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El impacto del "libre comercio" con


América: una revisión desde la
microhistoria, 1778-1796 (2007)
Xabier Lamikiz

in F. Navarro Antolín (ed.), Orbis incognitus: avisos y legajos del Nuevo Mundo, vol. II (Huelva,
Asociación Española de Americanistas, 2007), pp. 189-198.

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El comercio libre en el Peru las est rat e (1) (1)


SANT IAGO PALMA GORDILLO

El comercio libre en el Perú las est rat egias de un comerciant e criollo José Ant onio de Lavalle y Cort és …
Crist ina Mazzeo de Vivó

Pat rones de comercio y flujo de información comercial ent re España y América durant e el siglo XVIII (…
Xabier Lamikiz
EL IMPACTO DEL «LIBRE COMERCIO» CON AMÉRICA:
UNA REVISIÓN DESDE LA MICROHISTORIA (1778-1796)

Xabier Lamikiz
University of London

1. INTRODUCCIÓN
Mucho se ha escrito sobre la que es considerada como la cima del programa de reformas
económicas borbónicas: la implantación del Reglamento y aranceles reales para el comercio libre
de España a Indias.1 Aunque publicado el 12 de octubre de 1778, el reglamento no pudo ser
plenamente instaurado hasta la finalización de la guerra con Inglaterra en octubre de 1783.
En ese momento 13 puertos peninsulares y 27 americanos recibieron permiso para participar
en el comercio transatlántico sin restricciones (la medida no sería extendida a Nueva España
y Venezuela hasta 1789).2 Se trataba, por tanto, de un limitado “libre comercio” (más libre
que el anterior en todo caso) que ponía fin al monopolio ostentado por Cádiz. La medida
perseguía dos objetivos muy claros: 1) aumentar los ingresos de la monarquía; y 2) promover
la agricultura, industria, navegación y comercio de España y sus colonias. Sin embargo, ni
los protagonistas contemporáneos ni los historiadores actuales parecen ponerse de acuerdo a
la hora de hacer balance de los resultados cosechados. Mientras las autoridades peninsulares
y coloniales ensalzaron sus beneficiosos efectos, los comerciantes de Cádiz, Lima y México
— que hasta entonces habían disfrutado del monopolio del comercio colonial —, cuando
fueron preguntados sobre el tema en octubre de 1787, no se cansaron de asegurar que el
libre comercio había tenido ruinosas consecuencias. En igual desacuerdo parecen estar los
historiadores que han estudiado el tema desde la estadística.
Esta comunicación aporta una nueva visión que arroja luz sobre las lecturas dispares
proporcionadas tanto por el análisis estadístico como por los testimonios coetáneos. Para
ello se realiza un detallado recorrido por los primeros años del comercio libre (los años más
polémicos) a través de la correspondencia privada de un comerciante navarro establecido en
Cádiz, Juan Vicente Marticorena. En concreto, la comunicación se centra en el comercio
de Marticorena con Lima (capital del virreinato del Perú). En lugar de exportaciones e
importaciones, se presta atención a aspectos tales como el patrón de comercio, el sistema de
comunicaciones (fuente de descoordinación y desfase) y el flujo de información comercial,
con objeto de hacer un balance del riesgo relacionado con la toma de decisiones.

1 Sobre el tema véanse, por ejemplo, J. Muñoz Pérez, “La publicación del Reglamento de comercio libre a Indias
de 1778”, Anuario de Estudios Americanos, 4 (1947), pp. 615-664; A.M. Bernal (coor.), El “comercio libre” entre España y
América Latina, 1765-1824 (Madrid, 1987); y A. García-Baquero, El Libre Comercio a examen gaditano: Crítica y opinión
en el Cádiz mercantil de fines del siglo XVIII (Cádiz, 1999).
2 Una medida similar había sido aprovada en 1765 dando permiso a nueve puertos peninsulares para comerciar
directamente con las islas del Caribe español. Ahora los puertos españoles eran trece y podían comerciar con buena parte
de la América española.

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ORBIS INCOGNITVS. AVISOS Y LEGAJOS DEL NUEVO MUNDO

Antes de seguir adelante hay una pregunta importante que necesita respuesta: ¿Qué
puede aportar de nuevo una revisión del libre comercio desde la microhistoria? Básicamente
tres cosas. En primer lugar el estudio específico de las actividades de un comerciante
permite conocer el día a día del comercio colonial desde una óptica cualitativa, algo a lo
que la historiografía no ha prestado suficiente atención; en segundo lugar, permite evaluar
el impacto del libre comercio desde el punto de vista de la práctica mercantil, lo cual puede
contribuir a un mejor entendimiento de los datos estadísticos y los testimonios coetáneos; y,
por último, acercándonos a los avatares de un comerciante, podemos explorar las dificultades
con que se toparon los comerciantes españoles a raíz de la adopción del libre comercio.
Aunque la dimensión microscópica se inserta siempre dentro de la dimensión contextual,
no es menos cierto que existen fenómenos que solo son observables desde una perspectiva
cercana a los hechos.

2. EL COMERCIO LIBRE DESDE LA ESTADÍSTICA


Parece lógico pensar que, con más puertos y mayor libertad, el comercio colonial
experimentara un incremento considerable. Sin embargo, si se toma el periodo que va de
1783 hasta el bloqueo británico de 1797 (bloqueo que marcó el comienzo de un periodo
de guerras que forzaron el declive final del comercio colonial español), la cosa no parece
estar nada clara. El efecto del comercio libre (en su vertiente mercantil) sigue siendo
fuente de controversia entre quienes lo han estudiado desde la estadística. ¿Fue un éxito
o un fracaso? Atendiendo al valor de las exportaciones y las importaciones, el profesor
John Fisher afirma (en un trabajo publicado en 1985) que el comercio entre España y
América sufrió un crecimiento espectacular tras 1783: tomando 1778 como año base, las
importaciones españolas provenientes de las colonias aumentaron en más de un 1000 por
cien de media anual en el periodo 1782-1796; mientras que las exportaciones españolas
a América aumentaron en un 400 por cien durante el mismo periodo.3 Un tema menos
discutido es el hecho de que Cádiz retuviera la mayor parte del comercio colonial: en el
periodo 1782-1796, el 84 por cien de lo que llegó a España proveniente de América lo
hizo a través de Cádiz, y el 76 por cien de las exportaciones españolas fueron enviadas a las
colonias desde el puerto gaditano.4
Pocos fueron los historiadores que pusieron en tela de juicio la lectura triunfalista de
Fisher (triunfalista exclusivamente en lo referente al comercio, no así en lo tocante a otros
objetivos del libre comercio, como la reactivación de la industria española). Josep María
Delgado fue el primero en poner en duda la validez del año 1778 como base para determinar
el impacto del libre comercio, asegurando que 1778 fue un año totalmente anormal por su
poco tráfico, y que, por tanto, la interpretación de Fisher era excesivamente benévola con el

3 J.R. Fisher, Commercial Relations between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade, 1778-1796 (Liver-
pool, 1985), pp. 88-89.
4 Ibid., pp. 49 y 65.

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libre comercio.5 Pese a las críticas de Delgado, lo cierto es que la mayoría de historiadores
siguieron dando por buenas las afirmaciones de Fisher. Y eso pese a la existencia de otros
datos (si se quiere indirectos) que no parecían indicar un incremento espectacular de los
intercambios con América. Por un lado está el hecho, puesto de manifiesto por Julian
Bautista Ruiz Rivera, de que el número de matriculaciones en el Consulado de Cádiz
cayera en picado tras 1778;6 y por otro está el descenso del número de préstamos a la gruesa
aventura (principal instrumento de crédito para la financiación de la Carrera de Indias,
estudiado al detalle por Antonio Miguel Bernal) negociados en Cádiz durante la época del
libre comercio.7 No obstante, ni Ruiz Rivera en el primer caso, ni Bernal en el segundo,
aprovecharon la ocasión para poner en entredicho la lectura de Fisher.
Mucho más preciso en sus críticas ha sido el tristemente desaparecido profesor Antonio
García-Baquero, quien ha proporcionado datos estadísticos que desdicen la interpretación
de Fisher de manera convincente. En un artículo publicado en 1997, García-Baquero
demuestra que el comercio llevado a cabo durante 1778 no era lo bajo que presume Delgado,
sino mucho mayor de lo que afirma Fisher. García-Baquero concluye que, en realidad, en los
años 1782-1796, las exportaciones a América no aumentaron sino que descendieron en un
16 por cien de media; y las importaciones provenientes de América no crecieron por encima
del 1000 por cien, como decía Fisher, sino que aumentaron en un 69 por cien.8
Sin embargo, es necesario precisar que el impacto del libre comercio no fue uniforme.
Fue durante los años 1783-1787 cuando los intercambios entre España y sus colonias
americanas se dispararon. Tomemos como ejemplo el caso específico del comercio con el
Perú (que es precisamente el que trataremos al acercarnos a los papeles de Juan Vicente
Marticorena). La práctica totalidad de dicho comercio se llevó a cabo entre Cádiz y el
Callao (puerto de Lima).9 Inmediatamente después de la firma de la paz en septiembre de
1783 y la subsiguiente implementación del comercio libre, las exportaciones españolas al
Perú aumentaron de manera significativa, provocando una saturación sin precedentes del
mercado. El contador de la Real Aduana de Lima, José Ignacio de Lequanda, recogió los
valores de los intercambios entre España y el Perú durante el periodo 1785-1789. Como
puede apreciarse en la Tabla 1, la llegada de mercancías europeas se disparó en 1786 (tras
haber partido de Cádiz en 1785).

5 J.M. Delgado Ribas, “Libre comercio: mito y realidad”, en T. Martínez Vara (ed.), Mercado y desarrollo económico
en la España contemporánea (Madrid, 1986), pp. 69-83.
6 J.B. Ruiz Rivera, El Consulado de Cádiz: Matrícula de comerciantes, 1730-1823 (Cádiz,1988), p. 45.
7 A.M. Bernal, La financiación de la Carrera de Indias: Dinero y crédito en el comercio colonial español con América
(Sevilla, 1992), pp. 420-424.
8 A. García-Baquero, “Los resultados del libre comercio y ‘El punto de vista’: una revisión desde la estadística”, Ma-
nuscrits, 15 (1997), pp. 303-322. Artículo también publicado en A. García-Baquero, El comercio colonial en la época del
absolutismo ilustrado: problemas y debates (Granada, 2003), pp. 187-216.
9 Fisher, Commercial Relations…, p. 78.

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Tabla 1. Valor del comercio del Perú con España por la ruta del Cabo de Hornos, 1785-1789 (en pesos)

Año Importaciones de España Exportaciones para España


1785 6.965.231 8.823.115
1786 14.734.084 10.369.502
1787 7.257.741 6.503.961
1788 2.940.992 6.798.374
1789 2.856.965 3.484.386
Total 34.755.965 35.979.339

Fuente: British Library, Eg. Ms. 771, ff. 146 y 157, “Ydea sucinta del comercio del Perú
y Medios de prosperarlo ... por D. José Ygnacio de Lequanda” (1794).

Sobre lo ocurrido durante los primeros años del libre comercio, el comerciante gaditano
Tomás Izquierdo declararía en 1788 que “así como en los años 83, 84 y hasta mucha parte
del 85 era todo poco para enviar a América, en los años 86 y 87 todo ha sobrado y estado por
demás en ella.”10 Como resultado los intercambios descendieron de manera significativa.

3. TESTIMONIOS COETÁNEOS: GOBERNANTES Y COMERCIANTES


Ante la saturación del mercado americano, en abril de 1788 el Consulado de Cádiz
recomendó la suspensión, al menos momentánea, del comercio libre.11 Se trataba de un
intento de reducir no solo la saturación del mercado sino la incertidumbre suscitada por
la apertura del comercio a doce puertos peninsulares. Los gaditanos se quejaban de la
avalancha de nuevos comerciantes y del excesivo número de navíos enviados a América.
Esta visión crítica del comercio libre, compartida por los consulados de México y Lima,
ponía de manifiesto una profunda discrepancia entre los comerciantes y quienes, desde el
gobierno español, veían en el libre comercio la solución a los problemas económicos de la
monarquía.
Ciertamente tanto las autoridades coloniales como las peninsulares consideraban que
el comercio libre había tenido efectos altamente positivos. El virrey del Perú Teodoro de
Croix (1784-1790), por ejemplo, no tenía duda alguna sobre los motivos que impulsaban
a los comerciantes limeños a quejarse. “¿Qué es lo que importa más al Estado,” preguntaba
Croix al ministro de Indias en agosto de 1787, “la pérdida de algunos comerciantes de Lima
y Cádiz, o la pérdida de la industria de la Nación?”12 En España las autoridades compartían
esa misma visión. Escribiendo en febrero de 1789, Jerónimo Caballero, ministro de Guerra,
afirmaba que en cuestiones de comercio no se debía fiar de los consulados porque “por lo
general preside en ellos el espíritu mercantil y no el político.”13 Esta distinción, aunque
cierta, también denotaba la concepción teórica, casi idealizada, que los gobernantes tenían

10 García-Baquero, El libre comercio a examen…, p. 52.


11 Texto íntegro de la representación e informe consular de 8 de abril de 1788 en Ibid., pp. 407-417.
12 Archivo General de Indias [AGI], Lima 1546, Croix a José de Gálvez, Lima, 16/8/1787.
13 García-Baquero, El libre comercio a examen…, p. 107.

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del libre comercio, y que en ocasiones dejaba traslucir una falta de entendimiento de la
práctica mercantil.
En todo caso el temor de los comerciantes no era fingido. Copias impresas del reglamento
de libre comercio llegaron a Lima a fines de marzo de 1779. No sorprende, por tanto, que los
comerciantes limeños tuvieran mucho que decir al respecto en la correspondencia enviada
a Cádiz en abril y mayo de 1779.14 Juan Bautista de Garate, por ejemplo, predecía que el
nuevo reglamento sería “motivo de ruina en muchos.” Luis Carrillo reconocía que “podrá
ser útil el comercio libre a otros reinos”, pero para la América española sería “su última
ruina.” Gaspar de la Puente era igualmente pesimista: “Si esto no se para se reformará el
comercio con perjuicio de el Real Erario, porque no habrá quien tenga valor de girar con
su dinero.” Pocos eran los comerciantes que mostraban algún signo de optimismo. Manuel
José de Amandarro, por ejemplo, le pedía a su paisano Pedro Antonio de Ibarrola que no
se acobardara por el libre comercio. “Solo debe usted aspirar a superar estas dificultades,”
insistía Amandarro.
En general, los historiadores coinciden en señalar que los comerciantes establecidos
en Cádiz fueron los únicos culpables de la saturación del mercado ocurrido tras 1783.
“Tamaña insensatez es enteramente achacable a los cargadores gaditanos”, afirma Guillermo
Céspedes del Castillo.15 Igualmente, Carmen Parrón asegura que los comerciantes de Cádiz
enviaron numerosas embarcaciones al Perú “alocadamente.”16 ¿Cómo es posible que fueran
precisamente los gaditanos los causantes de la saturación del mercado colonial si estaban
avisados desde América de los peligros que se avecinaban? En realidad, en los años 1783-
1786 el verdadero problema de los comerciantes situados a ambas orillas del Atlántico fue
calibrar con exactitud: 1) la demanda que siguió al fin de la guerra, y 2) la extensión de la
concurrencia a la que se enfrentaban. La mejor manera de observar el dilema que acuciaba a
los comerciantes es prestando atención a su propia experiencia personal. Como se verá, los
papeles privados del comerciante navarro establecido en Cádiz Juan Vicente Marticorena
muestran con claridad que lo que yacía tras la saturación del mercado americano era en
realidad algo más complejo que mera insensatez.17

4. LA EXPERIENCIA DE LOS HERMANOS MARTICORENA


En los años 1782-1786, gran parte de la atención de Juan Vicente Marticorena estuvo
centrada en Lima. En julio de 1782, con España y el Reino Unido aún en guerra, su

14 Se trata de correspondencia perteneciente a la fragata La Perla, que fue interceptada por barcos de guerra britá-
nicos mientras se dirigía a Cádiz. Dicha correspondencia la componen más de dos mil cartas. Véase X. Lamikiz, “Trust
and Trade/Comerciar en confianza: Overseas Networks of Basque and Castilian Merchants in Eighteenth-Century Spain”
(Tesis doctoral inédita, University of London, 2006). Citas tomadas de páginas 249-250.
15 G. Céspedes del Castillo, “Lima y Buenos Aires: Repercusiones económicas y políticas de la creación del Virrei-
nato del Plata”, Anuario de Estudios Americanos, 3 (1946), p. 846.
16 C. Parrón Salas, De las reformas borbónicas a la República: El Consulado y el comercio marítimo de Lima, 1778-1821
(Murcia, 1995), p. 178.
17 La correspondencia privada de Juan Vicente Marticorena, que corre de 1780 y 1809, se halla en AGI, Consulados
432 a 439. Durante todo ese tiempo Marticorena comerció con los mercados coloniales más importantes.

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hermano Juan Miguel había partido para Lima llevando consigo mercaderías previamente
solicitadas por su primo Juan Bautista de Larrain, quien llevaba residiendo en la capital
virreinal desde finales de la década de 1770. Juan Miguel arribó a Lima cinco meses más
tarde, en diciembre de 1782. Ese mismo mes Juan Vicente escribió a Lima anunciando la
concesión de licencias para enviar tres navíos al Perú. La carta de Juan Vicente debió de llegar
a Lima aproximadamente al tiempo que la primera de Juan Miguel llegaba a Cádiz, hacia
junio de 1783. Desde Lima, Juan Miguel informaba que “a excepción de los terciopelos, está
prometiendo todo lo demás 200 p% de ganancia, porque nada se encuentra ni en almacenes
ni en tiendas.”18 Dos semanas más tarde, llegaba a Cádiz una segunda carta de Juan Miguel
informando que había completado la venta de algunas ropas al precio total de 26.000 pesos,
con un beneficio del 100 por cien. “No hay renglón que tenga tanta estimación como las
medias de mujer que se están vendiendo a 25 y 30 pesos”, añadía en esta ocasión.19 Pero
un mes más tarde, en julio de 1783, Juan Vicente recibía carta de otro navarro residente en
Lima, José de Isasi. La carta venía con fecha del 8 de febrero de 1783 y en ella Isasi decía
que “a los principios faltaban las horas para vender y agarrar el dinero que era un contento,
pero después ha entrado una calma chicha que nada se vende.”20 Los artículos de lencería,
que eran los que más consumo habían tenido hasta entonces, ya no se vendían porque se
rumoreaba que habían llegado en grandes cantidades a Buenos Aires.
Ante noticias tan poco alagüeñas los comerciantes de Lima debieron de pensérselo dos
veces antes de enviar nuevos pedidos a España. ¿Qué era lo más conveniente, esperar o seguir
enviando pedidos para el año siguiente? En Lima, Juan Miguel estaba decidido a seguir
adelante. El 5 de abril de 1783 envió un nuevo pedido a Cádiz.21 Dos semanas más tarde,
seguía reconociendo que “el tiempo propicio de hacer negocio es el presente de guerra.”22
Poco más tarde, en junio de 1783, habría de llegar la carta enviada por su hermano en
diciembre de 1782 informando sobre la partida de tres navíos de registro. La disyuntiva
era cada vez más seria: ¿debía escribir para cancelar el pedido que ya estaba de camino a la
península? Pese a la incertidumbre suscitada por los rumores de una inminente llegada de la
paz, Juan Miguel decidió, una vez más, que había que seguir comerciando. “Considero ya
tan diferente este comercio por la franqueza y abundancia con que han de venir los registros
en lo sucesivo de ésa, que es menester que vayas con tiento y en muchísimo conocimiento en
las remesas que me hicieres,” advertía Juan Miguel desde Lima a su hermano Juan Vicente.
23
Así, cuatro días más tarde, el 20 de junio de 1783, enviaba otro largo y detallado pedido
que debía llegar a Cádiz a comienzos de diciembre.24
En septiembre de 1783 (febrero de 1784 en Cádiz), Juan Miguel informaba de la venta
la mercancía que había recibido en el navío Placeres por 75.600 pesos con un beneficio de

18 AGI, Consulados 432, f. 274, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 5/1/1783.
19 Ibid., f. 290, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 20/1/1783.
20 Ibid., f. 319, José de Isasi a Juan Vicente Marticorena, Lima, 8/2/1783.
21 Ibid., f. 345, “Nota de géneros para Lima...”, Lima, 5/4/1783.
22 Ibid., f. 357, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 20/4/1783.
23 Ibid., f. 424, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 16/6/1783.
24 Ibid., ff. 411-412, “Nota de los generos…”, Lima, 20/6/1783.

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50 por cien. Pero esta vez las ventas había tenido que efectuarlas a crédito: dos tercios a ser
pagados a la salida del siguiente navío con rumbo a España, y un tercio con un plazo de
un año. No obstante, Juan Miguel no encontraba este hecho en absoluto descorazonador.
Para el siguiente envío, imploraba a su hermano que tuviese cuidado con la mercancía. En
Cádiz Juan Vicente debía sobre todo “arreglarse en un todo a la nota [de pedido] que te
tengo remitida en 20 de junio.”25 Ese mismo mes, septiembre de 1783, España y el Reino
Unido firmaron la paz en París. Pero antes incluso de la llegada de esta noticia, los niveles
de ansiedad ya estaban creciendo en Lima. En noviembre de 1783 (abril de 1784 en Cádiz),
Juan Miguel se quejaba de que un comerciante limeño que había acordado comprarle una
cantidad importante de mercancías estaba empezando a desconfiar de él porque “al ver que
todos reciben cartas y que tan solamente yo le digo que no he tenido tuyas, no le puedo
reducir a que me crea.”26 La carta de Juan Vicente llegaría días más tarde por la vía de
Cartagena, a lo que siguieron las disculpas de Juan Miguel.
También en noviembre de 1783, y temiendo la llegada de más navíos provenientes de
España, Juan Miguel escribió a su hermano sobre un plan secreto que tenía discutido con
varios amigos residentes en Lima. La idea era comprar un barco de 500 toneladas de arqueo
en Cádiz para que transportara mercancías de todos ellos a Lima. Juan Vicente sería el
encargado de comprar el barco pero debía intentar (esto era importantísimo según Juan
Miguel) mantener toda la operación en el más estricto secreto: nadie debía saber el destino del
navío hasta el último minuto.27 Este plan no llegaron a ejeturarlo, pero su mera posibilidad,
algo que antes de la llegada del comercio libre hubiera sido totalmente imposible de realizar,
suscita la pregunta de cuántos otros comerciantes pudieron pergeñar y llevar a cabo un plan
similar. Sin duda, planes de ese tipo iban a contribuir a que durante los años venideros fuese
enormemente complicado para los comerciantes determinar el calibre y el carácter de la
concurrencia a que debían enfrentarse.
Mientras tanto, en Cádiz, Juan Vicente empleaba parte de su tiempo tratando con los
proveedores de las mercancías (mayormente ropas) que enviaba a América. Uno de ellos era
un fabricante de tejidos de lana de Segovia llamado Laureano Ortiz de Paz. Juan Vicente
adelantaba dinero en metálico a Ortiz para que éste pudiese comprar lana. El adelanto era
muy importante porque, tal como el propio Ortiz subrayaba, los dueños de rebaños no
querían vender la lana a crédito. Ortiz también requería de Juan Vicente información sobre
las modas coloniales. En concreto Ortiz necesitaba “un muestrario de todos los colores que
precisamente se le han de remitir para hacerlos teñir y fabricar [los tejidos de lana] como
usted ordene, y excusarnos si son o no colores de consumo.”28 Es importante destacar que
Ortiz iba a necesitar al menos varias semanas (quizá meses) para comprar la lana y fabricar
los tejidos que Juan Vicente pedía desde Cádiz. Es decir, una vez Ortiz recibía una pedido de
Cádiz y compraba la lana, ya no había vuelta atrás para Marticorena.

25 Ibid., f. 474, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 16/9/1783.
26 Ibid., ff. 506-507, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 16/11/1783.
27 Ibid., f. 509, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 16/11/1783.
28 Ibid., f. 334, Laureano Ortiz de Paz a Juan Vicente Marticorena, Segovia, 22/3/1783.

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Mientras negociaba con Ortiz y otros proveedores, Juan Vicente seguía recibiendo
pedidos de otros amigos suyos residentes en Lima y en otros lugares de la América española
(sobre todo Veracruz, La Habana y Buenos Aires). Al igual que su hermano Juan Miguel, esos
amigos también tenían gran fe en su destreza para enviar a Cádiz el pedido más adecuado. El
ejemplo del navarro limeño Martín de Osambela es muy significativo. En su carta, que llegó
a Cádiz en septiembre de 1784, Osambela pedía a Juan Vicente que ayudara a un hermano
suyo llamado Miguel Ventura para que comprara varias mercancías que él mismo le tenía
indicado en otra carta. “Tengo comprendido”, apuntaba Osambela, “que el año venidero
será muy abundante de géneros en esta ciudad y que por consiguiente no sacarán ningunas
ventajas los que traigan anchetas [inventarios de ropas].”29 No obstante Osambela estaba
convencido de que si su hermano Miguel Ventura seguía sus indicaciones al pie de la letra,
la mala pinta que estaba tomando el comercio transatlántico no llegaría a afectarle. “Con
todo,” añadía Osambela en un alarde de optimismo, “sujetándose mi hermano a la nota [de
pedido] que le incluyo, me parece que lograría adelantar alguna cosa.” La naturaleza subjetiva
de las notas de pedido (estaban redactadas basándose enteramente en la percepción personal
del comerciante) era otro factor que incrementaba el nivel de concurrencia e incertidumbre.
Y es que todos los comerciantes confiaban en que sus pedidos estuvieran más acorde con las
modas coloniales que las de sus competidores.
Pero había un motivo añadido por el que los comerciantes en América continuaban
enviando pedidos a Cádiz (y otros puertos peninsulares) aun a sabiendas de una inminente
saturación del mercado colonial. Se trataba del efecto combinado de los cambios de moda,
el aprovisionamiento regular y la confianza que los comerciantes necesitaban inspirar en
sus contactos y clientes. Porque los comerciantes coloniales debían suministrar a su red de
comerciantes, tenderos y clientes nuevas ropas europeas tan a menudo como les era posible.
En mayo de 1784 (noviembre en Cádiz), Juan Miguel se quejaba de que no había llegado
ninguna mercancía para él en el último navío que acababa de atracar en el Callao, “dando
que pensar a estas gentes con la inacción, que con solo saber que este año no me viene nada
ya me dicen que los engaño.”30 Por eso, Juan Miguel seguía insistiendo a su hermano Juan
Vicente que le enviara ropas con regularidad.
Durante todo 1785 siguieron partiendo más barcos de Cádiz con rumbo al Callao y
otros puertos sudamericanos, provocando una saturación de mercancías europeas sin
precedentes. A comienzos de 1786 el optimismo inicial de Juan Miguel había desaparecido
completamente. Los beneficios del 100 por cien conseguidos con las primeras ventas de
1783 pertenecían ahora a un pasado lejano. En febrero de 1786 (julio en Cádiz), sin saber
aún que al menos diez navíos habían partido de España con rumbo al Pacífico,31 Juan Miguel
escribía con desesperanza: “Las quiebras y atrasos en este comercio se van descubriendo que
es un prodijio.”32

29 Ibid., f. 634, Martín de Osambela a Juan Vicente Marticorena, Lima, 12/4/1784.


30 Ibid., f. 670, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 23/5/1784.
31 Para los nombres de los barcos véase Bernal, La financiación…, pp. 709-773.
32 AGI, Consulados 432, f. 1063, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 25/2/1786.

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5. CONCLUSIÓN
El ejemplo de los hermanos Marticorena demuestra que es muy difícil determinar quién
fue el responsable de la saturación del mercado colonial. Era increíblemente complicado para
los comerciantes de Lima (y de otras plazas americanas) evaluar con precisión las necesidades
del mercado colonial y decidir qué ropas serían más apropiadas para las colonias. Pero la
situación de Juan Vicente Marticorena en Cádiz era incluso más problemática, porque era
él quien tenía la última palabra. En mayo de 1786, cuando mercancías por valor de más de
catorce millones de pesos acababan de llegar al Perú, Juan Miguel reprochaba desde Lima
a la comunidad de comerciantes de Cádiz (su hermano incluido) por haber enviado tantas
ropas al Perú:
El que de aquí se pidan con ansia los efectos no debe servir de regla cuando se ve y se nota
que en ésa hay tanto desorden en la remisión como en estos dos ultimos años, en que parece
han perdido ustedes el juicio, pues desde aquí no podemos prever lo que ahí se puede hacer,
y desde aquí se dan las ordenes en el concepto de que las cosas se manejan en proporción ahí,
y que desentendiéndose de esto, se gobiernan en ésa por su capricho como lo han hecho en
esta ocasión, no es culpa de los de aquí.33
Si redactar una nota de pedido era un arte impredecible, después de 1783 la toma de
decisiones en Cádiz se convirtió en algo parecido a una lotería. Cuatro años de guerra y
el escaso comercio llevado a cabo en ese tiempo crearon grandes expectativas que fueron
magnificadas por la llegada del comercio libre. En Cádiz, Juan Vicente Marticorena
difícilmente podía saber qué era lo que otros comerciantes pensaban enviar a las colonias,
ni siquiera cuántas embarcaciones partirían para América, y de ellas, cuántas se dirigirían
a Lima o Buenos Aires. Desde luego la prensa económica española no se hacía eco de esa
información.34 Además, Juan Vicente debía confiar en que fabricantes como Ortiz de Paz
produjeran sus pedidos con la mayor celeridad posible. En resumen, cualquiera que fuera la
decisión de Juan Vicente Marticorena (y la de otros muchos comerciantes gaditanos), estaba
condenada a ser una apuesta muy arriesgada. Para muchos, tanto riesgo supuso el retiro o la
ruina, y el comercio, fuertemente resentido, quedó en manos de los supervivientes.

33 Ibid., f. 1193, Juan Miguel Marticorena a Juan Vicente Marticorena, Lima, 9/5/1786.
34 L.M. Enciso, Prensa económica del XVIII: El correo mercantil de España y sus Indias (Valladolid, 1958), p. 29.

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