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Las ultimas mujeres de Windsor


Crisis por la abdicación. Así se le conoce al momento histórico donde Eduardo VIII, el entonces Rey
de Inglaterra, y líder de la mancomunidad británica, decide renunciar al trono tras decidir contraer
matrimonio con Wallis Simpson, una celebridad estadounidense que se había divorciado de su primer
marido y, en aquel entonces, estaba en vías de divorciarse con el segundo. Pero ¿por qué seguir el
amor verdadero supondría una ruptura con la nobleza? La Mancomunidad Británica de Naciones y,
especialmente, su madre María de Teck – la Reina consorte de aquel tiempo– responderían: tal
matrimonio socava la esencia de la nobleza, la religión cristiana, pero también de forma formidable,
con el sentimiento nacional del Reino Unido.
“Sentimiento nacional son los intereses de la burguesía integrando reivindicaciones de lengua y religión.
Integración que se materializa en la delimitación de una matriz territorial, cuyo verdadero alcance se
halla tanto más que en la demarcación de las fronteras con el exterior, en la centralización "interior" del
poder político” (Martin-Barbero,1987, p.97).
El problema no era para muchos expertos ni siquiera la nacionalidad de Wallis Simpson, como
oficialmente se hablaba, sino su imagen transgresiva que le atribuían sus decisiones al haberse
divorciado y con ello, haber roto normas morales que impone la religión cristiana. Pero, aún peor, tales
nupcias provocarían que el linaje “real”, se viera manchado por la impureza de Simpson, pues al final
de todo, lo único que se está priorizando es el nacimiento y continuación de la corona con el próximo
heredero que de Eduardo VIIl viniera.

Ilustración 1 Eduardo VII y Wallis Simpson


Para entender la decisión de abdicación acontecida en 1936 – que llevó a un nuevo rumbo a la
monarquía inglesa, hoy liderada por la Reina Isabel II– es necesario entender tanto los mecanismos
que hacen permanecer la estructura cultural y política de una monarquía constitucional, como también,
bases de cómo se conforma. Esto, con el proceso de enculturación que describe Martín Babero al
debelar las matrices historias de la Massmediación.
“El Estado que se gesta muestra progresivamente su incompatibilidad con una sociedad polisegmentaria. Los
fueros y particularidades regionales, en que se expresan las diferencias culturales, se convierten en obstáculos a
la unidad nacional que sustenta al poder estatal” (Martin-Barbero,1987, p.97).
Todo por una unidad nacional–
estabilidad económica en palabras
reales– disfrazada pues, de un respeto
hacia los valores cristianos como la
sociedad del espectáculo muestra y
desea compartir. Aquella, que no hará
más que reafirmar el lugar de los
Windsor, y no muy alejado de ellos, la de
los políticos en su parlamento, que, si
bien algunos se proclamaban de
izquierda, únicamente critican el gasto
publico hacia ellos, pero nunca su lugar
simbólico hacia con el resto. Como,
quizás, la deontología de su ideología lo
dictaminaba: igualdad.
“Para los ilustrados Nación significa a un
mismo tiempo la soberanía del Estado y la
unidad económica y social. Es la idea de
"patria" cargándose de sentido social al
implicar la predominancia del bien público
Ilustración 2 La Reina Isabel II con Harold Wilson
sobre los intereses particulares y la abolición
de los privilegios” (Martin-Barbero,1987,
p.98).
Es decir, sí, hay solidaridad, comprensión y gocé entre cada miembro de una sociedad, pero siempre
y cuando el actuar del ciudadano no se opongan a los valores que la cultura ha conjurado—
íntimamente ligados a los de la iglesia—. Tales imposiciones culturales no solo detuvieron a Eduardo
VIII, sino que se repitió 45 años después, cuando su sobrino, el Príncipe Carlos de Gales, terminó
contrayendo matrimonio con Lady Diana Spenser. Así, dimitía como ya echo cuenta la historia, al
romance con Camila Parker, entonces amante, y hoy, esposa.
“La Iglesia había cumplido a este respecto [la integración vertical] una labor pionera al proclamar una fe
que integraba el individualismo—en la doctrina del libre arbitrio— con una sumisión ciega a la
jerarquía, concepción que minaba ya las solidaridades tradicionales en que estaba basada la cultura
popular, las solidaridades de clan, de familia, etcétera; "todas las viejas relaciones eran sustituidas por
una relación vertical, la que une a cada cristiano a-la divinidad por intermedio de la jerarquía
eclesiástica” (Martin-Barbero,1987, p.97).
Mucho se hablará de la maldad que
impone no solo las normas
cristianas respecto a la felicidad
fluctuante de las personas en
matrimonio, sino también la de las
férreas normas simbólicas por las
que se rigen. Porque al final es eso,
pareciera que la misión de cada
integrante de los Windsor es
mantener la estética de la alta
cultura que impone ser miembro de
la casa real más importante del
mundo y que para su infortunio, está
ligada a la imagen mediática del
Estado y con ello a problemas
políticos y económicos pueden
Ilustración 3 Boda del Principe Carlos y Lady Diana Spenser verse reflejados gracias a su actuar.
“La eficacia de la represión [a la divergencia cultura] no proviene sin embargo de algún designio
malvado, proviene y se produce desde una multitud de mecanismos y procedimientos dispersos. Como
en el análisis efectuado por Foucault: la destrucción de las culturas populares arranca de la destrucción
de su cuadro de vida, pero opera desde el control de la sexualidad hasta la inoculación de un sentimiento
de culpabilidad, de inferioridad y de respeto mediante la universalización del "principio de obediencia”
(Martin-Barbero,1987, p.99).
Es verdad, también los ricos lloran. Pero afortunadamente para ellos, no al mismo tiempo de hambre
y dolor. En general, lo hacen por su sentido de obediencia, que no es más que reflejo de inferioridad
hacia los mecanismos que a ellos mismos lo sustentan. Vaya contradicción. Así, Eduardo y Carlos, se
vieron obligados a perpetuar “La Cultura”, obediencia a sus deberes y a su credo, mantenimiento de
la vida en nobleza. Eliminando, por tanto, cualquier rastro de comportamiento bruto, mundano,
desgaste de autoridad y acción intolerable para la moral cristiana de aquellos años.
“La deformación opera por la transformación de la fiesta en espectáculo. Algo que ya no es para ser vivido,
sino mirado y admirado. Convertida en espectáculo la fiesta, que en el mundo popular constituía el tiempo y el
espacio de la máxima fusión de lo sagrado y lo profano, pasará a ser el tiempo y el espacio en que se hará
especialmente visible el alcance de su separación: la demarcación nítida entre religión y producción ahora sí
oponiendo fiesta y vida cotidiana como tiempos del ocio y del trabajo (Martin-Barbero,1987, p.100).
La fiesta que se creó a partir de la boda del siglo —la segunda de esos 100 años he de recalcar—, sí,
celebra el ascenso y, especialmente, el mantenimiento del linaje real con la princesa Diana, de sangre
noble, en el altar. Pero a la vez, la celebración reafirma una vez más, lo alejada que está la familia de
todo atributo que parezca cotidiano, grosero, incluso, bajo e inmoral. Pues el concepto de fiesta se ha
reinventado. En los últimos siglos, se alejó de ser parte fundamental de la cultura popular, una que ya
a veces utiliza otros términos para referirse a las congregaciones donde disfrutar es el único requisito,
lo que antes constituía su vida social, ahora no es más que un espectáculo de opulencia para ser digno
de ser transmitido y, con ello, comercializado.
¿Acaso la disfrutaron? En general, ¿disfrutarán cualquier fiesta?, o ¿también se han privado de ese
don popular? Más que buenos deseos y alegría televisiva parecen declaraciones políticas y simbólicas
de que siguen aquí, vivos, quizás no con la misma fuerza, pero aun diferenciándose del resto,
comportados a la altura del título.
No fue, entonces, gracias a la auténtica y eficaz transmisión de conocimiento que han desarrollado lo
que permitió celebrar, lo que parecía uno de sus más grandes triunfos: celebrar en 1981 la unión de
una pareja real de ensueño y un primogénito varón, futuro heredero del trono; el príncipe Andrew. Así,
es como se dará un ansiado regreso de la figura del Rey, pues tras la muerte de Jorge VI y más de 70
años — y contando— en el trono Isabel II, esta perfila para ser la última Reina. Ya que sus tres
sucesores inmediatos han nacido: Carlos, Andrew y más reciente, George de tan solo 9 años.
Contradictoriamente, todo esto gracias a las últimas mujeres de Windsor.
“Está por estudiarse papel que las mujeres han desempeñado en la transmisión de la memoria popular, su
obstinado rechazo durante siglos de la religión y la cultura oficiales. Eran mujeres las que presidían las veladas,
esas reuniones de las comunidades aldeanas que, al caer la tarde, junto al relato de cuentos de miedo y de
bandidos se hace la crónica de los sucesos de las aldeas, se transmite una moral en proverbios y se comparten
recetas medicinales que recogen un saber sobre las plantas y el ciclo de los astros” (Martin-Barbero,1987,
p.101).
¿Qué tan cierto es en el Palacio de Buckingham? Se dice que las mujeres tienden a rechazar la cultura
oficial y se caracterizan principalmente por la transmisión de la moral cotidiana. No obstante,
recapitulando, esto parece cierto en gran medida, pero solo hasta cierto punto en aquel palacio. Ya
que la única que parece haber retomado esa gran tarea de reconocer la memoria y trascendencia de
la cultura popular en cada una de sus acciones pareciera ser Diana de Gales. Aquella figura que, a los
ojos de la corona, transgredió el simbolismo de una casa cuyos valores son la imposición, la estética,
la alcurnia, el conservadurismo, la templanza y, sobre todo, la atención. Valores que al menos que
vivas en un palacio siempre tendrás.
Y justo, aquí empieza una clase de revelación y resistencia hacia aquel status quo. El que impone ser
solo un retrato cuando en realidad se es una persona. Pues anteriormente, parecía que las mujeres
de Windsor habían sido separadas de todo rastro de cultura popular que había en ellas, ya que desde
Alejandra de Dinamarca— reina consorte del Reino Unido, mamá de Jorge VI y entonces abuela de la
actual monarca, Isabel II — las mujeres ya se encargaban de aprobar tanto los matrimonios de sus
más cercanos como los de sus hijos. Por supuesto, basadas en el cumplimiento y conservación de los
valores que representan; así volvemos al inicio, en donde a dos futuros monarcas, aun con la
“capacidad” de elegir a quien amar, no lo pudieron afianzar. Fueron, en el caso de Eduardo VII,
desterrado del Reino Unido, y en el caso del príncipe de Gales, forzado a contraer un matrimonio
superfluo.
Noble anarquismo
¿Cómo se detuvo la cadena?, pues al parecer
con una muerte. Con la muerte del icono de la
resistencia hacia la ya mencionada “Cultura”,
ya que Diana Spenser no sentía representada
en ella, más bien se veía encadena.
El 31 de agosto de 1997 la entonces ya, ex
princesa de Gales, sufrió un accidente
automovilístico en el interior del túnel del Alma,
en París, Francia.

La muerte, solo es el resultado de aquella


libertad — quizás desmedida— que se detonó
Ilustración 4 Funeral de Diana de Gales, 1997 tras separarse de la corona; sí de la corona,
porque con Carlos muy poco tiempo lo estuvo.
Las constantes salidas del protocolo real por parte de la princesa de Gales, no hizo más que declararle
la guerra a una casa que no estaba dispuesta al
cambio, a la modernidad del país, aunque conservador
en su interior, a la libertad mediática de siquiera
pronunciar una palabra en público.
Tarde se aprendió, pero se hizo. Ya que ahora, para
muchos expertos en el tema real, la monarquía real
británica se ha consolidado como aún digna de
reconocimiento porque en las últimas décadas aflojo
las cadenas, al acercarse al pueblo y dejar de ser
intocables, pues tenían que unirse al duelo de todos y
cada uno de los londinenses que lloraban la perdida de Ilustración 5 Baile entre Jonh Travolta Y Diana de Gales
la Princesa del pueblo. Aquellas cadenas que nunca había permitido una joven modelo casarse con el
futuro Rey de Inglaterra, Kate Middleton, o más acentuadamente, permitirle la entrada a la familia a
una estrella de Hollywood de familia humilde estadounidense como Megan Markle. El nuevo periodo
de modernidad que viven los Windsor no es más que consecuencia del trágico final del icono hacia la
resistencia de la enculturación que venía predicando la Casa Windsor desde ya hace décadas, quizás,
una victoria simbólica reflejo de los verdaderos actos de resistencia de las minorías en la sociedad del
mundo.
Ya se comienza a valorar la profunda inserción de los anarquistas en los modos de vida y expresión de la cultura
popular (…) se subestima la clara comprensión que el movimiento anarquista tenía del origen social de la
opresión (…) y se menosprecia la asunción explícita que los anarquistas hacían de las formas y modos
populares de comunicación. (Martin-Barbero,1987, p.107).

Ilustración 6 Megan Markle Y Kate Middleton

Martín Barbero, J. (1987). Cap.2 Matrices históricas de la massmediación De los medios a las
mediaciones. De los medios a las mediaciones (pp.96-153) Barcelona, España: Editorial Gustavo Gili

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