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LA GRIETA

No sé por qué hacía un tiempo que la cama me llamaba. La podía escuchar hasta barriendo
la vereda., Aa pesar de que la vecina me cebaba mate mientras me contaba lo acontecido en
el barrio, creo que ella no escuchaba nada y yo no me animada a preguntarle por miedo a
que piense que estaba loca.
Lavé los trastos del desayuno que había dejado Ernesto y empecé a limpiar la sala, sacudí
los almohadones del sillón., Aayer domingo, hubo futbol y los amigos de Ernesto se
reunieron acá a ver el partido, asíi que estaban los ceniceros llenos, había latas de cerveza
vacías sobre la mesa y cajas de pizza con pedazos fríos, algunas con algún mordisco de algún
arrepentido, en el suelo. Francamente me daba asco tener que limpiar todo eso, me sentía
mal, me humillaba.
No quise pasar a limpiar el baño, no tenía ganas de sentirme con el amor propio más roto
aún.
Entré en nuestro cuarto., Ssentía tan claramente el llamado tentador hasta atractivo que
decidí terminar con esa incógnita., Aasí que me paré en frente a ella, saqué el delgado
colchón fruto del uso de los años y la negativa de Ernesto por no cambiarlo ya que era
demasiado dinero.
La cama quedó desnuda. Era antigua, había pertenecido a una tía abuela mía y como justo
nos estábamos por casar y nadie la quería, nos vino bien. Era una cama fuerte, de madera
añeja, tenía la cabecera repujada con flores y dos querubines alados.
Cada vez que la miraba recordaba aquella quinta de mi tía y como mis primas y yo nos
hacíamos las dormidas para después contarnos cosas de novios, ahí fue cuando el nombre
de Ernesto salió por primera vez. Quien diría después de tantos años estaría acá, en mi casa,
llamándome.
Pasé mi mano por el tallado y por primera vez noté una grieta que justo en el medio del
respaldo, la toque con mis dedos y sentí como bajaba por el elástico hasta los pies. De allí
provenía el sonido y ¿cuándo se había producido esa grieta? Fui a buscar sellador y betún
marrón, el betún disimularía el sellado.
¡Qué asombro fue el mío fue cuando volví al dormitorio! La grieta se había abierto y el
sonido era enérgico, me provocaba, algo me quería decir. Aunque pareciera ridículo, me
acerqué no sin temor y al apoyar mi mano sentí un tirón fuerte para dentro;, síi, la cama me
había absorbido.
Me llevó a un lugar totalmente oscuro porque la grieta, la única salida, se cerró en cuanto
toqué el piso, una fuerza me hizo sentarme al escuchar la voz de Ernesto llamarme
“amorcito, llegué que hay de rico” Eera un Ernesto con vozy dulce, encantador. Recordaba
cuando al poco tiempo de casarnos cada vez que llegaba del trabajo pronunciaba esa frase y
yo le contestaba el plato que me había llevado varias horas porque me esforzaba en hacerlo.
De golpe un Ernesto joven, buen mozo, apareció reflejado en la oscuridad del lugar “Nno,
¿en serio? Soy el hombre más feliz del mundo” Ese recuerdo me hizo lagrimear y al ver los
mellizos recién nacidos no pude aguatar el llanto, los extrañaba tanto… “gracias, mi amor,
por el regalo más lindo que me has dado” y casi sentí el beso que me había dado hace ya
tanto tiempo.
Yo me tuve que ocupar de los mellizos y la casa, pero cuando él llegaba, me sentaba en el
sofá, el mismo que hoy se desparraman sus amigos y él sin importarle ensuciarlo con cerveza
o quemarlo con un cigarrillo.

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Cuando los mellizos se dormían íbamos al nuestra habitación y él muy cuidadosamente me
sacaba la ropa, se la sacaba también él y me depositaba en esta cama para hacerme el amor
despacio, mirándome a los ojos y susurrándome cosas que me hacían estremecer y así me
hacía suya una y otra vez quedándonos extenuados con pasión saliendo de cada poro de
nuestro cuerpo y así abrazados amanecíamos. Este ritual solía repetirse una o dos veces por
semana, yo me sentía tan satisfecha, plena., Mmi marido, mis mellizos y yo formábamos una
familia ideal:, para mí ,la mejor.
También me mostró momentos imborrables, el bautizo de mis hijos, el primer día de clase,
cuando se recibieron, sus novias, sus casamientos, sus partidas para hacer sus propios
hogares.
Nos quedamos solos y yo ya me había dado cuenta de que la familia ideal que decía tener
no lo era ya que el marido amoroso, el mejor, se iba yendo dia a dia hasta casi desaparecer.
y Ccuando los chicos se fueron de casa simplemente desapareció del todo, apareciendo un
Ernesto ajeno a la casa, sumergido en sus cosas.
Yo pasé a ser una mujer que limpiaba la casa y hacía una comida cualquiera, ya sin
preguntarme que era lo que había. La cena transcurría en silencio, agudo, profundo y las
noches eran, para mí, interminables cada uno en un lado de la cama dándose la espalda
como teniendo rechazo del otro. Y lo tenía, al menos él, porque también me mostró la grieta
varias oportunidades donde Ernesto entraba a un Hotel con una mujer, me mostraba los
besos que cambiaba por los de ella, el desnudo. Después vinieron otras, yo no lo reconocía,
no podía ser, yo no podía haberme casado con semejante hombre.
Pero lo que me reveló la grieta después fue la herejía de la imagen de él en la cama, la
cama de mi tía abuela, la que concebimos los gemelos, la de noche de bodas y todas las
noches siguientes por veintiocho años. Era a él ya grande con otra mujer mucho menor. Veía
con asco como se revolcaban sobre el colchón gastado, casi tragándosela en cada beso,
tocándola, scedientdo de sexo, sexo inmundo, sexo sin amor, sexo farsante.
La grieta se abrió y me expulsó sobre el colchón que yo no había colocado y lloré por varios
minutos confundida sin saber qué hacer, cuando llegó la tarde ya más calmada miré la
grieta, había desaparecido, estaba intacta. ¿Qué iba a hacer? Desde ya no decirle nada a mis
hijos ya que jamás los haría sufrir y era un anuncio que iba a dárselo él.
Era curioso porque después de ver aquello mis sentimientos, como la grieta se habían
sellado también, no sentía nada era un pedazo de madera tallada de dolor y engaño. Esperé
la noche que él llegara antes puse la mesa como un día cualquiera y me puse a ver televisión
con la cartera y el abrigo al lado mío la puerta se abrió y entró él. Me paré agarré el abrigo a
la cartera.
- ¿Qué haces?
- Quiero el divorcio. Y me fui ¿dónde ir? A la casa de mis hijos jamás, empecé a caminar y me
perdí en la noche.

María: Está bien el recurso simbólico que utilizaste sobre el hecho fantástico de la grieta.
Como que el engaño de Ernesto se transforma en un hecho sobrenatural en la cama, una
grieta, algo visible. Se ve a simple vista en el colchón lo que no se ve tan abiertamente en la
relación amorosa. Como sugerencia trataría de no explicarlo tanto. Atenerse al hecho
fantástico y el problema de la pareja sin vincular lo uno con lo otro, que el lector pueda sacar

sus propias conclusiones. Trataría de trabajar más lo fantástico y menos el drama. Pero bien.

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