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EL SUJETO PASIVO (AGRAVIADO)

EN LOS DELITOS CONTRA LA FE PÚBLICA(*)

Rurik Jurqi Medina Tapia(**)

El presente artículo nace como una inquietud personal, frente a una situación
que se viene presentando recurrentemente en las diversas investigaciones que se
siguen tanto por el Ministerio Público ante la denuncia presentada por cualquier
ciudadano, como por el Poder Judicial ante una denuncia formalizada por el precitado
Ministerio, relacionado con los delitos contra la fe pública.

Es cierto, pongamos sobre el tapete los siguientes casos:

Primer caso.-
Cierto día Juan Pérez se presenta en las instalaciones del Registro Vehicular
de la Oficina Registral de Lima y Callao con el objeto de realizar un trámite
administrativo de inscripción de una transferencia vehicular; para el efecto se encarga
de llenar el formulario de solicitud respectivo y adjunta al mismo, un contrato de
compraventa vehicular con firmas legalizadas notarialmente, llegado el expedientillo al
registrador respectivo y una vez que este realiza la calificación del título presentado,
advierte y descubre que la firma y sellos del notario que ha legalizado la firma de los
contratantes (vendedor y comprador del vehículo) han sido falsificados. Una vez que
estos hechos son puestos en conocimiento del Ministerio Público y efectuada la
investigación preliminar por parte del fiscal encargado es común advertir que se
formaliza denuncia en contra de Juan Pérez, por el delito contra la fe pública –
falsificación de documentos, en agravio del notario público y el Estado; y a su turno, el
Poder Judicial abre instrucción en este sentido.

Segundo caso.-
Emilio Bueno es propietario del inmueble ubicado en el Jirón Sol número uno;
un buen día, decide viajar a los Estados Unidos en busca de trabajo y deja al cuidado
de su vivienda a su amigo Rodolfo. Al transcurrir dos años, Rodolfo, en la creencia de
que Emilio nunca más regresará al Perú, decide vender el inmueble que se le había
dado en guardianía y, para ello, celebra un contrato de compra-venta con Mariano de
los Santos (falsificando para ello la firma de Emilio). Al cabo de cuatro años de su
partida, Emilio decide regresar al país y se da con la ingrata sorpresa de que su
inmueble había sido vendido, utilizando para ello un DNI falsificado y falsificando

(*)
Un agradecimiento especial al Dr. Alcides Mario Chinchay Castillo, pues parte de este trabajo es
el resultado de largas conversaciones sostenidas con él, respecto al tema que pongo a disposición
del lector.
(**)
Fiscal Adjunto Provincial Titular del Distrito Judicial de Lima
también su firma. Entonces, decide interponer una denuncia penal en contra de
Rodolfo y Mariano de los Santos por el delito de falsificación de documentos en su
agravio. El Ministerio Público, luego de realizar la investigación de rigor, formaliza
denuncia contra Rodolfo y Mariano de los Santos como presuntos autores del delito
contra la fe pública –falsificación de documentos–, en agravio de Emilio Bueno.

Tercer caso.-
Determinado día, Juan Pérez se presenta en la ventanilla Nº 2 del Banco
Acrecienta Tu Ahorro, con el objeto de efectivizar el cobro de un cheque por la suma
de US$ 5,000.00 dólares, recibido el título valor y por previsión el empleado del banco
pone el hecho en conocimiento del administrador, y realizada la consulta respectiva se
descubre que días antes el titular de la cuenta corriente ha denunciado la sustracción
de su chequera, por lo que con apoyo de un efectivo policial se aprehende a Juan
Pérez y, realizadas las investigaciones preliminares se determina que la firma del
girador y el llenado del cheque que se pretendía cobrar habían sido falsificados,
entonces, el titular de la cuenta corriente interpone denuncia por el delito contra la fe
pública –falsificación de documentos– en su agravio; y, a su vez, el Ministerio Público
formaliza esta denuncia en contra de Juan Pérez por dicho delito y en agravio del
titular de la cuenta corriente; finalmente, se abre instrucción en este sentido.

Ahora bien, cabe preguntarse, ¿pueden el notario público (para el primer caso
presentado), el titular del inmueble transferido (para el segundo caso) y el titular de la
cuenta corriente (para el tercer caso) ser considerados agraviados en el delito de
falsificación de documentos? A mi entender, la respuesta es negativa.

Sustento mi posición en lo siguiente:


1) Partiré señalando el concepto de agraviado que nos da Guillermo
Cabanellas en su Diccionario Enciclopédico de Derecho Usual. Para él, el
agraviado viene a ser el sujeto pasivo del mal o delito.(1)
2) Ahora, de acuerdo con la Teoría del Delito, la tipicidad tiene dos aspectos:
aspecto objetivo (tipo objetivo) y aspecto subjetivo (tipo subjetivo). A las
características que deben cumplirse en el mundo exterior se les llama tipo
objetivo; aquí encontramos una diversidad de puntos a analizar, como son:
el bien jurídico, los sujetos, la relación de causalidad, la imputación objetiva,
los elementos descriptivos y los elementos normativos. La actitud
psicológica del autor del delito es llamada tipo subjetivo; dentro de este
aspecto se analiza el dolo y la culpa en sus diferentes manifestaciones.

(1)
CABANELLAS, Guillermo. “Diccionario Enciclopédico de Derecho Usual”. Tomo I. Revisada,
actualizada y ampliada. Editorial Heliasta S.R.L. 26ª Edición. Buenos Aires, Argentina, 2001. Pág.
214.
3) Para los efectos de este artículo, nos interesa analizar tan solo el aspecto
relacionado con los sujetos. En un tipo penal existe un sujeto activo y un
sujeto pasivo. El sujeto activo está constituido por el agente que realizó el
tipo penal y que en términos generales puede ser cualquier persona (2); sin
embargo, debemos anotar que, se dan situaciones en que el tipo exige una
cualidad especial en el agente (v. gr. la condición de funcionario público que
debe tener el agente en el delito de abuso de autoridad). El sujeto pasivo
es el titular del derecho atacado, o del bien jurídico que tutela la ley y puede
serlo la persona física, la persona jurídica, el Estado o incluso una
pluralidad cualquiera de personas.
De este punto se desprende que el sujeto pasivo puede ser persona distinta
de aquella sobre la cual recae la acción del sujeto activo (v. gr., en el delito
de estafa el ardid puede haber sorprendido a una persona distinta de
aquella que sufre el despojo patrimonial). Respecto del perjudicado ocurre
algo similar, en el sentido que puede serlo una persona o entidad diferente
del sujeto pasivo (v. gr., los familiares del occiso en el delito de homicidio).
4) De lo expuesto hasta aquí, queda claro entonces que cuando se tenga que
identificar al sujeto pasivo de un acto ilícito, no debe equipararse al mismo
con la persona sobre quien recae la acción del sujeto activo o con la
persona perjudicada por dicha acción.
5) Podría alguien preguntarse: ¿porqué la importancia de haber querido,
previamente, determinar qué se entiende por sujeto pasivo? Ello se debe a
que “(...) los tipos penales contienen, como se ha dicho, vinculaciones
sociales desvalorativas, esto es, vinculaciones entre sujeto activo y sujeto
pasivo establecidas por la acción típica cuya ausencia da lugar a una
causa de atipicidad”(3) (el resaltado es nuestro).
6) Ahora bien, de acuerdo a la ubicación sistemática de nuestro Código Penal,
los delitos de falsificación de documentos están ubicados en el Título XIX,
bajo la denominación de delitos contra la fe pública.
7) Si bien existe gran polémica doctrinal sobre cual es el bien jurídico tutelado
en los delitos contra la fe pública(4), se puede sostener que la doctrina es
pacífica en señalar que el titular del bien jurídico es la colectividad en su
conjunto.
(2)
VILLA STEIN, Javier. “Derecho Penal: Parte General”. Editorial San Marcos. Lima, Perú. Pág.
207.
(3)
BUSTOS RAMÍREZ, Juan. “Obras Completas, Derecho Penal: Parte General”. Tomo I ARA
Editores E.I.R.L. Lima, Perú, 2004. Pág. 809
(4)
Al respecto, nos dice Jelio Paredes Infanzón, «La fe pública, ha dado lugar a una polémica
doctrinal, habiendo autores que aceptan la existencia de la fe pública y los que lo niegan; y, aún,
dentro de cada una de estas posiciones tampoco existe unanimidad, pues, en primer lugar, entre
los que aceptan la existencia de un bien jurídicamente determinado que se llama “fe pública” no
todos están de acuerdo en el contenido conceptual de la misma ni en su origen» (PAREDES
INFANZON, JELIO. Delitos contra la fe pública. Jurista Editores. Lima-Perú 2001. pág. 35.
8) A continuación, me permito citar algunas referencias bibliográficas, con la
finalidad de sustentar lo dicho:
a) “...La necesidad de protección de la fe pública no deriva solo de las
exigencias individuales o de un conjunto de personas que se
involucran directamente en el tráfico jurídico en el que participan
diversos signos, formas o documentos, sino que es un interés de
todas las personas que forman el colectivo social y que de un
modo u otro pueden verse perjudicadas por la alteración de los ritos
o procedimientos que con el transcurso del tiempo y con los
condicionamientos históricos se han establecido para una mayor
seguridad y confianza...”(5) (el resaltado es nuestro).
b) “...Esta apariencia de verdad que generan tales signos,
engendra una confianza, una fe, en la sociedad, en el público en
general, la fe pública que se protege por el Estado en cuanto es
necesaria para el tráfico jurídico y puede servir como medio de
prueba o autenticación. Todos o casi todos los objetos materiales
sobre los que recae la acción en los delitos de falsedades: sellos o
efectos timbrados, monedas, documentos públicos, documentos
mercantiles, títulos profesionales, certificados, etc., son signos que
engendran esa apariencia de realidad. La creación y la
manipulación ilegítimas de esos objetos son ataques al tráfico
fiduciario, a la fe pública, en la medida en que dichos objetos
gozan de crédito en las relaciones sociales y su uso es
indispensable para el normal desarrollo de una convivencia
con un mínimo de organización... “(6) (el resaltado es nuestro).
c) “...La fe pública no es el conjunto de la fe o la confianza de las
personas o de un grupo concreto de personas, sino que constituye
un valor social objetivo, cuyo interés particular se relaciona con las
bases mismas del sistema social y de la estructura tanto jurídica
como económica. Ella no puede verse solo como el agregado o el
resultado de la sumatoria de los individuos o las personas que
tienen interés en la preservación de la confianza social, sino como
un interés o valor social, independiente de los coeficientes psíquicos
particulares e individuales...”(7) (el resaltado es nuestro).
d) Manzini nos dice: “La confianza asume el carácter de fe pública
cuando se considera como un fenómeno colectivo, como una

(5)
CASTILLO ALVA, José Luis. “La Falsedad documental”. Jurista Editores. Lima, Perú, agosto de
2001. Pág. 24.
(6)
MUÑOZ CONDE, Francisco. Derecho Penal: Parte especial. 13ª edición, con Apéndice de
puesta al día. Editorial Tirant lo blanch. Valencia, España, 2001. Págs. 669-670.
(7)
CASTILLO ALVA, José Luis. Op. cit. Pág. 25.
costumbre social, como un comportamiento particular de la
moralidad pública, y no como un hecho meramente individual y
contingente”(8) (el resaltado es nuestro).
e) “Si la confianza se refiere a las relaciones privadas –de individuo a
individuo-, tenemos la fe privada. El que la viola, puede en algunos
casos ser pasible de acriminación (adulterio, de estafa, apropiación,
etc.). (...) Distinta es la fe pública. Aquí ya no es el particular el
que cree en otro particular, sino que es toda la sociedad la que
cree en algunos actos externos, signos y formas, a los que el
Estado les atribuye valor jurídico. Perdida esta creencia, la
sociedad ya no sería posible, ni los timbres, ni los sellos, ni los
documentos públicos y privados, tendrían ningún valor, si
desapareciera la confianza que toda la comunidad civil tiene en
ellos. Y la fe es colectiva y pública, no solo subjetivamente, por
ser creencia de todos, sino también objetivamente, porque
acompaña al escrito o a los signos casi como si se incorporara
a ellos, y ante la colectividad les confiere un valor universal...”(9)
(el resaltado es nuestro).
f) “La fe pública no solo pretende proteger a los ciudadanos que
pueden sufrir un daño por la alteración, completa o absoluta, de
los signos distintivos de un objeto o por la modificación mendaz de
una declaración negocial. Ella también busca proteger a los
funcionarios públicos, instituciones, personas jurídicas o, en
general, a la sociedad que pueden verse afectados por las
acciones de falsificación o adulteración de documentos realizadas
por uno de sus miembros....”(10) (las negritas son nuestras).
g) Jelio Paredes Infanzón(11), citando a Luis Bramont Arias, nos
expresa: “La fe pública constituye un bien o interés jurídico, una
entidad real, y su titular es la sociedad, vale decir la colectividad
viviente dentro de un Estado...”; y, agrega lo siguiente: “Es
importante el aporte que hace el penalista peruano Prado
Saldarriaga al señalar las características de la fe pública como
bien jurídico, teniendo las siguientes: a) Es un bien jurídico
colectivo, en cuanto no es una fe personal de un individuo
concreto, sino de todo el grupo social; b) Surge de una

(8)
MANZINI, citado por GARCÍA CANTIZANO Ma. Del Carmen, “Falsedades documentales”.
Editorial Tirant lo blanch. Valencia, 1994. Pág. 85.
(9)
GARCIA DEL RIO, Flavio. “Derecho penal: Parte General & Parte Especial”. Ediciones Legales
Iberoamericana E.I.R.L. 1ª Edición. Lima, Perú. Setiembre 2002. Pág. 531.
(10)
CASTILLO ALVA, José Luis. Op. cit. pág. 26.
(11)
PAREDES INFANZÓN, Jelio. “Delitos Contra la Fe Pública”. Jurista Editores. Lima, septiembre
de 2001. Págs. 42-45
disposición legal que se objetiviza en la exigencia de certeza y
validez que se otorga a documentos, símbolos o signos, respecto a
los hechos o calidades que contienen o representan; c) Tiene la
función política criminal de servir al tráfico jurídico e interés social...”;
Paredes Infanzón nos dice finalmente “El Estado otorga la autoridad
legítima a determinados funcionarios públicos a fin de autenticar
determinados actos o documentos a fin de generar certeza y validez
jurídica de estas, en la interacción social. Ello es importante porque
da lugar a una confianza colectiva en la sociedad mediante la fe
pública se tutela penalmente, entonces a esta confianza
colectiva que se tiene subjetivamente de ciertos actos o
documentos autenticados por un funcionario público (el resaltado
nuestro es).
9) Queda claro entonces que la fe pública debe ser entendida como la
confianza o creencia de apariencia de realidad o verdad que tiene la
sociedad en su conjunto, en ciertas formas, objetos, trajes, insignias,
documentos públicos y privados, etc., a los cuales se les ha asociado un
significado que se encuentra en la conciencia colectiva y que genera un
sentimiento de fiabilidad y credibilidad. Este sentido colectivo de fe pública
ha sido graficado por Miguel Marcopulos cuando nos dice que la necesidad
de creer que el documento que tenemos ante nuestros ojos es auténtico,
aún sin conocer al firmante y sin que haya sido firmado en presencia
nuestra. Si no lo es, no somos sólo nosotros individualmente los
lesionados, sino toda la sociedad(12);
10) Entonces, siendo el Estado quien ha dotado de significación a los
documentos expedidos u otorgados por los funcionarios públicos, es
preciso se considere solo a aquel (el Estado) como agraviado en los delitos
que atacan la confianza de la colectividad depositada en tales instrumentos;
máxime, si se tiene en cuenta que el único titular de lo público es el
Estado, por consiguiente, a mi entender, en los casos planteados al inicio
de este artículo, el notario público (como ente individual), el propietario del
inmueble y el titular del título valor falsificado, no pueden ni podrían ser
considerados como agraviados de tales hechos delictivos; pues, si lo
público fuera encarnado en un particular (privado) deja de ser público; y si
se diera el caso de que el privado se erigiera en representante de lo
público, entonces pasaría a ser parte del Estado.

Para sustentar aún más nuestra posición, es preciso señalar que en los delitos
contra la fe pública siempre hay un engañado y un usurpado; dos situaciones distintas
(12) Miguel Marcopulos citado por PRADO SALDARRIAGA, Víctor. En: Todo sobre el Código
Penal. Tomo I. Notas y Comentarios. Idemsa. Lima, octubre, 1996. Pág. 298.
que merecen ser analizadas con la finalidad de determinar si ambos, o al menos uno
de ellos, puede ser considerado agraviado en tales delitos.

Para ello, recurrimos al siguiente ejemplo: Juan Núñez postula e ingresa a la


Escuela de Postgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para seguir
estudios de Maestría en Derecho Civil; presenta para el efecto un título de abogado de
la Universidad de San Martín de Porres. Posteriormente, se realiza la verificación del
documento presentado y se comprueba que el título presentado por Juan Núñez es
falso, toda vez que nunca cursó estudios de Derecho en la Universidad de San Martín
de Porres.

En el ejemplo propuesto, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos resultaría


ser la engañada; mientras que la Universidad de San Martín de Porres vendría a ser la
usurpada (por haberse tomado falsamente el nombre de la universidad).

Entonces tenemos lo siguiente:


a) ¿El engañado, esto es la UNMSM, tuvo fe en el título que se le presentaba?,
la respuesta es SÍ; ¿esa fe, es pública?, la respuesta es NO, pues la
UNMSM no encarna la fe de la colectividad en su conjunto, por ende no
puede convertirse en depositaria de la fe colectiva.

Podemos representar gráficamente esta afirmación del siguiente modo:


Engañado:
Fe SI
Pública NO

b) ¿El usurpado, es decir la USMP, tuvo fe en el título presentado por Juan


Núñez?, la respuesta es NO, pues el documento nunca fue presentado ante
dicha entidad, por consiguiente en ningún momento tuvo que tener fe en el
mismo; y menos puede ser considerada como depositaria de la fe colectiva.

Podemos representar gráficamente esta afirmación del siguiente modo:


Usurpado:
Fe NO
Pública NO

En consecuencia, se concluye que ninguno de los supuestos; es decir, ni la


persona que resulta engañada con el documento falso que se le pone a la vista y en el
cual creyó, ni la persona usurpada cuyo nombre o signos distintivos (firma) fueron
tomados inconsultamente para elaborar un documento falso, podrían ser
considerados, válidamente, sujetos pasivos (agraviados) de los delitos contra la fe
pública, pues carecen de la condición esencial de ser depositarios de la fe que todos
los miembros de la colectividad tienen respecto del contenido del documento en
cuestión (en este caso, el título de abogado falsificado).

Frente a los argumentos expuestos, pueden surgir las siguientes interrogantes:


¿cómo podría defenderse el notario público ante el presunto perjuicio que se le causó
al falsificar su firma y sellos notariales?, ¿qué acción podría entablar el propietario de
un inmueble, cuyo bien fue transferido sin su consentimiento y falsificando su firma?,
¿qué acción podría presentar el titular del título valor cuyo llenado y firma fueron
falsificados? y ¿el supuesto perjuicio sufrido por ambos quedaría en el desamparo?

Intentando responder tales interrogantes, podemos señalar que no toda acción que
cause perjuicio a determinada persona, justifica la intervención del Derecho Penal
para proteger a este último (Principio de Mínima Intervención del Derecho Penal);
pues, para ello, nuestro ordenamiento jurídico ha creado mecanismos de protección
extra penales (en la vía constitucional, civil, administrativa, etc.).

Por lo tanto, para los casos planteados, aquel notario que se considere agraviado,
podría intentar una acción civil de indemnización por usurpación de nombre (art. 28
del Código Civil); entendiéndose la usurpación del nombre como el uso indebido del
mismo, el cual puede realizarse de manera directa o indirecta. En este sentido, la
Sala Civil de la Corte Suprema, con fecha del 04 de diciembre de 1998 (Cas. N° 750-
97) expresa que: El artículo veintiocho del Código Civil regula la institución de la
usurpación del nombre, siendo el concepto de usurpación aquí utilizado de
naturaleza civil y no penal, (...) uso que puede ser directo cuando existe un
apoderamiento del nombre, es decir que una persona se identifique con el nombre de
otra, y también puede ser indirecto, cuando se use el nombre ajeno no para
identificarse sino para consignarlo en documentos o citarlo para atribuirle una
manifestación de voluntad o una situación jurídica inexistente (...)(13).

El propietario que se considere perjudicado por la transferencia de su inmueble


que se efectuó falsificando su firma, podría intentar una acción de nulidad de acto
jurídico por falta de manifestación de voluntad (art. 219 inc. 1 del Código Civil). En
efecto, en el caso propuesto, se considera que es factible invocar esta causal, porque
la manifestación de voluntad no ha sido materialmente efectuada por el sujeto al cual
se atribuye la misma la firma del sujeto al que se le atribuye la manifestación (escrita)
ha sido falsificada.

(13) GACETA JURÍDICA. “Código Civil comentado por los 100 mejores especialistas”. 1° edición. Marzo,
2003. Pág. 219
Mientras que para el caso del titular del título valor incriminado (tercer caso), se
podría proceder de la misma manera que en el primer caso planteado.

Finalmente, cabe ponerse frente a la alternativa de que alguien pueda argumentar


que las reflexiones hasta aquí esbozadas quedan zanjadas (por decirlo de algún
modo) con lo que establece el novísimo Código Procesal Penal (Decreto Legislativo
N° 957) -cuyo texto todavía no se encuentra vigente en su integridad-, en sus artículos
11 inciso 1 y 94 inciso 1, los mismos que a la letra dicen:

“Artículo 11 Ejercicio y contenido


1. El ejercicio de la acción civil derivada del hecho punible corresponde al
Ministerio Público y, especialmente, al perjudicado por el delito. Si el
perjudicado se constituye en actor civil, cesa la legitimación del Ministerio
Público para intervenir en el objeto civil del proceso...”

“Artículo 94 Definición
1. Se considera agraviado a todo aquel que resulte directamente ofendido por el
delito o perjudicado por las consecuencias del mismo. Tratándose de
incapaces, de personas jurídicas o del Estado, su representación corresponde
a quienes la Ley designe...”.

Nótese que ambos dispositivos hacen alusión al “ofendido o perjudicado”, siendo


aún más explicito el artículo 94 cuando en su inciso primero señala que se considera
agraviado al directamente ofendido o perjudicado por las consecuencias del delito.

Frente a esta aparente solución al problema, insistimos en nuestra posición; es


decir que, la interpretación que tendrán que adoptar nuestros tribunales en el
momento en que entre en vigencia íntegramente el Código Procesal Penal (1 de
febrero de 2006, según lo establecido en el ítem 2 de su Primera Disposición Final),
tendrá que ser una interpretación que se encuentre acorde con la posición adoptada
por la dogmática jurídica que desarrolla la parte sustantiva del Derecho Penal,
conforme ha sido desarrollado con amplitud líneas arriba (acápites 3, 4 y 5).

Por consiguiente, en mi opinión, la solución para la falta de uniformidad de criterios


que se viene dando hoy en día y que podría seguir generándose en el futuro, radica
en adoptar una posición que vaya de la mano con la dogmática que sustenta el
derecho penal sustantivo (Parte General y Especial del Código Penal).

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