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SOCIEDAD

10 años sin rastros de María Cash: los días previos a


su desaparición, las líneas de investigación vigentes y
las sospechas de la familia

El viernes 8 de julio de 2011 a las cuatro de la tarde un camionero la dejó en un santuario de


la Difunta Correa en la provincia de Salta. Desde entonces no se sabe más nada de la
diseñadora de moda que hoy tendría 39 años. “Queremos tenerla acá, de la manera que sea,
viva o no viva”, dice su madre.

PorMilton Del Moral

8 Jul, 2021

La pared de la derecha es la de la escalera. Del otro lado hay un camino difuso que se
pierde por debajo de los escalones de madera. En las paredes cubiertas de color crema hay
cuadros. Muchos cuadros: chicos, grandes, cuadrados, rectangulares, apaisados, verticales. Hay
más lienzos que paredes disponibles: el arte se apodera del metro cuadrado. No son de ningún
artista en especial: solo pinturas de paisajes, escenarios, retratos y siluetas. Son un instrumento
masivo de decoración. La abundancia se extiende por la vera de la escalera, que en el fondo
dobla sin librarse del reguero artístico. En el zaguán del primer piso hay también plantas en
exceso y, en una pared alta, el único cuadro que se descuelga.

No es una obra. Es una foto encuadrada en un marco de madera, no está cubierta por un
vidrio, luce desgarrada en la esquina inferior izquierda, tiene una flor de goma eva en el ángulo
superior derecho y una leyenda escrita en letras blancas que dice “Seguimos buscando a María
Cash. Si sabés algo, llamá al (011) 15 3390 6267”. María del Carmen Gallegos lo descuelga para
sacarse la foto que se saca sistemáticamente desde hace una década: ella, su rostro adusto y el
cuadro. Termina de posar y lo deja en el sillón con la promesa de devolverlo después a su sitio,
un lugar de privilegio. Entre tanto estímulo visual, la posición asignada para el cuadro es
estratégica: cada vez que abre la puerta del living de su casa ve de frente la sonrisa inmaculada
y detenida de su hija.
La fotografía es del verano de 2011 en una estancia de Carlos Keen.
Tenía 29 años, una campera verde, una colita de pelo naranja y su
cabeza apoyada en la palma de su mano izquierda. El retrato ya es
icónico. Sirvió para cotejar el cráneo encontrado en Bolivia en
septiembre de 2011 y para denunciar su desaparición en formato
pancarta en cada rincón del país. Además de un cuadro más en la vía
de ingreso a la casa familiar, es la imagen más difundida de uno de
los misterios más resonantes de la sociedad argentina del siglo XXI.
¿Qué le pasó a María Cash?

Lanín, la perra raza collie de los Cash, era apenas un cachorro de un año a mediados de
2011. Hoy renguea, se resbala asiduamente y le cuesta subir escalones. La casa de la calle
Ituzaingó en el barrio de Constitución también era nueva: se habían mudado en marzo de ese
año, después de vivir décadas en las inmediaciones de la intersección de las avenidas Santa Fe y
9 de Julio. El caserón está escondido entre dos monstruos arquitectónicos: un garage de tres
pisos y un edificio en construcción. La puerta de color negro parece haber quedado prisionera de
la voracidad urbana. Adentro, el derroche de cuadros se completa con un caudal copioso de
portarretratos, muebles de algarrobo antiguos y pesados, una biblioteca con lomos y tomos
varios, un living amplio sin televisor, un candelabro que cae en simetría.

Es una casa en pausa. No hay fotos nuevas. No hay rasgos de modernidad. María vivió
ahí tres meses. Su habitación ya fue reacondicionada. Su rastro permanece en los portarretratos
de sus vacaciones y de su comunión, en las prendas que había confeccionado y que cuelgan del
armario de su madre. En la casa se respira nostalgia. Es una familia en pausa. El paréntesis lleva
abierto diez años. No hay indicios de que María Cash esté viva. Tampoco hay indicios de que
María Cash esté muerta.

“Yo quisiera que esté, que venga. Lo que quiero es tenerla de la manera que sea. Que
sepamos de ella de una vez por todas. Que la tengamos acá, viva o no viva, pero por lo menos
saber que ya está, basta, se termina todo lo que hemos pasado. Y lo que ha pasado, porque no
sabemos todo lo que ha pasado ella”, ruega su madre. Habla de la necesidad de concluir un ciclo,
de culminar un duelo, de cerrar el paréntesis, de volver a empezar. De tener la respuesta al
interrogante que suspende y embarga a la familia desde aquella tarde del viernes 8 de julio de
2011. Nadie sabe qué pasó con María Cash.

Su mamá no lo sabe. Pero sabe quién era. Ensaya una descripción imparcial de su hija y
no le sale: “Era una persona que tenía mucha personalidad y que, a la vez, era muy alegre,
siempre estaba sonriendo, siempre estaba contenta. Había empezado a estudiar diseño de
indumentaria y hacía unas cosas lindísimas, muy lindas. Era inteligente, muy inteligente y muy
capaz. Era mi hija”. Había aprendido el diseño de indumentaria por legado materno:
confeccionaba ropa de fiesta, vestidos de calle, polleras; cosía en su casa. Participaban juntas
de las ferias de diseño independiente de Palermo: iban en colectivo con las perchas colgadas del
antebrazo. María había estudiado
dos años diseño de moda en la
Biblioteca de la Mujer, había
cursado la escuela primaria en el
colegio Jesús María de Buenos Aires,
había iniciado la educación
secundaria en el colegio Santa
Catalina y se había egresado en el
Instituto del Inmaculado Corazón de
María “Adoratrices”.

“También le gustaba mucho bailar y cantar. Siempre estaba imitando a alguna artista.
También había arrancado en San Telmo con un grupo que baila africano y tocan los bombos.
Había pasado el último tiempo ahí. En la secundaria, se anotaba en todas las fiestas de
egresados de los distintos colegios que ellas y las compañeras conocían. Ahí es donde empezó a
hacer los diseños de las polleras. Ella se envolvía con una tela, iba a la fiesta, a las amigas les
encantaba lo que había hecho y se la pedían”, relata Máximo, su hermano mayor. También
recuerda cómo ayudó a leer y escribir a Santiago, el menor de los Cash, y cómo ya de grande uno
de sus amigos tuvo un breve romance con ella.

María Cash había vivido una vida equilibrada. El 15 de diciembre de 2010 había cumplido
29 años. Había empezado a concebir un rechazo al ritmo de vida de la ciudad. Percibía un
frenesí, un caos que repelía. Había parido la idea de emigrar, de huir. Juan Pablo Dumón, un
amigo que había conocido en una clase de yoga tres años antes y que residía en la capital de
Jujuy, llegó con una propuesta oportuna: le ofreció un proyecto para vender la ropa que
diseñaba y un taller donde confeccionarla. “Yo le dije: ‘mirá María, ya que a vos no te gusta la
ciudad y tenés a este chico que insiste tanto, perfecto, no hay problema, hacelo si tenés ganas"',
recuerda la madre.

Cargó en una valija y en una mochila ropas, telas y el deseo de iniciar una nueva vida en
el norte argentino. Federico, su padre, había vivido a los doce años en Jujuy y aprobaba la
iniciativa: decía que era un lugar hermoso para disfrutar. “Pero todo resultó distinto”, concluye
María del Carmen. La tarde del lunes 4 de julio de 2011 María se va de su casa. Federico la lleva
en auto hasta la terminal de ómnibus de Retiro. Le compra un pasaje y a las 19.30 la ve partir.

Ese mismo lunes, Córdoba y Santa Fe dan apertura al período de vacaciones de


invierno: se adelantan una semana al cronograma educativo de gran parte de las provincias. Ese
día, también, del otro lado de la Cordillera de Los Andes, el complejo volcánico Puyehue-Cordón
Caulle comienza a erupcionar en Chile. La ciudad de Bariloche, 160 kilómetros al este del seno
de la erupción, ordena bloquear sus accesos por la nube de cenizas. En Villa La Angostura, según
los registros geológicos analizados por vulcanólogos de la Universidad Nacional del Comahue y el
Conicet, se registra la erupción volcánica de mayor magnitud en los últimos diez mil años. Hay
humo, cenizas y miles de residentes evacuados. Recién a mediados de julio, la situación volverá a
normalizarse en el sur del país.

En simultáneo, Argentina organiza y hospeda la Copa América. El combinado nacional


inaugura el torneo el primer día de julio ante Bolivia en La Plata. Compiten doce selecciones
nacionales. Los estadios de Córdoba, Santa Fe, San Juan, Mendoza, Salta y Jujuy son sedes del
certamen. María Cash planea llegar a la capital jujeña dos días antes del partido entre Bolivia y
Costa Rica en el Estadio 23 de Agosto de San Salvador de Jujuy. Pero, como dijo su mamá, “todo
resultó distinto”.

Su itinerario resulta indescifrable. María se convierte en una persona extraña. Su familia


reconoce que ella adopta conductas desconocidas, singulares. Desde su partida desde Buenos
Aires hasta el último rastro certero de vida en Salta pasan cinco días y seis provincias. El martes 5
de julio se baja del micro que la iba a dejar en la capital de Jujuy. “Según lo que después le dijo a
su amigo por teléfono, había gente que no le gustaba en el colectivo”, anuncia su hermano. Se
presume que padece cierta incomodidad en el trayecto del que no se tiene comprobación
fáctica. Desciende de imprevisto a las once de la mañana en San Miguel de Tucumán.

A las dos de la tarde toma otro micro con destino a Jujuy pero vuelve a interrumpir el
viaje: se baja en Rosario de la Frontera, sobre el sur salteño. Se desconoce cómo y por qué viaja
sobre un camión rumbo al sur, en dirección opuesta a su destino, hasta llegar a Santiago del
Estero. El martes por la noche su amigo le saca un nuevo pasaje desde la capital santiagueña
hacia Jujuy.

Es miércoles por la madrugada y María Cash emprende su tercer viaje en micro hacia San
Salvador de Jujuy. Finalmente llega a la capital provincial antes de las ocho de la mañana. Cruza
la terminal y se dirige a un taller mecánico. Le pide al dueño, Carlos Aguilar, cargar su celular y
que le preste un teléfono para hacer un llamado. Llama a la casa de su amigo pero él no está:
atiende la hermana, María le pide si la pueden pasar a buscar y ella le responde que se tome un
taxi o un remis hasta la casa. Antes de hacerlo, deambula por la ciudad un tiempo indefinido.
Hay testigos que la recuerdan caminando por la zona. Finalmente aborda un taxi pero en vez de
ir para la casa de su amigo, se dirige a la salida de Jujuy.

Llega a la Ruta Nacional 34, en las inmediaciones del pueblo Pampa Blanca, en la
frontera entre Jujuy y Salta. A las dos de la tarde es divisada por testigos haciendo dedo a la vera
del camino. A las 17:25 llama por teléfono desde el locutorio de un kiosco a su casa. Es la
primera comunicación con su familia desde la madrugada del martes: “Me dijo que se quería
volver y se cortó la comunicación”, cuenta su mamá. La familia decide radicar la denuncia en una
brigada de Salta. No se sabe cómo llega al peaje Aunor, emplazado sobre la avenida Asunción en
la entrada este de la capital provincial. Las cámaras la registran a las 23:37 en las inmediaciones
de las cabinas sin la valija que había llevado y solo con una mochila que después suelta en la
zona. En la mochila está su documento: la descubrirá dos días después el capataz del peaje y
avisará a la policía el lunes 11 de julio luego de relacionar el hallazgo con una nota publicada en
un medio local.

A la una de la mañana del jueves 7 ingresa al hospital San Bernardo, ubicado a pocas
cuadras del peaje. Solicita un turno médico, presenta su documento de identidad en recepción
y cuando es llamada no acusa recibo. Se va y no se sabe dónde duerme esa madrugada.
Durante el resto del día deambula sin rumbo fijo: no quedan registros fílmicos de ella en el
centro de la capital salteña ni testigos que testifican haberla visto.

A las cuatro de la mañana del viernes 8 toca la puerta de una casa sobre la calle Tavella.
Le pide a Paola, quien la atiende, si le permite dormir ahí. La mujer se niega. La familia de María
Cash cuenta que le pide asilo porque no quiere ir a un lugar que queda enfrente: dos años
después se comprobará que se trataba de un prostíbulo desbaratado por la AFIP en una
investigación por lavado de dinero. A las 10:13 sucede el segundo contacto con su familia: un
mail frío, extraño. En el correo solicita simplemente el teléfono de la hermana de una amiga. Los
Cash constatan que la joven se encontraba en Salta y no en Jujuy, como presumían. Luego se
sabrá que lo envió desde la terminal de ómnibus de Salta capital o en las inmediaciones del
lugar.

La familia supone que luego de esa comunicación se dirige en un remis hacia el peaje
Aunor. Las cámaras la identifican en el lugar a las 14:30. Viste botas de gamuza beige, jeans
claros y un bolso rosa. Cruza la ruta de un lado al otro varias veces. Hace dedo y se sube a la
caja de la camioneta Chevrolet de la familia Causarano. Ellos admiten haberla encontrado con la
mirada perdida, comentan que les respondió que provenía de Venado Tuerto y entienden que se
apellida Casa. La dejan en la Rotonda de Güemes, la intersección de las Rutas Nacionales 9 y 34,
a las 15:15. Ingresa a una estación de servicio. En el baño se asea y mantiene un breve diálogo
con los playeros que se concentran en su aspecto ruinoso. “¿Qué me miran?”, les dice. Vuelve a
hacer dedo y la levanta un camionero de apellido Romero, que se dirige rumbo sur por la Ruta
Nacional 9.

El camionero la ve sucia y olorosa: ella le pide que le convide agua. En un segmento


aleatorio del camino, María divisa un grupo de gente y autos estacionados a un costado de la
ruta. Es un paraje desolado, en el medio de la nada: se distingue un chaperío, un santuario
precario de la Difunda Correa. Le pregunta qué hay ahí, él le responde que “es un lugar donde la
gente prende velas y da gracias por el viaje” y ella le pide detenerse; el camionero procura
convencerla de que no es recomendable porque las probabilidades de desplazarse desde ahí son
ínfimas. Es un lugar de paso. Lo desoye y se baja. Son las cuatro de la tarde del viernes 8 de julio
de 2011 y es el último rastro certero de María Cash. Dos horas antes, Federico y Máximo habían
partido desde Buenos Aires en auto hacia su rescate.
En ese viaje comienza la búsqueda. Diez años después, sigue. Ya sin Federico: el 29 de
abril de 2014 falleció producto de un accidente automovilístico en la Ruta Nacional 152, en
proximidades de la localidad de Puelches,
La Pampa. La policía encontró en el interior
del Renault Clío folletos de su hija. Una
tragedia dentro de otra: viajaba para hallar
responsables y perseguir pistas relacionadas
a la desaparición de María. Se había vuelto
un detective. Se había obsesionado con el
rastrillaje y la difusión. Hace siete años que
están en juicio por el siniestro fatal: aún
tampoco obtienen respuestas de la justicia.

La familia atestigua que la última huella comprobada que dejó María es en la Difunta
Correa, a las cuatro de la tarde del viernes 8 de julio. Desde el entorno desmienten la versión
que sugiere que la diseñadora se hizo atender ese mismo día a las 19:30 de la tarde por un
neurólogo boliviano de nombre Jesús Virgilio Chuquisaca sobre la calle Bustamante de la
capital jujeña. “Este médico dice que aparece en su consultorio en pleno centro de Jujuy, muy
cercano a la terminal, impecable y limpia, cuando el camionero que la deja en la Difunta Correa
la ve sucia y olorosa. Ahí ya tenés una persona que está mintiendo. No es posible que se haya
equivocado porque después muestra una boleta por la consulta que dice ‘María Cash’. Después
se corroboró que tiene un agregado falso. Lo mismo con el libro de visita que llevaba la mujer
del médico que también tiene un agregado. No es que se confundieron de persona: están
mintiendo”, denuncia Máximo. Además, agrega, hay otra discrepancia en el testimonio del
médico: es improbable que María se haya desplazado desde el santuario hacia el consultorio en
el centro de Salta en apenas una hora y media.

La causa, aunque empantanada, está en movimiento. Hace unos meses, el fiscal federal
Eduardo Villalba convocó a una psicóloga para que presencie y evalúe las declaraciones de todos
los testigos que fueron citados nuevamente para prestar testimonio. El propósito es determinar
quién miente y quién dice la verdad. “Se están investigando los comentarios de un padre y un
hijo que dicen que la vieron sentada en una piedra en la Difunta Correa. Y aunque la versión del
médico está descartada, se está investigando por qué está mintiendo”, advierte Máximo.

“Un día lo fuimos a ver al tal Chuquisaca con mi marido -relata María del Carmen-.
Cuando le dijimos a la esposa que éramos los padres de María Cash se quedó helada. Tardó un
rato en atendernos. Nos llamó y nos dijo que lo que tenía era un pequeño resfrío, que estaba
regia y recordó que ella había admirado lo lindo que tenía las plantas. La factura decía que le
había cobrado 100 pesos. Pero es absurdo: para ese momento María no tenía un mango”.

Una manifestación de 2016, cuando se cumplieron cinco años de la desaparición. Esta vez la convocatoria se realiza en Salta (DyN)

Federico y Máximo llegan a Rosario de la Frontera el mediodía del sábado 9 de julio.


Hablan con el camionero de una cerealera que había trasladado a María hasta Santiago del
Estero, con personal de la terminal que recuerda haberle servido un jugo, con la división de trata
de personas de Salta, ven las filmaciones del peaje Aunar y reconocen la mochila que había
encontrado el capataz. Persiguen las huellas que dejó. Se entrevistan con los testigos, con las
autoridades, con las fuerzas de seguridad. Las noticias se replican al compás de los llamados de
personas que dicen haberla visto. “Se volvió todo una verdadera locura”, resume el hermano.

Pasan dos semanas desde la desaparición. Un llamado entrega una nueva pista. Proviene
de Santa Fe. Es insistente y suena convincente. Pero es una trampa. Lo cuenta Máximo: “Con
papá estábamos en Jujuy saliendo un poco de lo que era San Salvador y de repente nos llega un
llamado diciendo que juraban y juraban que era María. Nos fuimos disparando para Santa Fe
pero era solo para sacarnos de ahí, de la zona. Había gente que no querían que estuviésemos
más en Salta. Por eso quizás creemos que aparecen algunos testigos que no están diciendo la
verdad. Una vez que llegamos a Santa Fe, la persona que llamó nos dijo ‘bueno, me habré
equivocado’. Después de quince días yendo y viniendo, ya no sabíamos para dónde ir y nos
volvimos para Buenos Aires”.

Empieza, entonces, otro capítulo en la investigación. La familia Cash atendiendo


llamados a cualquier hora, coordinando con Gendarmería, googleando la ciudad desde donde se
estaban comunicando, cotejando qué comisarías cubrían la zona, hablando con el comisario,
presentándose, diciéndole quiénes eran, por qué llamaban y pidiéndole que vayan detrás de la
pista. “Era una llamada tras otra -cuenta Máximo-. Fue traumático. No sabíamos quién estaba
diciendo la verdad, quién no, quién lo hacía a propósito. Gente que nos decía ‘está acá, la estoy
viendo’, gente que llamaba un mes después de supuestamente haberla visto”.

Él ya no puede volver a disfrutar su canción favorita sin estremecerse: “Rock this town”
de la banda estadounidense Stray Cats. La tenía de ringtone en aquellos años de convulsión:
cada vez que la escucha rememora el trauma de las pistas falsas e inútiles. Los Cash recibieron
gente en su casa que aseguraba haberla conocido, llamados anónimos de personas exigiendo
información a cambio de cuatro mil dólares o, en su defecto, un adelanto de 500 dólares. De
nada sirvió tampoco que el Ministerio de Seguridad de la Nación ofreciera una recompensa de
medio millón de pesos a quienes aporten datos para la investigación. La cifra se duplicó en 2017:
un millón de pesos fue la última actualización.
"La Justicia en Argentina es un desastre. No pueden ser los tiempos que se toman. No hay investigación. No hay un investigador", reclama María del Carmen

Cada llamado se traducía en una actuación policial y en una nueva foja. La familia estima
que el expediente debe tener al menos cien fojas. “Si te ponés a pensar qué hay en cada uno de
esos papeles, te vas a dar cuenta de que sirve solo el 30 por ciento. El resto son llamados que no
llevaron a nada”, dice Máximo. En ese despliegue de la fiscalía de ratificar la veracidad de los
testimonios de los testigos, también comprende la revisión de la sección útil de la causa para
identificar cabos sueltos y pistas no investigadas. El combo vacaciones de invierno, turismo
patagónico suspendido por las cenizas volcánicas y Copa América en zona de grupos cargó de
tráfico el centro y el norte del país y complejizó la ecuación.

Máximo sabe que su hermana puede estar muerta. Es una de las hipótesis que acepta.
Él recorrió los campos que rodean el área donde se la vio por última vez: “No me metí más que
cinco metros adentro porque había unos cardos así de grandes. El que conoce la zona sabe por
dónde meterse, por dónde entrar para tirar un cuerpo. Por eso sería difícil de encontrar. Es una
aguja en un pajar”. También cometió una ilegalidad: experimentó cruzar la frontera del norte del
país caminando. Salió y entró sin problemas. “Es posible que alguien se la haya llevado. Si casi no
quedan registros acá, si no se sabe nada más, si se cortan las vistas de los testigos…”, es una de
las sospechas que esgrime. Es la teoría más contundente: que María haya sido captada por una
red internacional de trata de personas. “Fundamentalmente sabiendo que las fronteras son
totalmente permeables, hasta el día de hoy lo son y lo siguen siendo. No sabés cuándo pudo
haber salido, en qué momento y dónde puede llegar a estar ahora”, asevera.

La conducta de María no fue


normal. La familia desconoce su
comportamiento y su raid: no son
pautas propias de ella. Temen que
haya sufrido algún tipo de trastorno
psicológico: “Es posible que le haya
pasado algún tema de esquizofrenia.
Por eso mencionaba que en el
colectivo había gente que no le
gustaba y deambulaba por todos
lados. ¿Tuvo la oportunidad de pedir
auxilio? Sí, lo hizo. ¿Se quedó a
esperarlo? No. ¿Lo pudo haber
hecho? Sí. Aparte, después, por los
dichos de la gente, te das cuenta de
que no era algo normal, de que algo le
había pasado”, asume Máximo.

“No sé qué le pasó, no lo


puedo imaginar -razona María del
Carmen-. ¿Cómo te puedo explicar? Es
algo raro y no raro. No sé. Pero no puede desaparecer una persona de la noche a la mañana y
que no haya rastros, que no haya nada”. Después se corrige: “Siempre hay algo, siempre queda
una ventanita chiquita de luz que te dice ‘puede ser’. Siempre hay que tener esperanza, eso
nunca se puede perder”. Cada dos días llama a Pablo Tort, el abogado de la familia, para
preguntarle qué novedades tiene. Lleva una década así, en una pausa activa. “Son diez años,
parece mentira. Pero bueno, hay que seguir adelante. No se puede dejar de luchar, ¿cómo voy a
abandonar? Nadie desaparece, como siempre se dijo, de la nada”.
La entrevista se termina cuando Lanín, el perro viejito, se tropieza con el trípode de la
luz. Ya son casi las nueve de la noche de un lunes. María del Carmen le pide a Máximo que la
acompañe al banco de la avenida Montes de Oca. Tienen que ultimar los preparativos porque
dos días después partirán con destino a Salta para conmemorar el décimo aniversario de la
desaparición de María. Cuando abre la puerta del living ve un espacio vacío en la pared de color
crema y se acuerda. Le pide a su hijo que la espere. Vuelve a entrar, agarra el cuadro con la foto
de su hija y lo pone en su lugar. “Ahora sí, vamos”, le dice.

Fotos y video: Matías Arbotto

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