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La Jerusalén terrena y la Jerusalén celeste en

Orígenes
 

Introducción

El nombre de Jerusalén está lleno de resonancias. Jerusalén era el


centro de la esperanza de Israel; y, por transposición, también se
convirtió en el centro de la esperanza cristiana.

Siguiendo distintas tendencias, en la época de la era patrística, la


idea de Jerusalén orientaba diversos lineamientos de reflexión;
diversos, pero siempre muy ricos y  en muchos aspectos
complementarios. Sin embargo los primeros Padres no
consideraban sólo la realidad terrena, sino que elevaban su mirada
a la trascendencia, hacia la perfección: la Jerusalén celeste.

Orígenes

Orígenes (185 -254) se retiró a Palestina después de su ordenación


sacerdotal, combatida por el obispo de Alejandría. Por esto él fue
excluido de la comunidad eclesiástica de aquella ciudad y debió
residir en Cesarea Marítima, donde fundó una escuela exegética-
teológica que pronto llegó a tener gran renombre. No nos
olvidemos, además, que el gran exégeta alejandrino era amigo del
obispo de Jerusalén: Alejandro.

Este es el contexto histórico del contacto origenista con “la tierra


de la Palabra”. Esto no podía quedar infructuoso, y en sus obras el
gran alejandrino confiesa que siempre lo guió el amor a la Palabra
Divina.

Etimología del nombre de “Jerusalén” en Orígenes

Antes que nada es necesario observar que Orígenes parte


sistemáticamente de la etimología de nombres de personajes o
lugares del texto sagrado para establecer su interpretación
alegórica-espiritual. La etimología de Jerusalén no es una
excepción y esto también se puede tomar en el caso del nombre de
“ciudad santa”, unos de los ejemplos más representativos por sus
procedimientos exegéticos. Veamos en particular en qué cosa
consiste.

En el Comentario al Cantar de los Cantares (In Cant.), por


ejemplo, el doctor alejandrino afirma que la “reina de Saba va a
Jerusalén, esto es a la visión de paz”. Más adelante pasa de las
consideraciones etimológicas a la realidad espiritual de la Jerusalén
Celestial. Después de haber introducido la cita de 1 Re 10,7,
Orígenes afirma: “(Cuando) esta mujer morena y bella haya
llegado a la Jerusalén celeste y haya entrado a la visión de paz,
verá cosas mucho más numerosas y maravillosas de aquellas que
le han sido anunciadas ahora”.

En las Homilías sobre Josué (In Jos.) afirma que la paz de


Jerusalén, “visión de paz”, ya está presente, puesto que Cristo
habita en nuestros corazones. Y esto porque Él nos la ha dado y
permanece si nosotros somos hijos de la paz, asegura en las
Homilías sobre Jeremías (In Jerem.). Parece que no siempre se
puede decir que el exégeta alejandrino enfatice el concepto “paz”
referido a Jerusalén. Algunas veces pone el acento sobre el
concepto “visión”, el otro complemento del nombre, o sobre el
vocablo“Sión”. No obstante con respecto a este último nombre
parece cualificar este vocablo “Sión” como inferior al de
“Jerusalén”. Muy parecido es lo que ocurre con el nombre “Jebus”.
El maestro alejandrino nota que “lo traducen a este nombre como
“pisoteada”. Por analogía “nuestra alma, como Jebus, es pisoteada
por las fuerzas adversarias, pero se transforma en Jerusalén,
‘visión de paz’”.

Digno de notar es que Adamanzio, dependiendo de textos


neotestamentarios, cita las diversas formas del nombre de la ciudad
santa: Jerusalén y Jerosolima. Él ve en la diversidad del nombre
dos grados de perfecciones: Jerosolima es símbolo de la adoración
imperfecta que muchos tributan a Dios; Jerusalén, en cambio,
parece ser símbolo de la condición de los perfectos. He aquí cómo
se expresa nuestro autor:

“Jerosolima es la ciudad del “gran Rey”, no está ya puesta en la


basura o en el valle, sino que está edificada sobre un alto monte
“rodeada por una corona de montañas” (cf S 124,2) ... Esta
ciudad, en la cual ninguno de aquellos que están sobre la tierra
puede subir o entrar, se llama también Jerusalén y es ciudadana
(de ella) toda alma que tiene una natural tendencia a elevarse y
(que posee) agudeza para ver lo inteligible”.
De esta manera Orígenes funda las consideraciones de naturaleza
etimológica sobre las características de los habitantes de la ciudad,
entendida en sentido alegórico. Otras veces lo hace refiriéndose a
cada uno de los personajes. Evocando la figura de la profetiza Ana,
afirma que “Jerusalén significa la visión del Altísimo”.

“Jerusalén terrena” entre la realidad y el símbolo

La carencia de referencia a la realidad de Jerusalén del tercer siglo


a primera vista puede sorprender. El aspecto externo de la ciudad
santa no suscita en Orígenes ningún entusiasmo y no lo estimula ni
siquiera a una mínima consideración de la materia. Nuestro autor,
en cambio se siente movido a adherirse a las vicisitudes históricas
en todo aquello que respecta a la confrontación con el judaísmo.
Por lo tanto él no descuida del todo los hechos de la Jerusalén
terrena. Particularmente significativos y  citados con cierta
insistencia son aquellos temas relacionados a la destrucción de la
ciudad santa y del templo. Sin embargo este último evento, que
Orígenes encuentra ya preconizado por los evangelios y descrito en
la obra de Flavio Josefo, difícilmente podría ser considerado como
simplemente perteneciente a la historia profana. Habiendo
producido ya el fin de los sacrificios antiguos y la cancelación del
estado hebraico, este hecho debía tener ya un significado teológico.
La causa de la destrucción de Jerusalén es atribuida a la culpa de
los judíos y al rechazo del Salvador. “Era de hecho necesario,
explica Orígenes, que no existiese más la ciudad que había obrado
contra el fundador de todo el mundo, ella que antes había matado
a los profetas y después al Señor de los profetas”.

El tema de Jerusalén, como se ve, sirve en primer lugar para


identificar la unión con Cristo. No falta en esta ocasión las
referencias al pueblo hebreo, en cuanto hostil a Cristo y a la
Iglesia. En el Comentario al Cantar afirma: “las hijas de Jerusalén
a las cuales le es dirigido el discurso, son las almas que son
llamadas amadísimas gracias a la elección de los padres, pero son
enemigas a causa del Evangelio; por esto son hijas de la Jerusalén
terrena”.

Muy claramente se revela la dureza de los castigos a los cuales es


sometida Jerusalén. Sin embargo, según el Alejandrino, deben
considerarse medio providencial para preservar a los judíos de
males peores. La suerte de la Jerusalén terrena sirve
frecuentemente para exhortar a los cristianos a evitar la caída en el
pecado, ya que podrían incurrir en una suerte todavía peor.
Analizando los males que golpean a la ciudad santa, Orígenes en
alguna ocasión demuestra que este hecho le inspirara esperanza.
Así en el comentario a Ezequiel 16,5-6:

“Si bien Jerusalén ha sido descartada sobre la faz de la tierra, Él


(Dios) no la despreció de modo que permaneciese siempre así, no
le dejó como nodriza su maldad, de tal modo que Él se olvidase
completamente de ella y de modo que no la levantase más de la
tierra”. Después del castigo Jerusalén reconoce su propio pecado y
la justicia de Dios.

Algunas veces, en cambio, sorprende la falta de referencia a la


ciudad santa. Un claro ejemplo lo encontramos en el comentario a
la tercera tentación de Jesús según el relato de S. Lucas (4,9-13):
Jesús acepta la tentación “como el atleta que se expone
voluntariamente a la prueba” cualquiera sea el lugar.

La Jerusalén celestial

La reflexión origenista sobre la Jerusalén “celeste”se inserta en el


largo lineamiento del uso de imágenes bíblicas más frecuentes  y
que además, han suscitado debates vivaces. A los tiempos de
nuestro autor se advertía plenamente la dificultad de comprender el
sentido  de las imágenes antiguas y neotestamentarias. El gran
exégeta alejandrino discrepa con aquellos que entendían las
imágenes bíblicas, y entre éstas también la de la Jerusalén celestial,
en sentido literal, “superficial” y “judaizante”.

El desarrollo del tema de la Jerusalén celeste revela que nuestro


autor litiga  contra los “milenaristas”, aquellos que esperaban una
realización material y terrena del reino de mil años en una
Jerusalén descendida del cielo y reconstruida según las espléndidas
descripciones de los profetas y del Apocalipsis.

Él los define como aquellos que “rechazan todo esfuerzo


intelectual”. Es necesario en cambio pensar en la Jerusalén
celestial como ciudad escatológica. De hecho, después de haber
criticado las interpretaciones demasiado terrenas, propone ver a
Jerusalén como “la ciudad de los santos”, donde los hombres
salidos de esta vida podrán posteriormente progresar en el
conocimiento de las cosas divinas para transformarse en piedras
vivas, preciosas y elegidas. En el Comentario a S. Juan las
profecías de Isaías sobre Jerusalén apoyan las visiones del
Apocalipsis. Estas promesas “se refieren claramente al siglo futuro
– constata Orígenes – y al edificio escatológico formado por
cuantos serán convertidos en “piedras preciosísimas”. En Contra
Celso nuestro exégeta invita al filósofo adversario de los cristianos,
precisamente de nombre Celso, a leer en el Apocalipsis de Juan “la
descripción de la ciudad de Dios, la Jerusalén del cielo, junto a
otros escritos bíblicos, para darse cuenta de las concepciones
cristianas relativas al ingreso de las almas al Reino de Dios”.

En el Comentario al Evangelio de Lucas nuestro autor habla de las


bienaventuranzas evangélicas, pero las entiende espiritualmente:
“cuando en la resurrección de los muertos alcancemos la eterna
bienaventuranza”. Después continúa: “cuando Jerusalén sea
reconstruida y restablecida en su antigua condición, entonces el
santo verá los bienes mencionados en la Escritura”. Y añade que
aquellos que conciben una Jerusalén espiritual y saben que se habla
de ella (cita de Gal 4,26), “verán estos bienes de los cuales hemos
frecuentemente hablado y el cumplimiento de las palabras del
Salmo” (cita de S 128,3-5).

En Orígenes podemos reencontrarnos con imágenes paradisíacas


que reclaman la Jerusalén futura. Comentando la parábola del Buen
Samaritano (Lc 10,29-37), el Adamanzio dice que “Jerusalén
significa el paraíso o la Jerusalén celeste” a diferencia de Jericó
que “es el mundo”. La idea origenista parece un poco forzada, pero
en las Homilías sobre Números el gran alejandrino sugiere que
“Nuestro Salvador es el río que fecunda la ciudad de Dios”,
refiriéndose claramente al S 45,5.

Jerusalén espiritual

Orígenes evoca muy frecuentemente la imagen espiritual de


Jerusalén. Son figuras conexas a Cristo, con la Iglesia y el creyente
en toda su simbología. Evidentemente el otro significado, esto es el
“carnal”, sale del horizonte de nuestro autor en estos contextos.

Representaciones de la Iglesia

Para Orígenes Jerusalén puede representar a la Iglesia como una


comunidad espiritual de elegidos que ya desde ahora participan de
ella. Sin embargo esto no excluye que vayan progresando hasta el
culmen de esta realidad espiritual, en la cual se puede concebir
diversos grados de participación. De este modo la elaboración
origenista del tema de Jerusalén tiene referencias comunitarias,
porque se entiende juntamente de los creyentes en cuanto Iglesia.
Por lo demás en Orígenes la Iglesia es definida como Jerusalén,
pero sólo en prospectiva escatológica y celestial. A ella no puede
pertenecer ninguno de aquellos que “son de la tierra”. Además la
pertenencia a la Iglesia requiere el elevarse por encima de lo
sensible. Ella, por lo tanto, es la ciudad de lo alto, la “casa” y la
“madre” de la libertad.

Debemos notar que frecuentemente la Iglesia es comparada por


nuestro exégeta con una ciudad, “polis”. Al interno de este
elaborado simbolismo, hay claras referencias a Jerusalén. En otra
parte, sin embargo, el punto de referencia es la Jerusalén celestial
descripta en el Apocalipsis. Orígenes lo hace comentando Ez
28,13, donde el exégeta alejandrino afirma que las piedras
preciosas, mencionadas en el mismo orden en Ezequiel y el
Apocalipsis, se elencan de esta manera porque “se encuentran
sobre las puertas de la Jerusalén celeste... Se dice que la primer
puerta es de topacio... y así a continuación  a cada puerta se le da
una piedra en particular (cf. Ap 21,19). Si has entendido, las
puertas de Jerusalén son también las puertas de “la hija de Sión”,
delante a las cuales es necesario que también tú glorifiques a Dios
(cita S 9,15).

El predicador alejandrino explica que cada una de las piedras


preciosas que adornan la ciudad celeste son las virtudes con las
cuales, sobre el fundamento de Cristo, se edifica la comunidad de
los creyentes hecha de material valioso, y no de madera, heno o
paja (cf. 1Cor 3,10-12).

Orígenes explica que el profeta Ezequiel “con una alegoría


presenta a Jerusalén como una niña recién nacida. No olvidemos
que todo cuanto después se dice que concierne a  Jerusalén, se
refiere a todos los hombres que están en la Iglesia... Todos
nosotros, de hecho, que con anterioridad hemos sido pecadores,
somos llamados por Dios como ‘Jerusalén’ y  nos tocan las
desgracias... La suerte sucesiva (es decir el castigo) nos espera, si
después de la visita y el conocimiento de Dios habremos
perseverado en los pecados”.

 
Jerusalén como símbolo del alma del creyente

Orígenes ofrece muchos ejemplos de la simbología de Jerusalén


aplicada al alma de cada cristiano, haciendo emerger sobre todo el
aspecto psicológico y moral. Él es exégeta cristiano que en
armonía con la cultura alejandrina a la cual pertenece, ha dado
origen a este particular lineamiento de lectura de la realidad de la
ciudad santa. Comentando a Ezequiel, por ejemplo, nuestro autor
afirma: “Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Dios... entristecido
visita Jerusalén, símbolo de nuestra alma pecadora”.

En las Homilías sobre Números en cambio, la imagen de Jerusalén


jardín es utilizada para explicar la experiencia de ascesis intelectual
y espiritual del cristiano, el cual, alcanzando las aguas del Espíritu,
que es Cristo, a su vez se transforma en fuente para los demás. En
las Homilías sobre Jeremías Orígenes denuncia el peligro de pecar
contra Cristo, el cual da la paz al alma que se convierte en 
“Jerusalén”. Una comparación muy similar hace en las Homilías
sobre Ezequiel donde nuestro Alejandrino habla del “nus”.

“Si la tranquilidad, la serenidad, y la paz han fructificado en la


parte suprema del corazón (alma, nus), estemos seguros que
Jerusalén se encuentra en él: de hecho la “visión de paz” es
interior (intrinsecus est).

La interpretación origenista de Jerusalén como “visión de paz” es


aquí espiritualizada fuertemente y aplicada a la vida interior del
alma. La suerte de Jerusalén es una advertencia para todo creyente.
He aquí uno de los pasajes muy expresivos de las Homilías sobre
Ezequiel:

“Jerusalén cometió muchos pecados, por esto el profeta


amonestándola la designa no con uno, ni con dos, sino con tres
nombres (de pueblos gentiles)... Elige los amorreos y los cananeos
y dice que Jerusalén tenía  qué compartir con ellos: con los
cananeos en cuanto al origen y al nacimiento, en particular con
los amorreos por la figura del padre, y con los hititas por aquella
de la Madre. Si se dicen así serias cosas con respecto a Jerusalén,
a la cual se le ha hecho promesas tan grandes y milagros... ¿Qué
me sucederá a mí, si infeliz, pecare?”. La respuesta es clara:
“Serán encontrados también nuestros padres los cuales nos han
hecho nacer en pecado... Si me he transformado en pecador, el
diablo (es quien) me engendra en mis pecados”. Bajo el dolor del
gran exégeta alejandrino asumen connotaciones similares algunas
referencias evangélicas. En realidad pecar significa “hacerle a
Cristo en el plano espiritual esto que Jerusalén le hizo
materialmente”.

Estas breves consideraciones demuestran que Jerusalén tiene una


gran relevancia en la reflexión origenista. La ciudad santa, es
verdad, no es considerada tanto en su existencia real, sin embargo
la impronta simbólica y espiritual de las reflexiones del gran
Alejandrino supone toda la Jerusalén “visible” en concreto, y a
menudo también la topográfica. En primer lugar, sin embargo
constata nuestro autor, es necesario buscar la realidad “más
verdadera de esta ciudad que está en los cielos”, trascendiendo lo
sensible. Jerusalén permanece siempre como una herencia visible,
pero su significado tiene que buscarse en el plano espiritual.

Extractos del artículo “Gerusalemme in Origene e San Girolamo”,


de Mieczyslaw C. Paczkowski

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