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UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL

Licenciatura en filosofía

Preseminario
Gina Tatiana Quilaguy Mogollón

lfl_gtquilaguym412@pedagogica.educo
2015132025

SOBRE LA INSEPARABILIDAD E INMORTALIDAD DEL ALMA

El texto pretende tratar sobre la inseparabilidad del compuesto alma-


cuerpo tal como la concibe Descartes, a partir de lo que nos ha dejado claro en
sus meditaciones, específicamente trataré su sexta meditación, pues allí es
donde más se evidencia su postura frente al alma desprendida del cuerpo, a
pesar de que sabe que una requiere de la otra para funcionar. Luego de esto
hablaré del descontento por Elizabeth con la afirmación de Descartes en
cuanto a que el alma era quien movía el cuerpo, pues se le hacía imposible
que algo inmaterial proporcionara movimiento, es decir para ella no era posible
pensar en un alma inmaterial, por consiguiente, expresaré la respuesta de
Descartes. Y, por último, pondré de manifiesto que Descartes deja clara su
inclinación a creer en la inmortalidad del alma en la segunda objeción
recopilada por Mersenne; todo lo cual suscita desacuerdo desde la postura de
Kant en su texto Sueños de un visionario, pues no concibe que Descartes
afirme la inmortalidad del alma, sabiendo que esta es una propuesta
apresurada, pues no lo podemos comprobar, va más allá de nuestra
experiencia.

Por dichas razones, ahora expresaré la posición de nuestro autor en su


sexta meditación; bien sabemos que Descartes cimienta el conocimiento en
que de lo único que no puede dudar es de su existencia, ya que, según él, solo
tiene certeza de su existencia a partir de concebirse como una cosa pensante,
un sujeto agente. En su sexta meditación plantea entonces que el alma puede
prescindir del cuerpo, pues esta hace posible la distinción de mente-cuerpo
como un proceso inmediato, debido a su racionalidad; a pesar de también
saber la dependencia que esta tiene por parte de una corporeidad que le
permite percibir y tener extensión, se piensa el cuerpo como un simple
instrumento, una máquina que solo brinda extensión y que es movido
anímicamente por el alma, incluso manifiesta que no requiere de algo externo
para comprobar su existencia, sino que por el mero pensamiento lo puede
hacer.

Descartes allí demuestra que el ser humano tiene dos facultades que le
permiten comprender, una que corresponde a su imaginación propiciada por el
cuerpo (los sentidos) y el recuerdo de la experiencia con lo exterior, con lo
extenso en nuestra mente, y la pura intelección como la esencia de nuestra
mente, lo que nos permite comprender, sin necesidad de poseer un cuerpo:
“[…] saber lo verdadero de ellas (las cosas puestas fuera de nosotros) parece
que le pertenece a la mente sola, pero no al compuesto’’ (Descartes, AT, VII,
83), sin embargo, dice que ambas tienen lugar en la mente, aunque menciona
que gracias al cuerpo tenemos la capacidad de sentir cosas externas, a pesar
de que este sea pasivo. Aun así, no deja de primar a la mente, pues esta es la
que comanda diversas acciones de forma activa, como sujeto agente; de
hecho, párrafos antes lo afirma: “[…] concluyo correctamente que mi esencia
consiste únicamente en que soy una cosa pensante’’. (Descartes, AT, VII, 78)

Teniendo en cuenta su inclinación por creer en el alma como parte más


importante del compuesto que él propone, es posible pensar en la separación,
pero aun así sabemos que todo el tiempo actuamos como un compuesto,
nuestro cuerpo no deja de tener movimientos, incluso al bombear sangre al
momento de dormir y nuestra mente sigue produciendo pensamientos, incluso
en el sueño, pero únicamente como seres vivos. En la correspondencia con
Elizabeth de Bohemia, se hace manifiesto el desacuerdo de Elizabeth, pues se
le hace imposible pensar en la distinción o la conexión de alma-cuerpo,
cuestionando el aceptar que el alma es la que determina al cuerpo.

Pues Descartes dice que el alma del hombre es quien determina los
espíritus animales del cuerpo para que realicen actos voluntarios; la manera en
la que se concibe la unión es debido a unas nociones primitivas del compuesto:
como el cuerpo, que es el que nos brinda extensión, nos permite tener una
noción de ser, de vernos a sí mismos como unidad que posee una duración y
por el cual es posible pensar en la forma que este adquiere y su movimiento.
Por otra parte, está el alma, por la cual se produce nuestro pensamiento y tiene
inclinaciones de voluntad según las afecciones del cuerpo. Y finalmente el
compuesto, que permite concebir la fuerza empleada por el alma para mover el
cuerpo y la fuerza del cuerpo para influir en el alma, produciendo en ella
sensaciones y pasiones. Y si esto es así, ella pregunta qué determina esa
pulsión del alma sobre el cuerpo, pues le parece imposible que algo inmaterial
pueda impulsar el movimiento de un cuerpo:

“[…] hay, no obstante, gran dificultad en comprender que un alma, tal y


como vos la habéis descrito, tras haber poseído la facultad y el hábito de
razonar cabalmente, pueda perder por completo tales cosas por efecto de
algún desfallecimiento, y que, siendo así que puede el alma subsistir sin el
cuerpo y nada tiene en común con él, esté tan sometida a éste.’’ (Elizabeth,
1643, p. 556)

A lo que Descartes responde que el alma tiene dos facultades para


conocer la naturaleza: el alma como cosa pensante y el alma unida con el
cuerpo, sufriendo y actuando con él. Descartes de nuevo le va a dar más
importancia a la mente, resaltando que gracias a ella (la pura intelección)
podemos comprender de forma inmediata la unión y separación de la mente y
el cuerpo, comprendiendo de esta unión que así es como de forma conjunta, el
alma cuenta con una fuerza para mover al cuerpo y que el cuerpo influía en el
alma provocando sensaciones y pasiones.
Incluso en la segunda objeción del texto Objeciones y respuestas, es
posible ver la posición de Descartes en defensa del espíritu separado del
cuerpo. El filósofo siempre nos ha hecho comprender que no tiene razones
para confiar en sus sentidos: “[…] esto es necesario para volverse capaz de
conocer la verdad de las cosas metafísicas pues estas no dependen de los
sentidos’’ (Descartes, AT, IX, 126), argumento puesto en consideración
respecto a los axiomas que él da para la comprensión de su teoría.

De hecho su segundo axioma es que del espíritu no se puede dudar,


pues es más fácil de conocer que lo corporal, u otro axioma en el que pone
como necesario examinar las proposiciones que no tienen necesidad de
prueba, sin embargo habla de la separabilidad del compuesto y por ello yo me
detengo en esto, pues siento que él solo justifica su punto de partida desde su
contemplación por separado del compuesto y de que si es posible que él las
piense así, entonces nosotros podremos considerar que estas posiblemente
pueden vivir espaciadamente.

Para mí es confuso pensar que ambas nociones no son dependientes


de la otra y que es posible existir sin la sustancia extensa, porque es algo que
se sale de nuestro entendimiento, no podría afirmar que esto no sea así, pero
si al menos ponerlo en consideración. Mersenne dice que de la distinción que
nuestro filósofo hace de alma y cuerpo no se puede seguir necesariamente que
el alma sea inmortal pero que no puede juzgarlo desde su pensamiento porque
la inmortalidad solo depende de la voluntad de Dios. Entonces Descartes
responde que nuestro mismo conocimiento nos hace percatar de que el alma
es diferente del cuerpo y que el alma es una sustancia al igual que el cuerpo y
que la muerte del cuerpo depende de un cambio de figura o división; pero que
no hay un ejemplo que nos persuada precisamente de la muerte de una
sustancia tal como el espíritu:

“Y ni siquiera tenemos ningún argumento, ni ejemplo, que nos pueda


persuadir de que haya sustancias que estén sujetas a estar aniquiladas. Lo
cual es suficiente para concluir que el espíritu, o el alma del hombre, en
tanto él puede ser conocido por la filosofía natural, es inmortal’’ (Descartes,
AT, IX, 120)

Con todo lo anterior podemos ver que Descartes está inclinado por
pensar que el alma es inmortal, a pesar de que no lo podamos experimentar,
pues es suficiente para él que sea posible separar por medio de nuestro
intelecto lo que nos hace percatarnos de la experiencia que proporcionan
nuestros sentidos o cuerpo.

Entonces como propuse al principio del texto a Kant, algunas de las


afirmaciones de Descartes sobre la inmortalidad del alma, le causa
descontento pues, por ejemplo, a partir de la significación que según Descartes
caracteriza en relación al alma o espíritu, se podría pensar que esta tiene
capacidad racional, pero para Kant ni aun teniendo esta capacidad, el alma se
distinguiría a sí misma externamente de los elementos materiales (extensos)
de los que se conocen las fuerzas de su manifestación externa al morir, pues
nada se sabe en relación a lo que le corresponda a sus propiedades internas,
solo se podría pensar en el reconocimiento del espíritu en tanto que se
contiene en un espacio lleno del materia, son seres que no poseen en sí
mismos impenetrabilidad y nunca forman un todo sólido, dice que solo cuando
los seres inmateriales poseen razón se les llama espíritu. (Kant, 1987, p.33)
Las facultades de la res extensa no pueden ser entendidas sin el cuerpo, así
mismo con las facultades de la mente.

Además de lo anterior, otra de las afirmaciones de Descartes con la que


Kant se incomoda es cuando él autor, como mencione en páginas anteriores,
habla sobre el modo de conocer los aspectos de la metafísica, pues expresa
que no requerimos de los sentidos y que por ello no es necesario tenerlos en
cuenta, sino fiarnos más de los conocimientos que hemos comprendido por el
alma Esto le causa molestias a Kant, pues para él la experiencia es
imprescindible, pues solo lo que nos brinda ella es comprobable y de lo
contrario uno no pude formarse un concepto y por consiguiente debe
rechazarlo pues es imposible.

Debido a lo anterior, Kant no encuentra un modo de pensar en concreto,


una actividad del alma que genere una semejanza con sus representaciones
empíricas y al intentar quitar la propiedad de llenar un espacio en el que
actúan, decide renunciar a su concepto, es decir, el de espíritu. Sin embargo,
no se puede afirmar que esta imposibilidad sea probada, ni su contrario, pero al
pensar en que el espíritu existe por sí mismo, podemos ver que la presencia de
estos espíritus es en la actividad en el espacio llevada a cabo por el cuerpo,
pero esto no le da solidez propia.

Aunque las cosas extensas ocupen un espacio, solo lo ocupan por


medio de la acción externa en otras sustancias, pero por sí mismas no ocupan
un espacio, así sucedería con el espíritu, pues los límites de la extensión
determinan la figura, pero el espíritu no tiene extensión entonces no sería
posible pensar en él con alguna forma específica, por tanto, no se puede
pensar sin el cuerpo.

De hecho, Kant en su libro Sueños de un visionario, decide hacer una


hipótesis en la que se le acepte a Descartes que el hombre tiene en su cuerpo
un espíritu, pero dice que si se le concede esto, es preciso preguntar dónde
tiene lugar esa alma en el mundo corporal, y si se dijera que está en el mismo
lugar que yo ocupo, no se sabría afirmar en que parte de mi cuerpo se ubica,
porque afirmo esto en relación a inferencias imaginarias, pues nadie tiene
conciencia inmediata de un lugar en su cuerpo en el que se encuentre su alma
específicamente, a no ser que sea el espacio que cada quien ocupa en el
mundo. Kant afirmaría, según su yo indivisible que “Donde siento, allí soy’’
(Kant, 1987, p. 36)

De lo cual es posible deducir que pareciera entonces que ese ser


espiritual está presente íntimamente en la materia con la que está unido y que
incluso << […] un elemento simple de la materia, ha de tener alguna actividad
interior como principio de su efectividad externa, aunque yo no sé decir en que
consiste>> (Kant, 1987, p.41). Se puede concluir que a partir de estos
principios es posible que el alma sea el efecto y sea quien tenga
determinaciones internas pero que así mismo el estado del universo seria su
causa. Sin embargo, Kant alude que no es comprensible para él pensar en que
mente-cuerpo constituyen una unidad y que al tiempo se deshaga esa unidad.

Como podemos ver Kant en este texto fijo su mirada en argumentar la


imposibilidad de la separabilidad del alma al momento de que su cuerpo se
corroe, incluso él habla con ironía de aquel que recurre a principios
inmateriales pues es perezoso y “[…] puede ver formas espirituales despojadas
de su ropaje corporal en aquella penumbra con que la débil luz de la metafísica
hace visible el reino de las sombras’’ (Kant, 1987, p 43).

Kant demuestra que si bien se reconoce a la materia inerte como


aquello que llena el espacio cósmico, su naturaleza tiene solidez, extensión,
figura, etc., se sabe que según Descartes, por ejemplo, las actividades que
mueven a esta materia son propiciadas por seres inmateriales en conjunto con
seres corporales animados que son activos por sí mismos.

Con lo anterior, se podría pensar que Descartes considera al alma


humana unida a dos mundos a la vez, de los cuales uno de ellos en unidad con
el cuerpo siente el material y en el otro en tanto miembro del mundo de los
espíritus recibe y reenvía los influjos puros de las naturalezas inmateriales.
De lo que se podría concluir que en tanto que el cuerpo muere y se trata
de mantener viva la separación del alma, es preciso pensar en que solo queda
vivo el mundo en donde permanece el alma constantemente con sus
naturalezas espirituales, lo cual a Kant le parece muy descabellado pues el
alma se podría pensar como algo inmaterial, pero al adquirir corporeidad y solo
así, se le permite caracterizarse como cosa pensante.

Si el cuerpo muere y la mente se separa del cuerpo, el mismo hecho de


que sea el cuerpo quien nos genera por ejemplo excitabilidad, nos hace pensar
que ya el alma no tendría por sí misma un estado interior, sus emociones y las
líneas direccionales del movimiento que acompañan en el cerebro como
auxiliares materiales se cortan dentro de él: “[…] sobre apariciones de almas
separadas o sobre influjos del espíritu y todas las teorías sobre la naturaleza
probable de seres espirituales y su relación con nosotros pesan más
únicamente en el platillo de la esperanza’’ (Kant, 1987, p.73).

Entonces, si bien Descartes intenta separar la mente del cuerpo


hablando de un cuerpo viviente y no lo puede hacer, menos lo va a lograr al
hablar de la muerte como posibilidad de ausencia del alma en el cuerpo, como
lo pudimos apreciar a lo largo del texto, no es algo que podamos negar con
cabalidad, pero tampoco podemos asegurarlo porque no hace parte de nuestra
experiencia.

REFERENCIAS:

Descartes, R. (2009). Meditaciones de la filosofía primera. Seguida de


objeciones y respuestas. (Trad. J.A. Díaz) Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia.

Kant, I. (1987). Los sueños de un visionario explicados por los sueños de la


Metafísica. (Trads. P. Chacón y I. Reguera). Madrid: Alianza Editorial.

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