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Módulo de liderazgo y construcción política

El módulo centra su análisis en la descripción del fenómeno de liderazgo


entendido no como un sujeto político predestinado poseedor de cualidades
excepcionales sino como la construcción de un proyecto político que permite
articular conjuntos de personas e instituciones en torno a una causa común que
emerge como instancia de lucha y transformación de la realidad.
En tal sentido la capacitación focalizará su atención en el doble vínculo
establecido entre el fenómeno de liderazgo y el contexto social en el cual se
sitúa y construye, en las características distintivas de este fenómeno y la
operación mediante la cual se constituye como tal, pasando revista por sus
distintos tipos y las instancias que neutralizan su emergencia en tanto
expresión de una configuración sociopolítica específica.

Objetivo: Aportar elementos teóricos conceptuales que nos permitan


reflexionar respecto de cómo construir políticamente (actuar sobre la realidad
para modificar las relaciones de poder), en el marco de los cambios operados
en la sociedad argentina contemporánea.

Docente: Dr. Daniel Omar Arzadun


Doctor en Ciencias Políticas y Lic. en Ciencias de la Educación, docente
universitario e investigador. Cuenta con numerosas intervenciones en ámbitos
académicos sobre la constitución de los partidos políticos y la realidad política
argentina y de la región.

Programa de Liderazgo y construcción política

-Liderazgo, su concepto y características específicas.

-Construcción de liderazgo en contextos sociales diferenciados (sociedad de


masas – sociedad fragmentada).

-Relación entre liderazgo y construcción política.

-La operación de liderazgo: generación del vínculo colectivo, el territorio,


diagnóstico de los recursos (materiales, humanos ,simbólicos), imaginación y
creación de una subjetividad política.

-La ocupación del territorio y la autonominación.

-Operaciones de neutralización del liderazgo.

-Liderazgo político y de opinión.

-Liderazgo y representación.

-La dimensión ética y política del liderazgo.

-Liderazgo y hegemonía.

1
MODULO 1: LA ARGENTINA DE MASAS

Cuando las jerarquías y el orden vigente son fuertes y estables, no hace falta
explicar por qué el líder manda (sea de una agrupación barrial o de la Nación).
Su lugar está asegurado. Muchas veces, entonces, se vuelve la atención hacia
sus cualidades personales, hacia su carisma: el líder manda porque es
seductor, porque tiene cualidades “mágicas” que logran generar obediencia.
Cuando, por el contrario, aquellas jerarquías y aquel orden se debilitan y
tambalean, no sólo se vuelve más difícil explicar por qué manda el líder, sino
que muchas veces no se sabe bien quién es el que manda. En este último
caso, la falta de certezas hecha un manto de duda sobre todo aquel que es
visto como líder: siempre puede ser, en realidad, el títere de otro, un invento
mediático o un simple oportunista.
Esta incertidumbre parece hoy constituirnos, es un rasgo de nuestro presente.
Y no refiere sólo a los líderes, sino también a las instituciones y proyectos que
representan. La aparición de nuevas formas de organización de la política y el
permanente entrecruzamiento de prácticas tradicionalmente reconocidas como
políticas con otras no políticas vuelven aún más incierto el panorama. En la
sociedad de masas la palabra “política” tenía un punto fijo de referencia en el
Estado. En nuestro presente de fragmentación, en cambio, el Estado se ha
desplazado del centro y compite hoy con otras instituciones.
Estamos pues por lo enunciado ante un profundo cambio en nuestro paradigma
social. Hemos asistido al pasaje del modelo de sociedad de masas al modelo
de sociedad fragmentada.
El pasaje comentado tiene profundas consecuencias en nuestra forma de
entender y actuar sobre la realidad y específicamente (dado que es este tema
el objeto de análisis del presente módulo), en la construcción política, es decir
en nuestra forma de valorar y actuar políticamente, entendiendo por ello la
posibilidad de gestar un movimiento colectivo que permita transformar la
sociedad en función de los intereses de las mayorías populares.
El desafío en cuestión, en definitiva, es como pensar la construcción de poder
popular teniendo en cuenta que las condiciones socio – políticas se han
modificado respecto del pasado, por ende, si la sociedad a cambiado
necesariamente han de modificarse los métodos de construcción política.
Utilizar la misma metodología que en el pasado en el contexto de una sociedad
distinta seguramente hará fracasar nuestro intento de alterar el estado de
cosas existentes.
En conclusión, el desafío que tenemos por delante es nada menos que
repensar la política, repensar el fenómeno de liderazgo como la posibilidad de
construir un colectivo de masas que entienda a la política como la herramienta
base para modificar las relaciones de poder en función de las necesidades e
intereses de las mayorías populares y esto en el marco de una sociedad que,
en términos generales, descree de la política.
He aquí el gran desafío y la gran paradoja de nuestros tiempos, la única
posibilidad de alterar las relaciones de poder es a través de la política, pero
justamente es esta última la que lejos de ser una instancia virtuosa (como lo
fue en el pasado), se encuentra profundamente desprestigiada.

2
Para tratar de comprender la naturaleza de estos cambios es necesario (a
nuestro juicio), intentar describir el modelo de sociedad que predominó en la
Argentina hasta el golpe de marzo de 1976 y la que justamente comenzó a
mutar a partir de este luctuoso y repudiable suceso terminando de consolidarse
en los años noventa.
Este pasaje es sumamente importante, pues el primer paso para tratar de
modificar la realidad es justamente conocerla, por ello de aquí en más se
tratará de hacer una breve síntesis apuntando a describir los cambios operados
en el contexto social de la Argentina durante los últimos 70 años. Es en esta
etapa donde claramente se observa el pasaje de una sociedad de masas (que
en su momento perfiló el radicalismo yrigoyenista y termino de modelar
definitivamente el peronismo a partir de 1945), a otra fragmentada (cuyo inicio
como se dijo puede ubicarse en 1976 consolidándose en la década del
noventa).

La Argentina de masas

Cuando hablamos de una sociedad de masas hacemos referencia a un ámbito


social en donde lo que predomina es la existencia de grandes colectivos
sociales fuertemente movilizados políticamente y dispuestos a hacer valer su
capacidad transformadora para alterar las relaciones de poder.
Esa argentina aluvional es la que comienza a consolidarse hacia 1945 con la
llegada del peronismo al poder.
Es en este contexto en el que la política pasa a tener un predominio central
como herramienta de transformación social al servicio de los intereses de los
sectores populares a los que genéricamente se los engloba dentro del
concepto de “pueblo”.
Efectivamente este concepto hacía referencia a un colectivo social férreamente
encuadrado en instituciones políticas fuertes y estables.
El pueblo reconocía una forma de organización política específica y no
partidaria: el “movimientismo”.
El movimiento nacional era la forma en que el pueblo construía políticamente
su destino y por sus propias características este movimiento reconocía una
constitución englobante y heterogénea que trascendía la parcialidad expresada
por los partidos políticos, históricamente representativos de una clase social
determinada.

3
La conformación movimientista expresaba un conjunto de agregados sociales
de masas en los que se reconocía a la clase trabajadora organizada
sindicalmente y coordinada por la madre de las instituciones sindicales la
C.G.T, como su columna vertebral.
En torno a esa columna vertebral se articulaban una multiplicidad de
organizaciones y tendencias altamente heterogéneas en cuanto a su
composición política e ideológica.
Parte de sectores del ejército, parte de sectores de la iglesia, parte del
movimiento estudiantil, dirigentes y cuadros políticos provenientes de distintos
partidos que no obstante su origen se sentían parte del movimiento nacional y
hasta un sector orgánico del empresariado comúnmente denominado como
“burgesía nacional” integraban el movimiento de masas que caracterizó la
política argentina durante todos estos años.
Esta conformación globalizante reconocía en su cúspide a un liderazgo que
ejercía la conducción y que expresaba a manera de síntesis la diversidad de
intereses y demandas del conjunto de los actores integrantes de la articulación
movimientista.
Por la heterogeneidad de sus integrantes y organizaciones, esta conformación
política expresaba un proyecto policlasista articulado en función de dos
objetivos estratégicos e íntimamente relacionados entre sí.
Estratégicos pues eran las metas máximas a alcanzar y relacionados pues no
se podían entender el uno sin el otro, en síntesis, el movimiento aspiraba a
alcanzar la “liberación nacional” y la “liberación de la clase trabajadora”, no
existiendo posibilidad de lograr la primera con una clase trabajadora oprimida y
viceversa.
En este contexto a diferencia de la actualidad, la política estaba “prestigiada”
pues los sectores populares la concebían como la única herramienta con
capacidad de transformar la realidad en función de sus intereses y demandas.
La otra cara de la política era la ideología, en efecto, esta era una sociedad
altamente ideologizada si entendemos por esto una cosmovisión del mundo y
de la vida alternativa a la existente para cuyo alcance es necesario modificar
las relaciones de poder.
La ideología fijaba el rumbo de la política al perfilar el modelo de sociedad a
alcanzar y las transformaciones necesarias para lograrlo, de allí que las
consignas de la época eran altamente ideológicas, “pueblo – antipueblo”,
“liberación o dependencia”, “nación – antinación”, “trabajadores – oligarquía”,
inequívocamente sintetizaban un proyecto radical de transformación
sociopolítica en torno del cual, el pueblo articulado bajo el formato
movimientista operaba sobre la realidad apuntando a modificar las relaciones
de poder.
La institución central de la política era el estado, en el sentido de que las
discusiones tendientes a la transformación de la realidad pasaban por el
acceso al poder estatal y desde allí operar el cambio y alcanzar los objetivos
estratégicos del movimiento.
Ese estado de la sociedad de masas, a diferencia del actual, era un estado
fuerte, interventor o de bienestar social y que expresaba una lógica centrada en
el interés de las mayorías, apuntando entre otras cosas, a intervenir donde los
mas humildes lo necesitaran, a asegurar una educación pública de calidad o un
servicio de salud público al que todos en especial los trabajadores y los más
necesitados tuvieran acceso.

4
El valor que predominaba en el tejido social reconocía en la solidaridad su
elemento central.
El peronismo en construcción política original expresa claramente este
fenómeno social de operación de liderazgo en el marco de una argentina de
masas, he aquí las características más salientes de este fenómeno:
En los meses finales del año 1945, la Argentina comenzó a visualizar la
conformación de un esquema político que aglutinaba a un conjunto
heterogéneo de sectores, y que iba a configurar el rostro de esa novedad
política que iniciaba su presentación en el escenario nacional tras la figura del
coronel Juan Perón.
En el conjunto de fuerzas que apoyaban a Perón, se distinguían sectores
radicales renovadores que estaban en oposición a la alianza que su partido, la
U.C.R, había establecido con otras fuerzas políticas; el Partido Laborista,
fundado por dirigentes sindicales que habían incorporado a algunos socialistas
y esgrimían una postura clasista basando el núcleo de su poder, en las
asociaciones profesionales gestadas bajo el amparo de la política social
desarrollada por Perón desde su gestión en el gobierno militar 1. En efecto, el
coronel Perón en dicha gestión, había dado respuestas a muchas de las
demandas de la clase trabajadora tales como, aumentos de salarios, vigencia
de la legislación laboral existente, semana laboral más corta, vacaciones
pagas, gratificaciones anuales y pensiones, acceso a viviendas, congelación de
alquileres, etc. 2
Otros sectores que se acercaron a Perón eran los grupos nacionalistas, los
conservadores y los militares retirados nucleados en los llamados Centros
Independientes3, y también pequeños grupos comunistas y trotskistas que
respondieron en forma positiva a las propuestas de aquél.
Todo este ecléctico arco de sectores que comenzaba a perfilar el rostro del
peronismo, terminó de completarse con la incorporación del primer y central
sector mayoritario, que va a imprimir el sesgo histórico de esta fuerza política:
la masa trabajadora.
Perón logró detectar que dicha masa se encontraba mal organizada y
políticamente atomizada y que en el marco de una producción industrial que se
expandía y con ingresos que se elevaban provenientes de las exportaciones en
tiempos de guerra, podía implementar una progresiva distribución de la renta
nacional y gestar de este modo un movimiento nacional y popular que cuente
con el apoyo del grueso de la masa laboral argentina largamente desdeñada,
postergada y reprimida. En efecto, desde 1945 en adelante, los conceptos de
trabajador y de peronista, pasarían a ser dos conceptos prácticamente
equivalentes.
De esta manera, emergió en el escenario político argentino un verdadero
movimiento nacional que durante la vigencia de su hegemonía absorvió en su
seno una pluralidad de tendencias ideológicas, políticas y sociales, que le
dieron al mismo una dinámica particular y conflictiva en la cual, la posibilidad de
su permanencia y unidad estaba dada por la propia conducción de Perón, en
ella quedaría sellada o se resolvería toda divergencia.

1
Ver Luna, Félix, Argentina de Perón a Lanusse 1.943-1.973, Bs. As., Sudamericana/Planeta, 1984.
2
Ver Guillespie, Richard, Soldados de Perón, Los montoneros, Bs. As., Grijalbo, 1998, pags. 30-31.
3
Ver Ciria, Alberto, El partido peronista; mayoritario, autoritario; en Todo es Historia, Bs. As., 1983, n°
199-200, pag. 52-53.

5
La lógica organizativa del movimiento nacional peronista

La dinámica en la cual cimenta su organización este movimiento, se inscribe en


la línea descripta por Angelo Panebianco (1995), como “Partido Carismático”,
es decir un partido (movimiento), cuya fundación está determinada por la
acción de un único líder (en este caso Perón), y que se configura como un
instrumento de expresión política de este.
En sintonía con esta postura, Félix Luna sostiene lo siguiente: “Es que ninguna
otra fuerza política ha sido elaborada tan a imagen y semejanza de su creador,
como el peronismo. Todo lo positivo y lo negativo que contiene procede de
Perón… Perón, aunque haya sido receptivo a ideas y vivencias que flotaban en
la atmósfera del país en los primeros años de la década de 1940, modeló su
propia fuerza con rasgos originales y hasta ahora casi indelebles”. 4
El movimiento peronista, en su origen y evolución, comprendió distintas
corrientes y sobre todo en su última etapa (mediados de la década del 60 hasta
la muerte de Perón aproximadamente), sufrió fuertes disidencias y conflictos
internos motorizados por la lucha agudamente polarizada entre sus alas
extremas de derecha e izquierda. No obstante lo cual, ninguna de estas
tendencias logró mellar la autoridad de Perón ni pudo hegemonizar la
dimensión ideológica y política del movimiento, ya que la alianza nacional y
popular peronista se identificaba únicamente con la conducción de Perón y veía
en ella la única posibilidad de mantener su vigencia.
La composición social del movimiento era dinámica, no existiendo un sector
que por sí mismo, ejerza su hegemonía sobre la conducción del conjunto.
Si bien las masas obreras eran el sector cuantitativamente más numeroso del
movimiento y constituían la columna vertebral del mismo, siendo
fundamentalmente luego del golpe militar de 1955 y durante los dieciocho
largos años de exclusión política que le siguieron, la fuerza organizadora
central del peronismo, en última instancia, la autoridad del líder era la única
reconocida en cuanto a su capacidad de ejecutar la conducción integral y
estratégica movimientista. 5 Justamente, el conductor hacía valer su autoridad
cada vez que una de las tendencias amenazaba alcanzar un nivel de
independencia tal, que hiciese peligrar el equilibrio en las relaciones de fuerza
entre los distintos sectores hacia el interior de la conformación movimientista.
Para lograr tal objetivo, en términos generales, la estrategia del conductor
consistía en fortalecer el nivel operativo del sector del movimiento que se veía
perjudicado por el poder creciente que adquiría la tendencia rival.
Esto era posible porque la cohesión y unidad del movimiento dependía del
imperativo de lealtad al líder – conductor, y las subdivisiones al interior del
espacio movimientista se daban por ende, en el mismo nivel de los sublíderes,
sin alcanzar nunca la autoridad del conductor.
Este era visualizado como la síntesis del poder movimientista o más bien como
único factor de unidad nacional, 6 de allí que la lógica de rivalidad y el
reclutamiento de las elites en una organización de este tipo era de
características centrípetas, es decir, la única posibilidad de acrecentar poder y

4
Luna, Felix, Fuerzas hegemónicas y partidos políticos, Bs. As., Ed. Sudamericana, 1998, pag. 139.
5
Para profundizar esta línea de análisis ver Gillespie, R., Soldados de Perón…, op. cit., pag. 48 y
siguientes.
6
Al respecto ver Perdía, Roberto, La otra historia, testimonio de un jefe montonero, Bs. As. Grupo
Agora, 1997, pag. 231.

6
ascender e incidir en el movimiento consistía en adecuarse al poder del líder –
conductor.
Ningún sector podía abiertamente oponerse en forma frontal a Perón con
alguna posibilidad de éxito. De allí que la confrontación entre las distintas
tendencias podía llegar a ser incluso (como lo fue), excesivamente fuerte, pero
se desarrollaba en un nivel inferior sin llegar a cuestionar directamente al
conductor, ese era el límite, y cuando este se rompía, la suerte de quien así lo
hacía estaba echada, tal lo que sucedió por ejemplo con los montoneros, que al
cuestionar la conducción de Perón y plantearse como alternativa al mismo,
fueron desautorizados por el líder, dado que el conductor en definitiva, no
aceptaba ni toleraba la confrontación. 7
Es decir que el conflicto y la oposición frontal al líder – conductor llevaba
necesariamente al final de la carrera política del opositor, los enfrentamientos
por ende, se daban entre sublíderes y tendencias que apuntaban vía estos
conflictos no a disputar el poder supremo, sino a asegurarse una posición de
mayor proximidad al líder, y este era el principal indicador de la existencia del
poder carismático del mismo.
El líder – conductor era entonces, la síntesis unificadora del movimiento y la
oposición a este implicaba la “excomunión” del opositor, y la marginación
definitiva del “hereje”. 8
El líder carismático se colocaba por encima de las luchas que se daban al
interior del movimiento entre las distintas tendencias y frente al conflicto, él
tenía la última palabra y arbitraba las decisiones finales, las lealtades
organizativas reproducían el eje de lealtad central entre el líder carismático y la
masa, lo cual expresaba una dependencia directa de las organizaciones
movimientistas con respecto al líder – conductor.
Al hacer referencia al rol de Perón, Guido Di Tella sostiene acorde a lo
descripto, lo siguiente: “…es imposible no formular una explicación de orden
personalista en una situación en que el liderazgo (tal vez por ‘razones
estructurales’) había ejercido tan importante papel de arbitraje, que permitió
mantener la cohesión de una alianza excepcionalmente amplia, donde se
hallaban representados los intereses más dispares” 9; en tanto que Rodolfo
Terragno asevera que la única condición de ingreso o permanencia al
movimiento peronista era el culto a la imagen de Perón, y eso tampoco era una
dificultad porque cada uno adoraba a un Perón distinto. 10
En tal sentido y por las características enunciadas, la organización del
movimiento expresaba una lógica fuertemente centralizada y verticalizada cuyo
epicentro estaba constituido en la figura del líder carismático, este ejercía la
conducción estratégica de la configuración movimientista; el denominador
común que cimentaba dicha lógica organizativa se centraba en la fidelidad o
lealtad a Perón de las distintas tendencias que formaban parte del movimiento,
garantizándole por ende al líder – conductor, un férreo control de las mismas
mediante un principio ordenador que podría sintetizarse en libertad hacia abajo
y obediencia hacia arriba.
Por su carácter carismático, la autoridad de Perón derivaba de su propia
persona, esa autoridad sobre el conjunto de las tendencias del movimiento

7
Ver Perdía, R., La otra historia…, op. cit., pag. 209.
8
Ver Panebianco, A., Modelos de partido…, op. cit.,pags. 272 y siguientes.
9
Di Tella, Guido, Perón-Perón 1973 – 1976, Bs. As., Ed. Sudamericana, pag. 122.
10
Ver Terragno, Rodolfo, Los 400 días de Perón, Bs. As., Ed. De la Flor, pag. 161.

7
expresaba “la voluntad del líder” y la delegación de poder emanaba
directamente del mismo. Los sublíderes del movimiento, lo eran porque Perón
los investía personalmente como tales y dejaban de serlo por el mismo
mecanismo.
Este mecanismo de delegación de autoridad tendía por su propia lógica, a
favorecer los antagonismos y las rivalidades, en la medida en que estas más se
profundizaban, tanto mayor era el crecimiento de Perón en cuanto a su rol
arbitral y su función de garante de la unidad del movimiento.
Esta situación, también expresaba la imposibilidad de que un sector o líder
político confronte con Perón con alguna posibilidad de éxito, más aún cuando el
grueso del componente movimientista, es decir, la masa trabajadora, se
identificaba primaria y fundamentalmente con Perón y solo estaba dispuesta a
seguir a los sublíderes en la medida que estos gozaran de la confianza de
aquél.
El movimiento así constituido emergía con dos características centrales, el líder
carismático y su carácter mayoritario y totalizante 11, es decir que se organizaba
como un sistema político en sí mismo que hacía superflua la existencia de otros
partidos o actores que intenten generar un vínculo de representación por fuera
de la configuración movimientista, ya que en el seno de la misma, tenían
expresión todas las representaciones de la Nación, 12 en este sentido el arco
coalicional peronista, parecía expresar la representatividad de todas las fuerzas
emergentes en el escenario político y ser el portador vocero de la gama
dispersa de intereses de las mismas.
Otra característica típica de la conformación movimientista peronista es la
movilización de las masas, la relación directa del pueblo con el líder –
conductor y la debilidad de la estructura partido. 13
En efecto, el partido peronista en el marco movimientista cumplía un rol
residual, como mero apéndice electoral del movimiento.
La constitución del Partido Peronista se inició con el ascenso a la Presidencia
de la Nación de Perón en el año 1946, desde este lugar, ordenó la caducidad
de las autoridades partidarias del “movimiento peronista” y creó el Partido
Unico de la Revolución Nacional (PURN), 14 este partido tuvo una vida efímera y
del mismo se derivó el Partido Peronista (P.P).
En la estructura del P.P, sobresale la autoridad de Perón que detentaba
grandes poderes para ejercer la intervención directa sobre todos los asuntos
que considerara importantes. Las organizaciones de base partidarias estaban
constituidas por las Unidades Básicas, núcleos territoriales que cumplían la
función de reclutar afiliados y desarrollar actividades culturales y de asistencia
social.
El partido expresaba una estructura fuertemente verticalizada y centralizada
que le permitía a Perón tener un alto margen de maniobra para decidir sobre la
vida interna y la orientación partidaria, lo cual era una expresión clara de la falta
de autonomía de dicha estructura, que en realidad se transformaba en un
instrumento al servicio de los intereses del líder – conductor.
11
Ver Abos, Alvaro, El posperonismo, Bs. As., Ed. Legasa, 1986, pag. 113.
12
Ver Novaro, M., Piloto de tormentas…, op. cit., pag. 52.
13
Al respecto ver el artículo de Touraine, Alain, Las políticas Nacional – Populares, Cap. I, tercera parte,
en Actores sociales y sistemas políticos en América Latina, Santiago de Chile, PREALC.
14
Para un análisis de este proceso ver Ciria, A., El partido peronista…, op. cit., pags. 52 y siguientes,
también ver Luna, F., Fuerzas hegemónicas…, op. cit., pags. 126 y siguientes, y del mismo autor,
Argentina de Perón a Lanusse (1994).

8
La rama femenina del partido, conducida por Eva Perón hasta su muerte,
permitía unificar el apoyo al líder de este sector y consolidar al mismo como
una rama del movimiento junto a la C.G.T.
El partido se caracterizaba entonces, por un fuerte rasgo personalista, y una
conformación piramidal y jerarquizada que permitía legitimar el liderazgo de
Perón. En tal sentido, el P.P era un subproducto del movimiento y no a la
inversa, cuya función básicamente pasaba por la acumulación de voluntades
en tiempos electorales para garantizar la permanencia de Perón en el poder,
este desde su rol de conductor podía modificar o anular las decisiones
partidarias conforme las circunstancias así lo requirieran: “De hecho, Perón lo
manejó a voluntad y en adelante todas las resoluciones y candidaturas, hasta
el último concejal, surgieron de las esotéricas reuniones de su ‘Consejo
Superior’, cuyos comunicados informaban a los aspirantes la concreción de sus
esperanzas o desengaños”. 15
En síntesis, en la práctica el Partido Peronista expresaba la lógica de una
organización piramidal y verticalizada: la única autoridad decisoria estaba
representada en la voluntad de Perón y cualquier rebelión contra el mismo
representaba la muerte política de su gestor. La persona del líder y la
organización mostraban de esta manera una simbiosis identitaria absoluta.
Todo este andamiaje que caracteriza la lógica organizativa del peronismo
original, va a comenzar a desquebrajarse a partir de la muerte del líder –
conductor en 1974. Pero (siguiendo a Panebianco), el impulso central derivado
de la presencia del carisma que selló el modelo originario fundador de la
organización peronista fue tan fuerte, que con posterioridad a la muerte del
líder, dicha fuerza política si bien evolucionó hacia una forma partidaria clásica,
iniciando de esta manera un sorprendente proceso de rutinización,
institucionalización u objetivación del carisma, selló en forma indeleble las
características organizacionales del peronismo, en el sentido de que este, aún
adoptando la forma partidaria, siguió manteniendo un altísimo grado de control
centralizado que justamente, le permitió en tanto fuerza política mantenerse
unida y con un alto grado de homogeneidad.
De allí que, la premisa según la cual las características organizativas de todo
partido, dependen entre otros factores, de su historia, de cómo la organización
haya nacido y se haya consolidado y que dichas características van a ejercer
su influencia en la institución partidaria inclusive a decenios de distancia,
parece ser una premisa que se ajusta a la evolución organizativa del
peronismo.
La transformación del peronismo en su forma partido, no escapó a su pasado,
su modelo originario (las decisiones con que el “padre fundador” modeló la
organización), de fuerte liderazgo personalizado se mantuvieron hasta la
actualidad.
Es este tipo de paradigma social el que se ha modificado radicalmente y desde
la dictadura de 1976 hasta la década del noventa asistimos a la transición y
consolidación de un nuevo modelo de sociedad que es el que predomina en la
actualidad y en el cual se nos presenta el desafío de la construcción política en
estos tiempos desangelado

15
Luna, F., 1994. Por su parte Mackinnon, Moira brinda una visión no tan lineal del liderazgo que en el
partido ejercía Perón, en donde sus órdenes no siempre eran aceptadas sin conflictos o cuestionamientos
internos, ver Mackinnon, M, Los años formativos..., op. cit.

9
MÓDULO 2: LA ARGENTINA FRAGMENTADA

Hablar de una sociedad fragmentada significa referirse a un tipo de sociedad


caracterizada por condiciones exactamente opuestas a la sociedad de masas.
La argentina contemporánea cumple acabadamente esos requisitos. ¿Por qué
es un país fragmentado?, porque en lugar de predominar los colectivos
sociales como lógica de articulación política, lo que se observa es una
pluralidad de pequeños y atomizados grupos organizados en torno de
demandas puntuales sin conexión entre sí y que presionan para obtener
respuestas a sus demandas por fuera de las instituciones políticas tradicionales
(partidos).
Pensemos para graficar estos fenómenos en algunos casos relevantes: los
asambleístas de Gualeguaychú, los vecinos que se organizan para reclamar
ante las autoridades mejoras en la seguridad de sus barrios, el caso María
Soledad Morales, los padres de Cromañon, etc., todos ejemplos de la
atomización que hoy reconoce nuestra sociedad, grupos dispersos tras
demandas varias no englobadas por ningún movimiento que los represente en
su totalidad ni por partidos políticos, es más, los componentes de estas
pequeñas organizaciones desconfían de las instituciones tradicionales de la
política como instancias mediadoras para obtener respuestas a sus reclamos.
La crisis de representación política y la desconfianza o directamente las
tendencias antipolíticas grafican el escenario social actual.
Lejos de despertar confianza como si sucedía en el pasado la política (sus
instituciones), inspiran desconfianza.
El punto más álgido de esta tendencia antipolítica se dio en los sucesos
acaecidos el 19 y 20 de diciembre de 2001 que determinaron la renuncia del
entonces presidente de la nación Fernando De La Rúa y se cristalizó en esa
famosa y peligrosa consigna para la democracia “que se vayan todos, que no
quede ni uno solo”, claro exponente de las tendencias antipolíticas que
golpearon con dureza a nuestra sociedad y que marcaron una profunda crisis
de representación de los partidos, las instituciones y la clase política en
términos generales.

10
Es decir que si en la argentina de masas la política estaba prestigiada, en la
argentina fragmentada está cuestionada, dejando de ser una instancia virtuosa
(en tanto era visualizada como posibilidad de transformar la realidad), para
pasar a ser una instancia viciosa (se tiende a desconfiar de la dirigencia, las
instituciones, los partidos, de la política en definitiva como herramienta de
transformación).
Si el actor protagónico en la argentina de masas se definía en función del
concepto de pueblo (entendido como un colectivo férreamente encuadrado en
torno a instituciones políticas y sindicales fuertes y estables), el nuevo actor
emergente en la fragmentación se simboliza bajo el concepto de opinión
pública.
La opinión pública como construcción conceptual refiere a un actor definido en
función de características exactamente antagónicas a las que describen al
sujeto pueblo.
Si el pueblo refiere a un colectivo movilizado que participa y debate
colectivamente la política en el marco de organizaciones de masas, la opinión
pública hace referencia a una sumatoria de respuestas aisladas que desde su
propia individualidad responden ante las encuestas, no hay en ella ni
organización, ni participación y debate colectivo, ni encuadramiento político
partidario, la opinión somos cada uno de nosotros hablando ante una pregunta
de un encuestador, o participando “virtualmente” de la política comentando los
dichos de un candidato desde la soledad individual de nuestro hogar frente a
una cámara de televisión.
Si el pueblo reconocía identidades políticas permanentes (se era radical o
peronista o comunista o socialista para toda la vida, “desde la cuna hasta el
cajón”), la opinión pública se caracteriza por su ausencia de lealtad, de allí el
famoso fenómeno del votante independiente que vira sus preferencias a
izquierda y derecha y de elección en elección.
Si el centro de la política en la sociedad de masas era el estado (fuerte,
interventor, de bienestar) con su lógica solidaria predominante de intervención
para equilibrar las desigualdades sociales, lo propio de la fragmentación es el
corrimiento de ese estado a favor del mercado (proceso cristalizado en la
década del noventa como se dijo).
Si la lógica del estado hacía base en la solidaridad, la del mercado se
caracteriza por su opuesto: el egoísmo, en el mercado nos capacitan no para
ser solidario sino para ser “competitivo”, no para ayudar al otro, sino para
competir e imponerse sobre el otro.
Ese individualismo es el valor predominante en la sociedad actual y la
construcción política como actividad organizada colectivamente tiene ante sí el
titánico desafío de reconstruir este tejido social desquebrajado por los años de
predominio neoliberal.
Si la otra cara de la política en la sociedad de masas era la ideología, en tanto
instancia que le marcaba el norte a la política, esta sociedad fragmentada se
caracteriza también por su desideologización.
En efecto en la argentina del que se vayan todos, la ideología ha perdido
significado (la caída de las ideologías como paradigma neoliberal predomino
hasta principios del siglo XXI), y a adquirido un nuevo sentido, el de “gestión”.
Un lugar común en el discurso político de la actualidad esta dada por la frase
(en boca de muchos dirigentes de moda) “hacer política es hacer una buena
gestión”.

11
Ahora bien, hablar de gestión implica por ejemplo, arreglar semáforos, tapar
baches, dar un buen servicio a los vecinos ante los reclamos de inseguridad,
etc., pero ni que hablar de reformular las relaciones de poder a favor de los
trabajadores, los más humildes y necesitados, no, ese lenguaje sucumbió en
los setenta y es difícil de encontrar en la actualidad.
La ideología típica de la fragmentación ha perdido entonces la fuerza de antaño
y desocultar su significado fuerte es otra de las tareas indispensables de la
construcción política de hoy.
De modo tal que, volviendo al punto de inicio, la real problemática en términos
de construcción política hoy pasa por como articular un colectivo social con
capacidad de alterar las relaciones de poder en nuestra sociedad y en beneficio
de las mayorías populares, en definitiva, como represtigiar y actuar
políticamente en el marco de una sociedad que en términos generales descree
de la política y sus instituciones.
Es una pregunta para la cual no hay respuesta intelectual y menos individual,
es una pregunta que exige una respuesta construida colectivamente y para la
cual existe una sola certeza: esta construcción requiere de más y mejor política
y de nuestro involucramiento personal, pues la política (y sólo tenemos esta
certeza), es la única herramienta de la que se pueden valer los sectores del
campo popular para transformar la realidad.
Todos estos procesos se vieron reflejados en la Argentina de estos últimos
años, a efecto de ejemplificarlos he aquí una síntesis de lo sucedido.

Argentina: consolidación democrática y crisis de representación

Las masivas movilizaciones populares del 2001 que pusieron fin al gobierno de
la Alianza reflejaron en forma radicalizada el colapso institucional y el malestar
de la ciudadanía respecto a la clase política. El país logró zanjar la crisis
desatada a partir del respeto a las formas constitucionales pero la legitimidad
de la representación política ha quedado fuertemente cuestionada.
La agonía del sistema de representación política argentino derivó en profundas
modificaciones del sistema partidario, cuestión que con claridad se evidenció
en las elecciones presidenciales del 2003. Un peronismo fragmentado, un
radicalismo agonizante y la emergencia de terceros partidos débiles e
inestables constituyeron los indicadores más certeros de la desaprobación por
parte de los ciudadanos hacia la clase política en su totalidad.
El proceso de impugnación a la política (a una de sus formas), que se dio en el
país y que identifica a la misma como un mero instrumento de acceso y
conservación de poder generó la disgregación del régimen de partidos. 16
El malestar con la política en Argentina reconoce como antecedente inmediato
y palpable las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2001 caracterizadas
por el fenómeno del “voto bronca”, 17 situación que derivó meses más tarde en
el ya mencionado colapso institucional que puso fin al gobierno aliancista en
diciembre de 2001.

16
En Quiroga, H., LA DIFÍCIL..., op. cit., pag. 60.
17
Este fenómeno comprendió al voto negativo y la abstención que alcanzó la inusitada cifra del 42.67%
del padrón electoral. Más de diez millones de argentinos no eligieron candidatos, en Quiroga, H, LA
DIFÍCIL..., op. cit., pag. 67.

12
El abismo político en el que ingresó el país, reconoce una triste y lógica
secuencia: cinco presidentes en quince días (De La Rúa, Puerta, Rodríguez
Saá, Caamaño y Duhalde), una terrible crisis económica iniciada con el
congelamiento de los depósitos determinado por el entonces ministro de
economía Domingo Cavallo, seguido por la declaración de default de la deuda
pública anunciado por Rodríguez Saá y continuada con la devaluación y
pesificación forzada impuesta por Duhalde.
En este marco el pueblo se volcó a las calles expresando sus reclamos, la
protesta popular ligaba las demandas de los excluidos y de la clase media que
defendía su derecho de propiedad, la Argentina ingresaba así en una crisis
inédita que adquiría rasgos sistémicos comprometiendo todas las relaciones
que mediaban entre Estado y sociedad, 18 con agotamiento progresivo del
principio de autoridad y con un arco de partidos políticos que expresaba
constante fuga y deterioro de poder.
La relación entre políticos y ciudadanía se quebró, los cacerolazos, las
protestas piqueteras y las tumultuosas asambleas que se organizaban en las
calles y plazas de la república tenían un solo destinatario: la crítica radical a la
clase política en su conjunto simbolizada en la consigna popular “que se vayan
todos”.
Los insultos, las persecuciones y agresiones populares a los políticos
expresaban el colapso del sistema de representación argentino.
Este inédito proceso de impugnación a la política iniciado en las elecciones
nacionales de octubre de 2001, reconoce como límite los comicios
presidenciales del 27 de abril de 2003.
El triunfo de Néstor Kirchner inauguró una actitud expectante de parte de la
ciudadanía que puso freno al brutal cuestionamiento a las instituciones políticas
del país pero que no expresa la desaparición del malestar popular al respecto,
malestar que se enmarca en un proceso sumamente vigente de disgregación
del sistema de partidos, con una democracia que goza de un consenso
simbólico en la que se cruzan dos variables peligrosas: desigualdad social y
debilidad institucional.
La desarticulación del sistema partidario argentino expresó un escenario en el
cual se vislumbra un partido dominante (el justicialista) pero sumamente
parcelado y una representación parlamentaria altamente fragmentada.
Los partidos de alcance nacional se encontraron en retroceso, el peronismo se
territorializó y un proceso similar ocurrió con la Unión Cívica Radical, esta
última enfrentó a su vez el dramático problema de una caída electoral que, a
nivel nacional, no registra antecedentes históricos, las fuerzas emergentes
como el ARI de Elisa Carrió o Recrear de Ricardo López Murphy, se
caracterizaron por ser estructuras de bajo nivel organizativo al servicio de
liderazgos personalistas, populares y mediáticos que enfrentaron el desafío de
consolidar un formato sólido y estable de alcance nacional, cuestión no
lograda; en tanto que la novedad política más deslumbrante de la argentina de
aquellos años, el Frepaso, transformado en una fuerza no tradicional capaz de

18
La categorización de la crisis Argentina como “sistémica”, se encuentra en García Delgado, Daniel,
Estado, nación y la crisis del modelo. El estrecho sendero, Bs. As., Grupo Editorial Norma, 2003, pag. 15.

13
terciar en la lucha para acceder al poder, sucumbió arrasado por la crisis que
se devoró a la Alianza.
Los terceros partidos (ARI, Recrear), crecieron en los bordes del sistema a
partir de los espacios disponibles por la erosión de las identidades políticas
más tradicionales. Allí se fue reconstituyendo el espacio de centroizquierda
(Carrió) que retomó la vacante abierta por el fracaso frentista de los noventa y
la centroderecha (López Murphy, Macri, Sobisch) luego de los frustrados
intentos que en este sentido representó el partido neoliberal de Domingo
Cavallo.
Esas nuevas estructuras políticas carentes de bases territoriales consolidadas,
cuadros intermedios y sin grandes recursos económicos, demostraron su
capacidad para realizar decorosas perfomances electorales pero, al mismo
tiempo, generaron poderosas dudas para mantener construcciones políticas
estables de largo aliento y para sostener proyectos políticos de gobierno de
alcance nacional.
Un peronismo atomizado pero con fuerte capacidad de gobierno, un
radicalismo en decadencia que conservó un considerable poder institucional
legislativo, provincial y municipal y las comentadas terceras fuerzas de
centroizquierda y centroderecha, graficaron el escenario político partidario
nacional y expresaron una dinámica en constante evolución que fue delineando
la reconfiguración del sistema político del país luego del quiebre de la era
bipartidista.
De esta manera, la política partidaria argentina presentó un doble proceso,
“...de un lado la transformación de los viejos partidos; del otro, el surgimiento y
la proliferación de partidos de rasgos novedosos.” 19
Entre los cambios más importantes expresados por los partidos tradicionales
argentinos (PJ – UCR), debemos destacar su lógica de fragmentación territorial
con sesgos de autonomía respecto a las respectivas orgánicas de conducción
nacionales, procesos que las estructuras territoriales de estos partidos parecen
desarrollar como una estrategia tendiente a su autopreservación, supervivencia
y crecimiento local. Este proceso comprendió un recrudecimiento de la
competencia interna entre facciones y líderes y un abanico sumamente
diversificado de alianzas interpartidarias (ej: alianza entre dos partidos
provinciales que presentan listas conjuntas para cargos locales y al mismo
tiempo apoyan candidatos distintos a nivel nacional).
En cuanto a los nuevos partidos (ARI, Recrear), se trató de fuerzas políticas
que acentuaban los rasgos típicos de los partidos profesionales electorales, 20 e
ingresaron de lleno en el nuevo formato de la representación política
(personalista, mediático, pragmático, con apoyos fluctuantes y coyunturales).
La debilidad y la fortaleza de estos nuevos partidos estuvo dada básicamente
por su base de apoyo, consistente en electores mayoritariamente
independientes. Esta ausencia de una base de cautividad electoral, que
inclusive es reivindicada por los líderes partidarios al defender la autonomía del
electorado, constituyó por un lado su espacio de apoyo, ya que los votos
obtenidos por estos partidos provienen del ciudadano independiente, pero

19
Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 126.
20
Para una caracterización del partido profesional electoral ver Panebianco, A. (1995).

14
justamente, esa independencia ciudadana sometió a estos partidos a una
constante fluctuación electoral, fenómeno denominado “transvasamiento no
tutelado de votos”. 21
El hecho de que la base electoral de estos nuevos partidos estaba constituida
por la opinión pública independiente que fluctúa de votación en votación, hizo
que los mismos sean sumamente dependientes del cambio de humor político
de esta clase de ciudadanos inconstantes y desorganizados, lo cual atentó
contra la posibilidad de que estas nuevas fuerzas logren consoliden en el
tiempo un proyecto político de poder duradero. Por lo expuesto, a este tipo de
partidos les cabe perfectamente la ya añeja definición de Duverger (1996: 317):
“...unen a menudo a precursores que cometen el error de tener razón
demasiado pronto y de creer que un partido se construye por la cima, sin
organización de base”.
El estruendoso fracaso del Frepaso, ejemplo típico de este tipo de partidos,
construidos desde los medios de comunicación y basados en liderazgos de
popularidad televisivos, mostró claramente la posibilidad de crecimiento
meteórico de esta clase de estructuras políticas como también su fragilidad
estructural para mantener un proyecto de poder de largo aliento al carecer de
organizaciones con anclaje territorial y procesos internos o normativas que
permitan rutinizar los liderazgos y lograr la fortaleza organizativa de la que
gozan los partidos tradicionales. Estos últimos, a su vez, estuvieron sometidos
a las relaciones de poder provinciales que, progresivamente, cobraron mayor
influencia por el grado de autonomía del que gozaban los gobernadores
respecto de las autoridades nacionales, tal es así, que hay autores que
sostienen que los partidos de alcance nacional en Argentina son poco más que
coaliciones de organizaciones partidarias provinciales. 22
Este desorden que atravesó a los dos grandes partidos argentinos, aunque con
intensidad dispar (profunda en la UCR, atenuada en el PJ), muestra entre otras
cosas, que las dos estructuras nacionales han sufrido un proceso de cierta
pérdida de enraizamiento social (no necesariamente irreversible), manifestado
en el hecho de que algunos sectores de sus bases tradicionales, clases medias
(UCR), actores sindicales y pobres estructurales (PJ), comenzaron a dar signos
de autonomía respecto de las organizaciones políticas que históricamente
encapsulaban sus demandas. Un indicador que sostiene esta interpretación
esta dado por el desarrollo organizativo alcanzado por la alternativa Central de
Trabajadores Argentinos (CTA) y por los distintos movimientos de desocupados
popularizados como “piqueteros”, como así también por los ya comentados
nuevos partidos (Recrear y ARI) que traccionan tras sí sectores importantes de
votantes radicales históricos.
No obstante lo enunciado, el valor agregado que presentaron los dos grandes
partidos nacionales argentinos es que, más allá de la crisis que cada uno de
ellos atravesó, ambos se asientaron en bases provinciales consolidadas y en la
21
Es decir, los votos así como vienen, se van, sus destinatarios no son en verdad, sus verdaderos dueños.
Las transformaciones comentadas aquí en los viejos partidos, así como las características de las nuevas
fuerzas políticas en Argentina se pueden observar en Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 125
y siguientes.
22
Ver Oliveros, Virginia – Scherlis, Gerardo, ¿ELECCIONES CONCURRENTES O ELECCIONES
DESDOBLADAS?. La manipulación de los calendarios electorales en la Argentina, 1983 – 2003, en
Cheresky, I. – Blanquer, J, ¿QUÉ CAMBIÓ..., op. cit., pag. 188.

15
medida que emerjan figuras de prestigio nacional, tanto la UCR como el PJ
podrían rearticular sus estructuras y ponerlas al servicio de una estrategia
nacional, disciplinándose bien por consenso a partir de elecciones internas,
bien forzosamente, a partir de los éxitos electorales y de gestión que los
liderazgos emergentes a nivel nacional experimenten. 23
Esta realidad contrasta con la debilidad expresada en las noveles fuerzas
políticas argentinas, cuya estabilidad parece recostarse en demasía en su
inserción mediática y en la incorporación de equipos técnicos para delinear y
gestionar la política. Esto no significa que los recursos mencionados carezcan
de valor, pero por si solos resultan insuficientes pues una estrategia de
acumulación de poder basada en el humor de la opinión pública y en grupos de
apoyo informales de bajo nivel organizativo, puede revelarse sumamente frágil
dada la fluctuación y volatilidad constante a que están expuestos los
movimientos de opinión. 24 El ejercicio de la política requiere además de otras
condiciones, estructuras organizativas estables en el tiempo, un abanico
multifacético de funcionarios, candidatos para los diferentes cargos y niveles y
una estructura partidaria con capacidad de fiscalizar elecciones, 25 estos son los
recursos que los partidos históricos argentinos pueden garantizar y es aquí
donde aventajan claramente a las jóvenes fuerzas políticas emergentes.
Acorde a lo enunciado podemos decir que los dos grandes partidos argentinos
desde la recuperación democrática reconocen un funcionamiento en dos
grandes niveles, por un lado el espacio mediático en el que ambos partidos
progresivamente fueron insertándose acompañando la lógica dominante de
concepción de la política como espectáculo, cuestión que se ajusta a la
definición de democracia de audiencia (Manin, 1992). Pero por otro lado, estos
partidos se asientan en extendidas redes territoriales que, a partir del control de
gobernaciones, legislaturas e intendencias, proporcionan los recursos
necesarios para el desarrollo de las carreras de los líderes políticos y para el
complejo tejido en el que se articulan las relaciones entre distintos actores
(operadores, cuadros intermedios, punteros, integrantes de locales partidarios y
redes clientelares). 26
Esta dinámica derivó en una progresiva cartelización de los partidos argentinos
tradicionales, fenómeno al cual ya se ha aludido y que expresa la
interpenetración entre partidos y Estado, conformando un patrón de
cooperación recíproca entre las principales fuerzas políticas.
Entre los principales desafíos que han de enfrentar las fuerzas políticas
emergentes de la argentina contemporánea, se encuentra la necesidad de
desarrollar territorialmente espacios de organización alternativos a las
extendidas redes de los partidos históricos para lograr encauzar la diversidad
de las demandas sociales, vincularse con los nuevos movimientos sociales,
encuadrar el reclamo a las autoridades y consolidar de esta manera el

23
Dada la crisis que arrastra la UCR, mucho más profunda que la del PJ, esta posibilidad de
reestructuración partidaria a nivel nacional se presenta con mayor dificultad en el radicalismo que en el
caso del partido justicialista.
24
En líneas generales, esta interpretación se encuentra en Novaro, M., La Alianza, de la gloria del llano a
la debacle del gobierno, en Novaro, M., EL DERRUMBE..., op. cit., pags. 102 – 103.
25
Ver Cheresky, I., en Natanson, José, EL PRESIDENTE INESPERADO. El gobierno de Kirchner según
los intelectuales argentinos, Bs. As., Homo Sapiens Ediciones, 2004, pag. 25.
26
Ver Mocca, E., DEFENSA..., op. cit., pag. 284.

16
desarrollo organizativo de estos partidos abriendo brechas y ganando
influencias en las bases de las fuerzas políticas tradicionales. 27
Afrontar con éxito el desafío enunciado implicaría para los nuevos partidos
lograr acceder a una cuestión clave para asegurar su crecimiento y
consolidación: penetrar en el mundo laboral y sindical, en los sectores medios,
en el espacio de la informalidad y la pobreza.
La transformación de estos pequeños partidos mediáticos en partidos masivos
y populares dependerá de cómo resuelvan esta compleja cuestión, que implica
nada menos que abrir una brecha en espacios sociales casi herméticos,
históricamente abordados por las estructuras políticas y sindicales
tradicionales, por lógicas asistencialistas y clientelares apañadas desde el
control del aparato estatal. 28
Por lo expuesto, la magnitud del desafío que se les presenta a los nuevos
partidos argentinos es enorme, pero no hacer el intento por afrontarlo implicaría
que toda estrategia de construcción de política partidaria nacional termine
fracasando a mediado o largo plazo. 29
Por otro lado, toda estrategia que apunte a consolidar las estructuras
organizativas de los partidos políticos se enfrenta a una alternativa de difícil
solución que podríamos resumir en la siguiente pregunta: ¿es posible construir
estructuras partidarias fuertes con las formas contemporáneas de
mediatización y espectacularización de la política?. Justamente, los nuevos
formatos de personalización de la representación política y el desinterés y
desconfianza respecto de los partidos, atenta contra la posibilidad de gestar
estructuras políticas fuertes y duraderas.
El obstáculo mencionado debe inducir a los nuevos partidos argentinos a
explorar caminos alternativos que permitan su consolidación y vigencia como
fuerzas políticas. La necesidad de crear estructuras de base que les permitan
echar raíces perdurables en la sociedad emerge como una tarea pendiente y
crucial ya que “...una organización de base enquistada y parcialmente
encapsuladora implica niveles más elevados de ‘adhesividad’ de la base
electoral.”30
El hecho de tener este tipo de organizaciones de base es lo que explica en
parte, la vigencia de los partidos tradicionales argentinos, lo que les permite
sobrellevar sus fracasos electorales y no desaparecer de la escena política.
De esta manera, uno de los dilemas más duros para los noveles partidos
argentinos consiste en ganar bases sociales para gestar una alternativa política
que permita superar la debilidad de recursos que poseen, de lo contrario, estos

27
La imposibilidad de enfrentar este desafío es, según algunos autores, un de las muchas razones que
explican el fracaso del Frepaso en su intento de consolidarse como partido, al respecto ver Jozami,
Eduardo, FINAL SIN GLORIA. Un balance del Frepaso y de la Alianza, Bs. As., Biblos, 2004, pags. 43
– 44.
28
Al respecto se recomienda el análisis realizado por Julio Godio (1995) y que en parte está expuesto en
Jozami, E., FINAL..., op. cit., pag. 74.
29
La historia política argentina contemporánea muestra claros y abundantes ejemplos de estos fracasos, el
Partido Intransigente (PI), la Unión del Centro Democrático (UCEDE), el MODIN y el Frepaso, son entre
otros, ejemplos de partidos que llegaron a constituirse como terceras fuerzas nacionales con peso electoral
y que luego cayeron en el olvido.
30
Levitsky, S., Crisis, adaptación partidaria..., op. Cit.

17
partidos estarán condenados a construir sus fortalezas apoyándose
exclusivamente en la crítica a la gestión del poder ejercida por sus pares más
experimentados. De hecho, esto es lo que ocurre en la Argentina actual, donde
el fraccionado abanico partidario se limita a mostrar personalidades políticas
mediáticas o liderazgos de opinión cuya única estrategia parece girar en torno
a la crítica de la gestión gubernamental a cargo del peronismo, partido que
domina el escenario político y que reúne todos los requisitos de poder antes
mencionados.
Una estrategia alternativa de construcción partidaria choca además, como se
ha mencionado, con la frontera del malestar con la política vivenciado por la
ciudadanía. No obstante ello, la experiencia política reciente de la argentina,
mostró signos de involucramiento y compromiso político ciudadano, los nuevos
partidos además de acumular poder en lo que comúnmente se conoce como
opinión pública (aquellos ciudadanos que se interesan y participan de la política
aunque en forma virtual), pueden hacerlo en aquellos sectores que formaron
parte de este fenómeno y esto a su vez puede operar como instancia de
enclave hacia los sectores más organizados de la arena social.
Está claro en definitiva, que la Argentina presenta partidos con debilidades y
fortalezas dispares, con diversidad de formatos y rasgos heterogéneos,
características que expresan el intento de estas organizaciones por adaptarse
a los violentos cambios que experimentó la sociedad de la cual forman parte.
De hecho, los partidos políticos argentinos, han atravesado con suerte dispar,
el punto más álgido de cuestionamiento popular a la política (período iniciado
con el “voto bronca” en las legislativas de 2001 hasta el triunfo de Néstor
Kirchner en las presidenciales de 2003) y actualmente aunque han perdido la
centralidad de antaño, continúan siendo los agentes organizadores de la
competencia política.
Pese a ciertos pronósticos negativos y posturas atravesadas por un
qualunquismo visceral, los partidos políticos, por suerte, han dado muestras de
su vigencia, la salud de la democracia depende de su definitiva mejora y
consolidación.

18
MÓDULO 3: ALGUNOS ASPECTOS TEÓRICOS – CONCEPTUALES
REFERIDOS AL LIDERAZGO Y LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA

¿Que entendemos por liderazgo?

Construir políticamente hoy supone interrumpir la tendencia a la fragmentación.


Ni ignorarla ni subestimarla, sino impedir su pleno despliegue. En ese sentido,
construir políticamente es recomponer, de algún modo, aquello que la
fragmentación tiende a disolver: el lazo social. Un proyecto político surge,
entonces, cuando personas o instituciones que permanecían dispersas, logran
reconocerse ahora bajo un mismo nombre y articular en torno a él un conjunto
común de prácticas, ideas y objetivos. Por otra parte, un proyecto político no se
construye de igual modo en todas partes, sino que se encuentra ligado a unas
condiciones territoriales específicas. En este sentido, es posible entender la
construcción de un proyecto político como una forma de ocupación del
territorio.
Un proyecto político es una apuesta en común. Pero que un conjunto de
hombres comparta un mismo camino, no quiere decir que todos son idénticos.
No sólo cada uno posee distintas particularidades, sino que, dentro de un
proyecto cada uno cumple un rol distinto. El líder es aquel que representa el
proyecto y posibilita así su articulación. En este sentido el líder produce unidad
en un contexto de dispersión social. La representación no refiere aquí,
entonces, a la delegación formal de un mandato, sino al reconocimiento de las
acciones y palabras del líder como expresivas del proyecto político, tanto por
los miembros del mismo, como por sus adversarios. En tanto líder, todo lo que
un hombre dice o hace no es referido a él como individuo, sino al grupo que
representa en su conjunto. La representación pues no refiere a los intereses
particulares de individuos aislados, sino a la subjetividad política que se

19
constituye en un proyecto. Esta subjetividad, sin embargo, no es anterior a la
representación, sino que se constituye a través de ella. Es decir, no existe una
unidad anterior que posteriormente es representada por un líder, sino que la
representación es la que produce aquella unidad. Aquí se hacer referencia a un
hombre, pero es posible imaginar —y existen numerosos ejemplos— de grupos
y proyectos liderados por un conjunto de hombres. En este punto lo decisivo no
es tanto el número, sino el hecho de que sean vistos como una unidad. En
tanto sean reconocidos de esa manera la relación de liderazgo será la misma.
La posición de liderazgo tiene dos aspectos fundamentales y solidarios entre sí:
la hegemonía y la legitimidad. Contrariamente a la idea más difundida que la
equipara con autoritarismo, la coerción y la imposición de un proyecto, la
hegemonía es autoridad, mandato reconocido y construcción de un proyecto.
No es una relación basada en la violencia (aunque está pueda tener lugar),
sino en el reconocimiento: no se obedece al líder por temor a una respuesta
violenta, sino porque se reconoce su autoridad para conducir. La legitimidad es
la misma relación que la hegemonía, pero vista desde otra posición. Mientras
que esta última refiere al carácter fundamental del líder en la articulación de las
prácticas que constituyen un proyecto, la primera remite al reconocimiento que
permite al líder ocupar una posición hegemónica. La legitimidad es la base en
la que se apoya la hegemonía, pero esa base sólo subsiste si esta última es
efectivamente ejercida: sin legitimidad no hay hegemonía y viceversa, sin
hegemonía no hay legitimidad. No hay líder sin seguidores, pero tampoco hay
unidad sin un punto de referencia hegemónico, es decir sin liderazgo.
Sintetizando, un líder no refiere como usualmente se interpreta a la figura de
un hombre iluminado portador de un destino manifiesto, aquel que piensa por
nosotros y viene a resolver todos nuestros problemas.
El liderazgo (que puede ser una persona, un grupo o una institución), es ante
todo un proceso de construcción política “colectivo” que permite articular a un
conjunto de personas e instituciones que por sí solos se encontraban aislados
en el marco de un proyecto político.
¿Qué entendemos por esto último?, pues una gran demanda de cambio en
torno de la cual se insertan cada una de las demandas individuales que
expresan cada uno de los hombres e instituciones articulados dentro de este
proyecto, un proyecto político es pues una causa común en función de la cual
luchar y el líder es tal porque impulsa la tendencia hacia esta construcción y la
hace posible.
Construir políticamente en tiempos de fragmentación es gestar una tendencia
anti fragmentación, es generar unidad, si la fragmentación desune, el liderazgo
une, si resta, el liderazgo suma, si desarticula el liderazgo articula, construye un
colectivo social cuyo objetivo central es modificar las relaciones de poder en
función de las necesidades y demandas de las mayorías populares.
Por eso el liderazgo no es producto de la unidad sino que es liderazgo
justamente porque la crea, desarrolla una subjetividad política, un conjunto de
sentimientos , acciones y prácticas políticas en común que llevan a resignificar
la política a entenderla nuevamente como una instancia virtuosa, de
transformación, a creer en la política como herramienta de cambio social.
Por ello el líder emerge como representante de ese colectivo social (y no de
sus intereses personales) articulado en proyecto político, estableciendo una
relación de mutua dependencia con ese colectivo, de autor – actor, pues no
hay liderazgo sin colectivo social ni tampoco colectivo social sin liderazgo, este

20
colectivo no delega su voluntad en el líder, por el contrario lo condiciona, lo
evalúa, le exige periódica rendición de cuentas, aporta sus reflexiones en el
marco de un debatir y actuar colectivo.
En la medida que este proyecto se concreta llegamos a una situación
hegemónica, en el sentido de que absolutamente nadie en el territorio donde
emergió esta construcción la puede desconocer y fundamentalmente porque
dicho colectivo a pesar de expresar los intereses de una parte de la sociedad
(aunque sea mayoritaria no deja de ser una parte), irrumpe con la aspiración de
presentarse como la representación de los intereses de la totalidad.
El concepto de “causa radical” o “pueblo peronista” expresa esta situación de
hegemonía ya que ambos movimientos (el radicalismo yrigoyenista y el
peronismo originarios), comprendían construcciones políticas globalizadoras de
las grandes mayorías populares, que sin integran en sus respectivos
continentes políticos a la totalidad de la sociedad (no todos los argentinos se
encontraban encuadrados dentro de esos movimientos), emergieron a la vida
política identificándose con los intereses de la nación toda.
¿Como se constituye en este marco la “operación de liderazgo?.

¿Cómo es posible en una época donde los hombres tienden a separarse,


reunirlos bajo un mismo nombre? ¿Cuáles son las operaciones que dejan paso
a tal unidad? Es justamente la operación de liderazgo la que permite realizar
esta tarea de unificación. El liderazgo consiste, en este sentido, en la
articulación de un proyecto político. Es decir, en la reunión de personas e
instituciones que permanecían por sí solas dispersas, en torno a un conjunto de
prácticas, ideas y objetivos en común.
Pero esta operación de Liderazgo no se da en el aire ni en todos los lugares y
en todos los momentos del mismo modo. La construcción política se realiza
siempre en una territorialidad específica. No es lo mismo construir
políticamente dentro de una institución ya consolidada con vistas a ganar el
control sobre la misma, que construir en un barrio donde falta toda institución.
La posibilidad de llevar adelante un proyecto político no puede ignorar entonces

21
la territorialidad particular en la que ese proyecto habita y busca ganar. Este
espacio de disputa no refiere, entonces, meramente a coordenadas
geográficas. La territorialidad es, más bien, un lugar de cruce de distintas
prácticas y determinaciones que lo surcan y definen como espacio de
construcción política. Así, una territorialidad está constituida tanto por unas
coordenadas espaciales (barrio, municipio, ciudad, provincia, Nación, pero
también: ministerio, secretaria, comedor, escuela, etc.) como por
determinaciones simbólicas (una bandera, un determinado objetivo, un nombre,
una imagen, etc.), estéticas (estilos de conducción, de construcción, una
retórica, etc.), históricas (homenajes, figuras históricas, historias locales, etc.),
conceptuales (una doctrina, un corriente de pensamiento, etc.). En la
construcción política se lucha tanto por ganar un barrio como por ganar un
nombre (p. ej. “piqueteros”) o una imagen (p. ej. Evita).
El reconocimiento de la territorialidad en la que se juega la construcción política
no es, sin embargo, una tarea “objetiva”, científica, sino eminentemente
política. Reconocer los límites del espacio que se busca ganar y los medios
para ganarlo supone una resignificación de lo dado en el territorio. La operación
de liderazgo no consiste meramente en contabilizar empíricamente los recursos
disponibles (humanos, morales, políticos, simbólicos, institucionales,
materiales, etc.); sino que es, a la vez, una puesta en acto de la imaginación
política que resignifica esos recursos, ya que los piensa y reconoce en función
de un proyecto que es, justamente el que les otorga un nuevo sentido. La
operación de liderazgo, pues, no consiste solamente en proponer los fines e
ideas que constituyen un proyecto, no se trata de decir lo que hay que hacer,
sino pensar cómo hacerlo, con qué hacerlo y con quiénes hacerlo. Y, si bien es
cierto que un proyecto da un nuevo sentido a los recursos dados en un territorio
porque los pone a su servicio, también lo es que esos recursos también dan
sentido al proyecto. Porque un proyecto que se presenta sólo como una buena
idea, pero que no se sitúa en una territorialidad específica y no articula los
recursos para ser llevado a cabo, puede ser valioso como objeto de
contemplación y goce estético, pero se vuelve impotente en el ámbito de la
política.
La operación de liderazgo consiste entonces en la articulación de personas e
instituciones en torno a un proyecto político y en una territorialidad específica.
Pero ¿por qué se juntan aquellos que antes permanecían dispersos? ¿Qué es
lo que tienen en común? Y, más precisamente, ¿qué es lo que tienen
políticamente en común? Porque si bien todas las características de las
personas que se integrarán en el proyecto son en cierto modos relevantes (y
aquí se cuenta el espacio que habitan, la historia, la ideas, las costumbres, la
apariencia física, etc.), ninguna de ella es por sí sola determinante. Antes de la
operación de liderazgo, en verdad, no tenían nada en común políticamente. Es
justamente esta operación la que crea el lazo específicamente político. Si
aquellos que forman parte de un proyecto político ya hubiesen tenido en común
lo que los reúne en torno a él, entonces no hubiese sido necesario operación
alguna. Al tener lugar, la operación de liderazgo pone en común un conjunto de
prácticas, ideas, objetivos, etc., que antes, por sí solos no lograban unificar
nada.
Esta operación de “poner en común” se expresa y resume en la creación de un
nombre para sí mismos y en la definición de un sentido de la política. Puede
decirse que una operación de liderazgo tiene lugar cuando un nombre expresa

22
todo un conjunto de prácticas que tiene un sentido político definido para un
grupo, constituido, precisamente en torno a ese nombre. A la luz de las
operaciones y procedimientos que constituyen la operación de liderazgo es
posible referirse a la construcción de un proyecto político como manera
específica de ocupar un territorio.
Ahora bien, en la medida en que la operación de liderazgo se relaciona
estrechamente con la construcción política, en el sentido de creación de lazo
social, los cambios en la condiciones de esta última suponen asimismo
cambios en el modo en que se da aquella. Es que, como se ha dicho, la
operación de liderazgo tiene lugar en una territorialidad y una situación
específicas, y esto no refiere únicamente a las diferencias que pueden darse
entre un barrio, una provincia o una institución, sino también a las condiciones
históricas en que tiene lugar. No es lo mismo construir políticamente en el
Estado de bienestar que en nuestro presente en el que el Estado ha dejado de
ser el centro.
Así, cuando la construcción política tenía como referencia exclusiva al Estado,
la territorialidad era más homogénea. Todas las luchas políticas pisaban un
mismo suelo, aun cuando hubiese importantes diferencias de terreno. El
Estado era garante de una meta-operación de liderazgo que era la Nación. Y la
construcción política partía de ese suelo firme. Las diferencias y la diversidad
eran puestas en suspenso por la identidad nacional. La tendencia social
predominante era la cohesión. El lazo social y la operación de liderazgo no
eran percibidos como frutos de un trabajo y un esfuerzo, sino que aparecían
como “naturales”.
En tiempos de fragmentación, por el contrario, ya no es posible presuponer esa
homogeneidad. Hoy los espacios en los que se juega la construcción política
son heterogéneos de raíz; no hay ya una base común garantizada. Lo común
no tiene ya la fuerza para poner en suspenso lo diverso, pero tampoco es
inalcanzable. Lo común se construye hoy en la diversidad. Es decir, lo diverso
permanece a la vista y en permanente riesgo de fractura. Podría decirse que
siempre fue así, pero que en una época de fuerte estatalidad no era visible. Lo
mismo sucede con la operación de liderazgo: hoy en día pierde la pretendida
“naturalidad” que aparentemente poseía y es percibida como un esfuerzo.
Tratando de poner en claro lo visto hasta aquí diremos que:
a) No hay liderazgo sin territorio, toda operación de construcción política debe
estar “anclada” en un territorio particular, un liderazgo a – territorial es una
mera operación mediática, tan común en la sociedad actual.
b) Por territorio se pueden entender distintas cosas, una base geográfica (un
barrio, un municipio, la provincia o la nación), una institución (un ministerio, un
centro de estudiantes, una cooperativa, un sindicato, etc.), una instancia
simbólica (una bandera, un escudo, etc.) o una instancia conceptual (una
doctrina, una corriente de ideas) en torno de los cuales se geste el sentimiento
de pertenencia y unidad que de paso a una construcción colectiva.
c) Además es necesario una vez definido el territorio hacer un diagnóstico del
mismo y aquí ingresamos en el análisis de que tipo de recursos contamos
(humanos, materiales, simbólicos).
d) Otra cuestión central pasa por la operación de “imaginación política”, es
decir como combinamos los recursos existentes, esto implica poder ver en esos
recursos aquellos que otros no ven ej: dos fierros dispersos en el piso y un
tornillo, puede ser solo eso, tres objetos aislados, la imaginación política implica

23
lograr “ver” en ellos lo que otros no ven, tener la capacidad de imaginar que de
la articulación de los dos fierros mediante el tornillo surge un nuevo objeto con
una función superior a la que tenían esas tres piezas aisladas, una tenaza por
ejemplo. Es decir, imaginación política implica resignificar los recursos
existentes, darles una nueva función no visualizada por el común de la gente.
La “ruta” para cualquiera de nosotros es un camino que nos lleva de un lugar a
otro, los piqueteros vieron en ella lo que nosotros no vimos “un territorio de
lucha” y tanto éxito tuvo esa excepcional operación de imaginación política que
hoy en la argentina cualquier protesta social, de cualquier sector social pasa
por cortar la ruta.
e) El otro paso consiste en la autonominación, es decir, una vez fijado el
territorio, definidos y articulados los recursos, el proyecto político cobra forma y
se le asigna un nombre que lo identifica en dicho territorio de modo tal que
todos, amigos y enemigos, defensores y detractores, toman conocimiento de su
existencia y de la ocupación del espacio por parte de este proyecto dando lugar
a una situación hegemónica.
Radicalismo, Peronismo, Piqueteros, etc, son nombres que identifican a
distintos proyectos políticos que adquirieron total visibilidad en el territorio
nacional en distintos momentos históricos.
Tomemos como ejemplo algunas construcciones históricas: el Radicalismo y el
Peronismo originarios.
El radicalismo expresa una exitosa operación de liderazgo o construcción
política colectiva en la cual se dieron todos los pasos establecidos
anteriormente, esa construcción reconoce al territorio nacional como base a
partir del diagnóstico de amplia demanda de democratización expresada por
grandes mayorías carentes de representación política (sectores medios, en
general hijos de inmigrantes en ascenso), que pugnaban por acceder a la
participación política en el marco de un país (la Argentina agro – exportadora),
dominada por sectores oligárquicos que se valían del fraude electoral como
método sistemático de permanencia en el poder.
En este sentido el yrigoyenismo se perfilo como un movimiento nacional que
tras el emblema simbólico de la “liberación del hombre a través del voto” apeló
a la imaginación política, logrando detectar que tras ese emblema y mediante el
recurso material de la construcción partidaria a nivel nacional (el partido radical)
como fenomenal forma de organización popular, podía encuadrar tras su
proyecto a esas mayorías carentes de organización y representación política
definida.
Aquí tenemos entonces el diagnóstico del territorio: demanda de inclusión
política, recursos humanos: mayorías, sectores medios, hijos de inmigrantes,
recursos materiales: la construcción partidaria (U.C.R), y recursos simbólicos:
la bandera de la democracia.
Además de la imaginación política ya comentada, también se da el proceso de
autonominación: U.C.R expresaba un proyecto político que terminó ocupando
la totalidad del territorio nacional y que se concretó con la llegada de Yrigoyen
a la presidencia de la nación tras la sanción de la ley Saenz Peña de sufragio
universal (masculino), obligatorio y secreto, dando paso a la alteración del
estado de cosas existentes al poner fin a la Argentina oligárquica y dar inicio a
la Argentina democrática, siendo la democracia política el valor distintivo de su
construcción original que mas allá de sus avatares y claudicaciones identificó a
este partido político hasta la actualidad.

24
El otro fenómeno imponente de construcción política a escala nacional está
representado por el peronismo nacido al calor de los sucesos del 17 de octubre
de 1945, fenómeno que agregó a la democracia política gestada por la U.C.R el
advenimiento de otro valor histórico y a partir de allí imposible de soslayar: la
democracia (justicia) social, emblema que identifica a este movimiento (al igual
que la U.C.R, más allá de sus avatares y claudicaciones) hasta la actualidad.
Nuevamente el territorio nacional sirvió el anclaje para esta operación de
liderazgo, los recursos humanos estuvieron constituidos por las ingentes masas
de trabajadores rurales que migraban desde el campo a la ciudad buscando
trabajo en las fábricas que comenzaban a levantarse al calor del incipiente
proceso de industrialización que empezaba lentamente a potenciarse en la
argentina luego de la crisis de 1930 y el consiguiente agotamiento del modelo
agro – exportador a contrapelo del proyecto de la oligarquía que seguía
apostando al mismo y negándose a reestructurar la matriz productiva del país.
Esos trabajadores de piel morena iniciaban así un proceso de reconversión en
sus oficios para dejar de ser peones rurales y transformarse en proletarios
industriales dando origen al nacimiento de la clase obrera argentina.
Esa clase se encontraba a la deriva, sin organización, en general
desindicalizada, sin conciencia de clase y por ende de su poder, sin cultura
obrera, sin instituciones políticas ni líderes que la representen.
El proceso de imaginación política consistió en ver en estas mayorías aquellos
que otros no pudieron ver, el peronismo entendió que de la organización de
estor actores tras el recurso simbólico de la justicia social y mediante el
incentivo material gestado desde el Estado, se podía construir un aliado central
para dar la pelea de fondo contra la oligarquía agropecuaria por la expropiación
parcial (vía I. A. P.I, es decir el Estado nacional) de sus ingresos y así
reconvertir la matriz económica de la argentina, dando paso al nacimiento de
un proyecto industrialista de sustitución de importaciones en el marco de un
modelo de alta inclusividad social y fuertísima movilidad social ascendente.
Aquí vemos claramente todos los elementos propuestos en el cuadro referente
a la operación de liderazgo, el territorio (la Argentina), los recursos humanos
(obreros industriales organizados sindicalmente), materiales (la acción
interventora estatal) y simbólicos (la bandera de la justicia social junto a la
soberanía política y la independencia económica), el proceso de imaginación
política (la organización y alianza con los trabajadores tras esas banderas y la
acción estatal), elementos todos ellos que se sintetizaron en un proceso de
autonominación: peronismo.
Es en estas circunstancias que se produce el nacimiento de un colectivo de
masas fenomenal cristalizado en un liderazgo carismático como el del general
Perón y el de Eva Perón que adquiere forma no partidaria (los intentos de
hacer del peronismo un partido laborista o clasista fracasaron rotundamente),
sino movimientista y que emerge ocupando la totalidad del territorio nacional
para alterar claramente las relaciones de poder existentes en beneficio de las
grandes mayorías populares, produciéndose de este modo una nueva situación
de hegemonía en el sentido ya descripto.
Ahora bien, estos procesos de construcción política se dieron en la argentina
de masas, pero nuestro desafío es producir operaciones de liderazgo en un
país que reconoce actualmente un paradigma o modelo diametralmente
distinto, ya comentado cuando hablamos de la argentina de la fragmentación.

25
Si ha mutado el modelo social es obvio que debe modificarse el método de
construcción, pues (diagnóstico de territorio mediante), si construimos con la
misma metodología que en el pasado y la sociedad ha cambiado, el destino
seguro de esa construcción es el fracaso político.
Si la sociedad actual se caracteriza por la desaparición de los colectivos de
masas y por la existencia en su lugar de pequeños grupos atomizados, la
posibilidad de llegar a un colectivo de envergadura pasa por unir en red los
pequeños y atomizados grupos que hoy caracterizan el escenario social.
Quien tenga la suficiente imaginación política para articular en red esos átomos
dispersos tras un recurso simbólico que los aglutine y que obre como “causa
común en función de la cual luchar”, estará a las puertas del inicio de una
operación de liderazgo en tiempos de fragmentación.
Esta operación no solo es posible como varios ejemplos de la sociedad actual
lo demuestran, sino que es una obligación y un deber para todos aquellos que
entienden la necesidad de gestar una sociedad mejor, más justa y solidaria y
que comprenden que solo la crítica radical a los políticos o sus instituciones al
estilo del “que se vayan todos” no aporta ni soluciones ni alternativas para
gestar un país digno.
De la crisis de la política y de los partidos no se sale sólo con críticas sino con
más y mejor política, claro que esto requiere de nuestro compromiso,
involucramiento y participación, lo cual no es sencillo ni tampoco muchas veces
agradable, pero claramente es nuestra única certeza y posibilidad para aspirar
a un futuro mejor.
¿Que ejemplos de construcción política u operación de liderazgo pueden verse
en la argentina contemporánea de la fragmentación?.
Los piqueteros (a los cuales hicimos referencia es uno de ellos), el
kirchnerismo en su primera etapa también aporta mucho para entender este
tipo de operación en tiempos de fragmentación.

Liderazgo en red: Piqueteros

26
Esta operación política es interesante en varios sentidos, en primer lugar
porque es un ejemplo de posibilidad de construcción en situaciones de
adversidad en el marco de una sociedad con fuertes tendencias antipolíticas y
cruzada por los efectos de la fragmentación.
En segundo lugar porque como oportunamente se expresó, remite a una
interesantísima operación de imaginación política evidenciada en la
resignificación del concepto de la “Ruta” convertido en un territorio en el cual se
cristaliza la protesta socio – política y la lucha por la reformulación de las
relaciones de poder.
En tercer lugar porque más allá de nuestra valoración positiva o negativa del
fenómeno piquetero el mismo remite como instancia de autonominación a la
emergencia de un actor colectivo que, coordinando en red las distintas
organizaciones existentes (como se puede apreciar en la imagen), dieron lugar
a la aparición en la escena pública de un nuevo colectivo social con
potencialidad de alterar el estado de cosas existentes donde antes solo existía
el vacío político.
En cuarto lugar (y este es el dato más interesante de todos), porque la
construcción originaria de este fenómeno que remite a la fatídica década del
noventa se realizo con carencia absoluta de recursos materiales. Recordemos
que en sus inicios los piqueteros que emergieron con la metodología del corte
de ruta eran desocupados al margen del sistema sin ningún tipo de recursos
económicos para sostener sus organizaciones en germen.
No obstante lo dicho esos grupos originarios con el solo activo de su voluntad
de cambio para operar una transformación de la realidad que pasaba por
(recurso simbólico) su inclusión en el mundo laboral, lograron sostener su lucha
en el tiempo y finalmente obtuvieron resultados y consiguieron recursos
materiales (planes de empleo por ejemplo) para consolidar sus respectivas
organizaciones y potenciar la continuidad de su protesta.
¿Porque este último dato es el más importante?, porque a nuestro juicio elimina
de raíz el prejuicio tan arraigado en cada uno de nosotros de la imposibilidad
de la construcción política sin acceso a los recursos materiales, los piqueteros
son un ejemplo de que sin este tipo de recursos también hay posibilidad de
construcción.
Los recursos materiales (el dinero entre ellos), son sumamente importantes y
necesarios a la hora de pensar un proceso de constitución de una organización
popular y de masas, pero la falta inicial de los mismos no puede operar como
impedimento al intento de gestar este tipo de construcción.
La frase tan conocida “tenemos voluntad de construir pero no nos bajan plata”
se inscribe en la lógica del esclavo y es un argumento a favor del amo, si hay
decisión y voluntad de construcción hay posibilidad de lograrla y pensar una
estrategia para la consecución (a mediano o largo plazo) de recursos
materiales es un desafío y una condición necesaria en todo proceso de
operación de liderazgo.
Lo que sucede es que este proceso no es fácil ni sencillo, ni requiere de
recetas para poder llevarlo adelante, simplemente es un proceso imprescindible
si en verdad apuntamos a modificar la realidad, de lo contrario caemos en la
salida facilista, en la crítica radical hacia los políticos y sus instituciones que
seguramente permitirá descargar nuestro malestar en forma momentánea pero
eso ni construye ni transforma, es simplemente una autojustificación de nuestra
falta de convicciones y compromiso con las injusticias que atraviesan a la

27
sociedad al estilo “está todo mal, que se vayan todos, pero que venga otro y
nos solucione todos nuestros problemas”, aquí no hay construcción, no hay
voluntad de cambio, aquí simplemente seguimos representando la creencia en
la vuelta de un salvador que nos va a caer del cielo.
La política entendida como lucha por el poder no recae en salvadores ni figuras
mesiánicas, la operación de liderazgo como se estableció al principio de este
módulo implica una construcción “colectiva”, que exige participación, debate,
compromiso permanente y voluntad de transformación, en definitiva un cambio
de actitud ante la vida y el mundo que pasa por nuestro involucramiento con los
problemas que nos angustian y con una vocación de solidaridad.
Aquí no hay recetas ni verdades absolutas y lo único que se busca con estas
líneas es simplemente una reflexión (una de las tantas) que nos permita a
todos (incluido al autor de esta nota), repensar la posibilidad de un cambio
sostenido por el compromiso colectivo de todos aquellos preocupados por
gestar una sociedad sin injusticias y con un alto grado de inclusividad.

Liderazgo en red: Kirchnerismo

El análisis que se realizará a continuación no pretende reivindicar o criticar la


política desarrollada por el gobierno de Kirchner, en última instancia esa es una
decisión que queda librada a la evaluación de cada uno de los lectores de este
documento.
Lo que sí aquí se pretende es reflexionar respecto de la construcción política
desarrollada por el kirchnerismo al momento en que su máximo referente logró
acceder a la presidencia de la nación en el 2003.
Tomamos este fenómeno político porque (al igual que el caso piquetero y más
allá de la valoración personal de cada uno de nosotros sobre el mismo), es un
claro ejemplo de construcción de un colectivo de masas a nivel nacional en una

28
época signada por el descreimiento general hacia la política, los partidos y sus
representantes.
No vale abundar en detalles sobre esta situación, basta recordar las
condiciones en las cuales Kirchner accedió a la primera magistratura del país
tiempo después de los luctuosos hechos que envolvieron a la nación en 2001 y
2002.
No obstante este contexto el kirchnerismo llevó adelante un fenomenal proceso
de construcción en red en donde se reconocen la unidad de una serie de
grupos y organizaciones en torno a una difusa referencia de centroizquierda
que operó como emblema ideológico convocante y garante de un dispositivo
totalizador o globalizante con características neo movimientistas.
Esta instancia que operó como legitimante ideológico convocante y movilizador
se construyó en torno a la oposición del predominio ideológico neoliberal de los
noventa y actuó como soporte simbólico del continente político kirchnerista,
dando justificativo progresista a las políticas de su gestión y articulando un
conjunto de fragmentos políticos en un espacio en común “el kirchnerismo”
impensables de reconocer algún tipo de unidad en el pasado cercano.
De esta manera el mallado en red que dio lugar al colectivo kirchnerista unificó
bajo un mismo paraguas ideológico a fragmentos de centroizquierda bajo el
lema de la “transversalidad”, ex cuadros y grupos del prácticamente
desaparecido Frepaso, sectores piqueteros, Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo, radicales desgajados de su partido (los Radicales K) y los históricos
miembros del P.J partido al que Kirchner terminó por conducir.
Esta ingeniería política es (reiteramos), un típico caso de construcción en el
marco de una sociedad fragmentada y demuestra claramente la posibilidad de
articular colectivos de masas en las condiciones actuales, por ello sirve como
modelo de análisis a los efectos de tener una referencia empírica en función de
la línea argumental abordada.
A modo de síntesis ofrecemos un cuadro que intenta resumir lo visto hasta el
momento:

29
30
MÓDULO 4: LAS OPERACIONES DE NEUTRALIACIÓN DEL LIDERAZGO Y
ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

La falta de respuesta de los gobiernos democráticos a las demandas de


crecimiento económico e inclusión social enarboladas por amplios sectores de
la ciudadanía junto a las sospechas colectivas de corrupción que atraviesan a
las elites gobernantes, han puesto a las instituciones paradigmáticas de la
política (el Estado, los partidos, el principio de legitimación), en el lugar del
cuestionamiento público.
Las masas ciudadanas perciben que los que ejercen el poder se han
transformado en una nueva oligarquía separada del cuerpo social, aferrada a
sus privilegios, inmunidades y preocupaciones particulares. 31
La distancia entre política y sociedad que este fenómeno expresa, deriva en
que la primera pase a ser considerada por gruesos sectores ciudadanos como
un bien privado, un dispositivo que, lejos de servir al bien común, canaliza los
intereses y necesidades de las burocracias partidarias.
Este fenómeno de impugnación de la política da lugar a dos procesos
simultáneos que involucran a esta última: su deslegitimación y
desinstitucionalización. 32
La deslegitimación implica deshumanización de la política, la falta de
respuestas satisfactorias a las demandas sociales, mientras que la

31
Ver Quiroga, Hugo, LA DIFÍCIL REFORMA POLÍTICA. La crisis de representación en debate, en
Cheresky, I. – Blanquer, J., ¿QUÉ CAMBIÓ... op. cit., pag. 60.
32
En Quiroga, H., LA DIFÍCIL..., op. cit., pag. 63.

31
desinstitucionalización expresa un desplazamiento de la política desde sus
lugares tradicionales (partidos, comicios, parlamento), hacia otros no
convencionales (asambleas populares, formas de democracia directa), que
apelan a recuperar la política desde el ámbito de la participación y toma de
decisiones colectivas.
Este malestar en la política redunda en mutaciones sobre las formas
representativas (fenómeno desarrollado en el apartado anterior) y sobre la
estructura misma de los partidos.
El formato partidario que emerge como paradigma de este proceso es el
denominado “Partido Cartel”, un modelo de partido caracterizado por su
dependencia de los recursos estatales.
En realidad este modelo más que expresar un nuevo tipo de partido, parece
comprender una propuesta para entender las relaciones que en la actualidad
se establecen entre los partidos políticos. De acuerdo a esta línea de análisis
los partidos establecerían intensas relaciones de cooperación recíprocas
constituyéndose una suerte de cartel y, como consecuencia, la competencia
interpartidaria se vería reducida, en tanto que los nuevos partidos emergentes
que pretenden disputar el control de los recursos del Estado quedarían
excluidos de esa competencia. Los partidos se transformarían de este modo en
agencias semi - estatales. 33
Por otra parte, la impugnación de la política también impacta sobre los
sistemas de partidos gestándose tendencias desinstitucionalizantes al no poder
gestionar adecuadamente la crisis representativa que los afecta. La
desconfianza y el rechazo hacia los partidos produjo en varios casos una crisis
de hegemonía de los partidos políticos tradicionales, cuyo indicador más
concreto es la ruptura de los sistemas bipartidistas dando lugar a nuevos
sistemas más abiertos y fragmentados. 34
Las tendencias partidarias de alejamiento del mundo social por un lado y fuerte
inserción en el seno del aparato estatal por el otro (partido cartel), con las
consecuentes secuelas de privilegios y corrupción, derivaron en un quiebre
radical en la relación establecida entre dirigentes y dirigidos, partidos y
sociedad, elites políticas y ciudadanos. La reputación de los dirigentes y de los
partidos ingresó así en el centro del cuestionamiento popular.
De esta forma, la política se descentra, comienza a situarse por fuera de las
instituciones partidarias, avanza y se desplaza hacia el seno de la sociedad
civil “se juega en el presente en una trama de redes (formales, informales,
transnacionales) que comunican y articulan entre ellas a los diferentes actores
implicados”. 35
Los levantamientos sociales, la protesta popular en contra de los políticos de
aparato, el corte de rutas, la abstención electoral, la emergencia de nuevas
organizaciones sociales, son fenómenos que expresan el proceso de abandono

33
El desarrollo de esta temática se puede observar en Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 121
y siguientes.
34
Los fenómenos de ruptura del bipartidismo se observaron claramente en Venezuela (1999), Colombia
(2002) y Argentina (2003), al respecto ver Martinat, F., CRISIS..., op. cit., pag. 280 y siguientes.
35
En Martinat, F., CRISIS..., op. cit., pag. 290.

32
progresivo de la arena social por parte de los partidos y que reflejan el malestar
contemporáneo con la política encarnada en las fuerzas tradicionales.
La impugnación de la política, abarca a alguna de sus formas, no cuestiona a la
democracia como sistema ni excluye el compromiso social, por el contrario,
existe un involucramiento intenso de los sectores sociales pero por fuera de las
formas políticas tradicionales, cuyo ejemplo quizá paradigmático se vivenció en
las movilizaciones espontáneas del 2001 en Argentina que no respondieron a
ningún llamado partidario y pusieron fin al gobierno de De La Rúa y también en
aquellas que en Venezuela repusieron a Chávez en el poder luego del golpe de
Estado del 11 de abril. En estos procesos los partidos políticos estuvieron
ausentes.
La participación ciudadana expresa así la consolidación de nuevas prácticas
políticas por fuera de la política institucionalizada, con nuevas redes de
organizaciones barriales, comunitarias, asociaciones cívicas, que se reconocen
autónomas e independientes respecto de los partidos.
Los piqueteros argentinos y las asambleas populares venezolanas dan cuenta
de estos fenómenos que expresan una verdadera transformación en el ejercicio
de la ciudadanía, la tendencia al proceso de cambio que esta sufriendo la
política y en definitiva, el fenómeno de repolitización de la sociedad civil,
procesos todos que, no obstante, no expresan una alternativa válida, ni tienen
capacidad para sustituir a los partidos políticos pero que muestran una
tendencia de fuerte competitividad entre estos últimos y los nuevos
movimientos sociales contemporáneos.
Los partidos así, deben asumir posturas ante todos los problemas que emergen
en las sociedades contemporáneas, se recargan en sus funciones aumentando
las tendencias al “desbordamiento de las expectativas”, 36 todo lo cual no
significa que se ingresó en el tiempo del “fin de los partidos”, sino más bien que
estos están sufriendo una trasformación de sus funciones en el marco de las
democracias modernas.
Lo cierto es que el malestar en la política, expresa el escenario predominante
en la época actual, escenario que parece reactualizar la escisión decimonónica
entre lo político y lo social, la falta de adaptación de las formas políticas a la
mutable realidad social contemporánea. 37
La disrupción de los lazos entre partidos y sociedad incrementó su dinámica
ante las decisiones de los tradicionales e históricos partidos populares
latinoamericanos de implementar políticas de ajuste estructural que lesionaron
los intereses económicos y organizativos de sus bases electorales, rompiendo
de esta manera sus compromisos programáticos históricos. 38
Ante la emergencia de nuevos movimientos sociales que comprendían a
variadas organizaciones (de mujeres, ecologistas, derechos humanos,
indígenas), muchas de ellas de índole local, fragmentadas y con aspiraciones
de autonomía, los partidos políticos manifestaron dificultades para articular

36
Von Beyne, K., La clase..., op. cit. pag. 55.
37
En Aboy Carlés, Gerardo, LAS DOS FRONTERAS DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA. LA
REFORMULACIÓN DE LAS IDENTIDADES POLÍTICAS DE ALFONSÍN A MENEM., Rosario –
Santa Fe, Homo Sapiens, 2001, pags. 28 – 29.
38
En Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pag. 71.

33
estas expresiones en proyectos políticos globales que permitan sintetizarlas en
un bloque electoral común. La deslegitimación de la clase política, las
instituciones representativas y los partidos extendió así, su presencia en la
región.
Esta deslegitimación además de todos los factores enunciados, anida
acusaciones de connivencia, patronazgo, clientelismo y manipulación del
aparato estatal en beneficio de las elites partidarias, en definitiva, el argumento
de una clase política surcada por la corruptela, emerge como un elemento
generalizado desde el cual cobra impulso la crítica a la política en la era
contemporánea. 39
En situación de fragmentación la política es confinada cada vez más a espacios
reducidos y problemáticos. En este sentido, el desprestigio de la política tiene
como contracara su desplazamiento de espacios que le eran propios y la
ocupación de dichos espacios por otras prácticas que ya no poseen el potencial
de producción de lazo social que tenía aquella. Con relación al liderazgo y al
intento de construcción de lo común puede nombrarse el ejemplo del lobby que
logra influir en las decisiones políticas respecto de cuestiones particulares, pero
en ningún caso produce lazo social. Es mero ejercicio del poder.
Contrariamente, ligado a la operación de liderazgo es posible identificar al
poder político que articula el poder con la construcción de lo común. Otro caso,
por ejemplo, es la idea de que un proyecto político puede surgir
espontáneamente del encuentro azaroso de personas con algunos rasgos y
objetivos en común. Frente a esta idea, el liderazgo opone la decisión y la
acción creadora como artífices de todo proyecto específicamente político. Otros
ejemplos podrían ser: la aterritorialidad, el determinismo y la mediatización.

39
Para un análisis del fenómeno de la corrupción en los partidos políticos latinoamericanos, se
recomienda Mujal – León, Eusebio y Langenbacher, Eric, EL ESTADO – PARTIDO EUROPEO DE
POSGUERRA: POSIBLES LECCIONES PARA LATINOAMÉRICA, en Cavarozzi, M – Abal Medina,
J (h), EL ASEDIO..., op. cit., pag. 77.

34
En nuestro presente de fragmentación, la operación de liderazgo ha perdido el
respaldo institucional que poseía en tiempos del Estado de bienestar, y debe
ser hoy sostenida y recreada permanentemente. En fragmentación el liderazgo
es, entonces, un ejercicio permanente. La construcción de lo común no tiene ya
un garante institucional fuerte y requiere entonces una lectura permanente de
las condiciones y del territorio, una continuo desarrollo de nuevas estrategias y
una constante puesta en acto de la imaginación política. Todo esto constituye
las dos dimensiones fundamentales del liderazgo. Por un lado, la dimensión
propiamente política referida al aspecto agonal típico de la construcción de un
proyecto y, por otro, la dimensión ético-política referida a la necesidad de un
constante ejercicio del pensamiento con vistas al cuidado del proyecto.
La totalidad de este programa ha sido redactado con la intención de aportar
algunos aspectos mínimos que obren como una suerte de disparador hacia la
reflexión conjunta de cómo encarar la política, es decir la posibilidad de
construcción de un colectivo social tendiente a modificar las relaciones de
poder en el marco de la sociedad actual cuya característica distintiva como
vimos pasa por su fragmentación.
Hemos aportado algunos ejemplos de que aún en las condiciones actuales y
frente a situaciones adversas la operación de liderazgo es una posibilidad
concreta abierta a todos aquellos que tengan voluntad de transformación y no
solo a escala nacional, sino también a nivel local.
Modificar la realidad barrial, nuestro centro de estudiantes o un comedor
comunitario también implica planificar y ejecutar una operación de liderazgo en
la cual se deberá tener en cuenta algunas, todas o nuevas variables agregadas
a las aquí descriptas, de allí que este módulo tiene por objetivo en última
instancia aportar elementos teóricos – conceptuales pero con un fin
eminentemente práctico, puesto que la teoría aún por más brillante que fuese
se torna inútil si políticamente no tiene consecuencias en la realidad.
En estos tiempos tan críticos y desangelados en materia de política, el ejercicio
de la misma se constituye en un deber de todos, de las crisis se sale no sin
política sino con más y más política, la crítica por la crítica misma aún cuando
tenga buenas intenciones no modifica la realidad, es sí necesaria si se
acompaña con una actitud reflexiva pero fundamentalmente debe contemplar el
involucramiento y la participación personal, estos aspectos son una suerte de
reaseguro en la esperanza de transformación en función de la interminable
búsqueda del hombre en pos del bien común.
La política y su ejercicio son, en última instancia, entrega hacia el prójimo, es
quizá la más sublime de las artes del hombre y lejos está de ser el recipiente
de los vicios y la corrupción con que se la identifica en el presente.
Tener vocación política, es tener esperanzas en un futuro mejor, aún cuando
ese futuro parezca estar muy lejos y aún cuando exista la posibilidad de que a
lo largo de toda nuestra vida de entrega a una causa no se remita ningún logro
o transformación que nos gratifique.
Por ello comprometernos políticamente es una opción de vida, quizá aquellos
que lo hagan consumirán su vida sin observar evidencias de que sus más
altruistas objetivos pudieron alcanzarse, pero en definitiva eso es lo menos
importante, pues detrás de sus ideas y acciones quedarán inmanente las
huellas de su ejemplo.

35
Seguramente otros más adelante lo tomarán y abrirán surcos más profundos,
que darán cauce a las corrientes de las mayorías las que finalmente abrirán las
puertas hacia su destino.
Abramos surcos en nuestros barrios, en sus instituciones, gestemos
organizaciones donde no las hay, no nos paralicemos temiendo imposibles o
excusándonos en nuestra propia impotencia, seamos conscientes de nuestra
hora, de nuestro deber, seguramente alguna huella dejaremos para que alguien
la retome y en el momento más impensado nos lo va a agradecer.

36
BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA

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Capital Intelectual, 2004.
 Abal Medina, Juan (h), La muerte y la resurrección de la representación
política, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 2004.
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Homo Sapiens Ediciones, 2001.
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