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MANUALES DE URBANIDAD: CONSTRUCCIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL

CIUDADANO DURANTE EL LIBERALISMO RADICAL (1863-1886)

DIEGO NICOLÁS PARDO MOTTA

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES


FACULTAD DE DERECHO
BOGOTÁ D.C.
2013

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MANUALES DE URBANIDAD: CONSTRUCCIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL
CIUDADANO DURANTE EL LIBERALISMO RADICAL (1863-1886)

DIEGO NICOLÁS PARDO MOTTA

Monografía de grado para optar al título de


MAGISTER EN DERECHO

Directora
DIANA DURÁN SMELA
Profesora Asistente

Asesora
ANA MARÍA OTERO CLÉVES
Profesora Asistente

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES


FACULTAD DE DERECHO
BOGOTÁ D.C.
2013

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A Dios en quien creo y confío
A mi padre y a mi madre
A Ideas I, por tantas y tantas aventuras

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 1
1. EL PROYECTO LIBERAL RADICAL COLOMBIANO: NUEVOS HOMBRES,
NUEVAS COSTUMBRES .................................................................................................. 10
1.1. FEDERALISMO ......................................................................................................... 12
1.2. LIBRECAMBISMO ..................................................................................................... 16
1.3. UNA NUEVA SOCIEDAD ........................................................................................... 20
1.3.1. Conformación de una sociedad deliberativa: Patriotismo, migración y
educación para la construcción de un sujeto autónomo modelo ................................... 20
1.3.2. Estado laico: Estado y sujetos separados de la injerencia del clero católico .. 29
1.3.3. Libertades públicas: Sujetos libres y autónomos ............................................ 30
2. LA URBANIDAD EN LA POLÍTICA EDUCATIVA LIBERAL RADICAL:
DESTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA, IMPOSIBILIDAD DE LA
MODERNIDAD ................................................................................................................... 34
2.1. LA URBANIDAD NO ES UN ASUNTO DE PARTIDO: LA NO SUPERACIÓN DEL PARADIGMA
CONSERVADOR ................................................................................................................... 38

2.2. TEXTOS QUE CIVILIZAN: MANUALES DE URBANIDAD .............................................. 42


2.3. NORMAS JURÍDICAS QUE CIVILIZAN ........................................................................ 46
2.4. CONTENIDOS CONCRETOS: POR LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA; CONTRA LA

LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA .............................................................................................. 48

2.4.1. La conversación: Imposibilidad del acuerdo y del desacuerdo ...................... 56


3. CONCLUSIÓN GENERAL DEL TRABAJO.............................................................. 63
BIBLIOGRAFÍA .................................................................................................................. 66
FUENTES PRIMARIAS .......................................................................................................... 66
Textos sobre urbanidad ................................................................................................. 66
Documentos políticos de liberales radicales ................................................................. 67
Normas Jurídicas ........................................................................................................... 67
FUENTES SECUNDARIAS ..................................................................................................... 68
Bibliografía histórica y jurídica..................................................................................... 68

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INTRODUCCIÓN

La libertad y la autonomía1, para los liberales radicales, se debían llevar a la realidad


política de Colombia. Sin estas dos no era posible construir un Estado concebido a la luz
del ideal republicano de autogobierno. En ese orden de ideas, los sujetos asociados al
Estado no podrían tomar sus propias decisiones políticas, tras el necesario debate colectivo,
si estos no eran libres y autónomos. Sin tales dos características, los colombianos y, como
resultado, el Estado colombiano, seguiría siendo tan atrasado como en tiempos de la
colonia, asociada ésta, por los radicales, al autoritarismo y al oscurantismo. Entonces, para
los mencionados políticos, su momento de llegada y permanencia en el poder (1863-1886)
era el preciso para llevar a Colombia a la modernidad2. Tal modernidad, debe aclararse de
entrada y de la manera más enfática, no sería posible sin sujetos preparados para asumirla y
llevarla a su máxima expresión en la vida política de la época.

Para promover la libertad y la autonomía, según los radicales, debía diseñarse una serie de
instituciones políticas, por supuesto. Sin embargo, estas no alcanzarían éxito sin sujetos que
las supieran aprehender e impulsar. Por eso, para lograr tal autonomía y tal libertad en los
colombianos, debía educárseles en los aspectos de la vida política común. Fue por ese
motivo que dichos políticos emprendieron tanto el diseño de instituciones políticas
modernas, como el de un ambicioso proyecto educativo comprendido por varios frentes: La
Universidad Nacional, la Escuela de Artes y Oficios, la misión pedagógica alemana y la
organización de la Instrucción Pública.

1
La libertad y la autonomía implican que el individuo conozca sus propios intereses y tome decisiones por sí
mismo para satisfacerlos. En ese sentido, el individuo mismo podrá decidir qué hacer y cómo actuar. Para
tales efectos se valdrá de su propio entendimiento, sin que los demás coarten o coaccionen su reflexión y la
expresión de su voluntad (Goodwin, 1997, pp. 52-53; 64-68).
2
Es necesario reconocer que el concepto de modernidad es difícil de definir. Sin embargo, una posible
aproximación al concepto la dan los mismos radicales. Para ellos, la modernidad implica superar la época de
la Colonia en varios aspectos. Tales aspectos son materia de discusión en el primer capítulo.

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Uno de los ámbitos de los cuales se ocupó la política de Estado en materia de educación fue
el de la Instrucción Pública. Ésta se organizó a partir de un diseño particular, plasmado en
diferentes normas jurídicas. Allí, entre otros asuntos, aparecía formulado el plan de estudios
a seguir por los alumnos de las escuelas del país. Dentro de éste se encontraba una
asignatura que llama la atención: Urbanidad y buenas maneras. Dicha materia se dictaba
bajo la orientación de textos llamados generalmente manuales de urbanidad.

La urbanidad no era cualquier materia. A través de ésta los sujetos llegarían a ser
ciudadanos civilizados, aptos para vivir en un mundo moderno. El sujeto criado conforme a
la urbanidad era de mundo, es decir, civilizado, productivo y adaptado a diferentes
circunstancias de exigente trato social. Así, los manuales de urbanidad – que eran enseñados
en las escuelas desde tiempos anteriores al radical – lograrían que de su lectura y práctica
resultara un sujeto que se comportara de determinada forma concebida como correcta desde
el gusto, lo moral y lo político. De ese modo, la urbanidad, acompañada de sus manuales, se
pensó como materia precisa para lograr el objetivo de formar esos buenos ciudadanos.

El objetivo de la presente investigación es analizar, a partir de las disposiciones jurídicas


pertinentes, la política de Estado en materia de educación, emprendida durante el
liberalismo radical (1863-1886); pero sólo en lo que se refiere a la implementación de la
urbanidad como cátedra obligatoria dirigida a la formación de buenos ciudadanos en
Colombia. Esto para ver si la urbanidad, en lo que se refiere a sus contenidos, se
compadece o no con el propósito liberal radical de formar sujetos libres y autónomos que
tomaran por sí mismos las riendas del Estado hasta llevarlo a la modernidad, tal y cual
como estos políticos la concebían con base en sus ideas. En otras palabras, se buscará
responder si la urbanidad es pertinente para educar a los sujetos para que éstos sean libres y
autónomos y, de ese modo, tomen parte en la vida política de su comunidad.

El desarrollo del objetivo propuesto está atravesado por la constante pregunta por el papel
que cumplió el derecho en el diseño de la propuesta radical de Estado. Los radicales
adoptaron el modelo de absoluta confianza en la ley. De esa manera, el texto legal era el

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indicado para plasmar e impulsar la materialización de las ideas liberales radicales bajo la
forma de políticas concretas de Estado. Ésta postura es derivada directamente del
pensamiento del filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832), autor leído – en un primer
momento de la historia colombiana de las ideas políticas – desde principios y hasta finales
de los años treinta del siglo XIX, época de auge del gobierno y el pensamiento de Francisco
de Paula Santander (1792-1840). Para Bentham, el logro de la felicidad general puede
alcanzarse, de manera preponderante, a través de la expedición de suficientes leyes escritas.
Con base en esas ideas, el órgano legislativo resulta el escenario propicio para sacar
adelante las diferentes propuestas que los políticos radicales tenían para hacer de Colombia
un país muy diferente al que ellos conocían (Quintana Porras, 2006, pp. 36-37). Vale
aclarar que Bentham fue apenas uno de los varios autores consultados y aplicados por los
radicales durante su respectivo tiempo en el poder.

Por las razones explicadas en el párrafo anterior, el análisis de las disposiciones jurídicas de
la época, desde la Constitución de 1863 hasta leyes y decretos de contenido específico, será
indispensable a lo largo del presente escrito. Entonces, como la urbanidad se preocupaba
por hacer del sujeto un ciudadano, habrá que ver dos cosas: Primero, qué entendían las
disposiciones jurídicas pertinentes por ciudadano; segundo, qué entendían los manuales de
urbanidad al respecto. Una vez hecho este ejercicio podrá hacerse la comparación del caso
con el fin de hallar, justo ahí, los problemas que pueden agudizar el objetivo ya planteado.

La primera definición de ciudadanía a la que se puede acudir para comprender lo que


significa ser ciudadano, es a la contenida en la Constitución de 1863. Ésta definición podría
compararse después con la propuesta por los manuales de urbanidad y con la propuesta por
los ideales republicanos que profesaban los liberales radicales. Para tales efectos, el
presente trabajo se vale de discursos y otros documentos producidos por algunos de los
políticos de la mencionada facción del liberalismo colombiano3. En concreto, el Artículo 33
de la Constitución de 1863 decía que eran “elegibles para los puestos públicos del Gobierno

3
El documento específico en el que se pueden ver estas concepciones es el Prólogo de Florentino González
para la traducción libre que él hizo de un manual de urbanidad denominado Savoir-vivre. Ver Sección 2.4.

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general de los Estados Unidos, los colombianos varones mayores de 21 años, o que sean o
hayan sido casados; con excepción de los Ministros de cualquier religión”.

La definición de ciudadano presentada por la Constitución de 1863 resulta específica y


restrictiva, aunque menos que en Constituciones anteriores. Si se parte por la Constitución
de 1821, es posible observar que su Artículo 15 define como sufragante parroquial4 al
colombiano casado o mayor de veintiún años, que sepa leer y escribir y sea dueño de
propiedad raíz que alcance un valor de cien pesos o, en su defecto, esté en ejercicio de
algún oficio, profesión, comercio o industria útil que no implique ser sirviente o jornalero.
En segundo lugar, la Constitución de 1830, en su Artículo 14, consagró exigencias muy
similares en comparación con la Constitución anterior: ser casado o mayor de veintiún
años, saber leer y escribir y tener una propiedad raíz cuyo valor libre alcanzara los
trescientos pesos o, en su defecto, ejercer alguna profesión o industria que produjera una
renta anual de ciento cincuenta pesos sin sujeción a otro en calidad de sirviente, doméstico
o jornalero. En tercer lugar, el Artículo 8 de la Constitución de 1832 definió como
ciudadano al casado o mayor de veintiún años que supiera leer y escribir y tuviera una
subsistencia asegurada entendida como no sujeción a otro en calidad de sirviente o
jornalero. Nótese que esta Constitución no habló de personas con patrimonios que
ascendieran a un monto determinado de dinero. En cuarto lugar, la Constitución de 1843
(Artículo 9) definió como ciudadanos a aquellos varones que hubieran cumplido la edad de
veintiún años, supieran leer y escribir y fueran dueños de bienes raíces situados en la Nueva
Granada que alcanzaran valor libre de trescientos pesos o tuvieran renta anual de ciento
cincuenta pesos y pagaran sus impuestos por tales conceptos. En quinto y sexto lugar, las
constituciones de 1853 y 1858 (Artículos 3 y 5 respectivamente) definen como ciudadanos
a los varones que sean o hayan sido casados o sean mayores de veintiún años. Finalmente,

4
Esta condición era diferente a la de elector. Por éste puede entenderse al ciudadano que participaba de las
asambleas electorales encargadas de sufragar por Presidente y Vicepresidente de la República, Senadores del
Departamento y Representantes Diputados de la Provincia (Art. 30, 33 y 34). Para ser elector, además de los
requisitos que se exigían para ser sufragante parroquial, se necesitaba ser dueño de propiedad raíz que
alcanzara un valor libre de quinientos pesos, ya no cien, o gozar de un empleo de trescientos pesos de renta
anual o profesar alguna ciencia o tener grado científico (Art. 21). Los mencionados electores eran, a su vez,
elegidos por los sufragantes parroquiales. Esta dinámica obedecía a la división territorial del país en
Departamentos, provincias, cantones y parroquias (Art. 8).

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como pudo verse, la Constitución de 1863 mantiene la definición de las dos anteriores
constituciones e introduce como novedad que a los ministros de cualquier religión no les es
exigible ser casados para ser considerados ciudadanos (Restrepo Piedrahita, 2005).

Aunque la Constitución de 1863 no habla de propietarios con rentas cuantiosas e


instrucción mínima, por cuanto contemplaba la idea del sufragio universal, se puede ver en
los manuales de urbanidad, en tanto parte de la política general del Estado en materia de
educación, una mayor concreción de lo que significa ser ciudadano. Así, si se une la visión
de ciudadano que tenía el Artículo 33 de la Constitución de 1863 con la visión que sobre lo
mismo tenían, de forma ciertamente homogénea, los manuales de urbanidad se puede ver
descrito una suerte de sujeto modelo. Fue por esto que durante el liberalismo radical siguió
cobrando valor la figura del hombre, casado, padre de familia, productivo, protagonista del
modelo de hacienda, titular del derecho real de propiedad, acreedor, testador, contratante y
con derecho al voto debido a su cuantiosa renta. Lo anterior, en contraposición con
mujeres, niños, indígenas, campesinos, negros y pobres (obreros y sirvientes). Todo esto
fue afianzado por los manuales de urbanidad, los cuales partían por dividir a las personas en
general entre civiles e inciviles, donde sólo los civiles eran sujetos que se caracterizaban
por ser de mundo, racionales, continentes, productivos, hábiles para el difícil trato en
sociedad, aptos para la exigente vida moderna, mientras que los inciviles eran todo lo
contrario. Ese, entonces, era el sujeto ideal que debía vivir en la nueva sociedad liberal
radical del periodo a estudiar; no el otro. Lo curioso es que ese otro respondía a las
características de la mayoría de los habitantes de Colombia: mestizos, negros e indígenas a
los que preocupaba menos o en nada el asunto de los modales de comportamiento que se
estaban hasta ahora adoptando en la época, incluso en el entorno de la incipiente élite.

De la lectura conjunta de la Constitución y los manuales de urbanidad que circularon en la


época, puede verse cómo, en principio, esa definición de ciudadano tan general que está en
el primer texto, parece ser desarrollada en los segundos. A ello se une que el sujeto modelo
que acogieron los liberales radicales para vivir en su nuevo Estado parecía ser producto, en
parte, de un programa educativo acompañado de manuales de urbanidad. Dichos textos

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estuvieron a la orden, de manera más que suficiente, de los maestros de escuela durante el
período a analizar. Además, las reglas de comportamiento allí contenidas también fueron
divulgadas a través de una serie de prácticas que tuvieron lugar en las escuelas del Estado
para que las personas que allí asistían fueran formadas para que resultaran siendo ese sujeto
modelo. Lo anterior, de conformidad con los dictados del mismo Estado, presentes en las
normas jurídicas producidas entonces. Vale aclarar que lo anterior no indica que el gran
fundador o impulsor de la urbanidad en Colombia haya sido el Estado. En realidad, a pesar
del protagonismo de este en la difusión de la urbanidad, fue más bien en la sociedad de la
época en donde tuvo lugar la inquietud por esta, lo cual va más allá de ese Estado y sus
instituciones políticas y, por supuesto, del derecho.

Como puede ser visto, en resumen, el sujeto modelo que debía vivir en el Estado liberal
radical no acaba de ser definido por la Constitución. A ello se unen los manuales de
urbanidad, los cuales, de 1863 a 1866, siguen haciendo parte de los propósitos del Estado
en materia de educación. Lo anterior cobra relevancia a la hora de escudriñar las
disposiciones jurídicas que hicieron de la urbanidad un elemento constitutivo de los
proyectos educativos diseñados desde el mismo Estado, a partir de una inquietud que se
puede localizar más que todo en el tejido social que en el aparato estatal de poder.

Los anteriores primeros criterios dan lugar a pensar en un liberalismo radical que en medio
de sus ideas progresistas no abandonó una cierta concepción restrictiva de la ciudadanía.
Ello, a pesar de que los radicales, influidos por el utilitarismo de Bentham (entre otros
autores), pensaron en promover un Estado laico más pluralista, si vale el término, que
estuviera contrapuesto a las viejas prácticas de exclusión heredadas de la época colonial
(Quintana Porras, 2006, p. 36). Para plantear el anterior asunto puede tomarse desde la
Constitución hasta otras normas que dejan ver más específicamente el esfuerzo liberal
radical por educar a los colombianos para que se formaran bajo los parámetros que a partir
de lo establecido en los manuales de urbanidad se consideraban clave para llegar a ser un
ciudadano ideal. He ahí una primera dificultad: el concepto de ciudadanía parece
problemático para un proyecto que buscaba – desde la Constitución y desde otras normas

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jurídicas – nuevos ciudadanos que se destacaran por su compromiso político más activo
frente a la realidad del Estado colombiano de la época. Sin embargo, parece ser que no todo
colombiano podía ser así; y desde los manuales de urbanidad esto resultaba muy claro y era
promovido en la práctica, de tal manera que los parámetros de diferenciación determinados
en estos textos pudieran verificarse en la vida cotidiana de los sujetos. Esto se predica
sobretodo de aquellas personas que dichos textos denominaban inciviles, los cuales no
tenían derecho ni siquiera a ser admitidos en sociedad.

Si se profundiza en el problema presentado en el párrafo anterior, surge la hipótesis según


la cual el modelo de sujeto que los manuales de urbanidad promueven entra en
contradicción con el modelo de ciudadano libre y autónomo en el que pensaron los
liberales radicales. Los manuales – a veces estructurados en forma de código (capítulos que
se ocupan de un tema y artículos que lo desarrollan), otras redactado como un catecismo
(preguntas y respuestas) y otras en prosa – parecen no concebir un cuerpo social compuesto
por sujetos activos políticamente en tanto participan de la toma de decisiones y que, en ese
sentido, llevan a su máxima expresión el ideal de autogobierno. Estos textos, más bien,
vislumbran una sociedad compuesta por sujetos que respondan estrictamente a jerarquías y
a dinámicas sociales clasistas de interrelación con los demás y, en ese sentido, respeten,
obedezcan, callen, se contengan. Sin embargo, a la par, y ahí está lo problemático, el
manual busca formar ciudadanos aptos para la exigente vida del nuevo mundo moderno, el
cual, es más, en tiempos del liberalismo radical debía destacarse por la activa participación
política de las personas.

Parece ser que, en principio, un modelo educativo en el que se enseñe urbanidad no


conduce a la autonomía y la libertad del sujeto. Al parecer los manuales promueven
prácticas sociales contrarias al ideal republicano, según el cual, los sujetos se expresan
libremente y participan de forma activa en la toma de decisiones políticas que afectan al
Estado. Parece ser que los manuales de urbanidad excluyen de los civiles – y, por tanto, del
ideal republicano de ciudadanía que se autogobierna – a la gran mayoría de la población
colombiana. Así, sólo son autónomos, libres, ciudadanos y, por tanto, sólo participan

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activamente de la vida política del Estado los sujetos educados en urbanidad, mientras que
los otros se tienen que dejar gobernar, en cuanto los criterios propios de tal urbanidad
establecen categóricamente que estos son unos inferiores que tienen que obedecer siempre.

En suma, el presente proyecto quiere dedicarse a la elaboración de un examen crítico a una


política de Estado emanada de las normas jurídicas; pero sólo en lo que se refiere a la
implementación de manuales de urbanidad para la educación de las personas. A partir de
este, será posible formular una crítica todavía más amplia, en la medida en que se puedan
confrontar las ideas del liberalismo radical con las ideas presentes en dichos manuales. Así,
las bases teóricas sobre las cuales descansa el liberalismo radical podrán ser cuestionadas
seriamente a través de un material que en principio parece accesorio; pero que con toda
certeza hizo parte del proceso de implementación del liberalismo jurídico y político en
Colombia. De ahí que resulte válido preguntarse acerca de cómo un proyecto educativo que
incluía la enseñanza de la urbanidad tuvo repercusiones reales en el entorno jurídico y
político local y sirve hoy de base para cuestionar los supuestos ideales que perseguía la
implementación de las nuevas normas jurídicas que rigieron en Colombia durante veintitrés
años, de 1863 a 1886.

Finalmente, el problema de investigación del cual quiere ocuparse el presente trabajo puede
presentarse por medio del siguiente grupo de preguntas: ¿Existe una contradicción entre las
vanguardistas ideas del liberalismo radical y la implementación de los manuales de
urbanidad en la educación de los sujetos? Si existe esa contradicción ¿puede esta
evidenciarse desde el allá y el entonces experimentados por los liberales radicales del
periodo a analizar? o ¿sólo puede esta advertirse a través de un análisis posterior elaborado
aquí y ahora? Más específicamente, ¿riñen la definición de ciudadano y los derechos
individuales consagrados con la Constitución de 1863 con la implementación y práctica de
los manuales de urbanidad? Por otra parte, ¿hay contradicciones entre las normas jurídicas
que hablan de libertades y consagran una definición de ciudadano menos restrictiva que la
de otras Constituciones con otras disposiciones que ordenan enseñar urbanidad en los
centros de instrucción? ¿Existe una contradicción entre los sujetos educados por medio de

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manuales de urbanidad y la idea moderna liberal e ilustrada de procurar sujetos reflexivos,
autónomos y vinculados a una sociedad democrática e incluyente?

Para efectos de cumplir los objetivos de esta investigación en historia del derecho, el modo
de proceder será el siguiente: En el primer capítulo se hará un examen general del proyecto
político liberal radical durante su periodo de permanencia en el poder. Este examen será
guiado por los conceptos de libertad y autonomía con el fin de ver cómo los radicales
quisieron materializarlos a través del diseño del Estado que ellos propusieron y su
respectiva puesta en funcionamiento. Lo logrado en el primer capítulo se contrastará, en el
segundo, con el contenido concreto de los manuales de urbanidad y con el aparataje político
y jurídico construido para su difusión, durante el periodo seleccionado. Es necesario
advertir que en este segundo capítulo se transcribirán algunas secciones de manuales de
urbanidad, lo cual implica conservar la ortografía, puntuación y expresiones de la época.

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1. EL PROYECTO LIBERAL RADICAL COLOMBIANO: NUEVOS
HOMBRES, NUEVAS COSTUMBRES

El liberalismo radical en Colombia suele identificarse con varios asuntos atinentes a


pensamiento político y diseño de instituciones jurídico-políticas. Sin duda alguna, cada uno
de dichos aspectos merece un tratamiento separado, como de hecho ha ocurrido en la
historiografía y en la bibliografía jurídica. Ejemplos de este tipo de textos hay muchos.
Algunos de ellos serán citados en la presente sección. Pero como ya se dijo, aunque cada
uno de los frentes que identifican el proyecto liberal radical colombiano puede verse por
aparte, sin embargo, estos se hallan íntimamente relacionados entre sí, de tal manera que
privilegiar unos y excluir otros implica un examen parcial que a toda costa debe evitarse. Es
por esto que el presente capítulo tendrá por objetivo estudiar el radicalismo colombiano a
partir de cada una de esas características. Claro está que algunas de ellas, por razón de los
objetivos de este trabajo, serán tratadas con mayor profundidad.

Para empezar, hay que decir que el pensamiento radical fue implementado en Colombia tras
la entrada en vigencia de la Constitución de 1863. El radicalismo fue puesto en
funcionamiento en su estado más puro, es decir, no fue mezclado con posturas políticas
diferentes. Ello, por cuanto las discusiones llevadas a cabo en Rionegro – población
antioqueña en la que se discutió y redactó la mencionada Constitución – no se dieron en un
escenario de concertación entre posiciones opuestas. Por tal razón, el radicalismo resultó en
todo un desafío doctrinal opuesto al arraigado pensamiento conservador colombiano. En
términos generales, los radicales se preocuparon por la construcción de un Estado
federalista, libertario, laico y librecambista (Valencia Villa, 2010, pp. 159-165).

Los programas del liberalismo radical, es necesario decirlo de entrada, buscaron superar la
herencia colonial todavía presente en la institucionalidad jurídica y política local, así como
en el pensamiento y forma de ser de los colombianos. Para los radicales, los vestigios de la

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época colonial eran señal de yugo, tiranía, fanatismo e ignorancia. Por ello, cuando por
cuestiones de armas llegó para los radicales el momento de diseñar e implementar su propio
proyecto político, ellos pensaron en nuevos modelos distintos a los de la tradición, que
permitieran la consolidación de un Estado moderno (Quintana Porras, 2006, pp. 12-13).

La acción política y jurídica emprendida por los liberales radicales puede verse como la
propuesta de solución a tres grandes grupos de problemas que hacían, para ellos, del
colombiano un Estado atrasado. El primero de ellos da cuenta de la preocupación por
asuntos de orden político. Estos pueden entenderse como concernientes a la organización y
administración del Estado. Para este grupo de cuestiones se instauró como solución el
federalismo. A través de este, se superaría el centralismo heredado de la colonia y, en ese
sentido, se permitiría a las regiones colombianas, agrupadas bajo la figura jurídica y
política de los Estados Soberanos, actuar con autonomía para la atención de sus propias
necesidades. El segundo grupo de preocupaciones gravita alrededor de lo económico. Para
tales efectos, fue implantada una economía de corte liberal que diera lugar a la autonomía
privada propia del librecambismo. Con este se buscaba transformar los medios de
producción imperantes hasta el momento y optar por unos procesos industrializados y por
unas operaciones de constante y libre importación y exportación de bienes. Finalmente,
otras problemáticas tuvieron que ver con aspectos que podrían denominarse político-
culturales. Dentro de estos asuntos están las reformas concernientes a la separación Iglesia-
Estado y a la concepción de Colombia como Estado laico. Igualmente, en este grupo se
puede ubicar el proyecto educativo radical (Jaramillo Uribe, 2002, p. 130 ss). Estos asuntos
de orden político-cultural debían dar lugar a sujetos libres y autónomos.

Con estos tres grandes grupos de soluciones mencionados en el párrafo anterior, los
radicales pensaron que Colombia entraría en la modernidad. Una modernidad política
donde existiesen instituciones de avanzada que impidieran el autoritarismo del jefe del
ejecutivo que estos políticos veían tan presente en la colonia y en los gobiernos de las
primeras tres décadas posteriores a la independencia. Por esa misma razón, en el diseño
constitucional de 1863, el presidente de Colombia ocuparía su cargo solamente por dos

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años. Una modernidad, igualmente, que llevara a su máxima expresión la labor del
Congreso como órgano popular por excelencia y permitiera el gobierno autónomo de los
nuevos Estados Soberanos. Por otra parte, en cuanto a lo económico, Colombia, para el
radicalismo, debía entrar en una economía de mercados que trajera consigo una producción
tecnificada y unas operaciones de intercambio comercial consolidadas en el interior y
proyectadas hacia el exterior del país. En un solo enunciado, la modernidad implicaría la
aplicación de las doctrinas filosóficas, morales, políticas y económicas del liberalismo y
republicanismo inglés y francés5.

1.1. FEDERALISMO

En cuanto al diseño institucional del federalismo en la Constitución de 1863 deben decirse


varias cosas. Lo más importante es que tal federalismo se caracterizaba por un amplio
poder de los Estados Soberanos y un leve poder en cabeza del gobierno de la Unión. Esto se
ve reflejado en que los titulares de las más importantes competencias políticas,
administrativas y económicas eran los Estados Soberanos, mientras que el gobierno central
tenía competencias de carácter residual (Art. 17 y 18). Tanto así que para que la Unión
pudiera desarrollar ciertas funciones, los Estados Soberanos tenían que delegárselas. De lo
contrario, tales funciones no podrían ser realizadas (Art. 16). De otro lado, la Unión no
podía hacer la guerra a los Estados sin la autorización del Congreso (Art. 19). Además, el
gobierno central no podía atender situaciones excepcionales por la ausencia de poderes de
emergencia consagrados en la Constitución.

Varias razones de índole política se pueden evidenciar en el diseño institucional explicado


anteriormente. Primero que todo, los radicales, reunidos en el seno de la Convención de

5
Las ideas de los radicales se nutrieron de la lectura de varios autores de la filosofía política y económica
liberal y republicana francesa e inglesa. Ellos estuvieron al tanto de los textos de Frederic Bastiat, Charles
Fourier, Víctor Hugo, Alphonse de Lamartine, Pierre-Joseph Proudhon, Jean Jacques Rousseau, Jean-Baptiste
Say, Henri de Saint Simon, Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi, Alexis de Tocqueville, Antoine-
Luis-Claude Desttut de Tracy, François Marie Arouet Voltaire, Jeremy Bentham, Edward Gibbon, John Stuart
Mill, Adam Smith, Herbert Spencer (Jimeno Santoyo, 2006, pp. 176-180).

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Rionegro, veían que el federalismo de 1858 no había dado buenos resultados6. Ellos veían
que el gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez (1857-1861) había pasado por
encima de las disposiciones constitucionales pertinentes. Esto porque el federalismo de esa
Constitución no había sido lo suficientemente fuerte, según los radicales. Igualmente, los
convencionistas consideraron que debía contrarrestarse, desde un comienzo, el
autoritarismo del seguro primer presidente de los Estados Unidos de Colombia: Tomás
Cipriano de Mosquera7. Por eso mismo fue que el periodo presidencial quedó reducido a
dos años8. Finalmente, para estos políticos liberales, la especial conformación geográfica
del territorio colombiano y el consecuente aislamiento en el que vivían las regiones
dificultaba la existencia de un gobierno centralista, por más y mejor organizado que este
fuera (Mejía Arango, 2007, pp. 222-233).

Otras razones para un federalismo tan fuerte como el diseñado en 1863 obedecen más al
conjunto de ideas que profesaban los radicales. Para ellos, el centralismo era sinónimo de
despotismo. Este se contraponía gravemente a la libertad y a la autonomía. Una
administración autónoma conllevaría una gestión eficaz de intereses que eran muy propios

6
A esto puede contrastarse el hecho de que la forma federal de Estado fue implementándose de manera
gradual entre 1853 y 1863. La Constitución de 1853 dio un primer paso al establecer, en su Artículo 48, que
las provincias tenían el poder para disponer acerca de su organización, régimen y administración interior.
Estas provincias llegaron a ser treinta y cinco durante el gobierno de Manuel María Mallarino (1855-1857) y
cada una de ellas proclamó su propia Constitución. Tiempo después, en 1855, por medio de Acto de 27 de
febrero fue creado el Estado de Panamá. Luego de esto, fueron expedidas diversas leyes que crearon Estados
Federales. En su orden, la Ley de 11 de junio creó el Estado de Antioquia; la Ley de 13 de mayo de 1857 creó
el Estado de Santander, y la Ley de 15 de junio de 1857 creó los Estados Federales de Cauca, Cundinamarca,
Boyacá, Bolívar y Magdalena. Con estos ocho Estados fue que se promulgó la Constitución de 1858 (Artículo
1). Finalmente, para 1861, el 12 de abril, Tomás Cipriano de Mosquera creó el Estado del Tolima. Con este
último quedarían conformados los nueve Estados Soberanos de la Constitución de 1863 (Aguilera Peña, 1994).
7
Liberales, tales como Salvador Camacho Roldán, se percataron tiempo después que por luchar tan fuertemente
contra sus opositores políticos, además liberales – tales como el mismo Mosquera – y también conservadores,
terminaron debilitando los poderes institucionales sin haber previsto las graves consecuencias que ello traería
para la consolidación del radicalismo en el poder y para Colombia como tal (Jimeno Santoyo, 2006, p. 171). Se
suponía que todas estas nuevas medidas iban a contribuir a que no se presentaran abusos de poder en ninguno de
los estamentos del Estado. Por esa razón, las distintas instituciones fueron creadas para que, desde su interior, no
dieran oportunidad de ser utilizadas de manera arbitraria por quienes las tuviesen a cargo.
8
En el periódico La opinión, dirigido por Salvador Camacho Roldán y por José María Samper (quien en ese
tiempo era liberal radical, antes del giro que dio a sus ideas entre 1876 y 1881 (Sierra Mejía, 2006)), fundado
para contribuir al debate público durante la Convención de Rionegro, se dijo que uno de los más importantes
frentes de discusión durante la Convención era el fomento de un gobierno pluralista, el cual debía entenderse
como el debilitamiento de la figura del presidente de la República (Jimeno Santoyo, 2006, p. 182; 185).

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de cada Estado soberano. La existencia de intereses comunes potenciaría la participación
democrática en asuntos que puntualmente afectarían a los miembros de la comunidad.
Como resultado, las decisiones se tomarían más coherentemente con la realidad, por eso
serían mejores. Ello traería no sólo una mejor materialización de la democracia, sino
también una mayor unidad, tanto en los Estados Soberanos, como en el ámbito de la Unión.
Esto, por cuanto el gobierno central sería el primero en respetar los intereses comunes de
cada Estado y en promover lo que interesaba a toda la nación colombiana. Lo anterior
redundaría en mayor legitimidad de ese poder central. Todo lo expuesto evitaría la
existencia de un poder central arbitrario y garantizaría las libertades individuales ante
cualquier intento de abuso de poder. Esto último era respaldado en textos como los de
Alexis de Tocqueville quien analizó de cerca el gobierno de los Estados Unidos en su
trabajo La democracia en América (Mejía Arango, 2007, pp. 233-234)9.

El radicalismo colombiano se caracterizaba por pensar que las instituciones jurídicas debían
gravitar alrededor de los derechos consagrados en el Artículo 15 de la Constitución de
1863. El federalismo, en ese sentido, también debía girar en torno a la libertad y a la
autonomía. De hecho, la inclusión de un catálogo de libertades públicas es una gran
concreción del liberalismo moderno y es una nueva concepción del derecho. Estos
postulados fueron propagados desde las aulas de clase. Como claro ejemplo, Florentino
González10 – quien además fue uno de los lectores de Tocqueville de los que se habló en el
párrafo anterior – enseñaba desde su cátedra en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario que el federalismo era la forma adecuada de división política y administrativa del
Estado y que, por tanto, a partir de este, se aseguraría la paz y el progreso11. De ese modo,

9
Cabe aclarar que Tocqueville, en el texto mencionado, fue crítico de lo que llamó tiranía de las mayorías.
10
José Nazario Florentino González Vargas (Cincelada (Santander), 1805 – Buenos Aires (Argentina), 2 de
enero de 1874) fue uno de los políticos liberales radicales más celebres por sus ideas económicas y
administrativas. Desde muy joven se interesó por la política. Es recordada su participación en la llamada
conspiración septembrina, dirigida contra Simón Bolívar. Uno de los cargos en los que mejor se desempeñó
fue en el de Secretario de Hacienda, durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849). Como
sus compañeros radicales, González se destacó no sólo en la política, sino también en el periodismo, en la
enseñanza y en el ejercicio profesional y académico del derecho en calidad de autor (Alonso Pinzón, 2009).
11
Esta opinión también era compartida por Salvador Camacho Roldán. Él señaló, en su texto sobre la
Convención de Rionegro, que para los delegados, la federación, por su misma naturaleza, dificultaría los
abusos de poder, lo cual contribuiría a la paz. Además, dicha forma de Estado anularía de manera pacífica los

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González propugnaba por un poder central pequeño que se encargara de controlar las
relaciones entre Estados Soberanos.

Según Florentino González era necesario establecer principios científicos para el manejo
del Estado. Estas ideas de raigambre francesa, fueron enseñadas por González en su
cátedra, la cual, precisamente se llamaba Ciencia Administrativa. En ella, el político en
mención estudió el clásico texto de Charles-Jean Bonnin llamado Principes
d’Administration Publique. Sin embargo, tal texto no se compadecía con las ideas que él
propugnaba a favor de un Estado federal no interventor, las cuales plasmó en su propia
obra, publicada en 1840, Elementos de Ciencia Administrativa, la cual no fue vista por el
mismo autor sólo como un trabajo con objetivos pedagógicos, sino también como un texto
que pudiera influir en la realidad política de su tiempo. Por último, vale decir que la cátedra
fue aprovechada por González para expresar sus opiniones a favor del republicanismo y
para combatir a los políticos centralistas a través de fuertes defensas de los derechos de las
regiones colombianas (Quinche Ramírez, 2006, pp. 383-388; 396-398).

En resumen, la forma federal de Estado fue tenida durante el liberalismo radical como la
solución a los problemas de organización política y administrativa de la Colombia de
entonces. Con el federalismo se combatiría una de las herencias más nefastas de la colonia:
los gobiernos centrales. Estos eran concebidos por los radicales como arbitrarios. Muestra
de la supervivencia del centralismo era que el Estado se gobernaba autoritariamente desde
la capital, lo cual impedía que los políticos de las regiones pudieran tomar decisiones que
los beneficiaran de forma directa. Esto era un claro obstáculo para el desarrollo de tales
regiones. Es por ello que los políticos radicales pensaron en Estados Soberanos que
pudieran atender libre y autónomamente sus propias necesidades. A esta libertad política,
necesariamente debe unirse una libertad económica que contribuyera al propósito de
conducir a esas regiones y al Estado entero por los caminos del progreso.

conflictos, de manera tal que cualquier guerra civil sería imposible. En otras palabras, los radicales
convocados a la Convención de Rionegro sostenían que el federalismo iba a hacer desaparecer el uso de la
violencia, el cual ya era muy frecuente en la Colombia de entonces por las varias guerras civiles que habían
ocurrido hasta ese año (Jimeno Santoyo, 2006, p. 186).

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1.2. LIBRECAMBISMO

Una nueva postura económica en la política colombiana no hunde sus raíces simplemente
en visiones diferentes de la economía. Esto también parece surgir de acuerdo a la
proveniencia social de aquellos que adoptan esas nuevas visiones. Un número importante
de políticos radicales fueron hijos, y ellos mismos lo fueron, de comerciantes y artesanos
con ideas individualistas que pedían la liberalización de la economía12. Por otro lado,
muchos radicales provenían de regiones como Santander, Cundinamarca, Boyacá y Tolima.
Varios de ellos no nacieron de familias tradicionales que decían descender de los
colonizadores españoles, sino de familias provenientes de las regiones13. Por estas razones
pensaban con mayor facilidad que el Estado no podía ser el obstáculo para la iniciativa
privada, sino que, antes bien, la libertad absoluta era la solución para los problemas
económicos (Jimeno Santoyo, 2006, pp. 172-175).

El libre cambio implica, principalmente, la apertura de un Estado al fluido mercado de


importaciones y exportaciones, a través de varias medidas económicas. Lo primero que se
pensaba en tiempos del liberalismo radical era en la consolidación de una economía
moderna. Esta debía separarse de la constante de un sector artesanal protegido, lo cual
había terminado en que éste se hubiese estancado en términos de haberse hecho un actor
económico que prácticamente no se esforzaba ni mejoraba en nada. Entonces, si Colombia
se abría a un sistema de libre mercado, los artesanos se preocuparían por tecnificar sus
procesos de producción, hasta el punto de volverlos industrializados. En otros términos,
para que el país entrara en una dinámica de exportaciones, los procesos de producción
debían estar tecnificados, industrializados. Con la industrialización, habría lugar a una
competencia económica; se haría necesaria la creación y consolidación de un sistema

12
Ésta realidad también fue relevante para lo que se discute en la sección 1.3.1. del presente capítulo.
13
Como puede notarse, los términos que se utilizan no son tajantes. En realidad, también había conservadores
que compartían los mismos orígenes geográficos, económicos, sociales, culturales de algunos de los radicales.
Así mismo, no todos los liberales tenían la misma proveniencia. Honestamente, “la alineación partidaria en el
siglo XIX colombiano fue un fenómeno complejo, imposible de explicar mediante el simple esquema del
conflicto de competitividad socioeconómica o entre intereses regionales. Tales esquemas adquieren cierta
validez ya que un partido poseía mayor fuerza que el otro en ciertos grupos socioeconómicos y en
determinadas regiones pero carecen de aplicabilidad universal” (Delpar, 1994, p. 33).

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moderno de transporte; se fortalecería el fisco; se ampliaría la red interna mercantil; se
transformarían las relaciones de producción y propiedad. En pocas palabras, los Estados
Unidos de Colombia quedarían completamente encaminados hacia una economía de
carácter capitalista, luego de los grandes pasos que en ese sentido se habían dado desde los
años cuarenta del siglo XIX, a partir de los gobiernos de Tomás Cipriano de Mosquera y
Arboleda (1845-1849) y José Hilario López (1849-1853) (Mejía Arango, 2007, pp. 53-59).

Las reformas económicas propiamente de la época radical giraron en torno a dos puntos: la
tributación y la tenencia de la tierra. En lo que concierne a este último punto, los radicales
se concentraron, sobre todo, en lo que tenía que ver con los baldíos (desamortización de
bienes de manos muertas). Con la solución de estos problemas, pensaban ellos que se podía
empezar a dar lugar a una libertad económica. Como se ha insistido, el radicalismo
colombiano quería romper con la herencia colonial. Esta se destacó por la existencia de
fuertes atribuciones económicas en cabeza del gobierno y con la ausencia de instancias de
diálogo con el poder. A ello se aunaba la propiedad de extensas porciones de tierra sin
utilizar en cabeza de unos pocos, dentro de los cuales sobresalía la Iglesia. Ese modelo tan
restringido no permitía, para tales políticos, la conformación de un sistema basado en la
acumulación autónoma y privada de capital.

Las autoridades de los Estados Soberanos liquidaron poco a poco la estructura tributaria de
la época de la colonia hasta tal punto que los colombianos quedaron con cargas de
impuestos más bien leves14. En tal sentido, una primera situación crítica, que es el ejemplo
por excelencia de lo que se está diciendo, se dio cuando los gravámenes al tabaco
empezaron a ser abolidos paulatinamente; pero no reemplazados por otra contribución. Para
atender el desmonte de los impuestos coloniales y el nuevo fin de establecer nuevos

14
Estas reformas ya habían sido propuestas por Florentino González. En el Informe de 1847 del Secretario de
Hacienda del Gobierno de la Nueva Granada a las Cámaras Legislativas, González señala que “[e]l derecho
de importación moderado […] y el medio sencillo que en ella se adopta para calcular este derecho sobre los
efectos de un consumo más general, son […] el remedio eficaz que puede aplicarse a los males de que las
leyes vigentes sobre el comercio de importación han sido causa” (González, [1847] 1984, p. 42).

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tributos, Salvador Camacho Roldán15 pensó en un impuesto directo de carácter progresivo.
Tal idea implicaba gravar los ingresos de las personas en vez de las operaciones
comerciales internas y externas. En ese orden de ideas, como la dinámica de la producción
iba a cambiar ostensiblemente, la productividad iba a ser mayor con el paso del tiempo. Por
esa razón, no se podían frenar esos procesos con impuestos, mientras que sí se podía pedir
contribuciones a los individuos que fueran obteniendo cada vez más ganancias. De ahí que
ese tributo fuese proporcional a la renta anual de cada persona y creciente con respecto al
nivel de riqueza. Ese tipo de medidas resultaban más justas y equitativas, no oprimirían
ningún ramo de la industria y obedecerían a la noción de progresividad, la cual indica que a
mayor ganancia, mayor es el tributo que hay que pagar. Además, las reformas tributarias
acabarían con un juego económico desigual traído desde la colonia con su sistema de castas
y privilegios promovidos desde el mismo gobierno.

Mientras las reformas tomaban vuelo, el estanco del tabaco se mantuvo. Pero como se señaló,
uno de los objetivos de los gobiernos radicales era abolirlo. Para Florentino González, el
estanco afectaba la producción de tabaco y limitaba el área sembrada. Entonces, con su
abolición se aumentaría la exportación del producto, lo que llevaría a que el gobierno
recuperara el ingreso perdido por razón de la moderación del arancel a las importaciones. Si
bien en la práctica se produjo un déficit fiscal, es de reconocer que la medida trajo consigo una
mayor y mejor producción de tabaco a lo que se unió el novedoso transporte de la hoja por el
río Magdalena en embarcaciones a vapor (Kalmanovitz Krauter, 2006, pp. 91-92; 94-98).

Otros impuestos que se veían con malos ojos en la época eran al del trabajo personal
subsidiario; al diezmo; a los monopolios como la sal, los aguardientes, los guarapos, la
pólvora y los naipes, y a la producción minera (Kalmanovitz Krauter, 2006, pp. 94-96; 100-
101). Éste último fue reducido poco a poco con el fin de incentivar nuevas inversiones y

15
Salvador Camacho Roldán (Nunchía (Casanare), 1 de enero de 1827 – Hacienda El Ocaso, Zipacón
(Cundinamarca), 19 de julio de 1900) también se destacó por su pensamiento económico y administrativo, al
igual que los demás radicales. Tiene el perfil parecido de hombre dedicado al derecho, a los asuntos
económicos y a la escritura de artículos periodísticos. Uno de los aspectos más personales de Camacho es su
interés por los estudios sociales (Cataño, 2000).

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eliminado para los mineros antioqueños. Lo mismo ocurrió con los derechos de aduana a
las importaciones y a las exportaciones. A propósito de lo anterior, debe recordarse que el
librecambismo no sólo pretendía abrir el mercado a las importaciones, sino que también
tenía por objetivo incentivar las exportaciones.

Manuel Murillo Toro16, por su parte, no se consideraba un partidario a ultranza del dejar
hacer. En ese sentido, él no estaba de acuerdo con los postulados del economista francés
Jean-Baptiste Say, autor muy leído en la época junto a Adam Smith y John Mill17. Para Say
era inconveniente cualquier intervención del Estado en materia de regulación o de afección
del derecho de propiedad de los participantes en los mercados. En contraste, para Murillo
era más importante que el Estado asegurara la existencia de escenarios democráticos en el
ámbito económico18. Por ejemplo, era necesaria la repartición de los baldíos de una manera
justa, es decir, de forma que no los adquirieran los amigos del gobierno. Otro ejemplo lo
constituían sus quejas alrededor de la abolición del estanco del tabaco, la cual había llevado
a que apenas dos o tres firmas hubieran impedido el negocio directo entre los cosechadores
y los agentes en el sentido de no permitir que el precio de la hoja fuese el que el libre
mercado fijara, sino uno bastante bajo (Kalmanovitz Krauter, 2006, pp. 96-101).

En suma, el liberalismo radical estaba interesado en una economía moderna que


respondiera a los postulados de la apertura a la libertad de importación y exportación, la
industrialización de los procesos de producción, la existencia de operaciones de
intercambio interno y externo, la sustitución de los tributos coloniales y la mejor repartición
de tierras. Sin embargo, es de señalar que si bien los radicales seguían los postulados
económicos de los liberales ingleses y franceses, sí consideraban que el Estado colombiano
debía estar al frente en la prevención de abusos económicos de toda índole. Así, no sólo

16
Manuel Murillo Toro (Chaparral (Tolima), 1 de enero de 1816 – Bogotá, 26 de diciembre de 1880) fue uno
de los políticos liberales más importantes. Durante esta sección se le verá muy cercano a los artesanos y a sus
nuevas ideas económicas. Fue presidente de Colombia de 1864 a 1866 y de 1872 a 1874.
17
Adam Smith, en un principio, fue conocido a través de los trabajos de Say. Mill, por su parte, fue empezado
a leer en la década de los años setenta de siglo XIX (Jimeno Santoyo, 2006).
18
Ésta era una clara señal de republicanismo político en Murillo, tal y como se verá en la sección 1.3. del
presente capítulo.

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debían existir sistemas de distribución justa de la riqueza, sino también debía existir un
Estado que interviniera moderadamente ante cualquier intento de dominio económico. Ésta
última idea provino más fuertemente de Manuel Murillo Toro (Gargarella, 2005, p. 79).

1.3. UNA NUEVA SOCIEDAD

Los rasgos del pensamiento liberal radical que son preponderantes a la hora de discutir
sobre aquellos aspectos que al principio de este capítulo se denominaron político-culturales,
tienen que ver con lo siguiente: “la preponderancia de la razón sobre la fuerza, el papel del
uso público de la razón en la formación de una ciudadanía deliberativa19; la separación de
la Iglesia y del Estado; la defensa de la soberanía del sujeto frente a la intromisión del
poder eclesiástico […]; el reconocimiento de los derechos individuales sin privilegios para
ningún sector de la sociedad” (González Puccetti, 2006, p. 39).

1.3.1. Conformación de una sociedad deliberativa: Patriotismo, migración y


educación para la construcción de un sujeto autónomo modelo

Un primer aspecto que puede examinarse es el papel de lo que se podría denominar uso
público de la razón en la formación de una ciudadanía deliberativa. De acuerdo a Roberto
Gargarella, en su texto Los fundamentos legales de la desigualdad, el radicalismo en
general20 se destaca por su confianza irrestricta en las mayorías. Conforme a ello, la

19
Vale la pena aclarar que el concepto de democracia deliberativa es expuesto, más bien, en la filosofía
política y jurídica contemporánea, por parte de Jürgen Habermas (1929), sobre todo en su libro Facticidad y
Validez (1992). Sin embargo, este concepto puede traerse para efectos del presente trabajo con el fin de dar a
entender la preocupación por una sociedad que participara activamente de la toma de decisiones políticas en
términos de autogobierno, el cual, necesariamente implica sujetos reflexivos que se inmiscuyan en debates
políticos sobre diversos asuntos de interés general. Ésta idea se compadece perfectamente con el pensamiento
republicano propio del liberalismo radical.
20
El método de Gargarella parte por exponer nociones del radicalismo concebido en términos generales para
luego hacer descender dichas definiciones características a ejemplos concretos de éste, sea el ocurrido en los
Estados Unidos, el cual es el ejemplo por antonomasia, sea el ocurrido en Latinoamérica. El radicalismo de
los Estados Unidos es proveniente de la tradición inglesa, lo cual se acompasa más con esas nociones básicas
a las que el autor quiere referirse en los primeros momentos de sus análisis específicos del radicalismo. Por su

20

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voluntad popular y el consecuente derecho de autogobierno – aunadas al principio según el
cual los hombres nacen libres e iguales – debían materializarse en la intervención política
de los grupos mayoritarios. Lo anterior implica la existencia de escenarios de reflexión
colectiva que lleven a la toma de decisiones mayoritarias por los eventuales destinatarios de
éstas. Todas estas ideas se hallaban amparadas por los desarrollos teóricos y las
agrupaciones políticas del radicalismo inglés y francés, los cuales se oponían a los abusos
de los gobiernos detentados por unos pocos. Por ejemplo, un autor como Thomas Paine fue
ampliamente difundido entre radicales estadounidenses como Thomas Jefferson, quien
también era de ideas republicanas. Lo propio pasó en Latinoamérica de la mano de Manuel
García de Sena, quien tradujo al español algunas obras de Paine. Así mismo, dentro de los
autores franceses más influyentes está Rousseau, cuyos conceptos de voluntad e interés
general, soberanía popular y contrato social se emplearon en las constituciones de algunos
Estados Hispanoamericanos (Gargarella, 2005, pp. 19-24).

Según Gargarella, en su texto en comento, Rousseau consideraba que el autogobierno no


podía realizarse en una sociedad cualquiera. En realidad, la conformación de una voluntad
general requería la existencia previa de intereses comunes. Esto implicaba la identificación
de unos con los intereses de otros y la defensa de aquellos intereses como si fueran propios.
De ese modo, todos debían perseguir con ahínco la materialización de aquellos valores que
reconocían como propios de una comunidad de personas y que, en ese sentido, compartían.
Como resultado, la existencia y choque de intereses diversos era enemiga, en último
término, del autogobierno. Las anteriores ideas inspiraron a algunos pensadores radicales,
quienes consideraron que debía conformarse una sociedad homogénea para hacer posible el
autogobierno en sus propias comunidades políticas. Por ejemplo, el antifederalismo
norteamericano consideraba que en “una república, los modales, sentimientos e intereses de
las personas deberían ser similares”, para evitar, de esa manera, constantes choques de
opiniones y constantes luchas entre posturas contrarias (Gargarella, 2005, p. 29).

parte, el radicalismo de algunos Estados latinoamericanos significa anti-catolicismo y federalismo. Tal


radicalismo resultó ubicado en el ala más progresista del liberalismo (Gargarella, 2005, p. 19).

21

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La idea de cultivar el buen ciudadano cobró mucha fuerza en los Estados Unidos. Para tal
logro se propusieron dos caminos: la importación de los mejores ciudadanos de Europa y la
re-creación del hombre en el sentido de inculcarle ciertas virtudes y librarlo de ciertos
vicios. Esta empresa de perfeccionamiento del individuo, emprendida por el propio Estado,
gira alrededor de la difusión de ciertos valores denominados virtudes cívicas. Dentro de
estas, se hallan el patriotismo, el coraje, la solidaridad, austeridad, frugalidad, parquedad y,
muy importante, la productividad (Gargarella, 2005, pp. 29-30).

Cuando Gargarella plantea los asuntos del autogobierno y la homogenización de la


sociedad, no atiende específicamente al caso colombiano21. Antes bien, sus ejemplos
apuntan a otras expresiones del pensamiento radical, tales como las que se dieron en los
Estados Unidos y en estados latinoamericanos como Argentina, Chile, México, Perú y
Venezuela. En ese sentido, es necesario averiguar si, en concreto, puede predicarse lo
mismo del radicalismo colombiano. Entonces, lo primero a constatar tiene que ver con la
promoción del sentimiento de pertenencia a la nación. Lo segundo, atañe a la importación
del gran hombre europeo. Lo tercero, corresponde a la educación encargada de
proporcionar a la sociedad sujetos modelo22.

El liberalismo radical colombiano se preocupó por la difusión del sentimiento patriótico. En


concreto, durante la época en que el radicalismo estuvo en el poder se promovió la valoración
de los productos nacionales y la admiración por los próceres de la independencia. Para lo

21
Es de aclarar que los pasos de la argumentación de Gargarella, que se han seguido hasta el momento,
corresponden a las secciones “Radicalismo y autogobierno” y “Radicalismo y moral privada” del capítulo “El
constitucionalismo radical”. Sin embargo, es necesario reconocer que el liberalismo radical colombiano sí
sirve de ejemplo al autor en ocho ocasiones dentro del mencionado capítulo. En concreto el radicalismo
colombiano aparece en el texto del jurista argentino para ejemplificar asuntos atinentes a la libertad de
iniciativa económica y presencia de un Estado que prevenga abusos económicos, pérdida de poder del
ejecutivo, lucha contra el poder de la Iglesia, control de constitucionalidad en que de todas maneras prevalece
el órgano legislativo, federalismo, influencia de la Iglesia y de los hacendados sobre los votantes ante la
disminución de requisitos para ejercer el voto, lucha contra una dinámica partidista que aumenta la
desigualdad y partidos políticos que hacen coaliciones con mucha facilidad.
22
En el aparte 1.1 del presente capítulo puede verse que para los radicales colombianos el federalismo daría
lugar al establecimiento de intereses propios de cada Estado Soberano que eran comunes a todos los
habitantes. Ello redundaría en una participación democrática más activa en los asuntos que realmente
afectaban a la comunidad. Todo esto resulta acorde con lo que dice Gargarella en términos más generales.

22

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primero fueron creadas ferias de exposición. A partir de estas se pensaba estimular el trabajo,
la productividad y la creatividad en los colombianos. A estos propósitos se unieron otros que
eran más de índole económica, tales como la promoción de la inversión, la participación, el
capital, el crecimiento y el desarrollo. Por su parte, para lo segundo se construyeron parques y
erigieron estatuas en honor a los próceres y, además, se creó la fiesta del 20 de julio. Las
fiestas patrias, en general, se consideraron civilizadas, mientras que otras expresiones como
las corridas de toros se tuvieron como propias de gente incivil e inculta23. A esto se une la
creación de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871. A partir de esta se cultivaría el
buen hablar, el buen escribir y la historia patria (Martínez F. , 2002, pp. 380-383).

En 1871, el gobierno retomó los viejos proyectos de inmigración formulados durante los
años cuarenta del siglo XIX. Uno de ellos fue el contemplado por Manuel Ancízar
Basterra24. Para los radicales era importante que con la inmigración viniera la
modernización de la mano de europeos competentes. Para preparar el camino a una política
exitosa de inmigración, en 1870 fueron abiertas carreteras y fue mejorada la navegación en
la región de la Guajira y de la Sierra Nevada. Por otra parte, las misiones diplomáticas
alojadas en diferentes Estados europeos fueron encargadas de averiguar por las razones del
fracaso de proyectos anteriores en matera de inmigración y por la situación del sector
agrícola de la época. Así mismo, estas misiones fueron encargadas de promover la
inmigración a Colombia. Todos estos objetivos y estrategias pueden verse claramente en la
detallada Ley de 9 de junio de 1871, autoría de Salvador Camacho Roldán, y en las
vigorosas acciones políticas que se realizaron de ahí en adelante para materializarla. Con
esta breve descripción también quiere indicarse que el proyecto fue propuesto y dirigido
desde el gobierno de la Unión y no desde los Estados Soberanos.

23
Esta apreciación se puede ubicar exactamente en la Memoria del secretario de lo Interior i Relaciones
esteriores al Congreso nacional de 1872 de Felipe Zapata (p. XXXVIII). La misma referencia aparece en otro
texto de Fréderic Martínez denominado En busca del Estado importado: De los radicales a la regeneración
(1867-1889) (Anuario colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 23, 1996).
24
Hacienda El Tintal, Fontibón (Cundinamarca), 25 de diciembre de 1812 – Bogotá, 21 de mayo de 1882. Su
proyecto inmigratorio lo presentó cuando era Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores de Tomás
Cipriano de Mosquera (1845-1849), uno de los múltiples cargos que ocupó como persona dedicada a labores
políticas, educativas y periodísticas.

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Para la realización del proyecto de inmigración, los principales puertos del país debían
contar con una oficina que proporcionara ayuda, orientación y un primer alojamiento a los
inmigrantes. Otras oficinas, ubicadas en regiones del interior del país, se encargarían de
recibir a los inmigrantes enviados desde los puertos. De estos dos grupos, las oficinas más
activas fueron las de Santa Marta y Barranquilla; Bogotá y Medellín, respectivamente.

Lamentablemente para los radicales, las inmigraciones que hubo en esa época fracasaron.
Lo anterior por varias grandes razones. La primera de ellas fue la inseguridad. Por ejemplo,
en Santander, las inmigraciones alemanas salieron mal por los constantes conflictos de
orden público. La segunda razón, fue el clima y las enfermedades. A la Sierra Nevada de
Santa Marta, como ejemplo, llegó la familia Gauguet, la cual sucumbió ante el inhóspito
clima y las endemias propias de la región (Martínez F. , 2002, pp. 395-399). Una tercera
razón para que no prosperara la política migratoria de esa época tiene que ver con la falta
de una actividad económica suficientemente estable e importante como para necesitar y
atraer mano de obra importada. La incipiente agricultura colombiana daba apenas para que
se empleasen personas de los mismos territorios donde se hallaban los cultivos. A ello se
unió, cuarto, que Colombia no era muy conocida en Europa; quinto, que las mejores tierras
ya estaban ocupadas25; sexto, los altos costos para la instalación de los inmigrantes, y,
séptimo, la existencia de opciones de inmigración más prometedoras y mejor estructuradas
como eran las ofrecidas por los Estados Unidos y la Argentina (Martínez F. , 1997).

Las decepciones alrededor de la política de inmigraciones dieron lugar a hondas revisiones.


La primera de ellas consistió en ampliar el concepto del inmigrante deseado. De ese modo,
dejó de prestarse atención en franceses, alemanes, suizos y suecos – en la medida en que se
creía que estos Estados eran grandes ejemplos de civilización – y se pasó a considerar a
italianos y españoles. Luego, se pensó en acoger inmigrantes asiáticos y europeos una vez
se concluyó que ellos se adaptarían mejor a las dificultades climáticas y geográficas y a las
enfermedades características del territorio colombiano. Sin embargo, el sueño de
25
Ejemplo de esto puede encontrarse en la crónica que escribió el geógrafo francés Elisée Reclus en su texto
Un voyage a la Nouvelle Grenade, Paysages de la Nature Tropicale, publicado en la Revue des Deux Mondes
en 1859,1860 y 1864 (Martínez F. , 1997).

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europeizar a Colombia no se borró de la mente de muchos políticos liberales26. Pero
también había claridad en que Colombia no podía brindar buenas condiciones para los
inmigrantes: acceso, seguridad y climas sanos (Martínez F. , 2002, pp. 395-403).

Una buena educación, pensaban los radicales, era la condición de posibilidad para la
conquista de muchos logros en el nuevo Estado en construcción. La educación permitiría
que prosperasen políticas como la inmigratoria27, podría reducir tensiones sociales y daría
lugar al establecimiento de la unidad nacional28. Al respecto, pueden señalarse dos grandes
proyectos: La creación de la Universidad Nacional y la Escuela de Artes y Oficios y la
misión pedagógica traída desde Alemania.

La organización de la Universidad Nacional, fundada el 22 de septiembre de 1867, debía


responder al anhelo de la superación de la enseñanza tradicional de la colonia. Ello
implicaba proponer un modelo de educación propio de las naciones que el radicalismo tenía
por adelantadas por estar acordes con la idea del progreso industrial. En ese orden de ideas,
el proyecto de Universidad buscaba promover conocimientos técnicos, establecer una
cultura nacional, atraer grandes mentes, importar modelos educativos de los Estados
Unidos y Europa y propender por la nacionalidad y por la unidad en torno a la educación.

La Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia quedó conformada por seis
Escuelas: Literatura y Filosofía y Jurisprudencia; Ingenieros; Ciencias Naturales; Artes y
Oficios; Medicina, y Oficina del rector, secretario y tesorero (Sánchez Botero, 2006, p. 356).
A estas fueron adscritos la Biblioteca Nacional, el Observatorio Astronómico, el Museo, el
Laboratorio químico y los Hospitales de Caridad y Militar. La idea era formar personas con

26
Posteriores políticas de inmigración, ya implementadas por los políticos de la Regeneración, giraron
alrededor de traer a Colombia comunidades religiosas europeas – especialmente italianas, francesas y
españolas – para que se encargasen de la educación y de la difusión del catolicismo (Martínez F. , 2002).
27
Así lo veía, por ejemplo, Rafael Núñez en sus tiempos de militancia en el partido liberal y de diplomático
en Liverpool (Martínez F. , 2002, p. 404).
28
Esa era la opinión que expresó Felipe Zapata en su informe de 1871 al Congreso cuando era Secretario de
lo Interior y Relaciones Exteriores (Martínez F. , 2002, p. 404).

25

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conocimientos científicos y técnicos. Estos, para José María Samper29, quien en la época era
liberal, conducirían al país al progreso. Así mismo, la Universidad Nacional se creó con el fin
de proporcionar educación a quienes no tenían modos de costeársela. Por otro lado, su
comunidad académica se debía destacar por la conformación en ella de relaciones y afectos
entre sus estudiantes, provenientes de cada uno de los Estados Soberanos. Ello, por cuanto los
estudiantes debían comprender que no sólo pertenecían a un hogar o a un Estado Soberano,
sino también, y en mayor medida, a toda una nación. De ahí que la Universidad se haya
pensado como fuente de espíritu de nación. Luego de su formación, esos estudiantes deberían
volver a su Estado Soberano de origen para proporcionarle a éste la utilidad de sus
conocimientos. Además, los egresados debían ser iluminados por el saber para que pudieran
hallar caminos civilizados para la resolución pacífica de los desacuerdos. De ahí el interés
creciente en la educación, en vez de en los ejércitos. Igualmente, como los colegios y
escuelas no se habían separado de la enseñanza católica, la Universidad Nacional sí debía y
podía hacerlo para contribuir a la formación de un Estado laico. A esto ayudó la lectura
obligatoria de textos de Jeremy Bentham y Desttut de Tracy. De otra parte, comoquiera que
la composición del cuerpo de estudiantes era heterogéneo en cuestión de clases sociales, esto
debía ser un aporte para el logro de la igualdad entre sujetos, uno de los objetivos más
importantes de los radicales (Cortés Guerrero, 2006, pp. 327-331).

El establecimiento de una Escuela de Artes y Oficios buscaba aliviar la tensión social y


responder al llamado de la sociedad de artesanos, la cual estaba preocupada por el atraso en
el campo y por la presencia exclusiva de ingenieros en las nacientes labores industriales.
Por otra parte, radicales como Manuel Ancízar pensaban en promover el libre cambio a
partir de la Escuela. Entonces, si se tecnificaban las labores artesanales y se volvían estas

29
Honda (Tolima), 31 de marzo de 1828 – Anapoima (Cundinamarca), 22 de julio de 1888. En un principio,
este político fue un ferviente partidario de las ideas liberales radicales. Sin embargo, los acontecimientos que
empañaron la materialización de las distintas políticas de los radicales, la lectura de distintos textos filosóficos
y políticos y las conclusiones obtenidas de diversos viajes a varios Estados decepcionaron a Samper de sus
antiguas ideas liberales. Él, para 1880, ya se había aliado con Rafael Núñez y tiempo después terminó como
militante en el partido conservador hasta su muerte (Sierra Mejía, 2006).

26

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industriales, los artesanos aceptarían más fácilmente el librecambismo30. Finalmente, a
través de la Escuela se buscaría el orden social, se calmarían posibles luchas y se civilizaría
al obrero. En otras palabras, se haría del obrero un sujeto que por su afición al aprendizaje
estudiara en sus ratos de ocio y comprendiera la necesidad de mejorar sus procedimientos
de trabajo para así ser más preciso y rápido31.

Los artesanos, debe decirse, cobraron especial importancia en la época del liberalismo
radical en Colombia. Muchos artesanos se agruparon en torno a las ideas provenientes de la
revolución francesa de 1848 y a la lectura de autores como Víctor Hugo, Alphonse de
Lamartine, Louis Blanc y George Sand. Así, para los años cincuenta del siglo XIX las
asociaciones de artesanos ya eran cerca de un centenar y, además, constituían buen
contraste político frente al autoritarismo de Tomás Cipriano de Mosquera. Cabe anotar que
para aquella época los artesanos compartían ideas en torno al proteccionismo económico.
Estas ideas fueron traicionadas por José Hilario López, quien, como se vio en la sección
dedicada al librecambismo, dio lugar a la implementación de ideas económicas contrarias a
las propias del sector político que le dio apoyo: los artesanos. Políticos como Manuel
Murillo Toro también estuvieron aliados a los movimientos de artesanos con el fin de
defender el sufragio universal y la reforma agraria (Gargarella, 2005, pp. 78-80).

Una primera iniciativa de organizar la educación tuvo lugar en 1868 por medio de una ley que
no tuvo éxito por la oposición que le hicieron los Estados Soberanos y por limitaciones de
orden presupuestal. Luego, en julio de 1870, fue expedida una ley general de educación que fue
reglamentada por el decreto orgánico de 1 de noviembre de 1870. Esto ocurrió bajo el gobierno
del presidente Eustorgio Salgar Moreno (1870-1872). Por medio de estos instrumentos
normativos se creó una Dirección de Instrucción Pública adscrita al Secretario del Interior.
Igualmente, se adoptaron métodos pedagógicos, se ordenó la enseñanza de ciertas materias,
entre ellas urbanidad, y se organizó la administración e inspección de las escuelas.

30
Tal idea es expuesta por Ancízar en su Informe de 1870 al Congreso en su calidad de Secretario de lo
Interior y de Relaciones Exteriores. Ver Sección 1.2 del presente capítulo.
31
Ello es expuesto por Antonio Vargas Vega en su Informe de 1869 al Congreso en calidad de Secretario de
lo Interior y de Relaciones Exteriores.

27

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De acuerdo al numeral primero del Artículo 18 de la Constitución de 1863, el fomento de la
Instrucción Pública era competencia del gobierno de la Unión; pero no exclusivamente.
Ello implica la participación libre y autónoma de los Estados Soberanos en tales asuntos.
En consecuencia, todos los Estados adoptaron el mencionado decreto orgánico; pero con
reservas. Antioquia, como excepción, rechazó tal decreto. Sin embargo, permitió que el
gobierno instalara una escuela normal en Medellín32. Magdalena, por su parte, se manifestó
en contra del carácter obligatorio de la educación por cuanto los hijos de los campesinos
ayudaban mucho a sus padres en las labores agrícolas. De hecho, por esta razón muchos
padres optaron por no enviar a sus hijos a estudiar. Por otro lado, Tolima y Cauca
incluyeron la educación católica. Es más, fue el carácter laico de la educación lo que más
conflictos causó por las férreas oposiciones que la medida recibió en los sectores
eclesiásticos y conservadores del país.

Sobre la misión pedagógica alemana, debe decirse que esta comenzó con la solicitud de
información que envió el gobierno a las misiones diplomáticas colombianas en el
extranjero, sobre los sistemas educativos del Estado en el que estas estuviesen alojadas. El
primer resultado de dichas investigaciones fue la recomendación del sistema pedagógico
alemán. Por tal razón, Eustacio Santamaría fue enviado a Berlín con el fin de que
comprobase la superioridad de la educación alemana y, dado el caso, consiguiera
pedagogos que fuesen a Colombia. En 1872, tiempo después de su instalación en Berlín,
Santamaría contrató al pedagogo Albert Blume con el objeto de que se quedara en Bogotá y
fundara y dirigiera una escuela normal y otra elemental. Posteriormente, fueron contratados
otros ocho pedagogos. En total, serían nueve, uno para cada Estado Soberano. Esto terminó
con una mirada de desconfianza por parte de las autoridades de los Estados Soberanos. Ello,

32
Como ejemplo curioso del experimento federal radical está el caso antioqueño. Allí predominaban los
conservadores y por ello se salvaguardó a la Iglesia de toda restricción liberal. En pocas palabras, en
Antioquia se dio un federalismo total en la relación con el gobierno de la Unión; pero internamente se dio un
centralismo muy fuerte. De ese modo, Antioquia quedó aislada, en muchos aspectos, del poder central, razón
por la cual siguió sus propios caminos y tomó sus propias decisiones, acorazada por el mismo federalismo que
tanto le disgustaba a sus políticos locales. Esto se ve reflejado en que el presidente del Estado Soberano de
Antioquia – por demás, elegido varias veces en cabeza de Pedro Justo Berrío – tuviera preponderancia política
total en detrimento de la Asamblea Legislativa. Igualmente, en que en la Constitución de Antioquia se invocara
el nombre de Dios. Además, en el mencionado Estado se prohibieron los impuestos directos y progresivos y se
siguió un sistema de educación netamente católico (Kalmanovitz Krauter, 2006, pp. 110-111).

28

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por cuanto, por razón del fuerte federalismo, se consideró que este tipo de medidas tomadas
por el gobierno nacional afectaban la autonomía regional (Martínez F. , 2002, pp. 403-416).

1.3.2. Estado laico: Estado y sujetos separados de la injerencia del clero católico

Un segundo aspecto a analizar de los propósitos de orden político-cultural, perseguidos por


el radicalismo colombiano, es la separación de la Iglesia y del Estado, lo cual conlleva la
defensa de la autonomía del sujeto frente a la intromisión del poder eclesiástico. En el
numeral anterior se sugirió que para los liberales radicales era de gran importancia una
educación laica basada en presupuestos científicos. Este tipo de educación buscaba dar a
comprender que las personas no tenían por qué estar sujetas a la intromisión de la religión y
que las labores propias del Estado no tenían por qué ser intervenidas por clérigos ni estar
mezcladas con asuntos religiosos que, en último término, correspondían a la esfera privada
de los individuos. Esto va unido a una idea de la que ya se han trazado las relaciones
correspondientes: la libertad y la autonomía de las personas. Los radicales veían en la
Iglesia Católica una expresión fehaciente de abuso de autoridad y coacción de la libertad.
Por ejemplo, Salvador Camacho Roldán, en su texto de 1881 Punto negro en el horizonte,
pensaba que la educación clerical podía producir fanáticos; pero no ciudadanos capaces de
deliberar autónomamente y decidir por sí mismos (González Puccetti, 2006, p. 64).

Así como sucedió con algunos de los aspectos más característicos del liberalismo radical,
como eran el federalismo y el librecambismo, las discusiones sobre el Estado laico no eran
para nada nuevas en la política colombiana de 1863 y sus años siguientes. En tiempos del
gobierno de José Hilario López (1849-1853), Florentino González y Salvador Camacho
Roldán se despacharon en críticas contra los jesuitas, expulsados durante ese gobierno, a
quienes atacaban por sus decididas intervenciones en política, lo cual, para ellos, estaba
lejos de ser propiamente un comportamiento cristiano. A la expulsión de los jesuitas se
sumó la extinción de censos, la eliminación del fuero eclesiástico y de la autonomía de la
Iglesia en materia de ciertos nombramientos. Por otro lado, en la Constitución de 1853 se
declaró la libertad de cultos y, como consecuencia, se expidió la ley de separación Iglesia-

29

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Estado. De otra parte, a la nueva llegada de Tomás Cipriano de Mosquera al poder (1861)
se tomaron diversas medidas de orden religioso: la tuición de cultos, la cual consistía en el
control y sanción sobre los religiosos que intervinieran en política; la expulsión de los
jesuitas; la desamortización de bienes de manos muertas, hecha con el fin de expropiar
bienes inmuebles a la Iglesia para hacerlos parte de la política económica del Estado en
materia de tierras; la extinción de comunidades religiosas que no se acogiesen a las dos
anteriores medidas, y la expulsión del arzobispo de Bogotá, Antonio Herrán y Zaldúa, así
como la de otros prelados incluido Manuel José Mosquera, hermano de Tomás Cipriano de
Mosquera (Mejía Arango, 2007, pp. 76-77; 136-143; 153-154).

La Constitución de 1863 incluyó varias disposiciones sobre asuntos de orden religioso. La


primera tuvo que ver con la incapacidad de las comunidades religiosas para adquirir bienes
inmuebles. La segunda, que tuvo su origen en la desamortización, prohibió la destinación
de toda figura jurídica de derecho civil a sacar bienes inmuebles de la circulación en el
mercado. Con estas dos medidas se buscó dar fin a cualquier clase de privilegio en cabeza
del clero católico colombiano (Mejía Arango, 2007, pp. 249-251).

1.3.3. Libertades públicas: Sujetos libres y autónomos

Falta por ver lo relacionado con el reconocimiento de los derechos individuales sin
privilegios para ningún sector de la sociedad. Puede contextualizarse el asunto a través de
cuatro primeros aspectos. Primeramente, debe decirse que sin libertades públicas los
proyectos de modernización no tendrían resultado comoquiera que los sujetos no podrían
percibir los beneficios que estos podrían asegurar ni podrían impulsar sus propios
proyectos. Segundo, para los radicales era absolutamente claro que si sus ideas se tomaban
en serio, su materialización debía partir de la consagración y el aseguramiento de los
derechos y libertades individuales. Tercero, como se ha dicho, el radicalismo consideraba
inaplazable reducir el Estado y limitar su reiterado proceder arbitrario. Por supuesto, un
grupo de esos límites del Estado consistían en impedimentos concretos que no le
permitieran invadir la órbita privada de sus asociados. Cuarto, las libertades implican que

30

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todos los sujetos son iguales, razón por la cual no se puede conferir ningún tipo de
privilegio a alguien en especial.

Los derechos y libertades públicas no podían ser un discurso retórico o la simple


consagración de unas ideas extremas y alejadas de la realidad. Los derechos eran todo un
recurso político que logró tomar forma a costa de profundas discusiones y serios altercados
al interior de la Convención de Rionegro. Este catálogo de libertades tendría que ser capaz
de contener la arbitrariedad de un eventual poder dictatorial. Igualmente, debían ser la base
sobre la cual descansara el resto de la Constitución (Jimeno Santoyo, 2006, pp. 186-188).
Además, la consagración de las libertades buscaba modernizar la concepción del derecho,
el cual, según este criterio, debía girar alrededor de los derechos de las personas. En otras
palabras, las libertades públicas debían ser el punto de partida para analizar y comprender
el derecho como tal (Quinche Ramírez, 2006, p. 398). Finalmente, los derechos debían ser
motivo de acción política y límite al ejercicio del poder.

Desde tiempos anteriores a la Constitución de 1853, el partido liberal ya había propuesto un


debate profundo alrededor de los derechos de las personas. En 1848, Ezequiel Rojas33
presentó la lista de ideas que darían identidad al partido liberal colombiano. Una de ellas
giraba alrededor de las libertades públicas. Para Rojas, los derechos debían ser realidades
dirigidas a frenar cualquier intento de ejercicio autoritario del poder. Por otra parte, Manuel
Murillo Toro preparó un proyecto de Constitución en 1855 con ocasión del debate político
y jurídico que culminó con la expedición de la Constitución de 1858. Para Murillo, el
Estado debía estar limitado por unos derechos de las personas que le impidieran a aquel
vulnerar la órbita privada de estas (Mejía Arango, 2007, pp. 236-237).

En concreto, el Artículo 15 de la Constitución de 1863 consagró una lista de derechos.


Dentro de esos derechos sólo la libertad de cultos sufriría una limitación en casos de

33
José Ezequiel Rojas Ramírez (Miraflores (Boyacá), 13 de septiembre de 1803 – Bogotá, 21 de agosto de
1873) fue el fundador del Partido Liberal Colombiano. El 16 de julio de 1848, Rojas publicó en el periódico
El aviso un extenso artículo denominado La razón de mi voto. Este contiene los puntos principales del
conjunto de ideas liberales.

31

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emergencia. Lo anterior, debido a la necesidad considerada por los radicales de prestar la
mayor de las atenciones a perturbaciones producidas por la injerencia del clero católico en
asuntos políticos. De resto, los demás derechos gozaron de una consagración con toda la
amplitud del caso. Este fue, en pocas palabras, el resultado de arduas y largas discusiones
en el seno de la Convención de Rionegro. Sin duda, este fue el aspecto que más hondas y
fuertes reflexiones causó al interior del órgano constituyente de 1863.

Las críticas a la consagración tan amplia de los derechos y libertades públicas no se


hicieron esperar. Para algunos sectores conservadores, e incluso liberales, el holgado goce
que se podría evidenciar respecto de algunos derechos podría ser peligroso. Por ejemplo,
José María Samper, ya transformado al partido Conservador, dijo en su texto Derecho
público interno de Colombia (1886) que la libertad absoluta de expresión del pensamiento,
de palabra o por escrito, iba a dar lugar a abusos que se iban a quedar impunes por virtud de
la misma lista de derechos consagrados en la Constitución. Por su lado, Manuel Antonio
Pombo y José Joaquín Guerra, en su obra Constituciones de Colombia (1892), consideraron
exagerada la enorme posibilidad de ejercer la libertad de expresión de pensamientos, de
palabra o por escrito. Esto podría conducir a injurias, calumnias, libertinaje e
irresponsabilidad por parte de quienes se expresaran de cualquier forma respecto del
gobierno o de las personas. Una libertad absoluta de expresión traería desorden y constantes
faltas al respeto que se debe a los demás sujetos.

En el mismo seno de la Convención de Rionegro se vieron con preocupación los términos


en los cuales quedaron consagrados los derechos. Para Salvador Camacho Roldán, por
ejemplo, era muy posible que los religiosos abusaran del derecho a la libertad de expresión.
Aquileo Parra Gómez34, por su lado, votó en contra de la libertad de expresión por la
natural repugnancia que le causaba la libertad absoluta (Mejía Arango, 2007, pp. 236-240).

34
José Bonifacio Aquileo Elías Parra Gómez (Barichara (Santander), 12 de mayo de 1825 – Pacho
(Cundinamarca), 4 de diciembre de 1900) fue un político liberal radical que ocupó la Presidencia de la
República entre 1876 y 1878.

32

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En conclusión, la anterior revisión muestra a un liberalismo fuertemente preocupado por la
realización de un ser humano al que considera autónomo, libre e igual. Tal ser humano
debía realizarse con unas garantías mínimas. Estas consisten en la consagración de unos
derechos a su favor. Igualmente, en la existencia de un Estado que le dejara hacer sus
proyectos, para lo cual le proporcionaría un ambiente económico adecuado y una educación
ideal que lo llevara a la consecución de esos logros. Además, en la realidad institucional
que le permitiera participar activamente de la vida común de su comunidad política. En
otras palabras, el Estado radical colombiano que imperó de 1863 a 1886 buscaba la
materialización de las ideas liberales modernas en su máxima expresión.

33

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2. LA URBANIDAD EN LA POLÍTICA EDUCATIVA LIBERAL RADICAL:
DESTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA, IMPOSIBILIDAD
DE LA MODERNIDAD

En el capítulo anterior se quiso hacer un recorrido por las que se denominaron las tres
grandes preocupaciones del liberalismo radical colombiano. Estas tres preocupaciones, que
se convirtieron en tres grandes proyectos, si se quiere ver de ese modo, están íntimamente
relacionadas entre sí. La mencionada relación puede expresarse en términos de libertad y
autonomía. Los radicales, en ese orden de ideas, querían hacer de Colombia un Estado
moderno compuesto por instituciones jurídicas y políticas modernas, una economía
moderna y unos sujetos modernos. Modernidad implica, de acuerdo a los autores35 de la
filosofía política en los cuales los radicales se inspiraron, libertad y autonomía, entre otras
cuestiones. Todo rasgo antagónico a estas dos ideas era considerado como propio de la vida
política de la época de la colonia. Eso debía superarse necesariamente si se quería pensar en
un Estado nuevo, independiente y progresista.

Sin lugar a dudas, las reformas que los radicales emprendieron a partir de la misma
Constitución de 1863 contribuyeron a darle forma a ese nuevo Estado libre y autónomo en
el que ellos pensaban. Dentro de tales reformas, para efectos del presente trabajo, sobresale
la educativa. Los políticos en mención emprendieron todo un proyecto encaminado a
estructurar una educación distinta para los colombianos: formadora de sujetos laicos, libres,
autónomos, críticos, participativos en la vida pública del Estado, escépticos, apegados a la
ciencia. A partir de los esfuerzos del radicalismo, puede pensarse que sus miembros tenían
una gran confianza en la educación como escenario para afianzar sus ideas. “La fe en la
educación como la vía más apropiada para conquistar la civilización que entonces se
perseguía tan afanosamente, quizá no se tuvo nunca ni se ha vuelto a tener en la historia
nacional como en aquel momento” (Jaramillo Uribe, 1989, p. 227).

35
Ver nota de pie de página No. 5.

34

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También fueron las reformas educativas las más criticadas por la oposición conservadora, a
la cual se unió el clero católico. Como se vio en su momento, la educación fue declarada
laica durante la época bajo estudio. Este primer aspecto dio lugar a una fuerte oposición. A
pesar de las opciones del gobierno de Eustorgio Salgar por tomar medidas conciliadoras
(nombramiento del conservador Manuel María Mallarino como director de Instrucción
Pública de la Unión; participación real de un sector del clero colombiano en las discusiones
sobre educación; establecimiento de normas para posibilitar la enseñanza de la religión
católica en las instituciones educativas), la lucha conservadora contra las reformas sobre
educación no se hizo esperar. Allí se empezó a gestar un movimiento católico que fue
creciendo poco a poco y que cobró gran protagonismo en la guerra civil de 1876 y en la
posterior caída del radicalismo en 1885-1886 (Martínez F. , 2002, pp. 415-429).

Una de las materias que hacía parte del plan de estudios de la época era la Urbanidad36.
Esta puede considerarse, para efectos de este trabajo, como un conjunto de normas
compiladas en textos denominados generalmente manuales de urbanidad – insertadas y
dispersadas en el tejido social a través de diversas prácticas de difusión, enseñanza,
aprendizaje y aplicación que tienen lugar en variados espacios, tales como la escuela y la
familia – dirigidas a crear un comportamiento específico en los sujetos en términos de
modales. Tal asignatura fue dictada, durante el rango de años bajo examen, al parecer, sólo
en la Instrucción Pública Primaria en lo que se refiere a las instituciones educativas.

36
“La urbanidad, propiamente dicha, es la manera de conducirnos en la sociedad, para hacernos agradables a
todos, conservando la mejor armonía en el ejercicio de las virtudes sociales. La palabra urbanidad es la
españolizacion de otra palabra latina (urbanitas), derivada de urbs (ciudad), i se contrapone a la de rusticidad
(rusticitas), derivada de rústicus (rústico, campesino, agreste, inculto, grosero, tosco); porque entre los
romanos el hombre de la ciudad, o urbano, era el de pulidas maneras i buen tono, miéntras acontecia todo lo
contrario con el campesino o rústico. Por una etimolojía semejante a la de la palabra urbanidad, esta se
denomina igualmente civilidad, de cívitas (ciudad tambien)” (Cursivas dentro del texto) (Arroyo, 1864, p.
203). Por otro lado, de acuerdo a la Urbanidad de Carreño (pp. 31-31): “Llámase urbanidad el conjunto de
reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia á nuestras acciones y palabras,
y para manifestar á los demás la benevolencia, atención y respeto que le son debidos […]. La urbanidad es
una emanación de los deberemos morales, y como tal, su prescripciones tienden todas á la conservación del
órden y de la buena armonía que deben reinar entre los hombres, y á estrechar los lazos que los unen, por
medio de impresiones agradables que produzcan los unos sobre los otros […]. [L]o que especialmente se
llama buenas maneras ó buenos modales […] no es otra cosa que la decencia, moderación y oportunidad en
nuestras acciones y palabras, y aquella delicadeza y gallardía que aparecen en todos nuestros movimientos
exteriores, revelando la suavidad y las costumbres y la cultura del entendimiento”.

35

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Durante la época liberal radical, la Instrucción Pública Primaria por medio de dos leyes: La
primera, de 30 de mayo de 1868; la segunda, de 2 de julio de 1870. Ésta última modificó
seriamente la primera y fue reglamentada por medio del Decreto Orgánico de 1 de
noviembre de 1870. A esto se une la decisión emitida por cada Estado Soberano de aceptar,
no aceptar y aceptar con reservas la nueva normatividad en materia de educación. De igual
forma, cada Estado Soberano estaba en capacidad para expedir, en el seno de su Asamblea
Legislativa, las correspondientes normas sobre Instrucción Pública Primaria (Art. 1 y 2).
Así, es posible remitirse tanto a unas disposiciones del orden de la Unión, como a unas
disposiciones del orden de los Estados Soberanos. Debe aclararse, que en el período bajo
estudio no sólo había disposiciones que organizaban en términos generales la educación en
el Estado Soberano, sino también había algunas que reglamentaban las instituciones
educativas de manera muy específica. De todas éstas se hará mención más adelante. Así, es
en todo este entramado de normas que tiene su lugar la urbanidad desde el punto de vista de
un Estado que tomó parte en el afán social por difundirla e implementarla.

En tiempos anteriores al radical, la urbanidad ya había aparecido. La reforma educativa


emprendida por Mariano Ospina Rodríguez37 ya había declarado su importancia en la
formación de las personas (Jaramillo Uribe, 1989, p. 226) y la había incorporado a través de
los instrumentos jurídicos pertinentes. La Ley de 2 de mayo de 1845 y su Decreto
reglamentario le dieron impulso a la urbanidad en las instituciones de educación primaria
del país. Siete de los artículos que componen el mencionado Decreto hacen alusión a la
urbanidad. Primero que todo, los Artículo 2038 y 2539 veían en la urbanidad uno de los
objetivos generales de la educación y una de las materias principales. Segundo, el Artículo
77 resalta la importancia de los manuales de urbanidad y de la enseñanza de sus preceptos

37
Guasca (Cundinamarca), 18 de octubre de 1805 – Medellín (Antioquia), 11 de enero de 1885. Ospina fue
presidente de Colombia de 1857 a 1861; pero, como puede notarse, las reformas educativas que impulsó
fueron propuestas por él desde su cargo de Ministro del Interior del Presidente Pedro Alcántara Herrán.
38
Art. 20. Los medios de que deben valerse los Directores de las escuelas para dirijir i gobernar a los
alumnos, para mantener viva su aplicación, estimularlos a aprender i practicas las lecciones de moral i
urbanidad que reviven, serán: […].
39
Art. 25. La instrucción en las escuelas primarias elementales abrazará precisamente la instrucción moral i
relijiosa, la urbanidad, la lectura, la escritura, los principios de la gramática i de la ortografía de la lengua
castellana, los principios de la aritmética, el conocimiento de las bases fundamentales del Gobierno de la
República, las atribuciones i deberes de los empleados i funcionarios parroquiales.

36

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mediante ejemplo concretos40. Tercero, el Artículo 245 establece la urbanidad como
materia para la enseñanza en las escuelas de niñas41. Cuarto, los Artículos 31642, 32843 y
329 ordenan que en las escuelas normales se enseñe urbanidad44. Como se verá, algunos de
los enunciados del Decreto en comento fueron utilizados durante la época radical. También
debe destacarse que varias de estas disposiciones jurídicas tienen un fuerte contenido
moralizante. Este último rasgo continuó estando presente con mucha fuerza en el período
radical con el Decreto Orgánico de 1 de noviembre de 1870. “Todo está allí previsto, desde
la organización general administrativa, hasta los métodos de enseñanza, los sistemas
disciplinarios […] y los ideales morales” (Jaramillo Uribe, 1989, p. 227).

En resumen, el proyecto liberal radical colombiano puede presentarse en una sola


expresión: instituciones jurídico-políticas republicanas y sujetos en los que se realicen las
ideas de libertad y autonomía. Las reformas políticas y económicas muestran con claridad
ese propósito. De estas ya se dio cuenta en el capítulo precedente. Sin embargo, para
efectos de los objetivos de esta investigación, surge la imperiosa necesidad de circunscribir
las siguientes reflexiones a las reformas que los radicales hicieron en materia de difusión e
implementación de la urbanidad en la Instrucción Pública Primaria. Entonces, luego de
haber conseguido, en el capítulo anterior, una descripción básica de los logros de estos
políticos en lo que atañe a educación, resta pasar de lleno al asunto que inspira este trabajo:
la presencia y papel de los manuales de urbanidad en el proyecto educativo liberal radical.

40
Art. 77. El exámen de moral, relijion, urbanidad, bases fundamentales del Gobierno de la República, i
atribuciones i deberes de los empleados parroquiales, se hará por los programas i catecismos que deben servir
para la enseñanza de estas materias; pero haciendo siempre que el niño esplane con ejemplos el principio o
regla que espone, i que aplique a los caso que se le presenten la doctrina aprendida.
41
Art. 245. La enseñanza en las escuelas elementales de niñas comprenderá precisamente la instrucción moral
i relijiosa, la urbanidad, la lectura, la escritura, los principios de la gramática i de la ortografía de la lengua
castellana, los principios de la aritmética, la costura i las labores propias de este sexo, i principios i reglas de
economía doméstica.
42
Art. 316. La enseñanza que en las escuelas normales debe darse comprenderá lo siguiente: la instrucción
moral i relijiosa, la urbanidad, la corrección i propiedad en la lectura, la elegancia i gusto en la escritura, la
gramática i la ortografía de la lengua castellana, la aritmética comercial, la teneduría de libros, [...]
43
Art. 328. Las materias de enseñanza asignadas a las escuelas normales se dividen en dos cursos de seis
meses escolares cada uno, que serán de 1 de marzo a 12 de agosto, i de 1 de setiembre a 12 de febrero.
Corresponden al 1 la instrucción relijiosa i moral, la urbanidad, la gramática, la aritmética i los principios de
geometría; […]
44
Art. 329. Durante el primer curso se darán por la mañana lecciones de aritmética i geometría, i por la tarde
gramática, moral, relijion, i urbanidad. […]

37

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Esto se hará, en el presente capítulo, por medio de tres secciones: Una primera que muestre
el material sobre urbanidad que circuló en la época de interés de esta investigación; una
segunda que dé cuenta de los esfuerzos que se emprendieron, a través del derecho, para
implementar la urbanidad en la Colombia del periodo bajo examen y, una tercera que
estudie más de lleno el contenido de los textos de urbanidad con base en la gran premisa
que atraviesa la argumentación de este trabajo.

2.1. LA URBANIDAD NO ES UN ASUNTO DE PARTIDO: LA NO SUPERACIÓN DEL

PARADIGMA CONSERVADOR

Antes de comenzar a desarrollar el programa trazado para el presente capítulo merece la


pena resaltar que los autores de los manuales de urbanidad pertenecían indistintamente al
partido conservador o al liberal. Como ejemplo de manuales de urbanidad redactados por
autores conservadores están las Lecciones de Urbanidad de José Manuel Marroquín45.
Estas salieron publicadas en varias oportunidades como texto por aparte (su cuarta edición
data de 1911). Igualmente, fueron incorporadas dentro del Libro del Estudiante (1860),
obra editada por el también político conservador José Joaquín Ortiz Rojas46. Así mismo,
aparecieron dentro de El Institutor (1870), otra obra que, como la anterior, estaba
comprendida por apartados enteros dedicados a cada una de las materias enseñadas en las
escuelas de entonces. Ésta última colección fue editada por Isidro Arroyo47. Otro ejemplo
de manual escrito por autor conservador lo constituyen las Breves nociones de Urbanidad,
escritas por Rufino Cuervo Barreto48. Este texto fue publicado, al parecer, en tres
ocasiones: 1833, 1853 y 1866. La última edición, que en realidad fue una reimpresión de la

45
Bogotá, 6 de agosto de 1827 – Bogotá, 19 de septiembre de 1908. Fue presidente de Colombia de 1900 a
1904. Durante la época que interesa a la presente investigación, Marroquín estaba dedicado a sus labores
docentes, dentro de las cuales escribió el manual de urbanidad que se está mencionando.
46
Tunja, 10 de julio de 1814 – Bogotá, 14 de febrero de 1892. Ortiz no sólo se dedicó a labores políticas, sino
también a labores educativas, periodísticas y literarias. Estas últimas, dentro del romanticismo colombiano.
47
Ciudad de Panamá, 14 de mayo de 1804 – Bogotá, 11 de mayo de 1875.
48
Tiribita (Cundinamarca), 28 de julio de 1801 – Bogotá, 21 de noviembre de 1853. El manual de Cuervo fue
escrito inicialmente para el uso en el colegio que él fundó; pero él mismo cuenta en el prólogo de su texto de
la amplia difusión que éste tuvo después.

38

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de 1853, salió cuando Cuervo ya había fallecido. Todas estas ediciones tuvieron una
importante acogida durante la época.

Lo expresado en el párrafo anterior indica que el hecho de que liberales y conservadores


compartieran su aprecio por la urbanidad es un nuevo aspecto en el que se ve una cierta
fuerza transversal de estos textos49. Parece ser que la urbanidad se coló en medio de debates
políticos, guerras civiles, cambios económicos, cambios sociales, hasta el punto de estar
presente y vigente en todas las etapas del difícil acontecer colombiano del siglo XIX. Más
adelante se podrá ver como ejemplo de lo anterior, lo ocurrido durante la época de la Nueva
Granada (1843-1853). Debe decirse, igualmente, que en tiempos de la Regeneración, la
urbanidad también estuvo presente en las respectivas reformas educativas. En específico, el
Decreto 491 de 3 de junio de 1904 se dedicó al asunto de la urbanidad en tres de sus
Artículos. Dentro de ellos se destaca el Artículo 52 porque su texto ya era conocido e hizo
parte de normas expedidas años atrás. Ello se mostrará en el presente capítulo50. En
conclusión, la urbanidad cupo con tranquilidad en medio de la diferencia y el
enfrentamiento de ideas. Así, la urbanidad traspasó transversalmente el acontecer y la
sociedad decimonónica colombiana y quedó sometida sólo a sus propias variaciones.

Parte del asunto de la urbanidad tiene que ver con la influencia europea en Colombia. En
realidad, miembros de uno y otro partido miraban hacia Europa. Por supuesto, debe

49
En aras de la honestidad académica, es importante señalar que una versión similar del presente párrafo
aparece en mi trabajo para optar al título de Magister en Filosofía. Lo mismo sucede con algunos de los
apartados del presente capítulo. Por supuesto, este trabajo persigue sus propios objetivos y metodología.
50
Art. 52. Los Institutores públicos tienen plena autoridad sobre los niños en todo lo que se refiera a su
educación, y deben vigilar incesantemente su conducta, no solo dentro de la escuela sino fuera de ella,
excepto dentro de los límites de la casa paterna. Cuidarán, por tanto, de que los niños adquieran en sus
maneras, palabras y acciones, hábitos de urbanidad, y los ejercitarán en la práctica de los deberes que el
hombre bien educado tiene para con la sociedad en que vive.
Una de las mejores recomendaciones de un Institutor será el buen comportamiento que observen sus
alumnos fuera de la escuela.
[…]
Art. 68. En las escuelas de un solo sexo se enseñará además Urbanidad y Geografía, en forma de
lecciones objetivas. En estas escuelas cada clase durará una hora, siendo diarias las cuatro primeras materias
apuntadas y alternadas las dos últimas. La media hora restante se empleará en recapitulaciones.
[…]
Art. 69. El pensum reglamentario para estas escuelas se distribuirá en tres años, así: […] Urbanidad –
Explicación de los deberes morales y sociales del individuo. […]

39

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reconocerse que si bien liberales y conservadores se fijaban en Europa, unos y otros lo
hacían respecto de distintos puntos de referencia. Al respecto, María Patricia Londoño
Vega sostiene que los miembros del partido conservador miraban a Europa de una manera
muy diferente a como lo hacían los miembros del partido liberal. En una sola expresión,
ambos partidos tenían una visión muy distinta de lo que hoy se conoce como la influencia
de Europa en la construcción del Estado-nación. De todas maneras, miembros de uno y otro
partido, en su fijación por lo europeo, coincidían en su fascinación por la moda, el gusto y
la etiqueta de Europa, así como en asuntos que ambas colectividades políticas asimilaban a
la cultura, tales como el civismo, los movimientos literarios, la temperancia, los clubes
sociales y las bibliotecas públicas (Londoño Vega, 2004, pp. 250-251). Esa preocupación
por la educación, la cultura y la educación incluía la urbanidad de forma muy especial.

La época bajo estudio coincide con la apertura de Colombia al sistema de importaciones e


importaciones. La modernización de la economía tuvo como consecuencia la llegada de
objetos de diversa índole: vasos, platos, cubiertos, manteles, servilletas, jarras, vestuario,
adornos, accesorios, instrumentos de decoración, etc. Muchos de estos son nombrados
especialmente por los manuales de urbanidad, los cuales reglamentan su uso (Londoño
Vega, 1997). Lo mismo sucedió con la transformación arquitectónica de las ciudades;
aparecieron nuevos espacios como cafés, restaurantes, hoteles, estaciones de tren, grandes
edificios públicos, teatros, etc. Allí también aparece la urbanidad, la cual, de nuevo, regula
el comportamiento de los sujetos en estos espacios (González Stephan, 1994).

Esas modas, formas de pensar y actuar llegaron a Colombia también bajo la forma de
nuevos comportamientos que los sujetos deberían asumir. Esas nuevas conductas se
traducían en modales. Por supuesto, los usos y costumbres importados del extranjero se
transformaron tras su implementación en el país (Deas, 1989, p. 161). De hecho, los
mismos textos de urbanidad reconocían que era necesario adaptar sus normas de
comportamiento a las costumbres propias del país51. A tal fenómeno se une el eclecticismo

51
“…siempre es cierto que tales obras deben acomodarse a los usos, a las costumbres i hasta el clima mismo
de cada pueblo” (Cuervo Barreto, 1866, p. 6).

40

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que es tan particular en la importación de todos estos aspectos de la vida diaria. Si bien los
autores de los manuales se interesaron la urbanidad francesa principalmente, también lo
hicieron en la inglesa. En todo caso, en todos estos asuntos fue particular el fenómeno de
neogranadinización que se presentó en Colombia. Incluso los extranjeros que vinieron a
vivir al país se adaptaron rápidamente a la cotidianeidad local, aunque, por supuesto,
trajeron su propia herencia cultural, sobre todo, por cuanto el extranjero era visto como
alguien que traía conocimiento a un lugar en el cual sus habitantes se consideraban a sí
mismos como ignorantes (Deas, 1989, pp. 164-165).

Otro claro ejemplo que refuerza el argumento sobre el acuerdo que existió entre los partidos
acerca de la urbanidad puede estar en un asunto ya visto. El diseño institucional del
federalismo de cierto modo permitió que se dieran conflictos con mayor facilidad. Un punto
difícil estuvo en Antioquia, Estado Soberano que se caracterizó por su pugna con las
directrices del gobierno de la Unión. De hecho, en Antioquia prevaleció la influencia
conservadora sobre la liberal. Sin embargo, en ese mismo Estado la urbanidad se difundió
prósperamente durante el siglo XIX y parte del XX. Es más, muchos antioqueños
estuvieron muy pendientes de estos temas durante muchos años.

En Antioquia la urbanidad se enseñó en las instituciones escolares y técnicas y más allá de


estas. Durante los años setenta del siglo XIX, el gobernador del Estado, Pedro Justo Berrío
Rojas (1824-1875), enseñaba urbanidad en la Escuela de Artes y Oficios de Medellín52.
Igualmente, la urbanidad fue tema de preocupación de agrupaciones de personas reunidas
con fines culturales. Ejemplo claro de estos grupos es la Sociedad de Amigos de la Moral y
la Educación, creada en el municipio de Andes en 1863. El fundador de ese pueblo y de la
Sociedad, Pedro Antonio Restrepo Escobar (1815-1899), dictaba clases de urbanidad los
sábados por la mañana para quienes querían asistir. Luego, sus clases se extendieron por
otros municipios como Itagüí y Envigado. En Andes mismo se llevó a cabo, en 1866, un

52
Es más, a partir del primer decenio del siglo XX, la urbanidad fue materia de enseñanza en las instituciones
universitarias. Esto ocurrió cuando Tulio Ospina publicó su Protocolo hispanoamericano de urbanidad y
buen tono, texto dirigido a los alumnos de la Escuela de Minas. Por otro lado, Ospina, personalmente, dictaba
clases de urbanidad en el paraninfo de la Universidad de Antioquia (Londoño Vega, 2004, pp. 301-302).

41

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certamen público que dentro de sus temas tuvo la urbanidad. Uno de los premios a los
ganadores del concurso era el Manual de Carreño. Otro ejemplo de estas agrupaciones está
en la Sociedad del Progreso Literario. Miembros de esta asociación enseñaban urbanidad a
las mujeres de Itagüí desde 1871 (Londoño Vega, 2004, pp. 292-299). Esto muestra que en
medio de sus relaciones difíciles con el poder de la Unión, Antioquia también participó de
la notable difusión que la urbanidad tuvo durante y después del período liberal radical.
Igualmente, estos hechos muestran que la urbanidad no sólo se difundió en las escuelas,
sino que también existieron prácticas que la desperdigaron por varios escenarios de la vida
social de las personas de entonces.

Esta breve sección busca dejar en claro que durante el período bajo análisis circularon
varios textos sobre urbanidad escritos por autores conservadores. Ello refleja que cierto
acuerdo que había entre los dos partidos por educar a los colombianos con base en los
imperativos de la urbanidad. Tal interés hacía parte de la preocupación que existía en el
país por la educación y la llamada civilización. Ejemplo de estas dos estaba en Europa.
Ambos partidos se interesaron fuertemente por lo europeo, aunque desde su propio punto
de vista. En todo caso, la urbanidad hace parte de la compleja influencia extranjera en
Colombia y de los procesos de importación al país y posterior adaptación y transformación.
Ahora habrá que ver cuáles eran esos manuales que resultaron redactados en el país, en
tanto receptores de los modales franceses e ingleses y por qué su contenido y su puesta en
práctica es tan inconveniente para el liberalismo radical, así sus representantes no lo hayan
visto así, sino todo lo contrario: instrumentos precisos para afianzar sus ideas.

2.2. TEXTOS QUE CIVILIZAN: MANUALES DE URBANIDAD

No es nada fácil saber cuáles y cuántos manuales de urbanidad circularon exactamente en la


época bajo análisis. Es más, puede decirse que ello es imposible de saberse53. A pesar de lo
anterior, sobre la base de los objetivos de la presente investigación pudo recogerse un
53
Esta afirmación se hace en atención a que en las bibliotecas consultadas – Luis Ángel Arango y Nacional de
Colombia – el material pertinente del siglo XIX no está organizado en su totalidad. Además, no se espera
realmente que allí esté todo lo que se produjo en materia de urbanidad en la época.

42

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importante material. En cuanto a los manuales propiamente dichos, se encontró que estos
fueron compuestos de varias maneras. A veces, un manual estaba estructurado bajo la
forma de un código (capítulos que se ocupan de un tema y artículos que lo desarrollan),
otras, redactado como un catecismo (preguntas y respuestas) y, otras, escrito en prosa.
Varios de ellos fueron publicados por entregas en revistas y periódicos; otros, fueron
presentados en libros de texto, y, otros tantos, como capítulos de libros educativos que se
ocupaban de todas las materias impartidas en las escuelas, entre ellas urbanidad. De cada
una de estas formas de publicar documentos sobre urbanidad, se dará cuenta en la presente
sección con ejemplos propios correspondientes al periodo seleccionado.

De vuelta al asunto de los manuales, el más importante de ellos fue el Manual de urbanidad
y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos, en el cual se encuentran las
principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones
sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre. Su autor fue
el venezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874). Inicialmente, el manual de Carreño
fue publicado por entregas en un periódico de Caracas. Luego, apareció una versión en
forma de libro de texto que fue puesta en el mercado en 1854 por la editorial neoyorquina
Apple & Co. Debe señalarse que la importancia de este Manual radica no en que haya sido
escrito por algún político liberal radical, porque esto no fue así, sino en su fluida difusión
en varios Estados de hispanoamérica y en las numerosas ediciones y adaptaciones que se
publicaron de este. En el caso colombiano, para 1857 el texto ya tenía una importante
circulación (Londoño Vega, 1997). Las posteriores ediciones de este texto no se han
cuantificado con exactitud. El caso es que estas atravesaron toda la segunda mitad del siglo
XIX e incluso todo el siglo el XX54.

Por aquella época, como ya se mencionó, también circuló la tercera edición de las Breves
nociones de urbanidad, manual escrito por Rufino Cuervo Barreto (1801-1853). La primera
edición de este texto es de 1833. La segunda es de 1853, meses antes de la muerte de su
54
En algunas ocasiones se ha hablado de no menos de trescientas ediciones (Restrepo, 2004, p. 20) que
incluso alcanzan ciertas adaptaciones publicadas en el siglo XXI. En 2011, la editorial Panamericana
reimprimió una actualización y adaptación del manual de Carreño publicada en 1996.

43

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autor. Después, para 1866 se publicó de nuevo la edición de 1853. En el prólogo de su
manual, Cuervo muestra que su texto tuvo una gran aceptación en el ámbito escolar de la
época, no sólo en el Colegio de la Merced de Bogotá, institución de educación para niñas
que él mismo fundó, sino también en otras escuelas que él no menciona, además de fuera
del país (Cuervo Barreto, 1866, pp. 5-6).

La urbanidad también era parte de textos educativos que se ocupaban de todas las materias
dictadas en las escuelas. Tres ejemplos son los siguientes: El primero es El libro del
estudiante: colección de tratados elementales, obra destinada a la instrucción primaria de
la juventud que se educa en las escuelas i colejios de la Nueva Granada. El texto fue
publicado en 1860. Segundo, el Manual del Estudiante. Colección completa de tratados
para la enseñanza o la instrucción elemental relijiosa y cientifica, el cual data de 1864.
Tercero, en 1870 sale publicado El Institutor. Colección de textos escojidos para la
enseñanza en los colejios i en las escuelas de los Estados Unidos de Colombia. Vale aclarar
nuevamente que tanto en el primer como en el tercer caso, el aparte dedicado a la urbanidad
corresponde a las Lecciones de Urbanidad de José Manuel Marroquín.

En lo que respecta a publicaciones periódicas, debe decirse que La Escuela Normal era el
periódico oficial de la Instrucción Pública del Estado Soberano de Cundinamarca. En éste
fueron publicadas unas Lecciones de urbanidad. El artículo aparece en el ejemplar de 12 de
marzo de 1883 (No. 68). En ese mismo periódico, años atrás, había aparecido un artículo de
opinión. Según este último texto, la urbanidad es una verdadera virtud moral y más
exactamente, una manifestación de amor al prójimo (Anónimo, 1876). Allí, así como en los
demás manuales, puede cuestionarse un poco el propósito de los radicales de construir un
modelo educativo basado en lo laico. Sin embargo, ellos mismos contestarían a la anterior
objeción que en aras del respeto absoluto por las libertades públicas se permitió, durante la
época, enseñar con base en los presupuestos del cristianismo católico.

44

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Un último dato importante está en el Informe que Dámaso Zapata55, Director de Instrucción
Pública del Estado Soberano de Cundinamarca, presentó en 1872 a los diputados de la
Asamblea Legislativa. En este consta que, en ese año, en las escuelas cundinamarquesas
reposaba un total de setecientos veinte textos sobre urbanidad (Zapata, 1872, p. 41). Dicho
número resulta significativo para un solo Estado Soberano y es otra muestra más de la
amplia difusión que tuvo la urbanidad a partir de la escuela. A esta realidad, por supuesto,
se une que la urbanidad circuló habilidosamente por diversas instancias de la vida social del
periodo bajo análisis en el presente texto.

Dentro de los manuales seleccionados para la presente investigación, sobresalen dos por su
directa relación con políticos liberales radicales. El primero es la traducción libre que
Florentino González hizo del Savoir-vivre, texto de urbanidad del escritor francés Alfredo
de Meilheurat. El segundo es el Código Social, escrito por Manuel María Zaldúa. Este autor
fue hermano del presidente liberal radical Francisco Javier Zaldúa. No se tienen muchos
datos sobre Manuel Zaldúa; pero es de resaltar que pertenecía a una familia liberal radical.
Claro está que dentro de varias familias de la época había miembros afiliados a uno u otro
partido político (Delpar, 1994). Pero no se sabe si ese era el caso de Manuel Zaldúa o no.

Ésta sección, en conclusión, presentó, en términos generales, el archivo de manuales de


urbanidad escritos bajo cualquiera de sus posibles presentaciones y publicados durante el
período bajo estudio. De hecho, los criterios por los cuales se seleccionaron los manuales
ya referenciados no sólo están en la época de escritura, sino también están en las diversas
formas de presentación y en las diferentes filiaciones políticas de sus autores. En todo caso,
como se advirtió, la lista anterior no pretende ser definitiva ni exhaustiva. Con seguridad,
fueron más los textos que sobre urbanidad circularon en la época. Sin embargo, primero, su
rastreo es muy difícil y, segundo, de todas formas se ha seleccionado un material

55
Éste importante funcionario (Bucaramanga (Santander), 11 de diciembre de 1833 – Bogotá, 31 de agosto de
1888) fue quien lideró la implementación de las grandes reformas educativas de la década de los años setenta
del siglo XIX, a partir del gobierno del presidente Eustorgio Salgar Moreno, ya mencionado. Tal fue la
importancia de Zapata, que una de las primeras medidas represivas que Rafael Núñez Moledo tomó en su
primer gobierno (1880-1882), fue la de destituirlo (Mejía Arango, 2007, p. 563).

45

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importante por su recurrente circulación a través del tejido social colombiano de entonces y
cuya memoria no se ha perdido en el tiempo en tanto que alcanza la época presente.

2.3. NORMAS JURÍDICAS QUE CIVILIZAN

Al comienzo de este capítulo se señalaron las normas jurídicas que mayor protagonismo
cobraron en el proyecto educativo de los radicales en lo que se refiere a Instrucción Pública.
A estas deben unirse aquellas disposiciones que se dedicaron explícitamente al asunto de la
urbanidad. Estas últimas, como se verá, pertenecen más al seno de las Asambleas
Legislativas de los Estados Soberanos. Sin embargo, también podrá verse que, en algunos
casos, los Estados Soberanos copiaron, en ese sentido, las disposiciones producidas dentro
del ámbito de la Unión. Igualmente, son de los Estados Soberanos aquellas reglas más
específicas que se dirigen a la organización particular de escuelas públicas específicas.

Dentro de las disposiciones más específicas están, en primer lugar, el Plan General de
Estudios dictado por el Director General de Instrucción Pública del Estado Soberano de
Antioquia en 1865. Tal Decreto, en su Artículo 88, ordena que se dicte la cátedra de
urbanidad56. De otro lado, el Artículo 56 habla de la forma como deben llevarse los
registros de conducta de los estudiantes57. En estos, la urbanidad es uno de los criterios que
debe tenerse en cuenta a la hora de valorar los comportamientos de los alumnos. Por su
parte, el Artículo 68 ordena que sea el rector del Colegio del Estado el que imparta
lecciones de urbanidad los sábados58. Lo anterior es muestra de la importancia tan alta de la
que gozaba la cátedra de Urbanidad: sólo ciertas personas de mayor relevancia social la
pueden dictar. En segundo lugar, el Decreto sobre Plan Jeneral para la dirección i
administración de la enseñanza en las escuelas primarias de uno i otro sexo, de 1866,

56
Artículo 88. Habrá tambien en el Colejio una clase jeneral de Urbanidad.
57
Art. 56. Para los rejistros de conducta, asistencia i lecciones de que trata el Plan general de estudios, se
observarán las reglas siguientes: […] 6. Al que ejecutare algun acto reprensible contra la decencia, la
urbanidad, la disciplina o el respeto debido a los superiores. […]
58
Artículo 68. Las lecciones de urbanidad que corren a cargo del Rector tendrán efecto los sábados a la hora
en que las demás tareas literarias lo permitan, de lo cual se dará también aviso anticipado.

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organiza las escuelas primarias de todo el Estado de Antioquia. En específico, el Artículo
38 de dicho Decreto se pronuncia sobre los medios que deben emplear directores y
profesores para la educación de los estudiantes59. Allí la urbanidad pasa de ser una simple
materia a ser una constante norma de conducta; casi que un modelo de vida y un modo de
ser en cualquier escenario del ámbito escolar, sin importar el día, la ocasión o si se está o no
en el salón de clase. Igualmente, el Artículo 44 ordena que se enseñe urbanidad como
materia integrante del plan de estudios60.

En cuanto al Estado Soberano de Bolívar, su presidente dictó en 1867 un Decreto sobre


Instrucción Pública. Este, en su Artículo 95, manda que se enseñe urbanidad en las escuelas
para niñas61. Vale la pena resaltar en estos momentos de la argumentación que éste tipo de
urbanidad, dedicado a la mujer, en sus preceptivas y en la práctica era más detallada y
exigente que la urbanidad dirigida al hombre. De otro lado, el Artículo 96 asigna sólo a la
directora la impartición de dicha cátedra62.

En 1873 es dictado el Decreto orgánico sobre instrucción pública primaria para el Estado
Soberano de Bolívar. Éste, en su Artículo 19, prescribe que debe cuidarse que los
estudiantes aprendan hábitos de urbanidad63. Esta disposición es una reproducción directa
del Artículo 33 del Decreto Orgánico de Instrucción Pública Primaria expedido por el 1 de
noviembre de 1870 por el presidente Eustorgio Salgar Moreno (1870-1872). Es

59
Artículo 38. Los medios de que deben valerse los Directores de las escuelas para dirijir i gobernar a los
alumnos, para mantener viva su aplicación, estimularlos a aprender i practicas las lecciones de moral i
urbanidad que reviven, serán: […].
60
Artículo 44. Las materias de enseñanza en las escuelas primarias elementales, serán: lectura, escritura,
doctrina cristiana, elementos de aritmética, gramática castellana i urbanidad […].
61
Artículo 95. En la Academia del bello sexo habrá las siguientes, enseñanzas: lectura, escritura, moral,
relijion, urbanidad, economía doméstica, gramática castellana, aritmética, jeografía jeneral, costura en blanco
i bordado.
62
Artículo 96. La enseñanza de la lectura, de la moral relijiosa, de la urbanidad i del bordado estarán a cargo
de la directora.
63
Artículo 19. Los Institutores públicos tienen plena autoridad sobre los niños en todo lo que se refiera a su
educación, y deben vigilar incesantemente su conducta, no solo dentro de la escuela sino fuera de ella,
excepto dentro de los límites de la casa paterna. Cuidarán, por tanto, de que los niños adquieran en sus
maneras, palabras y acciones, hábitos de urbanidad, y los ejercitarán en la práctica de los deberes que el
hombre bien educado tiene para con la sociedad en que vive.
Una de las mejores recomendaciones de un Institutor será el buen comportamiento que observen sus
alumnos fuera de la escuela.

47

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precisamente el mencionado Decreto el que establece que la observancia de la urbanidad
comienza por el cuidado que de ésta ponga el Director de la escuela64 y, de ahí en adelante,
el resto de los profesores. Así mismo, la disposición es reproducida en otras normas como
son el Código de Instrucción Pública del Estado Soberano de Antioquia de 1877 (Art. 31).
Curiosamente, esa misma disposición es reproducida en el Artículo 52 del Código de
Instrucción Pública, expedido en 1911, es decir, ya en vigencia de la Constitución de 1886.

Tras la anterior revisión, queda claro que la urbanidad formó parte importante de la política
educativa que fue llevada a cabo en Colombia durante parte de la época liberal radical. En
primer lugar, la urbanidad fue materia obligatoria dentro del plan de estudios que seguían
los estudiantes de ese tiempo. En segundo lugar, la materia se impartió, podría decirse, en
todo el territorio colombiano. En tercer lugar, había una fuerte convicción de enseñarla y un
cierto cuidado con ello. De ahí que sólo pudieran dar lecciones de urbanidad, en algunos
casos, ciertos profesores o el director o directora de la escuela.

2.4. CONTENIDOS CONCRETOS: POR LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA; CONTRA LA

LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA

De aquí en adelante, presentado ya el archivo de fuentes primarias sobre el que descansa la


presente investigación, se quiere confrontar los manuales de urbanidad, todavía más, con la
dicotomía presentada en este trabajo desde su título: construcción-destrucción de la
ciudadanía. Los manuales parecen estar construyendo la ciudadanía por cuanto buscan, en
principio, la formación de sujetos que se puedan desempeñar en el mundo moderno de
acuerdo a las exigencias políticas, jurídicas, estéticas y morales que éste trae consigo. Sin
embargo, tales textos están destruyendo la ciudadanía por cuando, si se ahonda mucho más
en el contenido concreto de estos manuales, se pueden encontrar prescripciones que buscan

64
Artículo 82. Son deberes de los Directores de escuela:
1. Mantener el órden en la escuela, haciendo que los alumnos observen cumplidamente la disciplina
propia del establecimiento, que se traten con urbanidad, i que no haya en él tumultos, riñas, algazara, ni
desórden de ninguna especie.

48

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que el sujeto sea totalmente obediente a unas jerarquías sociales, culturales e incluso
raciales y así, sea absolutamente pasivo ante la autoridad, contenido, no contestatario,
silencioso y que renuncie a sus puntos de vista. La urbanidad da al traste con la nueva
ciudadanía moderna que buscaban los liberales radicales porque los manuales erigen un
modelo de sujeto se aleja de aquél que es libre y autónomo y en ese sentido, primero,
participa activamente de la discusión de asuntos políticos para una posterior toma de
decisiones al interior de su comunidad y, segundo, determina su propia existencia de
conformidad con sus propios criterios racionales. De ese modo, ese propósito liberal radical
se echó por la borda en tanto y en cuanto se educó a cientos de miles de sujetos con base en
la urbanidad. Así, un instrumento de educación tenido como liberal (no en términos de
partido política, sino de conjunto de ideas), en tanto promovía la educación del sujeto bajo
los parámetros de la modernidad, terminó siendo no-liberal en la medida en que da al traste
con la libertad y la autonomía de las personas.

El presente análisis partirá por estudiar dos manuales de urbanidad que revisten una gran
importancia para esta investigación por haber estado a cargo de dos políticos liberales
radicales. El primero, es el Código del Buen Tono, el cual corresponde a una traducción
libre hecha por Florentino González al Savoir-vivre del autor francés Alfredo de
Meilheurat. El segundo es el Código Social, obra escrita por Manuel María Zaldúa.

En 1858 fue publicado por la Imprenta de la Nación el Código del Buen Tono. Traducción
libre de la obra titulada Savoir-vivre [saber vivir65] de Alfredo de Meilheurat. El traductor
de este texto fue Florentino González. Este político liberal radical, en su calidad de
traductor de la obra, escribió una introducción. Vale la pena hacer un recorrido detallado
por su contenido con el fin de conocer de primera mano la posición específica de uno de los
radicales más importantes del período bajo análisis. Puede decirse, además, que

65
“Savoir-vivre quiere decir en Francia, en el lenguaje de la jente de mundo, saber observar con discrecion las
reglas de urbanidad i los usos sociales, haciéndose agradable a las personas con quienes se está en sociedad.
En este sentido debe entenderse la traducción saber-vivir (González, 1858, p. VIII). En otro aparte, el Código
dice: “Aprended, pues, a vivir: es la llave de oro de la felicidad, i frecuentemente de la fortuna. Con mérito
igual, i aun desigual, el hombre de buen tono será preferido…” (González, 1858, p. X).

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posiblemente esta es una de las pocas reflexiones directas, si no es la única, que sobre la
urbanidad hicieron políticos liberales radicales.

Para Florentino González la civilización66 parece hallarse fuera de Colombia. Es por eso
que el hombre civilizado que visita, incluso toda Hispanoamérica y no solamente
Colombia, podrá encontrarse con que la urbanidad no ha sido difundida entre las
personas67. Por tal razón, para el político en mención, Colombia no es un Estado
civilizado68. Segundo, es una falla que los gobiernos se hayan preocupado solamente por
asuntos políticos y se hayan olvidado de la urbanidad. En ese sentido, para González, la
difusión e implementación de la urbanidad también es asunto de Estado. Es por eso que,
tercero, si se promueve la urbanidad por parte del Estado, se está contribuyendo a que las
personas adquieran aquellos modales que hacen especial el trato social69. Además, cuarto, la
urbanidad da a los Estados que la practican la morigeración70 de las personas y la fisonomía
de la civilización. De esa forma, podría decirse que la urbanidad contribuye a la formación de
un cuerpo individual que, según González, se relaciona amablemente con los demás y de un
cuerpo social que permite concluir que un Estado es o no civilizado. Las anteriores, en
conclusión, son las afirmaciones más importantes de Florentino González en lo que tiene que
ver con la civilización y la labor del Estado de promoverla a través de la urbanidad.

66
Norbert Elias, en su obra El proceso de la civilización, analiza el concepto de civilización a partir de su
antepasado, el concepto de civilitè. Éste último hunde sus raíces en el texto de Erasmo de Rotterdam De
civilitate morum puerilium de 1526. La mencionada obra trata de la conducta de las personas en la sociedad,
en general, y del decoro externo del cuerpo, en particular. En tal orden de ideas, civilización implica para
Elias una transformación del comportamiento de las personas. Esa transformación debe ser tal, que el hecho
de que las personas se incomoden, en términos de malestar y repugnancia, al oír hablar abiertamente de las
funciones corporales, ya es un síntoma del proceso de civilización (Elias, 1989, pp. 99-105).
67
Ese hombre civilizado, según lo visto en el aparte correspondiente a los proyectos de inmigración, con
seguridad provenía de Europa (Martínez F. , 1996).
68
“Creo, sin embargo, que no faltará tiempo para instruir a la juventud, no solamente en los principios
políticos que sirven de base a la buena organizacion de las sociedades, sino tambien en los que deben conocer
los ciudadanos para hacerse miembros agradables de las mismas sociedades, i cultivar las relaciones privadas
con ese comercio de atenciones simpáticas que, al mismo tiempo morijeran al hombre, contribuyen a dar a un
país la fisonomía de la civilizacion” (González, 1858, p. V).
69
Con seguridad, esta afirmación puede ser relacionada con el asunto de las llamadas virtudes cívicas, tema
tratado en la sección 1.3.1. del primer capítulo.
70
Puede entenderse por morigeración a una cierta templanza o moderación en las costumbres, es decir, en no
incurrir en excesos o en defectos de conducta. “La urbanidad supone en el individuo humildad, caridad,
afabilidad, prudencia, moderacion o templanza, i mas que todo decoro, ajustado todo esto a las circunstancias
del estado, del lugar, del tiempo i de las personas” (Arroyo, 1864, p. 205).

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En cuanto a la relación entre urbanidad y ciudadanía, Florentino González da pistas para
poder pensar en ella. Para González, la urbanidad es la que puede conservar el orden en una
sociedad republicana que se caracteriza por cuanto todos los sujetos que viven en ella son
reyes71. De tal comparación puede entenderse que con las revoluciones liberales, los
habitantes de los territorios de un gobierno dejaron de ser súbditos y pasaron a ser
ciudadanos con todo lo que ello implica: participación activa en la vida política de los
Estados, derechos y libertades públicas a su favor, deberes de los gobernantes para con
ellos. Esta nueva posición posiblemente haga de esas personas reyes si se le compara con su
antigua situación. De ese modo, en Colombia, que ha salido de depender de España, sus
habitantes ya no son súbditos de una corona, sino ciudadanos de un nuevo Estado que fue
creado a partir del pensamiento que inspiró aquellas revoluciones liberales. Es por eso que
el político en mención piensa que ser republicano implica ser de un nivel más elevado que
un súbdito, sujeto característico de otros regímenes políticos, precisamente por la nueva
posición de ciudadano que empezaron a gozar las personas a partir de los cambios que trajo
la democracia liberal moderna. Es por eso que este nuevo tipo de sujeto está obligado a ser
de buen tono, asunto este que deja ver que la urbanidad sí se veía como parte importante de
la conformación de un cuerpo social distinto y específico para que viviera la nueva época.
En otros términos, el ser de buenos modales parecía ser el punto de partida para poder
ejercer como verdadero ciudadano del nuevo Estado moderno.

Otro aspecto a partir del cual se puede pensar la relación entre urbanidad y ciudadanía
consiste en que, de acuerdo a González, en una sociedad republicana no se puede legislar
sobre todos los asuntos, razón por la que es necesario que los sujetos se pongan de acuerdo
para ellos mismos observar las normas de urbanidad. La duda que queda consiste en si en
verdad los sujetos se han puesto de acuerdo para establecer normas de comportamiento o si
la proliferación de éstas obedece a otro tipo de esfuerzos. Para efectos del presente trabajo,
vale la pena afirmar que, más bien, la urbanidad no fue implementada tras un acuerdo, sino
que fue incorporada en las costumbres de los colombianos por medio de la labor que al
71
“En América, casi todos somos republicanos. En la República cada individuo es una potencia; todos somos
reyes. Pero esta noble posicion en que todos nos encontramos, hace mas necesario el réjimen de las leyes de la
urbanidad, que es el que puede conservar el órden en una sociedad semejante” (González, 1858, pp. V-VI).

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respecto hizo el Estado, a través del derecho. Por supuesto, como se ha venido insistiendo,
la verdadera iniciativa de implementar en la urbanidad surge en el tejido social o, por lo
menos, en parte de este. Así, el Estado y el derecho se convierten en instrumentos, y no en
fuentes, que ayudaron para la mejor circulación de estas prácticas. En otras palabras, tal
labor desde el Estado y el derecho fue el efecto de un interés particular que circulaba
entonces por el tejido social; pero no en toda la sociedad porque, en último término, la
urbanidad resultó ser de mayor interés para la élite colombiana de la época, la cual estaba
apenas en construcción. De ese modo, la clase alta colombiana tuvo como referente, para
producirse a ella misma, a la élite burguesa parisiense y, a la vez, se erigió como referente
para las demás clases sociales en Colombia. Al respecto, González dice que el Savoir-vivre

contiene los principales preceptos de urbanidad i buen tono a que se arreglan


su modo de obrar en la buena sociedad los parisienses bien educados. Como
Paris es la ciudad del mundo civilizado en donde es mas jeneral la práctica
de esas atenciones que hacen agradable el trato social, el que observe los
usos admitidos allí entre las jentes de buena compañía puede estar seguro de
ser tenido en todas partes por hombre urbano i culto (González, 1858, p. 82).

Por último, González comenta que los Estados Unidos del Norte son ejemplo en sus
instituciones políticas, las cuales refieren al ámbito de lo público; pero no lo son en sus
buenos modales, de ahí que se deban tomar modelos distintos para regular el ámbito de lo
privado. Allí parece cobrar relevancia lo francés, Estado del cual proviene la obra
traducida. De hecho, González ve en Francia el ejemplo más importante de la civilización.
Es más, la urbanidad traída a Latinoamérica proviene más de los manuales franceses que de
los ingleses72. En nombre de todo lo anterior, el político liberal radical señala que aunque
mucho han mejorado los granadinos en cuanto a buen tono, es necesario seguir progresando
en ello para llegar a la perfección. Es por eso que padres y profesores deben de inculcar en
sus hijos los principios de la urbanidad. Así termina la introducción analizada hasta ahora
(González, 1858, pp. VII-VIII).

72
“[A]doptad el medio de buen tono que os dan ejemplo los usos del gran mundo parisiense” (González, 1858, p. 68).

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Llama la atención cómo el texto traducido por González hace una tajante división entre las
personas civiles y las inciviles. Esta distinción es referencia para seguir haciendo otras
distinciones: superiores-inferiores; personas de mundo-personas que no son de mundo;
personas de alta sociedad-obreros. Tales distinciones están atravesadas por destacar al civil
y despreciar al incivil. Tanto así que el inferior no es tenido en cuenta por los superiores73.
Realmente, el que no es de mundo nunca logra adquirir los usos y costumbres del que sí es
de mundo74. A duras penas, este tipo de sujetos podrían conocer y practicar algunos de los
buenos modales75. Éstos últimos, más o menos podrían adquirirse. Pero el texto es enfático
en señalar que, de resto, la urbanidad es una gracia natural, propia de las personas de alta
sociedad76. En cambio, las demás clases están expuestas constantemente a la grosería y la
violencia; en sentido contrario, los civilizados se caracterizan por sus buenos modales y
también por ser, en tanto urbanos, sujetos morales y, en ese sentido, buenos:

“Hai clases en las cuales la grosería es hereditaria. Cuando sus niños


empiezan a hablar, les dicen: Llama a aquel C… da un coscorron a Pedro,
dale duro &c. I si el niño jura i golpea con ardor, los padres esclamarán: Ese
será un famoso chico. Aviso a la mitad del mundo.
“Las clases civilizadas obrarán de este modo cuando sus hijos empiezan a
hablar distintamente. Dirán: amiguito, junta tus manos i ruega a Dios por
papá, acaricia a tu hermano, manda un beso al Señor; ve ese infeliz, dale ese
centavo o ese pedazo de pan para apaciguar su hambre.
“El placer de los primeros será dar golpes a la jente i a las bestias, el de los
otros hacer bien a todos” (González, 1858, p. 80).

73
“En algunas casas grandes, la llegada de una persona de inferior condición no interrumpe sino por pocos
instantes la lectura del diario” (González, 1858, p. 27).
74
“No es raro ver personas de pocos medios imitar el lujo de los opulentos del mundo; no consiguen sino
ponerse en ridículo” (González, 1858, p. 39).
75
“No penseis que las primeras leyes de la civilidad son desconocidas del obrero; ignora ciertamente los usos
del gran mundo; pero cuando quiere, es atento” (González, 1858, p. 46).
76
“Hai gracias naturales; pero hai otras que no se adquieren sino por el hábito de la buena sociedad”
(González, 1858, p. 68).

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Con toda certeza puede interpretarse, según el tipo de concepciones presentes en los
manuales de urbanidad, que al incivil no le es posible ser y hacer varias cosas en su vida:
Primero, no es autónomo; segundo, no es libre; tercero, no le es posible gobernarse a sí
mismo; cuarto, no puede gobernar a otros en caso de que ello fuera posible en una
democracia liberal moderna; quinto, no puede participar de la toma de decisiones políticas;
sexto, no es admitido en sociedad. El incivil no tendría las características esenciales que le
permitieran ser y hacer todo lo anterior. Sin embargo, para que la urbanidad funcione, con
todos sus textos y todas sus prácticas, se necesita que existan inciviles. Esto, porque parte
de la urbanidad descansa sobre la base de la distinción del civil respecto del incivil. De otra
manera, el civil no podría diferenciarse del incivil y preponderar sobre ellos. Esto, sin duda,
contradice gravemente un proyecto que buscaba la educación de las personas y la
materialización de las libertades públicas en los términos vistos en el capítulo anterior.
Igualmente, va en contravía de un proyecto que buscaba ser más incluyente para, así,
superar los viejos esquemas cerrados de valoración social propios de la colonia. Además,
este tipo de nociones acerca de la vida y acerca de las personas no conduce a la libertad y la
autonomía. Así mismo, tampoco conduce al autogobierno; conduce, más bien, al gobierno
de una clase sobre las otras, a través de las prácticas sociales, el derecho y las imposiciones
culturales como la urbanidad.

Otro buen ejemplo que refuerza lo concluido en el anterior párrafo es el siguiente: Manuel
María Zaldúa, hermano del presidente liberal radical Francisco Javier Zaldúa, publicó en
189177 su obra Código Social. Máximas y preceptos de moral, virtud y urbanidad para
instrucción, uso y provecho de mis adoradas hijas. En principio, esta obra estaba destinada
a su uso privado al interior del hogar de Zaldúa. Sin embargo, él cuenta en el prólogo del
libro que algunos de sus amigos le sugirieron publicarlo con el fin de que fuera de utilidad
para quienes lo leyeran. Para Zaldúa, la urbanidad hace parte de la moral y sin toda esta no
puede haber orden, felicidad ni paz. En la urbanidad están las reglas que enseñan a los
sujetos a conducirse precisamente en esa sociedad con la decencia, decoro y moderación

77
La publicación data de esa fecha; pero la licencia eclesiástica fue otorgada en 1881. Además, el manual
como tal fue producido años antes; pero se le había dado una circulación privada.

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que distinguen al sujeto culto y civilizado (p. 15). El sujeto civilizado es, entonces,
moderado, es decir, contenido, discreto y sin modales exagerados por el tono de voz, los
ademanes del cuerpo o la cercanía con la que se dirige a otras personas. En ese orden de
ideas, es preferible el comportamiento excesivamente ceremonioso que los desmanes y
desaciertos del sujeto incivil, caracterizado por la “extemporánea y ridícula familiaridad
con la que trata a los demás” (p. 25). Esa familiaridad no permite distinguir, como lo hace
un sujeto civilizado, las desigualdades legítimas y racionales78 que existen entre las
personas, lo cual exige un trato diferenciado que sólo la urbanidad puede enseñar (p. 28).
Por otra parte, es incivil el sujeto que se deja llevar por los afanes del diario vivir y, por esa
razón, actúa frente a los demás con mal humor y discordia (p. 33-34). Son inciviles, en
general, todos los actos en contra de las normas de urbanidad; pero más que los actos, las
personas como tal: es incivil el que actúa incivilmente (p. 36).

De estos dos ejemplos pueden concluirse varias cosas. Es sabido que el liberalismo radical
colombiano emprendió grandes esfuerzos por reformar la educación. Estos incluían la
enseñanza de la urbanidad. Urbanidad era equivalente a civilización. Entonces, por medio
de esta se pretendía civilizar a los sujetos. Pero no todos podían ser civilizados:
campesinos, pobres, obreros, negros, indígenas jamás podrían ser llamados personas-de-
mundo79. De acuerdo al análisis hecho, este tipo de persona jamás podría responder al ideal
de autogobierno. Si se toma en serio la urbanidad, lo que debe decirse de estos seres
humanos es que necesitan ser gobernados por otros realmente civiles, realmente urbanos.

78
Por estas puede entenderse a las diferencias de edades, cargos civiles o eclesiásticos, posición social,
relación entre hombres y mujeres. Al respecto, Carreño dice lo siguiente: “Las atenciones y miramientos que
debemos á los demas no pueden usarse de una manera igual con todas las personas indistintamente. La
urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la naturaleza, la sociedad y el mismo Dios; así es
que obliga á dar preferencia á unas personas sobre otras, segun es su edad, el predicamento de que gozan, el
rango que ocupan, la autoridad que ejercen y el carácter de que están investidas. Según esto, los padres y los
hijos, los Obispos y los demas sacerdotes, los magistrados y los particulares, los ancianos y los jóvenes, las
señoras y las señoritas, la mujer y el hombre, el jefe y el subalterno, y en general, todas las personas entre las
cuales existen desigualdades legítimas y racionales, exigen de nosotros actos diversos de civilidad y etiqueta
que indicarémos mas adelante, basados todos en los dictados de la justicia y de la sana razon, y en las
prácticas que rigen entre gentes cultas y bien educadas” (Carreño Muñoz, 1854, pp. 36-37).
79
“La palabra urbanidad es la españolizacion de otra palabra latina (urbanitas), derivada de urbs (ciudad), i se
contrapone a la de rusticidad (rusticitas), derivada de rústicus (rústico, campesino, agreste, inculto, grosero, tosco);
porque entre los romanos el hombre de la ciudad, o urbano, era el de pulidas maneras i buen tono, miéntras
acontecia todo lo contrario con el campesino o rústico” (Cursivas dentro del texto) (Arroyo, 1864, p. 203).

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La tesis expuesta y cuya ocurrencia fue comprobada en los términos más contrastantes y
contradictorios posibles en la época del liberalismo radical en Colombia, lleva a términos
decisivamente concretos a ciertos argumentos que otros autores habían ya formulado en
términos más generales frente a la urbanidad. Por ejemplo, para la profesora Zandra
Pedraza Gómez, en su texto En cuerpo y alma, “[e]l ser social que concibe la urbanidad no
es el homo politicus” (Pedraza Gómez, 2011, p. 110). Lo anterior es cierto por cuanto la
urbanidad parte de que existen diferencias insalvables entre las personas y que es necesario
reconocer tales diferencias y vivir en sociedad de acuerdo a ellas80. Ello rompe de la
manera más destructiva posible con los principios de los cuales parte la democracia liberal
moderna. Igualmente, la urbanidad entra en contradicción con los presupuestos de un
Estado republicano en el que viven sujetos libres y autónomos que participan activamente
de la toma de las decisiones políticas que los afectan directamente. Ello, a través del
diálogo constante en los escenarios propicios. Curiosamente, la urbanidad también se
propone intervenir las conversaciones de los sujetos con el propósito de hacerlas cordiales y
respetuosas. Sin embargo, termina echando a perder cualquier oportunidad de diálogo que
se pueda reflejar en el ámbito de lo político en términos republicanos.

2.4.1. La conversación: Imposibilidad del acuerdo y del desacuerdo

Las normas de urbanidad establecen que se educa a la persona en el seno de su familia. Es


por eso que todo lo que esta haga en el ámbito privado de su casa, saldrá a hacerlo a la
calle81. De ahí la minuciosa prescriptiva acerca de todo lo que puede suceder en el espacio
del hogar. Allí, por ejemplo, tiene lugar la conversación. La charla es una de las actividades
que se tienen cuando se está entre familiares y entre amigos. Es más, es el evento por
excelencia dentro de aquellos en que los seres humanos tienen la oportunidad de
relacionarse con otros82 y de, así, mostrar sus cualidades y defectos, los cuales se traducen,

80
Ver nota de pie de página No. 78.
81
“[N]uestros hábitos en sociedad no serán otros que los que contraigamos en el seno de la vida doméstica,
que es el teatro de todos nuestros ensayos…” (Carreño Muñoz, 1854, p. 61).
82
“La conversación es el alma y el alimento de toda sociedad, por cuanto sin ella careceríamos del medio mas
pronto y eficaz de transmitir nuestras ideas, y de hacer mas agradable y útil el trato con nuestros semejantes”
(Carreño Muñoz, 1854, p. 131).

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más bien, en aciertos y faltas de urbanidad83. Es por eso que en esos momentos de hablar
con los demás, debe también observarse la urbanidad. Por tanto, la conversación está
fuertemente normada al interior del espacio privado en el que ésta tiene lugar, normación
que es trasladada a espacios públicos, incluso aquellos en los que tienen lugar las
discusiones políticas:

El hombre de buena educacion, cuando se encuentra en una asamblea


cualquiera, no solo tributa al cuerpo y á cada uno de sus miembros aquellos
homenajes que están prescritos por sus particulares estatutos y por las reglas
generales de la etiqueta parlamentaria, sino que cuida de no olvidar jamas en
ella sus deberes puntualmente sociales, guardando á sus colegas todos los
miramientos y atenciones de que la urbanidad no nos releva en ninguna
situación de la vida (Carreño Muñoz, 1854, p. 119).

La meticulosa normación a la que es sometida la conversación por parte de los manuales de


urbanidad deja ver el poder de regulación tan amplio de estos textos. Sin embargo, lo que
interesa a esta investigación no es la preceptiva que tiene que ver con la postura que se
supone que debe asumir el cuerpo de un sujeto que conversa, la modulación de su voz o el
desempeño durante la charla a propósito de temas específicos. Lo que llama fuertemente la
atención son ciertas normas puntuales que tienen que ver con los contenidos, desarrollo y
posiciones personales que se pueden o no asumir durante una conversación. En realidad,
estas hacen imposible cualquier asomo de reflexión. Entonces, si estas normas dedicadas al
ámbito de lo privado se reflejan en lo público, tal y como se ordena a partir de los manuales
de urbanidad, la consecuencia anteriormente anotada será todavía más seria, puesto que lo
imposible será la reflexión política en el seno de una sociedad que se autogobierna y, como
consecuencia, será poco probable una buena toma de decisiones en todos los escenarios
posibles de discusión a los cuales haya lugar. En una sola expresión, será imposible el

83
“Nada hai que revele mas claramente la educacion de una persona, que su conversación” (Carreño Muñoz,
1854, p. 131).

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Estado moderno al que aspiraban los radicales, puesto que resulta imposible su condición
de posibilidad, que es el sujeto igualmente moderno, en tanto libre y autónomo.

Las normas de conversación prescritas desde la urbanidad ordenan hacer varias cosas que
resultan problemáticas en un eventual escenario de discusión, que por ser moderno requiera
que los sujetos usen su razón libre y autónomamente:

1. No defender la propia opinión de forma enfática (sobre todo si se es mujer). Al


respecto, Cuervo afirma lo siguiente:

P. I si [alguien] os dice alguna cosa que no esté de acuerdo con


vuestra opinión, qué haréis? R. Ante todas cosas me cuidaré de no
interrumpirla, ni por este, ni por algun otro motivo, i nunca usaré de
la esperesiones de U. no me entiende: U. se equivoca: no es así, etc.
sino que emplearé las de no estoi segura, pero creo: yo seria de
opinion, tal vez no me he esplicado con claridad: perdone U. pero…
u otras semejantes, en que manifiesta compostura, nobleza i dignidad
(Cursivas dentro del texto) (Cuervo Barreto, 1866, p. 18).

En el mismo sentido, Manuel María Zaldúa considera que la mujer tampoco puede
sobresalir mucho en una conversación:

No parece bien que una mujer se esfuerce por sobresalir demasiado


en la conversación: basta que ella sea instruida. Querer obligar a que
todos sean de su opinión, hallar placer en ostentar ciencia es hacerse
insufrible y ponerse en la clase de las pedantes. Hablad siempre sin
pretensiones de pasar por muy instruida. Los hombres son injustos,
una mujer sabia ofende su orgullo, y tratarán, por todos los medios,
de humillarla (Zaldúa, 1891, p. 41).

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2. Fingir que se aprueban y aceptan las opiniones de los demás aunque no se esté de
acuerdo con ellas. Marroquín, reproducido por Gaitán y por Rojas, ordena

manifestar siempre deferencia y respeto por las opiniones de los que


no piensan como nosotros, y aun hemos de mostrar que las razones
que alegan nos hacen alguna fuerza (Marroquín Ricaurte, 1911, p.
50) (Gaitán, 1870) (Ortiz Rojas, 1860).

3. No decir todo lo que se piensa. Según Marroquín, es contrario al ser humano


racional decir todo lo que piensa:

Una de las cualidades que distinguen al hombre sensato y reflexivo es


una moderada reserva. La indiscreción, es decir, la facilidad de decir
todo lo que se sabe ó se piensa, pone á la vista los sentimientos, las
empresas y los proyectos que se tienen… (Marroquín Ricaurte, 1911,
pp. 63-64) (Gaitán, 1870) (Ortiz Rojas, 1860).

4. Ceder cuando los asuntos son aparentemente de poca importancia. Sobre el


particular, Carreño opina lo siguiente:

Formemos en nosotros el hábito de ceder de nuestro derecho, siempre


que nos veamos contrariados en materias de poca entidad, y aun en
todas aquellas en que el sostener nuestra opinión no haya de traernos
una ventaja de importancia, sino que por el contrario pueda llegar á
irritar los ánimos de los demás y el nuestro propio (Carreño Muñoz,
1854, p. 83).

5. Evitar la conversación con personas que discutan. Respecto de este asunto, también
es Carreño el que expresa su criterio:

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Evitemos siempre entrar en discusión con personas que sean
conocidamente discretas y de buen carácter; y sobre todo con
aquellas que estén siempre animadas de un espíritu disputado y de
contradicción (Carreño Muñoz, 1854, p. 133).

6. Ceder el uso de la palabra siempre al superior. De ese modo, no cabe la


participación pública de aquellos que los manuales consideran inferiores84. Estos se
tendrían que limitar a una participación mínima y sin expectativas de incidir en los
resultados de las discusiones:

Cuando acontezca que dos personas tomas simultáneamente la


palabra, el inferior la cederá siempre al superior…” (Carreño Muñoz,
1854, p. 135).

7. No proponer por sí mismo el tema del que va a tratar una conversación. Esto
también corresponde a los superiores, lo cual reduce cualquier derecho de las
personas a tomar la iniciativa:

Las personas de mayor respetabilidad que se encuentran en un


círculo, son las que principalmente están llamadas a variar los temas
de conversación” (Carreño Muñoz, 1854, p. 136).

8. Cambiar de tema de conversación cuando los ánimos están exaltados. De esa


manera se termina abrupta y arbitrariamente la discusión en vez de buscarle una
solución que restablezca el diálogo y reencamine la conversación:

Es ademas indispensable encadenar en lo posible los diversos temas


de la conversacion, de manera que, al pasar de uno á otro, el que se
introduce tenga alguna relación con el que se abandona. Puédese, no

84
Ver nota de pie de página No. 73.

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obstante, presentar un tema totalmente inconexo, […] 2º, cuando la
conversacion toma un giro que puede conducirla á turbar la armonía
ó buen humor de la sociedad (Carreño Muñoz, 1854, p. 136).

9. Desmentir; si se quiere corregir tendrán que usarse formas por medio de las cuales
la persona a la que se corrige salga disculpada:

La mas grave, acaso, de todas las faltas que pueden cometerse en


sociedad, es la de desmentir á una persona, por cuanto de este modo
se hace una herida profunda á su carácter moral; y no creamos que
las palabras suaves que se empleen puedan en manera alguna atenuar
semejante injuria. Es lícito en ciertos casos contradecir un relato
equivocado; mas para ello deberemos tener mui presentes las reglas
que acerca de este punto quedan establecidas, y sobre todo, la estricta
obligación en que estamos de salvar siempre la fe y la intención de
los demas (Carreño Muñoz, 1854, p. 157).

10. Contradecir a una persona; en igual sentido que el imperativo anterior:

No está admitido contradecir en ningun caso á las personas que se


encuentran en un círculo de etiqueta, ni á aquellas que están
constituidas en alta dignidad. Lo que generalmente autoriza para
contradecir es la necesidad de vindicar la ajena honra, cuando delante
de nosotros puede quedar en alguna manera vulnerada; mas en
sociedad con tales personas no hai lugar á esto, porque de ellas no
podemos oir jamas ninguna palabra que salga de los límites de la mas
severa circunspeccion (Carreño Muñoz, 1854, p. 157).

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11. Hablar sólo con el conocimiento de las normas gramaticales del idioma. De ese
modo, el que no haya aprendido modos de expresarse formalmente, no podría
hacerlo:

Sin el conocimiento de las reglas gramaticales del idioma que se


habla, no es posible expresarse jamas con aquella pureza de lenguaje
que es tan indispensable para el trato con las gentes cultas y bien
educadas; y es de advertirse, que por mui adornada de buenas
cualidades sociales que aparezca una persona, las faltas gramaticales
en que incurra comunicarán á su conversacion cierto grado de
vulgaridad que eclipsará notablemente su mérito (Carreño Muñoz,
1854, p. 139).

A veces los manuales llegan hasta a proscribir ciertos temas de conversación como son los
atinentes a temas políticos, religiosos, morales o de creencias personales de los sujetos. Tal
es el caso del texto de José Manuel Marroquín de tan amplia circulación en la época a
través de sus ediciones por separado y de su inclusión en textos escolares obligatorios.

Las dificultades reseñadas impiden el diálogo y lo circunscriben sólo a instancias sin


ninguna relevancia tales como anécdotas, narraciones, exposiciones sobre temas sencillos,
etc. Como resultado, no podría pensarse que en un Estado republicano, las deliberaciones
sean exitosas cuando se moderan de acuerdo a la prescriptiva que establece la urbanidad.
Entonces, no puede serse de buenas maneras en todos los escenarios de la vida, tal como los
manuales lo señalan. Sin embargo, esto trae como consecuencia la exclusión de la sociedad.
Así, mucho menos hay posibilidad de reflexión en tal sociedad que excluye a aquellos
miembros cuyo su comportamiento no se acompasa con normas acerca de modales. Lo más
indicativo es que, en concreto, el excluido es el que expone sus ideas y las defiende.

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3. CONCLUSIÓN GENERAL DEL TRABAJO

La urbanidad no se compadece con el propósito liberal radical de formar sujetos libres y


autónomos que tomen por sí mismos las riendas del Estado y lo lleven por los caminos de
la modernidad. La urbanidad no es pertinente para educar a los sujetos para que éstos sean
libres y autónomos y, de ese modo, tomen parte en la vida política de su comunidad. Pueda
que liberales radicales como Florentino González hayan visto en la urbanidad un
instrumento preciso para que el colombiano de la época llegara a ser un ciudadano
civilizado y moderno. Sin embargo, la urbanidad no conduce a tal modernidad y menos
cuando esta implica la existencia de sujetos reflexivos que usen su razón.

Existe una contradicción entre las vanguardistas ideas del liberalismo radical y la
implementación de los manuales de urbanidad en la educación de los sujetos. Pero esta no
puede esta evidenciarse desde el allá y el entonces experimentados por los liberales
radicales del periodo a analizar, sino que sólo puede esta advertirse a través de un análisis
posterior elaborado aquí y ahora. Precisamente, para los liberales de entonces, hacer del ser
humano una persona de buenas maneras era contribuir a la modernización del país. Ellos
tomaron para sí la antigua iniciativa de formar en buenos modales a los colombianos. En
ese sentido, desde el aquí y el hora se puede afirmar que riñen la implementación práctica
de los manuales de urbanidad riñe con la definición de ciudadano y los derechos
individuales consagrados con la Constitución de 1863.

Con la urbanidad resulta imposible el logro de la aspiración liberal radical a que Colombia
se conformara por un conjunto de personas libres, autónomas e iguales que tomaran parte
en la adopción de decisiones políticas del Estado. En ese orden de ideas, la urbanidad
conlleva contradicciones serias entre las normas jurídicas que hablan de libertades y
consagran una definición de ciudadano menos restrictiva que la de otras Constituciones y
que, en ese sentido busca la materialización de la idea de un sufragio universal, con otras

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disposiciones que ordenan enseñar urbanidad en los centros de instrucción. Es más, el
catálogo de libertades entra en contradicción con los preceptos de la urbanidad, los cuales
enseñan al sujeto a clasificar y diferenciar a los demás, declararlos aptos o no para la vida
en sociedad, excluirlos de la comunidad, anular su posibilidad de expresarse y llevarlo a
obedecer, contenerse, callar, disimular, fingir estar de acuerdo, renunciar a sus ideas, no
pensar, no ser libre, no ser autónomo, no ser reflexivo, no ser moderno.

La urbanidad, a través de su preceptiva y sus prácticas, da lugar a que sólo unos pocos sean
sujetos que se compadezcan con la idea moderna liberal e ilustrada de ser reflexivos,
autónomos y vinculados a una sociedad democrática e incluyente. Ese pequeño número de
personas es el mismo que podrá llegar al ejercicio pleno de la ciudadanía y, por tanto,
superiores, civilizados, aptos para conversar y, así, exponer sus ideas en público y mandar.

En los aspectos propios de la discusión propuesta en el presente escrito, los liberales


radicales no lograron diferenciarse de sus opositores, los políticos conservadores. De ese
modo, en lo que respecta a los asuntos de los cuales se ocupa este trabajo, aunque los
radicales hayan visto en los conservadores a los portaestandartes de las ideas de la colonia y
hayan querido superar tal herencia que consideraban nefasta, los radicales mismos
incurrieron en, y promovieron, las prácticas oscurantistas, excluyentes y poco democráticas
que propone la urbanidad.

En conclusión, la democracia moderna no es posible cuando se educa a los sujetos en la


urbanidad. La profesora Pedraza señala contundentemente que “[e]l ciudadano adquiere
deberes y derechos que le otorga el Estado, independientes de su condición, educación,
posición, y, si se quiere, de su voluntad; derechos y deberes que no guardan relación alguna
con lo oportuno de su comportamiento social, sus maneras, su higiene, la corrección de su
lenguaje o su acatamiento de las normas de sociabilidad” (Pedraza Gómez, 2011, p. 110).
En ese sentido, el sujeto autónomo y libre es distinto al sujeto de buenos modales. Por eso,

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las constantes, marcadas y enfáticas diferencias de edad85, parentesco, sexo, estado civil,
situación económica, profesión, cargo, vestimenta86, etc., que se pueden encontrar, como si
fueran algo natural87, en los manuales de urbanidad, no tendrían por qué haber entrado de
ninguna manera en un liberalismo radical que buscaba modernizar a Colombia y, así,
superar el exacerbado autoritarismo de los tiempos coloniales. Lo anterior resulta de esa
manera por cuanto, en palabras de la profesora Beatriz González Stephan, en su artículo
Modernidad y disciplinamiento, “[l]a modernización [y con ella la urbanidad] rearticula en
esencia una estructura conservadora del orden social, profundamente impregnada por el
mismo impulso elitista de la antigua sociedad colonial. Puntualiza la analogía entre pares y
la diferencia y discriminación entre desiguales” (González Stephan, 1994, p. 443).

Por último, este análisis de historia del derecho aspira a ser una respuesta a la pregunta
contemporánea acerca de si incluir o no la urbanidad en los planes locales de educación. La
contestación contundente de este ejercicio es un no. La sociedad colombiana no puede
seguirse construyendo, en parte, a través de un conjunto de prácticas productoras de sujetos
que no son capaces de perseguir fines relevantes para la propia comunidad política, sino
que se preocupan por sus modales. Tales modales no dan lugar al diálogo justo y abierto
que la Colombia contemporánea requiere para siquiera aspirar a superar sus constantes de
violencia y pobreza. Todo lo contrario, esas maneras sólo contribuyen a despreciar a los
colombianos que no se compadecen con estas y, de ese modo, a mantenerlos en las mismas
circunstancias de violencia y pobreza en las que han vivido desde tiempos inmemorables.

85
“Como el discreto i festivo lenguaje que debe reinar en una mesa necesita mucho tino, agudeza i
oportunidad, no siendo los niños i las personas jóvenes capaces de sostener sin ofensa e impertinencia este
papel; convendrá no hablen sino preguntados, o porque la necesidad los obligue, i entónces se limpiarán antes,
i nunca hablarán con la boca llena…” (Arroyo, 1864, p. 234).
86
“Puede decirse que el concepto que de un hombre se forma, consiste en gran parte en su exterior; pues si parece
limpio i aseado a la vista, ya se recomienda el sujeto; i si con desaseo, desaliñado i roto, pensamos poco
favorablemente de la persona. En los vestidos leemos, por decirlo así, la ligereza, la livianidad o la cordura de quien
los lleva, i sobre todo, las manchas i roturas hacen ridículo al más apuesto caballero” (Arroyo, 1864, p. 223).
87
“Pienso así que la enseñanza de las niñas debe distribuirse en tres clases, a fin de que sea positiva, útil i
provechosa, renunciándose en este punto a toda idea de igualdad democrática, que si, en abstracto, es
laudable, carece de objeto práctico, i no consulta ni los intereses de la sociedad, ni los de la familia. La
existencia de la escala social es un hecho necesario i tan conforme a la naturaleza, como la clasificacion de los
animales i de los vegetales en jéneros, especies i familias” (Cuervo Barreto, 1866, p. 5).

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