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UITAMA
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Diócesis de Garagoa

Con el apoyo de

Conferencia Episcopal
de Colombia

Talleres
de Formación
Para Discípulos Misioneros en el
Apostolado del Mar y de los Ríos, Colombia
Talleres de Formación
Para Discípulos Misioneros en el Apostolado
del Mar y de los Ríos, Colombia

Taller 2.
Espiritualidad del Apostolado
del Mar y de los Ríos
Monseñor julio Hernando García Peláez,
Obispo Diócesis de Garagoa

Unidad 1. Generalidades de la
espiritualidad.

Los seres humanos por naturaleza son espirituales.


La espiritualidad les es connatural, hace parte de
su ser. No se puede ser humano sin espiritualidad.
Esto no significa de modo alguno que la espiritua-
lidad tenga que ser uniforme, muy por el contrario,
cada hombre es una espiritualidad. Sin embargo y
a pesar de la diversidad intentaremos en esta pri-
mera unidad, formular algunos aspectos genera-
les que se intentarán agrupar en tres temas.
Imagen: coalicionporelevangelio.com

Tema 1. Breve historia de la espiritualidad.

Las culturas más antiguas de las que se tiene algún regis-


tro como los Sumerios, Babilonios y Egipcios, dan cuenta de un
sin número de elementos que son bastante ilustrativos e infor-
mativos del sentido espiritual de aquellos tiempos originarios.
Pequeños fragmentos literarios encontrados en piedras, en arcillas y más
adelante en papiros, han permitido descubrir la relación del hombre de
aquel tiempo con lo divino o al menos con lo que alcanzaba a comprender
como divinidad.
Pero no solamente documentos literarios atestiguan esta relación de carác-
ter religioso sino también una repetida serie de imágenes relacionadas con
animales de inquietante significado y profundidad para los seres humanos
como por ejemplo el águila, la serpiente, el toro, el león, la pantera, el perro y
la paloma.
Aparte de los textos y de las imágenes especialmente de animales, en esas
culturas más antiguas se han encontrado también restos de lugares que ne-
cesariamente debieron revestir carácter sagrado y dónde probablemente
se congregaron grupos humanos para ofrecer sacrificios o vivir experien-
cias espirituales con sus divinidades. Restos de columnas talladas e inclu-
so preciosamente decoradas, vestigios de rústicos altares, pórticos y otros

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cuántos elementos, evidencian la existencia de esos lugares religiosos.

Hallazgos de sarcófagos tallados con ilustraciones de diversa índole se han


vuelto también una valiosa información de la manera como los seres huma-
nos en los orígenes de la historia concebían la trascendentalidad de la exis-
tencia y daban sentido espiritual a la muerte misma.
De igual forma, los ritos relacionados con los comienzos de la vida como la
purificación de las madres y los rezos protectores de los niños permiten cap-
tar un sentido religioso de la vida misma tanto de la criatura que nace como
de la madre que se purifica.
Así las cosas con la información anterior en términos gene-
rales, podemos afirmar que desde los más remotos oríge-
nes el hombre ha estado vinculado con una espiritualidad.
No existe posibilidad de una espiritualidad fuera del hombre, desencarnada,
sin rostro y sin cultura, sin historia y sin expresiones.
El ser humano tiene la tendencia a mostrarse trascendente. Su existencia
alberga un anhelo de infinito. Su vida se agota en el horizonte de lo que le
rodea y quiere abrirse a las experiencias más profundas del ser. Quiere tener
respuesta de todo aquello que le supera y si no alcanza entender el porqué
de muchas cosas se desborda en ritos y sacrificios que le permitan al menos
intentar calmar la furia de aquellos fenómenos que le resultan sumamente
extraños.
Después de la desaparición de estas culturas más antiguas se registran datos
un poco más recientes en la historia de otras culturas cómo los Sirios, la India, las
nuevas dinastías de los Egipcios, los pueblos Semitas, los Griegos y los Romanos.
Sí bien, la espiritualidad sigue aflorando en las nuevas culturas debemos
aceptar que aparecen nuevas expresiones y manifestaciones que nos dan
elementos para asegurar que en todo tiempo el hombre ha tenido una mi-
rada de trascendencia un horizonte de espiritualidad.

En primer lugar, se cons-


tata la herencia y la con-
servación de algunos ele-
mentos espirituales qué
ya se habían reseñado en
las culturas más antiguas.
En estos tiempos crecen los
textos sagrados, los cuales
se han logrado conservar
en buena parte, al crecer las
ciudades crecen también
la construcción de templos

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muchos de los cuales aunque en ruinas son un testimonio silencioso de las


experiencias religiosas de aquellos tiempos.
Del mismo modo altares para distintos sacrificios y para diversas divinida-
des hablan de la relación que el hombre intentaba mantener con lo divino.
En estas culturas se va a ser mucho más evidente una casta de privilegia-
dos separados de la comunidad, con cierto carácter de iluminados qué esta-
ban al frente del cuidado y la conservación celosa de la espiritualidad. Estas
personas de carácter privilegiado llegaban a tener un carácter sagrado a tal
punto que podían trascender el nombre de los otros, en nombre de un pue-
blo.
En pocas ocasiones el gobernante supremo, el emperador o uno de sus ele-
gidos para sucederle en el mando se autoproclamaba divinidad, pedía hacer
imágenes suyas y obligaba a los súbditos a rendirle tributo y homenajes de
carácter sacro.

Este fenómeno género como


consecuencia, que la caída de
un emperador o su muerte diera
ocasión para que la espiritualidad
del lugar, claudicara y surgiera un
nuevo fenómeno religioso esta-
blecido por el nuevo gobernante
quién casi siempre, siguiendo las
costumbres de su antecesor tam-
bién se autoproclamara divino y
de inmediato junto a sus imáge-
nes que como muestra de pode-
río difundía por todo el territorio
dominado, debía ser adorado y al que se le debía ofrecer sacrificios religio-
sos y cultos espirituales.

Así las cosas podemos comprender lo complejo que resulta un profundo


análisis de la espiritualidad a lo largo de la historia.

Para este taller basta solo hacer este breve recuento histórico que permite
concluir cómo la espiritualidad ha sido una eterna compañera del hombre a
lo largo de todos los tiempos y en todas las culturas. Sin espiritualidad no se
puede ser humano y la espiritualidad no existe sin encarnarse en lo humano.
Espiritualidad y hombre son una única realidad.

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Tema 2. El hombre y la espiritualidad.

Acabamos de mencionar que para ser plenamente hombre se necesita de


la espiritualidad. Que sin ella resulta imposible alcanzar la plenitud humana.
Pues bien, la historia en las diversas culturas en los distintos tiempos registra
una tendencia del ser humano exteriorizar los sentimientos, los pensamien-
tos e incluso a divulgar las obras que realiza en favor de otros.

En muchas ocasiones se ha dado la primacía del cuerpo, de las formas y de


las figuras con las que se intenta mostrar y en ocasiones aparentar el atrac-
tivo físico aunque el corazón esté vacío y el intelecto sea necio.

Estás tendencias materialistas se han intensificado cubriendo amplios secto-


res poblacionales y caracterizando largos periodos de la historia, sin embar-
go y aunque la cultura dominante impusiera criterios masivos de primacía,
del cuerpo, de lo material y de la apariencia no han faltado nunca algunas
personas que entre la multitud marcan diferencia y establecen unos pará-
metros completamente diferentes que direccionan al ser humano hacia la
trascendencia y hacia el encuentro
con lo profundo del alma.

Esos seres humanos entre incom-


prensiones y persecuciones mantie-
nen vivo el horizonte de la trascen-
dentalidad. Su estilo de vida aunque
suele resultar incómodo resulta un
profético grito a las masas incons-
cientes de la posibilidad siempre
abierta de mirar mucho más allá, la
superficialidad del cuerpo, de la car-
ne y de la apariencia.
La espiritualidad evidencia claramente la tendencia de una persona o de un
grupo de personas de introspectarse, de adentrarse en su propio interior,
de atreverse a entrar en las profundidades del llevar la luz a la oscuridad del
corazón, de abrir las cortinas de su ser para que otros alcancen a contemplar
los tesoros guardados en él.

La espiritualidad leída entonces como lo opuesto a la exterioridad y a la ma-


terialidad permite dar sentido a los acontecimientos otrora inexplicables
como la enfermedad el sufrimiento, la muerte y el destino final del mundo,
del tiempo y de los hombres.

En todos los tiempos y en todas las culturas han aparecido estos valiosos
guardianes y custodios de la espiritualidad. Cuando el hombre se materializa

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y centra la primacía de su ser en la exterioridad del cuerpo detener del apa-


rentar del poder se deshumaniza y casi siempre termina esclavizando a los
demás en cambio aquel que toma el sendero de la espiritualidad suele ser
un hombre libre y provocador de la libertad de los demás.

Alcanzar el equilibrio para que la espiritualidad se viva en la corporeidad no


siempre ha sido fácil. No han faltado los excesos. Incluso en muchas ocasio-
nes la espiritualidad despreció la corporeidad, la maltrató, la juzgó perniciosa.
Hubo momentos de la historia y en varias culturas en las que se pensó que
era posible vivir la espiritualidad vaciando la del cuerpo, como una especie
de vidas angelicales, de solo espíritus puros y perfectos liberados del yugo
del cuerpo.
Está tendencia extremista dio ocasión para
espiritualidades mucho más equilibradas
más humanas y más integrales. La espiri-
tualidad se encarna en seres concretos en
un ambiente cultural y en una época de-
terminada de la historia.
Para ser plenamente humano no se pue-
de vivir ni en el extremo de la exterioridad
corpórea y de la apariencia material ni en
el otro extremo de quiénes piensan que la
espiritualidad consiste en alcanzar la expe-
riencia de un ser angelical que desprecia la
corporeidad.

Los tiempos actuales muestran una tendencia universal a la materialidad, a


la corporeidad y a las apariencias externas.

Se evidencia un preocupante desequilibrio entre el cuerpo y el espíritu.


No hay ni espacio ni consideración para la espiritualidad. Se vive vagamente,
se deambula sin horizonte porque las preocupaciones, los afanes y la veloci-
dad no le permiten al ser humano aproximarse a otros elementos que le son
propios y que le resultan esenciales para poder vivir.

La quietud, la lentitud, y la plenitud, características de una espiritualidad


equilibrada, no encuentran el más mínimo espacio en la vida de las perso-
nas y de la cultura. Sin embargo, soñarse en el corazón del hombre, el anhelo
de la espiritualidad y mientras no calme esa sed, su corazón estará reseco y
su ser mientras no reciba la luz del espíritu se moverá pesadamente en el
temor qué generan las tinieblas.

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Ni los estados ni la globalización


de la cultura podrán aniquilar
esta búsqueda de espirituali-
dad que reclama el hombre de
nuestro tiempo.
¿Quién podrá calmarla? ¿En qué
pozo podrá encontrarla? ¿De
qué aguas frescas podrá saciar-
se? ¿Tendremos obligación al-
gunos de ofrecer al menos unas
gotas de espiritualidad a quie- Imagen: Eco católico
nes están más necesitados?
Intentar responder a estas pre-
guntas da sentido al tema que nos ocupa en este taller. La espiritualidad es
una sentida necesidad y no se la podemos negar nunca a nadie. Más aún
será tarea nuestra, defender el derecho que tiene todo ser humano a crecer
y cultivar la espiritualidad.

Tema 3. La comunidad y la espiritualidad.

Un resultado lógico de las experien-


cias espirituales es la tendencia a
unirse a otros formando comunida-
des en las que se crece, fortalece, ali-
menta y contagia a otros para que se
asocien con prácticas, ritos y signos
que darán identidad a un estilo de
vida direccionado por un determina-
do enfoque de espiritualidad.
En este sentido podemos ha-
Foto: Agricultura y ganadería cer mención de aspec-
tos tan significativos como:

Las escuelas de es-


piritualidad. Tan comunes y tan importantes en la forma-
ción de distintas líneas y distintos acentos a lo largo del tiempo.
Los maestros de espiritualidad. Grandes hombres y mujeres destacan en ra-
zón de la ejemplaridad con la que asumieron una determinada manera de
vida y se constituyeron en modelos para los demás.
Los libros sagrados de las escuelas de espiritualidad. Abundan ejempla-
res de todo tipo, en todas las lenguas y con todo tipo de orientaciones.
Los ritos y los sacrificios: aunque algunos rasgos son comunes en casi to-

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das las espiritualidades sin embargo también se encuentran grandes dife-


rencias en cuanto a lo que se sacrifica y al modo como se hace.
Los templos religiosos. Vestigios, ruinas e incluso muchos que todavía se
conservan dan testimonio de las prácticas religiosas que siempre han acom-
pañado las distintas espiritualidades de los hombres y de los pueblos.
Los servicios que se suelen prestar. En casi todas las espiritualidades aparecen
elementos como la atención de los más pobres, el auxilio a los enfermos, la edu-
cación religiosa de los niños y la atención a los que ofrecen sacrificios y ofrendas.

Las reglas de vida. También en las espiritualidades se da con mucha fre-


cuencia el surgimiento de unas reglas de vida como establecimiento de cri-
terios comunes para quienes practiquen esa línea religiosa.
Los iniciados. Es interesante mencionar que con mucha frecuencia en las
espiritualidades aparece referenciado el seguimiento que debe hacerse al
grupo de los iniciados y los pasos que sean de dar en el futuro inmediato.
Todo lo seguido hasta ahora nos permite identificar claramente la presencia
a lo largo de la historia de la espiritualidad en el ser del hombre, lo cual re-
sulta útil para entender la particularidad y la especificidad de otra espiritua-
lidad que se abre camino en la historia pero que tiene unas características
propias, se trata de la espiritualidad cristiana de la que nos vamos a ocupar
en la siguiente unidad.

Unidad 2. La espiritualidad cristiana.

Como se acaba mencionar en la anterior


unidad, no nos vamos a ocupar de las ge-
neralidades y las grandes líneas de las es-
piritualidades existentes sino que vamos
a centrar la mirada y la reflexión en una
espiritualidad particular, se trata de la es-
piritualidad cristiana.
El nombre deriva del término Cristo que
significa el ungido, es decir, el Mesías, el
liberador, el señalado por Dios para ser
puesto al frente de su pueblo y dar cum-
plimiento a una promesa desde antiguo
en favor de los pobres, los esclavos, los
oprimidos, los enfermos y todos los opri-
midos por el pecado.
El CRISTO o UNGIDO DE DIOS, anuncia-
do por los profetas y esperado con anhe-
lo por las gentes de Israel es precisamen-

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te aquel que es del mismo Espíritu de Dios que realizará la obra de Dios en
favor de su débil y decaído pueblo.
Intentar adentrarnos en la comprensión de ese Espíritu que anima el CRIS-
TO de Dios, será la pauta a seguir en este capítulo.  En otras palabras, cuanto
más nos aproximamos a Cristo más conoceremos su Santo Espíritu y por lo
tanto nos aproximaremos a su espiritualidad que no será cosa diferente de
la manera de vivir, del estilo de vida y de aquello que lo motiva y lo anima.
Cabe anotar desde el comienzo que la espiritualidad cristiana no parte de un
hombre que se hace dios sino de la iniciativa de un Dios que se hace hombre.
Ésta premisa es fundamental para poder establecer los fundamentos de
una espiritualidad concreta y particular. La diferencia con las demás espi-
ritualidades es abismal puesto que se trata de una diferencia esencial en la
naturaleza misma de su origen.
La espiritualidad cristiana es una iniciativa divina. Es una acción de Dios mis-
mo en favor del hombre y de todos los hombres. Se trata de un gesto de
compasión y de misericordia, Dios quiere salvar a su pueblo, le tortura el
sufrimiento de los pobres y la esclavitud de los pecadores por eso toma la
iniciativa de enviar a su propio Hijo para que hecho hombre encarnando el
Espíritu divino nos lleve también a nosotros a participar de ese mismo Espí-
ritu de Dios y podamos llegar a la plenitud humana.
Solo así podemos entender, al contemplar a Cristo, que él es el hombre pleno
en el que el Espíritu de Dios se ha encarnado en una corporeidad concreta y
personal. En Cristo se reafirma principio de que no puede darse una espiri-
tualidad si no está encarnada, como del mismo modo, no se puede tener un
hombre plenamente humano si no posee la gracia del Espíritu Santo.
Cristo nos muestra que toda espiritualidad auténtica e integral está encar-
nada en un cuerpo.
Ahora bien, ese Espíritu no es cosa de apropiación para una sola persona o
para unas cuantas personas,  sino un don de Dios otorgado por el Padre Dios
a quien lo quiera regalar. Que no es cosa de privilegio para unos cuantos ele-
gidos, sino que es voluntad del padre Dios dar el Espíritu de Cristo a todos
los habitantes de la tierra.

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Tema 1. El Espíritu Santo y la espiritualidad cristiana


Se habla de espiritualidad por el don del Espíritu Santo
que el Padre Dios ha querido conceder a todas las muje-
res y hombres, habitantes de toda la tierra. Es el Espíritu
Santo el que posibilita que los creyentes se asemejen a
Cristo y llevados por ese mismo Espíritu tengan los mis-
mos sentimientos de Cristo y vivan ya no según los inte-
reses y los caprichos de la carne sino bajo los parámetros
del hombre nuevo, que ha sido revestido en criatura nue-
va, gracias al Don del Espíritu Santo.
Cristo en continuidad con lo que habían dicho los pro-
fetas en nombre de Dios, llenando de esperanza los an-
helos de su pueblo cumple lo que promete, enviando el
Espíritu Santo sobre los discípulos que llenos de temor y
por miedo a los judíos se encontraban encerrados, teme-
rosos, paralizados, desilusionados y deseosos de regresar
a sus viejos esquemas de vida representados en las labo-
res en que ocupaban los días y los meses antes de ser llamados a peregrinar
junto al Mesías.
Pero acontecido algo singular, Cristo resucitado envió su Espíritu Santo so-
bre los que le habían acompañado en su proyecto de salvación.
Los hechos de los apóstoles nos cuentan que mientras los discípulos esta-
ban reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, vino sobre ellos
el Espíritu Santo de Dios y comenzó a manifestarse en ellos la realidad de
mujeres y hombres nuevos, personas que animadas por el espíritu santo co-
menzaron a vivir una nueva espiritualidad, un nuevo estilo de vida, una ma-
nera nueva de relacionarse con las otras personas, con el mundo y con Dios
mismo.
Así las cosas, la espiritualidad cristiana no es por lo tanto una escuela de un
determinado hombre o de un grupo específico de seres humanos que han
optado por un nuevo estilo de vida en la historia, sino la acción de Dios mis-
mo que ha sido derramada en el corazón de los hombres como testimonio
de la fidelidad y la alianza de un Dios que es Padre amoroso interesado en
las personas y en su salvación.
Vale la pena concluir insistiendo en que la espiritualidad cristiana tiene como
particularidad el saberse un don extraordinario de Dios y no un logro ni un dere-
cho alcanzado por la pureza, la inteligencia o la grandeza de los seres humanos.
No somos nosotros los que alcanzamos la espiritualidad sino el Espíritu de Dios es
el que define en nosotros la tonalidad y la calidad de ese regalo que viene de lo alto.

Es esa particularidad de DON DIVINO es el que hace que la espiritualidad


cristiana sea exclusiva y no tenga punto de comparación con las otras espi-
ritualidades.

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Tema 2. Características de la espiritualidad cristiana.

Cómo acabamos de mencionar,  la es-


piritualidad cristiana tiene una gama
de colores que la particularizan en re-
lación con las otras espiritualidades.
Veamos las más sobresalientes entre
muchas otras:

2. 1. La espiritualidad cristiana de-


riva de la presencia del don del Es-
píritu Santo en la vida de cada ser
humano.
Habrá espiritualidad si se vive bajo los parámetros del Santo Espíritu. Pero
a su vez ahogaremos la espiritualidad cristiana sí antes que dejarnos llevar
por La voz del Espíritu Santo, obedecemos a nuestros caprichos y a nuestros
modos singulares de ver la vida y de comportarnos ante los demás incluso
ante Dios mismo.
Al respecto, San Pablo escribirá a los creyentes en Cristo que están en la co-
munidad de Roma la importancia de la vida nueva, movida no por los crite-
rios humanos sino por la gracia del espíritu de Cristo. Es ese mismo Espíritu
de Dios el que nos permite llamar a Dios Padre  o ABBÁ y ser constructores
de una fraternidad universal puesto que si todos tenemos a Dios por Pa-
dre, la espiritualidad cristiana obligará a que todos vivamos como hermanos.
La carta a Los Efesios 4,17 da cuenta del estilo de vida de un creyente que
revestido del Don del Espíritu Santo lleva una vida nueva a tal punto que el
que antes mentía ya no miente, el que antes robaba ya no roba, ahora vive
al estilo de Cristo que es el verdadero hombre nuevo y el prototipo de todos
los creyentes.

2. 2. Algunos signos que particularizan la espiritualidad cris-


tiana:

Como ya se dijo antes, la espiritualidad cristiana se particulariza por cuánto


se trata, no de un hombre que se diviniza sino de un Dios que se humaniza.
Dios se hizo hombre en Cristo. Éste es el signo principal de la espiritualidad
cristiana. Cristo es el centro y el fundamento de la espiritualidad. Él ha sido
enviado por el padre para que nosotros recuperemos la espiritualidad que
por causa del pecado habíamos perdido desde el comienzo de la historia.
Pues al comienzo de la creación del hombre, fuimos hechos a imagen y se-
mejanza de Dios porque Dios sopló sobre nosotros el Espíritu Divino.
Algunos autores afirman que cuando Cristo fue crucificado y exhaló su Es-

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píritu, éste se derramó sobre todos los hombres rescatando de este modo, a
precio de sangre y de muerte en la Cruz, nuestra liberación del pecado y de
la muerte. Ese espíritu de Cristo, que ha sido derramado en nuestros corazo-
nes nos ha dado la vida nueva, ya no de pecado sino de gracia, ya no somos
hombres viejos sino hombres nuevos, ya no estamos sometidos a la ley y a la
carne, sino a la vida plena del Espíritu Santo.
Los tiempos: contemplar la vida de quién da sentido a la espiritualidad cris-
tiana y la particulariza de las demás espiritualidades ha generado las cele-
braciones de los tiempos litúrgicos de manera exclusiva.
En este sentido podemos destacar:
- Los tiempos conmemorativos en los que Dios se hace hombre (misterio
de la encarnación).
- Los tiempos en los que Dios se revela a quiénes le buscan de sincero
corazón como la luz que viene de lo alto. (Misterio de la Epifanía o de la
manifestación del Señor).
- Los tiempos en que él mismo se vuelve sacrificio y se entrega a una muer-
te de cruz para rescatar a quiénes estábamos subyugados por el pecado.
(Misterio de la Pasión y muerte).
- Los tiempos de la celebración gozosa de la resurrección del Señor, que
serán cruciales y determinantes para nuestra fe porque si Cristo no re-
sucitó vana es nuestra esperanza y la fe no tiene sentido. (Misterio de la
Pascua).
Cómo vemos todos estos tiempos están centrados única y exclusivamente
en la persona de Cristo y se constituyen en pilares esenciales de la espiritua-
lidad cristiana.
Los signos principales. En cuanto a los signos también la espiritualidad cris-
tiana goza de la particularidad y la exclusividad de algunos signos que a lo
largo de la historia van a ser muy dicientes y darán identidad a nuestra fe.
Se menciona aquí en primer lugar los sacramentos por cuánto ellos son ex-
clusividad total y absoluta de la espiritualidad cristiana. En ninguna otra es-
piritualidad se tienen los sacramentos cómo actualizaciones de la persona
misma de Cristo.
En la espiritualidad cristiana se tiene el bautismo, la Eucaristía, la reconcilia-
ción, la unción de los enfermos, el matrimonio y la consagración de personas
al servicio del Evangelio.
A lo anterior debemos agregar la presencia de signos que acompañan y
constituyen la naturaleza misma de los sacramentos por ejemplo el agua, el
aceite, el pan, el vino, la comida, la luz, etc.
Cada uno de estos elementos enriquecerá profundamente la espiritualidad
cristiana. En nuestro caso concreto, el agua será un referente fundamental
por cuanto el Apostolado del mar y de los ríos tendrá un estrecho contacto,

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un cordón umbilical con el agua, que como ya hemos dicho constituye un


elemento fundamental de la espiritualidad cristiana y sobre el que volvere-
mos un poco más adelante.
Las personas. Este es otro de los elementos particulares y exclusivos de la
espiritualidad cristiana con relación a las otras espiritualidades. Mientras ge-
neralmente en las demás, la espiritualidad es exclusividad de unos pocos
elegidos separados e iluminados, aquí en cambio la gran diferencia está en
TODOS han sido llamados a ser partícipes de la espiritualidad divina. En el
cristianismo no hay exclusividades todos están llamados a ser santos como
santo es Dios.
Los lugares: Este es otro aspecto que reviste singular importancia y que par-
ticulariza la experiencia cristiana de las demás espiritualidades en la historia.
Mientras en las demás sobresalen las montañas, los ríos y los desiertos como
unos lugares comunes en los que se viven las principales experiencias reli-
giosas de los pueblos, en la espiritualidad cristiana el lugar común para to-
dos los hombres de todos los tiempos es EL CORAZÓN, es decir, su templo
interior.

2. 3. La vida según el Espíritu.

Quien acepta el don de Dios configura su existencia dejándose llevar ya no


por los impulsos de la carne ni por sus pasiones y los afanes del mundo que
le rodea sino por las mociones del Espíritu Divino que lo impulsan a una
estrecha relación con Dios y a brindar un amor a todos los hombres espe-
cialmente a los más pobres, a los débiles, a los enfermos, a los abandonados
e incluso a tender la mano a quién ha caído y se encuentra marginado del
camino de la vida de la gracia.

El Espíritu Santo nos impulsa a cantar las glorias de Dios cuidando la natura-
leza y muy particularmente el agua, debido a que entorno a ella se hace po-
sible la vida de miles de seres humanos, hijos de Dios como nosotros que no
solo encuentran en ella el alimento cotidiano sino que además esperan que
a través de ella llegue el don del Espíritu mediante la presencia de discípulos
misioneros que se adentren también en los ambientes del agua, suban a
las barcas, se vuelvan pescadores con ellos y les transmitan el Espíritu divino
que Dios generosamente les quiere regalar para que sean plenamente hu-
manos o en otras palabras para que sean auténticamente hijos de Dios en la
plenitud de todo su ser.

Una mujer y un hombre que vivan en las orillas de los ríos, de las
costas o en altamar, están exentos de la bendición de Dios, no pue-
den estar al margen de la gracia del Espíritu Santo. De ahí que la
espiritualidad cristiana debe ser ofertada a todos, llevada a todos
y procurada para todos.

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Mientras existan mujeres y hombres en cualquier territorio y en cualquier


ambiente donde el Don del Espíritu Santo y la espiritualidad cristiana no se
haya enraizado todavía, será necesaria la presencia y el que hacer de unas
personas que se prepararán y serán enviadas para esta misión. Ese grupo de
personas cualificado para prestar este servicio lo constituye EL APOSTOLA-
DO DEL MAR Y DE LOS RÍOS que será precisamente el siguiente tema que
nos ocupará en la reflexión.

Tema 3.
La espiritualidad del apostolado
del mar y de los ríos.

El Espíritu Santo que ha sido derramado


en nuestros corazones no es exclusividad
de unos cuantos y para algunos determi-
nados territorios o ambientes, al contra-
rio debe ser ofertado y posibilitado a todo
ser humano en cualquier espacio y en
cualquier tiempo.
Teniendo en cuenta la enorme cantidad
de personas, familias y conglomerados
que viven alrededor de los ríos y de los
mares se hace necesario llegar también
hasta ellos y por medio de ellos para par-
ticipar del Don divino a las mujeres y a los
hombres que se encuentran en esos am-
bientes.
El apostolado del mar y de los ríos será
entonces el medio por el cual el don del
Espíritu Santo podrá encarnarse en el co-
razón de quiénes viven en los ambientes
del agua, es decir, el apostolado del mar y
de los ríos será el instrumento que permitirá que los seres humanos se aden-
tran en la experiencia de la espiritualidad cristiana.
El agua ha sido un buen referente para llevar pedagógicamente al ser hu-
mano a los umbrales del Espíritu.
En la Sagrada Escritura el agua no solamente es presentada como un don
de Dios en favor de los ganados y de los hombres sino también como un sig-
no de la vida de Dios que Dios mismo quiere que también nosotros vivamos.
En esto consiste la espiritualidad cristiana en que vivamos la vida de Dios en
nosotros pues para eso fuimos hechos y eso es lo que estamos llamados a
ser.
San Agustín quién existió a finales del siglo cuarto y comienzos del siglo

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quinto entendió perfectamente la estrecha relación entre el agua y el Espí-


ritu Santo y aunque no estaba aún configurado propiamente un apostolado
del mar y de los ríos,  escribió en el comentario al evangelio de San Juan va-
liosas algunas palabras que todavía hoy siguen iluminando y fortaleciendo
la reflexión y la relación teológica y espiritual entre el agua y el Espíritu para
dar sentido a la espiritualidad cristiana del apostolado que se realiza con
quiénes viven en los ambientes del agua.
Veamos brevemente algunos elementos que podrían posibilitar una lectura
del agua y ayudar a quienes se preparan para ser servidores de las mujeres
y los hombres ubicados en las orillas de los ríos, en las costas de los mares o
laborando en las embarcaciones de altamar.
El agua es como una maestra que todos los días está enseñando lecciones
para la vida de los hombres. El agua es una auténtica escuela que deja gran-
des lecciones, jornada a jornada en la vida de quienes asisten a sus aulas
movedizas.
Así también es el Espíritu de Dios, como una paciente maestra, que al estilo
del agua acompaña al ser humano y lo direcciona hacia la libertad y la verdad.
Como el agua lleva a la inmensidad del mar así también el Espíritu divino 
lleva al infinito y de la misma manera, hombre y agua establecen una estre-
cha amistad, del mismo modo el espíritu de Dios busca afanosamente una
estrecha amistad con todo hombre.
Si hemos dicho que el agua es portadora de vida, con mayor razón tendre-
mos que decirlo también del Santo Espíritu que da la vida de Dios a todo ser
humano.
El agua en casi todas las culturas ha sido utilizada como expresión y espe-
ranza de sanación, se convierte también en un signo del Espíritu que viene a
sanarnos y a liberarnos de la esclavitud generada por el pecado.
Ahora bien, a lo largo de toda la historia, los seres humanos han logrado di-
ferenciar entre las aguas de abajo para referirse a las aguas que corren por
la tierra y las aguas de arriba para hacer referencia a las aguas que vienen
de lo alto, como las lluvias torrenciales, las aguas que empapan la tierra. Las
aguas de abajo las dominan, las usan y las manejan los pueblos, las de arriba
en cambio se reservan al manejo y dominio de las divinidades y a las súpli-
cas e intercesiones de quiénes se pueden dirigir a esas divinidades para que
esas aguas caigan en tiempos de sequía o se detengan tiempos de inunda-
ciones,  de aguas desbordadas o de temporadas de demasiada lluvia.
Antes de concluir este capítulo conviene reseñar 10 criterios que enmarcan
la espiritualidad del Apostolado del Mar y de los Ríos y que deberán ser te-
nidos en cuenta como referente de alguna ayuda para llevar a cabo de la
mejor manera ésta tarea entre las gentes que se mueven en ambientes de
agua.
* La vitalidad. Como el agua es vida, de la misma manera el Apostolado
del Mar y Ríos tiene vida y debe estar abierto permanentemente a los

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cambios que el mismo ritmo de la vida va imponiendo. Jesús mismo nos


ha dicho que él es el agua de la vida. Por lo tanto seamos como Jesús,
manantiales de agua viva.
* La humildad. Lo mismo que el agua, el Apostolado del Mar y de los Ríos
tampoco presume, es un servicio muy humilde pero de gran utilidad.
* La generosidad. Con la misma generosidad con la que el agua sirve a
quien la necesita así también los apóstoles (Discípulos Misioneros) sirven
a todo tipo de personas sin importar raza, color, ideología, cultura y reli-
gión.
* La creatividad. El agua cuando encuentra barreras, genera mecanismos
para seguir corriendo buscando el mar, así también el Apostolado del
mar siguiendo el ejemplo del agua buscará superar los múltiples obstá-
culos que se le presenten en el ejercicio de su labor pastoral.
* La autenticidad. Tomando como ejemplo el agua que se decanta y se 
purifica, así también el apóstol (discípulo misionero) se deja purificar por
el Espíritu Santo para cumplir la misión que se le ha encomendado.
* La solidaridad. El agua se solidariza con los sentimientos de sus pobla-
dores, acompaña sus muertos y se asocia a sus fiestas. Idéntico proceder
debe tener el apóstol que evangeliza estos ambientes.
* La laboriosidad. El agua corre y corre sin parar. Riega los surcos mien-
tras va buscando el mar. Del mismo modo el apóstol de mar, costas y ríos
deberá ser constante y perseverante en su servicio a las gentes de estos
ambientes.
* La amistad. Como el agua inspira y acompaña los cantos y los poemas
de sus pobladores, seca sus lágrimas y acompaña sus soledades así tam-
bién el apóstol responsable de esta labor pastoral debe ser cercano para
estar al lado del que vive en ambientes de agua en todos los momentos
de su existencia.
* La fraternidad. San Francisco de Asís llamó al agua “hermana” y así lo
sintió en razón de su espiritualidad, no menos deberá hacerlo el apóstol
que experimenta el llamado a esta espiritualidad.
* La fidelidad. Cuando el agua se llena de caprichos, se enfurece y se sale
de sus cauces hace mucho daño, se espera y se requiere que sea fiel y
normalmente se desplace y corra por su cauce habitual.

Del mismo modo el apóstol del servicio en mares y ríos deberá ser fiel para
no caer en caprichos personales ni llegar a imponer sus criterios, sino que ha
de tener la capacidad de trabajar en comunión respetando la dignidad de
las personas y las normas que establezcan las autoridades, las costumbres y
las circunstancias.

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Finalmente,  debe quedar muy claro, que


el Apostolado del Mar y de los Ríos no es
una estrategia diseñada en los últimos
tiempos por la Iglesia o por organizacio-
nes internacionales para obtener una
cobertura geográfica de aquellas pobla-
ciones excluidas y marginadas. El Apos-
tolado del Mar y de los Ríos es realmente
una iniciativa divina, es un don de Dios,
que quiere que todos los hombres se sal-
ven y lleguen al conocimiento de la ver-
dad y está empeñado por amor en llegar
a todos aquellos que viven alrededor de
las aguas, bien sea en altamar, en las cos-
tas o en las orillas de los ríos. Por lo tanto
ser apóstol es ponerse al servicio del Dios
vivo y verdadero en favor de todos aque-
llos que viven en ambientes de agua.

Imagen: Obispado Sergobe-Castellón

El apóstol es un elegido, llamado, consa-


grado y enviado por el Padre Dios, al esti-
lo de Jesucristo mediante el Don del Espíritu Santo, es ésta, la identidad de
su espiritualidad cristiana.

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Bibliografía:

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2. Bauman Zigmunt. El mundo líquido. Enero 2012.
3. Catecismo de la Iglesia Católica. 1997
4. Concilio Vaticano II. Constitución Gaudium et Spes. 1965
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6. Enciclopedia de Historia del mundo. La religión en la antigüedad. Mark Joshua,
2018
7. Juan Pablo II, Stella Maris, 31 de Enero, 1997.
8. La religión en la Antigua Roma. Ediciones clásicas. Enciclopedia Universal. Ma-
drid, 1991.
9. La espiritualidad, un aspecto esencial del ser humano, Aleteia, 2018
10. La vida en el Espíritu. Charly García. Revista Pentecostés, Mercaba. org. Docpla-
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11. Nuevo diccionario de Espiritualidad. Trad. Augusto Ewerra. Paulinas, Madrid,
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12. Recursos espirituales para construir comunidad.
13. Regla de San Benito, trad. Javier Molina de la Torre. 2006
14. San Juan Pablo II, Redemptor Hominis. Encíclica Librería Vaticana, Marzo 1979
15. Universidad de Kansas, Bill Berkowitz, 2020.

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