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Lady Bird
Dark Queen
STAFF ___________________________3 8_____________________________ 121
NOTA DEL STAFF ___________________6 9_____________________________ 127
SINOPSIS _________________________7 10____________________________ 135
PRÓLOGO ________________________8 11____________________________ 142
MAKE ME ________________________9 12____________________________ 148
1 ______________________________10 13____________________________ 157
2 ______________________________15 14____________________________ 162
3 ______________________________18 15____________________________ 171
4 ______________________________23 16____________________________ 175
5 ______________________________27 17____________________________ 178
6 ______________________________34 18____________________________ 186
7 ______________________________44 19____________________________ 192
8 ______________________________50 20____________________________ 197
9 ______________________________56 21____________________________ 204
10 _____________________________59 22____________________________ 213
11 _____________________________64 23____________________________ 215
12 _____________________________68 24____________________________ 217
KILL ME _________________________69 25____________________________ 228
1 ______________________________70 26____________________________ 232
2 ______________________________75 27____________________________ 239
3 ______________________________82 28____________________________ 243
4 ______________________________93 29____________________________ 246
5 ______________________________97 KISS ME _______________________ 248
6 ______________________________99 PRÓLOGO _____________________ 249
7 _____________________________105 1_____________________________ 252
2 _____________________________258 20____________________________ 375
3 _____________________________264 21____________________________ 380
4 _____________________________269 22____________________________ 401
5 _____________________________274 23____________________________ 405
6 _____________________________278 24____________________________ 407
7 _____________________________284 25____________________________ 412
8 _____________________________292 26____________________________ 419
9 _____________________________297 27____________________________ 422
10 ____________________________299 28____________________________ 425
11 ____________________________305 29____________________________ 427
12 ____________________________310 30____________________________ 432
13 ____________________________312 31____________________________ 438
14 ____________________________319 32____________________________ 444
15 ____________________________329 33____________________________ 447
16 ____________________________346 34____________________________ 451
17 ____________________________354 EPÍLOGO ______________________ 455
18 ____________________________364 EPÍLOGO ADICIONAL _____________ 458
19 ____________________________370
Querido lector,
Quisimos unir los tres libros en uno solo para que tu experiencia sea mejor, si
bien es cierto la autora aconseja leer los libros en el orden que quieras, para
nosotras el orden sugerido es este:
#0.5-Make Me
#1-Kill Me
#2-Kiss Me
Ella no es más que un peón para ponerme en la cima de la mafia de Nueva York.
Sin embargo, me encuentro deseando su violencia, sus labios... y eso podría hacer
que me maten.
Desconocido
La vida tiene una forma de darte un destino de mierda. Haber nacido en una
familia amorosa, la oportunidad de ser alguien importante, y luego todo se
desmorona. Tus padres mueren en un accidente, no tienes familia que pueda
cuidarte y terminas en un lugar como este, un orfanato. Ahora sólo somos mi
pequeña hermana y yo, Anna. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaba protegida y
amada, me convertí en una protectora a la tierna edad de ocho. Hemos estado cinco
años en este lugar, y he aprendido cómo sobrevivir, porque se supone que esto es
un lugar que cuida de los niños, esa definición es aparentemente abierta a la
interpretación. He aprendido sin embargo... la única persona que alguna vez te
cuidará, eres tú mismo.
Sentada en el suelo del armario, espero a que los dos miembros del personal de
la cocina se vayan. Escucho el ruido de ollas y sartenes que se aquietan antes de que
se apaguen las luces, privándome de la pequeña porción de luz que tenía para mirar.
Espero hasta que oigo el clic de la cerradura, salgo de mi escondite. Mi estómago
gruñe ante la idea de la comida mientras voy de puntillas a través de la cocina y abro
la puerta de la despensa. Detectando una hogaza de pan, corto un par de rodajas y
dos manzanas, luego en silencio cierro la puerta de nuevo. El truco es no tomar
demasiado y arriesgarse a que se den cuenta. Entrar aquí no es difícil, fuera de ahí
viene lo complicado. Las cocinas están en el sótano y con la puerta cerrada la única
salida es a través de una pequeña ventana que conduce al suelo. Encuentro un paño
de repuesto y lo uso para envolver mi comida como un paquete. Saltando en una de
las tuberías de acero, me acerco a la ventana, tirando el viejo pestillo, lo
suficientemente fuerte para lograr soltarlo. Se abre con un fuerte crujido y hago una
mueca, con la esperanza de que la matrona no esté al acecho. He estado robando
comida de la cocina durante meses. Sé que lo sabe, pero todavía no me ha atrapado.
El gobierno ruso paga a orfanatos como este, una tasa básica por niño, para sus
alimentos, ropas y cuidado. Supongo que la matrona vio una oportunidad. Como
dije, la única persona en la que puedes confiar eres tú, y ella está definitivamente
cuidando de sí misma. Le gusta pensar en nosotros como ganado, si puede reducir
el costo de mantener a cada niño, así puede aumentar su beneficio. Nuestra comida
se raciona a una sola comida por día, y la ropa es pasada de niños mayores a los más
pequeños hasta que el material esté tan gastado que está desintegra. Anna tiene
calambres estomacales y se siente mareada debido a la falta de alimentos a veces, así
que robo un poco para ella. No es suficiente para que lo noten, pero por aquí, todo
se nota.
Tiro mi pierna sobre el alféizar de la ventana y caigo al otro lado. Anna se sienta
derecha, presionándose contra la pared.
Pateo mis zapatos y corro la manta de la cama de Anna y subo. Ella se corre más
cerca de la pared, haciéndome espacio. Se supone que debo dormir en la litera
superior, pero no puedo, no recuerdo alguna vez dormir allí durante toda una
noche.
Me despierto cuando algo choca con mi cara, el sonido de la piel que choca
contra mi cráneo. Mis ojos se abren e inmediatamente salto de la cama, parándome
lejos de la matrona. Ella se para con una mano en la cadera y una manzana en la
otra.
—Ven conmigo —dice con una sonrisa enfermiza y dulce en su cara. Anna se
acurruca contra la pared y puedo sentirla temblando.
Sé lo que viene y no quiero que Anna lo vea, así que me levanto y sigo a la
matrona fuera de la habitación. Ella me lleva a su oficina al otro lado del orfanato y
abre la puerta, entra y se vuelve hacia mí. Cierro la puerta y me paro allí, mis ojos
fijos en la alfombra marrón desgastada.
Ella gira alrededor y me pega una cachetada tan fuerte que caigo sobre mis
rodillas. Escupo sangre en el suelo, paso mi mano por mi cara, sintiendo mi labio
partido. Se para, al lado mío, con su gesto más frio en su cara. Parece una maestra
de escuela con su pelo tirado en un rodete y su falda a la rodilla, rematado con un
cárdigan. Sí, parece una dama mayor muy agradable, excepto que no lo es. Esta no
es la primera vez que mi cara ha tenido un encuentro con su mano.
—Aprenderás cuál es tu lugar, Una. No eres nada ni nadie, solo una huérfana no
deseada. ¡Dilo! —grita en mi cara, saliva volando de esos labios delgados y crueles.
El cigarrillo cuelga entre sus dedos y el olor de tabaco ondea alrededor de la
habitación.
—Te enseñaré tu lugar, chica —sisea—. Recuerda que te mereces esto. —Ella
toma el cigarrillo y lo apaga en mi hombro. Duele, realmente duele. Aprieto los
dientes, conteniendo las ganas de gritar.
Esta no es la primera vez que abusa de mí, y no será la última. Sus castigos
pasaron de unas rayas rosas con un cinturón a través de mis muslos, a las rayas
sangrantes carmesí a través de mi espalda y varios golpes en la cara que implicaban
un diente astillado o dos. Por supuesto, cuantos más años han pasado, más resistente
me he vuelto. Tan resistente que puedo fingir que esto no me hace querer gritar y
llorar. Ni siquiera es el dolor lo que lo hace horrible, es el hecho de que cada vez que
me lastima, me recuerda que realmente estoy sola, que nadie vendrá y me protegerá.
Ella me mira y le devuelvo la mirada, escupiendo otra bocanada de sangre a sus
pies. Un día, la mataré por cada acto horrible que ha hecho. Pero tengo que
sobrevivir el tiempo suficiente para hacerlo.
“Todo en la vida es temporal”.
Desconocido.
Miro la grieta que atraviesa el viejo piso de azulejos. Mi corazón está latiendo
rápido y me aferro a la mano de Anna en un intento de detener mis temblores. Los
otros niños están alineados al lado de nosotros, cada uno deseando que un agujero
en el suelo se abra y los trague. Cualquier cosa para escapar del anuncio. Sus
respiraciones superficiales y de pánico sólo me recuerdan que no estoy a salvo, que
no estamos a salvo. Las uñas de Anna se clavan en mi palma, y el sudor resbala por
su piel, haciendo que apriete su agarre en mi mano. Intento bloquear el sonido de
los pasos pesados mientras un par de botas se abren paso, interrumpiendo el
pequeño parche de mosaicos en el que estoy enfocada. Trago fuerte y aprieto los
ojos, rezando a cualquier dios que pueda escuchar.
—Abre los ojos, chica. —Contengo el llanto que sube hacia mi garganta y abro
los ojos. La cara frente a mi es una que se fija en mi mente, la pesadilla con la que
cada niño aquí en el hogar se despierta gritando en la a mitad de la noche. Lo
conozco sólo como Volynshchik, es de un cuento de niños. El Volynshchik es un
hombre que alejaba a los niños de sus padres usando una pipa mágica. Sólo que este
hombre no aleja a los niños de sus padres y no necesita una pipa. Se lleva a los niños
que no tienen padres, los abandonados y los no deseados, los desesperados y los
descuidados.
Pero nada podría ser más aterrador que los susurros de su nombre, los cuentos
de lo que sucede con los niños que adopta... bueno, compra. Porque la matrona no
sólo mata de hambre y golpea a los niños, ella también los vende.
En el exterior El Volynshchik se parece a cualquier otro hombre, bajo, pelo
recortado, ligeramente gris, una cara que no es particularmente memorable, pero
son sus ojos los que me tienen temblando de miedo. sus ojos están completamente
vacíos de vida, son más animales que humanos.
—Esta es bonita —dice con una sonrisa enferma, nunca sacando esos ojos
helados de mí—. ¿Cuánto?
Una sonrisa retorcida tira de sus labios cuando se vuelve hacia mí. Sus ojos se
arrastran sobre mi cuerpo de una manera que me hace sentir enferma del estómago.
—¿Edad?
Se ríe, me asusta.
—La llevaré. —No, no, no, no. Él se inclina cerca, soplando su aliento a vodka
sobre mi cara—. Y te romperé, niña. —Presiona sus labios contra los míos tan
suavemente y es más aterrador que si me hubiera golpeado. Cierro los ojos de nuevo,
luchando contra las lágrimas—. Lo prometo.
TODO LO QUE PUEDO oír es el golpeteo frenético de mi propio pulso en mis
oídos. Esto no puede estar pasando. Anna envuelve sus brazos a mi alrededor, el
sonido de sus sollozos se convirtió en un gemido agonizante mientras enterraba su
carita en mi pecho. Sus lágrimas me empapan la camisa, mojando mi piel. No puedo
pensar. Todo lo que puedo hacer es aferrarme a ella firmemente y la esperanza de
que algo o alguien me salvará. No tengo miedo por mí, tengo miedo por mi
hermanita, sola en este lugar, sola en el mundo. Sólo tiene diez años. Ella me
necesita. Una mano áspera cae sobre mi hombro, tirando de mí lejos de su alcance.
—¡No! —grito.
—¡Joder! —Me libera y caigo sobre mis manos y rodillas. Me arrastraré hacia ella
si es necesario. Un grito sube por mi garganta cuando unos dedos fuertes me rodean
el tobillo. Veo a mi hermana, su dulce rostro rojo y manchado de lágrimas. Entonces
algo golpea la parte posterior de mi cabeza y todo se vuelve negro.
“La inocencia es como una armadura pulida; adorna y defiende”.
Robert Bishop
Parpadeando abro mis ojos, me quejo y me estremezco de nuevo contra las luces
fluorescentes brillantes sobre mi cabeza. Mi cabeza está latiendo y mi cuerpo se
siente rígido y dolorido. De repente, todo viene a mi mente. Anna. Entro en pánico,
sentada en posición vertical. El movimiento hace que mi cabeza gire y mi visión se
nuble. Todo lo que puedo ver es concreto. Las paredes, el techo, el suelo, todo gris y
sombrío. Ni ventanas, ni nada. Estoy acostada en una cómoda cama, colgando de la
pared a través de dos cadenas. Es una celda de prisión. Noto una cámara de
seguridad en la esquina de la habitación arriba de la puerta, la luz roja parpadea.
Tiro mis rodillas a mi pecho y envuelvo mis brazos alrededor de ellos, luchando
contra las lágrimas. Aprieto los brazos más fuerte en un intento de detener el
violento temblor de mi cuerpo. Anna y yo nunca lo hemos tenido fácil, pero al menos
nos teníamos la una a la otra. Sólo que ahora, estoy aquí, y ella sigue allí a merced
de esa mujer malvada.
He oído historias de El Volynschik. Los niños que toma nunca se ven de nuevo.
Una lágrima recorre mi cara y trago el bulto doloroso en mi garganta. Salto cuando
la puerta chilla y luego se abre. En el momento en que lo veo, el miedo me invade
con tanta fuerza que creo que me voy a enfermar. Una sonrisa horrible sale de sus
labios a medida que se para cerca de mí. Me acurruco en una bola aún más apretada,
tratando de hacerme más pequeña. Otro hombre entra en la habitación,
permaneciendo junto a la puerta.
—¿Por qué crees que la traje de vuelta? —Se ríe—. Párate, chica —grita, pero yo
no me muevo. No puedo moverme. Mis extremidades están paralizadas en su lugar.
Grito cuando me alcanza, agarrando un puñado de mi pelo y arrastrándome de la
cama. Mis rodillas chocan con el suelo de hormigón y al caer el dolor llega hasta mis
piernas. Sus botas están justo delante de mí. Quiero llegar tan lejos de él como sea
posible, pero me quedo quieta, mirando el suelo a medida que las lágrimas caen por
mis mejillas de manera constante. Se agacha y sus callosos dedos agarran mi
mandíbula, forzando mi cara hacia arriba. Cierro los ojos y él se ríe.
—Cierra los ojos todo lo que quieras. ¿Recuerdas lo que te dije? —No digo nada,
pero siento su aliento perfumado de humo caliente en mi cara.
Su risa resuena alrededor del pequeño espacio y un grito frustrado deja mis
labios. No voy a salir de aquí. Dos hombres adultos, contra mí, una chica. Van a
lastimarme y probablemente matarme, o peor, me harán una puta. Sé todo sobre
estas cosas, los lugares a los que envían a chicas de mi edad. Preferiría morir.
Erik me agarra del pelo, tirando mi cabeza hacia atrás tan fuerte que lloro y me
obliga a ponerme de rodillas delante de él. Se acerca y me empuja hacia él hasta que
mi mejilla se presiona contra su entrepierna.
—¡Basta! —La voz viene de la puerta y Erik me lanza una última mirada y se
pone de pie. El tipo que me sostiene me libera como si estuviera en llamas.
—Quítate de encima de ella —dice la voz. Erik me mira una última vez y se pone
de pie. Me siento y corro hacia atrás a la esquina de la habitación, sosteniendo los
pedazos destrozados de mi camisa juntos mientras pongo mis rodillas sobre mi
pecho. No quiero estar aquí. Quiero estar en cualquier lugar menos aquí.
Presionando mi cara contra mis rodillas, cierro los ojos. Me imagino que estoy de
vuelta en el orfanato con Anna sentada a mi lado, con su dulce sonrisa en su cara.
—Una —susurro.
—Eres fuerte. Una luchadora —dice, sosteniendo la paleta roja delante de su cara
e inspeccionándola.
—Por favor, déjame ir —susurro, luchando contra las lágrimas—. Quiero ir a ver
a mi hermana.
—Son los fuertes lo que sobreviven en este mundo, Una. Y los débiles mueren,
olvidados e intrascendentes. —Coloco mi pelo detrás de mi oreja y él sigue el
movimiento—. Puedo ofrecerte el mayor regalo de todos, palomita. Puedo hacerte
fuerte.
—¿Cómo?
Camina hacia un coche deportivo negro y mantiene la puerta abierta para mí.
Entro y él se inclina sobre mí, agarrando el cinturón de seguridad y lo ajusta antes
de cerrar la puerta. No tengo idea a dónde está llevándome, pero tiene que ser mejor
que quedarse aquí con Erik. No tengo muchas opciones en este momento.
“La vida como realmente es, no es una batalla entre lo bueno y lo malo, sino
entre lo malo y lo peor”.
Joseph Brodsky
Conducimos por un largo camino desierto, bordeado de árboles que dan camino
al bosque. Sus ramas caen fuertemente bajo el peso de la nieve, que brilla en la
oscuridad, reflejando la luna. Se ve encantador y aterrador, sin embargo, de alguna
manera se siente pacífico. Finalmente llegamos a una puerta alta, colocada en una
cerca de metal con eslabones de cadena, rematada con alambre de púas. No puedo
ver lo que está pasando al otro lado mientras una ráfaga de nieve cruza el camino
de los faros. Un solo guardia con un rifle se acerca a la ventana. Se ve congelado,
acurrucándose en su chaqueta y una corriente de aliento nebulizado deja sus labios.
Nicholai baja la ventanilla y un aluvión de aire frío entra, haciéndome temblar. El
apenas mira a Nicholai antes de correr para abrir la puerta como un ratón asustado.
—¿Quién eres? —le pregunto tan en silencio que no estoy segura de si realmente
me oyó.
Suspira.
—Hago muchas cosas, palomita. Aprenderás todo al respecto muy pronto. Vas
a trabajar para mí.
—No estoy seguro todavía, pero entrena duro, lucha como si tu vida dependiera
de ello y tal vez te convertirás en todo lo que podrías soñar. —Sonríe. El coche se
detiene y finalmente alejo mi mirada de sus ojos grises. Mi puerta se abre desde
afuera y un hombre en gris, azul y blanco con uniforme militar se encuentra en el
otro lado, esperándome. Disparo una mirada preocupada de nuevo a Nicholai—.
Volveré por ti muy pronto, palomita. Recuerda lo que dije. Lucha. —El soldado me
agarra del brazo y me saca del auto. Quiero llorar por el aire helado que me corta las
mejillas. La puerta se cierra detrás de mí y se escuchan las revoluciones del motor
alejándose, ruedas girando y pulverizando nieve para todas partes. Estoy sola, a
kilómetros de mi hermana y una vez más aterrorizada por la situación desconocida
en la que estoy a punto de entrar.
NO SÉ cuánto tiempo llevo aquí. Otra sala de hormigón, otra prisión. Nicholai
nunca volvió. No hay ventanas aquí y no tengo idea si es de noche o de día. Mis
captores me traen comida tres veces al día, y esa es mi única medida del paso del
tiempo, mi única rutina, pero estoy empezando a pensar que eso no es confiable. A
veces se siente como si las comidas están a sólo cinco minutos de diferencia. Creo
que he estado aquí durante diez días. Dejan las luces encendidas todo el tiempo, lo
que hace que sea difícil dormir, y cuando me duermo, me despiertan. Me gritan sin
razón y me dicen que me van a matar. A veces simplemente sueltan alimentos
dentro de la puerta y salen, otros que vienen y me golpean por nada.
Estoy cansada y confundida, y me duele todo el cuerpo. Sólo quiero que todo
termine. Vivo en este estado constante de aprehensión, tratando de adivinar lo que
viene a continuación, pero sea lo que sea que creo que van a hacer, siempre está mal.
¿Por qué Nicholai me haría esto? Me traicionó. Confié en él. Ese fue mi error. ¿Por
qué me traería aquí? Pero entonces, ¿por qué no lo haría? Si hay algo que he
aprendido en mi corta vida es que las personas son intrínsecamente malvadas.
Quieren herir a los demás, y quieren que seas débil y vulnerable, así es mucho más
fácil aprovecharse. Me gustaría poder decir que era fuerte, y en el orfanato lo era.
Por Anna. Esto es diferente. La matrona no podía matarme. Esta gente puede y lo
hará. Lo veo en sus ojos. Me estoy volviendo paranoica, esperando el día que abran
esa puerta, me pongan un arma en la cabeza y tiren del gatillo.
Salto cuando la puerta se abre. El mismo tipo de siempre, entra con una bandeja
de comida.
El tipo coloca la bandeja en el suelo junto a la puerta y sale sin decir una palabra.
Estoy lista para gritar, para golpear mi cabeza contra la pared, cualquier cosa,
cualquier cosa menos un minuto más en este lugar. No sé cuánto tiempo pasa, pero
la puerta se abre otra vez. Me quedo en la cama, mirando al techo. No hay caso en
tratar de hablar con él, porque nunca contesta. Aprendo rápido.
Las lágrimas pinchan mis ojos y sollozo mientras me siento en la cama. Me sonríe
cálidamente, pero no me muevo. No puedo. Es un truco. Estoy segura de ello. Pongo
mi espalda contra la pared y levanto mis piernas.
—Lo siento. —Se sienta en la cama junto a mí—. Estoy aquí a hora. Te extrañé.
— Acaricia mi sucio cabello enredado hacia atrás lejos de mi cara, metiéndolo detrás
de mi oreja—. No dejaré que te pase nada, palomita. —Pone mi cara entre sus manos,
frotando sus pulgares sobre mis mejillas, que se sienten permanentemente húmedas
por las lágrimas que no parecen dejar de caer.
Por primera vez me siento segura, sé que Nicholai es la única persona en la que
puedo confiar. El único. Él se preocupa por mí cuando nadie más lo hace. Me
protegerá. Tiro mis brazos alrededor de su cuello y me acerca. Inhalo el olor de humo
de cigarrillo y aunque debería odiarlo por la matrona, no lo hago. Me recuerda a él,
a su chaqueta. Eso me recuerda que me salvó.
—¿Para qué?
Stephen King
Nicholai camina delante de mí, dando pasos en el concreto gris. No veo a nadie
más aquí, y me pone nerviosa. El eco de nuestros pasos me tiene mirando a mi
alrededor nerviosamente. Eventualmente se detiene en una puerta y se vuelve hacia
mí, con una sonrisa en su cara.
—Tienes cinco minutos. Hay ropa limpia para ti. —Hace gestos con su brazo
para que yo entre. Lo miro a él brevemente y luego abre la puerta. El suelo bajo mis
pies desnudos es de azulejo y puedo escuchar el eco constante del agua goteando.
Duchas. Hay un estante a la izquierda con algunas ropas negras dobladas. Cinco
minutos dijo. Me quito mis vaqueros sucios y la camiseta que me dieron en mi
primer día aquí. Hace un frío glacial y mis dientes castañetean mientras tiemblo
violentamente. Abro el agua de una de las duchas y está fría, pero no tengo tiempo
para esperar a que se caliente. Él dijo cinco minutos y no quiero arriesgarme a que
venga aquí para arrastrarme fuera. Salto bajo el agua fría y casi grito cuando toca mi
piel. Sin embargo, se calienta rápidamente y yo juro que el agua caliente nunca se
sintió tan bien. Hay un dispensador de jabón en la pared, y el jabón en gel huele a
limpiador de baño barato, pero no me importa. Me lo froto en el pelo y sobre mi
cuerpo, lavándolo hasta que el agua corra clara y me sienta limpia. Quiero estar en
este calor todo el día, pero no puedo. En el momento en que me seco y me visto ya
me siento más cuerda, como si psicológicamente hubiera lavado los efectos de mi
encarcelamiento. Estoy vestida con una camisa negra de manga larga y lo que parece
ser pantalones de combate.
Camina delante de mí hasta el final del pasillo donde se detiene de nuevo frente
a una puerta y me hace un gesto para que siga adelante de él. Me hace sospechar,
como si quisiera que fuera primero y enfrentarme a lo que puede estar en el otro
lado. Sé que es ridículo. Si quisiera hacerme daño o matarme, seguramente lo haría.
Pero no puedo quitarme la paranoia.
—Tu nuevo hogar —dice en voz baja. Hay un teclado a la izquierda, y se inclina
a mi lado, introduciendo un código.
Entro en pánico y doy la vuelta, chocando con el pecho de Nicholai. Sus dedos
se envuelven alrededor de la parte superior de mi brazo y me hace girar alrededor
de él tan fuerte que casi me caigo. Sostiene mis hombros, obligándome a mirar a mi
alrededor. La habitación es amplia, y en su mayor parte es un espacio vacío. Todo lo
que está disponible en la pared está cubierta de armas. Pistolas y cuchillos, arcos
cruzados y espadas. Hay objetivos en la pared lejana y sacos de arena pesados
colgando en el centro de la habitación. La peor parte, sin embargo, es el concreto
desgastado bajo mis pies. El gris está manchado de sangre, convirtiéndolo en un
extraño tono de marrón con rayas rojas en algunos lugares.
—Sasha, ella es Una. —Me da una breve mirada, pero no dice nada—. Ella se
unirá a ti y a tus camaradas entrenando. —Otra vez sus ojos me miran, persistiendo
sólo un poco de más tiempo esta vez.
—Sí, Señor.
—Bien. Esto me hace muy feliz. Hazme sentir orgulloso, palomita. —Él guiña el
ojo y luego se dirige a la puerta.
Se está yendo. Por supuesto, sabía que lo haría, pero el pánico aumenta en mí.
—Madura, o morirás.
—Va a donde quiere. Él es el jefe, y tú estás aquí porque él piensa que tienes lo
que se necesita.
—Para ser uno de su élite. —Se acerca a mí, inclinando la cabeza hasta que puedo
sentir su aliento en mi cara. Él levanta una ceja—. Un asesino. Un sicario —dice las
palabras en voz baja, para hacer un efecto. Está tratando de asustarme, y está
funcionando, pero me niego a mostrarlo. ¿Un asesino?
—Bueno, eres una chica, pero si Nicholai te quiere... —Se da la vuelta y empieza
a caminar lejos—. Mantén el ritmo, y trata de pasar la primera semana. Él me pidió
que te vigilara. Prefiero que no mueras.
Hay otro pasillo de hormigón con luces fluorescentes fuertes que parpadean
sobre nuestras cabezas. Abre una y se hace a un lado, permitiéndome caminar
delante de él.
—Pero... es una chica. —Un chico de pelo oscuro escupe la palabra como si fuera
algo sucio.
Una risa viene de uno de los otros, un chico alto que no tiene la camisa puesta.
—Nunca ha visto una antes.
Lanza algo y luego actúan como si yo no estuviera aquí. Libero el aliento que
había estado conteniendo y Sasha sacude su cabeza, gesticulando para que le siga.
—¿Um, gracias?
—Alex.
Alex sigue mi mirada y sonríe. Hay algo sobre él, una facilidad que se siente
fuera de lugar. Este lugar ya se siente como una tumba, una tumba de hormigón de
la que nadie sabe nada, un lugar donde los niños son entrenados para convertirse
en asesinos, aparentemente. Lo haré.
No moriré aquí. Casi me resigno a ese hecho, y aun así... Nicholai me trajo aquí.
Dijo que tiene fe en mí. Tal vez pueda hacer esto. Tal vez pueda ser fuerte. Tal vez
pueda convertirme en alguien temido, porque el miedo despierta respeto. Yo quiero
eso. Quiero ser poderosa. Por alguna razón quiero ser digna de Nicholai, la
esperanza, su fe. Quiero que se sienta orgulloso.
Me permito pensar en ella, algo que evité mientras estaba en esa celda. Debe
estar teniendo pesadillas horribles ahora mismo. La extraño mucho. Las lágrimas
me pican detrás de los ojos y luego empiezan a caer en un flujo constante. Presiono
mi mano sobre mi boca para callar mi respiración entrecortada y aprieto mis ojos,
dispuesta a controlarme, pero no puedo. Escucho los suspiros agravados de más de
uno de los chicos de la habitación. Deben pensar que soy una chica patética que no
durará ni dos minutos. Probablemente no lo haré. No sé cuánto tiempo he estado
acostada ahí tratando de sofocar el sonido de mis propias lágrimas, pero
eventualmente los resortes de la litera encima de mí gimen y yo sólo veo un par de
piernas en la oscuridad antes de que Alex salte al suelo.
—Sigues llorando así, Titch 1, estos tipos te van golpear en el cuadrilátero mañana
—susurra, y puedo ver su brillante sonrisa en la oscuridad.
Le frunzo el ceño.
1
Se utiliza como una forma de hablar o dirigirse a una persona pequeña.
Me quedo allí, mi cuerpo tenso. ¿Por qué hace esto? Estoy inmediatamente
sospechando de cualquier forma de bondad, porque bueno, es una rareza en mi
vida. No, es como él dijo, está cansado y yo lo mantengo despierto. Eso es todo.
Finalmente me relajo en su calor. Él permanece encima de la manta, el fino material
que divide nuestros cuerpos. Hace frío afuera, pero Alex sólo tiene puestos sus
pantalones de entrenamiento, aparentemente sin ser tocado por el aire helado. Sus
respiraciones se igualan casi inmediatamente y me concentro en él, en el constante
latido de su corazón junto a mi oído, es rítmico y la liberación de su aliento. Los
sonidos me adormecen.
UN AÑO DESPUÉS.
14 AÑOS
Austin O'Malley
Nicholai tenía razón cuando dijo que me haría fuerte. Esto, justo aquí, se siente
como un propósito. Me hace sentir como si cuando los monstruos vengan por mí,
pueda luchar contra ellos, por qué ellos lo harán, porque siempre lo hacen
eventualmente.
—No me gusta el desorden innecesario —digo de plano—. ¿Por qué sacar sangre
cuando puedes vencer a un enemigo sin ella?
Alex gime desde el suelo. James está agachado a su lado, haciendo flotar un pote
de sales aromáticas bajo su nariz. Él tose y hace señas a James para que se aleje.
—Dios, eso huele a mierda. —Me mira y sonríe—. Te estás volviendo buena en
eso, Titch. —Se pone de pie y se acerca a nosotros, sacudiendo la cabeza. Lo miro
fijamente pero no digo nada más mientras se pone en línea a mi lado. Odio cuando
me llama Titch delante de los demás.
James está de pie delante de nosotros, encontrándose con cada uno de nuestros
ojos a su vez.
Nos despedimos y nos dirigimos a las duchas. Los días aquí son agotadores y no
parece importar como de acostumbrados deberían estar tus músculos, todavía
duelen al final de cada día. Nuestros días consisten en entrenamiento en todo, desde
la lucha, hasta el tiro y el estado físico general. Luego está el lado mental, así como
el educativo. Estoy aprendiendo inglés, italiano, español y alemán. También
aprendemos táctica y estrategia, porque no es suficiente para matar a un objetivo,
primero tienes que acercarte y luego tienes que tener un plan de escape. Todo aquí
es como un asalto físico y mental, reentrenando tu cuerpo y tu mente para ver el
mundo bajo una luz completamente diferente. James a menudo nos dice que para
ser el mejor debes esperar lo inesperado y ser preparado para cualquier
eventualidad. La preparación en el conocimiento es clave a la supervivencia.
Las duchas están separadas por tabiques divisorios que cubren a un adulto
promedio desde la mitad del muslo hasta el hombro. Alex está en el puesto a mi
izquierda y su mirada está firmemente fijada en Sunny, el músculo de su mandíbula
hace tic-tac mientras lo mira fijamente. La tensión es pesada en el aire y me
encuentro mirando entre los dos.
—Una, sal —dice Sasha en voz baja, apareciendo frente a mí y sosteniendo una
toalla como una pared, bloqueándome del resto de la habitación. Su cara es seria y
sus ojos se dirigen sutilmente hacia Alex—. Ahora —gruñe.
Pongo los ojos en blanco y le quito la toalla, saliendo de debajo del agua caliente.
—Es sólo piel, chicos. Me quejo, principalmente hacia Sunny—. No tengo ni idea
de por qué estás siendo tan raro. Ninguno de ellos dice nada, así que respiro
profundamente y me voy del baño, volviendo al dormitorio. Me pongo un par de
pantalones de ejercicio y una camiseta sin mangas, todo en negro, por supuesto y
voy a la cafetería. Sasha y Alex están normalmente conmigo, pero aparentemente
están ocupados teniendo su extraño momento de chicos con Sunny. Intento arrastrar
los dedos por el pelo, pero las hebras húmedas están enredadas sin esperanza
gracias a la falta de cualquier tipo de lavado real. Magda, cocina toda nuestra comida
en la cafetería. Es una señora agradable, pero muda. Ella me da una bandeja de
comida y sonrío y le doy las gracias. La comida aquí es buena, mucha carne para las
proteínas y carbohidratos para la energía. Está muy lejos de las raciones del orfanato.
Una vez más, mi mente trae recuerdos de Anna y casi inmediatamente lo alejo.
Pienso en ella y me siento culpable por dejarla sola, entonces me siento mal, así que
me niego a permitirme pensar en ella, lo que me hace sentir aún más culpable. Es
mejor dejarlo todo mientras estoy aquí, sin poder hacer nada al respecto. Es un
proceso de pensamiento sin sentido que no hace más que herirme.
—Jesús, Titch, eres como una aspiradora. —Él sonríe, asintiendo con la cabeza a
mi bandeja. Adam y Sunny entran y yo instantáneamente me fijo en la hinchazón
del ojo izquierdo y la mandíbula magullada de Sunny. También está caminando
ligeramente encorvado. Alex es un pendenciero, irracional, cabeza caliente y cuando
golpea, hace el máximo daño.
—Te peleaste con Sunny. ¿Por qué? —le pregunto. Sasha deja caer sus ojos a la
mesa y parte del humor desaparece de los ojos de Alex.
—Estaré bien, Titch. —Frunzo el ceño con sus dedos en mi muslo, y cuando
levanto la vista, Sasha me mira de forma extraña. ¿Qué es lo que pasa con ellos hoy?
Me pongo de pie y recojo mi bandeja—. ¿A dónde vas? —pregunta Alex.
Me sobresalto cuando algo me roza la mejilla. Debo haberme dormida. Alex está
sentado en el borde de mi cama y una línea se hunde entre sus cejas mientras me
mira fijamente. Sus dedos me rozan la mejilla mientras sus ojos se fijan en mi cara.
Sonríe más.
—Así que estás enfadada conmigo. —Un mechón de pelo oscuro cae sobre su
frente y esos ojos oscuros se encuentran con los míos, que es todo lo que hay de Alex
en ellos.
—¿Por qué te pelearías con Sunny? —Suspiro.
El ceño fruncido vuelve y deja caer sus ojos en el lugar junto a mi cabeza. Él gira
un pedazo de mi pelo alrededor de su dedo hasta que las hebras rubias cortan en su
piel. El silencio se extiende hasta que finalmente vuelve a dirigir su mirada a la mía
otra vez.
—Mira, Una, eres una chica. —Él levanta las cejas y yo me siento en la cama,
mirándolo fijamente. Se aclara la garganta.
Oh, Dios mío. Puedo sentir el calor subiendo por mi cuello hasta que se apodera
de mi cara y llega a la línea de mi cabello. Ambos negándose a mirarme a los ojos,
aunque Sasha es menos obvio sobre ello. Es cierto que en el último año, con una
dieta adecuada tengo finalmente relleno mi esqueleto. Mis caderas están llenas y
ahora tengo pechos, pero no es como si estuvieran ¡Enormes! Ciertamente no lo
suficientemente grandes como para quedar boquiabierto.
Unos minutos después Sunny y Adam entran. El silencio cae sobre la habitación
y la tensión se siente como un peso físico presionándome. Puedo sentir que todos
los ojos se centran en mí, así que me levanto camino a mi casillero, sacando mis
guantes. Prefiero estar en cualquier lugar menos aquí ahora mismo, así que, aunque
estoy cansada y me duelen los músculos, voy a la sala de entrenamiento.
Golpeo el pesado saco, sintiendo el peso del mismo contra mis nudillos. Cada
puñetazo rebota en mi brazo, haciendo que mis miembros duelan aún más. Presiono
a través de él hasta que me duelen las manos y mis brazos se entumecen.
—¿Qué quieres? —Le doy la espalda y lanzo otra ronda de puñetazos en la bolsa.
Me quedo quieta cuando siento su mano en mi hombro. Me rodea con sus brazos,
uno alrededor de mi cintura y uno sobre mi pecho. Puedo sentir el calor de su pecho
desnudo quemando a través de mí mientras se presiona contra mi espalda.
Se ríe.
—¿Por qué? —digo, tan silenciosamente que no estoy segura de que me escuche.
Vuelve su mirada a la mía, estrechando sus ojos con impaciencia. Sus brazos se
aprietan alrededor de mi cuerpo, y me mira fijamente durante tanto tiempo, que el
tiempo parece detenerse mientras me pierdo en sus ojos. Y la forma en que me mira,
nunca me ha mirado antes así. Acerca su cara a la mía y el aliento se me atasca en el
pecho. Mi estómago se tensa, revoloteando con algo extraño. Este es Alex, mi Alex,
el chico que me sostiene cuando estoy triste, me defiende cuando no necesito que
me defiendan y me patea el culo por mi propio bien. Me enseñó a lanzar un
puñetazo, cómo volver a montar un arma en menos de diez segundos. Ahora, sin
embargo, se siente como nada de eso y todo a la vez. No puedo explicarlo. Se siente
como algo extraño y sin embargo cálido, familiar y seguro. Esos oscuros ojos suyos
me queman como si pudiera ver dentro de mi alma. Y luego caen a mis labios, se
quedan ahí. Estoy avergonzada y curiosa al mismo tiempo. Siento el rubor
floreciendo sobre mis mejillas. Mi respiración se entrecorta y su brazo deja la parte
baja de mi espalda. Él me quita un mechón de pelo de mi cara, y mis párpados se
cierran. Mi corazón salta y mi piel cosquillea bajo su tacto. Los dedos callosos trazan
mi mandíbula el aliento caliente sopla sobre mi cara antes de que sus labios rocen
los míos en una caricia ligera como una pluma. Me congelo, incapaz de moverme,
incapaz de respirar. Me besa, Alex me besa. Estoy demasiado confundida para
reaccionar. Sus labios son más suaves de lo que parecen, y sus dedos se deslizan por
el lado de mi cuello dejando hormigueos a su paso. Cuando él se separa abro los ojos
y dejo caer mi mirada en el desgastado suelo de hormigón bajo mis pies.
—Una... —empieza, pero no dice nada más. Finalmente levanto mis ojos a los
suyos y esta incómoda tensión parece persistir entre nosotros—. Lo siento. —
tartamudea.
Sacudo la cabeza.
—Está bien. —O al menos creo que lo está. Honestamente yo tampoco estoy muy
segura. Sus brazos todavía están rodeándome y el abrazo que se sintió simplemente
amistoso unos momentos ahora se siente como algo más.
Me cambio y me meto en la cama. Alex se sube a su propia cama y luego las luces
se apagan. La oscuridad se envuelve a mi alrededor, escondiendo todo, pero estar
aquí en la tranquilidad de lo oscuro donde más oigo y veo. Mis labios hormiguean
y presiono mis dedos contra ellos, recordando la sensación del beso de Alex. ¿Por
qué haría eso? Nunca he pensado en ser besada antes. Quiero decir, no es como si
hubiera un montón de espacio para cuentos de hadas en mi mundo. Besos y chicos...
esas son las cosas contado en las películas de Disney que solía ver cuando era joven,
antes de todo esto. Cosas de un lugar diferente, un tiempo diferente, cosas que no
pertenecen a este lugar. Alex y Sasha son mis mejores amigos, pero James siempre
nos ha dicho que somos desechables, por lo cual es que debemos ser los mejores.
Cualquier cosa menos y moriremos. Lo sé. Todo esto, habiéndolo abrazado de buena
gana para ser fuerte, para que Nicholai se sienta orgulloso. Y, aun así, Alex siempre
ha sido mi lugar seguro. En sus brazos, escuchando su risa despreocupada, casi
puedo pretender que esta no es nuestra vida, que sólo somos dos personas normales,
un chico y una chica. Quiero eso. Quiero ser fuerte, pero desearía no tener que serlo.
Desearía que este mundo no estuviera tan estropeado como necesito serlo.
Todavía estoy despierta, lo que se siente horas después. Puedo oír el pesado
sueño sacando respiraciones de los otros tipos en la habitación y ronquidos horribles
viniendo de la litera de Adam. El colchón sobre mi cruje, y luego aparece la pierna
de Alex, colgando al lado de la cama. ¿Se va a meter en mi cama? ¿Quiero que lo
haga? Espera, ¿por qué no querría que lo hiciera? Él siempre lo hizo. El beso, por
eso. No tengo muchas opciones porque no pregunta. Simplemente salta hacia abajo,
sus pies golpeando el suelo tan ligeramente que no hacen ningún sonido. Él tira del
borde de la manta y me encuentro arrastrando los pies, haciendo espacio para su
cada vez más amplio cuerpo en la pequeña cama. Él se mete a mi lado y no dice
nada. Me pongo de lado y lo miro fijamente se queda mirándome y puedo ver sus
ojos parpadeando en la oscuridad. Después de un rato sonríe, su brillante sonrisa
destacándose contra la oscuridad.
—No hay nada de estúpido en ello. —Una sensación ligera se arrastra a través
de mi pecho y mi estómago se aprieta. Me rodea con sus brazos y me acerca,
besándome la frente. Sus labios permanecen en mi piel durante varios momentos
antes de apoyar su barbilla en mi cabeza. Respiro el olor familiar de él, y suspiro por
un momento conteniendo el aliento. Me sostiene así y me acaricia el pelo hasta que
caigo en un profundo sueño.
“Una de las claves de la felicidad es un mal recuerdo”.
—¿Bien? —Alex se ríe desde mi izquierda. Lo miro y encojo los hombros. Las
armas que puedo manejar. Me gusta el control, la precisión. No es sobre la fuerza o
el peso corporal. Hay algo acerca de la distancia que encuentro atractivo. No soy
aprensiva, aunque admito que tengo miedo de tener que matar a alguien con un
cuchillo o algo así. Parece tan brutal e innecesario. Las armas son limpias, metódicas
y distantes.
—Alex, Sasha, les toca. —James señala a los dos y quitan sus camisas, viniendo
a pararse frente uno al otro. Lo llamamos el anillo, pero en realidad es sólo una
designada sección de la sala de entrenamiento en la que luchamos. No hay ninguna
cuerda, y ciertamente no hay aterrizaje suave. Si caes, es en el frío y duro hormigón,
y déjame decirte que duele.
Sunny viene finalmente cojeando de vuelta en la línea justo cuando Alex y Sasha
se paran uno contra el otro. Sasha tiene una mejor técnica, pero Alex tiene esta
brutalidad en la forma en que lucha. Son bastante parejos y James siempre los
enfrenta. Ya veo por qué. Si Alex toma más de la técnica de Sasha, y Sasha toma algo
del fuego de Alex, ambos serían imbatibles.
Unas lluvias de golpes se dan uno al otro hasta que ambos están ensangrentados
y con moretones. Ninguno de los dos parece tener la ventaja. Los he visto antes
intercambiar golpes como este durante horas. Al final, James pide tiempo y nos
llama de nuevo a la fila.
Cuando miro a sus ojos sólo puedo ver su bondad, y sólo puedo sentir gratitud.
Todos los chicos le llaman señor y sólo hablan cuando él les dice que lo hagan. No
soy como los chicos. Corro hacia donde él está parado hablando con James. Se ve
como siempre inmaculado en su traje y corbata. Su pelo canoso está peinado hacia
atrás y está bien afeitado, las afiladas facciones de su cara se estrellan contra esos
grises tormentosos ojos de él.
—¡Nicholai! —Sonrío.
Me encojo de hombros
El ríe.
—¿Un trabajo?
—Eres una bendición para mí. —Me pone la mano encima de la cabeza y trago
un bulto en la garganta.
—Señor. —Una vez más, Sasha mira fijamente al frente, sin siquiera mirar a
cualquiera de nosotros.
Todo desde los dormitorios hasta las duchas y la cafetería está contenida dentro
de esta ala de la instalación, sellada. Vivimos, dormimos y entrenamos juntos, sólo
nosotros cinco. Por supuesto que nunca hablo con Sunny o Adam, así que en
realidad sólo somos nosotros tres. Sasha es como mi hermano, y Alex... Alex es mi
mejor amigo. Encontré un sentido de pertenencia aquí, pero eso no significa que no
sea duro. Estamos hechos para luchar hasta que sangremos, nos golpean, maltratan
y apenas capaces de mantenernos en pie. Y más allá de lo físico está lo mental.
Estamos hechos para sentarnos y ver horas y horas de imágenes de gente siendo
asesinada. Una bala de calibre 50 explotar, una cabeza entera de un hombre y una
granada desgarrar completamente un cuerpo en partes. Nunca nos dicen por qué,
simplemente nos obligan a ver las escenas horribles. La cosa es que, sin embargo, no
las encuentro tan truculentas ya. La normalidad es lo que sea que hagas, y esta es mi
normalidad. Cada faceta de mi vida está estructurada hacia la muerte y la
destrucción. Nicholai nos lleva por un pasillo hasta que llega a una habitación con
una pesada puerta de acero. Esta habitación no tiene un teclado, pero si una pantalla
sensorial contra la que presiona su pulgar. Emite un pitido y la puerta se libera. Mi
mandíbula se cae cuando entro. Nunca había visto tantas armas, desde pistolas de
mano hasta rifles de francotirador.
Charles Manson.
Un bosque borroso pasa por la ventana y recuerdo haber visto esa misma fila de
árboles cubiertos de nieve cuando Nicholai me trajo aquí. Ese recuerdo en mi
memoria se siente como si perteneciera a otra persona, a otra chica de otro tiempo.
Esa chica era vulnerable y estaba asustada. Todavía soy vulnerable, todavía estoy
asustada, pero de cosas diferentes. Siempre he querido preguntarle a Nicholai sobre
mi hermana, pero algo siempre me detiene. Llámalo instinto, pero no creo que le
guste. Me pregunto cómo está. Espero que esté bien.
He practicado disparos a objetivos más veces de lo que pueda contar, pero esto
es diferente. Estas son personas. Le doy a Sasha una mirada nerviosa y simplemente
niega con la cabeza ligeramente, apretando su mandíbula. No hagas preguntas,
simplemente sigue las órdenes. Somos soldados, y eso es lo que hacen los soldados. Nos
detenemos en lo que parece ser una fábrica en desuso de algún tipo. El hombre que
conducía saca un gran bolso de mano del maletero y luego desaparece. Tomo un
arma de mi funda con la palma de la mano, sintiendo el peso del metal
cómodamente en mi mano. Los ojos de Sasha se deslizan sobre el patio oscuro y
Nicholai simplemente se queda ahí, desenvolviendo una paleta y poniéndola en su
boca.
—Por aquí. —Comienza a caminar hacia uno de los edificios y se detiene frente
a una puerta lateral, permitiendo a Sasha entrar primero. Mi corazón late muy
rápido mientras escudriño las sombras, esperando que alguien salte.
Entramos y subimos unos escalones de hierro que nos llevan a un pasillo que da
a la planta de la fábrica de abajo. Es un buen punto de vista de todas las salidas.
Nicholai abre la puerta de una pequeña oficina. Hay papeles tirados en todas partes,
y el lugar parece como si no hubiera sido usado en años. Pulsa un interruptor y una
luz de emergencia arroja un bajo brillo por toda la habitación. Se sienta detrás del
barato escritorio y le da una patada con el zapato, todavía chupando su paleta.
—Sasha, quédate fuera. Una, ven a pararte detrás de mí. —Hago lo que me dice
y me muevo detrás de él. No tenemos que esperar mucho.
—Nicholai. —Uno de ellos dice con acento. Él me mira y sonríe—. Traes a los
niños para que peleen tus batallas ¿Ahora?
No puedo ver la cara de Nicholai, pero veo la forma en que los músculos de su
espalda se tensan, aunque aparentemente ignora el comentario. La conversación
cambia al italiano, y aunque estoy aprendiendo el lenguaje, no tengo ni de cerca la
fluidez necesaria para entenderlo todo. Creo que Nicholai dice algo sobre el dinero.
El tipo que habla frunce el ceño y lo que sea que esté diciendo, no está feliz. Los otros
dos permanecen tensos y en alerta. Llamo la atención de Sasha brevemente antes de
mirar al tipo a la izquierda. Me mira fijamente y una sonrisa retorcida tira de sus
labios mientras arrastra sus ojos sobre mi cuerpo.
—¡Me debes el maldito dinero! —gruñe Nicholai, en ruso esta vez, poniéndose
en la cara del hombre—. Y aun así me insultas y añades a la herida tratar de
matarme. —Todavía está chupando su paleta. Inclinándose sobre el escritorio,
presiona la empuñadura del cuchillo. El hombre aprieta los dientes y gime de dolor.
—Gran error, amigo mío. —Él sacude la cabeza y luego asiente con la cabeza a
Sasha. El disparo parece ensordecedor, y veo como el hombre que estaba de rodillas
se cae hacia adelante, un agujero se hizo en la parte de atrás de su cráneo—. No me
gustan los traidores —dice Nicholai con calma antes de arrancar la hoja de la mano
del hombre y le corta la garganta. Un spray caliente le golpea en la cara y el pecho y
el hombre cae hacia adelante, ahogándose y jadeando en el escritorio mientras la
sangre sale de su cuello. Se extiende sobre la madera debajo de él hasta que corre
por el lado, golpeando la alfombra en un flujo constante. Esto es para lo que estamos
entrenando. Muerte y destrucción.
Nicholai entra en la base, y el coche se queda parado fuera del edificio. Sasha
sale y yo abro la puerta.
—Una. —Miro arriba ante el sonido de la voz de Alex. Él está de pie al otro lado
de la litera, con los brazos apoyados contra el marco mientras se centra en mí. Ni
siquiera puedo mirarlo. Alex, a pesar de la brutalidad que ha visto todavía se las
arregla para ser bueno. Sonríe cuando no debería ser capaz de hacerlo, se ríe cuando
alguien, lloraría. Tal vez él también esté roto. Tal vez él también no se preocupa por
las cosas que deberían afectarnos. O tal vez sólo se las arregla para mantener su
humanidad mientras está aquí. Tal vez sólo es más fuerte que el resto de nosotros.
Se mueve alrededor de la cama y se detiene delante de mí. Veo como el cae sobre
sus rodillas y esos ojos marrones profundos se mueven sobre mi cara.
—Pareces salida de una película de terror, Titch. —Lentamente llevo mis ojos a
los suyos, esperando algún tipo de asco o juicio. Nunca llega.
—Maté a un tipo.
—Ese es el punto de ser un asesino. —Asiento con la cabeza. Tiene razón. Por
supuesto, esto es ridículo.
Desconocido.
—Es aquí, en el límite de la muerte, cuando crees que no hay más remedio que
rendirse, que los fuertes se separen de los débiles. —Él asiente con la cabeza y yo
soy empujada de nuevo al agua. Otra vez siento el pánico y me tambaleo y otra vez
me aleccionan.
—Abraza a la muerte, sólo entonces puedes conquistarla. Él gruñe, y yo me veo
obligada a ir hacia abajo otra vez.
Esta vez, cuando llego al punto de no tener oxígeno, ellos no me dejan subir. Mis
pulmones queman y una especie de rabiosa desesperación pone garras en mi mente.
Es aquí, en el precipicio de la muerte donde es imposible pensar racionalmente. Es
aquí donde la mente puede ganar una batalla al cuerpo y el instinto desenfrenado
de supervivencia patea. Aguanto y aguanto, hasta que finalmente no puedo más.
—Lo estás haciendo bien, palomita. Me gustan los elogios de Nicholai. Me hacen
sentir que todo esto vale la pena, como si hubiera alguien en la ruta para mí.
Empezamos a caminar por el corredor y él envuelve un brazo alrededor de mi
hombro, tirando de mí hacia su lado.
—Te diré una historia. Había un hombre que una vez entrenó a un perro. Cada
vez que él alimentaba al perro y hacía sonar una campana. Pronto, cada vez que
llamaba la campana, el perro babeaba, tanto si recibía la comida como si no.—
Me paro con las manos a los lados. Igor, uno de los nuevos matones se queda
detrás de mí. Puedo sentirlo, cada vez que respira, cada uno de sus movimientos.
Nicholai me dijo una vez que alguien podría estar condicionado, pero no podía
entender el alcance total de eso hasta que empecé a experimentar esta marca en
particular. Privada de todo toque humano, excepto el dolor. Condicionada durante
varios meses para sólo sentir dolor al tacto de otro. El reflejo de matar, Nicholai lo
llama así. Alex es mi única excepción, pero sus caricias inocentes no son suficientes
para superar las horas y horas de tortura diaria. Mi mente ya no es mía. Es como si
me hubieran programado. Igor cambia su peso y yo lo sigo quieta, vigorizante. Sé lo
que viene y quiero reaccionar, cada músculo exige que lo haga, pero eso no es parte
del ejercicio. Me toca el brazo y una descarga eléctrica me atraviesa el cuerpo. En el
momento en que su mano me deja los instintos arraigados, se activan y lo tengo en
su espalda, mis dedos envueltos alrededor de su manzana de Adán, en un instante.
Matar, matar, matar. Las uñas de mis dedos se clavan en su piel, sacando sangre
mientras corto su carne. Quiero arrancar su garganta. Se ahoga e intenta golpearme,
pero yo le agarro la cabeza con ambas manos y la golpeo contra el hormigón. Matar,
matar, matar... golpea en mi cerebro como un tambor. No puedo parar, siento su
cráneo agrietarse contra el hormigón y los charcos de sangre alrededor de su cabeza,
arrastrándose por el sombrío suelo gris, manchándolo. Eventualmente sus manos
me toman de los brazos y otra vez, su toque. Matar, matar, matar. Gruño y lucho hasta
que finalmente me liberan. Me pongo en cuclillas y me enfrento a Sasha y James,
jadeando fuertemente. James mantiene su fría expresión, mientras Sasha me muestra
una mirada lastimera, él sabe cómo es porque también está pasando por eso, excepto
que Sasha no puede ni siquiera esperar mostrar emociones.
—Palomita. —Miro a la izquierda donde estaba Nicholai observando. Ha estado
aquí mucho más últimamente. Observa las sesiones de entrenamiento y siempre me
habla después.
La mirada de orgullo en sus ojos siempre me ayuda a salir adelante. Hace que
esto valga la pena. Soy fuerte y él lo ve.
—Me haces sentir tan orgulloso. —Sonríe y da un paso hacia mí. Le permito que
se acerque a menos de dos pies y luego doy un paso atrás.
—No lo hagas —le pido. No quiero hacerle daño. No confío en mí misma para
no hacerlo. Me ofrece una sonrisa triste y levanta las manos deteniéndose.
—Esto es sólo parte del proceso, para hacerte la mejor —me asegura. La mejor...
parece una afirmación sin importancia ahora, pero lo entiendo. Este es mi propósito.
—Cada vez es más difícil de ver —murmura. Odio ver a Alex pasar por eso
también, pero por supuesto que reacciona de la manera que siempre lo hace en una
pelea y sale balanceándose.
No sabe hacer nada más. No sabe lo que es sentirse débil e indefenso. Nunca
entenderá mi gratitud hacia Nicholai. Esto es difícil, por supuesto que lo es. Si fuera
fácil, todos serían el mejor y no todos pudieran estar en la Élite.
—Te amo, Titch —susurra y yo aprieto mis ojos, luchando contra la ola de
emoción.
Lo amo, pero decirlo en voz alta, se siente demasiado real. Las dos mitades de
mí luchan, un lado diciéndome que esto es débil mientras que el otro se aferra a Alex
con cada fibra de su ser.
Una lágrima perdida cae sobre mi mejilla y presiona sus labios sobre mi piel,
atrapándola.
—No llores.
No quiero hablar o pensar en cosas, así que lo beso. Sus labios rozan sobre los
míos y cierro los ojos, encontrando consuelo en la dulce caricia de su boca contra la
mía. Todo se detiene por un momento. Él es la calma en un mundo de caos. Un
aliento de aire limpio en una atmósfera tóxica. Sin él no podría sobrevivir aquí. El
fuerte sobrevive, pero él es mi fuerza.
—El primero en sacar sangre gana —dice James, haciendo un gesto a Alex y a
mí hacia adelante. Salgo de la línea y me meto en el espacio abierto, conocido como
el anillo. Alex está de pie frente a mí, con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Cuando doy un paso a la izquierda él lo imita, siempre manteniendo una distancia
entre nosotros. Pongo la hoja en la palma de mi mano, envolviendo mis dedos
firmemente alrededor de la empuñadura. Espero que se mueva y lo hace. He visto a
Alex pelear y he luchado con él yo misma lo suficiente para saber que es hábil pero
impulsivo. Cuando te superan por unas cincuenta libras, la paciencia es la clave.
Brown no me llevará a ninguna parte aquí. Él me apura, y yo me agacho,
balanceando mi daga hacia su muslo. Nunca hago contacto. Bloquea el golpe, yendo
hacia mi brazo. Ruedo y me acerco por detrás, le clavo mi codo en la parte baja de
su espalda. Gruñe y luego se ríe a carcajadas. Bastardo arrogante. Le golpeo las
piernas y él se hunde con fuerza. Estoy a horcajadas en su cuerpo con una cuchilla
en la garganta antes de que pueda parpadear. Él sonríe, mordiéndose el labio
inferior. Sangre. Quieren sangre. Hago un ligero corte con la cuchilla sobre la base
de su cuello, apenas rasgándose la piel. Una fina línea de sangre, y lo empujo
rápidamente.
Y me siento mal, pero la verdad es que Alex siempre se reprime cuando pelea
conmigo. Deja su guardia abierta, sus ataques son descuidados. Él me da a mí la
victoria. Y cuando lo tomo, hago un esfuerzo concertado para hacerle el menor daño
posible. No sé por qué es así. Me preocupo por Sasha tanto como lo hago por Alex,
pero cuando peleamos Sasha y yo, es como un baño de sangre. Es despiadado y soy
brutal. Estoy mallugada durante semanas después.
Nicholai viene a pararse a mi lado mientras vemos a Sasha peleando con Adan.
Lo ha hecho durante los últimos dos días.
—Te contuviste con el chico —dice que sin quitar sus ojos fuera de Sasha.
—¿Por qué causar más daño del necesario? —pregunto, volteando mi cabeza
hacia él.
—Es uno de tus activos. No quiero romper tus activos. —Sonrío y él se ríe a
carcajadas.
Él lo sabe.
“Tal vez los desapegados, los no deseados, los no amados podrían crecer para
amar tan exuberantemente como cualquier otro“.
Vanessa Diffenbaugh.
Me despierto y estoy confundida por unos segundos, pero luego, mis ojos se
ajustan y veo al hombre de pie junto a mi cama, apuntándome con un arma.
Reacciono sin pensar, años de entrenamiento que se activan a la perfección. Agarro
su muñeca y la desvío antes de torcer mi cuerpo y darle una patada en el estómago.
Él tose y se dobla. Estoy de pie sobre él sosteniendo su propia pistola en la cabeza
cuando algo me golpea en el pecho. Mi cuerpo se convulsiona y luego se adormece
completamente. Dos hombres me llevan de la habitación. Intento llamar a Alex, pero
parece que no puedo encontrar mi voz. Nada parece funcionar, como si mi cerebro
hubiera sido cortado del resto de mi cuerpo.
—Yo... —Me obligo a mirar a Nicholai—. Por favor. —Mi voz se rompe
ligeramente—. Es mi amigo. —Un rastro de lágrimas ruedan por mi mejilla y las
dejo caer.
—Shhh, shhh, palomita. —Él limpia mis lágrimas y mejilla—. Te ayudaré. —¿Va
a ayudar a Alex? —. Verás, este... amor, es como una debilidad paralizante.
—Hago esto por ti, Palomita. —Él se pone a mi lado y yo miro fijamente el arma.
Mi mano tiembla, mi corazón golpeando mi pecho tan fuerte que mi pulso late
contra mis tímpanos, una sinfonía de miedo y angustia. Sé lo que se avecina. Por
supuesto que lo sé. Qué estúpida fui al pensar que llegaría a tener algo bueno.
—Sé lo que estas destinada a ser, palomita. —Su pulgar se desliza sobre mi
mandíbula y yo cierro los ojos mientras más lágrimas caen por mi mejilla—. Pon una
bala en su cabeza, o pon una bala en la tuya —dice, con su voz repentinamente
dura—. No puedes vivir con una debilidad. Arréglalo de una manera u otra. —Sus
labios rozan un lado de mi cara.
Encuentro su mirada y aprieto el mango del arma. Sus ojos están resignados,
rogándome, pero no por el indulto. Está rogando que le dispare.
—Te amo. — Me ahogo. Las lágrimas recorren mis mejillas y un dolor agudo me
atraviesa el pecho.
—Perdóname —susurro un sollozo y aprieto el gatillo. Sus ojos nunca dejan los
míos mientras la bala le atraviesa el cráneo dejando un agujero en su frente. Su
cuerpo se desploma hacia adelante, sus brazos cuelgan contra las cadenas. El flujo
constante de la sangre golpeando el concreto es el único sonido que escucho.
Durante un largo momento me quedo ahí, mirando el cuerpo de Alex. Por dentro
estoy gritando, llorando, sollozando. Mi corazón se está fracturando en pequeños
trozos, destrozándose y desmenuzándose en polvo. Estoy rota, colapsando en mí
misma y el dolor es tan intenso que no estoy segura de que pueda sobrevivir. No
creo que quiera hacerlo. Mis pulmones se aprietan y mi corazón se agita en mi pecho.
Escucho el ruido del arma en el suelo, cayendo de mis dedos entumecidos.
Lloro por el chico que amé, por la chica que solía ser, una chica que nunca habría
hecho esto. Acabo de matar a la mejor persona que conocía, la única persona que
realmente se preocupaba por mí además de Nicholai, y fue Nicholai quien puso el
arma en mi mano, el que me obligó a hacer esto. Alex se preocupaba lo suficiente
como para rogarme que le disparara a él en lugar de a mí. Y soy lo suficientemente
monstruosa, que lo hice.
“El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”.
Ernest Hemingway.
Sonrío. Ahí está, mi palomita perfecta. Tan fuerte, ella siempre lo ha sido, mató
al chico, se deshizo de la debilidad, como sabía que lo haría. Lo veo, el exacto
momento en que la luz deja sus ojos. Todas las emociones que nos hacen a los
humanos tan débiles, se extingue en un abrir y cerrar de ojos.
Esos amplios ojos violetas suyos me miran. Acaricio una hebra de su pelo blanco
y rubio detrás de su oreja.
Verla pelear es como poesía, verla matar es un arte, una bailarina haciendo girar
su arte en el gran escenario. Será exquisita. La muerte perfecta para cualquier
hombre que podría encontrarse en el extremo equivocado de su arma.
SÍ. Inocente, hermosa y mortal. Ella será lo que los hombres codicien y teman
por igual. Mi flor de Adelfa. Un beso de la muerte.
Continuara…
KISS OF DEAD LIBRO 1
UNA
Golpeo mi moto contra el bordillo y dejo que ruede por el pequeño terraplén
hasta la arboleda. De una patada bajo el caballete, me quito el casco y el pelo me cae
suelto por la espalda. El aroma del bosque me envuelve, los pinos, la tierra, el musgo.
Después de los confines de la ciudad, es un respiro que me revitaliza. La ciudad es
demasiado ruidosa, los coches, la gente, abruma y adormece mis sentidos. Aquí
afuera, puedo oírlo todo y nada, porque reina el silencio, perturbado sólo por el
ocasional gorjeo de un pájaro.
Al examinar la casa, veo que una de las habitaciones de invitados del piso
superior tiene una ventana entreabierta. El enorme cristal está inclinado desde un
pivote central, y la habitación que hay detrás está a oscuras, una de las pocas que no
está iluminada como un árbol de Navidad. El guardia bajo la ventana parece
distraído, aburrido. Mis pies susurran sobre la hierba mientras corro detrás de él,
salto y rodeo sus caderas con los muslos para rodearle la garganta con el brazo. Se
tambalea un instante y vuelve a chocar contra la pared. Aprieto con más fuerza,
usando todo lo que tengo para aplastar su grueso cuello. Y entonces cae, golpeando
el suelo con un suave ruido sordo.
Ahora sólo tengo que escalar el edificio y colarme por la ventana del segundo
piso. Fácil.
—Una —me saluda Arnie con su marcado acento italiano antes de chasquear los
dedos, indicando a sus hombres que se vayan. Sabe que no hablaré con ellos aquí.
La puerta se cierra tras ellos y me hace un gesto para que me siente—. Gracias por
aceptar reunirte.
Ya soy consciente del hombre que hay detrás de mí, en la esquina de la
habitación, pero espero a ver si se mueve. Arnaldo es quien lo delata, sus ojos se
mueven un milisegundo antes de encontrarse de nuevo con los míos. Sonriendo,
dejo caer la pequeña hoja de plata del grueso brazalete que me rodea la muñeca
derecha. Tiene el tamaño de una horquilla grande, pero está afilada como una navaja
y tiene un alcance razonable. La mano sale volando detrás de mí mientras mantengo
los ojos fijos en Arnaldo. Oigo cómo la hoja se clava en la madera de la puerta con
un suave ruido sordo. Los labios del jefe de la mafia se curvan en la sombra de una
sonrisa.
Levanto la mano y le rozo la oreja con el dedo, cubriéndolo con la sangre que se
acumula en el pequeño agujero.
—Nunca fallo. —Sus ojos me mantienen cautiva mientras me llevo el dedo a los
labios y lo chupo, saboreando su sabor cobrizo. No se inmuta, no se mueve—. Si te
quisiera muerta, estarías muerta. —Su expresión no vacila, no deja entrever lo que
está pensando. Es intrigante y exasperante a la vez.
—Bacio della morte —dice en un italiano fluido, su lengua acaricia las palabras
como una amante.
Finalmente, aparto mis ojos de los suyos y paso a su lado con desdén. Mi instinto
me advierte que es peligroso, pero la supervivencia y la dominación se basan tanto
en el farol como en cualquier otra cosa. Reconocerlo como un adversario digno en sí
mismo le otorga un poder que no estoy dispuesto a darle, porque yo soy el peligro
aquí, y si hace un movimiento, independientemente de quién sea, pronto sabrá por
qué.
—Arnie, cuánto tiempo —le digo con indiferencia. Vuelve a sentarse y me ofrece
una copa que sabe que no tomaré, seguido de la silla en la que sabe que me negaré
a sentarme. Llevo cuatro años trabajando con él. Lo sabe muy bien.
—Me alegra decir que últimamente no necesité tus servicios. —Me muevo,
apoyando la espalda contra la pared, a un lado del escritorio de Arnie.
Miro al alto, moreno y guapo. Está de pie en la misma posición, sólo que ahora
nos mira de frente. Sigue con las manos en los bolsillos, dando la impresión de estar
relajado, pero ese hombre no tiene nada de relajado. Es consciente, observa, espera.
Frunce el ceño mientras me evalúa.
—Oh, Arnie. —Sonrío dulcemente, deslizando los dedos bajo la fina capucha y
apartándola de mi cara—. Es bonito que creas que alguien podría protegerte si yo te
quisiera muerto. —Su rostro se vuelve serio cuando me dirijo a su escritorio,
contoneando las caderas a cada paso—. No te preocupes. Querría al menos veinte
para ti. —Le guiño un ojo. Como ya dije, este juego es cuestión de percepción. La
confianza es imprescindible, y el encanto hace mucho. No me gustan las tonterías.
Nunca interactuaría con un cliente cara a cara, pero hago una excepción con Arnie.
Pero incluso él debe recordar su lugar, porque jefe de la mafia, líder de un cártel,
puto presidente... la muerte no discrimina, se vende al mejor postor.
NERO
La forma en que camina, la forma en que habla, la forma en que juega con
Boticelli me tiene más interesado de lo que debería. Sé poco de ella, pero una cosa
puedo decir: no se la puede controlar. Las historias sobre ella son bien conocidas, la
asesina rusa que acabó con Salvatore Carosso, una pieza clave del cártel mexicano.
Si la viera por la calle, no la miraría dos veces. Y me doy cuenta que por eso es tan
buena. Por fuera parece una cosita bonita llena de amenazas vacías, pero una mirada
a sus ojos me hace sopesarla de forma muy diferente, porque ahí no hay nada. Ni
emoción, ni duda, ni conciencia.
—Bien. Si quieres hablar delante de él, hazlo, pero... —Gira su mirada hacia mí,
entrecerrando esos inusuales ojos color índigo—. Traicióname, y te encontraré.
Hay dos tipos de personas en este mundo, los que amenazan y los que prometen.
Siempre aprecio a la gente que hace promesas. Sus ojos se clavan en los míos y la
miro sin decir palabra. No sabe que hablar de esta situación me perjudicaría mucho
más a mí que a ella. Pero pronto lo sabrá.
—De acuerdo. —Arnie resopla impaciente—. Esta es tu marca.
Le entrega una carpeta y ella la abre, hojea la página antes de cerrarla y tirarla
en el escritorio a su lado.
Ella echa la cabeza hacia atrás y luego gira el cuello hacia un lado, mirándolo con
una expresión de aburrimiento en el rostro.
—No es sólo un capo. Es Lorenzo Santos. Necesito tiempo para acercarme a él,
y el tiempo es dinero, Arnie.
Maldito Lorenzo. Es un idiota con la polla en la mano. Sólo tendría que mirarlo
y la seguiría ciegamente a degüello.
Arnaldo sonríe como un tiburón y coge el cigarro a medio fumar del cenicero de
su escritorio. Saca un mechero del bolsillo y lo enciende, dejando que la llama bese
el extremo ennegrecido del puro. Le da un par de caladas y exhala una densa nube
de humo.
—Acercarse no será un problema. Para eso está Nero. —Sacude el puro hacia mí
y la ceniza cae sobre el escritorio, esparciéndose por la madera. Los ojos de Una se
clavan en los míos, concentrados, estudiando—. Santos va a celebrar una fiesta de
compromiso dentro de dos semanas y tú serás su acompañante. —añade el jefe.
Sabe tan bien como yo que esa noche la seguridad será aún más estricta de lo
normal. Puede que entre, pero seguro que no saldrá. Es una misión suicida. Y una
prueba. Arnaldo piensa que nuestros intereses son los mismos, que esto es una
simple toma de poder. No lo es, pero por ahora, lo necesito de mi lado. Más
importante, lo necesito para ponerme en contacto con el mejor sicario que el dinero
puede comprar... o sicaria. Una Ivanov. Es escurridiza y completamente imposible de
contactar a menos que sepas algo. Arnaldo está al tanto. Las piezas están en el
tablero, sólo tengo que ponerlas en juego.
Salta del escritorio y camina hacia mí. Sus caderas se balancean con delicadeza,
su cuerpo se mueve como arte líquido. Se detiene frente a mí y levanta una mano
para pasarme las uñas perfectamente cuidadas por la mandíbula. Le rodeo la
muñeca con una mano, deteniendo su movimiento. No me fío una mierda de ella.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios rojo sangre y aprieto su muñeca
lo bastante como para magullar su piel de porcelana, lo bastante como para saber
que con un poco más de presión podría romper sus delicados huesos. Sus ojos brillan
con algo, pero ella no se inmuta, no se mueve, no deja de sonreír. Simplemente nos
miramos fijamente.
—¿Cómo dijiste que te llamabas? —Su expresión cambia, el interés brilla en sus
ojos.
—Nero.
Aprieta su cuerpo contra el mío y su aliento sopla sobre mi mandíbula, sus ojos
se posan en mis labios mientras inclina la cabeza hacia un lado. Estoy seguro que
muchos hombres fueron atraídos a la muerte por ese cuerpo firme y esos labios
carnosos. Yo no soy uno de ellos. Mantengo los ojos fijos en los suyos, esperando.
—Y sin embargo, aquí estás, arrimado al jefe —susurra, enarcando una ceja—.
Mucho en juego para un don nadie. —Chica lista. Se muerde un lado del labio
inferior—. Me gustas, Nero. —Pasa la palma de la mano por delante de mi chaqueta
antes de separarse de mí—. Creo que serías difícil de matar, y me encantan los retos.
—Sonríe y me guiña un ojo antes de caminar hacia la puerta sin prisa, como si
tuviera todo el tiempo del mundo. Se detiene, se vuelve a subir la capucha hasta que
sólo su pelo rubio le cae por encima del hombro y desaparece.
Levanto la vista cuando un Mercedes negro baja a toda velocidad por la calle.
Reduce la velocidad y se detiene junto a mi coche antes de apagar el motor. Tardo
un segundo en darme cuenta de quién es, porque su largo pelo rubio ahora es
castaño oscuro y le roza la mandíbula. La puerta se abre y el esbelto cuerpo de Una
sale del coche. Su cuerpo está cubierto por un vestido rojo que oculta cualquier rastro
de su piel y, sin embargo, se aferra a cada una de sus curvas. Si su objetivo es distraer
y seducir, no creo que tenga ningún problema. La mujer es una sirena. La muerte
envuelta en un lazo.
—Bonito vestido. —Me bajo del capó del coche y tiro el cigarrillo al suelo.
—Habla por ti. El riesgo se calcula y está directamente relacionado con tu nivel
de habilidad.
—La arrogancia hará que te maten. —Doy marcha atrás para salir de la calzada
y, con un movimiento del volante, coloco el coche en la carretera.
—¿Así que tienes un plan para salir? —Arnaldo me dijo antes que no hiciera
preguntas y la dejara hacer aquello para lo que la contraté, pero este no es el show
de Arnaldo, por mucho que él se crea el titiritero. Ojalá pudiera ser yo quien acabara
con Lorenzo, para poder sonreír ante su cuerpo moribundo y ver cómo se le escapa
su inútil vida. Pero necesito mantenerme distanciado de esto.
—Sí, pero no había mucho para continuar. —Me envió un archivo detallando su
identidad falsa, así como vagos detalles sobre dicha identidad. Eso es todo—. ¿Eres
consciente del aumento de la seguridad?
—Necesito saber cómo va a acabar esto. No puedo ser culpable. —Mi voz baja
hasta apenas superar un gruñido.
Cuando llego a la casa, hay una fila de coches esperando para entrar. El
aparcamiento está en uno de los prados que hay frente a las puertas, y la gente espera
a pie mientras los soldados de Lorenzo cachean a los invitados al entrar.
Una se pasa una mano por la peluca y abre la puerta de un tirón. Alargo la mano
y la agarro del brazo para detenerla, pero antes que pueda, se zafa de mí y me golpea
con el mismo brazo en la garganta. La nuez de Adán me golpea la garganta y me
ahogo durante un segundo, con la vista nublada. Tardo un par de preciosos
segundos sin oxígeno en moverme. Mi instinto me dice que le agarre la nuca y se la
aplaste contra el salpicadero, pero eso no le haría mucho daño a la cara y la necesito
intacta para este trabajo. En lugar de eso, la agarro de la muñeca y aprieto, lo
bastante fuerte como para alejarla de mí unos centímetros. Puede que sea rápida,
pero es pequeña y yo soy infinitamente más fuerte. Me aparta el brazo y lo vuelve a
poner contra su costado. Sus fosas nasales se inflan y sus pupilas se dilatan. Aprieta
y suelta los puños una y otra vez mientras intenta dominarse.
—Te necesito ahora mismo, pero si vuelves a hacer eso, te meto una bala en esa
cabecita tan bonita que tienes —gruño, intentando controlar mi genio. No me gustan
las sorpresas y, desde luego, no me gusta que me venzan. Me crujo el cuello de lado
a lado en un intento de desalojar el dolor de garganta.
Se vuelve hacia mí y sus ojos añiles se clavan en los míos. Algo cambia entre
nosotros, la amenaza de la violencia palpitando como algo vivo.
—No merecía la pena que me hirieran por esa información —balbucea, con una
pizca de acento ruso que suele ocultar muy bien.
Me río.
—Tomo nota. —Se cree a prueba de balas porque incita al miedo. Aquí no tiene
poder porque se basa en el instinto animal más básico. La supervivencia. La gente
hace lo que sea para sobrevivir, así que el miedo se convierte en un valioso aliado.
Yo aprendí hace mucho tiempo que sobrevivir no es vivir, así que o consigo lo que
quiero o muero en el intento. Siempre consigo lo que quiero.
UNA
Nos acercamos a la puerta, haciendo cola con los demás invitados. Nero me pasa
la mano por la cintura y la apoya en mi cadera. Aprieto los dientes, pero hago un
gran esfuerzo por mantener la mirada al frente y una sonrisa en los labios. Soy una
asesina, pero sobre todo soy una actriz. Puedo ser cualquiera, asumir cualquier
papel o identidad que me den, porque matar a alguien es la parte fácil. El problema
es acercarse, y créeme, cuando persigues al tipo de gente que yo persigo, quieres
estar cerca antes de dispararles. Tienen la costumbre de esquivar las balas y devolver
los disparos. Sus dedos rodean mi cadera y me agarran con más fuerza.
—Eres valiente —gruño en voz baja. Sus dedos se crispan y el calor de su palma
se filtra a través de la tela de mi vestido, marcando mi piel.
—Hmm. —Sonrío a uno de los guardias que me mira mientras cachea a la mujer
que tenemos delante. Recorro mi cuerpo con la mano hasta que mis dedos cubren
los suyos y envuelvo suavemente su mano con ellos. Aprieto y él suelta un gruñido
bajo—. ¿Cómo de profesional crees que serás cuando te rompa la mano? —siseo,
sonriéndole dulcemente por el bien de nuestro público.
—Ya, ya, Isabelle. Me la vas a poner dura antes de mi cacheo. —Se acerca hasta
que sus labios están junto a mi oreja—. Me encantan las mujeres violentas.
—Extiende los brazos hacia los lados —me dice uno de ellos robóticamente.
Hago lo que me dice y respiro hondo mientras sus manos recorren mi cuerpo. Se
dirige a Nero mientras el otro me examina con un escáner de micrófonos. Por
supuesto, nunca se activa. Llevo encima todas las herramientas necesarias para
matar a Lorenzo, pero nada que pueda detectarse tan fácilmente ni siquiera
sospecharse. Cuando terminan, Nero sonríe y les desea un buen día en italiano antes
de ponerme la mano en la espalda.
Me ignora mientras atravesamos los altos muros de piedra que rodean el patio
con jardín de la parte trasera de la casa. La propiedad me recuerda a una villa
tradicional de la Toscana, con el tejado de tejas de terracota y las flores que crecen
por el lateral de la enorme casa. Nada más entrar en el patio, la gente saluda a Nero.
Una vez más, su nombre no tiene mucho peso, y puedo verlo en la forma en que la
gente se acerca a él, y sin embargo ese poder sin esfuerzo suyo parece imponerse.
Rápidamente bajan la mirada cuando habla, incluso los hombres más viejos y hechos
que no le deben tal respeto. Pero no es respeto, es impulso, una reacción instintiva
que no pueden evitar. Nicholai lo amaría. Ascendería rápido en la Bratva con esa
habilidad. Los italianos son estúpidos. La habilidad no significa nada contra el linaje.
La última vez que lo comprobé, el hecho de que tu padre se follara a tu madre no
era razón para ganarse el respeto, pero así son los italianos.
—Vodka con hielo —le digo. Vierte el líquido transparente en el vaso y el hielo
cruje bajo el alcohol mientras me lo acerca.
Una lenta sonrisa se dibuja en mis labios mientras me giro para mirar al dueño
de la voz sutilmente acentuada. Lorenzo no es tan alto como su hermano y desde
luego no tiene aires de poder, a pesar de ser capo. Tiene el mismo pelo oscuro y los
mismos ojos castaños, los mismos pómulos cincelados y la misma mandíbula, junto
con unos labios que estoy seguro que hacen caer rendidas a la mayoría de las
mujeres. Y sin embargo, Nero es de alguna manera más en todos los sentidos,
hablando desde un punto de vista completamente objetivo, por supuesto.
—Siempre. —Me llevo el vaso a los labios y bebo un sorbo, mirándolo por
encima del borde del vaso.
Se gira, apoya la espalda en la barra y deja que sus ojos recorran a los invitados
reunidos en el jardín.
—Hmm, bueno, este mundo está lleno de tantas tentaciones —dice cada palabra
con cuidado—. Y tú te mereces una oferta mejor que la de mi hermano. —Casi sisea
las palabras, como si la mera idea lo ofendiera. Cuanto más habla, más claras se
hacen las diferencias entre Nero y él. Es cierto que Nero tenía la ventaja de saber lo
que yo era desde el momento en que me conoció. Pero la ingenuidad de Lorenzo, su
suposición que soy exactamente lo que parezco... bueno, es decepcionante. O tal vez
soy así de buena. Después de todo, me crearon para eso, para ser un camaleón, para
mezclarme y convertirme en lo que mi presa quiera que sea. Ahora mismo, quiere
que sea la chica buena con la que se acuesta su hermano. Quiere follarme y pegársela
a Nero. Doy un paso adelante, cerrando la brecha entre nosotros.
—Hazme una oferta mejor. —Levanto una ceja y me fijo en sus labios, que
lentamente se curvan en una sonrisa de satisfacción.
Eso es todo lo que necesita para coger mi vaso de la barra y beberse el vodka
restante antes de darse la vuelta y marcharse. Cruzo la mirada por el jardín del patio
hacia donde Nero está hablando con un pequeño grupo y sé que su atención estuvo
fija en mí todo este tiempo. Sus ojos se clavan en los míos, se entrecierran y su
mandíbula se tensa. Ignorándolo, sigo a Lorenzo fuera del patio. Se cuela por una
puerta lateral y susurra algo al guardia que está allí. El guardia asiente, y cuando me
acerco a él con una sensual sonrisa en los labios, se aparta sin decir palabra. Dejo
cierta distancia entre nosotros mientras sigo el camino de Lorenzo por los escalones
de piedra que conducen a una terraza acristalada adosada a la parte trasera de la
casa. Dentro, varias plantas se deslizan sobre el cristal y me asaltan los olores de
distintas flores. El sonido del agua corriente me invade los sentidos. A la mayoría de
la gente probablemente le parezca relajante, pero a mí me provoca una breve ráfaga
de imágenes que pasan por mi mente. Manos sujetándome, pánico, ahogándome,
recuperando el aliento para volver a ahogarme. Vuelvo a concentrarme en la tarea
que tengo entre manos, muevo el cuello de un lado a otro y respiro hondo para
centrarme de nuevo.
Lorenzo gira a la izquierda, bajo un pequeño arco que conduce a lo que supongo
que es la casa principal. Sube las escaleras y recorre un pasillo antes de detenerse
ante una puerta. Me mira por encima del hombro y me dedica una pequeña sonrisa
cuando la pesada puerta de roble se abre con un gemido.
Las manos me rozan el cuello, pero esta vez no me inmuto, porque estoy
preparada. Estoy en el lugar de mi mente donde la muerte, la sed de sangre, va más
allá de cualquier sentimiento incómodo que pueda provocar. Es una parte de mí que
oculto, de la que me avergüenzo, pero no por una culpa fuera de lugar. No me
atribuyas méritos que no me corresponden. Me avergüenzo porque soy mejor que
eso. Me entrenaron para ser impasible, la élite, el guerrero silencioso. La muerte es
un trabajo, una necesidad, ni nos gusta ni nos disgusta, simplemente es así. Pero
para mí, en un mundo donde todo es un mapa de existencia gris, es mi único pico
de color. Es cuando le quito el premio final a otra persona cuando recibo un regalo,
un momento de alivio, un momento de dicha. Y la posibilidad de ese momento me
excita.
Sus labios rozan mi piel tan suavemente que los pelos de mi nuca se erizan.
Sonrío.
Sonríe.
—Por supuesto. —Sus labios se pegan a los míos con tanta fuerza que me coge
por sorpresa un segundo, pero sólo una fracción de segundo. Su vaso sigue en su
mano entre nosotros, y me lo está poniendo demasiado fácil. Cruzo la mano por el
espacio que nos separa, rozo el borde del vaso y dejo caer la piedra en su bebida.
Hace un pequeño ruido de efervescencia, pero me agarro a su nuca y gimo en su
boca, cubriéndola con facilidad. Su lengua tantea mis labios, buscando la entrada,
pero yo lo empujo. Arquea las cejas, confuso.
—Creo que tengo que terminarme la copa por lo que me ofreces —bromeo,
rozando con los dientes el labio inferior y cogiendo mi vaso.
Resopla por lo bajo, se lleva el vaso a los labios y bebe un buen trago. Necesito
que se lo acabe. Vuelvo a inclinar el mío y me lo bebo entero. Él frunce el ceño y se
bebe otro buen trago que deja el vaso casi vacío. Es suficiente. Y el efecto es casi
instantáneo. Frunce el ceño y una suave tos le sube por la garganta. Pongo las manos
detrás del escritorio y me inclino hacia atrás. Tose de nuevo, agarrándose la
garganta.
—Cianuro. Es algo asqueroso. Vuelve tu propio cuerpo contra ti, impide que tus
células absorban oxígeno. —Inclino la cabeza hacia un lado, mirándole. Sus ojos me
fulminan con una mirada que no tiene ningún peso dada su posición actual. Me
agacho frente a él y le agarro la mandíbula para obligarle a mirarme—. Así que
mientras tú estás ahí, jadeando, tu cuerpo se está asfixiando por dentro. —Sonrío y
él me mira como si fuera a sobrevivir a esto y a cazarme hasta el fin del mundo. No
sería el primero en pensarlo. La mente humana es un animal extraño e incluso en el
último momento, cuando sabe que está perdida, que el cuerpo que tanto aprecia está
fallando, sigue teniendo esperanzas. La verdad es que, cuando nos vemos
empujados al límite de nuestra supervivencia, los seres humanos somos soñadores
y fantasiosos por naturaleza. Por muy realistas que seamos en la vida, la muerte lo
revela todo y se burla de nosotros con nuestra ingenua esperanza.
Joder. Nada más pronunciar las palabras, oigo la rápida aproximación de varios
hombres. Las escaleras gimen bajo su peso, y sé que si me quedo aquí, estoy muerta.
Voy a abrir de un tirón las puertas de cristal, pero están cerradas. Cojo la pesada
silla de cuero que hay detrás del escritorio con la intención de romper el cristal, pero
se oye un disparo antes que pueda hacerlo.
Suena otro disparo, éste tan cerca de mí que oigo el agudo chasquido al romper
el aire junto a mi oreja. Quiero que esto parezca auténtico, pero juro por Dios que si
me dispara... Salto al balcón y me lanzo por los aires. Hay un momento de completa
ingravidez antes que golpee la hierba, cayendo en un rollo de satén rojo rasgado. Lo
lógico sería ir hacia la arboleda y saltar la valla por encima del límite de la propiedad,
pero precisamente por eso no lo hago. Me agacho contra el edificio y me aprieto
contra los ladrillos justo debajo del balcón. Las voces sobre mí gritan órdenes,
claman por mi sangre. Nero está ahí mismo, dándoles instrucciones para que
dupliquen la patrulla en la valla y no dejen salir a nadie. Me arranco la peluca y me
quito las horquillas del pelo, sacudiéndome los largos mechones. El vestido ya está
estropeado, pero agarro la tela del corpiño y la arranco, haciéndola jirones por la
mitad hasta que se me enreda en la cintura, revelando un vestido azul pálido sin
mangas debajo. Me desprendo del primer vestido y me engancho en la esquina del
edificio. Hago una bola con la tela roja y la peluca y me aseguro de esconderlas bien
en la base de un arbusto que hay junto a la casa. Mientras me dirijo hacia los jardines,
saco unas gafas de sol del bolso y me las pongo. Mi paso vacila sólo un segundo
cuando seis hombres trajeados y armados doblan la esquina y empiezan a correr
hacia mí.
—Señora, esta zona está prohibida —dice el primero, con expresión severa e
implacable.
Miro la pistola que tiene en la mano y trago saliva, dando un paso tembloroso
hacia un lado. Todo para aparentar, claro.
—Por favor, vuelve a la fiesta con los demás invitados —dice despectivamente.
—Señoras y señores. —Su voz es un estruendo profundo que estoy seguro que
pueden oír claramente incluso los más alejados—. No hay nada de qué preocuparse,
sólo un pequeño problema de seguridad. —Sonríe y es tan genuina, tan segura, que
incluso a mí me tranquiliza—. Por favor, disfrutemos de la fiesta mientras los
guardias se encargan. —Levanta su copa de champán llena y muestra una amplia y
perfecta sonrisa a los invitados. Hay algunos murmullos, preguntas, confusión. Él
hace caso omiso y se bebe de un trago la copa de burbujeante líquido dorado antes
de bajar los escalones y rodearme la cintura con una mano.
—No lo hagas. La gente hará preguntas —siseo.
—Tócame —me pide cuando mis brazos permanecen rígidos a los lados.
Cumplo su petición y deslizo una palma por su pecho y la otra por su nuca. Su boca
se acerca a mi cuello, pero no llega a tocarme—. No dejarán salir a los invitados hasta
que yo lo diga. —Y no puede aclararlo demasiado pronto, ya que necesita evitar
sospechas—. Baila conmigo. Actúa como si me quisieras. —Puedo oír la sonrisa en
su voz y me dan ganas de darle un puñetazo en el riñón.
Me hace girar y yo pivoto sobre la punta del pie. Sé bailar. Bailar y luchar son
una misma cosa, un patrón, el encuentro de cuerpos, un enlace en el que debes leer
a tu pareja y seguirla o contrarrestarla. Me aprieta con la mano en la parte baja de la
espalda y me aprieta contra su duro cuerpo tan bruscamente que pierdo el aliento
en un grito ahogado. Sus labios carnosos se curvan hacia un lado y la sombra de un
hoyuelo se hunde en su mejilla cubierta de barba incipiente. Sigo cada uno de sus
movimientos. Nuestros cuerpos se mueven juntos como el agua caliente y la fría,
fluidos, diferentes y, sin embargo, exactamente iguales.
Se aparta y me mira a los ojos, con una expresión tan dura y decidida que parece
capaz de derribar países enteros en ese momento.
—No dejaré que te pase nada. —Me abraza con más fuerza y de repente me doy
cuenta de que no me importa. Cualquier contacto es suficiente para darme ganas de
matar, pero... silencio. La necesidad palpitante está ausente.
—Lo eres, Morte. —Me hace girar de nuevo, su agarre es firme e implacable
mientras me mueve por la pista de baile.
Miro por encima de su cabeza y veo que dos guardias se acercan corriendo a un
par más en la puerta, hablando por radio. Les digo que se encarguen, mientras les
aseguro que debo volver a la fiesta para dar la ilusión de normalidad. Por supuesto,
ya se contará a los invitados lo que ocurrió realmente, pero ahora mismo, revelar la
verdad no sólo incitaría al pánico, sino que también parecería débil. El hecho de que
la mafia italiana diera un golpe dentro de sus propias paredes en una fiesta de
compromiso... bueno, eso es simplemente vergonzoso, pero Arnaldo planeó esto. Y
realmente, si la verdad sale a la luz, Lorenzo parecerá el débil, asesinado porque
intentaba follarse a otra mujer en su propia fiesta de compromiso. No puedo evitar
sonreír. Su padre se revolcaría en su tumba. Pero es este mismo hecho el que
mantendrá todo esto en silencio. La gente susurrará que fue mi cita quien lo mató,
pero nadie lo confirmará. Aparte de su seguridad directa, garantizo que nadie lo
sabrá. La reputación significa mucho más que la justicia en nuestro mundo.
—Están registrando a los invitados —respira Una contra mi garganta, con la voz
tensa. La hago girar y cambiamos de posición. Los guardias registran a los invitados,
los bolsos y, seguramente, a una misteriosa morena. Dudo que miren a Una, pero
podrían hacerlo. Después de todo, técnicamente ella nunca cruzó la puerta. Si lo
comprueban, estamos jodidos.
Mierda. Agarro a Una por la nuca y la atraigo hacia mí, pegando mis labios a los
suyos. Se queda paralizada, sus uñas se clavan en mi hombro. Desciendo la mano
por su espalda, rozo su culo mientras acaricio con la lengua su labio inferior. Esto
tiene que quedar bien, lo bastante bien como para que la gente se sienta incómoda.
Se pone rígida e intenta apartarse de mí, oponiendo resistencia. Maldita sea. Ahora
mismo, nuestros destinos están entrelazados. Si la atrapan, a mí también.
Tomo el control, meto la mano en su pelo y lo agarro con fuerza, tirando de él.
En cuanto lo hago, suelta un suspiro agudo, sus labios se entreabren y su aliento
baila sobre mi lengua. El hielo se resquebraja centímetro a centímetro, hasta que la
siento blanda y flexible entre mis brazos. Sus dedos me recorren desde el hombro
hasta la nuca, las uñas rastrillando mi piel en un rastro ardiente que me hace sisear
contra sus labios y estrecharla más contra mi cuerpo. Sabe a champán y a peligro, y
todo en ella hace que la adrenalina corra por mis venas como una droga. El beso se
convierte en un campo de batalla, cuanto más rudo soy, cuanto más magullado es
mi agarre, más profundo cae ella. No hay nada dulce ni suave en él, sólo una pasión
brutal. Me muerde el labio con tanta fuerza que me hace sangrar y luego pasa la
lengua por la herida, haciéndome gemir. Tengo la polla pegada a la cremallera y el
calor me recorre la piel en una oleada. Por fin suelto mi mano de su pelo y ella se
aleja de mí, jadeando. Sus ojos se cruzan con los míos, esos iris lilas llenos de
confusión y lujuria. Parece horrorizada.
Las cejas azabache caen sobre unos ojos igualmente oscuros mientras me evalúa.
—Ojalá pudieras. Tu intrépido líder murió, Romero. ¿Quién crees que ocupará
su lugar?
Me río.
Nero.
—No me digas.
Los hombres de Leng irrumpen en la calle justo cuando me alejo del hotel.
Estuvo cerca. Demasiado cerca.
—Deberíamos volver allí y matar a cada uno de ellos. —La mirada de Jackson se
cruza con la mía, cada músculo tenso por la necesidad de venganza. Es un tipo
grande, de hombros anchos y letal si le caes mal. Me reclino en la silla y me acerco
el encendedor a la cara. El fuerte chasquido del zippo plateado es el único sonido de
la habitación, aparte de su respiración entrecortada. Inhalo, introduciendo el humo
en mis pulmones, dejando que me llene y me queme por dentro.
—No.
—¡Joder! —grita, apartándose del escritorio—. ¡Levi está muerto por culpa de
esos hijos de puta! —Me quedo quieto, inclinando la cabeza hacia un lado mientras
lo miro. Me devuelve la mirada durante un largo rato antes de tragar saliva con
nerviosismo. Me levanto del escritorio y me muevo lentamente a su alrededor.
Todos los presentes parecen contener la respiración. Sólo me detengo cuando estoy
frente a frente con él. Hay una pausa, un momento tenso en el que nos miramos
fijamente. Es como un hermano para mí, pero hermano o no, nadie me cuestiona.
—No tienes derecho a pensar, Jackson. No puedes opinar —gruño en voz baja.
Le tiembla un músculo de la mandíbula y eso basta para enfadarme. Le rodeo la
garganta con una mano y aprieto lo suficiente para que se ahogue—. ¡Eres un puto
soldado! Lárgate. —Lo suelto y se aleja tambaleándose hacia la puerta.
Se detiene cuando se oye un fuerte clic detrás de mí, y se da la vuelta con la mano
echando mano a la pistola. Gio se aparta de la pared y apunta a las puertas francesas
de cristal que dan al balcón. Me doy la vuelta y entrecierro los ojos para ver en la
oscuridad del otro lado del cristal. Distingo a alguien de negro, agachado. Giro el
picaporte y la diminuta figura entra en la habitación como si fuera la dueña del
lugar. Una capucha negra oculta la mitad de su rostro, pero reconocería esos labios
pintados de rojo en cualquier parte.
—No juego bien con los demás —dice, con un pequeño mohín en los labios. Sigo
acercándome a ella hasta que el cañón de su pistola me aprieta la frente.
—No vas a dispararme. Un capo vale, ¿cuánto? ¿Un par de millones? —Inclina
la cabeza y me mira con ojos depredadores—. No trabajas gratis. —Sonrío.
Sus ojos bailan peligrosamente y me recorre la sien con la pistola desde la frente.
Su aroma me asalta: vainilla y un toque de aceite de armas. Desliza el frío metal por
mi mejilla y mi mandíbula. Su cuerpo apretado está tan cerca que puedo sentir cada
respiración suya mientras sus tetas me presionan el estómago. Tiene esa mirada
despiadada, la misma que tenía después de matar a mi hermano. Esa mirada, la
pistola en mi mejilla... me pone la polla dura. Tengo que contener un gemido cuando
se inclina hacia mí, rozándome la mandíbula con los labios hasta llegar a la oreja.
El cañón me muerde la piel y una risa baja me sube por la garganta. Sólo cuando
te enfrentas a la muerte recuerdas de verdad que estás vivo. La sangre me corre por
las venas y la adrenalina me recorre el cuerpo. Sonriendo, chasqueo los dedos,
haciéndoles un gesto para que salgan. Tommy se levanta y se va sin mirar atrás. A
ese cabrón no le importa una mierda. Jackson se mueve a continuación, y Gio es el
último, siempre leal, y demasiado serio.
—Una muestra de poder. —Odio esta casa, pero para la familia de Nueva York,
es la casa del capo. Residir en ella simboliza el poder que ahora tengo. Me importa
una mierda. Con gusto la quemaría hasta los cimientos con todos ellos dentro.
Se acerca a mi mesa y toma asiento frente a mí, cruzando lentamente una pierna
sobre la otra mientras se pasa una uña roja como la sangre por el muslo. Se echa la
capucha hacia atrás y la luz la alcanza de lleno por primera vez desde que entró aquí.
Su belleza es fría, casi inhumana, porque en el rostro juvenil de un ángel se esconde
la dura severidad de alguien que vio e hizo cosas indescriptibles. Hay un argumento
para todo, y no voy a fingir que soy mejor. Hice cosas que harían estremecerse hasta
al más duro de los hombres, pero se hicieron en nombre de algo. Poder, familia, más
poder... elige. Lo que Una hace, sin embargo... no lucha por nadie, ni siquiera por sí
misma. Veamos si puedo cambiar eso.
—Vine aquí por cortesía, Nero. —Saca un cuchillo de la funda del muslo y lo
pasa casualmente entre los dedos—. Me ayudaste una vez. Pero no me llamas. No
me contratas. —Golpea el cuchillo contra el antiguo escritorio de madera con tanta
fuerza que sus nudillos se vuelven blancos alrededor de la empuñadura—. Eres un
capo —escupe, con esos ojos violetas clavados en los míos.
Suspiro. El problema con Una es que está en lo más alto de la cadena alimenticia
y nada entre tiburones. Aún no se dio cuenta que yo soy un puto tiburón,
revoloteando en las oscuras aguas justo debajo de todos ellos, esperando,
aguardando mi momento. Me levanto de la silla y le rodeo el cuello con la mano en
un santiamén, golpeándola contra el escritorio.
—Cometes el error de pensar que los meros títulos significan algo para mí.
Consigo lo que quiero, y lo que quiero ahora, Morte, eres tú —le gruño. Una amplia
sonrisa se dibuja en sus labios. Es la primera vez que la veo sonreír de verdad.
—Nero, dices las cosas más calientes. —Se mueve y me rodea la cintura con las
piernas. La miro con el ceño fruncido y entonces ella cierra los tobillos, apretando
los muslos a mi alrededor como una boa constrictora. Cuando reajusto mi agarre en
su garganta, se muerde el labio, como si le gustara. Aprieta las caderas y yo reprimo
un gemido cuando me acerca aún más, apretándome contra el hueco entre sus
muslos. Entrecierra los ojos y su cuerpo tiembla por el esfuerzo de intentar hacerme
daño. Mis riñones gritan en señal de protesta, pero mi polla suplica estar dentro de
ella. Tengo una polla kamikaze. Sus caderas se balancean y la fricción me obliga a
gruñir por lo bajo. La levanto del escritorio por la garganta y la mantengo a escasos
centímetros de mí.
—Eres desechable para mí, Una —le digo. Sus labios se separan, atrayendo mis
ojos hacia ellos, tan llenos y perfectos. Siento su respiración entrecortada en mi cara,
los latidos de su corazón bajo las yemas de mis dedos y, sobre todo, su coño
presionando mi polla. Se ríe, con la respiración entrecortada. Lucho con mi propio
control mientras camino por la delgada línea entre querer follármela y estrangularla.
Permanecemos así unos segundos, y es una tortura. ¡Mierda! No tengo tiempo para
esto. Finalmente, la suelto y me alejo de su cuerpo. Sus piernas se separan de mí y
tose, incorporándose y agarrándose la garganta.
Suelta una risa tintineante, tan en desacuerdo con la asesina que es.
—Me gustas, Nero. —Me giro para mirarla y veo cómo cruza las piernas sobre
el escritorio—. Te respeto y ascendiste en el mundo. —Señala la habitación que nos
rodea, la misma en la que mató a Lorenzo—. Pero no lo suficiente como para trabajar
para ti. Hay un orden, un equilibrio. Puede que a ti no te importen los títulos, pero
al mundo sí. Puedes pensar que soy desechable, pero déjame asegurarte que sólo
hay una Una Ivanov y mis servicios son muy demandados.
—Te pagaré.
—Si te quisiera muerta, estarías muerta —repito las palabras que me dijo una
vez mientras saco el cigarrillo.
Se pone en pie, se sube la capucha y se dirige hacia las puertas por las que entró.
—Nos vemos, capo.
La miro a los ojos y veo una chispa, esperanza. Quiere creerme. Quiere que lo
que digo sea verdad. Veo la división, la lucha dentro de ella. La esperanza frente a
la decisión racional e inteligente, porque la esperanza sin razón es una emoción tan
frágil y débil. Pero la debilidad es parte de la naturaleza humana. Una apenas parece
humana, siempre profesional, mesurada, mortal. ¿Será racional ahora o encontrará
una pizca de humanidad? ¿Corazón o cabeza? Esa es la cuestión.
UNA
Mi corazón martillea, el pulso en mi garganta late tan fuerte que apenas puedo
respirar. Nero da una lenta calada a su cigarrillo, observándome como un halcón,
buscando cualquier signo de debilidad. Lo que no sabe es que podría haberme dado
un puñetazo en el hígado, porque ahora me siento paralizada. ¿Cómo sabe lo de
Anna? Nadie sabe nada de la hermana de la que me separaron cuando la Bratva me
sacó de un orfanato hace trece años. Pasé años siendo entrenada, golpeada,
destrozada, solo para ser reconstruida en la encarnación del soldado perfecto. Los
Bratva me hicieron fuerte, me convirtieron en un guerrero, me hicieron exactamente
lo que querían. Una Vasiliev murió en ese lugar, despojada de todo lo que era.
Excepto Anna, porque nunca pude dejarla marchar, ni siquiera cuando quise, ni
siquiera cuando supe que mi obsesión por ella no me traía más que dolor y
preguntas sin respuesta.
¿Le creo a Nero? No le creo. Pero sólo escuchar su nombre salir de sus labios
hace que algo dentro de mí se mueva. Una puerta que cerré de golpe cuando tenía
quince años ahora está abierta por una rendija. Las emociones se filtran y lucho por
devolverlas a ese rincón oscuro de mi mente donde vive Una Vasiliev, la joven que
llora por su hermana, que sufre por todo lo que perdió, por todo lo que tuvo que
hacer para sobrevivir. Lo siento. Por primera vez en mucho tiempo, siento algo más
que el frío desapego que conlleva matar. Olvidé cómo se siente la ira... estar tan
consumida, tan completamente impulsado por esa única emoción. Estoy enfadada
conmigo misma, pero sobre todo estoy enfadada con Nero por usarla contra mí, por
acorralarme, a pesar que sé qué haría cosas mucho peores para conseguir lo que
quiere. Me siento amenazada, y eso nunca es bueno. Rodando los hombros y
cerrando los ojos, la rabia helada se encierra a mi alrededor, aprisionándome en sus
garras. Y el interruptor se activa. No tengo más control sobre él que el instinto de
respirar. Cuando abro los ojos, mis sentidos se agudizaron, mi visión se vuelve más
clara y puedo sentir cada una de sus respiraciones. La adrenalina corre por mis
venas. Mi mente percibe una amenaza y mi cuerpo responde automáticamente. Tras
años de entrenamiento, no es más que un reflejo, como cuando alguien te lanza una
pelota y tu brazo se mueve para atraparla. Estoy lista para luchar. Lista para matar.
—Encontraste un nombre. Bien hecho —digo. Incluso para mis propios oídos
sueno fría, eficiente. Nero levanta una ceja. Sus ojos se clavan en los míos y veo
cautela en ellos, pero no miedo, nunca miedo en él. Qué tontería—. ¿Qué pensabas,
Nero? ¿Qué te inventarías un nombre y me harías hacer el trabajo sucio como si fuera
tu mascota? —Una sonrisa tira de mis labios—. Fui muy amable contigo hasta ahora,
de verdad, pero no me mientas. No me enfades. Acabaré contigo y no volveré a
pensar en ti —susurro.
¿Y si está diciendo la verdad? O quizá sólo quiero creerle. Odio que esto sea
siquiera un tema de discusión. Debería irme ya. No vi a Anna en más de trece años;
ella debería ser nada más que un fantasma para mí.
Simple, dice. Sé todo sobre sus travesuras en las últimas dos semanas desde que
maté a Lorenzo. Resulta que Nero es el chico malo de la mafia, y considerando que
es la maldita mafia, eso es decir algo. Arnaldo lo nombró capo a raíz de la muerte de
su hermano, y ahora la mierda está golpeando el ventilador. Los italianos valoran la
familia y el honor por encima de todo. Resulta que Nero no valora ni lo uno ni lo
otro. Es un maldito despiadado, pero eso ya lo sabía. Lo tenía clavado desde el
momento en que lo conocí. Aun así, decapitar al segundo de Lorenzo fue extremo y
probablemente no esté en el manual de creación de equipos y liderazgo. A Nero
Verdi le salen enemigos por el culo. No tengo ningún deseo de compartirlos con él.
Volviéndome hacia él, cuadro los hombros e inclino la cabeza hacia un lado.
—Oí que tienes muchos enemigos, Capo. Mataste a tu propio hermano por el
trono. —Tsk—. Un asunto desagradable, sobre todo cuando los italianos valoran
tanto la familia.
—¿Cuál es el trabajo?
Se acerca, saca un papel del bolsillo interior de su chaqueta y me lo tiende. Se lo
cojo y él se deja caer en la silla que hay detrás de su escritorio. Al desplegar la hoja
de papel rayado, encuentro cuatro nombres garabateados uno debajo del otro.
Marco Fiore
Bernardo Caro
Franco Lama
Finnegan O'Hara
Reconozco a tres de ellos y dos no son ratas callejeras. Bernardo Caro es otro
capo de Nueva York, y Finnegan O'Hara... bueno, está metido en todo y con todos.
Hay varios golpes en su cabeza. Ya estoy pensando en mis contactos, en cómo podría
llegar hasta ellos, a quién debería golpear primero... Levanto lentamente los ojos
hacia él. Me está mirando, con un codo apoyado en el escritorio y el dedo índice
dándose golpecitos en el labio inferior. Doblo el papel y se lo devuelvo.
—No puedo acertar a tantos en una sola red. —Tres de esos tipos son italianos.
Llamaría demasiado la atención, y en este negocio la atención nunca es buena.
Aprieto los puños con tanta fuerza que las uñas me rompen la piel de la palma.
Sacude la cabeza.
—Necesito que sepan que fuiste tú y no yo.
Esto es un suicidio, pero es increíble lo que harías por lo que más quieres. Pase
toda mi vida sola, una isla rodeada de aguas tan profundas y oscuras, que nadie
podría esperar cruzarlas. Pero Anna... ella camina sobre el agua. Mis límites no se
aplican a ella, o a su fantasía al menos. Quién sabe en quién o en qué se convirtió
ahora.
—Tengo tiempo. —Sus labios se mueven hacia un lado—. Te pagaré tres por
cada uno. Más tu hermana. No hagas ningún otro trabajo hasta que esto termine y
te quedes conmigo.
Sonríe.
Aprieta los labios en una línea plana. No dice nada, pero su silencio es respuesta
suficiente. Aprieto los dedos contra el borde del escritorio y siento... todo. Siento...
todo. La emoción me sube por la garganta y me muerdo con fuerza el interior de la
mejilla en un intento de canalizarla, pero no puedo. Siento que mi corazón, dormido
durante tanto tiempo, se rompe, se astilla y se desangra. Me vienen recuerdos a la
mente, pero en lugar de verme a mí misma, imagino que es ella. Hombres
sujetándola, riendo mientras le arrancan la ropa del cuerpo, manos rodeando su
delicada garganta, uñas rasgando su suave piel mientras la obligan a separar las
piernas. Sólo que ella no lucharía como yo, y no tendría a un Nicholai para salvarla.
Mis uñas chillan en señal de protesta cuando agarro la madera con fuerza suficiente
para doblarlas hacia atrás. La rabia me desgarra la piel y no deseo otra cosa que
enrojecer los ríos de México hasta encontrarla. Las imágenes parpadean detrás de
mis párpados como un carrete de película defectuoso, y me dan ganas de gritar.
—¡Una! —Unos dedos me rozan la mandíbula y me estremezco cuando Nero me
arranca de los gritos de mi mente—. Mírame. —El corazón me late con fuerza y noto
la fina capa de sudor que me cubre la piel—. Una, mírame. —repite. Sus manos se
posan a ambos lados de mi cara, su agarre fuerte y deliberado, obligándome a
levantar los ojos.
Encuentro la mirada de Nero y sus perspicaces ojos buscan los míos. Estoy
congelada, atrapada entre el pasado y el presente, entre la realidad y la pesadilla. Su
pulgar me acaricia la mejilla y es cómo salir a la superficie después de haber estado
sumergida en el agua durante varios minutos. Respiro entrecortadamente,
absorbiendo oxígeno en los pulmones. Vuelvo a concentrarme casi al instante y
golpeo su pecho con la palma de la mano con tanta fuerza que él retrocede un paso
y me suelta las manos. Retrocedo y empiezo a dar vueltas alrededor del escritorio,
poniendo distancia entre nosotros. De todas las personas ante las que tener una
recaída...
—Mataré a tu gente, pero quiero algo más que tu información sobre Anna. —
Levanta la barbilla—. Quiero que me ayudes a recuperarla. —Es un pequeño precio
a pagar. Por ella.
Sea cual sea su plan, debe ser importante porque asiente rápidamente.
—Sasha, soy yo. —Me deslizo fácilmente en mi lengua materna, aunque se siente
extrañamente extraño. Estuve lejos tanto tiempo.
—En un trabajo en Nueva York. —No digo más y él no pregunta. Esta es nuestra
vida, esto es lo que hacemos. Aunque se decepcionaría si supiera que me estoy
vendiendo ahora mismo, por no hablar que se lo diría a Nicholai. Fui a las
instalaciones de Nicholai cuando tenía trece años después que él me salvara de ser
violada y vendida como puta. Sasha estuvo allí desde los nueve años. Soy leal a
Nicholai porque es el único padre que conocí, pero veo sus defectos. Mataría a Anna,
y sé que lo haría porque me ama. En muchos sentidos, veo su lógica, incluso estoy
de acuerdo con ella. Pero no puedo permitirlo, no cuando se trata de Anna. Sasha,
por otro lado, es completamente leal a Nicholai. No tiene debilidades como una
hermana perdida hace mucho tiempo. Me preocupo por él como un hermano y él
también se preocupa por mí, pero en última instancia, me traicionaría antes de
romper la confianza de Nicholai. Tengo que tener cuidado—. Necesito un favor.
—¿Que?
—Pero tienes que prometerme que no dirás ni una palabra de esto a nadie. —El
tono suplicante de mi voz es realmente patético.
—Necesito que localices dónde guarda sus esclavas sexuales el cártel de Sinaloa.
Se queda en silencio.
—Sí.
No dice nada durante unos segundos y suelta un largo suspiro.
—Ahora no estará bajo el mismo nombre. Buscas a una chica vendida al Sinaloa
hace unos tres años. Pelo rubio-blanco, ojos azules.
Se aclara la garganta.
—Vale, no puedo prometer nada, pero echaré un vistazo. —La otra especialidad
de Sasha es el hackeo. La web oscura, cuentas bancarias, correos electrónicos, incluso
grabaciones de CCTV. Si hay un rastro de Anna que encontrar, él lo encontrará. Lo
admito, es una posibilidad remota.
Puede que Nero sepa más o menos dónde está Anna, pero no voy a sentarme y
dejar que se tome su tiempo para encontrarla, sólo para conseguir lo que quiere de
mí. No soy el peón de nadie. Pero necesito más información. Si Sasha no puede
encontrar nada, entonces me quedo con Nero como mi única esperanza de
encontrarla. Eso no me gusta. Quiero matarlo y sonreír mientras lo veo desangrarse,
pero no puedo y no lo haré. Encontró a Anna. A pesar de los ilimitados recursos a
mi disposición y una reputación que tiende a hacer hablar a la gente, no pude
encontrarla. Él tuvo éxito donde yo fracasé. ¿Cómo? Busqué, pero supongo que
nunca pensé realmente que la encontraría, y ahora que me enfrento a la posibilidad,
ahora que la vi, de repente es algo más que un recuerdo que se desvanece.
Mis pensamientos se interrumpen cuando oigo pasos rozando la hierba. La
distracción es un bienvenido respiro de mis pensamientos, y una parte de mí espera
que sea un atacante. Necesito una pelea ahora mismo. Necesito que la violencia y el
derramamiento de sangre me recuerden lo que soy. Al escuchar, exhalo un suspiro
que me empaña la cara. A pesar de que los días son cálidos en abril, las noches siguen
siendo frías aquí en Nueva York. Claro que, comparadas con Rusia, son sofocantes.
No echo de menos esos inviernos helados en esa fortaleza de hormigón.
Cuando los pasos se acercan, veo acercarse a uno de los hombres de Nero, el más
tranquilo. Su traje negro se funde con la oscuridad como si formara parte de ella. Sus
ojos escrutan la noche mientras se acerca a mí, como si buscara alguna amenaza
oculta. Mantengo la cara inclinada hacia abajo, protegiéndola de su mirada.
—Soy Gio, el segundo de Nero —dice, con una voz demasiado culta para Nueva
York. Tiene todos los rasgos tradicionales italianos, excepto sus profundos ojos
azules, y es casi tan guapo como Nero, pero carece de ese filo despiadado que hace
que el capo sea más de alguna manera.
—Nero no necesita mi protección. Confía en mí. —Le creo—. ¿Por qué estás
aquí?
—¿De dónde sacaste esa idea? —Me sobresalto cuando dos formas negras bajan
hacia nosotros por los jardines en pendiente. Mis músculos se tensan, pero Gio no
se mueve. Cuando están a unos metros, veo que son perros. Dos dóberman negros
le rodean las piernas excitados hasta que les grita una orden y se sientan, uno a cada
lado.
Se encoge de hombros.
—Ven. Te lo enseñaré.
Miro hacia atrás, a la fea casa que está justo encima de nosotros en la colina.
—Este es Tommy. —Gio señala al tipo que se sienta a horcajadas en una silla
junto a Nero y éste levanta una mano, saludándome con la mano mientras sonríe.
Es el único aquí que no tiene el pelo oscuro y la piel aceitunada. Sus ojos verdes, su
piel pálida y su pelo castaño lo delatan como algo que no es italiano—. Y Jackson.
—Hace un gesto despectivo con la mano hacia el grandullón. Este es el círculo íntimo
de Nero, me doy cuenta. Cada capo, jefe o líder tiene uno. Tienes que tenerlo. Yo
tengo gente que uso para ciertas cosas. Nadie puede estar completamente solo. Es
imposible.
Suspirando, me acerco a la pared donde está Nero, preparado para ver cómo
flexionan los músculos y tratan al tipo de la cadena como una piñata. El brazo de
Nero está a un par de metros del mío, donde me apoyo contra el frío hormigón, pero
soy anormalmente consciente de él. Está de pie en su vigilia silenciosa, rey de todo
lo que vigila, y es todo lo que no dice ni hace lo que le hace tan formidable. Nicholai
siempre decía que el peso de un hombre reside en cómo es percibido, y la percepción
siempre puede alterarse. Un hombre que amenaza, un hombre que es visto como
violento, lo hace porque siente que tiene que demostrar algo. Nero quiere que
elimine a sus enemigos. Él no está haciendo un punto, lejos de eso, él está
deliberadamente tratando de quitarse de ella. No necesita amenazar ni matar,
porque sabe lo que es y confía en sus habilidades. Siento sus ojos clavados en mi
cara, pero los ignoro, cruzo los brazos sobre el pecho y pongo cara de aburrimiento.
La verdad es que, una vez que viste un interrogatorio, los vistes todos.
Gio se acerca al hombre suspendido y lo rodea con las manos metidas en los
bolsillos.
—¿Está muerto?
—Si lo quisiéramos muerto, habría usado una bala y salvado tu camisa —dice
Gio, su voz como terciopelo al decir las palabras en voz baja—. Despiértalo.
Jackson coge un cubo de al lado y echa agua sobre el hombre inconsciente. Jadea
y se despierta de un tirón, agitándose contra la cadena como un pez en un sedal. Por
el rabillo del ojo veo que Nero deja caer el cigarrillo y lo aplasta bajo el zapato,
dejando una marca negra en el suelo de cemento. Da un paso al frente y el ambiente
de la sala cambia, como si la paliza sólo hubiera sido un calentamiento y todo
estuviera a punto de empezar.
No digo nada. La única razón por la que estoy aquí es porque tengo que esperar
a que Nero me dé su real decreto. No me gusta que me hagan esperar, y menos
cuando estoy esperando para ir a su apartamento... algo que ni siquiera quiero hacer.
Así que me quedo a un lado, observando cómo se pavonea el club de los chicos,
sopesándose las pelotas unos a otros. Aunque, diré que tengo curiosidad. Quiero ver
qué hace Nero que los tiene a todos con la respiración contenida, o quizás ni siquiera
lo saben.
Nero se para frente al hombre. Su silencio bien podría ser un disparo en la
habitación. Mete la mano en el bolsillo de la chaqueta, saca un paquete de cigarrillos
y coge uno para sustituir al que acaba de apagar. Sus movimientos son lentos,
metódicos, deliberadamente pausados, mientras guarda el paquete en el bolsillo y
saca el mechero. El leve chasquido da paso a la llama naranja brillante que baila
sobre la punta del cigarrillo hasta que brilla con un rojo intenso. Me fijo en cada
pequeño detalle intrascendente, porque él me lo exige, sin decir ni una palabra.
Tiene un don, y cuando por fin habla, todo el mundo le escucha.
—Debería saber, señor Chang, que siempre consigo lo que quiero. —Se endereza
el cuello de la chaqueta y se quita una pelusa inexistente.
—¡Esta vez no! —ronca el ahorcado, aunque se pierde en una tos ahogada.
—No saldrás vivo de aquí —le dice. Bueno, no va a decirle una mierda ahora.
No me malinterpretes, sabe que va a morir, estoy segura, pero la esperanza juega
malas pasadas a la mente humana. Es esa frágil esperanza la que les hace derramar
sus tripas, no una pena de muerte garantizada.
—¡Vete a la mierda! —El tipo escupe entre labios hinchados y dientes rotos. Se
balancea ligeramente cuando su peso se desplaza y la cadena emite un ominoso
crujido cuando los eslabones chirrían entre sí.
Nero suspira y luego aspira su cigarrillo. Por primera vez, me fijo en la forma en
que sus labios se fruncen alrededor del cigarrillo, y en cómo su mandíbula se
flexiona bajo una capa de barba oscura mientras aspira. Se da la vuelta y hace un
leve gesto con la barbilla a Gio, que sale inmediatamente de la habitación.
Admito que estoy intrigada cuando Gio vuelve a la habitación llevando un cubo
de metal. Lo coloca a los pies de Nero, donde se inclina y saca una botella. Nero
asiente y retrocede mientras Gio abre la botella y la vierte sobre el hombre
suspendido. Sólo tardo un segundo en percibir el olor. Gasolina. El líquido empapa
el material de sus vaqueros, cae en cascada por su cuerpo destrozado hasta que tose
y se ahoga, intentando no inhalarlo.
Le echan otro cubo de agua y vuelve a despertarse de un tirón, sólo que esta vez
debe de sentirse como si estuviera encerrado en el círculo íntimo del infierno. El grito
que sale de sus labios haría retroceder hasta al más duro de los hombres. Su piel está
en carne viva y destrozada, literalmente como si se hubiera derretido en el fuego.
Está completamente irreconocible, y no es que la ronda con los nudillos de bronce le
haya hecho muchos favores. Nero le mira fijamente.
—Dame un nombre y te daré una bala. Si no, espero que disfrutes tus últimas
horas en esta tierra.
—Gio, Jackson, creo que Bruce Abbiati necesita una visita. —Nero dice
sombríamente—. Asegúrense de enviar un mensaje. —Vuelve a guardar su pistola
en la funda de su pecho y se acerca a mí—. Disculpa el retraso. —Luego sale de la
habitación sin mirar atrás.
—¿Por qué?
—Sé lo suficiente sobre ti como para saber que eres muy capaz con algunos
contactos extremadamente poderosos. Ahora mismo, entramos en algo que nos
beneficia mutuamente. Yo consigo lo que quiero y tú consigues lo que quieres.
Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios, aunque sus ojos brillan con algo
peligroso.
Le devuelvo la sonrisa.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo?
Oh, ahora nos conocemos por el apellido. Resoplo cuando el semáforo se pone
en verde y me alejo.
—Por supuesto, si quieres que haga mi trabajo, entonces necesitaré mi equipo.
Por no hablar de la ropa. Tenemos que hacer una parada.
—¿Terminaste?
Pasa a mi lado.
—Bueno, nadie guardaría nada de valor aquí, así que nadie se molesta en entrar.
—Se encoge de hombros. Eso dice ahora.
Sus pasos detrás de mí son tan silenciosos que casi me desconciertan. Lleva el
“silencio de ultratumba” a un contexto completamente nuevo.
Las puertas del ascensor se abren y entro. Parece un animal acorralado cuando
se desliza a mi lado, lista para huir en cualquier momento. Se queda un poco detrás
de mí, siempre tan estratega. Veo su reflejo borroso en las puertas de latón, e incluso
con esa visión limitada puedo ver la tensión en sus hombros. Está incómoda y
dispuesta a luchar.
¿No va a ser divertido? Gio cree que estoy loco por traerla aquí. Quería que la
dejara en casa, pero sé que es imposible que se quede allí. Bueno... podría, pero no
sin masacrar a cada hombre que vea su cara antes de que nos separemos. La tensión
en esta pequeña caja de metal se vuelve asfixiante, hasta que estoy listo para abrir
las malditas puertas o apuntarle a la cabeza con una pistola y decirle que se deje de
estupideces. Por suerte para los dos, suena un pitido bajo antes que se abran las
puertas. Los perros trotan hacia delante, desapareciendo en la cocina donde Margo,
mi ama de llaves, les habrá dejado comida.
—El ascensor sólo funciona con llave, y la salida de emergencia tiene sensores y
sistemas de alarma en la puerta. Así que, si huyes, lo sabré. —La miro,
asegurándome que ve lo mortalmente serio que estoy. Sinceramente, no tengo ni
idea de cómo tratar a alguien como ella. Trato con hombres para los que las
amenazas y el apalancamiento sin duda funcionan. Ella es demasiado tranquila,
demasiado tolerante. Me hace sospechar. Nunca tuve que reprimir a alguien de su
habilidad, ni con sus contactos. Estoy seguro que podría pedir un favor a cualquier
pez gordo, incluso a Arnaldo. Después de todo, estoy fuera de la red aquí,
trabajando por mi cuenta, y no tengo ninguna duda que ella lo sabe. Sólo espero que
su hermana sea suficiente. Es cierto, ella podría ser capaz de encontrar a Anna por
su cuenta, pero tuve chicos enterrados en los cárteles durante años. Soy su mejor
opción. Se aleja de mí y se acerca a los ventanales que rodean todo el apartamento,
como una pared de cristal que la aprisiona aquí, por encima de Nueva York.
—Tu habitación está por aquí. —Subo las escaleras hasta el segundo piso. La
barandilla estilo balcón se extiende a lo largo del apartamento, con vistas a la sala
de estar de planta abierta de abajo. Mi paso vacila en la primera puerta, la habitación
más alejada de la mía, en la que pensaba meterla a ella, pero por alguna razón sigo
caminando y me detengo en la que está junto a la mía. Empujo la puerta y extiendo
el brazo en un gesto amplio.
Sonríe.
—Lo dices como si fueran mascotas. Mariposas en un tarro. —Se aleja unos pasos
y gira sobre sus talones para mirarme—. Me pareces de los que arrancan las alas a
las mariposas bonitas, Nero.
Una Ivanov. Hay algo en ella que constantemente se burla, provoca y se atreve.
Me acerco más a la habitación, acortando lentamente la distancia que nos separa
hasta que estoy lo bastante cerca como para ver sus ojos añiles en la oscuridad. La
forma más fácil de intimidar a alguien es meterse en su espacio personal. Es un
hábito cuando se intenta obligar a alguien a retroceder, pero con Una descubro que
tiene el efecto contrario. Ella se eleva ante la amenaza, haciendo que todo en mí se
incorpore y tome nota. Quiero ser indiferente a ella, necesito serlo, y sin embargo,
todo lo que hace capta mi atención. ¿Cómo no? Nunca conocí a una mujer como ella,
y sé que nunca la conoceré. No hay nadie como ella. Es la mejor, el beso de la muerte
en persona. Mis ojos recorren el contorno de sus labios carnosos, y de pronto
recuerdo exactamente cómo se sienten contra los míos, el latigazo de su lengua, el
violento rasguño de sus dientes...
—Me confundes con algo bonito y frágil, pero te aseguro que las alas que tenía
me las arrancaron hace mucho tiempo —dice con indiferencia, pero capto un breve
destello de tristeza en sus ojos. Pero no lo dice por lástima, sino porque odia que la
vean delicada. Debería importarme una mierda, pero es como un rompecabezas en
el que no puedo resistirme a perder el tiempo.
—Bien entonces, sé una oruga fea. —Resopla y una breve sonrisa se dibuja en
sus labios, hundiendo un hoyuelo en su mejilla de porcelana. Una mariposa, aunque
sus alas sean de acero y su tacto pueda matar. Me obligo a alejarme de ella y salgo
por la puerta.
—Nero. —Me detengo al oír su voz—. Uh... —tartamudea sobre sus palabras y
me hace volverme hacia ella—. Podrías oír cosas esta noche. No entres aquí. —Antes
que pueda responder, cierra la puerta de un portazo.
UNA
—Ya aprenderás cuál es tu lugar, Una. No eres nada ni nadie, una huérfana no deseada.
Dilo. —La matrona del orfanato me grita a la cara, con la saliva saliendo de sus labios finos
y crueles. Un cigarrillo cuelga de sus dedos y el olor a tabaco recorre la habitación. Desafiante,
le sostengo la mirada, negándome a ceder. La áspera madera de la silla me muerde los muslos
desnudos, expuestos por el vestido de verano que llevo. Las correas de cuero que sujetan mis
muñecas a los brazos de la silla están gastadas, pero aún me rozan la piel y me dejan las
muñecas en carne viva. A la matrona le gusta hacer esto para asegurarse que los niños se
portan bien. Yo no lo hago. Sé lo que hacen con nosotros, lo que planearon. Me niego a aceptar
este destino y, sobre todo, me niego a aceptarlo para mi hermana.
Duele, duele de verdad. Y luego ese olor, a carne quemada y piel derretida. Es la primera
vez que lo huelo, pero no será la última.
Es en ese preciso momento cuando la parte de mí que aún tenía una pizca de fe en la
humanidad se hace añicos. Todo se convierte en un borrón de ropa rasgada y adrenalina.
Lucho y arremeto contra todo lo que está a mi alcance. En algún punto del caos me veo
desplazada y, en lugar de vivirlo yo misma, me convierto en una espectadora, y la chica que
está siendo sujetada se convierte en Anna. Sólo que ella no lucha, y Nicholai nunca llega para
salvarla. Las lágrimas me recorren la cara y grito mientras intento llegar hasta ella, pero no
puedo. Es como si tuviera los pies clavados en el cemento y lo único que puedo hacer es ver
cómo mi hermana pequeña se apaga y se convierte en nada más que un recipiente fracturado
ante mis ojos, su inocencia robada por monstruos que no tienen derecho a apoderarse de ella.
A veces me envían tras objetivos que parecen estar a caballo entre ambos
mundos. Jefes de cárteles que tienen mujer e hijos a los que despiden cada mañana
antes de salir a matar gente, traficar con drogas y vender putas. Sé mejor que nadie
cómo acaba eso siempre, con viudas y huérfanos. Pero cuando los veo jugar a tener
una vida normal, me confunde. No entiendo la motivación para ser normal, para
tener el estándar... la compulsión humana de amar y ser amado es una debilidad tan
paralizante, y sin embargo, incluso lo peor de la humanidad sigue queriendo una
cosa tan simple por encima de todo lo demás. No, no puedo ser normal. Me gusta la
adrenalina, la emoción de no saber si hoy será mi último día. Hace que cada
asesinato sea mucho mejor. Cada vez que doy un golpe, es matar o morir, y cada vez
que lo consigo, cada vez que gano, mi mundo gris se ilumina un poco más. Toda mi
vida es un juego de supervivencia que estoy decidido a conquistar.
Saco el flamante portátil de la bolsa y lo abro. En el bolsillo lateral del petate hay
un lápiz de memoria. No hay nada en él, por supuesto, toda la información que
tengo sobre las numerosas organizaciones criminales con las que trabajo la llevo
encima en todo momento. Tomo mi collar, una simple hoja de plata de unos dos
centímetros de largo. Parece bastante discreto, pero en realidad es un medallón.
Dentro hay una pequeña tarjeta de memoria, de las que se usan en los móviles. La
introduzco en una ranura del lápiz de memoria y la inserto en la unidad USB. Años
de información empiezan a descargarse en el disco duro del ordenador.
Cuatro nombres. Cuatro aciertos. Trabajo, analizo la información hasta que el sol
empieza a descolorarse en el cielo gris de la mañana. Aprendo mis objetivos, sus
conexiones.
Finnegan O'Hara es irlandés y, sinceramente, tiene un don para cabrear a mucha
gente. Es del IRA 2, está en lo alto de la mafia irlandesa en Europa y es dueño de la
mayoría de los puertos irlandeses. Si los italianos quieren pasar drogas a través de
Irlanda, que es el punto de exportación más fácil del continente, tienen que pasar
por Finnegan. Alguien tenía que dispararle eventualmente. Nero parece menos
comedido que muchos de los mafiosos con los que suelo tratar. No me sorprende
que lo esté eliminando.
Los otros tres: Marco Fiore, Bernardo Caro y Franco Lama son todos italianos, y
no tengo idea de por qué los quiere.
Joder, esto es suficiente para darme dolor de cabeza. ¿Por qué me importa?
Nunca pregunto por una razón detrás de un trabajo. En realidad, estos son golpes
como cualquier otro, excepto que el pago es mi hermana perdida hace mucho
tiempo, y mi empleador insiste en que viva con él. Y por supuesto, está el hecho que
estoy literalmente poniendo mi cabeza en la guillotina, pero de nuevo, ¿importan las
razones? La única razón por la que estoy haciendo esto es para llegar a Anna. Pero
importa, porque está ahí, como una alarma sonando en mi mente. Confío en mis
instintos, y mis instintos me dicen que Nero no es simplemente el hijo picado de un
capo, en busca de venganza. Hay algo más. ¿Qué es lo que no veo?
2
Es una organización paramilitar que tiene por objeto lograr una Irlanda unificada y que surgió debido a una
escisión del IRA Provisional.
Le doy una mientras ojeo los planos de uno de los clubes nocturnos de Bernardo. El
sol está empezando a salir, pintando la cocina de tonos rosas y naranjas. Supongo
que Nero no se despertó hasta que oigo un débil latido rítmico procedente de algún
lugar del apartamento. Frunciendo el ceño, me levanto y sigo el sonido, abriendo
una puerta que está justo al lado del ascensor. Es un gimnasio, con una cinta de
correr, un saco de pesas, varias pesas y maquinaria. Debe de ser una de las
habitaciones más grandes de su apartamento, y este lugar no es precisamente
pequeño.
Apoyada en el marco de la puerta, observo cómo sus pies golpean la cinta. Puedo
ver su perfil lateral desde donde estoy, pero no parece darse cuenta de mi presencia.
Está con el torso desnudo, con los pantalones cortos lo suficientemente bajos en las
caderas como para que pueda distinguir la línea de músculos que le recorre el
costado antes de unirse a la V de la parte delantera. Cada músculo se flexiona bajo
su piel bronceada mientras corre. El sudor brilla en cada centímetro de su cuerpo,
salpicándole la nuca antes de caer entre los omóplatos. Crecí entrenando con
soldados, en su mayoría hombres. Veo la figura masculina como una ventaja. Los
músculos equivalen a fuerza, nada más. Pero cuando observo a Nero, me fijo en la
elegancia de sus movimientos, en la forma en que cada línea y plano de su cuerpo
se funde con el siguiente. Es hermoso. Realmente no hay otra palabra. Su cuerpo es
un arma, una fuerza destructiva de la naturaleza. Y al igual que la hoja perfecta lleva
tiempo fabricarla, equilibrarla con exactitud, ese cuerpo es producto de la dedicación
y el sudor. Pone la mano sobre el botón de parada y la cinta de correr se ralentiza
rápidamente hasta que se detiene.
—Estás mirando fijamente —dice sin mirarme. Se pasa una toalla por la cara y
se vuelve hacia mí, con el pecho agitado—. Eso nunca es bueno cuando se trata de
ti.
Él sonríe mientras se baja de la cinta y se acerca. Por primera vez veo los tatuajes
de su cuerpo: en el pecho lleva escrito un proverbio italiano, algo así como “el karma
es una puta”. Su brazo derecho está cubierto hasta el codo por una intrincada manga,
pero no puedo distinguir los detalles sin mirar fijamente. Se acerca demasiado y coge
la botella de agua que hay en la estantería de al lado. Me apoyo contra la pared, pero
su olor me envuelve. El sudor se mezcla con su gel de baño y está tan cerca de mí
que literalmente podría mover la mano un centímetro y tocarlo. El pelo húmedo le
cae desordenadamente sobre la frente mientras me mira fijamente.
—A lo mejor es que te gusta mirar. —Levanta la botella de agua, se la lleva a los
labios y bebe, mirándome con diversión en los ojos. Una gota de sudor le resbala por
la garganta y no puedo evitar seguir su recorrido por el pecho. Algo extraño se
instala en mis entrañas y aprieto la mandíbula. Me incomoda y, sin embargo, quiero
tocarle. Quiero saber si es tan duro e implacable como parece. Él lo sabe, porque me
pasa una mano por la cintura. Cuando me tenso, sonríe. Cree que simplemente me
está incomodando, pero es mucho más que eso.
Le agarro la muñeca.
Me quedo allí de pie, confusa y muy inquieta. Debilidad. Así es como se siente
la debilidad. Creo que le gusta. No me teme, así que quiere desafiarme, quiere verme
quebrarme. Bueno, esta situación de vida se va a poner incómoda muy rápido.
Cuando vuelvo a la sala de estar él no está allí. Cuando vuelve a aparecer, está
completamente vestido con un impecable traje gris oscuro y el pelo húmedo por la
ducha.
—Tengo que ocuparme de unos asuntos, volveré más tarde —dice brevemente,
silbando a los perros, que saltan para seguirlo mientras se dirige al ascensor.
—Me estás recordando por qué no dejo que las mujeres se queden conmigo.
Entre risas, cojo uno de sus cuchillos de cocina y se lo lanzo. Le araña la chaqueta
antes de golpear la puerta de acero del ascensor y caer al suelo. Arquea una ceja y
levanta el brazo, mostrando el corte limpio a través del costoso material.
—Así que nada —suelta, el tono en su voz me hace enderezarme y tomar nota.
Irrumpe en el espacio que nos separa y me agarra la mandíbula, forzando mi cabeza
hacia un lado hasta que sus labios están contra mi oreja.
Tommy aparece unos minutos después que se vaya Nero. Entra en la cocina con
las manos en los bolsillos y silbando para sí mismo. Lleva el pelo castaño revuelto y,
aunque lleva traje, por supuesto, la chaqueta está desabrochada y la camisa abierta
hasta la mitad del pecho. Desde aquí también puedo olerle el whisky. Sentado en la
barra del desayuno, con el portátil delante, intento elaborar un plan para acabar con
Marco Fiore. Nero me dejó un archivo esta mañana por lo menos. Como deberes.
Estupendo.
—Al parecer, tú y yo tenemos una cita caliente. —Tommy guiña un ojo, subiendo
a un taburete frente a mí.
—Bueno, hacer de canguro implica que necesitas supervisión. Yo diría más bien
que tienes que vigilar.
Suspiro.
—Bien. Entonces puedes ser útil. Necesito que me cuentes todo lo que sepas
sobre Silk.
—Sí.
Hoy es miércoles.
—Perfecto.
—No, no, no. —Vuelve a sacudir la cabeza y apoya los codos en la isla del
desayuno mientras se inclina hacia delante—. No lo conseguirás allí.
Huh. Así que Tommy sabe perfectamente por qué estoy aquí.
Sonrío.
—¿Sabes quién soy? —Me mira sin comprender—. Puedo llegar a cualquiera,
donde sea. —Se encoge de hombros y se reclina en la silla. Vuelvo a concentrarme
en la pantalla del portátil y estudio la vista de la calle Silk—. ¿Y sus strippers?
—Lo que me jode para otra ruta. —Interrumpo. Lo veo asentir en mi periferia—
. ¿Seguridad?
—Así que hizo algo para cabrear a Nero. —No puedo evitar indagar, aunque
todas mis facetas profesionales me gritan que no lo haga.
Tommy exhala una larga bocanada de humo y esboza una pequeña sonrisa.
Cuando sus ojos se cruzan con los míos, sé que sabe que estoy presionando. Sabe
que no tengo ni idea de por qué estoy cazando a Marco. Y sin embargo...
—Crecimos juntos.
—Tú no eres italiano. —Por un momento pienso que le toqué la fibra sensible,
pero se encoge de hombros.
Se ríe.
—Eso dicen. En fin, éramos los marginados, así que nos unimos, supongo.
—Sí, lo son. —Me levanto, preparo dos tazas de café y pongo una delante de
Tommy. Se saca una petaca del bolsillo y se sirve un poco, guiñándome un ojo.
—Ya veo por qué ahora te toca hacer de canguro —comento secamente.
Se encoge de hombros. Juro que es imposible hacerlo enfadar. Quizá sea por eso
por lo que está aquí en vez de, por ejemplo, Jackson. Estoy segura que podría irritar
a Jackson, ponerlo en el suelo y salir de aquí sin mirar atrás. Juro que ya puedo sentir
las paredes presionándome. No es el hecho físico de estar aquí; es saber que no
puedo irme. Cuanto antes prepare un plan, antes podré salir de aquí y hacer lo que
mejor sé hacer. Tic tac.
—Anna —suspiro. Me doy cuenta enseguida que mi hermana está en ese lugar,
que es una de esas chicas. Debería apagar la cámara, pero no puedo. El hombre la
golpea en la cara y luego se le echa encima, se baja los vaqueros hasta los muslos y
la viola. Todo en mí se desgarra al verlo, y quiero apartar la mirada, pero no puedo,
porque si ella puede soportarlo, lo menos que puedo hacer es verlo. Ojalá supiera
que estoy aquí, que la estoy buscando. Lo peor es su aceptación. No lucha, no se
mueve, simplemente se rindió. ¿Pero yo no lo haría? Dios sabe cuánto tiempo lleva
soportando esto, una y otra vez, día tras día. Cuanto más la observo, más destrozada
me siento, hasta que estoy allí con ella, desesperada, desolada, destruida. El dolor
me inunda como un maremoto, una oscuridad tan profunda que no tiene fondo.
Anna está en el infierno y siento que estoy allí con ella, con esas imágenes grabadas
en mi mente. Me pongo en pie y camino hacia la ventana. Quiero encontrar a ese
hombre y arrancarle el maldito corazón del pecho. La desolación da paso a la ira, y
eso es bueno. Es bueno. La ira es una emoción mucho más manejable. Sobresaltada,
echo mano de mi cuchillo cuando noto que hay alguien justo detrás de mí. La mano
de Nero rodea mi muñeca y sus ojos se clavan en los míos mientras la punta de la
navaja se cierne a escasos centímetros de su pecho.
—Lleva allí seis meses. Fue una esclava sexual durante siete años. Un par de
semanas más no la matarán —dice, su expresión no es más que gélida indiferencia.
—¿No hicimos un trato para eso? ¿Tú matas a mis objetivos y yo me quedo con
tu hermana? Que yo recuerde, aún no mataste a nadie. —Sus labios se endurecen,
sus ojos oscuros se centran en mí, irradiando poder y arrogancia.
—Eso fue antes de saber dónde estaba. Voy por ella yo misma. —Lo empujo y
me dirijo a las escaleras.
—Si hubieras creído que podías atraparla tú sola, nunca habrías hecho un trato
conmigo —gruñe. Me detengo y me doy la vuelta. No se movió y sigue de espaldas
a mí, con la cara ligeramente torcida para mirar por encima del hombro—El trato
sigue en pie: tú te vas y yo me voy con Nicholai.
—Basta —gruñe.
—Te voy a dar tres segundos para que me sueltes —le digo con calma. Por
supuesto, no lo hace, y echo la cabeza hacia atrás, golpeándole en la boca. Un dolor
sordo me recorre la parte posterior del cráneo, pero no me importa. Levanto la
pierna y le doy una patada al cristal, lanzándonos a los dos unos metros por la
habitación. Oigo cómo Nero se estrella contra la mesita de cristal. Salgo rodando de
él, completamente ilesa tras mi aparatosa caída. Él permanece aturdido en el suelo
y yo aprovecho mi oportunidad. Realmente me está dejando sin opciones. Si me
quedo, me arriesgo a que Anna siga en ese lugar durante semanas, y un día más es
demasiado. Si me voy, irá a Nicholai y Nicholai probablemente la matará. Eso me
deja una opción, matar a Nero y huir. Arrojándome sobre él, me pongo a horcajadas
sobre su cintura y le doy una lluvia de puñetazos en la cara. Tiene el labio partido
por el cabezazo y le chorrea sangre por la barbilla. Está aturdido, y tendré que
trabajar con eso. Nero es un adversario letal, y no tendré muchas oportunidades de
ganarle. Coloco mi mano bajo su barbilla, sujetándola firmemente con la palma. Con
la otra mano lo agarro del pelo y se lo retuerzo. Me detengo un segundo para reunir
la fuerza necesaria para romperle el cuello. No es tan fácil como parece.
—No quería tener que matarte, Nero —susurro. De verdad que no. Nero no es
un buen tipo, pero yo no soy una buena chica. Sus acciones son atroces, pero no es
nada que no haría yo misma. Me siento extrañamente conectada a él, como si la
oscuridad dentro de nosotros nos uniera de alguna manera. ¿Cómo puedes juzgar o
perseguir a alguien cuando es, de hecho, el reflejo de ti mismo? No lo miro y veo sus
actos; simplemente recuerdo los míos.
Sus ojos se abren de golpe y su mano me rodea la garganta, lanzándome hacia
un lado. El aire abandona mis pulmones cuando mi espalda golpea la alfombra y
forcejeo para zafarme, pero su cuerpo aterriza encima de mí, inmovilizándome
contra el suelo con su enorme peso. Lucho contra él, intento zafarme y crear
suficiente espacio para poder rodearlo con las piernas. No lo consigo. En el forcejeo,
mis uñas rasgan la piel, lo que lo hace gruñir y rodearme la garganta con los dedos.
Me aprieta con tanta fuerza que me asusto. Mi oxígeno se corta y mis latidos
aumentan.
Abraza la muerte.
Vuelvo los ojos hacia atrás y me fuerzo a soltar su delicado cuello, a pesar de
querer partirlo como una puta rama. Aspira entrecortadamente y sus ojos se abren,
centrándose lentamente en mi cara.
—¿Y estrangularme qué era? ¿Un juego previo? Suéltame. —Intenta ser
autoritaria, pero resulta patética.
Le rodeo las muñecas con los dedos, se las subo por encima de la cabeza y se las
aprisiono con una mano. Apoyo la otra mano junto a su cabeza en un intento de no
apretar cada parte de mí contra ella, y eso no es por su bien, créeme. Esto no debería
ser caliente de ninguna manera, pero las mujeres violentas tienen un efecto en mí, y
no hay nada más violento que ella. Verla respirar entrecortadamente, con mi mano
alrededor de su delgado cuello... lo único que podría hacerlo más perfecto es que yo
estuviera hasta las pelotas dentro de ella. Ella trató de matarme y yo tengo una
maldita erección por eso.
—No voy a hacer tu puto trabajo —sisea entre dientes apretados, jadeando. Qué
boca tiene cuando está enojada.
—Te tomé por inteligente, Morte. Actúas como una niña que intenta hacerse la
heroína ante su hermana.
—Eres un mentiroso —dice en voz baja. Sus labios se separan y su lengua los
recorre durante un instante. Me cuesta apartar los ojos de su boca. Mi polla está dura
como una roca y sé que ella puede sentirla. Pero no me importa.
—Te pido que confíes en mí, Una. —Mantengo los ojos fijos en los suyos,
esperando que vea que lo digo en serio—. Confía. En mí —gruño. Parece tan
vulnerable, tan hermosamente salvaje.
—Nunca.
Aprieto con más fuerza la garganta contra su hoja y suelto un suspiro mientras
mi boca roza la suya.
—Si no confías en mi simple capacidad para cumplir mi parte del trato, entonces
cree en mi sentido básico de la autoconservación. —Respiro contra ella—. Tendría
que ser un hombre estúpido para arruinar al beso de la muerte, ¿no? —Ella cierra
los ojos.
—No si me matas.
—Eso sí que sería un desperdicio. —Sus ojos se clavan en los míos y parece estar
buscando algo. Finalmente, respira hondo antes de apartar la hoja de mi cuello.
—Bien, pero si me jodes, no habrá ningún sitio donde puedas esconderte, Nero.
Su brazo vacila unos centímetros antes que finalmente lo baja. Dejó todas las
persianas abiertas y la luz omnipresente de la ciudad ilumina la habitación. Tiene
sombras oscuras bajo los ojos y, por una vez, no tiene ningún comentario inteligente
para mí. Se pasa una mano por el pelo y se apoya en el cabecero.
—Me encanta oír gritar a una mujer, tanto como al que más, pero si no me la
estoy follando ni haciéndole daño, me resulta molesto. —Me fulmina con la mirada.
—Puedo dormir con tus lloriqueos. Cuando lloriqueas no estás gritando, así que
me lo quedo.
Sonrío.
—Yo no amenazo.
Sonrío más.
—Promesas, promesas.
—Estás loco.
Me levanto enseguida, claro, pero hay algo en su mal genio que me hace sonreír.
Tiene razón, estoy loco. Tengo dinero, respeto, poder, mujeres y un trabajo que
alimenta todos mis deseos oscuros y violentos. Tengo todo lo que quiero y necesito
y, sin embargo, Una hace que todo me parezca aburrido. Es peligrosa e impredecible.
Es todo lo que anhelo de la vida en un paquete mortal, y eso podría volverme loco,
pero si hay algo que aprendí en la vida es a aceptar las cosas como son.
El suave rastro de las yemas de unos dedos sobre mi pecho me saca del sueño.
Abro los ojos y me oriento mientras miro a mi alrededor antes de bajar la mirada y
encontrar la mejilla de Una apoyada en mi pecho desnudo. Mierda, me dormí aquí.
Me pasa el brazo por encima del cuerpo y sus dedos se deslizan por el pectoral
izquierdo, antes de recorrerme los abdominales músculo a músculo. Trago saliva
cuando su palma me presiona el bajo vientre y sus dedos rozan la cintura de mis
calzoncillos. Su respiración profunda y pausada es lo único que me impide tirarla
sobre el colchón y cogerla. En lugar de eso, aprieto los dientes y me quedo tumbado,
con la polla palpitando mientras miro al techo oscuro.
UNA
Siento el pecho cálido y macizo bajo mi mejilla y escucho los fuertes y rítmicos
latidos de su corazón, que laten como un tambor constante. Seguridad, familiaridad,
calidez... cosas que ansío. Cosas que nunca volveré a tener si no es aquí, en mis
sueños, con el chico al que amé. Hacía mucho tiempo que no soñaba con él. El peso
se mueve debajo de mí y mi estado de semi-sueño empieza a romperse. No quiero
que se rompa. Desesperadamente, intento aferrarme a él, pero la mañana siempre
acaba llegando.
—Cuidado, Morte.
—¿O qué?
Me agarra por las caderas y su cuerpo se balancea debajo de mí, apretando su
dura polla contra el vértice de mis muslos. Siento calor en el estómago y frunzo el
ceño. Una de sus manos me rodea la nuca y me empuja hacia delante hasta que
estamos cara a cara, con la espada entre los dos. El corazón me late con fuerza en el
pecho y cierro los ojos un segundo, escuchando ese pulso rítmico que me martillea
en los oídos. La vida. La electricidad.
—No hagas esa mierda —me dice con calma, el deseo que vi en sus ojos hace
unos segundos sustituido por una ira latente.
Nos miramos fijamente durante unos segundos antes que yo le enarque una ceja.
—Tengo que ducharme. —Los números del reloj de la mesilla brillan, indicando
que son solo las cinco y media de la mañana, pero no me importa. Acepto cualquier
excusa para alejarme de él.
—Tommy está ocupado hoy, así que te llevo conmigo a una reunión —me dice
de repente.
Quiero decirle que se largue, porque no soy uno de sus soldados, pero
sinceramente, la idea de salir de este apartamento es demasiado buena para dejarla
pasar.
—Bien. Ahora, vete. —Arrastra sus ojos sobre mi cuerpo sin una pizca de
vergüenza y luego se da la vuelta y se va. Suspiro, apoyo las manos en el tocador y
miro mi reflejo en el espejo. Una línea irregular me recorre desde la clavícula hasta
el centro del pecho, justo por encima de la camiseta de tirantes. Es solo un rasguño,
y ya casi dejó de sangrar.
—Si se te ocurre pedirme que me vista así... —Le señalo—. Te voy a rajar. —Sus
labios se crispan y sabiamente mantiene la boca cerrada. Saco el cargador de la
pistola, la coloco en la barra del desayuno, cargo tres balas más y vuelvo a encajarla.
Siento sus ojos clavados en mí.
—Que te den.
Riéndose, abre la puerta trasera del todoterreno, pero Nero me pone la mano en
la espalda y me aparta. Me encojo rápidamente de hombros y miro por encima del
hombro para ver a los perros subir al todoterreno.
—Primero me hace de canguro y ahora le pides que haga de chófer de tus perros
—resoplo—. ¿Qué hizo para hacerte enfadar? —Las luces de un Maserati negro
parpadean y me dirijo a la puerta del copiloto.
Nero me mira por encima del techo del coche, con su habitual expresión de
máscara ilegible.
—Es mejor buscarse problemas que llevar perros de un lado para otro.
El motor ronronea.
—En esta ciudad, no hay nada más peligroso que ser irlandés e italiano —dice
en voz baja.
—Para liderar hay que ser leal a los que te siguen. Mis chicos trabajan para mí y
yo los protejo. —Da marcha atrás al coche y vuelve a meter la marcha—. Así es la
mafia.
—¿De eso se trata todo esto, de la mafia? —pregunto, fingiendo sólo un vago
interés—. ¿Tu lealtad a ellos? —Los músculos de su mandíbula se tensan y luego
sufren un espasmo bajo su piel. No dice nada, así que aumento la presión—.
Conseguiste llegar muy alto... para ser un cabrón. —En el momento en que
pronuncio las palabras, siento que el aire cambia, como el crepitar de la electricidad
en la atmósfera antes de una tormenta. Exteriormente, no se mueve. Su mirada sigue
fija en la carretera, pero su postura se tensa y sus nudillos se vuelven blancos sobre
el volante.
Estoy cerca.
—Quiero saber qué hace un matón cabrón con el subjefe de la mafia italiana.
Quiero saber cómo alguien de tu talla pudo desenterrar a mi hermana. ¿Cómo es
que mandas a matar a tu propio hermano y te las arreglas para ser capo? —El coche
se detiene de golpe antes que salgamos del estacionamiento, empujándome contra
el cinturón de seguridad. Nos quedamos sentados un segundo, con el motor al
ralentí y ninguno de los dos dice nada. Me lanza una mirada gélida que me
inmoviliza.
—Si quisiera que supieras algo, te lo habría dicho. No confío en ti, Morte.
Sonríe.
Sus ojos recorren mi cara, mis labios, mi garganta. Me siento como un conejo
atrapado en una trampa, esperando a que el lobo feroz le dé un mordisco.
—¿Qué?
Oh, pero lo hago. Por Anna. Y por todo lo que digo que no confío en Nero,
extrañamente, creo que lo hago. Cada fibra racional de mí sabe que es peligroso.
Cada pieza arraigada de la formación está gritando que sé mejor. Y sin embargo...
¿no somos ya aliados de una manera retorcida? Maté a su hermano y esencialmente
lo hice capo. Él encontró a mi hermana donde yo nunca pude, y ahora estamos aquí,
haciendo trueques, tratando tentativamente de superar al otro. La cosa es que confío
más en él porque me está chantajeando. Puede que no entienda sus motivaciones,
pero sé que quiere algo y está dispuesto a dar a cambio. Es un concepto simple.
—Si hay algo de lo que fui testigo en este mundo, es hasta dónde llega la gente
por amor. Incluso la propia muerte se ve afectada por su enfermedad —dice
fríamente.
—No, sólo que sepas que puedo mover hilos y llegar a gente a la que tú misma
no podrías aspirar. —Se inclina y me pasa un dedo por la mejilla. Aparto la cara de
él, pero me agarra de la mandíbula y me arrastra hacia él. Si quisiera, podría
romperle la muñeca, pero no lo hago. Lo único que debería sentir es odio y
aborrecimiento por su contacto, pero no es así, porque cuando me toca así, no siento
el instinto de matar que tengo tan arraigado. Es como si todo mi condicionamiento
pudiera ser anulado por su crueldad. Es algo extraño, nunca ser capaz de tolerar el
contacto humano. Y en el momento en que puedo, lo anhelo, sin importar su forma.
Nero es una excepción a todo lo que conozco, como si estuviera por encima de las
leyes de la física.
—Y ahora soy tu perra rusa, encadenada y con correa, cumpliendo tus órdenes
—susurro.
—No eres una perra, Una. Eres un dragón, una cosa de mitos y susurros. —Sus
dientes me rozan el labio inferior y se me escapa un suspiro entrecortado—. Me
preguntas qué quiero. Es muy sencillo. Quiero poder. Contigo, lo quemaré todo
hasta los cimientos. —Una sonrisa maníaca se dibuja en sus labios y su oscuridad
me llama a todos los niveles, al monstruo que soy. Sus dedos aprietan con más
fuerza, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Disfruto del contacto, porque es
duro y furioso, pasión mezclada con odio.
—¿Cómo?
—La reina protege al rey —susurro. O en este caso, la reina es un escudo para el
rey.
—La reina se lo lleva todo. —Sus dedos se clavan en mis mejillas antes que sus
labios presionen contra los míos, ásperos y breves antes que me aleje de él como un
juguete no deseado.
NERO
—No te traje conmigo para pasar el día. Te traje porque Tommy está ocupado…
—¿Así que ahora soy yo la indigna de confianza? Si mal no recuerdo, vine por
mi propia voluntad.
—Cuidado, capo. Yo soy la que trajo la pistola, ¿recuerdas? —Se pone a mi lado
y, para mi sorpresa, lleva la pistola sujeta al muslo.
Me detengo, la agarro del brazo y la giro para que me mire. Se tensa y sonrío.
Aprendí con ella que son los toques casuales los que la incomodan. Si la agarro por
el cuello o le doy un fuerte apretón en el brazo que se lo rompa, no le pasa nada. Si
le meto un dedo, es tentativa, pero parece que el placer puede alterar su sed de
sangre.
—Esto no es un asalto táctico. Te lo dije, no es un asunto de armas. Es una
reunión.
—Creía que eso era código mafioso para matar a alguien. —Ella levanta ambas
cejas como si esto debiera ser obvio.
Tengo una reunión concertada con Gerard Brown, también conocido como el
actual Jefe de la Autoridad Portuaria. Por supuesto, no se da cuenta que es conmigo
con quien se reúne, simplemente con el director de Horizon Logistics, una empresa
legítima que, casualmente, es de mi propiedad. Su secretaria nos acompaña a su
despacho, mirando a Una todo el tiempo. No la culpo. Nada en Una encaja en la
sociedad normal a menos que se la obligue. Dale un trabajo, dile que tiene que hacer
de esposa del alcalde y lo hará sin problemas, pero en su estado natural, la gente
desconfía de ella. Es lo mismo que un antílope puede sentir la presencia de un león.
Sus instintos les dicen que es peligrosa y, sin embargo, confían en lo que ven sus
ojos, que no es más que una mujer pequeña y bonita.
Gerard Brown es un tipo de mediana edad con barriga cervecera, un traje mal
ajustado y un bigote que parece robado del plató de una película porno de los
setenta. Dicho esto, es el hombre que controla todos los muelles de Nueva York.
Nada entra o sale sin su aprobación, y resulta que Finnegan O'Hara tiene su
aprobación. Es imposible saber si conoce la naturaleza de los negocios de O'Hara.
—Sr. Brown. Gracias por recibirme con tan poca antelación. —Me tiende la mano
y se la estrecho. Sus gruesas cejas se fruncen y entrecierra los ojos tras sus gafas.
—Nunca me lo dijo —termino por él, tomando asiento en el sillón de cuero frente
a él. Él se sienta y apoya las palmas de las manos en el escritorio, mirando sutilmente
a Una, que está de espaldas a la pared, exactamente entre la ventana y la puerta—.
Soy Nero Verdi.
—Señor Verdi. —Se tira del cuello de la camisa y una fina capa de sudor brota
de su piel.
—Te encargas de sus envíos, lo que significa que sabes cuándo llegará el
próximo... cuándo llegará él. ¿No?
Sacude la cabeza.
—No, no lo sé.
—¿Qué clase de jefe no sabe lo que llega a sus propios puertos? —Fijo mi mirada
en él y se estremece visiblemente. Esto va a ser fácil.
—¿Te pedí ayuda en algún momento? —No estoy realmente enojado por ello.
Estoy así porque quiero follármela, pero eso no es racional.
Ella aparta mi mano de su pecho de un manotazo, lo que sólo sirve para eliminar
lo único que hay entre nosotros. Su pecho roza el mío, la tensión en esta caja metálica
confinada se vuelve asfixiante.
Sus labios apenas rozan los míos y tengo que contener un gemido. Joder, joder,
joder. Por un segundo, pierdo la noción de todo lo que no es ella, su cuerpo apretado,
sus labios perfectos, sus palabras letales. Y entonces consigo controlarme.
Simplemente.
—Lo soy —acepto, dando un paso atrás y alisándome una mano en la parte
delantera de la chaqueta—. Pero sacarle los ojos a la gente... —Inclino la cabeza hacia
un lado—. No es propio de la mafia.
Antes que pueda responder, cae de rodillas sobre el sucio cemento del
estacionamiento y yo enarco una ceja. Pone los ojos en blanco.
—No es probable —refunfuña antes de bajar al suelo y meter la mano debajo del
coche, volviendo a salir con su pistola. Se pone en pie y se la abrocha. No me di
cuenta de lo desnuda que parecía sin ella hasta que se la volvió a poner. Mi mariposa
cruel. Mi reina letal.
UNA
El coche serpentea por las calles de Nueva York y el sol está empezando a caer
entre los rascacielos, pintando el cielo con rayas rosas y moradas.
—¿Sí?
—Jefe, tengo aquí a un caballero que quiere hablar con usted. Parece que Los
Carlos creen que están recibiendo un trato injusto. —Creo que es Jackson, e incluso
puedo oír la diversión en su voz. Es el único de los tres cuya voz no me resulta muy
familiar.
—Voy para allá. —La línea se corta y él gira bruscamente el volante, haciendo
chirriar el coche por una carretera secundaria.
Me mira y me sostiene la mirada mucho más tiempo del que debería, teniendo
en cuenta que está conduciendo.
Los Carlos son una banda menor aquí en la ciudad, muy implicada en las drogas
y aparentemente suministrada por Nero. Los italianos siempre llevaron el tráfico de
cocaína en Nueva York y probablemente siempre lo harán.
Nero acerca una silla y toma asiento. Lentamente mete la mano en el bolsillo de
su chaqueta, saca un paquete de cigarrillos y desliza uno. Todos en la sala lo miran,
observan, esperan. Se coloca el cigarrillo entre los labios y lo enciende. El fuerte
chasquido del encendedor al cerrarse es como un disparo en la habitación. El tipo
de enfrente empieza a inquietarse y Jackson se aparta para colocarse detrás de Nero.
La sonrisa de su cara es en parte burlona y en parte genuinamente divertida. Yo
permanezco completamente apartada a un lado de la habitación, de espaldas a la
pared. El lugar más seguro en el que puedes estar es con una pared a tu espalda,
porque la gente no puede caminar ni disparar a través de las paredes.
Nero sigue sin decir nada y la tensión en la habitación hace que el joven se
retuerza.
—Mira, hombre, queremos una parte mayor. El cuarenta por ciento. —Mueve
los hombros de un lado a otro, haciéndose el gran hombre.
Nero se inclina hacia delante, apoyando los codos en los muslos separados. El
cigarrillo cuelga entre sus dedos, derramando la ceniza sobre el suelo de baldosas.
No podría parecer más fuera de lugar aunque lo intentara. Tan perfecto con su traje
caro, inmaculado y hermoso, oscuro y mortal. Diez hombres armados le hacen frente
y, sin embargo, nunca parece fuera de control. Nunca deja de ser el mayor peligro
de la sala.
Suspirando, se pone en pie y tiende la mano. Jackson coloca sin palabras una
pistola en la palma de la mano de Nero. Todos echan mano de sus armas, pero él
permanece relajado, arrogante, mientras se acerca al chico y lo mira fijamente a los
ojos antes de apuntarle con la pistola a la cabeza. El chico abre la boca, sus ojos se
abren de par en par... BANG. Mis dedos rodean la pistola, preparados, esperando la
inminente lluvia de balas. No se produce. Todavía no.
—Ahora, si tengo que venir a este agujero de mierda otra vez, si oigo siquiera un
susurro de un problema... —Levanta la vista, su expresión habla de destrucción y
guerra—. No los mataré. Mataré a sus mujeres, a sus novias, a sus putos hijos y a sus
madres. —Su voz se hace cada vez más fuerte hasta que es como un trueno,
retumbando en las paredes—. Les sugiero que no me pongan a prueba. —Y entonces
les da la espalda y se marcha.
Algunas personas hacen amenazas, palabras sin sentido y poses. Pero Nero no
tiene alma, y cualquiera puede verlo. Cuando dice que va a masacrar a tu familia, le
crees. ¿Quién dijo que no era mejor ser temido que respetado? De alguna manera
logra ambas cosas.
—¿Así que esa era la manera de la mafia? —Lo sigo hasta el coche. Me fulmina
con la mirada y se sube. Resoplo—. Creía que lo de ustedes era dejar a las mujeres
al margen.
Así es. Nero Verdi usará lo que tenga a su disposición para mantener a la gente
a raya, honor o ética sean condenados.
Arranca el coche.
—¿Aún no te diste cuenta, Morte? No necesito armas. Sólo tengo que decir la
palabra y alguien muere. —Y no puedo evitar asombrarme de su pura arrogancia.
Ponerse en medio de diez tipos y disparar a su líder en la cabeza. Es como si fuera
invencible.
—Una. —No oí a Nero acercarse por detrás, lo cual es toda la prueba que necesito
que no estoy concentrada. Anna complica las cosas, pero no puedo ver más allá de
ella. Me rodea y pulsa un botón, cerrando la ventana—. No la mires —dice en voz
baja. Su cuerpo se queda tan cerca, justo detrás de mí, sin tocarme. Me aparta el pelo
del hombro, pero sus dedos no llegan a tocar mi piel. Por un segundo, siento deseos
que me toque, pero él retrocede y lo único que oigo son sus pasos mientras se aleja.
Necesito concentrarme. Dolor y sangre, la promesa de la muerte. Necesito recordar
lo que soy, sentir esa fría indiferencia, la metódica aplicación de la fuerza y las
consecuencias. No puedo salvar a Anna y necesito desquitarme con alguien, o con
algo.
Resopla una carcajada y me suelta. Me giro hacia él y sus ojos se clavan en los
míos un instante antes que se quite la chaqueta de los hombros y empiece a tirarse
de la corbata. La deja caer al suelo y empieza a desabrocharse la camisa. La tela se
desprende y deja al descubierto una piel bronceada sobre unos músculos duros. Los
tatuajes aparecen bajo el barniz de su caro traje.
—No lo suficiente. —Le golpeo tres veces más y me deja, antes de encabritarse
y clavarme un puñetazo en las tripas. Toso y retrocedo un paso mientras fuerzo los
pulmones a respirar a pesar de tener el diafragma paralizado.
Cruje el cuello hacia un lado y rebota sobre las puntas de los pies, con los brazos
sueltos a los lados.
—No creas que voy a ser menos duro contigo porque seas una chica. —Nos
enfrentamos, recibiendo golpes y esquivándolos. Me agarra por el cuello y lo utiliza
para acercarme a él.
—Qué cruel, Morte —ronronea, con la respiración agitada. Jadeo y sus ojos se
posan en mis labios. Se acerca hasta que le doy un puñetazo en el estómago.
Gruñendo, me suelta y me golpea con fuerza en la cara. El sabor de la sangre en mi
boca me provoca una carcajada. Me abalanzo de nuevo sobre él, pero me quita las
piernas de encima y me golpea la espalda contra el implacable suelo del gimnasio.
Ruedo hacia delante, dispuesta a levantarme, pero él aterriza sobre mi espalda y
todo su peso me empuja contra la colchoneta.
Que lo jodan. Intento clavarle el codo, pero no puedo hacer una mierda desde
donde estoy. Se ríe y me agarra los dos brazos, inmovilizándolos junto a mi cadera.
Su cuerpo se mueve y se separa de mí. Unos labios cálidos rozan la franja de piel
que tengo al descubierto en la parte baja de la espalda y jadeo, estremeciéndome
bajo el breve contacto. Me da la vuelta y se me pone la piel de gallina cuando sus
labios rozan mi cadera. La sed de sangre se desvanece por un segundo, dando paso
a un tipo de lujuria completamente diferente. Lo agarro del pelo y le levanto la cara.
Sus ojos recorren todo mi cuerpo y su mirada me hace vacilar. Sus palmas se deslizan
por mi vientre, empujando el top hacia arriba. El ritmo de mi corazón se acelera más
y más cuanto más suben sus manos. Cuando su cara se cierne sobre la mía, apenas
puedo respirar. Le gotea sangre de la comisura del labio y ya tiene la mandíbula
salpicada de marcas rojas.
Cuando sus labios chocan contra los míos, empieza una lucha totalmente nueva.
Me rasga el labio partido con los dientes, siseo ante el escozor, lo agarro del pelo y
tiro con fuerza. Me rodea la mandíbula con los dedos y me echa la cabeza hacia atrás,
obligándome a separar los labios para él. No se limita a besarme, me lanza un guante
y me declara la guerra con cada violento movimiento de su lengua. Me empujo
contra su pecho y él retrocede un centímetro. Es entonces cuando lo abofeteo, sí, lo
abofeteo como una chica. Gira la cabeza hacia un lado y, muy despacio, vuelve a
mirarme. Esos iris de whisky se arremolinan peligrosamente y ahí está, el miedo,
extendiendo sus fríos dedos. Sonrío y me inclino hacia su contacto, disfrutando del
frenético latido de mi corazón, del temblor instintivo de mi cuerpo. Nero me asusta
y es un regalo tan raro, uno que nadie más me dio nunca.
Me tiene en una especie de trance, atrapada entre la lujuria y la rabia. Sólo puedo
sentirlo a él, sólo puedo pensar en sus manos sobre mí, su lengua en mi boca, su
cruda brutalidad. Quiero estar en el extremo receptor de Nero. Lo necesito en su
peor momento, que me haga temerle, y él me da todo eso y más, exigiendo y
tomando lo que quiere de mí. Bajo su contacto me siento viva. Me siento. Todo mi
entrenamiento, mi pasado, mi recelo hacia él, todo lo que sé qué debo hacer... todo
desaparece. Todo lo que importa es este momento exacto. Es el tipo de debilidad que
hace que te maten, pero ni siquiera puedo reunir la voluntad para que me importe.
—Te sientes tan jodidamente bien, Morte. —Lo saca y lo vuelve a meter,
arrancándome un grito ahogado—. Tan jodidamente apretada —gruñe contra mi
boca.
Quiero que deje de hablar y se limite a follarme, así que aprieto los labios contra
los suyos. Gime en mi boca, golpeándome con las caderas, empujándome hasta el
punto del dolor con cada embestida. Me gusta, lo necesito. El dolor es lo que me
impulsa; el dolor es lo que me lleva al límite. Cuanto más me folla, más rabioso se
vuelve hasta que sus dedos se clavan en mi piel y sus besos se convierten en
mordiscos. Todo en él es salvaje y animal. Me folla como si quisiera matarme, y yo
acepto la amenaza, desafiándolo mientras libra una dulce guerra en mi cuerpo.
Muerdo su labio inferior y mi boca se llena del sabor metálico de su sangre. Mi
núcleo empieza a tensarse, subiendo y subiendo hasta que siento que no puedo más.
Me agarra el pelo con una mano y me echa la cabeza hacia atrás. Su otra mano se
desliza entre nuestros cuerpos y me pellizca el clítoris al tiempo que me muerde el
cuello con fuerza. Me vuelvo loca. Grito, me retuerzo, me destrozo bajo él.
Sus labios se curvan hacia un lado, pero su mirada no se aparta de mis manos.
—Eso estropearía tu trabajo. —Cuando termina, se levanta y se va. Y así, sin más.
No pretendo tener ni idea de... estas cosas, pero nunca estuve tan confusa. Tal vez
estamos fingiendo que no sucedió.
UNA
Los chicos sentados en el bar se giran y nos miran cuando entramos. Les sonrío
y lentamente centran su atención en mí. Tommy parece irlandés, pero no quiero que
se fijen demasiado. Si hay algo que se puede decir de la mafia es que todo el mundo
se conoce, y alguien de la ascendencia de Tommy será sin duda memorable.
—Hola. ¿Me pones un vodka con hielo y un whisky? —Quiero que piensen que
sólo somos dos clientes que entraron por la calle. No es que este lugar atraiga
precisamente al transeúnte medio.
—No le hagas caso, cariño —dice uno de los chicos con un marcado acento
irlandés y me guiña un ojo. Es un tipo de unos treinta años, con el pelo rubio oscuro
y unos ojos azules que bailan con humor—. No reconocería a una buena mujer
aunque le diera una bofetada en la cabeza. Y tú... —Desliza los ojos por mi cuerpo,
alisándose el cuello de la camisa con una sonrisa arrogante— ...eres una chica muy
guapa.
Ponerse la máscara de una chica normal y agradable es tan fácil como ponerse
una chaqueta. Sonriendo, apoyo el codo en la barra.
—Porque encantarías a los pájaros del cielo —respondo, arqueando una ceja.
—Fue un placer hablar con usted. —Hay risas estridentes cuando me doy la
vuelta y el ambiente es mucho menos tenso que cuando entramos. Nos sentamos en
una mesa del rincón y me coloco de espaldas a la pared.
Suspiro.
Tommy tamborilea con los dedos contra su vaso. Cualquiera que lo mire sabría,
claro como el día, que está agitado. Decido acelerar las cosas y bebo mi copa antes
de levantarme. La puerta del fondo del bar conduce a un corto pasillo con aseos de
señoras y caballeros. Paso la puerta del baño y sigo el pasillo que engancha a la
derecha. Efectivamente, al final hay una salida de incendios, pero está cerrada,
literalmente encadenada y con candado. Mierda. Me doy la vuelta y me quedo
helada cuando veo al rubio del bar apoyado en la pared, con los brazos cruzados
sobre el pecho y una sonrisa irónica en la cara. Un cigarrillo cuelga de sus dedos y
se lo lleva lentamente a los labios, entrecerrando los ojos mientras el humo le rodea
la cara.
—¿Te perdiste?
Mierda.
—Te lo pasaste.
—Oh, gracias. —Me aprieto para pasar a su lado y él no hace ningún esfuerzo
por apartarse. No sé si está detrás de mí o si sólo quiere meterse en mis pantalones.
En el momento en que…
Cojo uno de los posavasos de cartón con el emblema de Guinness por todas
partes. Garabateo el número de uno de mis teléfonos desechables junto con el
nombre Isabelle en el cartón gastado. Se lo entrego al amigo del rubio que me
observa todo el tiempo.
—¿Qué diablos fue eso? —sisea una vez que estamos afuera.
—Nero me va a matar.
—Llama a TOMMY, dile que hable con sus contactos en la comisaría. Quiero
saber de dónde sacaron el chivatazo.
—Jefe.
—No me gusta.
—TE LLAMÉ DIEZ PUTAS VECES. —Lo empujo antes de golpearle la cara con
los puños. Quiero destruir todo en mi maldito camino ahora mismo porque perdí.
Alguien se me adelantó—. Llama a la policía. Quiero saber quién les avisó de mi
envío. —Asiente rápidamente. Este es el único trabajo que le confío, manejar a la
policía, saber lo que saben. Por mí puede ser su puto mejor amigo mientras me
consiga lo que quiero, cuando yo quiera—. Ahora lárgate —le digo bruscamente. Se
pasa la mano por el cuello y se tambalea hacia la puerta—. Y, Tommy... no vuelvas
a tocarla. —Asiente y se aleja a toda prisa.
Me quito los pantalones de deporte y los tiro a un rincón con rabia. Está celoso.
¿Cuándo demonios nos metimos en un territorio donde los celos fueran un factor?
¿Qué es esto, la Edad Media? Y Tommy, ¿en serio? Joder. Entro en el baño y empiezo
a ducharme. Agarrándome al borde del lavabo me inclino sobre él, intentando
calmar mi pulso errático mientras espero a que el agua se ponga al rojo vivo. Cuando
levanto la vista, distingo una figura oscura en el reflejo empañado del espejo y me
doy la vuelta. Nero se apoya en el marco de la puerta, con sus gruesos brazos
cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.
—Fuera.
—No dejes que Tommy te toque. —El ruido sordo de su pecho vibra contra mí.
—¿En serio estás celoso? ¿Te das cuenta que es totalmente irracional? —No dice
nada y niego con la cabeza—. Que te jodan, Nero.
Me quita la mano de la cara y me rodea la nuca antes de pegar sus labios a los
míos. Le acaricio el cuello con las uñas e intento meter la rodilla entre sus piernas,
pero no consigo nada. Una carcajada retumba en mis labios antes que sus dientes
rocen mi labio inferior y su lengua pida entrar. Separo los labios y su lengua
arremete contra los míos como si fuera un asalto. No es un beso, es una declaración.
No sé cómo puede hacerme desear follármelo y degollarlo al mismo tiempo. La
niebla desciende hasta que sólo puedo pensar en él, sentirlo, olerlo. Es tóxico de la
forma más adictiva. Me suelta la mandíbula, me recorre la espalda con los dedos y
busca el broche de mi sujetador. Con un breve movimiento de muñeca, se suelta y
deja caer la cara sobre mi pecho. Jadeo cuando sus dientes me aprisionan el pezón,
y mis dedos vuelan hacia su pelo, necesitando más de su cálida boca sobre mí. Me
recorre los costados hasta que me agarra las bragas y me las desliza por los muslos.
Una vocecita en mi cabeza me grita que pare, pero él me debilita. Me agarra por la
cintura, me sube a la encimera y me clava los dientes en el cuello mientras me separa
los muslos. Los temblores me recorren la piel mientras lo veo mirarme, esos ojos
oscuros encendidos mientras los arrastra por mi cuerpo desnudo. Sigue
completamente vestido y busco los botones de su camisa, pero me agarra la muñeca
y me la aparta.
—Quiero ver cómo te destrozas, Morte. —Puedo ver su polla en los pantalones
desde aquí y, sin embargo, todavía no hace ningún movimiento para desvestirse..
Me roza la mejilla con los labios antes de pellizcarme la mandíbula entre los
dientes—. Quiero probar tu coñito apretado. —Y entonces se arrodilla delante de
mí, abriéndome las piernas hasta que mi coño queda completamente a la vista. Un
gemido de dolor escapa de su garganta antes de enterrar su cara entre mis piernas.
Mi boca se abre en un grito silencioso y me agarro a su pelo para acercarlo más. Su
lengua caliente me azota el clítoris y siento que me electrocuta todos los nervios. Sus
dedos se clavan en mis muslos, manteniéndome abierta a él, expuesta. No puedo
sentir nada más que ese punto exacto de presión donde su lengua se encuentra
conmigo, y el duro rasguño de su barba contra la suave piel del interior de mis
muslos. En cuestión de segundos gimo y me retuerzo, muevo las caderas contra su
cara y le suplico algo, lo que sea. Y entonces se detiene.
—Mírame —ruge.
Dejo caer los ojos sobre los suyos, jadeando pesadamente mientras lo veo
arrastrar lentamente su lengua por todo mi coño. Dios mío.
—Ahora dime que eres mía. —Una sonrisa retorcida ilumina su expresión antes
de introducir su lengua en mi interior. Es demasiado y, sin embargo, no es suficiente.
Me aprieta el clítoris con los dientes y gimo, con el cuerpo tembloroso, al borde del
abismo—. Dilo. —Sopla su cálido aliento sobre mi carne sensible. Aprieto la
mandíbula, negándome a decir las palabras que quiere oír. No caí tan bajo como
para concederle eso.
Suelta una carcajada y se levanta, cogiéndome la cara con las dos manos. Sus
labios se cubren de mi coño y los pega a los míos con tanta fuerza que sus dientes
chasquean contra los míos. El sabor salado de mí misma baila en mi lengua al
encontrarse con la suya. Y entonces se separa, alejándose un paso de mí.
—Como dije, qué pena. —Entrecierra los ojos y finge una sonrisa, pero puedo
ver la tensión en su mirada. Imita la mía. Me niego a renegar, aunque me palpite el
coño y sienta que todo mi cuerpo va a explotar. Se da la vuelta y sale del baño. Idiota.
Le robo una camisa porque me quedé sin ropa limpia y, al parecer, no tiene
lavadora. Me lo imagino. Ni que fuera a lavar su propia ropa. Espero que se enfade
y que haga algo al respecto. Cómo me gustaría hacerlo sangrar ahora mismo. Cojo
el portátil, me voy al salón y me siento en el incómodo sofá. Me pongo manos a la
obra, ideando mi plan para acabar con los tres italianos de su lista en el plazo de una
semana. Esta situación con Nero se está precipitando rápidamente hacia un terreno
peligroso. Estoy perdiendo el control y necesito acabar con esto y salir antes que
pierda por completo la cordura. Estoy mirando la pantalla de mi portátil cuando
suena mi teléfono. No es mi teléfono normal, es mi teléfono prepago.
Lo cojo.
—Hola.
—Isabelle. —Ese acento irlandés prácticamente canta mi nombre falso.
—Ah, pero ya sabes, lo bueno se hace esperar. —Fuerzo una risita femenina.
Se ríe.
—¿Quién era? —Su voz es tensa, llena de contención. Mis ojos rozan su pecho
desnudo, y no me cabe duda que es un movimiento deliberado.
—Un trabajo.
Se mueve lentamente por la habitación y se detiene frente a mí, con las piernas
ligeramente abiertas y los hombros erguidos, me mira fijamente sentado en el sofá.
Sólo lleva un par de pantalones de entrenamiento, con las manos metidas en los
bolsillos, lo que lo hace parecer aparentemente informal, a pesar de su postura
intimidatoria. Tiene que dejar esa mierda conmigo.
Sonrío, me recuesto en los cojines del sofá y cruzo una pierna sobre la otra. Sus
ojos se tensan ligeramente y los músculos de su mandíbula palpitan mientras recorre
mis piernas desnudas, deteniéndose donde su camiseta extragrande llega a la mitad
del muslo.
—Lo tengo.
—Pues yo no tengo nada más que tiempo, ya que estoy encerrada en este
apartamento. —La verdad es que me gusta que se enfade. Es cuando Nero está
mejor, más excitante.
Una respiración sibilante a través de sus dientes, y sé que estoy caminando por
una línea muy fina. Bien. Saca las manos de los bolsillos y se inclina hacia delante,
agarrando el respaldo del sofá a cada lado. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos,
a apenas unos centímetros de distancia.
—Habla, joder. —Presiono su boca con los dedos y lo alejo de mí. Sus labios se
crispan bajo mi contacto y me muerde las yemas de los dedos. Aparto la mano y sus
dientes chasquean—. Habla.
—Ya te lo dije, no puedo pegarles a todos. Incluso si me encargo de Finnegan
por separado, tres muertes en una red es demasiado. No puedo hacerlo.
—No dije que no cumpliría mi parte —respondo—. Pero estos tipos no son
soldados cualquiera, Nero. Capos, ejecutores, viajan en manadas, manadas armadas.
—Eres baccio della morte. —Su lengua acaricia las palabras con elocuencia—.
No habría buscado lo mejor si fuera un trabajo fácil.
—¿Qué sugieres?
—Ve a ellos como el capo. Finge que tienes en mente los intereses colectivos y
que estás dispuesto a dejar de lado las diferencias por un bien mayor. —Me mira
con el ceño fruncido, como si las palabras le ofendieran, y yo pongo los ojos en
blanco—. Lanza unas cuantas amenazas si sientes la necesidad de sacar la polla. Eres
Nero Verdi. —Levanto una ceja puntiaguda—. ¿Quieres poder? Tómalo. Tómalo.
—Ah, Morte, deberías saberlo mejor que nadie, siempre tomo lo que quiero. —
Sus ojos bajan hasta mi boca como señalando que eso es lo que quiere ahora mismo—
. ¿Y qué harás si los llevo allí?
Sacude la cabeza.
Me mira fijamente.
—Si se va del país, no voy a esperar semanas para pegarle otra vez, sentada aquí
mientras tú encuentras cualquier excusa para no ir por Anna.
Mi reloj marca las siete y media. Dije que quedaría con Darren a las ocho. Tommy
está sentado frente a mí jugando al solitario mientras yo finjo estar haciendo algo
constructivo en mi portátil. Apenas vi a Nero en los dos últimos días, y tengo la
impresión que está liado con la mafia. Está permanentemente irritable, bebiendo
como un pez y pasando casi todo el tiempo en la oficina. No me importa. Mientras
está centrado en otras cosas, me deja en paz, lo cual es bueno.
—Vaya. Estás... estás increíble, pero ¿por qué vas vestida así?
Con una sonrisa, saco la pistola de detrás de mi espalda. Sus ojos se abren de par
en par y apenas tiene tiempo de intentar zafarse del taburete antes que le dé con la
culata en la sien. Pone los ojos en blanco y cae con fuerza. Me siento mal, pero es
necesario. Nero quiere dictar cómo se hace este trabajo, pero eso no formaba parte
del acuerdo. Me contrató para hacer un trabajo, y voy a hacerlo. Por toda su mierda
diciendo que estamos juntos en esto, no lo estamos. Como siempre, soy yo contra el
mundo.
Guardo la pistola de 9 mm en el bolso y saco la tarjeta llave del bolsillo de
Tommy antes de buscar papel y bolígrafo y garabatear una nota para Nero. Se va a
enfadar mucho. La idea me hace sonreír.
Se vuelve hacia mí y sus ojos recorren mi cuerpo con aprecio, una lenta sonrisa
se dibuja en sus labios.
—¿Cómo sabes que no soy de Nueva York? —pregunto, añadiendo una sonrisa
seductora para asegurarme que no parezca a la defensiva.
Se ríe.
—Casi.
Siento que mi expresión se tensa pero lucho contra ello, interpretando mi papel
a la perfección.
—De Moscú. Mi padre era abogado allí —miento con facilidad—. Pero siempre
quise venir a Estados Unidos. Ahora ni siquiera puedes fingir que eres de aquí —me
burlo.
—Dublín, nacido y criado. También vine aquí por trabajo. —Se bebe el resto de
su copa. No se me escapa la ironía: dos personas en un bar normal, con aspecto
normal, fingiendo ser normales e intentando por todos los medios convencer al otro
de que lo son, pero él pertenece a la mafia y yo soy una asesina a sueldo.
—Ah, vale.
—Ojalá pudiera llevarte conmigo, pero a menos que te guste un bar lleno de
irlandeses pervertidos, no creo que sea lo tuyo.
Me encojo de hombros.
Se ríe.
Bueno, eso fue más fácil de lo que esperaba. Ahora, la siguiente parte es
considerablemente más difícil.
O'Malley está lleno esta noche. Los chicos están colgados de la barra, bebiendo
y riendo. Si no supiera lo que es este lugar y la naturaleza de esta gente, podría ser
cualquier bar de barrio un viernes por la noche. Todos sonríen a Darren y algunos
le dan palmadas en la espalda. Me lanzan miradas curiosas, pero solo duran unos
segundos. Aquí hay unas cuantas mujeres, la mayoría de ellas tumbadas sobre un
regazo u otro. Me aprieto el bolso y me gustaría tener la pistola preparada. Yo no
me meto en este tipo de situaciones. Me pongo a ello. Planifico y evito riesgos
innecesarios. Alguien me toca en el hombro y me doy la vuelta. Al segundo
siguiente, alguien me agarra de la muñeca, con un apretón demasiado fuerte para
ser amistoso. Controlo mis instintos más volátiles y mi mirada se desvía en busca de
Darren. No está.
—Eres nueva —dice una voz, en voz baja, desde detrás de mí.
Miro por encima del hombro al chico moreno que está a escasos centímetros de
mí antes de mirar al que está a mi izquierda, el que tiene la mano sujeta alrededor
de mi muñeca.
—Si eres tan amable de seguirme. —Pasa a mi lado y me quita la bolsa de las
manos antes que me vea obligada a seguirlo. Esta es la razón por la que no hay que
ser desprevenida. Maldita sea.
Sus labios se crispan, y odio estar en la retaguardia. Nunca soy vulnerable, pero
ahora me tiene contra las cuerdas.
—Nero Verdi tiene una reputación, pero yo tengo los contactos en esta ciudad
—murmura, con su acento irlandés más marcado que el de Darren. Entrecierro los
ojos y no digo nada. Es una filtración del lado de Nero. Joder—. Y mis contactos me
son leales. Confían en mí para que los proteja.
—Si sabes quién soy, entonces sabes cuál es el costo de matarme. —Arqueo una
ceja, y no tengo que decir nada. Cuando dije que era inmune, no bromeaba. ¿Soy
una asesina? Sí. ¿Soy técnicamente un juego limpio? Sí. Pero, y este es un gran pero,
soy como una hija para Nicholai Ivanov. Las mafias, en su mayoría, tratan de ser
amistosas y mantener la paz donde pueden, pero los rusos... bueno, somos
impulsivos por naturaleza. Nadie quiere una guerra con Nicholai. Vi de lo que es
capaz y puede hacer que Nero parezca Papá Noel.
—No tengo nada contra ti ni contra ese ruso loco de mierda. —Escupe al suelo—
. Pero tengo una pelea con Nero Verdi y, al parecer, contrató tus servicios, así que
tengo un trabajo para ti, señorita Ivanov. Quiero que mates a Nero Verdi por mí. Ni
siquiera lo verá venir.
—¿Jefe?
Suspiro.
—¿Dónde está Una? —Sé, sin siquiera tener que preguntar, exactamente adónde
fue, pero quiero oírlo decir las palabras. Quiero que me diga que la dejó ir.
Me pongo en pie.
—¿Dónde está?
—No lo sé.
Nero.
Una.
O'Hara. Fue por el puto O'Hara, y él sabe que irá. ¡Mierda!
—Se fue tras O'Hara. Dos horas es demasiado tiempo y él sabe que ella irá.
Probablemente esté muerta. —Digo las palabras con calma, pero no me siento
tranquilo. Me siento... enfadado, hasta el punto de querer destrozar este lugar.
—¿Qué?
—Encuéntrame detalles. Quiero familia, una esposa, una madre, cualquier cosa
que puedas encontrar. —Recojo mis llaves y saco otra pistola del cajón de la cocina—
. Me ocuparé de ti más tarde. —Esa mujer es incapaz de escuchar nada de lo que
digo y ahora arrastra a Tommy a esta mierda con ella. ¿Y a mí? Estoy corriendo de
cabeza tras ella por razones que no puedo empezar a explicarme ni a mí mismo.
JACKSON SE DETIENE en el callejón a la vuelta de la esquina de O'Malley. Lo
llamé de camino porque necesito refuerzos y, cuando se trata de luchar, Jackson
siempre está a mano. Sale del todoterreno negro y me mira con expresión tensa antes
de abrir la puerta trasera. Me pongo a su lado y miro fijamente a la mujer del asiento
trasero, con el estómago hinchado y la cara llena de lágrimas.
—No tengo ningún deseo de hacerte daño. Llama a Darren. Llama a Darren. Dile
dónde estás y que si no viene solo, voy a matarte. —Un sollozo desgarrado sale de
ella. Que me jodan, no tengo tiempo para esta mierda. Jackson le da un teléfono y
ella lo coge, con las manos temblorosas mientras sigue mis instrucciones.
—¡Darren! —grita, con la voz quebrada. Respira agitada varias veces, con
lágrimas y mocos corriéndole por la cara—. Estoy en el callejón a una manzana del
bar. Va a matarme.
—Tiene algo que quiero, Sr. Derham. Así que va a venir a reunirse conmigo, a
solas, o le voy a volar los sesos a su preciosa noviecita por toda la puta calle sucia.
—Levanto la voz y cuelgo, tendiéndole el teléfono a Jackson.
—Oh Dios. —Empieza a gemir y a llorar antes de juntar las manos y empezar a
rezar en voz baja. No siento ninguna simpatía por esa mierda, ¿y sabes por qué?
Porque si te involucras con un mafioso, esto es de esperar. Y si ella no sabía que él
era mafioso... bueno, eso la hace estúpida. La mafia se trata de proteger a las mujeres
y mantenerlas al margen, crean estas reglas que las hacen intocables, se basan en el
honor, y funciona... hasta que llega un bastardo como yo. No tengo honor y usaré
cualquier medio necesario para conseguir lo que quiero. Si quiere quitarme lo que
es mío, puede estar seguro que le quitaré lo que es suyo.
Unos minutos después, una figura aparece en la boca del callejón. Está solo, pero
sus dedos rodean una pistola.
—¡Darren! —grita, y veo que sus ojos se entornan ligeramente y sus labios se
aprietan.
—Quiero a Una.
—Más te vale que no, porque en este momento, su vida está atada a la de la
querida Polly.
—¿Dónde?
—Agárrale los pies. —Levanto los hombros de Darren y Jackson coge sus
tobillos. No tengo tiempo de arreglarlo ahora, así que lo metemos en el maletero.
Sólo un tipo vigila la parte trasera del bar. Nos agachamos en las sombras detrás
de un contenedor y observamos un segundo.
—Ya veremos, ¿no? —Me pongo en pie. El guardia se vuelve hacia nosotros y
Jackson le dispara, el chasquido sordo del silenciador es el único sonido antes que
caiga al suelo. Espero que estén todos demasiado borrachos para prestarles
demasiada atención y, sinceramente, tiene razón, esta es su fortaleza. Es el último
lugar donde esperarían un impacto.
Se ríe.
Se acerca más.
—Vaya, vaya. Veo que por fin encontraste las pelotas para venir por mí —se
burla O'Hara, tirándome del pelo con más fuerza.
—Entra en el coche —me dice sin mirarme. Me hace sentir como una niña
castigada, así que, por puro principio, me apoyo en la parte trasera del coche y cruzo
los brazos sobre el pecho.
—Lleva a la chica al hospital —le dice a Jackson. ¿Qué chica?— Y deshazte de él.
Nero me agarra del brazo y me empuja hacia el lado del pasajero del coche.
—No me empujes ahora, joder, Una. —Su voz retumba como un trueno que
indica que está a punto de caer una tormenta. Me empuja hacia el coche y se sube,
las ruedas giran junto al todoterreno mientras sale del callejón. La tensión en el coche
me envuelve, me oprime el pecho hasta asfixiarme. Su ira es palpable y su silencio
es, cuando menos, ominoso.
—Pensaba...
Me empuja de nuevo contra la pared del ascensor y golpea sus puños contra el
metal junto a mi cabeza con un fuerte estruendo.
Me enfurezco.
—No soy uno de tus soldados, Nero. Me pediste que hiciera un trabajo. Cómo lo
haga no formaba parte del acuerdo.
—Sabía que irías, y mejor que creas que te habría matado. —El ascensor suena y
las puertas se abren, pero ninguno de los dos nos movemos.
—Son los riesgos del trabajo.
—Maldita sea, Una. —Se pasa las manos por el pelo. Paso junto a él y siento que
me sigue—. Te contraté porque eres la mejor. Esta mierda... esto no es lo mejor.
Su cabeza se inclina hacia un lado y me mira de esa forma que me hace dar un
paso atrás. Por supuesto, me sigue.
—Entonces, ¿qué? ¿Te sientes menospreciada así que te lanzas de cabeza contra
una bala entre los ojos?
Se inclina hasta que sus labios rozan mi cara, su aliento acaricia mis labios
mientras habla.
—Te lo dije, Morte, eres mía. —Entonces sus labios chocan contra los míos. Me
besa como si quisiera meterse dentro de mí y consumirme, y yo lo dejo, porque su
posesión, su brutal necesidad... la deseo. Nadie arriesgó nunca nada por mí, pero sé
que él arriesgó su vida viniendo por mí. A su manera retorcida y depravada, le
importo. Nadie se preocupó de verdad por mí desde que tenía ocho años. Nunca
supe que lo quería o lo necesitaba hasta este preciso instante. Nero me hace sentir
segura y darme cuenta de ello me estremece hasta la médula, porque él es cualquier
cosa menos seguro. No necesito protección y estoy segura que no necesito un
caballero blanco, pero quiero a esta criatura salvaje. Quiero su total falta de moral,
su violencia y su necesidad de poder y sangre. Le devuelvo el beso, le tiro de la
chaqueta y se la paso por los hombros. Se la quito encogiéndose de hombros
mientras sus labios se separan de los míos y me desgarran el cuello. Inclino la cabeza
hacia un lado para permitirle más acceso.
—Me pones muy furioso. Quiero follarte hasta que sangres —gruñe, y me
estremezco, con la respiración entrecortada en la garganta—. Y este puto vestido. —
Me coge la falda con brusquedad y me la sube, dejando escapar un gemido cuando
sus dedos me rozan las caderas. No llevo ropa interior porque el vestido es ceñido.
Me agarra por los muslos y me levanta con facilidad. Lo rodeo con las piernas y me
agarro a sus anchos hombros mientras se mueve. Me golpea contra la pared y uno
de los cuadros se balancea peligrosamente. No hay más que manos, dientes y labios
mientras me da la razón. Mis dedos se enredan en su pelo, tirando de las gruesas
hebras, deseando más, deseando su castigo tanto como su placer. Me muerde el
cuello con tanta fuerza que siento cómo sus dientes me perforan la piel. Agarro el
cuello de su camisa y se la arranco. Los botones se desparraman, golpeando la
baldosa como la lluvia en una tormenta, un respaldo adecuado para el huracán que
es Nero. Sus labios vuelven a golpear los míos, luchando, exigiendo, tomando. Su
piel desnuda y caliente me presiona la cara interna de los muslos y estoy tan
desesperada por él que meto la mano entre los dos y tiro de la hebilla de su cinturón.
Me consume esta inexplicable necesidad de sentirlo dentro de mí, y él me da lo que
quiero, empujándose los pantalones y los calzoncillos por encima de los muslos e
introduciéndome la polla. Es como la retribución y la salvación a la vez, dolor y
placer, luz y oscuridad, bien y mal... todo se mezcla hasta que las líneas que nos
definen desaparecen y ya no somos él y yo, sólo nosotros. Somos uno y el mismo, la
encarnación del otro, dos mitades astilladas de un todo fracturado.
El cuadro de la pared cae al suelo, el cristal se rompe y vuela por las baldosas.
Me folla con más fuerza, penetrándome hasta que no sé dónde acaba él y dónde
empiezo yo. Tiro la cabeza contra la pared y suelto un largo gemido. Sus labios se
posan en mi garganta, sus dientes rozan mi piel pero no llegan a morderla mientras
gime. Todo en mí se tensa y me aferro a él mientras mi cuerpo detona, enviando una
oleada tras otra de placer que desgarra mis músculos, incendiando mis
terminaciones nerviosas. Me gruñe en el cuello y me muerde el hombro mientras me
penetra con más fuerza y se endurece con un largo gemido. Apoya la mano en la
pared, junto a mi cabeza, y respira agitadamente contra mi cuello. Mi cuerpo tiembla
y el corazón me palpita en el pecho, golpeándome las costillas. Mis dedos se deslizan
por el lateral de su cuello mientras intento recuperar el aliento. Nos miramos
fijamente, sin decirnos nada y con una sola mirada. Me agarra el cuello con fuerza.
—La próxima vez que hagas algo así, te mataré yo mismo —dice, y yo sonrío.
Levanto la mirada y miro por encima de su brazo hacia la pared del fondo.
—Por favor, no me obligues a hacer esto —le ruego. Las lágrimas me nublan la vista y
no me importa parecer débil.
—¿Ves lo que te hace? Eres un arma y las armas no lloran. Toma una decisión.
Las paredes de hormigón de la habitación me aprietan hasta que apenas puedo respirar.
La mano de Nicholai se aparta de mi cara y da un paso atrás. Mi dedo tembloroso se apoya
en el gatillo de la pistola y trago saliva, odiando el hecho de ser tan débil. Levanto los ojos
hacia Alex, encadenado a la pared del fondo. Tiene el torso desnudo, cubierto de tajos que
sangran sobre su piel. El sudor se mezcla con la sangre, cubriendo los cincelados músculos
de su cuerpo con un brillo carmesí. Su pelo oscuro está húmedo de sudor y algunos mechones
sueltos le caen por la cara. Miro fijamente sus hermosos ojos verdes, tan llenos de dolor, tan
llenos de anhelo. Anhelo de lo que nunca podrá ser. Anhelo de una fantasía, de un sueño,
pero los sueños no existen en este lugar. Aquí es donde nacen y se crean los condenados, se
les da forma y se les moldea hasta que no queda nada más que el frío impulso de matar, de
tomar y destruir. Pensé que encontré un breve respiro en los brazos de Alex, un oasis en esta
versión deformada del infierno, pero me equivocaba. Porque no hay escapatoria de ti mismo,
de aquello en lo que te convertiste. Alex me hizo olvidar, sólo por un segundo. Me hizo sentir
cosas que no sentí desde que me secuestraron, desde Anna. Amor. Amabilidad.
Encuentro su mirada y aprieto el arma. Sus ojos están resignados, suplicándome, pero
no por el indulto. Me suplica que le dispare.
—Hazlo, Titch. —Mi visión se nubla con las lágrimas y un dolor agudo me atraviesa el
pecho.
—Te amo —me ahogo. Las lágrimas resbalan por mis mejillas y un dolor agudo me
atraviesa el pecho.
—Perdóname —susurro mientras aprieto el gatillo. Sus ojos se abren de par en par
cuando la bala le atraviesa el cráneo. Grito.
NERO
—¡Alex! —grita, con voz chillona y tambaleante. Un pequeño gemido sale de sus
labios y ya no parece una asesina letal, sino más bien una niña asustada.
—¿Por qué estás en el sofá? —exclamo. Estoy cansado y este preciso momento
es la culminación de una serie de acontecimientos de mierda.
—¿Qué estás...? —Me la tiro por encima del hombro y chilla antes de ponerse
rígida. Me da igual. La subo por las escaleras y la llevo por el pasillo hasta mi
habitación antes de tirarla en la cama. Gruñe, rebota en el colchón y cae
desparramada. Sigue llevando ese vestido negro que se le sube por los muslos,
dejando al descubierto unas piernas largas y tonificadas. Y, por supuesto, sé que no
lleva ropa interior.
Llevo mis ojos a su cara, pero no me mira. Se lleva las rodillas al pecho y las
rodea con los brazos. Espero que se queje, pero no lo hace. En lugar de eso, se
encierra en sí misma, como si yo no estuviera en la habitación. Durante largos
momentos, sólo reina el silencio entre nosotros, y casi puedo sentir su agitación
desde aquí. No me importa que tenga pesadillas, porque cualquier persona
medianamente cuerda en su situación las tendría. No se llega a ser el Beso de la
Muerte sin ver y hacer cosas horribles. Al cabo de un tiempo te insensibilizas, los
actos que antes parecían tan monstruosos se desvanecen lentamente en tu mente
hasta convertirse en algo normal. Las emociones que antes eran agudas y coloridas
se vuelven opacas y grises. No, las pesadillas no son asunto mío, pero el hecho que
siempre llame a ese Alex... eso me preocupa. Cuando dice su nombre, suena tan
torturada.
—Mataste a mucha gente, Morte, y no estás gritando sus nombres en sueños. Así
que, preguntaré de nuevo, ¿quién es él? —No sé qué es lo que me irrita. Tal vez
porque este Alex parece ser la única grieta en su impenetrable armadura, además de
su hermana. Una no tiene resquicios, y para que él esté en algún tipo de nivel con
Anna, bueno, debe ser importante.
—Era. Era mi amigo —susurra, volviendo la cara hacia mí. Esos ojos índigo
sostienen los míos en la oscuridad, tan duros, tan tristes—. Y en cierto modo, lo
quería.
Vuelve a apartar la cara y anuda las sábanas entre los dedos. Cuando estoy
seguro que no va a decir nada más, empieza a hablar.
—Tenía quince años y era ingenua. Creía que lo quería y a Nicholai no le gustó,
así que me vi obligada a elegir entre él y yo. Me elegí a mí. Matar a Alex me convirtió
en lo que soy. Nicholai tenía razón al hacerlo. Alex era una debilidad, me hizo fuerte.
—Dice las palabras pero son robóticas, como si se las hubiera recitado a sí misma
cientos de veces.
Sabía que Nicholai estaba loco, pero incluso para mí, eso es bastante jodido. La
primera vez que intercambié a su hermana por el trabajo, lancé la amenaza de
Nicholai por pura corazonada, sin tener ni idea de si funcionaría o no. Pero oí
historias, tenía mis sospechas.
—Y por eso estás aquí —digo, mientras una pieza del críptico rompecabezas que
forma Una encaja en su sitio—. Por eso no encontraste a Anna, porque Nicholai la
mataría.
—No lo haría por despecho, sino para mantenerme fuerte. —Puedo ver que
realmente cree eso—. Los fuertes sobreviven y los débiles mueren, olvidados e
inconsecuentes. —Sacude la cabeza—. Estaría mejor muerta de todos modos.
—Ella no es como nosotros, Nero. Era buena y pura. Prométeme que irás por
ella.
Suspiro.
—¿Qué quieres?
—Quiero saber por qué tienes tanta lealtad a un hombre que te obligaría a matar
a un chico por el que profesas amor. Dímelo y nuestro trato se mantiene.
Ella deja caer la barbilla y un mechón de pelo claro cae sobre su cara, brillando
intensamente a la luz de la luna.
—Te diré por qué si me dices por qué querías muerto a tu propio hermano.
—¿Por qué?
Aprieta los ojos y respira hondo, con los hombros subiendo y bajando.
—Eras uno de los niños soldado de la Bratva. —Ella asiente. Ahora todo tiene
mucho sentido. La mafia rusa siempre “adoptó” huérfanos y los convirtió en
soldados, pero Nicholai Ivanov fue más allá. Creó su propia fuerza de asesinos de
élite. Son temidos y se habla de ellos en todo el mundo, pero Una es la joya de su
corona, la favorita, a la que llama hija. Porque él la salvó. Porque él la creó. Pero a
medida que las piezas encajan, de repente la veo como lo que realmente es. Las
mismas cualidades que nos hacen humanos le fueron arrancadas y, aunque es
realmente fuerte, también está irrevocablemente rota. Anna es su excepción, el
fantasma de humanidad dentro de Una. Es su falta de humanidad lo que me atrae
de ella, porque ambas somos monstruos rodeados de gente. La diferencia entre Una
y yo es que ella sigue luchando contra sí misma, de lo contrario no tendría pesadillas.
Anna es el bien, la redención a la que se aferra, y en ese sentido, entiendo
perfectamente por qué Nicholai la mataría. Hacerlo rompería a Una tan
completamente que desataría una criatura como ninguna otra. Ella sería perfecta—.
Si eres tan leal a él, ¿entonces dónde encaja Anna? —le pregunto.
Anna puede ser la debilidad de Una, pero Una se está convirtiendo rápidamente
en la mía. Diría que me molesta, pero ¿cuál es el punto? Ella es como una
enfermedad que no se puede curar, infectándome, extendiéndose y consumiéndolo
todo hasta que me vuelvo loco por ella. Me está fracturando lentamente, forzando
su camino dentro de mí hasta que mis propias células se ven obligadas a evolucionar
y acomodarse a ella, aclimatándose a esta nueva necesidad. Es mucho más que un
cuerpo caliente en el que meter la polla. Es el Beso de la Muerte, y cuando la miro,
veo algo que nunca vi en nadie más: mi igual. Es la única que me desafía, y me
encuentro esperando su desafío, incluso deseándolo.
Por primera vez en mucho tiempo, quiero algo más que poder. La quiero a ella.
Ella será la joya de mi corona. Mi reina rota.
—Necesito que me ayudes con algo esta mañana. —Me acerco a la máquina de
café.
—Con gusto te ataría a la cama y te dejaría allí, pero nos tendieron una trampa
y la venganza es una putada. —Le pellizco la piel y, cuando me alejo, sus labios
esbozan una sonrisa retorcida.
—Sí, lo es.
Dejo a Una y emprendo el largo camino hasta la casa de los Hamptons. No vine
mucho en las últimas dos semanas. Deje que Gio se encargue de la casa mientras yo
juego a mi estrategia. Gio me saluda en la puerta nada más salir del coche.
El jefe de la Autoridad Portuaria levanta la cabeza y entrecierra los ojos ante las
brillantes luces fluorescentes. Unas sombras profundas se instalaron bajo sus ojos,
pero aparte de eso, su rostro no tiene marcas. Cuando se trata de personajes
públicos, es prudente no marcarles la cara. El cuerpo... bueno, eso sí. Se balancea en
el asiento, pero no dice nada.
—No te jodí.
—¡No me mientas, mierda! —Tiro el cigarrillo hacia sus pies—. Sé que hiciste
embargar mi envío. Sé que hablaste con O'Hara y le avisaste. No me cae en gracia,
Sr. Brown.
—Como dije, todos tenemos elección. —Saco el teléfono del bolsillo y marco el
número de Una, poniendo la llamada en altavoz. El tono de llamada resuena en las
paredes de hormigón de la habitación.
—Es la rubia psicópata que te amenazó con sacarte un ojo, por si lo olvidaste. Es
hora de elegir, Gerard. Quiero el control de todos los muelles que tiene Finnegan
O'Hara. —Le doy la espalda y me alejo unos pasos—. Y tú quieres a tu mujer a salvo.
Yo consigo lo que quiero y tú consigues lo que quieres. Todo el mundo sale ganando.
—Me siento generosa. Contaré hasta tres. —Los gemidos de fondo se convierten
en gritos desesperados.
—Uno. Dos.
Sonrío.
—Es una buena elección, señor Brown, y le recuerdo ahora que si me traiciona,
si me decepciona, no piense que no iré al colegio de la pequeña Gracie o le haré otra
visita a su mujer.
—Eso es cosa tuya, Gerard. Quiero todo lo que O'Hara tenía antes de su
desafortunado fallecimiento. —Le acaricio el hombro.
—Recuerda que dijiste eso. —Cuelga y mi polla se pone dura sólo de pensarlo.
La mujer me tiene cogido por las pelotas.
—Nero. —Me doy la vuelta a mitad de la escalera. Gio está de pie en el umbral
y cierra la pesada puerta de metal tras de sí—. Entró André. —André Paro es el tipo
al que hay que ver en México, es una especie de intermediario que sirve de enlace
entre los cárteles y cierra tratos que nadie quiere cerrar en persona—. Le envié cien
de los grandes esta mañana. Está supervisando el traspaso de la chica a Rafael
mientras hablamos. —Rafael D'Cruze está en la cima del cártel de Juárez, y es mi
proveedor. No confío plenamente en él, pero la probabilidad que el de Sinaloa me
venda a Anna es escasa. El hecho que un italiano esté interesado en una esclava
sexual mexicana desconocida levantaría sospechas, mientras que Rafael tiene más
peso y respeto en Sudamérica. Si la venta viene de él, casi no pueden rechazarla. Por
supuesto, originalmente, planeé que ella se quedara con él hasta que Una completara
el trabajo, casi como un trato de paga mitad ahora mitad después, pero bueno, esto
ya no es un simple intercambio de favores. Las líneas se difuminan, y las
motivaciones se ponen en duda. No creo ni por un segundo que Una seguiría aquí
sin la influencia de su hermana, y no tengo intención de entregarle a Anna todavía,
pero a medida que pasan los días, el plan que tracé parece cada vez menos
importante. Sin embargo, para llegar al final del juego tengo que dejar que se
desarrolle. Tengo que dejar que caigan las fichas y darle a Una la oportunidad de
hacer aquello para lo que la busqué. El plan es lo que importa, todo lo que puede
importar, lo que significa que Una sigue siendo la reina, y por valiosa que sea, sigue
siendo sólo una pieza en el tablero.
UNA
Pasó una semana desde que Nero mató a O'Hara y ahora aquí estamos, listos
para acabar con el resto de su lista. Pidió una tregua y, por supuesto, ellos aceptaron,
porque son mafia y creen que hay honor entre ladrones, pero no conocen a Nero, o
simplemente no están prestando atención, porque lo tenía calado de un vistazo. Para
Nero, los límites no existen y la ética es irrisoria. Creo que eso es lo que me hace
desearlo. Hace mucho tiempo que no me siento realmente segura, pero Nero
consigue hacerme sentir protegida en un mundo en el que yo soy la depredadora,
porque a veces, para luchar contra los monstruos que hay debajo de la cama,
necesitas un monstruo propio.
Nero está de pie en la puerta del comedor, con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras me observa despojarme de mi rifle. Mi bebé, mi orgullo y alegría. En
realidad, es mentira, porque tengo doce réplicas exactas de la misma arma
almacenadas en distintos lugares del mundo. Es un rifle de asalto calibre 25 hecho a
medida. Limpio y engraso las piezas, repasándolas metódicamente, como un ritual.
Necesito esto; la calma antes de la tormenta. Esto... estar aquí con Nero; me está
desconcertando. Ahora más que nunca necesito aferrarme a mi fría indiferencia, al
entrenamiento que tengo tan arraigado.
—Bonita pistola.
—Gracias. —Lleva un traje negro con camisa blanca. Lleva la chaqueta colgada
del hombro. Lleva el pelo más arreglado de lo habitual y la confianza que desprende
con tanta facilidad parece forzada, incluso enmascarada tras la postura intimidatoria
que no puede apagar. Si yo soy un camaleón, Nero es un gran felino que ruge y
enseña los dientes, sin disculparse por lo que es. Lo irónico es que ni siquiera
necesita los dientes. Su poder está creciendo, incluso en el poco tiempo que llevo
aquí. Sasha está pendiente de mí. Le dije que estoy trabajando para los italianos.
Nada más. Pero me mantiene informada, me habla de los susurros del capo de
Nueva York, tan despiadado que el resto de la mafia le teme. Se oyó a Marco Fiore
llamar a Nero perro rabioso, y hablar así hará que lo maten.
—¿Nervioso? —sonrío.
—No falles.
—Nunca fallo.
Marco ya está aquí cuando llego. Está sentado a la mesa, con un puro humeante
en el cenicero frente a él. Tiene unos cuarenta años y el pelo oscuro y gris. Marco es
uno de esos tipos de la mafia sin un papel oficial, pero influyente. Está involucrado
en nuestros negocios legítimos, tiene el oído de Arnaldo... ese tipo de mierda. La
mafia consiste en hombres hechos, soldados, y el capo controla a los soldados. Hay
dos capos en Nueva York y yo soy uno de ellos. Gestiono los intereses de la familia,
me aseguro que la gente que nos paga esté protegida, controlo la entrada y salida de
drogas y armas de mi zona de la ciudad. O al menos eso es lo que piensa la mayoría.
Los hombres a los que invité a esta reunión, los hombres a los que quiero muertos,
son los que me ven tal y como soy en realidad. Soy alguien a quien no se puede
poner en una caja y etiquetar limpiamente. Lo que quiero va más allá de eso. Quiero
poder. Poder absoluto. Mataré a quien haga falta, compraré a quien no pueda y
destruiré todo lo que se interponga en mi camino. Lo ven y los pone nerviosos. Como
debe ser. Apoyaron a Lorenzo porque era un idiota y los idiotas son fáciles de
controlar. La clave del control es asegurarse que la gente al mando, la gente con el
supuesto poder, nunca tenga realmente ninguno. Lorenzo puede haber sido el capo,
pero la política es política, e incluso el presidente tiene que responder ante los que
están por debajo de él. Yo no lo hago. No lo haré, y ellos lo ven. Casi parece una
vergüenza matar a los pocos hombres astutos de mi organización, pero si no son
aliados entonces son enemigos y un enemigo sabio es un enemigo siniestro.
—Es una pena que no nos hayas invitado a hablar antes —dice Marco en nuestra
lengua materna. Este es el meollo de su problema, el hecho que como nuevo capo no
me haya ajustado a las costumbres de mierda de rendir respeto a este cabrón. Lo
hice deliberadamente. Si quisiera hacer nuevos amigos, organizaría una fiesta del té.
Soy mucho más partidario de un baño de sangre. Por supuesto, para ganar cualquier
juego, necesitas alguien contra quien jugar. Marco, Bernardo y Franco no son más
que peones contrarios. Su presencia es necesaria para que yo pueda cruzar el tablero
y tomar el rey. Y lo haré.
SONRÍO.
—El honor es para la gente que tiene línea. Yo no la tengo. —Levanto mi pistola
y disparo un tiro a su cabeza. Ya está hecho.
UNA
Al mirar a Nero por el visor, me fijo en cómo aprieta los labios. Parece la imagen
de la sofisticación y la calma, pero puedo ver el sutil aleteo del músculo de su
mandíbula. Está enojado. Bueno, supongo que será mejor que me ponga manos a la
obra antes que pierda los papeles e intente quitarme toda la diversión.
Al salir del apartamento abandonado, me tapo los ojos con la capucha y bajo por
la escalera de incendios. Mi Mercedes negro se oculta en la sombra en el callejón de
la parte trasera del edificio y corro hacia él. Subo al coche y me alejo de la escena del
crimen. Ya está, terminé. Me cargué a los chicos de Nero; cumplí mi parte del trato.
Me quedaré aquí el tiempo suficiente para asegurarme que cumple su parte y
luego... luego me iré. Anna y yo iremos a algún lugar donde nadie pueda
encontrarnos.
—¿Vas a dispararle otra vez? —Me mira la pistola que llevo en el muslo y yo
sonrío. Nero frunce el ceño, pero se le escapa una mueca de dolor mientras se apoya
en la pared junto a la puerta.
—¿Me creerías si te dijera que fue por su propio bien? —Me muerdo el labio
inferior, intentando reprimir una sonrisa mientras miro a Nero.
Nero camina hacia mí. Mi corazón late con fuerza hasta que es lo único que
puedo oír, el hermoso crescendo que se eleva como una ola. Ahora mismo es una
promesa andante de dolor y venganza. El blanco de su camisa está teñido de
carmesí, a juego con la furia pintada en su rostro.
—Debería matarte. —Una sonrisa cruel tuerce sus labios y jadeo cuando sus
dedos se tensan y me empujan a su encuentro.
—Ah, Morte. Ambos, siempre ambos. —Me empuja hacia el colchón y su brazo
se bloquea, todo su peso presionando mi tráquea, cortándome por completo el
oxígeno. Me mira fijamente con fuego en los ojos. Y ahí está, su furia, rabia pura y
desenfrenada. El monstruo salió de su jaula y vino a jugar. Este es nuestro estado
natural. Él, con su mano en mi garganta, yo, luchando contra él a cada paso, sólo
para sucumbir finalmente.
Me gusta caminar por esa delgada línea, follar con él sabiendo que podríamos
matarnos el uno al otro en cuanto acabemos. Necesitándonos el uno al otro,
deseándonos el uno al otro, sabiendo que somos lo último hacia lo que cualquiera
de los dos debería correr, o quizá me equivoque. Tal vez somos exactamente lo que
el otro necesita. Abrazo a Nero, mi depravado reflejo me devuelve la mirada.
Cuando vuelvo al dormitorio, Nero no se movió. Está tumbado con los ojos
cerrados y una mancha roja se extiende por el edredón que tiene debajo.
—Necesito que te sientes. Esto te va a doler. —Abre los ojos y resopla mientras
sigue mis instrucciones.
Parpadea y tarda un largo segundo en volver a abrir los ojos. Coloco la punta de
la bala entre mis dientes y arranco la cabeza del casquillo. La herida está atravesada
y la única forma de curarla rápidamente... bueno, no es agradable, pero merece la
pena. Le quito el vendaje de la espalda y coloco la parte posterior del casquillo contra
la herida de bala. Lo miro rápidamente a la cara, respiro hondo y lo meto dentro.
Abre mucho los ojos y aprieta los dientes, gruñendo.
—¿Qué haces con eso? —Ahora arrastra las palabras por la pérdida de sangre y
el dolor.
—Lo siento. Me hicieron esto y es el peor dolor que experimenté nunca. Viniendo
de mí, eso es mucho decir. —Acerco la llama a él, acercándola al borde de la herida.
Se enciende una pequeña chispa y ruge como una bestia herida. Cada músculo de
su cuerpo se contrae y una vena de su sien palpita erráticamente antes que se
desplome contra las almohadas. Se queda a la deriva, al borde de la consciencia, con
el pecho subiendo y bajando rápidamente. Al empujar el casquillo de la bala a través
de la herida, deja un reguero de pólvora. Enciéndela y cauterizará instantáneamente
la herida, matando cualquier infección y deteniendo la hemorragia. Curará la herida
mucho más rápido, pero duele más que la bala original.
La escena se desarrolla ante mí, exactamente igual que tantas otras veces. Nicholai se
coloca a mi lado y me pone la pistola en la mano temblorosa. La opresión me envuelve el
pecho, y la culpa y el dolor se apoderan de mí hasta ahogarme en sus turbias profundidades.
Miro hacia la pared del fondo, hacia donde está encadenado Alex; solo que esta vez no es Alex.
Nero me devuelve la mirada, su rostro perfecto y sin marcas, su torso duro y musculoso
desnudo y sin rastro de la sangre que suele aparecer en este sueño.
Abro los ojos y, en lugar de ver a Alex suplicándome que le dispare, Nero me exige que
lo haga. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y mi brazo se mueve por voluntad propia,
levantando la pistola como si yo no fuera más que una marioneta en una cuerda. El pánico
empieza a subirme por la garganta y mi respiración se vuelve frenética mientras intento
desesperadamente bajar el arma. Miro fijamente a Nero y se me saltan las lágrimas al darme
cuenta de lo que está a punto de ocurrir.
Despierto de un salto, jadeo, no puedo respirar. Tengo la vista nublada por las
lágrimas y todo el cuerpo me tiembla mientras lucho por respirar. Nero suelta un
gruñido de dolor y su mano se posa en mi cara antes de caer de espaldas contra las
almohadas, con la respiración entrecortada. Me froto con rabia las lágrimas
traicioneras mientras me deslizo fuera de la cama. Sólo oigo la voz de Nicholai en
mi cabeza:
—¿Adónde vas, Morte? —Cada palabra que dice es tensa, y sé cuánto dolor debe
sentir.
—No lo hago.
Sacudo la cabeza.
—Yo te maté.
—Porque lo eres. Abraza al monstruo que llevas dentro o déjate consumir por
él. Esa es la diferencia entre la brillantez y la locura, Morte.
Me señala con el dedo. Sin palabras, me subo a su regazo, a horcajadas sobre sus
muslos. Mis labios se pegan a los suyos y todo el ruido de mi cabeza se silencia,
porque nada fuera de él existe durante estos segundos. Esta conexión que tengo con
él me hace sentir segura, él me hace sentir segura, y eso me da mucho miedo porque
la gente como nosotros nunca está segura. Es oscuro y retorcido, pero yo también lo
soy, y quiero disfrutar de su depravación. Quiero que me abrace y sentirme
protegida sabiendo que él es lo que otros temen. Aprieto mi frente contra la suya y
cierro los ojos, respirándolo. Ambos sabemos que sea lo que sea, es temporal, pero
por ahora, quiero experimentar algo que nunca tuve. Esto. Esto. Nosotros.
—Nicholai.
—Yo también te eché de menos. —Es más una falsa costumbre que otra cosa,
pero siento afecto por Nicholai, una especie de vínculo.
—Tengo un trabajo para ti. Muy importante, un favor personal para un amigo.
Te lo pidió. —Mil pensamientos se agolpan en mi mente, pero el principal es que
tendré que marcharme, pero claro, lo haré. Siempre iba a tener que hacerlo.
—¿A dónde?
—A Miami. Tu vuelo ya está reservado desde el JFK esta tarde. —Mierda, qué
rápido—. Es un trabajo urgente. Tienes un plazo de cuarenta y ocho horas y luego
tu objetivo abandonará el país.
—De acuerdo. ¿Tienes algo para mí? —En la mayoría de los trabajos, tengo que
hacer mi propio reconocimiento, pero con sólo dos días, el cliente suele establecer
algún tipo de montaje y Sasha hace el resto.
—Tengo a Sasha aquí para ti. —Hay un momento de silencio antes que la voz de
Sasha llegue a través de la línea.
—Miré los extractos de su tarjeta de crédito y parece que siempre que está en
Miami envía múltiples transacciones a una agencia de acompañantes. —Es todo
negocios—. Hackeé el servidor de la agencia y mañana tienen una reserva para un
tal señor Julián Torres, un alias suyo.
—¿Qué pasa?
—Desde la semana pasada. Tardará unos días en salir de México. —Me levanto
del colchón y lucho contra las ganas de volver a tumbarme mientras el dolor me
desgarra el lado izquierdo del cuerpo. Ella se levanta y da un paso atrás, cruzando
los brazos sobre el pecho. Con el brazo izquierdo pegado al cuerpo, me pongo en
pie y me dirijo al baño, ignorando a Una. Cada paso es como si alguien me diera un
puñetazo en el hombro, y Una no es mi persona favorita ahora mismo.
—¿Vuelves de dónde?
—Soy un asesino a sueldo, así que sí, cuando hay que matar a alguien, voy.
—Entonces ve.
—No, Morte, eres mía. —Mis labios rozan su mejilla—. Recuérdalo. —Le doy un
mordisco en la mandíbula y retrocedo. Unas palabras que ninguno de los dos está
dispuesto a pronunciar se arremolinan entre nosotros, llenando el aire de tensión.
Me doy la vuelta y entro en el baño.
Cierro la puerta, apoyo la espalda en ella y espero a que se vaya. En cuanto oigo
que sus pasos se alejan, cojo lo que tengo más cerca, un bote de jabón de manos, y lo
lanzo contra el espejo. El cristal se rompe, se astilla y me devuelve mi propio reflejo
roto. Me duele el hombro. Me quemó literal y metafóricamente desde adentro,
porque la deseo hasta la irracionalidad. Una rabia posesiva se aferra a los bordes de
mi mente.
Sé cómo llega Una hasta sus clientes e imaginarla besando a otro tipo,
permitiendo que la toque, deseando que entierre su cara en su cuello para que ella
pueda debilitarlo y clavarle un cuchillo en la espalda... Lo veo todo tan claro y me
está volviendo jodidamente loco. Una es mía, y no puede escapar de eso.
UNA ESTUVO FUERA un total de seis horas, y por mucho que intento trabajar,
intentar no pensar en ella, no puedo. La idea de ella en un trabajo me atormenta, me
agravia. Sé que cuando seduce a un cliente no es real, pero ellos no, creen que tienen
derecho a ella durante unos minutos, y aunque los mate por las molestias, no es
suficiente.
—Sí.
—Oí que es muy guapa, como su hermana. Sería una pena que encontrara su
final. —¿Cómo coño sabe que Anna es la hermana de Una? Nadie sabe que tiene una
hermana aparte de mí, ella y Anna, pero por supuesto él tiene a Anna. No se sabe
qué información intentará sonsacarle el cabrón. No digo nada porque en esta
situación las palabras son peligrosas. Resopla otra carcajada—. Cinco millones de
dólares es mucho dinero.
—El precio de su bonita cabecita, por supuesto. Oí que Los Zetas enviaron a su
mejor sicario por ella. Ahora está en Miami. Me pregunto si el ángel de la muerte es
tan bueno como dicen.
TIRANDO del dobladillo de mi diminuto vestido, doy un corto paseo por Ocean
Drive hasta el Hotel Beacon. La calle está abarrotada y parece un carnaval. Hay gente
por todas partes, artistas callejeros, chicas en bikini que suben y bajan con carteles
de bares. La acera está llena de mesas y sillas y los bares se extienden por la calle. La
gente se sienta a beber cócteles en vasos del tamaño de mi cabeza, con el líquido
humeante y burbujeante como el caldero de una bruja. Los coches se arrastran por
la orilla de la playa, Cadillacs cromados y deportivos de lujo que aceleran sus
motores y ponen a todo volumen música hip-hop. Es como una fiesta callejera, y la
verdad es que no me veo ni un poco fuera de lugar con mi vestido de mujerzuela.
La cantidad de gente y la música que suena en cada bar me sobrecargan los sentidos.
No puedo evitar querer escuchar y sondear a mi alrededor en busca de posibles
amenazas. Juro que siento que me miran, pero no percibo nada más allá del ruido.
Echo un vistazo por encima del hombro para ver si hay seguidores. La multitud es
tan densa que no podría saber ni siquiera si hay un atacante justo detrás de mí.
Acelero el paso hasta llegar al hotel. Es un edificio art déco, en pleno centro de
bares y discotecas, y sinceramente, si yo fuera un traficante de armas buscado, es un
lugar que elegiría. Si necesitara escapar rápidamente, podría desaparecer entre la
multitud en cuestión de segundos, colarse en cualquiera de los diez bares que puedo
ver desde aquí. Es un movimiento inteligente, pero no soy el FBI, no estoy aquí para
esposarlo. No huirá de mí.
Tiene el típico aspecto de Miami, con pantalones de lino y camisa blanca, los tres
primeros botones desabrochados. El vello negro de su pecho asoma por el hueco de
la camisa y una pesada cadena de oro cuelga de su cuello. Lleva el pelo rapado casi
hasta la cabeza. Supongo que es un tipo de aspecto normal.
—¿Julian?
—No pudo venir. La agencia pensó que yo podría gustarte. —Pongo toda la
seducción posible en mi voz y su expresión se suaviza.
Dejo que me rodee la cintura con la mano y lucho contra mis instintos menos
civilizados mientras me saca del bar. Pronto, le digo al pequeño demonio enfadado
dentro de mi cabeza. En cuanto me mete en el ascensor, me aprieta contra la pared
de espejos, con sus labios en mi cuello y sus manos en mis muslos expuestos. Las
puertas se abren, me arrastra fuera y yo le sigo el juego, dejando que me obligue a
retroceder por el pasillo. Cielos, ¿cuándo fue la última vez que el tipo echó un polvo?
Mi espalda choca contra una puerta y su mano está prácticamente en mi ropa interior
mientras tantea la tarjeta de la llave. Normalmente esto no me molestaría, mi frío
distanciamiento me permite verlo como parte del trabajo. Pero hoy tengo que
apretar los dientes y contener la bilis que me sube a la garganta. Sólo unos segundos
más. Sus labios se pegan a los míos y me empuja a la habitación.
—Eres una puta de mierda. —Nada más pronunciar las palabras, su mano me
rodea la garganta, casi haciéndome perder el equilibrio, y me arroja contra la mesilla
de noche. Gimo y parpadeo mientras mis ojos se adaptan a la débil luz que entra por
la ventana. Una lámpara se cayó al suelo a mi lado, la cojo y desenchufo la bombilla
mientras él me acorrala de nuevo. Me pongo en pie justo a tiempo para clavarle la
bombilla en la cara. Se rompe y le incrusta fragmentos irregulares en la piel. Grita
algo en español mientras la sangre le cae por la mejilla. Le doy en el riñón y él me
golpea tan fuerte en la cara que casi vuelvo a caer. Jesús, ¿quién es este hombre?
—Vas a ser un buen premio, ángel de la muerte —me sisea en la cara—. Serás un buen
premio, ángel de la muerte. —Sólo los mexicanos me llaman así. ¿Qué demonios hice
para cabrearlos? Empuja todo su peso contra mi garganta y mis uñas rastrillan su
cara. Le clavo los pulgares en los ojos y gruñe... ¡BANG! El dolor me atraviesa el
antebrazo y él cae al suelo, muerto. Me giro hacia una figura sombría que se levanta
de la silla de la esquina de la habitación.
Como una serpiente, me golpea con los dedos apretándome la barbilla hasta
hacerme doler. La ira se arremolina en sus iris como una tormenta inminente y los
músculos de su mandíbula se contraen irritados.
—¿Qué?
Me echa la cabeza hacia atrás con un violento empujón, acercando sus labios a
mi oreja.
—Escucha con mucha atención, Morte. Puedes huir, puedes poner medio mundo
entre nosotros si quieres, no me importa. Pero eres mía. Ese coño es mío. Estos labios
son jodidamente míos. —Se aparta y me pasa el pulgar por el labio inferior—. Vuelve
a besar a otro hombre y no te gustará lo que pase después. —Mi estómago se aprieta
junto con su agarre. Por eso dejó que me diera una paliza, porque le dolió que el
mexicano me besara. ¡Es un trabajo! Nunca entenderé los celos.
—¿Me estabas siguiendo? —No contesta y niego con la cabeza—. Estás loco. —
Clavo mis uñas en su muñeca y su frente toca la mía al respirar hondo.
—Esto fue un montaje. Alguien te quiere muerta. Es uno de los mejores sicarios
que ofrecen Los Zetas.
Abro mucho los ojos y miro el cadáver. Cinco millones. Por Dios.
—¿Cómo lo supiste?
—Tengo contactos. —Cada vez que creo que conozco el alcance del poder de
Nero, me sorprende—. ¿Nicholai te puso en este trabajo?
La mirada ardiente de Nero se cruza con la mía, con su ira apenas contenida
brillando a través de ella.
—¿Como tú, quieres decir? ¿Y por qué debería confiar en ti? —Mi mundo se
desmorona a mi alrededor. ¿Y si todo es una farsa, incluso Nero?
Acerco las rodillas al pecho y apoyo la frente en ellas. Los confines del coche
vuelven a provocarme náuseas. Qué bien. Sólo llevamos dos horas de viaje.
—Y ahora estás fuera de libro y de repente se dio cuenta que no se te puede atar.
Él asiente.
—Dejaste la tarjeta de visita. Me fui con una herida leve. Si sabe que trabajamos
juntos, por lo que a él respecta, acabo de morder la mano que me da de comer, y tú
también.
—No lo sé, pero no confiamos en nadie hasta que tengamos más con qué seguir.
—Todavía puedes volver. Puedo huir, y él tendrá que venir por mí. Te apoyó
para capo, así que admitir que fuiste contra él le haría parecer débil. Luego va tras
el beso de la muerte, y parece que busca venganza. Nadie sabría qué estuviste
involucrado.
—Noble, Morte, pero ¿aún no lo resolviste? —Me mira y arquea una ceja—. Vivo
para la guerra.
—¿Y Anna? —Puede que Nero y yo estemos dispuestos a luchar, pero no pasé
por todo esto para salvarla, solo para arrastrarla a una zona de guerra.
ME AGARRO al borde del retrete y vomito en él. Esto tiene que ser un nuevo
punto bajo en mi vida, enfrentarme a la asquerosa taza del váter de un baño de un
área de descanso.
—Dame un segundo.
—Estoy bien. Gracias. —Sus ojos recorren mi cara y me doy cuenta que tengo un
aspecto horrible. Es una mujer de mediana edad, rubia como el peróxido y
demasiado maquillada. En el pecho lleva una placa con su nombre: Wendy-Anne.
Sonríe amablemente y veo un destello de compasión en sus ojos antes de entrar a
empujones y cerrar la puerta.
—Un par de días. —Esta es una de esas situaciones en las que me dan ganas de
darle un cabezazo, pero el movimiento probablemente me haría vomitar de nuevo.
Aprieta los labios formando una fina línea y mira por encima del hombro.
—Quédate aquí. Volveré enseguida. Le dije a tu amigo que te deje en paz. —Me
guiña un ojo y sale del baño. No tengo ni idea de lo que está haciendo, pero el
estómago se me revuelve de nuevo y me lanzo al retrete.
—Aquí tienes, cielo. —Me da una caja y la cojo, frunciendo el ceño al leer el
anverso.
—¿Un test de embarazo? —Levanto las cejas—. No estoy embarazada. Soy estéril
—le digo sin rodeos, devolviéndole la caja. Soy estéril desde los catorce años, todas
las Elite de Nicholai lo son.
—A mi hermana, Eileen, le ligaron las trompas. Y ahí está, con cuarenta años y
embarazada. —Sacude la cabeza, empujando la caja hacia mí—. No va a doler nada
descartarlo. —Se da la vuelta y sale de la habitación.
—¡No estoy embarazada! —le digo, pero me ignora y cierra la puerta. Me quedo
mirando la caja un momento, aterrorizada. Es imposible, así que esto está bien. Al
abrir la caja cae un palito blanco. Haberme criado con chicos no me enseñó nada de
esto. Diablos, crecí aprendiendo a matar gente. Esto no era algo en lo que hubiera
pensado, y mucho menos conocido.
—Dame un minuto.
Esto es estúpido. No estoy embarazada. Levanto el bastón y las dos líneas rojas
aparecen en la ventanita. Leo las instrucciones tres veces. Dos líneas significa
positivo.
Una tiene una pistola en pedazos sobre la cama, limpiándola. Lleva una hora
haciéndolo, con las cejas fruncidas y la mirada perdida y distante. Sé que es Arnaldo
quien la atacó, tal y como sospechaba. Pero cuando puse en marcha todo este plan,
ni por un segundo pensé que la desearía tanto. Poseerla en cuerpo y alma. Quiero
estar a su lado y hacer sangrar a nuestros enemigos. Ya no es una herramienta; es la
aliada perfecta, el complemento perfecto para todo lo que soy. ¿Cómo dejas ir eso
cuando sabes que nunca volverás a encontrarlo? Una es mi obsesión personal, mi
debilidad y mi fuerza. Juntos, somos imparables.
—Me despeja la mente. —Vuelve a llevar una de mis camisas, que se levanta y
deja entrever su ropa interior. La visión de sus largas piernas desnudas es suficiente
para ponerme la polla dura. Sus ojos se desvían hacia el vendaje de mi hombro—.
Ven aquí, déjame ver eso.
Me acerco a la cama y ella se arrastra hasta mí, arrodillándose para poder quitar
el vendaje. Sus dedos son suaves pero firmes contra mi piel. Sus dedos son suaves
pero firmes contra mi piel. La herida sigue doliendo, porque eso es lo que pasa
cuando alguien te dispara y luego te prende fuego. Dejé de tomar los analgésicos
porque me nublan la mente y necesito claridad total.
—Esto tiene buena pinta —dice en voz baja.
—Sabes, estás muy obsesionado con eso. —Sus labios se tuercen en una sonrisa
y me agarro a su nuca para acercarla. Esos ojos añiles se posan en mi boca, sus labios
se separan.
—Sabes que me gustas enfadada. —La agarro con fuerza y una sonrisa brillante
se dibuja en su cara. Parece tan perfecta: inocencia y seducción, todo envuelto con
un jodido lacito en la punta, como si estuviera hecha para mí. Cuando le toco el
pecho, su cuerpo se arquea y su pelo rubio cae en cascada por su espalda. Esos labios
carnosos se entreabren en un suave gemido y le meto el pulgar en la boca. Los
ruiditos que hace y el roce de su cálida lengua casi me hacen explotar. Me incorporo,
nos pongo cara a cara y la rodeo con los brazos hasta que cada centímetro de su
cuerpo desnudo se aprieta contra mí. Para el resto del mundo, ella es el susurro de
la muerte en el viento, temida y venerada. Y sin embargo, aquí está, tan bellamente
vulnerable y confiada en mis brazos. La siento como todas las partes de mí que ni
siquiera sabía que me faltaban, las partes que ni siquiera quería.
El encaje de su ropa interior se arrastra sobre mi polla mientras ella mueve las
caderas en un movimiento que no es sino pura tortura. No tengo paciencia cuando
se trata de ella, así que agarro la entrepierna de sus bragas y se las arranco. Sus dedos
se hunden en mi pelo, tirando, exigiendo. La agarro por las caderas, igual de
exigente, y la fuerzo a caer sobre mi polla. El temblor de su cuerpo es tan hermoso.
Su coño es lo más cerca que voy a estar del cielo. Me toca con la frente y cierro los
ojos, sintiendo su respiración acelerada sobre mi cara. Nos quedamos así un
segundo, ella aferrada a mis hombros mientras yo la aprisiono contra mí. Sus
caderas empiezan a moverse perezosamente y yo reprimo un gemido. Me follé a
Una muchas veces, pero cada vez es más intensa que la anterior. Es como un fuego
lento que abrasa todo lo que toca, y joder, si no quiero que me incinere. Recorro su
espalda con las manos, sintiendo los antiguos bultos y verdugones de cicatrices
desgastadas. Y cuando se corre, es como si el arte y la música se fundieran en una
obra maestra perfecta. Le muerdo el labio inferior y me trago sus gemidos mientras
su coño me aprieta. Es suficiente para que explote dentro de ella y me desplome
sobre el colchón.
Me vuelvo hacia Una, que está tumbada a mi lado, pero su expresión es distante,
indiferente. Algo le pasa, y diría que es la amenaza de muerte, pero como ella misma
dijo, siempre hay alguien que la quiere muerta. Es más que eso. Se levanta y entra
en el baño de mierda. La puerta se cierra tras ella y la cerradura encaja en su sitio.
UNA
Me aprieto la espalda contra la puerta del baño y cierro los ojos con fuerza. Esto
es demasiado duro; estar cerca de él es demasiado duro. Pensé que podría volver a
Nueva York y luego pensar en un plan, pero ¿a quién quiero engañar? No hay plan
para esto porque es la única eventualidad que no podría haber previsto. Miro mi
vientre plano, horrorizada e hipnotizada a la vez. Mi cabeza me dice que sólo hay
una opción, que tengo que ir a una clínica y solucionarlo. Pero el corazón que nunca
tuve hasta hace unas semanas está dudando, lo cual es ridículo. Es curioso que
cuando algo ni siquiera es una posibilidad, nunca piensas en ello. Y cuando de
repente te lo ponen delante, la reacción que te imaginas nunca llega. No soy tan
estúpida como para pensar que puedo tener un bebé. Es ridículo. Pero, nunca hice
nada bueno en mi vida y probablemente nunca lo haré. Traigo muerte y destrucción
donde quiera que vaya. No puedo soportar la idea de traer la muerte a algo tan
inocente, algo que desafía todas las probabilidades, y eso me convierte en una
hipócrita de la peor calaña.
—¿Sí?
—Ok.
Ahora, tiene que ser ahora. Una vez que esté en Nueva York será más difícil,
Nero estará cerca y si él no está entonces lo estarán sus hombres. En cuanto oigo el
portazo de la puerta del motel, me muevo. Sólo llevo una pequeña bolsa, con ropa
suficiente para unos días, algo de dinero, un par de teléfonos desechables y una
pistola. Es suficiente. Por el momento. Me pongo la ropa y cojo mis cosas
rápidamente. Tengo la mano en el pomo de la puerta cuando me detengo. No puedo
dejarlo así. No puedo explicarle todas las razones, pero puedo darle algo.
Cojo un trozo de papel, un membrete con el logotipo barato del motel. Me quedo
unos instantes con el bolígrafo sobre el papel. ¿Cómo le digo adiós con una nota
garabateada? Nada cambió y, sin embargo, todo lo hizo. Vino por mí, se jugó el
cuello, otra vez, y ahora me voy sin decir ni una palabra. Tal vez debería decirle la
verdad. Pero entonces esto es Nero. No es el tipo que tiene bebés; es el tipo que les
pone una pistola en la cabeza cuando sus padres no hacen lo que él quiere. Él no
necesita saber esto.
Nero.
Una.
Él creerá eso, y me dejará huir. No puedo fingir que esto no está pasando, y no
puedo esperar que Nero pueda lidiar con ello. No somos esas personas con la cerca
blanca y las vidas normales. Somos asesinos, depravados y motivados por el tipo de
cosas que mantienen a la mayoría de la gente despierta por la noche. Todo se está
yendo a la mierda de golpe. Tiempo y espacio es lo que necesito para resolverlo sin
agobiarlo. Esto depende de mí, y es mejor así. Cuando dependes de otras personas
sólo te debilitas, y ahora no puedo permitirme la debilidad.
Dejo caer la nota sobre la cama, me subo la mochila al hombro y salgo de aquella
destartalada habitación de motel sin mirar atrás. En cuanto llego a la carretera
principal, asomo el pulgar y no tarda en pararme un tipo en una camioneta.
¿POR QUÉ ALQUILAR otro apartamento bajo un nombre que sé que van a
encontrar? ¿Por qué traerlos aquí? Porque soy Una Ivanov, y aunque por ahora esté
huyendo, no me escondo. Si me quieren, que vengan. Masacraré hasta el último de
los hombres de Arnaldo si es necesario. Pero hace una semana, no fueron los
hombres de Arnaldo los que aparecieron.
Parpadeo y miro mi vientre, que no está del todo plano. Tengo que irme. Esta
vez me atraparon por sorpresa, se colaron aquí en mitad de la noche. Las alarmas de
abajo nunca sonaron. Me encontraron aquí, en mi apartamento. No puedo
deshacerme de estos cadáveres sin pedir ayuda, y la ayuda conducirá a mis
enemigos hacia mí como tiburones a una presa fresca. Cojo el teléfono desechable
que estuve usando y envío un mensaje a Sasha. Necesito una limpieza en el apartamento
para las cinco. Se hace de noche.
Me doy una ducha rápida. El agua corre carmesí mientras me froto las capas de
sangre de la piel. Limpio la condensación del espejo y miro fijamente mi reflejo.
Apenas me reconozco, y eso es bueno. Mi pelo, antes rubio y blanco, es ahora castaño
chocolate, aunque el tinte se está desvaneciendo en algunas partes. Encuentro una
tirita y me la pongo sobre la herida sangrante de la mejilla. Tengo la mandíbula
marcada con un rojo furioso y la garganta morada por el cinturón con el que uno de
ellos intentó estrangularme. Esto es Inglaterra. Los tiroteos son llamativos. Por
suerte para mí. Es mucho más fácil acabar con cinco tipos cuando no pueden
dispararte. Me pongo unos vaqueros y una sudadera holgada, y salgo con una sola
bolsa. Llevo dinero en efectivo, mi cuchillo, varios pasaportes falsos y un portátil.
Eso es todo. Camino por las oscuras calles hasta el cercano metro de Londres y me
dirijo a la estación Victoria. Desde allí compraré un billete con dinero en efectivo y
me largaré de aquí. Quizá vaya a Irlanda, o incluso a París, ¿quién sabe? Y cuanto
menos sepa, más difícil será que alguien me siga. La clave para correr es no tener un
plan, ser espontánea y, lo más importante, pasar desapercibida.
Con una nueva resolución, corro los últimos metros hasta la casa, pegando la
espalda a la pared. Sinceramente, Arnie debería aumentar su seguridad. Me quito la
mochila de los hombros y rebusco dentro, sacando unos bloques de C4. Podría haber
pedido ayuda a Sasha, haberle hecho piratear el sistema de seguridad y apagar las
cámaras. Probablemente podría haber matado a Arnaldo sin que se notara mi
presencia, pero no se trata de eso. Quiero que se siente en su oficina y vea su preciosa
casa volar en pedazos. Quiero que vea morir a sus hombres, uno tras otro, hasta que
se dé cuenta que voy por él y que no queda nadie para protegerlo. Ningún lugar a
donde huir. Esto es algo más que matarlo. Esto es un mensaje: nadie caza a la muerte.
No es el primero que me subestima. Por supuesto, no esperará que venga aquí.
Incluso si no fuera físicamente suicida, políticamente, es terreno dudoso. Los
italianos podrían verlo como algo justo. Él vino por mí, así que yo fui a por él. O
puede que me conviertan en el enemigo número uno, en cuyo caso, toda la mafia
italiana irá por mí. Pero tengo el respaldo de los rusos.... creo. Y mentiría si dijera
que no tengo una cantidad antinatural de fe en Nero. Dios sabe por qué. Es un capo
de la misma mafia, pero también es mi chico malo. Un comodín, y, en sus propias
palabras, yo soy el suyo. Honestamente, es tan probable que me dispare como que
se ponga de mi lado, pero una chica puede esperar. Y seamos honestos, tengo un as
bajo la manga, o debería decir, en mi útero.
Hago una pausa cuando oigo el más mínimo movimiento en la oscura puerta
que tengo delante. Es suficiente. Me tiro al suelo en un abrir y cerrar de ojos y disparo
dos veces. Apenas consigo ponerme en pie, tengo un arma apuntándome a la cara.
Le empujo la muñeca hacia un lado y le disparo en las tripas. No está muerto, pero
es el escudo perfecto. Me apoyo en él, deslizo los brazos por debajo de los suyos y
disparo a los cuatro tipos que vienen hacia mí. Las balas alcanzan a mi amigo y éste
gruñe antes de caer inerte. Me tambaleo bajo su peso muerto y oigo el tintineo de
una granada. Joder. Algo golpea mi bota y tiro el cuerpo sobre el explosivo antes de
correr hacia la puerta más cercana. No lo consigo. Una mano sale volando y me
golpea en la garganta con tanta fuerza que estoy segura que me colapsó el esófago.
La granada estalla, con un estruendo que me hace zumbar los oídos. Algo húmedo
me golpea la cara y parpadeo, arrastrándome por el suelo y jadeando hasta que mi
vista se nubla. Distingo un par de botas en mi campo de visión y me obligo a
concentrarme, a calmarme. Suelto la pequeña hoja de alfiler del brazalete de mi
muñeca y la palmo visiblemente.
—Beso de la Muerte, mi culo. —La voz fuertemente acentuada se burla. Consigo
aspirar una pequeña cantidad de aire y me muevo. Mi mano relampaguea y arrastro
la hoja por la parte posterior de su tobillo, seccionándole el tendón de Aquiles. Cae
con fuerza y su pierna cede bajo sus pies—. Maldita zorra —maldice antes que le
clave la pequeña hoja en el cuello y tire de ella hacia mí. Su yugular se abre como un
grifo y la sangre salpica el suelo de baldosas. Me pongo en pie, vuelvo a introducir
la hoja en el puño y recojo mis armas del suelo. El despacho de Arnaldo está al otro
lado de la casa, y quién sabe cuántos soldados tiene entre él y yo.
Saco dos granadas más de mi mochila y me las acerco a la cara, apoyando los
labios en el frío metal mientras miro fijamente a la cámara. En el metal queda una
marca de carmín rojo. Mi tarjeta de visita. En mi posible último resplandor de gloria.
Sonriendo, suelto las granadas y dejo que rueden hacia las puertas. Me alejo girando,
agachándome detrás de uno de los gruesos pilares de mármol que adornan su
horriblemente ostentoso pasillo. En cuanto estallan, me dirijo hacia la puerta
destrozada del despacho, con las armas desenfundadas y las balas volando. Una
bala me atraviesa el muslo, aprieto los dientes y me agacho junto a la puerta.
Miro hacia abajo y maldigo en voz baja la sangre que me corre por la pierna y
me empapa los pantalones.
—Tú eres un enemigo a las puertas, Bacio Della Morte. Puedes ser venerada
como una asesina, pero morirás como un perro.
Rio.
—Tal vez, pero seguro que te jodi al salir. —Me alejo de la puerta, cojeando.
—Ladrillos y mortero... —Empiezo a correr, con un dolor punzante en la pierna.
Cuando estoy a un par de metros de la puerta, caigo de rodillas. La sangre que mana
de mi pierna me ayuda a deslizarme por el suelo de mármol. Disparo dos veces antes
de detenerme al otro lado de la puerta. Un segundo después, oigo el ruido sordo de
los cuerpos al caer al suelo. Dos cuerpos. Dos cuerpos. Aunque no sé cuántos son.
Podrían estar escondidos detrás de las mismas paredes contra las que ahora me
refugio.
—Te aliaste con él. —Me escupe las palabras. La sangre se esparce por el
escritorio, gotea por el borde de la madera y cae al suelo con un repiqueteo
constante.
—Me vendo al mejor postor. Pagó más. —Me pagó con algo que el dinero no
puede comprar. Mi hermana.
—Vas a morir. Tu sugar daddy ruso no puede ayudarte esta vez. —Sus dedos
envuelven la empuñadura de mi cuchillo. Me impresiona cuando se lo arranca del
brazo y se lanza descuidadamente hacia mí. Mi palma toca el centro de su antebrazo
y sonrío cuando oigo el satisfactorio crujido de su hueso seguido de un agónico grito
de dolor. No hay que tomarse a la ligera a los hombres como Arnaldo, pero lo cierto
es que son jugadores de poder, hombres que se sientan detrás de los despachos a
dar órdenes y que rara vez matan ellos mismos a nadie. Cuando la ocasión lo
requiere, aprietan el gatillo. No es rival para mí y lo sabe. Veo la derrota en sus ojos.
La determinación cuando acerco el cuchillo a su cuello. Y entonces lo miro a los ojos
mientras arrastro la hoja por su garganta. Sus ojos se abren de par en par y un
gorgoteo ahogado sale de sus labios mientras la sangre brota por todas partes.
—No necesito ayuda. Soy el Beso de la Muerte. —Aprieto los labios contra su
frente y, cuando me alejo, ese inútil último aliento abandona su cuerpo en un siseo.
Normalmente siento una pequeña emoción cuando mato a un objetivo, pero esta
vez no siento nada. Arnaldo no era un objetivo. No era un cheque. No era el enemigo
de un cliente sin rostro. Se hizo mi enemigo. Esto fue personal. Esto es lo que pasa
cuando buscas la muerte. Ella viene por ti. Y ahora, me voy. Acabo de matar al
subjefe de la mafia italiana, y eso tiene consecuencias.
NERO
Nada está saliendo como lo planeé. Se suponía que iba a ser mi peón, pero se
convirtió en mi reina. Mi pequeña reina cruel... hasta que huyó de mí. ¿Cómo dice
el refrán? ¿No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes? Bueno, no podría haber
predicho cuánto se metió bajo mi piel hasta que se fue. Debería dejarla ir. Ella es una
debilidad que no necesito. Por no hablar de la cantidad de calor que hay en ella, pero
cada vez que pienso en alejarme, en la posibilidad que la maten, o peor, que
sobreviva... seguir adelante, follarse a otro... no puedo. Ella no puede. Es mía y nadie
más la toca excepto yo.
—Nero —Me giro de mi sitio junto a la ventana y miro a Gio, que está de pie en
la puerta de mi oficina temporal en el apartamento de Londres.
—No exactamente.
Parece sacado de una película de terror. Cinco cuerpos y lo que parece la sangre
de diez. Las alfombras. Las paredes. El sofá... todo es carmesí. Me muevo por el
apartamento, mis ojos recorren las pocas posesiones que Una dejó atrás. No hay
nada personal, nada que delate su presencia, excepto el baño de sangre del salón.
Todo el apartamento tiene el aire neutro de un piso de alquiler. En el cuarto de baño
hay un par de botes de champú, una maquinilla de afeitar... Cojo el champú y abro
la tapa, inhalando. Vainilla. El olor me recuerda a ella al instante, aunque le falta el
toque de aceite de pistola que la caracteriza. Salgo del baño y me detengo en la
puerta del dormitorio, mi mirada se desplaza de la cama en la que sé que ella dormía
hace poco al hombre muerto tirado en la alfombra. La empuñadura de un cuchillo
sobresale de su frente, enterrada tan profundamente que apenas hay sangre. Me
agacho y tiro del cuchillo. Examino la daga, sencilla pero delicada, y sonrío al
imaginar al equipo de asesinos de Arnaldo acercándose sigilosamente a Una en la
oscuridad para encontrarse con que son víctimas de una pesadilla.
—Los de la limpieza avisaron —dice Gio, con expresión tensa mientras se apoya
en la ventana. Pagamos a todos los contactos clandestinos que pudimos encontrar,
y los limpiadores son un buen punto de partida. Son imparciales, un tercero que
limpiará lo que sea con tal que le paguen—. Ella no los llamó, los rusos lo hicieron.
—Supongo que no les está dejando muchas opciones. No quieren esta clase de
calor. —Hace un gesto con la mano hacia el salón. Es verdad, pero esto era inevitable.
Arnaldo sigue enviando hombres tras ella como si fuera un animal sangrante con
una maldita piel de premio. Tarde o temprano ella iba a hacer un lío que no podría
limpiar sola. Y aquí estamos.
—No, esto es más que eso. Estos cuerpos tienen al menos veinticuatro horas. La
están ayudando activamente. Esperaron para llamarla. Le dieron la oportunidad de
despejarse. —Sé que Nicholai le tiene cariño, pero ayudarla ahora lo pondría en la
línea de fuego. El ruso está loco, ¿pero tanto como para arriesgarse a causar una
guerra?
—¿Qué pasa?
Acorta la distancia que le separa de mí y gira la pantalla. Es una imagen de la
cabeza cortada de Arnaldo sentada en su escritorio, una marca de carmín rojo en su
frente de cera. Una lenta sonrisa tira de mis labios. Lo consiguió. Meses de
planificación. Ella, su hermana... todo parte de un plan mayor. Todo parte de esto.
Pero entonces él la atacó y todo se fue a la mierda. Ni por un segundo esperé que
ella entrara a la casa de Arnaldo y lo matara. Sola.
—¿Se escapó?
—Estás loco.
Estoy a punto de conseguir todo lo que siempre quise, excepto a ella. Debo
encontrarla porque sin ella, todo el poder del mundo no sería suficiente para llenar
el vacío dejado por mi pequeña mariposa cruel.
HAGO PARAR el coche junto a una pila de contenedores al borde del patio de
embarque. El sol de primera hora de la mañana resplandece en la superficie del río
Hudson y la bocina de un barco flota en el viento. Gio está prácticamente erizado de
tensión a mi lado.
—Una es rusa.
—Exacto.
Apago el motor y, durante un segundo, ninguno de los dos nos movemos. Miro
fijamente a través del parabrisas al tipo alto y delgado que descansa contra el capó
de un deportivo Jaguar. Su pelo rubio, que se refleja en la luz, y sus afilados ojos
verdes nos miran sin inmutarse. Él y Una podrían ser hermanos con sus rasgos fríos
y pálidos.
Salgo del coche, sintiendo el peso de mi pistola atada al pecho. El ruso se aleja
de su coche, moviéndose como un depredador y una bailarina envueltos en uno;
calculado y letal. Igual que Una. Es uno de la Elite. Al instante voy por mi pistola y él
sigue el movimiento como un lobo que observa a un conejo con total indiferencia y
el conocimiento que podría acabar con la criatura menor en un instante. Por
supuesto, la Elite no siente miedo, ni siquiera cuando debería sentirlo.
Agarro la pistola y dejo caer el brazo a mi lado, con el dedo índice rondando el
gatillo.
—¿Quién es usted?
—Ella es más como mi hermana. —Sus cejas se juntan mientras sus ojos pasan
de Gio a mí. Es lo más parecido a una expresión que vi en él—. Así que tú eres el
italiano que la llevó a la destrucción.
—Fuiste tú —Gio se mueve sobre sus pies—. Llamaste a los de la limpieza por
ella.
Sasha asiente.
Tomo aire.
Se acerca hasta colocarse frente a mí, con esos ojos fríos e inquietantes clavados
en los míos.
—Ambos sabemos que no eres lo que pareces, Nero Verdi. ¿Qué es lo que dicen?
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. No sé si eres amigo o enemigo —
me mira de arriba abajo—, pero ella debe de haber confiado en ti.
Sonrío.
—Necesita ayuda. —Sí, no me digas. Ese barco zarpó hace mucho tiempo—.
Consíguela, y protégela tanto de tu propia gente como de la mía. Arnaldo está
muerto, pero la venganza es inevitable. Nicholai la quiere de vuelta, y no tienes idea
de lo lejos que llegará por ella.
—¿Qué le hará? —Se volvió completamente rebelde, me ayudó a hacer algo que
nunca debería haber hecho por una hermana que se supone que es demasiado fría
para preocuparse por ella.
—La mente humana es flexible. Puede hacerla olvidar. —Suena como un maldito
robot, e intento recordar si Una fue así alguna vez—. Puede curarla.
—¿Curarla? —Aprieto los puños y el calor hierve a fuego lento bajo mi piel,
mientras una brisa fresca recorre el muelle.
El ruso asiente una vez antes de darse la vuelta y alejarse. Abre de un tirón la
puerta del coche y se detiene.
—Puedo rastrear su teléfono desechable. Te enviaré las coordenadas de su
destino.
Paris. La ciudad tiene una atmósfera como ninguna otra. Las calles son un
bullicio de actividad y, sin embargo, todo parece siempre tan pausado. Avanzo por
la acera, aferrándome a las sombras de los edificios, hasta llegar a la puerta de
madera que da acceso al adosado que alquilé. Hace un par de días estaba vagando
por la ciudad, intentando pasar desapercibida, cuando vi un cartel en el escaparate
que anunciaba este apartamento. Mi plan era quedarme en París un par de días antes
de tomar un ferry de vuelta a Inglaterra. Un breve viaje para despistar a cualquiera
que pudiera estar siguiéndome la pista. Pero en cuanto Annaliese, la casera, me
enseñó el interior del apartamento, sentí una paz que no sentí en años. Es
completamente inadecuado. Sólo hay una escalera, y como antes era una casa ni
siquiera hay escalera de incendios desde el primer piso, pero lo alquilé de todos
modos. Supongo que quería dejar de correr un momento, refugiarme y respirar.
París es una ciudad tan buena como cualquier otra para esconderse.
Me gusta estar aquí. Podría quedarme aquí hasta que nazca este bebé, y él o ella
podrá crecer en París, a salvo de todos los peligros de mi mundo. Saco el material
médico de la bolsa de la compra y lo dejo sobre la mesita antes de sentarme. Mi
bolsillo zumba y saco mi teléfono desechable, viendo un mensaje en blanco de Sasha.
Es una petición de visita. Le envío un mensaje rápido.
Necesito alejarme de todo y de todos porque incluso los amigos pueden ser
enemigos. No dudo que, a la hora de la verdad, Sasha se pondrá del lado de
Nicholai. Y me alegro. Su lealtad hacia mí es peligrosa para él. Me bajo los jeans y
me quito el vendaje que tengo pegado al muslo. Mi costura desordenada no estaría
mal en una película de Frankenstein. Era lo mejor que podía hacer con lo que tenía
en aquel momento: un costurero de bolsillo comprado en la tienda de la esquina. Es
para coser botones, no para cerrar un agujero de bala. La carne alrededor de los
puntos está hinchada y enrojecida, y duele muchísimo. Creo que está infectada, pero
no consigo ayuda. Cualquier hospital informará de una herida de bala de aspecto
dudoso, y todos los médicos a los que normalmente llamaría para este tipo de cosas
están afiliados a Nicholai o a alguien más. Es cierto que el precio de cinco millones
de dólares debería haber desaparecido con Arnaldo, ya que fue él quien lo puso ahí,
pero yo valgo algo para alguien. Desenrosco la tapa de la botella de vodka y aprieto
los dientes mientras la vierto sobre la herida. Me escuece muchísimo, pero podría
ser peor. Hace unas semanas le metí una bala a Nero en el hombro, luego le eché
pólvora en la herida y le prendí fuego. Ojalá pudiera hacer lo mismo ahora, pero esa
mierda ya es bastante difícil de hacer a otra persona, no digamos a uno mismo.
Pienso en él y me pregunto qué estará haciendo ahora. ¿Seguirá buscándome? ¿Me
matará ahora que maté a su jefe? Se supone que la mafia se basa en la familia y la
lealtad, pero Nero mató a su propio hermano. No, algo me dice que no sentirá ni
una pizca de remordimiento por la muerte de Arnaldo. Pero él es un jugador de
poder, y a veces para ganar poder, las lealtades deben ser fingidas. Después de todo,
su poder proviene de la mafia y puede serle arrebatado con la misma facilidad. Le
prometí que volvería con él, pero ahora no sé si podré cumplir esa promesa. En
nuestro mundo, los sentimientos son baratos, las emociones inútiles y las lealtades
muy fáciles de comprar. Un acto, un momento, una muerte, y todas las piezas del
tablero se movieron. ¿Se movieron tanto que Nero y yo ya no estamos uno al lado
del otro, sino al otro lado del tablero?
Bajo el arma, suelto la pequeña hoja del puño de la muñeca y la aprieto entre el
pulgar y el dedo como si fuera una aguja gigante. Este es el problema de esconderse
en una ciudad, los tiroteos llaman la atención. Me acerco sigilosamente por detrás,
silencioso como un fantasma. Mi mano se cierne sobre su boca al mismo tiempo que
le clavo la hoja en la garganta. Esta pequeña hoja me sacó de más situaciones que
cualquier pistola. No es lo bastante grande como para apuñalar a alguien en las
tripas o el pecho, pero es letalmente afilada y perfecta para abrir una yugular. Me
coge por sorpresa y me agarra de la pierna mientras cae, llevándome al suelo con
fuerza. El arma se me escapa de las manos y se desliza un par de metros lejos de mí.
Me arrastro por la alfombra, buscando mi arma mientras espero que el estallido que
indica mi fin resuene en mis oídos. Pero nunca llega. Lo único que oigo son los
últimos suspiros ahogados del hombre antes de caer al suelo con un ruido sordo. Se
oyen voces apagadas en el pasillo. Mierda.
Cojo la pistola y las llaves del coche y salgo disparada hacia la ventana. La
madera chirría contra el marco y el cristal tiembla cuando lo levanto. Supongo que
lo habrá oído medio vecindario, incluidos mis intrusos. Los pasos golpean el pasillo
y sólo puedo esperar que la oscuridad me dé los valiosos segundos que necesito para
escapar. Levanto la pierna por encima de la ventana y miro el suelo dos pisos más
abajo. Hace unos meses, habría saltado sin pensármelo dos veces, pero ahora, la luz
se enciende y me asusto, lanzando la otra pierna por el hueco y balanceándome
precariamente en el alféizar de la ventana.
—Morte. —Me quedo inmóvil, vacilando al oír esa voz profunda—. No lo hagas.
—me ordena. Ese rastro de acento hace que las palabras pronunciadas en voz baja
suenen duras. No debería mirarlo, debería saltar. Pero lo hago. Miro por encima del
hombro y mis manos se apoyan en el marco. Nero está de pie con su traje caro y el
pelo peinado de esa forma tan sexy que tiene. Sus ojos oscuros se clavan en los míos
y es como si el tiempo se detuviera. Veo la amenaza danzando en sus ojos, la
promesa de violencia e ira, pero también de deseo y ansia, arremolinándose y
mezclándose en algo potente y embriagador. Ese poder que emite parece
envolverme, adictivo y tan peligroso, tan seductor. Considero por un breve instante
la posibilidad de acercarme a él porque quiero que sea mi salvador en un mundo de
enemigos, mi monstruo para acabar con todos los demás. Pero puede que sea mi
enemigo, ya no lo sé. No puedo confiar en nadie más que en mí misma, y eso es
difícil, especialmente con él.
—Eres mía —dice, pero las palabras no significan nada cuando la vida y la
muerte están en juego, y no puedo confiar en él. Un paso más—. ¿Por qué huyes?
Arnaldo está muerto. Dijiste que volverías conmigo. Aquí estoy, y tú estás a punto
de saltar por una ventana. —Si sólo Arnaldo fuera nuestro único problema.
—¿No confías en mí? Yo no soy el que huyó. —Da otro paso. Ahora está a unos
metros de mí. Desplazo ligeramente mi peso hacia delante en el alféizar de la
ventana.
—Esto fue genial y todo, pero no me apetece que me atrapen tus chicos ahí abajo.
—Señalo el callejón.
El suelo parece estar demasiado lejos, aunque en realidad sé que puedo hacer la
caída fácilmente si caigo rodando. Lo miro por última vez, memorizando cada
centímetro de su rostro perfecto. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanza sobre mí y
me empuja desde el alféizar de la ventana. El suelo se precipita a mi encuentro y mis
pies golpean con fuerza contra la calle. El dolor me sube por la pierna y los puntos
del muslo se desgarran mientras caigo rodando. Me levanto sobre una rodilla,
levanto la pistola y apunto a la ventana. Instintivamente, me llevo la otra mano al
estómago. Me encuentro con su mirada, pero está clavada en mi estómago, en el
pequeño pero distintivo bulto que sobresale entre mis caderas.
—Si alguna vez sentiste algo por mí, déjame huir, Nero —le suplico—. Volveré
a ti. —Y entonces me pongo en pie y corro, cada paso me produce un dolor punzante
en la pierna.
Estoy tan cerca del coche que puedo ver el capó asomando entre las sombras del
callejón. Avanzo cojeando, aferrando mi pistola, cuando algo choca con un lado de
mi cabeza y mi visión se nubla. Me tambaleo hacia un lado y siento que caigo. Unos
brazos fuertes me atrapan mientras mi cuerpo se dobla inútilmente. Apenas soy
capaz de distinguir el perfil borroso del rostro de Gio antes que todo se vuelva negro.
UNA
Cuando abro los ojos, una luz cegadora asalta mi visión. Intento echarme la
mano a la cara, pero no puedo. Miro hacia un lado y veo que tengo la mano atada
junto a la cabeza, con el puño de cuero sujeto a una cadena de varios centímetros.
Mi otro brazo está igual, y ambos están atados a la estructura de la cama debajo de
mí. De puta madre. Nero. Es lo último que recuerdo. La habitación en la que estoy no
tiene ventanas y tiene una puerta de aspecto bastante robusto, así que supongo que
estoy en algún sótano. Hay otra puerta entreabierta enfrente de mí y oigo el lento
goteo de un grifo. Me quitaron los pantalones de yoga y los sustituyeron por unos
pantalones cortos para dormir, y la camiseta manchada de sangre desapareció. Un
vendaje fresco cubre mi muslo.
—Está ocupado. —Por supuesto que lo está. Gio toma asiento en el borde del
colchón y coloca su mano sobre mi muslo, inspeccionando mi pierna. En cuanto su
piel entra en contacto con la mía, me pongo rígida y tensa. ¡Matar! ¡Matar! ¡Matar!
Ese único instinto ruge en mi cabeza, el impulso es tan fuerte e instintivo que me
duele no actuar en consecuencia. Tiro de las ataduras y el cuero me muerde las
muñecas. Su mano abandona por fin mi pierna y suspiro aliviada.
—Permanentemente entonces.
Resoplo.
—No necesito tu puta ayuda, Giovanni. Te olvidas de quién soy. —Mi rabia se
eleva como una cosa viva, que respira. Incluso la fría asesina que hay en mí es
protectora con este niño cuando no debería ser más que desprendida. Estoy confuso,
pero me dejo llevar por el instinto y mataré a cualquiera que intente hacernos daño.
Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios antes que la aguja atraviese mi piel
y el émbolo se oprima. Sale de la habitación dando un portazo. Y entonces, todo se
vuelve negro.
Por fin oigo el clic de la cerradura de la puerta y me preparo para atacar, pero en
cuanto se abre un resquicio, me apunta con una pistola.
—No pensarías que iba a entrar aquí desarmado, ¿verdad? —pregunta Gio—.
Amenazaste con matarme.
Sonrío fríamente.
—Yo no amenazo.
Se ríe y hace una señal a alguien detrás de él. Tommy entra en la habitación con
una bolsa de papel marrón y ropa doblada. No puedo evitar sonreír cuando le veo.
—Irlandés —le digo. Una sonrisa tímida se dibuja en sus labios y sostiene la
bolsa delante de él, estirándose como si intentara mantenerse lo más lejos posible de
mí. Pongo los ojos en blanco y le arrebato la bolsa. Se sobresalta—. Una vez te
noqueé, Tommy.
—Mira, das miedo en tus mejores días. ¿Pero embarazada? Las hormonas
vuelven loca incluso a una mujer cuerda.
—Si fueras cualquier otro... —Siempre me gustó Tommy. Quizá sea porque es el
punto débil de Nero, o quizá porque consiguió mantenerse relativamente inocente
en este mundo de corrupción. En cualquier caso, es como un cachorro al que no
soportarías hacerle daño. Deja la ropa sobre la cama y se da la vuelta, caminando de
nuevo hacia la puerta.
—Pensaba que eras su valiosa mano derecha, Gio. Pero Nero te tiene
cuidándome como a un chico de los recados.
—Ambos sabemos que matarías a un chico de los recados. —El hombre es casi
imposible de irritar, y no es la primera vez que deseo estar tratando con Jackson.
—Sigue ocupado. —Su boca se tensa. Y esa expresión me dice algo. Sea lo que
sea lo que está pasando, Gio no lo aprueba. Retrocede y la puerta se cierra de golpe.
¿Qué estaría haciendo Nero que no le gusta a Gio? Es una pregunta estúpida.
Todo. Nero es el chico malo de la mafia, sin sentido del honor ni del deber. Vi
suficiente de su dinámica para saber que Gio es el polo opuesto. Él es todo deber y
lealtad. Resulta que es leal a Nero.
Opción uno, Nero va contra el resto de la mafia y a Gio no le gusta. Opción dos,
Nero va contra mí. A la mafia le importan sus mujeres y niños, así que es lógico que
a Gio tampoco le guste. Mierda, no lo sé. Estoy atrapada aquí, tratando de analizar
la ética de hombres que no tienen ninguna y esperando que el más desalmado de
todos esté tratando de ayudarme en vez de matarme.
UNA
No sé cuánto tiempo llevo en esta habitación, pero sin duda varios días. De vez
en cuando, Gio y Tommy vienen aquí y me dan comida, siempre con una pistola
apuntando hacia mí. Cuanto más tiempo pasa, más sospecho. Me tienen como a una
prisionera. Puede que Arnaldo esté fuera de juego, pero los italianos siguen
queriéndome muerta. Probablemente aún más ahora, por lo que, es razonable que
la lealtad de Nero se haya inclinado en su dirección. Cuanto más tiempo estoy aquí,
más convencida estoy que está en mi contra. Es sólo cuestión de tiempo antes que
me entregue a su nuevo jefe. Nicholai podría tener suficiente poder para sacarme de
esto, pero es la última persona que quiero que me salve por varias razones. Preferiría
arriesgarme con los italianos. Al menos protegen a los niños en lugar de convertirlos
en soldados.
—Maldita sea, Una. —Gio me mira por encima del hombro del tipo.
—Te lo voy a poner muy fácil, Gio. Puedes llevarme hasta Nero, puedo romperle
el cuello a este tipo, o puedo quitarte esa pistola y matar a todo el mundo en esta
casa hasta que encuentre a ese bastardo.
Mis ojos recorren el pasillo y dos tipos se nos acercan. Gio les dice algo y ellos se
hacen a un lado, apretándose contra las paredes a ambos lados mientras pasamos.
Miro a uno de ellos y veo la pistola que lleva en la funda del pecho. Empujo mi
escudo corporal un paso hacia delante y él se tambalea, dándome la oportunidad
perfecta para clavarle la rodilla entre las piernas. En la fracción de segundo en que
sus gemidos provocan una distracción, me lanzo sobre el otro tipo y le propino un
puñetazo en la sien lo bastante fuerte como para que se tambalee sobre sus pies. Le
rodeo con los brazos y le saco las dos pistolas de la funda del pecho. Nunca me sentí
tan aliviada por tener un arma en la mano. Vuelvo a estar completa. Completa. Me
doy la vuelta, empujo al tipo al suelo y subo ambas armas para enfrentarme a Gio y
al otro hombre, que ahora me apuntan con sus armas.
Sonrío, adorando la emoción del peligro que sólo se produce en una situación
imposible.
—Ya pasamos por esto antes, Gio. No puedes dispararme antes de que yo te
dispare a ti.
—Suelta las armas, Una. —Empiezo a retroceder por el pasillo, con los pies
desnudos sobre el suelo de mármol.
—Es por tu propia protección. —No estoy seguro si Gio realmente cree eso. Sólo
es lo suficientemente honorable para pensarlo.
—¿Protección de quién?
Resopla profundamente.
—De ti misma, principalmente.
—Buen intento, pero no vi a Nero. Y mejor que creas que no confío en ese
bastardo en el mejor de los casos. —Los ojos de Gio se desvían sólo una fracción de
pulgada sobre mi hombro izquierdo, y mantengo un arma apuntándole mientras mi
otro brazo vuela hacia el otro lado, apuntando al recién llegado. No tengo que mirar
para saber quién es, la energía turbulenta es como estar de pie en una tormenta
eléctrica. Nero.
—No me viste, porque no quería verte. —No puedo evitar mirarlo. Nero luce
ferozmente poderoso en un traje a medida. Está perfecto, sin un solo pelo fuera de
su sitio. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos, siempre llenos de hermosas
promesas de sangre y dolor. Su mirada me revuelve el estómago y lucho contra mi
pulso acelerado, obligándome a concentrarme. No. No es más que una amenaza, un
enemigo potencial. Apunto con la pistola a su hermoso rostro, con el dedo posado
sobre el gatillo, como si el arma fuera una mera extensión de mí misma.
—Vete.
—Nero...
Ahora le apunto con las dos pistolas, con los dientes apretados mientras miro
fijamente al hombre que una vez sentí como mínimo como un aliado. Una extraña
sensación de traición se desliza a mi alrededor, apretándome hasta que este horrible
sentimiento astillado se instala en mis entrañas. Da un lento paso hacia delante y
aprieto el cañón de la pistola contra su frente. Ya estuvimos aquí antes, exactamente
en la misma posición: yo apuntándole a la cabeza con una pistola y él completamente
intrépido. Me atraía esa confianza, me fascinaba. Me infundió una desconfianza que
no sentí en mucho tiempo. Me mira fijamente con una fría indiferencia, una crueldad
que hace que mi corazón lata con fuerza y mi respiración se entrecorte. Esa pequeña
fisura de miedo me llama, me hipnotiza. Lo alejo y me concentro en lo que hay que
hacer.
—Tuviste varios días para hablar conmigo. Me temo que no tienes suerte, así que
responde a mi pregunta. ¿Quién viene por mí ahora? —Mi mirada se desvía hacia
las puertas que puedo ver. Esto está tardando demasiado. Me siento fuera de control
y no me gusta nada.
—La mafia es como las ratas. Matas a una y dos más aparecen en su lugar.
—¿Qué diablos?
NERO
Se ve tan feroz. Tan hermosa. Su pelo, antes rubio blanquecino, está teñido de
un castaño apagado y no me gusta. La hace parecer mucho menos de lo que
realmente es: extraordinaria. Parece cansada y delgada. Su rostro está dibujado con
círculos oscuros persistentes debajo de sus ojos. Y, por supuesto, está embarazada.
Pensaba que nada podía escandalizarme estos días. Me equivoqué. Mil preguntas
siguen rondando por mi cabeza como una maldita banda de música y, sin embargo,
estoy extrañamente insensible, desconectado de todo.
Lleva tres días encerrada en el sótano porque no sé qué carajo decirle. Me enoja
que huyera, que se fuera sin más explicación que una nota. No confiaba en que yo
la protegiera de Arnaldo, o al menos eso pensaba yo. Sólo que ahora la encuentro, y
está embarazada. Tiene que ser mío. ¿Por eso se fue, porque no quería decírmelo? Y
entonces, comienza un nuevo canal de preguntas. Vueltas y vueltas, pero siempre
acompañadas de este enfado constante.
Una echa un vistazo nervioso a la habitación, aún con las dos pistolas en las
manos. Parece dispuesta a matar a todo el mundo y salir corriendo en un abrir y
cerrar de ojos. No voy a dejar que se vaya.
—¿Por qué no me lo dijiste? —La pregunta suena como una acusación. Se sienta
en el sofá y cruza una pierna sobre la otra. Sigue llevando solo una camiseta de
tirantes y unos pantalones cortos, y mis ojos siguen la longitud de sus largas piernas
antes de detenerse en su estómago—. Tenía derecho a saberlo.
—¿Por qué? ¿Para decirme que me deshaga de él? ¿O quizás te gustaría jugar al
papá del año? —Ladea la cabeza, con una expresión irritantemente vacía.
Tiene razón. Esto nunca formó parte de ningún plan. ¿Qué le habría dicho?
—Así que en vez de eso, ¿Te levantaste y huiste? Pensaste: “¡A la mierda! Me
buscan algunas de las personas más poderosas del mundo, ¿pero me dejaré
completamente desprotegida mientras estoy jodidamente embarazada?” —No me
doy cuenta de que le estoy gritando hasta que paro. El silencio resuena en la
habitación, interrumpido únicamente por el sonido de mi respiración agitada.
Nunca lo habría querido si ella me lo hubiera dicho, pero ahora no es una opción.
La idea que Arnaldo intente matarla ya es bastante mala, pero sé que Una puede
arreglárselas sola. Pero si añadimos esto a la situación, es muy diferente.
—Siempre estoy protegida. No olvides quién soy. —Me fulmina con la mirada.
Me agarra la muñeca, me araña la piel con las uñas, y es aquí, con esta guerra
tácita entre nosotros, cuando más la deseo. Quiero su brutalidad y su odio, su dolor
y su debilidad, pero sobre todo quiero su corazón, su cuerpo, su alma. Quiero todo
lo que ella tiene para dar, y siempre lo querré. El tiempo y la distancia no cambian
nada. Ella no puede dejarme atrás. Somos perfectos como sólo pueden serlo dos
personas tan volátiles como nosotros.
Estoy enfadado, pero no puedo negar el poder que ejerce sobre mí. Nunca sé si
quiero matarla, besarla o ambas cosas. Pego mis labios a los suyos, ansiando su
sabor. Me muerde el labio inferior y me clava la palma de la mano en el centro del
pecho con fuerza suficiente para apartarme. Me pongo en pie y la veo dar vueltas
detrás de mí, observando mi cuerpo como un comandante enemigo en busca de un
punto débil.
—Dime... ¿cómo se pasa de simple ejecutor a subjefe en tan solo unos meses? —
Levanta una ceja—. Aunque alguien chantajeara a una asesina, le quitara toda
competencia y, a su vez, pusiera precio a su cabeza... Incluso así, no podrías llegar a
subjefe. —Ladea la cabeza—. Dime, capo, ¿a quién chantajeaste para conseguir este
trabajo?
—Dime que confías en mí y te contaré cómo llegué hasta aquí —le susurro al
oído.
—Pues entonces estamos en un callejón sin salida porque para explicártelo tengo
que decirte algo que muy poca gente sabe. Tengo que confiar en ti, y eso va en ambos
sentidos.
—¿Por qué hacerlo, Morte? ¿Por qué huir y esconderte, incluso después de matar
a Arnaldo? ¿Por qué huir de mí? ¿Por qué no confiar en mí? ¿No estaba yo allí
cuando la mierda golpeó el ventilador?
—Tú provocaste la mayor parte de esa mierda. No puedes declararte héroe sólo
porque arreglaste tu propio desastre. —Se separa de mí y camina frente al sofá de la
misma manera que siempre lo hace cuando está agitada—. Te lo diré si tú me dices
por qué eres el jefe —me ofrece.
—Sí.
—Este era el plan. Este fue siempre el plan. Anna... todo era para esto.
—Desde el primer momento en que nos conocimos todo fue orquestado para
este punto exacto, para que mataras a Arnaldo. Para que yo me convirtiera en el
subjefe. —Sus facciones se endurecen y la conozco lo suficiente como para ver el
momento preciso en que bloquea sus emociones—. Pero nunca esperé quererte.
Cuando estuviste en peligro, creí que podría protegerte, pero huiste.
—Sabía dónde me metía. Sabía que eras un idiota y que me estabas utilizando.
—Aceptó.
Me acerco más y rozo su mejilla con mis labios. Huele a vainilla y a aceite de
armas, y sólo ese aroma hace que mi polla se ponga dura por ella. Intenta apartarse
de mí, pero aprieto mi cuerpo contra el suyo.
—Si fuera eso, ¿por qué saltaste por la ventana después de matar a Arnaldo?
—Yo... —balbucea, abriendo y cerrando la boca. ¿Quién iba a pensar que Beso
de la muerte se quedaría sin palabras?
Aprieta los ojos y entreabre los labios. Parece tan frágil, tan inocente, aunque sé
que no lo es.
—Necesito irme de aquí, Nero —casi suplica. Sisea entre mis dientes y vuelvo a
rodearle la garganta con la mano, apretando la delicada piel. Abre los ojos y me
abraza con fuerza. Sus labios acarician los míos, su cálido aliento me roza la lengua
y hace que el pulso me martillee las venas—. Deja que me vaya y, dentro de unos
meses, volveré contigo. —Entrecierro los ojos, intentando descifrar sus
pensamientos—. Te lo prometo. La reina protege al rey, ¿recuerdas?
—Ya no.
Echa la cabeza contra la pared y se muerde el labio inferior. Nunca vi a Una tan
abatida, como si hubiera luchado contra el mundo y siguiera en pie.
—Por favor.
—¿Por qué? ¿Qué tienes que hacer que te llevará meses? —Y entonces todo
encaja como un agujero en un rompecabezas—. No. —Agarro su garganta con más
fuerza, hasta que la empujo contra la pared—. ¡No!
Ella me empuja.
—¿Qué sugieres?
—Si no lo querías, joder, ¿por qué no te deshaces de él? —Le gruño en la cara.
—No podría. Pero tampoco lo haré. —Hace un gesto entre los dos—. Míranos,
Nero. No puedo tener un bebé. Los niños necesitan... no sé... no nosotros.
Mi ira se disipa y la suelto. Ah, mi mariposa cruel. Es tan fuerte, pero tan
irremediablemente dañada, tan arraigada a sus costumbres. Piensa en sí misma
como un arma, algo entrenado y desatado. Nada más. Pero es mucho más. Lo dejó
todo para salvar a su hermana, una hermana a la que no vio en trece años. Una
hermana que, gracias a un riguroso entrenamiento y acondicionamiento, debería
haber pasado a ser intrascendente. De lo que no se da cuenta es que Nicholai quiere
que no sienta nada, pero ella sí, y eso significa que él no pudo doblegarla. Lo que
Una ve como debilidad es una prueba de lo fuerte que es. Tiene razón. Somos y
siempre seremos despiadados y brutales. Está arraigado. Instintivo. Sé que lo que
dice es cierto, y sin embargo, quiero algo que nunca fue un factor hasta ahora. Hasta
que está frente a mí y crece dentro de ella; mi peligrosa reina.
—Puedes estar dañada, Morte, puedes ser una asesina, pero no careces de
corazón. —Acaricio su mejilla, y cuando abre los ojos, una sola lágrima patina por
su mejilla. En el tiempo que llevo conociendo a esta mujer la vi matar sin pestañear,
amenazar a la gente sin remordimientos. La oí gritar gritos desgarradores de
angustia mientras dormía y la vi llorar por su hermana. La vi resquebrajarse
lentamente, romperse pedazo a pedazo, y con cada nueva parte astillada de ella me
siento más atraído hacia ella. Pero somos lo que somos. Una debe ser siempre mi
fuerza, y yo la suya, porque si no nos convertiremos rápidamente en la debilidad de
la otra. Somos iguales, pero mis próximas palabras cambiarán esa dinámica—. Tú te
quedas aquí. No me obligues a obligarte —le digo, antes de apartarme de ella y salir
a grandes zancadas de la habitación.
—¡Nero!
Nunca consideré la posibilidad que Nero quisiera un bebé. Supongo que nunca
lo consideré porque se suponía que él nunca se enteraría. Y ahora, nunca me va a
perder de vista otra vez.
Cuanto más tiempo estoy atrapada aquí, más pánico empiezo a sentir. Estaba
huyendo de Arnaldo. Estaba huyendo de Nero, pero sobre todo, estaba tratando de
mantenerme fuera del radar de Nicholai. El hecho es que mi hijo nunca estará a salvo
mientras sea mío, mientras esté conmigo. Debido a Nicholai. Su obsesión por los
soldados de diseño empezó con los niños de cierta edad, alrededor de los diez años,
como era yo. Un niño está listo para aprender a luchar a los diez años, para ser
acondicionado y perfeccionado como una hoja fina. Nunca tuvo ninguno menor de
ocho años, hasta que uno de sus soldados dejó embarazada a una cocinera en una
de las instalaciones. Fui con él a recuperar al niño. Yo tenía dieciocho años entonces,
pero aún recuerdo cómo miraba a aquel bebé como si fuera un arma nueva en su
arsenal. Un juguete reluciente. Después de aquello oí susurros y rumores que se
criaban bebés, que la Elite ya no se esterilizaba. Cuanto más pequeño es el niño, más
se le puede condicionar durante sus años de desarrollo. Por supuesto, entonces no
me importaba el destino de los niños. No eran asunto mío. A decir verdad, sigue sin
importarme. Pero me preocupo por mi hijo. Si Nicholai supiera de este bebé, lo
querría. Soy, después de todo, su favorita. Me imagino cómo se le iluminarían los
ojos si tuviera a mi hijo en sus manos.
No estamos seguros aquí. Nero y yo vivimos en un mundo plagado de enemigos
y peligros en el que las opciones son limitadas, así que de mí depende que se tome
la única opción plausible. Cuando se trata de esto, la opinión de Nero es
intrascendente porque no puede entender de lo que Nicholai es capaz.
Por supuesto, ahora estoy aquí, y Nicholai me encontrará. Necesito hablar con
Sasha y ver lo que sabe. También quiero hablar con Anna, porque a pesar de todo lo
que está pasando, hice todo esto por ella, por nosotros. Trabajar con Nero fue todo
para que ella pudiera ser libre, pero ahora que lo es, me encuentro dudando. Quiero
recuperar a mi hermana pero, al mismo tiempo, quiero mantenerla lo más lejos
posible de este lío. Ella es libre, un lujo que yo nunca tendré. Nicholai siempre será
mi dueño, siempre me querrá. La ira, la frustración y el miedo se mezclan y me
tienen permanentemente en vilo. Añoro los tiempos no tan lejanos en los que las
emociones eran un concepto extraño para mí. Hoy en día, soy un desastre hormonal
inestable.
—¿De verdad? Toca esa pistola y más te vale estar preparado para usarla. —
Estoy irritada y cansada, y no estoy de humor para los aspirantes a soldados de
Nero. El tipo abre mucho los ojos, pero no dice nada—. Necesito un teléfono —digo.
Los dos me miran sin comprender—. ¡Ahora!
—Les sugiero que me consigan un puto teléfono o les romperé la nariz a los dos
y luego le cortaré el cuello a su jefe mientras duerme. —Sonrío dulcemente—. No
me pongas a prueba.
—Tarde.
Supongo que no voy a tener ese teléfono. Se quita la chaqueta y la tira sobre el
respaldo de la silla que hay en una esquina de la habitación. Sus hábiles dedos se
mueven sobre los botones de la camisa y no puedo evitar seguir su rastro,
observando cómo la tela se desprende lentamente sobre la piel bronceada. Cuando
levanto la mirada, sus ojos oscuros brillan con algo peligrosamente hipnótico. Me
obligo a levantarme y me dirijo al baño. Pero antes de dar un paso dentro, sus manos
están en mis caderas. Mi cuerpo se pone rígido durante un segundo, años de
condicionamientos que me exigen reaccionar antes de relajarme lentamente. Es su
tacto. Nero, mi excepción adictiva y letal.
—No huyas de mí, Morte. —Su voz, profunda y áspera, se apodera de mis
sentidos.
—NO HUIRÉ.
—No tengo por qué darte explicaciones. —Una lenta sonrisa se dibuja en sus
labios, fría y calculada. El corazón me palpita en el pecho, la adrenalina me inunda
las venas, y no puedo evitar devolverle la sonrisa. Es como mi subidón personal.
Una inyección de adrenalina directa a mi alma, que me recuerda lo que es estar viva,
ser humana. Agarro su mandíbula y me inclino hacia delante, rozando mis labios
con los suyos—. Yo no huyo de ti. —Le muerdo el labio inferior, esperando todo el
tiempo a que arremeta. Sinceramente, lo deseo. Vivo para ello.
—Me das ganas de cazar a todos los que te hacen daño y desangrarlos.
—Pruébame, joder —dice como si fuera su voto solemne, y quiero creer que está
en su mano, en nuestra mano. Me agarra el pelo con fuerza y sus labios chocan contra
los míos. Gimo mientras esa dulce batalla se libra entre nosotros, el sonido de su
profundo gruñido es como el choque de cuchillas de acero en mis oídos. Su áspera
barba raspa mi piel y me mete la lengua en la boca. Le abro el cinturón, deslizo la
mano por debajo del elástico de sus calzoncillos y lo rodeo con la mía. Sisea entre los
dientes y su cuerpo se retuerce como una serpiente a la espera de asestarle un golpe
mortal. Trabajo sobre él, viendo cómo se retuerce más y más con cada golpe. Me
empuja hacia atrás hasta que me apoyo en los codos, con la cabeza apoyada en el
espejo en un ángulo incómodo. Me agarra la cara, los dedos se hunden brutalmente
en mi piel y me golpea la mejilla contra el cristal. Mis respiraciones no son más que
rápidos jadeos cuando acerca sus labios a mi oreja.
—Eres mía, Morte. —Me toca la cara con la frente y recorre con la mano el
interior de mis muslos separados. Cuando me roza, un gemido sale de mis labios.
Ansío esto, su tacto, su rabia, su total posesión.
Casi gimo cuando se aparta para quitarse la ropa que le queda. Nero me agarra
por el culo y me levanta, aplastando su boca contra la mía una vez más. Se mueve y
abre la puerta de la ducha antes que sienta una pared a mi espalda y el chorro de
agua golpeándome la piel. Jadeo cuando el líquido helado me empapa la camisa.
Nero no duda en penetrarme con tanta fuerza y rapidez que todo el aire abandona
mi cuerpo. Me siento invadida y completa a la vez. Me está marcando,
reclamándome de nuevo. Nero y yo nunca confiaremos completamente el uno en el
otro porque sabemos de lo que somos capaces. Somos dos depredadores que nos
rodeamos con respeto mutuo. Pero yo lo deseo, ¿y no es éste el más primitivo de los
instintos? Un factor simple criado en el ADN de cada criatura viviente... ser atraído
por el más fuerte de la especie. Yo soy el fuerte, y Nero es el único que me igualó.
Lo deseo porque lo respeto y le temo, y esa combinación es embriagadora. Esto es
atracción, deseo y necesidad a un nivel tan básico y arraigado que es innegable.
Hambriento, me besa con la boca abierta en el cuello y él lame el agua que corre
por mi cuerpo. Me derrumbo sobre él, rindiéndome y haciéndome pedazos mientras
me aferro a sus anchos hombros. Cada músculo se tensa contra su piel mientras él
empuja dentro de mí y se pone rígido.
—¡Joder! —Sus dedos me aprietan los muslos con tanta fuerza que siento el
escozor sordo de sus cortas uñas contra mi piel. Sus ojos de miel se clavan en los
míos y el silencio que nos separa se ve impregnado únicamente por nuestras
respiraciones agitadas y el martilleo del agua sobre las baldosas—. No huyas de mí.
—Lo dice con un tono cortante, como una orden, pero la expresión de su cara es algo
que nunca antes vi en él: desesperación.
—No voy a huir. —Aprieto su mandíbula y rozo sus labios con los míos. El beso
me resulta extraño, su suavidad me sacude. Es como si estuviéramos ante un
precipicio. Los depredadores se detienen, se miran por un momento y se preguntan
si quizá hay algo más en este mundo que la emoción de matar.
Permito que mis dedos recorran su cálida piel, bajando los ojos hasta sus labios
con la esperanza que no vea la verdad en ellos. Nunca tuve problemas para
mantener mis cartas cerca del pecho en lo que respecta a mis pensamientos y
sentimientos, pero Nero ve a través de mí como un cristal. Y tiene razón. No tardaré
mucho en tener que huir, y casi me siento mal por ello, porque por mucho que Nero
me asusta: por muy despiadado e implacable que sea, le creo cuando dice que me
protegería. Cuando me dice que soy suya, casi quiero serlo. Anhelo esa sensación de
pertenencia que tengo cuando estoy con él así, cuando no existe nada fuera de
nosotros. Pero cuando salgamos de esta ducha, mis enemigos seguirán ahí. Sé sin
lugar a dudas que Nero es el mayor monstruo con el que me topé, y conocí a gente
despreciable en mi vida. No hay límites a los que no llegue para conseguir lo que
quiere. Si a eso le añadimos un intelecto sin igual y la capacidad de elaborar
estrategias y manipular a los que lo rodean, Nero es formidable. Sí, podría
protegerme. Me hace sentir segura, pero la seguridad es sólo una ilusión. La
sensación de seguridad es en sí misma una debilidad porque te hace descuidado. Si
no fuera a tener un hijo suyo, lo más sencillo del mundo sería permitirme desearlo,
estar a su lado contra todos los que nos harían daño. Pero lo estoy, y no puedo
explicar cómo esta necesidad imperiosa de proteger a mi bebé anula todo lo demás.
Nero, yo, ya no importa.
Le rodeo el cuello con los brazos e inclino la barbilla hacia arriba, apretando los
labios contra los suyos. Sonríe contra mi boca y me muerde el labio inferior con tanta
fuerza que noto el sabor de la sangre. Luego pasa la lengua por la herida.
Me baja lentamente hasta ponerme de pie y me recorre el cuerpo con los dedos
hasta el estómago. Se queda quieto, cierra los ojos y presiona su frente contra la mía.
Apenas puedo respirar, apenas puedo moverme mientras él extiende los dedos, casi
cubriendo el bulto. Y entonces, sin más, da un paso atrás y suelta la mano.
—No, para que nuestros enemigos te vean como lo que realmente eres;
extraordinaria. —Sus palabras me revuelven el estómago—. Peligrosa. —Las yemas
de sus dedos recorren mi clavícula—. Cruel. —Desciende hasta rozarme el pecho—
. Y mía —dice con su voz grave. No puedo evitar consolarme con sus palabras.
Nunca pertenecí a nadie, nunca tuve a nadie en quien confiar excepto en mí. Y
aunque sé que eso es de sabios, sé que confiar en alguien que no seas tú mismo es
estúpido, no puedo evitar desear la sensación de paz que él me dio antes de huir.
Incluso en medio del caos, me hizo vislumbrar algo que no experimenté desde que
tenía trece años. Me cubría las espaldas, y eso es lo que quiero. Es triste; el deseo de
cuento de hadas de una chica que nunca conoció nada más que la muerte. Mi cabeza
me dice que me debilita, y mi corazón quiere tumbarse en sus brazos un rato y
descansar de la interminable vorágine de muerte y guerra que parece orbitar a mi
alrededor.
—Te protegeré —jura, casi con rabia—. A los dos. —Juro que a veces puede leer
mi mente y me molesta porque debería ser ilegible.
—Eres ingeniosa.
NERO
Despierto por la mañana y estiro el brazo buscando a Una. La cama aún está
caliente, pero ella ya no está. Primero miro en el baño, pero no está. Cuando abro la
puerta del dormitorio, encuentro a Louis agachado frente a Frank, que está
desplomado contra la pared, agarrándose la nariz rota. La sangre le cae por la
barbilla y se derrama por la parte delantera de su camisa blanca.
Me paso la mano por la cara y bajo las escaleras en su busca. En cuanto salgo al
pasillo, Zeus me saluda. George no aparece por ninguna parte, lo que significa que
está con Una. Abro la puerta de la cocina y empujo a un lado las láminas de plástico
que cuelgan al otro lado. Las pisadas, acompañadas de las huellas de las patas,
marcan la fina capa de polvo que cubre el suelo. Doblo la esquina y encuentro a Una
sentada en la isla de la cocina destrozada, con el perro a sus pies mirándola
fijamente. Lleva una taza en la mano y saca malvaviscos de una bolsa que tiene al
lado. Se lleva uno a la boca antes de ofrecerle el siguiente a George, completamente
indiferente a la destrucción total que la rodea. La pared exterior está a medio tapiar
y las láminas de plástico cubren el enorme agujero que da al exterior.
—Si hubiera sabido que iba a ser tu casa, habría volado más cosas. —Tensa los
labios mientras acaricia la cabeza de George—. O montado la cabeza de Arnie en la
puerta principal.
—No deberías estar aquí. No es estructuralmente sólida. —Me ignora y me alejo
de la pared, acercándome a ella. Miro dentro de su taza y veo chocolate caliente,
malvaviscos nadando en el líquido marrón—. ¿Malvaviscos para desayunar? —Se
encoge de hombros—. Y yo que pensaba que te gustaba la sangre por las mañanas.
—Enrosco los dedos alrededor de su muñeca y acerco su mano, robándole el
terroncito azucarado y envolviendo su dedo con mis labios. Sus ojos se oscurecen y
se entrecierran mientras intenta fulminarme con la mirada—. ¿De verdad tenías que
romperle la nariz a Louis?
—Si quieres que me quede aquí, deberías advertirle a tus hombres de lo que
pasará si me tocan. Tiene suerte de que sólo le haya roto la nariz —suelta. Me encanta
que no tolere a nadie más que a mí—. Ayer te solté, pero ahora quiero saber dónde
diablos está mi hermana.
—¿Dónde? Porque no la veo, y todos tus mejores hombres están aquí contigo,
así que ¿cómo es posible que esté a salvo?
—No importa...
—No, si sabe algo de Nicholai, significa que tiene a alguien dentro. ¿Quién es?
—Me mira fijamente durante largos instantes—. ¿Quién?
—Sasha.
—En México.
—Es el cártel. No son como tus preciosos italianos. No tienen ética ni un código.
Venderían a su propia madre por más poder. Si Nicholai sabe de ella, no está a salvo.
—La gente puede ser comprada, Nero. Y Nicholai pagará cualquier precio,
porque si la tiene, sabe que me tiene a mí.
Los perros nos siguen hasta el despacho, cierro la puerta y me siento detrás del
escritorio. Una se posa en el borde, con mis pantalones de chándal de gran tamaño
colgando sobre sus pies. Parece tan delicada con mi ropa, con la barriga asomando
sutilmente por delante, pero su lenguaje corporal canta otra canción. Tiene los
hombros tensos y la mirada fija en los detalles. Pongo el altavoz del teléfono de la
oficina y llamo a Rafael. Atiende al tercer timbrazo.
—Nero, amigo mío. Me encanta que seas un cabrón despiadado, pero no estoy
seguro de que la pequeña Anna esté preparada para hablar contigo.
Se ríe, largo y tendido, hasta que Una se inclina, gruñendo por encima del
teléfono.
—Sus juegos preliminares suelen incluir cuchillos, Rafael. Ahora, llama a Anna.
Se ríe y la línea se queda en silencio unos instantes. Me levanto para irme, pero
la mano de Una sale disparada, agarrándome el antebrazo. Las dos miramos hacia
abajo, al punto donde su mano está sujeta a mi muñeca, y no sé quién está más
sorprendida, si ella o yo.
Asiente y se aleja. Gio organiza todo para que yo no tenga que hacerlo. Y por
supuesto, ahora mismo, estoy ocupado con Una. Sé que quiere asegurarse que nunca
vea a ese bebé, y tal vez sea prudente, pero no me importa. Ella va a correr, y yo
estaré listo para ella, pero aprendí a nunca subestimar a Una. Nunca puedes tener
suficientes hombres, suficiente potencia de fuego, o suficientes planes de respaldo
cuando se trata de esa mujer. Si a eso le añadimos que es imposible hacerle daño, me
pongo nervioso, aterrorizado que se me escape. Si la pierdo ahora, no será más que
un susurro en el viento. Nunca la encontraré, y menos antes de que tenga a mi hijo.
UNA
Silencio. Me pregunto si esto es tan duro para ella como para mí. Pero,
sinceramente, odio esto porque sé por lo que ella pasó. Mi vida no fue un paseo,
pero Nicholai tenía razón en una cosa. Me hizo fuerte. Anna fue relegada a una vida
donde continuamente la hacían sentir débil, día tras día. Mes tras mes. Año tras año.
—Te sacaré de México. Te sacaré. Sólo que ahora no es seguro. —Odio haber
conseguido salvarla, ¿pero para qué? Para que pueda ser un peón de mis enemigos.
—Estoy a salvo con Rafael. —Hay una suavidad en su voz, un cariño. Quiero
preguntarle si está bien, pero por supuesto que no lo está. Anna nunca estará bien.
Todo este intercambio es incómodo porque en realidad somos completas extrañas la
una para la otra.
—Una.
Parpadeo y miro a Nero, que está justo enfrente de mí. Mis sentidos se vuelven
descuidados a medida que mis emociones se desbocan sobre mí. Sus ojos se posan
en la mano que tengo en el estómago y sus labios forman una línea dura.
—¿Estás bien?
—Nero, pides lo imposible. La frontera... —Joder, ¿es mucho pedir que la gente
cumpla su palabra?
—Jefe. —Miro a Tommy, que está en la puerta—. Tienes una reunión inesperada.
Frunzo el ceño.
—No, Tommy. Sea quien sea, dile que se vaya. ¿Por qué demonios dejas pasar a
la gente por la puerta? Estamos encerrados. Sácalos de aquí.
Tommy se aparta cuando Cesare Ugoli entra en la oficina. Tres tipos entran en
la sala con él y se colocan en las esquinas. Cesare tiene unos cincuenta años, pero no
los aparenta. A pesar de sus canas, es un tipo con una cualidad que te hace saber que
no debes joder con él. Se desabrocha el botón de la chaqueta y deja ver el chaleco
que lleva debajo.
—Cesare.
—¿No, padre?
Esto entre nosotros es difícil. No lo necesito más que para el poder. Su nombre
tiene peso y estar unido a él va a mi favor. Más allá de eso, no tengo sentimientos
hacia el hombre. Me dejó al pesado puño de Matteo. No lo lamento. Una y yo somos
iguales en ese sentido: los dos reconocemos que crecimos en condiciones menos que
ideales, pero también aceptamos que eso nos formó y nos hizo fuertes. Si una mala
experiencia te hace más fuerte, ¿fue realmente mala o simplemente educativa? Da
un paso hacia mí y yo rodeo el escritorio para saludarlo. Me abraza y me besa la
mejilla. Es de la vieja escuela, de la patria. Todavía habla con acento y sigue las viejas
costumbres.
Sinceramente, ahora mismo no tengo tiempo para sutilezas, y no quiero que esté
aquí mientras Una esté cerca. Puede que sea un anciano, pero es poderoso, y Una
masacró a muchos de sus compatriotas cuando mató a Arnaldo. Por supuesto, a ella
no le importa la política, y en el momento en que él la llame, es probable que le lance
un cuchillo. Eso es todo lo que necesito.
—Yo no me fiaría mucho de los susurros. —Tomo asiento detrás del escritorio
colosal y apoyo los codos en la superficie de madera.
—Ella es mía.
—Sé que participó en un plan. Un plan del que él era demasiado consciente.
—Arnaldo estaba permitiendo que esta organización se estancara. ¿Es eso lo que
quieres? ¿Convertirte en una reliquia del pasado?
—Eres mayor de edad. Si vas a liderar, debes encontrar una buena mujer italiana.
Me río.
—Con el debido respeto, no sabría qué hacer con una buena mujer.
—Juega con tu puta, pero no olvides tu deber, Nero. —Porque él cumplió muy
bien con su deber, follándose a una mujer casada y dejándola a ella y al idiota de su
marido para criar al niño.
Vuelvo a clavar mis ojos en los suyos, todo rastro de humor me abandona en un
instante.
—No soy un caballo para que lo monten. Eso no se discute. —Esto podría
costarme todo, pero no voy a quedarme aquí sentada y actuar como si Una no fuera
más que un coñito fácil. Ni mucho menos. Tuve que trabajar duro para esa mierda—
. Es hora de que la mafia pase a una nueva era. Una mujer fuerte a mi lado me servirá
mucho mejor que una servil en mi cama.
Su rostro empieza a enrojecer, e incluso los hombres que trajo con él empiezan a
moverse incómodos en el inminente silencio.
—Estos son los sacrificios que hay que hacer —dice—. Lo sé mejor que nadie.
Lo miro fijamente.
—No.
—Si los hombres me respetan por la mujer que me follo, no son hombres cuya
lealtad o respeto yo necesite. El poder se gana con hechos y estrategia. Ven a Una
como el enemigo, pero tú y yo sabemos que no es así. —Levanto una ceja. Él ayudó
a orquestar todo el plan con Una, que ahora la rechace por los mismos actos que él
sancionó... bueno, es muy político por su parte—. Si querías una marioneta, deberías
haberte quedado con Arnaldo.
Yo gobierno con miedo, y pocos son más temidos que Una. Ella es como un mito
de fábula, un susurro en el viento, un cuento contado para asustar a los niños. Sólo
ella asusta a los hombres adultos. Ella fortalece nuestra posición, pero tal vez él está
tan cegado por sus tradiciones que no puede ver. Este es un mundo nuevo. Mantener
a las mujeres seguras y protegidas se está convirtiendo en una opción a la que ya no
podemos aferrarnos porque hay demasiados bastardos como yo a los que no les
importa la moral. ¿Quiero que la madre de mis hijos se acobarde indefensa cuando
se le presente un enemigo, esperando a que yo la salve, o quiero que Una los masacre
allí dónde están? No hay elección. Que ella sea el ejemplo. Que cambie la forma de
pensar de la mafia.
—Estaré en contacto.
—Vuelve a llamar bastardo a mi hijo, Morte. A ver qué pasa —suspiro contra
sus labios.
—Te encanta presionarme, joder. —Le doy un puñetazo en el pelo y le tiro con
fuerza de la cabeza hacia atrás. El tarro que tiene en la mano cae al suelo y sonríe
como si acabara de ganar la partida. En un abrir y cerrar de ojos, me acerca un
pequeño cuchillo a la garganta, presionándolo contra mi piel.
—Ah, Morte. —La empujo hacia la habitación detrás de ella—. Te voy a romper
—prometo contra sus labios.
—Entonces rómpeme.
Pasó una semana, una semana de jugar bien y comportarme. Ni siquiera maté a
una sola persona. Creo que tengo síndrome de abstinencia. Nero sigue siendo Nero.
Sigue siendo un idiota y, por suerte para mí, hace falta muy poco para cabrearlo. Sin
eso, Dios sabe lo que haría para entretenerme encerrada en esta maldita casa. Sin
embargo, es diferente, más cuidadosa. Ya no soy la asesina que contrató, un cuerpo
desechable. Soy la incubadora andante. Soy Una Ivanov y él me trata como la madre
de su bebé. Cada día que pasa, mi ira empeora y probablemente no me ayuden las
hormonas. Y a medida que pasen las semanas, me haré más y más grande, menos
móvil. Tengo que estar en un lugar seguro durante los dos últimos meses de este
embarazo porque, en ese momento, no podré correr. Tiene que ser ahora. Está
relajado conmigo. Quizá crea que no voy a intentar nada. Estoy de pie en el baño,
con una toalla envolviéndome mientras miro fijamente mi reflejo empañado en el
espejo. Por fin conseguí quitarme el tinte marrón del pelo, aunque probablemente
tendré que volver a teñírmelo cuando me vaya.
Veo en el espejo cómo Nero entra en el cuarto de baño y se coloca detrás de mí.
Me rodea el medio con una mano, apoyada sobre el bulto. Cada vez es más atrevido,
sus intenciones son más evidentes. Me aparto y me giro hacia él.
—Hoy tengo que ir a una reunión en la ciudad. —Una pequeña línea en el ceño
empaña su rostro, por lo demás impecable. Nero es la imagen de la elegancia
implacable con su traje a medida. Un rizo suelto de pelo oscuro le cuelga sobre la
frente mientras inclina la cara hacia mí.
—Eh, vale. No soy tu mujer, Nero. No tienes que decirme adónde vas.
—Bueno, para empezar, no era como Moby Dick. —Me señalo el estómago y se
ríe—. Ves, si fuera tu mujer, me tendrías demasiado miedo como para reírte.
—Oh, me das miedo, Morte. —Cruzo los brazos sobre el pecho y él sonríe, se
acerca y me roza el labio inferior con el dedo—. Pero si necesitas que haga lo del
romance.... —Se inclina hacia mí y me roza el cuello con los labios, encendiendo mi
cuerpo—. Quiero follarte tan fuerte.
—Romántico.
—Ah, eso me recuerda... —Saca su cartera del bolsillo y saca algo del monedero,
sosteniéndolo en alto.
—Gracias.
—No, se paga con sangre. —Me pongo de puntillas y aprieto mi boca contra la
suya, pasándole la lengua por el labio. Sus dedos se clavan en mi cadera.
—Unas horas. —Luego se desliza lejos de mí, dándome la espalda y saliendo por
la puerta.
Apretando los dedos contra mis labios hormigueantes, cierro los ojos. Ahora o
nunca. Cojo la bolsa que hay bajo la cama y rebusco en ella. Sólo tengo una muda de
ropa y unos mil dólares en efectivo que encontré ayer metidos en uno de los cajones
de la cocina. Me muevo rápidamente por la habitación, busco en los cajones de la
mesilla, en el baño, en el armario. Finalmente, me arrodillo junto a la cama y bingo.
Hay una calibre 40 atada al somier. La aparto y compruebo el cargador antes de
guardármela en la parte trasera de los vaqueros.
Levanta las manos en señal de rendición. Con un rápido puñetazo en la sien, sus
ojos se ponen en blanco antes de quedar inconsciente. Sacudo el puño, saboreando
el dolor de mis nudillos. Hace tanto tiempo que no entreno, tanto tiempo que no
siento las punzantes extremidades de una pelea de verdad. Lo echo de menos.
Sabía que intentaría algo, ¿pero un coche? No esperaba tener que tranquilizarla
al volante de un puto coche. Su cabeza cae contra el asfalto y sus brazos se relajan y
caen a los lados. La forma en que se agarraba el estómago me asusta.
Salgo y atravieso la casa hasta mi despacho, donde la tumbo en uno de los sofás.
Gio me sigue un minuto después y me tiende un fajo de vendas y apósitos. Se los
pongo en la frente para tratar de contener la hemorragia. No puedo hacer nada más.
Abre la boca para discutir, pero se lo piensa mejor. Prepara una máquina y aplica
un poco de gel en el vientre de Una antes de pasar el dispositivo manual por su piel.
La pequeña pantalla muestra una imagen en blanco y negro, pero ese sonido... el
thwap, thwap, thwap de un latido me llena los oídos y me relajo.
Me siento en el sofá frente a Una, con los codos apoyados en los muslos abiertos,
mientras veo cómo la sutura el médico. Está tan quieta. Demasiado quieta. Incluso
cuando duerme, Una siempre está inquieta, atormentada por pesadillas y esperando
un ataque en cualquier momento. Cuanto más la observo, más desesperada me
parece esta situación. ¿Cómo se enjaula algo como ella? Salvaje, mortal, salvaje.
¿Cómo mantener una mariposa en un frasco sin asfixiarla?
La quiero a ella y quiero a ese bebé, pero ella no lo quiere, así que ¿dónde nos
deja eso? ¿Me veré obligado a elegir? ¿Tendré que dejarla marchar para quedarme
con mi hijo? Me paso la mano por la cara y me levanto mientras el médico le pone
un vendaje en la cabeza y se levanta.
—No la pierdas de vista. Debería despertarse dentro de una hora más o menos.
Si sigue dormida más tiempo, me llaman.
UNA
Dios mío. Mi cabeza. Gimo mientras abro los ojos. Mi mente está nublada e
inconexa. Entro en pánico, intentando unir mis recuerdos fragmentados. Nero me
disparó. Me paso la mano por el pecho, buscando una bala entera, una venda. No
hay nada. No hay nada. Me incorporo y la habitación gira en un torbellino de
colores.
—Me disparaste.
—Huiste.
—Entonces, ¿vas a encarcelarme aquí hasta que no tenga otra opción? ¿Quieres
que tenga este bebé, y luego qué? ¿Simplemente mantenerlo aquí, el siguiente en la
línea de sucesión al trono de la mafia? —resoplo—. Si llega a tanto, claro. Ambos
sabemos que tú y yo tenemos más enemigos que Corea del Norte.
Me río amargamente y vuelvo la mirada hacia él. Está sentado con los muslos
separados y los codos apoyados en ellos. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos,
decididos, y sé que nunca le convenceré.
—Esto es lo más egoísta que harás jamás, Verdi.
Sus ojos se oscurecen, su expresión se vuelve volátil antes de levantarse del sofá
y caminar hacia mí. Se inclina, me agarra la mandíbula con la mano y me acerca a él.
—No te gusta la verdad, Nero, pero este no es uno de tus juegos de poder. Esto
no es un trabajo. Se trata de un niño. —Mi hijo. Nuestro hijo.
Puedo sentirlo temblar mientras las yemas de sus dedos se clavan en mis
mejillas.
—No es una bondad alejar a un niño de sus padres, abandonarlo, sin saber nunca
realmente quiénes son. ¿Qué habrías dado por quedarte con tus padres, Morte? —
Escupe las palabras con veneno.
—¡Mis padres eran buenas personas! Y murieron. ¿Cuántas familias crees que
destrozamos entre todos, Nero? ¿A cuántos niños privamos de padres? Somos los
monstruos de esta historia. No tenemos felices para siempre.
—No dejaré que hagas esto sólo para satisfacer tu ego masculino.
Lo miro fijamente. Bajo la ira y el resentimiento hay un rastro de dolor que nadie
más que yo verá en él. Pero, de nuevo, siempre fui capaz de leer a Nero, del mismo
modo que él puede leerme a mí. Quizá esto es lo que necesita pensar: que yo elegiría
un trabajo antes que a él. Sé mejor que nadie que ante circunstancias peligrosas y
abrumadoras es fácil creer que habrá una solución, una salida. Nero no está
acostumbrado a perder y, a sus ojos, creerá que puede derrotar a Nicholai. Él no
puede. Podría explicárselo, exponerle el hecho que está eligiendo entre nuestro hijo
o yo. Pero no quiero hacerlo porque quiero que elija a este bebé. Me demuestra que
merece ser padre. Protegerá este legado con su vida, y la protección de Nero es feroz
y absoluta. Mientras tanto, puedo volver al redil de los Bratva y Nicholai estará
contento porque me tiene a mí. Ni siquiera sabrá que hubo un bebé. Así que le digo
lo que necesita oír.
—Te lo dije, no me atrevía a matarlo, pero soy lo que soy, Nero. No quiero ser
madre. —En parte es verdad. En otro mundo, en otro tiempo, tal vez podría haber
sido madre. Pero en este mundo, simplemente no es posible. Recorremos el camino
que tenemos delante y podemos desviarnos hasta cierto punto. Podemos desear que
fuera diferente, pero al final debemos aceptar lo que es.
—¿Se supone que tienes que hacer eso cuando estás embarazada?
Levanto la vista y veo a Tommy sentarse en el borde de la cama, con una sonrisa
irónica en los labios. Continúo y él espera pacientemente hasta que llego a cien.
Apoyo la espalda en la pared, me siento y estiro las piernas.
—Ese perro está obsesionado contigo. —Su voz tiene un ligero acento irlandés
que me hace sonreír. Tommy siempre fue el que no encaja en la mafia, pero Nero le
tiene cariño, así que lo protege donde cualquier otro italiano lo mataría simplemente
por ser mestizo.
—En realidad, se supone que sólo estoy vigilando la puerta, pero me siento mal
por ti.
Me sonríe.
—Nunca, asesina.
George agudiza el oído y mira hacia la puerta unos segundos antes que se abra.
Gio se asoma al interior, su mirada pasa de mí a Tommy y al perro antes de poner
los ojos en blanco.
3
Bastarda en italiano.
Tommy suelta un silbido y le susurra a Gio.
—¿Estás loco? Es Una... y está hormonal. Tú, amigo mío, eres un suicida.
—¿Qué es esto?
—Va dirigido a ti —dice Nero, con palabras gélidas. Y ahora entiendo por qué
todos parecen tan preocupados. ¿Quién sabe que estoy aquí? No mucha gente.
—No. —Por supuesto que no. Sasha y yo no nos aferramos a sentimientos sin
sentido. Si quiere darme algo, es inevitablemente importante. No envías nada
importante por correo.
—Ábrelo —le dice Nero a uno de los hombres. Tommy me tira suavemente hacia
atrás. Nero se levanta, rodea el escritorio y se coloca a mi lado. Uno de sus hombres
coge el paquete y de repente me doy cuenta, a través de mi niebla, que creen que
puede ser una bomba. El tipo que lo abre tiene una expresión de acero, pero puedo
ver el sudor que le salpica la frente. El papel se rompe y todo el mundo parece
contener la respiración mientras él mira dentro.
—No pasa nada —dice sacando un pequeño peluche del paquete. Frunzo el ceño
cuando me pasa un sobre. Es blanco, sin nada escrito. Totalmente discreto. Lo abro
y saco una tarjeta que dice: Felicidades, en ruso. Debajo de la inscripción hay un
dibujo de un tallo que me revuelve el estómago. Estoy temblando incluso antes de
abrir la tarjeta, pero en cuanto veo las palabras se me entumece todo el cuerpo.
Palomita,
Siempre me hiciste sentir orgulloso, y ahora me das un nieto, engendrado nada menos
que por Nero Verdi.
Tu amoroso padre,
Nicholai.
NERO
—¿Una? —Voy tras ella. Cuando rodeo el umbral de la puerta, la veo caminando
por el pasillo, con la mano llevándose la pistola a la parte trasera de los vaqueros.
¿De dónde sacó una pistola? Llega a la puerta principal y mis hombres se apresuran
a detenerla, pero hay algo en su forma de moverse, como un depredador a la caza,
que me hace levantar la mano y hacerles señas para que se alejen. No puedo
permitirme perder buenos hombres por su temperamento.
—Yo me encargo. Trata de averiguar de dónde vino ese paquete. Quiero saber
quién lo entregó —digo sin detenerme.
Sigo a Una por la puerta principal y ella se dirige hacia la verja, que acaba de ser
sustituida esta mañana, tras su intento de fuga. Una vez más, hago señas a mis
hombres para que abran la verja y la dejen salir. En ningún momento rompe el paso,
ni siquiera los saluda mientras sale por la puerta y se adentra en el bosque.
—¿Morte?
Abre los ojos y no hay nada. Tiene el mismo aspecto que hace meses: muerta,
inhumana, sin emociones. Inclina la cabeza hacia un lado, lo que no hace más que
aumentar su animalidad. Siempre sentí un sano respeto por esta parte de ella,
aunque me atraiga. Es la parte de ella que le cortaría la cabeza a un hombre sin
pestañear, y si eso no es excitante, no sé lo que es. Le acaricio suavemente la mejilla.
De nuevo, sus ojos se cierran y se inclina hacia mis caricias, soltando un largo
suspiro. La acerco y me sorprende apretando sus labios contra los míos. Su lengua
roza mi labio inferior, y entonces siento el cañón de su arma presionando mi
estómago. Me echo hacia atrás y mi mirada se cruza con la suya, nuestras caras
apenas a un palmo de distancia.
—¿Quién viene?
—¿Quién?
—Todo lo que quería era hacer algo bueno. Sólo una cosa buena en toda una
vida de cosas malas. Tener un bebé. Dárselo a una familia que lo quisiera. Y ahora...
Me mira y, por primera vez desde que conocí a Una, veo auténtico miedo en sus
ojos violetas.
—Pues dispárame, pero será mejor que me mates, porque si te vas, te perseguiré
hasta el fin del mundo. —Su mandíbula se tensa y la pistola se retuerce en su mano,
clavándose en mis costillas—. ¿Cuándo te vas a dar cuenta que no estás sola?
—Jamás.
—Lo digo en serio, Nero. Si tienes que matarme para alejarme de él, hazlo.
—Una...
—No tienes idea de lo que me hará, lo que hará con este bebé. —Parece tan
desolada, como si esta fuera su única opción, un destino resignado—. Yo... nunca
saldré de ese lugar.
¿Puedo prometerle eso? ¿Podría matarla a ella y a mi hijo para salvarlos de ese
maldito ruso loco? Veo cuánto necesita que le diga que lo haré.
—De acuerdo —digo, y ella asiente, deslizando su mano entre las mías mientras
la pongo en pie. Se acerca a mí y presiona su mejilla contra mi pecho. La rodeo
lentamente con los brazos y la estrecho contra mí durante largos minutos—.
¿Realmente ibas a dispararme?
Se separa y la suelto.
—No deberías hacer preguntas de las que ya sabes la respuesta. —Enarco una
ceja y ella pone los ojos en blanco—. No habría sido mortal.
En cuanto atravesamos la arboleda, Gio, Tommy y dos soldados están allí de pie,
con las armas en la mano y esperando. Gio fulmina a Una con la mirada y ella le
saluda con un dedo antes de pasar junto a él, balanceando las caderas a cada paso.
Tommy se despega y la sigue. Dios sabe que es el más seguro cerca de ella.
—¿Podrías dejar de mirarle el culo lo suficiente como para decirme qué mierda
está pasando? —Gio dice impaciente.
—Viene el ruso. Quiero que todos nuestros mejores hombres estén listos para
partir en una hora.
—Al ático. Es imposible entrar, y eso lo convierte en el lugar más seguro que
tenemos. —Una parte de mí quiere agarrar a Una y salir corriendo, pero nunca hui
de nada. Me siento como si me estuvieran partiendo en dos. La parte más primitiva
de mí, está en guerra con esta nueva parte, este instinto que necesita proteger a ese
bebé a cualquier precio. Pero el hecho es que Una y yo nos tememos por una razón.
Ella me dijo que no podemos hacer esto, que nuestro mundo es peligroso. La ironía
es que para proteger a ese bebé, necesitamos ser exactamente lo que somos:
formidables, temidos y poderosos. Eso, puedo hacerlo.
UNA NO DIJO UNA PALABRA, en todo el viaje desde los Hamptons. En cuanto
llegamos al ático, se dirige a las escaleras. Puedo decir que está asustada. Eso en sí
mismo debería asustarme. Discuto algunas cosas con los chicos. Seguridad, turnos,
inteligencia sobre el terreno, y luego subo las escaleras y entreabro la puerta del
dormitorio. La luz del pasillo se filtra en la oscura habitación y puedo distinguir a
Una en la cama. George está tumbado a su lado, con la cabeza apoyada en su pecho,
mientras ella le acaricia la cabeza con los dedos.
Entro y el que iba a ser mi perro guardián se levanta de un salto y sale corriendo
de la habitación. Juro que ese perro se vuelve totalmente rebelde cuando ella está
cerca.
Me quito el traje y me doy una ducha. El agua caliente golpea mis músculos
tensos, pero no ayuda en nada. Estoy muy tenso. Necesito luchar o follar. Cuando
vuelvo al dormitorio, Una está tumbada boca arriba, mirando al techo. Tiene los
labios apretados y esa mirada decidida que tiene a veces. No se mueve cuando me
acuesto a su lado.
—Todo fue tan inútil. —Gira la cabeza hacia un lado—. Estaba dispuesta a
sacrificar cualquier cosa por este bebé.
—Te habrías ido —digo, recordando nuestra conversación, cuando me dijo que
no quería ser madre. Hay algo que no me cuadra. Nadie se esfuerza tanto por una
vida que abandonaría con gusto.
—Mientras Nicholai no pensara que era mío, habría estado a salvo. Así que sí,
me habría mantenido alejada.
—Una...
—Pero el tiempo de los actos desinteresados pasó. Acaba de traer una guerra a
nuestras puertas. —Sus ojos se clavan en los míos y se da la vuelta, arrastrando las
uñas por mi mandíbula mientras roza sus labios con los míos—. No sé si podremos
ganar, pero te necesito. Los matamos a todos o morimos en el intento. —Ahí está mi
reina, con la corona manchada de sangre en su sitio.
Joder, está buena cuando se pone violenta. Le arranco el botón de los vaqueros
con tanta fuerza que salta, y luego tiro del material hacia abajo de sus piernas junto
con su ropa interior. Deslizo las manos bajo su culo, la levanto y aprieto la boca sobre
su coño. Un gemido tambaleante sale de sus labios mientras me enreda los dedos en
el pelo, acercándome más a ella. Mueve las caderas, empujando contra mi boca
mientras le meto la lengua. Me rodea la nuca con una pierna y me estrangula
mientras me tumba boca arriba. Sus muslos están ahora a horcajadas sobre mi cara,
su coño sobre mis labios. Arrastro mi lengua a lo largo de ella mientras me folla la
cara. No pasa mucho tiempo hasta que todo su cuerpo se detiene y se tensa, y largos
gemidos se escapan de sus labios. Me encanta verla romperse por mí, porque sé que
Una no se rompe. Por nadie. Esto de aquí es una rareza, un regalo que me concede
porque sabe que soy lo bastante fuerte para quitárselo.
—Te deseo, Morte. —Agarrándola por el pelo, la pongo sobre las manos y las
rodillas, tirando de su cabeza hacia un lado. Le beso el cuello y ella se estremece—.
Eres mía —le susurro al oído. Agarro su cadera con fuerza y me deslizo dentro de
ella de un solo empujón.
—¡Joder! —Un gemido sale de mis labios. Los dos nos inclinamos hacia delante
y yo apoyo la cara entre sus omóplatos, respirando con fuerza sobre su piel húmeda.
Al final, se tumba boca arriba. Parece tan inocente, con el pelo revuelto, las mejillas
sonrojadas y el cuerpo hinchado por el bebé que le di. Aprieto los labios contra los
suyos y desciendo por su pecho, chupándole un pezón. Y luego le doy un beso en la
piel expuesta de su vientre—. Ningún bebé estará más protegido —murmuro
mirando a Una.
—Tal vez.
Se frota el pecho.
—Siento que me estoy deshaciendo y que todo lo que conocí se está deshaciendo
hilo a hilo. ¿Quizás no estoy hecha para esto?
—Voy a contar hasta tres y luego voy a romperte el cuello y dejar tu cuerpo aquí
mismo para que lo encuentre Nero.
—Uno. —Me acerco por detrás y beso su cuello antes de pasar junto a los dos en
busca de café. —Dos.
—Gio, yo me encargo.
Me señala.
—Ni se te ocurra. Soy mejor tirador que cualquiera de tus soldados de mierda.
Soy mejor tirador que tú. Entonces, ¿cómo va a ir esto, Nero? ¿Vas a tratarme como
a una prisionera? ¿Tu propia incubadora personal? —Me mira con el ceño fruncido,
con la mandíbula rígida—. No te necesito, recuérdalo.
Siempre tiene que presionar. La agarro por el cuello y acerco su cara a la mía:
—No me empujes, joder, antes de que me tome un café. —Ella sigue mirando,
pero no hace ningún esfuerzo por zafarse de mí—. No eres una prisionera. Eres mi
igual. —La empujo y le doy la llave de la armería.
Joder, me dan ganas de hacerle daño y follármela. Juro por Dios que en cuanto
tenga el bebé... Para cuando me tomé el café, Una baja las escaleras con sus
pantalones de yoga y un sujetador deportivo, y los auriculares puestos. Lleva el pelo
recogido en una coleta alta y las manos vendadas.
—Eres demasiado guapo para ser jefe de la mafia. ¿Seguro que no quieres que te
haga algunas cicatrices? Para que parezcas más malo.
Pasa junto a mí y me pasa el dedo por el corte del cuello que aún está
cicatrizando.
—Tengo muchas cicatrices cortesía tuya, gracias. —A saber, el agujero feo que
me hizo en el hombro—. Pero piénsalo de esta manera, si alguna vez decides
matarme, mi cabeza será un trofeo mucho más bonito que la de Arnaldo.
—¿Te dije alguna vez lo sexy que me parecen tus ataques extremos de violencia?
—Estás enfermo —dice mientras empuja la puerta del sótano y la cierra tras de
sí—. Lo dice la mujer cuyos arrebatos hormonales incluyen volar una casa y matar a
dieciocho hombres —murmuro entre dientes antes de dirigirme a la oficina.
UNA
Golpeo el pesado saco una y otra vez hasta que me duelen los brazos y el sudor
me recorre la espalda. Casi espero que Nero venga a verme, pero no lo hace y se lo
agradezco. Necesito tiempo para pensar, para darle vueltas a todo lo que tengo en
la cabeza. Una parte de mí odia que Nero me haya atrapado. Esa parte siente que es
culpa suya que estemos aquí porque no me dejó huir. Pero luego pienso: ¿y si
podemos ganar esto? Es bastante improbable, pero ¿y si pudiéramos? Y ahí está la
esperanza. Nero me hace sentir cosas, desear cosas, y creo que prefiero caer en un
incendio de gloria con él a mi lado, antes que entregar a mi hijo a un extraño y volver
con Nicholai para que vuelva a jugar a ser su mascota favorita. Llega demasiado
lejos, pide demasiado, y lo mataré o moriré en el intento.
Al acercarse a Nicholai, todo tiene que ser estratégico. Él no piensa como la gente
normal. Es la encarnación del depredador definitivo: inteligente, persistente,
despiadado, rico y loco. Si sumamos todo eso, nos enfrentamos a un oponente que
realmente me asusta. Me entrenaron para no temer a nada, pero es fácil no temer
cuando el peor escenario es la muerte. Mi propia muerte no me da miedo, pero la de
mi bebé... De repente, el miedo es algo muy real, muy tangible, y no me gusta. No
me gusta la forma en que se instala en mi pecho y hace que el simple hecho de
respirar se convierta en una tarea pesada. Hago una pausa y apoyo la frente en la
bolsa, respirando hondo.
No, no dejaré que eso ocurra. Aunque me caiga, Nero estará ahí. Tengo que
confiar en ello. El camino ante mí parece tan claro y a la vez imposible. La única
manera que Nicholai se detenga es si está muerto, pero ¿puede hacerse? ¿Realmente
se puede acabar con un jugador tan importante de la Bratva? Tal vez, si puedo
acercarme lo suficiente a él. Después de todo, soy su favorita.
—Lo siento, señora. Órdenes del jefe. Nadie sale. Nadie entra. —Sonrío,
acercándome lo suficiente como para que mi abultado estómago le roce—. En primer
lugar, llámame señora otra vez y te cortaré la lengua. En segundo lugar, piensa en
mí como una extensión de Nero, porque si vuelves a faltarme al respeto, no te va a
ir bien. —Tembloroso, asiente con la cabeza, y yo esparzo una sonrisa falsa en mi
cara—. Ahora, llama por radio a esos idiotas y diles que dejen subir a Sasha.
—No toques tu radio —la voz de Nero viene de detrás de mí, baja y dominante.
—¿En serio?
—¿Y si está aquí para matarte? ¿No sería el peón perfecto? Es lo suficientemente
cercano a ti como para que confíes en él, lo suficientemente hábil como para
derribarte, y sin duda prescindible, así que si lo mato después, a Nicholai no le
importará.
—Sasha es bueno, pero no mejor que yo, y menos cuando estoy rodeado por
media mafia. —Pongo los ojos en blanco—. Y Nicholai no me quiere muerta. Es lo
último que quiere.
—Una...
—Por favor, confía en mí. Puede que tenga información. Hasta ahora no hizo
más que ayudarnos.
Las cejas oscuras se juntan y cruza los brazos sobre su amplio pecho.
—No me gusta.
—Entendido.
—No le digas nada. ¿Cómo sabe siquiera que estás aquí? ¿Sabe Nicholai dónde
estás?
—Eso me tranquiliza —refunfuña—. Diles que lo suban —le dice al tipo que
sigue detrás de mí. Él transmite la instrucción y yo espero a que suba el ascensor.
Nero se coloca ligeramente delante de mí, como mi perro guardián personal. Por
puro principio, me pongo a su lado y cruzo los brazos sobre el pecho.
El ascensor hace “ping” y las puertas se abren, dejando ver una pared de
italianos trajeados. Sigo sin gustar a los hombres de Nero, y la mayoría de ellos me
miran o me ignoran. No me importa, pero me preocupa que su lealtad a Nero pueda
flaquear ya que se está follando al enemigo. Él y yo sabemos que fue una represalia,
pero incluso yo admito que veintiún italianos muertos es difícil de explicar. Y bueno,
todos los italianos parecen estar relacionados. Garantizado, cada tipo que maté tiene
un primo o sobrino o hermano en las filas de Nero, lo que siempre es reconfortante.
Los trajeados salen, se colocan a ambos lados de las puertas y dejan ver a Sasha.
Su rostro es de acero, como siempre, con rasgos severos y angulosos. Una pequeña
línea se dibuja en su entrecejo mientras sus ojos se mueven de mi cara a mi estómago.
Mira a Nero y luego a mí, con los labios apretados en una fina línea.
—No.
—Nero...
—Vayan. —Les ordena—. Gio, quédate. —Los hombres hacen lo que se les
ordena, se van al apartamento y nos dejan solos a Gio, Nero, Sasha y a mí. Los ojos
de Sasha se encuentran con los míos. Sé lo que está pensando, que acabo de reducir
la manada e igualar las probabilidades. Doy un paso hacia él y acorta la distancia
que nos separa, estrechándome en un fuerte abrazo que me pone tensa. Sasha y yo
nunca nos abrazamos. No es algo que se haga cuando ninguno de los dos soporta
que lo toquen.
—Siento mucho haberlos ayudado a llegar hasta ti. Tenemos que llevarte lo más
lejos posible de aquí —susurra en ruso, en voz tan baja que apenas supera una
respiración. Siento que algo sólido me oprime el estómago y lentamente agacho la
mano, rozando con los dedos el frío metal de una pistola—. ¿Lista? —pregunta, con
el cuerpo tenso y preparado para el ataque.
—Espera, Sasha. —Me alejo un poco de él—. No me voy a ir.
—No voy a huir —digo, esta vez en inglés, sacando el cargador de la pistola que
me dio y devolviéndosela.
Esos ojos verde jade se cruzan con los míos, entre la preocupación y la confusión.
—Una, lo sabe.
—Lo sé.
—Lo sé.
Enarca una ceja, mirándome como si yo fuera otro de sus peones a los que hay
que dar órdenes.
—Creía que el estrés era malo para los bebés —dice rotundamente Sasha.
—Oh, bueno. Entonces el pobre niño no tiene ninguna posibilidad. —Se levanta
y vuelve a mirar a Nero. Me pongo de pie.
—Por favor, vuelve a casa —suplica. Puedo ver el atisbo de miedo en sus ojos, y
sé que no es por el bebé, es simplemente por mí, porque soy lo más parecido a una
conexión humana que tiene. Sasha parece formidable vestido todo de negro,
cubierto de armas y con la máscara de un asesino frío como el hielo, pero todos
tenemos nuestros puntos débiles. Igual que Anna era mía, yo soy suya, pero no
quiero que traicione a Nicholai como yo lo hice. Lo destrozaría.
Suspiro.
—Nunca voy a volver, Sasha. Le hará a este bebé lo que nos hizo a nosotros. —
Romperá a mi hijo como nos rompió a nosotros. Las cosas rotas sanan más fuerte,
pero por primera vez en mi vida me perturba el concepto.
Lo que Sasha no puede ver es que, a pesar de sus muchos puntos fuertes, su vida
es una existencia triste y lamentable. Cuando lo conocí, tenía trece años. Él tenía
catorce, pero ya llevaba cinco años en el centro. Quizá Nicholai me atrapó demasiado
tarde, porque nunca dejé atrás la vida que tenía antes de convertirme en Elite. Sasha
es la encarnación viva y palpitante de todo lo que Nicholai quería que fuera. Su vida
es lo que Nicholai elige en ese momento porque no conoce otra cosa. No tiene
libertad, sólo órdenes y obediencia. Y lo más triste de todo esto es que él no puede
verlo. No puede ver lo que le quitaron, sólo las fuerzas que le dieron, pero a un alto
precio.
—No tienes ni idea de lo que se avecina. Irá por tus debilidades. —Sus ojos
vuelven a mirar a Nero—. Y desarrollaste muchas, hermana, pero intentaré
ayudarte.
—Yo también te quiero. —Me escuecen los ojos y maldigo estas malditas
hormonas. Se da la vuelta y entra en el ascensor—. Pero Sasha... —Cambio al ruso—
. No te pongas en peligro por mí. No espero salir viva de esta.
Nero no necesita saber lo bajas que son realmente mis expectativas. Le lanzo a
Sasha el clip que tengo en la mano y él lo arrebata del aire justo antes que se cierren
las puertas.
Me giro para mirar a Nero. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y el pelo
revuelto, como si se hubiera pasado las manos por él. Gio se aleja ahora que la
amenaza desapareció.
Asiento con la cabeza, incapaz de pronunciar las palabras que flotan en el aire.
Te elegí a ti. Si quería escapar, nunca iba a tener una oportunidad mejor que con
Sasha aquí. Todos los soldados del rey y todos los hombres del rey no podrían
detenernos a los dos juntos. Por mi cuenta, soy bueno, con Sasha... somos
invencibles; el mejor equipo de asesinos de Nicholai.
—Quiero hacerlo. —Quiero creer que Sasha nunca me vendería—. Pero tienes
que entender, el entrenamiento, es difícil de resistir. Y los castigos por deslealtad
son... —Los recuerdo bien. Electrocuciones repetidas, latigazos, ahogamientos,
incluso inyecciones de veneno de escorpión que te hacían alucinar. Y cuando viste
las cosas que vimos esas alucinaciones no son bonitas—. Él no es el enemigo.
—En el momento en que te pone en peligro, lo es. ¿Lo entiendes? —Dudo—. Esto
ya no se trata sólo de ti, Morte. Dime que lo entiendes —exige, ese poder que tan
bien lleva flexionándose y rodando como una ola.
—Lo entiendo.
Sigo a Nero hasta el dormitorio, donde se mete en el vestidor. Unos minutos más
tarde lleva pantalones de vestir y una camisa a la que está abrochando los botones.
Echo de menos su estado descamisado, pero el diablo lleva muy bien un traje.
Se abrocha el cinturón.
—A veces, si quieres que un trabajo se haga bien, tienes que hacerlo tú mismo.
Me tumbo en la cama y estiro los brazos por encima de la cabeza. Nero recorre
mi cuerpo en ropa interior.
—No.
Suspiro y me siento.
—Si no salgo pronto, es probable que mutile mucho a Gio. Seguro que es útil que
tu mano derecha tenga... bueno, una mano derecha.
—Eso es, no estoy segura de querer pasar desapercibida. —Le saco la camisa de
los pantalones y deslizo la palma de la mano por sus abdominales—. No corremos
y nos escondemos. Hay que trazar líneas de batalla, capo. —Su mano rodea mi
muñeca y la saca de debajo de su camisa.
Se inclina sobre mí y me sujeta ambas manos por encima de la cabeza. Sus labios
están apenas a un susurro de los míos.
Sonrío y aprieto los labios contra los suyos. Paso la lengua por su labio inferior,
saboreando café y promesas violentas. Y eso es todo. Me agarra por las caderas y me
tira de la cama hasta que me aprieta entre los muslos. El aroma de su colonia teñida
de humo de cigarrillo me envuelve e inhalo profundamente mientras me muerde el
cuello.
Sonrío.
—Bien. Pero si tratas con perros, la gente te verá como una perrera.
—Lo tiene si eres ruso. —Dejo que me ponga en pie—. ¿Qué trato tienes con él?
—Hablaremos en el coche.
—Bien.
La ciudad retumba tras la ventanilla del coche. Las bocinas de los coches suenan
mientras nos sentamos en medio del tráfico. Odiaba la ciudad, los rascacielos, los
ignorantes que se desplazan al trabajo, la gente que baja como un río por las aceras,
los olores que impregnan el aire denso y pútrido... Es una sobrecarga sensorial, una
pesadilla para alguien como yo.
Suena música por los altavoces del coche. Miro a Nero, que está recostado en el
respaldo de su asiento, con el brazo extendido mientras deja caer
despreocupadamente la muñeca sobre el volante. Casi parece relajado, excepto por
el sutil tic de su mandíbula.
—Nada.
—Mentira.
Ninguno de los dos dice nada más mientras serpenteamos entre el tráfico que se
detiene y acaba parando frente a un viejo edificio de ladrillo junto al puente de
Brooklyn. Las altas ventanas están adornadas con pequeñas jardineras y unos
anchos escalones de piedra conducen a unas puertas dobles de aspecto pesado. En
cuanto el coche se detiene, la puerta se abre y un joven trajeado se acerca corriendo.
Me bajo y Nero le entrega las llaves antes que subamos los escalones hacia la
puerta.
Al parecer, esta reunión es una ocasión formal, así que llevo vestido y zapatos
de tacón. Hubo muchas ocasiones en las que tuve que seducir a objetivos y vestirme
como una mujer a la que seguirían con gusto hasta una habitación apartada. Pero
me siento falsa, una hoja que finge ser una flor. En algunos casos, una flor es un buen
disfraz, pero en otros, quieres que te vean como algo peligroso y que amenaza la
vida. Un abrigo hasta las rodillas disimula el bulto del bebé. Sé que ya no tiene
sentido, pero mostrarlo es como apuntar a un punto débil y desafiar al enemigo a
que me apuñale ahí.
Nero me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia él mientras subimos los
escalones.
—Estás preciosa —me dice, divertido, mientras hace girar un mechón de mi pelo
alrededor de su dedo.
Él sonríe.
Vuelvo a mirar a mi alrededor. No hay ni una sola mujer aquí, y todos los clientes
son... de cierta clase.
—Hoy tienes sed de sangre. —Resoplo ante eso. Si él se sintiera como yo ahora
mismo, ciudades enteras arderían.
—Hmm. —Me da un beso en la mejilla antes de guiarme a una mesa del rincón.
Un hombre pequeño con un peinado grasiento se sienta allí, su caro traje a rayas
fuera de lugar y completamente cliché. Parece tener unos cuarenta años, pero está
un poco nervioso. Su rostro está marcado por la evidencia de una vida dura y
violenta. Pero este hombre es Slovo, y ellos son los que se alimentan de lo más bajo,
oportunistas por naturaleza, pero nunca los que se arriesgan por sí mismos. Se lleva
un puro a los labios y entrecierra los ojos a través de los hilos de humo mientras mira
fijamente a Nero.
Se ríe.
—Igor, aquí presente, desea traer armas a nuestra ciudad. ¿No es así, Igor? —No
se me escapa el “nuestra” y a Igor tampoco. Sus ojos se entrecierran entre nosotros.
Nero se saca despreocupadamente el paquete de cigarrillos del bolsillo y se pasa uno
entre los labios antes de encenderlo. El chasquido del mechero al cerrarse es el único
sonido mientras espera la respuesta de Igor.
Su mano vuelve a posarse en mi muslo y lo miro. Levanta las cejas e inhala una
larga calada, como si esperara mi respuesta. ¿Es una especie de prueba? Si es así, no
voy a rehuirla.
—Es mucho pedir. —Me inclino hacia delante y miro fijamente al hombrecillo—
. Pero ya ves, Igor, el cordero no le pide un favor al león, cuando todo lo que ofrece
a cambio es su propia pierna para masticar. —Abre la boca para responder—. Y yo
no quiero tu pierna, así que dime, ¿qué me ofreces?
Igor deja el puro y se echa hacia atrás en la silla, frotándose la barbilla con una
mano. Tras unos instantes, Nero se aclara la garganta.
—Estás con él —cambia a ruso—. ¿Por qué? Oí que te buscan, Beso de la Muerte.
Oí que mataste al subjefe italiano, que Nicholai te está persiguiendo. Y ahora te veo
aquí, precisamente con él. Parece muy... apegado a ti. —Se pasa una mano por
delante de la chaqueta—. Entonces, te pregunto, ¿eres leal al lobo, o a tu supuesto
león? —Al lobo. Sólo los enemigos de la bratva llaman a Nicholai el lobo, y hacía
mucho tiempo que no lo oía.
Me vuelvo hacia Nero y él se concentra en Igor durante un rato más antes que
su mirada se encuentre con la mía.
—Los Slovo son pequeños e inconsecuentes —le digo. Más una banda de
rebeldes que otra cosa—. ¿De qué nos puedes servir, Igor?
—No, los bratva creen que el Slovo no es una amenaza y así lo queremos.
Nuestros números casi rivalizan con los suyos, pero tengo mucha gente enterrada
en la bratva, callados como ratones. Ellos escuchan. Ellos ven.
—Nero...
Entrecierro los ojos. ¿De qué demonios está hablando? Se vuelve hacia Igor y se
levanta.
Nero le tiende la mano. Igor la estrecha antes de tenderme la mano a mí. Aprieto
los dientes y la tomo, obligando al asesino interior a salir a la superficie. Sea lo que
sea lo que ve en mis ojos, le hace soltar mi mano rápidamente.
—Un placer —ronronea Igor antes de salir del bar.
—La bratva nunca caerá. —La red es enorme, poderosa y está entrelazada hasta
con el gobierno de Rusia. No se puede hacer. Aunque Nicholai es una de sus piezas
clave y su muerte sería un duro golpe, pronto será sustituido.
—Por supuesto que no. —Es todo lo que dice. Maldita sea, el hombre es tan
críptico. Arranca el motor y se aleja del edificio.
—Por supuesto —No es una explicación—. Explícame qué pasa por esa mente
brillante tuya.
—Nero...
—Bien. Por supuesto, la bratva nunca caerá, pero si matamos a Nicholai, tendrán
que tomar represalias. Alguien tiene que asumir esa caída, y no puedo volver a
cargarla sobre la familia. Esto tiene el potencial de iniciar una guerra de mafias.
—No tiene sentido matar a Nicholai para morir unas semanas después. —Su
mano se posa en mi muslo, empujando la tela de mi vestido hacia arriba hasta rozar
mi muslo desnudo—. Tengo la intención que sobrevivamos a esto, Morte. Y
gobernarás esta ciudad conmigo. —No me permití pensar en el futuro del que habla,
porque el mañana es muy incierto.
Me río.
—No estoy segura de que tu padre apruebe eso.
—Tengo un plan.
—Siempre.
NERO
Planificación. Es lo único que hice en los últimos tres días. Apenas vi a Una
porque estuvo llamando a sus contactos en Rusia mientras yo llamaba a todo el
mundo, a cualquiera que pudiera ayudar a nuestra causa. El hecho es que Nicholai
Ivanov viene por nosotros y tenemos dos opciones: entregar a Una o luchar. La
primera no es una opción, lo que nos deja preparándonos para una guerra con un
hombre que tiene su propio ejército personal y más dinero, armas e influencia que
Dios. Sin mencionar que está loco y obsesionado con la madre de mi hijo. De todas
las mujeres del mundo, tenía que quererla a ella.
Me paso la mano por la cara y miro los planos que Gio colocó delante de mí.
Estoy sentada en uno de los sofás del despacho del ático y él está sentado frente a
mí. Una se pasea de un lado a otro, crujiéndose el cuello como si estuviera a punto
de montar en cólera. Gio me lanza una mirada nerviosa y yo sonrío. Decidió que lo
odia y ahora él es el blanco de su ira, que es mucha.
—La base está bien vigilada. Este es el único camino —dice, pinchando el papel
con el dedo—. Está expuesta, con sólo una línea de árboles a un lado. Pueden verte
llegar desde kilómetros de distancia. Hay una torre de vigilancia con una
ametralladora calibre 50 y balas perforantes, así como RPG. Cualquier vehículo no
autorizado es eliminado. —Gio me mira, con las cejas apretadas mientras ella
continúa—. Si pasas esa puerta, te queda un búnker inexpugnable, a prueba de
explosiones nucleares. Y sí, sólo tiene una entrada, y es la bahía de vehículos, que
está fuertemente custodiada por Elite. Podría sacarte ahora mismo, Gio. Yo solo
mientras llevo una pelota de fútbol. No tienes ninguna posibilidad contra uno de
ellos, y te estás proponiendo entrar en su puta base, donde viven y entrenan, donde
estarán armados hasta los dientes. —Se da la vuelta y vuelve a pasearse, pasándose
las manos por el pelo.
—¿Tienes un plan mejor? —pregunta él. Ella se vuelve y lo mira. El aire zumba
con la promesa de sangre, y prácticamente puedo oír su tictac, lista para estallar en
cualquier momento.
—¡Sí! ¡Tenía un puto plan mejor hasta que ustedes dos, idiotas, decidieron
arrastrarme de vuelta a Nueva York! —Se acerca a la ventana y apoya una palma en
ella, dejando caer la cabeza hacia delante mientras aprieta y suelta el puño que tiene
a un lado.
—Percepción, Morte. Si crees que eres un pájaro esperando una bala, seguro que
la bala te encuentra. Estamos trazando estrategias, siendo inteligentes y formando
un plan que realmente funcione. No puedes luchar si crees que la guerra ya está
perdida.
—No.
Suspiro.
—No lo entiendes...
—A la mierda la política, Nero. A la mierda las líneas. No llegaste tan lejos para
convertirte en subjefe, sólo para humillar la voluntad de tu padre. —Sus ojos se
posan en mi boca y ella se inclina, pasando sus dedos por mi mandíbula mientras
sus labios rozan los míos—. Enséñale por qué eres el futuro de la mafia. Enséñale
cómo es el verdadero poder. —Me besa—. Muéstrale lo que un hombre sin límites
está dispuesto a hacer. Los italianos pueden odiarme, pero odian más a los rusos.
Su aliento caliente sopla sobre mi cara y una sonrisa malvada se dibuja en sus
labios.
—Bien.
—Cámbiate, ponte un vestido. Vamos a ver a Cesare. —De una forma u otra, lo
atraeremos a nuestra causa. No estoy por encima de jugar sucio. Si esto es lo que
Una necesita para sentirse segura, entonces se lo daré. Cesare no significa nada para
mí, y Una significa todo.
—A mi padre le gusta ver a las mujeres como algo delicado, algo que hay que
proteger. Y tú interpretas muy bien al cordero inocente cuando tienes que hacerlo,
mi amor. —Me fulmina con la mirada y yo me río—. Sobre todo con esto. —Apoyo
mi mano libre sobre su estómago.
Le beso la frente.
—Nero, intenté matarte y se te puso dura por ello. —Pone los ojos en blanco—.
Eso no es encantar, es perverso.
La beso en el cuello y ella echa la cabeza contra el cristal, empujando sus pechos
hacia mí. El embarazo fue bueno con ella, y su pecho se tensa contra los límites de
su camiseta. Deslizo los tirantes por sus brazos, le chupo un pezón y ella gime,
girando las caderas hacia mí.
Suelta un jadeo ahogado cuando le meto dos dedos. Ella toca su frente con la mía
y todo su cuerpo se tensa y tiembla mientras su respiración agitada se entremezcla
con la mía. Agarrándola por la garganta, la penetro con más fuerza, viéndola
totalmente expuesta ante mí. Sus ojos se cierran en un gemido y su piel adquiere un
hermoso tono rosado. El pelo plateado le cae en cascada por la espalda mientras sus
caderas reciben mis embestidas con ansia. Joder, es tan perfecta.
—Nero —respira.
—Me cago en la puta. —Me subo los pantalones y la persigo. Atraviesa el salón,
donde cinco de mis chicos están sentados con Gio. Los fulmino con la mirada,
desafiándolos a que la miren. Todos apartan la mirada tímidamente, con los ojos
clavados en el suelo.
—Bájame.
Le toco el culo con la palma de la mano lo bastante fuerte como para que lo note
cuando se siente.
—Vístete.
—Necesito ducharme.
—Oh, no. —La arrinconé contra la cómoda, rodeé su delicado cuello con mis
dedos y acerqué mis labios a su oreja. Noto cómo se le acelera el pulso—. No vas a
quitarte mi semen de encima después de ese numerito.
—Nunca. —Le paso el pulgar por el labio inferior mientras me inclino hacia
ella—. Interpreta el papel, pero lo sabremos mejor, Morte.
—¿Llegaste a algo con los planos? —pregunta. ¿Los planos? Ah, los planes.
—¿Vamos?
Respira hondo.
—No tenemos muchas opciones. Necesito números y apoyo político, Gio. —Lo
arrastro a la esquina de la habitación—. Nicholai va a hacer una jugada pronto. No
vendrá directamente a nosotros, y no podemos ir a él, no en la base. Es un suicidio.
Creo que tenemos que atraparlo lejos de su territorio.
Resopla.
—Fuimos los mejores amigos desde que teníamos catorce años. —Y renunció a
casi todo para apoyarme—. Sabes que lo soy.
—Entonces eres leal a ella y a mi bebé. —Me mira fijamente durante un rato,
luego suelta un largo suspiro y asiente. Me mira por encima del hombro antes de
darse la vuelta y volver con los pocos hombres que reunió. Me doy la vuelta justo
cuando Una baja las escaleras.
—¿Suficientemente inocente para ti? —pregunta.
—No sé si esa es la palabra que yo usaría —murmuro. Lleva un vestido gris que
se le pega a todo. Ese bulto no se vería mejor ni aunque le pusiera un letrero de neón.
La tela sigue la línea de sus curvas y se detiene justo por encima de la rodilla. Lleva
un par de tacones altos y el pelo le cae por la espalda en una sábana blanca plateada.
Lleva los labios pintados de rojo, lo que le da un aspecto sexy, aunque no deja de ser
un recordatorio cegador de quién es exactamente. No creo que mi padre necesite
que se lo recuerden.
—Necesito saberlo todo —digo mientras nos paramos en otro atasco de Nueva
York.
—Es un líder fuerte, que gobierna con una combinación de miedo y respeto. Es
de las viejas costumbres.
—¿Mujeres y niños?
—Entre otras cosas. Cuando vino a verme a la casa de los Hamptons, me expresó
su... desagrado por ti.
Solté un bufido.
Sus dedos tamborilean sobre el volante, una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios.
—Tendrás que hacerlo en algún momento. —Nunca lo pensé hasta ahora, pero
claro que lo haría. En la mafia se trata de mantener puras las líneas de sangre,
extender su legado y proteger a sus mujeres, sus mujeres italianas. Un buen
matrimonio sería estratégica y políticamente sabio. Yo sé esto. Es lo racional, lo
fuerte, así que ¿por qué me molesta la idea?
—Morte. —Mis dedos rozan mi muslo y cierro los ojos, tragándome todo rastro
de emoción antes de volverme hacia él. Se paró en el arcén y me mira fijamente.
Estaba tan ensimismada que ni siquiera me di cuenta que el coche dejó de moverse.
—Soy Nero Verdi. Tomo lo que quiero. —Me aprieta la mandíbula, su agarre es
duro e implacable—. Y te aseguro que no quiero una buena mujer. Te quiero a ti, mi
pequeña mariposa cruel.
—Puedo y lo haré.
—Habla en serio. —Vive para el poder, lo persigue con una lujuria sin igual. Ir
contra la mafia en esto...— No puedes renunciar a todo por lo que trabajaste sólo
porque voy a tener tu bebé. Esto no es... sólo somos nosotros, ¿de acuerdo? Sin
promesas. Sin apego. No podemos...
—Morte. —Sus ojos se posan en mis labios mientras me abraza con suavidad y
me acaricia la mandíbula con el pulgar—. Te quiero.
—¿El amor triunfa sobre el poder? —Mi voz apenas supera un susurro.
—Ah, Morte, cuando se trata de ti, el amor refuerza el poder. —Me empuja hacia
delante y yo voy hacia él. Cuando sus labios se encuentran con los míos, es algo más
que un beso, es una promesa, un juramento de algo más grande que él o yo. Somos
nosotros contra todo y contra todos los que nos harían daño. Siento el peso de todo
lo que no dice en el roce reverente de sus labios, su agarre exigente y posesivo en mi
mandíbula. Es un beso que dice que está de mi lado, incondicionalmente. Se separa
y acerca su frente a la mía, con su cálido aliento soplando sobre mis labios—. Ahora
el Rey protege a la Reina.
Y, por supuesto, la realidad se impone como la rotura de una presa. Ojalá Nero
pudiera protegerme y, aunque sé que no puede, le permito que piense que sí. Es
estúpido, pero supongo que estoy viviendo en mi versión deformada de un sueño.
La mayoría de las niñas sueñan con casarse y vivir en una bonita casa. Yo soñé con
sangre y tortura. Nero es mi versión de un cuento de hadas. Empapados de sangre
y despiadados como somos, esto es lo que tenemos, y pronto probablemente
desaparecerá. Le dije que aquí no hay felices para siempre, que nosotros somos los
monstruos de esta historia. Es verdad. Nada bueno dura en nuestro mundo de caos
y muerte. Me pregunto si él lo sabe, o si de verdad cree que todo irá bien porque es
Nero Verdi y así lo quiere.
Nos detenemos frente a una casa adosada en el Upper Eastside y salgo del coche,
mirando fijamente la casa de cuatro pisos en una calle de aspecto totalmente
discreto. Las ventanas están rodeadas de jardineras y la acera está salpicada de
pequeños árboles. Un estilo de vida familiar muy de clase media-alta.
Aparcamos delante de una casa adosada de ladrillo en el East Side y salgo del
coche, observando el paseo lateral bordeado de árboles y las jardineras bajo las
ventanas. No tiene nada que ver con la mafia y está a un millón de kilómetros de las
solitarias mansiones de los capos de los Hamptons. Sigo a Nero por los tres escalones
que conducen a la puerta principal. El timbre resuena en toda la casa al otro lado de
la gruesa madera. La puerta se abre con un tipo de pelo negro peinado hacia atrás y
traje oscuro. Levanta la barbilla hacia Nero y luego me mira a mí. La cicatriz de su
frente se tuerce cuando frunce el ceño.
—Está conmigo —dice Nero. El tipo nos deja pasar y cierra la puerta. Nos hacen
subir las escaleras y nos llevan a un despacho en la parte superior de la casa. Nero y
Cesare no podrían estar más alejados en sus gustos. Nero es minimalista y moderno,
mientras que Cesare es clásico. Su despacho está compuesto por suelos de madera,
sofás de cuero y gruesas alfombras. Una estantería cubre una pared, llena de libros
antiguos. La habitación huele a humo de puro y a cuero. Pero cuando parece que
debería ser oscuro y lúgubre, no lo es. Detrás del escritorio hay una pared de cristal
que da a una terraza.
Nero toma asiento y yo ojeo las estanterías, donde veo una primera edición de
Hemingway. Aún no conozco a Cesare en persona, pero el simple hecho de entrar
en la casa de alguien puede decir mucho sobre él.
—Esto no me lo esperaba.
—Llamé antes.
—Sí, llamaste. Pero no dijiste que traerías a Una Ivanov contigo. —Escupe mi
nombre como si le ofendiera—. Preferiría que no invitaras a soldados rusos a mi
casa.
—No creo que nos conozcamos. —Le tiendo la mano, pero él se limita a mirarme,
con sus ojos fríos recorriendo lentamente mi cuerpo vestido a medida. Levanta las
cejas y mira a Nero, con los labios apretados—. ¿Te digo que cumplas con tu deber
y me regalas esto?
—Si te sirve de consuelo, esto ocurrió antes de que decidieras reclamar a tu hijo.
—Sé que estoy pinchando un oso con un gran palo, pero ¿en serio?—. Ah y ya no
soy de la Elite. Aunque... no recuerdo que eso fuera un problema cuando necesitaste
mis servicios. —Su ojo se mueve ligeramente, pero aparte de eso la expresión del
hombre mayor no cambia. Es bueno. Sonrío y me alejo de él.
—Te lo dije, Una no va a ir a ninguna parte. —Me muevo a su lado. Tiene las
manos metidas en los bolsillos y yo enlazo mi brazo con el suyo, mirando fijamente
a Cesare. Sé que intimido, y Nero es aterrador en los mejores momentos. Juntos
somos formidables, incluso para alguien tan versado en el poder como Cesare. Lo
sé, y también lo sabe Nero.
—¿Sorpresa?
—Bien hecho, Nero. Conseguiste crear un bastardo ilegítimo con una puta rusa.
—Nero suelta un leve silbido de aliento y todos los músculos de su cuerpo se tensan.
—Te casarás con una italiana y cumplirás con tu deber. Ya permití que esto dure
demasiado. —Cesare se burla—. Esta organización está construida sobre años de
tradición, y tú te cagas en ella. —Nero permanece extrañamente tranquilo,
aparentemente conteniendo su temperamento, mientras yo lucho contra mi propia
ira que hierve a fuego lento bajo la superficie. Me tiemblan los dedos y siento el
impulso de coger la espada que llevo en el interior del muslo.
Nero suspira.
—Es rusa, mata gente. Sí, sí, soy consciente. Ahora, vas a aceptarla como madre
de mi hijo, públicamente, a la familia.
—Una rusa, con mi hijo. Antes la repudiaría. Nunca reconoceré a esa puta. —Me
señala con el dedo—. Y tampoco lo harán los hombres. Ella mató a tus hermanos y
tú te la follas como si su coño fuera de oro. Si te casas con ella, lo perderás todo,
Nero. Considéralo cuidadosamente.
Nero aprieta los puños y esta vez soy yo quien le sacude la cabeza. No puede
caer. Debemos controlar siempre al viejo, mantener la ventaja.
—Ves, aquí es donde somos un poco confusos. —Tomo asiento en uno de los
sofás y cruzo lentamente una pierna sobre la otra—. Esas tradiciones de las que
hablabas, ese honor.... —Me detengo y sonrío ligeramente—. ¿Saben los hombres
que te quedan que orquestaste un atentado contra los tuyos sólo para que tu hijo
llegara al poder? —Finjo mirarme las uñas—. ¿Saben que autorizaste la muerte del
propio hermano de Nero?
Resopla.
—No, pero creerían la mía. —Nero rodea el respaldo del sofá y se coloca detrás
de mí.
—No me hagas perder el tiempo. Te implicas tanto como cualquier otra cosa.
—¿Y?
—O —gruñe Nero—, puedo hacer que se sepa que preparaste a tus propios
hombres, contrataste a Una y luego la dejaste colgada, permitiendo que Arnaldo la
cazara como a un puto perro mientras estaba embarazada de tu propio nieto.
—¿Serías atraído a ese imbécil ruso por este pedazo de concha? —Cesare
explota. Y también lo hace Nero. En un disparo está frente al hombre mayor, pistola
en mano. Me apresuro a agarrar el brazo de Nero, forzándome a ponerme en su línea
de visión. Espero a que desvíe su mirada llena de rabia hacia mí. Me mira fijamente
durante un instante y luego vuelve a meter la pistola en la funda del pecho. La
tensión es alta, y Nero es volátil en los mejores momentos.
—Harás saber que Una no mató a esos hombres, que fue Arnaldo, y que él la
puso a ella como tapadera. El golpe que le dieron no fue autorizado por ti. La
retribución de una mujer sola y embarazada parecerá justa, y dado que él mató a los
suyos, es justicia ¿no crees? —La implicación está ahí. Cesare autorizó que Nero me
chantajeara. Esencialmente firmó las sentencias de muerte de los tres hombres que
Nero me hizo matar.
Cesare se acerca a su escritorio, toma asiento y abre una caja de metal. Saca un
puro y se lo pone entre los labios, encendiéndolo lentamente. Cierra el mechero y el
silencio que sigue es intenso.
—Puede que hayas dado la espalda a tu hijo y a la mujer que amabas, pero yo
no haré lo mismo.
—¿Y arriesgarás tu posición, tu nombre, tu vida, por esto? —Sus ojos me miran
y sé que ya conoce la respuesta.
—Ella te afila, como el filo de una espada. Eres más peligroso con ella. —Al
menos el hombre entraba en razón.
—De acuerdo. Si haces esto, Una Ivanov, la mafia no te aceptará, pero.... —Se
detiene, como si pronunciar esas palabras le doliera—. Me aseguraré que te toleren.
Fracasa...
Sin mediar palabra, salgo y apoyo la espalda contra la pared del pasillo. Echo de
menos los días en que la vida era sencilla. Órdenes, muertes, dinero. Nada más y
nada menos. Hay cierta libertad en no tener libertad, porque no tienes que pensar.
Mis únicos pensamientos eran mi próximo asesinato, la ejecución del mismo, la
huida. Mi trabajo, mi propósito, consumía cada hora de mi vida, y vivía para ello,
hasta ahora. Me miro el estómago, que parece que me tragué un melón. ¿Quién
podría haber predicho esto? En unos pocos meses, Nero puso todo mi mundo patas
arriba, y aquí estamos, chantajeando a un jefe de la mafia y conspirando para matar
a otro. Esta vida es más dura y a la vez más fácil, porque Nero lleva la carga conmigo.
Nunca tuve eso, y no estoy seguro de si es solo prepararme para el fracaso, pero por
una vez, voy a hacer algo, no porque sea racional o estratégicamente sabio. Voy a
hacer esto con Nero a pesar que mi cerebro me diga que es imposible que ganemos,
porque mi corazón espera que sí. El corazón es una cosa frágil y poco fiable.
Sale del despacho unos minutos después y cierra la puerta tras de sí.
—El viejo aún no está muerto. —Caminamos por el pasillo y bajamos las
escaleras, sin encontrar a nadie al salir.
—Oh, están vigilando. Sólo que son sutiles. —Me pone la mano en la espalda y
me saca de la casa. Estamos en el coche cuando suelta un suspiro y se pasa las manos
por el pelo.
—No sé por qué no le cortas el cuello y ya está. —resoplo. Cesare no tiene lo que
hay que tener para hacer lo que hay que hacer. Es el jefe, y no dudo que es respetado
en la mafia, pero las cosas tienen que cambiar. Nicholai se pasó años secuestrando y
entrenando a niños porque nadie quería detenerlo, ¿y por qué? Por política. Una
vida fácil. Nadie quiere una guerra. Aprendí muy pronto que un hombre puede
matar a sangre fría, y no es ninguna dificultad, pero hasta que no hace cosas que no
quiere hacer, cruza líneas que nunca deberían cruzarse, no fue verdaderamente
puesto a prueba. La vida es dura y fea, y se necesitan hombres duros y feos para
gobernarla. Cesare es un líder fuerte para aquellos que comparten sus valores. Nero
tiene la capacidad de liderar incluso a aquellos que lo detestarían por puro respeto
y miedo disciplinado. Eso es lo que se necesita para ser el rey de Nueva York. Nero
debería tomar la corona del frío y muerto cadáver de Cesare.
—Mi vida era simple antes que me arrastraras a la tuya. Matar, comer, dormir,
repetir. Te conozco y estoy pícara y preñada a las pocas semanas —refunfuño—. Ni
siquiera maté a nadie en semanas, Nero.
—¿Existe tal cosa cuando estoy con una mujer a la que le da el síndrome de
abstinencia de la muerte? —Arranca el motor y se aleja del bordillo—. Mira, tengo
que ir a encargarme de algo esta tarde. Puede que tenga que darles una paliza a unos
albaneses, ¿te apetece venir?
Me resisto a sonreír.
—¿Me estás invitando a dar una paliza a unos traficantes de droga? —Su mirada
permanece fija en la carretera mientras respira de forma audible, sin duda pidiendo
paciencia—. Qué romántico.
—Resulta que me gustan tus gestos románticos, capo. ¿A quién le rompemos las
rodillas? —Sus labios se dibujan en una sonrisa y me pregunto si esto es ser normal.
Bueno, casi. Baja una marcha en el deportivo y nos alejamos de la ciudad en
dirección a Brooklyn.
NERO
Salgo del coche y voy al maletero, cojo un bate de béisbol metálico y se lo lanzo
a Una. Los ojos de Gio se entrecierran cuando nos acercamos a él y Una toma asiento
en el capó justo a su lado.
—Bonito coche.
Le da vueltas al arma.
—Gracias. Es un poco más... de lo que estoy acostumbrado.
Sacudo la cabeza, me acerco a los dos tipos y me detengo frente a ellos. Saco mis
cigarrillos del bolsillo interior y me coloco uno entre los labios, levantando
lentamente el mechero hasta el final. Se hace el silencio en el almacén y me encanta,
esa pausa, como si todos los presentes contuvieran la respiración. Cierro el mechero
y doy una larga calada, reteniendo el humo en lo más profundo de mis pulmones.
—¿Saben quién soy? —Les digo. Uno de ellos es un tipo mayor, feo de cojones y
con una fea cicatriz en la garganta. Al parecer, este tuvo un roce con la muerte. El
otro es más joven. Ambos llevan chándal y pesadas cadenas de oro colgando del
cuello. Dios, parece sacado de una mala película policíaca de los setenta.
—Sí, soy Nero Verdi. —Me pongo en cuclillas, apoyo un brazo sobre el muslo e
inhalo el cigarrillo. Se lo lanzo al joven, que se sobresalta y me sonríe.
—Y sabes que eso significa que estás en serios problemas. —Me pongo de pie
otra vez—. ¿De dónde sacaste las drogas que vendiste en Poison anoche? —
pregunto. Silencio. Suspirando, me vuelvo hacia ellos, acercándome la oreja—. Lo
siento, no oí respuesta.
—Nosotros... yo.... —Su amigo grita algo en albanés y yo echo la cabeza hacia
atrás con un gemido. Miro el reloj y me vuelvo hacia Una, señalándola con el dedo.
Se quita la capucha y Gio pone los ojos en blanco mientras mueve las caderas con el
bate en la mano. Mi pequeña Harley Quinn.
—Haces que tu mujer te haga el trabajo sucio. —Escupe al suelo y Una me mira.
—Piénsalo así, cuanta más rabia hormonal le eche a este tipo, menos tendrá para
ti.
Suelta un fuerte suspiro y hay una larga pausa, interrumpida sólo por los bajos
gruñidos de dolor que provienen del hombre y los gemidos de su amigo.
Él asiente hacia Una que tiene su rodilla plantada en el pecho del hombre. Está
aullando de dolor, sin duda por las costillas rotas. El bate de béisbol le presiona la
garganta y jadea.
Le sisea algo en lo que supongo que es albanés. Maldita sea, ¿hay algún idioma
que esa chica no hable? Él le responde y su actitud cambia por completo. Sonríe y se
quita de encima de él. Se levanta, con el bate de béisbol cubierto de sangre en la
mano, el pelo rubio suelto sobre los hombros y el vestido salpicado de sangre
cubriendo su barriguita.
—No. —Se levanta la falda, coge una daga del interior del muslo y la lanza, a la
velocidad del rayo. La hoja se incrusta entre sus ojos y ella mira por encima del
hombro—. Me llamó puta rusa.
—Joder —Gio se pasa una mano por la cara, siempre cauteloso y diplomático.
Es reacio al “derramamiento innecesario de sangre” como él lo llama. Como si toda
muerte debiera tener un propósito.
Me río.
Entrecierro los ojos cuando Una empieza a susurrarle algo en albanés otra vez,
y luego le acaricia la cara y es casi íntimo. Aprieto los puños y la espalda se me pone
al rojo vivo.
—Morte —gruño apretando los dientes. Ella me dedica una sonrisa irónica por
encima del hombro.
—Ese puto colombiano —escupe Jackson—. Rata bastarda. ¿Qué vamos a hacer
con él? —pregunta señalando al albanés.
Levanto una ceja, primero porque está al mando de mis hombres, y segundo
porque está mostrando piedad.
—Nunca. —El aroma de la sangre baila en su piel mientras aprieta sus labios
contra los míos. Sus dientes me rozan el labio y apenas me doy cuenta que me quitó
la pistola hasta que oigo el estruendo. Me aparto de ella y su mirada se clava en mí,
aunque la pistola humeante que tiene en la mano apunta hacia atrás. El albanés cae
hacia delante, con un enorme agujero de bala entre los ojos.
—Maldita sea. Una, tienes una hermana, ¿verdad? —pregunta Jackson. Le miro
y se está reajustando, con una sonrisa estúpida en la cara.
Se ríe mientras camina hacia el Range Rover aparcado en la parte trasera del
almacén vacío.
En cuanto salgo del capó de su coche, Gio arranca el motor y yo conduzco a Una
hasta mi propio vehículo, abriéndole la puerta. Su fría brutalidad saca el animal que
hay en mí. Quiero follármela y hacerle daño, destrozarla y domarla, y sé que siempre
aceptará todo lo que le dé y me lo devolverá multiplicado por diez. Es perfecta, única
y mía. Cuanto más tiempo paso con ella, más siento su peso, como si se imprimiera
en mi alma oscura, convirtiéndose en una parte vital de mí. No sé si luchar contra
ello o aceptarlo, pero al final no me parece que tenga muchas opciones. La quiero y,
a pesar de todo el poder del mundo, hay cosas contra las que no se puede luchar.
—Muchas gracias. Muchas gracias. ¿Quién iba a decir que se te daban tan bien
las primeras citas?
—Sí, porque estoy segura que así es como empiezan todas las grandes historias
de amor, Nero.
—No, algo viene. —No puedo evitar la sensación que no cubrimos todas las
bases, que pasamos por alto algo evidente.
—Una, estamos aquí, y sabes tan bien como yo que esta torre es casi
inexpugnable. Todos mis hombres pueden cuidarse solos. Tu hermana está
enterrada en el Cártel, bien custodiada y bien escondida.
—Tengo un plan.
—Dime.
—¿Cómo?
—Todo el mundo tiene una debilidad, Morte. —Tiene razón, Nicholai tiene una
debilidad.
—Úsame.
—No, es demasiado arriesgado. —Abro la boca para hablar, pero me hace callar
y me tapa la boca con una mano—. Sé quién eres y no dudo de tus capacidades, amor
mío. Pero no se trata sólo de ti. ¿Confías en mí? —me pregunta, soltándome la boca.
—Sí.
—No dejaré que te pase nada —murmura contra mi piel y una oleada de
emociones me envuelve. Confío en él, pero siento un agujero en el pecho, pura
desesperación y fracaso que se arremolinan como un torbellino. Sus planes son
vagos en el mejor de los casos y nos estamos quedando sin tiempo, puedo sentirlo,
como si el aliento caliente de Nicholai me rozara el cuello mientras hablamos.
Le rodeo el cuello con la mano y acerco su boca a la mía porque necesito sentirlo.
Necesito esa sensación de invencibilidad que produce el hecho que me abrace, que
me ame. Separo sus labios y rozo su lengua con la mía. El beso se vuelve duro y
exigente, y entonces me empuja hacia la cama y se desliza dentro de mí. Su
respiración se mezcla con la mía mientras me folla lenta y duramente, arrancándome
cada gemido, empujándome cada vez más alto. Y allí, en sus brazos, encuentro un
momento de paz y sé que eso es exactamente lo que quiere darme, así que lo abrazo,
lo acepto. Esa serenidad me envuelve durante unos breves instantes y me aferro a
él, deseando no tener que soltarlo nunca, pero sabiendo que debo hacerlo. Mis
manos acarician sus músculos, que se tensan y flexionan bajo su piel. Es belleza,
poder y caos en estado puro, todo en un solo hombre. Y es mío.
Me duermo en sus brazos, pero ni siquiera Nero puede evitar que esa sensación
de vacío me invada.
Está oscuro, muy oscuro. Estoy desorientada, mis sentidos apagados y entumecidos.
—Ah, Palomita, estás despierta. —Me doy la vuelta y veo a Nicholai de pie a mi lado, su
imagen borrosa, pero con cada parpadeo de mis ojos se vuelve más clara. Su pelo gris oscuro
está peinado hacia atrás como siempre, y su traje de tres piezas está inmaculado, hasta el
pañuelo en el bolsillo superior que hace juego con su corbata. Verdaderamente el diablo
disfrazado—. Tengo un regalo para ti.
—¿Qué regalo? —Le pregunto. Se gira y deja ver una mancha de luz en la pared del
fondo, iluminando a Nero encadenado contra ella.
—No —susurro. Intento ir hacia él, pero mis pies no se mueven. Es como si estuviera
pegada al suelo. Nero levanta la cabeza y sus ojos oscuros se cruzan con los míos. Por su torso
corren chorros de sangre procedentes de varios cortes limpios y precisos en el pecho y el
estómago—. Por favor, déjalo marchar.
—No —digo apretando los dientes. Siento una lágrima caliente resbalar por mi mejilla.
—Te quiero —le digo mientras las lágrimas corren ahora por mis mejillas.
—Te quiero —responde él, con expresión dura y decidida. Asiente y yo cierro los ojos,
respirando hondo. El pulso me retumba en los oídos, la inhalación y la exhalación constantes
de mi propia respiración. Coloco la pistola bajo mi barbilla.
—¡No! —Los gritos combinados de Nero y Nicholai son lo último que oigo. PUM.
Me despierto y me pongo de pie, jadeando. El sudor me cubre el cuerpo y el
corazón me late tan fuerte que noto cómo me golpea las costillas.
Cuando por fin salgo del baño, Nero tiene la espalda apoyada en el cabecero,
esperándome. No dice nada, simplemente abre los brazos y me deja que me arrastre
hasta ellos. Soy frágil, como si todas las piezas que componen Una Ivanov se
estuvieran astillando y partiendo lentamente. Una parte de mí está con Nero, otra
con Anna y la última con este bebé. Dividida, soy débil, pero si no estuviera dividida
no tendría nada por lo que luchar, ¿verdad? Necesito encontrar la manera de ser la
persona que solía ser, pero con las nuevas motivaciones que tengo ahora. Parece una
tarea imposible, pero tengo que hacerlo. Lo haré.
Me duermo con los latidos del corazón de Nero y el roce de sus dedos en mi
pelo. Duermo profundamente en los brazos de mi monstruo.
NERO
Dejé a Una durmiendo en la cama. Dio vueltas en la cama toda la noche. Las
pesadillas la persiguieron hasta bien entrada la madrugada. Hacía tiempo que no
tenía una, pero supongo que el estrés de Nicholai cazándola la está forzando a salir
a la superficie de nuevo. Es tan fuerte, pero veo lo destrozada que está. Él le hizo
eso. Él la hizo letal, y en muchos sentidos, le inculcó todos los rasgos que amo en
ella, pero por primera vez en mi vida estoy empezando a ver que la fuerza tiene un
precio. Quiero que mi hijo sea fuerte, pero nunca querría que pagara el precio que
ella pagó. Ganaré esta guerra con ese bastardo de una forma u otra. Él rompió a Una,
pero yo me quedaré con ella. La convertiré en una reina temida por todos excepto
por mí. Y él nunca tocará a mi hijo.
—Jackson fue a recogerlo anoche, y tenía veinte mil de crédito Dijo que lo
pagaría la semana que viene, pero.... —Levanta una ceja mientras aspira su humo.
Joder. Ziggie trabaja en Brooklyn, dirige una banda allí. En su mayor parte, no son
más que chicos del gueto y adictos, pero me hacen ganar un buen dinero. Ziggie de
alguna manera se las arregla para organizarlos, una hazaña que no muchos podrían
lograr. Por eso me es útil, pero es la segunda vez que se encarga de pedirme dinero
prestado. El problema con los perros como Ziggie es que en cuanto les quitas el talón
de la garganta, te muerden, aunque seas la mano que les da de comer—. Jackson lo
maltrató un poco, pero bueno... ya sabes lo que le hizo la primera vez. —Sí, la
primera vez que Ziggie robó dinero Jackson le rompió ambas piernas. Uno pensaría
que eso sería un incentivo para que no se repitiera.
ZIGGIE está de rodillas frente a mí, con las manos juntas detrás de la cabeza.
—Lo siento. Te lo traeré mañana. Por favor, por favor, no me mates. —Sus ruegos
me están cabreando.
—Pero, jefe...
—Es Rafael.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Tenía a cuatro hombres sobre ella. Tres fueron encontrados muertos hace
media hora, uno apenas con vida. Llamé a exploradores de los límites de mi
territorio y puse un aviso en la frontera. La recuperaré, pero me dijiste que te
mantuviera al tanto.
Cuelga y me paso una mano por el pelo. Por una vez. Sólo una vez, me gustaría
tener un día normal. Alguna venta de drogas, tal vez un asesinato por venganza,
pero no. Tengo que lidiar con rusos acosadores, cárteles, hermanas esclavas sexuales
y, por último, mi novia asesina, embarazada y muy temperamental.
Gio me mira cuando me doy la vuelta. Saco mi pistola de la funda del pecho y
apunto a la cabeza de Ziggie.
—No... —Bang.
Tommy abre mucho los ojos y vuelve corriendo al coche.
—¡Limpia esta mierda! —grito. Gio asiente y yo vuelvo al coche, dando marcha
atrás para salir del almacén abandonado.
—Más le vale. —Incluso mientras digo las palabras, sé que Nicholai debe tenerla.
Es sólo una sensación en mis entrañas, esperando el peor de los casos. La pregunta
ahora es: ¿cómo contengo a Una para evitar que vaya tras ella?
Una está de pie sobre la mesa del comedor, con una ballesta levantada delante
de ella. Aprieta el gatillo y lanza una saeta directa a un lienzo colgado en la pared
del fondo. Se incrusta en el centro junto con los otros cuatro que ya están allí. Es tan
pequeña, pero parece tan feroz. Su coleta cae sobre su hombro mientras inclina la
cabeza para apuntar de nuevo.
—Es feo.
—Es arte.
Deja de mirarme el pecho y me pasa el dedo por la corbata. Miro hacia abajo y
veo la gota de sangre que mancha la seda azul pálido.
—Hmm. —Me inclino y rozo su cuello con mis labios, mordiéndole el lóbulo de
la oreja—. Estás muy lejos de ser inocente, Morte.
—Nunca. —La beso y ella me rodea el cuello con los brazos—. Alas de acero, mi
amor. —Me devuelve el beso. En el fondo de mi mente, sé que se avecina una
tormenta. A menos que Rafael encuentre a Anna en las próximas horas, voy a tener
que contárselo a Una y se va a volver loca.
UNA
—Hola.
—Nicholai.
—Los recibí. —Nicholai hace las cosas de cierta manera. Tienes que jugar su
juego y esperar a que te diga lo que realmente quiere.
—No puedo hacerlo. —Me levanto y miro por la ventana, pero claro, ni Nicholai
puede escalar un rascacielos.
—Me heriste. Pero no importa. Te dije que vendría a por ti, aunque tuve que
hacer un gran esfuerzo. No estoy contento contigo.
—Se parece tanto a ti, Palomita. Pero tú siempre fuiste tan fuerte, Una. Eres el
soldado perfecto, sólo superado por tu hijo. —La forma en que lo dice, como un niño
que se emociona con un juguete nuevo, me pone enferma—. Pero Anna... Anna no
es fuerte como tú, Palomita. Ella no será un soldado... —Deja que eso quede en el
aire entre nosotros.
—Te prometo que si la tocas, te arrancaré el corazón del pecho —gruño, con las
emociones burbujeando y arremolinándose sin control en mi interior.
—Tsk-tsk, te crie mejor que eso. Estuviste fuera demasiado tiempo. Te manchó.
Pensé que te enseñé bien que el amor es debilidad. Tu hermana, el italiano, tu hijo...
te debilitan, Una. Te volviste frágil —escupe, la ira consume su voz. Hace una pausa
antes de volver a hablar—. Pero está bien. No pasa nada. Puedo curarte. No te
preocupes, Palomita. Haré que vuelvas a ser perfecta. Y haré que tu hijo sea más
fuerte que tú. —Cierro los ojos y me aprieto la frente con el puño cerrado—. Volverás
a casa y liberaré a Anna. Tienes cuarenta y ocho horas, y luego la mataré. Tic-tac. —
La línea se corta y lanzo el teléfono al otro lado de la habitación, dejando una
abolladura en la pared de yeso.
Me aprieto los ojos con las palmas de las manos para no llorar, pero es inútil.
Tengo miedo, joder. Tengo miedo por Anna, tengo miedo por mi bebé y tengo miedo
por mí misma porque sé exactamente lo que me espera cuando vuelva allí. Él me
“reiniciará”. Meses de terapia de choque eléctrico, entrenamiento, ahogamiento y
condicionamiento reflejo. Sólo hay una manera de sobrevivir a eso, y es salir,
insensibilizarse. Nadie sale de allí con una pizca de humanidad intacta. La mente no
puede soportarlo, y por eso lo hace. No quiere humanos. Quiere soldados, robots,
asesinos sin conciencia.
Mis dedos rozan mi mandíbula y suelto las manos, encontrándome con la dura
mirada de Nero. ¿Lo recordaré? Cuando Nicholai borre de mí todo rastro de
emoción, ¿recordaré este sentimiento? ¿Sabré siquiera que lo amaba, o simplemente
me parecerá una debilidad lejana, nada más que la sombra de un recuerdo? Y mi
hijo... ¿lo amaré? No estoy segura que ni siquiera la madre naturaleza pueda anular
los métodos de Nicholai.
—Tiene a Anna.
—Lo sé.
—¿Qué? —Me pongo en pie y me alejo de él, negando con la cabeza—. ¿Por qué
no me lo dijiste?
—¡Joder! —Me paso ambas manos por el pelo—. ¿Cómo pasó esto, Nero? Me
dijiste que estaba protegida. —No puedo evitar sentir una pequeña punzada de
traición porque confié en él. Creí tontamente que la palabra de Nero, su poder, era
infinito. Y subestimé el alcance de Nicholai a pesar de todo lo que sé de él, y eso es
lo esencial: debería haberlo sabido. Dejé que mi nostálgica esperanza nublara mi
juicio y eso acaba de costarme caro. No dejaré que Anna pague el precio de mis
acciones. Me quiere a mí, no a ella. Ella no es más que un cebo. Un alma indefensa
atrapada en medio de la retorcida obsesión de Nicholai por mí.
—Él la matará. —Imagino todas las cosas horribles que le hará, las formas en que
la hará sufrir, sólo porque lo desafié—. Tengo que ir con él.
—No. —Su voz es engañosamente tranquila. Me giro para mirarlo, pero me pilla
desprevenida rodeándome con sus brazos por detrás. Me cruza el pecho con un
brazo y me aprieta las muñecas contra el cuerpo, mientras el otro me rodea la
cintura—. No te resistas —me susurra al oído. Los latidos de mi corazón martillean
mis tímpanos y mi respiración se entrecorta.
—Nero...
—No dejaré que lo hagas, Morte. —Su aliento me roza el cuello. Su duro cuerpo
es implacable—. No puedes opinar cuando se trata de la seguridad de nuestro bebé.
—Una...
—Morte...
—Sí.
—¿Qué?
—Nicholai cree que lleva las de ganar, y tenemos que dejar que lo crea,
adormecerlo con una falsa sensación de seguridad.... —Sus ojos oscuros se clavan en
los míos. Veo ese impulso en él, la necesidad de encerrarme y tirar la llave. Tengo
que hacerle ver—. Sé a dónde me llevará. Puedes venir por mí.
—No —gruñe.
—El amor no es una debilidad, Morte. Es una fuerza. —Ojalá pudiera creerle,
pero con tanta gente a la que quiero en juego, no me siento muy fuerte.
—Yo soy su única debilidad —digo lentamente—. Soy la única que puede
hacerlo, Nero.
Me siento en el sofá del despacho de Nero mientras hace varias llamadas. Miro
la pantalla del portátil, pero noto sus ojos clavados en mí. Mi pierna rebota
erráticamente. Siento que las paredes de la habitación me aprietan. Todo lo que
puedo ver en mi mente es esa imagen rota de Anna antes de que Nero la encontrara
y la comprara. Veo a la chica delgada y rota siendo violada por una cámara web para
el enfermizo entretenimiento de hombres depravados. ¿Le haría eso Nicholai?
¿Sobrevivirá a eso otra vez?
—Ah, mierda —murmura Gio, justo cuando golpeo a Rafael con el puño en la
mandíbula.
Uno de sus hombres se mueve, saco una pistola de la parte trasera de mis
vaqueros y le apunto a la cabeza.
—Perdiste a mi hermana.
—No creas que me lo tomo a la ligera. Los rusos mataron a tres de mis hombres
y fusilaron a otro. —Hay un borde en él, algo peligroso, y normalmente tomaría nota
de ello, pero hoy, preferiría matarlo.
—¡Me importan una mierda tus hombres! Se suponía que estaría a salvo contigo.
—Nero me prometió que estaba a salvo y odio que lo haya hecho porque ahora no
puedo creer en su palabra.
—Estaba fuertemente custodiada y en una de mis casas que sólo mis hombres
más cercanos conocen.
—Bueno, entonces parece que uno de tus hombres más cercanos es una rata,
Rafael. —Miro a los hombres que están a su lado. Nunca debí dejarla con otras
personas. Puedo ponerla en peligro, pero soy cuidadosa, Nero es cuidadoso. Sólo
mantiene cerca a su gente más leal. Ninguno de los hombres de Nero la habría
vendido, pero los forasteros pueden ser fácilmente comprados, y Nicholai tiene
mucho que ofrecer como pago.
—No. No tienes que confiar en ellos, me tienes a mí. —Me giro entre sus brazos.
Sus ojos oscuros, duros y decididos, se clavan en los míos—. Deja que yo me ocupe.
—Un aliento cálido me roza los labios, con el sutil aroma de la menta y el humo del
cigarrillo arremolinándose a mi alrededor—. Prométeme que no harás ninguna
estupidez. Dime que estamos juntos en esto. —Suena tan extrañamente vulnerable
y me rompe un poco el corazón. Es una promesa que sé que no puedo cumplir, pero
la hago de todos modos.
¿Y no es esta la forma en que esto siempre estuvo destinado a ir? Todo cerró el
círculo y estoy justo donde empecé con él; Anna y yo. Nero y yo no pudimos huir
de esto antes de lo que pudo el propio destino, porque nosotros lo orquestamos.
Cada movimiento que hicimos nos trajo aquí. Luchamos, matamos, es inherente a
cada fibra de nuestro ADN, y este es el precio que pagamos. La normalidad es un
deseo lejano, un sueño que no podemos alcanzar. Yo quiero alcanzarlo, más de lo
que quise nada en mi vida, pero no sacrificaré a nadie por el camino. No sacrificaré
a Anna hoy sólo para que Nicholai juegue otra mano y me atrape mañana. No, esto
tiene que terminar. Dejaré que Nero conspire y planee. Voy a ir junto con él por su
bien, pero tengo mi propio plan.
—Vamos. Tenemos que hablar con ellos —dice, me coge de la mano y me lleva
hacia su despacho.
Gio se sienta junto a Rafael en uno de los sofás y, una vez más, los planos están
sobre la mesita. A decir verdad, no estoy segura que Nicholai tenga a Anna allí. Esa
es su base principal, pero tiene otras y, por supuesto, conozco íntimamente la
disposición de esa base. Lógicamente, la llevaría a otra parte, pero entonces me dijo
que fuera a él. Allí es donde yo iría, así que tal vez ella esté allí.
Me pongo en pie. Todo el mundo se tensa, esperando que haga algo, pero en
lugar de eso me limito a pasar rozando a Rafael, fulminándolo con la mirada
mientras salgo de la habitación. Miro el reloj. Tengo cuarenta y cinco horas y nueve
minutos antes de llegar a Rusia. Voy directamente a la armería y abro la puerta de
la habitación del pánico, que también alberga todo el armamento. Al comprobar las
cámaras, veo que Nero y los mexicanos siguen en la oficina. Cojo un calibre 40 y un
cargador de repuesto y me meto ambos en la parte trasera de los vaqueros junto con
la 9 mm. A continuación, abro todos los cajones, echando un vistazo a las distintas
balas hasta que veo lo que busco. Hay dos pequeños botes plateados con puntas de
aguja. Los cojo, me los meto en el bolsillo de la sudadera y salgo de la habitación. Al
salir del comedor, me tropiezo con Tommy. Se sobresalta y se agarra el pecho.
—Soy yo —resoplo.
—Eres un marica.
Sonríe ampliamente.
—Me lo tomaré como un cumplido.
Tommy tiene esa inocencia, un lado que logró permanecer impoluto ante la
oscuridad que lo rodea. Me burlo de él, pero espero que nunca la pierda. Espero que
siempre vea la luz en la oscuridad, sin importar las circunstancias.
Frunce el ceño.
—¿Estás bien?
—Morte —susurra.
—Sí.
—¿Estás bien?
Ni siquiera un poco.
—Sí.
—Tengo que preguntar porque Rafael sigue vivo. —Puedo oír la diversión en su
voz.
—Tan pronto como esto termine, él es blanco fácil. —No sólo pierde a mi
hermana, sino que se la juega.
Le rodeo el cuello con los brazos y cierro los ojos cuando empuja dentro de mí.
Cada vez que estoy con él es un reclamo desvergonzado, una posesión completa
impregnada de algo tan crudo y real que casi siento que no puedo respirar sin él.
Nero siempre se siente como la esencia misma de la vida, al borde del abismo en
todo momento. Se mueve debajo de mí y entonces sus dedos son sustituidos por su
polla empujándome. Me agarra por las caderas y me guía lentamente hacia él. Es tan
intenso. Me consume por completo. Lo que antes era una batalla sangrienta ahora
parece la rendición más dulce, la fusión de dos almas destrozadas por la guerra
abrazando las cicatrices de la otra. Mis caderas ruedan sobre él, su respiración se
entrecorta y mis brazos aprisionan mi cuerpo al suyo. El placer me recorre y echo la
cabeza hacia atrás con un gemido bajo. Nuestros labios se encuentran y los frenéticos
besos se ralentizan, se hacen profundos y me drogan. Esta tensión flota en el aire
entre nosotros, todas las palabras que ninguno de los dos puede decir, y me
pregunto si él lo sabe. Me agarra la cara con las dos manos y me echa la cabeza hacia
atrás, deslizando su lengua por la mía, empujando y tirando. De un lado a otro.
Pienso en dejarle y se me aprieta el pecho porque es lo último que quiero. ¿Pero esta
no es nuestra realidad? Esto de aquí es un sueño, una vida a la que no tenemos
derecho. Ahora lo veo, y por muy difícil que sea abandonar los sueños, en algún
momento debemos despertar. Empuja contra mí, reclamándome, marcándome en
todos los sentidos.
Intento levantar los muros de acero que necesito para protegerme, pero mi
corazón permanece dolorosamente expuesto. Sus movimientos se vuelven lentos y
burlones. Está tan dentro que prácticamente forma parte de mí. Una lenta oleada de
placer crece y luego me invade sin cesar. Aprieto los labios contra los suyos y cierro
los ojos mientras una lágrima me recorre la mejilla. Se pone rígido debajo de mí, sus
movimientos se vuelven bruscos y brutales mientras gime mi nombre una y otra
vez.
—Te amo, joder. —Pega su frente a la mía y aspiro su aroma: cigarrillos y whisky
teñidos de menta.
Cerrando los ojos, mi mano se desliza bajo la almohada. Casi espero que me
detenga porque no quiero hacerlo. Me rompe el corazón traicionarlo. Le beso
suavemente y dejo que mis labios se posen sobre los suyos. Mis dedos rodean el
pequeño bote y pienso en Anna. En un abrir y cerrar de ojos, le clavo el dardo en el
cuello. Se queda quieto y yo retrocedo para ver su expresión de sorpresa.
—Lo siento. —Se me quiebra la voz cuando las lágrimas caen libremente por mi
cara.
En lugar de apartarme de él, me acerco y lo beso. Mis lágrimas caen sobre sus
labios.
—Te amo, Nero. Confía en mí. —Sus ojos empiezan a caer y su abrazo se afloja—
. Un día, volveré a ti. —Pone los ojos en blanco y lo beso por última vez antes de
separarme de él. Me pongo unos vaqueros negros y una sudadera antes de coger la
bolsa que dejé debajo de la cama. Le echo una última mirada a Nero y, por segunda
vez, me voy con su olor aún pegado a mi piel y su sabor en los labios. Solo que, esta
vez, siento como si acabara de arrancarme mi propio corazón palpitante. Esta vez
hay mucho más en juego.
Se inclina hacia delante, dejando que el cigarrillo cuelgue de sus dedos mientras
apoya los codos en los muslos.
—Sí.
—Sí, pero Anna nunca desearía que sacrificaras a un niño inocente, Ángel.
—Tengo un plan.
—No lo sé. —Me siento en caída libre, atrapada en una situación desesperada.
Pero Nero siempre dice que la vida es una partida de ajedrez gigante. Todo lo que
tengo que hacer es posicionar a los jugadores clave—. Necesito que me hagas un
favor —le digo. Él asiente—. Si no libera a Anna, negocia para que vuelva. Una vez
que me tenga, no la necesitará. Deja que le dé un buen uso en otra parte.
—¿Negociar qué?
—Sí.
—Ofrécele su uso. Conseguir armas por la frontera sur es el punto de acceso más
fácil a América, pero los cárteles no permitirán a los rusos ningún punto de apoyo.
Sus cejas bajan sobre unos ojos negros como el carbón que brillan en la oscuridad
del apartamento.
—Mira, no será por mucho tiempo. De todos modos, Nicholai no es de los que
faltan a su palabra. Creo que la dejará ir.
—Eres su mascota favorita, Ángel. Y demostraste ser rebelde. Tiene los medios
para controlarte, no creas que renunciará a eso fácilmente. —Asiento con la cabeza—
. Vete. No te vi.
—Gracias.
—Y Una...
—¿Sí?
—¿Dónde nos vemos? —dice con su marcado acento sureño. Billy es un piloto
que me sacó de algunos apuros. Es muy bueno falsificando el papeleo necesario para
planes de vuelo falsos.
—Teterboro. Estaré allí en media hora —grito por encima del rugido del motor
de la moto.
—Sí, señora. —Cuelga y yo meto una marcha menos, enviando la moto a toda
velocidad hacia el puente George Washington. Puede que esté lejos de Nero, pero
nunca subestimo su poder ni su alcance. Nueva York es su ciudad, y mientras yo
esté en ella puede atraparme. No sé qué me asusta más ahora, Nicholai o lo que hará
Nero. Se va a enojar mucho. Ojalá hubiera podido explicárselo, pero no escuchará
nada racional cuando se trata de mí o del bebé. Que Nicholai se haya llevado a Anna
me forzó, pero también me hizo darme cuenta que no podemos huir. Podríamos
luchar, pero nos supera en todos los sentidos. Llegó a Anna, y eso significa que
puede llegar a mí, así que estoy tomando el control. Estoy tomando una página del
libro de Nero y jugando inteligentemente, siendo estratégico. Acabaré con esto, de
una forma u otra.
Cuando llego a la pista, el guardia me echa un vistazo y me hace pasar. Una vez
más, el alcance de Nicholai es grande. Esta es una de las pistas que usamos para
entrar y salir del país sin ser vistos. La Elite son fantasmas, y los fantasmas vuelan
siempre bajo el radar. Los americanos no tienen por qué saber nunca de nuestra
existencia, ni siquiera con alias si puede evitarse.
—Creía que no se podía fumar cerca del combustible de los aviones —le digo
secamente.
Sonríe, coge el cigarro y lo echa por el hangar. Pongo los ojos en blanco. Jesús,
esto es lo que pasa cuando contratas a un torpe para que te lleve. Le pongo un
montón de billetes en la mano y subo los escalones.
—¿No estás alegre esta noche, rubia? Ya sabes, lo dejé todo para llevarte.
—Ahí tienes una chaqueta —me grita Billy desde la cabina. Cojo la chaqueta de
invierno que hay sobre uno de los asientos libres y me la pongo. Ni siquiera pensé
en ello y, por supuesto, Rusia está helada.
—¡Gracias! —grito y bajo los escalones. Mis botas dejan huellas en la pista
nevada. El viento helado muerde cualquier piel expuesta, haciéndome temblar
violentamente. Olvidé lo que es el frío de verdad. Moscú es como un infierno
apocalíptico en invierno. Aterrizamos en otro aeropuerto privado en las afueras de
la ciudad, y ahora, Nicholai sabrá que estoy aquí. Tiene espías por todas partes, pero
este es un punto de entrada bratva y está constantemente vigilado. Acelero el paso,
troto hasta la puerta que da salida al aeropuerto y me agacho bajo la barrera. La pista
de aterrizaje está justo en medio de una pequeña ciudad, de nuevo, por lo que puede
ser fácilmente vigilada. Avanzo por una de las calles laterales y miro rápidamente
por encima del hombro antes de detenerme frente a un garaje viejo y destartalado.
La pintura de la puerta está descascarada y las bisagras se encuentran en un ángulo
extraño, mientras la madera podrida se hunde pesadamente. Saco las llaves de la
moto del bolsillo, selecciono una pequeña llave oxidada y abro el candado de hierro,
sacudiendo la cerradura hasta que por fin se abre. Tengo que levantar todo mi peso
detrás de cada puerta para empujarla y abrir un Jeep Cherokee antiguo. En todo el
mundo, Sasha y yo tenemos pisos francos, almacenes llenos de provisiones y coches.
Este es uno de los de Sasha.
Los minutos se convierten en horas y pienso en Nero. Miro el móvil y veo que la
batería parpadea en rojo. Lo pienso sólo un momento antes de marcar su número.
Es estúpido y sentimental, y sé mejor que nadie que no tengo espacio para
sentimientos, pero sólo una última vez.
—Una. —Su voz está tensa y apretada, impregnada de una rabia que haría que
los hombres adultos se encogieran de miedo.
—Capo —susurro.
Se hace un silencio.
—Estás en Rusia.
—Date la puta vuelta, ahora mismo. Estés donde estés, detente. Iré por ti.
—No puedo.
Suena tan dolido, y detrás de toda esa rabia sé que debe estar agonizando. Mis
ojos vuelven a palpitar con lágrimas no derramadas y me muerdo el labio con rabia.
—¿Pero tú no?
—Prometí que volvería a ti de una forma u otra. —Aunque sólo se quede con un
trozo de mí, ese bebé tendrá los mejores trozos. Los impolutos.
—Morte, por favor... —Se le quiebra la voz y aprieto el volante con fuerza hasta
que los nudillos se me ponen blancos.
Tras horas de conducción, giro por una pista desolada que apenas se distingue
en la espesa nieve, pero podría encontrar este camino con los ojos cerrados. Del
mismo modo que un pájaro siempre sabe adónde emigrar, esto es instintivo.
Después de todo, una vez llamé hogar a este lugar. Una pared de nieve se precipita
sobre mis faros mientras sigo la línea de árboles. Finalmente, un punto brillante de
luz se hace visible en la distancia. Cuanto más me acerco, más brillante y grande se
hace esa luz singular. Detengo el coche justo delante de la verja de alambre metálico
de dos metros y medio de altura. El alambre de espino se cierne ominoso, con sus
bordes dentados proyectando sombras a través de la luz.
—Vengo a ver a Nicholai —grito por encima del viento, volviendo a mi lengua
materna.
Me apuntan con un rifle y el tipo de la derecha mueve la cabeza hacia atrás. Sus
rostros están cubiertos, lo que me impide distinguirlos. Camino hacia el pequeño
edificio de hormigón enterrado en la nieve. El tejado es una cúpula curva y, para el
ojo desprevenido, no parece más que un viejo hangar de aviones, pero se hunde muy
por debajo de la tierra y es un laberinto impenetrable de túneles construidos para
resistir un ataque nuclear. Nicholai es un paranoico y un demente.
Aunque todos los músculos de mi cuerpo están tensos, listos para luchar, me
mantengo estoica. Reconozco plenamente la amenaza que tengo delante. Y es
extraño, porque aunque estuve lejos durante varios años, siempre vi a Nicholai
como una figura paterna, alguien que me ayudaba, que me hacía fuerte. Sabía que
tenía defectos. Sabía que era duro y cruel, pero lo aceptaba. Le fui leal. Hasta ahora.
Hasta que quiere a mi hijo. Porque de repente, las cosas que hizo, sus métodos y sus
motivaciones, no se justifican. Y no es hasta ahora, hasta que quiere a mi hijo, que lo
veo tan claro. Nicholai no es mi salvador, sino mi perseguidor. Ahora lo veo como
la criatura enferma y retorcida que es.
—Está a salvo.
—Mi dulce Palomita. —Me aprieta la mandíbula con una risa maníaca—. No
eres nada aquí. —Aprieta hasta que el dolor irradia a través de mi cara—. Sólo eres
lo que yo te hice. Eres. Eres. Una decepción.
—Ah, ya ves... —se mete las manos en los bolsillos y camina unos pasos hacia la
derecha—. Siempre fuiste la mejor, Una. Mejor que nadie. —Sus ojos azules como el
hielo se cruzan con los míos—. Me hacías sentir orgulloso.
A una señal silenciosa, unas figuras emergen de las sombras del garaje. Al menos
una veintena, todos armados, todos de Elite. No serán tan buenos como yo, pero no
puedo con veinte.
—Lo habría hecho. Pero sigues insultándome y deshonrándome a cada paso. Por
lo tanto, no te daré ese gusto. Tu hermana se quedará aquí. Tal vez ella te motive. —
Tenía la sensación que iba a hacer esto, y hace que mi tarea aquí sea infinitamente
más difícil. Dos figuras se mueven a cada lado, una apuntando un arma a mi cabeza,
la otra apunta el arma a mi estómago. Parece que Nicholai los está haciendo tan
despiadados como siempre. Sin otra opción, suelto la pistola y levanto las manos.
Me conducen por pasillos que podría recorrer con los ojos cerrados, temblando
violentamente mientras las paredes de hormigón de la fortaleza subterránea parecen
emitir frío como el interior de un frigorífico. Estoy encerrada en una celda en la
misma ala en la que estuve la primera vez que vine aquí. Nicholai me salvó de las
garras de unos violadores para traerme aquí y encerrarme. Me quedé aquí durante
semanas. Los guardias no me hablaban. Me privaron de sueño, de comida, me
golpearon... y al cabo de semanas, Nicholai “reapareció”, diciéndome que tuvo que
dejarme. Yo tenía trece años. Perdí a mis padres, me separaron de mi hermana, casi
me violaron... Él parecía un salvador para una niña que nunca tuvo nada. ¿Y qué
tenía que hacer yo a cambio de su amabilidad, su respeto, su adoración? Tenía que
ser fuerte. Tenía que ser la mejor. Tenía que matar. Y mientras hiciera esas cosas,
creía que tenía su amor. Creo que lo necesitaba porque a pesar que me lo sacó a
golpes, a pesar que me obligó a dispararle a Alex... ¿no es el amor el único motivador
real en este mundo? Como humanos, lo ansiamos, lo necesitamos y haríamos casi
cualquier cosa por él. Es nuestra última e inevitable debilidad. Vendí mi alma por el
amor de un hombre que utiliza la adoración de niños indefensos para construir un
ejército.
NERO
—Está a sólo treinta kilómetros de la base —Gio coloca un iPad sobre la mesita.
Un pequeño punto rojo parpadea en un mapa. Cuando atrapamos a Una por
primera vez en París, la dejamos inconsciente y le pedí al médico que le colocara un
rastreador en la nuca. Ella nunca lo notaría, y espero que los rusos no busquen
rastreadores en ella—. Incluso si pudiéramos llegar a ella, Nicholai tendrá fuerzas
terrestres tan cerca de la base. Sería una misión de rescate suicida.
—Encuentra una forma de contactar a Sasha —le digo a Gio. Es bueno con los
ordenadores y hackeando mierdas. Estoy seguro que puede encontrar una manera
de enviar un mensaje al tipo. Puede que ahora sea nuestra única forma de contactar
con Una. Gio asiente y sale de la habitación.
Jackson me mira.
Espero que tenga razón, o pondré a la bratva de rodillas con mi ira. Después de
todo, sin ella, sin mi niño, ¿qué tengo que perder?
—Quizá quieras retroceder —me dice con una sonrisa malévola. Rodeamos mi
coche y nos agachamos detrás de él. Un par de sus hombres utilizan el coche
aparcado detrás del mío para cubrirse. Jackson me entrega el móvil de aspecto
primitivo. Mantengo pulsado el uno durante varios segundos, y entonces, la calle
detrás de nosotros estalla. El estruendo es tan fuerte que me pitan los oídos. Las
ventanas de los edificios cercanos saltan por los aires y el calor me azota.
—Nero —dice cuando descuelga, su voz se oye por los altavoces del coche.
Jackson mira por la ventanilla, intentando deliberadamente parecer que no presta
atención.
—Nicholai tiene a Una. —Mi voz suena mucho más calmada que la rabia que
me quema por dentro—. Es una llamada de cortesía. Quizás ahora sería un buen
momento para llamar a tus contactos rusos.
—Ya empecé, pero voy a quemar todo lo que tienen los rusos hasta los cimientos.
Diles que por cada puto día que mi mujer y mi hijo no estén conmigo, mataré a una
mujer y a un niño rusos.
Se aclara la garganta y sé que, por mucho que odie a Una, detesta la idea que un
niño de sangre italiana, su sangre, luche por el enemigo.
—Déjame llamar a Dimitri. Puedo razonar con él. —Dimitri Svelta, en lo alto de
la bratva con vínculos en el gobierno ruso. Es un corrupto, pero puedo lidiar con él.
No se puede razonar con la locura de Nicholai.
—Los bratva permitieron a Nicholai hacer esto durante años. Les construyó un
ejército.
—Puedo hablar con ellos sobre el niño, pero ella es rusa, Nero —dice, como si
perteneciera a Nicholai, una propiedad que se puede comprar y vender.
—Ella es mía. Ese bebé es mío. Y no estaba pidiendo permiso. Esto es lo que haré.
Ponte en mi contra y desataré tus secretos, viejo. Intenta detenerme y te convertirás
en el enemigo. Pásale el mensaje a Dimitri. —Cuelgo y me reclino en el asiento,
pisando a fondo el acelerador.
—Una guerra de la que los rusos nunca fueron testigos. —Le miro—. Te pido
que entres en un baño de sangre. ¿Estás conmigo?
—Como si tuvieras que preguntar. Soy el único cabrón que podría estar casi tan
enfermo como tú. —Resopla—. Recuperaremos a Una. Eres mucho más manejable
cuando ella está cerca. Quiero decir, estoy de acuerdo con la sangre y los cuerpos,
pero Cesare probablemente se esté cagando encima ahora mismo. —Se ríe y sacudo
la cabeza.
Más vale que Cesare se recupere, porque ahora mismo le arrancaría la puta
cabeza sin pestañear.
NERO
Paramos en el muelle de embarque y salgo del coche. El olor salobre del puerto
me golpea mientras Gio viene a ponerse a mi lado. Nos dirigimos hacia el pequeño
laberinto de contenedores que hay en el centro del muelle. Esa rabia constante me
está golpeando, consumiéndolo todo en su intento de llenar el vacío dejado por
haber arrancado a Una de mi lado. Las bisagras chirrían con fuerza cuando abro la
puerta del contenedor azul oscuro, la pintura se desprende del hierro que hay
debajo. La única bombilla instalada en el techo proyecta un intenso resplandor
amarillo sobre el interior del contenedor. Jackson y Devon están aquí, ambos con
una máscara pétrea. Jackson me saluda con la cabeza cuando entro. Devon es joven
para ser un capo, y a diferencia del corpulento bulto de Jackson, podría ser un
hombre de negocios, un joven banquero o algo por el estilo, salvo por el hecho que
es un mierdecilla sediento de sangre. Gio es mi segundo porque lo conozco de toda
la vida. Tiene moral, y es la única persona que puede refrenarme cuando voy
demasiado lejos, que es a menudo. Jackson y Devon son mis capos porque no tienen
ninguno. Jackson se aparta y deja ver dos figuras acurrucadas contra la pared del
fondo, una abrazada a la otra.
Jackson les quita las bolsas de la cabeza y ambos parpadean. la mujer tiene
probablemente unos treinta años. tiene la cara manchada de lágrimas y el pelo
oscuro pegado a las mejillas. el chico es un adolescente. a pesar de haberse meado
encima, no llora, aunque le tiembla el labio inferior. Son la mujer y el hijo de un líder
de la bratva aquí en Nueva York, y eso es lamentable para ellos.
Mientras los miro, sé que debería sentir algo, porque incluso para mí esto es
malo. Estas personas son completos extraños para mí. Ellos no tomaron Una. No
quieren llevarse a mi hijo. Y quizás, mientras miro a este niño, debería pensar: ¿y si
fuera mi hijo? Pero no lo hago. Sólo siento una fría furia. No pienso en otra cosa que
en enviar a Nicholai un mensaje alto y jodidamente claro: seguiré yendo por ti, y
derramaré sangre inocente hasta que las calles de Nueva York se tiñan de rojo.
—No me cuestiones.
—Estás cruzando una línea de la que no podrás volver —me suplica, con la
mirada entre la mujer que tengo delante y yo. Ella se vuelve y coge a su hijo en
brazos mientras llora.
—En la guerra hay bajas, Gio. Hasta que recupere a Una, esto es la puta guerra.
—Levanto la pistola y aprieto el gatillo. Puede que sea tan malo como Nicholai. No
me importa.
NERO
Diez días. Pasaron diez días desde que Una se fue y siete días matando rusos sin
piedad. Diría que la sangre me pesa, pero no es así. Cesare me suplicó que pare. Él
no tiene el estómago para tomar las decisiones difíciles. Cree que esto puede
resolverse con palabras y tacto. El simple hecho es que las líneas de batalla deben
ser dibujadas con sangre.
Abro el escritorio y saco la pistola del 45 que guardo allí, compruebo el cargador
y vuelvo a deslizarla con un sonoro clic. Llevo el calibre 40 atado al pecho. Si eso no
es suficiente, estoy jodido.
—¿Y eso por qué? —le pregunto—. ¿Porque ya no quiere ser miembro del club
de los chicos?
Su mandíbula se tensa un segundo, y luego se agacha y desliza su pistola por el
suelo. Frunzo el ceño, confundido, e imito su gesto. Apenas tengo tiempo de
parpadear antes que me dé un fuerte puñetazo. Retrocedo un paso, pero él vuelve a
golpearme en la cara. Una sonrisa se dibuja en mis labios, me agacho y le golpeo en
las tripas. Ni siquiera se inmuta y me golpea las piernas de una patada. Caemos al
suelo intercambiando puñetazos y golpes hasta que cada parte de mi cuerpo grita
de agonía. El sabor de la sangre en mi lengua es su propio subidón, y me hace
enloquecer con un tipo de violencia que no sentí en años. Me pongo a horcajadas
sobre su cuerpo y le doy un puñetazo en la garganta. Se atraganta antes de
pincharme en el riñón y luego en la sien. Aturdido, me inclino hacia un lado, y
entonces él está encima de mí, con las manos alrededor de mi garganta. Lo golpeo
en las costillas, el estómago, la espalda. En todas partes, pero se aferra como una
pitón y mi oxígeno disminuye. Jesús, es como el maldito Terminator. En un último
esfuerzo, le agarro el codo con fuerza y lo empujo contra el hombro. Oigo el
satisfactorio chasquido de su hombro al dislocarse y su pequeño gruñido de dolor.
Sus dedos se aflojan y aprovecho para empujarlo a un lado y alejarme de él a gatas.
Mi visión se nubla mientras me desplomo contra la pared, observando cómo se
arrodilla y golpea con el brazo el lateral de la barra del desayuno para recolocar el
hombro. Al final se desploma contra la barra. Y aquí estamos sentados, los dos
respirando agitadamente, magullados y sangrando.
—Por supuesto.
Sonrío.
—Bueno, quizá deberían haber enviado a más hombres. —Hago un gesto hacia
los dos cadáveres esparcidos en mi vestíbulo.
—Yo... sí.
—Ella solía ser diferente, ¿sabes? Antes de Alex. Eran mejores amigos. Ella lo
amaba. Vi la forma en que lo miraba, como si fuera lo único que la hacía feliz. Tenía
dieciséis años cuando Nicholai la obligó a dispararle. —Jesús, eso es jodido, incluso
para mis estándares—. Ella no fue la misma después de eso. Nunca la volví a ver
feliz.
Duda.
—No.
—La amas.
—Ella me hace feliz. —Es una declaración tan simple, casi inocente, que no es
una palabra que jamás asociaría con Sasha.
—Una vez me dijo que juntos, tú y ella, eran los mejores. —Asiente una vez—.
Entonces sé el mejor, pero lucha por una causa. Elige un bando, Sasha. —Me agacho
y recojo mi arma, entregándosela. Confío en él porque Una confía en él. Esa maldita
mujer me tiene haciendo estupideces por ella.
—Por supuesto.
—Hora de conocer a tu bebé. —¿De qué está hablando? Se hace a un lado y una
mujer lo sustituye. El pinchazo de una aguja me roza el brazo y luego desaparece.
Nicholai toma mi mano entre las suyas y me acaricia la mejilla. Consigo
concentrarme en él, en sus gélidos ojos azules. Una suave sonrisa se dibuja en sus
labios—. Me alegro mucho que estés en casa. Todo esto acabará pronto y volveré a
hacerte fuerte. —Las lágrimas amenazan y aprieto los ojos—. En cualquier momento
—dice.
Mis ojos se abren de golpe cuando mi estómago se aprieta como una banda de
acero.
—¿Qué pasa?
—Sasha. —Se detiene a mi lado, con el cuerpo erizado de tensión. Me doy cuenta
que tiene un brazo en cabestrillo pegado al pecho—. ¿Qué te pasó? —Su otro puño
se cierra con fuerza. No dice nada por un momento—. ¿Sasha? —Casi puedo estirar
los dedos y rozar su mano. Se estremece antes que sus ojos se encuentren con los
míos.
—¿Está...?
Sacude la cabeza.
—Por supuesto. —Es Nero. Vive para la guerra. Tengo que confiar en que puede
ganar esta.
—¿Por qué?
Aprieta los labios y mueve los ojos por la habitación gris y sombría.
—Por favor, Sasha. —Quiero ayudar a Anna, de verdad, pero tengo que confiar
en que Rafael hará lo que le dije y negociará por ella—. Necesito tu ayuda.
—No puedo ayudarte. —Su voz es tensa, sus ojos verdes cautelosos. Sasha se
rige por el deber, y sé que la probabilidad que vaya contra él por cualquier motivo
es escasa, pero tengo que intentarlo.
Apoya las manos en el borde de la cama y deja caer la cabeza hacia delante.
Aprieto los dientes bajo la siguiente oleada de dolor.
—Sasha...
—Se dice que el parto es lo más doloroso que puede experimentar una persona.
—Otra contracción me agarra y me tiro de la cama, tirando de las correas y luchando
contra las ganas de gritar—. ¿Recuerdas lo que te enseñé, Palomita? —No le contesto
porque no puedo—. Te enseñé que el dolor está en la mente, y así, no tendrás drogas.
—Me acaricia la mejilla, besándome suavemente la frente—. Traerás a ese niño a este
mundo, y dejarás que sea un recordatorio que eres Una Ivanov. Ese niño te será
arrancado, y con él, esta enfermedad, esta debilidad que permitiste que te infecte. El
dolor te castigará y te limpiará. —No puedo asimilar sus palabras porque me invade
otra oleada de agonía cegadora. Y tiene razón, es el peor dolor que experimenté
nunca. Me dispararon, me quemaron, me cortaron, me ahogaron, pero esto... siento
como si me partieran el cuerpo en dos, como si me destrozaran trozo a trozo.
—Puja, puja, puja —dice una de las enfermeras. Y lo hago, pujo, y un grito se
escapa de mis labios mientras mis uñas se clavan profundamente en mis palmas.
Nicholai sonríe y se da la vuelta, abandonando la habitación. Vuelvo a tumbarme en
la cama y se me cierran los ojos. Ojalá Nero estuviera aquí. Unos dedos cálidos se
entrelazan con los míos, apretándolos con fuerza, y cuando abro los ojos, Sasha está
allí.
—Puedes hacerlo, Una. Eres la persona más fuerte que conozco. —Pero no lo
soy.
Parece eterno, hasta que una sensación se mezcla con la siguiente y todo lo que
siento es un dolor tan intenso que parece latir con los latidos de mi corazón. Otra
oleada de dolor se apodera de mí, tan fuerte que se me nubla la vista.
—¡Puja! —Encuentro el último vestigio de fuerza que me queda y pujo con todas
mis fuerzas. Casi al instante, el dolor disminuye, mi cuerpo se relaja y me desplomo
contra la cama. Solo quiero cerrar los ojos y dejarme llevar. Y entonces, oigo un ruido
que hace que mi corazón tartamudee en mi pecho. Un llanto tan pequeño y delicado,
tan fuera de lugar en este infierno de cemento. El médico me coloca esta cosa
diminuta en el pecho y yo lo miro, lo miro a él. Su piel rosada está cubierta de sangre,
pero es perfecto. En un solo latido, todo mi mundo se inclina sobre su eje. Todo lo
que creía importante deja de serlo de repente, sólo él. Mi bebé. Intento tocarlo, pero
mis manos siguen inmovilizadas. Con él aquí, delante de mí, la realidad de nuestra
horrible situación me golpea con fuerza. Las lágrimas me recorren las sienes y deseo
más que nada poder abrazarlo.
La puerta se abre y, sin más, lo sé. Nicholai está de pie a un lado, con una sonrisa
de suficiencia en la cara.
Extiendo mis dedos sobre su pequeño cuerpo, deseando que fuera suficiente
para mantenerlo aferrado a mí, pero esto siempre fue una batalla perdida. Sé que la
única forma de salvarlo es dejarlo ir. Pero mi corazón no puede soportarlo y en mi
cabeza bulle una necesidad sin precedentes que me pide a gritos que me aferre a él,
que no lo suelte nunca.
Mis pulmones empiezan a arder y mis dedos se crispan, una reacción nerviosa,
mi cuerpo me grita que esto no es bueno. El dolor está en la mente, y el miedo no es
más que una emoción inútil, así que lo reprimo como me enseñaron. La mano que
me rodea la nuca me levanta y aspiro una bocanada de aire. Nicholai está de pie al
otro lado del tanque, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Se
acerca y me estudia, evaluando cada detalle, cada pequeña reacción.
—¿Ocultar qué?
—El fuego en tus ojos. La ira. Ahora me odias, pero con el tiempo lo verás. Lo
hago porque te quiero. Te haré fuerte de nuevo, y entonces todo volverá a ser como
antes. —Aprieto la mandíbula y asiento—. Pero primero, debo recordarte lo que
eres. Eres una criatura de mi creación, palomita, y te romperé una y otra vez hasta
que lo recuerdes, hasta que no sepas nada más. —Un temblor de miedo recorre mi
cuerpo y la piel se me pone de gallina. Sé qué hará exactamente lo que dice, y sé que
no soy lo bastante fuerte para ello. Pensé que podría hacerlo, pero estando aquí
recuerdo por qué me convertí en su criatura. Simplemente porque era más fácil. Si
dejas ir tu alma, no puedes sentir como es diezmada una pieza a la vez.
Hace un frío de cojones. Estoy sentado en un coche con Gio en el asiento del
copiloto, y estamos aparcados al lado de una estrecha carretera rural que está medio
escondida bajo la cubierta del bosque. La nieve cae a nuestro alrededor, y aunque
puedo ver mi aliento frente a mi cara, no podemos encender el motor.
El trato que hice con Sasha fue vago en el mejor de los casos. Él me ayudaría.
Ayudaría a Una. Pero tenía que detener los asesinatos, pasar desapercibido y esperar
a que se pusiera en contacto conmigo. Así que aceptó, y volvió a Rusia con un
auténtico agujero de bala en el hombro. No fue fácil. Pasaron semanas y todo estuvo
inquietantemente tranquilo. No hacer nada pareció una lenta tortura.
Estoy de los nervios porque estamos en Rusia. Sólo puedo esperar que eso
signifique que Una escapó de algún modo. Pasan los diez minutos y cada vez estoy
más nervioso cuando veo unos faros a la vuelta de la esquina. Llevamos aquí casi
una hora y no vi ni un coche en esta carretera. El coche nos adelanta y se mete en un
arcén poco profundo antes de apagar el motor.
Gio me mira.
Cojo el trozo de papel que está metido en la manta y leo por encima la escritura
desordenada.
—Sí, lo hizo. —Ahora sólo puedo esperar que no haya sido un sacrificio.
Mientras lo tengo en mis brazos, nunca amé tanto a Una. La necesito. Él la necesita.
Protegeré a nuestro hijo con mi vida hasta que ella vuelva a casa. Ella me lo
prometió.
—Revienta el camión. —Paso por encima de los cuerpos mientras vuelvo al
coche.
UNA
Mi espalda golpea el suelo de cemento con un ruido sordo que resuena en mis
huesos. El tipo me clava la rodilla en el pecho y me asesta tres golpes en la cara.
Levanto la guardia, pero es inútil. Mis músculos están débiles por haber estado tanto
tiempo en coma inducido. Mi cuerpo está blando y aún se recupera del bebé que
tuve hace sólo una semana. Pero esto es ser Elite, dolor y sufrimiento, porque la
debilidad no se tolera. Nicholai está demostrando un punto, y castigándome.
—Pensé que se suponía que era la mejor —dice mi oponente, gruñendo mientras
da otro puñetazo. Algunos de los otros Elite se ríen por lo bajo. El chico es arrogante
y falto de respeto. Le permito que me propine dos golpes más, dándole una falsa
sensación de seguridad, antes de ponerme a cubierto y hacer acopio de todas mis
fuerzas para asestarle un puñetazo en la garganta. Sus ojos se abren de par en par y
tose, intentando respirar por la tráquea colapsada. Le empujo y su cara empieza a
ponerse morada.
—Una vez fuiste la mejor, Una. —La decepción pinta sus rasgos. No digo nada
y él se limita a sacudir la cabeza antes de salir por la puerta. Sasha está apoyado en
la pared junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Frunce el ceño y
se aparta de la pared para pasar junto a mí. En cuanto se pone delante de ellos, todos
los Elite se ponen firmes.
—Adam, vuelve a la fila —suelta, y el chico que acaba de darme una paliza se
pone en pie, agarrándose la garganta—. Toma nota. La subestimas porque la ves
débil, y ahora mismo lo es. Pero... —Retrocede hasta quedar a mi lado—. Una Ivanov
es la única soldado que recibió el nombre de Ivanov. Ella es temida por hombres
mucho más letales que cualquiera de ustedes. Por todos los medios, aprovéchate de
su debilidad, es lo que hace un buen luchador, pero no le faltes al respeto. Incluso
en su punto más débil te supera, Adam. —Me erizo ante el hecho que me llame débil
continuamente—. Pueden retirarse. —Se alejan, dirigiéndose a los barracones al
fondo de la sala de entrenamiento. Se vuelve y me mira, con los ojos tocando varios
puntos de mi cuerpo, evaluando las heridas—. Te fuiste a la mierda.
—Este es el primer día. Si no te adaptas rápido, dejará que te maten, Una. Sólo
recuperarás su gracia si te conviertes en lo que eras. Debes ser la mejor.
Tiene razón. Sé que tiene razón. Se acerca a la enorme bañera de metal y abre el
grifo antes de ir al congelador de acero del rincón y echar varios cubos de hielo en
el agua. Me quito la ropa, me acerco a la bañera y respiro hondo antes de echar la
pierna por encima. La forma más fácil de darse un baño de hielo es hacerlo rápido,
así que me meto rápidamente con los dos pies, aspirando profundamente antes de
caer bajo el agua.
—Creo que prefiero las electrocuciones —digo apretando los dientes. El frío
helado sólo aumenta el dolor palpitante que recorre cada centímetro de mi piel.
—No. ¿Por qué? —Sus ojos verdes se cruzan con los míos y vacila un segundo—
. ¿Por qué? ¿Qué le pasó, Sasha?
—Se lo llevaron. Nicholai sólo puede suponer que debe ser un topo, alguien a
quien Nero Verdi pagó.
—¿Por qué cree que es Nero? —Sus ojos recorren la habitación y sé lo que está
pensando, no hay nada seguro en este lugar. Todo se oye.
—Tu italiano estuvo haciendo un buen baño de sangre. Le declaró a Dimitri que
por cada día que no los tuviera a ti y a su hijo, mataría a una mujer rusa y a su hijo.
Aunque se detuvo después de que intenté matarlo. Sólo podemos suponer que teme
las repercusiones de sus precipitadas acciones. —Me resisto a sonreír. Nero no teme
a nada y agradecería las repercusiones. Sasha hizo un trato con él. Es la única
explicación plausible. Lo que significa que Sasha ayudó a sacar a mi bebé de aquí.
Mintió cuando dijo que no me ayudaría.
Cuando me retiro, asiente. La idea de que Nero tenga a nuestro bebé, que esté a
salvo, hace que el dolor de mi pecho disminuya. Y sin él, el dolor físico parece una
carga fácil de soportar. Ahora debo concentrarme en mi misión aquí. Debo volver a
sumergirme en la Elite, convertirme en la mejor, ganarme su respeto, y luego, con la
ayuda de Sasha, voy a derribar a Nicholai, rodeado de los mismos soldados que él
entrenó.
Cierro los ojos y aprieto los dientes, esperando a que me toque. Todo mi cuerpo
tiembla, exigiendo que reaccione. Ya estuve aquí antes, cuando me entrenaron, pero
fue a propósito, por una razón. Esto... esto parece un castigo y poco a poco, pedazo
a pedazo, está destrozando mi humanidad.
Oigo el movimiento de pies. Una palma rodea mi brazo, el frío metal del guante
toca mi piel antes de descargar una descarga eléctrica masiva. Matar, matar, matar.
Es mi único pensamiento, una y otra vez hasta que no puedo comprender nada más.
Mi mente se apaga por completo. Reacciono, el instinto se impone a todo. Es como
si estuviera viendo la televisión, viendo cómo otra persona le rompe el brazo al
hombre y le parte el cuello con tanta fuerza que la mandíbula inferior se le desprende
casi por completo. Otro Elite avanza hacia mí y veo cómo voy mano a mano con él.
Levanta una pistola y yo le empujo la muñeca hacia un lado, rompiéndole el brazo
hasta que la pistola le apunta a su propio pecho, entonces aprieto el gatillo dos veces,
acabando con él. Otro empieza a acercarse...
Agarro la madera lisa y la envuelvo con los dedos. Vadim está de pie frente a
mí, con los brazos abiertos mientras sujeta su propio bastón. Una pequeña sonrisa
se dibuja en sus labios mientras me observa. Es unos años más joven que yo, pero es
bueno.
—No existen las peleas justas. Usa las armas que tienes. Sé más listo que tu
oponente. —Levanto una ceja y agarro la madera, arrancándosela de un tirón. Gruñe
de dolor y cierra los ojos—. Y agradece que te haya apuntado al hombro y no a la
garganta.
Sasha se pone a mi lado y le hace señas a alguien para que ayude a Vadim.
—Llévenlo al médico.
La sala se llena con el sonido de un lento aplauso y tanto Sasha como yo nos
giramos para ver a Nicholai caminando por la zona de entrenamiento, con una
amplia sonrisa en la cara.
—Sí, y los dos vendrán conmigo, pero antes... —Una sonrisa retorcida se dibuja
en sus labios—. No cree que Anna siga viva. Quiere pruebas de vida. Irás con ella,
Palomita, y le cortarás el dedo meñique. Tiene un tatuaje en él, ¿no? Un número de
esclava.
—De acuerdo.
Ladea la cabeza, como esperando una reacción mía. Sé que está buscando
cualquier signo de debilidad, pero no lo encontrará. Hace tiempo que me preparé
para el hecho que Anna y yo probablemente muramos aquí. ¿Es un sacrificio justo?
No. Pero no puedo salvar a todos, y estoy cansada de intentarlo. Si tomar su dedo
compra su libertad, entonces es un pequeño precio a pagar.
Sonríe y suelta la mano, indicándome que nos vayamos. Sasha camina a mi lado
y recorremos los pasillos hasta llegar al ascensor. Noto los ojos de Sasha en mi cara
mientras bajamos, pero me niego a reconocerlo. Permanezco fría y tranquila,
distanciada. Es sólo un dedo.
—Sujétala —digo.
—¿Una? —su voz es suave e inestable. Saco el cuchillo de la funda del muslo y
la agarro por la muñeca, obligándola a apoyar la palma de la mano en el delgado
colchón—. Una, por favor —susurra, con la cara llena de lágrimas.
—Sujétala —le digo. Lo agarra con mano temblorosa mientras sus mejillas se
llenan de lágrimas histéricas. Recojo el dedo y salgo de la habitación, incapaz de
mirarla— Que alguien la cosa —le digo a Sasha.
ME PONGO a un lado de Nicholai y Sasha se coloca al otro. Frente a nosotros,
Rafael está flanqueado por dos de sus hombres. La nieve se está derritiendo y una
capa de aguanieve lo cubre todo. Estamos en el tejado de un estacionamiento
abandonado, y todo a nuestro alrededor es sombrío y gris, una reminiscencia del
invierno ruso.
—Eres exigente para ser un don nadie —dice con arrogancia. Rafael es un
poderoso jefe de cártel, pero Nicholai se cree un dios rodeado de su Elite—. Toma.
—Se mete la mano en el bolsillo y le lanza algo a Rafael. Una bolsa de plástico Ziploc,
y en ella, el dedo de Anna.
—Por supuesto que no. Mira, es fresco. Recién cortado esta mañana. —Nicholai
extiende las manos a los lados.
—Esto no es una prueba de vida —gruñe Rafael, y ahí está, pintado en toda su
cara. La ama. Donde antes me molestaba, ahora sólo lo veo como una tontería
porque no hace nada por ocultarlo. Expone su debilidad y Nicholai la explotará.
—Por mi honor. —Se lleva la palma de la mano al pecho—. Una se lo cortó ella
misma.
—¿Fuiste tú? —pregunta, con una clara acusación en la voz mientras levanta la
bolsa.
Lucho contra el impulso de defender mis acciones. A Nicholai no le importa
demasiado.
—Querías una prueba de vida. Ahora la tienes. —Su dedo por su libertad me
parece un buen intercambio—. Mantengo mi voz completamente plana e
indiferente. Sus ojos pasan de mí a Nicholai y viceversa. Veo que está tratando de
entender a la mujer que ve ahora con la mujer que conoció una vez.
—El amor es debilidad, Rafael. —Enarco una ceja y me acerco a él—. Después
de todo, mírate aquí, haciendo tratos nada ventajosos, todo por mi dulce hermanita.
Sus labios esbozan una pequeña sonrisa, pero su expresión se apaga antes de
mirar a Nicholai.
—¿Tenemos un trato?
—Hola, Nero. —Aprieta a Dante contra su pecho, con una mano apoyada
ligeramente en la nuca. Sus ojos pasan de mi cara a la pistola, que sigue
apuntándole—. ¿Vas a dispararme? —Quiero confiar en ella. Quiero creer que
volvió conmigo, pero algo me hace dudar. Pasaron cinco meses desde que se fue, y
cuatro desde que Sasha me envió a Dante. Nicholai no la dejaría ir. Quiero confiar
en ella, pero no puedo confiar en nadie cuando se trata de mi hijo, ni siquiera en ella.
—¿Por qué estás aquí? —Joder, es difícil ser cínico con ella.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, son fríos, pero enterrados bajo la
superficie, en la parte de Una que sólo yo puedo ver, hay capas y capas de dolor y
tortura.
—Con él —susurra, mirando por encima del hombro hacia la cuna. Y, como una
grieta que atraviesa un cristal, se rompe. Se le cae la barbilla al pecho y se agarra con
tanta fuerza al borde de la cuna que se le ponen blancos los nudillos. Me acerco a
ella y la tenue luz revela lágrimas brillando en sus mejillas. Se lleva la palma de la
mano al pecho, frotándosela distraídamente—. Mi lealtad siempre estará con él.
—Morte. —Le tiendo la mano. Todo su cuerpo se bloquea antes que me esquive,
extendiendo la mano.
—No lo hagas. —Abre mucho los ojos y niega con la cabeza. Me acerco de nuevo
y retrocede como un animal salvaje—. Nero, no quiero hacerte daño.
—Esto es diferente. Él... —Una sonrisa triste roza sus labios—. No estoy segura
de poder volver de él esta vez. —Y joder si eso no me mata un poco. ¿Qué mierda le
hizo?
Pasaron cuatro meses desde que tuvo un bebé y su cuerpo está tan tenso y
afilado como antes, cada centímetro de ella convertido en el arma perfecta. Lleva
unos vaqueros negros ajustados, una pistola en un muslo y un cuchillo en el otro. La
capucha le cubre el pelo rubio, igual que cuando la conocí. Casi puedo fingir por un
segundo que no pasó el tiempo y que estamos donde empezamos, ella y yo.
Enemigos y aliados. Deseando matarnos y follarnos. Pero, por supuesto, todo
cambió. Ahora tenemos un bebé, enemigos, y la amo.
—Háblame.
—¿Cómo lo llamaste?
—Dante.
—El infierno de Dante —susurra. Me acerco a ella despacio—. Nero. Por favor.
—Su voz tiembla y los músculos de su espalda se tensan—. No puedo controlarlo.
Le rozo la estrecha franja de piel expuesta en la cadera. Apenas toco su piel con
los dedos, me da dos puñetazos en el estómago y me golpea la rodilla con el pie. Me
golpeo la espalda contra el suelo y la tengo encima, con el cuchillo en la mano y la
hoja pegada a la garganta. Respira agitadamente, con los ojos desorbitados como
nunca la vi. Es como si ni siquiera estuviera aquí.
—Morte.
Aprieta los dientes y la hoja muerde mi piel. Si vuelvo a tocarla, creo que va a
abrirme de par en par y dejarme desangrar, así que hago lo único que puedo. Luchar.
Introduzco mi brazo entre los suyos, le tiro la mano a un lado y me la quito de
encima, cayendo sobre ella. Me rodea la cintura con las piernas y me aprieta con
fuerza los riñones. Me da dos puñetazos en la mandíbula antes que consiga sujetarle
las muñecas por encima de la cabeza. Se agita y gruñe como poseída, como si sufriera
dolor físico.
—Por favor —suplica. Joder, ¿por qué siento que le estoy haciendo daño? ¿Qué
coño le hizo?
—Morte, no voy a hacerte daño. Te amo. —Las lágrimas resbalan lentamente por
sus sienes y yo rozo suavemente mi frente con la suya, aspirando ese familiar aroma
suyo a vainilla y aceite de armas. Ella se queda quieta, su cuerpo se convulsiona de
vez en cuando como si la estuviera electrocutando. Odio esto. Odio que le haya
hecho esto. Lo odio. Detesto que le haya hecho esto a ella. Que ella le permitiera
voluntariamente que nos hiciera esto.
Lentamente, con cuidado, acerco mis labios a los suyos. Ella se queda quieta, sus
labios se separan ligeramente. La beso con más fuerza y me muerde el labio inferior.
Cuando me retiro y ella consigue liberar una mano, me da otro puñetazo. Joder. La
agarro por el cuello y la inmovilizo contra el suelo. Hubo un tiempo en que siempre
fuimos así, cuando el amor era una guerra y la única forma de superar sus defensas
era luchar contra ella. Tal vez tengamos que volver al principio.
—Siempre tan fuerte, Morte —respiro contra su oído—. Pero te romperás por
mí, como siempre. —Le aprieto la garganta con los dedos y me agarra la mandíbula,
pasándome las uñas por la cara con tanta fuerza que me hace sangrar. Siseo y le tiro
de la capucha por la cabeza antes de tumbarla boca abajo—. Dime que quieres esto
—le digo.
—Ah, pero vivo para tu tipo de violencia, mi amor. —Le quito el cuchillo y la
pistola—. ¿Confías en mí?
Hay un silencio.
—Sí.
—Bien. —La inmovilizo por la nuca y se pone jodidamente rabiosa. Una vez más,
se agita y gruñe, sus dedos arañan la alfombra mientras intenta liberarse. El tirante
de su camiseta de tirantes se escurre de su hombro y aprieto mi cuerpo sobre el suyo,
rozando con mis labios la piel expuesta. Ella sigue resistiéndose y yo continúo
abrazándola, aunque su respiración se entrecorta y sus músculos se tensan. Le beso
el cuello y la espalda. Tardo mucho, pero poco a poco se relaja y aflojo el agarre. Le
paso las manos por los costados y le subo lentamente la camiseta, observando su
reacción mientras le beso suavemente la columna vertebral. Ella se estremece y yo
sonrío, agarrándola por las caderas y volteándola de nuevo. Sus ojos se cruzan con
los míos, aún salvajes, pero más tranquilos, más controlados.
—Las dos cosas —susurra ella, esa sola palabra tan atormentada—. Siempre las
dos cosas. —Joder, la echaba de menos. Pego mi boca a la suya y ella se aferra a mí,
su cuerpo se ablanda bajo mi contacto. Nicholai nunca la tendrá. Una es mía y
siempre lo será. Puede que él piense que es un arma y, en muchos sentidos, lo es,
pero esto de aquí es algo que solo me da a mí, y se lo recordaré mil veces si es
necesario.
—Lo lamento. —La empujo contra el suelo y ella alcanza mis bóxeres,
empujándolos hacia mis muslos. Se aferra a mí con fuerza, como si tuviera miedo de
soltarse, y cuando empujo dentro de ella, ella está allí conmigo, embelesada por cada
segundo. Hay tantos elementos en Una, que no estoy seguro de conocerlos
realmente todos, pero mientras la miro, siento que la conozco mejor que a mí mismo.
Y quiero todo de ella. Cada parte maravillosamente jodida. Ella está perfectamente
arruinada. Mi mariposilla cruel, mi reina salvaje, mi amor.
Ella echa la cabeza hacia atrás con un gemido y yo deslizo mi lengua por la
columna de su garganta expuesta. Su cuerpo se inclina hacia mí, las caderas giran
con cada empuje. Se siente como en casa, como si todo estuviera bien mientras
tengamos esto, mientras yo la tenga a ella. La follo lento y profundo, y la veo
desmoronarse por mí como siempre lo hace, desnudándose ante mí. La leona
exponiendo su yugular. Su cuerpo se tensa y sus uñas arañan mi espalda en un rastro
ardiente. Aprieto los dientes porque se siente tan bien y pasó tanto tiempo. Ella deja
escapar un largo gemido. Dejo caer mi cabeza hacia adelante, besándola y gruñendo
contra sus labios mientras me corro.
Arrugo la nariz.
—Bruto.
—O en su caso, se cagó en los pantalones y ahora no está contento con eso. ¿No
es cierto, amigo? —Nero levanta a Dante, sacudiendo la cabeza ante la carita
arrugada y chillona de Dante—. Vuelvo en un segundo. ¿Puedes poner una botella
en la máquina durante unos minutos? —Desaparece y me quedo mirando el
artilugio, sintiéndome completamente inútil.
Se acerca a mí, agarrando mis caderas y tirando de mí entre sus piernas. Mis
músculos se agrupan y tensan por reflejo, pero no es nada comparado con mi
reacción habitual cuando me tocan. Me aparta el pelo de la cara y yo, tentativamente,
rasco con las uñas la barba incipiente de su mandíbula. Sus labios rozan el interior
de mi muñeca y mi piel hormiguea en respuesta. El contacto pequeño pero íntimo
se siente como un fuego después de haber estado viviendo en un frío glacial. Se
acerca a mí, presionando a Dante entre nuestros cuerpos.
—Así es como debería haber sido —dice Nero en voz baja. Lo miro. Tiene los
codos apoyados en la barra del desayuno, sujetando una taza de café mientras nos
observa.
—Nero, pasaron cinco meses. Renuncié a los primeros cuatro meses de la vida
de Dante para poder mantenerlo a salvo y eliminar a Nicholai. Estoy tan cerca.
Deja su café y coloca sus palmas sobre la barra de desayuno. Los músculos de su
torso se flexionan y giran mientras se mueve, la tinta en sus brazos parece bailar
sobre su piel con cada movimiento.
—¿Sabes cómo es? ¿Sin saber lo que te está haciendo? ¿Sin saber si volverás con
vida?
—Te olvidas de quién soy. —Digo las palabras, pero la arrogancia segura con la
que una vez las pronuncié se fue. Cualquier orgullo que una vez albergué en quien
yo era se fue.
—¡No! Yo no olvido una mierda. Pero para cuando haya terminado contigo,
¿sabré quién eres? ¿Quieres?
—Sí —respondo. Nero y yo somos irrompibles. Las cosas que Nicholai me hizo...
Nero no debería ser más que un recuerdo lejano. Dante, más como un sueño. Debería
haber sido capaz de matar a Nero y, en cambio, me trae de vuelta, me castiga de la
misma manera que siempre lo hizo.
Dejo la botella casi vacía sobre el mostrador. Poniéndome de pie, doy la vuelta a
la barra y le paso a Dante. Lo toma, arrojando un paño de cocina sobre su hombro
antes de presionar su palma en la espalda de Dante y abrazarlo. Nunca un hombre
se vio tan fuera de lugar y, sin embargo, completamente en casa con algo tan frágil
en sus brazos. Mi hijo en los brazos de mi monstruo. No hay otro lugar en el que
prefiera que esté.
—Por favor, confía en mí, Nero. —Me levanto de puntillas, lo beso rápidamente
y luego la parte posterior de la cabeza de Dante—. Soy su debilidad. Lo cegué.
—Si te pasa algo, mataré a la bratva pieza por pieza hasta que no quede nada. —
Esa violencia que tanto amo se arremolina en sus ojos, amenazando con desbordarse.
—Ah, Morte, dime lo que necesitas y se hará. —Por supuesto que lo hará, porque
él es Nero Verdi. Nicholai se cree invencible porque nadie puede enfrentarse a él,
pero aún no develé mi arma secreta. No desaté a mi monstruo, Nicholai no tiene
idea de lo que somos capaces.
—Palomita. Veo que estás decepcionantemente con las manos vacías —dice
mientras me acerco.
Me obligo a regresar a ese lugar frío e insensible lo más lejos posible de Nero y
Dante.
—¿Oh? ¿Y Nero Verdi está muerto? —Esos ojos helados se fijan en los míos,
buscando cualquier mínimo rastro de engaño.
—Verdi envió al niño lejos para protegerlo. —La mentira se desliza fácilmente
de mis labios mientras lo miro sin pestañear—. Me gané su confianza para obtener
información. Él no está muerto. Todavía puedo tener uso de él.
—Sí.
—Sí.
—Le dije que necesita olvidarme. Dije que garantizaría la seguridad del niño,
pero que este es mi lugar. —¿Siempre soné tan robótica y fría?
—¿Y Palomita? —hace una pausa—. Iré contigo a México. No confío en ti para
hacer lo que debe hacerse. —Si no estuviera tan cegado por su obsesión conmigo, no
confiaría en mí en absoluto. Quizás a su manera retorcida me ama. Después de todo,
dicen que el amor es ciego. Quiere tanto creer que soy una vez más su hija leal y
favorita, que ignora lo que está justo frente a él. ¿Cómo podría ser mi lealtad hacia
él cuando mi hijo está ahí fuera? Si tuviera hijos, si supiera cómo se siente ese amor,
Nicholai no confiaría en mí. Pero su versión obsesiva y enfermiza del amor lo lleva
a su propia destrucción. Seré yo, su preciosa hija, quien le arranque el corazón.
Estoy tan cerca que casi puedo oler su sangre tiñendo el aire. El juego casi
terminó.
UNA
Nuestro convoy de autos serpentea por las calles que conducen fuera de la
ciudad, cayendo en un valle que se extiende entre las colinas polvorientas
irregulares del campo mexicano. Nos detenemos en un camino de tierra a una milla
de la puerta principal de Rafael. Salimos y vamos a la parte trasera del auto,
armándonos con armas. La mirada de Sasha se encuentra con la mía y me da un leve
asentimiento.
En total tenemos veinte Elites, que es más de lo que esperaba que trajera
Nicholai, pero seguiré adelante. Nicholai sale del auto detrás del nuestro, su traje no
es menos apropiado para el desierto polvoriento de México que para la extensión
helada de Rusia. Mira alrededor de sus soldados reunidos, todos vestidos de negro
y armados hasta los dientes.
—Tu misión es ir al recinto y recuperar al niño. Mata a todos. —Sus ojos fríos se
encuentran con los míos, y sé que está haciendo un punto, porque todos incluyen a
Anna—. No me falles —dice sin apartar la mirada de mí.
Giramos y comenzamos a trotar hacia el complejo. Sasha y yo estamos corriendo.
El resto de los soldados nos siguen. El sol cae a plomo sobre nosotros y el sudor me
corre por la espalda mientras subimos a la villa. Tan pronto como nos acercamos a
la valla perimetral, nos ponemos a cubierto detrás de una pequeña elevación de
tierra.
Miro por cada una de las ventanas hasta que veo al grupo de cuatro Elite
cruzando el patio, con las armas en alto. Apoyando mi rifle en el alféizar de la
ventana, alineo el tiro. Los cuatro caen en dos segundos. Todo ese entrenamiento,
todos esos años de lucha, y ni siquiera tenían la dignidad de una muerte digna.
Murieron como vivieron, como carne de cañón para un loco. Seis abajo. Faltan
catorce más.
NERO
Tamborileo con los dedos sobre el volante y miro el reloj del salpicadero. Gio
juguetea con los botones del aire acondicionado, tirando del cuello de su camisa. El
sol se refleja en el capó del coche y entrecierro los ojos por el espejo retrovisor hacia
el coche aparcado detrás de mí. En el momento justo, una nube de polvo se eleva
desde el valle debajo de nosotros. Recojo los binoculares y observo el convoy de
Range Rovers negros serpentear por la carretera desierta, sus vidrios polarizados
ocultan a sus ocupantes. Se acercan al arcén y todas las puertas se abren, los soldados
vestidos de negro salen y se arman. Sasha y Una están a la cabeza de lo que deben
ser veinte Elites.
Ajusto los binoculares y sonrío cuando se abre la puerta trasera del segundo
Range Rover y sale el mismísimo Nicholai Ivanov. Una dijo que vendría, pero yo no
lo creí. Es conocido por su agudo intelecto y su habilidad estratégica, pero esto, venir
aquí, ¿seguramente no es tan arrogante? Está completamente expuesto, maduro
para la cosecha. Incluso con su Elite... este es un país de carteles. Y, por supuesto, no
podría predecir lo que Sasha y Una están a punto de hacerle a su precioso Elite, o tal
vez podría haberlo hecho, si no estuviera tan obsesionado con Una y la idea de tener
a su hijo. Es exactamente como ella dijo; está cegado por ella. Ni siquiera la verá
venir.
La banda de Elite se dispersa, subiendo la ladera y dejando a Nicholai solo con
solo dos Elite para protegerlo. Estúpido. Muy estúpido. La puerta se abre y Gio
vuelve a entrar.
Se lo doy a Rafael, tiene todo el mejor equipo. Hummers blindados con pistolas
Cal .50 montadas en el techo. Uno de sus hombres está colgando el techo corredizo,
listo para abrir fuego contra el ruso y sus amados soldados. Sin embargo, tiene
instrucciones de no matar a Nicholai. Una se merece ese honor.
Tan pronto como estemos en terreno llano, lo lanzaremos hacia los Range Rover
estacionados. Los dos soldados se mueven frente a Nicholai, disparando balas al
auto. Disparos rebotan en el capó y golpeo mi pie sobre el acelerador. Cuando se
dan cuenta de que sus balas no están haciendo nada, corren hacia el auto y hacen
pasar a Nicholai adentro.
Gio se estira hacia atrás y golpea la rodilla del tipo con la gran pistola. Abre
fuego, las balas dejan agujeros del tamaño de pelotas de golf en la carrocería de uno
de los Ranger Rovers estacionados.
—Maldita sea, necesito uno de estos autos.
—Podría ser un poco llamativo en Nueva York —grita Gio sobre el ensordecedor
bang, bang, bang de disparos. El Range Rover se aleja chirriando, dirigiéndose al
desierto, y yo lo sigo. Rafael se detiene a mi lado. Las balas rocían la parte trasera
del Range Rover, rompiendo el vidrio y abriendo agujeros en la carrocería hasta que
explota una llanta. El automóvil vira violentamente hacia un lado, cola de pez antes
de patinar hacia un lado y derrapar Da varias vueltas antes de volver a detenerse
sobre sus ruedas. Palmeando mi .40 Cal, abro la puerta. Gio y Rafael caen a mi lado.
Disparo al Elite lesionado desplomado contra el volante. El otro ya parece muerto.
Rafael va a la puerta trasera, apoyando su mano sobre la manija mientras me mira.
Con un asentimiento de mi parte, abre la puerta y Nicholai se cae del auto. Estoy
seguro de que está muerto, antes que gima e intente arrastrarse por el suelo.
—No necesito aliados. Tengo un Ejército. Mi Elite acabará contigo y tu hijo será
mío.
—Ahí es donde te equivocas. Una es mía. Y estás a punto de ver lo que sucede
cuando intentas tomar lo que es jodidamente mío. —Asiento con la cabeza hacia Gio
y él lo arrastra hacia el auto antes de romper mi palabra y matarlo aquí mismo. Gio
lo empuja adentro junto a nuestro pistolero que ahora está sentado en el asiento
trasero, apuntándolo con una pistola.
—Ven.
Los guardias de Rafael a los que “disparé” vienen a pararse con nosotros cuando
se abre la puerta principal, lo que permite que dos Hummers entren en el patio. Las
ventanas están completamente oscurecidas, armas pesadas montadas en sus techos.
Sasha está rígido a mi lado y prácticamente puedo sentir la tensión saliendo de él.
Sé que esto es difícil para él. Sus lealtades no son tan blancas y negras como las mías.
Se abre la puerta del lado del pasajero de uno de los hummers y Nero sale por
ella. Lleva un pantalón de traje gris y una camisa negra, abierta en el cuello. Con sus
gafas Ray Ban y su rostro perfecto, parece que debería estar en las páginas de una
revista en lugar de estar aquí, en un recinto de un cártel, participando en una guerra
de mafia. Gio se baja del lado del conductor y Rafael se baja del otro auto, seguido
de Anna. Su cabello largo y rubio se agita con el viento y cruza los brazos sobre su
cuerpo, manteniéndose cerca del costado de Rafael. Miro a los ojos a mi hermana, y
ella me ofrece una pequeña sonrisa. Aparentemente, estoy perdonada por cortarle
el dedo.
—Ahora que todos están aquí… —Nero abre la puerta trasera del auto y saca a
Nicholai. Su traje está arrugado y sucio como si hubiera estado revolcándose en la
tierra. Su nariz está sangrando, y el hombre que siempre parecía tan fuerte e
invencible ahora está muy lejos de esa realidad.
Lo estoy viendo con mis propios ojos, pero no parece real. Pusimos este plan en
juego, pero siempre pensé que de alguna manera lo vería venir, que nos superaría
en maniobras como lo hizo con tantos otros. Pero estaba cegado por su propia
desesperación, su propia obsesión demente y, al final, fue su obsesión con Dante lo
que lo llevó a este punto. Rompió sus propias reglas, y en lugar de perseguir a un
niño vulnerable e indefenso de un orfanato, eligió al hijo de dos de los más feroces
en el mundo. Estúpido.
Esa mirada azul helada suya se encuentra con la mía antes de cambiar a mi lado.
—Tú —le dice a Sasha, con una voz cargada de acusación y decepción—. Les di
todo a los dos.
Quería confiar en mí, pero no del todo. Sasha... bueno Sasha era el hijo pródigo
indefectiblemente leal. Hasta que me vio, lo mejor de la Elite, caer. Hasta que fue
testigo de mi amor por Dante. Lo cambió. Entonces, cuando Nicholai le pidió que
reuniera información sobre si mi hijo estaba realmente en posesión de Rafael,
Nicholai nunca lo dudó. Era demasiado perfecto.
Respiro hondo y paso frente a Sasha, sabiendo que esto pesa más sobre él que
sobre mí.
—No nos diste nada. Te llevaste todo. —No siento nada más que fría indiferencia
cuando me acerco a él, consciente que todos los ojos están puestos en nosotros. La
presencia de Nero es la fuerza que necesito, pero él se apoya contra el auto,
retrocediendo, permitiéndome esto.
—¿Para qué puedas matarme y llamarlo una pelea justa? —él dice.
Sus ojos se encuentran con los míos por un brevísimo momento y luego aprieta
la mandíbula. Sonrío cuando agarra los cuchillos y me ataca Sin delicadeza, sin
habilidad. Mis pies permanecen plantados hasta el último segundo, cuando agarro
su brazo y lo giro detrás de su espalda. El satisfactorio crujido de un hueso resuena
sobre su rugido de dolor. El cuchillo se desliza de su agarre y lo atrapo, golpeándolo
profundamente en su hombro. Su dolor resuena en mis oídos, sus gritos una sinfonía
de dulce venganza.
Gira, cortando salvajemente con el otro cuchillo, sus movimientos no son más
que los esfuerzos desesperados de un hombre que sabe que su destino está sellado.
Fácilmente le expongo su espada restante, incrustándola en su otro hombro. Y los
gritos crecen, más y más alto, alcanzando un crescendo como nunca escuché con una
muerte limpia. Esto no es limpio. Matar siempre fue una habilidad fácil para mí. Lo
disfruto porque soy buena en eso, pero es solo un trabajo. No hago sufrir a mis
víctimas. Esto... esto no es un trabajo, y quiero que sufra como nunca antes quise
lastimar a nadie.
Se balancea sobre sus pies, la sangre brota de ambos hombros mientras me mira.
—No creo que lo hagan. Después de todo, contigo muerto, sus armas y drogas
volverán a correr libremente. —Agarro las empuñaduras de ambas hojas,
arrancándolas y cortándolas frente a mí, a la velocidad del rayo. Su estómago se abre
en una cruz desde las costillas hasta la cadera. Se derrumba en el suelo, jadeando y
retorciéndose como un pez moribundo.
Subo las escaleras y reviso a Dante de la misma manera que siempre lo hago
camino a la cama. Esta noche, sin embargo, encuentro a Una sentada en el sillón en
la esquina de la habitación, con Dante acunado en sus brazos. Su ropa oscura se
funde con las sombras como si hubiera nacido de ellas.
—Mírame.
Me río.
—Vamos.
—Oh, te encanta empujarme. —La tiro lejos de la pared y la arrojo sobre la cama.
Ella sonríe porque es tan jodidamente depravada como yo. Mi pareja perfecta,
mi otra mitad, mi pequeña mariposa cruel. Mi reina rota y salvaje. No hay nadie más
que pueda estar a mi lado excepto ella.
—Te amo —dice ella, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas.
Dos años, y cada vez que creo que destruimos todas las bases Elite, aparece otra.
Nicholai murió hace mucho tiempo, pero la bratva no estaba dispuesta a dejar su
legado. Muchas de las instalaciones simplemente se trasladaron bajo tierra. Supongo
que su ejército de Elite era una perspectiva atractiva para alguien. A la bratva
ciertamente no le faltan locos hambrientos de poder.
—Vamos. Ahora.
Bajo los binoculares y paso la mirada por la mira de mi rifle. Dos disparos
rápidos y los guardias están caídos. Uno más saca al tirador del techo. Entonces
Sasha se muda con un equipo de italianos que elegimos específicamente para estos
trabajos. A Nero no le importa una mierda rescatar niños, pero sí le importa
desmantelar todo lo que quede de Nicholai. Para mí, esto es personal. Balanceo mi
rifle sobre mi hombro y me pongo de pie, atravesando el nivel superior vacío de la
plataforma de estacionamiento. Tres tramos de escaleras hacia abajo, y estoy
cruzando la calle tranquila bajo el resplandor naranja de una farola. Con todos los
negocios cerrados por la noche, el crujir de mis botas en la nieve es el único sonido
en el inquietante silencio del profundo invierno. Tan pronto como estoy dentro del
edificio, el estallido constante de disparos me saluda. Los cuerpos ya están
esparcidos por el suelo del vestíbulo, y los rodeo en mi camino hacia el ascensor en
el lado opuesto de la habitación.
Desciende varios niveles antes que las puertas se abran en carnicería. Más
cuerpos, disparos, sangre.
Encuentro a Sasha en una sala de control justo al lado del corredor principal,
inclinado sobre una computadora, pirateando sus sistemas de datos. Es la forma más
fácil de documentar todo y rastrear a las mujeres y los niños que se encuentran aquí.
—No, solo estuve aquí congelándome el culo durante una semana. —Y echo de
menos a Dante y Nero.
—Estarás bien, pequeña. —Cuando miro su rostro, me quedo quieta. Los ojos
azul índigo parpadean hacia mí; exactamente el mismo tono que el de Dante. Algo
se agita en mi pecho, este tirón inexplicable, un saber… Mi pulso ruge contra mis
tímpanos tan fuerte que apenas escucho a Sasha acercarse.
Sé exactamente lo que va a decir. Puedo sentir quién y qué es este bebé para mí.
Las palabras se atascan en mi garganta antes de finalmente salir en un sonido áspero
estrangulado.
—Lo sé.
—Yo… —Miro a Sasha, sin saber qué hacer, qué sentir. Ella es mía, al menos
biológicamente. Pero lo sabía, me sentí atraída por consolar a esta niña incluso antes
de levantarla. No debería sorprenderme. Esto es lo que hizo Nicholai, e incluso
ahora, sus efectos siguen siendo de gran alcance. Cosechó óvulos de mi propia
hermana cuando la tuvo. Encontramos a su hija, Violet, en una instalación el año
pasado. Es lógico pensar que él haría lo mismo conmigo. Estuve en coma durante
semanas antes de tener a Dante. Podrían haberme hecho cualquier cosa, haberme
quitado cualquier cosa. Pero en dos años, nunca encontramos a un hijo mío. Esperé...
No sé qué esperaba. Que ningún hijo mío sufriría jamás en un lugar como este.
¿Cuántos de mis hijos podrían estar ahí fuera?
—No pienses en las posibilidades, Una. —Por supuesto, Sasha sabe exactamente
a dónde va mi mente. Él es así de lógico.
—¿Le dijiste a Nero? —pregunto antes de cerrar la puerta y dirigirme al lado del
pasajero.
—Bien.
—¿Es esta una de esas cosas en las que no le digo y él me patea el trasero?
5
Cariño en ruso.
—Ni siquiera voy a preguntar —se queja.
Mi estómago se contrae por los nervios mientras nos arrastramos hacia Los
Hamptons. Se supone que Nero y yo nos vamos a casar en tres días. Somos felices,
sabemos quiénes y qué somos. Tenemos a Dante. Y estoy a punto de lanzar una gran
llave en las obras porque a Nero solo le gusta su propio hijo. No se ablandó en
absoluto en lo que respecta a los demás.
—Está bien, Gio —dice—. Déjame saber qué decidiste. —Luego cuelga,
arrojando el teléfono sobre el escritorio—. Morte. Te extrañé.
Permanezco cerca de la puerta, tropezando con las palabras que debo decir.
Cuando no me muevo ni hablo, Nero se pone de pie y se acerca, con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre?
—Ella es mía.
—Esto es diferente.
—Consideré que esto podría suceder. Dada la obsesión de Nicholai contigo. Usó
a tu propia hermana para crear un niño… —Por supuesto que lo pensé. Este era
Nero. Tenía un plan para todo—. Entonces, pregúntame.
—Lo que es tuyo es mío, y lo que es mío es tuyo. ¿No es de eso de lo que se trata
el matrimonio?
Jesús. No es como si hubiera traído a casa un perro callejero. Traje a casa un bebé
sin previo aviso.
—¿Así?
—Por supuesto. —Una sonrisa tira de un lado de sus labios—. Una esposa y dos
hijos. Me estoy volviendo positivamente civilizado.
—Hay muy pocas cosas que no haría por ti, mi mariposa cruel. —Él me acerca—
. ¿Cómo le vas a llamar?
—Lo hiciste. —Miro el suave cabello blanco de la niña, igual que el mío y el de
mi madre—. Tatiana. Era el nombre de mi madre.
—Un hermoso nombre. Y estoy seguro que será tan hermosa y letal como su
madre. Dios nos ayude a todos. —Él me libera—. Ahora, acuesta al bebé. Te extrañé,
mi futura esposa.
Bufo.
—Para.
—Joder, no estoy hecho para ser el padre de una niña. —Se ve genuinamente
preocupado, y tengo que luchar contra una sonrisa. El pobre tipo no tiene idea de lo
que le espera, pero sin duda la protegerá. Mantengo el hecho que el formidable y
violento Nero Verdi nunca es más atractivo que con un bebé en sus brazos—. Vamos,
Tesoro. Veamos si podemos conseguirte alguna fórmula.
—Nero.
Se detiene en la puerta.
—¿Sí?
—Te amo.
Es una cosa extraña, haber tenido tu vida marcada ante ti, solo para que alguien
se interponga en tu camino y lo desvíe tan violentamente que no puedes recordar
cómo fue estar sin ellos. Nero es un reflejo oscuro y retorcido de mí misma. Mi alma
gemela si tal cosa existe, el padre de mis hijos. Mi monstruo. Para siempre.
Fin.