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LAURA CARRIZO
REPASEMOS…
En el CCCN se opta por usar la siguiente terminología: personas humanas y personas jurídicas.
Omite dar una definición de persona humana, esto se debe a que en el CC se la definía de la
siguiente manera: “Son personas todos los entes susceptibles de adquirir derechos, o contraer
obligaciones”, confundiendo así la definición de lo que es persona con uno de sus atributos (la
capacidad).
Otro de los motivos por los cuales se decide no dar una definición de persona humana es que la
persona es un concepto anterior a la ley, el derecho se hace para la persona que constituye su
centro y su fin. Es decir, la noción de persona proviene de la naturaleza y es persona todo ser
humano, por el solo hecho de serlo.
Cabe mencionar aquí el proyecto de ley para modificar el CCCN y que sea incorporada otra
categoría de persona: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/personas-no-humanas-el-proyecto-
de-ley-que-busca-que-los-animales-dejen-de-ser-considerados-cosas-y-nid15032023/
Son definidas como “todos los entes a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere aptitud
para adquirir derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de
su creación”. De esta manera vemos como, a diferencia de las personas humanas (consideradas
preexistentes a la ley) las personas jurídicas sí requieren, para su existencia, que el
ordenamiento jurídico les confiera aptitud para adquirir derechos y obligaciones determinadas.
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En el orden jurídico, la personalidad corresponde, como regla, a los individuos humanos. Sin
embargo, también es conferida a los núcleos o grupos humanos constituidos por apetencia de
sociabilidad, propia de la naturaleza humana, cuando tales núcleos reúnen las exigencias
requeridas por el ordenamiento.
El principio de especialidad indica que la capacidad de la persona jurídica solo puede ejercerse
en orden a los fines de su constitución, es decir, de acuerdo a aquellos objetivos que, en su
momento, el Estado computó como conducentes y en vista de los cuales reconoció al ente como
sujeto de derecho. Al margen de esos fines, la persona jurídica está privada de toda capacidad
porque, en verdad, también carece de personalidad. Según la opinión doctrinaria y
jurisprudencial mayoritaria, la interpretación sobre la determinación de la actividad autorizada a
la persona jurídica debe ser realizada con prudencial amplitud; en tal sentido, se ha resuelto que
es necesario apreciar los fines de la entidad de modo tal que, además de los actos jurídicos
correspondientes a su objeto, se entienda que ella también está capacitada para practicar los
actos que, por implicancia, sean requeridos para la mejor consecución de tales fines. Por
aplicación de este criterio, debe considerarse que la persona jurídica está habilitada para encarar
toda actividad más o menos relacionada con el fin de su creación, desde que son sus
autoridades las que deben elegir los medios adecuados para el logro de ese fin y, en orden a ese
propósito, realizar los actos jurídicos consecuentes.
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Por ejemplo, una sociedad, aunque su actividad no sea adquirir bienes automotores, tiene
capacidad para adquirir un automotor para la distribución de los productos que fabrica.
De igual modo, puede realizar actos jurídicos encaminados a la organización de centros
culturales para su personal y otorgarles préstamos para la construcción de la vivienda
propia, porque ello contribuye al bienestar de los empleados y redunda en un mayor
rendimiento en la producción.
Por el contrario, el principio de la especialidad impide que se desvirtúe el objeto para el cual la
persona jurídica se ha constituido. Por ejemplo, una sociedad anónima constituida para
explotar una mina no puede realizar actividad financiera; una asociación cultural no puede
dedicarse a ejercer el negocio inmobiliario.
En suma, mientras que a la persona humana le son permitidos todos los actos y puede ejercer
todos los derechos que no le estén expresamente vedados, la persona jurídica solo goza de
capacidad jurídica para todo lo que está comprendido en sus fines propios: “para el cumplimiento
de su objeto y los fines de su creación”.
Principio general la personalidad jurídica nace con el acuerdo de voluntades. Nacen desde el
acto de su constitución y fruto de la libre voluntad de las partes, sin otro recaudo, excepto que la
ley exija un requisito adicional.
Nuestro sistema legal (tanto en el CC como en el CCyC) contiene diferentes regulaciones según
el tipo de persona jurídica, aunque la pauta general es el sistema de libre constitución.
PERSONALIDAD DIFERENCIADA
Por su parte, en concreto, de la neta distinción entre la personalidad del ente y la de sus
miembros, surgen importantes consecuencias prácticas, que son:
b) la distinta titularidad de derechos a que da lugar la actividad de la entidad, de manera que los
bienes pertenecientes a ella no pertenecen a los individuos integrantes de la misma, y viceversa;
d) la posibilidad de alterar la composición humana del núcleo sin que se modifique la situación
jurídica de la entidad;
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e) la posibilidad de que la entidad rija su propio orden interno y establezca los derechos y
deberes de los individuos que componen la persona jurídica (corporación) o que se benefician de
su actividad (fundación).
Según el CCyC —al igual que el CC—, las personas jurídicas pueden ser públicas o privadas.
Para ubicarlas en uno u otro sector, la doctrina ha tenido en consideración diversos elementos.
Entre los más importantes se pueden mencionar:
a) el origen estatal;
No cambia el carácter privado de una persona jurídica el hecho de que el Estado tenga algún
tipo de participación.
En efecto, puede ocurrir que el Estado tome participación activa en empresas en cuyo desarrollo
existe primordialmente un interés público. Es el caso, por ejemplo, de EDEMSA —Empresa
Distribuidora de Energía Mendoza SA—, que es la concesionaria (privatizada oportunamente) de
la prestación del servicio público de distribución de energía eléctrica en gran parte de la provincia
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de Mendoza. En dicha sociedad anónima son socios personas jurídicas privadas y, además, el
Estado provincial. Con la solución legal propuesta por el CCyC queda claro entonces que el
régimen jurídico aplicable a la entidad será de derecho privado (conforme a la normativa
pertinente) y no de derecho público. Sin perjuicio de lo expuesto, y si bien la participación estatal
no transforma en público el carácter privado de la persona jurídica participada, ponderando el
“interés público” comprometido en la participación estatal se le puede conferir —vía legal o
estatutaria— derechos al propio Estado o, incluso, obligaciones diferenciadas.
NOMBRE SOCIAL
b) Ser lícito, esto es, no estar compuesto de expresiones inmorales, contrarias a las buenas
costumbres, etc.
e) Gozar de aptitud distintiva, tanto respecto de otros nombres, como de marcas, nombres de
fantasía u otras formas de referencia a bienes o servicios, se relacionen o no con el objeto de la
persona jurídica. Para coadyuvar en el cumplimiento de estos recaudos, la autoridad
administrativa de control suele dictar regulaciones en las cuales se establecen pautas para la
elección del nombre y así evitar la elección de nombres repetidos o contrarios a la ley (por
ejemplo, la resolución 7/2005 IGJ). Asimismo, el organismo de control suele llevar un sistema de
registro de nombre para evitar nombres iguales que luego generen confusión en el tráfico
negocial.
CONFLICTOS DE HOMONIMIA
(Homonimia: “Dicho de una persona o de una cosa: Que, con respecto de otra, tiene el mismo
nombre.”)
Hemos dicho que una de las características básicas que debe reunir el nombre social es su
novedad o inconfundibilidad. El CCyC exige expresamente este requisito. Es evidente la
necesidad de proteger el interés de los terceros y del comercio en general, interés que puede
verse perjudicado con la actuación de dos personas jurídicas de nombre idéntico o análogo. El
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Los criterios para resolver los conflictos de homonimia son los siguientes:
a) se debe priorizar el interés del tráfico y de los terceros en general sobre los intereses del
opositor;
El conflicto entre personas jurídicas homónimas puede existir aunque las entidades tengan
diferente objeto o tipo social (si se trata de sociedades).
El nombre social es un atributo de la personalidad del que la persona jurídica goza por
expresa directiva legal, revela la incorporación de la entidad a la tipología de persona
jurídica de que se trate y a la consecuente regulación positiva que corresponda. Por ello,
el CCyC expresa que la persona jurídica debe tener un nombre con el aditamento
indicado de la forma jurídica adoptada (incluso debe aclararse si el ente está en
liquidación).
a) la propiedad del nombre comercial se adquiere por el uso, solo con relación al ramo en
el que se utiliza, un uso que debe ser público, para que llegue al conocimiento del consumidor.
Por el contrario, el nombre social es inherente a la persona jurídica, y constituye una
estipulación necesaria del contrato constitutivo a los efectos de la identificación de la entidad;
Sin embargo, sus herederos pueden oponerse a la continuación del uso, si acreditan perjuicios
materiales o morales (art. 358, resolución 7/2005 IGJ, para las asociaciones y fundaciones).
Como todo sujeto de derecho, la persona jurídica tiene un domicilio general, que es el fijado en el
lugar indicado por sus estatutos, o subsidiariamente, donde se ubica la sede de su dirección o
administración. Independientemente del domicilio general, las sucursales de la casa matriz
tienen un domicilio especial, en el lugar del respectivo establecimiento, solo “para la ejecución de
las obligaciones allí contraídas por los agentes locales”.
CAMBIO DE SEDE
El cambio de sede, si no forma parte del estatuto, puede ser resuelto por el órgano de
administración”. En este sentido, debe aclararse que el domicilio social no es la dirección
precisa (calle y número) de una determinada ciudad o población (propiamente domicilio social).
Esa dirección precisa es lo que se conoce como sede social. De esta manera, si los miembros
no quieren que la dirección constituya una cláusula del estatuto, el mismo puede limitarse a
expresar la ciudad o población en que la sociedad tiene su domicilio. De cualquier modo, la
mención o no de la dirección precisa en el estatuto social no es una circunstancia irrelevante: si
esa dirección figura como una cláusula del documento social, su cambio implicará la reforma de
tales instrumentos; en cambio, el estatuto social se limita a expresar la jurisdicción (ciudad o
población) donde la entidad tiene su domicilio, y la sede se ha fijado por instrumento separado, la
mudanza dentro de la misma jurisdicción decidida por el órgano de administración no exigirá
reformar esos instrumentos.
Para la tutela de terceros se requiere que se haga conocer —inscripción registral mediante— la
dirección precisa de la persona jurídica, dato de fundamental importancia para aquellos, pues es
allí donde deben realizarse las diligencias o intimaciones, judiciales o extrajudiciales, a la entidad
(por ejemplo, notificarle una demanda o reclamarle extrajudicialmente el pago de una deuda a
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través de una carta documento). Por ello, el CCyC dispone que se tendrán por válidas y
vinculantes para la persona jurídica todas las notificaciones efectuadas en la sede inscripta. En
otras palabras, la ley presume, sin admitir prueba en contrario, que la entidad tiene su domicilio
en ese lugar (aunque no funcione en la misma la administración) y que este subsiste hasta tanto
se modifique y se proceda a la correspondiente inscripción registral.
Todo lo expuesto implica que, frente a la notificación en la sede social inscripta, de una demanda
judicial, o de una carta documento para intimar un pago o para resolver un contrato, la persona
jurídica que pretende discutir la validez de esa notificación no puede argumentar eficazmente
que su sede se hallaba en otro lugar.
El problema se presenta cuando el tercero interesado sabe que la persona jurídica tiene su sede
social en un lugar diferente al inscripto (por ejemplo, por haber contratado en la nueva dirección).
¿Puede ese tercero sostener que es válida la notificación judicial realizada en
la vieja sede, que aún continúa inscripta registralmente, pero donde sabe que
no existen rastros de la administración?
La respuesta es negativa, pues ese tercero no puede alegar buena fe, noción que presupone un
obrar diligente y cuidadoso, desde que él conoce la realidad extraregistral; sabe que la persona
jurídica opera en la nueva sede (no registrada) y no en la antigua (aún registrada).
En este caso, la entidad podrá impugnar esa notificación. En cambio, si el tercero ignora la
realidad extraregistral y se guía por los datos obrantes en el Registro Público correspondiente,
órgano jurídico que precisamente sirve para dar publicidad a terceros, actúa como persona
diligente y de buena fe; en ese caso, la notificación practicada en el lugar registrado es válida.
PATRIMONIO
Como todo sujeto de derecho, la persona jurídica tiene un patrimonio que no se confunde con el
de los individuos que concurren a conformar el sustrato material de la entidad. En efecto, dado
que para el derecho argentino el patrimonio es un atributo de la persona, si la persona jurídica
careciese de todo patrimonio, se le estaría negando su propia personalidad.
El patrimonio de la entidad sirve para el cumplimiento de sus fines y es distinto del de cada uno
de sus miembros, pudiendo soportar sus propias deudas y responsabilidades. Es una
consecuencia, claro está, del principio de personalidad diferenciada (art. 143 CCyC). Por
consiguiente, los bienes de la entidad figuran en su propio patrimonio y no en el de los individuos
que la integran.
Por aplicación de la dualidad patrimonial comentada, los inmuebles que adquiere una persona
jurídica deben inscribirse a su nombre en el Registro de la Propiedad Inmobiliaria, y otro tanto
ocurre con los automotores en el Registro de la Propiedad del Automotor.
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En términos generales, podríamos afirmar que el límite temporal de actuación lo establecen sus
fundadores en el acto de creación, sus integrantes si deciden disolverla, o el Estado, en los
casos en que se le retire la autorización para funcionar o cuando se decrete su quiebra.
La regla es que su duración es ilimitada (por ejemplo, asociaciones civiles, art. 170 CCyC). No es
obligatorio para los fundadores fijar estatutariamente un plazo cierto que sirva de tope temporal.
Sin embargo, la vigencia puede limitarse:
b) por disposición legal expresa que así lo disponga (por ejemplo, las fundaciones, art. 195, inc.
e, CCyC).
OBJETO SOCIAL
Por ejemplo, si una sociedad anónima tiene por objeto la compra y venta de ropa de vestir, y el
representante legal compra un inmueble para instalar el fondo de comercio donde va a funcionar
la casa de ventas, ¿queda obligada la sociedad por la compra de ese inmueble? o, en otras
palabras, ¿tiene capacidad para adquirir el derecho de dominio sobre ese inmueble y la
obligación de pagar el precio por esa compra?, ¿ha actuado dentro de los límites del poder
representativo (fijado por el objeto social) el representante legal de la sociedad? Todas estas
preguntas tienen respuesta afirmativa, pues el acto jurídico ejecutado por el representante legal
no es extraño al objeto social. Por el contrario, lo facilita, pues sin inmueble en el que se ubique
el establecimiento mercantil, a la sociedad le resultaría muy difícil llevar a cabo su actividad
empresaria.
Con mayor razón, si el representante legal compró una partida de telas para la confección de
camisas para venderlas, actuó en el ámbito del objeto social, y obligó válidamente a la sociedad.
En cambio, dado el ejemplo, si el objeto social no prevé ni autoriza expresamente el
otorgamiento de garantías a favor de terceros, la fianza constituida por ese representante sobre
un inmueble social para garantizar obligaciones ajenas es un acto ajeno al objeto social. Lo
ajeno del acto con respecto al objeto social constituye una cuestión de hecho que debe ser
analizada cuidadosamente en cada situación concreta, y en caso de duda, se entiende que el
acto queda comprendido dentro de las facultades del representante social y obliga a la entidad.
Esta regla interpretativa es la que mejor consulta el interés de los terceros de buena fe que
contratan con el ente social. El análisis que debe efectuarse para determinar si el acto ejecutado
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por el administrador queda comprendido o no en el objeto social (y, por ende, si la persona
jurídica queda obligada) debe llevarse a cabo teniendo en consideración que:
a) es importante que el objeto social designado en el contrato sea específico y determinado; por
lo que, en primer lugar, ha de estarse al modo en el que el objeto ha sido enunciado en el
estatuto;
b) se está habilitado para realizar aquellos actos complementarios o útiles o conexos para
desarrollar su objeto (por ejemplo la compra del inmueble referenciada precedentemente para
instalar el fondo de comercio);
Las funciones del administrador abarcan la gestión operativa de los negocios sociales, la
organización y la dirección de la persona jurídica, el cumplimiento del estatuto, la participación en
el funcionamiento interno de la entidad y la representación de la misma frente a terceros. Esto se
explica desde la llamada “teoría del órgano”.
Sostener que los administradores de la persona jurídica son órganos de esta significa que son
portadores de la voluntad de la entidad, como si el ente social obrara por sí, sin el auxilio de la
representación. Constituyen el vehículo de la voluntad única de la persona jurídica.
Es así que cuando una persona jurídica participa de la celebración de un acto jurídico por medio
de un órgano calificado para ello, la figura del órgano absorbe la del representante y el negocio
estipulado por la persona jurídica a nombre propio, a diferencia de lo que ocurre cuando la
persona jurídica se vale de un representante diverso del órgano investido del respectivo poder,
en cuyo caso el negocio lo estipula dicho representante en nombre de otro, es decir, la persona
jurídica.
En conclusión, el ordenamiento jurídico argentino sigue la llamada “teoría del órgano”. Para
esta teoría, las personas jurídicas expresan su voluntad a través de sus agentes, y no hay
un dualismo entre estos y la entidad como polos opuestos. Entre la entidad y sus dirigentes no
hay un vínculo contractual sino una relación institucional, que proviene de la constitución y
organización de la persona jurídica.
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Los administradores no están fuera de la persona jurídica sino dentro de ella, y actúan
como órganos suyos. De esta manera, lo actuado jurídicamente por los administradores
se imputa (o sea, se atribuye) a la persona jurídica.
El elemento psicológico que la persona física aporta al órgano de la sociedad que integra
constituye el fundamento de la responsabilidad personal de los administradores por los
comportamientos dañinos de su actuación funcional. A todo evento, podrá verificarse una
responsabilidad coexistente entre integrantes del órgano de administración y la sociedad
administrada. De esta manera, la naturaleza de la relación entre la sociedad y el administrador
permite comprender la naturaleza de la responsabilidad de los administradores.
Presupuestos:
a) autoría: el daño debe haber sido causado por acción u omisión del o de los administradores.
Es decir, para que sea responsable un administrador es necesario que su acción u omisión
hayan provocado el daño, en tanto este no se habría producido si aquel no hubiera actuado
como lo hizo, o por el contrario, hubiese actuado en vez de haber omitido la conducta debida.
Aunque parezca obvio, por los actos dañosos de los administradores no existe una
responsabilidad del órgano de administración que integran. Este carece de personalidad jurídica,
no es un sujeto de derecho, por tanto no es factible que le sea atribuible algún tipo de
responsabilidad como tal.
d) relación de causalidad: es necesario que —según el curso natural y ordinario de las cosas—
exista cierta vinculación entre la conducta del administrador y el daño. En otras palabras, hay
que acreditar que la acción u omisión del administrador aparece como causa adecuada del daño
según las reglas de la experiencia y razonables criterios de probabilidad y habitualidad (art. 1726
CCyC).
• ocasión de la función: debe existir una relación “razonable” —causalidad directa e inequívoca—
entre las funciones y el daño. No hay responsabilidad si la función de quien dirige y/o administra
solo ha facilitado el hecho dañoso pero no resulta indispensable para su comisión. Solo hay
responsabilidad si el hecho dañoso no hubiera podido realizarse de ninguna forma, de no mediar
la función.
Como podemos apreciar, para el ámbito societario, la actuación diligente del administrador es
más exigente, desde que debe hacerlo como “buen hombre de negocios”.
Es razonable apreciar, objetivamente, que el sujeto “profesional” está —o debe estar— dotado
de conocimientos especiales que le hacen prever lo que el hombre medio no puede anticipar
mentalmente. Estamos en presencia de un “hombre de negocios” que —se supone— sabe y
conoce lo que hace y ello lo dota de una mayor previsibilidad objetiva de las consecuencias
posibles de su actuar. Por ello, las consecuencias que puede —o debe prever— el “experto” (por
ejemplo, un administrador societario) no necesariamente son previsibles —ni deben serlo— para
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el “profano” (por ejemplo, un socio). Esta idea conduce a la siguiente conclusión: es mayor la
responsabilidad del administrador societario —que debe actuar como buen hombre de
negocios— que la del administrador de cualquier otra persona jurídica —que no tiene ese
parámetro de actuación— por cuanto deberá hacerse cargo de aquellas consecuencias
dañosas de su obrar que —por sus conocimientos especiales (rectius: su
profesionalidad)— debió prever, aunque en el caso concreto no las haya previsto y
aunque alguien que no sea profesional, o propiamente administrador no societario, no
tuviese el deber de preverlas.
a) la decisión de sus miembros adoptada por unanimidad o por la mayoría establecida por el
estatuto o disposición especial;
f) la fusión respecto de las personas jurídicas que se fusionan o la persona o personas jurídicas
cuyo patrimonio es absorbido; y la escisión respecto de la persona jurídica que se divide y
destina todo su patrimonio;
g) la reducción a uno del número de miembros, si la ley especial exige pluralidad de ellos y ésta
no es restablecida dentro de los tres meses;
h) la denegatoria o revocación firmes de la autorización estatal para funcionar, cuando ésta sea
requerida;
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j) cualquier otra causa prevista en el estatuto o en otras disposiciones de este Título o de ley
especial.
Disuelta una entidad, se impone el cese de la actividad normal de la misma para iniciar otra
etapa, la de la liquidación, que comporta satisfacer el pasivo social y distribuir el remanente entre
los miembros (en los casos en que sea posible legalmente), para desaparecer como persona
jurídica una vez extinguidas todas las relaciones jurídicas que la justificaron.