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DE LA UNIÓN EN LA FILOSOFÍA
Existen en nosotros ciertas nociones primitivas, que son como los originales
en cuyo patrón nos basamos para formar todos nuestros conocimientos. Y esas
nociones son muy pocas, ya que, tras las más generales, las del ser, el número, la
duración, etc., que convienen para todo cuanto podemos concebir, sólo tenemos,
en lo que más particularmente atañe al cuerpo, la noción de la extensión, de la
que se derivan las de la forma y el movimiento. Y para el alma tenemos sólo
39
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la del pensamiento, que abarca las percepciones del entendimiento y las inclina-
ciones de la voluntad; y, por último, para el alma y el cuerpo juntos, sólo tene-
mos la de su unión, de la que depende la de la fuerza con que cuenta el alma para
mover el cuerpo, y el cuerpo para influir en el alma, provocando en ella sensa-
ciones y pasiones.1
Las nociones primitivas suponen una nueva manera de referirse a las natura-
lezas simples que aparecían en las Reglas para la dirección del espíritu,2 y las
nociones simples que componen nuestros pensamientos que aparecen en los
Principios.3 No voy a entrar en los matices de cada expresión, y sólo destacaré
que su papel epistemológico es aparentemente el mismo: se trata de los elementos
más simples y más fáciles de conocer.4 Sin embargo, cuando en su correspon-
dencia menciona las nociones primitivas aparece una que en ningún escrito ante-
rior había sido mencionada como tal, la noción de la unión así como sus nocio-
nes derivadas. Cabe destacar que, estableciendo la unión alma-cuerpo como una
noción primitiva, Descartes evita abordar el problema de la interacción, proble-
ma que se deriva de haber establecido la distinción e independencia radical entre
el alma y el cuerpo. Descartes puede hacerlo al reducir el conocimiento de la
unión a un conocimiento absolutamente primero en tanto que simple, de mane-
ra que su evidencia nos viene dada y no puede explicarse apelando a conoci-
mientos previos. En otras palabras, no se trata de que el conocimiento de la dis-
tinción sea primero y el de la unión se derive de él, sino que el conocimiento de
la unión está ahí desde el principio. El estatuto epistemológico de esta noción es
el mismo que el del pensamiento o el de la extensión: son patrones a partir de
los cuales construimos el resto de nuestros conocimientos.
II
1
“Je considère qu’il y a en nous certaines notions primitives, qui sont comme des originaux, sur le patron des-
quels nous formons toutes nos autres connaissances. Et il n’y a que fort peu de telles notions; car, après les plus
générales, de l’être, du nombre, de la durée, etc., qui conviennent à tout ce que nous pouvons concevoir, nous n’a-
vons, pour le corps en particulier, que la notion de l’extension, de laquelle suivent celles de la figure et du mouve-
ment; et pour l’âme seule, nous n’avons que celle de la pensé, en laquelle sont comprises les perceptions de l’en-
tendement et les inclinations de la volonté; enfin, pour l’âme et le corps ensemble, nous n’avons que celle de leur
union, de laquelle dépend celle de la forcé qu’a l’âme de mouvoir le corps, et le corps d’agir sur l’âme, en causant
les sentiments et les passions” (AT, III, pág. 665; trad. esp. María Teresa Gallego Urrutia, Descartes, Madrid, Gredos,
2011, págs. 553-554).
2
Véanse las Regulae VI, VIII y XII (AT, X).
3
AT, VIII, I, artículos 47-49, págs. 392 sq. y 403 sq.
4
Para un análisis en mayor profundidad sobre esta cuestión, véase, en esta misma obra, el texto de Natanael F.
Pacheco Cornejo, “En torno al concepto de ‘noción primitiva’ en Descartes”.
La integración de la experiencia de la unión en la filosofía 41
Veo una gran diferencia entre estas tres categorías de nociones, puesto que el
alma sólo puede concebirse mediante el entendimiento puro; el cuerpo, es decir,
la extensión, las formas y los impulsos que lo mueven, puede también conocer-
se sin más ayuda que la del entendimiento, pero es preferible que en ayuda del
entendimiento acuda la imaginación; y, por fin, las cosas que atañen a la unión
del alma y el cuerpo sólo se conocen de forma muy oscura con la única ayuda del
entendimiento, y otro tanto sucede si la imaginación ayuda al entendimiento. Mas
los sentidos la dan a conocer con gran claridad.1
1
AT, III, págs. 691-692; tr. esp. págs. 557-558.
2
Denis Kambouchner, L’homme des passions. Commentaires sur Descartes, tomo I: Analytique, París, Albin
Michel, 1995, pág. 40.
3
AT, III, pág. 692; tr. esp. pág. 558.
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ce que para que aquélla pueda ser concebida debe rechazarse ésta. La noción de
la unión alma-cuerpo parece necesitar de una experiencia sensible para ser con-
cebida, una experiencia en la que entren en juego tanto componentes somáticos
como psicológicos. La cuestión es que la filosofía descubre la verdad de la dis-
tinción, lo que genera, como Descartes señala a Elisabeth, una relación de con-
trariedad:
1
AT, III, pág. 693. La expresión que usa Descartes es “ce qui se contrarie”. Los traductores castellanos tradu-
cen habitualmente esta expresión como “lo cual es contradictorio”, sin embargo, esto es una traducción equivoca-
da cuyas consecuencias no son menores para la correcta comprensión de la idea que Descartes pretende transmitir.
De ahí que nosotros traduzcamos la expresión cartesiana como “lo cual es algo contrario”. Argumentemos breve-
mente esta cuestión. Según el cuadro de la oposición aristotélico, los juicios contradictorios difieren en cantidad y
cualidad y no pueden ser simultáneamente verdaderos ni simultáneamente falsos. Por otra parte, los juicios con-
trarios poseen la misma cantidad (son universales) aunque difieren en cualidad, y no pueden ser simultáneamente
verdaderos aunque sí pueden ser simultáneamente falsos. Descartes señala que el problema de la mente humana
reside en concebir, en pensar o juzgar al mismo tiempo que 1) el alma y el cuerpo son distintos y 2) que el alma y
el cuerpo están unidos, y establece una equivalencia entre ambos juicios con estos otros dos: 3) el alma y el cuer-
po (el hombre) son una cosa y 4) el alma y el cuerpo (el hombre) son dos cosas. Lo que tenemos son cuatro juicios
que se suponen análogos: 1 es análogo a 4 y 2 es análogo a 3. Aunque la analogía podría discutirse, el aspecto cru-
cial que queremos mostrar es el siguiente: los juicios que son contrarios son 3 y 4, pues pueden formularse de la
siguiente manera para mostrar su adecuación al cuadro de la oposición: a) todos los hombres son dos cosas y b)
todos los hombres son una cosa. Si el lector coincide con esta reformulación reconocerá que ambos juicios coinci-
den en cantidad y que no pueden ser verdaderos simultáneamente pero sí pueden ser simultáneamente falsos, pues
no podemos afirmar los dos juicios al mismo tiempo pero también es cierto que todos los hombres podrían ser tres
o más cosas.
2
Es ésta una gradación que Descartes establece en la Carta-prefacio de los Principios de la filosofía: el primer
grado contiene nociones que son tan claras por ellas mismas que se pueden adquirir sin meditación; el segundo,
todo lo que la experiencia de los sentidos hace conocer; el tercero, lo que nos enseña la conversación con otros hom-
bres; el cuarto, la lectura de los libros escritos por personas capaces de darnos buena instrucción; y el quinto, incom-
parablemente más alto y seguro que los otros cuatro, la búsqueda de las primeras causas y de los verdaderos prin-
cipios, a lo que se dedican los filósofos (AT, IX-2, pág. 5).
3
Véase Henri Gouhier, La pensée métaphysique de Descartes, París, Vrin, 1962, págs. 321-328.
La integración de la experiencia de la unión en la filosofía 43
de las nociones, que dan lugar tanto al conocimiento filosófico como al no filo-
sófico. Así, la cuestión del principio del conocimiento depende del punto de vista
que adoptemos, si el del ejercicio filosófico (con lo que partimos de la metafísi-
ca) o su condición de posibilidad (con lo cual el punto de partida son las nocio-
nes).
Se ha considerado a la concepción de la unión como no filosófica en la medi-
da en que se apoya en una noción primitiva que parece asimilarse a la definición
que da Descartes del primer grado de la sabiduría, esto es, aquellas nociones
“que son tan claras por ellas mismas que se pueden adquirir sin meditación”.1
Pero recuérdese que ya en su primera respuesta a Elisabeth (la carta del 21 de
mayo de 1643), Descartes explica que hay dos facultades en el alma humana
de las que depende todo el conocimiento que podemos tener de su naturaleza, de
las cuales una es que piensa, y la otra, que, por estar unida al cuerpo, puede actuar
y padecer con él.2
Así pues, uno de los dos conocimientos que podemos tener sobre el alma es
el de la unión, y, en este texto, parece situarse al mismo nivel que el otro. Si
Descartes no había escrito en demasía sobre ello se debe a que su objetivo era
demostrar la distinción, tarea para la que la concepción de la unión podía supo-
ner una dificultad. El conocimiento de la unión se obtiene mediante una expe-
riencia prefilosófica, accesible a todo el mundo en la medida que nos encontra-
mos en el primer grado del conocimiento. Pero eso no significa que deba ser
eliminada. En tanto que noción primitiva, nos encontramos con una idea verda-
dera, tanto como la del alma y la del cuerpo considerados separadamente. Luego,
la conquista de la distinción por el ejercicio de la meditación metafísica no debe-
ría invalidar la experiencia de la unión, sino más bien situarla adecuadamente en
el conjunto de conocimientos. Así, Spinoza y Leibniz errarían al considerar que
Descartes abandona la filosofía al abordar la unión, pues considerarían ésta, equí-
vocamente, como derivada de la distinción.3
Ciertamente, en apoyo a la posición de Spinoza y Leibniz podemos alegar
que Descartes aconseja a Elisabeth que, siguiendo lo que él mismo hace, no de-
dique demasiado tiempo al ejercicio del entendimiento puro (la metafísica).4 Pero
debemos recordar que, en el árbol de la filosofía descrito en la Carta-prefacio,
la metafísica sólo son las raíces, y que ello significa que la filosofía no se ejer-
1
Carta-prefacio de los Principios, AT, IX-2, pág. 5.
2
AT, III, págs. 664-665.
3
“¿Qué entiende [Descartes] por unión del alma y el cuerpo? ¿Qué concepto claro y distinto, digo, tiene de un
pensamiento muy estrechamente unido a cierta partícula de cantidad?” (Baruch Spinoza, Ética, V, Prefacio; trad.
esp. Oscar Cohan, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1977, pág. 244). “En efecto, no encontra-
ba [Descartes] modo alguno de explicar cómo el cuerpo hace pasar algo al alma ni cómo una substancia puede
comunicar con otra substancia creada. Descartes había abandonado aquí la partida, hasta donde podemos saber por
sus escritos” (Gottfried Wilhelm Leibniz, “Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las substancias,
así como de la unión que hay en el cuerpo”, en Escritos filosóficos, ed. Ezequiel de Olaso, Buenos Aires, Charcas,
1982, pág. 46).
4
Carta a Elisabeth, 28 junio de 1643 (AT, III, pág. 692-695).
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ce exclusivamente mediante el entendimiento puro. Ahora bien, una vez las raí-
ces están bien plantadas (lo que, para Descartes, tan sólo se lleva a cabo una vez
en la vida), entonces el resto de conocimientos debe ajustarse a ellas. Spinoza y
Leibniz interpretaron, a partir de ahí, que había que explicar la unión a partir de
la distinción; pero no tuvieron en cuenta que el orden de la meditación no puede
contradecir a la primitividad de la noción de la unión. De este modo, Descartes,
al inicio de la carta del 28 de junio de 1643, recuerda a la princesa que le ha
intentado hacer ver que, aunque podamos considerar el alma como material (pues
en eso consiste concebir la unión), eso no significa que dejemos de conocer que
es separable.1 Y más adelante le pide a Elisabeth que al pensar la unión no deje
de tener presente la distinción:
Dando por hecho que se hallan aún muy presentes en la mente de Vuestra
Alteza las razones que prueban la distinción entre el alma y el cuerpo, y no que-
riendo rogarle que prescinda de ellas para representarse esa noción de la unión
que todos sentimos en nuestro fuero interno sin necesidad de filosofar, a saber,
que lo que existe es una persona única, que tiene a un tiempo cuerpo y pensa-
miento, y que son ambos de naturaleza tal que ese pensamiento puede mover el
cuerpo y sentir los accidentes que le acaecen.2
1
AT, III, pág. 691.
2
AT, III, págs. 693-694.
3
El meum corpus que aparece en la Sexta Meditación. Véase Jean-Luc Marion, Sur la pensée passive de
Descartes, París, PUF, 2013, págs. 93-94.
La integración de la experiencia de la unión en la filosofía 45
un mayor valor de verdad a las nociones primitivas que a los juicios ontológicos
respecto de la unión o de la distinción.
III
Analizar una por una estas analogías excede las pretensiones de este escrito,
así que me limitaré a comentar las dos primeras. Empecemos con la analogía de
la gravedad, que es la que Descartes utiliza en la correspondencia con Elisabeth
para explicarle la unión. En la carta del 21 de mayo de 1643 Descartes introdu-
ce la analogía después de advertir a la princesa que la pregunta que le ha hecho
(cómo el alma puede mover el cuerpo) está mal planteada, pues aplica una noción
1
Respectivamente, AT, III, págs. 663, 667 y 694; AT, IX-1, pág. 240; AT, III, pág. 504; AT, VII, pág. 587 y AT,
V, pág. 223.
2
Discours de la méthode (AT, VI, pág. 59) y Sexta Meditación (AT, IX-1, pág. 64).
3
AT, XI, págs. 131-132.
4
Cuartas Respuestas, AT, IX-1, pág. 173.
5
Sextas Respuestas, ibid., pág. 226.
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Sirva esto para disculpar, así lo espero, la necedad que demuestro al no con-
seguir comprender la idea de que debemos percatarnos de cómo el alma (inma-
terial y carente de extensión) puede mover el cuerpo atendiendo a esa otra idea
vuestra, anterior, referida a la gravedad; ni por qué ese poder para impulsar el
cuerpo hacia el centro de la Tierra que, a la sazón, le atribuisteis de forma equi-
vocada dándole el nombre de cualidad, debe persuadirnos más bien de que algo
inmaterial puede mover un cuerpo y de que la demostración de una verdad con-
traria (que nos prometéis en vuestra Física) nos confirma en la opinión de que es
algo imposible, sobre todo porque esa idea (que no puede aspirar a la misma per-
fección y realidad objetiva que la de Dios) puede ser fruto fingido del descono-
cimiento de qué es lo que impulsa en realidad esos cuerpos hacia el centro de la
Tierra. Y puesto que no dan los sentidos con causa material alguna, habría podi-
do atribuirse a su contrario, lo inmaterial, que, empero, no he sido nunca capaz
de concebir sino como negación de la materia, que no puede tener comunicación
alguna con ella.4
1
AT, III, pág. 667; tr. esp. pág. 554.
2
Ibid., págs. 667-668; tr. esp. pág. 554.
3
Carta del 20 de junio de 1643 (AT, III, págs. 683-685; tr. esp. págs. 555-557).
4
Ibid., pág. 684; tr. esp. pág. 556.
La integración de la experiencia de la unión en la filosofía 47
Pero os diré que toda la dificultad que contienen [las objeciones] no procede
más que de una suposición que es falsa, y que no puede ser probada de ninguna
manera, a saber, que si el alma y el cuerpo son dos substancias de diversa natu-
1
Ibid.
2
Ibid., pág. 694.
3
Véase Delphine Kolesnik-Antoine, L’homme cartésien, Presses Universitaires de Rennes, 2009, págs. 171-178.
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raleza, esto les impide poder actuar una contra la otra; ya que, al contrario, los
que admiten accidentes reales como el calor, la gravedad y otros, no dudan en
absoluto que estos accidentes puedan actuar contra el cuerpo, y sin embargo hay
más diferencia entre aquéllos y éste, es decir, entre los accidentes y una substan-
cia, que la que hay entre dos substancias.1
Que la mente, que es incorpórea, pueda mover el cuerpo, no nos lo puede ense-
ñar ningún razonamiento ni comparación; sino que es una muy cierta y evidentí-
sima experiencia cotidiana que se nos hace presente.3
La analogía de la gravedad no nos enseña nada del alma, sino que Descartes
invierte la relación: tenemos una noción de cómo el alma puede mover el cuer-
po, y de ahí inferimos el funcionamiento de la gravedad. Y pensando la grave-
dad como una cualidad real no nos cuesta pensar cómo el alma mueve el cuer-
po. En este sentido, en la primera carta a Elisabeth, Descartes ya era claro:
Por ejemplo, suponiendo que la gravedad sea una cualidad real, de la que no
se sabe sino que tiene fuerza para desplazar el cuerpo que la alberga hacia el cen-
1
Carta a Clerselier (Sur les Cinquièmes Objections) del 12 de enero de 1646 (AT, IX-1, pág. 213).
2
Para la concepción cartesiana de la gravedad, véanse el capítulo XI de El Mundo, los artículos 20 a 27 de la
cuarta parte de los Principios de la filosofía, y las cartas a Mersenne del 29 de junio, 13 de julio y 11 de octubre de
1638, 19 de junio y 16 de octubre de 1639, 30 de julio y 28 de octubre de 1640.
3
AT, V, pág. 222. El texto parece remitir a la Regula XIV, en la que Descartes describe las dos maneras de
adquirir conocimiento de las cosas, la intuición simple y pura y la comparación de dos o más cosas entre ellas (AT,
X, pág. 440).
La integración de la experiencia de la unión en la filosofía 49
tro de la Tierra, nada más fácil que concebir de qué forma mueve ese cuerpo o
cómo va unida a él. Y no suponemos que sea la consecuencia de un contacto real
entre dos superficies, pues experimentamos en nosotros mismos que tenemos una
noción particular que nos permite concebir este hecho. Opino que damos un uso
equivocado a esa noción si la aplicamos a la gravedad, que no es nada realmen-
te distinto del cuerpo, lo cual espero demostrar en el campo de la física, pero que
nos ha sido dada para concebir la forma en que el alma mueve el cuerpo.1
1
Carta a Elisabeth (AT, III, págs. 667-668; tr. esp. págs. 554-555). La cursiva es mía.
2
AT, VI, pág. 59; tr. esp. pág. 40.
3
AT, VII, pág. 81; AT, IX-1, pág. 64; tr. esp. pág. 213.
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nero de El Mundo), pero esa imagen, por ser una imagen muy conocida y utili-
zada –entre otros por Platón, Aristóteles, Plotino, Giordano Bruno, Tomás de
Aquino, Montaigne y Charron–, posee unas connotaciones que Descartes quie-
re evitar. Concretamente, en la época esta imagen está vinculada a un cierto hile-
morfismo que la nueva física cartesiana elimina.1 Frente a esa consecuencia inde-
seable, Descartes insiste en la mezcla que supone la unión del alma y el cuerpo.
Como bien señala Gouhier, la unión no sólo supone la capacidad del alma de
mover el cuerpo, sino también la de ser afectada por él (los apetitos y las pasio-
nes).2 Y cuando se produce esa afectación la unión es tan intensa que nos per-
mite hablar, en sentido no ontológico, de la materialidad del alma. En este sen-
tido, la unión es una permixtio,3 en la que la mezcla no supone la pérdida de las
características de los elementos que la integran. El vrai homme es unum quid,
pero esa unidad no supone la eliminación de la distinción conquistada en el ejer-
cicio de la filosofía. La meditación metafísica ha establecido esta doble verdad:
el alma no es un cuerpo y el alma está unida a un cuerpo. Así, el alma unida a
un cuerpo puede ser considerada como un alma que posee materialidad; un cuer-
po unido a un alma deviene una materia considerada como un todo (meum cor-
pus). Ciertamente, la permixtio no permite la claridad y la distinción que poseen
los primeros principios establecidos por las Meditaciones metafísicas, puesto
que la unión se refiere a dos substancias sin poder separarlas, ya que si dejáse-
mos una de lado, el hecho de la mezcla ya no se daría. Pero que la experiencia
de la unión no sea clara y distinta no quiere decir que no sea evidente, ni que no
pueda obtenerse un conocimiento claro y distinto en relación a su campo (un
intento de esto son las Pasiones del alma). Para poder hablar con verdad de la
unión –del hombre, en definitiva– debemos aceptar las verdades establecidas en
las Meditaciones metafísicas, así como la fisiología cartesiana. Así pues, el pro-
blema de la unión no es tanto cómo explicarla, pues el hecho es que poseemos
la noción de esa unión desde el inicio, sino cómo evitar que de esa noción se
deriven ideas inadecuadas. Explicar la experiencia de la unión filosóficamente
ha de suponer entenderla en su peculiaridad, que no implica adoptar el modelo
platónico ni tampoco el aristotélico.
IV
Esta experiencia está ligada a una noción primitiva, que poseemos en nuestro
interior, pero que sólo podemos concebir con ayuda de los sentidos.1 Descartes
indica a la princesa que los que no filosofan nunca tienen duda alguna de que el
alma mueve el cuerpo,2 pero aunque no se deba dedicar mucho tiempo a la meta-
física, es necesario comprender sus principios al menos una vez en la vida,3 por-
que al pensar la unión no hay que deshacerse de ellos.4 Debe concluirse, por
tanto, que Descartes no está diciendo que los que no filosofan nunca conciben
mejor la unión que los filósofos, sino que éstos deben poseer la verdadera filo-
sofía para concebirla adecuadamente. Es decir, el problema, para Descartes, con-
siste en que siendo las nociones primitivas patrones sobre los que se edifican el
resto de conocimientos, si abordamos esa noción sin estar en posesión de la ver-
dadera filosofía, llegaremos a conclusiones equivocadas. Así, los filósofos esco-
lásticos que, como todo el mundo, poseen la noción de la unión, piensan erró-
neamente, estableciendo una analogía inadecuada, que sucede lo mismo en todos
los seres vivos y que, por tanto, el alma es un principio vital. Ese error sólo puede
ser subsanado en la medida que la meditación metafísica establece la distinción
entre mente y cuerpo y la peculiaridad del ser humano respecto del resto de seres
vivos. El establecimiento de los principios de la filosofía (mediante la bona mens)
permite evitar las falsas teorías escolásticas, pero también teorías ocasionalistas.
El camino en el que se adentra Descartes es nuevo, y supone un equilibrio entre
los dos puntos de partida a los que aludíamos hace un rato: la primitividad de las
nociones es incuestionable, y sobre ellas construimos el conocimiento, pero la
meditación metafísica aparece como segundo punto de partida, que debe garan-
tizar un uso adecuado de esas nociones, esto es, una construcción correcta del
conocimiento.
La unión, entonces, no solamente puede, sino que debe ser abordada por la
filosofía. No tanto para explicarla, pues de ella tenemos certissima et evidentis-
sima experientia,5 sino para evitar que de ella se puedan extraer falsos conoci-
mientos. Y, sobre todo, porque la unión no puede ser dejada de lado al reflexio-
nar sobre el ser humano. Recordemos que en la carta del 21 de mayo Descartes
explica a Elisabeth lo siguiente:
1
“Car nous ne pouvons chercher ces notions simples ailleurs qu’en notre âme, qui les a toutes en soi par sa
nature, mais qui ne les distingue pas toujours assez les unes des autres, ou bien ne les attribue pas aux objets aux-
quels on les doit attribuer” (Carta a Elisabeth del 21 de mayo de 1643, AT, III, págs. 666-667).
2
Carta a Elisabeth del 28 de junio de 1643 (AT, III, pág. 692).
3
Ibid., pág. 695.
4
Ibid., págs. 693-694.
5 Carta a Arnauld del 29 de julio de 1648 (AT, V, pág. 222).
52 JOAN LLUÍS LLINÀS
rriendo a una noción que no le corresponde, no podemos hacer otra cosa más que
equivocarnos.1
Las ramas del árbol de la filosofía tienen por objeto al ser humano, en tanto
que son los frutos que los hombres deben recoger para llevar a cabo la mejor
vida posible. Para obtener los mejores frutos se hace preciso poseer una idea de
qué sea el hombre, le vrai homme, y eso supone concebir el alma unida a un cuer-
po sin desechar por ello que el alma pueda separarse del cuerpo. En consecuen-
cia, la típica concepción dualista de Descartes debe ser revisada, y explorar con
más detenimiento esa afirmación de dos proposiciones contrarias: la unión y la
distinción del alma y el cuerpo.2 Y esa revisión nos debe conducir a repensar
mejor la modernidad y la crisis de la misma.3
1
AT, III, págs. 665-666.
2
Para ello es fundamental el Tratado del hombre. Abordar este texto excede los objetivos que me he propues-
to aquí, pero, brevemente, quiero apuntar que Descartes no cumple con el plan esbozado al principio, de hablar del
cuerpo aparte, del alma aparte, y finalmente de su unión, sino que desarrolla especialmente la consideración mecá-
nica del cuerpo apuntando sólo algunas cosas de los otros dos campos. Haciéndolo así, la física es abordada como
algo independiente de lo anímico y dejará atrás la física escolástica.
3
Este escrito es fruto del trabajo desarrollado en torno a la obra cartesiana con el Dr. Andrés Jaume y el doc-
torando Natanael Pacheco en el marco del Grupo de Investigación sobre Filosofía Medieval y Moderna de la UIB
(dirigido por el Dr. Miguel Beltrán), a quienes agradezco sus atinados comentarios.