Está en la página 1de 11

ECONOMÍA

Capitalismo, ideología y globalización

Capitalismo ideológico.

Existe coincidencia en admitir que lo que se conoce como capitalismo económico


no es un fenómeno nuevo, sino que su origen se remonta, en un sentido que se puede
considerar cercano al actual, a la Edad Media [1], y ya más claramente definido, al incluirse
como escuelas económicas el mercantilismo y la fisiocracia, se puede hablar de él durante
el absolutismo europeo. Sin embargo tales referencias no serían sino los prolegómenos de
un fenómeno más complejo y ambicioso, cuyo último acto viene representado por la
globalización que se desarrolla actualmente y que supone su completa definición. Fue
Weber [2] el que señaló buena parte de los caracteres que acompañan el capitalismo
moderno -apropiación de los bienes de producción, libertad de mercado, técnica racional de
producción, seguridad jurídica, mercantilización del trabajo y comercialización de la
economía-, ausentes en sus precursores, pero seguramente, con independencia de estos, la
característica determinante es su espíritu expansivo, que no se sujeta a ninguna limitación.
A partir del triunfo burgués, confirmado con la Revolución francesa de 1789, se puede
empezar a hablar de de capitalismo moderno -aunque en sentido pleno no se consolide
hasta comienzo del siglo XX-, y lo trascendental en este punto es que entonces ya quedaba
diseñado su soporte ideológico, que serviría de hilo conductor para su desarrollo posterior.

Sin perjuicio de la actividad mercantil que le caracteriza, hay que señalar en el


capitalismo un componente ideológico que le confiere consistencia y determinación. El
promotor ha sido ese individuo integrante de un grupo conocido como burguesía, cuya
función fue, desde la acción económica individual integrada en la síntesis del colectivo
grupal, desarrollar la idea del capital moderno. A tal fin, muestra en sus actuaciones la
disposición suficiente para imprimir el sentido dinámico que le caracteriza, es decir, la
realización en la práctica de indefinidas inversiones y reinversiones del capital. Por tanto, la
figura del burgués, componente activo del capitalismo -que fue objeto de estudio, entre
otros, por Sombart y Weber [3]-, viene a darle ese sentido de modernidad.
En este punto, lo fundamental es que el capital supera la apreciación dominante, al
desencasillarlo del ámbito de la riqueza personal. El burgués capitalista no es sólo un
hombre rico en el sentido tradicional, sino que, a primera vista, ya resultaría ser algo más:
un profesional de la riqueza. Aunque en este personaje sigue pesando el componente
acumulativo de bienes considerados valiosos, como instrumento de distinción social,
solamente se trata de un aditamento puntual, porque su actividad está unida a la dedicación
exclusiva a practicar una forma de vida. Quiere esto decir que el burgués, en el fondo, es un
profesional del capital, trabaja para él, procurando su desarrollo continuado, calculando
siempre los riesgos de su actividad. En consecuencia, no se trata de un aventurero que
arriesga su capital privado probando suerte a la espera de obtener beneficios, por el
contrario se mueve en términos de racionalidad, limitando circunstancias imprevistas y
haciendo del cálculo económico protocolo de actuación. Si bien la obtención de riqueza es
el aliciente psicológico que en principio le mueve y la profesionalidad lo que le caracteriza,
es la prudencia la que sirve de guía a su actuación, hasta llegar a definir su carácter de
capitalista -miembro del grupo que promueve el desarrollo del capital-. Pese a todo, no hay
que prescindir del componente ético de su carácter -que Weber asocia con la ética
protestante-, porque en realidad le sirve de guía de sus actuaciones como seguidor de una
suerte de culto moderno a una idea que rompe con las creencias tradicionales. Lo que
interesa al capitalismo no es el burgués rico, sino el practicante del culto laico a la idea que
encierra el capital, materializada en el ídolo del dinero, porque construye intuitivamente,
desde la formación de ese carácter profesional, la ideología transformadora del mundo que
le rodea para hacer posible su expansión. Este individuo viene a configurar un grupo que
usa, de un lado, la riqueza acumulada como elemento diferencial y, de otro, construye el
capital desde el ente. La idea ya estaba presente en la mente colectiva, materializada
convencionalmente en forma de riqueza, definida en términos más cercanos como bienes y
dinero, pero la burguesía -síntesis de los individuos burgueses- construye el capital a través
de la ideología del capitalismo como punto de referencia.

Construir el capitalismo no es función exclusiva de la burguesía. Por una parte, el


burgués es el primer capitalista moderno en disposición de desarrollar la idea dinámica del
capital -la praxis-, pero, por otra, hay que contar con la intelectualidad filosófica -la teoría-,
completada con la intelectualidad económica -el análisis científico-, que contribuye
definitivamente al fin propuesto. Si el burgués aporta la idea de trabajo profesional al
desarrollo práctico del capital, la Ilustración desarrolla las primeras ideas, las define y las
orienta para ser utilizadas en sentido ideológico. Téngase en cuenta su valor fundamental
para la configuración ideológica del capitalismo -la libertad de ataduras convencionales y
éticas-, en cuanto supone ruptura con las creencias y retorno al sentido kantiano de razón -
manipulado luego a conveniencia-. La racionalidad del sistema de poder dominante hasta
entonces estaba basada en la fuerza material de las armas y trataba de buscar la
racionalidad en la metafísica de las creencias, por el contrario, el capital como poder de
reemplazo se mueve en una realidad inmediata y cotidiana que sólo encuentra justificación
en la razón de la existencia y las cosas. Los ilustrados pretenden recuperar la razón a través
de cierto sentido común, limpio de leyendas y tabúes; lo que el burgués luego aplicará a la
realidad de la existencia comercial, tratando de transformarla para adecuarla a sus intereses.

El capitalismo moderno se mueve e¡”el frente de la nueva realidad expresada


científicamente por la intelectualidad económica en el marco estatal [4] y en el de la
idealidad como proyecto más avanzado, porque aspira no solamente a ser un sistema
económico, sino a establecer las reglas de funcionamiento en el ámbito social, político y
económico. En definitiva, apunta a la totalidad de la existencia para garantizar la seguridad
de su proyecto. Respondiendo a tal finalidad fija en términos económicos los instrumentos
de desarrollo de la idea, mientras los aditivos extraeconómicos fluyen a partir de los aportes
de la intelectualidad ilustrada. La Ilustración, iluminando la filosofía política, y el
pensamiento económico sentaron las bases que permitieron diseñar el capitalismo como
ideología y hacerlo efectivo a través de la práctica burguesa. Una vez definido
ideológicamente, a continuación vendría la toma del poder político para recuperar el
sentido real de la razón emergente que permitía desarrollar la nueva forma del poder
definida por el capital. Ese primer momento, en el que las masas son simples espectadoras,
se construye desde la élite, y ese capitalismo como ideología elitista se viene proyectando
hasta el presente en su último momento: la globalización.

Ideología del capitalismo.


En el fondo, toda ideología, como concepto referido a una serie de ideas dispuestas
para la acción, y ajeno al origen terminológico de ciencia de las ideas de Destrutt de Tracy,
es un instrumento para la conquista del poder político. Se basa en argumentaciones
particularizadas que arrancan de la experiencia sobre un mundo real, dispuestas para
condicionarlo desde un aspecto ideal previo, a través del que se pretende conducir la
realidad en la práctica, fabricándola a la medida de unos intereses que aspiran a ser
dominantes. Este proyecto de desarrollo de la realidad dirigida en una dirección
determinada, de entrada hay que considerarlo una falsificación, por cuanto el devenir es
condicionado por una idea impuesta por un grupo que aspira a ser dominante, tratando de
adecuarlo a un determinado perfil, coincidente con los intereses particulares de sus
promotores [5]. De alguna manera asumen un componente de creencia, en cuanto aportan al
ideario dosis de utopía comercial, cuya finalidad es animar a los adheridos e imprimir un
toque de espiritualidad a su propósito transformador de lo existente. Si para la adhesión la
ideología requiere buena presencia y componentes atrayentes, para adquirir solidez social,
la ideología precisa de legitimidad, es decir, trata de justificarse ante las masas en términos
racionales de contenido jurídico, con la vista puesta en una posterior aceptación social.

No es casualidad que la burguesía tome el poder en las sociedades avanzadas


europeas desde finales del XVIII, porque el modelo precedente, expresión del viejo poder
de la casta de los guerreros en alianza con los representantes de la creencias, está agotado.
Sus argumentos de orden social ya no sirven, puesto que los soportes de fuerza se han
devaluado al ser progresivamente reemplazados por la lógica del capital. Llegados aquí, la
Ilustración, primero, aporta un argumento demoledor para las viejas ficciones, que consiste
en dirigir a la humanidad hacia el camino de la luz desterrando las tinieblas, preparándose
para liquidar todo aquello que se oponga a la nueva realidad material que se hace conciliar
con la razón. Si bien la idea de racionalidad fustiga un mundo falsificado, dominado por
ficciones, al que se opone el sentido común, en segundo término, hay otro mundo de
realidades silenciadas que clama por emerger a la superficie, y tales realidades adquieren
consistencia, auspiciadas por el capitalismo en su propio interés, dispuestas para la acción
efectiva. La Ilustración alumbra de sentido al pensamiento emergente condenado a guardar
silencio, por lo que su fuerza contestataria no tiene otra opción que servir de soporte de
ideologías innovadoras. En el terreno existencial se palpa la disfunción de dos estamentos
dominantes, pero con un repertorio caduco, y un tercer estado que cuenta con el poder real,
pero que se le excluye del poder político. Aunque la función ilustradora está pensada para
las masas, sus principales efectos recaen sobre las elites burguesas, porque las primeras
carecen de las cualidades necesarias para percibir sus efectos de no mediar la intervención
de intérpretes. La interpretación se factura con etiquetas sencillas: libertad, igualdad y
fraternidad. ¿Quién vende la mercancía?. La burguesía revolucionaria. He aquí el inicio de
la ideología capitalista, destinada a obtener beneficios manipulando a las masas.

¿Era necesario para el capitalismo dotarse de una ideología?. Evidentemente su


proyecto expansivo necesitaba de una dirección eficiente que determinara la acción desde la
idea fundamental -el desarrollo ilimitado del capital como valor- con la finalidad de
conquistar el poder, para lo cual debería exhibir una ideología. Pero, ¿por qué ya entonces
pasa a ser preferente la conquista del poder entre sus finalidades inmediatas?. El argumento
de la estabilidad apoyado en la legitimidad y su posterior aceptación resultaba
imprescindible para el desarrollo del capital desde la fórmula del capitalismo. Y la
estabilidad sólo era posible contando en el panorama del orden político, a fin de permitir el
clásico laissez-faire, ya que, si no se goza de influencia en los aparatos políticos, el capital
no es libre, porque siempre acaba siendo vasallo del poder dominante; de ahí que resulte
inevitable controlarlo o, mejor aún, tomarlo. Hay que recordar que el poder económico por
sí mismo ya implica poder político [6], pero tiene que materializarse para que resulte
efectivo. Sin embargo la toma del poder, en interés de la legitimidad, no puede hacerse al
margen de las masas, es precisa su contribución e involucrarlas, y para ello hay que vender
ideología atractiva que responda adecuadamente a esos sentimientos que animan su
existencia como utopía. Los argumentos espirituales de seducción son insuficientes, porque
si no se llenan con realidades acaban por agotarse; de ahí que deban de ser debidamente
atendidos. Aunque los derechos y libertades ya eran un excelente adorno, se acompañan de
otro más convincente, aunque igualmente ilusorio, y así la democracia representativa viene
a alentar todavía más el falso protagonismo de las masas convertidas en ciudadanos. No
obstante, llegados a este punto hay que aportar un nuevo atractivo, se incorpora el bienestar
como algo inmediato y real, puesto al alcance de todos, pasando a ser fundamental en el
proyecto el compromiso capitalista de facilitar el bienestar material de las masas desde el
desarrollo industrial. Por tanto, las líneas ideológicas se mueven en el terreno de la razón -
un modelo de razón particularizada a la medida del grupo que promueve la ideología-, de la
seguridad capitalista en términos jurídicos y políticos -el Estado de Derecho-, sirviendo de
soporte las masas -involucradas en el juego de los derechos, la democracia de papel y el
bienestar-, como vía de expansión a través del consumo -fuente de bienestar-, que acabará
convertido en cultura.

A través de la ideología, el capitalismo ha podido sobrepasar los límites de un


sistema económico ya presente en el modelo absolutista, pero controlado por la nobleza,
para pasar a ser un sistema dirigido por la burguesía representante del capital. Por tanto,
como sistema dominante, debe asumir el mismo papel totalizante de sus predecesores,
regulando tanto lo económico, como lo político, hasta marcar la trayectoria social de las
distintas sociedades avanzadas, afectadas por el fenómeno de su expansión. Lo único que
cambian son las formas. Todo ello para garantizar el pleno desarrollo del capital. Así pues,
en el plano económico, el balance es que, a través de la ideología, el capitalismo, como
proyecto de grupo dominante, ha cumplido con su función.

Globalización capitalista.

Como dice Bauman el término globalización está en boca de todos [7], hasta el
extremo de que suena a tópico. Probablemente esta circunstancia permite cumplir uno de
sus propósitos: asumir su recepción como un hecho natural y generalizable para las masas.
Oficialmente, por ejemplo, para el FMI, se trata de la interdependencia económica creciente
en el conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y de la
variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos
internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la difusión acelerada y generalizada
de la tecnología. Y para la CE es el proceso mediante el cual los mercados y la producción
de diferentes países están volviéndose cada vez más interdependientes debido a la dinámica
del intercambio de bienes y servicios y a los flujos de capital y tecnología.

Ideológicamente la globalización es la realización práctica del ambicioso proyecto


diseñado por el capitalismo para mantener el sentido activo del capital sobre la base de una
expansión territorial que rebasa los límites estatales y se hace mundial, en cuyo circuito
pueden circular con total libertad capitales, producción y bienes de mercado. Con ello ha
logrado su propósito de operar libremente por el mundo para alcanzar un mayor nivel de
desarrollo, ofreciendo a cambio a los individuos la oportunidad de moverse también con
cierta libertad y hacerse receptores de la cultura industrializada producto de su mercado. Si
el proyecto burgués quedaba limitado a los confines del Estado-nación, era solamente el
paso previo para el desbordamiento calculado de las fronteras estatales una vez
consolidado, al suponer estas un límite para sus pretensiones expansionistas. Para ello, de lo
que se trataba no era tanto de prescindir del Estado, como de recuperar las viejas fórmulas
de la época de la violencia pura, adaptándolas a las nuevas formas de la violencia pacífica.
En este punto, se encuentra utilidad en retomar el Estado-imperial, que pasa a ser el nuevo
aparato que mejor se adecua a los planes capitalistas. Los imperios históricos cumplieron la
política de expansión sin límites territoriales del poder dominante en el terreno político,
económico y cultural acudiendo a la fuerza militar, con el nuevo sentido imperial la fuerza
de conquista es el dinero, el instrumento, la empresa, y el capital, el poder. En definitiva, el
proceso de globalizar no es más que la dominación del mundo por las empresas capitalista
siguiendo la ideología depredadora que propone el capitalismo elitista.

En sus inicios, la expansión en términos imperialistas no se decanta abiertamente


por la violencia pacífica, sino por una combinación de su forma más pura con la nueva
violencia que impone el capitalismo. Políticamente se define como colonización, es decir,
los países dominantes salen de sus fronteras para explotar los recursos naturales de los
dominados usando la superioridad, tanto de la fuerza militar como de la fuerza cultural, tras
las que late el poderío económico, sustentadas todas ellas en una idea particularizada de
progreso. A la sombra de la política estatal abriendo brecha, el capitalismo toma nuevas
posiciones colocando a sus empresas fuera de sus fronteras naturales para dar salida a la
producción que no puede absorber el mercado nacional [8]. Con lo que, tras el imperialismo
de Estado controlado por el sistema absolutista, emerge el imperialismo del capitalismo
como auténtico motor de lo político.

Dada la naturaleza expansiva del modelo capitalista, era previsible que en las
sociedades avanzadas se desbordara más allá de los estrechos límites de un Estado. Tal
necesidad ya aparecía en la época del absolutismo y después se hace evidente en el plano
económico con el desplazamiento del burgués por el empresario y seguidamente por el
accionista. La tendencia expansiva desde modelos empresariales -tras de los que se
encuentra el accionariado como el último capitalista- para superar fronteras con ideas
imperialistas dirigidas a construir monopolios económicos sectoriales explotadores, incluso
dependientes de una megaempresa concentradora de monopolios, hay que entenderlo como
la propensión natural del capital, que acaba por definirse plenamente con el transcurso del
tiempo. No obstante, el capitalismo representado por la actividad concertada de las grandes
empresas multinacionales por acciones no ha prescindido totalmente del patrón Estado
como motor de cobertura de sus negocios, sino que, por otro lado, lo ha potenciado en
algunos casos a fin de que adquiera caracteres hegemónicos. Al amparo de los Estados
hegemónicos se impone sobre los Estados débiles un modelo político uniforme, que
coadyuve en la seguridad jurídica para facilitar una expansión geográfica sin trabas, un
modelo cultural, que permita mayor receptibilidad de la fórmula capitalista en los distintos
países, y el modelo económico, que establezca la exclusividad financiera, productiva y
comercial de la forma de hacer del capitalismo dominante.

Si la idea imperialista se manifiesta abiertamente en la política del capitalismo


empresarial, el Imperio, como construcción política reciente [9], aparece suavizada por el
término hegemonía y la actividad de los organismo internacionales políticos y económicos -
por ejemplo ONU, FMI, BM, OMC, OCDE o CCI-. De tal manera que el Imperio descarga
su modelo de dominación directa sobre los Estados satélites utilizando fórmulas ambiguas y
a través de la actividad de estos organismos que indirectamente dirigen los Estados
hegemónicos. Pero, pese al poder solapado del Imperio, y no por esta circunstancia menos
real, en la sombra se mueve la elite del capitalismo, quien tiene la función de decir la última
palabra, y externamente ese alto empresariado controlado por el accionariado de la elite. La
base de la hegemonía de los Estados no es exclusivamente el arsenal militar, tecnológico o
cultural, sino la disponibilidad de enormes cantidades de dinero, con las que especula el
capital financiero; al punto de que la soberanía de los Estados se mueve al ritmo que
impone la moneda o la vieja riqueza de las naciones. Como contribuyente en el proceso, es
clave la política de endeudamiento facilitada por los altos organismos económicos
internacionales; lo que permite consolidar la hegemonía sobre los endeudados, su fidelidad
a la política capitalista y la pérdida de soberanía tradicional. Los vínculos creados por el
dinero son difíciles de romper y de eso es consciente el capitalismo. Aprovechándose de
que dispone de las claves para dominarlo, fija las reglas del juego internacional.

Dos observaciones para concluir.

Pese a la aparente autonomía política, el Estado moderno ha venido siendo un


instrumento puesto a disposición del desarrollo de la ideología del capitalismo,
principalmente como guardián del orden y garante de la seguridad jurídica. Aunque más
tarde tomará otro protagonismo que trasciende a su carácter originario y pasará a implicarse
directamente en los procesos económicos, en buena parte debido a necesidades
coyunturales derivadas de la falta de consumo y la consiguiente debilidad empresarial. El
Estado keynesiano asumió funciones que realmente no estaban previstas en el inicial
modelo capitalista; por ejemplo, al llegar a excederse en el amparo de las masas y definirse
finalmente como Estado del bienestar. Lo que en principio supuso aliciente económico para
las empresas acabó resultando una carga que el neoliberalismo trató de aliviar, intentado
limitar o anular aquellas funciones estatales de las que no podía extraerse lucro empresarial.
De otro lado, el papel de regulador financiero y practicante de políticas económicas en
interés de los respectivos Estados, sobre todo a través del control del dinero jugando
permanentemente con la baza de los impuestos y los tipos de interés, crea situaciones de
dependencia al capitalismo, porque desde tales competencias se les reconocen funciones
arbitrales en la relación capitalismo-masas. El freno que sobre la soberanía plena suponen
las políticas de endeudamiento estatal utilizadas por el capitalismo como tenedor de la
deuda, le han hecho concebir la idea de ser el controlador público, pero esta postura entraña
riesgos, el principal es el impago o la quiebra. Acaso tampoco se haya tenido en cuenta que
con el debilitamiento del capitalismo local, para promover el imperialismo empresarial en
provecho del capitalismo global, se ha permitido la concentración de capital en unos pocos
monopolios que, pese a su poder, pueden resultar más manejables, llegando incluso a ser
gigantes con pies de barro. Además hay que contar con que en el proceso de desarrollo de
la ideología capitalista, la globalización, como ideología en sí misma [10], ha ido más allá y
se ha hecho acompañar del modelo imperial, lo que supone que determinados Estados
dominen el panorama general interviniendo con sus políticas en el laissezfaire capitalista,
coartando su libertad, asumiendo funciones que amenazan el poder de la élite capitalista, al
controlar resortes claves de los que la hace dependiente. Los Estados imperiales se han
fortalecido y con ellos la burocracia de la que dependen. Esta, tiene que justificar sus
salarios y moverse en un plano de realidad fijado por el voto dependiente de las masas, que
aunque manipuladas, no pueden garantizarse sus determinaciones al cien por cien. El
capitalismo parece que se ha perdido en el laberinto del los modelos estatales y le será
difícil encontrar la salida.

Hasta ahora, el papel de las masas, seducidas por el consumo -ofrecido como forma
de bienestar cuando solo es un estado de dependencia carente de valor [11], ya que lejos de
alcanzarlo sirve para crear nuevas necesidades, al objeto de permanecer atrapados en la
dinámica de una modernidad falseada-, vienen siendo el motor del capitalismo De otro
lado, su instinto político ha sido atendido por esa democracia representativa de papel. Si la
burocracia ha aumentado su poder a costa del Estado plurifuncional, no obstante necesita
justificarse, y en cuanto a la política burocratizada es evidente que depende de la voluntad
de las masas en el proceso electoral. Estas masas adormecidas social y políticamente están
abocadas al despertar en los confines de su Estadonación. Lo que acabará por producirse
cuando la tecnología agote el repertorio innovador con el que las tiene entretenidas, las
crisis se radicalicen y el ejercicio político se devalúe totalmente. Cuando el bienestar ya no
provenga del mercado, el modelo de capitalismo dominante dejará de ser necesario, con lo
que perderá el control total que ahora le garantiza el dominio mundial sin posibilidad de
competencia. Las masas ilustradas por el lado bueno de la tecnología, conscientes de la
realidad, acabarán por llamar a la sensatez y exigirán poner fin al absurdo de un sistema de
minorías privilegiadas. No obstante, como recurso aún quedará el espíritu innovador,
señalado por Schumpeter, con lo que se hace posible que, agotado como capitalismo de
élite, resurja como capitalismo de masas.

También podría gustarte