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Pedagogía en Castellano
Francisco Bilbao fue el ícono de aquella generación, símbolo del radicalismo liberal
combatió a los gobiernos conservadores en nombre de la democracia, la libertad y la igualdad, al
mismo tiempo que llamaba a la unidad de los pueblos latinoamericanos para enfrentar la amenaza
imperialista que acechaba al continente. De una inteligencia admirable y una conciencia crítica,
Bilbao dedicó su vida a la causa de la democracia, pasando gran parte de ella en el exilio y sufriendo
constantes persecuciones.
Biografía:
Nació el 9 de enero de 1823, hijo de Rafael Bilbao y Mercedes Barquín. A corta edad debió
partir al exilio acompañando a su padre, un dirigente liberal que emigró luego del triunfo
conservador en 1829. Diez años después, en 1839, se autorizó el regreso de su familia a Chile y
una vez en el país, Bilbao, comenzó sus estudios en el Instituto Nacional y apenas con 21 años saca
a la luz pública el controvertido ensayo Sociabilidad chilena, por el cual, tras un polémico juicio
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religioso por blasfemia en donde lo excomulgaron de la Iglesia, fue exiliado a Europa. Ahí se hizo
cercano a las ideas liberales de Lamennais, Quinet y Michelet, a la vez que presenció la corriente
revolucionaria que se extendió por el Viejo Continente en 1848.
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Sobre el Evangelio Americano
El evangelio americano fue publicado en Buenos Aires, Argentina, el año 1864. Muchos
sospechan que el libro guarda cierta semejanza con el Evangelio de Lamennais, de quien fue un
buen conocido en las letras. Según Bilbao todos tenían que leer el evangelio, pues este revela la
verdad del hombre, la verdad de todos y en este él expresa su alma pura, su testamento a los hijos
de América que luego de tantas situaciones necesitaban una palabra en la cual apoyarse.
En tales agitaciones, la opinión pública fue sorprendida con la noticia de la ocupación que la
escuadra española había hecho en abril de 1864 de las Islas de Chincha pertenecientes al Perú, alegando
para semejante atentado el derecho de reivindicación, que la conquista les diera en tiempo de Pizarro.
Ante semejante ataque, todos vieron renacer los tiempos heroicos de la epopeya de la independencia.
¡La conquista, atacando en el corazón de las Repúblicas Americanas! Chassaing y Bilbao, ayudados de
la prensa de todos los partidos, levantaron un grito de indignación, clamando por la unión de las naciones
del Continente para responder al reto de la España, (...) Restablecido un momento y queriendo sucumbir
primero en su puesto, que atender a su salud, dio a luz su último trabajo, expresión de su alma pura, y
cual si fuera el testamento que legará a los racionalistas: El evangelio americano. Al terminar las últimas
páginas de este libro, la salud le abandonó completamente y tuvo que retirarse de su vida pública, para
no volver a aparecer más en ella. El soldado daba su último aliento al pie del cañón que proclamaba la
regeneración de la humanidad. (Bilbao, M. 1866, p. 168).
Desde el título del texto inicia la crítica del autor, puesto que el nombre Evangelio
americano, supone un cuestionamiento de la influencia del cristianismo en nuestro continente y
traza, implícitamente, la función determinante de la Iglesia en la esencia del Estado. En la primera
parte del libro, se arenga a que el pueblo latinoamericano despierte de un letargo que lo tiene
sumido en la aceptación del doctrinarismo europeo que afirma que “el despotismo es necesario
para fundar la libertad” (Bilbao, 1864, p. 223), justificando de esta forma la injusticia realizada por
los conquistadores y gobernantes corruptos. Bilbao incita al lector a que tome conciencia de su
«yo», nutriendo su propio pensamiento, para así ser autónomo y gobernarse a sí mismo. Nos dice:
“Si el hombre no es soberano, entonces la monarquía, el imperio, la teocracia, la aristocracia, la
feudalidad, las castas sacerdotales, militares, propietarias, toda forma de tiranía o despotismo es no
sólo posible, sino justa” (Bilbao, 1864, p. 210). Y con estas palabras no quiere referir que aquello
esté bien aceptarlo, sino que nosotros, como seres racionales, debemos ser nuestra propia autoridad
aprendiendo y aplicando los principios de verdad y justicia. Solo a partir de este conocimiento
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podemos ser libres, puesto que, al pensar voluntariamente inclinados en estas virtudes, no nos
sometemos ni realizamos actos que atenten contra ellas, por ende, el «yo» es equivalente al
«nosotros» y existe bien común. Asimismo, regirnos por el intrínseco sentimiento de igualdad que
emana desde nuestro interior es “la afirmación de la bondad de Dios por la personalidad del
hombre” (Bilbao, 1864, p. 222), y aquello nos conducirá a denunciar la injusticia cuando la veamos
presente en representantes políticos que abusen de su poder. Sin embargo, cuando renunciamos a
este equilibrio natural al tornarnos individualistas y pasamos a llevar el derecho de nuestros
hermanos por el deseo egoísta de tener más que el resto, acabamos dominando por la fuerza al más
débil y perdemos la propia voluntad, pues esta pasa a ser esclava de la codicia y el alma humana
se envenena hasta ser un cadáver con perfume fino, pero pestilente para ojos puros carentes en
quien es déspota.
Tras haber dejado trazadas las actitudes y decisiones que favorecen la existencia y ejercicio
de la libertad y la justicia, el autor afirma que es la herencia post-conquista la que nos conduce a
un constante despotismo. Esta idea la defiende mediante la siguiente comparación entre la invasión
hispana de América y la inglesa de USA: “Con la España vino el catolicismo, la monarquía, la
feudalidad, la inquisición, el aislamiento, el silencio, la depravación, y el genio de la intolerancia
exterminadora, la sociabilidad de la obediencia ciega. Con los ingleses vino la corriente liberal de
la reforma: la ley del individualismo soberano, pensador y trabajador en completa libertad” (Bilbao,
1864, p. 229). Con esto apunta a que, al ser colonizados por un pueblo barbárico en sus métodos,
por ejemplo, violento, autoritario y fanático religioso, influyó en la mentalidad americana que se
vio obligada a someterse tanto por la fuerza como por el adoctrinamiento religioso e ideológico.
Lo primero se reflejó en un río de sangre que se extendió desde México hasta al extremo sur chileno
(la Patagonia), mientras que lo segundo se manifestó en la imposición del catolicismo como credo
legal de la Corona y que fomentaba las expediciones al continente, pues postulaba “sacro” el acto
de evangelización, aunque al final esto solo fue una herramienta más para explotar y someter a los
indígenas mediante la encomienda y usurpar sus tierras. Esta era la gran diferencia entre los
peninsulares e Inglaterra, ya que estos últimos no eran extremos en su deseo de cristianizar a causa
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de tener una inclinación protestante, la cual critica las atribuciones excesivas con las que se viste
el poder eclesiástico.
El catolicismo se regía bajo la ignorancia del pueblo, gobernaba a través de ello y llamaba
blasfemo o inmoral y perseguía a todo librepensador que buscara el conocimiento más allá de lo
divino. Bilbao mismo es prueba de ello, al ser condenado al publicar La sociabilidad chilena y, tal
vez, es por ese hecho (y otros enfrentamientos que tuvo después con la iglesia) que es partidario a
pensar que el catolicismo como una herramienta de dominación y conquista que sólo es superada
por la civilización y conocimiento de sí mismo, ya que, como menciona en el Evangelio: “La moral
o religión que niegue la libertad, es moral y religión de esclavos” (Bilbao, 1864, p. 211). La fuerte
crítica a esta herencia opresora, para Bilbao, no se limita a, solo a explorar el porqué de la búsqueda
de la sumisión a través de la ignorancia en los pueblos, sino que, a como el no indagar más allá de
esto no nos lleva a plantearnos la existencia de las contradicciones y absurdos existentes en la
Iglesia Católica: “Hay religiones que contienen muchos dogmas, verdaderos los unos, falsos los
otros. Estas son las religiones que llevan la contradicción en su esencia” (Bilbao, 1864, p. 230).
Como pudimos apreciar en párrafos anteriores, son diversos los factores que posibilitan o
censuran la expresión de los principios de libertad, justicia e igualdad, conceptos o ideales que han
sido universalmente asociados desde siempre con la Revolución Francesa. No obstante, Francisco
Bilbao se opone tajantemente a esta aseveración, puesto que considera que los franceses, en vez de
ser vistos como la regeneración de la humanidad en la representación de sus valores democráticos,
deberían visualizarse como un fiasco ya que su discurso: “Hablaba mucho de libertad, y no la
reconocía en los ciudadanos para administrar sus intereses en sus localidades respectivas” (Bilbao,
1864, p. 273), pues concentraba el poder en París, la capital. Incluso, aquel que pensara siquiera en
un gobierno federal, le costaba la vida.
De este modo, critica y rompe de lleno con la idolatría que se tenía hacia la filosofía francesa
y, asimismo, destaca que en 1776 los Estados Unidos de Norteamérica ya habían desplegado la
lucha contra el despotismo, dejando claro que “la revolución americana no es una consecuencia de
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la teoría del Viejo Mundo en su desarrollo” (Bilbao, 1864, p. 271), pero por el fuerte eurocentrismo
no fue tan valorado este hecho histórico.
Sin embargo, la idea del autor nacional no era resaltar la labor de sus hermanos del Norte
en favor del progreso social, sino trazar el pensamiento de que la revolución es la reacción de la
justicia contra el mal, pues “Sentir el mal, odiarlo, atacarlo, no es consecuencia de la tradición
encadenada de los siglos. Es un HECHO-LEY de la autonomía del hombre” (Bilbao, 1864, p. 272).
Así es como, finalmente, se vuelve al punto inicial de la obra y se concluye que el pensamiento
propio de los individuos es lo que hace cambiar a sus pueblos en favor de la virtualidad del espíritu
humano en todo tiempo y lugar.
Bibliografía:
- Bilbao, Francisco: El evangelio americano. Cuba: Fondo Editorial Casa de Las Américas,
2008.
- Bilbao, Francisco: Francisco Bilbao: El autor y la obra. Chile: Editorial Cuarto Propio,
2007
- Bilbao, Manuel: Obras completas de Francisco Bilbao. Tomo I y II. Argentina: Imprenta
de Buenos Aires 1866.
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