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SOCIEDAD
POR: MARGARITA PACHECO - 04/05/2013
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que introyectamos y que nos impide generar un pensamiento concienzudo al
respecto.
Hacia la década de los años 70, Iván Illich hizo énfasis en que era necesario
desmarcar a la educación de la percepción generalizada que la vincula, de
manera restrictiva, únicamente a la escuela. Esta noción, hoy ampliamente
aceptada, de que el lugar par excellence de la educación es la escuela, en
realidad es un invento muy moderno que quizá podríamos rastrear a partir de la
Ilustración y el reposicionamiento de las universidades como los grandes
templos del conocimiento, que se dio por allá del siglo XVIII, y que, finalmente
se afianzó en el marco del desarrollo de las naciones industrializadas. Entonces,
la escuela como institución enmarcada en procesos históricos específicos, no
puede ser por naturaleza el espacio natural de lo educativo.
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generaciones la lógica de la sociedad capitalista en nuestros tiempos. La
escolarización alude a los mecanismos mediante los que las instituciones
escolares tradicionales, introyectan en una sociedad los valores que responden
a la reproducción y legitimación del statu quo. Illich advierte: “Cuando una
sociedad se escolariza, acepta mentalmente el dogma escolar” 1. Sin embargo,
hay que tener cuidado con caer en simplismos y asumir que el autor está en contra
de toda escuela, si entendemos como organización o sistematización de la
construcción colectiva del conocimiento. Illich entiende otra cosa por escuela:
Otro de los elementos que Illich discute, y quizá uno de los fundamentales para
cuestionar, no sólo la escuela, sino en general, el conocimiento que aceptamos
como válido, es el de la certificación. Nos hemos acostumbrado a que exista una
instancia, por encima de nosotros, que decida cuál es el tipo de conocimiento
válido, y más aún, cuál es la forma correcta de adquirirlo. Esa instancia, la escuela
―y ahora las instituciones que evalúan a las escuelas―, se encuentra cada vez
más alejada de las necesidades profundas y reales de las personas, en tanto
responde a las demandas de producción y consumo del mercado. ¿Acaso no
deberían ser las comunidades las que definieran sus propias necesidades
educativas de acuerdo a los procesos en que se inscriben? ¿No deberíamos ser
capaces de generar autónomamente aquello que nos es vital, material y
simbólicamente, y encauzar nuestra educación a cultivarlo de manera colectiva?
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La escuela no sólo pauta la manera en la que se adquiere el conocimiento, sino
que tiene la facultad de decidir quién lo ha adquirido “correctamente”. Aquellos
que logren sortear los diferentes filtros de evaluación (para los que más que
inteligencia, se requiere adiestramiento), serán reconocidos mediante la
certificación de sus aptitudes, esto les confiere a su vez un indiscutido
reconocimiento social. Mientras, el resto, los que no lograron sujetarse a las
reglas del juego, son excluidos, estigmatizados por un sistema que no reconoce
la diversidad de necesidades, de conocimientos y saberes, y la pluralidad con
que estos se generan. De esta forma, la lógica de la credencialización se perpetúa
y legitima las desigualdades sociales, sobre el argumento de las capacidades y
aptitudes, que unos tienen y otros nomás no.
Notas
1
Iván Illich, “Alternativas”, en Obras Reunidas, Vol. I, Fondo de Cultura
Económica, México, 2006, p. 103.
2
Ibid., p. 102