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KARL MARX (1818 – 1883)

1. Contexto histórico-cultural
2. Contexto filosófico
3. La concepción de la historia: el materialismo histórico
4. Ideología y alienación: los elementos de la crítica moral al capitalismo
5. La crítica al sistema de producción capitalista
6. El camino a la revolución

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1. Contexto histórico-cultural
La extensión de la sociedad industrial

Durante el siglo XIX, Europa experimentó una etapa de grandes y significativos


cambios. La Revolución Industrial que había surgido a finales del siglo anterior en
Inglaterra se extendió por el continente. A mediados de siglo se produjo la
Segunda Revolución Industrial, ligada a un capitalismo financiero e industrial
cada vez más fuerte. La organización del
trabajo busca aumentar la productividad
gracias a la mecanización. La cadena de
montaje hace que el trabajador quede fijo
en su puesto y trabaje a la velocidad y al
ritmo continuo que le impone la cinta
transportadora. El trabajo es así
parcelizado, rutinario y no cualificado.
Apareció la electricidad, se desarrolló el
ferrocarril y se expandieron las industrias
químicas y de acero.

Con la industrialización, los capitalistas ganaron riqueza e influencia y se


convirtieron en la clase social más poderosa. Después de las distintas oleadas de
revoluciones liberales que sacudieron Europa, el Antiguo Régimen se desmoronó y
los burgueses accedieron al poder. Muchos países de Europa adoptaron el
parlamentarismo liberal y la democracia con sufragio restringido. Se extendió
el liberalismo económico y político, afianzado con las aportaciones de los
economistas ingleses.

La aparición de las fábricas empujó a


muchos campesinos a dejar las tierras y
los campos y emigrar a las ciudades en
busca de una oportunidad laboral, donde
se convirtieron en obreros fabriles. Surge
así la nueva clase social del proletariado.
Las condiciones de trabajo en las primeras etapas de la era industrial podían
suponer jornadas laborales de doce horas diarias a cambio de un salario miserable.
En esta época era habitual encontrar a niños de diez años trabajando en las minas
de carbón o en los telares mecánicos. No existía ninguna protección frente a los
accidentes laborales, como tampoco había ningún tipo de seguro médico ni de
pensión de jubilación. Además, la mayor parte de los trabajadores vivía en
condiciones insalubres, hacinados en barriadas que carecían de las mínimas
condiciones higiénicas, como agua corriente o alcantarillado.

Además de Marx, muchos otros pensadores de esta época se esforzaron por criticar
y denunciar las prácticas abusivas e injustas del capitalismo en expansión,

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surgiendo el pensamiento socialista, que inicialmente manifestó un carácter
utópico e idealista. Las duras condiciones a las que estaban sometidos los obreros
en esta primera época de la industrialización originaron un intenso movimiento
asociativo de protesta, que culminó con la creación de los primeros sindicatos que
reivindicaban una mejora de sus condiciones de trabajo. Mediante la unión de los
trabajadores se proponían lograr lo que nunca habrían podido lograr mediante la
protesta aislada de un único individuo. La huelga se convirtió en un poderoso
instrumento de lucha para los obreros, con la que a veces se lograba forzar una
negociación con el fin de reducir la extensión de la jornada laboral, aumentar los
salarios o aumentar la seguridad en las fábricas.

Arte y cultura: el romanticismo

El arte y la cultura en la primera mitad del siglo XIX estaban dominados por el
Romanticismo. Se trata de un movimiento estético que afirmaba la importancia
de los sentimientos y de la libertad frente al predominio de la racionalidad que
había caracterizado el siglo anterior (la Ilustración). Los poetas y músicos
románticos defendieron una visión subjetivista de la realidad (un viaje al interior
del individuo), inspirada por la naturaleza y por las fuerzas pasionales e
irracionales de la vida (amor no correspondido, los mitos del mundo antiguo, la
sensibilidad, la literatura o la música como forma de
expresión, el individuo incomprendido por el mundo, el
héroe rebelde, la melancolía, la evasión en la naturaleza,
la muerte, el misterio, lo macabro -Drácula, Frankenstein,
Jeckyll y Mr. Hyde…-). Algunos de los autores más
conocidos del Romanticismo son Goethe (Las penas del
joven Werther), Víctor Hugo (Los miserables, Nuestra
señora de París), Edgar Allan Poe (los cuentos del Gato
negro o El cuervo), Emily Brönte (Cumbres borrascosas),
Bécquer (Rimas y leyendas), Beethoven, Chopin, Goya,
Caspar David Friedrich…

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Biografía

Karl Marx nació en 1818 en el seno de una familia de raíces judías. Su padre era un
abogado muy conocido y respetado en la ciudad renana de Tréveris, que en esa
época pertenecía al reino de Prusia. El joven Karl emprendió los estudios de
derecho, aunque muy pronto los dejó de lado para dedicarse plenamente a la
filosofía. En la Universidad de Berlín, Marx entró en contacto con el círculo de
los jóvenes hegelianos, que dejaron una honda huella en su pensamiento.

La proximidad con los jóvenes hegelianos lo hizo sospechoso ante las autoridades
prusianas y le impidió acceder a la universidad como profesor. Entonces, Marx
aceptó un trabajo como redactor y editor de la Gaceta Renana, un periódico de
ideas liberales que se publicaba en Colonia. Sin embargo, las autoridades pronto
prohibieron la publicación de la Gaceta, con lo que el joven Marx, recién casado con
Jenny von Westphalen, se vio obligado a
exiliarse en Francia.

En 1844, una vez instalado en París, Marx


dirigió una nueva revista: los Anales
Franco-Alemanes, donde comenzó a
hacer públicas sus ideas sobre la
economía, la sociedad y la política. En
esa época, Marx trabó amistad con
Friedrich Engels, un empresario alemán
instalado en Inglaterra con el que
mantuvo una estrecha y fructífera relación a lo largo de toda su vida. No obstante,
su estancia en París fue muy corta. Las presiones del gobierno francés lo forzaron a
marcharse a Bélgica, donde reemprendió su trabajo.

En 1848, con el triunfo de la revolución en Francia, Marx regresó a París. Es el


momento en el que da a conocer el Manifiesto Comunista, redactado junto a
Engels. Pero al año siguiente, la vuelta al poder del gobierno conservador lo obligó
a dejar Francia definitivamente. Al final, Marx se instaló en Londres con su familia,
donde residió hasta el final de su vida.

La vida de Marx en Londres no fue nada fácil. Al carecer de recursos propios, se vio
obligado a trabajar como periodista para sobrevivir, colaborando con algunas
publicaciones como el New York Tribune. Las dificultades económicas, que en
algunos casos lo llevaron a rozar la miseria, acompañaron a Marx durante muchos
años, y solo la generosa ayuda de su amigo Engels le permitió escapar de su
precaria situación. Sin embargo, a pesar de la penuria material, Marx trabajó sin
descanso, estudiando a fondo el funcionamiento de la economía capitalista. Al
mismo tiempo, colaboró en la organización del movimiento obrero y participó,
en 1866, en el primer congreso de la I Internacional. Murió en 1883.

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2. Contexto filosófico
Corrientes filosóficas de la época: positivismo, utilitarismo y evolucionismo

El desarrollo industrial también está asociado a otras corrientes de pensamiento.


El francés Auguste Comte (1798-1957) es una de las principales figuras de la
filosofía positivista. Comte creía que la ciencia y la técnica nos proporcionan el
único tipo de conocimiento que puede considerarse válido y fiable. Si queremos
cambiar la sociedad para alumbrar un mundo mejor, será necesario que nos
basemos en los desarrollos de la ciencia, prescindiendo de los viejos mitos
religiosos y de las vagas teorías filosóficas que no pueden comprobarse.

Por otra parte, Charles Darwin (1809-1882) elaboró la teoría evolucionista, que
sostenía que las especies biológicas cambian a lo largo del tiempo de acuerdo con
un proceso de selección natural y lucha por la supervivencia. El evolucionismo
sacudió por completo la vieja visión sobre el ser humano (como ser privilegiado
dentro de la creación divina) que había predominado en Europa durante siglos.

En Gran Bretaña, el crecimiento de la riqueza debido a la industrialización impulsó


el desarrollo de la economía política y de la filosofía liberal y utilitarista,
ejemplificado en la figura de John Stuart Mill (1806 – 1873). Los filósofos
utilitaristas sostienen que todos los seres humanos aspiramos a la felicidad,
entendida como presencia de placer y ausencia de dolor. Por lo tanto, de acuerdo
con esta filosofía, las acciones moralmente correctas (buenas) son aquellas que
procuran la mayor felicidad o bienestar para el mayor número posible de
personas. Respecto a su filosofía política, Mill considera que el Estado no tiene
derecho a limitar la libertad de los individuos salvo cuando se produzcan
situaciones que dañen a otras personas o no se cumplan las obligaciones sociales.

Idealismo alemán: Hegel

Para Hegel, la realidad última no está formada por objetos aislados, sino por una
entidad inmaterial, incondicionada y absoluta, denominada Espíritu. Esta realidad
suprema engloba todo lo que existe y es origen de todas las cosas. Todos los
fenómenos y las realidades que conocemos (una tormenta, una mesa, un perro, la
PEvAU…) no son más que distintas manifestaciones del Espíritu.

El “Espíritu” se encuentra en continuo movimiento, es como una fuerza que va


modificándose a lo largo de la historia y que va generando todo cuanto conocemos.
Por ello, Hegel pensaba que todos los sucesos que se producen en la historia,
aunque parecen desconectados entre sí, se ajustan a un plan preciso mediante el
que el Espíritu se va haciendo presente a lo largo del tiempo. Todos los cambios
que ha experimentado el arte, la religión, el derecho o las formas de organización
social nos informan del modo en que el Espíritu se ha ido materializando de
diferentes maneras, mostrando una evolución progresiva a lo largo del tiempo.

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Izquierda hegeliana: Feuerbach

Los seguidores de Hegel se dividieron en dos grandes grupos. Los miembros de la


derecha hegeliana insistían en la idea de que la aparición del Estado (en concreto,
el moderno Estado prusiano, burocrático y autoritario) suponía la culminación
final en el desarrollo histórico del Espíritu en el tiempo. Esta forma de ver la
historia considera que cada momento de la historia es racional, por lo que estaría
totalmente justificada la mísera situación de la clase obrera en su contexto
histórico (entenderían que es un paso necesario del Espíritu en su desarrollo).

Los miembros de la izquierda hegeliana reconocían la posibilidad de la dialéctica


de Hegel como procedimiento de investigación filosófica, pero predominaban las
posturas liberales y democráticas. Feuerbach ocupó un lugar destacado por sus
críticas a Hegel y a la religión. Para él, Dios no es más que una idealización en la
que la humanidad ha proyectado sus ilusiones y fantasías. Los seres humanos,
finitos, imperfectos y mortales, han imaginado un ser en el que quedasen
superadas estas limitaciones, y así han inventado un Dios eterno, perfecto e
inmortal ante el que se sienten extrañados. A esta situación la considera
alienación, concepto importante en la filosofía de Marx.

Economía política inglesa

Marx tomará de Adam Smith y de David Ricardo muchos conceptos económicos,


como el de trabajo como aquel elemento decisivo en la creación del valor de una
mercancía. Sin embargo, Marx critica que la economía clásica expone las leyes del
capitalismo como si fueran leyes naturales y eternas, sin tener en cuenta que el
sistema capitalista es un producto de la historia, una construcción política y social,
y por lo tanto, no es eterno ni inmutable y se puede cambiar. Los economistas
ingleses sostenían que la división del trabajo produce una mayor riqueza, lo que
Marx criticará, no porque fuera algo erróneo, sino porque esto será una fuente de
alienación del proletariado. Los economistas ingleses, de este modo, no
consideraron las condiciones de vida de los proletarios, mientras que Marx
incluirá argumentos morales en su crítica al sistema de producción capitalista.

Socialismo utópico

Diversos pensadores trataron de dar respuesta a la conflictividad social del


momento inspirándose en los ideales de igualdad y fraternidad, adoptado el
nombre de socialistas. Estos autores (Saint-Simon, Owen, Fourier o Proudhon), al
tiempo que denunciaban los abusos cometidos por los empresarios, aspiraban
a promover reformas sociales (más o menos idealizadas) que dignificasen la
situación de los trabajadores, apuntando hacia un nuevo modelo de sociedad, más
justo e igualitario. El carácter fantasioso que tienen muchos de estos planes (como
la abolición de la propiedad privada) justifica el calificativo de “utópico” con el que
Engels se refería a esta corriente de pensamiento.

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Para Marx, estas propuestas de reforma eran
intentos bienintencionados y voluntaristas que
confiaban en poder reformar el capitalismo
introduciendo cambios en la jornada laboral
(como la propuesta de Owen de 8 horas de
trabajo, 8 horas de ocio y 8 horas de descanso /
48 horas semanales), mejoras de los salarios o las
condiciones de vida de los trabajadores. Sin
embargo, estas propuestas para Marx no podían reformar el sistema al no darse
cuenta de que lo que era insostenible en sí era el antagonismo entre la clase
burguesa y el proletariado.

Obra

Marx recogió, valoró y unificó ideas dispersas de autores y círculos muy diversos,
dando lugar a una crítica feroz de la forma de vida de su tiempo que tomará la
forma de una crítica cientificista pero con un alto contenido moral, en tanto que
denuncia la situación inhumana de sufrimiento, injusticia y miseria
inherente al sistema de producción capitalista.

Además de los artículos periodísticos que le dieron notoriedad, el legado de Marx


incluye obras destinadas a la publicación y numerosas anotaciones personales
para aclarar sus puntos de vista. A continuación citamos algunas de ellas:

- Manuscritos sobre economía y filosofía (1844). Reflexiona sobre el


problema de la alienación y la antropología humanista.
- Manifiesto comunista (1848). Fue una obra encargada a Marx y Engels por
un pequeño grupo político, la Liga de los comunistas. Este breve escrito, que
termina con la famosa exhortación “¡Proletarios de todos los países,
uníos!” es uno de los más famosos de Marx y una de las obras más
difundidas de la historia del pensamiento.
- El capital (1867) recoge las investigaciones sobre economía que Marx llevó
a cabo en Londres. Tras la muerte de Marx, Engels publicó el segundo
(1885) y el tercer (1894) volumen de esta obra. Los escritos preparatorios
de esta obra se conocieron más tare como Elementos fundamentales para
la crítica de la economía política.

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3. La concepción de la historia: el materialismo histórico
Marx considera que la tarea del filósofo debe ir más allá de la pura especulación y
la crítica abstracta y teórica de la realidad para tratar de impulsar un cambio real
en las condiciones de vida de la sociedad. Marx extendió esta acusación a todos los
filósofos, que en su opinión “se han limitado a interpretar el mundo de distintos
modos; de lo que se trata es de transformarlo”.

Para Marx, si verdaderamente queremos comprender la historia, tenemos que


prestar atención a las condiciones materiales en las que viven los seres humanos.
La historia es el resultado de luchas y enfrentamientos que pueden explicarse si
atendemos a factores como la necesidad que tienen todos los individuos de
obtener recursos básicos para poder subsistir. Esta teoría de Marx es lo que se
conoce como materialismo histórico.

Nuestro estudio de la historia debe comenzar analizando cómo la sociedad


consigue los recursos materiales que necesita. Después podremos comprender los
aspectos culturales e inmateriales de la evolución histórica.

Este enfoque supone la distinción entre las esferas de la infraestructura y la


superestructura. La infraestructura se corresponde con el sistema económico,
que asegura la producción y la distribución de los recursos materiales. La
superestructura, en cambio, está formada por elementos como las creencias, las
instituciones, las leyes, las formas de organización política, la religión, la ciencia o
el arte.

El materialismo histórico insiste en la


prioridad de la infraestructura, que tiene
un papel decisivo para la configuración de
la realidad social. Según Marx, la
infraestructura condiciona de manera
decisiva a la superestructura. Por eso, para
interpretar la historia tenemos que
comenzar entendiendo cómo funciona la
economía, ya que de ella depende en último
término la configuración de las creencias,
las instituciones y las formas de vida en la
sociedad.

Cuando se estudia detenidamente la


infraestructura económica de la sociedad, pueden distinguirse en ella las fuerzas
productivas y las relaciones de producción. Las fuerzas productivas son todos los
elementos con los que cuenta una sociedad para producir riqueza. En Roma eran la
tierra, los animales, las minas, el arado, la fuerza de trabajo humana o los barcos.

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Hoy en día podemos incluir las fábricas, las centrales eléctricas, los trenes o los
aviones.

La utilización de las fuerzas productivas para generar riqueza solo es posible


mediante una adecuada distribución de tareas. El trabajo implica relaciones
sociales, puesto que es una actividad colectiva que solo puede hacerse mediante la
organización y la cooperación. En esto consisten las relaciones de producción,
que indican cuál es el papel que cada persona adopta dentro del sistema
económico en relación con las fuerzas productivas. En la antigua Roma, las
relaciones de producción estaban basadas en el esclavismo: unos pocos
propietarios eran dueños de las tierras, que eran cultivadas por los esclavos. Las
relaciones de producción incluyen la división social del trabajo y la división entre
propietarios y no propietarios de los medios de producción. Las clases sociales son
los grupos de personas que ocupan una posición determinada en las relaciones de
producción.

Para Marx, la historia es un proceso dinámico en constante evolución,


impulsado por el contraste entre posiciones contrarias y opuestas. Una de estas
tensiones es la que enfrenta a las fuerzas productivas con las relaciones de
producción. En cada época histórica, el grado de evolución técnica que haya
alcanzado la sociedad establece cuáles son las fuerzas productivas de las que se
dispone. Por ejemplo, la Europa medieval disponía de tierras, barcos, molinos y
arados, así como la fuerza de los animales y los humanos. Sin embargo, durante la
Edad Moderna se produjeron innovaciones que cambiaron por completo el
funcionamiento de la economía. En el siglo XVIII se había introducido la máquina
de vapor y el telar mecánico. Con la industrialización se modificó por completo la
configuración de las fuerzas productivas en Europa. Las antiguas relaciones de
producción, basadas en el feudalismo (señores dueños de la tierra y siervos que la
trabajan) dejan de ser útiles y funcionales.

Cuando el desarrollo técnico modifica las fuerzas productivas, estas acaban por
entrar en contradicción con las relaciones de producción. Este conflicto lleva a una
crisis que solo se resuelve con nuevas relaciones de producción, más eficaces y
ajustadas al nuevo grado de desarrollo de la economía.

La dialéctica de la historia

La tensión dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción


permite entender las grandes fases que ha ido atravesando la historia a lo largo del
tiempo. La historia propiamente dicha comenzó cuando los seres humanos se
vieron obligados a dividir el trabajo y organizarse para producir lo que
necesitaban. Esto impulsó el desarrollo técnico y económico, pero también originó
las primeras diferencias sociales entre la clase de los explotadores y la de los
explotados.

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Desde entonces, y a lo largo de la historia, estos dos grupos han mantenido una
lucha continua e incesante, que ha estado asociada a los intentos de cambiar las
relaciones de producción existentes. Por eso puede decirse que la lucha de clases
es el motor que impulsa la historia, ya que refleja claramente las contradicciones
entre fuerzas productivas y relaciones de producción.

Marx identificó los diferentes modos de producción que se han ido sucediendo a
lo largo del tiempo:

1. Comunismo primitivo: los primeros grupos humanos compartían por


igual los escasos recursos disponibles. Esta etapa está marcada por la
escasez y la precariedad, de la que únicamente se pudo salir con la
agricultura. Gracias a esta técnica aumentó la riqueza disponible y se dio
paso a un nuevo sistema social.
2. Modo de producción asiático: se caracteriza por el control que una casta
sacerdotal ejercía sobre las técnicas de riego y de cultivo.
3. Esclavismo: fue el sistema económico propio de la antigüedad en el
continente europeo, base económica de la civilización grecorromana. Los
propietarios de las tierras formaban la clase explotadora, mientras que los
esclavos eran la clase explotada. Entró en crisis en el siglo V d.C., dando
paso al feudalismo.
4. Feudalismo: durante la Edad Media europea, la clase explotadora es la de
los señores, propietarios de las tierras que imponían su poder mediante la
fuerza de las armas. La clase explotada era la de los siervos, obligados a
trabajar las tierras del señor. Entró en crisis a finales del siglo XVIII, con la
introducción de importantes innovaciones técnicas que cambiaron la
estructura productiva dando paso al triunfo de la burguesía.
5. Capitalismo: Por un lado, se encuentran los capitalistas, propietarios de los
medios de producción. El capital, formado por las fábricas, las tierras y las
máquinas, está en manos de los burgueses, que controlan así los elementos
fundamentales del sistema productivo. Por otro lado, se encuentran los
proletarios, que no tienen acceso al capital, por lo que para sobrevivir se
ven obligados a vender su propia fuerza de trabajo, recibiendo a cambio un
salario. En el capitalismo, los burgueses explotan a los proletarios, que
dentro de este sistema tienen pocas expectativas de mejorar sus
condiciones de vida.

Para Marx, el capitalismo está condenado a desaparecer. Al igual que los sistemas
anteriores, el capitalismo se enfrentará antes o después a una crisis
insuperable, y será reemplazado por un nuevo modelo de organización social: el
comunismo. En este sistema, las tierras, fábricas y máquinas serán propiedad de
toda la sociedad, por lo que ya no existirá la distinción entre capitalistas y
proletarios, entre explotadores y explotados.

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4. Ideología y alienación: los elementos de la crítica moral al
capitalismo
El peso de la ideología

Uno de los aspectos más interesantes del materialismo histórico es el modo en que
interpreta los elementos culturales e inmateriales de la civilización. Marx
empleaba el concepto de superestructura para referirse a realidades tan diversas
como las leyes, las formas de organización social, las instituciones, las creencias
compartidas, la religión, el arte, la ciencia y la filosofía.

Si queremos comprender este ámbito de la civilización, debemos tener en cuenta la


decisiva influencia que la economía o infraestructura ejerce sobre la cultura.
Por ejemplo, las creencias de los romanos sobre derecho, arte o religión
(superestructura) están profundamente influidas por su forma de vida basada en
el esclavismo (infraestructura). Por ejemplo, las leyes de Roma distinguen entre
hombres libres y esclavos, justificando así esta situación.

La ideología es el conjunto de creencias y representaciones distorsionadas


que justifican determinadas situaciones históricas presentándolas como
naturales. Es algo así como el conjunto de ideas que el ser humano tiene acerca de
sí mismo, de su lugar en el mundo y en la historia.

La ideología desempeña una función legitimadora del orden establecido


porque la mayor parte de los miembros de la sociedad la interiorizan y acaban por
creérsela como si fuera algo natural. Por eso, Marx sostiene que la ideología
característica de una sociedad es la ideología de su clase dominante, ya que los
poderosos son capaces de extender sus propios puntos de vista a todos los demás
individuos, que terminan por adoptarlos aunque en el fondo les perjudiquen.

Para Marx, la religión es uno de los elementos de la ideología. Las creencias


religiosas justifican el sistema social y económico dominante, porque presentan a
la población que el orden de las cosas es algo natural producto de Dios. Además, la
religión ofrece consuelo frente al sufrimiento, asegurando a los creyentes que las
penurias padecidas en este mundo encontrarán su compensación en una vida
futura después de la muerte. Marx afirmaba que “la religión es el opio del pueblo”,
puesto que mantiene a la población en un estado de letargo, inacción y resignación,
dificultando la creación de un movimiento organizado para cambiar la realidad.

La esencia de lo humano

Para Marx, la característica más importante del ser humano es su capacidad para
transformar la realidad de forma creativa. Aunque hay otros animales que
también modifican la naturaleza (las aves construyen nidos, los castores fabrican
diques) el ser humano es el único capaz de idear los resultados de su acción antes

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de llevarla a cabo, y también es el único que puede cambiar la realidad de forma
imaginativa, novedosa e insospechada.

Esta posibilidad de actuar de manera creativa y de producir innovaciones es lo que


Marx llama el trabajo: la capacidad de relacionarse con el entorno y con los demás
individuos de una forma creativa y transformadora. La creación de un objeto
singular, de una realidad nueva, como la que efectúa un artista o una escritora,
supone para Marx la más alta y plena realización de las potencialidades humanas.

El origen de la alienación

A pesar de que el trabajo es nuestra esencia más profunda, los seres humanos no
siempre tenemos la oportunidad de desarrollar este tipo de actividad creativa que
es típicamente humana. Esto es lo que sucede en el sistema capitalista, que se
caracteriza por la imposibilidad que tiene el obrero de expresar su
creatividad dentro del mundo laboral existente.

Para entender cómo el capitalismo ha modificado las condiciones de trabajo,


debemos recordar que, en este sistema económico, los medios de producción están
en manos privadas. El capitalista burgués que es dueño de una fábrica aspira a
obtener con ella un beneficio económico. Para conseguirlo, debe adquirir materias
primas y transformarlas en un producto elaborado, que podrá venderse en el
mercado según la ley de la oferta y la demanda. Para ello el capitalista necesitará
disponer de obreros que le proporcionen la fuerza de trabajo humana necesaria en
el proceso de fabricación industrial. A cambio de vender esta fuerza de trabajo al
burgués, los obreros reciben un salario que les permite sobrevivir.

Pero las condiciones laborales de los obreros en la fábrica son muy distintas de las
de una artista que elabora su obra de manera creativa. Para empezar, los obreros
no son dueños del producto de su trabajo, ya que este pertenece al dueño de la
empresa. En el capitalismo, los obreros vuelcan su capacidad transformadora, su
esencia humana, sobre un objeto que les es arrebatado y sobre el cual no tienen
ningún poder. De esta manera, el fruto de este esfuerzo creativo, que debería
actuar como un reflejo de su humanidad, se le aparece al obrero como una realidad
extraña, ajena y hostil.

Recogiendo un término utilizado por Hegel y Feuerbach, Marx emplea el concepto


de alienación para referirse a esta situación de extrañamiento que se produce en
el obrero dentro del sistema capitalista. El trabajador está alienado frente al
producto que elabora, porque este se le presenta como algo ajeno y amenazante,
en lugar de representar la cristalización de su humanidad.

Pero el proceso de alienación no se detiene aquí. Además de frente al producto de


su esfuerzo, el obrero también está alienado ante el proceso de trabajo que
desarrolla en la fábrica. En la jornada laborar del obrero, repetitiva, mecánica y
deshumanizadora, no puede materializarse la esencia creativa y transformadora
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que debería caracterizar el proceso laboral. En la cadena de montaje el obrero no
crea un objeto de principio a fin, no es consciente de qué está produciendo ni llega
a comprender su labor: simplemente realiza un movimiento mecánico y repetitivo

Así, el mismo acto de trabajar, que debería suponer la realización de la esencia


humana, se convierte en el capitalismo en una actividad extraña y desagradable,
que solo tiene sentido realizar a cambio de un salario para sobrevivir. Por eso dice
Marx que, en el capitalismo, el obrero parece sentirse más cómodo en las tareas
propias de un animal (como comer, beber, dormir, descansar o procrear) que en el
trabajo (donde teóricamente debería manifestarse su humanidad más profunda).

Además de estas dos alienaciones


(respecto al producto y respecto a su
actividad), aparece la alienación del
trabajador respecto a sí mismo y a los
otros seres humanos. El trabajo
alienado corta la relación solidaria del
trabajador con la humanidad, pues cada
uno trabaja para sí mismo y sus propias
necesidades, de forma competitiva. Las
relaciones entre los seres humanos están
mediadas por el fetichismo de la
mercancía, es decir, se relacionan a través
del intercambio de mercancías y se valoran por la cantidad de posesiones de
cada uno, lo que marcará su estatus social e impondrá la distinción de clase.

A la alienación económica que sufre el obrero se suman, según Marx, otras formas
de alienación. La alienación política se produce por la separación entre la
sociedad civil y el Estado, ya que aunque este debería representar a todos los
ciudadanos, en el sistema capitalista el Estado está en realidad al servicio de la
burguesía dominante. Además, los individuos también están sometidos a la
alienación religiosa, que contribuye a mantenerlos en un estado de pasividad,
resignación y sumisión al servicio de los intereses capitalistas. Incluso existe una
alienación filosófica levantada sobre interpretaciones falsas acerca de la realidad.

El capitalismo es, por tanto, un sistema perverso e injusto, porque en él la


característica más esencialmente humana del trabajador queda anulada y
convertida en un simple instrumento para el beneficio del burgués. Esta es una
de las principales razones que hacen necesario superar el sistema capitalista, para
permitir que en una nueva forma de organización social todos los seres humanos
puedan desarrollar libremente su capacidad creativa en un mundo libre de
explotación y alienación.

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5. La crítica del sistema de producción capitalista
Aunque el capitalismo parecía triunfar y extenderse por todas partes, Marx estaba
convencido de que este sistema tenía los días contados. Esta es la conclusión a la
que le llevaron sus largos años de estudio de la economía capitalista.

Para comprender el origen de la explotación capitalista, conviene tener en cuenta


la distinción que existe entre valor de uso y valor de cambio. El valor de uso de un
bien tiene relación con el provecho y la utilidad práctica que nos proporciona. Por
su parte, el valor de cambio está asociado al precio de ese bien en el mercado.
Ejemplo: el agua, que tiene un valor de cambio bastante bajo, es, sin embargo,
imprescindible para la vida; por lo que tiene un enorme valor de uso. Por el
contrario, el oro, cuyo valor de uso es bastante limitado, tiene un altísimo valor de
cambio.

¿Cómo se determina el valor de cambio en una economía capitalista? De acuerdo


con Marx, el valor de cambio no es más que el reflejo de la cantidad de trabajo
socialmente necesario para obtener un determinado bien. El valor de cambio
del oro es muy alto porque su extracción requiere mucho tiempo de trabajo. Así
pues, para Marx, el valor de cambio no es más que trabajo humano
materializado en forma de mercancía.

Pero no todas las mercancías que existen en el mercado son iguales. Hay una
mercancía en concreto, la fuerza de trabajo humana, que tiene propiedades muy
especiales. La fuerza de trabajo se puede comprar y vender como cualquier otro
bien en un mercado libre. El precio de la fuerza de trabajo (su valor de cambio) es
el salario que el burgués paga al obrero por su jornada laboral. Sin embargo, el
valor de uso de la fuerza de trabajo es mucho mayor, ya que mediante su actividad
el obrero es capaz de crear riqueza y producir valor.

Marx llamaba plusvalía a la diferencia que hay entre el valor de uso de la fuerza de
trabajo y su valor de cambio. Los obreros producen más valor de lo que se les
paga con su salario. La plusvalía equivale a esa cantidad extra de riqueza que
produce el obrero pero que finalmente se queda en manos del propietario de la
fábrica. Precisamente, la plusvalía es la fuente de donde el capitalista extrae su
beneficio económico.

Como es evidente, este beneficio solo es posible porque el burgués se apropia de


una parte del trabajo de los obreros, enriqueciéndose a su costa. Este es el origen
de la explotación capitalista, y la razón por la cual todos los intentos de reforma
del capitalismo están condenados al fracaso. El capitalismo seguirá siendo una
forma inaceptable de explotación mientras las fábricas sigan siendo
propiedad de unos burgueses que se enriquecen a costa de la plusvalía
generada para ellos por los obreros.

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El capitalismo es un sistema generalizado de extracción de plusvalía. Pero este
sistema, que parece proporcionar ganancias ilimitadas a los dueños del capital,
está sometido a graves inestabilidades. Para enriquecerse, el burgués debe ser
capaz de colocar sus productos en el mercado, ofreciéndolos a precios más bajos
que los de sus competidores. Pero eso únicamente se puede lograr disminuyendo
los costes y aumentando la plusvalía, lo cual solo se puede conseguir
reduciendo los sueldos de los trabajadores. Esto no se debe a que el capitalista
sea alguien malvado o inmoral, sino que es consecuencia directa de la necesidad de
mantenerse a flote en el mercado. Las empresas que no adopten medidas de este
tipo acabarán por arruinarse, con lo que a lo largo del tiempo la competencia se irá
reduciendo y solamente sobrevivirán las empresas más grandes.

Según Marx, a la larga, el capitalismo tiende inevitablemente hacia un proceso de


concentración productiva y hacia una progresiva reducción de los salarios. Este es
el único modo en que puede garantizarse una tasa continua de beneficios, sin la
cual la actividad productiva se detendría. Pero si este proceso se prolonga de
forma indefinida, terminará por llevar al capitalismo a su propia destrucción. Si los
sueldos de los obreros descienden continuamente, llegará un momento en que el
poder adquisitivo de la población será tan bajo que ya nadie podrá comprar los
productos que se ofrecen en el mercado. Se producirá una crisis de
sobreproducción y las empresas se arruinarán por falta de consumo. El
capitalismo, además de ser un sistema inhumano e injusto, es también un sistema
inestable y abocado a crisis periódicas cada vez más profundas.

Pero, entonces, ¿por qué no desapareció? Lenin se dio cuenta de que el capitalismo
imperialista, que explotaba diferentes colonias por todo el mundo, permitió
mejorar las condiciones de vida de los obreros en su lugar de origen. Esto hace que
los obreros pierdan el impulso revolucionario al ser asimilados al sistema
como consumidores de bienes y servicios. La revolución tuvo lugar en Rusia
porque sus obreros vivían en la mayor miseria y el descontento era mayor que en
Europa.

Además, Marx no pudo prever que el sistema capitalista


encontraría en la industria publicitaria una creadora de
infinitas nuevas necesidades humanas de consumo.
Esto será un medio de no alcanzar las crisis de
superproducción que llevarían al capitalismo a su
autodestrucción. Además, el arte y la cultura se
convirtieron también en una forma de obtener beneficios
mientras entretenían al público, convirtiéndose así en
transmisores de la ideología capitalista dominante y
olvidando su función de servir de crítica y reflexión sobre
la realidad social y política.

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6. El camino a la revolución
Marx estaba convencido de que, siguiendo la inevitable evolución dialéctica de la
historia, el capitalismo iba a dar paso en muy poco tiempo a un sistema nuevo, en
el que finalmente reinarían la libertad y la justicia. Para lograrlo, habría que
poner fin a la propiedad privada de los medios de producción, que es la raíz de
la explotación y de la desigualdad en el capitalismo.

Como las fábricas pertenecen a los burgueses, estos se ven obligados a extraer la
plusvalía de los obreros y a imponerles condiciones de trabajo alienantes para
poder competir en el mercado internacional. Por lo tanto, solo podrá lograrse el
fin de la opresión cuando las fábricas dejen de estar en manos privadas y
pasen a ser propiedad de todos los trabajadores.

Este nuevo modelo de organización social es el comunismo, llamado así porque en


él los medios de producción serán comunes. En el comunismo, las tierras, las
fábricas y las máquinas serán propiedad de toda la sociedad, por lo que ya no
existirá la distinción entre capitalistas y proletarios. Ya no habrá una división
entre clases, con lo que finalizará la explotación del hombre por el hombre. La
propuesta del marxismo es la desaparición de la plusvalía, la idea de que esta
vuelva al productor, bien porque los beneficios se reparten directamente entre
todos los obreros o porque el Estado los restituye indirectamente a través de
bienes como carreteras, educación, sanidad o subsidios de desempleo, enfermedad
y vejez. En esta nueva sociedad tampoco habrá alienación, porque todos serán
libres para desarrollar plenamente su creatividad sin trabas, en lugar de someterse
a las inhumanas condiciones de trabajo impuestas por el empresario.

El comunismo será el último y definitivo sistema de organización


socioeconómica. A diferencia de lo que ha sucedido con los demás modos de
producción, el comunismo perdurará indefinidamente y marcará el final de esta
larga evolución temporal. Esto se debe a que el responsable de los grandes
cambios históricos ha sido la lucha de clases, el enfrentamiento entre explotadores
y explotados; pero como en el comunismo desaparecerán las clases sociales,
se parará también el motor de la historia.

El hecho de que en el comunismo ya no exista la explotación no quiere decir que


todos los individuos deban ser completamente iguales o ingresar el mismo dinero.
Para que de verdad reine la justicia, habría que garantizar que las personas que
más se han esforzado obtengan también una mayor recompensa material. Del
mismo modo, el comunismo debería asegurar una atención adecuada a quienes,
por sus circunstancias personales, tengan necesidades especiales. “De cada cual,
según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades.” Lo característico del
comunismo es la gestión común de la riqueza y la desaparición de la
explotación asociada a la propiedad privada de los medios de producción.

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Aunque la llegada del comunismo es una necesidad histórica inexorable, Marx
pensaba que era necesario adelantar la caída del capitalismo para asegurar que
este nuevo sistema pudiera implantarse cuanto antes.

Para lograr la llegada al comunismo, Marx confiaba en la fuerza revolucionaria y


transformadora del proletariado. A diferencia de los burgueses, que están
condicionados por sus intereses materiales y ven la realidad de manera interesada,
los obreros pueden acceder directamente a la verdad, sin distorsiones ideológicas,
porque en su vida diaria están sometidos a la alienación y a la explotación del
capitalismo de un modo directo.

Los obreros deben dejar de buscar el consuelo de la religión y deben abandonar la


confianza en el sistema político y jurídico establecido por los burgueses. En lugar
de confiar en la superestructura burguesa, deberían organizarse para impulsar
una transformación revolucionaria de la sociedad que derribe la opresión
capitalista y permita alumbrar el nacimiento del comunismo.

Pero esto solo se conseguirá si los obreros adquieren conciencia de clase, que
consiste en darse cuenta de su situación. El proletariado debe comprender que está
llamado a desempeñar un papel decisivo en la historia. Cuando los obreros luchan
en favor del comunismo, no solo están persiguiendo sus propios intereses, sino
que, de ese modo, contribuyen a liberar a toda la humanidad.

Sin embargo, no será fácil derrotar al sistema capitalista. Los burgueses cuentan
con abundantes medios para defenderse. Disponen del ejército, de la policía, del
sistema legal y judicial, de las instituciones políticas y de un discurso ideológico
legitimador que abarca la religión, la filosofía, el arte y las ciencias. Por eso, Marx
pensaba que la caída del capitalismo se produciría, dependiendo de la situación, o
bien democráticamente o bien por medio de la revolución.

La sociedad sin clases no llegará inmediatamente después del derrocamiento de la


burguesía, sino que será necesario recorrer el largo camino de las fases del proceso
revolucionario. La primera etapa será la democrática, donde los trabajadores
toman el poder político y se da la dictadura del proletariado en que se eliminan los
coletazos del capitalismo y educará al pueblo que ha sido envenenado por la
educación capitalista. La segunda etapa, la socialista, posee un carácter
económico, pues se fomentará el desarrollo de los medios de producción (en
manos del Estado), de la riqueza social, y se tiende a abolir gradualmente las clases
sociales y sus antagonismos. En la etapa comunista se suprimirá el Estado por
innecesario (era el defensor de los intereses de los burgueses) y se logrará una
nueva sociedad sin clases en la que el trabajo se realiza libremente y la propiedad
de los medios de producción es colectiva. Los seres humanos se relacionarán ahora
entre ellos en términos de solidaridad y cooperación, y no de competencia o
antagonismos.

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