro por el césped hasta el arbusto más cercano y me agacho
detrás de él. Espero con el aliento agitado el segundo en que una bala invisible me
atraviesa el pecho, o tal vez sea un tiro en la cabeza y no me entere de nada. Dudo
un segundo y me rozo el estómago con la palma de la mano. Si yo muero hoy aquí,
también lo hará mi bebé, y esa... esa es una vida que no estoy dispuesta a sacrificar.
Siento que esto es lo único que importa, quizá lo único que haré con mi vida que
realmente merezca la pena. El problema es que estoy acorralada sin una salida
segura. No puedo traer a este niño al mundo con Arnaldo tras mis pasos porque si
muero, entonces todo esto no habrá tenido sentido. ¿Qué pasará dentro de un par
de meses cuando me vea impedida por el embarazo? ¿Cuándo no pueda
defenderme adecuadamente? No, debo hacerlo ahora mismo. Es la última
oportunidad que voy a tener. Soy Una Ivanov. Sobreviviré, y luego desapareceré
como un fantasma en la noche, tendré este bebé, y volveré a hacer lo que mejor sé
hacer. Matar. El niño puede tener una familia amorosa, una oportunidad de ser
normal. Es lo mejor que puedo ofrecerle.

Con una nueva resolución, corro los últimos metros hasta la casa, pegando la
espalda a la pared. Sinceramente, Arnie debería aumentar su seguridad. Me quito la
mochila de los hombros y rebusco dentro, sacando unos bloques de C4. Podría haber
pedido ayuda a Sasha, haberle hecho piratear el sistema de seguridad y apagar las
cámaras. Probablemente podría haber matado a Arnaldo sin que se notara mi
presencia, pero no se trata de eso. Quiero que se siente en su oficina y vea su preciosa
casa volar en pedazos. Quiero que vea morir a sus hombres, uno tras otro, hasta que
se dé cuenta que voy por él y que no queda nadie para protegerlo. Ningún lugar a
donde huir. Esto es algo más que matarlo. Esto es un mensaje: nadie caza a la muerte.
No es el primero que me subestima. Por supuesto, no esperará que venga aquí.
Incluso si no fuera físicamente suicida, políticamente, es terreno dudoso. Los
italianos podrían verlo como algo justo. Él vino por mí, así que yo fui a por él. O
puede que me conviertan en el enemigo número uno, en cuyo caso, toda la mafia
italiana irá por mí. Pero tengo el respaldo de los rusos.... creo. Y mentiría si dijera
que no tengo una cantidad antinatural de fe en Nero. Dios sabe por qué. Es un capo
de la misma mafia, pero también es mi chico malo. Un comodín, y, en sus propias
palabras, yo soy el suyo. Honestamente, es tan probable que me dispare como que
se ponga de mi lado, pero una chica puede esperar. Y seamos honestos, tengo un as
bajo la manga, o debería decir, en mi útero.

Preparo el c4 y me acerco a la esquina del edificio para hacerlo estallar. La


explosión abre un agujero en la parte trasera de la casa, y palmo mi arma, trotando
a través de la carnicería y los escombros hacia el interior del edificio. Disparo a todo
lo que se mueve, apenas distinguiendo sombras a través del humo. Apunto, disparo.
Apunto, disparo. Vuelvo a cargar. Y así sucesivamente, hasta que los cadáveres se
amontonan con la misma rapidez que los casquillos de bala y, finalmente, un
inquietante silencio impregna el aire a mi alrededor. El único sonido es el crepitar
constante del fuego, respaldado por el desmoronamiento ocasional del edificio que
me rodea.

Espero un momento antes de soltar los cargadores de ambas pistolas y volver a


cargarlas mientras recorro las cocinas profanadas. Me duelen los músculos de la
tensión cuando salgo al pasillo. La casa está demasiado silenciosa. Es demasiado
fácil. El corazón me late con fuerza en el pecho, el pulso me martillea los tímpanos
con un latido burlón.

Hago una pausa cuando oigo el más mínimo movimiento en la oscura puerta
que tengo delante. Es suficiente. Me tiro al suelo en un abrir y cerrar de ojos y disparo
dos veces. Apenas consigo ponerme en pie, tengo un arma apuntándome a la cara.
Le empujo la muñeca hacia un lado y le disparo en las tripas. No está muerto, pero
es el escudo perfecto. Me apoyo en él, deslizo los brazos por debajo de los suyos y
disparo a los cuatro tipos que vienen hacia mí. Las balas alcanzan a mi amigo y éste
gruñe antes de caer inerte. Me tambaleo bajo su peso muerto y oigo el tintineo de
una granada. Joder. Algo golpea mi bota y tiro el cuerpo sobre el explosivo antes de
correr hacia la puerta más cercana. No lo consigo. Una mano sale volando y me
golpea en la garganta con tanta fuerza que estoy segura que me colapsó el esófago.
La granada estalla, con un estruendo que me hace zumbar los oídos. Algo húmedo
me golpea la cara y parpadeo, arrastrándome por el suelo y jadeando hasta que mi
vista se nubla. Distingo un par de botas en mi campo de visión y me obligo a
concentrarme, a calmarme. Suelto la pequeña hoja de alfiler del brazalete de mi
muñeca y la palmo visiblemente.
—Beso de la Muerte, mi culo. —La voz fuertemente acentuada se burla. Consigo
aspirar una pequeña cantidad de aire y me muevo. Mi mano relampaguea y arrastro
la hoja por la parte posterior de su tobillo, seccionándole el tendón de Aquiles. Cae
con fuerza y su pierna cede bajo sus pies—. Maldita zorra —maldice antes que le
clave la pequeña hoja en el cuello y tire de ella hacia mí. Su yugular se abre como un
grifo y la sangre salpica el suelo de baldosas. Me pongo en pie, vuelvo a introducir
la hoja en el puño y recojo mis armas del suelo. El despacho de Arnaldo está al otro
lado de la casa, y quién sabe cuántos soldados tiene entre él y yo.

Me sorprendo cuando sólo encuentro a un puñado de tipos más. Supongo que


Arnaldo se está quedando sin soldados, ya que sigo matando a los que me envía. La
mafia es arrogante, sentada en sus mansiones, pensando que nadie se atreverá a
atacarlos. Sus pocos hombres restantes caen con bastante facilidad y pronto me
encuentro frente a la oficina de Arnie. En cuanto abra esas puertas, lloverán balas.
No se habría quedado completamente indefenso. Siempre lleva al menos dos
hombres con él en todo momento y, dada la situación, esperaba más. Fijo la mirada
en la pequeña cámara situada justo encima de la puerta. Sé que puede verme.

Saco dos granadas más de mi mochila y me las acerco a la cara, apoyando los
labios en el frío metal mientras miro fijamente a la cámara. En el metal queda una
marca de carmín rojo. Mi tarjeta de visita. En mi posible último resplandor de gloria.
Sonriendo, suelto las granadas y dejo que rueden hacia las puertas. Me alejo girando,
agachándome detrás de uno de los gruesos pilares de mármol que adornan su
horriblemente ostentoso pasillo. En cuanto estallan, me dirijo hacia la puerta
destrozada del despacho, con las armas desenfundadas y las balas volando. Una
bala me atraviesa el muslo, aprieto los dientes y me agacho junto a la puerta.

Miro hacia abajo y maldigo en voz baja la sangre que me corre por la pierna y
me empapa los pantalones.

—Vamos, Arnie. Esa no es forma de tratar a tus invitados —le digo.

—Tú eres un enemigo a las puertas, Bacio Della Morte. Puedes ser venerada
como una asesina, pero morirás como un perro.

Rio.

—Tal vez, pero seguro que te jodi al salir. —Me alejo de la puerta, cojeando.
—Ladrillos y mortero... —Empiezo a correr, con un dolor punzante en la pierna.
Cuando estoy a un par de metros de la puerta, caigo de rodillas. La sangre que mana
de mi pierna me ayuda a deslizarme por el suelo de mármol. Disparo dos veces antes
de detenerme al otro lado de la puerta. Un segundo después, oigo el ruido sordo de
los cuerpos al caer al suelo. Dos cuerpos. Dos cuerpos. Aunque no sé cuántos son.
Podrían estar escondidos detrás de las mismas paredes contra las que ahora me
refugio.

—¿Eso eran ladrillos y mortero? —pregunto apretando los dientes. Apoyo la


espalda contra la pared, meto la mano por debajo de la capucha y agarro la parte
inferior de la camiseta de tirantes, arrancando una gruesa tira de tela. Me la ato justo
por encima de la herida de bala. Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la pared. Sé
que estoy fuera, pero suelto el cargador de cada arma, comprobándolas, por si acaso
conté mal. No lo hice. Joder. Dejo caer una pistola al suelo, sin soltar la otra. Puede
que esté vacía, pero él no lo sabe. Saco la daga de la funda del muslo y la empuño
mientras me pongo en pie. Me acerco a la puerta del despacho sin vacilar, porque la
percepción lo es todo. Nero puede entrar en una habitación llena de hombres
armados y desconcertarlos por completo, simplemente porque está muy seguro de
sí mismo, controla todo lo que le rodea. Intento canalizar su sensación de poder y
derecho. Arnaldo está sentado detrás de su escritorio, aparentemente solo, aparte de
los dos guardias muertos a ambos lados. Con una mueca, levanta su pistola y yo le
lanzo la mía. Le da de lleno en la frente, dejándolo lo bastante aturdido como para
que yo cruce el espacio hasta su escritorio y le clave el cuchillo en la muñeca,
clavándosela en la madera. Grita como la putita que es, con los dedos flojos sobre la
pistola con los nervios cortados. Recojo el arma y él me observa, con una expresión
de dolor enmascarada. Me deslizo sobre el escritorio frente a él y le agarro un
puñado de su pelo canoso.

—Viniste por mí, Arnie —le digo.

—Te aliaste con él. —Me escupe las palabras. La sangre se esparce por el
escritorio, gotea por el borde de la madera y cae al suelo con un repiqueteo
constante.

—Me vendo al mejor postor. Pagó más. —Me pagó con algo que el dinero no
puede comprar. Mi hermana.
—Vas a morir. Tu sugar daddy ruso no puede ayudarte esta vez. —Sus dedos
envuelven la empuñadura de mi cuchillo. Me impresiona cuando se lo arranca del
brazo y se lanza descuidadamente hacia mí. Mi palma toca el centro de su antebrazo
y sonrío cuando oigo el satisfactorio crujido de su hueso seguido de un agónico grito
de dolor. No hay que tomarse a la ligera a los hombres como Arnaldo, pero lo cierto
es que son jugadores de poder, hombres que se sientan detrás de los despachos a
dar órdenes y que rara vez matan ellos mismos a nadie. Cuando la ocasión lo
requiere, aprietan el gatillo. No es rival para mí y lo sabe. Veo la derrota en sus ojos.
La determinación cuando acerco el cuchillo a su cuello. Y entonces lo miro a los ojos
mientras arrastro la hoja por su garganta. Sus ojos se abren de par en par y un
gorgoteo ahogado sale de sus labios mientras la sangre brota por todas partes.

Le agarro la barbilla y sus ojos apagados se encuentran con los míos.

—No necesito ayuda. Soy el Beso de la Muerte. —Aprieto los labios contra su
frente y, cuando me alejo, ese inútil último aliento abandona su cuerpo en un siseo.

Normalmente siento una pequeña emoción cuando mato a un objetivo, pero esta
vez no siento nada. Arnaldo no era un objetivo. No era un cheque. No era el enemigo
de un cliente sin rostro. Se hizo mi enemigo. Esto fue personal. Esto es lo que pasa
cuando buscas la muerte. Ella viene por ti. Y ahora, me voy. Acabo de matar al
subjefe de la mafia italiana, y eso tiene consecuencias.
NERO

Furia. Es mi compañera constante, llevándome al borde de la cordura cada día


que pasa. Y Una Ivanov es la maldita causa. Sé que puede cuidar de sí misma y estoy
seguro que no necesita mi protección, pero el precio por su cabeza es alto. Lo
suficientemente alto como para igualar las probabilidades en su contra de forma
dramática. Si algo sé de Una es que cuanto más la arrincona Arnaldo, peor se lo
monta. Parece que olvidó con quién está tratando, y si ella no se lo recuerda,
entonces Nicholai Ivanov lo hará. El ruso loco no se lo tomará bien cuando se entere
que su mascota favorita está siendo cazada como un perro.

Nada está saliendo como lo planeé. Se suponía que iba a ser mi peón, pero se
convirtió en mi reina. Mi pequeña reina cruel... hasta que huyó de mí. ¿Cómo dice
el refrán? ¿No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes? Bueno, no podría haber
predicho cuánto se metió bajo mi piel hasta que se fue. Debería dejarla ir. Ella es una
debilidad que no necesito. Por no hablar de la cantidad de calor que hay en ella, pero
cada vez que pienso en alejarme, en la posibilidad que la maten, o peor, que
sobreviva... seguir adelante, follarse a otro... no puedo. Ella no puede. Es mía y nadie
más la toca excepto yo.

—Nero —Me giro de mi sitio junto a la ventana y miro a Gio, que está de pie en
la puerta de mi oficina temporal en el apartamento de Londres.

—¿La encontraste? —le pregunto.

Cruza los brazos sobre el pecho.

—No exactamente.

Parece sacado de una película de terror. Cinco cuerpos y lo que parece la sangre
de diez. Las alfombras. Las paredes. El sofá... todo es carmesí. Me muevo por el
apartamento, mis ojos recorren las pocas posesiones que Una dejó atrás. No hay
nada personal, nada que delate su presencia, excepto el baño de sangre del salón.
Todo el apartamento tiene el aire neutro de un piso de alquiler. En el cuarto de baño
hay un par de botes de champú, una maquinilla de afeitar... Cojo el champú y abro
la tapa, inhalando. Vainilla. El olor me recuerda a ella al instante, aunque le falta el
toque de aceite de pistola que la caracteriza. Salgo del baño y me detengo en la
puerta del dormitorio, mi mirada se desplaza de la cama en la que sé que ella dormía
hace poco al hombre muerto tirado en la alfombra. La empuñadura de un cuchillo
sobresale de su frente, enterrada tan profundamente que apenas hay sangre. Me
agacho y tiro del cuchillo. Examino la daga, sencilla pero delicada, y sonrío al
imaginar al equipo de asesinos de Arnaldo acercándose sigilosamente a Una en la
oscuridad para encontrarse con que son víctimas de una pesadilla.

—Los de la limpieza avisaron —dice Gio, con expresión tensa mientras se apoya
en la ventana. Pagamos a todos los contactos clandestinos que pudimos encontrar,
y los limpiadores son un buen punto de partida. Son imparciales, un tercero que
limpiará lo que sea con tal que le paguen—. Ella no los llamó, los rusos lo hicieron.

—¿La están apoyando?

—Supongo que no les está dejando muchas opciones. No quieren esta clase de
calor. —Hace un gesto con la mano hacia el salón. Es verdad, pero esto era inevitable.
Arnaldo sigue enviando hombres tras ella como si fuera un animal sangrante con
una maldita piel de premio. Tarde o temprano ella iba a hacer un lío que no podría
limpiar sola. Y aquí estamos.

—No, esto es más que eso. Estos cuerpos tienen al menos veinticuatro horas. La
están ayudando activamente. Esperaron para llamarla. Le dieron la oportunidad de
despejarse. —Sé que Nicholai le tiene cariño, pero ayudarla ahora lo pondría en la
línea de fuego. El ruso está loco, ¿pero tanto como para arriesgarse a causar una
guerra?

—Este tampoco es su estilo. Ella es limpia y eficiente. Esto... —se aleja.

—Ella está enviando un mensaje.

—Mensaje recibido —dice en voz baja. Su teléfono suena en su mano y él baja la


mirada a la pantalla, con la cara sin color.

—¿Qué pasa?
Acorta la distancia que le separa de mí y gira la pantalla. Es una imagen de la
cabeza cortada de Arnaldo sentada en su escritorio, una marca de carmín rojo en su
frente de cera. Una lenta sonrisa tira de mis labios. Lo consiguió. Meses de
planificación. Ella, su hermana... todo parte de un plan mayor. Todo parte de esto.
Pero entonces él la atacó y todo se fue a la mierda. Ni por un segundo esperé que
ella entrara a la casa de Arnaldo y lo matara. Sola.

—¿Se escapó?

—No la atraparon si te refieres a eso. Mató a dieciocho de sus hombres. —Tengo


que reírme.

—Acabamos de perderla de vista, y probablemente se volvió aún más buscada.


¿Por qué demonios sonríes?

La perdimos, por ahora, pero la encontraré.

—Porque es jodidamente perfecta.

—Estás loco.

Estoy a punto de conseguir todo lo que siempre quise, excepto a ella. Debo
encontrarla porque sin ella, todo el poder del mundo no sería suficiente para llenar
el vacío dejado por mi pequeña mariposa cruel.

—Volvamos a Nueva York.

HAGO PARAR el coche junto a una pila de contenedores al borde del patio de
embarque. El sol de primera hora de la mañana resplandece en la superficie del río
Hudson y la bocina de un barco flota en el viento. Gio está prácticamente erizado de
tensión a mi lado.

—No me gusta esto —murmura. —No me fío de los rusos.

—Una es rusa.

—Exacto.

Admito que normalmente no aceptaría esta reunión. Una llamada a mi teléfono,


una voz muy acentuada simplemente indicando una hora y un lugar. Nada más. La
única razón por la que estoy aquí es porque ese acento era ruso. El único factor
común entre los rusos y yo es Una.

Apago el motor y, durante un segundo, ninguno de los dos nos movemos. Miro
fijamente a través del parabrisas al tipo alto y delgado que descansa contra el capó
de un deportivo Jaguar. Su pelo rubio, que se refleja en la luz, y sus afilados ojos
verdes nos miran sin inmutarse. Él y Una podrían ser hermanos con sus rasgos fríos
y pálidos.

Salgo del coche, sintiendo el peso de mi pistola atada al pecho. El ruso se aleja
de su coche, moviéndose como un depredador y una bailarina envueltos en uno;
calculado y letal. Igual que Una. Es uno de la Elite. Al instante voy por mi pistola y él
sigue el movimiento como un lobo que observa a un conejo con total indiferencia y
el conocimiento que podría acabar con la criatura menor en un instante. Por
supuesto, la Elite no siente miedo, ni siquiera cuando debería sentirlo.

—No hagas eso —dice en un italiano muy acentuado.

Agarro la pistola y dejo caer el brazo a mi lado, con el dedo índice rondando el
gatillo.

—¿Quién es usted?

—Sasha, un amigo de Una.

—Perdónanos si no nos gusta mucho el tipo de amigo de Una. —Gio viene a


ponerse a mi lado.

—Ella es más como mi hermana. —Sus cejas se juntan mientras sus ojos pasan
de Gio a mí. Es lo más parecido a una expresión que vi en él—. Así que tú eres el
italiano que la llevó a la destrucción.

—¿Por qué estás aquí? —pregunto, agotando rápidamente mi paciencia.

—No me gustas. —Entrecierra los ojos—, pero ahora mismo es peligrosa.


Diecinueve italianos son demasiados. Es la mejor que vi, pero ni siquiera la mejor
puede enfrentarse a toda la mafia italiana. Y no puedo ayudarla mucho antes que
Nicholai se entere.

—Fuiste tú —Gio se mueve sobre sus pies—. Llamaste a los de la limpieza por
ella.
Sasha asiente.

—Haría cualquier cosa por ella, pero no puedo traicionar a Nicholai, y él la


quiere de vuelta. Ella mató a Arnaldo Boticelli. Fue demasiado lejos. Tal vez podría
huir de nuestro padre, pero no con los italianos persiguiéndola. No puedo protegerla
más. Pero tú puedes.

Tomo aire.

—Ella huyó de mí. ¿Qué te hace pensar que puedo ayudarla?

Se acerca hasta colocarse frente a mí, con esos ojos fríos e inquietantes clavados
en los míos.

—Ambos sabemos que no eres lo que pareces, Nero Verdi. ¿Qué es lo que dicen?
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. No sé si eres amigo o enemigo —
me mira de arriba abajo—, pero ella debe de haber confiado en ti.

Sonrío.

—No confiaba en mí.

Su expresión permanece impasible.

—Necesita ayuda. —Sí, no me digas. Ese barco zarpó hace mucho tiempo—.
Consíguela, y protégela tanto de tu propia gente como de la mía. Arnaldo está
muerto, pero la venganza es inevitable. Nicholai la quiere de vuelta, y no tienes idea
de lo lejos que llegará por ella.

—¿Qué le hará? —Se volvió completamente rebelde, me ayudó a hacer algo que
nunca debería haber hecho por una hermana que se supone que es demasiado fría
para preocuparse por ella.

—La mente humana es flexible. Puede hacerla olvidar. —Suena como un maldito
robot, e intento recordar si Una fue así alguna vez—. Puede curarla.

—¿Curarla? —Aprieto los puños y el calor hierve a fuego lento bajo mi piel,
mientras una brisa fresca recorre el muelle.

El ruso asiente una vez antes de darse la vuelta y alejarse. Abre de un tirón la
puerta del coche y se detiene.
—Puedo rastrear su teléfono desechable. Te enviaré las coordenadas de su
destino.

—Espera. ¿Por qué la ayudas? Estás traicionando a Nicholai por ella.

Los ojos verdes se encuentran con los míos y es como si me estuviera


diseccionando.

—Porque la amo, Nero Verdi. —Y entonces se desliza en el coche, el motor ruge


antes que el coche se aleje.
UNA

Paris. La ciudad tiene una atmósfera como ninguna otra. Las calles son un
bullicio de actividad y, sin embargo, todo parece siempre tan pausado. Avanzo por
la acera, aferrándome a las sombras de los edificios, hasta llegar a la puerta de
madera que da acceso al adosado que alquilé. Hace un par de días estaba vagando
por la ciudad, intentando pasar desapercibida, cuando vi un cartel en el escaparate
que anunciaba este apartamento. Mi plan era quedarme en París un par de días antes
de tomar un ferry de vuelta a Inglaterra. Un breve viaje para despistar a cualquiera
que pudiera estar siguiéndome la pista. Pero en cuanto Annaliese, la casera, me
enseñó el interior del apartamento, sentí una paz que no sentí en años. Es
completamente inadecuado. Sólo hay una escalera, y como antes era una casa ni
siquiera hay escalera de incendios desde el primer piso, pero lo alquilé de todos
modos. Supongo que quería dejar de correr un momento, refugiarme y respirar.
París es una ciudad tan buena como cualquier otra para esconderse.

Abro la puerta y dejo la pequeña bolsa de la compra en la cocina. El apartamento


es pequeño; sólo un dormitorio. Las ventanas se extienden desde el suelo hasta el
techo y, en cierto modo, me recuerda al ático neoyorquino de Nero. El sol de la tarde
se cuela a través de las cortinas de gasa, proyectando sombras sobre las tablas de
madera del suelo.

Me gusta estar aquí. Podría quedarme aquí hasta que nazca este bebé, y él o ella
podrá crecer en París, a salvo de todos los peligros de mi mundo. Saco el material
médico de la bolsa de la compra y lo dejo sobre la mesita antes de sentarme. Mi
bolsillo zumba y saco mi teléfono desechable, viendo un mensaje en blanco de Sasha.
Es una petición de visita. Le envío un mensaje rápido.

Voy a desconectar. Estaré en contacto cuando pueda.

Necesito alejarme de todo y de todos porque incluso los amigos pueden ser
enemigos. No dudo que, a la hora de la verdad, Sasha se pondrá del lado de
Nicholai. Y me alegro. Su lealtad hacia mí es peligrosa para él. Me bajo los jeans y
me quito el vendaje que tengo pegado al muslo. Mi costura desordenada no estaría
mal en una película de Frankenstein. Era lo mejor que podía hacer con lo que tenía
en aquel momento: un costurero de bolsillo comprado en la tienda de la esquina. Es
para coser botones, no para cerrar un agujero de bala. La carne alrededor de los
puntos está hinchada y enrojecida, y duele muchísimo. Creo que está infectada, pero
no consigo ayuda. Cualquier hospital informará de una herida de bala de aspecto
dudoso, y todos los médicos a los que normalmente llamaría para este tipo de cosas
están afiliados a Nicholai o a alguien más. Es cierto que el precio de cinco millones
de dólares debería haber desaparecido con Arnaldo, ya que fue él quien lo puso ahí,
pero yo valgo algo para alguien. Desenrosco la tapa de la botella de vodka y aprieto
los dientes mientras la vierto sobre la herida. Me escuece muchísimo, pero podría
ser peor. Hace unas semanas le metí una bala a Nero en el hombro, luego le eché
pólvora en la herida y le prendí fuego. Ojalá pudiera hacer lo mismo ahora, pero esa
mierda ya es bastante difícil de hacer a otra persona, no digamos a uno mismo.
Pienso en él y me pregunto qué estará haciendo ahora. ¿Seguirá buscándome? ¿Me
matará ahora que maté a su jefe? Se supone que la mafia se basa en la familia y la
lealtad, pero Nero mató a su propio hermano. No, algo me dice que no sentirá ni
una pizca de remordimiento por la muerte de Arnaldo. Pero él es un jugador de
poder, y a veces para ganar poder, las lealtades deben ser fingidas. Después de todo,
su poder proviene de la mafia y puede serle arrebatado con la misma facilidad. Le
prometí que volvería con él, pero ahora no sé si podré cumplir esa promesa. En
nuestro mundo, los sentimientos son baratos, las emociones inútiles y las lealtades
muy fáciles de comprar. Un acto, un momento, una muerte, y todas las piezas del
tablero se movieron. ¿Se movieron tanto que Nero y yo ya no estamos uno al lado
del otro, sino al otro lado del tablero?

En el momento en que me despierto todos mis sentidos están en alerta máxima.


Hay alguien en el apartamento. Me incorporo, cojo la pistola de debajo de la
almohada y le quito el seguro. La oscuridad me envuelve mientras salgo
sigilosamente de la cama, pero me quedo paralizada al oír el crujido de una tabla del
suelo justo al otro lado de la puerta de mi habitación. Joder. Cruzo la habitación de
puntillas y me agacho detrás de la puerta.

Aprieto la pistola con fuerza y pongo el dedo sobre el gatillo. Preparada. A la


espera. La pared me aprieta los omóplatos y mi mente se concentra, mis oídos captan
cada pequeño sonido. Deben ser los italianos. O peor, Nicholai. Si me recupera,
nunca me dejará salir de esa instalación, y este bebé... prefiero morir. Pero si fuera
Nicholai, sabría que una patada en la puerta bastaría para firmar su sentencia de
muerte. Mi mirada encuentra la mesilla de noche donde dejé las llaves del coche.
El tablón suelto de la puerta de mi habitación vuelve a chirriar y contengo la
respiración. Cada músculo de mi cuerpo se tensa mientras la adrenalina inunda mis
venas. Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que simplemente habría salido y habría
matado a todo el mundo, pero eso fue cuando yo era la cazadora, ahora soy la
cazada. Hay otro paso. La puerta chirría al abrirse, las bisagras chirrían en señal de
protesta. La luz de la calle que hay tras la ventana proyecta una tenue neblina en la
habitación, dibujando la silueta del brazo que sostiene una pistola apuntando a mi
cama vacía.

Bajo el arma, suelto la pequeña hoja del puño de la muñeca y la aprieto entre el
pulgar y el dedo como si fuera una aguja gigante. Este es el problema de esconderse
en una ciudad, los tiroteos llaman la atención. Me acerco sigilosamente por detrás,
silencioso como un fantasma. Mi mano se cierne sobre su boca al mismo tiempo que
le clavo la hoja en la garganta. Esta pequeña hoja me sacó de más situaciones que
cualquier pistola. No es lo bastante grande como para apuñalar a alguien en las
tripas o el pecho, pero es letalmente afilada y perfecta para abrir una yugular. Me
coge por sorpresa y me agarra de la pierna mientras cae, llevándome al suelo con
fuerza. El arma se me escapa de las manos y se desliza un par de metros lejos de mí.
Me arrastro por la alfombra, buscando mi arma mientras espero que el estallido que
indica mi fin resuene en mis oídos. Pero nunca llega. Lo único que oigo son los
últimos suspiros ahogados del hombre antes de caer al suelo con un ruido sordo. Se
oyen voces apagadas en el pasillo. Mierda.

Cojo la pistola y las llaves del coche y salgo disparada hacia la ventana. La
madera chirría contra el marco y el cristal tiembla cuando lo levanto. Supongo que
lo habrá oído medio vecindario, incluidos mis intrusos. Los pasos golpean el pasillo
y sólo puedo esperar que la oscuridad me dé los valiosos segundos que necesito para
escapar. Levanto la pierna por encima de la ventana y miro el suelo dos pisos más
abajo. Hace unos meses, habría saltado sin pensármelo dos veces, pero ahora, la luz
se enciende y me asusto, lanzando la otra pierna por el hueco y balanceándome
precariamente en el alféizar de la ventana.

—Morte. —Me quedo inmóvil, vacilando al oír esa voz profunda—. No lo hagas.
—me ordena. Ese rastro de acento hace que las palabras pronunciadas en voz baja
suenen duras. No debería mirarlo, debería saltar. Pero lo hago. Miro por encima del
hombro y mis manos se apoyan en el marco. Nero está de pie con su traje caro y el
pelo peinado de esa forma tan sexy que tiene. Sus ojos oscuros se clavan en los míos
y es como si el tiempo se detuviera. Veo la amenaza danzando en sus ojos, la
promesa de violencia e ira, pero también de deseo y ansia, arremolinándose y
mezclándose en algo potente y embriagador. Ese poder que emite parece
envolverme, adictivo y tan peligroso, tan seductor. Considero por un breve instante
la posibilidad de acercarme a él porque quiero que sea mi salvador en un mundo de
enemigos, mi monstruo para acabar con todos los demás. Pero puede que sea mi
enemigo, ya no lo sé. No puedo confiar en nadie más que en mí misma, y eso es
difícil, especialmente con él.

El aire se carga y crepita, su fuerza de voluntad se enfrenta a mi determinación


de sobrevivir a cualquier precio. Somos dos caras de la misma moneda que se
alimentan mutuamente. Una fuerza singular, caótica e imparable. Sus labios se
estiran en una esquina, la sonrisa amenazadora pero tentadora. Mi corazón se agita
en mi pecho al responder al hilo de miedo que infunde, ahora más que nunca.
Siempre parece tan bien arreglado, como si no fuera capaz de matar hombres a
sangre fría sólo por poder. ¿No dice siempre que parezco tan inocente? Ambos lobos
con piel de cordero.

Da un paso hacia mí, sin apartar los ojos de los míos.

—No te acerques más. —Me ignora y da otro paso. Le apunto a la cabeza.

—¿Qué vas a hacer, Morte? ¿Dispararme?

—Si hace falta. —Me voy de aquí, de una forma u otra.

Sus ojos se entrecierran.

—Eres mía —dice, pero las palabras no significan nada cuando la vida y la
muerte están en juego, y no puedo confiar en él. Un paso más—. ¿Por qué huyes?
Arnaldo está muerto. Dijiste que volverías conmigo. Aquí estoy, y tú estás a punto
de saltar por una ventana. —Si sólo Arnaldo fuera nuestro único problema.

—Perdóname si no confío en ti. —Veo a uno de sus hombres moverse en mi


periferia, intentando flanquearme—. Recuérdales a tus hombres que no tengo
ningún problema en meterles una bala entre ceja y ceja.

Levanta una mano y al instante retroceden.

—¿No confías en mí? Yo no soy el que huyó. —Da otro paso. Ahora está a unos
metros de mí. Desplazo ligeramente mi peso hacia delante en el alféizar de la
ventana.
—Esto fue genial y todo, pero no me apetece que me atrapen tus chicos ahí abajo.
—Señalo el callejón.

El suelo parece estar demasiado lejos, aunque en realidad sé que puedo hacer la
caída fácilmente si caigo rodando. Lo miro por última vez, memorizando cada
centímetro de su rostro perfecto. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanza sobre mí y
me empuja desde el alféizar de la ventana. El suelo se precipita a mi encuentro y mis
pies golpean con fuerza contra la calle. El dolor me sube por la pierna y los puntos
del muslo se desgarran mientras caigo rodando. Me levanto sobre una rodilla,
levanto la pistola y apunto a la ventana. Instintivamente, me llevo la otra mano al
estómago. Me encuentro con su mirada, pero está clavada en mi estómago, en el
pequeño pero distintivo bulto que sobresale entre mis caderas.

Aprieto los dientes contra el dolor de la pierna.

—Si alguna vez sentiste algo por mí, déjame huir, Nero —le suplico—. Volveré
a ti. —Y entonces me pongo en pie y corro, cada paso me produce un dolor punzante
en la pierna.

Estoy tan cerca del coche que puedo ver el capó asomando entre las sombras del
callejón. Avanzo cojeando, aferrando mi pistola, cuando algo choca con un lado de
mi cabeza y mi visión se nubla. Me tambaleo hacia un lado y siento que caigo. Unos
brazos fuertes me atrapan mientras mi cuerpo se dobla inútilmente. Apenas soy
capaz de distinguir el perfil borroso del rostro de Gio antes que todo se vuelva negro.
UNA

Cuando abro los ojos, una luz cegadora asalta mi visión. Intento echarme la
mano a la cara, pero no puedo. Miro hacia un lado y veo que tengo la mano atada
junto a la cabeza, con el puño de cuero sujeto a una cadena de varios centímetros.
Mi otro brazo está igual, y ambos están atados a la estructura de la cama debajo de
mí. De puta madre. Nero. Es lo último que recuerdo. La habitación en la que estoy no
tiene ventanas y tiene una puerta de aspecto bastante robusto, así que supongo que
estoy en algún sótano. Hay otra puerta entreabierta enfrente de mí y oigo el lento
goteo de un grifo. Me quitaron los pantalones de yoga y los sustituyeron por unos
pantalones cortos para dormir, y la camiseta manchada de sangre desapareció. Un
vendaje fresco cubre mi muslo.

Un fuerte gemido acompaña la apertura de la puerta cuando Gio entra. Su


habitual expresión seria enmascara su rostro.

—¿Qué tal la pierna?

—Que te jodan, Gio. ¿dónde está Nero?

Suelta una carcajada mientras sacude la cabeza. La desaprobación tiñe el aire, y


estoy segura que el tipo más leal a Nero me odia.

—Está ocupado. —Por supuesto que lo está. Gio toma asiento en el borde del
colchón y coloca su mano sobre mi muslo, inspeccionando mi pierna. En cuanto su
piel entra en contacto con la mía, me pongo rígida y tensa. ¡Matar! ¡Matar! ¡Matar!
Ese único instinto ruge en mi cabeza, el impulso es tan fuerte e instintivo que me
duele no actuar en consecuencia. Tiro de las ataduras y el cuero me muerde las
muñecas. Su mano abandona por fin mi pierna y suspiro aliviada.

—¿Cuánto tiempo vas a tenerme atada así?

Sus ojos se cruzan con los míos.


—Hasta que sepa que no vas a matar a todo el mundo en el edificio.

—Permanentemente entonces.

—Hasta que Nero baje aquí y se encargue de ti personalmente.

—Dices eso como si no fuera a matarlo.

Sus ojos se dirigen a mi estómago.

—Yo diría que actualmente tienes ventaja en esa pelea, ¿no?

Resoplo.

—Le das demasiado crédito.

Sus cejas se fruncen.

—Deberías habérselo dicho.

Su juicio silencioso me produce rabia.

—No le debo una mierda. —Independientemente de lo que sienta por Nero, de


lo que se haya convertido para mí, el hecho es que me chantajeó. Me puso a
sabiendas en una situación que me colocó justo en el punto de mira. Recibí la bala
teórica por él. Y en algún momento me hizo sentir algo por él. En medio del caos,
consiguió ganarse mi lealtad sin que yo me diera cuenta que se la di, pero esto es
diferente. Este bebé es algo que no puedo explicarle porque ni siquiera puedo
explicármelo a mí misma.

—Podríamos haberte ayudado.

—No necesito tu puta ayuda, Giovanni. Te olvidas de quién soy. —Mi rabia se
eleva como una cosa viva, que respira. Incluso la fría asesina que hay en mí es
protectora con este niño cuando no debería ser más que desprendida. Estoy confuso,
pero me dejo llevar por el instinto y mataré a cualquiera que intente hacernos daño.

Gio se levanta y se aleja de mí.


—Yo no olvido, Bacio Della Morte. —Sus ojos se vuelven duros e implacables
mientras saca una jeringuilla del bolsillo. Me sacudo contra las ataduras y gruño
cuando me acerca la aguja a la piel.

—Voy a matarte, Gio. Dolorosamente. Lentamente.

Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios antes que la aguja atraviese mi piel
y el émbolo se oprima. Sale de la habitación dando un portazo. Y entonces, todo se
vuelve negro.

Cuando me despierto de nuevo, ya no tengo las manos atadas. Tengo la camisa


levantada y los restos de algo húmedo me cubren el estómago. La ausencia de dolor
en la pierna indica que me dieron analgésicos. Me pongo en pie y me tambaleo un
poco al sentir los efectos del sedante. Mis ojos observan cada centímetro de la
habitación mientras la atravieso, planeando desesperadamente. La otra puerta da a
un cuarto de baño, como sospechaba. Es básico. Ducha, lavabo e inodoro. Enciendo
la ducha, me quito la ropa y entro. El agua caliente lava lo que parecen semanas de
mugre y suciedad, tiñendo el agua de un tono rojizo a medida que la sangre seca,
tanto la mía como la de los demás, abandona mi piel. Me quito el vendaje del muslo
y examino la herida. Tiene mejor aspecto, menos irritada e hinchada. Gio debe de
haberme dado antibióticos. Mientras me pongo bajo la ducha, empiezo a formar un
plan en mi mente. Por ahora, esperaré a ver si Nero hace algún movimiento. El
problema con él es que es aterradoramente impredecible, incluso para mí. En un día
o dos tendré una idea más clara de lo que está pasando.

Una vez limpia, salgo y me envuelvo en la toalla. Y entonces empieza. El


aburrimiento. Los paseos. Al cabo de un rato, siento que las paredes se cierran sobre
mí y me dan ganas de arrancarme los pelos.

Por fin oigo el clic de la cerradura de la puerta y me preparo para atacar, pero en
cuanto se abre un resquicio, me apunta con una pistola.

—No pensarías que iba a entrar aquí desarmado, ¿verdad? —pregunta Gio—.
Amenazaste con matarme.

Sonrío fríamente.

—Yo no amenazo.
Se ríe y hace una señal a alguien detrás de él. Tommy entra en la habitación con
una bolsa de papel marrón y ropa doblada. No puedo evitar sonreír cuando le veo.

—Irlandés —le digo. Una sonrisa tímida se dibuja en sus labios y sostiene la
bolsa delante de él, estirándose como si intentara mantenerse lo más lejos posible de
mí. Pongo los ojos en blanco y le arrebato la bolsa. Se sobresalta—. Una vez te
noqueé, Tommy.

—Mira, das miedo en tus mejores días. ¿Pero embarazada? Las hormonas
vuelven loca incluso a una mujer cuerda.

Le fulmino con la mirada.

—Juro que no tienes ningún tipo de instinto de conservación, chico —suspira


Gio.

Tommy se encoge de hombros.

—Lo siento, Una, pero es verdad.

—Si fueras cualquier otro... —Siempre me gustó Tommy. Quizá sea porque es el
punto débil de Nero, o quizá porque consiguió mantenerse relativamente inocente
en este mundo de corrupción. En cualquier caso, es como un cachorro al que no
soportarías hacerle daño. Deja la ropa sobre la cama y se da la vuelta, caminando de
nuevo hacia la puerta.

—Pensaba que eras su valiosa mano derecha, Gio. Pero Nero te tiene
cuidándome como a un chico de los recados.

Sus labios se crispan.

—Ambos sabemos que matarías a un chico de los recados. —El hombre es casi
imposible de irritar, y no es la primera vez que deseo estar tratando con Jackson.

—Cierto. ¿dónde está Nero?

—Sigue ocupado. —Su boca se tensa. Y esa expresión me dice algo. Sea lo que
sea lo que está pasando, Gio no lo aprueba. Retrocede y la puerta se cierra de golpe.
¿Qué estaría haciendo Nero que no le gusta a Gio? Es una pregunta estúpida.
Todo. Nero es el chico malo de la mafia, sin sentido del honor ni del deber. Vi
suficiente de su dinámica para saber que Gio es el polo opuesto. Él es todo deber y
lealtad. Resulta que es leal a Nero.

Opción uno, Nero va contra el resto de la mafia y a Gio no le gusta. Opción dos,
Nero va contra mí. A la mafia le importan sus mujeres y niños, así que es lógico que
a Gio tampoco le guste. Mierda, no lo sé. Estoy atrapada aquí, tratando de analizar
la ética de hombres que no tienen ninguna y esperando que el más desalmado de
todos esté tratando de ayudarme en vez de matarme.
UNA

No sé cuánto tiempo llevo en esta habitación, pero sin duda varios días. De vez
en cuando, Gio y Tommy vienen aquí y me dan comida, siempre con una pistola
apuntando hacia mí. Cuanto más tiempo pasa, más sospecho. Me tienen como a una
prisionera. Puede que Arnaldo esté fuera de juego, pero los italianos siguen
queriéndome muerta. Probablemente aún más ahora, por lo que, es razonable que
la lealtad de Nero se haya inclinado en su dirección. Cuanto más tiempo estoy aquí,
más convencida estoy que está en mi contra. Es sólo cuestión de tiempo antes que
me entregue a su nuevo jefe. Nicholai podría tener suficiente poder para sacarme de
esto, pero es la última persona que quiero que me salve por varias razones. Preferiría
arriesgarme con los italianos. Al menos protegen a los niños en lugar de convertirlos
en soldados.

Para cuando Gio entra con la comida, ya terminé. Levanta la pistola y yo le


entrecierro los ojos. Uno de los tipos que no conozco trae comida a la habitación,
pero en lugar de mantenerme a distancia como hasta ahora, cargo contra él. Me
arriesgo. No creo que Gio sea capaz de disparar a una mujer embarazada. Me
dispararía a mí sin pensarlo dos veces, pero ¿llevar al hijo de Nero? Lo dudo mucho.

—¡Una! —me grita Gio.

Le doy un puñetazo en la garganta y se ahoga, agarrándose el cuello. Le agarro


por el cuello y tiro de su cuerpo hacia mí.

—Maldita sea, Una. —Gio me mira por encima del hombro del tipo.

—Te lo voy a poner muy fácil, Gio. Puedes llevarme hasta Nero, puedo romperle
el cuello a este tipo, o puedo quitarte esa pistola y matar a todo el mundo en esta
casa hasta que encuentre a ese bastardo.

Gio inhala fuertemente, sus ojos se clavan en los míos.

—De acuerdo. —Se aparta de mí y sale al pasillo.


—Camina —le ordeno al chico. Lo hace, siguiendo a Gio. Subimos unas escaleras
y cruzamos una puerta que da a un pasillo. Un pasillo que conozco muy bien, porque
estuve en él hace sólo unos días—. Tienes que estar bromeando —susurro en voz
baja. La casa de Arnaldo. ¿Estamos en la maldita mansión de Arnaldo? Esto no está
bien.

Mis ojos recorren el pasillo y dos tipos se nos acercan. Gio les dice algo y ellos se
hacen a un lado, apretándose contra las paredes a ambos lados mientras pasamos.
Miro a uno de ellos y veo la pistola que lleva en la funda del pecho. Empujo mi
escudo corporal un paso hacia delante y él se tambalea, dándome la oportunidad
perfecta para clavarle la rodilla entre las piernas. En la fracción de segundo en que
sus gemidos provocan una distracción, me lanzo sobre el otro tipo y le propino un
puñetazo en la sien lo bastante fuerte como para que se tambalee sobre sus pies. Le
rodeo con los brazos y le saco las dos pistolas de la funda del pecho. Nunca me sentí
tan aliviada por tener un arma en la mano. Vuelvo a estar completa. Completa. Me
doy la vuelta, empujo al tipo al suelo y subo ambas armas para enfrentarme a Gio y
al otro hombre, que ahora me apuntan con sus armas.

Sonrío, adorando la emoción del peligro que sólo se produce en una situación
imposible.

—Ya pasamos por esto antes, Gio. No puedes dispararme antes de que yo te
dispare a ti.

Su expresión se transforma en un ceño feroz.

—Suelta las armas, Una. —Empiezo a retroceder por el pasillo, con los pies
desnudos sobre el suelo de mármol.

—No creo que lo haga.

—No somos el enemigo.

—Bueno, ahora mismo me siento como una prisionera.

—Es por tu propia protección. —No estoy seguro si Gio realmente cree eso. Sólo
es lo suficientemente honorable para pensarlo.

—¿Protección de quién?

Resopla profundamente.
—De ti misma, principalmente.

—Buen intento, pero no vi a Nero. Y mejor que creas que no confío en ese
bastardo en el mejor de los casos. —Los ojos de Gio se desvían sólo una fracción de
pulgada sobre mi hombro izquierdo, y mantengo un arma apuntándole mientras mi
otro brazo vuela hacia el otro lado, apuntando al recién llegado. No tengo que mirar
para saber quién es, la energía turbulenta es como estar de pie en una tormenta
eléctrica. Nero.

—No me viste, porque no quería verte. —No puedo evitar mirarlo. Nero luce
ferozmente poderoso en un traje a medida. Está perfecto, sin un solo pelo fuera de
su sitio. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos, siempre llenos de hermosas
promesas de sangre y dolor. Su mirada me revuelve el estómago y lucho contra mi
pulso acelerado, obligándome a concentrarme. No. No es más que una amenaza, un
enemigo potencial. Apunto con la pistola a su hermoso rostro, con el dedo posado
sobre el gatillo, como si el arma fuera una mera extensión de mí misma.

—¿Intentas mantenerme prisionera? Gran puto error. —Oigo pasos detrás de


mí—. No necesito mirarte para dispararte, Gio.

Los labios de Nero se crispan y mira a Gio.

—Vete.

—Nero...

—¡Vete! —ruge. Oigo un suspiro de desaprobación, el arrastrar de pies que


desaparecen por el pasillo antes que se cierre una puerta. Y luego el silencio. Sólo él
y yo.

Ahora le apunto con las dos pistolas, con los dientes apretados mientras miro
fijamente al hombre que una vez sentí como mínimo como un aliado. Una extraña
sensación de traición se desliza a mi alrededor, apretándome hasta que este horrible
sentimiento astillado se instala en mis entrañas. Da un lento paso hacia delante y
aprieto el cañón de la pistola contra su frente. Ya estuvimos aquí antes, exactamente
en la misma posición: yo apuntándole a la cabeza con una pistola y él completamente
intrépido. Me atraía esa confianza, me fascinaba. Me infundió una desconfianza que
no sentí en mucho tiempo. Me mira fijamente con una fría indiferencia, una crueldad
que hace que mi corazón lata con fuerza y mi respiración se entrecorte. Esa pequeña
fisura de miedo me llama, me hipnotiza. Lo alejo y me concentro en lo que hay que
hacer.

—¿Quién es el nuevo subjefe? —pregunto, aprovechando la oportunidad para


recabar información. Ya no puedo confiar en Nero, y eso significa conseguir lo que
pueda y largarme de aquí.

—Tenemos que hablar.

Resoplo una carcajada.

—Tuviste varios días para hablar conmigo. Me temo que no tienes suerte, así que
responde a mi pregunta. ¿Quién viene por mí ahora? —Mi mirada se desvía hacia
las puertas que puedo ver. Esto está tardando demasiado. Me siento fuera de control
y no me gusta nada.

—Nadie viene por ti. Tú mataste a Arnaldo.

—La mafia es como las ratas. Matas a una y dos más aparecen en su lugar.

—Una. —Su mano se levanta lentamente y cubre la mía. Parte de la frialdad


desaparece de sus ojos y es sustituida por algo familiar pero no menos peligroso.
Dejo que me empuje la mano hacia abajo hasta que el arma permanece a mi lado.
Me invade una repentina oleada de cansancio. Los meses de huida me pasaron
factura y a veces parece que nunca vayan a terminar. Cierro los ojos durante un
segundo, luchando contra la fatiga y la sensación de traición unida a este extraño
dolor.

—Soy el nuevo subjefe —dice en voz baja—. Nadie te hará daño.

Abro los ojos de golpe.

—¿Qué diablos?
NERO

Se ve tan feroz. Tan hermosa. Su pelo, antes rubio blanquecino, está teñido de
un castaño apagado y no me gusta. La hace parecer mucho menos de lo que
realmente es: extraordinaria. Parece cansada y delgada. Su rostro está dibujado con
círculos oscuros persistentes debajo de sus ojos. Y, por supuesto, está embarazada.
Pensaba que nada podía escandalizarme estos días. Me equivoqué. Mil preguntas
siguen rondando por mi cabeza como una maldita banda de música y, sin embargo,
estoy extrañamente insensible, desconectado de todo.

Lleva tres días encerrada en el sótano porque no sé qué carajo decirle. Me enoja
que huyera, que se fuera sin más explicación que una nota. No confiaba en que yo
la protegiera de Arnaldo, o al menos eso pensaba yo. Sólo que ahora la encuentro, y
está embarazada. Tiene que ser mío. ¿Por eso se fue, porque no quería decírmelo? Y
entonces, comienza un nuevo canal de preguntas. Vueltas y vueltas, pero siempre
acompañadas de este enfado constante.

Me sigue hasta uno de los salones de la mansión y yo me dirijo al rincón,


sirviéndome un vaso de whisky. Estoy a punto de dárselo cuando dudo. Está
embarazada. Me lo bebo todo. Lo necesito.

Una echa un vistazo nervioso a la habitación, aún con las dos pistolas en las
manos. Parece dispuesta a matar a todo el mundo y salir corriendo en un abrir y
cerrar de ojos. No voy a dejar que se vaya.

—¿Por qué no me lo dijiste? —La pregunta suena como una acusación. Se sienta
en el sofá y cruza una pierna sobre la otra. Sigue llevando solo una camiseta de
tirantes y unos pantalones cortos, y mis ojos siguen la longitud de sus largas piernas
antes de detenerse en su estómago—. Tenía derecho a saberlo.

—¿Por qué? ¿Para decirme que me deshaga de él? ¿O quizás te gustaría jugar al
papá del año? —Ladea la cabeza, con una expresión irritantemente vacía.
Tiene razón. Esto nunca formó parte de ningún plan. ¿Qué le habría dicho?

—Así que en vez de eso, ¿Te levantaste y huiste? Pensaste: “¡A la mierda! Me
buscan algunas de las personas más poderosas del mundo, ¿pero me dejaré
completamente desprotegida mientras estoy jodidamente embarazada?” —No me
doy cuenta de que le estoy gritando hasta que paro. El silencio resuena en la
habitación, interrumpido únicamente por el sonido de mi respiración agitada.
Nunca lo habría querido si ella me lo hubiera dicho, pero ahora no es una opción.
La idea que Arnaldo intente matarla ya es bastante mala, pero sé que Una puede
arreglárselas sola. Pero si añadimos esto a la situación, es muy diferente.

—Siempre estoy protegida. No olvides quién soy. —Me fulmina con la mirada.

Su desafío me enoja. Cierro el espacio entre nosotros, me inclino y agarro el


respaldo del sofá junto a su cabeza. Levanta la barbilla y curva la comisura de los
labios. Sus extraños ojos violetas se cruzan con los míos y la amenaza de violencia
se arremolina en el aire como una tormenta inminente. Joder, eche de menos esto.
La eche de menos. Después de todo, ¿qué es el poder sin alguien que lo desafíe
constantemente? Mis dedos rodean su garganta, donde deben estar.

—No soy yo quien olvida.

Me agarra la muñeca, me araña la piel con las uñas, y es aquí, con esta guerra
tácita entre nosotros, cuando más la deseo. Quiero su brutalidad y su odio, su dolor
y su debilidad, pero sobre todo quiero su corazón, su cuerpo, su alma. Quiero todo
lo que ella tiene para dar, y siempre lo querré. El tiempo y la distancia no cambian
nada. Ella no puede dejarme atrás. Somos perfectos como sólo pueden serlo dos
personas tan volátiles como nosotros.

Estoy enfadado, pero no puedo negar el poder que ejerce sobre mí. Nunca sé si
quiero matarla, besarla o ambas cosas. Pego mis labios a los suyos, ansiando su
sabor. Me muerde el labio inferior y me clava la palma de la mano en el centro del
pecho con fuerza suficiente para apartarme. Me pongo en pie y la veo dar vueltas
detrás de mí, observando mi cuerpo como un comandante enemigo en busca de un
punto débil.

—No confío en ti, Nero.

—No soy yo quien demostró no ser de fiar.


Se cuadra hacia mí.

—Dime... ¿cómo se pasa de simple ejecutor a subjefe en tan solo unos meses? —
Levanta una ceja—. Aunque alguien chantajeara a una asesina, le quitara toda
competencia y, a su vez, pusiera precio a su cabeza... Incluso así, no podrías llegar a
subjefe. —Ladea la cabeza—. Dime, capo, ¿a quién chantajeaste para conseguir este
trabajo?

Deslizo la mano hacia la parte baja de su espalda y la acerco. Su vientre redondo


me aprieta y no debería importarme, desde luego no debería gustarme, pero hay
algo increíblemente excitante en que tenga a mi bebé dentro de ella. ¿Mi pequeña
mariposa cruel siendo maternal? No encaja.

—Dime que confías en mí y te contaré cómo llegué hasta aquí —le susurro al
oído.

—No confío en ti.

—Pues entonces estamos en un callejón sin salida porque para explicártelo tengo
que decirte algo que muy poca gente sabe. Tengo que confiar en ti, y eso va en ambos
sentidos.

Se aparta ligeramente de mí, con las cejas fruncidas.

—¿Quieres que te mienta? —Los últimos meses la volvieron recelosa. Incluso


más de lo normal.

—¿Por qué hacerlo, Morte? ¿Por qué huir y esconderte, incluso después de matar
a Arnaldo? ¿Por qué huir de mí? ¿Por qué no confiar en mí? ¿No estaba yo allí
cuando la mierda golpeó el ventilador?

—Tú provocaste la mayor parte de esa mierda. No puedes declararte héroe sólo
porque arreglaste tu propio desastre. —Se separa de mí y camina frente al sofá de la
misma manera que siempre lo hace cuando está agitada—. Te lo diré si tú me dices
por qué eres el jefe —me ofrece.

Siempre con la negociación.

—Mi padre, mi verdadero padre, es el jefe.

Sus ojos se abren de par en par y se detiene.


—¿El gran jefe? ¿Tu padre es Cesare Ugoli? —Asiento y ella niega con la
cabeza—. Debería haberlo sabido —murmura—. ¿Y tú lo supiste todo este tiempo?

—Sí.

La comprensión cubre sus facciones.

—Este era el plan. Este fue siempre el plan. Anna... todo era para esto.

—Desde el primer momento en que nos conocimos todo fue orquestado para
este punto exacto, para que mataras a Arnaldo. Para que yo me convirtiera en el
subjefe. —Sus facciones se endurecen y la conozco lo suficiente como para ver el
momento preciso en que bloquea sus emociones—. Pero nunca esperé quererte.
Cuando estuviste en peligro, creí que podría protegerte, pero huiste.

Resopla y se gira para mirarme.

—Sabía dónde me metía. Sabía que eras un idiota y que me estabas utilizando.
—Aceptó.

Me acerco más, me meto a la fuerza en su espacio. Ella se aparta hasta que la


pared queda a su espalda y yo apoyo la mano junto a su cabeza.

—Te toca a ti. ¿Por qué huyes?

Su cálido aliento me acaricia la garganta.

—Porque tenía un golpe de cinco millones de dólares y ni idea de quién lo


ejecutó.

Me acerco más y rozo su mejilla con mis labios. Huele a vainilla y a aceite de
armas, y sólo ese aroma hace que mi polla se ponga dura por ella. Intenta apartarse
de mí, pero aprieto mi cuerpo contra el suyo.

—Si fuera eso, ¿por qué saltaste por la ventana después de matar a Arnaldo?

—Yo... —balbucea, abriendo y cerrando la boca. ¿Quién iba a pensar que Beso
de la muerte se quedaría sin palabras?

—Eres mía, Morte. Te habría protegido.


—Necesito hacer esto por mi cuenta —respira, y puede que sea lo más
vulnerable que la haya oído nunca.

—¿Hacer qué por tu cuenta? —pregunto apretando los dientes.

Aprieta los ojos y entreabre los labios. Parece tan frágil, tan inocente, aunque sé
que no lo es.

—Necesito irme de aquí, Nero —casi suplica. Sisea entre mis dientes y vuelvo a
rodearle la garganta con la mano, apretando la delicada piel. Abre los ojos y me
abraza con fuerza. Sus labios acarician los míos, su cálido aliento me roza la lengua
y hace que el pulso me martillee las venas—. Deja que me vaya y, dentro de unos
meses, volveré contigo. —Entrecierro los ojos, intentando descifrar sus
pensamientos—. Te lo prometo. La reina protege al rey, ¿recuerdas?

—Ya no.

Echa la cabeza contra la pared y se muerde el labio inferior. Nunca vi a Una tan
abatida, como si hubiera luchado contra el mundo y siguiera en pie.

—Por favor.

—¿Por qué? ¿Qué tienes que hacer que te llevará meses? —Y entonces todo
encaja como un agujero en un rompecabezas—. No. —Agarro su garganta con más
fuerza, hasta que la empujo contra la pared—. ¡No!

Su puño me golpea el estómago. Gruño y aprieto mi cuerpo contra el suyo hasta


que nuestros labios casi se tocan.

—Déjame ir a tener el bebé y volveré después.

—¿Es esto lo que planeabas? ¿Tener a mi hijo en un país extranjero y


abandonarlo sin más? —Mi voz se eleva, mi temperamento roza la rabia.

Ella me empuja.

—¡No, lo voy a dar en adopción! Eso no es abandonarlo.

—¡Joder! —Todo mi cuerpo se eriza de rabia y quiero alejarme de ella, pero, al


mismo tiempo, no quiero dejarla ir nunca más. ¿Cómo pudo hacer esto?

—¿Qué sugieres?
—Si no lo querías, joder, ¿por qué no te deshaces de él? —Le gruño en la cara.

Una se queda quieta y mira al suelo.

—No podría. Pero tampoco lo haré. —Hace un gesto entre los dos—. Míranos,
Nero. No puedo tener un bebé. Los niños necesitan... no sé... no nosotros.

Mi ira se disipa y la suelto. Ah, mi mariposa cruel. Es tan fuerte, pero tan
irremediablemente dañada, tan arraigada a sus costumbres. Piensa en sí misma
como un arma, algo entrenado y desatado. Nada más. Pero es mucho más. Lo dejó
todo para salvar a su hermana, una hermana a la que no vio en trece años. Una
hermana que, gracias a un riguroso entrenamiento y acondicionamiento, debería
haber pasado a ser intrascendente. De lo que no se da cuenta es que Nicholai quiere
que no sienta nada, pero ella sí, y eso significa que él no pudo doblegarla. Lo que
Una ve como debilidad es una prueba de lo fuerte que es. Tiene razón. Somos y
siempre seremos despiadados y brutales. Está arraigado. Instintivo. Sé que lo que
dice es cierto, y sin embargo, quiero algo que nunca fue un factor hasta ahora. Hasta
que está frente a mí y crece dentro de ella; mi peligrosa reina.

—Puedes estar dañada, Morte, puedes ser una asesina, pero no careces de
corazón. —Acaricio su mejilla, y cuando abre los ojos, una sola lágrima patina por
su mejilla. En el tiempo que llevo conociendo a esta mujer la vi matar sin pestañear,
amenazar a la gente sin remordimientos. La oí gritar gritos desgarradores de
angustia mientras dormía y la vi llorar por su hermana. La vi resquebrajarse
lentamente, romperse pedazo a pedazo, y con cada nueva parte astillada de ella me
siento más atraído hacia ella. Pero somos lo que somos. Una debe ser siempre mi
fuerza, y yo la suya, porque si no nos convertiremos rápidamente en la debilidad de
la otra. Somos iguales, pero mis próximas palabras cambiarán esa dinámica—. Tú te
quedas aquí. No me obligues a obligarte —le digo, antes de apartarme de ella y salir
a grandes zancadas de la habitación.

—¡Nero!

Acabo de convertir a Una en mi mayor debilidad, y a mí en padre. El pobre chico


no tiene ninguna posibilidad, pero no dejaré que lo críe un extraño como me criaron
a mí.
UNA

Paso adelante y atrás en el dormitorio que me mostraron a través del guardia


armado. Retiro la cortina unos centímetros y miro a los tres hombres que vigilan
justo debajo de la ventana. Y me miran a mí. Todos sabemos que están aquí para
mantenerme dentro, no para sacar intrusos, pero al menos podrían fingir. Dejo caer
la cortina con un gemido frustrado. No seré prisionera de Nero. Que se vaya a la
mierda. La habitación huele a él, su colonia se adhiere sutilmente a la ropa de cama.
Me siento en el borde del colchón e intento pensar en una salida.

Nunca consideré la posibilidad que Nero quisiera un bebé. Supongo que nunca
lo consideré porque se suponía que él nunca se enteraría. Y ahora, nunca me va a
perder de vista otra vez.

Cuanto más tiempo estoy atrapada aquí, más pánico empiezo a sentir. Estaba
huyendo de Arnaldo. Estaba huyendo de Nero, pero sobre todo, estaba tratando de
mantenerme fuera del radar de Nicholai. El hecho es que mi hijo nunca estará a salvo
mientras sea mío, mientras esté conmigo. Debido a Nicholai. Su obsesión por los
soldados de diseño empezó con los niños de cierta edad, alrededor de los diez años,
como era yo. Un niño está listo para aprender a luchar a los diez años, para ser
acondicionado y perfeccionado como una hoja fina. Nunca tuvo ninguno menor de
ocho años, hasta que uno de sus soldados dejó embarazada a una cocinera en una
de las instalaciones. Fui con él a recuperar al niño. Yo tenía dieciocho años entonces,
pero aún recuerdo cómo miraba a aquel bebé como si fuera un arma nueva en su
arsenal. Un juguete reluciente. Después de aquello oí susurros y rumores que se
criaban bebés, que la Elite ya no se esterilizaba. Cuanto más pequeño es el niño, más
se le puede condicionar durante sus años de desarrollo. Por supuesto, entonces no
me importaba el destino de los niños. No eran asunto mío. A decir verdad, sigue sin
importarme. Pero me preocupo por mi hijo. Si Nicholai supiera de este bebé, lo
querría. Soy, después de todo, su favorita. Me imagino cómo se le iluminarían los
ojos si tuviera a mi hijo en sus manos.
No estamos seguros aquí. Nero y yo vivimos en un mundo plagado de enemigos
y peligros en el que las opciones son limitadas, así que de mí depende que se tome
la única opción plausible. Cuando se trata de esto, la opinión de Nero es
intrascendente porque no puede entender de lo que Nicholai es capaz.

Por supuesto, ahora estoy aquí, y Nicholai me encontrará. Necesito hablar con
Sasha y ver lo que sabe. También quiero hablar con Anna, porque a pesar de todo lo
que está pasando, hice todo esto por ella, por nosotros. Trabajar con Nero fue todo
para que ella pudiera ser libre, pero ahora que lo es, me encuentro dudando. Quiero
recuperar a mi hermana pero, al mismo tiempo, quiero mantenerla lo más lejos
posible de este lío. Ella es libre, un lujo que yo nunca tendré. Nicholai siempre será
mi dueño, siempre me querrá. La ira, la frustración y el miedo se mezclan y me
tienen permanentemente en vilo. Añoro los tiempos no tan lejanos en los que las
emociones eran un concepto extraño para mí. Hoy en día, soy un desastre hormonal
inestable.

Me levanto y abro la puerta de la habitación. Dos tipos trajeados se cruzan en mi


camino y bloquean la puerta. Uno de ellos saca la pistola y yo sonrío.

—¿De verdad? Toca esa pistola y más te vale estar preparado para usarla. —
Estoy irritada y cansada, y no estoy de humor para los aspirantes a soldados de
Nero. El tipo abre mucho los ojos, pero no dice nada—. Necesito un teléfono —digo.
Los dos me miran sin comprender—. ¡Ahora!

—El jefe no lo permitió.

Resoplo una carcajada.

—Les sugiero que me consigan un puto teléfono o les romperé la nariz a los dos
y luego le cortaré el cuello a su jefe mientras duerme. —Sonrío dulcemente—. No
me pongas a prueba.

El que estaba buscando su pistola retrocede, mirando nervioso al otro.

—Vete —dice su amigo, moviendo la cabeza hacia un lado. El tipo se da la vuelta


y se aleja por el pasillo.

—SABIO. —Vuelvo a entrar en la habitación y cierro la puerta tras de mí. Tengo


un as en la manga: el miedo. Sus hombres me tienen miedo, pero la pregunta es: ¿a
quién temen más, a mí o a él? Podrían arriesgarse a que yo les rompa el cuello para
evitar ser destripados por Nero. Elecciones, elecciones.

Empieza a dolerme la cabeza, así que me tumbo en la cama mientras espero.


Debo de haberme quedado dormida, porque me despierto sobresaltada cuando
alguien me toca el hombro. Nero esquiva mi golpe reflejo dirigido a su garganta.

—¡No hagas eso! —grito.

Se ríe y se aleja un paso de la cama.

—Ah, Morte, te eche de menos. Dormir es tan... reparador sin ti.

Me siento y me paso una mano por el pelo.

—¿Qué hora es?

—Tarde.

Supongo que no voy a tener ese teléfono. Se quita la chaqueta y la tira sobre el
respaldo de la silla que hay en una esquina de la habitación. Sus hábiles dedos se
mueven sobre los botones de la camisa y no puedo evitar seguir su rastro,
observando cómo la tela se desprende lentamente sobre la piel bronceada. Cuando
levanto la mirada, sus ojos oscuros brillan con algo peligrosamente hipnótico. Me
obligo a levantarme y me dirijo al baño. Pero antes de dar un paso dentro, sus manos
están en mis caderas. Mi cuerpo se pone rígido durante un segundo, años de
condicionamientos que me exigen reaccionar antes de relajarme lentamente. Es su
tacto. Nero, mi excepción adictiva y letal.

El calor de su pecho se encuentra con mi espalda, traspasando el material de mi


camisa. Sus labios rozan mi hombro e inclino el cuello hacia un lado mientras mi
piel estalla en cosquilleos. Su polla dura me aprieta la parte baja de la espalda. Me
doy la vuelta y me alejo de él. Arquea una ceja y apoya los antebrazos a ambos lados
del marco de la puerta mientras me observa. Está sin camiseta y cada músculo se
flexiona en un alarde de poder. Los tatuajes le recorren los brazos y la tinta envuelve
sus extremidades como serpientes. Con su traje, casi podrías confundir a Nero con
alguien sofisticado, civilizado, pero es aquí, cuando está así, cuando no puede
esconderse. Todo en él es afilado y letal, creado con el único propósito de destruir.
Siempre vislumbré bajo el barniz de Nero, pero cuanto más me acerco, más veo.
Ahora mismo, es como el diablo tomando su verdadera forma.

Mi estómago se aprieta y el calor me recorre la piel cuando avanza a toda prisa,


apiñándome contra el tocador.

—No huyas de mí, Morte. —Su voz, profunda y áspera, se apodera de mis
sentidos.

—NO HUIRÉ.

Me alcanza y me levanta sobre el tocador, la superficie helada me produce un


escalofrío en la piel. Su ancho cuerpo se aprieta entre mis piernas hasta consumirme,
rodeándome en todos los sentidos. Con un dedo bajo la barbilla, me obliga a mirarle.

—Siempre estás huyendo. —Me roza el labio inferior y yo mordisqueo la yema


de su pulgar. La oscuridad se dibuja en sus ojos y esa mirada es suficiente para
hacerme temblar de necesidad. Es la promesa de algo explosivo, pero nunca sé qué
camino tomará. Puede follarme o estrangularme. Es una atracción de la naturaleza
más impredecible.

—No de ti —susurro. Es una verdad y una mentira envueltas en una. Quiero


huir de Nero porque quiero huir hacia él, y eso me aterroriza.

—Mentira ¿Hasta dónde habrías llegado si no te hubiera atrapado? —El aire


crepita con electricidad y su ira es casi palpable.

Intento apartarlo, pero es imposible.

—No tengo por qué darte explicaciones. —Una lenta sonrisa se dibuja en sus
labios, fría y calculada. El corazón me palpita en el pecho, la adrenalina me inunda
las venas, y no puedo evitar devolverle la sonrisa. Es como mi subidón personal.
Una inyección de adrenalina directa a mi alma, que me recuerda lo que es estar viva,
ser humana. Agarro su mandíbula y me inclino hacia delante, rozando mis labios
con los suyos—. Yo no huyo de ti. —Le muerdo el labio inferior, esperando todo el
tiempo a que arremeta. Sinceramente, lo deseo. Vivo para ello.

—No. A mí, me peleas.


—Me pones violenta.

Sus dedos se enredan en mi pelo y me echa la cabeza hacia un lado, rozándome


la mandíbula con sus labios.

—Me das ganas de cazar a todos los que te hacen daño y desangrarlos.

Me muerde la garganta y mi pulso se acelera en respuesta.

—No puedes matar a todo el mundo, Nero.

—Pruébame, joder —dice como si fuera su voto solemne, y quiero creer que está
en su mano, en nuestra mano. Me agarra el pelo con fuerza y sus labios chocan contra
los míos. Gimo mientras esa dulce batalla se libra entre nosotros, el sonido de su
profundo gruñido es como el choque de cuchillas de acero en mis oídos. Su áspera
barba raspa mi piel y me mete la lengua en la boca. Le abro el cinturón, deslizo la
mano por debajo del elástico de sus calzoncillos y lo rodeo con la mía. Sisea entre los
dientes y su cuerpo se retuerce como una serpiente a la espera de asestarle un golpe
mortal. Trabajo sobre él, viendo cómo se retuerce más y más con cada golpe. Me
empuja hacia atrás hasta que me apoyo en los codos, con la cabeza apoyada en el
espejo en un ángulo incómodo. Me agarra la cara, los dedos se hunden brutalmente
en mi piel y me golpea la mejilla contra el cristal. Mis respiraciones no son más que
rápidos jadeos cuando acerca sus labios a mi oreja.

—Eres mía, Morte. —Me toca la cara con la frente y recorre con la mano el
interior de mis muslos separados. Cuando me roza, un gemido sale de mis labios.
Ansío esto, su tacto, su rabia, su total posesión.

Me mete dos dedos y aprieto los dientes.

—Mírame —gime, con su aliento caliente bañándome la cara. Me folla con la


mano y me siento tan expuesta a él, tan cruda. Me encanta y lo odio a la vez. Me
hace voluntariamente vulnerable, y me siento tan desesperadamente débil por él,
pero a la vez inquebrantablemente fuerte.

Casi gimo cuando se aparta para quitarse la ropa que le queda. Nero me agarra
por el culo y me levanta, aplastando su boca contra la mía una vez más. Se mueve y
abre la puerta de la ducha antes que sienta una pared a mi espalda y el chorro de
agua golpeándome la piel. Jadeo cuando el líquido helado me empapa la camisa.
Nero no duda en penetrarme con tanta fuerza y rapidez que todo el aire abandona
mi cuerpo. Me siento invadida y completa a la vez. Me está marcando,
reclamándome de nuevo. Nero y yo nunca confiaremos completamente el uno en el
otro porque sabemos de lo que somos capaces. Somos dos depredadores que nos
rodeamos con respeto mutuo. Pero yo lo deseo, ¿y no es éste el más primitivo de los
instintos? Un factor simple criado en el ADN de cada criatura viviente... ser atraído
por el más fuerte de la especie. Yo soy el fuerte, y Nero es el único que me igualó.
Lo deseo porque lo respeto y le temo, y esa combinación es embriagadora. Esto es
atracción, deseo y necesidad a un nivel tan básico y arraigado que es innegable.

Hambriento, me besa con la boca abierta en el cuello y él lame el agua que corre
por mi cuerpo. Me derrumbo sobre él, rindiéndome y haciéndome pedazos mientras
me aferro a sus anchos hombros. Cada músculo se tensa contra su piel mientras él
empuja dentro de mí y se pone rígido.

—¡Joder! —Sus dedos me aprietan los muslos con tanta fuerza que siento el
escozor sordo de sus cortas uñas contra mi piel. Sus ojos de miel se clavan en los
míos y el silencio que nos separa se ve impregnado únicamente por nuestras
respiraciones agitadas y el martilleo del agua sobre las baldosas—. No huyas de mí.
—Lo dice con un tono cortante, como una orden, pero la expresión de su cara es algo
que nunca antes vi en él: desesperación.

—No voy a huir. —Aprieto su mandíbula y rozo sus labios con los míos. El beso
me resulta extraño, su suavidad me sacude. Es como si estuviéramos ante un
precipicio. Los depredadores se detienen, se miran por un momento y se preguntan
si quizá hay algo más en este mundo que la emoción de matar.

—Correrás, Una. Te conozco bien.

Permito que mis dedos recorran su cálida piel, bajando los ojos hasta sus labios
con la esperanza que no vea la verdad en ellos. Nunca tuve problemas para
mantener mis cartas cerca del pecho en lo que respecta a mis pensamientos y
sentimientos, pero Nero ve a través de mí como un cristal. Y tiene razón. No tardaré
mucho en tener que huir, y casi me siento mal por ello, porque por mucho que Nero
me asusta: por muy despiadado e implacable que sea, le creo cuando dice que me
protegería. Cuando me dice que soy suya, casi quiero serlo. Anhelo esa sensación de
pertenencia que tengo cuando estoy con él así, cuando no existe nada fuera de
nosotros. Pero cuando salgamos de esta ducha, mis enemigos seguirán ahí. Sé sin
lugar a dudas que Nero es el mayor monstruo con el que me topé, y conocí a gente
despreciable en mi vida. No hay límites a los que no llegue para conseguir lo que
quiere. Si a eso le añadimos un intelecto sin igual y la capacidad de elaborar
estrategias y manipular a los que lo rodean, Nero es formidable. Sí, podría
protegerme. Me hace sentir segura, pero la seguridad es sólo una ilusión. La
sensación de seguridad es en sí misma una debilidad porque te hace descuidado. Si
no fuera a tener un hijo suyo, lo más sencillo del mundo sería permitirme desearlo,
estar a su lado contra todos los que nos harían daño. Pero lo estoy, y no puedo
explicar cómo esta necesidad imperiosa de proteger a mi bebé anula todo lo demás.
Nero, yo, ya no importa.

Le rodeo el cuello con los brazos e inclino la barbilla hacia arriba, apretando los
labios contra los suyos. Sonríe contra mi boca y me muerde el labio inferior con tanta
fuerza que noto el sabor de la sangre. Luego pasa la lengua por la herida.

—Casi olvidé lo dulce que sabes.

Me baja lentamente hasta ponerme de pie y me recorre el cuerpo con los dedos
hasta el estómago. Se queda quieto, cierra los ojos y presiona su frente contra la mía.
Apenas puedo respirar, apenas puedo moverme mientras él extiende los dedos, casi
cubriendo el bulto. Y entonces, sin más, da un paso atrás y suelta la mano.

—No me gusta que tengas el pelo así —dice recogiendo un mechón.

—Tiene que ser así cuando te mezclas.

—Lo prefiero cuando destacas.

—¿Para qué me vean venir?

—No, para que nuestros enemigos te vean como lo que realmente eres;
extraordinaria. —Sus palabras me revuelven el estómago—. Peligrosa. —Las yemas
de sus dedos recorren mi clavícula—. Cruel. —Desciende hasta rozarme el pecho—
. Y mía —dice con su voz grave. No puedo evitar consolarme con sus palabras.
Nunca pertenecí a nadie, nunca tuve a nadie en quien confiar excepto en mí. Y
aunque sé que eso es de sabios, sé que confiar en alguien que no seas tú mismo es
estúpido, no puedo evitar desear la sensación de paz que él me dio antes de huir.
Incluso en medio del caos, me hizo vislumbrar algo que no experimenté desde que
tenía trece años. Me cubría las espaldas, y eso es lo que quiero. Es triste; el deseo de
cuento de hadas de una chica que nunca conoció nada más que la muerte. Mi cabeza
me dice que me debilita, y mi corazón quiere tumbarse en sus brazos un rato y
descansar de la interminable vorágine de muerte y guerra que parece orbitar a mi
alrededor.

PONE un dedo bajo mi barbilla, atrayendo mi mirada hacia la suya.

—Te protegeré —jura, casi con rabia—. A los dos. —Juro que a veces puede leer
mi mente y me molesta porque debería ser ilegible.

—Estoy cansada. No puedo pensar en esto ahora mismo y, desde luego, no


quiero hacerte promesas que sé que voy a romper. —Asiente y cierra la ducha antes
de envolverme con una toalla—. No hagas que te haga daño —le digo con el ceño
fruncido.

Se ríe y salgo de la ducha, cogiendo su cepillo de dientes del tocador. Le enarco


una ceja en el espejo, desafiándole a que diga algo. Se limita a sonreír y a negar con
la cabeza, y en cuanto termino, me lo quita y se lo mete en la boca. Pongo los ojos en
blanco, salgo del baño y me pongo una de sus camisas antes de meterme en la cama.
Unos minutos después, apaga las luces y se mete en la cama, rodeándome con un
brazo y atrayéndome contra él.

—Para que lo sepas, si me cortas el cuello mientras duermo, hay guardias en la


puerta y en la ventana —me ronronea en la nuca.

Miro hacia la oscuridad.

—No tengo armas.

—Eres ingeniosa.
NERO

Despierto por la mañana y estiro el brazo buscando a Una. La cama aún está
caliente, pero ella ya no está. Primero miro en el baño, pero no está. Cuando abro la
puerta del dormitorio, encuentro a Louis agachado frente a Frank, que está
desplomado contra la pared, agarrándose la nariz rota. La sangre le cae por la
barbilla y se derrama por la parte delantera de su camisa blanca.

—¿Dónde está? —suspiro.

Louis se estremece cuando me mira.

—Dijo que iba a la cocina.

Me paso la mano por la cara y bajo las escaleras en su busca. En cuanto salgo al
pasillo, Zeus me saluda. George no aparece por ninguna parte, lo que significa que
está con Una. Abro la puerta de la cocina y empujo a un lado las láminas de plástico
que cuelgan al otro lado. Las pisadas, acompañadas de las huellas de las patas,
marcan la fina capa de polvo que cubre el suelo. Doblo la esquina y encuentro a Una
sentada en la isla de la cocina destrozada, con el perro a sus pies mirándola
fijamente. Lleva una taza en la mano y saca malvaviscos de una bolsa que tiene al
lado. Se lleva uno a la boca antes de ofrecerle el siguiente a George, completamente
indiferente a la destrucción total que la rodea. La pared exterior está a medio tapiar
y las láminas de plástico cubren el enorme agujero que da al exterior.

—¿Admirando tu trabajo manual? —Cruzo los brazos sobre el pecho y me apoyo


en la encimera.

Me mira brevemente antes de volver a centrar su atención en George.

—Si hubiera sabido que iba a ser tu casa, habría volado más cosas. —Tensa los
labios mientras acaricia la cabeza de George—. O montado la cabeza de Arnie en la
puerta principal.
—No deberías estar aquí. No es estructuralmente sólida. —Me ignora y me alejo
de la pared, acercándome a ella. Miro dentro de su taza y veo chocolate caliente,
malvaviscos nadando en el líquido marrón—. ¿Malvaviscos para desayunar? —Se
encoge de hombros—. Y yo que pensaba que te gustaba la sangre por las mañanas.
—Enrosco los dedos alrededor de su muñeca y acerco su mano, robándole el
terroncito azucarado y envolviendo su dedo con mis labios. Sus ojos se oscurecen y
se entrecierran mientras intenta fulminarme con la mirada—. ¿De verdad tenías que
romperle la nariz a Louis?

—Si quieres que me quede aquí, deberías advertirle a tus hombres de lo que
pasará si me tocan. Tiene suerte de que sólo le haya roto la nariz —suelta. Me encanta
que no tolere a nadie más que a mí—. Ayer te solté, pero ahora quiero saber dónde
diablos está mi hermana.

—Te lo dije, está a salvo.

—¿Dónde? Porque no la veo, y todos tus mejores hombres están aquí contigo,
así que ¿cómo es posible que esté a salvo?

—Nicholai sabe de ella.

Sus ojos se clavan en los míos.

—¿Quién lo dice? —Dudo y veo cómo tensa la mandíbula.

—No importa...

—No, si sabe algo de Nicholai, significa que tiene a alguien dentro. ¿Quién es?
—Me mira fijamente durante largos instantes—. ¿Quién?

—Sasha.

Me presiona el pecho con la mano y me empuja, bajando de un salto del


mostrador. La observo caminar hacia delante y hacia atrás varias veces, dejando
pequeñas huellas en el polvo.

—¿Fuiste a mis espaldas?

Mi temperamento se dispara, manifestándose con fría eficacia.

—No estabas precisamente cerca y vino a verme.


—¿Dónde está Anna?

—En México.

Ella levanta lentamente la cabeza, y si las miradas pudieran matar....

—¿La dejaste con el puto cártel?

—Está con Rafael. Está a salvo.

Se ríe sin humor y vuelve a inclinar la cabeza hacia el techo.

—Es el cártel. No son como tus preciosos italianos. No tienen ética ni un código.
Venderían a su propia madre por más poder. Si Nicholai sabe de ella, no está a salvo.

—Incluso Nicholai no iría a la guerra con el cártel.

—La gente puede ser comprada, Nero. Y Nicholai pagará cualquier precio,
porque si la tiene, sabe que me tiene a mí.

—No. —Me muevo en su espacio—. No, él no te tiene. Y si consigue a Anna,


seguirá sin tenerte.

—Quiero hablar con ella. —Suena cansada, casi desesperada, y me molesta,


porque no puede rendirse. No consigue ser otra cosa que la fuerza indestructible
que sé que es.

—Vamos. —Salimos de la cocina y cierro la puerta tras ella. Algunos de mis


soldados se quedan en el pasillo. Una baja la cara al suelo cuando pasamos junto a
ellos. Tal vez sea la costumbre, años de ocultar su rostro y no querer que la
reconozcan, pero no puede esconderse de ellos. Son mis hombres.

Los perros nos siguen hasta el despacho, cierro la puerta y me siento detrás del
escritorio. Una se posa en el borde, con mis pantalones de chándal de gran tamaño
colgando sobre sus pies. Parece tan delicada con mi ropa, con la barriga asomando
sutilmente por delante, pero su lenguaje corporal canta otra canción. Tiene los
hombros tensos y la mirada fija en los detalles. Pongo el altavoz del teléfono de la
oficina y llamo a Rafael. Atiende al tercer timbrazo.

—Nero. ¿Cómo estás?


Rafael me cae bien. Su lealtad es sólida, por eso le envié a Anna. Y a pesar del
hecho que está ligeramente desquiciado, su reputación es suficiente para mantener
a los demás alejados de él, y a su vez, de ella.

—Bien. Necesito hablar con Anna.

Hay una pausa.

—Nero, amigo mío. Me encanta que seas un cabrón despiadado, pero no estoy
seguro de que la pequeña Anna esté preparada para hablar contigo.

—No era una petición, Rafael.

Se ríe, largo y tendido, hasta que Una se inclina, gruñendo por encima del
teléfono.

—Escucha, malparido. —Sutil como siempre—. Pon a mi hermana al teléfono


antes que vaya yo misma a tu pueblo de mierda y te meta la pistola por la garganta.

Se ríe otra vez.

—¿Es esa tu forma de coquetear conmigo, Ángel de la Muerte?

Una suspira y me dirige una mirada feroz.

—Sus juegos preliminares suelen incluir cuchillos, Rafael. Ahora, llama a Anna.

Se ríe y la línea se queda en silencio unos instantes. Me levanto para irme, pero
la mano de Una sale disparada, agarrándome el antebrazo. Las dos miramos hacia
abajo, al punto donde su mano está sujeta a mi muñeca, y no sé quién está más
sorprendida, si ella o yo.

—¿Y si... y si no se acuerda? —susurra, y mi pecho se aprieta.

—Se acordará, Morte. Eres de la familia.

Me suelta la mano del brazo y asiente. Le agarro la barbilla y le doy un fuerte


beso en los labios antes de salir del despacho. Zeus me sigue, pero George se queda
con ella.

En cuanto salgo, Gio está a mi lado.


—Sabes que va a huir en algún momento, ¿verdad? —dice.

—Lo sé. Asegúrate que los hombres estén preparados.

Asiente y se aleja. Gio organiza todo para que yo no tenga que hacerlo. Y por
supuesto, ahora mismo, estoy ocupado con Una. Sé que quiere asegurarse que nunca
vea a ese bebé, y tal vez sea prudente, pero no me importa. Ella va a correr, y yo
estaré listo para ella, pero aprendí a nunca subestimar a Una. Nunca puedes tener
suficientes hombres, suficiente potencia de fuego, o suficientes planes de respaldo
cuando se trata de esa mujer. Si a eso le añadimos que es imposible hacerle daño, me
pongo nervioso, aterrorizado que se me escape. Si la pierdo ahora, no será más que
un susurro en el viento. Nunca la encontraré, y menos antes de que tenga a mi hijo.
UNA

—Hola. —La vocecita llega a través de la línea, y mi corazón deja escapar un


latido tartamudo. Tantas veces imaginé lo que diría si alguna vez la encontrara y,
sin embargo, ahora mismo no tengo nada. Ni una palabra. Abro y cierro la boca
varias veces más mientras lidio con emociones ajenas.

—Hola —consigo decir por fin.

Silencio. Me pregunto si esto es tan duro para ella como para mí. Pero,
sinceramente, odio esto porque sé por lo que ella pasó. Mi vida no fue un paseo,
pero Nicholai tenía razón en una cosa. Me hizo fuerte. Anna fue relegada a una vida
donde continuamente la hacían sentir débil, día tras día. Mes tras mes. Año tras año.

—Gracias por ayudarme —dice.

—Yo... tú eres mi hermana. —Y le debo una explicación, una razón para su


sufrimiento—. Te busqué.

—Lo sé. Rafael me lo dijo.

—Te sacaré de México. Te sacaré. Sólo que ahora no es seguro. —Odio haber
conseguido salvarla, ¿pero para qué? Para que pueda ser un peón de mis enemigos.

—Estoy a salvo con Rafael. —Hay una suavidad en su voz, un cariño. Quiero
preguntarle si está bien, pero por supuesto que no lo está. Anna nunca estará bien.
Todo este intercambio es incómodo porque en realidad somos completas extrañas la
una para la otra.

—Bueno. Bueno, te quiero. —Las palabras se sienten extrañas y frías en mi


lengua. Palabras que no dije desde que apunté un arma a la cabeza de Alex y apreté
el gatillo.
Ella no dice nada y la línea se corta. Me siento en la misma mesa en la que maté
a Alberto y agarro los brazos de la silla con tanta fuerza que los dedos empiezan a
palpitarme. Las emociones se desbordan y una lágrima recorre mi mejilla. La dejo
caer. Una sola lágrima por mi hermana, por todo lo que perdimos, por todo lo que
nos arrebataron. Una lágrima por el hecho que el destino me puso aquí y a ella allí,
¿y si nuestros papeles se hubieran invertido? La ironía es que yo nunca habría
sobrevivido a su destino, y ella podría haber acabado exactamente en el mismo lugar
de todos modos. Porque si no hubiera luchado tanto contra ese mismo destino,
Nicholai nunca me habría sacado para entrenarme. Quiero gritar y llorar al mundo
por ser tan cruel, por despojarnos de la familia y del sentido de pertenencia y
convertirnos en nada más que objetos. Anna, una posesión para nada más que el
placer, y yo, un arma. Una vez fuimos una familia. Una vez nos tuvimos el uno al
otro, nos amamos incondicionalmente. Miro hacia abajo, apoyando la mano en el
estómago. Amor incondicional. ¿Qué se sentiría? ¿Qué aspecto tendría? La
adoración injustificada de un niño. La capacidad de alguien tan inocente de verte a
través de unas gafas de color de rosa. ¿No es así como solía ver a Nicholai, como un
salvador? Hasta que un día, de repente, me di cuenta que mi caballero de brillante
armadura era, de hecho, el mismo monstruo del que necesitaba salvarme. Por un
segundo, me imagino a Nero con un pequeño bebé en brazos, y luego, en un instante,
esa imagen cambia a un adolescente, con su padre poniéndole una pistola en la mano
y obligándole a disparar a un chico encadenado a una pared en una fría habitación
de hormigón.

—Una.

Parpadeo y miro a Nero, que está justo enfrente de mí. Mis sentidos se vuelven
descuidados a medida que mis emociones se desbocan sobre mí. Sus ojos se posan
en la mano que tengo en el estómago y sus labios forman una línea dura.

—¿Estás bien?

Me enjugo la lágrima que se aferra a mi mandíbula y me pongo en pie.

—Por supuesto. Siempre estoy bien. No puedo permitirme no estarlo. Y menos


ahora.
NERO

—Tráeme ese cargamento o me voy a los chinos.

—Nero, pides lo imposible. La frontera... —Joder, ¿es mucho pedir que la gente
cumpla su palabra?

—Esta noche, Max. —Cuelgo el teléfono y me recuesto en la silla. Ser el subjefe


conlleva su propio conjunto de responsabilidades, a saber, llenar los bolsillos de los
cárteles. Si ellos no llevan sus malditas drogas a mi ciudad, ¿cómo coño voy a hacerlo
yo? El problema es que no les importa. Incluso cuando el problema es de su parte,
las excusas son inaceptables. Arnaldo se hizo el simpático con ellos, pero yo no me
doblego ante nadie. Me llevaré mi oficio a otra parte.

—Jefe. —Miro a Tommy, que está en la puerta—. Tienes una reunión inesperada.

Frunzo el ceño.

—No, Tommy. Sea quien sea, dile que se vaya. ¿Por qué demonios dejas pasar a
la gente por la puerta? Estamos encerrados. Sácalos de aquí.

—Bueno, ahora, eso no es una bienvenida muy cálida, ¿verdad?

Tommy se aparta cuando Cesare Ugoli entra en la oficina. Tres tipos entran en
la sala con él y se colocan en las esquinas. Cesare tiene unos cincuenta años, pero no
los aparenta. A pesar de sus canas, es un tipo con una cualidad que te hace saber que
no debes joder con él. Se desabrocha el botón de la chaqueta y deja ver el chaleco
que lleva debajo.

—Cesare.

Levanta una ceja.

—¿No, padre?
Esto entre nosotros es difícil. No lo necesito más que para el poder. Su nombre
tiene peso y estar unido a él va a mi favor. Más allá de eso, no tengo sentimientos
hacia el hombre. Me dejó al pesado puño de Matteo. No lo lamento. Una y yo somos
iguales en ese sentido: los dos reconocemos que crecimos en condiciones menos que
ideales, pero también aceptamos que eso nos formó y nos hizo fuertes. Si una mala
experiencia te hace más fuerte, ¿fue realmente mala o simplemente educativa? Da
un paso hacia mí y yo rodeo el escritorio para saludarlo. Me abraza y me besa la
mejilla. Es de la vieja escuela, de la patria. Todavía habla con acento y sigue las viejas
costumbres.

—¿En qué puedo ayudarte?

Sinceramente, ahora mismo no tengo tiempo para sutilezas, y no quiero que esté
aquí mientras Una esté cerca. Puede que sea un anciano, pero es poderoso, y Una
masacró a muchos de sus compatriotas cuando mató a Arnaldo. Por supuesto, a ella
no le importa la política, y en el momento en que él la llame, es probable que le lance
un cuchillo. Eso es todo lo que necesito.

—Oigo susurros, Nero. —Retrocede y se acomoda en la silla frente a mi


escritorio. Cruza un tobillo sobre la rodilla y se rasca una pelusa del pantalón.

—Yo no me fiaría mucho de los susurros. —Tomo asiento detrás del escritorio
colosal y apoyo los codos en la superficie de madera.

—El Beso de la Muerte —dice, y yo me quedo quieto—. Oí que es tu puta.

Le miro sin inmutarme. Podría mentir. Pero no quiero. A la mafia no le gustará


Una, pero ella es lo mejor para ellos, aunque no puedan verlo. Una organización es
tan fuerte como sus líderes. ¿Por qué tener un ama de casa cuando puedes tener una
reina?

—Ella es mía.

Su expresión se apaga, su mandíbula se mueve erráticamente.

—¿Y sabes lo que hizo?

—Sé que participó en un plan. Un plan del que él era demasiado consciente.

—No recuerdo ningún plan que involucrara a veintiún italianos muertos —


responde—. Buenos hombres.
—Bajas de guerra, padre, cortesía de Arnaldo. ¿Qué esperaba cuando envió
sicarios por ella? —Me río—. Ella es El beso de la muerte. Nunca iba a ganar esa
pelea.

—Arnaldo era un buen hombre. Leal.

Ah, la amarga ironía.

—Arnaldo estaba permitiendo que esta organización se estancara. ¿Es eso lo que
quieres? ¿Convertirte en una reliquia del pasado?

Se inclina hacia adelante, el movimiento diseñado para ser amenazante. Si sólo


pudiera ser amenazado.

—Me arriesgué contigo.

—Y yo me arriesgué con ella. Ella me es leal. —A veces dudo de Una, pero


cuando se trata de eso, cuando todo está en juego, confío en ella. Puede fingir que es
una loba solitaria, pero sé que tengo su lealtad igual que ella tiene la mía.

—Ella es rusa. Y es de la Elite. —Escupe la palabra—. En última instancia, su


lealtad estará con Nicholai Ivanov. Siempre. Ella es un riesgo muy peligroso en el
mejor. E incluso si tuvieras su lealtad, no puedes casarte con ella.

—Soy consciente de las costumbres.

—Eres mayor de edad. Si vas a liderar, debes encontrar una buena mujer italiana.

Me río.

—Con el debido respeto, no sabría qué hacer con una buena mujer.

—Juega con tu puta, pero no olvides tu deber, Nero. —Porque él cumplió muy
bien con su deber, follándose a una mujer casada y dejándola a ella y al idiota de su
marido para criar al niño.

Vuelvo a clavar mis ojos en los suyos, todo rastro de humor me abandona en un
instante.

—No soy un caballo para que lo monten. Eso no se discute. —Esto podría
costarme todo, pero no voy a quedarme aquí sentada y actuar como si Una no fuera
más que un coñito fácil. Ni mucho menos. Tuve que trabajar duro para esa mierda—
. Es hora de que la mafia pase a una nueva era. Una mujer fuerte a mi lado me servirá
mucho mejor que una servil en mi cama.

Su rostro empieza a enrojecer, e incluso los hombres que trajo con él empiezan a
moverse incómodos en el inminente silencio.

—Estos son los sacrificios que hay que hacer —dice—. Lo sé mejor que nadie.

Lo miro fijamente.

—No.

—¿No? —Sus cejas se levantan— ¿Pondrías en peligro tu posición, tu respeto, tu


cultura, todo por esta mujer?

Me pongo en pie y rodeo el escritorio.

—Si los hombres me respetan por la mujer que me follo, no son hombres cuya
lealtad o respeto yo necesite. El poder se gana con hechos y estrategia. Ven a Una
como el enemigo, pero tú y yo sabemos que no es así. —Levanto una ceja. Él ayudó
a orquestar todo el plan con Una, que ahora la rechace por los mismos actos que él
sancionó... bueno, es muy político por su parte—. Si querías una marioneta, deberías
haberte quedado con Arnaldo.

Yo gobierno con miedo, y pocos son más temidos que Una. Ella es como un mito
de fábula, un susurro en el viento, un cuento contado para asustar a los niños. Sólo
ella asusta a los hombres adultos. Ella fortalece nuestra posición, pero tal vez él está
tan cegado por sus tradiciones que no puede ver. Este es un mundo nuevo. Mantener
a las mujeres seguras y protegidas se está convirtiendo en una opción a la que ya no
podemos aferrarnos porque hay demasiados bastardos como yo a los que no les
importa la moral. ¿Quiero que la madre de mis hijos se acobarde indefensa cuando
se le presente un enemigo, esperando a que yo la salve, o quiero que Una los masacre
allí dónde están? No hay elección. Que ella sea el ejemplo. Que cambie la forma de
pensar de la mafia.

—Ella no es italiana —sisea, su cara se vuelve de un malsano tono rojo.

—No, no lo es. Encuéntrame una chica italiana con su habilidad, su ferocidad y


su lealtad, y la tendré en cuenta. —Este es mi trato, porque sé que no puede hacerlo.
La mafia no permite que sus mujeres peleen. Y de nuevo, por mucho que las
tradiciones me estorben, también le estorban a él.
Se levanta, se ajusta la chaqueta y se abrocha el botón.

—Estaré en contacto.

Lo acompaño a la salida porque no quiero que se encuentre con Una por el


camino. En cuanto se cierra la puerta, aparece de la cocina que no explotó, con un
bote de Nutella en la mano y una cuchara en la boca. Apoya el hombro en el marco
de la puerta y se pasa lentamente la cuchara por los labios.

—¿No querías presentarme a papi querido? —Una sonrisa se dibuja en su boca.


Tiene una pequeña mancha de chocolate en el labio superior que me vuelve loco.

—No creo que fuera lo más seguro.

—¿Te preocupa que intente disparar al bastardo que lleva su madre?

Levanta su mirada hacia la mía mientras la agarro por la nuca y la acerco. Me


inclino y la beso, le paso la lengua por el labio superior y capto la mancha de
chocolate.

—Vuelve a llamar bastardo a mi hijo, Morte. A ver qué pasa —suspiro contra
sus labios.

—Quisquilloso —murmura—. ¿Es técnicamente hijo de un bastardo o cambiaste


esa condición? —Da un pequeño paso atrás, mordiéndose el labio inferior.

—Te encanta presionarme, joder. —Le doy un puñetazo en el pelo y le tiro con
fuerza de la cabeza hacia atrás. El tarro que tiene en la mano cae al suelo y sonríe
como si acabara de ganar la partida. En un abrir y cerrar de ojos, me acerca un
pequeño cuchillo a la garganta, presionándolo contra mi piel.

—Juega limpio —bromea.

—Nosotros no somos amables.

Tiene un brillo violento en los ojos.

—No. No lo somos —susurra mientras desliza la hoja suavemente por mi piel.


Siento el pinchazo, seguido del cálido goteo de sangre.

—Ah, Morte. —La empujo hacia la habitación detrás de ella—. Te voy a romper
—prometo contra sus labios.
—Entonces rómpeme.

No debería tentar al destino.


UNA

Pasó una semana, una semana de jugar bien y comportarme. Ni siquiera maté a
una sola persona. Creo que tengo síndrome de abstinencia. Nero sigue siendo Nero.
Sigue siendo un idiota y, por suerte para mí, hace falta muy poco para cabrearlo. Sin
eso, Dios sabe lo que haría para entretenerme encerrada en esta maldita casa. Sin
embargo, es diferente, más cuidadosa. Ya no soy la asesina que contrató, un cuerpo
desechable. Soy la incubadora andante. Soy Una Ivanov y él me trata como la madre
de su bebé. Cada día que pasa, mi ira empeora y probablemente no me ayuden las
hormonas. Y a medida que pasen las semanas, me haré más y más grande, menos
móvil. Tengo que estar en un lugar seguro durante los dos últimos meses de este
embarazo porque, en ese momento, no podré correr. Tiene que ser ahora. Está
relajado conmigo. Quizá crea que no voy a intentar nada. Estoy de pie en el baño,
con una toalla envolviéndome mientras miro fijamente mi reflejo empañado en el
espejo. Por fin conseguí quitarme el tinte marrón del pelo, aunque probablemente
tendré que volver a teñírmelo cuando me vaya.

Veo en el espejo cómo Nero entra en el cuarto de baño y se coloca detrás de mí.
Me rodea el medio con una mano, apoyada sobre el bulto. Cada vez es más atrevido,
sus intenciones son más evidentes. Me aparto y me giro hacia él.

—Hoy tengo que ir a una reunión en la ciudad. —Una pequeña línea en el ceño
empaña su rostro, por lo demás impecable. Nero es la imagen de la elegancia
implacable con su traje a medida. Un rizo suelto de pelo oscuro le cuelga sobre la
frente mientras inclina la cara hacia mí.

—Eh, vale. No soy tu mujer, Nero. No tienes que decirme adónde vas.

Sus labios se levantan a un lado.

—Recuerdo específicamente una chaqueta en perfecto estado sufriendo un


cuchillo de cocina porque fui a una reunión y te dejé en el apartamento.
—Eso fue diferente.

—La mente femenina es una maravilla. —Sus ojos se entrecierran—. Dime,


¿cómo es eso?

—Bueno, para empezar, no era como Moby Dick. —Me señalo el estómago y se
ríe—. Ves, si fuera tu mujer, me tendrías demasiado miedo como para reírte.

—Oh, me das miedo, Morte. —Cruzo los brazos sobre el pecho y él sonríe, se
acerca y me roza el labio inferior con el dedo—. Pero si necesitas que haga lo del
romance.... —Se inclina hacia mí y me roza el cuello con los labios, encendiendo mi
cuerpo—. Quiero follarte tan fuerte.

Resoplo y pongo los ojos en blanco.

—Romántico.

—Tu idea de romance es una pelea de cuchillos.

—No veo ningún cuchillo.

—Ah, eso me recuerda... —Saca su cartera del bolsillo y saca algo del monedero,
sosteniéndolo en alto.

—Mi navaja. —Tomo la pequeña hoja de plata de entre sus dedos,


inspeccionándola.

—Se la arranqué del cuello a un tipo en el vestíbulo después de tu pequeño


alboroto.

La deslizo de nuevo en el brazalete de mi muñeca.

—Gracias.

—Volveré dentro de unas horas. —Me mira significativamente, en otras


palabras, no hagas nada estúpido.

—Intenta no matar a nadie —le digo—. No me gustaría pensar que te diviertes


sin mí.

Me roza con los labios y se me acelera el pulso.


—El poder no se compra con piedad, Morte.

—No, se paga con sangre. —Me pongo de puntillas y aprieto mi boca contra la
suya, pasándole la lengua por el labio. Sus dedos se clavan en mi cadera.

—Unas horas. —Luego se desliza lejos de mí, dándome la espalda y saliendo por
la puerta.

Apretando los dedos contra mis labios hormigueantes, cierro los ojos. Ahora o
nunca. Cojo la bolsa que hay bajo la cama y rebusco en ella. Sólo tengo una muda de
ropa y unos mil dólares en efectivo que encontré ayer metidos en uno de los cajones
de la cocina. Me muevo rápidamente por la habitación, busco en los cajones de la
mesilla, en el baño, en el armario. Finalmente, me arrodillo junto a la cama y bingo.
Hay una calibre 40 atada al somier. La aparto y compruebo el cargador antes de
guardármela en la parte trasera de los vaqueros.

En cuanto salgo de la habitación, los chicos del autobús de Nero se me echan


encima. Le quito las piernas de encima al más grande y saco la pistola para golpear
al segundo. El primero intenta levantarse, pero le apunto a la cara antes que pueda
ponerse en pie.

—Puedo dispararte o noquearte.

Levanta las manos en señal de rendición. Con un rápido puñetazo en la sien, sus
ojos se ponen en blanco antes de quedar inconsciente. Sacudo el puño, saboreando
el dolor de mis nudillos. Hace tanto tiempo que no entreno, tanto tiempo que no
siento las punzantes extremidades de una pelea de verdad. Lo echo de menos.

La casa está en silencio. Sospechosamente. Abro la puerta del despacho de Nero


y me cuelo dentro, cerrando la puerta tras de mí. George salta y me menea el
muñoncito. Zeus me ignora como de costumbre. Rebusco en los cajones del
escritorio hasta que encuentro lo que busco: un juego de llaves. O cree de verdad
que no intentaré irme, o piensa que me iré a pie. Está claro que si cojo uno de sus
coches podrá seguirme hasta que lo deje, pero tiene sus ventajas.

George agudiza el oído cuando me doy la vuelta para marcharme, intentando


seguirme. Me agacho frente a él y le beso la cabeza.

—No puedo llevarte conmigo. Lo siento. —Ladea la cabeza y le rasco detrás de


la oreja antes de levantarme. El garaje está en la parte trasera de la casa y me las
arreglo para evitar a los hombres de Nero. Al final, me paro delante de una fila de
coches. Uno de ellos emite un pitido cuando pulso el botón del mando. Un Maserati
deportivo. Eso apesta, teniendo en cuenta lo que estoy a punto de hacerle.

Me subo y tiro mi bolso en el asiento del copiloto antes de acelerar el potente


motor. Ronronea y ruge, haciéndome sonreír. Encuentro el mando de la puerta del
garaje y ésta empieza a levantarse, dejando ver a dos guardias al otro lado. Entran
en el garaje con el ceño fruncido y expresiones confusas hasta que se dan cuenta de
quién está sentado al volante del llamativo coche. Sacan pistolas y me apuntan, pero
yo simplemente sonrío y piso el acelerador. Lo cierto es que no van a disparar a la
embarazada de Nero... sea lo que sea. El coche avanza a trompicones y ellos se
apartan de un salto mientras el humo de los neumáticos y la gravilla se levantan a
mi paso.

El camino de entrada tiene unos doscientos metros de largo, y mientras piso


hacia la puerta, veo hombres corriendo frenéticamente. Levantan las armas y las
balas resuenan en el capó. Piso el acelerador a fondo y me agacho detrás del volante
mientras disparo hacia la verja metálica. El impacto es estrepitoso, el chirrido del
metal contra el metal y el chirrido de los neumáticos. El coche se detiene contra la
orilla opuesta a la verja, y entonces suena el ping, ping, ping de las balas. Miro hacia
atrás y meto la marcha atrás de golpe antes de meter la marcha atrás y forzar el
vehículo en ruinas lo más rápido posible por la carretera. El corazón me late con
fuerza mientras miro por el retrovisor, pero nadie me sigue. Tengo que salir de esta
carretera, seguir por los caminos secundarios y abandonar el coche. En cuanto doblo
la esquina, el corazón se me encoge. Dos todoterrenos cruzan la carretera y la
bloquean. Delante de ellos están Gio, Nero y un montón de hombres más. Levanto
el pie del acelerador un segundo mientras evalúo mis opciones. Los todoterrenos
bloquean la carretera, pero hay un hueco entre ellos, probablemente lo bastante
grande como para colarse... el hueco que Nero y Gio tienen delante. Aprieto el
volante y vuelvo a pisar el acelerador. Gio levanta el arma y me estremezco cuando
dispara al parabrisas. El cristal se hace añicos, pero mantengo la mirada fija en Nero.
Ahora está a apenas cien metros de mí. Levanta un rifle y mis ojos se abren de par
en par. Confío en que ninguno de sus hombres me dispare, ¿pero él? ¿Preferiría
matarme antes que dejarme marchar? No oigo el disparo, pero siento el ruido sordo
y el dolor punzante de algo que me golpea el pecho. Aprieto los dientes y miro hacia
abajo un segundo. Tengo un dardo clavado en el pecho y la cabeza me da vueltas.
Piso el freno y tiro del volante hacia un lado. El coche derrapa. El chirrido de los
neumáticos llena mis oídos, seguido rápidamente por el ruido ensordecedor del
metal al chocar. Un dolor cegador me atraviesa el cráneo junto con un único
pensamiento: correr. Tras forcejear con la puerta, la abro de golpe y caigo del coche.
Mis manos y rodillas chocan contra el asfalto y los cristales me muerden la piel
mientras intento arrastrarme. Pero es inútil. La cabeza me da vueltas, la niebla se
aferra a los bordes de mi mente, burlándose y provocándome con mi propia libertad.
Me inclino hacia un lado, agarrándome el estómago mientras todo se vuelve negro.
NERO

—Joder. Joder. —Rujo.

Sabía que intentaría algo, ¿pero un coche? No esperaba tener que tranquilizarla
al volante de un puto coche. Su cabeza cae contra el asfalto y sus brazos se relajan y
caen a los lados. La forma en que se agarraba el estómago me asusta.

—Llama al médico. Ahora. —La sangre le cubre la cara, sale a borbotones de la


herida y tiñe de rojo su pelo rubio.

La levanto y subo a la parte trasera del todoterreno, acunándola contra mi pecho


mientras Gio conduce de vuelta a casa. Sabía que intentaría algo, así que salí tarde a
propósito. Apenas recorrí un par de kilómetros cuando recibí la llamada. Llegamos
a la casa. La puerta y la mitad de mi Maserati están por toda la carretera. Despejaron
el camino lo suficiente como para dejarnos pasar y Gio se detiene ante la puerta
principal.

Salgo y atravieso la casa hasta mi despacho, donde la tumbo en uno de los sofás.
Gio me sigue un minuto después y me tiende un fajo de vendas y apósitos. Se los
pongo en la frente para tratar de contener la hemorragia. No puedo hacer nada más.

—Está loca —refunfuña Gio, pasándose la mano por el pelo, agitado.

—No es como si realmente esperara que hiciera lo que le dijeron.

—¡Nero, está embarazada de tu hijo! No puedes darle rienda suelta. Es


demasiado inestable. —Sacude la cabeza—. Ella no tiene sentido de la
autopreservación. Matará al bebé.

—¡Ya basta! —Aprieto y suelto el puño antes de presionármelo en la frente. No


entiende a Una. No estoy de acuerdo con ella. No puedo dejar que lo haga, pero veo
por qué cree sinceramente que está haciendo lo correcto. Lo entiendo. Entiendo que
está tratando de ser desinteresada.
Gio sale de la habitación sin decir una palabra más. Él ve las cosas de otra
manera. Piensa que las mujeres deben ser protegidas, los niños aún más. Una
confunde todo eso. Le aparto el pelo de la cara, observo sus rasgos inquietantemente
inocentes antes de dirigir mi mirada hacia su vientre. Deslizo la mano por debajo de
la camisa y presiono la piel desnuda con la palma. ¿Está bien ahí dentro? ¿Está herido?
No sé qué espero, una señal o algo. No siento nada. El médico dijo que el sedante no
le haría daño al bebé, pero el accidente de coche... Llaman a la puerta y Gio vuelve
a entrar seguido del médico. El hombre mayor ocupa mi lugar y le quita el vendaje,
inspeccionando su cabeza:

—Esto necesitará puntos.

—Primero hay que revisar al bebé.

Abre la boca para discutir, pero se lo piensa mejor. Prepara una máquina y aplica
un poco de gel en el vientre de Una antes de pasar el dispositivo manual por su piel.
La pequeña pantalla muestra una imagen en blanco y negro, pero ese sonido... el
thwap, thwap, thwap de un latido me llena los oídos y me relajo.

—Todo parece estar bien —dice.

Suelto el aliento que no me di cuenta que estaba conteniendo. ¿Cómo es posible


que algo que nunca estuvo en mi radar de repente me parezca tan crucial? ¿Cómo
puede esta cosita que ni siquiera conozco parecer lo más importante del mundo?
Nada me asusta, pero esto me aterroriza.

Me siento en el sofá frente a Una, con los codos apoyados en los muslos abiertos,
mientras veo cómo la sutura el médico. Está tan quieta. Demasiado quieta. Incluso
cuando duerme, Una siempre está inquieta, atormentada por pesadillas y esperando
un ataque en cualquier momento. Cuanto más la observo, más desesperada me
parece esta situación. ¿Cómo se enjaula algo como ella? Salvaje, mortal, salvaje.
¿Cómo mantener una mariposa en un frasco sin asfixiarla?

La quiero a ella y quiero a ese bebé, pero ella no lo quiere, así que ¿dónde nos
deja eso? ¿Me veré obligado a elegir? ¿Tendré que dejarla marchar para quedarme
con mi hijo? Me paso la mano por la cara y me levanto mientras el médico le pone
un vendaje en la cabeza y se levanta.

—No la pierdas de vista. Debería despertarse dentro de una hora más o menos.
Si sigue dormida más tiempo, me llaman.
UNA

Dios mío. Mi cabeza. Gimo mientras abro los ojos. Mi mente está nublada e
inconexa. Entro en pánico, intentando unir mis recuerdos fragmentados. Nero me
disparó. Me paso la mano por el pecho, buscando una bala entera, una venda. No
hay nada. No hay nada. Me incorporo y la habitación gira en un torbellino de
colores.

—Cuidado. —La profunda voz de Nero procede de algún lugar de la habitación.


Aprieto los ojos y me agarro al respaldo del sofá, esperando a que mi entorno se
calme y se aquiete.

—Me disparaste.

—Huiste.

Me palpita la cabeza y levanto la mano, tocándome con los dedos un apósito en


la raya del pelo. Dejo caer la cabeza entre las manos y gimo.

—¿Por qué no puedes entender esto, Nero?

—Lo entiendo. Pero no estoy de acuerdo.

—Entonces, ¿vas a encarcelarme aquí hasta que no tenga otra opción? ¿Quieres
que tenga este bebé, y luego qué? ¿Simplemente mantenerlo aquí, el siguiente en la
línea de sucesión al trono de la mafia? —resoplo—. Si llega a tanto, claro. Ambos
sabemos que tú y yo tenemos más enemigos que Corea del Norte.

—Los protegeré a los dos.

Me río amargamente y vuelvo la mirada hacia él. Está sentado con los muslos
separados y los codos apoyados en ellos. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos,
decididos, y sé que nunca le convenceré.
—Esto es lo más egoísta que harás jamás, Verdi.

Sus ojos se oscurecen, su expresión se vuelve volátil antes de levantarse del sofá
y caminar hacia mí. Se inclina, me agarra la mandíbula con la mano y me acerca a él.

—No me empujes ahora, joder, Una —dice entre dientes apretados.

—No te gusta la verdad, Nero, pero este no es uno de tus juegos de poder. Esto
no es un trabajo. Se trata de un niño. —Mi hijo. Nuestro hijo.

Puedo sentirlo temblar mientras las yemas de sus dedos se clavan en mis
mejillas.

—No es una bondad alejar a un niño de sus padres, abandonarlo, sin saber nunca
realmente quiénes son. ¿Qué habrías dado por quedarte con tus padres, Morte? —
Escupe las palabras con veneno.

Le arranco la cara y él se endereza, dándome la espalda. Toqué un nervio, pero


él también.

—¡Mis padres eran buenas personas! Y murieron. ¿Cuántas familias crees que
destrozamos entre todos, Nero? ¿A cuántos niños privamos de padres? Somos los
monstruos de esta historia. No tenemos felices para siempre.

Se gira para mirarme.

—Hasta los monstruos se reproducen, mi amor —dice burlonamente, los ojos


brillando con ese borde salvaje.

—No dejaré que hagas esto sólo para satisfacer tu ego masculino.

—Y yo no dejaré que te vayas solo porque un niño no encaje en tu plan. —


Aprieto los dientes y aprieto los puños—. Si quieres irte después de que nazca, no te
lo impediré. —Los músculos de su mandíbula se agitan bajo su piel. ¿Irme? ¿Me iría?
Si esta fuera mi única opción... sí quedarme con este bebé fuera la única opción,
entonces quizás lo haría. Nicholai nunca puede saber que tuve un hijo, porque nunca
dejará de desearlo. Así que ya ves, mis opciones son limitadas. ¿Cómo algo que se
suponía que era simple se volvió tan complicado?
El mejor de los casos es que el bebé esté completamente libre de nosotros, pero
si hubiera una segunda opción... Nero tiene enemigos, pero puede protegerse. Mis
enemigos son infinitamente más poderosos.

—Tendré que hacerlo —susurro.

Él niega con la cabeza.

—¿Tanto significa tu trabajo para ti?

Lo miro fijamente. Bajo la ira y el resentimiento hay un rastro de dolor que nadie
más que yo verá en él. Pero, de nuevo, siempre fui capaz de leer a Nero, del mismo
modo que él puede leerme a mí. Quizá esto es lo que necesita pensar: que yo elegiría
un trabajo antes que a él. Sé mejor que nadie que ante circunstancias peligrosas y
abrumadoras es fácil creer que habrá una solución, una salida. Nero no está
acostumbrado a perder y, a sus ojos, creerá que puede derrotar a Nicholai. Él no
puede. Podría explicárselo, exponerle el hecho que está eligiendo entre nuestro hijo
o yo. Pero no quiero hacerlo porque quiero que elija a este bebé. Me demuestra que
merece ser padre. Protegerá este legado con su vida, y la protección de Nero es feroz
y absoluta. Mientras tanto, puedo volver al redil de los Bratva y Nicholai estará
contento porque me tiene a mí. Ni siquiera sabrá que hubo un bebé. Así que le digo
lo que necesita oír.

—Te lo dije, no me atrevía a matarlo, pero soy lo que soy, Nero. No quiero ser
madre. —En parte es verdad. En otro mundo, en otro tiempo, tal vez podría haber
sido madre. Pero en este mundo, simplemente no es posible. Recorremos el camino
que tenemos delante y podemos desviarnos hasta cierto punto. Podemos desear que
fuera diferente, pero al final debemos aceptar lo que es.

Los duros ojos de Nero se clavan en mí. Prácticamente puedo sentir su


repugnancia, su odio.

—Gio —Llama. Gio aparece en la habitación, con su habitual postura rígida—.


Lleva a Una al sótano. No la sueltes. Si hace algún movimiento para salir, tienes mi
permiso para sedarla.

Gio se acerca y me tiende la mano.

—No lo hagas. —Hace una pausa. Me pongo en pie y la cabeza me da vueltas,


supongo que por los sedantes que aún tengo en la sangre. Mis ojos se fijan en los de
Nero una vez más antes de darme la vuelta y salir del despacho. Es lo mejor. Rompí
su confianza y eche sal en la herida. Cuando llegue el momento, me dejará ir con
Nicholai sin discutir.

LA PACIENCIA NO ES MI VIRTUD. Me estoy volviendo loca en esta


habitación, y creo que sólo pasaron dos días. Estoy haciendo flexiones en el suelo
cuando se abre la puerta. Ignoro a quien acaba de entrar... setenta y dos, setenta y
tres, setenta y cuatro.

—¿Se supone que tienes que hacer eso cuando estás embarazada?

Levanto la vista y veo a Tommy sentarse en el borde de la cama, con una sonrisa
irónica en los labios. Continúo y él espera pacientemente hasta que llego a cien.
Apoyo la espalda en la pared, me siento y estiro las piernas.

—Estoy embarazada, Tommy, no discapacitada.

Riéndose, me lanza una bolsa de papel. Miro dentro y encuentro un bocadillo,


comprado, por supuesto.

—Gracias. —Le doy un mordisco y cojo la botella de agua que me lanza a


continuación. Un arañazo viene del otro lado de la puerta seguido de un quejido
agudo. Pone los ojos en blanco y abre la puerta unos centímetros. George se
escabulle por el hueco y salta hacia mí, con todo el cuerpo contoneándose excitado—
. Hola. —Sonrío dándole una palmadita.

—Ese perro está obsesionado contigo. —Su voz tiene un ligero acento irlandés
que me hace sonreír. Tommy siempre fue el que no encaja en la mafia, pero Nero le
tiene cariño, así que lo protege donde cualquier otro italiano lo mataría simplemente
por ser mestizo.

—Nero es malo contigo. ¿Verdad? —Beso el costado de la nariz de George y él


entrecierra los ojos como un idiota, haciéndome reír. Zeus es el leal, el perro
guardián. Y me pregunto por un segundo sí, del mismo modo, Nero se sentiría
decepcionado con su hijo si no estuviera a la altura de sus expectativas. No, no
puedo pensar en ello—. Entonces, ¿qué está pasando en el mundo libre? —
pregunto, necesitando que Tommy hable de algo. De cualquier cosa.
—No mucho —dice—. Quiero decir, pasaron dos días, Una. No es que haya
empezado la Tercera Guerra Mundial.

Tomo un bocado de mi sándwich antes de romper un trozo y dárselo a George.

—Si viniste a entretenerme, estás haciendo un trabajo de mierda.

Se tumba en la cama y cruza las manos detrás de la cabeza.

—En realidad, se supone que sólo estoy vigilando la puerta, pero me siento mal
por ti.

—¿Te estás ablandando conmigo, irlandés?

Me sonríe.

—Nunca, asesina.

George agudiza el oído y mira hacia la puerta unos segundos antes que se abra.
Gio se asoma al interior, su mirada pasa de mí a Tommy y al perro antes de poner
los ojos en blanco.

—Nero quiere verte.

—¿A mí? —pregunto. Asiente con la cabeza y se aparta, manteniendo la puerta


abierta. En cuanto paso a su lado, Gio me aprieta la espalda—. Siempre tan caballero,
Gio.

—Perdiste todo derecho a un trato amable en cuanto pusiste en peligro a ese


bebé —gruñe. No soy de las que se enfadan, pero me hace estallar. Giro, plantando
mi bota firmemente contra el interior de su tobillo en una patada firme. Cae al suelo.
Aterrizo encima de él con los dedos alrededor de su nuez de Adán. No lo mataré,
pero desde luego no es cómodo. Me aprieta el cañón de la pistola en el cuello
mientras nos miramos fijamente—. No sabes nada de mis motivos, carogna 3. Vuelve
a suponerlo y te mataré. Me importa una mierda lo leal que seas a Nero. —Me
levanto y le saco la pistola de la funda del pecho mientras me alejo de él. Me meto el
arma por delante de los vaqueros antes que se ponga en pie y empiezo a andar de
nuevo.

3
Bastarda en italiano.
Tommy suelta un silbido y le susurra a Gio.

—¿Estás loco? Es Una... y está hormonal. Tú, amigo mío, eres un suicida.

—Vete a la mierda, Tommy —le espeta Gio.

Camino por el pasillo y entro en el despacho de Nero, el de Arnaldo. Está


sentado detrás de ese escritorio y dos de sus hombres están de pie frente a él,
mirando algo. En cuanto sus ojos se fijan en los míos, algo en mí se endurece, se
levantan muros que lo bloquean. Ya no tiene en cuenta lo que hay que hacer. Me
aferro a esa fría eficacia, abrazando a la despiadada asesina que llevo dentro y
aferrándome a ella porque la necesito ahora mismo. Los dos hombres se apartan y
veo un paquete sobre el escritorio.

—¿Qué es esto?

—Va dirigido a ti —dice Nero, con palabras gélidas. Y ahora entiendo por qué
todos parecen tan preocupados. ¿Quién sabe que estoy aquí? No mucha gente.

Miro el paquete y se me hiela la sangre. Mi nombre está escrito en ruso.

—Podría ser Sasha.

Ladea la cabeza y sé que su mente da vueltas a todas las posibilidades, a todos


los ángulos.

—¿Te enviaría algo Sasha?

Apoyo las manos en las caderas y cierro los ojos.

—No. —Por supuesto que no. Sasha y yo no nos aferramos a sentimientos sin
sentido. Si quiere darme algo, es inevitablemente importante. No envías nada
importante por correo.

—Ábrelo —le dice Nero a uno de los hombres. Tommy me tira suavemente hacia
atrás. Nero se levanta, rodea el escritorio y se coloca a mi lado. Uno de sus hombres
coge el paquete y de repente me doy cuenta, a través de mi niebla, que creen que
puede ser una bomba. El tipo que lo abre tiene una expresión de acero, pero puedo
ver el sudor que le salpica la frente. El papel se rompe y todo el mundo parece
contener la respiración mientras él mira dentro.
—No pasa nada —dice sacando un pequeño peluche del paquete. Frunzo el ceño
cuando me pasa un sobre. Es blanco, sin nada escrito. Totalmente discreto. Lo abro
y saco una tarjeta que dice: Felicidades, en ruso. Debajo de la inscripción hay un
dibujo de un tallo que me revuelve el estómago. Estoy temblando incluso antes de
abrir la tarjeta, pero en cuanto veo las palabras se me entumece todo el cuerpo.

Palomita,

Me dijeron que te felicite.

Siempre me hiciste sentir orgulloso, y ahora me das un nieto, engendrado nada menos
que por Nero Verdi.

Será fuerte. Será el soldado perfecto.

Pero ahora debes volver a casa. No me hagas ir por ti.

Te veré pronto, palomita.

Tu amoroso padre,

Nicholai.
NERO

Observo cómo se le queda la cara completamente en blanco y la tarjeta resbala


de sus dedos al suelo. Entrecierro los ojos y espero a que diga algo, pero se da la
vuelta y sale de la habitación.

—¿Una? —Voy tras ella. Cuando rodeo el umbral de la puerta, la veo caminando
por el pasillo, con la mano llevándose la pistola a la parte trasera de los vaqueros.
¿De dónde sacó una pistola? Llega a la puerta principal y mis hombres se apresuran
a detenerla, pero hay algo en su forma de moverse, como un depredador a la caza,
que me hace levantar la mano y hacerles señas para que se alejen. No puedo
permitirme perder buenos hombres por su temperamento.

—¿Nero? —pregunta Gio desde detrás de mí.

—Yo me encargo. Trata de averiguar de dónde vino ese paquete. Quiero saber
quién lo entregó —digo sin detenerme.

Sigo a Una por la puerta principal y ella se dirige hacia la verja, que acaba de ser
sustituida esta mañana, tras su intento de fuga. Una vez más, hago señas a mis
hombres para que abran la verja y la dejen salir. En ningún momento rompe el paso,
ni siquiera los saluda mientras sale por la puerta y se adentra en el bosque.

—Cierren toda la propiedad. Que nadie se acerque a menos de cien metros de la


puerta —le digo al guardia.

—Sí, jefe. ¿Necesita ayuda? —pregunta, mirando detrás de Una.

—No. Deme su pistola. —Rápidamente coloca su arma en la palma de mi mano


y la sigo hacia el bosque.

La pierdo de vista por un momento y me asusto, pensando que volvió a huir,


pero entonces oigo un disparo delante de mí. Salgo corriendo hacia el sonido del
disparo y me detengo al llegar a un pequeño claro del bosque. Una está de pie en
medio, con el arma en alto mientras dispara a un árbol. ¿Qué está haciendo?

Me acerco lentamente a ella mientras dispara una y otra vez, vaciando el


cargador. Se lleva la mano al costado y se hace el silencio, que cae sobre nosotros
como una manta. Me pongo delante de ella. Está quieta como una estatua, apenas se
distingue su respiración. Tiene los ojos cerrados y una expresión casi serena.

—¿Morte?

Abre los ojos y no hay nada. Tiene el mismo aspecto que hace meses: muerta,
inhumana, sin emociones. Inclina la cabeza hacia un lado, lo que no hace más que
aumentar su animalidad. Siempre sentí un sano respeto por esta parte de ella,
aunque me atraiga. Es la parte de ella que le cortaría la cabeza a un hombre sin
pestañear, y si eso no es excitante, no sé lo que es. Le acaricio suavemente la mejilla.
De nuevo, sus ojos se cierran y se inclina hacia mis caricias, soltando un largo
suspiro. La acerco y me sorprende apretando sus labios contra los míos. Su lengua
roza mi labio inferior, y entonces siento el cañón de su arma presionando mi
estómago. Me echo hacia atrás y mi mirada se cruza con la suya, nuestras caras
apenas a un palmo de distancia.

—¿Vas a dispararme, Morte?

Su expresión vuelve a ser inexpresiva, completamente indiferente. Maldita sea,


es buena.

—Está viniendo —dice, sus ojos se vuelven distantes.

—¿Quién viene?

No contesta, así que le agarro la cara y la obligo a centrarse en mí. Me aprieta la


pistola con más fuerza en el estómago.

—¿Quién?

—Nicholai. Él lo sabe. Viene por nosotros. —Aprieta los dientes y un profundo


ceño se dibuja en sus rasgos—. Él nunca se detendrá ahora. No hay ningún lugar
donde pueda esconderme, ningún lugar al que pueda huir. Aunque acuda a él, no
será suficiente. Querrá al bebé.

—No irás a ninguna parte.


Su mirada cae al suelo.

—Todo lo que quería era hacer algo bueno. Sólo una cosa buena en toda una
vida de cosas malas. Tener un bebé. Dárselo a una familia que lo quisiera. Y ahora...

Le acaricio el pómulo con el pulgar.

—Ahora nada. No te tocará, ¿me oyes? Jamás.

Me mira y, por primera vez desde que conocí a Una, veo auténtico miedo en sus
ojos violetas.

—No sabes de lo que es capaz.

—¿Por qué quiere un bebé?

—Para criarlo como el soldado perfecto —susurra. Las palabras me producen un


escalofrío y veo realmente el tipo de vida en el que creció Una. Sabía que era de la
Elite. Sabía que la entrenaron desde pequeña, pero creía que Nicholai se preocupaba
por ella a su manera enfermiza. Esto es más que eso. Esto es una locura—. Y ahora...
no tengo elección. Tengo que intentar escapar de él. —Ella respira profundamente.
—Me queda una bala. No quiero dispararte, Nero, así que déjame ir.

—Pues dispárame, pero será mejor que me mates, porque si te vas, te perseguiré
hasta el fin del mundo. —Su mandíbula se tensa y la pistola se retuerce en su mano,
clavándose en mis costillas—. ¿Cuándo te vas a dar cuenta que no estás sola?

Titubea un segundo y da un paso atrás. La indecisión se dibuja en sus rasgos


antes de ponerse en cuclillas y apoyarse la empuñadura del arma en la frente.

—Debería haberme deshecho de él —sacude la cabeza—. Fui tan estúpida, tan


egoísta al pensar que podía hacer esto.

—Morte, olvidas quién eres, quiénes somos. No huimos. Te lo preguntaré una


vez más, ¿confías en mí? —Le tiendo la mano y ella la mira un segundo antes que su
mirada se encuentre con la mía.

—Prométeme una cosa. Si viene por mí, no dejes que me lleve.

—Jamás.

—Lo digo en serio, Nero. Si tienes que matarme para alejarme de él, hazlo.
—Una...

—No tienes idea de lo que me hará, lo que hará con este bebé. —Parece tan
desolada, como si esta fuera su única opción, un destino resignado—. Yo... nunca
saldré de ese lugar.

¿Puedo prometerle eso? ¿Podría matarla a ella y a mi hijo para salvarlos de ese
maldito ruso loco? Veo cuánto necesita que le diga que lo haré.

—De acuerdo —digo, y ella asiente, deslizando su mano entre las mías mientras
la pongo en pie. Se acerca a mí y presiona su mejilla contra mi pecho. La rodeo
lentamente con los brazos y la estrecho contra mí durante largos minutos—.
¿Realmente ibas a dispararme?

Se separa y la suelto.

—No deberías hacer preguntas de las que ya sabes la respuesta. —Enarco una
ceja y ella pone los ojos en blanco—. No habría sido mortal.

—Me tranquiliza —murmuro, guiándola de nuevo por el bosque.

En cuanto atravesamos la arboleda, Gio, Tommy y dos soldados están allí de pie,
con las armas en la mano y esperando. Gio fulmina a Una con la mirada y ella le
saluda con un dedo antes de pasar junto a él, balanceando las caderas a cada paso.
Tommy se despega y la sigue. Dios sabe que es el más seguro cerca de ella.

—¿Podrías dejar de mirarle el culo lo suficiente como para decirme qué mierda
está pasando? —Gio dice impaciente.

—Viene el ruso. Quiero que todos nuestros mejores hombres estén listos para
partir en una hora.

—¿A dónde vamos?

—Al ático. Es imposible entrar, y eso lo convierte en el lugar más seguro que
tenemos. —Una parte de mí quiere agarrar a Una y salir corriendo, pero nunca hui
de nada. Me siento como si me estuvieran partiendo en dos. La parte más primitiva
de mí, está en guerra con esta nueva parte, este instinto que necesita proteger a ese
bebé a cualquier precio. Pero el hecho es que Una y yo nos tememos por una razón.
Ella me dijo que no podemos hacer esto, que nuestro mundo es peligroso. La ironía
es que para proteger a ese bebé, necesitamos ser exactamente lo que somos:
formidables, temidos y poderosos. Eso, puedo hacerlo.

UNA NO DIJO UNA PALABRA, en todo el viaje desde los Hamptons. En cuanto
llegamos al ático, se dirige a las escaleras. Puedo decir que está asustada. Eso en sí
mismo debería asustarme. Discuto algunas cosas con los chicos. Seguridad, turnos,
inteligencia sobre el terreno, y luego subo las escaleras y entreabro la puerta del
dormitorio. La luz del pasillo se filtra en la oscura habitación y puedo distinguir a
Una en la cama. George está tumbado a su lado, con la cabeza apoyada en su pecho,
mientras ella le acaricia la cabeza con los dedos.

Entro y el que iba a ser mi perro guardián se levanta de un salto y sale corriendo
de la habitación. Juro que ese perro se vuelve totalmente rebelde cuando ella está
cerca.

Me quito el traje y me doy una ducha. El agua caliente golpea mis músculos
tensos, pero no ayuda en nada. Estoy muy tenso. Necesito luchar o follar. Cuando
vuelvo al dormitorio, Una está tumbada boca arriba, mirando al techo. Tiene los
labios apretados y esa mirada decidida que tiene a veces. No se mueve cuando me
acuesto a su lado.

—¿Qué pasa por tu cabeza, Morte?

—Todo fue tan inútil. —Gira la cabeza hacia un lado—. Estaba dispuesta a
sacrificar cualquier cosa por este bebé.

—Te habrías ido —digo, recordando nuestra conversación, cuando me dijo que
no quería ser madre. Hay algo que no me cuadra. Nadie se esfuerza tanto por una
vida que abandonaría con gusto.

—Mientras Nicholai no pensara que era mío, habría estado a salvo. Así que sí,
me habría mantenido alejada.

Suelto un suspiro pesado.

—Una...

—Pero el tiempo de los actos desinteresados pasó. Acaba de traer una guerra a
nuestras puertas. —Sus ojos se clavan en los míos y se da la vuelta, arrastrando las
uñas por mi mandíbula mientras roza sus labios con los míos—. No sé si podremos
ganar, pero te necesito. Los matamos a todos o morimos en el intento. —Ahí está mi
reina, con la corona manchada de sangre en su sitio.

Sonrío y ruedo sobre ella.

—Vivo para la guerra, Morte.

—Entonces masacraremos a todos los que nos hagan daño.

Joder, está buena cuando se pone violenta. Le arranco el botón de los vaqueros
con tanta fuerza que salta, y luego tiro del material hacia abajo de sus piernas junto
con su ropa interior. Deslizo las manos bajo su culo, la levanto y aprieto la boca sobre
su coño. Un gemido tambaleante sale de sus labios mientras me enreda los dedos en
el pelo, acercándome más a ella. Mueve las caderas, empujando contra mi boca
mientras le meto la lengua. Me rodea la nuca con una pierna y me estrangula
mientras me tumba boca arriba. Sus muslos están ahora a horcajadas sobre mi cara,
su coño sobre mis labios. Arrastro mi lengua a lo largo de ella mientras me folla la
cara. No pasa mucho tiempo hasta que todo su cuerpo se detiene y se tensa, y largos
gemidos se escapan de sus labios. Me encanta verla romperse por mí, porque sé que
Una no se rompe. Por nadie. Esto de aquí es una rareza, un regalo que me concede
porque sabe que soy lo bastante fuerte para quitárselo.

Su cuerpo se debilita y yo la arrojo a un lado, me pongo de rodillas y la tumbo


boca arriba. Jadea con fuerza y su piel se cubre de una fina niebla de sudor.

—Te deseo, Morte. —Agarrándola por el pelo, la pongo sobre las manos y las
rodillas, tirando de su cabeza hacia un lado. Le beso el cuello y ella se estremece—.
Eres mía —le susurro al oído. Agarro su cadera con fuerza y me deslizo dentro de
ella de un solo empujón.

La lujuria y la violencia se arremolinan entre nosotros, mezcladas con la


necesidad mutua de proteger lo mismo. Por primera vez, Una y yo estamos
completamente en el mismo equipo y puedo sentir su poder. Somos uno y seremos
imparables.

Gira la cabeza hacia un lado y me besa. Es como el paraíso y nunca me cansaré


de ella. Todo en ella me desafía y me empuja, y la anhelo. La necesito a mi lado.
Mi nombre sale de sus labios, y entonces ella gime, inclinando la espalda
mientras se empuja contra mí. Me encanta verla así, completamente vulnerable solo
para mí. Se aprieta a mi alrededor y gimo mientras el placer recorre mi cuerpo. Le
digo que es mía, pero mientras me corro, sé sin lugar a dudas que es dueña de una
parte de mí.

—¡Joder! —Un gemido sale de mis labios. Los dos nos inclinamos hacia delante
y yo apoyo la cara entre sus omóplatos, respirando con fuerza sobre su piel húmeda.
Al final, se tumba boca arriba. Parece tan inocente, con el pelo revuelto, las mejillas
sonrojadas y el cuerpo hinchado por el bebé que le di. Aprieto los labios contra los
suyos y desciendo por su pecho, chupándole un pezón. Y luego le doy un beso en la
piel expuesta de su vientre—. Ningún bebé estará más protegido —murmuro
mirando a Una.

Ella arquea una ceja.

—Creo que la mayoría de la gente se compra un monovolumen y tapa los


enchufes con cinta adhesiva.

—No somos la mayoría de la gente, Morte.

Sus cejas se juntan y una pequeña línea se hunde entre ellas.

—¿Es así como se siente el miedo?

—Tal vez.

Se frota el pecho.

—Siento que me estoy deshaciendo y que todo lo que conocí se está deshaciendo
hilo a hilo. ¿Quizás no estoy hecha para esto?

—Nunca nadie fue más adecuado. —Es despiadada y peligrosa, y compadezco


a cualquiera que intente hacer daño a su hijo. Puede que no sea una madre clásica,
pero basta con mirar al reino animal para ver que las mejores madres son también
las más letales.
CUANDO ME DESPIERTO por la mañana, Una no está y, como de costumbre,
tengo que ir a buscarla. La encuentro en la cocina, de pie frente a Gio, con la mirada
perdida.

—Voy a contar hasta tres y luego voy a romperte el cuello y dejar tu cuerpo aquí
mismo para que lo encuentre Nero.

—Yo no... —Gio comienza.

—Uno. —Me acerco por detrás y beso su cuello antes de pasar junto a los dos en
busca de café. —Dos.

—¿Por qué estás contando? —La miro entrecerrando los ojos.

Ella mira por encima del hombro de Gio.

—Quiero mis armas, y él no quiere dármelas.

Suspiro y apoyo las manos en el lado de la cocina, esperando a que se prepare el


néctar negro.

—Gio, yo me encargo.

Se aleja, sacudiendo la cabeza mientras se va. Aguanta más mierda de la que


tengo derecho a pedirle.

—No, no lo haces —Una se acerca a zancadas, la expresión de su cara promete


dolor.

—Morte, tú y las armas...

Me señala.

—Ni se te ocurra. Soy mejor tirador que cualquiera de tus soldados de mierda.
Soy mejor tirador que tú. Entonces, ¿cómo va a ir esto, Nero? ¿Vas a tratarme como
a una prisionera? ¿Tu propia incubadora personal? —Me mira con el ceño fruncido,
con la mandíbula rígida—. No te necesito, recuérdalo.

Siempre tiene que presionar. La agarro por el cuello y acerco su cara a la mía:
—No me empujes, joder, antes de que me tome un café. —Ella sigue mirando,
pero no hace ningún esfuerzo por zafarse de mí—. No eres una prisionera. Eres mi
igual. —La empujo y le doy la llave de la armería.

Ella se da la vuelta antes de mirar por encima del hombro.

—En realidad, soy El Beso de la Muerte. Nadie es mi igual.

Joder, me dan ganas de hacerle daño y follármela. Juro por Dios que en cuanto
tenga el bebé... Para cuando me tomé el café, Una baja las escaleras con sus
pantalones de yoga y un sujetador deportivo, y los auriculares puestos. Lleva el pelo
recogido en una coleta alta y las manos vendadas.

—¿Te apetece una ronda? —me dedica una sonrisa irónica.

—No voy a pelearme contigo. —Mis ojos se posan en su estómago y, a juzgar


por la expresión de su cara, eso la cabrea.

—Entonces puedes ser mi saco de boxeo.

—Cualquiera pensaría que sólo quieres arruinar mi cara bonita. —Sonrío.

—Eres demasiado guapo para ser jefe de la mafia. ¿Seguro que no quieres que te
haga algunas cicatrices? Para que parezcas más malo.

Pasa junto a mí y me pasa el dedo por el corte del cuello que aún está
cicatrizando.

—Tengo muchas cicatrices cortesía tuya, gracias. —A saber, el agujero feo que
me hizo en el hombro—. Pero piénsalo de esta manera, si alguna vez decides
matarme, mi cabeza será un trofeo mucho más bonito que la de Arnaldo.

—Cierto. —Una sonrisa de satisfacción se dibuja en sus labios. Sólo el recuerdo


de la cabeza decapitada de Arnaldo me la pone dura. Descubrió por las malas lo que
pasa cuando cabreas a Una. No tiene piedad.

Doy un paso hacia ella mientras retrocede hacia el gimnasio.

—¿Te dije alguna vez lo sexy que me parecen tus ataques extremos de violencia?

Se encoge de hombros y se aleja de mí.


—Hormonas.

—Sigues estando buena.

—Estás enfermo —dice mientras empuja la puerta del sótano y la cierra tras de
sí—. Lo dice la mujer cuyos arrebatos hormonales incluyen volar una casa y matar a
dieciocho hombres —murmuro entre dientes antes de dirigirme a la oficina.
UNA

Golpeo el pesado saco una y otra vez hasta que me duelen los brazos y el sudor
me recorre la espalda. Casi espero que Nero venga a verme, pero no lo hace y se lo
agradezco. Necesito tiempo para pensar, para darle vueltas a todo lo que tengo en
la cabeza. Una parte de mí odia que Nero me haya atrapado. Esa parte siente que es
culpa suya que estemos aquí porque no me dejó huir. Pero luego pienso: ¿y si
podemos ganar esto? Es bastante improbable, pero ¿y si pudiéramos? Y ahí está la
esperanza. Nero me hace sentir cosas, desear cosas, y creo que prefiero caer en un
incendio de gloria con él a mi lado, antes que entregar a mi hijo a un extraño y volver
con Nicholai para que vuelva a jugar a ser su mascota favorita. Llega demasiado
lejos, pide demasiado, y lo mataré o moriré en el intento.

Al acercarse a Nicholai, todo tiene que ser estratégico. Él no piensa como la gente
normal. Es la encarnación del depredador definitivo: inteligente, persistente,
despiadado, rico y loco. Si sumamos todo eso, nos enfrentamos a un oponente que
realmente me asusta. Me entrenaron para no temer a nada, pero es fácil no temer
cuando el peor escenario es la muerte. Mi propia muerte no me da miedo, pero la de
mi bebé... De repente, el miedo es algo muy real, muy tangible, y no me gusta. No
me gusta la forma en que se instala en mi pecho y hace que el simple hecho de
respirar se convierta en una tarea pesada. Hago una pausa y apoyo la frente en la
bolsa, respirando hondo.

No, no dejaré que eso ocurra. Aunque me caiga, Nero estará ahí. Tengo que
confiar en ello. El camino ante mí parece tan claro y a la vez imposible. La única
manera que Nicholai se detenga es si está muerto, pero ¿puede hacerse? ¿Realmente
se puede acabar con un jugador tan importante de la Bratva? Tal vez, si puedo
acercarme lo suficiente a él. Después de todo, soy su favorita.

Me alejo de la bolsa y salgo del gimnasio, desenvolviéndome las manos mientras


avanzo. George está tumbado en la puerta del gimnasio, pero se levanta en cuanto
me ve. Mis dedos recorren su elegante abrigo mientras camina a mi lado. Me doy la
vuelta al oír unos pasos fuertes y veo a uno de los soldados de Nero pasar corriendo
junto a mí, con la mano pegada al auricular mientras habla. Sólo oigo una palabra:
intruso. Es suficiente para que mi ritmo cardíaco se acelere y me desvíe hacia la
armería, una habitación del pánico reforzada oculta tras un panel en el comedor.
Nero es muy ingenioso. Presiono el llavero en la ranura de la pared e introduzco un
código. La puerta se abre con un pitido y entro. Hay una pared de armas a un lado
y pantallas de televisión al otro, todas mostrando varias cámaras en el apartamento
y el edificio. Echo un vistazo a cada una de ellas y me detengo en el vestíbulo.
Entrecierro los ojos ante el grupo de hombres trajeados que rodean a un solo
hombre. Alto y delgado, con el pelo rubio dorado y una postura letal. Sasha. Dos
hombres yacen a sus pies, inconscientes o muertos. Los tipos que lo rodean
desconfían, aunque él parece tranquilo. Típico de Sasha. ¿Ahora es amigo o
enemigo? No es ningún secreto que su lealtad está con Nicholai. Pero se acercó a
Nero y me ayudó a correr. Dudo un momento antes de salir de la habitación y
dirigirme al ascensor. Hay un tipo de guardia que saca su pistola en cuanto me ve.

—Tienen que enterarse que no soy una prisionera —gruño.

—Lo siento, señora. Órdenes del jefe. Nadie sale. Nadie entra. —Sonrío,
acercándome lo suficiente como para que mi abultado estómago le roce—. En primer
lugar, llámame señora otra vez y te cortaré la lengua. En segundo lugar, piensa en
mí como una extensión de Nero, porque si vuelves a faltarme al respeto, no te va a
ir bien. —Tembloroso, asiente con la cabeza, y yo esparzo una sonrisa falsa en mi
cara—. Ahora, llama por radio a esos idiotas y diles que dejen subir a Sasha.

—No toques tu radio —la voz de Nero viene de detrás de mí, baja y dominante.

Lo fulmino con la mirada.

—¿En serio?

Nero solo lleva unos pantalones de entrenamiento, el pelo aún húmedo de la


ducha.

—¿Confías en él? —pregunta incrédulo.

—Por supuesto. Es Sasha. —No es una completa mentira. Confío en que no


vendría a hacerme daño, pero no en que no le contaría a Nicholai todo lo que sabe.
No lo juzgo por eso, el tipo de crianza que tuvimos, te deforma la mente tanto por
el miedo como por el condicionamiento. Yo sentí esa misma lealtad ciega hacia
Nicholai durante años, pero tenía algo a lo que aferrarme fuera de ese centro: mi
hermana. Sasha nunca tuvo eso. Lo más cercano que tiene a una familia somos
Nicholai y yo, y lo estoy obligando a elegir entre su padre y su hermana.

—¿Y si está aquí para matarte? ¿No sería el peón perfecto? Es lo suficientemente
cercano a ti como para que confíes en él, lo suficientemente hábil como para
derribarte, y sin duda prescindible, así que si lo mato después, a Nicholai no le
importará.

—Sasha es bueno, pero no mejor que yo, y menos cuando estoy rodeado por
media mafia. —Pongo los ojos en blanco—. Y Nicholai no me quiere muerta. Es lo
último que quiere.

—Una...

—Por favor, confía en mí. Puede que tenga información. Hasta ahora no hizo
más que ayudarnos.

Las cejas oscuras se juntan y cruza los brazos sobre su amplio pecho.

—No me gusta.

—Entendido.

—No le digas nada. ¿Cómo sabe siquiera que estás aquí? ¿Sabe Nicholai dónde
estás?

—Capo —resoplo—, tienes dos propiedades en Nueva York. No es difícil,


además, Sasha puede hackear cualquier cámara de seguridad, en cualquier lugar. Si
quiere encontrar a alguien, lo encontrará. —Levanto la barbilla hacia la cámara de la
esquina de la habitación—. Puede hackear todos tus cortafuegos. Es bueno.

—Eso me tranquiliza —refunfuña—. Diles que lo suban —le dice al tipo que
sigue detrás de mí. Él transmite la instrucción y yo espero a que suba el ascensor.
Nero se coloca ligeramente delante de mí, como mi perro guardián personal. Por
puro principio, me pongo a su lado y cruzo los brazos sobre el pecho.

El ascensor hace “ping” y las puertas se abren, dejando ver una pared de
italianos trajeados. Sigo sin gustar a los hombres de Nero, y la mayoría de ellos me
miran o me ignoran. No me importa, pero me preocupa que su lealtad a Nero pueda
flaquear ya que se está follando al enemigo. Él y yo sabemos que fue una represalia,
pero incluso yo admito que veintiún italianos muertos es difícil de explicar. Y bueno,
todos los italianos parecen estar relacionados. Garantizado, cada tipo que maté tiene
un primo o sobrino o hermano en las filas de Nero, lo que siempre es reconfortante.

Los trajeados salen, se colocan a ambos lados de las puertas y dejan ver a Sasha.
Su rostro es de acero, como siempre, con rasgos severos y angulosos. Una pequeña
línea se dibuja en su entrecejo mientras sus ojos se mueven de mi cara a mi estómago.

—Así que es verdad —dice simplemente. Asiento con la cabeza y él echa un


vistazo a la habitación. Puedo ver cómo su mente procesa cada detalle, buscando
amenazas. Lo está evaluando todo, desde la distancia que nos separa hasta la forma
en que cada hombre sujeta su arma, detectando puntos débiles, planeando, trazando
estrategias. Lo sé, porque es exactamente lo que yo hago cuando estoy en una
situación hostil.

—¿Por qué estás aquí, Sasha? —le pregunto.

Mira a Nero y luego a mí, con los labios apretados en una fina línea.

—Danos un minuto —le digo a Nero.

—No.

Me vuelvo hacia él y se limita a mirar fijamente a Sasha, sin revelar nada.

—Nero...

Nero mira a los chicos a ambos lados del ascensor.

—Vayan. —Les ordena—. Gio, quédate. —Los hombres hacen lo que se les
ordena, se van al apartamento y nos dejan solos a Gio, Nero, Sasha y a mí. Los ojos
de Sasha se encuentran con los míos. Sé lo que está pensando, que acabo de reducir
la manada e igualar las probabilidades. Doy un paso hacia él y acorta la distancia
que nos separa, estrechándome en un fuerte abrazo que me pone tensa. Sasha y yo
nunca nos abrazamos. No es algo que se haga cuando ninguno de los dos soporta
que lo toquen.

—Siento mucho haberlos ayudado a llegar hasta ti. Tenemos que llevarte lo más
lejos posible de aquí —susurra en ruso, en voz tan baja que apenas supera una
respiración. Siento que algo sólido me oprime el estómago y lentamente agacho la
mano, rozando con los dedos el frío metal de una pistola—. ¿Lista? —pregunta, con
el cuerpo tenso y preparado para el ataque.
—Espera, Sasha. —Me alejo un poco de él—. No me voy a ir.

—¿Qué mierda está pasando? —Nero suelta un chasquido. Oigo el clic de un


seguro siendo accionado por Gio, y puedo sentir la agresión derramándose de Nero
como un ser vivo deslizándose sobre mi espalda.

Le tiendo la mano a Nero porque Sasha, aunque es como mi hermano, sigue


siendo un asesino letal. No me hará daño, pero Nero y Gio son simplemente
objetivos evaluados según su nivel de amenaza. Yo sé esto.

—No voy a huir —digo, esta vez en inglés, sacando el cargador de la pistola que
me dio y devolviéndosela.

Esos ojos verde jade se cruzan con los míos, entre la preocupación y la confusión.

—Una, lo sabe.

Asiento con la cabeza.

—Lo sé.

—Entonces sabes que quiere a ese niño.

—Lo sé.

Se arrodilla y se pasa una mano por el pelo, agitado. Cuando entrenábamos en


el campo, solíamos arrodillarnos para elaborar estrategias y tomarnos un minuto
para planificar. Hago lo mismo delante de él.

—¿Adónde podría ir, Sasha? No hay ningún lugar donde no me rastrearía.

—Entonces... —Suspira—. Entonces vuelve a casa, ruégale que te perdone. Sabes


que lo hará. Él te ama. Esto... solo lo estás empeorando para ti, Una. —Nero suelta
un gruñido de disgusto detrás de mí y me vuelvo hacia él.

—¿De verdad? Vete a la cocina.

Enarca una ceja, mirándome como si yo fuera otro de sus peones a los que hay
que dar órdenes.

—Perdóname si no confío en tu amigo el superasesino.


—Lo juro por Dios, Nero. Dolor, mucho dolor.

—Creía que el estrés era malo para los bebés —dice rotundamente Sasha.

Me vuelvo hacia él y no puedo evitar sonreír.

—Oh, bueno. Entonces el pobre niño no tiene ninguna posibilidad. —Se levanta
y vuelve a mirar a Nero. Me pongo de pie.

—El italiano es volátil e impredecible —dice en ruso—. Hará que te maten.

—En nuestro mundo, lo volátil e impredecible gana guerras —respondo en mi


lengua materna—. Él es peligroso y yo necesito peligro.

—Por favor, vuelve a casa —suplica. Puedo ver el atisbo de miedo en sus ojos, y
sé que no es por el bebé, es simplemente por mí, porque soy lo más parecido a una
conexión humana que tiene. Sasha parece formidable vestido todo de negro,
cubierto de armas y con la máscara de un asesino frío como el hielo, pero todos
tenemos nuestros puntos débiles. Igual que Anna era mía, yo soy suya, pero no
quiero que traicione a Nicholai como yo lo hice. Lo destrozaría.

Suspiro.

—Nunca voy a volver, Sasha. Le hará a este bebé lo que nos hizo a nosotros. —
Romperá a mi hijo como nos rompió a nosotros. Las cosas rotas sanan más fuerte,
pero por primera vez en mi vida me perturba el concepto.

—¿Fue tan malo? —pregunta.

Lo que Sasha no puede ver es que, a pesar de sus muchos puntos fuertes, su vida
es una existencia triste y lamentable. Cuando lo conocí, tenía trece años. Él tenía
catorce, pero ya llevaba cinco años en el centro. Quizá Nicholai me atrapó demasiado
tarde, porque nunca dejé atrás la vida que tenía antes de convertirme en Elite. Sasha
es la encarnación viva y palpitante de todo lo que Nicholai quería que fuera. Su vida
es lo que Nicholai elige en ese momento porque no conoce otra cosa. No tiene
libertad, sólo órdenes y obediencia. Y lo más triste de todo esto es que él no puede
verlo. No puede ver lo que le quitaron, sólo las fuerzas que le dieron, pero a un alto
precio.

—Éramos niños, Sasha.


—Él nos hizo fuertes, Una. Tú eres la más fuerte de nosotros, y aun así se lo echas
en cara. —Su voz se eleva ligeramente antes de componerse de nuevo.

—Nos rompió y nos convirtió en armas. —Doy un pequeño paso atrás,


alejándome de él y acercándome a Nero—. Tomé mi decisión.

Los ojos de Sasha se dirigen a Nero, con la mandíbula rígida.

—¿Crees que eres lo suficientemente fuerte como para protegerla de lo que se


avecina? —le pregunta a Nero en inglés.

—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —responde


enigmáticamente Nero.

Sasha niega con la cabeza.

—No tienes ni idea de lo que se avecina. Irá por tus debilidades. —Sus ojos
vuelven a mirar a Nero—. Y desarrollaste muchas, hermana, pero intentaré
ayudarte.

—¿Por qué? Si Nicholai se entera...

—Porque eres mi hermana, y te quiero.

—Yo también te quiero. —Me escuecen los ojos y maldigo estas malditas
hormonas. Se da la vuelta y entra en el ascensor—. Pero Sasha... —Cambio al ruso—
. No te pongas en peligro por mí. No espero salir viva de esta.

Nero no necesita saber lo bajas que son realmente mis expectativas. Le lanzo a
Sasha el clip que tengo en la mano y él lo arrebata del aire justo antes que se cierren
las puertas.

Me aferro a esas últimas palabras entre nosotros, porque no sé si volveré a verlo


o cuándo, y en realidad, Sasha es más como un hermano para mí que mi hermana
de verdad. Sasha y yo siempre estuvimos unidos, pero no creía que ninguna de los
dos fuera capaz de amar. Tal vez sólo sea nuestra propia versión de él, una emoción
mimetizada, un sentimiento de apego al que necesitamos poner nombre. Después
de Alex, rehuí y temí el amor como si fuera una plaga. Amar a Alex me costó muy
caro, y haría cualquier cosa por evitar ese dolor de nuevo. Perder a alguien a quien
quieres tan profundamente es una agonía como ninguna otra, te hiere, te deja
cicatrices que nunca se curan. Y entonces pienso: ¿y si Nicholai matara a Nero? Me
preocupo por él, me interesa como aliado, como padre de mi hijo, y tal vez... tal vez
lo ame de alguna manera. Matar a Alex me arrancó el corazón y ya no me queda
mucho que dar, pero creo que cualquier parte retorcida y ennegrecida que quede de
él pertenece a Nero. Después de todo, él es mi igual. Me obligó a sentir cosas que
creía dormidas, y le respeto como nunca respeté a nadie. Confío en él, y eso lo dice
todo.

Me giro para mirar a Nero. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y el pelo
revuelto, como si se hubiera pasado las manos por él. Gio se aleja ahora que la
amenaza desapareció.

—Decidiste quedarte —dice Nero.

Asiento con la cabeza, incapaz de pronunciar las palabras que flotan en el aire.
Te elegí a ti. Si quería escapar, nunca iba a tener una oportunidad mejor que con
Sasha aquí. Todos los soldados del rey y todos los hombres del rey no podrían
detenernos a los dos juntos. Por mi cuenta, soy bueno, con Sasha... somos
invencibles; el mejor equipo de asesinos de Nicholai.

—¿Puedes confiar en él? —Nero pregunta.

—Quiero hacerlo. —Quiero creer que Sasha nunca me vendería—. Pero tienes
que entender, el entrenamiento, es difícil de resistir. Y los castigos por deslealtad
son... —Los recuerdo bien. Electrocuciones repetidas, latigazos, ahogamientos,
incluso inyecciones de veneno de escorpión que te hacían alucinar. Y cuando viste
las cosas que vimos esas alucinaciones no son bonitas—. Él no es el enemigo.

Me observa durante unos segundos y luego asiente.

—En el momento en que te pone en peligro, lo es. ¿Lo entiendes? —Dudo—. Esto
ya no se trata sólo de ti, Morte. Dime que lo entiendes —exige, ese poder que tan
bien lleva flexionándose y rodando como una ola.

—Lo entiendo.

Sigo a Nero hasta el dormitorio, donde se mete en el vestidor. Unos minutos más
tarde lleva pantalones de vestir y una camisa a la que está abrochando los botones.
Echo de menos su estado descamisado, pero el diablo lleva muy bien un traje.

—¿Vas a alguna parte?


Levanta una ceja, con expresión estoica.

—Tengo algunos asuntos que tratar en la ciudad. —Por supuesto.

—¿No tienes gente para eso?

Se abrocha el cinturón.

—A veces, si quieres que un trabajo se haga bien, tienes que hacerlo tú mismo.

Me tumbo en la cama y estiro los brazos por encima de la cabeza. Nero recorre
mi cuerpo en ropa interior.

—Resulta que soy muy meticuloso en mis trabajos. —Le sonrío.

—No.

Suspiro y me siento.

—Si no salgo pronto, es probable que mutile mucho a Gio. Seguro que es útil que
tu mano derecha tenga... bueno, una mano derecha.

La diversión resquebraja esa máscara implacable.

—Morte, se supone que debes pasar desapercibida.

—Eso es, no estoy segura de querer pasar desapercibida. —Le saco la camisa de
los pantalones y deslizo la palma de la mano por sus abdominales—. No corremos
y nos escondemos. Hay que trazar líneas de batalla, capo. —Su mano rodea mi
muñeca y la saca de debajo de su camisa.

Se inclina sobre mí y me sujeta ambas manos por encima de la cabeza. Sus labios
están apenas a un susurro de los míos.

—Y por mucho que aprecie tu lealtad, Morte, no te irás de aquí.

—¿Igual o prisionera, capo?

Un suspiro exasperado se desliza por sus labios y, por un momento, nos


quedamos mirándonos fijamente.
—Eres la única persona en este mundo que podría ser mi igual —dice con
arrogancia.

Sonrío y aprieto los labios contra los suyos. Paso la lengua por su labio inferior,
saboreando café y promesas violentas. Y eso es todo. Me agarra por las caderas y me
tira de la cama hasta que me aprieta entre los muslos. El aroma de su colonia teñida
de humo de cigarrillo me envuelve e inhalo profundamente mientras me muerde el
cuello.

—No hagas ninguna tontería. Mantente a un metro de mí en todo momento. —


Respira contra mi piel.

Sonrío.

—Se te olvida otra vez.

Me aprieta la mandíbula entre los dientes.

—Nunca. —Su voz retumba en mi oído antes de apartarse y mirarme


fijamente—. Quedé con el líder del Russkoye Slovo. —Pongo los ojos en blanco—. Y
no puedes ponerle los ojos en blanco, ni dispararle, ni cortarle...

—Bien. Pero si tratas con perros, la gente te verá como una perrera.

—Eso no tiene sentido. —Me empuja.

—Lo tiene si eres ruso. —Dejo que me ponga en pie—. ¿Qué trato tienes con él?

—Hablaremos en el coche.

—Bien.

La ciudad retumba tras la ventanilla del coche. Las bocinas de los coches suenan
mientras nos sentamos en medio del tráfico. Odiaba la ciudad, los rascacielos, los
ignorantes que se desplazan al trabajo, la gente que baja como un río por las aceras,
los olores que impregnan el aire denso y pútrido... Es una sobrecarga sensorial, una
pesadilla para alguien como yo.

Suena música por los altavoces del coche. Miro a Nero, que está recostado en el
respaldo de su asiento, con el brazo extendido mientras deja caer
despreocupadamente la muñeca sobre el volante. Casi parece relajado, excepto por
el sutil tic de su mandíbula.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Nada.

Vuelvo a mirar hacia el parabrisas.

—Mentira.

Ninguno de los dos dice nada más mientras serpenteamos entre el tráfico que se
detiene y acaba parando frente a un viejo edificio de ladrillo junto al puente de
Brooklyn. Las altas ventanas están adornadas con pequeñas jardineras y unos
anchos escalones de piedra conducen a unas puertas dobles de aspecto pesado. En
cuanto el coche se detiene, la puerta se abre y un joven trajeado se acerca corriendo.

Me bajo y Nero le entrega las llaves antes que subamos los escalones hacia la
puerta.

Al parecer, esta reunión es una ocasión formal, así que llevo vestido y zapatos
de tacón. Hubo muchas ocasiones en las que tuve que seducir a objetivos y vestirme
como una mujer a la que seguirían con gusto hasta una habitación apartada. Pero
me siento falsa, una hoja que finge ser una flor. En algunos casos, una flor es un buen
disfraz, pero en otros, quieres que te vean como algo peligroso y que amenaza la
vida. Un abrigo hasta las rodillas disimula el bulto del bebé. Sé que ya no tiene
sentido, pero mostrarlo es como apuntar a un punto débil y desafiar al enemigo a
que me apuñale ahí.

Nero me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia él mientras subimos los
escalones.

—Estás preciosa —me dice, divertido, mientras hace girar un mechón de mi pelo
alrededor de su dedo.

—Llevo una pistola y dos cuchillos. Te haré daño.

Se ríe mientras me abre la puerta. Le fulmino con la mirada al pasar, pero él se


limita a mirarme el escote.
—No vayas a apuñalar a nadie. No querrás mancharte el vestido de sangre. —
Voy a mancharlo de sangre en un minuto.

Pasamos por delante de lo que parece un mostrador de recepción. El tipo que


está detrás me mira fijamente y noto su atención incluso cuando doblamos la
esquina. Unas puertas dobles dan a un bar. El suelo es de madera y hay sillones de
cuero por todas partes. No hay mucha gente, pero todos me miran como si tuviera
dos cabezas. O quizás es a Nero a quien miran.

—¿Por qué me miran? —digo en voz baja.

Él sonríe.

—No ven muchas mujeres aquí.

Vuelvo a mirar a mi alrededor. No hay ni una sola mujer aquí, y todos los clientes
son... de cierta clase.

—Brillante, un club de caballeros. Ni siquiera sabía que todavía se podían hacer


esas idioteces sexistas. —Entonces se me ocurre un pensamiento—. Espera, ¿van a
intentar echarme? ¿No hacen esgrima? Por favor, déjame retar a alguien a un
combate.

—Hoy tienes sed de sangre. —Resoplo ante eso. Si él se sintiera como yo ahora
mismo, ciudades enteras arderían.

—Sabes que ganaría. —Tal vez eso es lo que le preocupa.

—Morte. Si alguien te apuntara con un arma, me vería obligado a arrancarle


ambos brazos del cuerpo. —Una sensación de aleteo estalla en mi pecho, aunque no
necesito en absoluto su protección. Aun así...

—Dices las cosas más dulces.

—Hmm. —Me da un beso en la mejilla antes de guiarme a una mesa del rincón.

Un hombre pequeño con un peinado grasiento se sienta allí, su caro traje a rayas
fuera de lugar y completamente cliché. Parece tener unos cuarenta años, pero está
un poco nervioso. Su rostro está marcado por la evidencia de una vida dura y
violenta. Pero este hombre es Slovo, y ellos son los que se alimentan de lo más bajo,
oportunistas por naturaleza, pero nunca los que se arriesgan por sí mismos. Se lleva
un puro a los labios y entrecierra los ojos a través de los hilos de humo mientras mira
fijamente a Nero.

—Nero Verdi, en carne y hueso —balbucea con marcado acento ruso.

—Igor —responde Nero.

El hombre dirige su mirada hacia mí. Veo un destello de reconocimiento, pero


lo disimula rápidamente.

—¿Y quién es?

—Ya sabes quién soy, perro —suelto en ruso.

Se ríe.

—Pues ahora sí. Eres inconfundible, Una Ivanov.

Nero me acerca una silla y me siento antes que él se siente a mi lado.

—Y tú eres olvidable en todos los sentidos.

—Basta ya de insultos. —Nero interviene, claramente aburrido.

—Solo estaba elogiando su precioso traje. —Sonrío.

La mano de Nero se posa en mi muslo, debajo de la mesa, y las yemas de los


dedos rozan el cuchillo atado al interior.

—Igor, aquí presente, desea traer armas a nuestra ciudad. ¿No es así, Igor? —No
se me escapa el “nuestra” y a Igor tampoco. Sus ojos se entrecierran entre nosotros.
Nero se saca despreocupadamente el paquete de cigarrillos del bolsillo y se pasa uno
entre los labios antes de encenderlo. El chasquido del mechero al cerrarse es el único
sonido mientras espera la respuesta de Igor.

Su mano vuelve a posarse en mi muslo y lo miro. Levanta las cejas e inhala una
larga calada, como si esperara mi respuesta. ¿Es una especie de prueba? Si es así, no
voy a rehuirla.

—Es mucho pedir. —Me inclino hacia delante y miro fijamente al hombrecillo—
. Pero ya ves, Igor, el cordero no le pide un favor al león, cuando todo lo que ofrece
a cambio es su propia pierna para masticar. —Abre la boca para responder—. Y yo
no quiero tu pierna, así que dime, ¿qué me ofreces?

Igor deja el puro y se echa hacia atrás en la silla, frotándose la barbilla con una
mano. Tras unos instantes, Nero se aclara la garganta.

—No soy un hombre paciente.

Igor asiente y apoya las palmas de las manos sobre la mesa.

—Iba a ofrecerte un nuevo medicamento, pero te doy a elegir —dice en un inglés


rebuscado—. Puedo darte droga. Una nueva droga para fiestas muy buena. Está de
moda en Moscú. O... —levanta una ceja, una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios—. Puedo convertirme en aliado.

Hay un momento de silencio antes que me ría.

—¿Qué podría ofrecernos una alianza contigo?

Esta vez es él quien se ríe.

—Estás con él —cambia a ruso—. ¿Por qué? Oí que te buscan, Beso de la Muerte.
Oí que mataste al subjefe italiano, que Nicholai te está persiguiendo. Y ahora te veo
aquí, precisamente con él. Parece muy... apegado a ti. —Se pasa una mano por
delante de la chaqueta—. Entonces, te pregunto, ¿eres leal al lobo, o a tu supuesto
león? —Al lobo. Sólo los enemigos de la bratva llaman a Nicholai el lobo, y hacía
mucho tiempo que no lo oía.

—Estoy aquí, ¿no? —Vuelvo al inglés.

—No me gustan las mascotas de Nicholai —Los ojos de Igor no se apartan de mi


cara—. Pero escupo sobre la bratva, y escupo sobre Nicholai Ivanov. —Los Slovo
son enemigos de los bratva. Mi primer asesinato en solitario fue su antiguo líder, de
hecho—. Te ofrezco mi ayuda, Una Ivanov. Con una condición: tu maestro muere.

Me vuelvo hacia Nero y él se concentra en Igor durante un rato más antes que
su mirada se encuentre con la mía.

—No confío en él —digo esta vez en italiano—. Ya te lo dije, es un perro y se


volverá loco en cuanto alguien le ofrezca algo mejor. Probablemente nos venderá a
Nicholai.
—No estará lo suficientemente cerca ni tendrá la suficiente información como
para venderte, Morte. —Sus labios se inclinan hacia arriba, esa confianza fácil que
desprende en oleadas. Tiene esa forma de hacerme sentir como si todo fuera posible
porque es Nero Verdi, y el mundo dejaría de girar si él lo quisiera—. Un aliado ruso
podría ser útil. Su padre fue asesinado por Nicholai. —Trago pesado, porque
Nicholai no hace sus propios asesinatos. Él envía a su Elite. Y ahora me suena el
nombre de Igor. Igor Dracov, el hijo ilegítimo de Abram Petrov, el antiguo líder. Yo
maté al padre de Igor—. No siente amor por el hombre. —Nero cree que es un riesgo
bajo para una recompensa potencial, y su tranquila confianza me lleva a tener una
cantidad irracional de fe en su decisión.

Estudio a Igor. Todo en él parece sospechoso y no me fío. Pero no confío en


nadie. Excepto en Nero y Sasha. Miro a Nero, y parece totalmente tranquilo, sentado
y dejando que yo haga el trato por él. Mis dedos se entrelazan con los suyos y él se
los lleva a la boca, rozando mis nudillos con sus labios.

—Los Slovo son pequeños e inconsecuentes —le digo. Más una banda de
rebeldes que otra cosa—. ¿De qué nos puedes servir, Igor?

Coge el puro y se lo coloca entre los labios, inhalando.

—No, los bratva creen que el Slovo no es una amenaza y así lo queremos.
Nuestros números casi rivalizan con los suyos, pero tengo mucha gente enterrada
en la bratva, callados como ratones. Ellos escuchan. Ellos ven.

—Está decidido entonces —dice Nero, dando por terminada la conversación.

—Nero...

—Ellos están bien conectados, y están motivados para eliminar Nicholai. Si la


bratva cae, entonces pueden asumir el poder.

Entrecierro los ojos. ¿De qué demonios está hablando? Se vuelve hacia Igor y se
levanta.

—Acepto tu propuesta. Puedes mover tu cargamento de armas por la ciudad,


pero mantenlo limpio. Si tengo que involucrarme, no te gustará.

Nero le tiende la mano. Igor la estrecha antes de tenderme la mano a mí. Aprieto
los dientes y la tomo, obligando al asesino interior a salir a la superficie. Sea lo que
sea lo que ve en mis ojos, le hace soltar mi mano rápidamente.
—Un placer —ronronea Igor antes de salir del bar.

En cuanto estamos en el coche, enciendo a Nero.

—La bratva nunca caerá. —La red es enorme, poderosa y está entrelazada hasta
con el gobierno de Rusia. No se puede hacer. Aunque Nicholai es una de sus piezas
clave y su muerte sería un duro golpe, pronto será sustituido.

Una sonrisa de complicidad se dibuja en sus labios mientras arranca el coche.

—Por supuesto que no. —Es todo lo que dice. Maldita sea, el hombre es tan
críptico. Arranca el motor y se aleja del edificio.

—Por supuesto —No es una explicación—. Explícame qué pasa por esa mente
brillante tuya.

—¿Mi mente brillante?

Pongo los ojos en blanco.

—Nero...

—Bien. Por supuesto, la bratva nunca caerá, pero si matamos a Nicholai, tendrán
que tomar represalias. Alguien tiene que asumir esa caída, y no puedo volver a
cargarla sobre la familia. Esto tiene el potencial de iniciar una guerra de mafias.

—Quieres aliarte para tener un chivo expiatorio. —Maldición, piensa en todo,


hasta en los detalles más finos. Yo puedo planear un asesinato al pie de la letra,
pensar en cada opción de escape, cada cosa posible que podría salir mal, pero Nero
toma eso y lo hace a gran escala, teniendo en cuenta a los jugadores clave y
organizaciones enteras, bandas y familias. Nunca me resultó tan atractivo como en
este momento, y no sé si es una forma retorcida de abstinencia de sed de sangre o
las hormonas.

—No tiene sentido matar a Nicholai para morir unas semanas después. —Su
mano se posa en mi muslo, empujando la tela de mi vestido hacia arriba hasta rozar
mi muslo desnudo—. Tengo la intención que sobrevivamos a esto, Morte. Y
gobernarás esta ciudad conmigo. —No me permití pensar en el futuro del que habla,
porque el mañana es muy incierto.

Me río.
—No estoy segura de que tu padre apruebe eso.

Se detiene en un semáforo y me mira con una sonrisa retorcida.

—Tengo un plan.

—¿No lo tienes siempre?

—Siempre.
NERO

Planificación. Es lo único que hice en los últimos tres días. Apenas vi a Una
porque estuvo llamando a sus contactos en Rusia mientras yo llamaba a todo el
mundo, a cualquiera que pudiera ayudar a nuestra causa. El hecho es que Nicholai
Ivanov viene por nosotros y tenemos dos opciones: entregar a Una o luchar. La
primera no es una opción, lo que nos deja preparándonos para una guerra con un
hombre que tiene su propio ejército personal y más dinero, armas e influencia que
Dios. Sin mencionar que está loco y obsesionado con la madre de mi hijo. De todas
las mujeres del mundo, tenía que quererla a ella.

Me paso la mano por la cara y miro los planos que Gio colocó delante de mí.
Estoy sentada en uno de los sofás del despacho del ático y él está sentado frente a
mí. Una se pasea de un lado a otro, crujiéndose el cuello como si estuviera a punto
de montar en cólera. Gio me lanza una mirada nerviosa y yo sonrío. Decidió que lo
odia y ahora él es el blanco de su ira, que es mucha.

—Entonces, ¿la única manera de entrar es a través de la bahía de vehículos? —


Señala el plano. Resulta que Igor era útil. Su gente consiguió darnos planos precisos
de la base militar de Nicholai, aunque no creo que nos sirva de mucho. El único plan
que tenemos es atacarlo de frente.

Una suspira y se vuelve hacia nosotros, inclinándose sobre la mesita y apoyando


la palma de la mano en la madera.

—La base está bien vigilada. Este es el único camino —dice, pinchando el papel
con el dedo—. Está expuesta, con sólo una línea de árboles a un lado. Pueden verte
llegar desde kilómetros de distancia. Hay una torre de vigilancia con una
ametralladora calibre 50 y balas perforantes, así como RPG. Cualquier vehículo no
autorizado es eliminado. —Gio me mira, con las cejas apretadas mientras ella
continúa—. Si pasas esa puerta, te queda un búnker inexpugnable, a prueba de
explosiones nucleares. Y sí, sólo tiene una entrada, y es la bahía de vehículos, que
está fuertemente custodiada por Elite. Podría sacarte ahora mismo, Gio. Yo solo
mientras llevo una pelota de fútbol. No tienes ninguna posibilidad contra uno de
ellos, y te estás proponiendo entrar en su puta base, donde viven y entrenan, donde
estarán armados hasta los dientes. —Se da la vuelta y vuelve a pasearse, pasándose
las manos por el pelo.

—¿Tienes un plan mejor? —pregunta él. Ella se vuelve y lo mira. El aire zumba
con la promesa de sangre, y prácticamente puedo oír su tictac, lista para estallar en
cualquier momento.

—¡Sí! ¡Tenía un puto plan mejor hasta que ustedes dos, idiotas, decidieron
arrastrarme de vuelta a Nueva York! —Se acerca a la ventana y apoya una palma en
ella, dejando caer la cabeza hacia delante mientras aprieta y suelta el puño que tiene
a un lado.

—Gio, dame un minuto. —Se levanta y sale de la habitación. La puerta se cierra


con un clic, dejando un tenso silencio a su paso.

Me acerco a la ventana, estudiando el perfil de su espalda rígida.

—No me conviertas en el enemigo, Morte.

Apoya la cabeza en el cristal, que se empaña con su aliento.

—Me siento como un blanco fácil.

—Percepción, Morte. Si crees que eres un pájaro esperando una bala, seguro que
la bala te encuentra. Estamos trazando estrategias, siendo inteligentes y formando
un plan que realmente funcione. No puedes luchar si crees que la guerra ya está
perdida.

—Nero. —Curvando el puño contra el cristal, deja escapar un gemido—. Tu


confianza no nos va a hacer ganar esto. —Se gira, apoyando la espalda contra la
ventana—. Tienes que ir con tu padre.

—No.

—Tú eres el subjefe. Necesitamos el apoyo de la mafia.

—Estamos hablando de una guerra de la mafia. ¿Y le estaría pidiendo que la


empezara en nombre de qué? La rusa que mató a los nuestros.
—Dimos vueltas y vueltas a todos los planes imaginables. Como mínimo,
necesitamos la protección de la mafia en las secuelas, incluso si podemos llevar esto
a cabo con números limitados. —Se pellizca el puente de la nariz—. Si matamos a
Nicholai, culpamos al Slovo, y tenemos la protección de los italianos, estaremos a
salvo. Los rusos tampoco querrán una guerra. Sin ella, somos un pájaro esperando
una bala.

Suspiro.

—No lo entiendes...

—Estarías pidiéndole ayuda para eliminar a tu mayor competencia. Nicholai


maneja todas las armas en Norteamérica. Ese comercio vale millones. Tómalo. —Ella
da un paso adelante, agarrando mi chaqueta con ambas manos. Sus ojos se clavan
en los míos, la desesperación sangra en su expresión. Está asustada y lo odio. Odio
que Nicholai tenga a mi despiadada asesina temiendo por su vida y la de nuestro
hijo. Voy a acabar con Nicholai Ivanov, pero mientras miro a Una, por primera vez
en mi vida, me pregunto cuál será exactamente el precio de eso.

—Morte, hay líneas que ni siquiera yo puedo cruzar.

—A la mierda la política, Nero. A la mierda las líneas. No llegaste tan lejos para
convertirte en subjefe, sólo para humillar la voluntad de tu padre. —Sus ojos se
posan en mi boca y ella se inclina, pasando sus dedos por mi mandíbula mientras
sus labios rozan los míos—. Enséñale por qué eres el futuro de la mafia. Enséñale
cómo es el verdadero poder. —Me besa—. Muéstrale lo que un hombre sin límites
está dispuesto a hacer. Los italianos pueden odiarme, pero odian más a los rusos.

Le agarro la mandíbula y le echo la cabeza hacia atrás hasta que me mira.

—No te odian, Morte, te temen. Nos temen porque no tenemos líneas.

Su aliento caliente sopla sobre mi cara y una sonrisa malvada se dibuja en sus
labios.

—Bien.

Gimo contra su boca, apenas a un suspiro de la mía. Mi reina cruel, tan


maravillosamente despiadada. Crecí en la mafia, rodeado de hombres que en un
momento disparan a un hombre y al siguiente predican sobre su honor y su ética.
Una y yo somos iguales, ella se regodea en su miedo. Le gusta. Comprendemos el
poder que te teman incluso antes de entrar en una habitación, que susurren tu
nombre con reverencia y repugnancia. Me encanta eso de ella. Somos la nueva
generación, más despiadada, menos indulgente y con un código ético que nos sirve
a nosotros y a los que nos son leales. Hombre, mujer o niño, si te opones a nosotros,
eres el enemigo y serás abatido.

Giro la cara de Una hacia un lado y beso su garganta, aspirando su aroma a


vainilla y aceite de armas.

—Cámbiate, ponte un vestido. Vamos a ver a Cesare. —De una forma u otra, lo
atraeremos a nuestra causa. No estoy por encima de jugar sucio. Si esto es lo que
Una necesita para sentirse segura, entonces se lo daré. Cesare no significa nada para
mí, y Una significa todo.

—Odio llevar vestidos —dice, frunciendo el ceño.

Sonrío, mi agarre se desliza desde su mandíbula y se posa alrededor de su


garganta. Su pulso palpita contra mis dedos, firme y fuerte.

—A mi padre le gusta ver a las mujeres como algo delicado, algo que hay que
proteger. Y tú interpretas muy bien al cordero inocente cuando tienes que hacerlo,
mi amor. —Me fulmina con la mirada y yo me río—. Sobre todo con esto. —Apoyo
mi mano libre sobre su estómago.

—Esto ya me está dando ganas de matar a alguien.

Le beso la frente.

—Encántale como me encantaste a mí.

—Nero, intenté matarte y se te puso dura por ello. —Pone los ojos en blanco—.
Eso no es encantar, es perverso.

—Te gusta lo perverso. —Agarrando sus caderas, la levanto, empujándola


contra la ventana. Sus piernas me rodean la cintura y mi polla dura la aprieta.

—Me encanta lo perverso —jadea.

La beso en el cuello y ella echa la cabeza contra el cristal, empujando sus pechos
hacia mí. El embarazo fue bueno con ella, y su pecho se tensa contra los límites de
su camiseta. Deslizo los tirantes por sus brazos, le chupo un pezón y ella gime,
girando las caderas hacia mí.

—Joder —gimo, con la polla hinchada. Me encanta cómo responde siempre,


ablandándose y abriéndose como la mariposa que es. Me agarra la camisa y me la
rompe. Los botones se desparraman por todas partes y sus uñas recorren mi piel en
un rastro ardiente. Siseo y permito que se deslice por la parte delantera de mi cuerpo.
Me quita la camisa y me empuja hacia el sofá como un depredador hambriento. Su
mirada roza la delgada línea de la lujuria y la violencia, ambas tan cercanas. Se
desnuda por completo y es jodidamente hermosa. Su cuerpo es duro, musculoso,
plagado de cicatrices, pero suavizado por sus pechos y su creciente barriga. Me
empuja contra el pecho y yo caigo de espaldas en el sofá antes que ella se siente a
horcajadas sobre mis muslos. Sus movimientos son agresivos y frenéticos, y
respondo a cada roce de sus labios, a cada latigazo de su lengua con la misma
necesidad brutal, alimentando las llamas, contrariándola.

Suelta un jadeo ahogado cuando le meto dos dedos. Ella toca su frente con la mía
y todo su cuerpo se tensa y tiembla mientras su respiración agitada se entremezcla
con la mía. Agarrándola por la garganta, la penetro con más fuerza, viéndola
totalmente expuesta ante mí. Sus ojos se cierran en un gemido y su piel adquiere un
hermoso tono rosado. El pelo plateado le cae en cascada por la espalda mientras sus
caderas reciben mis embestidas con ansia. Joder, es tan perfecta.

—Córrete para mí, Morte —le digo apretando los dientes.

Y lo hace, gimiendo y apretando mis dedos, con su cuerpo contorsionándose


eróticamente.

—Nero —respira.

Mi nombre saliendo de sus labios en un momento de debilidad es tan correcto,


tan absoluto. Su frente se encuentra con la mía y aspiro el olor a sudor y sexo,
mezclado con su familiar aroma a vainilla. Me agarra del pelo y me besa.

—Ahora podemos ir a ver a tu padre —dice poniéndose en pie.

—Ves, ahora haces que suene mal.

Coge su camiseta y su ropa interior y se las vuelve a poner antes de dirigirse a la


puerta.
—Una, ponte los putos jeans —le digo cuando abre la puerta.

Mira por encima del hombro y guiña un ojo antes de salir.

—Me cago en la puta. —Me subo los pantalones y la persigo. Atraviesa el salón,
donde cinco de mis chicos están sentados con Gio. Los fulmino con la mirada,
desafiándolos a que la miren. Todos apartan la mirada tímidamente, con los ojos
clavados en el suelo.

La alcanzo en las escaleras y la tiro por encima del hombro.

—Bájame.

Le toco el culo con la palma de la mano lo bastante fuerte como para que lo note
cuando se siente.

—Te encanta empujarme, joder.

La dejo caer en nuestro vestidor.

—Me gusta que te enfades.

Dios, ¿cómo no me aburría hasta la saciedad antes de que ella llegara?

—Vístete.

—Necesito ducharme.

—Oh, no. —La arrinconé contra la cómoda, rodeé su delicado cuello con mis
dedos y acerqué mis labios a su oreja. Noto cómo se le acelera el pulso—. No vas a
quitarte mi semen de encima después de ese numerito.

Me mira a los ojos y se muerde el labio inferior con una sonrisa.

—¿Ahora quién es el sucio? Pensé que me querías inocente, arrepentida, pura...

—Nunca. —Le paso el pulgar por el labio inferior mientras me inclino hacia
ella—. Interpreta el papel, pero lo sabremos mejor, Morte.

Los dientes rozan la yema de mi pulgar y mi polla se agita de nuevo.


—Mira y aprende, capo. —Me alejo de ella, cogiendo una camisa y la funda de
mi pistola. Me alejo antes de decidirme a terminar lo que empezamos y follármela.

Cuando llego al final de las escaleras Gio se aclara la garganta.

—¿Llegaste a algo con los planos? —pregunta. ¿Los planos? Ah, los planes.

—Vamos a intentar un enfoque diferente. —Levanta las cejas—. Vamos a Cesare.

—¿Vamos?

—Voy a llevar a Una. A ver si puede apelar a su lado estratégico.

Respira hondo.

—Con el debido respeto, creo que eso podría agravar la situación.

—No tenemos muchas opciones. Necesito números y apoyo político, Gio. —Lo
arrastro a la esquina de la habitación—. Nicholai va a hacer una jugada pronto. No
vendrá directamente a nosotros, y no podemos ir a él, no en la base. Es un suicidio.
Creo que tenemos que atraparlo lejos de su territorio.

Sus cejas oscuras se juntan.

—Una podría atraerlo fuera.

—Vuelve a sugerir eso, Gio, y te mataré, amigo o no.

Resopla.

—Nero, te enfrentas a lo imposible. Tenemos que atraerlo, y lo único por lo que


está garantizado que saldrá es por Una.

—¿Me eres leal o no?

—Fuimos los mejores amigos desde que teníamos catorce años. —Y renunció a
casi todo para apoyarme—. Sabes que lo soy.

—Entonces eres leal a ella y a mi bebé. —Me mira fijamente durante un rato,
luego suelta un largo suspiro y asiente. Me mira por encima del hombro antes de
darse la vuelta y volver con los pocos hombres que reunió. Me doy la vuelta justo
cuando Una baja las escaleras.
—¿Suficientemente inocente para ti? —pregunta.

—No sé si esa es la palabra que yo usaría —murmuro. Lleva un vestido gris que
se le pega a todo. Ese bulto no se vería mejor ni aunque le pusiera un letrero de neón.
La tela sigue la línea de sus curvas y se detiene justo por encima de la rodilla. Lleva
un par de tacones altos y el pelo le cae por la espalda en una sábana blanca plateada.
Lleva los labios pintados de rojo, lo que le da un aspecto sexy, aunque no deja de ser
un recordatorio cegador de quién es exactamente. No creo que mi padre necesite
que se lo recuerden.

Se acerca a mí y me pasa la mano por delante de la chaqueta.

—Vamos. No querrás hacer esperar a papá.


UNA

—Necesito saberlo todo —digo mientras nos paramos en otro atasco de Nueva
York.

Nero apoya las manos en el volante.

—Vas a tener que ser más específica.

—Cesare. —Mis conocimientos sobre el padre biológico de Nero se limitaban a


conocidos de negocios, motivaciones políticas, etc. Lo que necesitaba saber eran los
detalles que hacen que una persona funcione.

—Es un líder fuerte, que gobierna con una combinación de miedo y respeto. Es
de las viejas costumbres.

—A la mafia le encantan sus tradiciones —murmuro. El coche avanza


arrastrando los pies entre el denso tráfico y el sonido de un claxon suena en algún
lugar detrás de nosotros.

—Las tradiciones le ponen trabas.

—¿Mujeres y niños?

—Entre otras cosas. Cuando vino a verme a la casa de los Hamptons, me expresó
su... desagrado por ti.

Solté un bufido.

—Nero, soy rusa. También podría ser el anticristo.

Sus dedos tamborilean sobre el volante, una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios.

—Quiere que me case con una buena italiana.


No estaba preparada para eso. Se me aprieta el pecho y miro por la ventanilla,
tratando de disipar esa sensación incómoda.

—Tendrás que hacerlo en algún momento. —Nunca lo pensé hasta ahora, pero
claro que lo haría. En la mafia se trata de mantener puras las líneas de sangre,
extender su legado y proteger a sus mujeres, sus mujeres italianas. Un buen
matrimonio sería estratégica y políticamente sabio. Yo sé esto. Es lo racional, lo
fuerte, así que ¿por qué me molesta la idea?

—Morte. —Mis dedos rozan mi muslo y cierro los ojos, tragándome todo rastro
de emoción antes de volverme hacia él. Se paró en el arcén y me mira fijamente.
Estaba tan ensimismada que ni siquiera me di cuenta que el coche dejó de moverse.

—Soy Nero Verdi. Tomo lo que quiero. —Me aprieta la mandíbula, su agarre es
duro e implacable—. Y te aseguro que no quiero una buena mujer. Te quiero a ti, mi
pequeña mariposa cruel.

Su expresión es dura y casi furiosa mientras nos miramos fijamente.

—Nero, tú eres el subjefe. Hay normas y costumbres de las que no puedes


desentenderte.

—Puedo y lo haré.

Se me escapa una carcajada de la garganta.

—Habla en serio. —Vive para el poder, lo persigue con una lujuria sin igual. Ir
contra la mafia en esto...— No puedes renunciar a todo por lo que trabajaste sólo
porque voy a tener tu bebé. Esto no es... sólo somos nosotros, ¿de acuerdo? Sin
promesas. Sin apego. No podemos...

—Morte. —Sus ojos se posan en mis labios mientras me abraza con suavidad y
me acaricia la mandíbula con el pulgar—. Te quiero.

El aliento se me va de los pulmones y no puedo hablar. Amor. Debilidad.


Vulnerabilidad. No quiero debilitar a Nero, pero creo que lo amo en toda la
capacidad que tengo. Por mucho que me aterrorice, no me hace sentir débil. Todo lo
contrario. Nunca soy más fuerte que cuando estoy a su lado. El poder de sus palabras
me inunda. El puro regocijo de ser amada por un hombre como Nero me envuelve
como una manta de acero, impenetrable y cálida. Me doy cuenta que quiero su amor,
quizá incluso lo necesite. Después de todo, ¿no es el amor lo que nos hace humanos?
El amor de Nero va de la mano de la humanidad de la que Nicholai intentó
despojarme con tanto ahínco. Ladea la cabeza y entrecierra los ojos mientras espera
a que diga algo.

—¿El amor triunfa sobre el poder? —Mi voz apenas supera un susurro.

Sus labios se curvan en una sonrisa.

—Ah, Morte, cuando se trata de ti, el amor refuerza el poder. —Me empuja hacia
delante y yo voy hacia él. Cuando sus labios se encuentran con los míos, es algo más
que un beso, es una promesa, un juramento de algo más grande que él o yo. Somos
nosotros contra todo y contra todos los que nos harían daño. Siento el peso de todo
lo que no dice en el roce reverente de sus labios, su agarre exigente y posesivo en mi
mandíbula. Es un beso que dice que está de mi lado, incondicionalmente. Se separa
y acerca su frente a la mía, con su cálido aliento soplando sobre mis labios—. Ahora
el Rey protege a la Reina.

Y, por supuesto, la realidad se impone como la rotura de una presa. Ojalá Nero
pudiera protegerme y, aunque sé que no puede, le permito que piense que sí. Es
estúpido, pero supongo que estoy viviendo en mi versión deformada de un sueño.
La mayoría de las niñas sueñan con casarse y vivir en una bonita casa. Yo soñé con
sangre y tortura. Nero es mi versión de un cuento de hadas. Empapados de sangre
y despiadados como somos, esto es lo que tenemos, y pronto probablemente
desaparecerá. Le dije que aquí no hay felices para siempre, que nosotros somos los
monstruos de esta historia. Es verdad. Nada bueno dura en nuestro mundo de caos
y muerte. Me pregunto si él lo sabe, o si de verdad cree que todo irá bien porque es
Nero Verdi y así lo quiere.

Nos detenemos frente a una casa adosada en el Upper Eastside y salgo del coche,
mirando fijamente la casa de cuatro pisos en una calle de aspecto totalmente
discreto. Las ventanas están rodeadas de jardineras y la acera está salpicada de
pequeños árboles. Un estilo de vida familiar muy de clase media-alta.

Aparcamos delante de una casa adosada de ladrillo en el East Side y salgo del
coche, observando el paseo lateral bordeado de árboles y las jardineras bajo las
ventanas. No tiene nada que ver con la mafia y está a un millón de kilómetros de las
solitarias mansiones de los capos de los Hamptons. Sigo a Nero por los tres escalones
que conducen a la puerta principal. El timbre resuena en toda la casa al otro lado de
la gruesa madera. La puerta se abre con un tipo de pelo negro peinado hacia atrás y
traje oscuro. Levanta la barbilla hacia Nero y luego me mira a mí. La cicatriz de su
frente se tuerce cuando frunce el ceño.

—Está conmigo —dice Nero. El tipo nos deja pasar y cierra la puerta. Nos hacen
subir las escaleras y nos llevan a un despacho en la parte superior de la casa. Nero y
Cesare no podrían estar más alejados en sus gustos. Nero es minimalista y moderno,
mientras que Cesare es clásico. Su despacho está compuesto por suelos de madera,
sofás de cuero y gruesas alfombras. Una estantería cubre una pared, llena de libros
antiguos. La habitación huele a humo de puro y a cuero. Pero cuando parece que
debería ser oscuro y lúgubre, no lo es. Detrás del escritorio hay una pared de cristal
que da a una terraza.

Nero toma asiento y yo ojeo las estanterías, donde veo una primera edición de
Hemingway. Aún no conozco a Cesare en persona, pero el simple hecho de entrar
en la casa de alguien puede decir mucho sobre él.

La puerta se abre y Cesare entra con el ceño fruncido.

—Nero —dice brevemente, sin mirarme siquiera.

—Cesare —lo saluda Nero con frialdad.

—Esto no me lo esperaba.

—Llamé antes.

—Sí, llamaste. Pero no dijiste que traerías a Una Ivanov contigo. —Escupe mi
nombre como si le ofendiera—. Preferiría que no invitaras a soldados rusos a mi
casa.

Nero me lanza una mirada de advertencia. Se podría cortar la tensión de la


habitación con un cuchillo. Poniendo los ojos en blanco, me acerco a Cesare,
colocándome frente a él.

—No creo que nos conozcamos. —Le tiendo la mano, pero él se limita a mirarme,
con sus ojos fríos recorriendo lentamente mi cuerpo vestido a medida. Levanta las
cejas y mira a Nero, con los labios apretados—. ¿Te digo que cumplas con tu deber
y me regalas esto?

—Si te sirve de consuelo, esto ocurrió antes de que decidieras reclamar a tu hijo.
—Sé que estoy pinchando un oso con un gran palo, pero ¿en serio?—. Ah y ya no
soy de la Elite. Aunque... no recuerdo que eso fuera un problema cuando necesitaste
mis servicios. —Su ojo se mueve ligeramente, pero aparte de eso la expresión del
hombre mayor no cambia. Es bueno. Sonrío y me alejo de él.

Nero me mira con frialdad.

—Te lo dije, Una no va a ir a ninguna parte. —Me muevo a su lado. Tiene las
manos metidas en los bolsillos y yo enlazo mi brazo con el suyo, mirando fijamente
a Cesare. Sé que intimido, y Nero es aterrador en los mejores momentos. Juntos
somos formidables, incluso para alguien tan versado en el poder como Cesare. Lo
sé, y también lo sabe Nero.

—Lo que no dijiste es que está embarazada.

Levanto una ceja.

—¿Sorpresa?

Me fulmina con la mirada.

—Bien hecho, Nero. Conseguiste crear un bastardo ilegítimo con una puta rusa.
—Nero suelta un leve silbido de aliento y todos los músculos de su cuerpo se tensan.

—Ese es un tema delicado —digo, intentando ocultar mi regocijo porque sé que


Nero está a tres segundos de explotar, y bueno... me gustan los fuegos artificiales y
la sangre.

—Te casarás con una italiana y cumplirás con tu deber. Ya permití que esto dure
demasiado. —Cesare se burla—. Esta organización está construida sobre años de
tradición, y tú te cagas en ella. —Nero permanece extrañamente tranquilo,
aparentemente conteniendo su temperamento, mientras yo lucho contra mi propia
ira que hierve a fuego lento bajo la superficie. Me tiemblan los dedos y siento el
impulso de coger la espada que llevo en el interior del muslo.

Me alejo de Nero y rodeo a Cesare con la mirada, evaluándolo como a un


enemigo, detectando cada uno de sus puntos débiles. Su forma de comportarse
sugiere que sufrió una herida en la pierna derecha. Nero cree que es un riesgo bajo
para una recompensa potencial, y su tranquila confianza me lleva a tener una
cantidad irracional de fe en su decisión.
—¿Se caga en eso? —Golpeo mi dedo índice sobre mi labio inferior y Cesare gira
la cabeza para mirarme.

—No sabes nada de nuestras costumbres. No tienes honor ni piedad.

Nero suspira.

—Es rusa, mata gente. Sí, sí, soy consciente. Ahora, vas a aceptarla como madre
de mi hijo, públicamente, a la familia.

Cesare se ríe, agarrándose el estómago antes de toser ruidosamente.

—Una rusa, con mi hijo. Antes la repudiaría. Nunca reconoceré a esa puta. —Me
señala con el dedo—. Y tampoco lo harán los hombres. Ella mató a tus hermanos y
tú te la follas como si su coño fuera de oro. Si te casas con ella, lo perderás todo,
Nero. Considéralo cuidadosamente.

Nero aprieta los puños y esta vez soy yo quien le sacude la cabeza. No puede
caer. Debemos controlar siempre al viejo, mantener la ventaja.

—Ves, aquí es donde somos un poco confusos. —Tomo asiento en uno de los
sofás y cruzo lentamente una pierna sobre la otra—. Esas tradiciones de las que
hablabas, ese honor.... —Me detengo y sonrío ligeramente—. ¿Saben los hombres
que te quedan que orquestaste un atentado contra los tuyos sólo para que tu hijo
llegara al poder? —Finjo mirarme las uñas—. ¿Saben que autorizaste la muerte del
propio hermano de Nero?

Resopla.

—Nadie creería tu palabra, Bacio Della Morte.

—No, pero creerían la mía. —Nero rodea el respaldo del sofá y se coloca detrás
de mí.

—No me hagas perder el tiempo. Te implicas tanto como cualquier otra cosa.

La mano de Nero se posa en mi hombro.

—¿Y?

Mis dedos cubren los suyos.


—Verás, Cesare, la diferencia entre nosotros y tú, es que nosotros no nos
ponemos un sombrero blanco y fingimos ser otra cosa que lo que somos.

—No fui educado a la italiana. Puedes agradecérselo a Matteo. Me importan una


mierda sus tradiciones, y te aseguro que no me importa el honor. —La voz de Nero
es baja y mortal—. Y todo el mundo lo sabe. No tengo que fingir. Tú en cambio...
Eres el gran Cesare Ugoli, un hombre de honor, un hombre de la vieja patria.

—Tal y como yo lo veo, tienes dos opciones, Cesare —digo—. Puedes


convertirme en tu enemigo, o puedes convertirme en tu aliado. Tengo la intención
de eliminar a Nicholai. Tengo las habilidades, las conexiones, y el beneficio del
hecho que él me quiere de vuelta más que nada. Y por supuesto, puedo traer el
comercio de armas rusas a Nero. O...

—O —gruñe Nero—, puedo hacer que se sepa que preparaste a tus propios
hombres, contrataste a Una y luego la dejaste colgada, permitiendo que Arnaldo la
cazara como a un puto perro mientras estaba embarazada de tu propio nieto.

—Y en su defecto, Nicholai es muy acogedor cuando se trata de hombres de la


habilidad de Nero. Lo haría bien en la bratva. —Esta vez, la fría expresión de Cesare
parpadea. Estoy fanfarroneando, por supuesto. Si supiera la situación con Nicholai,
nos tendría en un barril porque entregándome a Nicholai arreglaría todos sus
problemas—. Ahora que reclamaste públicamente a Nero, parecería terrible que
trabajara para el enemigo.

—¿Serías atraído a ese imbécil ruso por este pedazo de concha? —Cesare
explota. Y también lo hace Nero. En un disparo está frente al hombre mayor, pistola
en mano. Me apresuro a agarrar el brazo de Nero, forzándome a ponerme en su línea
de visión. Espero a que desvíe su mirada llena de rabia hacia mí. Me mira fijamente
durante un instante y luego vuelve a meter la pistola en la funda del pecho. La
tensión es alta, y Nero es volátil en los mejores momentos.

—¿Qué propones? —dice Cesare mientras piensa en la reacción de su hijo.

—Harás saber que Una no mató a esos hombres, que fue Arnaldo, y que él la
puso a ella como tapadera. El golpe que le dieron no fue autorizado por ti. La
retribución de una mujer sola y embarazada parecerá justa, y dado que él mató a los
suyos, es justicia ¿no crees? —La implicación está ahí. Cesare autorizó que Nero me
chantajeara. Esencialmente firmó las sentencias de muerte de los tres hombres que
Nero me hizo matar.
Cesare se acerca a su escritorio, toma asiento y abre una caja de metal. Saca un
puro y se lo pone entre los labios, encendiéndolo lentamente. Cierra el mechero y el
silencio que sigue es intenso.

—¿Me traicionarías a mí, a la familia, por esta mujer?

—Puede que hayas dado la espalda a tu hijo y a la mujer que amabas, pero yo
no haré lo mismo.

Cesare frunce el ceño.

—¿Y arriesgarás tu posición, tu nombre, tu vida, por esto? —Sus ojos me miran
y sé que ya conoce la respuesta.

—Si tengo que hacerlo, entonces sí —responde Nero sin vacilar.

Cesare me mira con los ojos entrecerrados.

—Ella te afila, como el filo de una espada. Eres más peligroso con ella. —Al
menos el hombre entraba en razón.

—Puede que no te guste, Cesare, pero odias a la bratva. Quieres su comercio de


armas. Yo quiero acabar con Nicholai. Sé todo lo que hay que saber sobre él. Soy
quizás la única persona capaz de matarlo. Harías bien en verme como un aliado.

Da otra lenta calada a su puro y el espeso humo recorre la habitación.

—De acuerdo. Si haces esto, Una Ivanov, la mafia no te aceptará, pero.... —Se
detiene, como si pronunciar esas palabras le doliera—. Me aseguraré que te toleren.
Fracasa...

—Si fallo, muero.

Asiente lentamente. Me levanto y me dirijo hacia la puerta.

—Morte, dame un momento —dice Nero.

Sin mediar palabra, salgo y apoyo la espalda contra la pared del pasillo. Echo de
menos los días en que la vida era sencilla. Órdenes, muertes, dinero. Nada más y
nada menos. Hay cierta libertad en no tener libertad, porque no tienes que pensar.
Mis únicos pensamientos eran mi próximo asesinato, la ejecución del mismo, la
huida. Mi trabajo, mi propósito, consumía cada hora de mi vida, y vivía para ello,
hasta ahora. Me miro el estómago, que parece que me tragué un melón. ¿Quién
podría haber predicho esto? En unos pocos meses, Nero puso todo mi mundo patas
arriba, y aquí estamos, chantajeando a un jefe de la mafia y conspirando para matar
a otro. Esta vida es más dura y a la vez más fácil, porque Nero lleva la carga conmigo.
Nunca tuve eso, y no estoy seguro de si es solo prepararme para el fracaso, pero por
una vez, voy a hacer algo, no porque sea racional o estratégicamente sabio. Voy a
hacer esto con Nero a pesar que mi cerebro me diga que es imposible que ganemos,
porque mi corazón espera que sí. El corazón es una cosa frágil y poco fiable.

Sale del despacho unos minutos después y cierra la puerta tras de sí.

—Bueno, no oí ningún disparo. —Lo estudio.

—Y ya que insistes en llevar camisas blancas... nada de sangre.

Sus labios se tuercen en una sonrisa sexy e inquietante a la vez.

—El viejo aún no está muerto. —Caminamos por el pasillo y bajamos las
escaleras, sin encontrar a nadie al salir.

—¿No se supone que este lugar está bien vigilado? —pregunto.

—Oh, están vigilando. Sólo que son sutiles. —Me pone la mano en la espalda y
me saca de la casa. Estamos en el coche cuando suelta un suspiro y se pasa las manos
por el pelo.

—No sé por qué no le cortas el cuello y ya está. —resoplo. Cesare no tiene lo que
hay que tener para hacer lo que hay que hacer. Es el jefe, y no dudo que es respetado
en la mafia, pero las cosas tienen que cambiar. Nicholai se pasó años secuestrando y
entrenando a niños porque nadie quería detenerlo, ¿y por qué? Por política. Una
vida fácil. Nadie quiere una guerra. Aprendí muy pronto que un hombre puede
matar a sangre fría, y no es ninguna dificultad, pero hasta que no hace cosas que no
quiere hacer, cruza líneas que nunca deberían cruzarse, no fue verdaderamente
puesto a prueba. La vida es dura y fea, y se necesitan hombres duros y feos para
gobernarla. Cesare es un líder fuerte para aquellos que comparten sus valores. Nero
tiene la capacidad de liderar incluso a aquellos que lo detestarían por puro respeto
y miedo disciplinado. Eso es lo que se necesita para ser el rey de Nueva York. Nero
debería tomar la corona del frío y muerto cadáver de Cesare.

—Política, Morte. Todo a su tiempo. —No estoy hecha para la diplomacia.


—Malditos italianos.

—La vida contigo siempre es interesante, mi pequeña reina salvaje.

—Mi vida era simple antes que me arrastraras a la tuya. Matar, comer, dormir,
repetir. Te conozco y estoy pícara y preñada a las pocas semanas —refunfuño—. Ni
siquiera maté a nadie en semanas, Nero.

—Vale, pero creo que si calculamos la media, probablemente hayas superado tu


cuota anual. —Arquea una ceja y claramente piensa que es divertido—. De todos
modos... ahora tenemos lo que necesitamos de Cesare. Eliminamos a Nicholai,
volvemos a Nueva York y tendremos la protección política. El Slovo puede asumir
la caída...

—Y viviremos felices para siempre. —Resoplo.

—¿Existe tal cosa cuando estoy con una mujer a la que le da el síndrome de
abstinencia de la muerte? —Arranca el motor y se aleja del bordillo—. Mira, tengo
que ir a encargarme de algo esta tarde. Puede que tenga que darles una paliza a unos
albaneses, ¿te apetece venir?

Me resisto a sonreír.

—¿Me estás invitando a dar una paliza a unos traficantes de droga? —Su mirada
permanece fija en la carretera mientras respira de forma audible, sin duda pidiendo
paciencia—. Qué romántico.

—Bien. Te llevo a casa.

—Resulta que me gustan tus gestos románticos, capo. ¿A quién le rompemos las
rodillas? —Sus labios se dibujan en una sonrisa y me pregunto si esto es ser normal.
Bueno, casi. Baja una marcha en el deportivo y nos alejamos de la ciudad en
dirección a Brooklyn.
NERO

Llego a un viejo almacén en las afueras de Brooklyn. El lugar es jodidamente


peligroso y tengo que dejar seguridad constante para vigilarlo, pero es el trato que
tengo con la policía de Nueva York. Les pago y, a cambio, tengo que mantener la
mierda turbia fuera de la ciudad. Efectivamente hacen la vista gorda, pero piensa
que es el menor de dos males. La mafia no se mete en líos, tiene las cosas claras y
gobierna con puño de hierro. Golpe bajo, bandas callejeras, armas y violencia...
nosotros mantenemos esa mierda fuera de nuestras calles, lo que significa que la
policía no tiene que hacerlo. Es un hecho simple que si se eliminaran las mafias y los
cárteles, sobrevendría la anarquía. Ese es el mundo corrupto en el que vivimos, la
realidad del sistema judicial moderno. Estoy encantado de hacer de juez, jurado y
verdugo.

Me acerco a una enorme puerta enrollable que se levanta lentamente y deja al


descubierto un almacén sucio y oscuro. Está vacío, salvo por un par de contenedores
apilados contra la pared. Cuando entro, mis ojos se adaptan a la tenue luz que
proyectan un par de débiles tiras de luz. Gio está apoyado en el capó de su Aston
Martin, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras observa la escena. Hay dos
tipos con el ceño fruncido. Jackson está detrás de ellos, con una pistola en cada mano
apuntándoles a la espalda. El resto del equipo de Jackson está repartido por el
almacén vacío.

Salgo del coche y voy al maletero, cojo un bate de béisbol metálico y se lo lanzo
a Una. Los ojos de Gio se entrecierran cuando nos acercamos a él y Una toma asiento
en el capó justo a su lado.

—Bonito coche.

—Bonito bate —responde él.

Le da vueltas al arma.
—Gracias. Es un poco más... de lo que estoy acostumbrado.

Sacudo la cabeza, me acerco a los dos tipos y me detengo frente a ellos. Saco mis
cigarrillos del bolsillo interior y me coloco uno entre los labios, levantando
lentamente el mechero hasta el final. Se hace el silencio en el almacén y me encanta,
esa pausa, como si todos los presentes contuvieran la respiración. Cierro el mechero
y doy una larga calada, reteniendo el humo en lo más profundo de mis pulmones.

—Es un dramático. —Una resopla y yo la miro. Una sonrisa irónica se dibuja en


la comisura de sus labios y levanta una ceja, retándome, desafiándome. Le encanta
presionarme, joder. Me obligo a apartar la mirada de ella y me centro en los dos
albaneses.

—¿Saben quién soy? —Les digo. Uno de ellos es un tipo mayor, feo de cojones y
con una fea cicatriz en la garganta. Al parecer, este tuvo un roce con la muerte. El
otro es más joven. Ambos llevan chándal y pesadas cadenas de oro colgando del
cuello. Dios, parece sacado de una mala película policíaca de los setenta.

—V-Verdi —balbucea el joven. Su amigo le frunce el ceño. Le hago un gesto con


la cabeza a Jackson, que agarra a los dos hombres por los hombros y los pone de
rodillas. El joven gime. Todo su cuerpo tiembla mientras mira al suelo.

—Sí, soy Nero Verdi. —Me pongo en cuclillas, apoyo un brazo sobre el muslo e
inhalo el cigarrillo. Se lo lanzo al joven, que se sobresalta y me sonríe.

—Y sabes que eso significa que estás en serios problemas. —Me pongo de pie
otra vez—. ¿De dónde sacaste las drogas que vendiste en Poison anoche? —
pregunto. Silencio. Suspirando, me vuelvo hacia ellos, acercándome la oreja—. Lo
siento, no oí respuesta.

El más joven abre la boca.

—Nosotros... yo.... —Su amigo grita algo en albanés y yo echo la cabeza hacia
atrás con un gemido. Miro el reloj y me vuelvo hacia Una, señalándola con el dedo.
Se quita la capucha y Gio pone los ojos en blanco mientras mueve las caderas con el
bate en la mano. Mi pequeña Harley Quinn.

—Caballeros, esta es Una. Algunos la llaman El Beso de la Muerte, los mexicanos


la llaman El Ángel de la Muerte. Ya me entienden. —Mueve el bate en círculos en el
aire.
El tipo mayor se burla.

—Haces que tu mujer te haga el trabajo sucio. —Escupe al suelo y Una me mira.

—Bueno, eso sí que es una costumbre asquerosa. —Se aleja de mí dando


zancadas, con los tacones chasqueando sobre el cemento y resonando en el vasto
almacén. Apenas rompe el paso cuando vuelve a blandir el bate y le golpea en las
tripas. Él cae de lado, tosiendo y resollando mientras intenta recuperar el aliento.

—Debería mencionarlo: está hormonada. —Retrocedo y me siento junto a Gio,


observando cómo Una se ensaña con el mayor. No toca al más joven, pero éste se
rompe un poco más con cada golpe que le da a su amigo. Le rompe las rodillas, como
prometí, los brazos y el pómulo, pero no la mandíbula. Buena chica.

—¿Saben que están enfermos? —comenta Gio desde su lugar a mi lado.

—Piénsalo así, cuanta más rabia hormonal le eche a este tipo, menos tendrá para
ti.

Suelta un fuerte suspiro y hay una larga pausa, interrumpida sólo por los bajos
gruñidos de dolor que provienen del hombre y los gemidos de su amigo.

—No puedes fingir que todo va bien, Nero.

—No pretendas ser condescendiente conmigo sobre lo que se avecina.

—La estás distrayendo con estupideces mafiosas.

Lo fulmino con la mirada.

—Porque si se sienta en ese apartamento y se lo guisa, va a hacer alguna


estupidez. Estoy ganando tiempo y manteniéndola bajo control.

Él asiente hacia Una que tiene su rodilla plantada en el pecho del hombre. Está
aullando de dolor, sin duda por las costillas rotas. El bate de béisbol le presiona la
garganta y jadea.

—Parece que tienes el control total.

Le sisea algo en lo que supongo que es albanés. Maldita sea, ¿hay algún idioma
que esa chica no hable? Él le responde y su actitud cambia por completo. Sonríe y se
quita de encima de él. Se levanta, con el bate de béisbol cubierto de sangre en la
mano, el pelo rubio suelto sobre los hombros y el vestido salpicado de sangre
cubriendo su barriguita.

—¿Te lo dijo? —le pregunto.

—No. —Se levanta la falda, coge una daga del interior del muslo y la lanza, a la
velocidad del rayo. La hoja se incrusta entre sus ojos y ella mira por encima del
hombro—. Me llamó puta rusa.

—Entonces Cesare debería considerarse afortunado —digo en voz baja.

—Joder —Gio se pasa una mano por la cara, siempre cauteloso y diplomático.
Es reacio al “derramamiento innecesario de sangre” como él lo llama. Como si toda
muerte debiera tener un propósito.

Jackson se acerca y se pone a mi lado.

—Creo que podría necesitar una mujer rusa.

Me río.

—Tienen cierta finura....

—Miren, si ustedes dos ya terminaron de excitarse con esta mierda, ¿podemos


terminar con esto? —Gio se quita la capucha, agitando un brazo en dirección al tipo
que queda. Una está agachado frente a él, y está llorando.

—Joder, ya no hacen pandilleros como antes —refunfuña Jackson, que parece


totalmente incómodo con toda la situación.

Entrecierro los ojos cuando Una empieza a susurrarle algo en albanés otra vez,
y luego le acaricia la cara y es casi íntimo. Aprieto los puños y la espalda se me pone
al rojo vivo.

—Morte —gruño apretando los dientes. Ella me dedica una sonrisa irónica por
encima del hombro.

—Maldita sea, están jodidos —dice Jackson.

—Gracias —añade Gio.

Unos segundos después, Una se levanta y se gira hacia mí.


—Un tipo llamado Camilo Juan.

—Ese puto colombiano —escupe Jackson—. Rata bastarda. ¿Qué vamos a hacer
con él? —pregunta señalando al albanés.

—Dejarlo vivir —dice Una.

Levanto una ceja, primero porque está al mando de mis hombres, y segundo
porque está mostrando piedad.

—¿Te estás ablandando, Morte?

—Por el amor de Dios, Nero. —Gio se marcha sacudiendo la cabeza antes de


subir a su coche. Una se mete entre mis piernas, su mano se desliza sobre mi pecho,
bajo mi chaqueta.

—Nunca. —El aroma de la sangre baila en su piel mientras aprieta sus labios
contra los míos. Sus dientes me rozan el labio y apenas me doy cuenta que me quitó
la pistola hasta que oigo el estruendo. Me aparto de ella y su mirada se clava en mí,
aunque la pistola humeante que tiene en la mano apunta hacia atrás. El albanés cae
hacia delante, con un enorme agujero de bala entre los ojos.

—Maldita sea. Una, tienes una hermana, ¿verdad? —pregunta Jackson. Le miro
y se está reajustando, con una sonrisa estúpida en la cara.

—Un deseo de muerte es lo que tienes —le digo.

Se ríe mientras camina hacia el Range Rover aparcado en la parte trasera del
almacén vacío.

En cuanto salgo del capó de su coche, Gio arranca el motor y yo conduzco a Una
hasta mi propio vehículo, abriéndole la puerta. Su fría brutalidad saca el animal que
hay en mí. Quiero follármela y hacerle daño, destrozarla y domarla, y sé que siempre
aceptará todo lo que le dé y me lo devolverá multiplicado por diez. Es perfecta, única
y mía. Cuanto más tiempo paso con ella, más siento su peso, como si se imprimiera
en mi alma oscura, convirtiéndose en una parte vital de mí. No sé si luchar contra
ello o aceptarlo, pero al final no me parece que tenga muchas opciones. La quiero y,
a pesar de todo el poder del mundo, hay cosas contra las que no se puede luchar.

En cuanto entro en el coche, Una me da la pistola y yo la vuelvo a enfundar.


—¿Te encuentras mejor? —le pregunto.

Se inclina sobre la consola central y me besa en la mejilla.

—Muchas gracias. Muchas gracias. ¿Quién iba a decir que se te daban tan bien
las primeras citas?

—Técnicamente, matar a mi hermano fue nuestra primera cita.

—Sí, porque estoy segura que así es como empiezan todas las grandes historias
de amor, Nero.

—Y dicen que el romance está muerto.


UNA

Yacía completamente despierta, mirando al techo. Las luces de la ciudad


iluminan la habitación con una luz suave. Nero siempre me dice que cierre las
persianas, pero me gusta. La luz me recuerda que soy libre, que no estoy en ese
búnker, enterrado bajo tierra en el bosque nevado y desierto de Rusia. La luz me
hace sentir segura y, donde la cantidad de gente en la ciudad me amedrentaba, ahora
me hace sentir cómoda. Si muriera aquí en Nueva York, habría alguien que me
echaría de menos, gente que lo presenciaría como mínimo. Si muriera en Rusia, sólo
sería un peón más, derribado en un juego mayor. Nunca antes pensé en ello, nunca
temí a la muerte, pero empiezo a pensar que el legado de una persona tiene un
significado. La gente que dejamos atrás, si la hay, eso importa. Y por supuesto, estoy
pensando en esto porque estoy pensando en Nicholai. Estoy pensando en mi muerte.

La puerta de la habitación se abre en silencio y la luz del pasillo atraviesa la


alfombra. Observo la silueta de Nero mientras se desviste, tirando la ropa en la silla
del rincón antes de meterse en la cama. Volvió a trabajar hasta tarde, y sé que lo
siente tan intensamente como yo; los segundos cuentan y pasan. Me doy la vuelta y
me acerco a él, necesito tocarlo. Es curioso que su tacto me tranquilice cuando todos
los demás me incitan a matar. Se pone de lado y apoya la mano sobre mi vientre,
acariciándome la piel con el pulgar. Me roza la frente con unos labios cálidos antes
de acercarme, arrimando mi cara a su ancho pecho. Puedo sentirlo en el aire,
rebotando entre nosotros: miedo. Y Nero y yo, este es un lugar donde el miedo nunca
existió.

—Estuvo demasiado tranquilo. —Mis dedos recorren su espalda, palpando los


duros músculos.

No dice nada durante largos momentos.

—Nicholai está esperando su momento, probablemente esperando a ver qué


hacemos.
Sé que no es así. Conozco a Nicholai. No espera nada y siempre tiene un plan.
Ataca la debilidad de su oponente, va a la yugular. Es la estrategia inteligente con la
menor cantidad de problemas. El hecho es que, si pones un cuchillo en la garganta
de alguien, hará lo que tú quieras. No quiere matarme, así que intentará
maniobrarme, acorralarme como a un caballo salvaje, arrinconándome hasta que me
tenga atrapada.

—No, algo viene. —No puedo evitar la sensación que no cubrimos todas las
bases, que pasamos por alto algo evidente.

—Una, estamos aquí, y sabes tan bien como yo que esta torre es casi
inexpugnable. Todos mis hombres pueden cuidarse solos. Tu hermana está
enterrada en el Cártel, bien custodiada y bien escondida.

—Nos estamos perdiendo algo, Nero.

—Tengo un plan.

Suspiro y levanto la cara de su pecho, mirándole. Los ojos oscuros brillan en la


penumbra y le aparto un mechón de pelo de la frente.

—¿No lo haces siempre?

—Sí. —Me da la vuelta y se coloca entre mis piernas mientras me besa la


clavícula. Le paso las manos por el pelo y quiero creer que lo tiene todo bajo control.
Quiero confiar en que puede enfrentarse a Nicholai, que puede ganar. Sé que veo a
Nicholai a través de los ojos de un niño, a través de los ojos de alguien que siempre
se doblegó ante su poder y fue condicionado a verlo de esa manera. Pero no llegó
hasta donde está sin una buena razón. Él y Nero son cómo enfrentar a dos monstruos
y tratar de elegir al ganador. No puedo.

—Dime.

Me besa el pecho y me mira a través de sus espesas pestañas negras.

—Es sencillo. No podemos llegar hasta él, así que lo atraemos.

—¿Cómo?

—Todo el mundo tiene una debilidad, Morte. —Tiene razón, Nicholai tiene una
debilidad.
—Úsame.

Cualquier positividad en su expresión huye, reemplazada por un profundo ceño


fruncido.

—No, es demasiado arriesgado. —Abro la boca para hablar, pero me hace callar
y me tapa la boca con una mano—. Sé quién eres y no dudo de tus capacidades, amor
mío. Pero no se trata sólo de ti. ¿Confías en mí? —me pregunta, soltándome la boca.

—Sí.

Sonríe y entonces sus labios recorren el centro de mi pecho. Me sube la camiseta


y me besa el estómago.

—No dejaré que te pase nada —murmura contra mi piel y una oleada de
emociones me envuelve. Confío en él, pero siento un agujero en el pecho, pura
desesperación y fracaso que se arremolinan como un torbellino. Sus planes son
vagos en el mejor de los casos y nos estamos quedando sin tiempo, puedo sentirlo,
como si el aliento caliente de Nicholai me rozara el cuello mientras hablamos.

Le rodeo el cuello con la mano y acerco su boca a la mía porque necesito sentirlo.
Necesito esa sensación de invencibilidad que produce el hecho que me abrace, que
me ame. Separo sus labios y rozo su lengua con la mía. El beso se vuelve duro y
exigente, y entonces me empuja hacia la cama y se desliza dentro de mí. Su
respiración se mezcla con la mía mientras me folla lenta y duramente, arrancándome
cada gemido, empujándome cada vez más alto. Y allí, en sus brazos, encuentro un
momento de paz y sé que eso es exactamente lo que quiere darme, así que lo abrazo,
lo acepto. Esa serenidad me envuelve durante unos breves instantes y me aferro a
él, deseando no tener que soltarlo nunca, pero sabiendo que debo hacerlo. Mis
manos acarician sus músculos, que se tensan y flexionan bajo su piel. Es belleza,
poder y caos en estado puro, todo en un solo hombre. Y es mío.

Me duermo en sus brazos, pero ni siquiera Nero puede evitar que esa sensación
de vacío me invada.

Está oscuro, muy oscuro. Estoy desorientada, mis sentidos apagados y entumecidos.

—Ah, Palomita, estás despierta. —Me doy la vuelta y veo a Nicholai de pie a mi lado, su
imagen borrosa, pero con cada parpadeo de mis ojos se vuelve más clara. Su pelo gris oscuro
está peinado hacia atrás como siempre, y su traje de tres piezas está inmaculado, hasta el
pañuelo en el bolsillo superior que hace juego con su corbata. Verdaderamente el diablo
disfrazado—. Tengo un regalo para ti.

—¿Qué regalo? —Le pregunto. Se gira y deja ver una mancha de luz en la pared del
fondo, iluminando a Nero encadenado contra ella.

—No —susurro. Intento ir hacia él, pero mis pies no se mueven. Es como si estuviera
pegada al suelo. Nero levanta la cabeza y sus ojos oscuros se cruzan con los míos. Por su torso
corren chorros de sangre procedentes de varios cortes limpios y precisos en el pecho y el
estómago—. Por favor, déjalo marchar.

—Ah, pero él es tu debilidad, Palomita. Sin él te convertirás en todo lo que estabas


destinada a ser. —Sacudo la cabeza y me pone una pistola en la mano. Miro fijamente el
arma, y cuando vuelvo a mirar hacia arriba, hay alguien más encadenado a la pared, junto a
Nero. Un niño. De unos diez años. Tiene la cabeza inclinada hacia delante, el pelo oscuro
revuelto y desordenado, y su pequeño cuerpo también está cubierto de sangre. Levanta la
cabeza lentamente. Unos ojos violetas se cruzan con los míos, idénticos a los míos, pero su
cara... es la imagen de Nero. Sé que es mi hijo. Lo sé.

—Dispárale a uno de ellos, Palomita. —Nicholai ronronea con satisfacción.

—No —digo apretando los dientes. Siento una lágrima caliente resbalar por mi mejilla.

—Elige, o yo elegiré por ti.

—Morte —miro a Nero. No es como Alex, su expresión no me ruega que lo mate, me lo


exige. Nero no teme a la muerte. Lo sé, pero... pero lo quiero—. Levanta el arma —dice con
calma. Lo levanto—. Bien. Ahora apúntame a la cabeza. —Hago lo que me dice, mi mano
tiembla porque mi corazón me exige que me detenga. Vuelvo a mirar al chico, un chico que
no conozco, pero lo conozco. En mi alma, lo conozco—. Mírame. —La voz de Nero me arrulla
de nuevo hacia él—. Aprieta el gatillo, Morte. Sé fuerte.

—Te quiero —le digo mientras las lágrimas corren ahora por mis mejillas.

—Te quiero —responde él, con expresión dura y decidida. Asiente y yo cierro los ojos,
respirando hondo. El pulso me retumba en los oídos, la inhalación y la exhalación constantes
de mi propia respiración. Coloco la pistola bajo mi barbilla.

—¡No! —Los gritos combinados de Nero y Nicholai son lo último que oigo. PUM.
Me despierto y me pongo de pie, jadeando. El sudor me cubre el cuerpo y el
corazón me late tan fuerte que noto cómo me golpea las costillas.

—Morte. —Miro a Nero, que se sienta a mi lado. Me acaricia la cara, me pasa el


pulgar por debajo del ojo y atrapa una lágrima perdida.

—Sólo... necesito un minuto. —Salgo de la cama, voy al baño y cierro la puerta


tras de mí. Enciendo la ducha y me quito la camiseta de Nero antes de meterme. El
agua hace muy poco por borrar el recuerdo del sueño. Es tan real la idea de tener
que elegir entre Nero, mi bebé y yo. Y sé que en ese escenario, me elegiría a mí
misma. Una vez disparé al chico que amaba, y eso rompió algo dentro de mí. Si algo
le pasara a Nero...

Cuando por fin salgo del baño, Nero tiene la espalda apoyada en el cabecero,
esperándome. No dice nada, simplemente abre los brazos y me deja que me arrastre
hasta ellos. Soy frágil, como si todas las piezas que componen Una Ivanov se
estuvieran astillando y partiendo lentamente. Una parte de mí está con Nero, otra
con Anna y la última con este bebé. Dividida, soy débil, pero si no estuviera dividida
no tendría nada por lo que luchar, ¿verdad? Necesito encontrar la manera de ser la
persona que solía ser, pero con las nuevas motivaciones que tengo ahora. Parece una
tarea imposible, pero tengo que hacerlo. Lo haré.

Me duermo con los latidos del corazón de Nero y el roce de sus dedos en mi
pelo. Duermo profundamente en los brazos de mi monstruo.
NERO

Me apoyo en la barra del desayuno y agarro una taza de café. Es temprano y la


luz anaranjada del amanecer se cuela por las ventanas del rascacielos, pintándolo
todo de un tono tranquilo. Me gusta esta hora de la mañana, antes que el mundo se
despierte. Es como si fueras la única persona, envuelta en este momento sereno de
paz, una pausa en el tiempo antes que el mundo empiece a girar de nuevo y todo lo
que existe en el día a día vuelva a entrar a raudales. Y esta mañana, necesito ese
momento para pensar.

Dejé a Una durmiendo en la cama. Dio vueltas en la cama toda la noche. Las
pesadillas la persiguieron hasta bien entrada la madrugada. Hacía tiempo que no
tenía una, pero supongo que el estrés de Nicholai cazándola la está forzando a salir
a la superficie de nuevo. Es tan fuerte, pero veo lo destrozada que está. Él le hizo
eso. Él la hizo letal, y en muchos sentidos, le inculcó todos los rasgos que amo en
ella, pero por primera vez en mi vida estoy empezando a ver que la fuerza tiene un
precio. Quiero que mi hijo sea fuerte, pero nunca querría que pagara el precio que
ella pagó. Ganaré esta guerra con ese bastardo de una forma u otra. Él rompió a Una,
pero yo me quedaré con ella. La convertiré en una reina temida por todos excepto
por mí. Y él nunca tocará a mi hijo.

—Nero. —Miro a mi alrededor y veo a Gio de pie en la entrada de la cocina. No


son ni las seis y media y ya está aquí, en mi apartamento, tan elegante como siempre.
Juro que no duerme—. Tenemos un pequeño problema.

Me sigue al salón, me siento en el sofá y cojo un paquete de tabaco de la mesita.


Él se sienta en el sofá de enfrente y yo le paso los cigarrillos por la mesa.

—ZIGGIE —dice simplemente.

Frunzo el ceño mientras enciendo el cigarrillo e inhalo el satisfactorio humo


hasta lo más profundo de mis pulmones.
—¿Qué pasa con él?

—Jackson fue a recogerlo anoche, y tenía veinte mil de crédito Dijo que lo
pagaría la semana que viene, pero.... —Levanta una ceja mientras aspira su humo.
Joder. Ziggie trabaja en Brooklyn, dirige una banda allí. En su mayor parte, no son
más que chicos del gueto y adictos, pero me hacen ganar un buen dinero. Ziggie de
alguna manera se las arregla para organizarlos, una hazaña que no muchos podrían
lograr. Por eso me es útil, pero es la segunda vez que se encarga de pedirme dinero
prestado. El problema con los perros como Ziggie es que en cuanto les quitas el talón
de la garganta, te muerden, aunque seas la mano que les da de comer—. Jackson lo
maltrató un poco, pero bueno... ya sabes lo que le hizo la primera vez. —Sí, la
primera vez que Ziggie robó dinero Jackson le rompió ambas piernas. Uno pensaría
que eso sería un incentivo para que no se repitiera.

—Vale, ve a por él. Llámame cuando lo tengas. Yo me encargo —digo.

Gio asiente y se levanta, apagando el cigarrillo en el cenicero. Malditos


pandilleros. No necesito esta mierda ahora, pero tengo que ocuparme de ella. No
voy a dejar que mi ciudad se vaya a la mierda mientras tengo a los rusos
respirándonos en la nuca. Desafortunadamente, el mundo sigue girando, no importa
la mierda que esté pasando.

ZIGGIE está de rodillas frente a mí, con las manos juntas detrás de la cabeza.

—Mira hombre —dice—. Te lo devolveré, lo prometo. —Gio está a su lado, con


una pistola apuntándole a la cabeza.

Suspiro y cruzo los brazos sobre el pecho.

—¿Parezco un puto banco, Ziggie?

—Lo siento. Te lo traeré mañana. Por favor, por favor, no me mates. —Sus ruegos
me están cabreando.

—¡No me pidas perdón cuando no lo sientes! —Aprieta los ojos y le tiembla el


labio inferior—. Me suplicas que no te mate, así que ya sabías las consecuencias. —
Me pongo en cuclillas frente a él—. ¿Creías que lo dejaría pasar?

—Por favor. Mañana.


Mi teléfono empieza a sonar en el coche, pero lo ignoro. Vuelve a sonar y miro
molesto a Tommy, que está sentado en el asiento del copiloto. Se apresura a
contestar. Me vuelvo hacia Ziggie y estoy a punto de juzgarlo cuando la puerta del
coche se abre de golpe.

—Jefe. —Grita Tommy.

—Estoy jodidamente ocupado, Tommy. Volveré a llamar.

—Pero, jefe...

—¡Tommy! —rujo, volviéndome contra él. Se calla y baja la mirada al suelo. Sé


que quiere alejarse de mí, pero no lo hace.

—Es Rafael.

Frunzo el ceño y doy un paso adelante, arrebatándole el teléfono de la mano.

—Gio, dispárale si se mueve —digo antes de acercarme el teléfono a la oreja—.


Este no es un puto buen momento.

—Anna se fue —dice Rafael.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Tenía a cuatro hombres sobre ella. Tres fueron encontrados muertos hace
media hora, uno apenas con vida. Llamé a exploradores de los límites de mi
territorio y puse un aviso en la frontera. La recuperaré, pero me dijiste que te
mantuviera al tanto.

—Mierda. Tráela de vuelta, Rafael, o tú y yo vamos a tener un problema mutuo


en forma de Una.

Cuelga y me paso una mano por el pelo. Por una vez. Sólo una vez, me gustaría
tener un día normal. Alguna venta de drogas, tal vez un asesinato por venganza,
pero no. Tengo que lidiar con rusos acosadores, cárteles, hermanas esclavas sexuales
y, por último, mi novia asesina, embarazada y muy temperamental.

Gio me mira cuando me doy la vuelta. Saco mi pistola de la funda del pecho y
apunto a la cabeza de Ziggie.

—No... —Bang.
Tommy abre mucho los ojos y vuelve corriendo al coche.

—¡Limpia esta mierda! —grito. Gio asiente y yo vuelvo al coche, dando marcha
atrás para salir del almacén abandonado.

—¿Anna está bien? —Tommy pregunta en voz baja.

—Más le vale. —Incluso mientras digo las palabras, sé que Nicholai debe tenerla.
Es sólo una sensación en mis entrañas, esperando el peor de los casos. La pregunta
ahora es: ¿cómo contengo a Una para evitar que vaya tras ella?

Cuando entro en el apartamento, Una no aparece por ninguna parte. Zeus se


acerca a saludarme pero, por supuesto, George no aparece por ninguna parte. Estará
con ella. Oigo un ruido sordo procedente de algún sitio, seguido de otro. Sigo el
ruido hasta el comedor.

Una está de pie sobre la mesa del comedor, con una ballesta levantada delante
de ella. Aprieta el gatillo y lanza una saeta directa a un lienzo colgado en la pared
del fondo. Se incrusta en el centro junto con los otros cuatro que ya están allí. Es tan
pequeña, pero parece tan feroz. Su coleta cae sobre su hombro mientras inclina la
cabeza para apuntar de nuevo.

—Es un cuadro de treinta de los grandes.

Tira otra flecha.

—Es feo.

—Es arte.

—Si quieres, puedo darle un pincel a George y pedirle que lo reproduzca. —


Sonríe, balanceando las caderas mientras se desliza hasta el borde de la mesa. La
agarro por las caderas, la bajo al suelo y tiro de ella.

—Veo que tu puntería sigue tan afinada como siempre.

—Sigue siendo mejor que la tuya.

Deja de mirarme el pecho y me pasa el dedo por la corbata. Miro hacia abajo y
veo la gota de sangre que mancha la seda azul pálido.

—¿Qué te dije de vestir de negro?


—Puede que no se vea la sangre, pero es poco civilizado.

Sus labios se tuercen en una sonrisa divertida.

—Pero claro, si el diablo no pareciera un ángel, ahora no sería tan bueno


corrompiendo a los inocentes, ¿verdad?

—Hmm. —Me inclino y rozo su cuello con mis labios, mordiéndole el lóbulo de
la oreja—. Estás muy lejos de ser inocente, Morte.

—Y tú estás muy lejos de ser un ángel.

Me río entre dientes.

—Ven a bailar alrededor del fuego conmigo, pequeña mariposa.

—Creía que era una oruga fea.

—Nunca. —La beso y ella me rodea el cuello con los brazos—. Alas de acero, mi
amor. —Me devuelve el beso. En el fondo de mi mente, sé que se avecina una
tormenta. A menos que Rafael encuentre a Anna en las próximas horas, voy a tener
que contárselo a Una y se va a volver loca.
UNA

Estoy en la cama, abrazada a George, cuando mi teléfono zumba, bailando sobre


la mesilla de noche. Miro la pantalla y veo un número ruso. Supongo que es Sasha.
Deslizo el dedo por la pantalla y me lo acerco a la oreja.

—Hola.

—Palomita. —Al oír la voz de Nicholai, se me revuelve el estómago y me


incorporo como un rayo. Todos y cada uno de mis instintos se ponen en alerta
porque si Nicholai puede conseguir el número de un teléfono desechable sin
rastrear, entonces seguro que puede llegar hasta mí.

—Nicholai.

—¿Recibiste mi tarjeta y mi regalo? —pregunta, casi con alegría.

—Los recibí. —Nicholai hace las cosas de cierta manera. Tienes que jugar su
juego y esperar a que te diga lo que realmente quiere.

—Y te pedí que vinieras a casa, Palomita.

—No puedo hacerlo. —Me levanto y miro por la ventana, pero claro, ni Nicholai
puede escalar un rascacielos.

—Me heriste. Pero no importa. Te dije que vendría a por ti, aunque tuve que
hacer un gran esfuerzo. No estoy contento contigo.

Todo mi cuerpo se tensa cuando sus palabras calan hondo.

—¿Hasta dónde? —Silencio—. ¿Hasta dónde? —Repito, alzando la voz. Me doy


la vuelta y Nero está de pie en la puerta, con los ojos oscuros brillando como ónice
en la tenue luz de la ciudad.
—¿Una? —Se oye una vocecita. Me tiemblan las rodillas y aprieto los ojos
mientras apoyo la espalda contra la ventana.

—Anna —susurro, deslizándome lentamente por el cristal hasta caer al suelo—.


¿Estás bien? —Soy consciente que Nero se acerca, pero mantengo la mirada fija en
la alfombra oscura que tengo delante.

—Creo que sí. ¿Qué ocurre?

—Mantén la calma. Haz lo que te dicen. Voy por ti.

Se oye un crujido antes de volver a oír la voz de Nicholai.

—Se parece tanto a ti, Palomita. Pero tú siempre fuiste tan fuerte, Una. Eres el
soldado perfecto, sólo superado por tu hijo. —La forma en que lo dice, como un niño
que se emociona con un juguete nuevo, me pone enferma—. Pero Anna... Anna no
es fuerte como tú, Palomita. Ella no será un soldado... —Deja que eso quede en el
aire entre nosotros.

—Te prometo que si la tocas, te arrancaré el corazón del pecho —gruño, con las
emociones burbujeando y arremolinándose sin control en mi interior.

—Tsk-tsk, te crie mejor que eso. Estuviste fuera demasiado tiempo. Te manchó.
Pensé que te enseñé bien que el amor es debilidad. Tu hermana, el italiano, tu hijo...
te debilitan, Una. Te volviste frágil —escupe, la ira consume su voz. Hace una pausa
antes de volver a hablar—. Pero está bien. No pasa nada. Puedo curarte. No te
preocupes, Palomita. Haré que vuelvas a ser perfecta. Y haré que tu hijo sea más
fuerte que tú. —Cierro los ojos y me aprieto la frente con el puño cerrado—. Volverás
a casa y liberaré a Anna. Tienes cuarenta y ocho horas, y luego la mataré. Tic-tac. —
La línea se corta y lanzo el teléfono al otro lado de la habitación, dejando una
abolladura en la pared de yeso.

Me aprieto los ojos con las palmas de las manos para no llorar, pero es inútil.
Tengo miedo, joder. Tengo miedo por Anna, tengo miedo por mi bebé y tengo miedo
por mí misma porque sé exactamente lo que me espera cuando vuelva allí. Él me
“reiniciará”. Meses de terapia de choque eléctrico, entrenamiento, ahogamiento y
condicionamiento reflejo. Sólo hay una manera de sobrevivir a eso, y es salir,
insensibilizarse. Nadie sale de allí con una pizca de humanidad intacta. La mente no
puede soportarlo, y por eso lo hace. No quiere humanos. Quiere soldados, robots,
asesinos sin conciencia.
Mis dedos rozan mi mandíbula y suelto las manos, encontrándome con la dura
mirada de Nero. ¿Lo recordaré? Cuando Nicholai borre de mí todo rastro de
emoción, ¿recordaré este sentimiento? ¿Sabré siquiera que lo amaba, o simplemente
me parecerá una debilidad lejana, nada más que la sombra de un recuerdo? Y mi
hijo... ¿lo amaré? No estoy segura que ni siquiera la madre naturaleza pueda anular
los métodos de Nicholai.

Me limpio las lágrimas de los ojos.

—No irás —dice, con un gruñido en la voz.

—Tiene a Anna.

—Lo sé.

—¿Qué? —Me pongo en pie y me alejo de él, negando con la cabeza—. ¿Por qué
no me lo dijiste?

—Porque no sabía con seguridad que la tenía.

—¡Joder! —Me paso ambas manos por el pelo—. ¿Cómo pasó esto, Nero? Me
dijiste que estaba protegida. —No puedo evitar sentir una pequeña punzada de
traición porque confié en él. Creí tontamente que la palabra de Nero, su poder, era
infinito. Y subestimé el alcance de Nicholai a pesar de todo lo que sé de él, y eso es
lo esencial: debería haberlo sabido. Dejé que mi nostálgica esperanza nublara mi
juicio y eso acaba de costarme caro. No dejaré que Anna pague el precio de mis
acciones. Me quiere a mí, no a ella. Ella no es más que un cebo. Un alma indefensa
atrapada en medio de la retorcida obsesión de Nicholai por mí.

—Él la matará. —Imagino todas las cosas horribles que le hará, las formas en que
la hará sufrir, sólo porque lo desafié—. Tengo que ir con él.

—No. —Su voz es engañosamente tranquila. Me giro para mirarlo, pero me pilla
desprevenida rodeándome con sus brazos por detrás. Me cruza el pecho con un
brazo y me aprieta las muñecas contra el cuerpo, mientras el otro me rodea la
cintura—. No te resistas —me susurra al oído. Los latidos de mi corazón martillean
mis tímpanos y mi respiración se entrecorta.

Me resisto, pero sus brazos son de acero.

—Nero...
—No dejaré que lo hagas, Morte. —Su aliento me roza el cuello. Su duro cuerpo
es implacable—. No puedes opinar cuando se trata de la seguridad de nuestro bebé.

Respiro hondo y me sereno.

—No lo entiendes. La matará y luego seguirá viniendo. Lo hará. Nunca. Nunca


se detendrá.

—Una...

—Dijiste que éramos iguales.

Él duda, y un gemido bajo se desliza entre sus labios.

—Esto es diferente. Tu cabeza no está clara cuando se trata de Anna.

—¿Confías en mí? —Giro la cabeza hacia él y su mejilla se pega a la mía. De sus


labios se escapa una respiración entrecortada y casi puedo sentir su desesperación
como un demonio viviente en la habitación. Tiene miedo. Nero tiene miedo.

—Morte...

—¿Confías en mí? —Le repito.

—Sí.

—Tenemos que controlarlo.

—¿Qué?

Forcejeo para soltarme y él me suelta a regañadientes, aunque parece dispuesto


a abalanzarse de nuevo en cualquier momento.

—Nicholai cree que lleva las de ganar, y tenemos que dejar que lo crea,
adormecerlo con una falsa sensación de seguridad.... —Sus ojos oscuros se clavan en
los míos. Veo ese impulso en él, la necesidad de encerrarme y tirar la llave. Tengo
que hacerle ver—. Sé a dónde me llevará. Puedes venir por mí.

—¡No vas a ir, joder!


—¡Tengo que hacerlo! —Da un paso siniestro hacia delante, y yo retrocedo
arrastrando los pies—. Si voy, pensará que ganó. Puedo... puedo acercarme a él,
acabar con él desde adentro —digo apresuradamente—. Es la única manera.

—No —gruñe.

—Sólo escúchame. Y trata de ser objetivo.

—No puedo ser objetivo cuando se trata de ti.

—Y por eso ganará Nicholai, porque no ama, no siente. No tiene debilidades.

Me coge la mejilla y me obliga a mirarlo.

—El amor no es una debilidad, Morte. Es una fuerza. —Ojalá pudiera creerle,
pero con tanta gente a la que quiero en juego, no me siento muy fuerte.

—Yo soy su única debilidad —digo lentamente—. Soy la única que puede
hacerlo, Nero.

Su mandíbula se tensa y suspira pesadamente antes de ponerse en pie y alejarse


de mí.

—No, tengo otro plan. Vístete. Esperamos visitas. —Y sale de la habitación,


ignorándome por completo.

Me siento en el sofá del despacho de Nero mientras hace varias llamadas. Miro
la pantalla del portátil, pero noto sus ojos clavados en mí. Mi pierna rebota
erráticamente. Siento que las paredes de la habitación me aprietan. Todo lo que
puedo ver en mi mente es esa imagen rota de Anna antes de que Nero la encontrara
y la comprara. Veo a la chica delgada y rota siendo violada por una cámara web para
el enfermizo entretenimiento de hombres depravados. ¿Le haría eso Nicholai?
¿Sobrevivirá a eso otra vez?

Al final no puedo aguantar más la mirada ardiente de Nero. Decido marcharme


y voy en busca de un café. Estoy de pie en la barra del desayuno, intentando
calmarme, cuando me llega el tintineo del ascensor. En cuanto oigo el inconfundible
acento español, salgo corriendo por la puerta. Reconozco a Rafael D'Cruze de todos
los años que Nicholai nos hizo aprender cada líder influyente, capo, jefe o incluso
político sucio.

Lo acompañan cuatro hombres que hablan rápidamente con Nero y Gio.


Irrumpo en su dirección y, en el último momento, me dirigen una mirada.

—Ah, mierda —murmura Gio, justo cuando golpeo a Rafael con el puño en la
mandíbula.

Uno de sus hombres se mueve, saco una pistola de la parte trasera de mis
vaqueros y le apunto a la cabeza.

—Voy a disparar a tu despreciable culo de mierda allí donde estás.

Rafael se frota la mandíbula y levanta las cejas, mirando a Nero.

—¿Siempre es así? —Nero se encoge de hombros antes de ponerse a mi lado.

—Están aquí para ayudar —intenta asegurarme Nero. No me tranquiliza.

Miro fijamente a Rafael, mientras el tipo que tengo delante se mueve


ligeramente.

—Loca de mierda —murmura. Lo golpeo con la pistola en el puente de la nariz


y se tambalea hacia atrás, agarrándose la nariz ahora rota. Nero carraspea para
disimular una carcajada.

—Perdiste a mi hermana.

Rafael suspira y se pasa una mano por la cara.

—No creas que me lo tomo a la ligera. Los rusos mataron a tres de mis hombres
y fusilaron a otro. —Hay un borde en él, algo peligroso, y normalmente tomaría nota
de ello, pero hoy, preferiría matarlo.

—¡Me importan una mierda tus hombres! Se suponía que estaría a salvo contigo.
—Nero me prometió que estaba a salvo y odio que lo haya hecho porque ahora no
puedo creer en su palabra.

—Estaba fuertemente custodiada y en una de mis casas que sólo mis hombres
más cercanos conocen.
—Bueno, entonces parece que uno de tus hombres más cercanos es una rata,
Rafael. —Miro a los hombres que están a su lado. Nunca debí dejarla con otras
personas. Puedo ponerla en peligro, pero soy cuidadosa, Nero es cuidadoso. Sólo
mantiene cerca a su gente más leal. Ninguno de los hombres de Nero la habría
vendido, pero los forasteros pueden ser fácilmente comprados, y Nicholai tiene
mucho que ofrecer como pago.

—Le dispararon a mi hermano —dice uno de los tipos detrás de él como si me


importara una mierda.

—A mí. No me importa. Si yo fuera tú, mi única preocupación sería el hecho que


mi hermana se fue. —Miro al tipo que habló—. ¿Sabes quién soy? — Me devuelve
la mirada. Doy un paso alrededor de Rafael y me pongo codo con codo con el
hombre—. Si no la recupero, vendré a México y acabaré con todo tu puto cártel.

—Vale... —Nero me rodea la cintura con un brazo y me vuelve a estrechar contra


su pecho—. Vinieron a ayudar. —Me encojo de hombros y recorro la habitación.
Siento que pendo de un hilo, mis emociones oscilan como un péndulo y estoy a
punto de estallar, pero no lo haré delante de estos hombres. Abandono el vestíbulo,
entro en la oscura sala de estar y me acerco a la ventana. Mi mente es un enjambre
nebuloso de emociones y nada está claro.

Deben de tener una rata. Pero, ¿y si no la tienen? ¿Y si Nicholai pagó a Rafael


por Anna y todo esto no es más que una trampa? Me llevo la mano al estómago y
cierro los ojos. Un tablón cruje detrás de mí. Sé que es Nero sin mirar. Mis labios
rozan mi hombro y me inclino hacia él. El contacto que antes me causaba tantos
conflictos ahora me parece lo único real en mi vida. Y, en medio de un caos total, él
es el único en quien puedo confiar.

—Necesitamos ayuda, Morte. —Su brazo serpentea por delante de mi cuerpo


antes que sus dedos me rodeen la garganta.

Recorro su antebrazo y le agarro la muñeca, girando la cabeza hacia un lado.

—¿Y si están trabajando con él? No podemos fiarnos de ellos.

Sus labios me presionan la sien.

—No. No tienes que confiar en ellos, me tienes a mí. —Me giro entre sus brazos.
Sus ojos oscuros, duros y decididos, se clavan en los míos—. Deja que yo me ocupe.
—Un aliento cálido me roza los labios, con el sutil aroma de la menta y el humo del
cigarrillo arremolinándose a mi alrededor—. Prométeme que no harás ninguna
estupidez. Dime que estamos juntos en esto. —Suena tan extrañamente vulnerable
y me rompe un poco el corazón. Es una promesa que sé que no puedo cumplir, pero
la hago de todos modos.

—Siempre —susurro. Me agarra la cara y me besa con fuerza, moviendo los


labios sobre los míos como si intentara manchar mi alma. Poco sabe él, que se
imprimió irrevocablemente en mí hace mucho tiempo. Sea cual sea el plan de Nero,
se está agarrando a un clavo ardiendo, lo sé. Él lo sabe. De lo contrario no estaría
tratando tan desesperadamente de traerme para ponerme en línea. Nicholai nos
tiene acorralados. Jaque mate. El juego terminó, pero Nero se niega a aceptarlo, por
lo que puede perder.

¿Y no es esta la forma en que esto siempre estuvo destinado a ir? Todo cerró el
círculo y estoy justo donde empecé con él; Anna y yo. Nero y yo no pudimos huir
de esto antes de lo que pudo el propio destino, porque nosotros lo orquestamos.
Cada movimiento que hicimos nos trajo aquí. Luchamos, matamos, es inherente a
cada fibra de nuestro ADN, y este es el precio que pagamos. La normalidad es un
deseo lejano, un sueño que no podemos alcanzar. Yo quiero alcanzarlo, más de lo
que quise nada en mi vida, pero no sacrificaré a nadie por el camino. No sacrificaré
a Anna hoy sólo para que Nicholai juegue otra mano y me atrape mañana. No, esto
tiene que terminar. Dejaré que Nero conspire y planee. Voy a ir junto con él por su
bien, pero tengo mi propio plan.

—Vamos. Tenemos que hablar con ellos —dice, me coge de la mano y me lleva
hacia su despacho.

Gio se sienta junto a Rafael en uno de los sofás y, una vez más, los planos están
sobre la mesita. A decir verdad, no estoy segura que Nicholai tenga a Anna allí. Esa
es su base principal, pero tiene otras y, por supuesto, conozco íntimamente la
disposición de esa base. Lógicamente, la llevaría a otra parte, pero entonces me dijo
que fuera a él. Allí es donde yo iría, así que tal vez ella esté allí.

Nero se dirige a un rincón de la habitación y se sirve un vaso de whisky. Tiene


un aspecto más ajado que de costumbre, con sombras persistentes bajo los ojos. Se
traga el whisky de dos tragos y vuelve su atención a los planos. Tomo asiento a su
lado y su mano se posa posesivamente en mi muslo. Discuten de todo, pero apenas
los oigo. Están azotando un caballo muerto. Anna no va a salir de esa base a menos
que él voluntariamente la deje salir por la puerta. Y la única manera que lo haga es
que yo entre.

Rafael se levanta, maldiciendo en español mientras camina hacia un lado de la


habitación y golpea la pared con la mano. Nero se inclina a mi lado y me susurra al
oído.

—Creo que Rafael está enamorado de tu hermana. —Rafael y mi hermana.


Aprieto los puños e instintivamente me llevo una mano a la cuchilla que llevo en el
muslo, rozándola con los dedos. Otra razón para hacerle daño, aprovechándose de
mi maltratada y destrozada hermana. Nero se ríe y cubre la espada con su propia
mano—. Qué mariposa tan cruel.

Me pongo en pie. Todo el mundo se tensa, esperando que haga algo, pero en
lugar de eso me limito a pasar rozando a Rafael, fulminándolo con la mirada
mientras salgo de la habitación. Miro el reloj. Tengo cuarenta y cinco horas y nueve
minutos antes de llegar a Rusia. Voy directamente a la armería y abro la puerta de
la habitación del pánico, que también alberga todo el armamento. Al comprobar las
cámaras, veo que Nero y los mexicanos siguen en la oficina. Cojo un calibre 40 y un
cargador de repuesto y me meto ambos en la parte trasera de los vaqueros junto con
la 9 mm. A continuación, abro todos los cajones, echando un vistazo a las distintas
balas hasta que veo lo que busco. Hay dos pequeños botes plateados con puntas de
aguja. Los cojo, me los meto en el bolsillo de la sudadera y salgo de la habitación. Al
salir del comedor, me tropiezo con Tommy. Se sobresalta y se agarra el pecho.

—Jesús, ¿tienes que arrastrarte en la oscuridad?

—Soy yo —resoplo.

Me fulmina con la mirada.

—¿Te das cuenta que eso lo empeora?

—Eres un marica.

—No, sólo tengo instinto de conservación. Aún no me mataste, así que...

—No te maté porque me agradas.

Sonríe ampliamente.
—Me lo tomaré como un cumplido.

Tommy tiene esa inocencia, un lado que logró permanecer impoluto ante la
oscuridad que lo rodea. Me burlo de él, pero espero que nunca la pierda. Espero que
siempre vea la luz en la oscuridad, sin importar las circunstancias.

—Nunca cambies, Tommy.

Frunce el ceño.

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza y me alejo de él, incapaz de pensar en la gente de aquí, en


la vida que tengo o podría haber tenido. En lugar de eso, me meto en la cama y
deslizo uno de los botes metálicos bajo la almohada. Estoy preparada, organizada.
Tengo todo lo que necesito para hacer lo que hay que hacer, y así, me tumbo aquí,
con el estómago revolviéndose horriblemente. Para cuando Nero llega por fin a la
cama, mis emociones están completamente agitadas y quemadas.

Se desliza bajo las sábanas y desliza su mano alrededor de mi cintura.

—Morte —susurra.

—Sí.

—¿Estás bien?

Ni siquiera un poco.

—Sí.

—Tengo que preguntar porque Rafael sigue vivo. —Puedo oír la diversión en su
voz.

—Tan pronto como esto termine, él es blanco fácil. —No sólo pierde a mi
hermana, sino que se la juega.

Sus labios rozan mi cuello.

—Incluso lo sujetaré por ti.

—Pensé que era tu amigo.


—No tengo amigos, Morte. Tengo peones, y cuando me fallan, pierden el favor.
—Dios, me encanta lo despiadado que es. Me doy la vuelta y paso mis dedos por su
pelo, atrayéndolo hacia mí. Aprieto mis labios contra los suyos, necesito sentirlo,
ansío su fuerza y brutalidad y todo lo que lo hace tan intrínsecamente temido por
todos los que oyen su nombre. Quiero a mi monstruo. Su lengua roza la mía, gimo
en su boca y le rasco el cuello con las uñas.

Me pongo de rodillas y me subo a horcajadas sobre su cuerpo, sin separar los


labios. Se sienta y me abraza con tanta fuerza que parece como si nunca fuera a
soltarme. Sus labios se acercan a mi cuello, cálidos y duros, exigentes pero
generosos. Le rasco el pelo con los dedos y me aferro a él, deseando poder detener
el tiempo y quedarme aquí, a salvo entre sus brazos. Siempre estuve sola, siempre
fui ferozmente independiente, pero tenerlo a él me hizo darme cuenta de lo que es
tener a alguien. De estar protegida. Y una vez entendiendo eso... tienes la sensación
que estar sin ello es tu propia forma de cruel tortura. Su mano se desliza entre mis
piernas y un suspiro sisea entre sus dientes cuando se da cuenta que no llevo ropa
interior debajo de su camiseta extragrande. Me aprieta con los dedos y gime contra
mi garganta en un beso a boca abierta.

—Tan jodidamente húmeda, Morte.

Le rodeo el cuello con los brazos y cierro los ojos cuando empuja dentro de mí.
Cada vez que estoy con él es un reclamo desvergonzado, una posesión completa
impregnada de algo tan crudo y real que casi siento que no puedo respirar sin él.
Nero siempre se siente como la esencia misma de la vida, al borde del abismo en
todo momento. Se mueve debajo de mí y entonces sus dedos son sustituidos por su
polla empujándome. Me agarra por las caderas y me guía lentamente hacia él. Es tan
intenso. Me consume por completo. Lo que antes era una batalla sangrienta ahora
parece la rendición más dulce, la fusión de dos almas destrozadas por la guerra
abrazando las cicatrices de la otra. Mis caderas ruedan sobre él, su respiración se
entrecorta y mis brazos aprisionan mi cuerpo al suyo. El placer me recorre y echo la
cabeza hacia atrás con un gemido bajo. Nuestros labios se encuentran y los frenéticos
besos se ralentizan, se hacen profundos y me drogan. Esta tensión flota en el aire
entre nosotros, todas las palabras que ninguno de los dos puede decir, y me
pregunto si él lo sabe. Me agarra la cara con las dos manos y me echa la cabeza hacia
atrás, deslizando su lengua por la mía, empujando y tirando. De un lado a otro.
Pienso en dejarle y se me aprieta el pecho porque es lo último que quiero. ¿Pero esta
no es nuestra realidad? Esto de aquí es un sueño, una vida a la que no tenemos
derecho. Ahora lo veo, y por muy difícil que sea abandonar los sueños, en algún
momento debemos despertar. Empuja contra mí, reclamándome, marcándome en
todos los sentidos.

Intento levantar los muros de acero que necesito para protegerme, pero mi
corazón permanece dolorosamente expuesto. Sus movimientos se vuelven lentos y
burlones. Está tan dentro que prácticamente forma parte de mí. Una lenta oleada de
placer crece y luego me invade sin cesar. Aprieto los labios contra los suyos y cierro
los ojos mientras una lágrima me recorre la mejilla. Se pone rígido debajo de mí, sus
movimientos se vuelven bruscos y brutales mientras gime mi nombre una y otra
vez.

—Te amo, joder. —Pega su frente a la mía y aspiro su aroma: cigarrillos y whisky
teñidos de menta.

—Te amo —susurro, empujándolo hacia atrás en la cama. Nuestros ojos se


encuentran y me aparta la cortina de pelo de la cara. Veo sus sentimientos reflejados
en mí, el tipo de obsesión que consume absolutamente. El nuestro es un amor tan
ardiente y brillante que lo destruye todo a su paso. Separados somos fuertes, pero
juntos somos imparables. Y estoy a punto de separarnos. Lo odio, pero hago lo que
hay que hacer. Debo creer que lo que tenemos trascenderá el tiempo y la distancia.
Lo necesitaré, aunque sólo sea por pensar en él.

Cerrando los ojos, mi mano se desliza bajo la almohada. Casi espero que me
detenga porque no quiero hacerlo. Me rompe el corazón traicionarlo. Le beso
suavemente y dejo que mis labios se posen sobre los suyos. Mis dedos rodean el
pequeño bote y pienso en Anna. En un abrir y cerrar de ojos, le clavo el dardo en el
cuello. Se queda quieto y yo retrocedo para ver su expresión de sorpresa.

—Lo siento. —Se me quiebra la voz cuando las lágrimas caen libremente por mi
cara.

—Una, no —ronca. Me rodea la garganta con la mano y no hago nada por


resistirme mientras aprieta con fuerza.

En lugar de apartarme de él, me acerco y lo beso. Mis lágrimas caen sobre sus
labios.

—Te amo, Nero. Confía en mí. —Sus ojos empiezan a caer y su abrazo se afloja—
. Un día, volveré a ti. —Pone los ojos en blanco y lo beso por última vez antes de
separarme de él. Me pongo unos vaqueros negros y una sudadera antes de coger la
bolsa que dejé debajo de la cama. Le echo una última mirada a Nero y, por segunda
vez, me voy con su olor aún pegado a mi piel y su sabor en los labios. Solo que, esta
vez, siento como si acabara de arrancarme mi propio corazón palpitante. Esta vez
hay mucho más en juego.

Me muevo por el apartamento con cuidado de no hacer ruido. No puedo dejar


que los hombres de Nero se lancen y me atrapen de nuevo. Nero me encadenará
literalmente en algún sótano y nunca me dejará salir. Me escabullo por el salón y me
detengo cuando oigo un fuerte clic. Congelada, desplazo lentamente la mirada hacia
el sofá. La colilla roja de un cigarrillo brilla en la oscuridad y puedo distinguir las
facciones de Rafael. Llevo la mano a la pistola que llevo en los jeans y la rodeo
lentamente con los dedos. Si intenta detenerme...

—Vas a ir por él. —Su voz es grave y profunda.

—No intentes detenerme. Hago lo que debo.

Se inclina hacia delante, dejando que el cigarrillo cuelgue de sus dedos mientras
apoya los codos en los muslos.

—¿Te sacrificarás por ella?

—Sí.

—¿Y tu hijo? ¿Sacrificarías a tu hijo por ella?

Aprieto los dientes, luchando contra la ira.

—Creía que... sentías algo por ella.

Suspira y se levanta, avanzando hacia mí. Es un tipo enorme y el depredador


que hay en mí lo mira con recelo.

—Sí, pero Anna nunca desearía que sacrificaras a un niño inocente, Ángel.

—Tengo un plan.

Le da otra lenta calada a su cigarrillo.

—Ah, tú y Nero y sus planes.

—Este no involucra a Nero.


—¿Cómo sabes que el ruso liberará a Anna?

Me pellizco el puente de la nariz.

—No lo sé. —Me siento en caída libre, atrapada en una situación desesperada.
Pero Nero siempre dice que la vida es una partida de ajedrez gigante. Todo lo que
tengo que hacer es posicionar a los jugadores clave—. Necesito que me hagas un
favor —le digo. Él asiente—. Si no libera a Anna, negocia para que vuelva. Una vez
que me tenga, no la necesitará. Deja que le dé un buen uso en otra parte.

—¿Negociar qué?

—Tienes acceso a un puerto...

—Sí.

—Ofrécele su uso. Conseguir armas por la frontera sur es el punto de acceso más
fácil a América, pero los cárteles no permitirán a los rusos ningún punto de apoyo.

Sus cejas bajan sobre unos ojos negros como el carbón que brillan en la oscuridad
del apartamento.

—Eso causaría problemas.

Mi mirada se dirige hacia lo alto de las escaleras. No sé cuánto tiempo durará el


efecto del tranquilizante. Supongo que se pasó con la dosis para mi peso corporal.
Nero pesa más del doble que yo.

—Mira, no será por mucho tiempo. De todos modos, Nicholai no es de los que
faltan a su palabra. Creo que la dejará ir.

—Eres su mascota favorita, Ángel. Y demostraste ser rebelde. Tiene los medios
para controlarte, no creas que renunciará a eso fácilmente. —Asiento con la cabeza—
. Vete. No te vi.

—Gracias.

—Y Una...

—¿Sí?

Sus ojos se posan en mi estómago, una expresión de dolor cruza su rostro.


—Cuídate.

Me alejo de él y me dirijo al ascensor, empuñando mis dos pistolas mientras


desciendo hacia el estacionamiento. Cuando se abren las puertas, espero
encontrarme con medio ejército aquí abajo, pero sólo hay dos tipos trajeados. Ambos
tienen cigarrillos en la mano y me miran sin comprender, como si acabaran de recibir
a un invitado sorpresa. Me abalanzo sobre el primero y le golpeo con la pistola hasta
dejarlo inconsciente. El segundo va a por su pistola, le golpeo las piernas de una
patada y le doy un puñetazo en la sien. Mis ojos recorren cada centímetro del
estacionamiento antes de levantarme y correr hacia mi moto, que sigue aparcada
donde la dejé hace tantos meses. Tose y chisporrotea cuando giro la llave, pero al
final se pone en marcha. Si antes no había un ejército de hombres de Nero, pronto lo
habrá. Me coloco un pequeño auricular en la oreja y me pongo la mochila a la
espalda antes de salir rodando del estacionamiento. Mi teléfono suena, zumbando
en mi bolsillo. Pulso un botón del auricular y suena la voz de Billy James.

—¿Dónde nos vemos? —dice con su marcado acento sureño. Billy es un piloto
que me sacó de algunos apuros. Es muy bueno falsificando el papeleo necesario para
planes de vuelo falsos.

—Teterboro. Estaré allí en media hora —grito por encima del rugido del motor
de la moto.

—Sí, señora. —Cuelga y yo meto una marcha menos, enviando la moto a toda
velocidad hacia el puente George Washington. Puede que esté lejos de Nero, pero
nunca subestimo su poder ni su alcance. Nueva York es su ciudad, y mientras yo
esté en ella puede atraparme. No sé qué me asusta más ahora, Nicholai o lo que hará
Nero. Se va a enojar mucho. Ojalá hubiera podido explicárselo, pero no escuchará
nada racional cuando se trata de mí o del bebé. Que Nicholai se haya llevado a Anna
me forzó, pero también me hizo darme cuenta que no podemos huir. Podríamos
luchar, pero nos supera en todos los sentidos. Llegó a Anna, y eso significa que
puede llegar a mí, así que estoy tomando el control. Estoy tomando una página del
libro de Nero y jugando inteligentemente, siendo estratégico. Acabaré con esto, de
una forma u otra.

Cuando llego a la pista, el guardia me echa un vistazo y me hace pasar. Una vez
más, el alcance de Nicholai es grande. Esta es una de las pistas que usamos para
entrar y salir del país sin ser vistos. La Elite son fantasmas, y los fantasmas vuelan
siempre bajo el radar. Los americanos no tienen por qué saber nunca de nuestra
existencia, ni siquiera con alias si puede evitarse.

Conduzco la moto hasta el hangar seis y la estaciono en un rincón, cubriéndola


con una lona. No me cabe duda que Nero tiene un rastreador, pero cuando lo
encuentre yo ya me habré ido. Billy se apoya en la escalerilla de un pequeño jet
privado, con los gruesos brazos cruzados sobre su abdomen y un cigarrillo colgando
de entre los labios.

—Creía que no se podía fumar cerca del combustible de los aviones —le digo
secamente.

Sonríe, coge el cigarro y lo echa por el hangar. Pongo los ojos en blanco. Jesús,
esto es lo que pasa cuando contratas a un torpe para que te lleve. Le pongo un
montón de billetes en la mano y subo los escalones.

—¿No estás alegre esta noche, rubia? Ya sabes, lo dejé todo para llevarte.

Me detengo en lo alto de la escalera.

—Muy amable de tu parte. Seguro que los diez mil me ayudaron.

Resopla mientras sube los escalones.

—No va a doler. —Eso es lo que pensé.

Tomo asiento en uno de los sillones de cuero y me recuesto en él, apoyando la


cabeza en el reposacabezas. Se me revuelve el estómago. Ojalá pudiera volver atrás,
de verdad, pero aparto esos pensamientos y me concentro en la parte de mí que
estuvo dormida. Busco a la chica que experimentó demasiado joven, que vio
horrores e hizo cosas que su frágil mente no podía comprender. La chica que se
convirtió en un monstruo. Necesito a esa chica de nuevo. Esa chica estaba rota y era
insensible y se perdió muchas cosas, pero era capaz de acabar con Nicholai. Es tan
fácil deslizarse en ese lugar oscuro donde el miedo y el dolor no existen. Ese lugar
es fácil, pero también peligroso. Podría perderme fácilmente allí y olvidar por qué
estoy luchando. El recuerdo de Nero, de lo que tenemos... Nicholai intentará
despojarme de ello. Nicholai siempre me dijo que el amor es débil, me obligó a
disparar a Alex, el chico que amaba, sólo para demostrarlo. Pero se equivoca. El
amor puede hacerte más fuerte que nunca, porque el hecho es que Nero y yo somos
más fuertes juntos que separados. Y con él a mi lado, somos una fuerza de la
naturaleza, un maldito huracán. Nicholai no tiene idea de la clase de avispero que
está pateando. Sé que Nero hará llover el infierno sobre Nicholai de todas las formas
posibles, y mi capo puede ser bastante inventivo. Esto es una guerra en dos frentes.

Varias horas después, el avión aterriza en la pista. Conseguí dormir un poco,


pero fue interrumpido por violentos sueños de sangre y tortura. En cuanto el avión
se detiene, me levanto.

—Ahí tienes una chaqueta —me grita Billy desde la cabina. Cojo la chaqueta de
invierno que hay sobre uno de los asientos libres y me la pongo. Ni siquiera pensé
en ello y, por supuesto, Rusia está helada.

—¡Gracias! —grito y bajo los escalones. Mis botas dejan huellas en la pista
nevada. El viento helado muerde cualquier piel expuesta, haciéndome temblar
violentamente. Olvidé lo que es el frío de verdad. Moscú es como un infierno
apocalíptico en invierno. Aterrizamos en otro aeropuerto privado en las afueras de
la ciudad, y ahora, Nicholai sabrá que estoy aquí. Tiene espías por todas partes, pero
este es un punto de entrada bratva y está constantemente vigilado. Acelero el paso,
troto hasta la puerta que da salida al aeropuerto y me agacho bajo la barrera. La pista
de aterrizaje está justo en medio de una pequeña ciudad, de nuevo, por lo que puede
ser fácilmente vigilada. Avanzo por una de las calles laterales y miro rápidamente
por encima del hombro antes de detenerme frente a un garaje viejo y destartalado.
La pintura de la puerta está descascarada y las bisagras se encuentran en un ángulo
extraño, mientras la madera podrida se hunde pesadamente. Saco las llaves de la
moto del bolsillo, selecciono una pequeña llave oxidada y abro el candado de hierro,
sacudiendo la cerradura hasta que por fin se abre. Tengo que levantar todo mi peso
detrás de cada puerta para empujarla y abrir un Jeep Cherokee antiguo. En todo el
mundo, Sasha y yo tenemos pisos francos, almacenes llenos de provisiones y coches.
Este es uno de los de Sasha.

Me dirijo a la parte trasera y busco la llave en el tubo de escape, abro la puerta y


me deslizo tras el volante. Espesas nubes de niebla se arremolinan frente a mi cara
cuando giro el contacto y el coche tose. El motor emite un leve zumbido antes de
arrancar a regañadientes. Este es el final de mi viaje y, al salir a las oscuras calles de
Moscú, siento como si estuviera conduciendo hacia las puertas del infierno.

Los minutos se convierten en horas y pienso en Nero. Miro el móvil y veo que la
batería parpadea en rojo. Lo pienso sólo un momento antes de marcar su número.
Es estúpido y sentimental, y sé mejor que nadie que no tengo espacio para
sentimientos, pero sólo una última vez.

—Una. —Su voz está tensa y apretada, impregnada de una rabia que haría que
los hombres adultos se encogieran de miedo.

—Capo —susurro.

Se hace un silencio.

—Estás en Rusia.

—Sé que no lo entiendes, pero...

—Date la puta vuelta, ahora mismo. Estés donde estés, detente. Iré por ti.

Una sensación punzante se instala en mi pecho.

—No puedo.

—¿Harías esto? ¿Le entregarías a nuestro bebé?

Suena tan dolido, y detrás de toda esa rabia sé que debe estar agonizando. Mis
ojos vuelven a palpitar con lágrimas no derramadas y me muerdo el labio con rabia.

—Por favor, confía en mí. Tengo un plan. Tendrás el bebé.

Hay una pausa.

—¿Pero tú no?

No digo nada por un momento.

—Prometí que volvería a ti de una forma u otra. —Aunque sólo se quede con un
trozo de mí, ese bebé tendrá los mejores trozos. Los impolutos.

—Morte, por favor... —Se le quiebra la voz y aprieto el volante con fuerza hasta
que los nudillos se me ponen blancos.

—Te amo —le digo.

—Una... —Cuelgo y se me hace un nudo en la garganta. Las emociones


amenazan con desbordarse, pero las reprimo. Las meto en un hueco profundo y
oscuro de mi corazón destrozado y levanto un muro de acero a su alrededor. Allí es
donde vivirá Nero hasta que pueda volver a verlo, o hasta que yo muera.
Permanecerá encerrado tras el acero impenetrable porque la Una que quiere
Nicholai, su Palomita, no puede amar.

Tras horas de conducción, giro por una pista desolada que apenas se distingue
en la espesa nieve, pero podría encontrar este camino con los ojos cerrados. Del
mismo modo que un pájaro siempre sabe adónde emigrar, esto es instintivo.
Después de todo, una vez llamé hogar a este lugar. Una pared de nieve se precipita
sobre mis faros mientras sigo la línea de árboles. Finalmente, un punto brillante de
luz se hace visible en la distancia. Cuanto más me acerco, más brillante y grande se
hace esa luz singular. Detengo el coche justo delante de la verja de alambre metálico
de dos metros y medio de altura. El alambre de espino se cierne ominoso, con sus
bordes dentados proyectando sombras a través de la luz.

Apago el motor, cierro los ojos y apoyo la frente en el volante. Este es el


momento, el momento en que todo termina. Oigo el chasquido desvencijado de la
verja deslizándose hacia atrás y, cuando abro los ojos, dos figuras están de pie en el
hueco, la nieve ondulando inquietantemente a su alrededor. Mis dedos entumecidos
buscan la manilla de la puerta y un viento helado me recorre. Me obligo a ponerme
en pie y mirar a los dos hombres que tengo delante, negándome a mostrar miedo
porque el miedo es poder.

—Vengo a ver a Nicholai —grito por encima del viento, volviendo a mi lengua
materna.

Me apuntan con un rifle y el tipo de la derecha mueve la cabeza hacia atrás. Sus
rostros están cubiertos, lo que me impide distinguirlos. Camino hacia el pequeño
edificio de hormigón enterrado en la nieve. El tejado es una cúpula curva y, para el
ojo desprevenido, no parece más que un viejo hangar de aviones, pero se hunde muy
por debajo de la tierra y es un laberinto impenetrable de túneles construidos para
resistir un ataque nuclear. Nicholai es un paranoico y un demente.

Se detienen ante la puerta del hangar de vehículos. Uno de ellos me palpa y me


quita la pistola de calibre 40 de la parte trasera de los vaqueros antes de empujarme
hacia delante. La puerta se abre delante de mí. Me clavan un fusil en la espalda y me
empujan un paso hacia delante. La primera parte del búnker es el hangar de
vehículos, y de pie, entre los todoterrenos y las motos de nieve, está Nicholai. Tiene
las manos cruzadas delante de él. Lleva un abrigo de lana sobre un traje impecable.
Parece tan impecable y tan fuera de lugar en este infierno helado. La ironía es que,
de hecho, está perfectamente colocado. El demonio sin corazón que preside su reino
de tortura y control.

—Palomita —jadea, con una amplia sonrisa en el rostro.

Aunque todos los músculos de mi cuerpo están tensos, listos para luchar, me
mantengo estoica. Reconozco plenamente la amenaza que tengo delante. Y es
extraño, porque aunque estuve lejos durante varios años, siempre vi a Nicholai
como una figura paterna, alguien que me ayudaba, que me hacía fuerte. Sabía que
tenía defectos. Sabía que era duro y cruel, pero lo aceptaba. Le fui leal. Hasta ahora.
Hasta que quiere a mi hijo. Porque de repente, las cosas que hizo, sus métodos y sus
motivaciones, no se justifican. Y no es hasta ahora, hasta que quiere a mi hijo, que lo
veo tan claro. Nicholai no es mi salvador, sino mi perseguidor. Ahora lo veo como
la criatura enferma y retorcida que es.

Se acerca y me pone la mano en el estómago. Gruño y me alejo de él.

—¿Dónde está Anna?

—Está a salvo.

—La liberarás inmediatamente.

—Mi dulce Palomita. —Me aprieta la mandíbula con una risa maníaca—. No
eres nada aquí. —Aprieta hasta que el dolor irradia a través de mi cara—. Sólo eres
lo que yo te hice. Eres. Eres. Una decepción.

—Suelta a Anna. —Aparto la cara de él y me pongo en cuclillas, pateando las


piernas del hombre de la pistola. Cae al suelo con un ruido sordo. Me levanto con el
arma levantada y apuntando en dirección a Nicholai.

—Ah, ya ves... —se mete las manos en los bolsillos y camina unos pasos hacia la
derecha—. Siempre fuiste la mejor, Una. Mejor que nadie. —Sus ojos azules como el
hielo se cruzan con los míos—. Me hacías sentir orgulloso.

A una señal silenciosa, unas figuras emergen de las sombras del garaje. Al menos
una veintena, todos armados, todos de Elite. No serán tan buenos como yo, pero no
puedo con veinte.

—¿Me matarás, Palomita?


—Libera a Anna.

—Lo habría hecho. Pero sigues insultándome y deshonrándome a cada paso. Por
lo tanto, no te daré ese gusto. Tu hermana se quedará aquí. Tal vez ella te motive. —
Tenía la sensación que iba a hacer esto, y hace que mi tarea aquí sea infinitamente
más difícil. Dos figuras se mueven a cada lado, una apuntando un arma a mi cabeza,
la otra apunta el arma a mi estómago. Parece que Nicholai los está haciendo tan
despiadados como siempre. Sin otra opción, suelto la pistola y levanto las manos.

Me conducen por pasillos que podría recorrer con los ojos cerrados, temblando
violentamente mientras las paredes de hormigón de la fortaleza subterránea parecen
emitir frío como el interior de un frigorífico. Estoy encerrada en una celda en la
misma ala en la que estuve la primera vez que vine aquí. Nicholai me salvó de las
garras de unos violadores para traerme aquí y encerrarme. Me quedé aquí durante
semanas. Los guardias no me hablaban. Me privaron de sueño, de comida, me
golpearon... y al cabo de semanas, Nicholai “reapareció”, diciéndome que tuvo que
dejarme. Yo tenía trece años. Perdí a mis padres, me separaron de mi hermana, casi
me violaron... Él parecía un salvador para una niña que nunca tuvo nada. ¿Y qué
tenía que hacer yo a cambio de su amabilidad, su respeto, su adoración? Tenía que
ser fuerte. Tenía que ser la mejor. Tenía que matar. Y mientras hiciera esas cosas,
creía que tenía su amor. Creo que lo necesitaba porque a pesar que me lo sacó a
golpes, a pesar que me obligó a dispararle a Alex... ¿no es el amor el único motivador
real en este mundo? Como humanos, lo ansiamos, lo necesitamos y haríamos casi
cualquier cosa por él. Es nuestra última e inevitable debilidad. Vendí mi alma por el
amor de un hombre que utiliza la adoración de niños indefensos para construir un
ejército.
NERO

En el momento en que cuelga el teléfono, lucho contra una rabia cegadora.


Intento devolverle la llamada, pero la línea está desconectada. ¿Cómo pudo hacer
esto? Lanzo el teléfono al otro lado de la habitación con un rugido. Gio está de pie
en silencio junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño
fruncido. Jackson está sentado en el sofá. Lo llamé porque ahora mismo no quiero el
consejo racional y diplomático de Gio. Quiero sangre. Quiero una puta guerra y
Jackson me la dará.

—Está a sólo treinta kilómetros de la base —Gio coloca un iPad sobre la mesita.
Un pequeño punto rojo parpadea en un mapa. Cuando atrapamos a Una por
primera vez en París, la dejamos inconsciente y le pedí al médico que le colocara un
rastreador en la nuca. Ella nunca lo notaría, y espero que los rusos no busquen
rastreadores en ella—. Incluso si pudiéramos llegar a ella, Nicholai tendrá fuerzas
terrestres tan cerca de la base. Sería una misión de rescate suicida.

Estoy completamente indefenso y no puedo soportarlo. Me digo que esto no


terminó, que aún podemos luchar, pero maldita sea, se rindió sin siquiera decírmelo.
Y lo hizo a mis espaldas, así que no tengo plan, ni forma de llegar a ella. Me dejó
fuera y ahora me quedo fuera mientras se lleva a mi hijo a una base inexpugnable
con un tipo que admitió abiertamente que está loco.

—Encuentra una forma de contactar a Sasha —le digo a Gio. Es bueno con los
ordenadores y hackeando mierdas. Estoy seguro que puede encontrar una manera
de enviar un mensaje al tipo. Puede que ahora sea nuestra única forma de contactar
con Una. Gio asiente y sale de la habitación.

Jackson me mira.

—¿Qué estás pensando?


—Reúne a tus chicos y ponte en contacto con Devon. Los quiero listos para partir
mañana por la mañana. Vamos a quemar todo lo ruso hasta los cimientos. Si quieres
una puta rata, lo quemas. —Devon es mi otro capo de Nueva York, leal y letal.
Ninguno de los chicos tendrá que preguntar dos veces cuando se trata de joder a los
rusos.

—En ello. —Jackson se levanta. Le sirvo un vaso de whisky y vacila en la


puerta—. La recuperaremos, jefe. —Y se va.

Espero que tenga razón, o pondré a la bratva de rodillas con mi ira. Después de
todo, sin ella, sin mi niño, ¿qué tengo que perder?

ME PARO FRENTE al edificio de ladrillo de aspecto discreto del Lower East


Side, asentado entre dos cadenas de restaurantes. Un transeúnte no lo miraría dos
veces, pero yo sé que no es así. Apoyado en el capó de mi coche, me llevo un
cigarrillo a los labios e inhalo una espesa nube de humo. Mi mente no deja de pensar
en Una, preguntándome qué le estará haciendo. Son esos pensamientos los que
alimentan mi rabia, como bombear constantemente oxígeno a un infierno en llamas.

Jackson dobla la esquina de la manzana y se acerca a mí despreocupadamente.

—Quizá quieras retroceder —me dice con una sonrisa malévola. Rodeamos mi
coche y nos agachamos detrás de él. Un par de sus hombres utilizan el coche
aparcado detrás del mío para cubrirse. Jackson me entrega el móvil de aspecto
primitivo. Mantengo pulsado el uno durante varios segundos, y entonces, la calle
detrás de nosotros estalla. El estruendo es tan fuerte que me pitan los oídos. Las
ventanas de los edificios cercanos saltan por los aires y el calor me azota.

Jackson echa la cabeza hacia atrás, riendo maníacamente.

—¿Alguien quiere ruso asado?

Me pongo en pie y observo el infierno de llamas que envuelve el pequeño


edificio de ladrillo. El fuego se extiende y alcanza los restaurantes situados a ambos
lados. La gente corre por la calle gritando mientras otros salen tambaleándose de los
restaurantes. Nadie sale del club ruso, porque Jackson lo equipó con suficientes
explosivos como para derribar un edificio del doble de su tamaño. De repente, el
tejado se derrumba y se hunde antes de caer en llamas. Una explosión secundaria
hace temblar el suelo. Doy la vuelta al coche y subo al lado del conductor. La
ventanilla está destrozada por la explosión, pero no me importa. Este es solo uno de
los doce ataques que se están produciendo por toda la ciudad. Nicholai pensó que
podía tomar lo que es mío, que no habría consecuencias, bueno, esta es la
consecuencia. No me importan las repercusiones. ¿Qué más puede hacerme? Se lo
llevó todo, y veré a ese puto ruso desangrarse por todo el cemento de Nueva York,
aunque no sea su sangre.

Llamo a Cesare en cuanto estamos a unas calles de la explosión.

—Nero —dice cuando descuelga, su voz se oye por los altavoces del coche.
Jackson mira por la ventanilla, intentando deliberadamente parecer que no presta
atención.

—Nicholai tiene a Una. —Mi voz suena mucho más calmada que la rabia que
me quema por dentro—. Es una llamada de cortesía. Quizás ahora sería un buen
momento para llamar a tus contactos rusos.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta con cuidado.

—Ya empecé, pero voy a quemar todo lo que tienen los rusos hasta los cimientos.
Diles que por cada puto día que mi mujer y mi hijo no estén conmigo, mataré a una
mujer y a un niño rusos.

—No. Vas demasiado lejos. ¡Ella es rusa! Es de la Elite.

—Nunca te dije lo que Nicholai planeó para mi hijo, ¿verdad? —Silencio—. Va a


convertirlo en el soldado definitivo, criado desde su nacimiento para ser un arma
para la bratva.

Se aclara la garganta y sé que, por mucho que odie a Una, detesta la idea que un
niño de sangre italiana, su sangre, luche por el enemigo.

—Déjame llamar a Dimitri. Puedo razonar con él. —Dimitri Svelta, en lo alto de
la bratva con vínculos en el gobierno ruso. Es un corrupto, pero puedo lidiar con él.
No se puede razonar con la locura de Nicholai.

—Los bratva permitieron a Nicholai hacer esto durante años. Les construyó un
ejército.
—Puedo hablar con ellos sobre el niño, pero ella es rusa, Nero —dice, como si
perteneciera a Nicholai, una propiedad que se puede comprar y vender.

—Ella es mía. Ese bebé es mío. Y no estaba pidiendo permiso. Esto es lo que haré.
Ponte en mi contra y desataré tus secretos, viejo. Intenta detenerme y te convertirás
en el enemigo. Pásale el mensaje a Dimitri. —Cuelgo y me reclino en el asiento,
pisando a fondo el acelerador.

—¿Así que estamos en guerra? —pregunta Jackson.

Asiento con la cabeza.

—Una guerra de la que los rusos nunca fueron testigos. —Le miro—. Te pido
que entres en un baño de sangre. ¿Estás conmigo?

—Como si tuvieras que preguntar. Soy el único cabrón que podría estar casi tan
enfermo como tú. —Resopla—. Recuperaremos a Una. Eres mucho más manejable
cuando ella está cerca. Quiero decir, estoy de acuerdo con la sangre y los cuerpos,
pero Cesare probablemente se esté cagando encima ahora mismo. —Se ríe y sacudo
la cabeza.

Más vale que Cesare se recupere, porque ahora mismo le arrancaría la puta
cabeza sin pestañear.
NERO

Gio está sentado en el asiento del copiloto, y prácticamente puedo sentir la


tensión que desprende. Suelo aceptar sus consejos, al fin y al cabo es un Made Man 4
de nacimiento. Sabe lo que hace falta para tener poder en la mafia, pero ahora
mismo, la mafia me importa una mierda. Voy a usar cada centímetro de poder que
tengo para recuperar a Una.

Paramos en el muelle de embarque y salgo del coche. El olor salobre del puerto
me golpea mientras Gio viene a ponerse a mi lado. Nos dirigimos hacia el pequeño
laberinto de contenedores que hay en el centro del muelle. Esa rabia constante me
está golpeando, consumiéndolo todo en su intento de llenar el vacío dejado por
haber arrancado a Una de mi lado. Las bisagras chirrían con fuerza cuando abro la
puerta del contenedor azul oscuro, la pintura se desprende del hierro que hay
debajo. La única bombilla instalada en el techo proyecta un intenso resplandor
amarillo sobre el interior del contenedor. Jackson y Devon están aquí, ambos con
una máscara pétrea. Jackson me saluda con la cabeza cuando entro. Devon es joven
para ser un capo, y a diferencia del corpulento bulto de Jackson, podría ser un
hombre de negocios, un joven banquero o algo por el estilo, salvo por el hecho que
es un mierdecilla sediento de sangre. Gio es mi segundo porque lo conozco de toda
la vida. Tiene moral, y es la única persona que puede refrenarme cuando voy
demasiado lejos, que es a menudo. Jackson y Devon son mis capos porque no tienen
ninguno. Jackson se aparta y deja ver dos figuras acurrucadas contra la pared del
fondo, una abrazada a la otra.

—Tráelos —digo, sacando mi pistola de la funda. Jackson agarra a la mujer por


el brazo y la pone en pie. Inmediatamente se echa a llorar, con sollozos agitados y
desesperados mientras coge al niño. Devon agarra al niño. Ambos son empujados
de rodillas frente a mí.

Miembro iniciado de la mafia.


4
—Quita las bolsas.

Jackson les quita las bolsas de la cabeza y ambos parpadean. la mujer tiene
probablemente unos treinta años. tiene la cara manchada de lágrimas y el pelo
oscuro pegado a las mejillas. el chico es un adolescente. a pesar de haberse meado
encima, no llora, aunque le tiembla el labio inferior. Son la mujer y el hijo de un líder
de la bratva aquí en Nueva York, y eso es lamentable para ellos.

Mientras los miro, sé que debería sentir algo, porque incluso para mí esto es
malo. Estas personas son completos extraños para mí. Ellos no tomaron Una. No
quieren llevarse a mi hijo. Y quizás, mientras miro a este niño, debería pensar: ¿y si
fuera mi hijo? Pero no lo hago. Sólo siento una fría furia. No pienso en otra cosa que
en enviar a Nicholai un mensaje alto y jodidamente claro: seguiré yendo por ti, y
derramaré sangre inocente hasta que las calles de Nueva York se tiñan de rojo.

Levanto mi pistola y Gio se mueve a mi lado.

—Nero, por favor...

Lo fulmino con la mirada.

—No me cuestiones.

Se pasa la palma de la mano por la cara.

—Estás cruzando una línea de la que no podrás volver —me suplica, con la
mirada entre la mujer que tengo delante y yo. Ella se vuelve y coge a su hijo en
brazos mientras llora.

—En la guerra hay bajas, Gio. Hasta que recupere a Una, esto es la puta guerra.
—Levanto la pistola y aprieto el gatillo. Puede que sea tan malo como Nicholai. No
me importa.
NERO

Diez días. Pasaron diez días desde que Una se fue y siete días matando rusos sin
piedad. Diría que la sangre me pesa, pero no es así. Cesare me suplicó que pare. Él
no tiene el estómago para tomar las decisiones difíciles. Cree que esto puede
resolverse con palabras y tacto. El simple hecho es que las líneas de batalla deben
ser dibujadas con sangre.

Con la ayuda de Rafael, conseguí joder los suministros de drogas y armas de la


bratva. Esta será una guerra de desgaste y los mataré de hambre si es necesario. Sin
sus drogas ni sus armas, los bratva pronto andarán a la carrera, desesperados por
dinero. Es lógico que la vida de una mujer y un niño no merezca la anarquía total.
Lo que queda de la bratva aquí en Nueva York está cosechando mi ira y están
huyendo, retirándose a Rusia porque el subjefe italiano les declaró la guerra.

Nicholai no tiene debilidades, y Una es su obsesión, así que nunca renunciaría a


ella. Los únicos que pueden forzar la mano de Nicholai son el resto de la bratva, así
que es a ellos a quienes presiono ahora.

Me llevo el vaso de whisky a los labios y apuro el ardiente líquido antes de


rellenarlo. Son las dos de la madrugada y no puedo dormir. En lugar de eso, me
siento en mi escritorio mirando la pantalla del portátil. Al pequeño punto rojo en un
plano. El rastreador de Una. No se movió de la misma habitación de la base de
Nicholai en los últimos nueve días. ¿La tiene prisionera? ¿O la encontraron? ¿Y si
está muerta? Aprieto el puño sobre el escritorio que tengo delante. No, no puede
estarlo.

Vuelvo a llevarme el vaso a los labios cuando suena el pitido de mi teléfono.


Frunzo el ceño, miro la pantalla y veo que parpadea un aviso de seguridad. La
puerta de salida de incendios fue violada. Una lenta sonrisa se dibuja en mis labios
porque sé exactamente lo que eso significa. Nicholai por fin entendió mi mensaje.
En el apartamento no hay nadie más que yo. Gio se quedaba aquí, pero lo mandé de
vuelta a los Hamptons porque no podía soportar más sus quejas. Tengo dos tipos en
el vestíbulo y dos en el estacionamiento, pero eso es todo. Una ya no está aquí para
proteger, y quiero que vengan.

Abro el escritorio y saco la pistola del 45 que guardo allí, compruebo el cargador
y vuelvo a deslizarla con un sonoro clic. Llevo el calibre 40 atado al pecho. Si eso no
es suficiente, estoy jodido.

Apago la lámpara del escritorio y dejo el despacho a oscuras. La luz de la ciudad


me permite llegar hasta la puerta. Aprieto los omóplatos contra la pared junto a la
puerta y espero. No oigo nada, pero claro, si son de la Elite, no lo haría. Finalmente,
el picaporte de la puerta del despacho baja lentamente. Mi pulso se acelera a medida
que la adrenalina inunda mi organismo. En cuanto alguien abre la puerta, apunto a
través del hueco y aprieto el gatillo. Un cuerpo cae al suelo y, si hay más, perdí el
factor sorpresa.

Atravieso la puerta con la mirada, buscando cualquier rastro de movimiento.


Algo me roza la pierna y giro el arma hacia abajo, solo para encontrar a Zeus, su
elegante abrigo negro lo camufla con las sombras. Diviso una sombra en lo alto de
las escaleras y disparo, apenas puedo ver si el tiro dio en el blanco antes de oír pasos
en el vestíbulo. Sin dudarlo, le digo a Zeus que se quede y me dirijo hacia el
vestíbulo, dejando que la ira que bulle bajo la superficie se manifieste y se desborde.
Se llevan a Una y ahora esos cabrones están en mi casa. Una bala me atraviesa y me
pica en la oreja. Estoy en la entrada de la cocina, con una línea de visión clara hasta
el vestíbulo. Mis reflejos actúan sin mi consentimiento y disparo dos veces,
abatiendo dos cuerpos. Me duelen los músculos por el esfuerzo de estar tan apretado
y respiro entrecortadamente.

Doblo la esquina y una silueta se interpone en mi camino. Ambos levantamos


las armas al mismo tiempo y nos quedamos inmóviles.

—Nero —me saluda la voz familiar.

—Sasha. Debería haberlo sabido. Le dije que no se podía confiar en ti.

—No me hables de Una —dice, su voz vacía de emoción—. Tú provocas su ruina.

—¿Y eso por qué? —le pregunto—. ¿Porque ya no quiere ser miembro del club
de los chicos?
Su mandíbula se tensa un segundo, y luego se agacha y desliza su pistola por el
suelo. Frunzo el ceño, confundido, e imito su gesto. Apenas tengo tiempo de
parpadear antes que me dé un fuerte puñetazo. Retrocedo un paso, pero él vuelve a
golpearme en la cara. Una sonrisa se dibuja en mis labios, me agacho y le golpeo en
las tripas. Ni siquiera se inmuta y me golpea las piernas de una patada. Caemos al
suelo intercambiando puñetazos y golpes hasta que cada parte de mi cuerpo grita
de agonía. El sabor de la sangre en mi lengua es su propio subidón, y me hace
enloquecer con un tipo de violencia que no sentí en años. Me pongo a horcajadas
sobre su cuerpo y le doy un puñetazo en la garganta. Se atraganta antes de
pincharme en el riñón y luego en la sien. Aturdido, me inclino hacia un lado, y
entonces él está encima de mí, con las manos alrededor de mi garganta. Lo golpeo
en las costillas, el estómago, la espalda. En todas partes, pero se aferra como una
pitón y mi oxígeno disminuye. Jesús, es como el maldito Terminator. En un último
esfuerzo, le agarro el codo con fuerza y lo empujo contra el hombro. Oigo el
satisfactorio chasquido de su hombro al dislocarse y su pequeño gruñido de dolor.
Sus dedos se aflojan y aprovecho para empujarlo a un lado y alejarme de él a gatas.
Mi visión se nubla mientras me desplomo contra la pared, observando cómo se
arrodilla y golpea con el brazo el lateral de la barra del desayuno para recolocar el
hombro. Al final se desploma contra la barra. Y aquí estamos sentados, los dos
respirando agitadamente, magullados y sangrando.

—Peleas bien —dice.

—Gracias. —Hay un momento de silencio—. ¿Sigue viva?

Gira la cabeza hacia mí y puedo distinguir su expresión inexpresiva.

—Por supuesto.

Sé que no va a decir nada más y me invade la indignación.

—Así que te enviaron a matarme.

—Me ofrecí voluntariamente.

Sonrío.

—Bueno, quizá deberían haber enviado a más hombres. —Hago un gesto hacia
los dos cadáveres esparcidos en mi vestíbulo.

Él inclina la cabeza contra la pared.


—Me rogó que interviniera, que impidiera que Nicholai enviara un equipo por
ti.

—¿Eres tú quién interviene? —resoplo.

No dice nada durante largos segundos.

—¿Crees que te ama?

—Yo... sí.

—Ella solía ser diferente, ¿sabes? Antes de Alex. Eran mejores amigos. Ella lo
amaba. Vi la forma en que lo miraba, como si fuera lo único que la hacía feliz. Tenía
dieciséis años cuando Nicholai la obligó a dispararle. —Jesús, eso es jodido, incluso
para mis estándares—. Ella no fue la misma después de eso. Nunca la volví a ver
feliz.

—¿Eso es ser Elite? ¿La matarías si te lo pidiera?

Duda.

—No.

Desafiaría una orden por ella. Y ahí es cuando me doy cuenta...

—La amas.

—Ella me hace feliz. —Es una declaración tan simple, casi inocente, que no es
una palabra que jamás asociaría con Sasha.

—Ella también te ama, Sasha. Se negó a creer que eras el enemigo.

—Y tú la haces feliz. —Suspira pesadamente—. Yo no... no quiero quitarle eso,


pero tengo un deber. Tengo órdenes.

—¿Y si no las tuvieras? —Ladea la cabeza—. ¿Y si Nicholai no existiera? ¿Y si no


tuvieras órdenes? ¿Qué pasaría entonces? —Sus cejas se fruncen como si la pregunta
le dejara perplejo—. Si la amas, Sasha, ayúdala. Ayuda a su bebé. A mi bebé. —La
desesperación se filtra en mi voz, y me siento hacia delante porque me doy cuenta
que esta podría ser mi única oportunidad, mi única oportunidad de ayudar a Una.
Me pongo en pie y cojeo hacia él. Se levanta y se agarra el brazo mientras nos
miramos fijamente.

—Una vez me dijo que juntos, tú y ella, eran los mejores. —Asiente una vez—.
Entonces sé el mejor, pero lucha por una causa. Elige un bando, Sasha. —Me agacho
y recojo mi arma, entregándosela. Confío en él porque Una confía en él. Esa maldita
mujer me tiene haciendo estupideces por ella.

Coge la pistola y se queda mirándola un segundo.

—¿Morirías por ella? —pregunta.

—Por supuesto.

Frunce el ceño y, con un suspiro, gira la pistola y se pega un tiro.


UNA

No sé cuánto tiempo llevo aquí, ni siquiera dónde estoy. Las correas me


mantienen atada a una cama y la cabeza me da vueltas mientras mi mente se nubla
con los sedantes. Una mano me acaricia el pelo y parpadeo contra las brillantes luces
del techo, intentando concentrarme en la figura borrosa que tengo delante.

—Palomita, es la hora. —Me alejo de la voz e intento girar la cabeza hacia un


lado.

—¿La hora? —Mi voz es áspera y apenas audible.

—Hora de conocer a tu bebé. —¿De qué está hablando? Se hace a un lado y una
mujer lo sustituye. El pinchazo de una aguja me roza el brazo y luego desaparece.
Nicholai toma mi mano entre las suyas y me acaricia la mejilla. Consigo
concentrarme en él, en sus gélidos ojos azules. Una suave sonrisa se dibuja en sus
labios—. Me alegro mucho que estés en casa. Todo esto acabará pronto y volveré a
hacerte fuerte. —Las lágrimas amenazan y aprieto los ojos—. En cualquier momento
—dice.

Mis ojos se abren de golpe cuando mi estómago se aprieta como una banda de
acero.

—¿Qué pasa?

—Vas a tener a tu hijo, Palomita. Será más fuerte que tú.

El pánico se apodera de mí.

—No, no puedo. Es demasiado pronto.

—Shh, shh, llevas semanas durmiendo. Te pondrás bien. No te dejaré morir,


Palomita. Eres demasiado preciosa. —Vuelve a acariciarme el pelo, se levanta y me
besa la frente antes de salir de la habitación.
Nunca me sentí tan bien. Semanas. Llevo semanas aquí. Mi plan... mi tiempo se
acabó. Este bebé viene, y una vez que se separe de mí, mi tarea se vuelve
infinitamente más difícil. Sólo puedo imaginar el terror que Nero está haciendo
llover sobre todos. Mi abdomen se contrae de nuevo, cada uno de mis músculos se
pone rígido. Aprieto los dientes y mi cuerpo se contorsiona, pero sólo hasta cierto
punto porque mis muñecas, tobillos y pecho están clavados a la cama. Dios mío. Me
va a dejar aquí para que tenga este bebé yo sola.

La puerta se abre de nuevo y Sasha entra en la habitación. Nunca me alegré tanto


de verlo. Su postura es rígida, su rostro tiene una expresión sombría.

—Sasha. —Se detiene a mi lado, con el cuerpo erizado de tensión. Me doy cuenta
que tiene un brazo en cabestrillo pegado al pecho—. ¿Qué te pasó? —Su otro puño
se cierra con fuerza. No dice nada por un momento—. ¿Sasha? —Casi puedo estirar
los dedos y rozar su mano. Se estremece antes que sus ojos se encuentren con los
míos.

—Tuve un encontronazo con el italiano.

El corazón se me desploma en el pecho y se me acelera el pulso. Si Sasha fue a


por Nero, uno de los dos debe de estar muerto, y Sasha está aquí mismo, así que...

—¿Está...?

Sacude la cabeza.

—Está vivo. —Relajo la cabeza contra la cama, exhalando un suspiro de alivio.


Necesito que Nero viva. Él es mi razón, y debo aferrarme a eso—. Pero declaró la
guerra.

—Por supuesto. —Es Nero. Vive para la guerra. Tengo que confiar en que puede
ganar esta.

Hay un largo silencio antes que hable, su voz tranquila.

—Lo siento, Una.

—¿Por qué?

—Debería... No deberías estar aquí.


—¿Dónde está Anna? —le pregunto.

Aprieta los labios y mueve los ojos por la habitación gris y sombría.

—Está aquí. Está a salvo.

Vuelvo a tener un nudo en el estómago y respiro entrecortadamente, apretando


los puños hasta que me aprieto la palma con las uñas.

—¿Dónde? —exclamo cuando se me pasa.

—Está retenida en una de las celdas.

—Por favor, Sasha. —Quiero ayudar a Anna, de verdad, pero tengo que confiar
en que Rafael hará lo que le dije y negociará por ella—. Necesito tu ayuda.

—No puedo ayudarte. —Su voz es tensa, sus ojos verdes cautelosos. Sasha se
rige por el deber, y sé que la probabilidad que vaya contra él por cualquier motivo
es escasa, pero tengo que intentarlo.

—El bebé —susurro. —Tienes que sacarlo, llevárselo a Nero.

Apoya las manos en el borde de la cama y deja caer la cabeza hacia delante.
Aprieto los dientes bajo la siguiente oleada de dolor.

—Tienes que dejarlo salir, Una.

—Sasha...

—¡No! —Apoya las palmas de las manos en el borde de la cama, mirándome


fijamente—. No más, Una. Fuiste tú quien faltó a su deber. Nunca deberías haber
trabajado con Nero Verdi, y mucho menos acostarte con él. Tú te lo buscaste. —Sus
cejas rubias se juntan con fuerza. Lucho contra las lágrimas. Él era mi última
esperanza. Mi única esperanza. Parece que lo perdí todo. Mi hermana está
encarcelada. Mi bebé será un soldado. Mi hermano me odia. Y Nero; sacrifiqué a
Nero con la esperanza que Sasha hiciera esto por mí. Nero siempre dijo que Nicholai
no logró doblegarme, pero ahora, mientras mi cuerpo intenta purgar al niño de mi
interior, me doy cuenta que estoy a punto de encontrarme más sola de lo que nunca
estuve.
¿Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca? Creo que sería
mejor no haber conocido nunca a Nero, no haber encontrado nunca a Ana, porque
el dolor emocional es mucho peor que cualquier cosa física.

—Lo comprendo —digo, apartando la mirada de él y centrándola en el techo. Él


permanece en la habitación, pero yo lo ignoro, incluso cuando el dolor avanza
durante las horas siguientes.

Cuando la agonía alcanza su punto álgido, se abre la puerta. Entra un hombre


con bata blanca y dos mujeres con uniforme. Nicholai se queda detrás de ellas y
camina hacia mí lentamente. Me sueltan los tobillos y me doblan las piernas,
separándolas. Me duele demasiado como para concentrarme en lo que hacen
mientras me miran entre los muslos.

Nicholai me acaricia el pelo, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Se dice que el parto es lo más doloroso que puede experimentar una persona.
—Otra contracción me agarra y me tiro de la cama, tirando de las correas y luchando
contra las ganas de gritar—. ¿Recuerdas lo que te enseñé, Palomita? —No le contesto
porque no puedo—. Te enseñé que el dolor está en la mente, y así, no tendrás drogas.
—Me acaricia la mejilla, besándome suavemente la frente—. Traerás a ese niño a este
mundo, y dejarás que sea un recordatorio que eres Una Ivanov. Ese niño te será
arrancado, y con él, esta enfermedad, esta debilidad que permitiste que te infecte. El
dolor te castigará y te limpiará. —No puedo asimilar sus palabras porque me invade
otra oleada de agonía cegadora. Y tiene razón, es el peor dolor que experimenté
nunca. Me dispararon, me quemaron, me cortaron, me ahogaron, pero esto... siento
como si me partieran el cuerpo en dos, como si me destrozaran trozo a trozo.

—Puja, puja, puja —dice una de las enfermeras. Y lo hago, pujo, y un grito se
escapa de mis labios mientras mis uñas se clavan profundamente en mis palmas.
Nicholai sonríe y se da la vuelta, abandonando la habitación. Vuelvo a tumbarme en
la cama y se me cierran los ojos. Ojalá Nero estuviera aquí. Unos dedos cálidos se
entrelazan con los míos, apretándolos con fuerza, y cuando abro los ojos, Sasha está
allí.

—Puedes hacerlo, Una. Eres la persona más fuerte que conozco. —Pero no lo
soy.
Parece eterno, hasta que una sensación se mezcla con la siguiente y todo lo que
siento es un dolor tan intenso que parece latir con los latidos de mi corazón. Otra
oleada de dolor se apodera de mí, tan fuerte que se me nubla la vista.

—¡Puja! —Encuentro el último vestigio de fuerza que me queda y pujo con todas
mis fuerzas. Casi al instante, el dolor disminuye, mi cuerpo se relaja y me desplomo
contra la cama. Solo quiero cerrar los ojos y dejarme llevar. Y entonces, oigo un ruido
que hace que mi corazón tartamudee en mi pecho. Un llanto tan pequeño y delicado,
tan fuera de lugar en este infierno de cemento. El médico me coloca esta cosa
diminuta en el pecho y yo lo miro, lo miro a él. Su piel rosada está cubierta de sangre,
pero es perfecto. En un solo latido, todo mi mundo se inclina sobre su eje. Todo lo
que creía importante deja de serlo de repente, sólo él. Mi bebé. Intento tocarlo, pero
mis manos siguen inmovilizadas. Con él aquí, delante de mí, la realidad de nuestra
horrible situación me golpea con fuerza. Las lágrimas me recorren las sienes y deseo
más que nada poder abrazarlo.

—Sasha, por favor —susurro. Oigo su suspiro entrecortado y entonces me suelta


la mano, mirando hacia la puerta antes de soltar el brazalete de cuero. Dudando,
pongo la mano en la espalda del pequeño bebé y lo aprieto contra mi pecho,
apretando los labios contra su cabeza. Suelta un gritito y lo estrecho contra mi
cuello—. Gracias.

La puerta se abre y, sin más, lo sé. Nicholai está de pie a un lado, con una sonrisa
de suficiencia en la cara.

—Es perfecto, Palomita.

Extiendo mis dedos sobre su pequeño cuerpo, deseando que fuera suficiente
para mantenerlo aferrado a mí, pero esto siempre fue una batalla perdida. Sé que la
única forma de salvarlo es dejarlo ir. Pero mi corazón no puede soportarlo y en mi
cabeza bulle una necesidad sin precedentes que me pide a gritos que me aferre a él,
que no lo suelte nunca.

La enfermera lo aparta de mí y una nueva oleada de lágrimas fluye libremente.


Ni siquiera tengo fuerza de voluntad para detenerlas. Lo envuelven en una toalla y
se lo entregan a Nicholai, que lo arrulla como un orgulloso padre primerizo, pero no
es hijo de Nicholai. Es de Nero. Es mío.

—Gracias, Palomita —dice, y sale de la habitación llevándose a mi hijo. El dolor


y la angustia que nunca sentí me consumen, y un ruido horrible resuena por toda la
habitación. Tardo unos segundos en darme cuenta que soy yo. Es el sonido de un
corazón que se rompe. Es el sonido de una madre que pierde a su hijo.

PERMITO que las aguas oscuras me rodeen, que se conviertan en un abrazo


tranquilizador. Por un breve instante, me planteo abrir la boca e inhalar. El dolor en
mi pecho es un dolor constante y una parte de mí desearía poder cortarlo, pero no
puedo, no lo haré porque me recuerda que mi hijo era real. Y esa es la razón por la
que debo sobrevivir a cualquier precio.

Mis pulmones empiezan a arder y mis dedos se crispan, una reacción nerviosa,
mi cuerpo me grita que esto no es bueno. El dolor está en la mente, y el miedo no es
más que una emoción inútil, así que lo reprimo como me enseñaron. La mano que
me rodea la nuca me levanta y aspiro una bocanada de aire. Nicholai está de pie al
otro lado del tanque, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Se
acerca y me estudia, evaluando cada detalle, cada pequeña reacción.

Sus labios se tuercen en una pequeña sonrisa.

—Crees que lo ocultas muy bien, Palomita.

—¿Ocultar qué?

Me acaricia la mejilla con el dorso de la mano e inclina la cabeza hacia un lado.

—El fuego en tus ojos. La ira. Ahora me odias, pero con el tiempo lo verás. Lo
hago porque te quiero. Te haré fuerte de nuevo, y entonces todo volverá a ser como
antes. —Aprieto la mandíbula y asiento—. Pero primero, debo recordarte lo que
eres. Eres una criatura de mi creación, palomita, y te romperé una y otra vez hasta
que lo recuerdes, hasta que no sepas nada más. —Un temblor de miedo recorre mi
cuerpo y la piel se me pone de gallina. Sé qué hará exactamente lo que dice, y sé que
no soy lo bastante fuerte para ello. Pensé que podría hacerlo, pero estando aquí
recuerdo por qué me convertí en su criatura. Simplemente porque era más fácil. Si
dejas ir tu alma, no puedes sentir como es diezmada una pieza a la vez.

—Ahora, llévala al nivel seis —dice Nicholai desdeñosamente antes que me


saquen de la habitación. El nivel seis es donde realizan toda la terapia de
electrochoque. Pasaron dos días desde que di a luz y mi cuerpo ya grita por el
trauma, pero esto es lo que debo soportar. Cuanto antes acabe con esto, mejor. Sólo
espero no romperme, porque incluso a pleno rendimiento y con mis emociones bajo
control, los métodos de Nicholai llevan la mente y el cuerpo a un lugar al que nunca
deberían llegar.
NERO

Hace un frío de cojones. Estoy sentado en un coche con Gio en el asiento del
copiloto, y estamos aparcados al lado de una estrecha carretera rural que está medio
escondida bajo la cubierta del bosque. La nieve cae a nuestro alrededor, y aunque
puedo ver mi aliento frente a mi cara, no podemos encender el motor.

El trato que hice con Sasha fue vago en el mejor de los casos. Él me ayudaría.
Ayudaría a Una. Pero tenía que detener los asesinatos, pasar desapercibido y esperar
a que se pusiera en contacto conmigo. Así que aceptó, y volvió a Rusia con un
auténtico agujero de bala en el hombro. No fue fácil. Pasaron semanas y todo estuvo
inquietantemente tranquilo. No hacer nada pareció una lenta tortura.

El mensaje de Sasha era simple. Un conjunto de coordenadas y una hora y fecha,


junto con la instrucción de permanecer fuera de la vista hasta que fuera el momento
adecuado. Eso era todo. No sé qué estamos esperando, ni cuándo será ese momento
adecuado, pero tenemos diez minutos hasta que ocurra lo que tenga que ocurrir. Por
supuesto, las coordenadas eran para las afueras de Smolensk, cerca de la frontera
entre Rusia y Bielorrusia.

Estoy de los nervios porque estamos en Rusia. Sólo puedo esperar que eso
signifique que Una escapó de algún modo. Pasan los diez minutos y cada vez estoy
más nervioso cuando veo unos faros a la vuelta de la esquina. Llevamos aquí casi
una hora y no vi ni un coche en esta carretera. El coche nos adelanta y se mete en un
arcén poco profundo antes de apagar el motor.

Gio me mira.

—Sasha podría haber sido un poco más informativo —comenta.

Mantengo la mirada fija en el coche. Nadie se baja. Se queda ahí parado. Y


entonces, unos minutos más tarde, otro par de faros. Un camión. Disminuye la
velocidad al acercarse y se detiene en el arcén detrás del coche. Las puertas del coche
se abren y salen dos tipos, ambos armados con rifles.

—Supongo que llegó el momento —dice Gio.

Saco mi pistola del salpicadero.

—Entren rápido y fuerte. No nos esperan. —Asiente con la cabeza, empuñando


su arma mientras salimos. La nieve en polvo silencia nuestras pisadas. Seguimos la
línea de árboles hasta que estamos justo enfrente del camión. Dos hombres salieron
de él y el grupo de cuatro se acerca a la parte trasera del vehículo. Se oye el estruendo
de la puerta enrollable al levantarse, y entonces lo oigo, un pequeño llanto que sale
de la parte trasera del camión. El llanto de un bebé. Corro por la carretera antes que
los hombres se den cuenta. Disparo a dos de ellos antes que me apunten con un rifle.
Gio está justo detrás de mí, eliminándolos. Llego a la parte trasera del camión y miro
dentro. Está oscuro, pero puedo distinguir estantes apilados con armas, cajas de
munición y suministros. Y en una esquina, la fuente de ese pequeño grito. Me meto
dentro, saco el móvil y enciendo la linterna. Hay una bolsa de lona negra escondida
detrás de cajas de explosivos. Pero ahora no puedo pensar en eso. Abro la bolsa y
allí, envuelto en varias mantas, hay un bebé diminuto. Mi bebé.

Cojo el trozo de papel que está metido en la manta y leo por encima la escritura
desordenada.

No puedo ayudar a Una, pero estará bien. Cuida de su hijo. Él es su felicidad.

Me trago el nudo que se me hace en la garganta y cojo a mi bebé, mi niño,


estrechándolo contra mi pecho. Tengo con Sasha una deuda que nunca podré pagar.
Bajo de un salto de la parte trasera del camión y me encuentro con la mirada de Gio.
Una suave sonrisa se dibuja en sus labios mientras mira el bulto de mantas que grita
en mis brazos.

—Ella lo hizo —dice.

—Sí, lo hizo. —Ahora sólo puedo esperar que no haya sido un sacrificio.
Mientras lo tengo en mis brazos, nunca amé tanto a Una. La necesito. Él la necesita.
Protegeré a nuestro hijo con mi vida hasta que ella vuelva a casa. Ella me lo
prometió.
—Revienta el camión. —Paso por encima de los cuerpos mientras vuelvo al
coche.
UNA

Mi espalda golpea el suelo de cemento con un ruido sordo que resuena en mis
huesos. El tipo me clava la rodilla en el pecho y me asesta tres golpes en la cara.
Levanto la guardia, pero es inútil. Mis músculos están débiles por haber estado tanto
tiempo en coma inducido. Mi cuerpo está blando y aún se recupera del bebé que
tuve hace sólo una semana. Pero esto es ser Elite, dolor y sufrimiento, porque la
debilidad no se tolera. Nicholai está demostrando un punto, y castigándome.

—Pensé que se suponía que era la mejor —dice mi oponente, gruñendo mientras
da otro puñetazo. Algunos de los otros Elite se ríen por lo bajo. El chico es arrogante
y falto de respeto. Le permito que me propine dos golpes más, dándole una falsa
sensación de seguridad, antes de ponerme a cubierto y hacer acopio de todas mis
fuerzas para asestarle un puñetazo en la garganta. Sus ojos se abren de par en par y
tose, intentando respirar por la tráquea colapsada. Le empujo y su cara empieza a
ponerse morada.

Me pongo de rodillas y escupo una bocanada de sangre sobre el cemento.


Normalmente, me encantaría estar de nuevo sobre este cemento, luchando con la
Elite recién entrenada, porque nadie más puede proporcionarme una buena pelea.
Pero ahora me duele todo el cuerpo. Tengo la cara hinchada y estoy casi segura de
que me rompí la nariz y el pómulo. Las costillas de mi costado derecho palpitan
dolorosamente y tengo los nudillos abiertos hasta el hueso. Esto es estar a la altura
de Nicholai.

Sus brillantes zapatos de vestir entran en mi campo de visión y se agacha, como


vi hacer a Nero cuando quiere dejar claro que es él quien tiene el poder. Me presiona
la barbilla con el dedo y me levanta la cara. Hago un esfuerzo consciente por borrar
todo rastro de pensamiento o emoción de mi expresión mientras lo miro con ojos
hinchados.

—Una vez fuiste la mejor, Una. —La decepción pinta sus rasgos. No digo nada
y él se limita a sacudir la cabeza antes de salir por la puerta. Sasha está apoyado en
la pared junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Frunce el ceño y
se aparta de la pared para pasar junto a mí. En cuanto se pone delante de ellos, todos
los Elite se ponen firmes.

—Adam, vuelve a la fila —suelta, y el chico que acaba de darme una paliza se
pone en pie, agarrándose la garganta—. Toma nota. La subestimas porque la ves
débil, y ahora mismo lo es. Pero... —Retrocede hasta quedar a mi lado—. Una Ivanov
es la única soldado que recibió el nombre de Ivanov. Ella es temida por hombres
mucho más letales que cualquiera de ustedes. Por todos los medios, aprovéchate de
su debilidad, es lo que hace un buen luchador, pero no le faltes al respeto. Incluso
en su punto más débil te supera, Adam. —Me erizo ante el hecho que me llame débil
continuamente—. Pueden retirarse. —Se alejan, dirigiéndose a los barracones al
fondo de la sala de entrenamiento. Se vuelve y me mira, con los ojos tocando varios
puntos de mi cuerpo, evaluando las heridas—. Te fuiste a la mierda.

—Acabo de tener un puto bebé —gruño, aun sabiendo que no es excusa. No en


este lugar.

Suspira y tira del escote de mi camiseta de tirantes, revelando un feo moratón


que sé que se está asentando en el tejido profundo de mi hombro. Estoy bastante
segura de que también me rompí un ligamento, pero sinceramente, entre los huesos
rotos y la contusión, es la menor de mis preocupaciones.

—Vamos. —Se dirige a la puerta, introduce un código en el teclado y sale al


pasillo. Le sigo hasta una puerta al final del pasillo. Cuando la abre, me dan ganas
de darme la vuelta y volver a salir—. Sasha —gimo.

Se da la vuelta con expresión severa.

—Este es el primer día. Si no te adaptas rápido, dejará que te maten, Una. Sólo
recuperarás su gracia si te conviertes en lo que eras. Debes ser la mejor.

Tiene razón. Sé que tiene razón. Se acerca a la enorme bañera de metal y abre el
grifo antes de ir al congelador de acero del rincón y echar varios cubos de hielo en
el agua. Me quito la ropa, me acerco a la bañera y respiro hondo antes de echar la
pierna por encima. La forma más fácil de darse un baño de hielo es hacerlo rápido,
así que me meto rápidamente con los dos pies, aspirando profundamente antes de
caer bajo el agua.
—Creo que prefiero las electrocuciones —digo apretando los dientes. El frío
helado sólo aumenta el dolor palpitante que recorre cada centímetro de mi piel.

—Te entumecerás en un minuto. —Se sienta en el borde de la bañera de metal.


Sasha y yo nos desnudamos tanto que creo que ni siquiera se da cuenta—.
¿Mencionó Nicholai algo sobre tu hijo? —pregunta, haciendo que un dolor
totalmente diferente se instale en lo más profundo de mi pecho.

—No. ¿Por qué? —Sus ojos verdes se cruzan con los míos y vacila un segundo—
. ¿Por qué? ¿Qué le pasó, Sasha?

—Se lo llevaron. Nicholai sólo puede suponer que debe ser un topo, alguien a
quien Nero Verdi pagó.

Pienso en eso por un segundo. ¿Y si no es Nero?

—¿Por qué cree que es Nero? —Sus ojos recorren la habitación y sé lo que está
pensando, no hay nada seguro en este lugar. Todo se oye.

—Tu italiano estuvo haciendo un buen baño de sangre. Le declaró a Dimitri que
por cada día que no los tuviera a ti y a su hijo, mataría a una mujer rusa y a su hijo.
Aunque se detuvo después de que intenté matarlo. Sólo podemos suponer que teme
las repercusiones de sus precipitadas acciones. —Me resisto a sonreír. Nero no teme
a nada y agradecería las repercusiones. Sasha hizo un trato con él. Es la única
explicación plausible. Lo que significa que Sasha ayudó a sacar a mi bebé de aquí.
Mintió cuando dijo que no me ayudaría.

Me siento en el baño de hielo y lo abrazo.

—Gracias —le susurro al oído.

Cuando me retiro, asiente. La idea de que Nero tenga a nuestro bebé, que esté a
salvo, hace que el dolor de mi pecho disminuya. Y sin él, el dolor físico parece una
carga fácil de soportar. Ahora debo concentrarme en mi misión aquí. Debo volver a
sumergirme en la Elite, convertirme en la mejor, ganarme su respeto, y luego, con la
ayuda de Sasha, voy a derribar a Nicholai, rodeado de los mismos soldados que él
entrenó.

—Muy bien, fuera. Vamos a entrenar —dice Sasha.

Sin dolor no hay ganancia, ¿verdad? Esto va a ser muy doloroso.


UNA

Cierro los ojos y aprieto los dientes, esperando a que me toque. Todo mi cuerpo
tiembla, exigiendo que reaccione. Ya estuve aquí antes, cuando me entrenaron, pero
fue a propósito, por una razón. Esto... esto parece un castigo y poco a poco, pedazo
a pedazo, está destrozando mi humanidad.

Oigo el movimiento de pies. Una palma rodea mi brazo, el frío metal del guante
toca mi piel antes de descargar una descarga eléctrica masiva. Matar, matar, matar.
Es mi único pensamiento, una y otra vez hasta que no puedo comprender nada más.
Mi mente se apaga por completo. Reacciono, el instinto se impone a todo. Es como
si estuviera viendo la televisión, viendo cómo otra persona le rompe el brazo al
hombre y le parte el cuello con tanta fuerza que la mandíbula inferior se le desprende
casi por completo. Otro Elite avanza hacia mí y veo cómo voy mano a mano con él.
Levanta una pistola y yo le empujo la muñeca hacia un lado, rompiéndole el brazo
hasta que la pistola le apunta a su propio pecho, entonces aprieto el gatillo dos veces,
acabando con él. Otro empieza a acercarse...

—¡BASTA! —La voz de Sasha retumba en la habitación y dirijo mi arma hacia


él, luego hacia Nicholai, que está de pie contra la pared del fondo—. Una, suelta el
arma. —Es Sasha. Intento forzar mi cuerpo a obedecer, mis dedos a soltar el arma.
Me tiembla la mano. Se acerca hasta que el cañón de la pistola está contra su pecho—
. Una, mírame. —Lo miro y él rodea la pistola con los dedos, con cuidado de no
tocarme. Suelto lentamente el arma y retrocedo un paso. Cierro los ojos y trato de
expulsar la niebla roja de mi mente. Me agacho y presiono los párpados con los
talones de las manos—. La presionas demasiado —dice Sasha.

—Le doy lo que necesita —es la fría respuesta de Nicholai.

—Se romperá. Sus habilidades no tienen comparación, pero si rompes su mente,


no nos servirá de nada. Si quieres castigarla así, dispárale ya.

—TE OLVIDAS DE TU LUGAR —gruñe Nicholai.


—Yo entreno a los soldados. Y ella es mi mejor. —Oigo la pesada puerta de acero
abrirse y luego cerrarse de nuevo—. Una. —Abro los ojos y miro a Sasha, que se
eleva sobre mí. El suelo a su alrededor está cubierto de sangre. Y dos cuerpos
destrozados yacen en el centro del desorden—. Ve a limpiarte. —Mueve la cabeza
hacia la puerta y yo me levanto, caminando entumecida por el pasillo.

NO PUEDO AGUANTAR MUCHO MÁS. Lleva así un mes seguido,


obligándome a aguantar y a matar. El instinto y la falta de conciencia son lo que
hacen al asesino perfecto. El condicionamiento táctil se centra en los instintos más
primarios, forzando las cosas que nos hacen fundamentalmente humanos desde
nuestra mente, y sin eso, las emociones, afecto, amor, son todas inconsecuentes. Me
está convirtiendo en un animal y no puedo hacer nada para impedirlo.
UNA
UN MES DESPUÉS

Agarro la madera lisa y la envuelvo con los dedos. Vadim está de pie frente a
mí, con los brazos abiertos mientras sujeta su propio bastón. Una pequeña sonrisa
se dibuja en sus labios mientras me observa. Es unos años más joven que yo, pero es
bueno.

Me muevo hacia la izquierda y él hace lo mismo, imitando mis movimientos. De


repente, se separa y viene hacia mí. Los dos palos chocan entre sí, moviéndose tan
rápido que no es más que una serie de chasquidos. Golpea hacia delante, pero llega
demasiado lejos. Me muevo hacia un lado, le golpeo los omóplatos con el bastón y
le piso el pie, haciéndolo caer al suelo. Me muevo a un lado del improvisado ring,
crujiendo el cuello hacia un lado. Sasha permanece cerca, con las manos apretadas a
la espalda mientras me observa. Me interrogó constantemente durante semanas y,
por fin, mi cuerpo vuelve a ser lo que era. Atacar y matar vuelve a ser tan instintivo
para mis músculos como respirar. Oigo a Vadim ponerse en pie y luego se abalanza
sobre mí. Sonrío. Chico estúpido. Las cejas de Sasha se alzan una fracción y hago
crujir la madera sobre mi rodilla. En una fracción de segundo giro y lanzo el trozo
de madera astillado como una lanza. Golpea a Vadim en el hombro con tanta fuerza
que acaba de espaldas sobre el cemento. Lo miro fijamente, agarrando el trozo de
madera que sobresale de su hombro destrozado. Me invade esa familiar sensación
de satisfacción, el poder y la emoción de la violencia son como una droga.

—No fue una pelea justa —dice jadeando.

No le ofrezco nada mientras apoyo la bota en su pecho.

—No existen las peleas justas. Usa las armas que tienes. Sé más listo que tu
oponente. —Levanto una ceja y agarro la madera, arrancándosela de un tirón. Gruñe
de dolor y cierra los ojos—. Y agradece que te haya apuntado al hombro y no a la
garganta.
Sasha se pone a mi lado y le hace señas a alguien para que ayude a Vadim.

—Llévenlo al médico.

La sala se llena con el sonido de un lento aplauso y tanto Sasha como yo nos
giramos para ver a Nicholai caminando por la zona de entrenamiento, con una
amplia sonrisa en la cara.

—Ah, Palomita, volviste a ser tú misma. Tan despiadada. —Sonríe—. Tengo un


trabajo para los dos. Parece que a Rafael D'Cruze le gusta tu hermana, Palomita. —
No reacciono. No mencionó a Anna desde que estoy aquí, y no mencionó el hecho
de que ya no tiene a mi hijo. Tal vez quiera hacerme creer que sí. Después de todo,
la forma más fácil de mantener la lealtad de la madre es si retienes al niño. O tal vez
piensa que me libró de tales lealtades. Tal vez lo hizo. A decir verdad, Nero, el bebé...
todo parece un lejano sueño perdido que no puedo recordar del todo, pero esa
sensación de haberlo tenido durante un breve segundo está grabada en mi corazón,
en mi alma, aunque mi mente lo olvide—. Ofrece un comercio muy necesario, ahora
que el italiano hizo muy difícil mover cualquier cosa dentro y fuera de América. —
Su mandíbula se aprieta y sus ojos brillan con rabia.

—¿Te vas a reunir con él? —pregunta Sasha.

—Sí, y los dos vendrán conmigo, pero antes... —Una sonrisa retorcida se dibuja
en sus labios—. No cree que Anna siga viva. Quiere pruebas de vida. Irás con ella,
Palomita, y le cortarás el dedo meñique. Tiene un tatuaje en él, ¿no? Un número de
esclava.

—De acuerdo.

Ladea la cabeza, como esperando una reacción mía. Sé que está buscando
cualquier signo de debilidad, pero no lo encontrará. Hace tiempo que me preparé
para el hecho que Anna y yo probablemente muramos aquí. ¿Es un sacrificio justo?
No. Pero no puedo salvar a todos, y estoy cansada de intentarlo. Si tomar su dedo
compra su libertad, entonces es un pequeño precio a pagar.

—Ve con ella, Sasha. —Nicholai me da la llave de su celda—. Quiero confiar en


ti, palomita, pero estaré vigilando. Siempre. —Me acaricia la mejilla y mi cuerpo se
bloquea, las ganas de matarlo rugen en mi cabeza como el ritmo de un tambor. Es
peor que nunca. Pensar en el contacto humano me pone enferma. La sed de sangre
corre por mis venas como pura adrenalina. Tengo que luchar con todas mis fuerzas
para no arremeter contra él.

Sonríe y suelta la mano, indicándome que nos vayamos. Sasha camina a mi lado
y recorremos los pasillos hasta llegar al ascensor. Noto los ojos de Sasha en mi cara
mientras bajamos, pero me niego a reconocerlo. Permanezco fría y tranquila,
distanciada. Es sólo un dedo.

Cuando estamos fuera de su celda, espero sentir algo, un atisbo de anticipación


o miedo, pero no es así. No siento nada. La puerta se abre y la veo acurrucada en un
rincón de la cama. El pelo rubio sucio le cuelga de la cara. Una simple sudadera gris
con capucha y unos pantalones de chándal parecen darle un aspecto más pálido,
más enfermizo. Por supuesto, es la primera vez que veo a Anna cara a cara desde
que éramos niñas. Sus profundos ojos azules se cruzan lentamente con los míos y
veo en ellos una chispa de esperanza. Por un segundo, soy esa niña de trece años,
aferrándome desesperadamente a mi hermana de ocho mientras intentan alejarme
de ella. Veo las lágrimas que se deslizan por sus mejillas rosadas y me estremezco
por un momento. Pero hago retroceder todos esos pensamientos y sentimientos.
Aquí y ahora, ella no es nada para mí.

—Sujétala —digo.

Sasha se acerca a ella y la empuja hacia la cama.

—¿Una? —su voz es suave e inestable. Saco el cuchillo de la funda del muslo y
la agarro por la muñeca, obligándola a apoyar la palma de la mano en el delgado
colchón—. Una, por favor —susurra, con la cara llena de lágrimas.

—No te muevas. Esto acabará pronto —le dice Sasha.

Me armo de valor y hago descender rápidamente la hoja afilada sobre su dedo.


La hoja atraviesa el hueso y ella grita. La sangre empapa el colchón y yo agarro la
manta, la envuelvo y la presiono contra la herida.

—Sujétala —le digo. Lo agarra con mano temblorosa mientras sus mejillas se
llenan de lágrimas histéricas. Recojo el dedo y salgo de la habitación, incapaz de
mirarla— Que alguien la cosa —le digo a Sasha.
ME PONGO a un lado de Nicholai y Sasha se coloca al otro. Frente a nosotros,
Rafael está flanqueado por dos de sus hombres. La nieve se está derritiendo y una
capa de aguanieve lo cubre todo. Estamos en el tejado de un estacionamiento
abandonado, y todo a nuestro alrededor es sombrío y gris, una reminiscencia del
invierno ruso.

Rafael me mira a los ojos y yo le devuelvo la mirada, sin revelar absolutamente


nada. Su expresión se tensa y sus hombros se encogen de tensión antes de volver a
mirar a Nicholai.

—Te ofrezco condiciones razonables, pero quiero una prueba de vida.

Nicholai echa la cabeza hacia atrás riendo.

—Eres exigente para ser un don nadie —dice con arrogancia. Rafael es un
poderoso jefe de cártel, pero Nicholai se cree un dios rodeado de su Elite—. Toma.
—Se mete la mano en el bolsillo y le lanza algo a Rafael. Una bolsa de plástico Ziploc,
y en ella, el dedo de Anna.

El mexicano frunce el ceño y se queda mirando la bolsa de plástico que tiene en


la mano.

—¿Es una broma?

—Por supuesto que no. Mira, es fresco. Recién cortado esta mañana. —Nicholai
extiende las manos a los lados.

—Esto no es una prueba de vida —gruñe Rafael, y ahí está, pintado en toda su
cara. La ama. Donde antes me molestaba, ahora sólo lo veo como una tontería
porque no hace nada por ocultarlo. Expone su debilidad y Nicholai la explotará.

Acercándose a él, Nicholai sonríe.

—Por mi honor. —Se lleva la palma de la mano al pecho—. Una se lo cortó ella
misma.

La mirada de Rafael se dirige a la mía.

—¿Fuiste tú? —pregunta, con una clara acusación en la voz mientras levanta la
bolsa.
Lucho contra el impulso de defender mis acciones. A Nicholai no le importa
demasiado.

—Querías una prueba de vida. Ahora la tienes. —Su dedo por su libertad me
parece un buen intercambio—. Mantengo mi voz completamente plana e
indiferente. Sus ojos pasan de mí a Nicholai y viceversa. Veo que está tratando de
entender a la mujer que ve ahora con la mujer que conoció una vez.

—Ella te ama —gruñe Rafael.

—El amor es debilidad, Rafael. —Enarco una ceja y me acerco a él—. Después
de todo, mírate aquí, haciendo tratos nada ventajosos, todo por mi dulce hermanita.

Sus labios esbozan una pequeña sonrisa, pero su expresión se apaga antes de
mirar a Nicholai.

—¿Tenemos un trato?

Nicholai ladea la cabeza.

—Sí. —Quiero dar un suspiro de alivio porque Rafael acaba de comprar la


libertad de Anna. Las piezas de Nicholai son retiradas lentamente del tablero, una a
la vez. Con Nero, Anna y mi hijo fuera de juego, pronto sólo quedaremos él y yo
frente a frente.
NERO

Me despierto con un sonido, apenas un susurro de ruido a través del vigila


bebés antes de que se corte. El corazón me da un vuelco y cojo la pistola de la mesilla
de noche. Siempre fui cauteloso, pero tener un bebé es un tipo de estrés que ni
siquiera puedo explicar. Y como a Dante lo busca ese maldito ruso loco, no quiero
correr riesgos.

Salgo silenciosamente de mi habitación y avanzo por el pasillo, donde encuentro


a George acurrucado junto a la puerta de la habitación del bebé. Qué raro. Frunzo el
ceño y abro la puerta con cuidado. La luz nocturna ilumina la sombra de una figura
encapuchada en la habitación. Levanto la pistola y le apunto hasta que me doy
cuenta que están sujetando a Dante, entonces la bajo un poco. Bien podrían tener mi
puto corazón en sus brazos. La figura se da la vuelta y unos ojos violetas se clavan
en los míos, unos ojos que veo cada vez que miro a mi hijo. Una. Se me acelera el
pulso y suelto un suspiro que siento como si llevara meses conteniendo. Es
exactamente igual y a la vez diferente, más dura. Una cicatriz morada le cruza el
pómulo, estropeando su piel lechosa y suave. Debajo de sus ojos se dibujan sombras
oscuras. Está más delgada, más dura, sin ninguna evidencia de haber llevado al bebé
en brazos.

—Hola, Nero. —Aprieta a Dante contra su pecho, con una mano apoyada
ligeramente en la nuca. Sus ojos pasan de mi cara a la pistola, que sigue
apuntándole—. ¿Vas a dispararme? —Quiero confiar en ella. Quiero creer que
volvió conmigo, pero algo me hace dudar. Pasaron cinco meses desde que se fue, y
cuatro desde que Sasha me envió a Dante. Nicholai no la dejaría ir. Quiero confiar
en ella, pero no puedo confiar en nadie cuando se trata de mi hijo, ni siquiera en ella.

—¿Por qué estás aquí? —Joder, es difícil ser cínico con ella.

Mira a Dante y apoya la mejilla en su cabeza, cerrando los ojos un segundo.


—Es tan perfecto —respira antes de abrir los ojos y encontrarse con los míos. Se
acerca a la cuna y tumba a Dante con cuidado. Sus dedos se agarran al borde de la
cuna y su cabeza cae hacia delante—. Me enviaron a matarte y a llevarme a mi hijo.
Es una prueba de mi lealtad.

Mi pulso se acelera y mis dedos se aprietan alrededor del arma.

—¿Y dónde está tu lealtad?

Cuando sus ojos se encuentran con los míos, son fríos, pero enterrados bajo la
superficie, en la parte de Una que sólo yo puedo ver, hay capas y capas de dolor y
tortura.

—Con él —susurra, mirando por encima del hombro hacia la cuna. Y, como una
grieta que atraviesa un cristal, se rompe. Se le cae la barbilla al pecho y se agarra con
tanta fuerza al borde de la cuna que se le ponen blancos los nudillos. Me acerco a
ella y la tenue luz revela lágrimas brillando en sus mejillas. Se lleva la palma de la
mano al pecho, frotándosela distraídamente—. Mi lealtad siempre estará con él.

—Morte. —Le tiendo la mano. Todo su cuerpo se bloquea antes que me esquive,
extendiendo la mano.

—No lo hagas. —Abre mucho los ojos y niega con la cabeza. Me acerco de nuevo
y retrocede como un animal salvaje—. Nero, no quiero hacerte daño.

—Siempre soy tu excepción, Morte.

—Esto es diferente. Él... —Una sonrisa triste roza sus labios—. No estoy segura
de poder volver de él esta vez. —Y joder si eso no me mata un poco. ¿Qué mierda le
hizo?

—Ven. —Muevo la cabeza hacia la puerta. Ella me sigue vacilante fuera de la


habitación y entra en la mía. Está tensa, preparada como si fuera a atacar, y aunque
no dudo de su lealtad a Dante, no me arriesgaré a provocarla cerca de él. Sus dedos
se aprietan y se sueltan repetidamente. Sus movimientos son espasmódicos, y es casi
como ver a una yonqui de bajón.

Pasaron cuatro meses desde que tuvo un bebé y su cuerpo está tan tenso y
afilado como antes, cada centímetro de ella convertido en el arma perfecta. Lleva
unos vaqueros negros ajustados, una pistola en un muslo y un cuchillo en el otro. La
capucha le cubre el pelo rubio, igual que cuando la conocí. Casi puedo fingir por un
segundo que no pasó el tiempo y que estamos donde empezamos, ella y yo.
Enemigos y aliados. Deseando matarnos y follarnos. Pero, por supuesto, todo
cambió. Ahora tenemos un bebé, enemigos, y la amo.

Me quedo en medio de mi habitación, luchando contra el impulso de ir hacia


ella.

—Háblame.

Se acerca a la ventana y se queda mirando las luces de la ciudad.

—¿Cómo lo llamaste?

—Dante.

—El infierno de Dante —susurra. Me acerco a ella despacio—. Nero. Por favor.
—Su voz tiembla y los músculos de su espalda se tensan—. No puedo controlarlo.

Le rozo la estrecha franja de piel expuesta en la cadera. Apenas toco su piel con
los dedos, me da dos puñetazos en el estómago y me golpea la rodilla con el pie. Me
golpeo la espalda contra el suelo y la tengo encima, con el cuchillo en la mano y la
hoja pegada a la garganta. Respira agitadamente, con los ojos desorbitados como
nunca la vi. Es como si ni siquiera estuviera aquí.

—Morte.

Aprieta los dientes y la hoja muerde mi piel. Si vuelvo a tocarla, creo que va a
abrirme de par en par y dejarme desangrar, así que hago lo único que puedo. Luchar.
Introduzco mi brazo entre los suyos, le tiro la mano a un lado y me la quito de
encima, cayendo sobre ella. Me rodea la cintura con las piernas y me aprieta con
fuerza los riñones. Me da dos puñetazos en la mandíbula antes que consiga sujetarle
las muñecas por encima de la cabeza. Se agita y gruñe como poseída, como si sufriera
dolor físico.

—Una, mírame. Mírame. —Sus ojos se clavan en los míos, salvajes y


turbulentos—. Concéntrate en mí, recuérdame.

Echa la cabeza hacia atrás y un grito desgarrado sale de su garganta.

—Por favor —suplica. Joder, ¿por qué siento que le estoy haciendo daño? ¿Qué
coño le hizo?
—Morte, no voy a hacerte daño. Te amo. —Las lágrimas resbalan lentamente por
sus sienes y yo rozo suavemente mi frente con la suya, aspirando ese familiar aroma
suyo a vainilla y aceite de armas. Ella se queda quieta, su cuerpo se convulsiona de
vez en cuando como si la estuviera electrocutando. Odio esto. Odio que le haya
hecho esto. Lo odio. Detesto que le haya hecho esto a ella. Que ella le permitiera
voluntariamente que nos hiciera esto.

Lentamente, con cuidado, acerco mis labios a los suyos. Ella se queda quieta, sus
labios se separan ligeramente. La beso con más fuerza y me muerde el labio inferior.
Cuando me retiro y ella consigue liberar una mano, me da otro puñetazo. Joder. La
agarro por el cuello y la inmovilizo contra el suelo. Hubo un tiempo en que siempre
fuimos así, cuando el amor era una guerra y la única forma de superar sus defensas
era luchar contra ella. Tal vez tengamos que volver al principio.

Sus ojos parpadean entre querer matarme y querer besarme, y a su manera


enfermiza y retorcida, es ardiente.

—Siempre tan fuerte, Morte —respiro contra su oído—. Pero te romperás por
mí, como siempre. —Le aprieto la garganta con los dedos y me agarra la mandíbula,
pasándome las uñas por la cara con tanta fuerza que me hace sangrar. Siseo y le tiro
de la capucha por la cabeza antes de tumbarla boca abajo—. Dime que quieres esto
—le digo.

Apoya la cabeza en el antebrazo.

—No quiero hacerte daño.

—Ah, pero vivo para tu tipo de violencia, mi amor. —Le quito el cuchillo y la
pistola—. ¿Confías en mí?

Hay un silencio.

—Sí.

—Bien. —La inmovilizo por la nuca y se pone jodidamente rabiosa. Una vez más,
se agita y gruñe, sus dedos arañan la alfombra mientras intenta liberarse. El tirante
de su camiseta de tirantes se escurre de su hombro y aprieto mi cuerpo sobre el suyo,
rozando con mis labios la piel expuesta. Ella sigue resistiéndose y yo continúo
abrazándola, aunque su respiración se entrecorta y sus músculos se tensan. Le beso
el cuello y la espalda. Tardo mucho, pero poco a poco se relaja y aflojo el agarre. Le
paso las manos por los costados y le subo lentamente la camiseta, observando su
reacción mientras le beso suavemente la columna vertebral. Ella se estremece y yo
sonrío, agarrándola por las caderas y volteándola de nuevo. Sus ojos se cruzan con
los míos, aún salvajes, pero más tranquilos, más controlados.

—¿Qué vas a hacer, Morte? ¿Matarme o besarme?

—Las dos cosas —susurra ella, esa sola palabra tan atormentada—. Siempre las
dos cosas. —Joder, la echaba de menos. Pego mi boca a la suya y ella se aferra a mí,
su cuerpo se ablanda bajo mi contacto. Nicholai nunca la tendrá. Una es mía y
siempre lo será. Puede que él piense que es un arma y, en muchos sentidos, lo es,
pero esto de aquí es algo que solo me da a mí, y se lo recordaré mil veces si es
necesario.

Se agacha y desliza tímidamente las palmas de las manos sobre mi cuerpo.


Vuelve a tener las manos callosas y ásperas, y eso me hace gemir. Mi reina cruel, con
las cicatrices al descubierto. Le doy un pellizco en la mandíbula y ella gira la cabeza
hacia un lado, permitiéndome más acceso. Le abro de un tirón el botón de los
vaqueros y se los bajo junto con la ropa interior. Me mira, con un atisbo de violencia
en los ojos, la amenaza latente bajo la superficie.

—¿Estás pensando en todas las formas en que te gustaría hacerme daño? —


Sonrío. Abre la boca para hablar, pero la agarro por la cintura. Abre la boca para
hablar, pero la agarro por la garganta y la acerco hasta que nuestros labios se tocan—
. No puedes. Ya hiciste lo peor.

Sus ojos se cierran, las cejas se juntan en un pequeño ceño fruncido.

—Lo lamento. —La empujo contra el suelo y ella alcanza mis bóxeres,
empujándolos hacia mis muslos. Se aferra a mí con fuerza, como si tuviera miedo de
soltarse, y cuando empujo dentro de ella, ella está allí conmigo, embelesada por cada
segundo. Hay tantos elementos en Una, que no estoy seguro de conocerlos
realmente todos, pero mientras la miro, siento que la conozco mejor que a mí mismo.
Y quiero todo de ella. Cada parte maravillosamente jodida. Ella está perfectamente
arruinada. Mi mariposilla cruel, mi reina salvaje, mi amor.

Ella echa la cabeza hacia atrás con un gemido y yo deslizo mi lengua por la
columna de su garganta expuesta. Su cuerpo se inclina hacia mí, las caderas giran
con cada empuje. Se siente como en casa, como si todo estuviera bien mientras
tengamos esto, mientras yo la tenga a ella. La follo lento y profundo, y la veo
desmoronarse por mí como siempre lo hace, desnudándose ante mí. La leona
exponiendo su yugular. Su cuerpo se tensa y sus uñas arañan mi espalda en un rastro
ardiente. Aprieto los dientes porque se siente tan bien y pasó tanto tiempo. Ella deja
escapar un largo gemido. Dejo caer mi cabeza hacia adelante, besándola y gruñendo
contra sus labios mientras me corro.

—Siempre seré tu excepción —le digo entre respiraciones pesadas.

—Siempre —susurra—. Te amo.

Levanto mi cara de su cuello y la miro a los ojos.

—Eres mía, Morte. Él nunca te tendrá.


UNA
Me despierto de golpe y me tomo un momento para darme cuenta de dónde
estoy. la cama de Nero. Dormir a su lado casi me parecía un sueño. Los primeros
destellos de la luz de la mañana se filtran a través de la oscuridad, pintando la
habitación en tonos grises. Miro a Nero, sus pestañas oscuras proyectan sombras
sobre sus pómulos. Su rostro es algo que pensé que aprendí de memoria, y cinco
meses no es tanto tiempo, pero comencé a olvidar lo hermoso que es. Un mechón
suelto de cabello oscuro cae sobre su frente y lo hace parecer un poco rebelde.

El más mínimo ruido proviene de algún lugar de la casa y me alejo de Nero,


salgo de la cama en silencio y salgo de la habitación. Voy a la guardería y abro la
puerta, caminando hacia Dante. Está completamente despierto, sus pequeñas
piernas rechonchas se agitan mientras me mira con ojos exactamente del mismo tono
que los míos. Su cabeza está cubierta por una suave capa de cabello oscuro que
sobresale en todas direcciones. Sonriendo, me inclino y lo levanto, acercando su
pequeño cuerpo al mío. Es como si cada nervio deshilachado, cada faceta rota de mí
se juntara, sanando bajo su toque inocente. Él me hace sentir completa. Él me da un
propósito. Beso su cabello suave, inhalando su aroma, un olor que no se parece a
nada en este mundo.

Bajamos y lo abrazo mientras preparo café. George se demora a mis pies,


moviendo la cola con entusiasmo. Abro el refrigerador y miro las botellas de
fórmula. Hay algún tipo de máquina asentada en el lado de la cocina, pero no tengo
idea de qué hacer con ella. Una ola de tristeza me golpea porque me perdí todo esto.
Ni siquiera sé cómo cuidarlo. Dante hace un ruido y luego está llorando, bueno, más
como lamentos.

—Shh, detente. Está bien. —Estoy mirando frenéticamente alrededor en busca


de algo que pueda hacer que se detenga cuando Nero aparece en la puerta, sus
gruesos brazos cruzados sobre su pecho desnudo y una pequeña sonrisa en sus
labios.

—Es un cabrón gruñón por las mañanas.


Le extiendo a Dante y él me lo quita. Les sonrío a los dos con el pelo despeinado
a juego. Nero y yo nos sentimos naturalmente atraídos por la naturaleza sedienta de
sangre del otro, pero él nunca fue más sexy que cuando sostiene a ese bebé.

—¿Qué es lo que quiere? —pregunto.

—Él quiere lo que todos los hombres quieren, comer y cagar.

Arrugo la nariz.

—Bruto.

—O en su caso, se cagó en los pantalones y ahora no está contento con eso. ¿No
es cierto, amigo? —Nero levanta a Dante, sacudiendo la cabeza ante la carita
arrugada y chillona de Dante—. Vuelvo en un segundo. ¿Puedes poner una botella
en la máquina durante unos minutos? —Desaparece y me quedo mirando el
artilugio, sintiéndome completamente inútil.

Un poco más tarde, Nero regresa y me entrega a Dante nuevamente. Lo tomo y


Nero le sonríe antes de ir a esa estúpida máquina, poniendo la botella en ella. Me
acerco, tomando nota de cómo funciona. Sus labios se levantan en una sonrisa
irónica.

—Las armas son mucho más fáciles.

Se acerca a mí, agarrando mis caderas y tirando de mí entre sus piernas. Mis
músculos se agrupan y tensan por reflejo, pero no es nada comparado con mi
reacción habitual cuando me tocan. Me aparta el pelo de la cara y yo, tentativamente,
rasco con las uñas la barba incipiente de su mandíbula. Sus labios rozan el interior
de mi muñeca y mi piel hormiguea en respuesta. El contacto pequeño pero íntimo
se siente como un fuego después de haber estado viviendo en un frío glacial. Se
acerca a mí, presionando a Dante entre nuestros cuerpos.

—Te extrañé, Morte.

Yo también lo extrañaba. Más de lo que puedo decir. Levanto mi barbilla,


rozando mis labios con los suyos. Me besa, arrastrando sus dedos hasta la parte de
atrás de mi cuello y acercándome a él. Esto se siente bien y fuerte. Se siente como
todo por lo que estoy luchando. Dante comienza a inquietarse, dejando escapar un
chillido agudo. Me alejo de Nero y miro a la persona diminuta.
—Manera de bloquearme, chico. —Nero se da la vuelta y retira la botella de la
máquina. Se echa un poco de leche en la muñeca y luego me la da—. Todo tuyo.

Tomo asiento en la barra de desayuno y acuno a Dante en un brazo, sosteniendo


la botella frente a él. Chupa ruidosamente y no puedo evitar sonreír mientras lo
miro.

—Así es como debería haber sido —dice Nero en voz baja. Lo miro. Tiene los
codos apoyados en la barra del desayuno, sujetando una taza de café mientras nos
observa.

—¿Cómo hiciste esto? ¿Dónde aprendiste a cuidar de un bebé?

—La mamá de Tommy estuvo ayudando. —Se encoge de hombros—. Y el resto,


uno aprende sobre la marcha. —Y pensar que hubo un momento en que pensé que
él no querría un bebé, cuando lo iba a privar de ser padre. En el pequeño vistazo que
tuve de ellos juntos, puedo ver que Nero es un padre increíble. Me trae más alivio
del que puedo decir. Si no logro matar a Nicholai, si muero, Dante tendrá todo lo
que necesita en Nero.

—No quiero dejarlo.

—Entonces no lo hagas. —Algo oscuro y volátil cruza los ojos de Nero—.


Quédate aquí. Dale la espalda a esta idea.

—Nero, pasaron cinco meses. Renuncié a los primeros cuatro meses de la vida
de Dante para poder mantenerlo a salvo y eliminar a Nicholai. Estoy tan cerca.

Deja su café y coloca sus palmas sobre la barra de desayuno. Los músculos de su
torso se flexionan y giran mientras se mueve, la tinta en sus brazos parece bailar
sobre su piel con cada movimiento.

—Somos más fuertes juntos. ¡Mira lo que te hizo!

—Solo necesito más tiempo.

—¿Sabes cómo es? ¿Sin saber lo que te está haciendo? ¿Sin saber si volverás con
vida?
—Te olvidas de quién soy. —Digo las palabras, pero la arrogancia segura con la
que una vez las pronuncié se fue. Cualquier orgullo que una vez albergué en quien
yo era se fue.

—¡No! Yo no olvido una mierda. Pero para cuando haya terminado contigo,
¿sabré quién eres? ¿Quieres?

—Sí —respondo. Nero y yo somos irrompibles. Las cosas que Nicholai me hizo...
Nero no debería ser más que un recuerdo lejano. Dante, más como un sueño. Debería
haber sido capaz de matar a Nero y, en cambio, me trae de vuelta, me castiga de la
misma manera que siempre lo hizo.

—Eres su juguete favorito, y si él piensa que no puede tenerte, nadie lo hará.

Dejo la botella casi vacía sobre el mostrador. Poniéndome de pie, doy la vuelta a
la barra y le paso a Dante. Lo toma, arrojando un paño de cocina sobre su hombro
antes de presionar su palma en la espalda de Dante y abrazarlo. Nunca un hombre
se vio tan fuera de lugar y, sin embargo, completamente en casa con algo tan frágil
en sus brazos. Mi hijo en los brazos de mi monstruo. No hay otro lugar en el que
prefiera que esté.

—Por favor, confía en mí, Nero. —Me levanto de puntillas, lo beso rápidamente
y luego la parte posterior de la cabeza de Dante—. Soy su debilidad. Lo cegué.

—Si te pasa algo, mataré a la bratva pieza por pieza hasta que no quede nada. —
Esa violencia que tanto amo se arremolina en sus ojos, amenazando con desbordarse.

—Tengo un plan. Necesito tu ayuda.

—Ah, Morte, dime lo que necesitas y se hará. —Por supuesto que lo hará, porque
él es Nero Verdi. Nicholai se cree invencible porque nadie puede enfrentarse a él,
pero aún no develé mi arma secreta. No desaté a mi monstruo, Nicholai no tiene
idea de lo que somos capaces.

TODO EL TRAYECTO desde el aeropuerto hasta la base, pienso en el plan en mi


cabeza. Esto funcionará. Esto tiene que funcionar. Una parte de mí quiere dar la
vuelta y volver con Nero, para dejarlo enfrentar esta pelea conmigo, pero no puedo.
Arriesgué todo para derrotar a Nicholai, y lo lograré, o moriré en el intento. Este será
el legado que le dejo a mi hijo.
Me permiten atravesar las puertas del recinto y, cuando entro en la zona de
vehículos, Nicholai está allí, esperándome. Sus manos están entrelazadas detrás de
su espalda, su traje tan inmaculado como siempre.

—Palomita. Veo que estás decepcionantemente con las manos vacías —dice
mientras me acerco.

Me obligo a regresar a ese lugar frío e insensible lo más lejos posible de Nero y
Dante.

—El niño no estaba allí.

—¿Oh? ¿Y Nero Verdi está muerto? —Esos ojos helados se fijan en los míos,
buscando cualquier mínimo rastro de engaño.

—Verdi envió al niño lejos para protegerlo. —La mentira se desliza fácilmente
de mis labios mientras lo miro sin pestañear—. Me gané su confianza para obtener
información. Él no está muerto. Todavía puedo tener uso de él.

Inclina la cabeza y me recuerda a un depredador evaluando a su presa.

—Él está enamorado de ti.

—Sí.

—¿Y cree que estás enamorada de él?

—Sí.

—¿Y dónde está el niño?

—Con Rafael D'Cruze.

—Le envió el niño a tu hermana. —Se ríe, aplaudiendo—. ¿Y qué le dijiste,


Palomita?

—Le dije que necesita olvidarme. Dije que garantizaría la seguridad del niño,
pero que este es mi lugar. —¿Siempre soné tan robótica y fría?

—Bien. Esto es bueno. —Hay un borde en su voz, y sé que no confía en mí. Si yo


fuera cualquier otro soldado, me habría metido una bala en la cabeza en cuanto
volví. Nicholai habría descartado a cualquier otro como defectuoso. Solo estoy
parada aquí por su favor.

—¿Sabes la ubicación exacta del niño?

—Sí. Está recluido en el complejo de Rafael cerca de la frontera —le transmito la


ubicación que Nero y yo elegimos.

—Pero debemos actuar rápidamente. No creo que confíe en mí.

—Tú y Sasha armarán un equipo. Irás a México y recuperarás al niño. Mata a


Rafael D'Cruze. Y mata a tu hermana. —Él levanta una ceja para llevar el punto a
casa.

Asintiendo, empiezo a alejarme.

—¿Y Palomita? —hace una pausa—. Iré contigo a México. No confío en ti para
hacer lo que debe hacerse. —Si no estuviera tan cegado por su obsesión conmigo, no
confiaría en mí en absoluto. Quizás a su manera retorcida me ama. Después de todo,
dicen que el amor es ciego. Quiere tanto creer que soy una vez más su hija leal y
favorita, que ignora lo que está justo frente a él. ¿Cómo podría ser mi lealtad hacia
él cuando mi hijo está ahí fuera? Si tuviera hijos, si supiera cómo se siente ese amor,
Nicholai no confiaría en mí. Pero su versión obsesiva y enfermiza del amor lo lleva
a su propia destrucción. Seré yo, su preciosa hija, quien le arranque el corazón.

Estoy tan cerca que casi puedo oler su sangre tiñendo el aire. El juego casi
terminó.
UNA

Un calor húmedo se aferra a mi piel, envolviéndome mientras Sasha y yo nos


dirigimos al auto. Se sube al lado del conductor y yo me subo a su lado. Tres Elite
trepan por la espalda con rifles en mano. El sol apenas comienza a ocultarse por
debajo del horizonte irregular de Juárez en la distancia. La dirección a la que vamos
es la mansión de Rafael, a unas pocas millas de la ciudad.

Nicholai insistió en que aterrizáramos y entráramos directamente antes que


alguien pudiera informar al cartel de nuestra presencia. La ciudad es un desastre de
edificios cubiertos de grafitis, carreteras llenas de baches y desorden general. Este es
un país de carteles, donde el número diario de asesinatos es más alto que el que
tienen algunos países en un año. Estas calles pueden parecer una ciudad de gente
ocupada en sus asuntos, pero es una zona de guerra con los cárteles luchando
continuamente por el terreno.

Nuestro convoy de autos serpentea por las calles que conducen fuera de la
ciudad, cayendo en un valle que se extiende entre las colinas polvorientas
irregulares del campo mexicano. Nos detenemos en un camino de tierra a una milla
de la puerta principal de Rafael. Salimos y vamos a la parte trasera del auto,
armándonos con armas. La mirada de Sasha se encuentra con la mía y me da un leve
asentimiento.

En total tenemos veinte Elites, que es más de lo que esperaba que trajera
Nicholai, pero seguiré adelante. Nicholai sale del auto detrás del nuestro, su traje no
es menos apropiado para el desierto polvoriento de México que para la extensión
helada de Rusia. Mira alrededor de sus soldados reunidos, todos vestidos de negro
y armados hasta los dientes.

—Tu misión es ir al recinto y recuperar al niño. Mata a todos. —Sus ojos fríos se
encuentran con los míos, y sé que está haciendo un punto, porque todos incluyen a
Anna—. No me falles —dice sin apartar la mirada de mí.
Giramos y comenzamos a trotar hacia el complejo. Sasha y yo estamos corriendo.
El resto de los soldados nos siguen. El sol cae a plomo sobre nosotros y el sudor me
corre por la espalda mientras subimos a la villa. Tan pronto como nos acercamos a
la valla perimetral, nos ponemos a cubierto detrás de una pequeña elevación de
tierra.

—Guardias —me dice Sasha.

Uno de los otros me entrega un rifle inventado y bajo el soporte, colocándolo en


la parte superior de la cresta. Mirando hacia abajo, alineo a ambos guardias,
enfocando el punto de mira justo a la izquierda del hombro del primer tipo. Tengo
que ser precisa aquí. Inhala profundamente, sostén, aprieta, aprieta. Se disparan dos
tiros en rápida sucesión y ambos guardias caen. Los disparos tienen a más soldados
del cártel corriendo hacia las puertas, y yo también les disparo, observándolos caer
uno por uno.

—Muévete —grito. Sasha lleva a la banda de Elite a la puerta principal,


rompiendo el recinto. Aquí es donde se complica—. Ustedes dos —señalo a dos de
la Elite—. Conmigo. —Sasha asiente mientras continúa con el resto del grupo. Tomo
a los dos y me separo, atravesando la casa hasta que encuentro la escalera que
conduce al primer piso. Alcanzando mi bolsillo delantero, rápidamente enrosco un
silenciador en mi arma. Mis sentidos se sintonizan con los dos hombres que caminan
detrás de mí; cada pisada sorda, cada suspiro. Llegamos a la parte superior de las
escaleras y caminamos por el pasillo, pasando un sofá lleno de cojines. Me giro,
arranco el cuchillo de la funda de mi muslo y lo lanzo al mismo tiempo que agarro
uno de los cojines, empujándolo contra la cara del chico de la izquierda. Le hago
perder el equilibrio lo suficiente como para que se tambalee contra la pared. Veo el
destello de acero e inclino mi cuerpo lejos de él justo cuando presiono el arma contra
el cojín y aprieto el gatillo. Suena un pop apagado. La punta del cuchillo corta la piel
de mi estómago antes que su cuerpo caiga al suelo. Suspiro por la sangre que se filtra
a través de mi camiseta sin mangas y antes de recuperar mi cuchillo del cráneo del
otro tipo.

Siguiendo las instrucciones de Rafael, encuentro la última puerta al final del


pasillo. La oficina de Rafael Él no está aquí, pero las ventanas tienen una vista
completa de todo el complejo. Mi misión en este momento es simple: eliminar la
Elite y limpiar el recinto. Traté de persuadir a Sasha para que los volviera y los trajera
a nuestro lado, pero era demasiado arriesgado. No podíamos dejar que nadie
supiera que no estábamos con Nicholai. Las lealtades de la Elite son profundas en lo
que a él respecta.

Miro por cada una de las ventanas hasta que veo al grupo de cuatro Elite
cruzando el patio, con las armas en alto. Apoyando mi rifle en el alféizar de la
ventana, alineo el tiro. Los cuatro caen en dos segundos. Todo ese entrenamiento,
todos esos años de lucha, y ni siquiera tenían la dignidad de una muerte digna.
Murieron como vivieron, como carne de cañón para un loco. Seis abajo. Faltan
catorce más.
NERO

Tamborileo con los dedos sobre el volante y miro el reloj del salpicadero. Gio
juguetea con los botones del aire acondicionado, tirando del cuello de su camisa. El
sol se refleja en el capó del coche y entrecierro los ojos por el espejo retrovisor hacia
el coche aparcado detrás de mí. En el momento justo, una nube de polvo se eleva
desde el valle debajo de nosotros. Recojo los binoculares y observo el convoy de
Range Rovers negros serpentear por la carretera desierta, sus vidrios polarizados
ocultan a sus ocupantes. Se acercan al arcén y todas las puertas se abren, los soldados
vestidos de negro salen y se arman. Sasha y Una están a la cabeza de lo que deben
ser veinte Elites.

—Joder, eso es un montón de Elites —murmuro, una ola de inquietud se arrastra


a través de mí. Son demasiados.

—¿Cuántos? —pregunta Gio.

—Tal vez veinte.

—Iré a decírselo a Rafael. —La puerta se abre y el aire caliente y polvoriento


llena la cabina.

Ajusto los binoculares y sonrío cuando se abre la puerta trasera del segundo
Range Rover y sale el mismísimo Nicholai Ivanov. Una dijo que vendría, pero yo no
lo creí. Es conocido por su agudo intelecto y su habilidad estratégica, pero esto, venir
aquí, ¿seguramente no es tan arrogante? Está completamente expuesto, maduro
para la cosecha. Incluso con su Elite... este es un país de carteles. Y, por supuesto, no
podría predecir lo que Sasha y Una están a punto de hacerle a su precioso Elite, o tal
vez podría haberlo hecho, si no estuviera tan obsesionado con Una y la idea de tener
a su hijo. Es exactamente como ella dijo; está cegado por ella. Ni siquiera la verá
venir.
La banda de Elite se dispersa, subiendo la ladera y dejando a Nicholai solo con
solo dos Elite para protegerlo. Estúpido. Muy estúpido. La puerta se abre y Gio
vuelve a entrar.

—Él está aquí. Solo dos guardias con él —digo.

—Esto parece demasiado fácil.

Tiro los binoculares en la guantera.

—No estoy seguro de si es una trampa, o si realmente está tan seguro de su


fuerza.

—Parece ir en contra de su naturaleza, pero luego se adentró en el territorio de


Rafael una vez antes para atrapar a Anna.

Esta es una oportunidad demasiado buena. Sasha nos habría advertido si


hubieran traído más fuerza. Una podría mantenerse en la oscuridad, pero no Sasha.

—Vamos. —Miro por el espejo retrovisor y me encuentro con la dura mirada de


Rafael mientras se sienta al volante del auto de atrás. Anna está a su lado en el
asiento del pasajero, a pesar de que le dije que a Una no le gustaría. Aparentemente,
él piensa que ella está más segura donde puede vigilarla. Ojalá Una fuera tan fácil
de controlar. Arranco el motor y me alejo, enviando el Hummer por la ladera
empinada, levantando polvo y escombros a su paso.

Se lo doy a Rafael, tiene todo el mejor equipo. Hummers blindados con pistolas
Cal .50 montadas en el techo. Uno de sus hombres está colgando el techo corredizo,
listo para abrir fuego contra el ruso y sus amados soldados. Sin embargo, tiene
instrucciones de no matar a Nicholai. Una se merece ese honor.

Tan pronto como estemos en terreno llano, lo lanzaremos hacia los Range Rover
estacionados. Los dos soldados se mueven frente a Nicholai, disparando balas al
auto. Disparos rebotan en el capó y golpeo mi pie sobre el acelerador. Cuando se
dan cuenta de que sus balas no están haciendo nada, corren hacia el auto y hacen
pasar a Nicholai adentro.

Gio se estira hacia atrás y golpea la rodilla del tipo con la gran pistola. Abre
fuego, las balas dejan agujeros del tamaño de pelotas de golf en la carrocería de uno
de los Ranger Rovers estacionados.
—Maldita sea, necesito uno de estos autos.

—Podría ser un poco llamativo en Nueva York —grita Gio sobre el ensordecedor
bang, bang, bang de disparos. El Range Rover se aleja chirriando, dirigiéndose al
desierto, y yo lo sigo. Rafael se detiene a mi lado. Las balas rocían la parte trasera
del Range Rover, rompiendo el vidrio y abriendo agujeros en la carrocería hasta que
explota una llanta. El automóvil vira violentamente hacia un lado, cola de pez antes
de patinar hacia un lado y derrapar Da varias vueltas antes de volver a detenerse
sobre sus ruedas. Palmeando mi .40 Cal, abro la puerta. Gio y Rafael caen a mi lado.
Disparo al Elite lesionado desplomado contra el volante. El otro ya parece muerto.
Rafael va a la puerta trasera, apoyando su mano sobre la manija mientras me mira.
Con un asentimiento de mi parte, abre la puerta y Nicholai se cae del auto. Estoy
seguro de que está muerto, antes que gima e intente arrastrarse por el suelo.

Si fuera por mí, lo ataría a la barra de remolque y lo arrastraría de regreso a esa


villa para que Una termine, pero él podría morir en el camino y ella debe ser quien
lo mate. Él tomó más de ella que nadie. Le doy una patada en el estómago con tanta
fuerza que cae de espaldas, jadeando por aire. Su traje está cubierto de polvo y la
sangre le brota de la nariz y le cae por la barbilla.

—Nicholai Ivanov. —Sonrío y lo jalo del suelo polvoriento. Se balancea y Gio lo


agarra del brazo, sosteniéndolo—. Cómo cayeron los poderosos.

—Nero Verdi —dice y luego se ríe—. Y Rafael D'Cruze. Ambos llegaron


demasiado lejos. Morirán antes de llegar a la frontera.

Rafael se ríe, cargando un rifle sobre su hombro casualmente.

—¿Quién nos va a detener? —Levanto una ceja y ahueco mi oreja, inclinando mi


cabeza—. No escucho nada. Oh espera. Eso es porque nadie viene. Te quedaste sin
aliados, Nicholai.

Aprieta los dientes.

—No necesito aliados. Tengo un Ejército. Mi Elite acabará contigo y tu hijo será
mío.

Mis dedos se estremecen, queriendo agarrar mi arma. En su lugar, le doy un


puñetazo en el estómago con tanta fuerza que un suspiro sale de sus labios. Gio lo
sostiene y tomo la parte de atrás de su cuello, llevando mis labios a su oído.
—Tu Elite se está muriendo mientras hablamos. Asesinados por ti mismo...
Después de todo, hiciste que Una fuera bastante formidable. —Doy un paso atrás y
sus ojos fríos brillan con rabia.

—Yo la hice fuerte. La hice la mejor…

—¡LA ROMPISTE! —grito, mi temperamento se dispara antes que pueda luchar


contra él—. Pero tienes razón, Nicholai. Tú la hiciste fuerte. —Busco esa mirada sin
alma y noto la sangre que rueda por su sien—. Lo suficientemente fuerte como para
acabar contigo.

Una sonrisa enfermiza se extiende por sus labios.

—Una es mía. Ella siempre será lo que yo hice de ella.

—Ahí es donde te equivocas. Una es mía. Y estás a punto de ver lo que sucede
cuando intentas tomar lo que es jodidamente mío. —Asiento con la cabeza hacia Gio
y él lo arrastra hacia el auto antes de romper mi palabra y matarlo aquí mismo. Gio
lo empuja adentro junto a nuestro pistolero que ahora está sentado en el asiento
trasero, apuntándolo con una pistola.

Rafael viene a pararse a mi lado, una sonrisa tirando de sus labios.

—No puedo esperar para ver esto.

Mi pequeña reina cruel finalmente obtendrá su venganza.


UNA

El sonido distante de disparos llena la casa, pero no sé quién está ganando. El


simple hecho es que una banda de Elite no es fácil de derribar. La puerta de la oficina
se abre de golpe y giro mi arma hacia Sasha. Me frunce el ceño, la impaciencia está
escrita en todo su rostro salpicado de sangre.

—Ven.

ME PONGO DE PIE, balanceando el rifle sobre mi hombro. Bajamos las escaleras


y lo sigo fuera de la villa. El patio de adoquines está rodeado de flores, y el aroma
del jazmín nocturno se refleja en la cálida brisa del desierto.

Los guardias de Rafael a los que “disparé” vienen a pararse con nosotros cuando
se abre la puerta principal, lo que permite que dos Hummers entren en el patio. Las
ventanas están completamente oscurecidas, armas pesadas montadas en sus techos.
Sasha está rígido a mi lado y prácticamente puedo sentir la tensión saliendo de él.
Sé que esto es difícil para él. Sus lealtades no son tan blancas y negras como las mías.

Se abre la puerta del lado del pasajero de uno de los hummers y Nero sale por
ella. Lleva un pantalón de traje gris y una camisa negra, abierta en el cuello. Con sus
gafas Ray Ban y su rostro perfecto, parece que debería estar en las páginas de una
revista en lugar de estar aquí, en un recinto de un cártel, participando en una guerra
de mafia. Gio se baja del lado del conductor y Rafael se baja del otro auto, seguido
de Anna. Su cabello largo y rubio se agita con el viento y cruza los brazos sobre su
cuerpo, manteniéndose cerca del costado de Rafael. Miro a los ojos a mi hermana, y
ella me ofrece una pequeña sonrisa. Aparentemente, estoy perdonada por cortarle
el dedo.

—Ahora que todos están aquí… —Nero abre la puerta trasera del auto y saca a
Nicholai. Su traje está arrugado y sucio como si hubiera estado revolcándose en la
tierra. Su nariz está sangrando, y el hombre que siempre parecía tan fuerte e
invencible ahora está muy lejos de esa realidad.
Lo estoy viendo con mis propios ojos, pero no parece real. Pusimos este plan en
juego, pero siempre pensé que de alguna manera lo vería venir, que nos superaría
en maniobras como lo hizo con tantos otros. Pero estaba cegado por su propia
desesperación, su propia obsesión demente y, al final, fue su obsesión con Dante lo
que lo llevó a este punto. Rompió sus propias reglas, y en lugar de perseguir a un
niño vulnerable e indefenso de un orfanato, eligió al hijo de dos de los más feroces
en el mundo. Estúpido.

Esa mirada azul helada suya se encuentra con la mía antes de cambiar a mi lado.

—Tú —le dice a Sasha, con una voz cargada de acusación y decepción—. Les di
todo a los dos.

Quería confiar en mí, pero no del todo. Sasha... bueno Sasha era el hijo pródigo
indefectiblemente leal. Hasta que me vio, lo mejor de la Elite, caer. Hasta que fue
testigo de mi amor por Dante. Lo cambió. Entonces, cuando Nicholai le pidió que
reuniera información sobre si mi hijo estaba realmente en posesión de Rafael,
Nicholai nunca lo dudó. Era demasiado perfecto.

Respiro hondo y paso frente a Sasha, sabiendo que esto pesa más sobre él que
sobre mí.

—No nos diste nada. Te llevaste todo. —No siento nada más que fría indiferencia
cuando me acerco a él, consciente que todos los ojos están puestos en nosotros. La
presencia de Nero es la fuerza que necesito, pero él se apoya contra el auto,
retrocediendo, permitiéndome esto.

Rodeo a Nicholai, pateándolo lo suficientemente fuerte como para hacerlo caer


de rodillas. Agarrando su mandíbula, lo obligo a mirar los cuatro cuerpos caídos del
Elite que disparé, esparcidos al azar por el patio.

—¿Sabes por qué estás aquí, Nicholai?

Él no dice nada, luchando contra mi agarre. Agarro la parte superior de su


cabeza y amenazo con partirle el cuello.

—Estás aquí, de rodillas, porque fuiste arrogante. Te creías invencible, protegido


por tu ejército. Protegido por tus hijos. —Lo libero y me acerco a Sasha, quien me
entrega dos cuchillos. Retumban contra los adoquines cuando los arrojo frente a
Nicholai—. Recógelos. —Hago crujir mi cuello de un lado a otro mientras camino
unos metros hacia Nero y de regreso—. ¡Maldita sea, recógelos! —grito cuando no
responde.

—¿Para qué puedas matarme y llamarlo una pelea justa? —él dice.

Una risa baja proviene de Nero.

—Nada podría hacer una pelea justa. Morirás, sin duda.

—me quitaste a mi hijo y luego me obligaste a pelear contra algunos de tus


mejores solo unos días después. —La ira amenaza con consumirme y el impulso de
dispararle en la cara es fuerte. Cierro los ojos con fuerza, recordando el momento en
que me dio la espalda, dejándome atada a una cama mientras se alejaba con mi
bebé—. Así que ahora pelearás lo mejor que puedas, Nicholai. Sabrás lo que es
luchar por tu vida.

Sus ojos se encuentran con los míos por un brevísimo momento y luego aprieta
la mandíbula. Sonrío cuando agarra los cuchillos y me ataca Sin delicadeza, sin
habilidad. Mis pies permanecen plantados hasta el último segundo, cuando agarro
su brazo y lo giro detrás de su espalda. El satisfactorio crujido de un hueso resuena
sobre su rugido de dolor. El cuchillo se desliza de su agarre y lo atrapo, golpeándolo
profundamente en su hombro. Su dolor resuena en mis oídos, sus gritos una sinfonía
de dulce venganza.

Gira, cortando salvajemente con el otro cuchillo, sus movimientos no son más
que los esfuerzos desesperados de un hombre que sabe que su destino está sellado.
Fácilmente le expongo su espada restante, incrustándola en su otro hombro. Y los
gritos crecen, más y más alto, alcanzando un crescendo como nunca escuché con una
muerte limpia. Esto no es limpio. Matar siempre fue una habilidad fácil para mí. Lo
disfruto porque soy buena en eso, pero es solo un trabajo. No hago sufrir a mis
víctimas. Esto... esto no es un trabajo, y quiero que sufra como nunca antes quise
lastimar a nadie.

Se balancea sobre sus pies, la sangre brota de ambos hombros mientras me mira.

—La Bratva te va a cazar, Palomita —dice con una mueca.

—No creo que lo hagan. Después de todo, contigo muerto, sus armas y drogas
volverán a correr libremente. —Agarro las empuñaduras de ambas hojas,
arrancándolas y cortándolas frente a mí, a la velocidad del rayo. Su estómago se abre
en una cruz desde las costillas hasta la cadera. Se derrumba en el suelo, jadeando y
retorciéndose como un pez moribundo.

Me agacho junto a él.

—Adiós, Nicholai. —Mi hoja encuentra el hogar en su garganta, lo


suficientemente profundo como para cortar la médula espinal. Ese último aliento
revelador deja sus pulmones y caigo de nuevo al suelo, mirando su cuerpo sin vida.
Levantando la cara, miro a mi alrededor a todas las personas que observan, a todas
las personas a las que lastimó. Familias arruinadas, niños destrozados. Esto era lo
que se merecía. Esto era justicia. Y finalmente... finalmente soy libre.
NERO
Un mes después

Una columna de humo se eleva cuando apago mi cigarrillo en el cenicero. Me


levanto de mi escritorio y apago la lámpara. Estuve despierto hasta tarde lidiando
con las consecuencias de la muerte de Nicholai, lidiando con Cesare y los rusos.
Parece que están dispuestos a renunciar si les permitimos comerciar con sus armas
en nuestro territorio. Cesare estuvo de acuerdo, así que por ahora tengo que
aceptarlo... al menos mientras el anciano todavía respira.

Subo las escaleras y reviso a Dante de la misma manera que siempre lo hago
camino a la cama. Esta noche, sin embargo, encuentro a Una sentada en el sillón en
la esquina de la habitación, con Dante acunado en sus brazos. Su ropa oscura se
funde con las sombras como si hubiera nacido de ellas.

Ni siquiera la escuché entrar. Ella y Sasha salieron a trabajar antes, un “golpe


rápido” como ella lo llama. Una vez un asesino, siempre es un asesino. Les pagan
bien y eso alimenta su naturaleza sedienta de sangre. Pero el maldito Sasha no usará
el ascensor porque dice, y cito: “Es una emboscada a punto de ocurrir. En un
ascensor privado”. Insiste en que usen las escaleras y de alguna manera pasó por
alto mi alarma. Él y Una se mueven como fantasmas, así que nunca sé cuándo
aparecerá alguno de ellos.

Los nudillos de Una están abiertos. Salpicaduras de sangre adornan su cuello,


atravesando su cola de caballo rubia blanca. Mi reina ensangrentada, acunando a su
inocente hijo. La mejilla de Dante está presionada contra su pecho, los labios
entreabiertos mientras respira con dificultad. Un paso es todo lo que se necesita para
tener un .40 Cal apuntándome a la cabeza en un abrir y cerrar de ojos. Por supuesto.
La palma de Una cubre el costado de la cara de Dante como si quisiera proteger sus
oídos del disparo.

—¿Alguna vez vas a dejar de apuntarme con armas?


Inclina la cabeza hacia un lado antes de volver a meter el arma debajo de los
cojines.

—No te me acerques así.

—No se está escabullendo. —Cuidadosamente tomo, más como una palanca, a


Dante de ella. Lo deja dormir sobre ella todas las noches, aunque él duerme muy
bien solo. Supongo que está recuperando el tiempo perdido. Lo acuesto en su cuna
y ni siquiera se mueve. Duerme como un muerto, y espero que siempre lo haga.
Espero que nunca tenga una preocupación en el mundo. Con Una como madre,
siempre estará protegido, de los peligros de este mundo.

—No puedes dormir en su habitación por el resto de su vida, Morte.

—Mírame.

Me río.

—Vamos.

Se levanta, mirando con añoranza a Dante antes de finalmente seguirme fuera.


Ella silba a George y él trota escaleras arriba antes de acurrucarse justo en frente de
la cuna de Dante. Ese maldito perro está casi tan apegado a él como él a Una. Ella
insiste en que se acuesta con Dante para protegerlo. De qué diablos lo va a proteger
ese perro, no lo sé.

Tan pronto como la puerta de nuestro dormitorio se cierra, levanto a Una y la


inmovilizo contra la pared. Sus dedos se enroscan en mi cabello, tirando con fuerza
mientras beso la longitud de su cuello, gimiendo mientras inhalo el aroma de
vainilla y aceite de armas mezclado con el sonido metálico de la sangre. Está
jodidamente caliente. Me quedo quieto cuando siento el beso frío del acero en mi
cuello y me echo hacia atrás, arqueando una ceja. Una sonrisa torcida juega en sus
labios.

—No lo hagas —le advierto.

Esos ojos violetas destellan, la lujuria y la violencia rugen a la superficie. Sin


romper el contacto visual, arrastra la hoja a lo largo de mi clavícula. Siseo mientras
ella se lo lleva a los labios y lame la hoja.

—Oh, te encanta empujarme. —La tiro lejos de la pared y la arrojo sobre la cama.
Ella sonríe porque es tan jodidamente depravada como yo. Mi pareja perfecta,
mi otra mitad, mi pequeña mariposa cruel. Mi reina rota y salvaje. No hay nadie más
que pueda estar a mi lado excepto ella.

—Te amo —dice ella, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas.

Presiono mi frente contra la de ella.

—Te amo, joder, Morte.

Es posible que haya comenzado como un peón en un juego, pero ahora es la


reina coronada. Ella es lo que más atesoro. Ella es mi felicidad Incluso los monstruos
pueden encontrar un felices para siempre.
UNA
Dos años después…

Un viento gélido azota a mi alrededor. La nieve debajo de mis rodillas se derrite,


empapando mis jeans mientras enfoco a través de los binoculares en la misión de
esta noche; un edificio gris anodino escondido entre los otros negocios cubiertos de
nieve en el distrito comercial. Está a solo unas pocas millas de Moscú, casi escondido
a plena vista. Desde el exterior, parece una empresa de suministros farmacéuticos.
Es un buen frente, una excusa razonable para los guardias en la puerta, pero sé que
son Elite por la forma en que están vestidos. Sin embargo, esta instalación no es una
base militar. Nuestra información sugiere que es otro laboratorio. Aquí no es donde
se entrena a los soldados, es donde se crean. Mi hijo podría haber sido una obsesión
para Nicholai, pero no sabíamos que la idea de criar soldados no era nueva. Ya
cerramos dos exactamente como este.

Dos años, y cada vez que creo que destruimos todas las bases Elite, aparece otra.
Nicholai murió hace mucho tiempo, pero la bratva no estaba dispuesta a dejar su
legado. Muchas de las instalaciones simplemente se trasladaron bajo tierra. Supongo
que su ejército de Elite era una perspectiva atractiva para alguien. A la bratva
ciertamente no le faltan locos hambrientos de poder.

La voz de Sasha crepita en mis auriculares.

—Vamos. Ahora.

Bajo los binoculares y paso la mirada por la mira de mi rifle. Dos disparos
rápidos y los guardias están caídos. Uno más saca al tirador del techo. Entonces
Sasha se muda con un equipo de italianos que elegimos específicamente para estos
trabajos. A Nero no le importa una mierda rescatar niños, pero sí le importa
desmantelar todo lo que quede de Nicholai. Para mí, esto es personal. Balanceo mi
rifle sobre mi hombro y me pongo de pie, atravesando el nivel superior vacío de la
plataforma de estacionamiento. Tres tramos de escaleras hacia abajo, y estoy
cruzando la calle tranquila bajo el resplandor naranja de una farola. Con todos los
negocios cerrados por la noche, el crujir de mis botas en la nieve es el único sonido
en el inquietante silencio del profundo invierno. Tan pronto como estoy dentro del
edificio, el estallido constante de disparos me saluda. Los cuerpos ya están
esparcidos por el suelo del vestíbulo, y los rodeo en mi camino hacia el ascensor en
el lado opuesto de la habitación.

Desciende varios niveles antes que las puertas se abran en carnicería. Más
cuerpos, disparos, sangre.

Encuentro a Sasha en una sala de control justo al lado del corredor principal,
inclinado sobre una computadora, pirateando sus sistemas de datos. Es la forma más
fácil de documentar todo y rastrear a las mujeres y los niños que se encuentran aquí.

—Solo necesito un minuto para atravesar el firewall —murmura Sasha, sus


dedos volando sobre el teclado.

—Date prisa. Quiero ir a casa.

Me dedica una mirada fría.

—Sí, tienes una boda para la que prepararte.

—No, solo estuve aquí congelándome el culo durante una semana. —Y echo de
menos a Dante y Nero.

—Te estás ablandando.

Lo ignoro, porque tiene razón, en lugar de eso, salgo de la habitación.

Moviéndome por el pasillo, agarro mi arma. El bloque de cemento de las paredes


da paso al vidrio. Me detengo junto a la ventana y miro una habitación llena de cunas
de plástico, todas alineadas en filas. Tan pronto como abro la puerta, se filtran los
gemidos agudos de bebés llorando. Hubo un tiempo en que el ruido me habría
irritado, ahora todo lo que puedo pensar es que nunca escuché a Dante llorar así.
Nunca tuvo que hacerlo. Vi suficientes imágenes de seguridad de estas instalaciones
para saber cómo funcionan. Estos bebés se quedan aquí, se espera que sean soldados.
Sus necesidades básicas están satisfechas, pero nunca se abrazan, nunca se
consuelan, y me rompe el corazón. Incluso Nero no comprende realmente mi
moralidad fuera de lugar cuando se trata del trabajo que me encomendé.
Paso las cunas, cada niño envuelto en una manta blanca indistinta que de alguna
manera los despoja de toda identidad, y finalmente me detengo junto a la cuna en la
esquina más alejada. La cara del bebé está roja, la boca abierta como si quisiera llorar,
pero solo sale un sonido ronco. Un número de identificación, 213, está impreso en la
etiqueta alrededor de un tobillo regordete. Sexo y fecha de nacimiento. Femenino,
sólo dos meses de edad. El impulso de calmar su dolor es una punzada
conmovedora en mi pecho. Levanto a la niña, la acerco a mi pecho y después de
unos segundos, se calma. Me pregunto si Nicholai ordenó que estos niños fueran
privados del contacto humano desde el nacimiento. Haría que el acondicionamiento
táctil fuera más efectivo. El pensamiento me hace presionar mi palma firmemente
contra la espalda del bebé.

—Estarás bien, pequeña. —Cuando miro su rostro, me quedo quieta. Los ojos
azul índigo parpadean hacia mí; exactamente el mismo tono que el de Dante. Algo
se agita en mi pecho, este tirón inexplicable, un saber… Mi pulso ruge contra mis
tímpanos tan fuerte que apenas escucho a Sasha acercarse.

—Una, necesitas ver algo.

Sé exactamente lo que va a decir. Puedo sentir quién y qué es este bebé para mí.
Las palabras se atascan en mi garganta antes de finalmente salir en un sonido áspero
estrangulado.

—Lo sé.

Sostiene un archivo abierto frente a mi cara, el número de identificación 213 está


impreso en la parte superior de la página. Y solo hay otro detalle en el que puedo
concentrarme. Madre: Una Ivanov. Padre: 001011. Solo un soldado.

—Yo… —Miro a Sasha, sin saber qué hacer, qué sentir. Ella es mía, al menos
biológicamente. Pero lo sabía, me sentí atraída por consolar a esta niña incluso antes
de levantarla. No debería sorprenderme. Esto es lo que hizo Nicholai, e incluso
ahora, sus efectos siguen siendo de gran alcance. Cosechó óvulos de mi propia
hermana cuando la tuvo. Encontramos a su hija, Violet, en una instalación el año
pasado. Es lógico pensar que él haría lo mismo conmigo. Estuve en coma durante
semanas antes de tener a Dante. Podrían haberme hecho cualquier cosa, haberme
quitado cualquier cosa. Pero en dos años, nunca encontramos a un hijo mío. Esperé...
No sé qué esperaba. Que ningún hijo mío sufriría jamás en un lugar como este.
¿Cuántos de mis hijos podrían estar ahí fuera?
—No pienses en las posibilidades, Una. —Por supuesto, Sasha sabe exactamente
a dónde va mi mente. Él es así de lógico.

Mis brazos se aprietan alrededor de la niña.

—Vamos. —Salgo de la habitación, Sasha me sigue en silencio. Contamos con


equipos para manejar todo. Los niños irán a orfanatos. Raphael y Anna acogerán y
ayudarán a las mujeres que fueron traficadas, y las instalaciones en sí serán
destruidas, acercándome un paso más a terminar con la pesadilla que encarnó toda
mi vida.

Presiono mis labios contra la cabeza peluda de la niña.

—Te lo prometo, nadie te lastimará ni te abandonará nunca más, sladkiy 5. —Es


una promesa que mantendré si me mata, y no tengo idea de dónde me dejará eso
con Nero. Todo lo que sé es que le debo una vida a esta niña.

Cuando el avión aterriza en Nueva York, Tommy espera en la pista. Un aroma


salobre se desprende de las oscuras aguas del río Hudson, y lo que antes parecía tan
extraño, ahora es un recordatorio del hogar. Tal como se le indicó, Tommy colocó
un portabebés en la parte trasera de la camioneta. No extraño su expresión confusa
cuando abre la puerta y me espera para cuidar a la niña.

—¿Le dijiste a Nero? —pregunto antes de cerrar la puerta y dirigirme al lado del
pasajero.

Se hunde detrás del volante y niega con la cabeza.

—Me dijiste que no lo hiciera.

—Bien.

—¿Es esta una de esas cosas en las que no le digo y él me patea el trasero?

—No. —Dirijo mi atención a la ventana, viendo pasar el horizonte de la ciudad


de Nueva York en la distancia.

5
Cariño en ruso.
—Ni siquiera voy a preguntar —se queja.

Mi estómago se contrae por los nervios mientras nos arrastramos hacia Los
Hamptons. Se supone que Nero y yo nos vamos a casar en tres días. Somos felices,
sabemos quiénes y qué somos. Tenemos a Dante. Y estoy a punto de lanzar una gran
llave en las obras porque a Nero solo le gusta su propio hijo. No se ablandó en
absoluto en lo que respecta a los demás.

Después de media hora de conducir en la oscuridad, Tommy atraviesa la puerta


principal vigilada de la mansión que una vez fue la de Arnaldo. La casa que ahora
llamamos hogar. La luz se filtra a través de las ventanas, iluminando el césped
perfectamente cuidado.

El bebé todavía está profundamente dormido cuando saco el portabebés del


asiento trasero y entro. Generalmente no siento miedo, pero cuando me acerco a la
oficina de Nero, es muy real. Es miedo a lo desconocido, a tener que tomar una
decisión.

Cuando cruzo el umbral, Nero levanta la vista de su escritorio, con el teléfono


pegado a la oreja. Su mirada cambia de mí al portador a mi lado.

—Está bien, Gio —dice—. Déjame saber qué decidiste. —Luego cuelga,
arrojando el teléfono sobre el escritorio—. Morte. Te extrañé.

Permanezco cerca de la puerta, tropezando con las palabras que debo decir.
Cuando no me muevo ni hablo, Nero se pone de pie y se acerca, con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre?

Encuentro su mirada oscura cuando sus dedos rozan mi mejilla.

—Ella es mía.

Las palabras se asientan en su rostro antes que su atención caiga en la diminuta


criatura dormida, tan felizmente inconsciente de lo arruinada que ya fue su corta
vida.

—No la abandonaré. —Mi voz es más fuerte de lo que esperaba, a pesar de lo


que se siente como una bola de espinas dentadas en mi estómago. No la cargué como
lo hice con Dante, pero no deja de ser mi hija. La siento, como parte de mi alma. Pero
ella no es hija de Nero, y él está más allá de la caridad sentimental—. Es mucho
pedir. Entiendo si…

Me interrumpe con un beso, sus labios se posan sobre los míos.

—¿Aún no lo sabes? Podrías pedirme el mundo, Morte, y te lo daría en bandeja


de plata.

—Esto es diferente.

—Consideré que esto podría suceder. Dada la obsesión de Nicholai contigo. Usó
a tu propia hermana para crear un niño… —Por supuesto que lo pensé. Este era
Nero. Tenía un plan para todo—. Entonces, pregúntame.

—Ella no es tuya, Nero. —Es la dura realidad, una verdad brutal.

—Lo que es tuyo es mío, y lo que es mío es tuyo. ¿No es de eso de lo que se trata
el matrimonio?

Jesús. No es como si hubiera traído a casa un perro callejero. Traje a casa un bebé
sin previo aviso.

—¿Así?

—Como dije, consideré la posibilidad por un tiempo. Confía en mí cuando digo


que un padre no es biológico. Así que pregúntame, Morte.

—¿Serás su padre, Nero?

—Por supuesto. —Una sonrisa tira de un lado de sus labios—. Una esposa y dos
hijos. Me estoy volviendo positivamente civilizado.

Dejo el portabebés y agarro su rostro, besándolo con fuerza. No podría amarlo


más en este momento. Podría haber sido el villano para todos los demás, pero para
mí y para nuestros hijos, era un héroe manchado de sangre.

—Justo cuando creo que te conozco, me sorprendes, Capo.

—Hay muy pocas cosas que no haría por ti, mi mariposa cruel. —Él me acerca—
. ¿Cómo le vas a llamar?

—¿No quieres ninguna opción?


—Bueno, nombré a Dante sin ti.

—Lo hiciste. —Miro el suave cabello blanco de la niña, igual que el mío y el de
mi madre—. Tatiana. Era el nombre de mi madre.

—Un hermoso nombre. Y estoy seguro que será tan hermosa y letal como su
madre. Dios nos ayude a todos. —Él me libera—. Ahora, acuesta al bebé. Te extrañé,
mi futura esposa.

Bufo.

—Para.

—Oh, ¿ya no quieres ser mi esposa?

Mis brazos se enrollan alrededor de su cuello, los dedos rastrillan el cabello


oscuro. —Sabes cómo me siento acerca de tus formalidades mafiosas de mierda.

Sus labios susurran sobre mi cuello. Los dientes raspan mi piel.

—Pero eres una reina tan despiadada de dicha mafia.

Un grito agudo hace que se aleje de mí y mire al suelo.

Muevo una mano hacia Tatiana.

—Tu nueva princesa llama.

Sus cejas se juntan cuando se agacha y saca a Tatiana de la mochila.

—Joder, no estoy hecho para ser el padre de una niña. —Se ve genuinamente
preocupado, y tengo que luchar contra una sonrisa. El pobre tipo no tiene idea de lo
que le espera, pero sin duda la protegerá. Mantengo el hecho que el formidable y
violento Nero Verdi nunca es más atractivo que con un bebé en sus brazos—. Vamos,
Tesoro. Veamos si podemos conseguirte alguna fórmula.

—Nero.

Se detiene en la puerta.

—¿Sí?
—Te amo.

—Joder, te amo, , Morte. —Sale de la habitación. Los gritos de Tatiana se elevan


sobre el sonido de sus pasos mientras se retira por el pasillo.

Es una cosa extraña, haber tenido tu vida marcada ante ti, solo para que alguien
se interponga en tu camino y lo desvíe tan violentamente que no puedes recordar
cómo fue estar sin ellos. Nero es un reflejo oscuro y retorcido de mí misma. Mi alma
gemela si tal cosa existe, el padre de mis hijos. Mi monstruo. Para siempre.

Fin.

También podría gustarte