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La soledad de la antigua casa era otra vez como en el

principio, y el olor del aire quieto, así como el de las paredes


y el suelo volvió por un instante a ser el mismo que el de
aquella mañana de octubre echada en un lejano lugar de la
memoria hacía ya tanto tiempo, él lo sentía así.
Caminó el largo pasillo que comunicaba la sala con el
interior oscuro, primero lentamente y luego acelerando sus
pasos como si intentase encontrar alguna señal de ella;
luego, como si tratara de huirle a un monstruo que le seguía
y al que no se atrevía a voltear a mirar. No entendió muy
bien de dónde venía esa sensación en su vientre que le
castigaba desde adentro y le quemaba las entrañas, y de
repente, apareció aferrado a la cerradura de la puerta del
cuarto del piano con ambas manos, con el hombro apoyado
junto al marco de madera, procurando alivianar el sonido
de su respiración para poder escuchar sin tener que entrar
en él.
Entonces le pareció sentir a Helena, su madre. Cerró sus
ojos para verla mejor. Estaba allí frente al piano acariciando
suavemente el teclado con sus finos dedos. Las notas
producidas iban incrementando segundo a segundo su
fuerza llegando finalmente a ser bien perceptibles, y su cada
vez más agresiva intensidad enclavó un impulso telúrico en
la cabeza de él, que continuó con el oído tan cerca como
podía de la puerta, respirando en silencio y con un millón de
destellos emocionales recorriéndole las venas, los que
pronto comenzaron a tomar una forma y determinación
perfectas e inequívocamente reconocibles. Una antigua
melodía enterrada en el olvido hacía muchos años que
pareció ser la llave única de un rincón de su cabeza. Una
pieza que creía arrancada de su pasado, que le era difícil
redescubrir paso a paso, nota a nota, y a la que había
lanzado a ese oscuro lugar de sus recuerdos en donde
yacían otro buen montón de dudas de su conciencia.
Poco a poco comenzó a sentirse más cómodo junto a la
puerta. Algo le impedía aún entrar en el cuarto, no era
temor ni aflicción alguna, quizá más bien no quería volver a
verla. Su mente le jugaba una extraña pasada y le tenía
tambaleándose en un ir y venir de indecisión que hasta ese
momento era endulzada por la exquisitez de la melodía que
desde hacía unos instantes era bien clara y matizada.
Apretó los párpados y se llenó de decisión, sintiendo como
sus fuerzas respondían ya no al niño que se aferró a la
cerradura de la puerta, sino a un cuerpo y una esencia más
fuerte y madura. Su aliento cambió en un par de
respiraciones por el de un hombre cuya amargura nubla con
triste constancia el camino de sus acciones, y a la vez sentía
cómo la melodía de la otra habitación se hacía confusa, cual
si su intérprete se sintiera sorprendida por la presencia de
un extraño y se apresurara a detenerse. Tenía que tomar
una decisión y asumió de súbito la idea de entrar en el
cuarto, con tanto sigilo como le fuera posible para evitar
que Helena se sintiera intranquila al verle ahí y su dulce
melodía no se perdiera ya jamás después de ese día. Mas
cuando intentó abrirse paso notó que la cerradura estaba
asegurada desde el otro lado y el temor invadió de nuevo su
impetuoso y torpe corazón terminando por destrozar sus
esperanzas de verle. Forcejeó contra la cerradura con rabia
y el piano produjo un terrible lamento que puso fin a todo
sonido, lo que tan sólo incrementó la desesperación que
sentía y le obligó a arremeter salvajemente contra la puerta
rompiendo el cerrojo y abriéndose paso de forma brutal en
la habitación.

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