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Jornadas “Las humanidades y el presente”, UNGS-UNC, 2017.


“Para una crítica del dispositivo de poder/creer neoliberal”
por Javier Flax

1-La filosofía y el presente neoliberal


Si cualquier campo de saber o en cualquier disciplina requiere una reflexión sobre la
propia práctica teórica y sobre el sentido de la misma, para la filosofía, como actividad
reflexiva por antonomasia, debería ir de suyo. Esto no siempre es así, particularmente
porque la institucionalización de la filosofía en las universidades y en el sistema de
investigación suele conducir a la hiperespecialización y a un distanciamiento con las tareas
originarias de fundamentación y crítica que definen a la filosofía. En ese sentido, Julio
César Colacilli de Muro decía: “A esta facultad ingresan filósofos y egresan profesores de
filosofía”. La interpretación de la frase queda a cargo del lector.
Desde nuestra perspectiva, parte de la responsabilidad de la actividad filosófica
consiste en trabajar en la labor de fundamentación y crítica de la realidad presente o de la
actualidad, con una caja de herramientas conceptuales y desde los marcos teóricos y
categoriales que brindan la filosofía y las ciencias sociales, herramientas y marcos que
también se deben someter continuamente a revisión. Parafraseando a Kant: las ciencias
sociales sin filosofía son ciegas y la filosofía sin ciencias sociales es vacía. Entrarle al
presente requiere conjugarlas interdiscipliariamente. En esa línea, aparecen diferentes
abordajes posibles. Pero uno que nos parece urgente consiste en reflexionar -como sugería
el viejo Hegel en la introducción a la Fenomenología del Espíritu- sobre el pensamiento
con el que pensamos y que nos piensa actualmente. Por ello nos propusimos, entre otras
tareas, reflexionar sobre lo que denominamos el “dispositivo de poder/creer neoliberal”.
Hace varios años nos parecía una tarea urgente porque veíamos que el neoliberalismo
estaba “a la vuelta de la esquina” (Flax, 2013: 19). Trabajar en su desenmascaramiento
aparecía como una tarea decisiva, aunque tuviéramos la esperanza de que, al menos en
América Latina, era una rémora destinada al olvido. Sin embargo, seguía vigente cruzando
la cordillera, en USA y avanzaba a pasos agigantados en Asia y Europa. América Latina
aparecía como esa reserva de esperanza a la que hiciera referencia Herbert Marcuse en El
hombre unidimensional, en términos de transformar la cultura de esta civilización
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destructiva. Lamentablemente, las transformaciones quedaron a mitad de camino y estamos


inmersos nuevamente en el neoliberalismo. En un neoliberalismo oligárquico, como creo
que es todo neoliberalismo. Pero, además, en un neoliberalismo perisférico. Debido a la
recreación de la división internacional del trabajo, este un neoliberalismo nos quiere
condenar a una reprimarización de la economía a través de un esquema agroexportador -
que en doce años de interregno nunca dejó de estar sustentado en la soja transgénica-, pero
también en una reprimarización de la cultura y de sus expresiones mediáticas concentradas,
usinas y cajas de resonancia de la propaganda que saben manejar excelentemente bien. Más
aún, esas usinas mediáticas están más concentradas que nunca gracias al recurso a la
excepcionalidad ficticia de los decretos inconstitucionales que permitieron sumar la
convergencia digital a la concentración tradicional. Si nos remitimos a la experiencia
brasileña reciente, al bombardeo de la red O Globo se suma la gran trasnacional de
entretenimiento Netflix, la cual puede producir y poner en el aire global digital la ficción El
mecanismo –“una ficción basada en hechos reales”- para generar efectos de “verdad” e
instalar creencias que generen un clima propicio de aceptación o consentimiento para
condenar sin pruebas al mejor presidente que tuvo Brasil en toda su historia, quien perturbó
al statu quo con sus políticas de inclusión que liberaron del hambre y la sumisión a
millones de brasileños.
Pero, como expresara en una conferencia que brindara en abril de 2014, el propio ex
Presidente Ignacio Lula Da Silva: “Las personas quieren más… las personas pueden decir
fuera Lula, fuera Dilma, fuera no sé qué, pero posiblemente la culpa también es nuestra.
Nosotros no trabajamos la politización, no trabajamos la cabeza”.
Veamos qué decía Edward Bernays, padre fundador de la nueva democracia
americana, la plutocracia de los grandes potentados que profetizaba Alexis de Tocqueville.
Bernays -gurú de la propaganda política y comercial, que conviertió a la política en una
mercancía comercializable- comienza su libro Propaganda con la siguiente enunciación:
“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las
masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este
mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero
poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes,
definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las
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que nunca hemos oído hablar” (Bernays, 2008:15). Uno de sus objetivos explícitos es
lograr la aceptación de lo que no sería fácilmente aceptable (cf. Bernays, 2008: 26).
Hablemos pues de ese gobierno invisible.

2-El dispositivo de poder/creer neoliberal y algunas creencias instaladas


El esquema de dominación político, militar, económico y mediático neoliberal
pudo instalarse porque se constituyó como un dispositivo que arraigó en un imaginario que
en parte heredó y resucitó y, en parte, logró instalar como creencias y ficciones eficaces.
De ahí que lo denominemos dispositivo de poder/creer, pues no se trata tanto de un
dispositivo de poder-saber en el sentido foucaultiano de la expresión, sino en el sentido que
expresaban Marx y Engels en La ideología alemana: la ideología está constituida por las
“ideas dominantes” que permiten el ejercicio y la conservación del poder del grupo
dominante. Mientras estas ideas, reguladoras del funcionamiento social, pareen garantizar
el interés general, en realidad garantizan el interés dominante (cf. Marx-Engels, 1973: 667).
En consecuencia, contra los planteos que realizara Michel Foucault en varios textos
de la etapa de su teoría política de la verdad -en Un diálogo sobre el poder (Foucault, 1981)
o en El discurso del poder (Foucault, 1983)- nuestra comprensión de tal dispositivo no es
meramente la de una producción de poder y efectos de verdad, sino que se trata de un
aparato ideológico que oculta. No oculta lo que sería “la verdad”, sino que el
neoliberalismo constituye un régimen de verdad con pretensiones de establecer criterios
que excluyen esquemas de justicia liberadores o dispositivos alternativos posibles y viables
que son descartados a través de un proceso de naturalización de lo contingente. 1 Ahora
bien, lo que sí tienen de foucaultiano estas ideas dominantes o régimen de verdad es la
capacidad de modelar o constituir las subjetividades y, en consecuencia, la objetividad, a
través del lenguaje.
Lo que hace este dispositivo es generar creencias que facilitan los planes de un
grupo dominante, que instala políticas, reglas de juego e instituciones a la medida de sus
intereses.

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En “El alcance de la teoría política de la verdad de Michel Foucault” realizamos nuestra crítica a las críticas
que realiza Foucault a la noción de “ideología dominante” y mostramos que el método genealógico de
procedencia nietzscheana es un método de desenmascaramiento de la ideología dominante (cf. Flax, 1991)
Luego, el propio Foucault en sus indagaciones sobre biopolítica realiza importantes aportes para una
genealogía del neoliberalismo.
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Entre las ideas instaladas a desenmascarar hay algunas muy arraigadas en la cultura,
como la reductiva autocomprensión del hombre como homo economicus; o la idea de la
supervivencia del más fuerte y la matriz competitiva, ideas constitutivas del darwinismo
social y de sus expresiones contemporáneas. Hay otras ideas de raigambre filosófica, como
la idea de mercados autorregulados, derivada de la idea de libertad como ausencia de
interferencia. A su vez esas ideas son correlativas a la ideología del Estado mínimo,
instalada desde que Joseph Townsend escribiera su Carta sobre la ley de pobres, precursora
de Malthus y del darwinismo social.
Hay otras formas de generar creencias, como el aprovechamiento de cualquier
desorden o peligro por inventado que sea para recurrir a una excepcionalidad ficticia y
concentrar el poder; o la idea de corrupción como lubricante de la economía, ocultadora de
la corrupción a gran escala que denuncia el PNUD, es decir, de la instalación de reglas
favorables a intereses privilegiados. Otras ideas a tener en cuenta son la pseudo
responsabilidad social empresaria en un contexto global de responsabilidad limitada, regido
además por una Nueva Ley de Gresham -enunciada por el filósofo británico John Gray- de
acuerdo con la cual el capitalismo concentrado desplaza al capitalismo responsable social y
ambientalmente. También se requiere revisar las supuestas ventajas comparativas y
competitivas de una nueva división internacional del trabajo; o las nuevas formas de
justificación de la propiedad en el capitalismo cognitivo bajo la modalidad de patentes de
invención.
Es una tarea para una filosofía del presente realizar una labor reflexiva y crítica de
esos y otros topoi, lugares comunes o ideologemas que modelan el presente y allanan el
camino para que el capitalismo concentrado disponga de un dispositivo de poder/creer para
instalar su proyecto político global. Algo intentamos en Ética, política y mercado. En torno
a las ficciones neoliberales (Flax, 2013).

3-El aprovechamiento neoliberal del Teorema de Thomas


Para tener en claro cómo operan, es necesario tener en claro el Teorema de Thomas
–enunciado por Robert Merton- de acuerdo con el cual, “si los individuos definen las
situaciones como reales, son reales en sus consecuencias” (Merton, 1995: 505). En otras
palabras, si algo no es real, pero se lo considera real, será real en sus consecuencias
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Este teorema –aunque no estuviera enunciado aún- está en la base del ejercicio
propagandístico que teoriza y realiza Edward Bernays, para reconducir la democracia de
masas hacia los intereses de las élites privilegiadas, a través de lo que describe como un
“gobierno invisible que detenta el verdadero poder”.
Y por ello mismo, el Teorema de Thomas es aprovechado por emblemáticos
ideólogos del neoliberalismo que entienden que su labor consiste en instalar creencias por
la capacidad que tienen para modelar eventos.
El ejemplo más conocido es el de Milton Friedman, cuyas ideas para manipular a la
población son bien conocidas. Como expresa Naomi Klein, en Capitalismo y libertad
Friedman las expresa sin ambages: “Sólo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio
verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las
ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar
alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo
políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable’” (Klein, 2007, 27)
Pero esas crisis y la anormalidad consecuente, no necesariamente son genuinas.
Como expresa el propio Friedman, basta con que sean percibidas como tales para instalar
una excepcionalidad ficticia que allane el camino para realizar su ideario.
Ese ideario que tenía que flotar en el ambiente fue construido por diferentes
pensadores que formaban parte de los think tanks neoliberales. Entre esos autores, está otro
Premio Nobel de Economía proveniente de la Universidad de Chicago, James Buchanan,
quien también se expresa en términos de “establecer y reiterar un ideario por la capacidad
final de las ideas para modelar eventos” (Buchanan, 1990).
A este economista neoliberal, devenido filósofo político con su conocido libro La
libertad, entre la anarquía y el Leviathan, pretende establecer un paradigma económico de
la política, en el cual la política debe reducirse a la catelexia (o intercambio) y a la coerción
para dejar afuera los ideales de justicia distributiva. Sin entrar en los vericuetos de su teoría,
diremos solamente que reivindica a Hobbes como uno de sus antecedentes y que la
modelización del hombre como homo economicus constituye una idea central.
En lo que sigue, nos referiremos sucintamente a una suerte de genealogía de la idea
de homo economicus para ilustrar la actividad crítica que consideramos necesaria.
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4-Una genealogía del homo economicus y la matriz hobbesiana de la cultura


La ficción del homo economicus fue construida a mediados del Siglo XIX por John
Stuart Mill como una abstracción metodológica con el objeto de transformar a la economía
en una disciplina científica explicativa. Para ello, la complejidad de la motivación de la
acción humana es reducida a la que genera el propio interés, la propia satisfacción o la
maximización de beneficios, de modo de poder establecer una serie de leyes de tendencia
de la economía. Las demás motivaciones se dejan en suspenso bajo la cláusula ceteris
paribus. Pero el propio Mill consideraba que esa reducción se trata de un recurso
metodológico para avanzar en una explicación causal que luego requiere ser
complementada mediante la identificación de las otras motivaciones de la acción individual
o social de cada situación y cultura concretas.
En Los límites del consenso James Buchanan también considera al homo
economicus es una modelización (Buchanan, 1993). Pero, a diferencia de Mill, ni siquiera
considera las otras motivaciones de la acción, como de hecho ocurre en general en los
estudios económicos, con resultados desastrosos.
Ahora bien, si ya ni se pregunta por las otras motivaciones de la acción social es
porque el mismo neoliberalismo arraiga en una matriz cultural, mucho más profunda que
puede remontarse al estado de naturaleza hobbesiano. Por eso la denominamos matriz
hobbesiana de la cultura.
Recordemos que Hobbes en De Cive o Sobre el ciudadano realiza un planteo
metodológico ficcional: “hagamos como si el estado estuviera disuelto”. Entonces nos
presenta un ser codicioso que quiere extender su poder en un estado de naturaleza que
asimila a un estado de guerra, entre cuyas causas están la competencia y la desconfianza.
Obviamente es un recurso argumental para poder terminar proponiendo un pacto de
sujeción para fundar el Estado. Argumento, digamos de paso, que fue refutado por
Rousseau en el Discurso sobre el origen y naturaleza de la desigualdad entre los hombres
y por David Hume en varios de sus escritos (en el Tomo III de su Tratado sobre la
naturaleza humana y en sus Investigaciones sobre la moral). Lo cual sintetizaremos
diciendo que para Rousseau el estado de guerra no corresponde al estado de naturaleza,
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sino que se genera en la sociedad mercantil y para Hume el estado de naturaleza


hobbesiano es sencillamente “un cuento de monstruos”.
Pero esa comprensión del hombre supone que la competencia y la desconfianza son
necesarias e insuperables. Frente a la escasez, la respuesta automática es la competición por
los bienes escasos y que la asociación horizontal entre los hombres es inviable porque la
desconfianza es insuperable. Por ello Leo Strauss, en su libro La filosofía política de
Hobbes, expresa que esa es la actitud moral que subyace a la filosofía política de Hobbes, la
cual –afirma- “constituye el estrato más profundo de la mentalidad moderna”. Esa actitud
moral a la que se refiere Strauss, es la que corresponde al hombre en el estado de naturaleza
hobbesiano: un ser rapaz y asocial.
Precisamente, la asimilación del estado de naturaleza a un estado de guerra, y la
comprensión de la competencia y la desconfianza como instancias insuperables son
antecedentes del darwinismo social imperante. Ahora bien, si las críticas de Rousseau y
Hume al estado de naturaleza hobbesiano fueron demoledoras, ¿cómo continúa vigente esa
matriz cultural, por ejemplo, en el darwinismo social?
La clave la brinda Karl Polanyi en su análisis crítico de la Carta sobre la Ley de
Pobres de Joseph Townsend, la cual es el nexo entre el estado de naturaleza hobbesiano y
el darwinismo social. Si en una primera etapa del capitalismo el cercamiento de las tierras
en Inglaterra a fines del Siglo XVI dio lugar a la Ley de pobres -por la cual los jueces
reunidos en Speenhandland mandaban alimentar a la población desplazada de las tierras-,
en una segunda etapa, la Revolución Industrial requería a mediados del siglo XVIII de la
mano de obra de los desplazados. Por ello, en su Disertación sobre la Ley de Pobres, de
1789, Joseph Townsend cuestiona los subsidios establecidos para cubrir las necesidades
básicas de la población pauperizada, generando un importante antecedente de la biopolítica.
Cuando Polanyi establece la influencia que tiene la Disertación de Townsend en el
pensamiento de autores como Malthus y Darwin, pone de manifiesto el “eslabón perdido”
entre el pensamiento hobbesiano y el darwinismo social. ¿Por qué es el eslabón perdido?.
Townsend realiza un relato ficcional del equilibrio natural o balance que se produce entre
cabras y perros abandonados en la isla Juan Fernández que influirá en Malthus y en
Darwin. “En la Isla de Juan Fernández no había gobierno ni ley; y sin embargo había un
balance entre cabras y perros”.
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Como dice Polanyi:


“El paradigma no depende del apoyo empírico: la carencia de una autenticidad de
anticuario no puede restar nada al hecho de que Malthus y Darwin debieron su inspiración a
esta fuente: Malthus la aprendió de Condorcet, Darwin de Malthus. Pero ni la teoría de la
selección natural de Darwin, ni las leyes de la población de Malthus, podrían haber ejercido
ninguna influencia apreciable sobre la sociedad moderna de no haber mediado las máximas
siguientes que Townsend dedujo de sus cabras y perros y que deseaba aplicar a la Ley de
Pobres” (Polanyi, 2003: 167).2
Entonces Polanyi cita las máximas de Townsend:
‘El hambre domará a los animales más feroces, le enseñará decencia y civilidad,
obediencia y sujeción, al más perverso. En general, es sólo el hambre lo que puede
aguijonearlos y moverlos [a los pobres] a trabajar; pero nuestras leyes han dicho que los
pobres no tendrán hambre jamás [recordemos que el estado británico les entregaba
alimentos]. Debemos confesar que las leyes han dicho también que los pobres serán
obligados a trabajar. Pero entonces la obligación como restricción legal se atiende con
grandes problemas, violencias y ruidos; crea mala voluntad y nunca puede producir un
servicio bueno y aceptable; en cambio, el hambre no es sólo pacífica, silenciosa, una
presión constante, sino que, como la motivación más natural para la industria y el trabajo,
induce los esfuerzos más poderosos...’ (Polanyi, 2003: 167).
Luego de citar a Townsend, Polanyi continúa explicando que la nueva economía
política deriva de ese autor los principios del gobierno mínimo, dejando de lado la
perspectiva de Adam Smith, quien jamás renunció a regulaciones elementales y a principios
éticos a la base del orden social.

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Tanto Joseph Townsend como Robert Malthus incurrieron en la misma práctica de seleccionar solamente
aquellos datos que confirmaran su hipótesis. John Maynard Keynes, quizás el más influyente economista del
Siglo XX, además se caracterizó por realizar una importante reflexión epistemológica sobre su disciplina. En
1933 escribió un breve ensayo “Robert Malthus. El primer economista de Cambridge” en el cual pone de
manifiesto los defectos metodológicos de Un ensayo sobre los principios de la población de Malthus. Lo
que muestra Keynes es que la primera edición del Ensayo de sólo 50.000 palabras es un trabajo puramente
apriorístico, carente de base empírica. Luego termina en sucesivas ediciones con un Ensayo de 250.000
palabras en el cual va agregando sustento en datos empíricos de un modo amateur. Al respecto expresa
Keynes: “El primer Ensayo no es sólo apriorístico y filosófico en método, sino atrevido y retórico en estilo,
con mucha bravura de lenguaje y sentimiento. En las ediciones posteriores, donde la filosofía política da paso
a la economía política, los principios generales se recubren con las comprobaciones inductivas de un iniciador
de la historia sociológica (…) (Keynes, 1988: 20).
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En el contexto de nuestra argumentación, también se transforman los fundamentos


de gubernamentalidad fundados en la perspectiva hobbesiana. Efectivamente, Polanyi
añade que en la Disertación está el punto de partida de una nueva politología, la que
acompañaría a la economía neoclásica. Al respecto expresa:
“Hobbes había sostenido la necesidad de un déspota porque los hombres son como
bestias; Townsend insistió en que los hombres son efectivamente bestias, y que
precisamente por esa razón sólo se requiere un mínimo de gobierno.”
Como explica Polanyi en La gran transformación, la ideología de los mercados
autorregulados se impuso desde fines del siglo XIX hasta la gran depresión. Como sabemos
nosotros, fue reinstalada en los años ’70 por un enorme aparato ideológico denominado
Comisión Trilateral, constituida por representantes de varios de los gobiernos de países del
G-7, las corporaciones multinacionales más importantes del mundo y un dream team de
think tanks a su servicio que retomó la tarea que venía realizando el mayor ideólogo del
neoliberalismo, Frederich von Hayek desde la Sociedad Mont Pelerin, la cual es
multiplicada y potenciada.3
El Estado dejará de hacerse responsable social y ambientalmente para ocuparse de
limitar su protección a la propiedad, a los contratos y a la integridad física, particularmente
la de los propietarios. Como sabemos, ese redimensionamiento del Estado tendrá
consecuencias tremendas. Entre otras, dejar afuera, como población excedente, a una
enorme parte de la población a la que considera inútil, innecesaria, superflua y, acto
seguido, considerará peligrosa y enemigo potencial a eliminar.
Si ello es posible es por la instalación del dispositivo de poder y las creencias
neoliberales que arraigan en una matriz cultural previamente instalada en la modernidad.

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Es interesante leer lo que al respecto expresa José Nun: “Quien mejor elaboró estas cuestiones fue el
austríaco Friedrich von Hayek. En 1947 fundó en Suiza la Sociedad Mont Pelerin, que desde entonces se
reúne anualmente en distintos países. El objetivo de Hayek era producir una nueva filosofía moral y política
que trascendiese el campo de la economía y constituyera una crítica radical al Estado de bienestar, al
socialismo y al populismo. El paso inicial para hacerlo fue multiplicar think tanks que, financiados por las
empresas, difundieran una nueva visión del mundo llamada a redefinir el sentido común imperante. Su éxito
ha hecho que quienes hoy defienden principios neoliberales suelan tomarlos por dados y probablemente nunca
hayan leído a Hayek.” Más adelante agrega que “Es sintomático el título del libro que publicaron Huntington,
Crozier y Watanuki en 1975: La crisis de la democracia. Financiado por la poderosa Comisión Trilateral,
creada por las mayores empresas transnacionales, el tema que recorre la obra es el del exceso. El capitalismo,
argumentan, no puede tolerar demasiada participación de los ciudadanos en la vida pública, salvo que estos se
ajusten al ideal abstracto de libertad individual que predica el neoliberalismo. De ahí la crisis a la que habrían
conducido a sus sociedades los llamados Estados benefactores” (Nun, 2018). Volvieron a Bernays.
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En consecuencia, es una tarea para una filosofía del presente realizar una labor reflexiva y
crítica de los ideologemas que en buena medida son condición de posibilidad de las
actuales injusticias. No es casual, entonces, que en todo el mundo, la filosofía tienda a
desaparecer de los planes de estudios de la enseñanza secundaria y universitaria, incluso en
universidades consideradas progresistas.

Bibliografía
-Bernays, Edward (2008) Propaganda, Melusina, Madrid.
-Buchanan, James (1990) Ensayo sobre economía política, México, Alianza.
-Buchanan, James y Tullock, Gordon (1993) Los límites del consenso, Barcelona, Planeta.
-Flax, Javier (2013) Ética, política y mercado. En torno a las ficciones neoliberales, Los
Polvorines, UNGS, http://www.unesco.org.uy/shs/red-bioetica/es/biblioteca/libros.html
-Flax, Javier (1991) “El alcance de la teoría política de la verdad de Michel Foucault”,
Cuadernos de Ética 11-12, Buenos Aires, Asociación Argentina de Investigaciones Éticas.
-Foucault, Michel (1981) Un diálogo sobre el poder, Madrid, Alianza.
-Foucault, Michel (1983) El discurso del poder, México, Folios.
-Friedman, Milton (1966) Capitalismo y libertad, Buenos Aires, Rialp.
-Keynes, J. M. (1988) “Robert Malthus. El primer economista de Cambridge”, en Malthus,
Robert Ensayo sobre los principios de la población, Madrid, Alianza, 1988, p. 20.
-Klein, Naomi (2007) La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre,
Barcelona, Paidós.
-Marx, Karl y Engels, Frederich (1973) La ideología alemana, Buenos Aires, Pueblos
Unidos.
-Merton, Robert (1995) Teoría y estructura sociales, México, FCE.
-Nun, José (2018) “Neoliberalismo de ayer y de hoy”, diario La Nación, Buenos Aires,
https://www.lanacion.com.ar/2118394-neoliberalismo-de-ayer-y-de-hoy.
-Polanyi, Karl (2003) La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro
tiempo, México, FCE.

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