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Tercera clase
Historia del colportaje:
su origen y desarrollo

Objetivos: 137
1. Que los alumnos conozcan
las raíces históricas y el origen
del colportaje.
2. Que los alumnos entiendan las grandes
aportaciones que hizo la Reforma
protestante a la obra del colportaje.
3. Que los alumnos comprendan cómo la
obra del colportaje está vinculada a los
orígenes del movimiento adventista
y su expansión por todo el mundo.

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EL COLPORTAJE EMPEZÓ EN EUROPA durante la Edad Media y su historia


está llena de sucesos emocionantes y resultados felices. A la palabra «col-
portor» se asocian la consagración y la valentía; los actos heroicos y el sa-
crificio nacido del amor cristiano.
Desde el principio de la obra, los colportores alcanzaron grandes triunfos
misioneros. A su paso surgieron creyentes e iglesias que fecundaron el te-
rreno para la gran Reforma cristiana del siglo XVI. Esos triunfos comprueban
el poder divino que los acompañó desde aquel tiempo y hasta nuestros
días.

Valdenses, los primeros colportores


Los iniciadores del colportaje fueron los valdenses. Su paso por Europa,
138 desde fines del siglo XII en adelante, lo marcaban los edificios de culto o
la estaca del martirio.

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Entre los diversos movimientos evangé-


licos que surgieron durante la Edad Me-
dia estuvo el de Pedro Valdo en 1173,
en Lyon, Francia. Valdo era un acauda-
lado comerciante, poseía una cuan-
tiosa fortuna y era próspero en sus
negocios, pero se sentía espiritual-
mente insatisfecho. Consultó a va-
rios clérigos; uno de ellos le aconsejó
leer las Escrituras. Así encontró la
luz del cielo. Fue tan grata a su alma
que no quiso guardársela, así que
decidió explicar a sus amigos los pa-
sajes que le habían dado paz. Notó
cómo ellos recibían el mismo alivio y la
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misma seguridad espiritual.
Pedro Valdo
Pedro Valdo tomó una valiente decisión. Ven-
dió sus posesiones, dejó a su familia dinero suficiente para toda la vida,
y dedicó el resto de su fortuna a ayudar a los pobres y copiar pasajes de
las Escrituras. Llevaba consigo esas copias de casa en casa y las explica-
ba a sus habitantes. Tiempo después, otros individuos se le unieron en
esa obra y en vez de solamente explicar el texto, también lo vendían. Así
comenzó el colportaje.
Muy pronto, en 1181, el papa excomulgó a los valdenses. Se vieron
obligados a dispersarse por todo el continente europeo, donde conti-
nuaron su obra evangelizadora, hasta lograr convertirse en un poderoso
movimiento que se extendió rápidamente y arrancó miles de fieles al pa-
pado.
Pedro Valdo fue a Bohemia, mientras que otros valdenses se espar-
cieron por Alemania, Francia, España e Italia. A partir del siglo XIII, se cen-
tralizaron en los valles del Piamonte, Italia, donde han permanecido

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hasta nuestro días. En los Alpes, los valdenses establecieron centros edu-
cativos para jóvenes. Ellos mismos escribían porciones de la Palabra de Dios
que luego salían a distribuir.
Entre ellos, quien quería dedicarse al ministerio debía primero colportar
tres años en el extranjero. Otros se dedicaban exclusivamente a ese peli-
groso trabajo misionero.
En El conflicto de los siglos, Elena G. de White explica que casi siempre
había un colportor joven asociado con otro de más edad y experiencia.
«No andaban siempre juntos [...] con frecuencia se reunían para orar y con-
ferenciar, y de este modo se fortalecían uno a otro en la fe» (CE, pág. 76).
Los colportores valdenses trabajaban como mercaderes ambulantes,
ofrecían seda y joyas difíciles de conseguir en las localidades a las que
iban. Si los rechazaban como misioneros, eran bienvenidos como vende-
dores de rarezas. Al mismo tiempo, escondían pergaminos con los Evan-
140 gelios completos o en fragmentos, entre sus ropas. Cuando no había

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peligro y era el momento oportuno, mostraban esos pergaminos a la


gente, los explicaban y los vendían.
La palabra «colportor» viene del vocablo francés colporteur y significa
«llevar del cuello». Parece que se originó en la costumbre que tenían los
antiguos valdenses de llevar los escritos sagrados debajo de su ropa, en
una bolsa que pendía del cuello.
Es interesante conocer la introducción que hacían esos intrépidos mi-
nistros de la Palabra. Un inquisidor narró que viajaban de un pueblo a otro
y vendían mercaderías para lograr que los dejaran entrar a las casas. Ofre-
cían joyas, anillos, aros, telas, velos y otros adornos. Cuando la gente les
preguntaba si tenían otras joyas, contestaban: «Sí, tenemos joyas más pre-
ciosas que estas; si prometen no denunciamos, se las mostraremos».
Cuando llegaban a ese acuerdo, proseguían: «Tenemos una piedra preciosa
tan brillante, que su luz permite ver a Dios; y tan radiante, que puede en-
cender el amor de Dios en el corazón del que la posee. Hablamos en lengua-
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je figurado, pero lo que decimos es la pura verdad». Luego extraían alguna
porción de la Biblia, la leían, explicaban y vendían a las personas sedientas
del agua divina.
Así sembraron la Palabra eterna que brotó, creció y dio frutos. Se cree
que el número de valdenses en Austria llegó a 80 000; en el norte de Es-
paña, su número fue tan elevado que dos concilios y tres reyes de Aragón
se dedicaron a expulsarlos durante los siglos XII y XIII.

Los colportores ingleses


Los sacerdotes humildes o itinerantes que organizó Juan Wiclef, el «lucero
de la Reforma», en Inglaterra desde el siglo XIV, también usaron el colpor-
taje. Profesor de la Universidad de Oxford, Wiclef era famoso por su elo-
cuencia y erudición, y multitudes acudían a oír sus discursos.
Desde 1344, casi dos siglos antes de la Reforma de Lutero, Wiclef empezó
a luchar contra el papado. Tradujo la Biblia al idioma del pueblo, escribió nu-
merosos tratados y folletos que logró distribuir mediante un crecido grupo

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de sacerdotes itinerantes, que hacían votos de pobreza y vendían por los pue-
blos y campos los escritos de Wiclef para predicar la doctrina evangélica pura.
Aunque el oficio de los sacerdotes pobres era predicar, también emple-
aron el método del colportaje al visitar hogares para vender Biblias y escri-
tos del reformador inglés. Esa obra fue tan vasta y eficaz, que en Inglaterra
se notó una elevación de las costumbres y muchos regresaron al evangelio
puro del Señor.

El colportaje y la Reforma
El nacimiento de la imprenta dio fuerza a la Reforma cristiana del siglo XVI
que encabezaron Lutero, Zuinglio y Calvino; pero sus productos
necesitaban pies. Lutero y sus colaboradores escribieron
gran cantidad de libros que los monjes y los estu-
diantes convertidos distribuían por las ciudades,
142 los pueblos y los campos, tanto en Alemania
como en los países vecinos. El notable histo-
riador Merle D’ Aubigné escribió: «Esos valien-
tes colportores habían invadido Alemania».
Lutero inició también el plan de los colpor-
tores estudiantes. De la Universidad de
Wittenberg, donde él enseñaba, y de otras
universidades, salían muchos alumnos a
colportar durante las vacaciones. Decía Lu-
tero: «Les dimos crecida ganancia para
que pudieran sostenerse con la venta de
libros y volver al colegio».
Zuinglio, el reformador suizo, per-
cibió la eficacia del colportaje para lle-
var la luz a la gente. Escribió a Lutero
para convocar todos los colportores
estudiantes que pudieran laborar en Suiza; Lutero

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mandó 40 colportores con sus libros. Zuinglio quedó tan contento con su
trabajo misionero, que volvió a escribir a Lutero: «Jamás he visto jóvenes
como estos. Sus corazones están llenos del poder de la Reforma y van por
estos valles de Suiza como antorchas ardientes. ¡Ojalá tuviéramos cien en
vez de cuarenta! ¡Entonces podríamos encender las montañas de Suiza!».
¡Hermoso testimonio a favor de esos fieles colportores! ¡Cómo debiera
inspirar el corazón de los que colportan en estos días finales de la historia
del pecado!

Resurgimiento del colportaje


Desde mediados del siglo XVII, las iglesias cristianas descuidaron y casi
abandonaron el colportaje, pero empezó a resurgir aproximadamente en
el siglo XIX. Un grupo de estudiantes de Ginebra, Suiza, sedientos del agua
de vida, establecieron la costumbre de reunirse periódicamente para es-
tudiar en conjunto la Biblia. Como el estudio de la Palabra divina despierta el
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espíritu misionero, empezaron a sentir pesar por las tinieblas religiosas en
que se hallaba Francia. Esos jóvenes decidieron hacer algo para mejorar la
condición espiritual de su patria. A ellos se les unió Henri Pyt, que llegó a ser
uno de los primeros colportores de la Sociedad Evangélica Francesa.
En 1820, un exsoldado de Napoleón llamado Ladam, aceptó a Cristo e
inmediatamente se dedicó al colportaje bíblico. Al año siguiente, vendió
12 000 ejemplares de las Sagradas Escrituras y contribuyó a establecer va-
rias congregaciones evangélicas.
Alguien ha dicho: «El dedo de Dios ha indicado el colportaje en su Santa
Palabra, y su bendición nunca ha abandonado por un momento esta obra».
Las sociedades bíblicas han usado el método del bien para distribuir sus
preciosos tomos.
John Wesley mencionó las cualidades que necesitamos desarrollar para
hacer que triunfe esta obra divina: «Denme cien hombres que a nada teman
excepto Dios, que nada odien excepto el pecado, y que estén determinados
a conocer nada que no sea a Cristo y a él crucificado, y encenderé el mundo».

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Las publicaciones en el movimiento


millerista
En 1834, incapaz de cumplir con mu-
chas de las peticiones urgentes y con
invitaciones para viajar y predicar que
había recibido, William Miller, pre-
dicador laico bautista, militar, agricul-
tor y jefe cívico, publicó una sinopsis
de sus enseñanzas en un escrito de
64 páginas titulado Evidence from
Scripture and History of the Second
Coming of Christ, about the
Year 1843: Exhibited in a
Course of Lectures.
144 El editor de Boston, Joshua
V. Himes, dirigió Signs of the
Times, of the Second Coming of
William Miller Christ en 1840 y The Midnight Cry.
También imprimió tratados sobre el
sábado, además de láminas que ilustraban las profecías de Daniel y Apo-
calipsis que acompañaban los sermones de William Miller predicados en
las pequeñas iglesias de la región noreste de los Estados Unidos.
El costo de la suscripción anual era de un dólar por doce periódicos. Te-
nían el propósito de que la gente se preparara para la Segunda Venida de
Cristo que, según decían, sucedería dentro de los cuatro años siguientes.
Se animaba a los suscriptores a comprar varios ejemplares para regalar a
sus amigos. Seis ejemplares costaban cinco dólares y treinta, diez dólares.
En 1844, cuando los milleristas esperaban erróneamente la Segunda Veni-
da de Cristo, los primeros creyentes ya habían distribuido la «asombrosa»
cantidad de ocho millones de ejemplares.

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Comienzos del colportaje adventista


Antes de que la Iglesia Adventista del Séptimo Día adoptara su nombre, an-
tes de que se organizara en 1863, los iniciadores de este movimiento em-
pezaron a usar la página impresa que, con la bendición divina, dio ímpetu
y cohesión a su obra. Ya en 1846, Joseph Bates reconoció la eficacia de
la página impresa al decir: «Yo no puedo ir a todas partes, pero el libro sí».
Se dedicó a escribir su primer trabajo de 48 páginas acerca del sábado.
Las publicaciones fueron las alas del ángel del movimiento adventista des-
de su mismo principio, pero el colportaje propiamente dicho no empezó en
nuestra denominación hasta varias décadas después, providencial y mara-
villosamente.
El movimiento adventista nació mediante las publicaciones. En verdad,
la Iglesia Adventista conoció el sábado y llegó a ser del Séptimo Día gracias
a las publicaciones. Hasta 1844, los adventistas guardaban el domingo,
pero oraban para recibir más luz y concentraban su atención en la Ley de
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Dios. Al mismo tiempo, los bautistas del séptimo día también oraban para
que el Todopoderoso se levantara y defendiera el santo sábado.
Las oraciones de ambos grupos recibieron pronta y sorprendente res-
puesta. Durante el mes de marzo de 1844, Rachel Preston, bautista del
séptimo día, visitó a su hija, que pertenecía a un grupo de adventistas en
Washington, New Hampshire. Una vez allí, la señora Preston aceptó la es-
peranza del cercano regreso de Cristo; además, distribuyó «silenciosamen-
te» entre ese grupo algunos folletos que hablaban del sábado, sin presentir
el maravilloso fruto que iban a producir. La primera publicación adventista,
The Hope of Israel, apareció en febrero de 1845. Era un folleto de T. M.
Preble que trataba del sábado. Al año siguiente, aparecieron tres publica-
ciones de los adventistas, una de Ellen G. Harmon, con su primera visión, y
dos de Joseph Bates. En 1847 aparecieron dos más, un trabajo de James
White y otro de Bates.
Ellen White, la joven profetisa del pueblo adventista, recibió una visión
del Señor que marcaría el futuro de la iglesia:

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En noviembre de 1848, recibí una visión referente a la proclamación del mensaje


del sellamiento y al deber de los hermanos de publicar la luz que brillaba en nues-
tro sendero. Después de salir de la visión, le dije a mi esposo: «Tengo un mensaje
para ti. Has de comenzar a imprimir un pequeño periódico y enviarlo a la gente. Será
pequeño al comienzo, pero a medida que la gente lea, te enviará medios con los
cuales imprimir; y será un éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de es-
te pequeño comienzo saldrán rayos de luz que han de circuir el globo» (CE, pág. 2).

James White debía lanzar una


revista que sería el comienzo del
ministerio adventista de publica-
ciones. A pesar de los problemas
financieros de la pareja, Ellen dijo
que se le había asegurado que,
146 por medio de la fe, de ese comien-
zo brotarían rayos de luz que da-
rían la vuelta al mundo. James se
puso a trabajar y al verano siguien-
te, estaba listo para el inicio de su
gran labor.
En julio de1849, James White
había preparado mil ejemplares
de The Present Truth y los envió
James White
por correo a gente que creyó es-
taría interesada en el tema. El pionero adventista, joven y sin dinero, había
persuadido a un impresor local que le imprimiera 1000 ejemplares. Con-
venció al señor Pelton de que empezarían a llegar donativos de parte de
adventistas observadores del sábado, procedentes del noreste de los Es-
tados Unidos, para cubrir los 64.50 dólares del costo de impresión. Asom-
brosamente, el impresor aceptó imprimir el periódico sin recibir pago.
Los esposos White y otros pocos creyentes adventistas de la región se
reunieron alrededor de los ejemplares y oraron para que Dios y su bendi-

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ción descendieran sobre «el débil esfuerzo de su siervo». James White co-
locó algunos ejemplares de The Present Truth en un maletín prestado y
caminó unos trece kilómetros hasta la oficina de correos en Middletown,
Connecticut. Envió los folletos a las personas que tal vez sentirían interés
y, en respuesta, enviarían donativos. El 3 de septiembre de 1849, el señor
Pelton extendió un recibo a James White por 64.50 dólares; decía «estar
pagando el total de todo lo demandado hasta entonces». El Señor había
recompensado su fe. White daba los primeros pasos hacia lo que even-
tualmente se convertiría en un ministerio global de publicaciones y marcó
el comienzo de la obra de publicaciones.
Fue el comienzo de la publicación oficial de la iglesia, que pronto adoptó
el nombre de Advent Review and Sabbath Herald; más tarde renombrada
Adventist Review, actualmente conocida como Adventist World. Esa revista
llegó a ser probablemente el instrumento más eficaz, tanto para reunir, co-
mo para unir, al cuerpo de creyentes que lle- 147
garían a convertirse en los adventistas del
séptimo día durante la década de 1860. Los
primeros ejemplares de The Present Truth
fueron una plataforma desde la cual los diri-
gentes de la iglesia aclararon lo que había su-
cedido en 1844; discutían las doctrinas que
surgían, como el mensaje de los tres ánge-
les; pero sobre todo, la revelación de la doc-
trina del sábado, que impulsó a la iglesia
a inaugurar su primera casa publicadora.
James y Ellen (conocida en español co-
mo «Elena») White, entre otros de los pri-
meros fundadores de la iglesia, estaban
cada vez más preocupados por el hecho
de que una revista que proclamaba la
observancia del sábado, la publicara un

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impresor que con frecuencia trabajaba en sábado. Así que, en 1853, los
adventistas tomaron el acuerdo de establecer una casa publicadora en
Nueva York. Era una casa en todo el sentido de la palabra, pues los diri-
gentes de publicaciones vivían y trabajaban juntos en una casa rentada en
Rochester. Hiram Edson, que recientemente había vendido su granja, pres-
tó el dinero de esa venta para comprar la primera prensa manual Washington.
A la máquina le tomó tres días producir un ejemplar de la que entonces
se llamaba The Second Advent Review and Sabbath Herald, que había co-
menzado a imprimirse en noviembre de 1850. Sin el dinero para comprar
una guillotina para cortar papel, se dice que Uriah
Smith cortaba el filo de las revistas con su propia na-
vaja de bolsillo. Años más tarde, escribió: «Nos
ampollamos las manos en la operación, y con
frecuencia la forma de esos panfletos no era la
148 mitad de alineada y derecha que las doctrinas
que enseñaban».
Para 1855, el Ministerio de Publicaciones
de la iglesia se había trasladado a Battle Creek,
Míchigan, y Uriah Smith, de veintitrés años, era
el director, puesto que conservaría en cierta ca-
pacidad durante toda su vida.

El primer colportor adventista


El joven George King viajó desde
Canadá hasta Míchigan, se pre-
sentó ante el pastor James White y
le dijo que sentía que Dios lo había
llamado a predicar. El pastor White no
vio a un predicador en ese joven, pero
después de algún tiempo de vivir en casa de
George King los hermanos Godsmark, se le dio la oportunidad

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de predicar un sermón para poner a prueba su talento. El sermón fue corto


y resultó un completo fracaso. King se convenció de que su vocación no
era predicar. Entonces la señora Godsmark sugirió: «Que haga el trabajo de
predicador hogareño. Que visite familias, les hable de la verdad y les distri-
buya folletos». El señor Godsmark se ofreció a proveer los folletos y el di-
nero para que King pudiera mantenerse.
George aceptó la propuesta como un llamado de Dios. Salió el lunes
con dos dólares y una buena cantidad de folletos. El sábado estaba de re-
greso y no solamente había regalado muchos folletos, también había ga-
nado 62 centavos. Desde entonces se dedicó con mucho éxito a la venta
de publicaciones pequeñas y folletos que compraba directamente de la
casa publicadora.
Durante el congreso de la Asociación General realizado en Battle Creek
en 1880, George King solicitó con vehemencia que se publicara un libro
grande para venderlo de casa en casa, con el plan de recibir, como comi-
149
sión, la mitad del precio del libro. Los dirigentes pusieron varias objeciones;
decían que no se podría vender un libro tan voluminoso al público y que
su preparación requeriría mucho capital.
King alegaba: «Al vender estas publicaciones de salud, estoy usando
solo el “brazo derecho” del mensaje. Denme el cuerpo mismo de la obra,
denme libros que traten del corazón del mensaje; buenos libros de tamaño
grande, bien ilustrados, bien encuadernados y estoy seguro que podré ven-
derlos» (Nicolás Chaij, El colportor de éxito, pág. 38).
Al final, con el apoyo de los esposos White y otros, la casa publicadora
accedió. Imprimieron 500 ejemplares de una edición de Daniel y Apoca-
lipsis. Cuando todo estuvo listo, dijeron a King: «Aquí tiene los libros, ahora
salga a cumplir su promesa». Vendió el primer ejemplar ese mismo día. Dos
meses después, terminó de vender todo el tiraje.
Muy pronto, además de un excelente colportor, George King se convirtió
en el primer reclutador y adiestrador de nuevos colportores. Durante los
veranos asistía a los congresos regionales, reclutaba candidatos y adiestraba

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nuevos aspirantes. Lo que restaba del año, él mismo colportaba. Uno de


sus discípulos, William Lenker, inició esta rama de la obra en la India. Mu-
chos otros de los discípulos de King dedicaron todas sus vidas a colportar
y enseñar en Estados Unidos. Después de Dios, debemos a George King
la grandiosa obra del colportaje que se lleva a cabo en casi todas partes del
mundo, para cumplir la predicción de Elena G. de White.
George King murió 20 años después de haber sido pionero del colpor-
taje adventista. Su último lugar de trabajo fue Nueva York. Para 1903, la
Iglesia Adventista había llegado a 70 países del mundo. En muchos de
esos lugares la iglesia estableció su presencia porque algún colportor la
dirigía.

Expansión del colportaje en el continente americano


El 8 de junio de 1869, el pastor Stephen N. Haskell comenzó con los tra-
150 tados y la obra misionera. Había muy pocos predicadores entre los guar-
dadores del sábado. Haskell, con sus ideas originales, empezó a entrenar
a miembros laicos para testificar. Fue el primero en organizar la Sociedad
de Tratados.
En octubre de 1874, la señora de Henry Gardner estableció un minis-
terio de oración en Battle Creek. El grupo dividió el vecindario entre sus in-
tegrantes y comenzaron a visitar a los enfermos, alegrar a la gente solitaria
y distribuir folletos gratuitos. Su mayor obra consistió en enviar folletos, sin
destinatario, en barcos que viajaban a diferentes países. El grupo llegó
a ser la Sociedad Misionera Vigilante. Tuvo un alcance efectivo. Sentó las
raíces de los actuales departamentos de Publicaciones y de Ministerios
Personales.
En 20 de los 29 territorios de la División Interamericana que se mencionan
en la Enciclopedia adventista, la obra empezó mediante las publicaciones
y los colportores. En los nueve lugares restantes, aunque algún misionero
con credenciales o algún laico llevó el mensaje del fin, las publicaciones fue-
ron también un factor decisivo.

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México. El primer misionero que llevó la fe de Jesús a México, el


más poblado país hispanoamericano, fue un estadounidense de
origen italiano llamado Salvatore Marchisio. En 1891, Marchisio viajó
desde California a la capital mexicana. Al principio colportaba con El conflicto de
los siglos en inglés, porque todavía no había libros traducidos al español.

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Belice y Honduras. En 1885, la señora Elizabeth Gauterau, de ori-


gen hondureño, aceptó el triple mensaje en California y volvió a
las Islas de la Bahía con una buena cantidad de publicaciones que
compartió con sus vecinos. Una de esas vecinas, la señora Able, in-
vitó a Elizabeth a un campestre adventista. Allí aceptó a Cristo y se
hizo adventista dos años después. T. H. Gibbs, ministro de Nueva
Orleans, visitó esas islas y distribuyó más folletos sobre la Ley de Dios.
En 1891 se bautizaron los primeros 20 conversos centroamericanos.
La misma señora Gauterau, al regresar a su tierra natal, se detuvo en
Belice para distribuir publicaciones adventistas. También pasó por una de
sus ciudades el pastor Gibbs e instaló en una calle céntrica, un estante con

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folletos; encargó a uno de los interesados


que lo mantuviera lleno. Así empezó la
obra adventista en Belice, que a su vez
marcó el inicio de la obra en Centroa-
mérica.
Costa Rica. En esta «Suiza
centroamericana», el colpor-
taje y las publicaciones tam-
bién se combinaron con el
ministerio para introducir la fe
y los mandamientos de Dios.
F. J. Hutchins, misionero ra-
dicado en las Islas de la Bahía,
realizó visitas periódicas a Costa Rica,
152 especialmente a Limón. En 1902 viajaron cua-
tro colportores a trabajar en Costa Rica, y al año si-
guiente se bautizaron diez personas. Se originó así aquella
iglesia adventista con 26 miembros en Pacuarito, cerca de Puerto Limón.
República Dominicana. Charles Moulton, colportor jamaiquino,
llegó a Quisqueya en 1907 y encontró siete sabatistas: la señora
María Williams y sus hijos. Después colportó en Cruz de Mendoza
y allí se organizó la segunda escuela sabática dominicana. De ese
modesto comienzo, la predicación de la inminente venida de Cristo siguió
su avance incontenible y creciente por la República Dominicana.
Puerto Rico. En 1903, tan pronto como el misionero B. E. Connerly
llegó a esa favorecida isla, empezó a publicar una revista titulada El
centinela de la verdad. Al año siguiente, llegó de Jamaica el colportor
Charles Moulton, que colaboró en la difusión del mensaje del fin inminente.
Desde Puerto Rico, salió para Venezuela el abnegado colportor Rafael
López, que se había convertido gracias un libro que había comprado a un
colportor, y por los estudios y conocimientos que recibió del mismo.

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Venezuela. Es otro claro ejemplo de cómo las publicaciones contri-


buyeron al comienzo y el desarrollo del anuncio del regreso de Cristo.
A principios del siglo XX llegó el mensaje adventista a Venezuela
mediante varios paquetes de libros y revistas enviados sin destinatario.
B. E. Connerly colportó un tiempo cuando llegó a ese país en 1907. Años
después escribió: «Encontré a muchos en quienes opera el Espíritu Santo.
Con prontitud me compraron todos los libros que traía. Entonces seguí col-
portando con El centinela en todos los pueblos que visité. También dejé mu-
chos folletos».
Colombia. En Colombia, un colportor también tuvo el honor de
difundir la gran obra adventista. En 1895, el laico Frank C. Kelly ha-
bía llegado por su cuenta desde Estados Unidos con objetivos mi-
sioneros, pero debido a la salud de su esposa, debió regresar a su
tierra natal sin ver algún resultado de sus esfuerzos.
Diez años más tarde, B. E. Connerly empezó a colportar en Barranquilla
153
y Medellín con libros sobre salud. Al año siguiente, tres colportores esta-
dounidenses fueron enviados a Colombia: Gilbert Schwering, Harold C.
Brown y George Kneeland. Ellos se dedicaron a colportar con Heraldos del
porvenir, El rey que viene y Guía práctica de la salud.
Cuando Schwering colportó en Bogotá, conoció a Salvador Plata, dueño
de una zapatería que compró sus libros por aceptar la verdad.
Haití. Fue el escenario de otros milagros del Espíritu Santo me-
diante las publicaciones adventistas. En 1879, un agente naviero de
Cabo Haitiano recibió una caja de libros y folletos que había enviado
John L. Loughborough desde Inglaterra, donde ese misionero trabajaba en-
tonces. Como esa caja no estaba dirigida a una persona en específico, el agen-
te la entregó a un misionero episcopal, que distribuyó su contenido entre las
misiones evangélicas de la ciudad. Al siguiente domingo, el pastor bautista
repartió algunos de esos folletos entre sus feligreses. Como resultado, dos
jóvenes jamaiquinos, Henry Williams y su esposa, empezaron a guardar el
sábado. Pronto solicitaron más folletos y los distribuyeron entre sus vecinos.

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Éxito integral: Guía de capacitación para líderes de Publicaciones

Jamaica. En esa isla también se vieron las providencias divinas


mediante los colportores y las publicaciones. Alrededor de 1890,
el estadounidense Arnold Williams se dedicó a colportar en varias
islas del Caribe. Uno de sus compradores de la Isla Antigua quedó tan im-
presionado con el libro que compró, que lo envió a su hijo James Palmer,
que residía en Kingston. James se interesó en sus bellas doctrinas y escribió
a los editores pidiendo más información.

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La casa publicadora le envió más materiales, entre las que se encon-


traba el agudo folleto «Elihú y el sábado». Después de leerlo, James se lo
pasó a Marguerite Harrison, una dama inglesa quien quedó convencida,
aunque no decidida todavía.
Cierto domingo, este señor oyó en su iglesia la lectura de la Ley de Dios,
y el cuarto Mandamiento atrajo su atención. Empezó a guardar el verda-
dero día del Señor y abrió su casa, así fue como el adventismo se consolidó
en Jamaica.

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LIBRO EXITO INTEGRAL LIDERES DE PUBLICACIONES_MANUAL 15/10/15 10:30 Página 155

Temario y clases para la capacitación de colportores

Trinidad y Tobago. Otro vivo ejemplo de la alentadora eficacia de


las publicaciones en las manos de Dios, es el de Trinidad y Tobago, se-
guramente fue cerca de 1892. Un ejemplar del impresionante libro
Patriarcas y profetas, vendido en otra isla del Caribe, llegó hasta Trinidad y
Tobago; varios creyentes aceptaron el mensaje del sábado en consecuencia.
El primer misionero adventista que pisó suelo trinitario fue Charles D.
Adamson, en 1893, y al poco tiempo organizó una escuela sabática en Puer-
to España con los creyentes convertidos a causa de Patriarcas y profetas.
En 1895, cuando llegó el pastor E. W. Webster para promover la obra, en-
contró un vigoroso núcleo de 27 seguidores de los Mandamientos de Dios
y la fe de Jesús, resultado de aquel libro y del trabajo de Adamson.
Las Guyanas. Cierto día, en el penúltimo decenio del siglo XIX, W.
J. Boynton, fiel obrero de la Sociedad de Publicaciones de la ciudad
de Nueva York, entregó un rollo de periódicos al capitán de un bar-
co que iba rumbo al sur. Mientras el buque estaba en el puerto de
155
Georgetown, en la entonces Guyana Británica, el capitán bajó a tierra, espar-
ció los periódicos por el muelle y exclamó: «Pues bien, he cumplido mi pro-
mesa». Uno de los ejemplares lo recogió un hombre; una señora que lo
visitaba en su casa lo leyó y comenzó a guardar el sábado. Posteriormente
lo envió a su hermana en la isla de Barbados, donde otras 20 personas acep-
taron la verdad.
Antillas Menores (Islas de Barlovento y Sotavento). Antes de
que llegara hasta Barbados la ya mencionada revista procedente
de Georgetown, Dios había preparado corazones para recibir la ver-
dad. En aquellos tiempos de esclavitud, una negra devota dijo a sus
hijos cierto día, después de haber leído el cuarto Mandamiento: «Hijos míos,
Dios santificó el séptimo día, que es el sábado; puede ser que yo no lo
llegue a ver, pero ustedes sí». Esas palabras jamás las olvidaron sus hijos.
Recibieron la verdad ya en edad avanzada por medio de la Signs of the Times,
la cual aceptaron de todo corazón, pues decían: «Mamá lo anunció».

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Éxito integral: Guía de capacitación para líderes de Publicaciones

Una obra bendita


1.El Señor ha bendecido la obra de la difusión de la página impresa en la
División Interamericana.
2.En muchos países, colportores de gran consagración y éxito fueron los
iniciadores de la obra.
3.Existen muchas y emocionantes historias de cómo el colportaje inició la
obra en los diversos países del continente americano.
4.Grandes han sido los triunfos en el pasado, mayores son los resultados
que Dios ha prometido para el futuro.
5.Elena G. de White afirma: «A medida que el fin se acerca, la obra de Dios
ha de crecer hasta alcanzar plena fuerza, pureza y santidad» (CE, pág.
165).
6.La obra del colportaje debe llenarnos de inspi-
ración. Su pasado es heroico y su futuro,
156 grandioso. Al presentar esta clase,
los instructores deben mencio-
nar cómo llegó el mensaje a
su país, asociación, misión o
unión.
No debemos olvidar que la
mejor manera de comprender
el presente y enfrentar el futuro
es entender el pasado.

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Temario y clases para la capacitación de colportores

1. ¿Quiénes fueron los iniciadores


del colportaje en Europa y en
cuál época?
2. ¿Cuál es el origen de la palabra 157
«colportor»?
3. ¿Qué aportaciones hicieron
Juan Wiclef y la Reforma
protestante a la obra
del colportaje?
4. ¿Qué surgió primero, la Iglesia
Adventista o la obra de las
publicaciones? Explicar
las razones.
5. ¿Quién fue el primer colportor
adventista y cómo llevó a cabo
su ministerio?

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