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Doble cumpleaños

Primera consigna
Patricia Olivera

Nunca lo olvidaré, ¿cómo hacerlo? Era el día de mi cumpleaños y llevaba media


hora buscando una dirección para entregar una pizza. Hacía poco que me había
enlistado en el mundo de la entrega rápida. Apenas estaba aprendiendo que existían
calles de las que nunca en mi vida había oído.
Era una mañana de invierno, me había olvidado de llevar los guantes y tenía las
manos heladas. Esa manía de dejar todo para después fue la culpable de que no le
hubiera puesto protectores a los manubrios de la moto. El colmo de los colmos fue
enterarme, al llegar a la dirección, que ellos no habían hecho ningún pedido. Otra vez
los bromistas se habían pasado y yo iba tan furioso que no vi tremendo pozo en medio
de la calle. No me maté por poco, pero la rueda delantera quedó destrozada. Estaba
furioso, tenía un trabajo que no me gustaba, la gente se burlaba de mí, se me había roto
la moto, me había pegado flor de porrazo, ¿qué otra cosa me podía pasar en uno de mis
peores cumpleaños?
El frío era penetrante, podía ver el vapor que salía de mi boca cada vez que
largaba alguna puteada. Todavía resonaban los bocinazos y los insultos de los
conductores que me vieron como un obstáculo en sus caminos. Rumbo a la parada me
detuve a descansar en un murito. Ahí sucedió, fue allí cuando vi la grieta en la pared
tras de mí. De ella emanaba calor, olor y sonido. Era extraña. Una grieta como tantas
que he visto en lugares que se están por venir abajo, pero esta era una grieta distinta:
tenía vida propia y me atraía.
A medida que me acercaba, se adaptaba a mi tamaño como invitándome a
atravesarla. Pasé al otro lado sin problema. Era una copia de mi realidad, el trajinar era
el mismo que el lugar del cual venía. De repente, oí un frenazo, gritos y un golpe fuerte
sobre el asfalto. En la esquina, una moto había sido alcanzada por un auto. Mientras me
acercaba observé un gran pozo en la calle, una moto a unos metros y un muchacho
tirado boca abajo. En la espalda llevaba la valija de repartidor. El casco roto había
volado varios metros. Mi asombro creció aun más al verle el rostro: ¡era yo! El corazón
comenzó a palpitarme con fuerza. Estaba viendo el accidente que tuve, pero en esta
realidad yo moría.
La gente comenzó a rodear el cuerpo y las sirenas ya se oían a lo lejos. Me alejé
rumbo a la grieta, tenía que salir de ese lugar. Cuando volví al otro lado, la grieta
comenzó a achicarse hasta que desapareció. La taquicardia se intensificó, mientras
esperaba sentado en el muro a que la impresión de lo visto recientemente se me fuera.
El dolor por la caída pareció intensificarse, hasta ese momento no había tomado
consciencia de que realmente pude haberme matado. Me quité la mochila con el pedido
que nunca entregué, la dejé en el muro y me marché. Quería celebrar mi cumpleaños
con mi familia. Había nacido otra vez el mismo día. Era una señal: debía buscar un
trabajo menos riesgoso.

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