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14.2. Reflexiones a las Lecturas del Viernes Santo.

Abril 7

Lectura del Profeta de Isaías 52, 13-53, 12 Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá
mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante El los reyes cerrarán la boca, al ver
algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se
reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros;
despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus
cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el
Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no
abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó en su
destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le
dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había
cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que
el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se
hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de
muchos e intercedió por los pecadores. Palabra de Dios

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16;5, 7-9. Hermanos: Tenemos un Sumo Sacerdote que
penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no
tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino
probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto,
confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser
socorridos en el tiempo oportuno. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
actitud reverente. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la
consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios

Durante la celebración de los Oficios de este día, se lee la Pasión de nuestro Señor Jesucristo
según San Juan 18, 1-19, 42.

Hemos llegado a la cumbre del Año de la fe y a su momento decisivo. ¡Esta es la fe que salva,
«la fe que vence al mundo!» (1 Jn 5, 5). La fe, apropiación por la cual hacemos nuestra la
salvación obrada por Cristo, y nos revestimos con el manto de su justicia. Por un lado, está la
mano extendida de Dios que ofrece su gracia al hombre; por otro lado, la mano del hombre
que se alarga para acogerla mediante la fe. La «nueva y eterna alianza» está sellada con un
apretón de manos entre Dios y el hombre. Tenemos la posibilidad de asumir, en este día, la
decisión más importante de la vida, aquella que abre las puertas de la eternidad: ¡creer!
¡Creer que «Jesús murió por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación!»
(Rm 4, 25) Lo que se requiere es que no nos escondamos como Adán después de la culpa, que
reconozcamos que tenemos necesidad de ser justificados; que no nos auto justifiquemos. El
publicano de la parábola subió al templo e hizo una breve oración: «Oh Dios, ten piedad de mí,
pecador». ¿Qué había hecho de extraordinario? Nada, se había puesto del lado de la verdad
delante de Dios, y es lo único que Dios necesita para actuar. En Cristo muerto y resucitado el
mundo ha llegado a su destino final. El progreso de la humanidad avanza hoy a un ritmo
vertiginoso, y la humanidad ve abrirse ante sí nuevos e inesperados horizontes fruto de sus
descubrimientos. Sin embargo, puede decirse que ya ha llegado el final de los tiempos,
porque en Cristo, elevado a la diestra del Padre, la humanidad ha llegado a su meta final. Ya
han comenzado los cielos nuevos y la tierra nueva.
Mensaje A Su Iglesia A pesar de todas las miserias, las injusticias y la monstruosidad
existentes sobre la tierra, en Él se ha inaugurado ya el orden definitivo del mundo. Lo que
vemos con nuestros ojos puede sugerirnos lo contrario, pero el mal y la muerte están
realmente derrotados para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es
el Señor del mundo. El mal ha sido radicalmente vencido por la redención que Él obra. El
mundo nuevo ya ha comenzado. Desde su lecho de muerte, Cristo confió a su Iglesia un
mensaje: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). Todavía
hay muchos hombres que están junto a la ventana y sueñan, sin saberlo, con un mensaje como
el suyo. «¿Quién está a la altura de este encargo?», se preguntaba aterrorizado el Apóstol
frente a la tarea sobrehumana de ser en el mundo «el perfume de Cristo», y he aquí su
respuesta que vale también hoy: «No porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros
mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios, quien nos ha capacitado para que
seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu;
porque la letra mata, pero el Espíritu da vida» (2 Co 2, 16; 3, 5-6).

Virgen María, permítenos acompañarte al pie de Cruz, con un corazón contrito.

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